Inquisición Sobre La Inquisición

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Análisis de la Inquisición elaborado por Alfonso Junco

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    Sbado, 13 de noviembre de 2010

    INQUISICIN SOBRE LA INQUISICIN Introduccin. Pocas obras histricas he disfrutado tanto como las de Alfonso Junco. Nacido en 1896 y fallecido en 1974, Junco escribi libros como el Un Siglo de Mjico, de Hidalgo a Carranza, con amplia y excelente documentacin. Con rigorismo cientfico, incursion en temas polmicos proporcionando datos y anlisis muy interesantes, como por ejemplo acerca del presidente liberal Benito Jurez (Jurez Intervencionista), la cada del Imperio de Maximiliano (La Traicin de Quertaro), y sobre la Inquisicin (Inquisicin sobre la Inquisicin).

    Ferviente catlico, produjo obras como El alma estrella y La divina aventura, y dos slidas obras guadalupanas, El milagro de las rosas y Un radical problema guadalupano. El libro que tom como referencia para este artculo es Inquisicin sobre la Inquisicin, Edit. JUS, 5a. Ed. 1983, Coleccin Mxico Heroico; una obra repleta de citas documentales y de perspicaces comentarios acerca de este tema tan controversial. Lo que cito son fragmentos de distintas partes de su obra. Jess Hernndez

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    NOTA: Me tom la libertad de hacer algunos RESALTES en el texto.

    El historiador Alfonso Junco Inquisicin sobre la Inquisicin La Espaa del Siglo XVI Surgido de las ocho centurias heroicas de la Reconquista, en que el ideal religioso era el alma del ideal patritico, todo el rgimen social y poltico de la Espaa del siglo XVI se apoyaba en la unidad catlica. Minarla era minarlo. Y la hereja era considerada por la ley -con unnime aplauso popular- delito tan grave como hoy estimaramos la traicin a la patria. Los herejes, adems, no eran corderos apostlicos como algunos suponen, sino gente agresiva y belicosa que ya haba encendido conflagraciones sancrientsimas en Alemania, en Inglaterra, en Francia. Combatir la hereja era defender la paz. Lo excepcional del peligro peda lo excepcional de la energa. Y de hecho, Espaa se libr de las feroces, asoladoras, inacabables guerras religiosas que deshonraron y enloquecieron a Europa; el preventivo de la Inquisicin ahorr infinitos trastornos y vidas, pues -como declara el protestante William Cobbett- Isabel de Inglaterra hizo ms estragos en un ao que la Inquisicin en todo el curso de su dilatadsima existencia (Historia de la Reforma Protestante en Inglaterra e Irlanda, carta undcima, prrafo 338). Cosa esencial y olvidadsima es que la Inquisicin no era conquistadora, sino defensora; no miraba a hacer adeptos ni a forzar la conciencia de nadie, sino a evitar que errores forasteros prendieran su ponzoa disgregadora en la conciencia nacional. Nunca el Santo Oficio enjuici al judo, sino al judaizante, nunca al moro sino al morisco: o sea, a quienes, habiendo abrazado la religin catlica y pertenecido ya al gremio y jurisdiccin de la Iglesia, resultaban conversos falsos y a menudo sacrlegos.

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    La Inquisicin no slo era aceptada, sino amada con fervor. Institucin defensora del pueblo en lo que ste tena de ms entraable y venerado, era intensamente popular, como lo reconocen cuantos han querido enterarse. Los que proclaman, pues, la soberana del pueblo, el imperio de la voluntad popular, tienen que acatar en el Santo Oficio la encarnacin de esa soberana. Con la peculiaridad nada comn de que el sentir del vulgo coincida y ser hermanaba con el de los doctos, segn puede saberlo quienquiera que maneje a los ureos autores de aquellos das. Ningn hombre sano y constructivo puede aceptar que la verdad y el error sean indiferentes y tengan iguales derechos. Pero el problema est en saber cul es la verdad. Y quin tiene autoridad para decidirlo? Mirando estrictamente a lo espiritual, para el cristiano el problema est resuelto por el nico que puede resolverlo: Dios. Y habiendo entonces unnime y fervorosa adhesin a la verdad revelada, haba unnime y fervorosa conviccin de que la fe, vida del alma, es ms importante que la vida del cuerpo; la hereja era epidemia letal contra la que se estableca con aplauso un cordn sanitario; y si ahora aceptamos todos el castigo a los falsificadores de moneda y a los que, adulterando alimentos o medicinas, conspiran contra la salubridad pblica, entonces aceptaban todos el castigo a los falsificadores de la verdad divina y a los adulteradores que conspiraban contra la salud y la salvacin de las almas. Podemos pensar o no como ellos, pero debemos entenderlos. Eran las mismas razones de defensa personal y de bien pblico: slo que nosotros miramos a la materia y ellos miraban al espritu. Nadie puede dudar de la sincersima buena fe, del ardor de caridad de aquellos hombres -y hablo aqu sobre todo de los eclesisticos-; atribuirles, fundamentalmente, propsitos torcidos, miras de predominio, de crueldad, de opresin, es ignorar las realidades histricas y la psicologa de la poca. Contraste de Intolerancias Algunos espritus ilustrados se eximen de aspavientos ante la Inquisicin, reconociendo que la intolerancia religiosa era entonces un hecho universal y que nadie puede tirar la primera piedra. Ciertamente. Bastara para la vindicacin histrica de Felipe II -que fue quien dio mayor auge a la Inquisicin, fundada por la gran Isabel-, colocarse en su siglo y ver que habra sido una excepcin ultraterrestre si hubiera inventado la tolerancia; invencin, adems, con la que hubiera hecho el cndido, pues sus enemigos -que eran religioso-poltico-guerreros- se le habran echado encima y habran acabado con Espaa, con el genuino ser hispnico. Pero hay mucho ms. Ntese esta fundamental diferencia: Felipe II, lejos de oprimir con la Inquisicin al pueblo espaol, interpretaba y condensaba su sentir; mientras que Enrique VIII, habiendo apostatado de su fe catlica por motivos rastreros -negativa del Papa a autorizar su divorcio de Catalina de Aragn para casarse con Ana Bolena-, impona a sangre y fuego sus devaneos teolgicos al pueblo ingls, violentando vergonzosamente las conciencias. Uno defenda a su nacin; otro la oprima.

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    Y he aqu otra diferencia substancial. El espaol proclamaba los derechos de la verdad revelada, la obediencia debida a la Palabra de Dios depositada en su Iglesia; y al defender esa verdad que l no inventaba y que todos espontneamente veneraban, era leal a su conviccin y a su conciencia. En cambio el ingls proclamaba el libre examen, mientras enviaba al cadalso al que, examinando libremente, disenta de su antojadizo parecer. Y lo propio hacan Calvino y los dems corifeos protestantes; precursores de la Revolucin Francesa, que proclamaba la libertad de pensamiento mientras guillotinaba a los que no pensaban como ella; precursores del liberalismo, que se desgaitaba en loas para la libertad, mientras que en Francia, en Espaa, en Italia, en Portugal, en la Amrica Espaola, era perseguidor y carcelero de la religin nacional. No es justo confundir a esos farsantes con aquellos leales. Y decir que estos farsantes son los que ms han clamado contra la Inquisicin! El espritu catlico estima que la unidad religiosa, cimiento irremplazable de unidad moral, de cohesin patritica, de concordia de miras y de anhelos, es un inmenso bien, y que donde existe es justo salvaguardarlo. Pero cuando las condiciones son distintas, cuando las discrepancias existen ya, abre entonces la puerta a la tolerancia religiosa y a la pacfica libertad, sin que esta prctica implique la absurda teora de que el error y la verdad merecen iguales prerrogativas. Tenemos, as, el hecho memorable y generalmente ignorado, de que los catlicos fueron los fundadores de la libertad de conciencia en los Estados Unidos. Maryland, la nica colonia catlica de las trece primitivas de Norteamrica, fue la nica que estableci al fundarse, en 1634, y proclam por ley antes que nadie -el 2 de abril de 1649- la tolerancia religiosa. As lo cuenta el protestante Bancroft, narrando como en aquella regin catlica presidida por Lord Baltimore, "muchos protestantes encontraban amparo contra la intolerancia protestante" (History of the United States, cap. 7). Por cierto que poco despus, al preponderar en Maryland los puritanos, pagaron bochornosamente la generosidad catlica, prohibiendo el "papismo" que los haba acogido y amparado. Podra ser ms expresivo el contraste? Procedimientos y Vctimas Era la Inquisicin un tribunal mixto: eclesistico y civil. Deseado y pedido por los Reyes Catlicos, el Papa concedi su ereccin (en 1480) y de l derivaban su autoridad los inquisidores, ya que haban de entender en cosas de fe y religin. Los eclesisticos ejercan un papel en cierto modo semejante al del moderno jurado: determinaban si haba o no delito. En casos leves, se absolva al reo imponindole alguna penitencia: reclusin en algn convento u hospital, ejercicios espirituales, oraciones, limosnas... Para delitos mayores, las penas civiles eran de crcel, destierro, confiscacin de bienes para la hacienda real, etctera. Slo en caso grave de reincidencia o de obstinacin impenitente -despus de dar al procesado tiempo y libertad para discutir con los telogos, a fin de que stos agotaran los medios persuasivos-, el reo era "relajado al brazo secular", es decir, entregado al poder civil, el cual aplicaba el castigo correspondiente, segn la propia legislacin civil. Los eclesisticos, pues, nunca, absolutamente nunca, decretaban ni menos

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    ejecutaban las sentencias de muerte, como piensan algunos que del Santo Oficio slo tienen una confusa visin de frailes atizando hogueras (visin falsa propalada mal intencionadamente por la cinematografa y por ignorantes repetidores de calumnias o por tendenciosos escritores anticatlicos). Los autos de fe no eran el acto de achicharrar a nadie, sino las grandes solemnidades -con misa y predicacin-, en las que se lean pblicamente las causas y sentencias de los reos. Muchas veces no haba "relajados al brazo secular", y en eso paraba todo. Cuando haba "relajados", all se entregaban a la autoridad civil, la cual, en otro sitio, decretaba la pena capital, que era ejecutada generalmente en lugar muy distante. Por ejemplo, en Mxico los autos de fe solemnes solan ser en la Plaza Mayor, y las ejecuciones en la Alameda. Era rarsimo el reo a quien se quemaba vivo; casi todos ejecutbanse primero, dndoles garrote, y se incineraba despus su cadver. As en el auto de 1649, el ms importante y sonado de los de Nueva Espaa, sobre ciento nueve reos slo trece fueron ejecutados, y de ellos slo uno quemado vivo: el clebre Toms Trevio de Sobremonte. La hoguera, por lo dems, no era horror privativo de la Inquisicin, sino forma de ajusticiar tan comn entonces como ahora el fusilamiento o la silla elctrica, y se usaba tambin para delitos del orden civil. (En Mxico haba para esto, brasero aparte en San Lzaro). Jams emple el Santo Oficio los descuartizamientos y vivisecciones usados en Francia, Inglaterra y otras partes, a propsito de lo cual es interesante recordar al Marqus de Pombal, insigne perseguidor y "amigo de las luces", que ya muy entrado el siglo dieciocho, mandaba ejecutar esta terrible sentencia en el Duque de Abeiro, por conspirador: "en un cadalso elevado de modo que su castigo pueda ser visto de todo el pueblo, escandalizado de su horrible delito, despus de romperle las piernas y los brazos sea expuesto sobre una rueda para satisfaccin de los vasallos presentes y futuros de este reino y en seguida de esta ejecucin se le queme vivo con el cadalso en que fuere ajusticiado, hasta que se reduzca todo a cenizas y polvo, que debern arrojarse despus al mar..." Esto era en Lisboa, en 1759. Pero sobre ello y sobre mil cosas semejantes se guarda alto silencio, mientras se vocifera da y noche contra la Inquisicin, que se distingui precisamente por ser menos rigurosa en medio de las speras usanzas de la poca. Cuando al nmero de "vctimas", se ha inflado de modo ridculo. Ya analizaremos las cuentas del Gran Capitn de los calumniadores de la Inquisicin: don Juan Antonio Llorente. Slo consignemos ahora que, en la vastsima extensin de la Nueva Espaa y en el curso de tres siglos, el total de ajusticiados fue de cuarenta y tres individuos. Una verdadera decepcin! Las clebres hogueras quedan desprestigiadas! Y no huelga aqu recordar que el Santo Oficio para nada se meta con los indios, expresamente exentos de su jurisdiccin. Pero, naturalmente, no ha faltado quien diga que los sacrificios sangrientos de los indgenas -en que moran millares en un da- quedaron "compensados" con las matanzas inquisitoriales... Nuestro Riva Palacio que, aunque cargado de prejuicios, sesg muchos papeles de la Inquisicin, confiesa en el segundo tomo de Mxico a travs de los Siglos, que "si se estudia

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    la institucin del Santo Oficio por sus reglamentos, sus instrucciones y sus formularios, seguramente poco habr que tachrsele, pues a excepcin del riguroso secreto que exiga en todos sus trabajos, apenas podr encontrarse en su manera de sustentar los procesos, algo que difiera de lo que, por derecho comn, los jueces ordinarios practicaban en esa poca". Segn el propio Llorente en su maligna Historia Crtica de la Inquisicin, ningn prisionero era oprimido con cadenas o cepos -y aqu cabe recordar a Morelos, con ellos bajo la justicia real, sin ellos bajo el Santo Oficio-; sus crceles eran "buenas piezas, altas, sobre bvedas con luz, secas y capaces de andar algo": verdaderos palacios para lo que entonces se estilaba. Todos sus procedimientos, en fin, eran de lo ms suave dentro de las frreas costumbres del tiempo. As, don Juan Valera, espritu nada timorato ni angosto, ha podido afirmar que "la Inquisicin de Espaa casi era benigna y filantrpica comparada con lo que en aquella edad dursima hacan tribunales y gobiernos y pueblos". (Discursos Acadmicos, respuesta a Nez de Arce en su recepcin). Resplandores Inquisitoriales Puso la Inquisicin trabas al genio y grilletes a la inteligencia? En su ramo exclusivo, el religioso, no poda oprimir a escritores que eran todos espontnea y medularmente catlicos; y en lo dems, envidia da la libre intrepidez con que entonces se hablaba y se escriba. Nunca el genio espaol ha pensado con ms nervio, originalidad y bro que en plena Inquisicin, y da la casualidad de que con ella coincida la edad de oro de las letras espaolas. Para hablar de la Inquisicin y la cultura, hay que leer primero, estudiar y aquilatar lo que escribe Menndez Pelayo en La ciencia espaola y en la Historia de los Heterodoxos. Hacerlo antes, es perder el tiempo, chapotear en lugares comunes, errar entre fantasmas, naufragar en escollos ya decisivamente conocidos y superados. Obrar, en suma, contra lo que aconsejan el buen juicio y los intereses de la cultura. Dice el polgrafo montas: "Qu diremos de la famosa opresin de la ciencia espaola por el Santo Tribunal? Lugar comn ha sido ste de todos los declamadores liberales... Llorente, hombre de anchsima conciencia histrica y moral, form un tremendo catlogo de sabios perseguidos por la Inquisicin". Y Menndez Pelayo analiza el catlogo, nombre por nombre y caso por caso, para concluir: "Quien conozca nuestra literatura de los siglos XVI y XVII, no habr dejado de rerse de ese sangriento martirologio formado por Llorente, en que no hay una sola relajacin al brazo secular, ni pena alguna grave, ni aun cosa que pueda calificarse de proceso formal", salvo unos cuantos que el polgrafo examina. Otros son verdaderos mitos forjados por Llorente,

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    quien coge por los cabellos la ms tenue referencia, para convertir en "procesos" las acusaciones frustradas que ningn tribunal del mundo puede impedir. Prosigue Menndez Pelayo en Los Heterodoxos: "Clamen cuanto quieran ociosos retricos y pinten al Santo Oficio como un concibulo de ignorantes y matacandelas; siempre nos dir a gritos la verdad en libros mudos que inquisidor general fue fray Diego de Deza, amparo y refugio de Cristbal Coln; e inquisidor general fue Cisneros, restaurador de los estudios de Alcal, editor de la primera Biblia Polglota y de las obras de Raimundo Lulio, protector de Nebrija, de Demetrio el Cretense, de Juan de Vergara, del Comendador Griego y de todos los helenistas y latinistas del Renacimiento espaol; e inquisidores generales don Alonso Manrique, el amigo de Erasmo, y don Fernando Valds, fundador de la Universidad de Oviedo, y don Gaspar de Quiroga, a quien tanto debi la Coleccin de Concilios y tanta proteccin Ambrosio de Morales; e inquisidor don Bernardo de Sandoval, que tanto honr al sapientsimo Pedro de Valencia y alivi la no merecida pobreza de Cervantes y de Vicente Espinel. Y, aparte de estos grandes prelados, quin no recuerda que Lope de Vega se honr con el ttulo de familiar del Santo Oficio, y que inquisidor fue Rioja, el melanclico cantor de las flores, y consultor del Santo Oficio el insigne arquelogo y poeta Rodrigo Caro?... Hasta los ministros inferiores del Tribunal solan ser hombres doctos en divinas y humanas letras y hasta en ciencias exactas. Recuerdo a este propsito que Jos Vicente del Olmo, a quien muchos habrn odo mentar como autor de la relacin oficial del auto de fe de 1682, lo es tambin de un no vulgar tratado de Geometra especulativa y prctica de planos y slidos (Valencia, 1671), y de una Trigonometra con la resolucin de los tringulos plano y esfrico y uso de los senos y logaritmos, que es, y dicho sea entre parntesis, una de tantas pruebas como pueden alegarse de que no estaban muertos ni olvidados los estudios matemticos, aun en la infelicsima poca de Carlos II, cuando se publicaban libros como la Analysis Geomtrica de Hugo de Omerique, ensalzada por el mismo Newton. Pero, cmo hemos de esperar justicia ni imparcialidad de los que, a trueque de defender sus vanos sistemas, no tienen reparo en llamar "sombro dspota, opresor de toda cultura" a Felipe II, quien coste la Polglota de Amberes, grandioso monumento de los estudios bblicos, no igualada en esplendidez tipogrfica por ninguna de las posteriores, ni por la de Walton ni por la de Jay; a Felipe II, que reuni de todas partes exquisitos cdices para su Biblioteca de San Lorenzo, y mand hacer la descripcin topogrfica de Espaa y levantar el mapa geodsico que traz el maestro Esquivel cuando ni sombra de esos trabajos posea ninguna nacin del orbe; y form en su propio palacio una Academia de Matemticas dirigida por nuestro arquitecto montas Juan de Herrera, y promovi y coste los trabajos geogrficos de Abraham Ortelio, y comision a Ambrosio de Morales para explorar los archivos eclesisticos y al botnico Francisco Hernndez para estudiar la fauna y flora mexicanas"?" A fin de refutar la especiosa acusacin que se endereza al Santo Oficio, de haber "aherrojado la razn con prohibiciones y censuras, de haber matado en Espaa las ciencias

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    especulativas y las naturales y cortado las alas al arte", Menndez Pelayo se mete a analizar concienzuda y minuciosamente los ndices expurgatorios -cosa que ninguno de los declamadores anti inquisitoriales ha hecho- y concluye: "Afirmo, pues, sin temor de ser desmentido, que en toda su larga existencia, y fuese por una causa o por otra, no conden nuestro Tribunal de la Fe una sola obra filosfica de mrito o de notoriedad verdadera, ni de extranjeros ni de espaoles... Aun es de mayor falsedad y calumnia ms notoria, lo que se dice de las ciencias exactas, fsicas y naturales. Ni la Inquisicin persigui a ninguno de sus cultivadores, ni prohibi jams una sola lnea de Coprnico, Galileo y Newton. A los ndices me remito. Y qu mucho que as fuera, cuando en 1594 todo un consejero de la Inquisicin que luego lleg a inquisidor general, don Juan de Ziga, visit por comisin regia y apostlica los Estudios de Salamanca y plante en ellos toda una facultad de ciencias matemticas como no la posea entonces ninguna otra Universidad de Europa, ordenando que en astronoma se leyese como texto el libro de Coprnico?" En letras humanas aun fue mayor la tolerancia", termina Menndez Pelayo, siempre afianzando sus afirmaciones en maciza legin de hechos y nombres. Todo lo cual corre en los Heterodoxos, por el captulo Resistencia ortodoxa que epiloga el periodo protestante. Saltamos ahora a La Ciencia Espaola -cuyas cartas segunda y tercia del tomo segundo hay que leer singularmente- y damos con estas conclusiones:

    - La Inquisicin no impidi que brotase en nuestras escuelas el congruismo, sistema teolgico referente a un punto delicadsimo, el de la gracia, y esto con los protestantes a la puerta.

    - La Inquisicin no impidi que se enunciase libremente atrevidas ideas filosficas.

    - La Inquisicin permiti en poltica defender el gobierno democrtico, la soberana

    popular y el tiranicidio.

    - La Inquisicin permiti discutir la autoridad de la Vulgata.

    - La Inquisicin no impidi a nuestros crticos relegar al pas de las quimeras multitudes de santos y mrtires, con cuyas reliquias se envanecan muchas ciudades.

    - La Inquisicin permiti atacar al mal gobierno y los errores administrativos.

    - La Inquisicin consinti todo gnero de licencias al teatro, la novela y la stira.

    Y as, contra cavilaciones y teoras, los hechos gritan irrefutablemente que "en el siglo XVI, inquisitorial por excelencia, Espaa domin a Europa, an ms por el pensamiento que por la

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    accin, y no hubo ciencia ni disciplina en que no marcase su garra". La de Menndez Pelayo est aqu. No es fcil tarea borrar su signo.

    -oOo- A MANERA DE CONCLUSIN: Inquisicin y Progreso, por don Juan Valera (en la misma obra de Alfonso Junco). Envejecido lugar comn, donde no pocas gentes han embarrancado: la Inquisicin Espaola fue rmora y parlisis para el progreso intelectual, y a ella se debe la postracin y decadencia en que ms tarde vino a dar Espaa, mientras otras naciones europeas avanzaban y suban. . Enfocado framente el problema, varias observaciones decisivas se ofrecen al hombre informado: 1.- El mayor auge de la Inquisicin va de la mano con el mayor auge de la cultura espaola, y ese fraternal apogeo no es coincidencia fugitiva, sino paralelismo poderoso y firme que se prolonga a lo largo de dos siglos: el XVI y el XVII. 2.- La intolerancia religiosa no era privativa de Espaa, sino universal en la Europa de entonces: si unos pases prosperaron despus y otros decayeron, no puede la diversidad de su destino atribuirse a una causa que era idntica en todos. 3.- Si la culminacin espaola coincide con la culminacin de su fervor religioso y patritico que dio aliento y arraigo nacional a la Inquisicin, y si precisamente el debilitamiento de ese fervor coincide con la decadencia de Espaa en el siglo XVIII, ms lgico y racional sera sacar una consecuencia exactamente contraria a la que se formula. 4.- Empero, debe desecharse toda explicacin demasiado simplista, y estudiarse humildemente el complejo tejido de causas y concausas que, aqu como siempre, traman con mltiple riqueza la clmide de la historia, y que en todos los pueblos y en todas las edades nos ofrecen etapas de esplendor y periodos de decadencia.

    En esta excelente obra, don Alfonso Junco demuestra lo siguiente: "Cuntos muertos calcula usted que ocasion la Inquisicin en Mxico no ejecutados por el poder eclesistico, sino exclusivamente por el poder civil y de acuerdo con las leyes civiles-, durante el largusimo correr de tres siglos y sobre un inmenso territorio que duplicaba el actual?

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    Le pondremos cien mil? Cincuenta mil? Diez mil? Decepcinese usted; cuarenta y tres personas. (Cmputo de cuevas, Historia de la Iglesia en Mxico, que modifica ligeramente el de Icazbalceta: 41, y el reproducido por Gonzlez de Obregn en Mxico viejo: 51). En tres siglos, cuarenta y tres personas. Es decir: en trescientos aos lo que ahora se despacha en un da cualquier Gobierno para reprimir cualquier conato de rebelin". Como vern, vale la pena leerla ntegra. http://www.catolicidad.com/2010/11/inquisicion-sobre-la-inquisicion.html https://mx.answers.yahoo.com/question/index?qid=20090716124550AAJiQno http://www.buenanueva.net/Teologia/1_10_10inquisicion.htm http://hispanismo.org/religion/8272-otras-inquisiciones-menos-santas.html http://www.conocereisdeverdad.org/website/index.php?id=5157