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“El fútbol es un sistema de signos, por lo tanto es un lenguaje. Hay momentos que son puramente poéticos: se trata de los momentos de gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código: es una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Igual que la palabra poética. El goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. El fútbol que produce más goles es el más poético. Incluso el dribbling es de por sí poético (aunque no siempre como la acción del gol). En los hechos, el sueño de cada jugador (compartido por cada espectador) es partir de la mitad del campo, dribbliar a todos y marcar el gol. Si, dentro de los límites consentidos, se puede imaginar en el fútbol una cosa sublime, es ésa. Pero no sucede nunca. Es un sueño.” Pier Paolo Pasolini INSTRUCCIONES PARA ELEGIR EN UN PICADO Cuando un grupo de amigos no enrolados en ningún equipo se disponen para jugar, tiene lugar una emocionante ceremonia destinada a establecer quienes integrarán los dos bandos. Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo o pisada y luego cada uno de ellos elige alternativamente a sus futuros compañeros. Se supone que los más diestros son elegidos en los primeros turnos, quedando para el final los troncos. Pocos han reparado en el contenido dramático de estos lances. El hombre que está esperando ser elegido vive una situación que rara vez se da en la vida. Sabrá de un modo brutal y exacto en qué medida lo aceptan o lo rechazan. Sin eufemismos, conocerá su verdadera posición en el grupo. A lo largo de los años, muchos futbolistas advertirán su decadencia, conforme su elección sea cada vez más demorada. Manuel Mandeb, que casi siempre oficiaba de elector observó que las decisiones no siempre recaían sobre los más hábiles. En un principio se creyó poseedor de vaya a saber qué sutilezas de orden técnico, que le hacían preferir compañeros que reunían ciertas cualidades. Pero un día comprendió que lo que en verdad deseaba, era jugar con sus amigos más queridos. Por eso elegía a los que estaban más cerca de su corazón, aunque no fueran tan capaces. El criterio de Mandeb parece apenas sentimental, pero es también estratégico. Uno juega mejor con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán. Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o los indeseables. Alejandro Dolina EL REFERÍ DEMASIADO JUSTO El colorado De Felipe era referí. Contra la opinión general que lo acreditó como un bombero de cuartel, quienes lo conocieron bien juran que nunca hubo un arbitro más justo. Tal vez era demasiado justo. De Felipe no sólo evaluaba las jugadas para ver si sancionaba alguna infracción: sopesaba también las condiciones morales de los jugadores involucrados, sus historias personales, sus merecimientos deportivos y espirituales. Recién entonces decidía. Y siempre procuraba favorecer a los buenos y castigar a los canallas.

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“El fútbol es un sistema de signos, por lo tanto es un lenguaje. Hay momentos que son puramente poéticos: se trata de los momentos de gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código: es una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Igual que la palabra poética. El goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. El fútbol que produce más goles es el más poético. Incluso el dribbling es de por sí poético (aunque no siempre como la acción del gol). En los hechos, el sueño de cada jugador (compartido por cada espectador) es partir de la mitad del campo, dribbliar a todos y marcar el gol. Si, dentro de los límites consentidos, se puede imaginar en el fútbol una cosa sublime, es ésa. Pero no sucede nunca. Es un sueño.”

Pier Paolo Pasolini

INSTRUCCIONES PARA ELEGIR EN UN PICADO

Cuando un grupo de amigos no enrolados en ningún equipo se disponen para jugar, tiene lugar una emocionante ceremonia destinada a establecer quienes integrarán los dos bandos. Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo o pisada y luego cada uno de ellos elige alternativamente a sus futuros compañeros.

Se supone que los más diestros son elegidos en los primeros turnos, quedando para el final los troncos. Pocos han reparado en el contenido dramático de estos lances.El hombre que está esperando ser elegido vive una situación que rara vez se da en la vida. Sabrá de un modo brutal y exacto en qué medida lo aceptan o lo rechazan. Sin eufemismos, conocerá su verdadera posición en el grupo. A lo largo de los años, muchos futbolistas advertirán su decadencia, conforme su elección sea cada vez más demorada.

Manuel Mandeb, que casi siempre oficiaba de elector observó que las decisiones no siempre recaían sobre los más hábiles. En un principio se creyó poseedor de vaya a saber qué sutilezas de orden técnico, que le hacían preferir compañeros que reunían ciertas cualidades.

Pero un día comprendió que lo que en verdad deseaba, era jugar con sus amigos más queridos. Por eso elegía a los que estaban más cerca de su corazón, aunque no fueran tan capaces.

El criterio de Mandeb parece apenas sentimental, pero es también estratégico. Uno juega mejor con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán. Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o los indeseables.

Alejandro Dolina

EL REFERÍ DEMASIADO JUSTO

El colorado De Felipe era referí. Contra la opinión general que lo acreditó como un bombero de cuartel, quienes lo conocieron bien juran que nunca hubo un arbitro más justo. Tal vez era demasiado justo.

De Felipe no sólo evaluaba las jugadas para ver si sancionaba alguna infracción: sopesaba también las condiciones morales de los jugadores involucrados, sus historias personales, sus merecimientos deportivos y espirituales. Recién entonces decidía. Y siempre procuraba favorecer a los buenos y castigar a los canallas.

Jamás iba a cobrarle un penal a un defensor decente y honrado, ni aunque el hombre tomara la pelota con las dos manos. En cambio, los jugadores pérfidos, holgazanes o alcahuetes eran penados a cada intervención. Creía que su silbato no estaba al servicio del reglamento, sino para hacer cumplir los propósitos nobles del universo. Aspiraba a un mundo mejor, donde los pibes melancólicos y soñadores salen campeones y los cancheros y compadrones se van al descenso.

Parece increíble. Sin embargo, todos hemos conocido árbitros de locura inversa, amigos o lacayos de los sobradores, por temor a ser sus víctimas. Inflexibles con los débiles y condescendientes con los matones. Una tarde casi lo matan en Ciudadela. Los Hombres Sensibles de Flores lamentaron no haber estado allí, para hacerse dar una piña en su homenaje.

Alejandro Dolina

EL PATIO DE LAS PELOTAS PERDIDAS

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Los demonios ladrones andan merodeando cerca de las canchas. Cuando la pelota se va lejos, la ocultan entre los yuyales o en las zanjas para que los jugadores no puedan encontrarla. Ya en la noche, llevan las pelotas perdidas a un patio secreto. Los demonios realizan además acuerdos infames con vecinos chúcaros. Y en las madrugadas recorren techos, canaletas y terrazas para comprobar su despojo. Nadie lo sabe, pero en el patio están todas las pelotas perdidas: duras reliquias con tiento, flamantes cueros profesionales, humildes "pulpos" de goma, infames bolas de plástico que doblan en el aire, ásperas veteranas que han conocido mil costurones. Un día entre los días vendrá del sur un duende bienhechor que ha de sacar las pelotas cautivas para devolverlas a sus dueños Y todos sentirán la emoción de revivir viejos piques olvidados.

Alejandro Dolina

FÚTBOL

Son veintidós muchachos las rodillas al aireolor a magulladas hierbasEl público con ojos asombradosel fuerte gozne articular observala poderosa valva de la rótulalos tendones tirantes como cuerdas.Van y vienen los trajes de coloresahora da uno una patada épicaalgo vuela hacia el sol y no se sabesi es la pelota o si es la misma Tierra.

Baldomero Fernández Moreno

LA BARRERA

Un paso más atrás. Dos más atrás. Tres. Ahí esta bien. Ya está la barrera formada. Una baldosa más acá. Un momento. Ante todo sacar las cosas del arco. Hay botellas debajo de la pileta. Ya la otra vez cagó una. Y dos sifones. El blindado, no es nada. Pero el otro puede reventar, y los sifones revientan y los pedacitos de vidrios saltan y se te meten en los ojos de uno. Bien juntas las macetas de la barrera. El arquero muy nervioso. Miguel Tornino frente al balón. Atención. El rubio Miguel Tornino frente al balón. Una mano en la cintura. La otra también. La mano sacándose el pelo de la frente. La transpiración de la frente. De los ojos. Hay silencio en el estadio. Es la siesta. Hasta el Negro se ha quedado quieto. Resignado a ser simple espectador de ese tiro libre de carácter directo que ya tiene como seguro ejecutor a Miguel Tornino, que estudia con los ojos entrecerrados el ángulo de tiro, el hueco que le deja la barrera, la luz que atisba entre la pierna derecha del recio mediovolante de la visita y la pata de portland de la maceta grandota del culantrillo. Un solo grito en el estadio: Miguel, Miguel. El público de pie ante esta, la última oportunidad del Racing Club cuando sólo faltan dos minutos para que finalice el match. Habrá que apurarse antes de que vuelva a adelantarse la barrera o. el Negro insista en morder la pelota y hacerla cagar como el otro día que la pinchó el muy boludo. Sonó el silbato. Habrá que pegarle de chanfle interno. La cara interna del pie diestro de Miguel Tornino, el pibe de las inferiores debutante hoy? le dará al balón casi de costado, tal vez de abajo, con no mucha fuerza, pero sí con satánica precisión para que ese fulbo describa una rara comba sobre la cabeza de los asombrados defensores, sobre el despeinado pirincho del helécho de la segunda maceta y se cuele entre el travesaño; el poste y el postrer manotazo de la lata de aceite Cocinero que se ha lucido hasta el momento. ¡Tiró Tornino! Y se hizo mimbre el arquero ante el latigazo insólito de curva inesperada y con la punta de los dedos allá voló la lata a la mierda. Carajo que ladra el Negro. Si mamá,. . .si la guardo. . .está bien,. . .pero mira vos como la viene a sacar este guacho.

Roberto Fontanarrosa

EL TIPO QUE PASABA POR AHÍ

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Suele ocurrir en los equipos de barrio que a la hora de comenzar el partido faltan uno o dos jugadores. Casi siempre se recurre a oscuros sujetos que nunca faltan en la vecindad de los potreros. El destino de estos individuos no es envidiable. Deben jugar en puestos ruines, nadie les pasa la pelota y soportan remoquetes de ocasión, como Gordito, Pelado o Celeste, en alusión al color de su camiseta. Si repentinamente llega el jugador que faltaba, se lo reemplaza sin ninguna explicación y ya nadie se acuerda de su existencia.

Pero una tarde, en Villa del Parque, los muchachos del Ciclón de Jonte completaron su formación con uno de estos peregrinos anónimos. Y sucedió que el hombre era un genio. Jugaba y hacía jugar. Convirtió seis goles y realizó hazañas inolvidables. "Nunca nadie jugó así. Al terminar el partido se fue en silencio, tal vez en procura de otros desafíos ajenos.

Cuando lo buscaron para felicitarlo, ya no estaba. Preguntaron por él a los lugareños, pero nadie lo conocía. Jamás volvieron a verlo. Algunos muchachos del Ciclón de Jonte dicen que era un profesional de primera división, pero nadie se contenta con ese juicio. La mayoría ha preferido sospechar que era un ángel que les hizo una gauchada. Desde aquella tarde, todos tratan con más cariño a los comedidos que juegan de relleno.

Alejandro Dolina

ALPARGATA OLÍMPICA

Amaneció lloviendo, Atlantes, de la divisional zonal de Santa Fe, inauguraba su campo de juego. Por lesión del titular, primera actuación del "cheche" hachero de Puerto Piraí. Era un indudable representante de la Pachamama, ojos negros algo achinados, piel cobriza que el sol del Impenetrable había oscurecido aún más, pelo duro y con forma de cepillo de alambre. Decían que su tiro de media distancia era temido, reconociendo que una vez jugando en patas había reventado una pelota con el dedo gordo del pie. En uno de los entreveros pierde la alpargata izquierda, continuando a pie muy embarrado. Faltaban dos minutos, había un córner para Atlantes que perdían uno a cero. Allá fue el correntino a patearlo, se acomodó y eligió su mejor perfil de derecha. Una carrera corta y apareció el misil. La suela de la zapatilla tocó la pelota y la impulsó como energizada por un destello de Harry Potter, incrustando el conjunto en una rara comba en el fondo de la malla de hilo, convirtiéndolo en gol olímpico. Desde entonces la suela del cheche, entra antes que el equipo, como cabala.

Mauricio MondayMEDIO A CERO

El "Toro" Freidíaz, mamita como le pegaba de fuerte a la pelota, era el 8 de Huracán Ciclista Club, en la Liga pese a su corta edad ya era conocido por su destreza y todos recordaban aquel partido en reserva contra Cascallares, cuando sacó el bombazo que fue el causante de los gravísimos disturbios, acontecimiento que luego se lo conoció como "La tarde del medio", porque el arco era de palos cuadrados, como en todos lados, y el formidable remate del Toro dio en uno de los filos del palo pero como venía con semejante violencia la pelota se partió por la mitad y cayó una mitad afuera y la otra adentro del arco, el referí no sabía qué cobrar hasta que se le acercó el Gringo Maglione (capitán del HCC) y le alcanzó a susurrar al oído: "si no cobrás gol, te fajo...", inmediatamente el hombre de negro marcó el centro del campo, desencadenando una batahola descomunal; al tiempo la Liga dio su dictamen sobre el resultado siendo este de 1/2 a O a favor de Huracán Ciclista.

Juan María Iroulart

PARAVALANCHA

¿No te acordás cuando colgué los botines?¿Dónde dejé los cortos y el inflador?Yo quise ser jugador, Paravalanchallegué hasta hincha titular en el montón.El potrerito se llenó de casillasen la canchita hicieron un monoblock.

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Yo quise ser jugador, Paravalancha.Llegué hasta hincha y me parece que es mejor.Y soy un hincha, hijo de un hinchanieto de un hincha que soñó ser jugador.Yo soy un hincha, Paravalancha.alma de la fiesta, carne de tablón. Alejandro Del Prado

LEYES DE DESCARTES EN CASO DE DUDASi usted es portero, en caso de duda grite: "Miaaaaaa".Si usted es defensa, en caso de duda pida fuera de juego.Si usted es delantero, en caso de duda pida penal.Si usted es mediocampista, en caso de duda déjese caer y pida falta.Si usted es periodista, en caso de duda critique la estrategia.Si usted es entrenador, en caso de duda muéstrese irritado.Si usted es directivo, en caso de duda destituya al entrenador.Si usted es espectador, en caso de duda insulte al árbitro.Si usted es arbitro, en caso de duda muéstrele la tarjeta al jugador visitante y regañe severamente al jugador local.

Daniel Samper y Rafael Gordillo

Me adelanto a una velocidad fulgurante, ya estoy en el área penal, desbordo a los defensores, el arquero sale a detenerme, me escapo por un costado, cruzo la línea de gol y me voy contra la red. El público grita enloquecido. Flor de golazo, comentan los aficionados. Flor de patada, pienso yo, dolorida, mientras me alzan para llevarme otra vez a la mitad del campo. Ana María Shua .

SUEÑOS

El sábado a la noche el delantero soñó que en el partido del día siguiente ejecutaba un penal y era gol porque amagaba y disparaba a la izquierda del arquero que se iba, engañado, hacia su derecha. El domingo, el arbitro cobró un penal para su equipo y el delantero, que tenía muy presente el sueño, amagó a la derecha y le dio hacia la izquierda del arquero, casi con displicencia, respondiendo a la premonición. El arquero, que se había volcado justamente hacia su izquierda, no tuvo que hacer mucho esfuerzo para detener la pelota. El delantero se quedó estático, azorado. La perturbación se multiplicó cuando el arquero, al pasar a su lado, mientras sacaba la pelota le dijo en tono canchero: "los sábados a la noche me tiro a la derecha, los domingos a la tarde, no". Juan José Panno

EL PENAL MÁS LARGO DEL MUNDO

El penal más fantástico del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar perdido del valle de Río Negro, en Argentina, un domingo por la tarde en un estadio vacío. Estrella Polar era un club de billares y mesas de baraja, un boliche de borrachos en una calle de tierra que terminaba en la orilla del río. Tenía un equipo de fútbol que participaba en el campeonato del valle porque los domingos no había otra cosa que hacer y el viento arrastraba la arena de las bardas y el polen de las chacras.

Los jugadores eran siempre los mismos, o los hermanos de los mismos. Cuando yo tenía quince años, ellos tendrían treinta y me parecían viejísimos. Díaz, el arquero, tenía casi cuarenta y el pelo blanco que le caía sobre la frente de indio araucano. En el campeonato participaban dieciséis clubes y Estrella Polar siempre terminaba más abajo del décimo puesto. Creo que en 1957 se habían colocado en el decimotercer lugar y volvían a sus casas cantando, con la

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camiseta roja bien doblada en el bolso porque era la única que tenían. En 1958 empezaron ganándole a Escudo Chileno, otro club de miseria.

A nadie le llamo la atención eso. En cambio, un mes después, cuando habían ganado cuatro partidos seguidos y eran los punteros del torneo, en los doce pueblos del valle empezó a hablarse de ellos. Las victorias habían sido por un gol, pero alcanzaban para que Deportivo Belgrano, el eterno campeón, el de Padini, Constante Gauna y Tata Cardiles, quedara relegado al segundo puesto, un punto más abajo. Se hablaba de Estrella Polar en la escuela, en el ómnibus, en la plaza, pero no imaginaba todavía que al terminar el otoño tuvieran 22 puntos contra 21 de los nuestros.

Las canchas se llenaban para verlos perder de una buena vez. Eran lentos como burros y pesados como roperos, pero marcaban hombre a hombre y gritaban como marranos cuando no tenían la pelota. El entrenador, un tipo de traje negro, bigotitos recortados, lunar en frente y pucho apagado entre los labios, corría junto a la línea de toque y los azuzaba con una vara de mimbre cuando pasaban a su lado. El público se divertía con eso y nosotros, que por ser menores jugábamos los sábados, no nos explicábamos como ganaban si eran tan malos.

Daban y recibían golpes con tanta lealtad y entusiasmo, que terminaban apoyándose unos sobre otros para salir de la cancha mientras la gente les aplaudía el 1 a O y les alcanzaba botellas de vino refrescadas en la tierra húmeda. Por las noches celebraban en el prostíbulo de Santa Ana y la gorda Leticia se quejaba de que se comieran los restos del pollo que ella guardaba en la heladera.

Eran la atracción y en el pueblo se les permitía todo. Los viejos les recogían de los bares cuando tomaban demasiado y se ponían pendencieros; los comerciantes les regalaban algún juguete o caramelos para los hijos y en el cine, las novias les consentían caricias por encima de las rodillas. Fuera de su pueblo nadie los tomaba en serio, ni siquiera cuando le ganaron a Atlético San Martín por 2 a l .

En medio de la euforia perdieron, como todo el mundo, en Barda del Medio y al terminar la primera rueda dejaron el primer puesto cuando Deportivo Belgrano los puso en su lugar con siete goles. Todos creímos, entonces, que la normalidad empezaba a restablecerse. Pero el domingo siguiente ganaron 1 a O y siguieron con su letanía de laboriosos, horribles triunfos y llegaron a la primavera con apenas un punto menos que el campeón.

El último enfrentamiento fue histórico por el penal. El estadio estaba repleto y los techos de las casas también. Todo el mundo esperaba que Deportivo Belgrano repitiera los siete goles de la primera rueda. El día era fresco y soleado y las manzanas empezaban a colorearse en los árboles. Estrella Polar trajo más de quinientos hinchas que tomaron una tribuna por asalto y los bomberos tuvieron que sacar las mangueras para que se quedaran quietos.

El referí que pitó el penal era Herminio Silva, un epiléptico que vendía las rifas del club local y todo el mundo entendió que se estaba jugando el empleo cuando a los cuarenta minutos del segundo tiempo estaban uno a uno y todavía no había cobrado la pena por más que los de Deportivo Belgrano se tiraran de cabeza en el área de Estrella Polar y dieran volteretas y malabarismos para impresionarlo. Con el empate el local era campeón y Herminio Silva quería conservar el respeto por sí mismo y no daba penal porque no había infracción.

Pero a los 42 minutos, todos nos quedamos con la boca abierta cuando el puntero izquierdo de Estrella Polar clavó un tiro libre desde muy lejos y se pusieron arriba 2 a 1. Entonces sí, Herminio Silva pensó en su empleo y alargó el partido hasta que Padín entró en el área y ni bien se le acercó un defensor pitó. Ahí nomás dio un pitazo estridente, aparatoso y sancionó el penal. En ese tiempo el lugar de ejecución no estaba señalado con una mancha blanca y había que contar doce pasos de hombre. Herminio Silva no alcanzó siquiera a recoger la pelota porque el lateral derecho de Estrella Polar, el Coló Rivera, lo durmió de un cachetazo en la nariz. Hubo tanta pelea que se hizo de noche y no hubo manera de despejar la cancha ni de despertar a Herminio Silva. El comisario, con la linterna encendida, suspendió el partido y ordenó disparar al aire. Esa noche el comando militar dictó estado de emergencia, o algo así, y mandó a enganchar un tren para expulsar del pueblo a toda persona que no tuviera apariencia de vivir allí.

Según el tribunal de al Liga, que se reunió el martes, faltaban jugarse veinte segundos a partir de la ejecución del tiro penal y ese match aparte entre Constante Gauna, el shoteador y el gato Díaz al arco, tendría lugar el domingo siguiente, en el mismo estadio a puertas cerradas. De manera que el penal duro una semana y fue, si nadie me informa lo contrario, el más largo de toda la historia. El miércoles faltamos al colegio y nos fuimos al pueblo vecino a curiosear. El club estaba cerrado y todos los hombres se habían reunido do en la cancha, entre las bardas. Formaban una larga fila para patearle penales al Gato Díaz y el entrenador de traje negro y lunar trataba de explicarles que esa era la mejor manera de probar al arquero.

Al final, todos tiraron su penal y el Gato atajó unos cuantos porque le pateaban con alpargatas y zapatos de calle. Un soldado bajito, callado, que estaba en la cola, le tiró un puntazo con el borseguí militar y casi arranca la red. Al caer la tarde volvieron al pueblo, abrieron el club y se pusieron a jugar a las cartas. Díaz se quedó toda la noche sin hablar, tirándose para atrás el pelo blanco y duro hasta que después de comer se puso un escarbadientes en la boca y dijo:

-Constante los tira a la derecha.-Siempre -dijo el presidente del club.-Pero él sabe que yo sé.-Entonces estamos jodidos.-Sí, pero yo sé que él sabe -dijo el Gato.-Entonces tírate a la izquierda y listo -dijo uno de los que estaban en la mesa. -No. El sabe que yo sé que él sabe -dijo el Gato Díaz y se levantó para ir a dormir.

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-El Gato esta cada vez más raro -dijo el presidente el club cuando lo vio salir pensativo, caminando despacio.

El martes no fue a entrenar y el miércoles tampoco. El jueves, cuando lo encontraron caminando por las vías del tren estaba hablando solo y lo seguía un perro con el rabo cortado.

-¿Lo vas a atajar?- le preguntó, ansioso, el empleado de la bicicletería.-No sé. ¿Qué me cambia eso?- preguntó.-Que nos consagramos todos, Gato. Les tocamos el culo a esos maricones de Belgrano.-Yo me voy consagrar cuando la rubia de Ferreyra me quiera querer -dijo y silbó al perro para volver a su casa.El viernes, la rubia de Ferreyra esta atendiendo la mercería cuando el intendente del pueblo entró con un ramo

de flores y una sonrisa ancha como una sandía abierta. Esto te lo manda el Gato Díaz y hasta el lunes vos decís que es tu novio.

-Pobre tipo -dijo ella con una mueca y ni miro las flores que habían llegado de Neuquén por el ómnibus de las diez y media.

A la noche fueron juntos al cine. En el entreacto el Gato salió al hall a fumar y la rubia de los Ferreyra se quedó sola en la media luz, con la cartera sobre la falda, leyendo cien veces el programa sin levantar la vista. El sábado a la tarde el Gato Díaz pidió prestadas dos bicicletas y fueron a pasear a las orillas del río. Al caer la tarde la quiso besar, pero ella dio vuelta la cara y dijo que el domingo a la noche, tal vez, después que atajara el penal, en el baile.

-¿Y yo cómo sé? -dijo él.-¿Cómo sabes qué?-Si me tengo que tirar para ese lado.La rubia Ferreyra lo tomó de la mano y lo llevó hasta donde habían dejado las bicicletas.-En esta vida nunca se sabe quién engaña a quién -dijo ella.- ¿Y si no lo atajo? -preguntó él.- Entonces quiere decir que no me querés -respondió la rubia, y volvieron al pueblo.El domingo del penal salieron del club veinte camiones cargados de gente, pero la policía los detuvo a la entrada

del pueblo y tuvieron que quedarse a un costado de la ruta, esperando bajo el sol. En aquel tiempo y en aquel lugar no había emisoras de radio, ni forma de enterarse de lo que ocurría en una cancha cerrada, de manera que los de Estrella Polar establecieron una posta entre el estadio y la ruta.

El empleado del bicicletero subió a un techo desde donde se veía el arco del Gato Díaz y desde allí narraba lo que ocurría a otro muchacho que había quedado en la vereda que a su vez transmitía a otro que estaba a veinte metros y así hasta que cada detalle llegaba a donde esperaban los hinchas de Estrella Polar.

A las tres de la tarde, los dos equipos salieron a la cancha vestidos como si fueran a jugar un partido en serio. Herminio Silva tenía un uniforme negro, desteñido pero limpio y cuando todos estuvieron reunidos en el centro de la cancha fue derecho hasta donde estaba el Coló Rivero que le había dado el cachetazo el domingo anterior y lo expulsó de la cancha. Todavía no se había inventado la tarjeta roja, y Herminio señala la entrada del túnel con una mano temblorosa de la que colgaba el silbato.

Al fin, la policía sacó a empujones al Coló que quería quedarse a ver el penal. Entonces el arbitro fue hasta el arco con la pelota apretada contra una cadera, contó doce pasos y la puso en su lugar. El Gato Díaz se había peinado a la gomina y la cabeza le brillaba como una cacerola de aluminio. Nosotros los veíamos desde el paredón que rodeaba la cancha, justo detrás del arco, y cuando se colocó sobre la raya de cal y empezó a frotarse las manos desnudas, empezamos a apostar hacía dónde tiraría Constante Gauna. En la ruta habían cortado el tránsito y todo el Valle estaba pendiente de ese instante porque hacía diez años que el Deportivo Belgrano no perdía un campeonato. También la policía quería saber, así que dejaron que la cadena de relatores se organizara a lo largo de tres kilómetros y las noticias llegaban de boca en boca apenas espaciadas por los sobresaltos de la respiración.

Recién a las tres y media, cuando Herminio Silva consiguió que los dirigentes de los dos clubes, los entrenadores y las fuerzas vivas del pueblo abandonaran la cancha, Constante Gauna se acercó a acomodar la pelota. Era flaco y musculoso y tenía las cejas tan pobladas que parecían cortarle la cara en dos. Había tirado ese penal tantas veces -contó después- que volvería a patearlo a cada instante de su vida, dormido o despierto. A las cuatro menos cuarto, Herminio Silva se puso a medio camino entre el arco y la pelota, se llevó el silbato a la boca y sopló con todas sus fuerzas. Estaba tan nervioso y el sol le había machacado tanto sobre la nuca, que cuando la pelota salió hacía el arco, el referí sintió que los ojos se reviraban y cayó de espalda echando espuma por la boca. Díaz dio un paso al frente y se tiró a su derecha.

La pelota salió dando vueltas hacía el medio del arco y Constante Gauna adivinó enseguida que las piernas del Gato Díaz llegarían justo para desviarla hacia un costado. El gato pensó en el baile de la noche, en la gloria tardía y en que alguien corriera a tirar la pelota al córner porque había quedado picando en el área. El petiso Mirabelli llegó primero que nadie y la sacó afuera, contra el asombrado, pero el arbitro Herminio Silva no podía verlo porque estaba en el suelo, revolcándose con su epilepsia. Cuando todo Estrella Polar se tiró sobre el Gato Díaz, el juez de línea corrió hacía Herminio Silva con la bandera parada y desde el paredón donde estábamos sentados oímos que gritaba "¡no vale, no vale!".

La noticia corrió de boca en boca, jubilosa. La atajada del Gato y el desmayo del árbitro. Entonces en la ruta todos abrieron las botellas de vino y empezaron a festejar, aunque el "no vale" llegara balbuceado por los mensajeros como una mueca atónita. Hasta que Herminio Silva no se puso de pie, desencajado por el ataque, no hubo respuesta definitiva. Lo primero que preguntó fue “qué pasó” y cuando se lo contaron sacudió la cabeza y dijo que había que patear de nuevo porque él no

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había estado allí y el reglamento decía que el partido no puede jugarse con un árbitro desmayado. Entonces el Gato Díaz apartó a los que querían pegarle al vendedor de rifas de Deportivo Belgrano y dijo que había que apurarse porque esa noche él tenía una cita y una promesa y fue otra vez bajo el arco.

Constante Gauna debía tenerse poca fe, porque le ofreció el tiro a Padini y recién después fue hacía la pelota mientras el juez de línea ayudaba a Herminio Silva a mantenerse parado. Afuera se escuchaban bocinazos de festejo y los jugadores de Estrella Polar empezaron a retirarse de la cancha rodeados por la policía.

El pelotazo salió hacía la izquierda y el Gato Díaz se fue para el mismo lado con una elegancia y una seguridad que nunca más volvió a tener. Cerca de Gauna miró al cielo y después se echó a llorar. Nosotros saltamos del paredón y fuimos a mirar de cerca de Díaz, el viejo, el grandote, que miraba la pelota que tenía entre las manos como si hubiera sacado la sortija de la calesita.

Dos años más tarde, cuando él era una ruina y yo un joven insolente, me lo encontré otra vez, a doce pasos de distancia y lo vi inmenso, agazapado en punta de pie, con los dedos abiertos y largos. En una mano llevaba un anillo de matrimonio que no era de la rubia de los Ferreyra sino del hermano del Coló Rivero, que era tan india y tan vieja como él. Evité mirarlo a los ojos y le cambié la pierna; después tiré de zurda, abajo, sabiendo que no llegaría porque estaba un poco duro y le pesaba la gloria. Cuando fui a buscar la pelota dentro del arco, el Gato Díaz estaba levantándose como un perro apaleado.

- Bien, pibe -me dijo-. Algún día, cuando seas viejo, vas a andar contando por ahí que le hiciste un gol al Gato Díaz, pero para entonces ya nadie se va a acordar de mí. Osvaldo Soriano

FÚTBOL A SOL Y A SOMBRA

La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo y sin reloj y sin juez.El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar,, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía. Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad.

Eduardo Galeano

EL JUGADOR

Corre, jadeando, por la orilla. A un lado lo esperan los cielos de la gloría; al otro, los abismos de la ruina. El barrio lo envidia: el jugador profesional se ha salvado de la fábrica o de la oficina, le pagan por divertirse, se sacó la lotería. Y aunque tenga que sudar como una regadera, sin derecho a cansarse ni a equivocarse, él sale en los diarios y en la tele, las radios dicen su nombre, las mujeres suspiran por él y los niños quieren imitarlo. Pero él, que había empezado jugando por el placer de jugar, en las calles de tierra de los suburbios, ahora juega en los estadios por el deber de trabajar y tiene la obligación de ganar o ganar. Los empresarios lo compran, lo vender, los prestan: y él se deja llevar a cambio de la promesa de más fama y dinero. Cuanto más éxito tiene, y más dinero gana, más preso está. Sometido a disciplina militar, sufre cada día el castigo de los entrenamientos feroces y se somete a los bombardeos de analgésicos y las infiltraciones de cortisona que olvidan el dolor y mienten la salud. Y en las vísperas de los partidos importantes, lo encierran en un campo de concentración donde cumple trabajos forzados, come comidas bobas, se emborracha con agua y duerme solo. En los otros oficios humanos, el ocaso llega con la vejez, pero el jugador de fútbol puede ser viejo a los treinta años. Los músculos se cansan temprano:- Éste no hace un gol ni con la cancha en bajada.- ¿Éste? Ni aunque le aten las manos al arquero. O antes de los treinta, si un pelotazo lo desmaya de mala manera, o la mala suerte le revienta un músculo, o una patada le rompe un hueso de esos que no tienen arreglo. Y algún mal día el jugador descubre que se ha jugado la vida a una sola baraja y que el dinero se ha volado y la fama también. La fama, señora fugaz, no le ha dejado ni una cartita de consuelo.

Eduardo Galeano

EL ARQUERO

También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir,paganini, penitente o payaso de las bofetadas. Dicen que donde él pisa, nunca más crece el césped. Es uno solo.Está condenado a mirar el partido de lejos. Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, sufusilamiento. Antes vestía de negro, como el árbitro. Ahora el árbitro ya no está disfrazado de cuervo y el arqueroconsuela su soledad con fantasías de colores. Él no hace goles. Está allí para impedir que se hagan. El gol, fiestadel fútbol: el goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace. Lleva a la espalda el númerouno. ¿Primero en cobrar? Primero en pagar. El portero siempre tiene la culpa. Y si no la tiene, paga lo mismo.

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Cuando un jugador cualquiera comete un penal, el castigado es él: allí lo dejan, abandonado ante su verdugo, enla inmensidad de la valla vacía. Y cuando el equipo tiene una mala tarde, es él quien paga el pato, bajo una lluviade pelotazos, expiando los pecados ajenos. Los demás jugadores pueden equivocarse feo una vez o muchas veces,pero se redimen mediante una finta espectacular, un pase magistral, un disparo certero: él no. La multitud noperdona al arquero. ¿Salió en falso? ¿Hizo el sapo? ¿Se le resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos deacero? Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el públicoolvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna. Hasta el fin de sus días lo perseguirá lamaldición.

Eduardo Galeano

EL ÍDOLO

Y un buen día la diosa del viento besa el pie del hombre, el maltratado, el despreciado pie, y de ese beso nace el ídolo del fútbol. Nace en una cuna de paja y choza de lata y viene al mundo abrazado a una pelota. Desde que aprende a caminar, sabe jugar. En sus años tempranos alegra los potreros, juega que te juega en los andurriales de los suburbios hasta que cae la noche y ya no se ve la pelota, y en sus años mozos vuela y hace volar en los estadios. Sus artes malabares convocan multitudes, domingo tras domingo, de victoria en victoria, de ovación en ovación. La pelota lo busca, lo reconoce, lo necesita. En el pecho de su pie, ella descansa y se hamaca. El le saca lustre y la hace hablar, y en esa charla de dos conversan millones de mudos. Los nadies, los condenados a ser por siempre nadies, pueden sentirse álguienes por un rato, por obra y gracia de esos pases devueltos al toque, esas gambetas que dibujan zetas en el césped, esos golazos de toquilo o de chilena: cuando juega él, el cuadro tiene doce jugadores.- ¿Doce? ¡Quince tiene! ¡Veinte! La pelota ríe, radiante, en el aire. Él baja, la duerme, la piropea, la baila, y viendo esas cosas jamás vistas sus adoradores sienten piedad por sus nietos aún no nacidos, que no ¡as verán. Pero el ídolo es ídolo por un rato nomás, humana eternidad, cosa de nada: y cuando al pie de oro le llega la hora de la mala pata, la estrella ha concluido su viaje desde el fulgor hasta el apagón. Está ese cuerpo con más remiendos que traje de payaso, y ya el acróbata es un paralítico, el artista una bestia:-¡Con la herradura no! La fuente de la felicidad pública se convierte en el pararrayos del público rencor:- ¡Momia! A veces el ídolo no cae entero. Y a veces, cuando se rompe, la gente le devora los pedazos.

Eduardo GaleanoEL HINCHAUna vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio. Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno. Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos. Rara vez el hincha dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música. Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval. Eduardo GaleanoEL FANÁTICOEl fanático es el hincha en el manicomio. La manía de negar la evidencia ha terminado por echar a pique a la razón y a cuanta cosa se le parezca, y a la deriva navegan los restos del naufragio en estas aguas hirvientes, siempre alborotadas por la furia sin tregua. El fanático llega al estadio envuelto en la bandera del club, la cara pintada con los colores de la adorada camiseta, erizado de objetos estridentes y contundentes, y ya por el camino viene armando mucho ruido y mucho lío. Nunca viene solo. Metido en la barra brava, peligroso ciempiés, el humillado se hace humillante y da miedo el miedoso. La omnipotencia del domingo conjura la vida obediente del resto de la semana, la cama sin deseo, el empleo sin vocación ó el ningún empleo: liberado por un día, el fanático tiene mucho que vengar. En estado de epilepsia mira el partido, pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí está su campo de batalla. La sola existencia del hincha del otro club constituye una provocación inadmisible. El Bien no es violento, pero el Mal lo obliga. El enemigo, siempre culpable, merece que le retuerzan el pescuezo. El fanático no puede distraerse, porque el enemigo acecha por todas partes. También está dentro del espectador callado, que en cualquier momento puede llegar a opinar que el rival está jugando correctamente, y entonces tendrá su merecido.

Eduardo Galeano

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EL GOL

El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna. Hace medio siglo, era raro que un partido terminara sin goles: O a O, dos bocas abiertas, dos bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan todo el partido colgados del travesaño, dedicados a evitar los gol es y sin tiempo para hacerlos. El entusiasmo que se desata cada vez que la bala blanca sacude la red puede parecer misterio o locura, pero hay que tener en cuenta que el milagro se da poco. El gol, aunque sea un golcito, resulta siempre gooooooooooooooooooooooool en la garganta de los relatores de radio, un do de pecho capaz de dejar a Caruso mudo para siempre, y la multitud delira y el estadio se olvida de que es de cemento y se desprende de la tierra y se va al aire.

Eduardo Galeano

EL DIRECTOR TÉCNICO

Antes existía el entrenador, y nadie le prestaba mayor atención. El entrenador murió, calladito la boca, cuando el juego dejó de ser juego y el fútbol profesional necesitó una tecnocracia del orden. Entonces nació el director técnico, con la misión de evitar la improvisación, controlar la libertad y elevar al máximo el rendimiento de los jugadores, obligados a convertirse en disciplinados atletas. El entrenador decía: Vamos a jugar. El técnico dice: Vamos a trabajar. Ahora se habla en números. El viaje desde la osadía hacia el miedo, historia del fútbol en el siglo veinte, es un tránsito desde el 2-3-5 hacia el 5-4-1 pasando por el 4-3-3 y el 4-4-2. Cualquier profano es capaz de traducir eso, con un poco de ayuda, pero después, no hay quien pueda. A partir de allí, el director técnico desarrolla fórmulas misteriosas como la sagrada concepción de Jesús, y con ellas elabora esquemas tácticos más indescifrables que la Santísima Trinidad. Del viejo pizarrón a las pantallas electrónicas; ahora las jugadas magistrales se dibujan en una computadora y se enseñan en video. Esas perfecciones rara vez se ven, después, en los partidos que la televisión transmite. Más bien la televisión se complace exhibiendo la crispación en el rostro del técnico, y lo muestra mordiéndose los puños o gritando orientaciones que darían vuelta al partido si alguien pudiera entenderlas. Los periodistas lo acribillan en la conferencia de prensa, cuando el encuentro termina. El técnico jamás cuenta el secreto de sus victorias, aunque formula admirables explicaciones de sus derrotas: Las instrucciones eran claras, pero no fueron escuchadas, dice, cuando el equipo pierde por goleada ante un cuadrito de morondanga. O ratifica la confianza en sí mismo, hablando en tercera persona más o menos así: «Los reveses sufridos no empañan la conquista de una claridad conceptual que el técnico ha caracterizado como una síntesis de muchos sacrificios necesarios para llegar a la eficacia». La maquinaria del espectáculo tritura todo, todo dura poco, y el director técnico es tan desechable como cualquier otro producto de la sociedad de consumo. Hoy el público le grita: ¡No te mueras nunca! Y el Domingo que viene lo invita a morirse. El cree que el fútbol es una ciencia y la cancha un laboratorio, pero los dirigentes y la hinchada no sólo le exigen la genialidad de Einstein y la sutileza de Freud, sino también la capacidad milagrera de la Virgen de Lourdes y el aguante de Gandhi.

Eduardo Galeano

EL LENGUAJE DE LOS DOCTORES DEL FÚTBOL

Vamos a sintetizar nuestro punto de vista, formulando una primera aproximación a la problemática táctica, técnica y física del cotejo que se ha disputado esta tarde en el campo del Unidos Venceremos Fútbol Club, sin caer en simplificaciones incompatibles con un tema que sin duda nos está exigiendo análisis más profundo y detallado y sin incurrir en ambigüedades que han sido, son y serán ajenas a nuestra prédica de toda una vida al servicio de la afición deportiva. Nos resultaría cómodo eludir nuestra responsabilidad atribuyendo el revés del once locatario a la discreta performance de sus jugadores, pero la excesiva lentitud que indudablemente mostraron en la jornada de hoy a la hora de devolucionar cada esférico recepcionado no justifica de ninguna manera, entiéndase bien, señoras y señores, de ninguna manera, semejante descalificación generalizada y por lo tanto injusta. No, no y no. El conformismo no es nuestro estilo, como bien saben quienes nos han seguido a lo largo de nuestra trayectoria de tantos años, aquí en nuestro querido país y en los escenarios del deporte internacional e incluso mundial, donde hemos sido convocados a cumplir nuestra modesta función. Así que vamos a decirlo con todas las letras, como es nuestra costumbre: el éxito no ha coronado la potencialidad orgánica del esquema de juego de este esforzado equipo porque lisa y llanamente sigue siendo incapaz de canalizar adecuadamente sus expectativas de una mayor proyección ofensiva hacia el ámbito de la valla rival. Ya lo decíamos el Domingo próximo pasado y así lo afirmamos hoy, con la frente alta y sin pelos en la lengua, porque siempre hemos llamado al pan pan y al vino vino y continuaremos denunciando la verdad, aunque a muchos les duela, caiga quien caiga y cueste lo que cueste. Eduardo Galeano OBDULIO

Yo era chiquilín y futbolero, y como todos los uruguayos estaba prendido a la radio, escuchando la final de la Copa del Mundo. Cuando la voz de Carlos Solé me transmitió la triste noticia del gol brasileño, se me cayó el alma al piso. Entonces recurrí al más poderoso de mis amigos. Prometí a Dios una cantidad de sacrificios a cambió de que Él se

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apareciera en Maracaná y diera vuelta el partido. Nunca conseguí recordar las muchas cosas que había prometido, y por eso nunca pude cumplirlas. Además, la victoria de Uruguay ante la mayor multitud jamás reunida en un partido de fútbol había sido sin duda un milagro, pero el milagro había sido más bien obra de un mortal de carne y hueso llamado Obdulio Varela. Obdulio había enfriado el partido, cuando se nos venía encima la avalancha, y después se había echado el cuadro entero al hombro y a puro coraje había empujado contra viento y marea. Al fin de aquella jornada, los periodistas acosaron al héroe. Y él no se golpeó el pecho proclamando que somos los mejores y no hay quien pueda con la garra charrúa: -Fue casualidad-murmuró Obdulio, meneando la cabeza. Y cuando quisieron fotografiarlo, se puso de espaldas. Pasó esa noche bebiendo cerveza, de bar en bar, abrazado a los vencidos, en los mostradores de Río de Janeiro. Los brasileños lloraban. Nadie lo reconoció. Al día siguiente, huyó del gentío que lo esperaba en el aeropuerto de Montevideo, donde su nombre brillaba en un enorme letrero luminoso. En medio de la euforia, se escabulló disfrazado de Humphrey Bogart, con un sombrero metido hasta la nariz y un impermeable de solapas levantadas. En recompensa por la hazaña, los dirigentes del fútbol uruguayo se otorgaron a sí mismos medallas de oro. A los jugadores les dieron medallas de plata y algún dinero. El premio que recibió Obdulio le alcanzó para comprar un Ford del año 31, que fue robado a la semana. Eduardo Galeano

El cuento más corto del mundoHabía una vez un chico que al acostarse le dijo a su papá:— ¡Pa!, quiero que esta noche me leas un cuento de fútbol, uno corto, porque tengo sueño.El padre sacó de la biblioteca un libro enorme, lo abrió en una página que tenía marcada, respiró profundo y gritó:Goooooooooooooooooool- hasta que se quedó sin aliento.El chico esa noche tuvo los sueños más hermosos y emocionantes de toda su vida.

Aldo Boetto

EL PARTIDO DE LAS SOMBRASUN EXTRAÑO SUCESO ENSOMBRECIÓ EL CLÁSICO DE LOS CLÁSICOS.

Era una noche tormentosa, pero igual las tribunas del estadio estaban repletas. Las hinchadas, con el pulso acelerado, aguardaban el pitazo que daría inicio al gran clásico.Las banderas negras ocupaban el sector sur y las blancas el norte. Los cánticos del Real Bocanegra por momentos superaban a los del Blancos Fútbol Club, aunque la cantidad de espectadores era la misma para cada equipo.Fuera de las líneas blancas, había tantos relatores radiales y televisivos como pocas veces se había visto. Atrás de los arcos, decenas de reporteros calentaban sus dedos preparándose para sacar la mejor foto y así ganarse el privilegio de las primeras planas en diarios y revistas.Es que no podía ser de otra manera, estaba en disputa la Copa del Tercer Milenio.Los jugadores, cada uno en su puesto, y algunos comiéndose las uñas, miraban al árbitro con ansiedad para dar el puntapié inicial.Cada equipo tenía su estrategia para ganar el dominio en el campo de juego.Habían sido siete días de jugadas preparadas en el pizarrón y después ensayadas sobre el césped.¡Los dos equipos estaban dispuestos a todo para imponer su juego y así ganar el millón en oro!

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Pero nadie se imaginaba la sorpresa que vivirían. Jugadores y público serían testigos de un fenómeno extraño, tan extraño, que muchos iban a temblar, convencidos de que los fantasmas habían copado el estadio.Todo se desarrollaba con normalidad. La luz artificial proyectaba la sombra de cada jugador, nítida y oscura, sobre el césped. Por fin sonó el silbato.El partido arrancó con entusiasmo. Pero, enseguida, se fue volviendo monótono y poco vistoso. Un juego especulativo hizo que las gradas se poblaran de bostezos. El encuentro era, como decían nuestros abuelos: ¡un verdadero plomo!Pero a los veintisiete minutos, tuvo lugar un raro suceso. En una jugada cerca del área, un jugador del Bocanegra saltó para cabecear un centro y no se percató de que su sombra había bajado la pelota con el pecho y realizado un disparo que rozó el travesaño. Segundos después, una sombra de los Blancos bajó con gran calidad la pelota que le había pasado el arquero -después de hacerle un caño a un contrario-, pateó desde media cancha y casi mete el gol de emboquillada.Los primeros espectadores que notaron que algo raro pasaba, se sintieron confundidos, porque las sombras atraían su atención como un poderoso imán. De pronto, la hinchada de los Blancos -que fue la primera en reaccionar- empezó a corear la pobre actuación de su equipo.-Oleeeé, ole, oleeeé ¡Sombraaás, sombraaás! -cantaban cada vez con más entusiasmo. Los jugadores no entendían qué ocurría, hasta que hubo una falta violenta del Bocanegra en medio de la cancha; cuando se iba a ejecutar el tiro libre, todos vieron cómo la sombra del jugador gambeteaba a una sombra contraria. Los jugadores intercambiaron miradas. El Juez, desorientado, ordenó que el partido siguiera. Los jugadores reiniciaron el juego, pero enseguida perdieron la concentración porque se distraían cuando pasaba la sombra negra de una pelota que no podían controlar.Algunos empezaron a mirar embobados hacia abajo, cuestión que los anuló totalmente.Ya nadie dudaba, en el mismo campo de juego, existían dos partidos simultáneos.El árbitro, confundido, agarró la pelota y detuvo el encuentro. Ordenó que arreglaran las luces pensando que, tal vez, era un problema de los equipos eléctricos. A todo esto, las sombras jugaban su partido como si fuera lo más normal del mundo. En el estadio la gente respiraba al unísono. Los jugadores y autoridades, poco a poco, fueron abandonando la cancha. Unos, estaban asustados, muchos se persignaban, y otros creían estar soñando.El campo de juego quedó vacío y todos fueron espectadores del enfrentamiento entre dos equipos de sombras. Eran las figuras de veintidós jugadores, tres jueces y una pelota negrísima, un cotejo de fútbol en una sola dimensión muy parecido al teatro de sombras chinescas.Los deportistas subieron a las plateas y pudieron ver que el juego era extraordinario. Los hinchas en las tribunas empezaron a aplaudir las jugadas.Los del Real Bocanegra se decidieron por las siluetas oscuras y los del Blancos Fútbol Club, por las claras. Las dos hinchadas se enardecieron más que nunca. Los cánticos eran ensordecedores y las sombras, contagiadas, ponían más garra. El estadio era un hervidero. Los del Real Bocanegra aplaudían cada jugada de las sombras negras y los del Blancos Fútbol Club los chiflaban. La fiesta futbolera era total.Mientras tanto, los jugadores -los de carne y hueso-, se fueron reconociendo en cada una de las sombras. Estaban presenciando el partido que siempre habían soñado jugar y se sintieron felices como los niños en un potrero.

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Las sombras respetaban el juego en equipo, pero también su individualidad.Todas las tácticas preparadas por los directores técnicos habían desaparecido. Los caños, rabonas, tijeras y chilenas, hicieron delirar a las tribunas. Construían paredes de cinco y seis toques que arrancaban aplausos desde todos los rincones.-¡Ooole! -gritaban los Blancos.-¡Ooole! -le respondían con más fuerza los Bocanegras en otra jugada.Los relatores deportivos fueron reconociendo en cada una de las sombras las características de los jugadores. Las descripciones eran precisas y, gracias a los periodistas, se pudo saber que Bocanegra no eran las sombras negras, sino al contrario, eran las claras, y que las oscuras, pertenecían a los Blancos. Cuando las hinchadas se enteraron por la radio que estaban alentando -sin querer, por supuesto- al equipo contrario, ya era demasiado tarde. Ningún fanático quiso aceptar su equivocación y entonces gritaron con más fuerza para tapar su error. Estaba por terminar el primer tiempo, cuando se vieron los relámpagos y se escucharon los truenos de la tormenta. La lluvia empezó a caer a baldes. Las sombras jugaron entre los charcos y se dieron golpes que producían carcajadas entre los hinchas contrarios... Aunque en el fondo, sabían que se reían de un jugador de su propio equipo.El árbitro dio por terminada la primera etapa. El fútbol exquisito que habían presenciado les había hecho perder la noción del tiempo.Un rayo inmenso partió el infinito y el estadio se quedó sin luz.Primero, se escuchó un grito de sorpresa en las tribunas, a los pocos segundos, se activaron los generadores y empezaron a regresar tímidamente las luces. La cancha estaba vacía. Las sombras habían desaparecido.Los jugadores de ambos clubes regresaron a sus vestuarios acompañados por una silbatina.Fue la primera vez, en la historia de ambos clubes, que los del Bocanegra aplaudieron a sus rivales más odiados, y que los Blancos admiraron a sus históricos enemigos.Ningún fanático lo quiere reconocer, pero esa noche del 28 de diciembre, vistieron con orgullo la otra camiseta. Aldo Boetto

Leonardo se pasaba casi todo el día llorando. Y cuando lloraba, formaba gran lagunas a su alrededor y por eso siempre tenía la ropa empapada. -¿Qué te pasa hijito? -le preguntaban sus padres, preocupados. -Estoy aburrido... No sé con qué jugar... -respondía Leo.Un día, pasó un viejito de pelos largos y barba blanca hasta las rodillas, se sentó junto a Leo y le preguntó: -Estás aburrido, ¿no es cierto? -Sí...mucho,-respondió Leo que todavía no había empezado a llorar.-Deberías buscar algún juguete que te guste... -dijo el viejito.- Eso es fácil decirlo, ¿pero dónde lo voy a encontrar? -contestó Leo.- Ya que tenés tantas lágrimas, podrías aprovecharlas para algo...- ¿Y qué se puede hacer con lágrimas? -preguntó Leo con mucho interés.-¡Ah! Ése es tu problema, yo no lo puedo resolver. Pero estoy seguro de que algo se te va a ocurrir.

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El viejito se levantó y se fue a sentar debajo de un gran árbol. -¿Qué puedo hacer con una lágrima? -dijo Leo hablando solo- ¡Nada! Si por lo menos pudiera juntar un millón, a lo mejor podría inventar algo... Leo se puso triste y sintió más ganas que nunca de llorar. Se le hizo un nudo en la garganta y una lágrima blanca empezó a brotar de su ojo. Se quedó inmóvil mientras veía que la gota de agua crecía y crecía.Cuando la gota cayó al piso, adquirió color marrón porque se le pegó la tierra.Leo la tocó con un pie y sintió un poco de miedo porque no sabía qué era. Cuando salió rodando entre las piedras parecía estar alegre de que él la tocara. Luego, la pateó una y otra vez.-¡Es el millón de lágrimas que yo quería! -gritó varias veces Leo. Estaba tan contento que empezó a jugar con los pies y de vez en cuando la agarraba con las manos para hacerla volar por el aire.Pronto se dio cuenta de que le gustaba más jugar con los pies, que con las manos.Los papas, extrañados, se asomaron por una ventana. Y algunos vecinos también, porque no podían creer lo que escuchaban: la risa de Leo resonaba en todo el pueblo. Nadie miró al hombrecito que se alejó por el mismo camino que había llegado. Aldo Boetto

EL GORDITO VOLADOR

Hacía mucho tiempo que Nahuel era suplente en el equipo de fútbol. Estaba tan acostumbrado a permanecer en el banco, que cuando le propusieron jugar de arquero creyó que era una cargada. "Si yo no sé atajar" repetía una y otra vez. Pero no hubo caso, todo el equipo insistió para que cubriera el puesto del arquero titular, que se había enfermado.No tuvo más remedio que aceptar. Se sintió un bobo. Y no podía ser de otra manera, porque él sabía que siempre mandaban al arco a los pata dura, o a los gorditos como él. Caminaba resignado hacia los tres palos blancos cuando escuchó a un jugador del equipo contrario, con un nueve grande como la misma camiseta, que le dijo: -¡Gordito, te voy a hacer media docena!Sin saber muy bien por qué, Nahuel sintió que no le iba a dar el gusto al número nueve. "No me vas a poder hacer un gol aunque tenga los ojos cerrados" -pensó- "¡Es más! ¡Nadie más va a hacer un gol hasta que yo quiera...!"Y, mirando al cielo encapotado, se arrodilló y gritó con toda su fuerza: "¡Palabra de gordo!" Después de semejante promesa se paró de un salto, antes de que lo tomaran por loco. Nahuel se rió de sí mismo. Él sabía que no iba a poder cumplir el juramento y sobre todo jugando contra ese equipo que tenía fama de golear a los rivales más difíciles.Cuando Nahuel ocupó su puesto, se produjo un relámpago y le siguió un trueno como para una película de terror. Después, seis palabras se dibujaron en el césped junto a sus pies:Que tu deseo se haga realidad.Nahuel no tuvo tiempo de pensar si se había vuelto loco porque sonó el silbato del árbitro anunciando que había empezado el partido. En el primer avance de los contrarios, el nueve, un jugador chiquito y fornido, le mandó un pelotazo desde afuera del área. Era un tiro bastante fuerte y a media altura junto al poste derecho. Nahuel, que estaba en la otra punta, voló y desvió la pelota.En la cancha se escuchó un "Uuuuuuuuuuuuh". Los espectadores, que no eran muchos, no podían creer la atajada que habían presenciado.

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A la siguiente jugada, otra vez el nueve, que tenía una habilidad extraordinaria, gambeteó a toda la defensa y cruzó otro disparo que era un verdadero cañonazo. Y otra vez Nahuel voló de palo a palo y sacó la pelota al córner.Esta vez los espectadores y los jugadores hicieron un silencio de ultratumba. El nueve se quedó mirando al arquero rival mientras se rascaba la cabeza sin creer lo que había visto... No podía entender cómo ese arquero había volado siete metros.El que tampoco entendía nada era Nahuel. ¿Qué le estaba pasando?Un compañero se acercó y dándole una palmada en el hombro le susurró: -¡Gordo, sos lo máximo! ¡Con vos al arco salimos campeones!El partido siguió y el equipo de Nahuel se sintió muy seguro en la defensa, por eso se dedicaron a buscar el gol de la victoria.Los contrarios hicieron dos o tres contraataques, pero siempre se encontraron con un arquero fuera de serie que sacaba todas las pelotas con facilidad. Así llegaron al final del primer tiempo, con el resultado cero a cero.En el descanso todos felicitaron al guardameta. Nahuel se sentía complacido y se agrandó más que pan en el agua.La segunda etapa fue dominada por el equipo de Nahuel, pero no pudieron lograr el gol. Sobre el minuto final, el nueve contrario se escapó una vez más por el lateral izquierdo y cuando entró al área, fue derribado. El silbato del árbitro sonó anunciando la pena máxima. -¡Penal! -gritaron los del equipo contrario.El nueve agarró la pelota sin dudar y la puso en el punto blanco para la ejecución. Tenía una deuda con ese arquero y la quería saldar. Todos los jugadores salieron del área y el árbitro dio la orden al arquero para que no se adelantara.Nahuel se refregó otra vez las manos enguantadas -estaba tan tranquilo y seguro que se desconocía- y clavó la mirada en la pelota. Jugadores y espectadores contuvieron la respiración. El silencio en la cancha era total. El silbato se escuchó a diez cuadras a la redonda. El nueve tomó carrera y pateó con la fuerza de un burro. Se había propuesto fusilar a ese "gordito". Esperaba que el guardavallas se arrojara hacia alguno de los lados y por eso pateó a la mitad del arco.Pero Nahuel intuyó que debía quedarse quieto. El pelotazo le quemó las manos y dio rebote sin querer. El nueve vio regresar la pelota hacia él otra vez y volvió a patear, pero ahora hacia el poste izquierdo.Nahuel voló a su derecha y la pelota rasante le golpeó en el pecho. Pero otra vez volvió a dar rebote. El arquero se levantó con la velocidad de un rayo y corrió hacia la pelota. El contrario hizo lo mismo. Pero Nahuel llegó primero y sacó un derechazo propio de una catapulta. La pelota salió a mucha velocidad y a gran altura. El otro arquero, que seguía los acontecimientos adelantado en el medio de la cancha, vio cómo la pelota dibujaba una parábola sobre su cabeza y entraba en el arco.Nahuel había convertido el gol. Nadie podrá jamás describir la fiesta que se desató entre los compañeros del equipo. Llovieron aplausos hasta el cansancio y de tanto abrazarlo, casi lo ahogan.Desde ese día comenzaron a correr los comentarios sobre la calidad de Nahuel como arquero. El equipo lo oficializó en el puesto, se anotaron en el campeonato interbarrial, y salieron campeones, no sólo sin una derrota sino con la valla invicta. Nadie podía creer las atajadas de ese gordito, que cuando se paraba debajo del arco, se transformaba en una muralla imposible de batir. La gente aplaudía a rabiar, pero lo que causaba una verdadera fiesta, eran las voladas. Las hacía con tanta facilidad, que parecía tener alas.

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El equipo se anotó en el campeonato intermunicipal, y lo ganó, participó en el interprovincial, y también salieron campeones, siempre con el arco invicto. Los rivales entraban al campo de juego desmoralizados. Los delanteros contrarios sabían que ante ese arquero, no había forma de llegar a la red.La fama de Nahuel empezó a atraer a muchos espectadores. Los partidos de su equipo eran presenciados por miles de personas, que únicamente se acercaban para ver las atajadas de ese fenómeno del arco. Se deleitaban con ese chico, algo pasado de kilos, que parecía flotar en el aire para desviar los disparos más difíciles.A todo esto, muchos gordos y gorditos, empezaron a seguir su ejemplo. Todos pedían jugar de arqueros. Perseguían noche y día a su ídolo para pedirle consejos y él siempre les respondía lo mismo: -Sólo trata de hacer bien lo que hacés. No puedo decirte otra cosa.Pero a sus admiradores no les bastaban esas pocas palabras y cada vez querían más. Por esos días se formó un club de fans del arquero volador y sus socios lo imitaban en todo. Si Nahuel se cortaba el cabello de tal forma, todos lo hacían. Si se ponía un buzo de color violeta, todos se vestían de violeta. Si tenía una novia morocha y de ojos verdes, todos buscaban una chica igual.Fue tanto el acoso, que no pudo salir más a la calle a caminar, que era lo que más le gustaba hacer en su tiempo libre. Un día, cansado de tanta fama, pensó que sería buena idea volver a la normalidad. No había sido difícil la primera vez lograr que su deseo se cumpliera, así que, en el partido siguiente, miró al cielo y pidió volver a ser un simple arquero.Esta vez no hubo un relámpago, ni un trueno fantástico y no apareció nada escrito en el suelo.En la primera jugada, un tiro sin fuerza lo superó y penetró el arco invicto. En las tribunas se hizo un silencio estremecedor. No podían creer lo que había pasado. El segundo pelotazo que le tiraron desde unos treinta metros -más débil que un suspiro- pasó entre sus piernas y así le convirtieron el segundo gol.La tribuna, en lugar de festejar, se quedó en silencio. Como si todos se hubieran puesto de acuerdo, un aplauso comenzó a sonar y se hizo más y más fuerte. Parecía que el público había comprendido que se estaban despidiendo del más grande de los arqueros.Después, con respeto, empezaron a abandonar el estadio sin decir una sola palabra. Muchos ojos se llenaron de lágrimas, sabían que nunca más se iban a deleitar con las atajadas del Gordito Volador.Nahuel se alegró de regresar al banco de suplentes. Sintió que volvía a ser el de siempre.Pero nunca pudo dejar de preguntarse qué le había pasado.El interrogante rondó mucho tiempo por su cabeza, hasta que llegó a la conclusión de que hay algunas preguntas en la vida, que no tienen respuesta. Aldo Boetto

IRALITA El rengo Irala, cartonero desde muy chico, salía todas las mañanas con su papá en un carrito con ruedas de bicicleta a revolver bolsas de residuos, canastos de basura y hasta algún volquete donde pudiera haber revistas viejas, diarios o cajas de zapatillas. ¡Ah! Las cajas de zapatillas eran un tesoro para el renguito Irala, como le decían todos en la villa miseria. El apodo le venía desde una vez que le había pasado por encima del pie la rueda de un carro con el que juntaba basura; no lo llevaron al hospital a tiempo y a partir de ese momento caminó con dificultad.

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Cuando en aquella siesta pegajosa, el renguito revolvía un montón de cajas, encontró en una el par de botines de "fulbo", que era el sueño de cualquier pibe. ¡Hasta tapones tenían! Como es de imaginar, se los calzó de inmediato, pero le quedaban un poco grandes; para solucionar el problema rellenó la puntera con papeles viejos. ¡Qué grande, Iralita! Hasta parecía más alto y menos rengo. La rejunta de papeles iba de martes a sábados, los domingos armaban los fardos y después, el renguito y su papá los llevaban hasta el depósito donde les daban unas monedas por lo recolectado. Luego, vendría la fiesta del lunes. El lunes era el mejor día para Iralita. Lloviera o hubiera sol, nunca dejaba de cumplir con el otro trabajo, que no era tal, era un regalo de la vida, era el día sublime, era... era la alegría de limpiar la cancha de fútbol. Cada lunes, los Irala eran los encargados de juntar serpentinas y papelitos de colores. Azules, amarillos, blancos, celestes, rojos, azules, amarillos, amarillos, amarillos... Entre tantos papelitos, apareció un gorro de su equipo que alguien había dejado olvidado. Ya no le faltaba nada.- tenía botines, tenía gorro y, todo para él, un suave campo con dos bocazas de red, donde se sumergían sus sueños. Mientras limpiaba el campo de juego, se embriagaba con el rugido de las tribunas. Todos los lunes, la misma emoción, pero la semana pasada se animó. ¡Sí, señor! ¿Por qué no podía él ubicarse en el círculo central para soñar? ¿Por qué no? Se ató muy bien los viejos botines, se caló el gorro hasta las orejas, respiró hondo y comenzó a jugar con un bollo de papeles, frágil relleno de su media remendada: "...recibe Irala desde la izquierda, minuto cuarenta y cuatro. Ya termina el partido y la selección argentina puede perder esta final. En su carrera, Irala deja atrás a dos hombres. ¡Qué jugada, señores! Aquí viene Irala para el gol. Atención, que llega el rengo Irala. Esta final será inolvidable. Iralita está en posición. Cuidado. Se viene, se viene el gol. El arquero sale y trata de cubrir el remate. La pelota lo supera y queda picando, Iralita ve la oportunidad, clava un bombazo hacia arriba y la pelota, traspasando la red, asciende hacia las nubes. ¡Gooll ¡Goooll ¡Gooool de Irala, gol de la selección argentina! El rengo Irala cuando el partido se moría, le da la victoria a su equipo. Goooooooool. La pelota subía y subía y desde las tribunas brotaba un canto maravilloso: I-ra-la, I-rala. " El renguito había hecho el gol de su vida y era feliz. ¡Qué gloria juntar papeles ese lunes! El martes sería diferente. Celia Caballero

EL VERDADERO ENCUENTRO

Yo, la línea media —gritaba la anaconda, mientras serpenteaba desesperadamente para llegar cuanto antes al potrerito del zoológico, donde el 21 de septiembre, como todos los años, al amanecer y antes de que llegara el guardián, se jugaba el encuentro más reñido de la temporada. En cuanto llegó, se estiró cuan larga era y, a partir de allí, todo se organizó en un periquete. Las jirafas, arcos tan inmóviles como imponentes, meditaban sobre dónde esconder sus cuellos para evitar los pelotazos. A los monos no les importaba ser jueces de línea, pero sí les preocupaba qué hacer con las banderillas mientras no las usaran para señalar infracciones. Les desesperaba el malhumor de la hiena, el árbitro, que el año anterior les había prometido tarascones en la cola si seguían haciendo morisquetas incomprensibles ante acciones totalmente permitidas. Que la lechuza, el búho y la zorra formaran parte de la comisión organizadora, a nadie le extrañaba: todos los años se repetía la fórmula. La llegada de las hinchadas era imponente: los búfalos levantaban polvareda, los patos graznaban, los teros gritaban como poseídos y el amontonamiento era tal, que parecía imposible que pudieran ubicarse en las tribunas a tiempo para presenciar el encuentro.

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Cuando el león pegó el rugido de práctica, todo adquirió carácter de inmediato. Cada simpatizante se colocó en algún lugar previamente elegido, o no... Comenzó el partido.Tomó el balón el oso, que, al no poder con tener la arremetida del elefante, trató de habilitar al rinoceronte, que avanzaba por la izquierda, aprovechando que el lobo estaba mirando hacia el ceibo, que, atestado de felinos, horneros y mariposas, ya casi no podía tenerse en pie. La intención no pasó de eso, porque el elefante, de un certero trompazo, mandó la pelota al arco contrario, que no estaba bien guarnecido porque, en el apuro inicial, el ciervo designado como guardameta había dejado en su lugar a la culebra, que era rápida para el rastrón, pero pobre para los tiros altos. Balazo en el ángulo superior izquierdo. La esférica no pudo ser contenida y goooooooool. Todos aullaban, gritaban, balaban, parpaban o relinchaban, cada uno según su esencia. La algarabía era general. Todos o ninguno sabían por qué festejaban. (Si vos lo sabes, decilo.) Estaban tan contentos, que hasta el último animal no cabía en sí de alegría. Cuando se reanudaron las acciones, los con tendientes no tenían bien en claro para dónde arrojar la pelota, porque era tal la euforia por el gol, que nadie se había preguntado a quién pertenecía y, a partir de ese momento, el encuentro se transformó en un picado durante el cual se pudo ver a un magistral guanaco cabecear por encima del avestruz, a lo que le siguieron una finta genial del loro, que dejó parada a la rata, y una chilena del oso hormiguero, que mandó el balón hasta el fondo de un arco, mientras el chita quedaba tan tieso como una piedra. La elefanta se balanceaba de contenta, poniendo en serio peligro a todos los roedores, que en número casi incontable ocupaban ordenadamente su lomo, mientras gritaban: "Otra, otra”... La algarabía no les permitió percibir la llegada del guardián que, sabedor de la realización del evento, se había adelantado en su horario para suprimirlo. Sin embargo, cautivado por la alegría de los presentes y casi sin pensarlo, se colocó detrás de un sauce llorón y desde allí, flanqueado por acariciantes ramas, gozó de la fiesta como el que más, y hasta hubo un momento en el que se encontró festejando una gambeta que la garza le hizo al jabalí. Su mente estaba confundida... No se parecían en nada a los humanos... Tenían la suerte de ser "solamente animales". De estas cavilaciones lo sacó el quirquincho, que después de haber caído en un charco, y como tardaron en sacarlo y casi se ahoga, se enojó y dijo: "Me voy, ya estoy cansado". Y se quedaron sin pelota. Antonio Laballós

LA APUESTA

El grupito de chicos estaba descansando a costado de la cancha. Recién habían terminado de jugar un partido extenuante. Caminando con cansancio, un hombre de setenta y pico de años se acercó a ellos: -Hola, chicos, ¿puedo sentarme con ustedes? Me gustaría contarles algo que le sucedió a un chico llamado Sergio. Él tenía la edad de ustedes. Los chicos, que tenían entre trece y quince le dijeron que sí. El anciano empezó a contar: "Sergio solía jugar en esta cancha hasta muy tarde. Él amaba el fútbol y, a veces, has ta jugaba solo. Una vez, se quedó jugando un partido 'a penales' con su amigo Juan. No había nadie cerca; solo estaban ellos y empezaba a oscurecer. Entonces, un hombre que tenía más o menos la misma edad que tengo yo, se acercó a ellos y les propuso, a cualquiera de los dos, jugar una competencia a cinco penales. Si él perdía, pagaría cien pesos al ganador. Ninguno de los chicos quiso aceptar. Era un viejito que ni podía patear una pelota. Pensaron que estaba loco. Pero el anciano insistió mostrándoles el billete. Sergio se tentó y dijo que sí.—¿Vos tenés plata? —le preguntó el viejo. Sergio dijo que no.—Está bien. Si vos perdés, me vas a regalar años de juventud por cada gol que te haga.

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Sergio solo pensaba en los cien pesos. Estaba ansioso. Por eso aceptó sin pensarlo."~¿Y qué pasó? —preguntó uno de los chicos. "El anciano pateaba mucho mejor de lo que se habían imaginado. Y atajaba. Sergio erró varios penales. Antes de patear sentía que se le nublaba la vista. Finalmente, el anciano ganó y se llevó los años de juventud."—¿Cuándo ocurrió eso? —quiso saber otro de los chicos.-Hace una semana —contestó el anciano. -Así que usted es el anciano que le ganó cincuenta años a Sergio —dijo el chico, con tono burlón. Los ojos del viejo se llenaron de lágrimas. Llorando, respondió:—No, yo soy Sergio. ¿Alguno quiere jugar?

Edgardo Oliveira

REGALO DE REYES

Facu había estado todo el día escribiendo la carta. -Dejala así y anda a acostarte —le había dicho la madre. Era cinco de enero y a él no lo conformaba que estuviera escrita así nomás. Quería que quedara linda. Pero sobre el regalo que esperaba no tenía dudas: una pelota de verdad. Número cinco profesional; la pelota oficial, la que usa la selección. Se despidió, entró en el cuarto y se desvistió.Aunque no quería dormir. Quería aguantar con los ojos abiertos. Quería ver si los escúchala Al rato, el sueño empezó a empujarlo. Entonces prendió el televisor de su cuarto y lo puso bajito, para que no lo oyeran y para no quedarse dormido.Cambió de canal hasta encontrar algo que no fuera para grandes. En el siete, encontró un programa en el que daban pedazos de partidos. Vio goles de Cambiasso, de Riquelme y de Romagnoli. Después de un par de propagandas, empezaron a dar los mejores goles de Maradona.Cabeceaba de sueño, pero se mantenía con los ojos abiertos gracias al relator, que gritaba como un loco cada vez que Maradona convertía un gol. Hasta que volvieron a pasar publicidad se quedó dormido. La tele quedó encendida. Y, dormido, soñó que jugaba. Era la cancha de su equipo y aparecían todos sus ídolos. Ellos y él. Las tribunas estaban llenas y se jugaba la final del campeonato. Pero había un colado: a izquierda de él, que jugaba de nueve, estaba Maradona. Antes de que empezara el partido, vio que desde la platea, Brenda, su compañera de banco, le deseaba suerte. Cerca de ella, estaban su mamá y su papá, y unos hinchas disfrazados de reyes. Uno tenía piel morena. Estar en final, le parecía un sueño. Empezaron a jugar y un defensor sacó la pelota por encima del alambre. Pateó tan fuerte que la redonda cayó donde estaban los tipos disfrazados. El partido se corría con todo. Él estaba jugando bien, aunque se sentía nervioso. La hinchada había coreado su nombre. Faltaba poco para que terminara el primer tiempo, cuando el cinco le pasó la pelota e hicieron una pared con Diego, que no terminó en gol por muy poco: pateó apenas desviado, pero igual el diez lo aplaudió. Se sintió orgulloso. En el vestuario lo felicitaron. Empezó el segundo tiempo y se largó a llover. En esa parte hizo algunas jugadas buenas y otras, no tanto. Pero nadie le hacía reproches. Seguían cero a cero y todavía había tiempo para ganar.Después de un rebote, volvieron a juntarse con Diego y cada uno hizo una gambeta hermosa. Cuando iba a marcarlo un defensor, "el genio" le devolvió el pase justo. Entraba al área y vio que el arquero se apuraba a salirle todo despatarrado. Apretó los dientes y sintió que su mamá lo llamaba. Ella lo besó y le mostró el regalo. Cuando la vio junto a sus zapatos, le pareció que la pelota estaba embarrada. Después se dio cuenta de que no. Se volvió a acurrucar y dijo que tenía mucho sueño. Dijo que quería dormir un poco más. Guillermo Rönnow

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TRANSPIRAR LA CAMISETA

Estimados compañeros del club: Hace mucho que tengo ganas de decirles algunas cosas que me duelen. Espero que me entiendan. Tengo tanto derecho a decirlas como cualquiera. Sabemos que los partidos se ganan con coraje. Se ganan en el juego después de todo el trabajo semanal. Y en el juego participamos todos. Cada uno colaborando con su aporte, haciendo lo que mejor sabe hacer. Cada uno atravesando momentos personales mejores o peores. Yo pasé por momentos feos, pero no por eso dejé de poner todo en cada partido. Jamás me negué a transpirar la camiseta. Y eso, sin embargo, casi nunca fue reconocido. Los periodistas se ocupan de los goleadores; del arquero, cuando ataja un penal; del técnico, cuando pierde tres partidos seguidos; de los lesionados y de los violentos; del presidente del club y del encargado del vestuario. Pero casi nunca se ocupan de alguien como yo. Jamás pensé en dejar de defender los colores de nuestra institución, ni siquiera aquella vez que recibí un piedrazo durante un partido. Me sacaron en camilla y el médico me aconsejó reposo. Pero igual, el fin de semana siguiente estaba otra vez con ustedes, como siempre. Y sigo estando, aunque parezca que ustedes lo ignoran. Nunca me hicieron un reportaje. Nadie elogia los años que llevo con los colores del equipo. Y, en todo ese tiempo, apenas hubo un par de fotos mías en los diarios. No importa. Todos somos necesarios en la cancha: el "Puma" cuidando el arco; el "Chapa" yendo y viniendo; el "Beto" ordenando el mediocampo; el "Coló" pegándole desde lejos a la pelota; y el "Hormiga", con su zurda. El técnico, el médico y el kinesiólogo. Tito, con el bombo. Y yo, sufriendo y alentando desde afuera. Porque yo también me siento parte del equipo. Me gustaría verlos a ustedes en una cancha que parece el fin del mundo, en una tribunita de madera, sentados bajo un sol que carboniza o con una lluvia que moja tanto, que parece que los huesos van a oxidarse. Esto es lo que quería decirles. Que siempre estaré acompañando a nuestro equipo, cada vez que juegue. Y me gustaría que lo sepan. Los saluda atentamente. FLORENCIA

Julieta Taz

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Cancha Rayada

Caminamos, con mi viejo, por la playa de estacionamiento. Es un día de calor sofocante y en el asfalto recalentado vemos la sombra de un pájaro negro que vuela en círculos, como satélite de nuestra desgracia. Una multitud victoriosa, a nuestras espaldas, ruge todavía en la cancha. Acabamos de perder el campeonato. La cabina del auto es un horno a leña; los asientos queman y el sol que pega en el vidrio, enceguece. Pero no importa, como dos bonzos dispuestos a inmolarse, nos sentamos y enciendo el motor: Fabián Casas y su padre van en coche al muere.

Fabián Casas

Todos correnuno pita,dos se detienenmuchos gritan

(El fútbol)

Once jugadoresdel mismo color,diez van por el campodetrás de un balón.

(Equipo de fútbol)

Todos dicen que me quierenpara hacer buenas jugadasy, en cambio, cuando me tienenme tratan siempre a patadas.

(La pelota)

Juega con la tierraComo con una pelotaBáilala, estréllala, reviéntalaNo es sino eso la tierraTú en el jardínMi guardavallas,Mi espantapájaros,

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Mi Atila, mi niñoLa tierra entre tus piesGira como nuncaProdigiosamente bella

Blanca Varela

"Lentamente ascendió el balón en el cielo.Entonces se vio que estaban llenas las tribunas.Habían dejado solo al poeta bajo el arco,Pero el árbitro pitó: Fuera de juego". Günter Grass

"A un pase de Didí, Garrincha avanzacon el cuero a los pies, el ojo atento,dribla una vez, y dos, luego descansacual si midiera el riesgo del momento.Tiene el presentimiento, y va y se lanzamás rápido que el propio pensamiento,dribla dos veces más, la bola danzafeliz entre sus pies, ¡los pies del viento!En éxtasis, la multitud contrita,en un acto de muerte se alza y gritaen unísono canto de esperanza.Garrincha, el ángel, oye y asiente: ¡goooool!Es pura imagen: la G chuta la Odentro del arco, la L. ¡Es pura danza!". Vinicius de MoraesUN CUENTO DE ROBERTO FONTANARROSAViejo con árbol

A un costado de la cancha había yuyales y, más allá, el terraplén del ferrocarril. Al otro costado, descampado y un árbol bastante miserable. Después las otras dos canchas, la chica y la principal. Y ahí, debajo de ese árbol, solía ubicarse el viejo.

Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al comienzo del campeonato, con su gorra, la campera gris algo raída, la camisa blanca cerrada hasta el cuello y la radio portátil en la mano. Jubilado seguramente, no tendría nada que hacer los sábados por la tarde y se acercaba al complejo para ver los partidos de la Liga. Los muchachos primero pensaron que sería casualidad, pero al tercer sábado en que lo vieron junto al lateral ya pasaron a considerarlo hinchada propia. Porque el viejo bien podía ir a ver los otros dos partidos que se jugaban a la misma hora en las canchas de al lado, pero se quedaba ahí, debajo del árbol, siguiéndolos a ellos.

Era el único hincha legítimo que tenían, al margen de algunos pibes chiquitos; el hijo de Norberto, los dos de Gaona, el sobrino del Mosca, que desembarcaban en el predio con las mayores y corrían a meterse entre los cañaverales apenas bajaban de los

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autos.

—Ojo con la vía alertaba siempre Jorge mientras se cambiaban.

—No pasan trenes, casi tranquilizaba Norberto. Y era verdad, o pasaba uno cada muerte de obispo, lentamente y metiendo ruido.

—¿No vino la hinchada? preguntaban todos al llegar nomás, buscando al viejo ¿No vino la barra brava?

Y se reían. Pero el viejo no faltaba desde hacía varios sábados, firme debajo del árbol, casi elegante, con un cierto refinamiento en su postura erguida, la mano derecha en alto sosteniendo la radio minúscula, como quien sostiene un ramo de flores. Nadie lo conocía, no era amigo de ninguno de los muchachos.

—La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda para acá bromeó alguno.

—Por ahí es amigo del referí —dijo otro. Pero sabían que el viejo hinchaba para ellos de alguna manera, moderadamente, porque lo habían visto aplaudir un par de partidos atrás, cuando le ganaron a Olimpia Seniors.

Y ahí, debajo del árbol, fue a tirarse el Soda cuando decidió dejarle su lugar a Eduardo, que estaba de suplente, al sentir que no daba más por el calor. Era verano y ese horario para jugar era una locura. Casi las tres de la tarde y el viejo ahí, fiel, a unos metros, mirando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha —casi a desgano, aprovechando para desperezarse— cuando levantó el brazo pidiéndole permiso al referí, el Soda se derrumbó a la sombra del arbolito y quedó bastante cerca, como nunca lo había estado: el viejo no había cruzado jamás una palabra con nadie del equipo.

El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años, era flaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba la radio con un auricular y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida distinción.

—¿Está escuchando a Central Córdoba, maestro? —medio le gritó el Soda cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso. El viejo giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.

—No sonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido, que estaba áspero y empatado. Música dijo después, mirándolo de nuevo.

Algún tanguito? —probó el Soda.

—Un concierto. Hay un buen programa de música clásica a esta hora.

El Soda frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anécdota para contarles a los muchachos y la cosa venía lo suficientemente interesante como para continuarla. Se levantó resoplando, se bajó las medias y caminó despacio hasta pararse al lado del viejo.

—Pero le gusta el fútbol —le dijo—. Por lo que veo.

El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa.

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—Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte —dictaminó después—. Muy emparentado.

El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó.

—Mire usted nuestro arquero —efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra—. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales —se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostraba—. Bueno... Eso, eso es la escultura...

El Soda adelantó la mandíbula y osciló levemente la cabeza, aprobando dubitativo.

—Vea usted —el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un córner— el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y Siena de los mulos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así... Bueno... Eso, eso es la pintura.

Aún estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando al viejo arreció.

—Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza...

El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían con todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba del área defendida por De León.

—Y escuche usted, escuche usted... —lo acicateó el viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válido—... la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí... Bueno... Eso, eso es la música...

El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando él les contara aquella charla insólita con el viejo, luego del partido, si es que les quedaba algo de ánimo, porque la derrota se cernía sobre ellos como un ave oscura e implacable.

—Y vea usted a ese delantero... —señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado—... ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso es el teatro.

El Soda se tomó la cabeza.

—¿Qué cobró? —balbuceó indignado.

—¿Cobró penal? —abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha—. ¿Qué cobrás? —gritó después, desaforado—. ¿Qué cobrás,

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referí y la reputísima madre que te parió?

El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de recomponerse, algo confuso, incómodo.

—...¿Y eso? —se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo.

—Y eso... —vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra—...Eso es el fútbol.