Institución Teresiana 1911 – 2011 I Centenario clic.

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En el misterio de la venida y de la adoración de los Reyes al Niño de

Belén siempre ha visto la Iglesia la vocación, el llamamiento de los

gentiles a participar de la fe de Jesucristo.

Para aquel llamamiento misterioso y eficaz se sirve el Señor como instrumento de la

estrella, que aparece primero y les guía

después.

Jesucristo, que viene a ser “luz del mundo”, comienza ya a ser luz

desde su nacimiento; y es luz en la luz de esa

estrella que despierta a los Magos y los guía, los conduce hasta la cueva

de Belén (...)

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Todos tenemos nuestra estrella. (...)¡Qué maravilloso poder

de atracción hacia Jesucristo tiene la luz de esa estrella misteriosa

de la vocación! Ella es la que nos

despertó el amor a Jesucristo, la que nos

impulsó hacia la virtud, la que nos guió por entre las mil dificultades con

que tropezamos en nuestro camino;

pero sobre todo ella es el imán bendito con que nos atrajo Jesucristo

hacia sí.

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(…) La vocación nos trae y nos lleva, nos

mueve como pajitas en el viento, pero siempre en pos de Jesús como imán y norte y faro de

nuestra vida. (...)

Bendita estrella que nos saca de Oriente, nos libra de Herodes, nos

conduce a Belén y nos entrega a Jesús.

Por entre los obstáculos (...), las tentaciones de

la edad, los fuegos fatuos (…), la tendencia

a la vida cómoda, el carácter difícil, los

ensueños de vanidad …. Por entre todo esto

alumbraba la estrella.

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(...) [En la Iglesia] hay multiplicidad de

vocaciones (...) Todas ellas son muy

estimables, todas conducen a la santidad, en todas se encuentra el Señor con tal de que cada alma siga la suya.

(…) Esa estima general de todas las vocaciones

(..) no impide que nosotros amemos y

estimemos singularmente la

nuestra, la que Dios nos dio, la que alumbró en

nuestra alma, la vocación teresiana.

Esta para nosotros es la más hermosa, la propia, la única, la eficaz para

santificarnos.

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(...) Dos géneros de vocaciones prevalecen en la Iglesia de Dios: la

vocación a la vida interior y la vocación al apostolado exterior. (...)

[Y dice] Sto. Tomás: “Es cosa más perfecta el dar

a otro por medio de la predicación y de la

enseñanza el fruto de su contemplación que el

concretarse a contemplar para sí mismo; porque el

apostolado procede de la fuente abundante de la

contemplación. Por esto, esta forma de vida fue la

que escogió Cristo, nuestro divino

Redentor.” (...)

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¿No es verdad que parece como si el

santo doctor hubiera pensado en nosotros?

(...) Porque ésta es

nuestra específica vocación y nuestra

vida propia y característica: vida de

apostolado, que se lleva a cabo por

medio de la acción, pero que supone la

vida interior y la contemplación.

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Por eso el apostolado de las almas sin vida

interior no es tal apostolado; no es

agua del manantial, sino agua de un

recipiente pequeño que se agota y se

seca y no sirve para nada.

Nuestra vida es vida de acción (...) caben

pues en nuestra amadísima Obra todos los que sientan en sí mismos el ansia de apostolado, el celo

que inflama las almas, el ardor misionero. Todos los que con

alma de fuego quieran consumirse

trabajando por el bien de sus hermanos, los que tengan bríos y

energías para la acción y para la

conquista.

(...) ¡Qué hermosa es nuestra acción y qué precioso y atrayente nuestro apostolado!

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Además, nuestra Obra es tan abierta, flexible y universal, que en ella y por ella se llega a todos

los sectores sociales. Tenemos entrada en todos los centros, nos solicitan en las más

variadas actividades de la santa iglesia y

podemos influir en selección y en masas.

Nosotros tenemos por misión la conquista de

la verdad (…) las armas de la luz dice S. Pablo

que son las armas propias del cristiano.

Pues estas son precisamente nuestras armas: la verdad y la

luz.

¡Mirad qué hermosa es nuestra vocación

apostólica!

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(...) Pero esta acción ha de estar informada por la oración. Parece como

si nuestro venerado Padre, un poco

temeroso del inmenso horizonte de acción que

nos ofrecía, hubiera puesto todo su empeño

en llevarnos hacia el interior y en repetirnos

una y otra vez y multitud de veces, que

nuestra única fuerza era la oración.

Su carta sobre la oración debe ser para

nosotros su testamento y en cumplir ese

testamento hemos de cifrar nuestros anhelos.

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“Vivid mucho con Jesucristo en la

oración”, nos dice, “ojalá que al preguntar

a las teresianas : ¿dónde estás?, ¿en qué piensas?, ¿qué miras?, pudieran responder:

Estoy en Jesús, pienso en Jesús, miro a Jesús”

Y esta vida de oración es necesaria

precisamente porque hemos de dar luz, y

para esto, como dice S. Juan Bautista, lo

primero ha de ser arder. Nuestro apostolado

tiene que ser fruto de nuestra contemplación.Teresiana que no esté

bien llena del espíritu de Jesucristo, que no arda,

que no le viva muy unida, no es verdadera

teresiana: lleva el nombre, pero no lo es.

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En todo esto es bien determinante la

doctrina de nuestro Padre:

(...) las que os sintáis llamadas a la vida

interior; las que tengáis deseos de silencio, de

soledad, de recogimiento; las que

gustéis de hilar vuestro capuchillo en el secreto

de vuestro castillo interior,

“La perfección de la Obra está en la identificación con Cristo y su firmeza

en descansar en Cristo y su vida en participar de

la de Cristo”.

La consecuencia que de todo esto se deduce es

parecida a la que deducíamos al hablar de nuestra vida de acción,

vosotras sois las que tenéis verdadera

vocación teresiana (…)

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(Yo os digo que) vuestro espíritu, no sólo cabe en la Institución, sino que

precisamente ese espíritu es el que

buscaba nuestro Padre, el que ha de ser el jugo de la Obra y el alma de

ella.

“Yo quisiera -dice nuestro Padre- que las

teresianas fueran carmelitas descalzas,

aunque sin clausura, sin hábito y con zapatos

(…)”Aquí tenéis lo que dice el Fundador, cuya doctrina es la verdadera doctrina

de la Obra.

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(...) El espíritu de oración, la intimidad con

Jesús, el silencio, la penitencia, la

enfermedad ..., todo ello serán las fuentes subterráneas que

alimentarán las raíces de nuestra Obra.

Y no os importe incluso el que podáis aparecer cooperando menos al apostolado exterior.

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Cuanto más os cueste separaros del sagrario

para salir a actuar fuera; cuanto más os tire hacia dentro el recuerdo del

Señor presente en vuestra alma; cuanto

más activo sea el fuego de vuestro corazón, más

seguridades nos dará vuestro apostolado

exterior. Como haya muchas

fuentes subterráneas, ¡qué frondoso y qué

fructuoso será el árbol de la Institución teresiana!

Sólo estas fuentes pueden darnos descanso

y seguridad cuando pensemos en el porvenir

de la Obra. (Josefa Segovia, Cartas, pp. 121-41)

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