Instrucciones Para Una Ola de Calor - Maggie O'Farrell

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Instrucciones para una ola de calor

Maggie OFarrell

Instrucciones para una ola de calor

ard

Para S., I. y J., y tambin

para B., por supuesto

Resumen

La joven escritora Maggie OFarrell es una de las voces ms sobresali entes de la narrativa del Reino Unido. Su brillante imaginacin, su talento para construir personajes memorables y transmitir emociones con intensidad dram tica han seducido por igual a lectores y a crticos y le han valido n umerosos reconocimientos. En su ltima novela, Instrucciones para una ola d e calor, OFarrell aborda uno de sus temas predilectos, la familia, cuyo c omplejo funcionamiento disecciona con maestra. En Londres, en el verano de1976, durante una ola de calor y una sequa legendarias, Robert Riordan, r ecientemente jubilado, sale de casa por la maana, como todos los das , para comprar el peridico, pero esta vez no regresa. Asustada, su esposa Gretta llama a sus tres hijos, que regresarn a la casa familiar para empre nder las pesquisas. El inusitado calor provoca extraos comportamientos ent re los Riordan, irlandeses catlicos radicados en Londres, y varios secreto s guardados celosamente durante aos afloran a la superficie. Cada uno de l os hijos tiene sus propias ideas acerca de dnde puede estar su padre, pero lo que ninguno sospecha es que su madre sabe mucho ms de lo que les ha co ntado. Instrucciones para una ola de calor es una novela sobre la familia, sobre lo que contamos y lo que decidimos no contar; sobre los compromisos y las conce siones que hacemos, y sobre lo que puede ocurrir si construimos nuestra vida sob re medias verdades. Escrita con una hermosa y evocadora prosa, la historia de lo s Riordan mantiene en vilo al lector hasta la ltima pgina.plain

Jueves, 15 de julio de 1976

pard 4) Los nicos usos permitidos del agua sern: a) para beber,

b) lavado de ropa o aseo personal,

r c) inodoros, tanto de uso pblico como privado.

Ley de emergencia contra la sequa, 1976.

plain Un decreto para hacer frente a las sequas

y restricciones de agua en el Reino Unido.

n

Highbury, Londres

Calor, calor. Un calor que despierta a Gretta justo al amanecer, la arroja de la cama, la impulsa escaleras abajo. Un calor que ronda por la casa como un invita do inoportuno: recorre los pasillos, se arremolina alrededor de las cortinas, se apoltrona en sillas y sillones. El aire en la cocina es como una entidad slida que lo llena todo, que empuja a Gretta contra el suelo y contra la mesa.ar Slo a ella se le ocurre ponerse a hornear pan con este calor.in Fijmonos en ella: est abriendo el horno para sacar el molde del pan y hace una mueca ante la abrasadora rfaga que la asalta. Va en camis n, con los rulos todava en el pelo. Retrocede dos pasos y echa la humeantehogaza en el fregadero. Su peso le recuerda, como siempre, a un beb, un r ecin nacido, ese bulto de calor hmedo. Lleva toda su vida de casada haciendo pan casero tres veces a la semana, y no va a dejar que una minucia como una ola de calor se lo impida ahora. Como en Londr es es imposible conseguir suero de leche, tiene que aparselas con un a mezcla mitad leche, mitad yogur. Una mujer le cont en misa que funcionab a, y funciona hasta cierto punto, pero no es lo mismo. Al or un chasquido en el suelo de linleo a su espalda, dice:

d Eres t? El pan est listo. Va a ser... comienza l, y se interrumpe.par Gretta aguarda un momento antes de volverse. Robert est entre el fregadero y la mesa, con las manos tendidas, las palmas hacia arriba como si llevara una bandeja. Tiene la vista clavada en algo. El cromo deslustrado del grifo, tal vez , los regueros del escurridor, esa oxidada sartn de esmalte. Todo alrededo r de ellos resulta tan familiar que a veces es imposible saber en qu se ha posado la mirada, como el que ya no oye las notas individuales de una canci?n conocida. Va a ser qu? pregunta. l no contesta. Gretta se acerca y le apoya una mano en el hombro. Ests bien? 218?ltimamente se encuentra con asiduos recordatorios de su edad: el repentino e ncorvamiento de su espalda, su expresin levemente aturdida. Qu? Robert vuelve la cabeza para mirarla, como sobresa ltado por el contacto. Ah, s. Deca que va a ser otro da agobiante. Se acerca arrastrando los pies, como ella saba que hara, hacia el te rmmetro, colgado mediante una ventosa humedecida con saliva en la parte ex terior de la ventana. Ya hace diez das que la temperatura excede los treinta y cinco grados. No llueve desde hace das, semanas, meses. Tampoco pasan nubes lentas y majest uosas como navos sobre los tejados. Con un chasquido metlico semejante al de un martillo hundiendo un clavo, u n punto negro aterriza en la ventana, como atrado por una fuerza magntica. Robert, todava mirando el termmetro, da un respingo. El insec to tiene el abdomen estriado y seis patas tendidas hacia fuera. Aparece otro det rs del cristal, luego otro, y otro. Han vuelto, los pueteros murmura. Gretta se acerca para verlos, ponindose las gafas. Se quedan mirndol os como hipnotizados. Enjambres de pulgones han invadido la ciudad la ltima semana. Se arraciman en los rboles o los parabrisas de los coches. Se enganchan en el pelo de los nios que vuelven del colegio, se abren camino hacia las bocas de los i nsensatos que deciden montar en bicicleta con este calor, sus patas se adhieren a la piel untada de crema solar de los que salen al jardn.hyphpar Los pulgones se despegan de la ventana, separando las patas del cristal al mismo tiempo, como alertados por una seal secreta, y desaparecen en el cielo az ul. Gretta y Robert se yerguen a la vez, aliviados. Se han ido constata l. Poco despus, Gretta lo ve mirar el reloj de pared: las siete menos cuarto. Justamente a esta hora, durante ms de treinta aos, Robert sal a de casa. Coga su abrigo de la percha en la puerta, coga su cartera , se despeda de todos, que entonces estaban parloteando a gritos en la coc ina, y cerraba de un portazo. Siempre se marchaba a las seis y cuarenta y cinco en punto, pasara lo que pasase, tanto si Michael Francis se negaba a levantarse de la cama como si Aoife estallaba en una pataleta por Dios sabe qu o M3?nica se empeaba en frer ella el beicon. No era cosa suya, nada deaquello era nunca cosa suya. A las seis y cuarenta y cinco sala por la pu erta y se marchaba. Ahora parece sentir un hormigueo en el cuerpo, una especie de ansia, vestigio de aquel entonces, de ponerse en marcha, de salir al mundo. Y ella sabe que en cua lquier momento se ir al quiosco de peridicos. Llevndose una mano a la cadera mala, Gretta aparta con un pie la silla de la mesa. Voy por el peridico a la esquina anuncia Robert.ain Claro responde ella sin alzar la vista. Te veo en un rato.par Gretta se sienta a la mesa. Robert ha dispuesto todo lo que necesita: plato, cuc hillo, cuenco con cuchara, mantequilla, mermelada. Es por estos pequeos de talles que sabemos que nos aman. Lo cual es, reflexiona mientras aparta el azuca rero, sorprendentemente raro a su edad. Muchas amigas suyas sienten que sus mari dos las desdean, las excluyen, las arrinconan como un mueble viejo. Pero e lla no. A Robert le gusta saber dnde est en cada momento, se inquiet a si se marcha de casa sin decrselo, se pone nervioso si se aleja sin que l la vea, y bombardea a los nios con preguntas sobre su paradero. De recin casados le resultaba desesperante ansiaba un poco de invisib ilidad, un poco de libertad, pero ahora se ha acostumbrado.n Corta una rebanada de la hogaza y la unta con mantequilla. La asalta una terribl e debilidad si no come con frecuencia. Aos atrs, le dijo al md ico que crea tener hipoglucemia, despus de haber ledo sobre el tema en un suplemento dominical. Lo cual explicara su necesidad de comer tan a menudo, no? Pero el mdico ni siquiera alz la vista de su talonario de recetas. Me temo que no tiene esa suerte, seora Riordan le solt el muy impertinente, y le dio un papel con una dieta. A todos sus hijos les encanta su pan. Cuando va a ver a alguno de ellos, hornea una hogaza extra y la envuelve en un pao de cocina. Siempre ha hecho todo lo posible por mantener viva Irlanda en el corazn de sus hijos, nacidos en Londres. Las dos nias asistieron a clases de danza irlandesa. Tenan que coger el autobs y recorrer el largo trayecto hasta Camden Town. Grett a sola llevarse una lata con galletas irlandesas o bizcocho de jengibre pa ra repartir entre las otras madres exiliadas, como ella, de Cork, de Dubl n, de Donegal, y contemplaban a sus hijas dar saltos y patadas al r itmo del violn. Mnica, coment la profesora al cabo de tan s3?lo tres clases, tena talento, potencial para descollar. Lo haba s abido desde el primer momento, afirm, siempre saba reconocer a una n mero uno. Pero Mnica no quiso descollar ni presentarse a concursos. Lo odio, murmuraba, odio que todo el mundo me mire, que los jueces tomen notas. Siempre ha sido muy temerosa, muy cauta y apocada. Era culpa de Gretta o l os hijos nacan ya as? Difcil de saber. De cualquier forma, tuv o que permitir que Mnica abandonara la danza, lo cual fue una verdadera lu225?stima. Gretta insisti en que todos asistieran regularmente a misa y comulgaran (a unque, al final, ya ves para lo que ha servido). Iban a Irlanda todos los verano s, primero a casa de su madre y luego a una casita de campo en la isla de Omey, incluso cuando se hicieron mayores y comenzaron a quejarse del viaje. De peque241?a, a Aoife le encantaba la emocin de esperar a que la marea bajase y d ejara al descubierto la lengua de arena mojada y reluciente por la que se pod7?a caminar. Es una isla slo a ratos observ una vez, c uando tena unos seis aos, verdad, mam? Y Gr etta la abraz, alabndola por ser tan lista. Era una nia muy pe culiar, siempre con esa clase de ocurrencias. Eran unos veranos perfectos, piensa ahora, mientras da un mordisco a la segunda rebanada de pan: Mnica y Michael Francis por ah todo el santo d?a, y cuando lleg Aoife, un beb en la cuna hacindole compa?a en la cocina, antes de que saliera a llamar a los otros para la merien da. No, no poda haber hecho ms. Y, a pesar de todo, Michael Francis habu237?a dado a sus hijos los nombres ms ingleses que cupiera imaginar. Ni s iquiera un segundo nombre irlands. Ahora no quera ni pensar que se e staban educando como paganos. Cuando le mencion a su nuera que saba de una estupenda escuela de danza irlandesa en Camden, no lejos de donde ellos v ivan, aqulla se ech a rer. En su cara. Y le solt.. . cmo era?... Es la escuela esa en que no te dejan mover los brazos? Con respecto a Aoife, por supuesto, cuanto menos se dijera, mejor. Se haba ido a Estados Unidos. No llamaba nunca. No escriba nunca. Vive con alguie n, sospecha Gretta. No es que se lo hayan dicho, es instinto de madre. Dja la en paz, le exhorta siempre Michael Francis si ella se pone a hacerle pregunta s sobre su hermana menor. Porque, si alguien sabe algo de Aoife, se es Mic hael Francis. Siempre fueron ua y carne esos dos, a pesar de la diferencia de edad. Las ltimas noticias que tuvieron de ella fue una postal por Navidad. Una postal! Con una fotografa del Empire State. Por el amor de Dios !, exclam cuando Robert se la tendi, es que ni siquiera es cap az de mandar una felicitacin de Navidad? Como si no hubiera recibido una educacin adecuada!, sigui vociferando. Gretta se haba pas ado tres semanas confeccionando un vestido de comunin para esa nia, que con l puesto pareca un ngel. Todo el mundo lo dijo. Qui3?n habra pensado entonces, vindola en la puerta de la iglesia con su vestidito blanco y sus calcetines de encaje, el velo aleteando con la brisa, que de adulta llegara a ser tan desagradecida, tan desconsiderada como par a mandarle a su madre la fotografa de un edificio como conmemoracin del nacimiento del Nio Jess. Gretta hunde el cuchillo en la roja boca del bote de mermelada, sorbindose la nariz. No puede ni pensar en Aoife. La oveja negra, la llam su propia hermana en una ocasin, y Gretta perdi los estribos y la mand c allar de muy malas maneras, pero hubo de admitir que Bridie tena algo de r azn. Se santigua y reza una rpida novena entre dientes por su hija pequea , bajo el ojo vigilante de Nuestra Seora, que la mira desde la pared de la cocina. Corta otra rebanada de pan y observa el vaho que se desvanece en el air e. Ahora no va a pensar en Aoife. Hay muchas cosas buenas en las que centrarse. Es posible que Mnica llame esta noche. Gretta le ha dicho que estar junto al telfono desde las seis. Michael Francis casi ha prometido traer a los nios el fin de semana. No pensar en Aoife, no mirar la fo to de Aoife con el vestido de comunin sobre la repisa de la chimenea, no, no va a mirarla. Despus de poner de nuevo el pan en la rejilla para que se airee, Gretta to ma una cucharada de mermelada, para poder seguir tirando, y luego otra. Echa un vistazo al reloj. Y cuarto ya. Robert debera estar de vuelta. Tal vez se h a encontrado con alguien y se han puesto a charlar. Quiere pedirle que la lleve en coche al mercado esa tarde, cuando las multitudes que se dirigen al estadio d e ftbol ya se hayan dispersado. Necesita un par de cosas, harina, huevos.. . Adnde podran ir para escapar del calor? A lo mejor a tomar u n t al sitio ese donde hacen unos bollos tan buenos. Podran dar un p aseo cogidos del brazo, tomar el aire. Hablar con gente. Es importante mantener a Robert ocupado: desde su jubilacin, puede tornarse melanclico y ta citurno si se queda mucho tiempo encerrado en casa. A Gretta le gusta organizar esas salidas. Atraviesa el saln, abre la puerta principal y sale al camino particular, s oslayando el oxidado esqueleto de la bicicleta que utiliza Robert. Mira a la izq uierda, mira a la derecha. El gato del vecino arquea el lomo y echa a andar con refinados pasos felinos por la tapia, hacia el lilo, donde procede a afilarse las uas. La calle est desierta. No hay nadie. Un coche rojo maniobra m s arriba. Una urraca gime y se lamenta en el cielo, traza un crculo con el ala apuntando hacia abajo. A lo lejos, un autobs renquea colina arr iba, un chico avanza con una moto. En algn lugar, alguien enciende una rad io. Gretta pone los brazos en jarras y llama a su marido una vez, dos veces, y l a tapia del jardn le devuelve el sonido.

Stoke Newington, Londres

d Michael ha ido andando desde la estacin de Finsbury Park. Una decisi n demencial con semejante calor, incluso a esa hora del da. Pero el tr?fico estaba paralizado cuando sali a la superficie, los autobuses parado s en el atasco, las ruedas inmviles en el asfalto reblandecido, de manera que ech a andar entre unos edificios que parecan transpirar calor po r sus ladrillos y convertan las calles en asfixiantes tneles con los que l deba bregar. Se detiene un momento, sudando, jadeando, a la sombra de los rboles que bo rdean Clissold Park. Se quita la corbata, se saca los faldones de la camisa del pantaln e inspecciona los daos causados por esa ola de calor que nun ca se acaba: el parque ya no es el ondulante pulmn verde que siempre le ha gustado. Va al parque desde que era pequeo. Su madre preparaba el picnic (huevos duros, algo azulados bajo sus quebradizas cscaras, agua que sab7?a a tupperware, un trozo de tarta para cada uno), y al bajar del autobs les d aba a todos una bolsa, incluso a Aoife. Aqu no hay holgazanes, proclamaba su madre en voz alta mientras aguardaban a que se abrieran las puert as, atrayendo las miradas de todos los pasajeros. Michael recuerda que llevaban a Aoife en su cochecito a rayas por el sendero, intentando que se durmiera; recu erda que su madre trataba de persuadir a Mnica para que se metiera en la p iscinita infantil. Recuerda el parque como un espacio de distintos tonos de verd e: las grandes extensiones de hierba esmeralda, el verdn desportillado de la piscina, el verde lima del sol entre los rboles. Pero ahora la hierba e s de un ocre achicharrado y deja asomar parches de tierra desnuda, y los r boles ofrecen unas ramas yertas al aire estancado, como en un reproche. Inspira por la nariz y el aire seco le quema las fosas nasales. Mira el reloj. L as cinco pasadas. Debera volver a casa. Es el ltimo da del trimestre, el comienzo de unas largas vacaciones de verano. Ha conseguido llegar hasta el final de otro ao acadmico. Durante las prximas seis semanas se acabaron los exmenes, se acabaro n las clases, se acab el madrugar y salir de casa a primera hora. Su alivi o es tal que se manifiesta de manera fsica, como una sensacin de ing ravidez, casi de leve borrachera. Se siente tan libre, tan ligero, que tiene la impresin de que si se mueve demasiado deprisa dar un traspi.ar Echa a andar por la ruta ms directa, a travs de la hierba reseca, po r el claro sin sombra, donde cae a plomo un sol inclemente. Pasa por delante de la cafetera cerrada donde de pequeo siempre quera comer y nunc a lo hizo. Un robo a mano armada, lo calificaba su madre, mientras sacaba unos b ocadillos de sus sudarios impermeables a la grasa. El sudor le brota en la frente y la espalda, sus pies se mueven nerviosos en el suelo, y se pregunta, no por primera vez, cmo lo vern los dems . Un padre volviendo del trabajo a su casa, donde lo aguardan su familia y su ce na. O un hombre acalorado y sudoroso que llega tarde, cargado con demasiados lib ros y demasiados papeles en su maletn. Una persona ya madura, con el pelo algo ralo en la coronilla, con unos zapatos que necesitan suelas nuevas y calcet ines faltos de un zurcido. Un hombre atormentado por esa ola de calor, porque cu243?mo va a vestirse uno con camisa y corbata para trabajar con semejante tempe ratura, por Dios bendito, y pantalones largos, y cmo va a concentrarse uno cuando las fminas de la ciudad se pasean por las calles y las oficinas co n las faldas ms cortas imaginables, las piernas desnudas y bronceadas y cr uzadas delante de sus narices, con estrechos tops que exhiben sus hombros y la m s fina de las telas como nica separacin entre sus pechos y el insoportable calor del aire. Un hombre que se apresura a su casa, donde su mujer ya no lo mira a los ojos, ya no busca su contacto, una esposa cuya fra in diferencia le ha provocado tal rescoldo, tal temor, que ya no puede dormir en su cama; un hombre que no logra estar tranquilo ni en su propia casa.in Ya se ve el final del parque. Casi ha llegado. Una explanada ms de c sped a pleno sol, luego una calle, luego doblar una esquina, y sa es su ca lle. Ya distingue los tejados de los vecinos y, si se pone de puntillas, las tej as de su casa, la chimenea, el tragaluz detrs del cual, sin duda, estar5? sentada su mujer. Se enjuga el sudor del labio superior y se pasa el maletn a la otra mano. Al final de su calle hay una cola ante la boca de riego. Varios vecinos, una seu241?ora que vive un poco ms abajo y otros a los que no reconoce, avanzan como en lenta procesin por la acera y la calzada, llevando cubos vac os. Algunos charlan, otros lo saludan con la mano o la cabeza al verlo pasar. Se le ocurre que debera ofrecerse para ayudar a la seora, debera detenerse, llenarle el cubo, llevrselo a su casa. Sera lo correcto. Tiene la edad de su madre, tal vez ms. Debera detenerse, ofrecerle su ayuda. Cmo va a arreglrselas la pobre mujer si no? Pero sus pies no cesan de moverse. Tiene que llegar a casa, no soporta demorarlo m s. Abre la verja del jardn y se siente como si llevara semanas sin ver su cas a. Lo inunda una oleada de alegra al pensar que no tendr que salir d e ella durante seis semanas. Le encanta ese lugar, esa casa. Le encanta el sende ro de losas blancas y negras, la puerta pintada de naranja, con la aldaba de cab eza de len y las incrustaciones de cristal azul. Si pudiera, se estirar7?a hasta ser lo bastante grande para abrazar sus ladrillos rojos. No deja de a sombrarse de que la haya comprado con su propio dinero, o, ms bien, algo d e su propio dinero ms una cuantiosa hipoteca. De eso y de que en ese momen to albergue a las tres personas ms valiosas para l en este mundo.r Abre la puerta, da un paso, deja el maletn en el suelo y exclama: Hola! Ya estoy en casa! Y por un momento es exactamente la persona que tiene que ser: un hombre que vuel ve del trabajo, en el umbral de su casa, a punto de saludar a su familia. No hay diferencia, no hay abismo alguno entre la forma en que puede verlo el mundo y l a persona que en su fuero interno sabe que es. Hola? repite. La casa no emite respuesta. Cierra la puerta y echa a caminar entre el revoltijo de bloques de construccin, ropa de mueca y tazas de plstico e n el suelo del recibidor. En el saln se encuentra a su hijo recostado en el sof, con un pie ap oyado en el revistero. Slo lleva unos calzoncillos y tiene la vista clavad a en la pantalla del televisor, donde una criatura azul, cuadrada y sonriente de ambula por un paisaje amarillo. Hola, Hughie. Qu tal el ltimo da de colegio?pard Bien contesta el nio, sin sacarse el pulgar de la boca. Con la otra mano se retuerce un mechn de pelo. Como siempre, a Michael Francis le resulta tan inquietante como conmovedor el parecido de su hijo con su mujer. La misma frente alta, la piel lechosa, la nevada de pecas en la nariz. Hughie s iempre ha sido el hijo de su madre. Todas esas ideas de los hijos leales a sus p adres, esos invisibles lazos masculinos... Con ese nio nunca ha sido as37?. Hughie sali del tero como el defensor de Claire, su aliado, su secuaz. Cuando era ms pequeo se sentaba siempre a sus pies, como un perro. La segua por toda la casa, la cabeza siempre ladeada, atento a su p aradero, su conversacin, sus estados de nimo. Si oa a su padre mencionar siquiera que no encontraba una camisa limpia o preguntar dnde e staba el champ, se arrojaba sobre l y se liaba a golpes con sus pu241?os diminutos, de lo mucho que lo enfureca la ms leve crtic a velada contra su madre. Michael Francis siempre ha confiado en que eso cambie a medida que el nio crezca, pero no hay seal alguna de que el favori tismo vaya a tocar a su fin, a pesar de que ya tiene casi nueve aos.ard Dnde est Vita? Hughie se saca el pulgar de la boca lo suficiente para contestar: En la piscina. Michael Francis tiene que humedecerse los labios con la lengua antes de pregunta r: Y mam? Esta vez, Hughie aparta los ojos de la pantalla para mirarlo.hpar En el desvn dice con gran claridad, con gran precisin. Padre e hijo se observan un momento. Tendr Hughie alguna idea, se pr egunta el padre, de que eso es lo que ha estado temiendo desde que sali de l trabajo, desde que se meti a empujones en un vagn de metro abarrot ado y asfixiante, desde que atraves esa ciudad ardiente? Sabr Hughie que, contra toda esperanza, confiaba en volver a casa y encontrarse a su mujer en la cocina, sirviendo algo aromtico y nutritivo para sus hijos, qu e estaran vestidos y aseados y sentados a la mesa? Hasta qu pu nto comprende Hughie lo que est pasando ltimamente?yphpar En el desvn? En el desvn confirma el nio. Ha dicho que ten237?a muchas cosas que hacer y que no la molestramos a menos que fuera alg o de vida o muerte. Ya. Va a la cocina. El fogn est ocioso; la mesa, cubierta con una varied ad de objetos: un bote de lo que parecen recortes de peridico manchados de cola seca, varios pinceles que parecen pegados al tablero, un paquete de gallet as medio devorado y con el papel rasgado, la pierna de una mueca, un trapo empapado en lo que parece caf. En el fregadero se apilan platos, tazas, v asos y otra pierna de mueca. A travs de la puerta trasera abierta ve a su hija sentada en la piscina infantil vaca, con una regadera en una ma no y la mueca sin piernas en la otra. Ahora tiene dos opciones. Puede salir, coger a Vita en brazos, preguntarle por e l colegio, convencerla para que entre en casa, tal vez prepararles a los dos alg o de comer del congelador. Suponiendo que haya algo en el congelador. O puede su bir en busca de su mujer. Titubea un momento, mirando a su hija. Se mete una galleta en la boca, luego otr a, luego una tercera, antes de darse cuenta de que no est disfrutando de s u dulzor arenoso. Traga deprisa, forzando la garganta, da media vuelta y sube po r la escalera. En el rellano encuentra el camino bloqueado por la escalerilla de aluminio que l leva al desvn, ahora desplegada. La instal l mismo cuando se m udaron a esa casa, despus de que naciera Hughie. El bricolaje no es lo suy o, pero compr la escalera porque de pequeo siempre haba querid o tener un cuarto de juegos en el desvn. Un espacio bajo las vigas adonde poder escapar, un lugar oscuro que oliera a ratones y madera expuesta. Se imagin a que desde all la cacofona de su familia habra sonado lejana, benigna, que podra haber retirado la escalera y sellar as la entrada. Y haba deseado eso para su hijo, aquel refugio. Jams haba c alculado que sera requisado porque as es como lo ve ahora, co mo un movimiento militar, como una ocupacin precisamente por su esp osa. No, el desvn no es como se lo haba imaginado. En lugar de un tr en elctrico, una mesa plagada de papeles; en lugar de una guarida llena de cojines y sbanas viejas, estanteras de libros. Ninguna maqueta de a vin colgada de las vigas, nada de colecciones de mariposas ni conchas ni h ojas ni ninguna de esas cosas que les gusta coleccionar a los nios, slo libros de bolsillo y cuadernos y carpetas medio llenas.ar Se agarra a los peldaos. Su mujer est ah, justo sobre su cabez a. Si se concentra, casi oye su respiracin. Est muy cerca, pero algo lo detiene all, en el rellano, con los dedos aferrados al aluminio, la ca ra contra los nudillos. Lo que ms difcil se le hace de la vida familiar es que, justo cuando cree dominar un poco la situacin, todo cambia. Desde que recuerda, le par ece que su mujer siempre ha tenido por lo menos un nio pegado a ella. Al v olver del trabajo la vea en el sof, enterrada bajo el peso de sus do s hijos, o en el jardn con Vita en la cadera, o sentada a la mesa con Hugh ie en el regazo. Por la maana, al despertarse, se encontraba con el uno o con la otra enroscados en torno a ella como hiedra, susurrndole secretos a l odo con su aliento caliente con olor a sueo. Si su mujer entraba e n una habitacin, siempre llevaba a alguien en brazos, o haba una per sonita aferrada a su mano, a su falda, a su manga. l jams llegaba a ver su silueta. Se haba convertido en una de esas muecas rusas de la rgas pestaas y pelo pintado, siempre conteniendo versiones ms pequeu241?as de ella misma. Y as haban sido las cosas, as era la vida en su casa: Claire e ra dos personas y a veces tres. Era de suponer que ella tambin lo haba pensado, porque ltimamente, desde que Vita cumpli cuatro ao s, se le presentaba la imagen inslita de su mujer sentada a solas en la co cina, una mano sobre la mesa, o junto a la ventana, mirando hacia la calle. De p ronto, Michael Francis la vea entera, en su portentoso aislamiento, los ni os apartados, armando jaleo en su cuarto, rindose juntos bajo una ma nta, o fuera en el jardn, trepando por la tapia o escarbando en los parter res. Cualquiera pensara que para Claire aquel cambio habra sido un a livio, un rayo de sol entre las nubes despus de una dcada de intensa dedicacin maternal. Pero su rostro, cuando la miraba en uno de esos momen tos, era el de alguien que ha perdido el norte, alguien que ha equivocado el cam ino, la expresin de quien est a punto de hacer algo importante y de pronto olvida qu es. Michael Francis ha estado pensando cmo comunicarle que a l tambi?n le duele esa prdida: la intensa y celosa necesidad de los hijos por su s padres, su ansia abrumadora de estar con ellos, de observarlos mientras pelan una naranja, escriben la lista de la compra o se atan los zapatos, la sensaci3?n de que son el modelo con que aprenden a ser humanos. Estaba pensando cmo podra decirle que s, que eso haba desaparecido, pero que l a vida ofreca otras cosas, cuando todo cambi de nuevo, y entonces, a l llegar a casa, ya no se la encontraba en la cocina o en el ventanal, sino en o tra parte, arriba, fuera de la vista. La cena no humeaba en el fogn ni se asaba en el horno. Comenz a advertir extraos objetos tirados aqu? y all. Un viejo cuaderno de ejercicios con el nombre de soltera de su m ujer escrito en cuidadosa cursiva en la cubierta. Un sobado y reblandecido ejemp lar francs de Madame Bovary, con las serias notas al margen de una Claire adolescente. Un rau237?do estuche de cuero rojo lleno de lpices recin afilados. l recoga esas cosas, las sopesaba en la mano, volva a dejarlas. Clai re comenz a pedirle que se encargara de los nios, porque de pronto s ala por las tardes o los fines de semana. Esta noche estars en casa, verdad?, deca ya de camino hacia la puerta. Y haba en sus ojos una nueva expresin, una mezcla de inquietud y dinamismo. Una noche, al ver que su lado de la cama estaba desierto, deambul por la casa buscndola, llamndola en la oscuridad, y ella respondi con una voz que sonaba apagada, incorprea. Pasaron varios minutos antes de descub rir que estaba en el desvn, que haba subido en plena noche, tras aba ndonar su cama, y que una vez arriba haba quitado la escalerilla. Michael Francis se qued en mitad del rellano, pidindole en susurros que lo d ejara subir y, por Dios bendito, qu estaba haciendo all arriba ? No, le lleg su voz, nada, no, no puedes subir. Al abrir una carta de aspecto oficial dirigida a ella, una tarde en que estaba e n otra de sus misteriosas salidas, supo que se haba matriculado en Histori a en la universidad a distancia. Cuando Claire volvi, l arroj el papel sobre la mesa entre ambos. Qu demonios era eso?, quiso sabe r. Por qu estaba haciendo ese curso? Porque quiero respondi ella desafiante, retorciendo la corre a de su bolso entre las manos. Pero por qu en la universidad a distancia?hpar Y por qu no? Claire retorci la correa con ms fuerza, el semblante plido y tenso. Porque eres demasiado buena para ellos y lo sabes. Acabaste el bachillera to con sobresaliente, Claire. En la universidad a distancia aceptan a cualquiera , y su ttulo no vale ni el papel en que est escrito. Por qu3? no me lo habas dicho? Podramos haberlo hablado en lugar de...r Que por qu no te lo he dicho? lo interrumpi ella . A lo mejor porque saba que ibas a reaccionar exactamente as . Poco despus, aparecieron por la casa varios nuevos amigos, a la estela de los lpices afilados y el Flaubert. Ellos tambin estudiaban en la uni versidad a distancia y, segn Claire, era genial porque la mayora viv a a tiro de piedra. Podran ayudarla en los estudios. Y Michael consi gui morderse la lengua para no decir: Por qu no me pides ayuda a m? Al fin y al cabo soy profesor de Historia, estoy licenciado y he hec ho parte del doctorado. Y de pronto esas personas se pasaban el santo da e n su casa, con sus apuntes y sus trabajos y sus carpetas y sus conversaciones so bre la realizacin personal. No se parecan en nada a las otras amigas de Claire: mujeres con hijos pequeos y casas llenas de vasos de pls tico y juguetes y ceras de pintar, mujeres con las que entablaba amistad en las puertas del colegio o en las reuniones de vecinas. El corrillo de la universidad a distancia dejaba flotando en la casa una especie de tensa carga elctric a. Y a l, Michael Francis Riordan, aquello no le haca gracia. Ningun a gracia. Se toma un momento para serenarse. Se alisa el pelo, se remete la camisa en los pantalones y por fin sube al desvn que l mismo cre por la esca lerilla que l mismo instal. Fue l quien clavete el aglom erado sobre las vigas, quien limpi de hojas secas el tragaluz.ain Su mujer aparece ante l desde los pies hacia arriba. Descalza, tobillos es trechos, piernas cruzadas, el trasero posado en un taburete, la espalda inclinad a sobre la mesa de caballetes, los blancos y finos brazos desnudos, la mano afer rando una pluma, la cabeza vuelta. Michael Francis se pone a su lado, como ofrecindose.r Hola. Ah, Mike responde Claire sin volverse. Ya me pareca h aberte odo. Y sigue escribiendo. l reflexiona un momento sobre ese Mike. D urante aos, su esposa lo ha llamado casi siempre por su nombre de pila com puesto, como es conocido en su familia, como lo llamaban de pequeo. Adquiri ese hbito de sus padres y hermanas, y de la vasta red de primos y tos. Sus colegas lo llaman Mike, sus amigos, sus conocidos, el dentista. N o su familia, no sus seres queridos. Pero cmo decrselo? Cmo decirle: por favor, llmame por mi nombre compuesto, como antes?par Qu haces? se limita a preguntar.r Estoy... escribe frentica terminando un trabajo sobre ... Se detiene, tacha algo, vuelve a escribir. Qu hora es? Las cinco, ms o menos. Claire alza la cabeza ante ese dato, pero sigue sin volverse.hpar Has trabajado hasta tarde, no? murmura.ar La figura de Gina Mayhew parece cruzarse entre ellos y atravesar el desvn como un fantasma. Mira a Michael Francis bajo su frente cuadrada y desaparece po r la trampilla. l traga saliva, o lo intenta. Tiene la garganta cerrada y seca. Cundo bebi algo por ltima vez? No se acuerda, pero ahora tiene sed, una sed horrenda, una sed terrible, insoportable. Vasos de agu a, hileras de fuentes, quemadas extensiones de hierba amarilla ondean en su ment e. No logra decir. Cosas del ltimo da del trimestr e y... el metro. Iba con retraso... en fin... otra vez. El metro? S. Pone en marcha un vigoroso asentimiento de cabeza, aunque ella no lo mira, y pregunta apresuradamente. Y de qu va el t rabajo ese? De la Revolucin Industrial. Ah. Muy interesante. Qu aspecto en concreto? Adelanta un paso para echar un vistazo sobre su hombro. La Revolucin Industrial y el surgimiento de las clases medias. R2?Claire se vuelve hacia l y tapa con un brazo el papel, y Michael Franci s experimenta un vahdo en el vientre, en parte lujuria, en parte horror an te su pelo corto. Todava no se ha acostumbrado, todava no puede perd onarla. Hace unas semanas lleg a casa y abri la puerta todava ignorant e de lo que haba sucedido all ese da, todava confiado en que su mujer segua siendo la que siempre haba sido. Daba por supues to que continuaba teniendo su mata de pelo, no haba razones para pensar lo contrario. El pelo que descansaba sobre sus hombros, de tono meloso al trasluz, el pelo que se derramaba sobre las dos almohadas de la cama, el pelo que formab a una carpa en torno a ellos en la oscuridad cuando cabalgaba sobre l. El pelo que le haba llamado la atencin en el primer trimestre de su doc torado, en una clase sobre la Europa de posguerra: aquella melena larga, limpia, suave, que atrapaba la luz del sol. Nunca haba visto un cabello igual, y desde luego nunca haba tocado un cabello igual. Las mujeres de su familia eran morenas, pelirrojas, de pelo rizado, de pelo alborotado, de pelo encrespado , de pelo ralo, de pelo que requera cuidados y lociones y horquillas y red ecillas. Un pelo del que lamentarse, del que quejarse, del que dolerse. No un ca bello para ser reverenciado como aqul, un cabello que se dejaba suelto par a que mimbrease en todo su sencillo y anglosajn esplendor. Pero ese da, en la puerta del bao de arriba, con las llaves todava en la mano , vio que el pelo que amaba, que siempre haba amado, haba desapareci do. Cortado a tijeretazos, finiquitado. Se desparramaba por el suelo como una ex traa manada de animales. Y en el lugar de su esposa haba un chiquill o de cabeza rapada ataviado con un vestido. Qu te parece? pregunt el impostor con la voz de su mujer. Estupendo y fresquito para el verano, verdad? Y se ech a rer, con la risa de su mujer, pero luego se mir en el espejo con un sbito y nervioso giro de cabeza. Michael Francis la mira, ahora sentada frente a l, y siente de nuevo el do lor de aquella prdida irreversible, quiere preguntarle si considerar a dejrselo largo otra vez, para l, y cunto tardara en cr ecer, y si sera igual que antes. En algn mbito en particular? pregunta en cambio. Bueno... Ella mueve el brazo para tapar de manera ms efectiv a el papel. En varios. Michael Francis sabe que aquel pelo corto pretenda darle un aspecto pcaro, de duende, como el de aquella chica en la pelcula sobre Pars. Pero en el rostro redondo de su mujer, con su nariz chata, no da resultado. Par ece ms bien una convaleciente victoriana. No te olvides de mencionar las migraciones masivas del campo a la ciudad se oye decir, el crecimiento de las grandes ciudades y... S, s, ya lo s. La ve volverse de nuevo hacia la mesa. Est rechinando los dientes o son imaginaciones suyas? Djame ayudarte, quiere decirle, djame inten tarlo. Pero no sabe cmo decirlo sin parecer lo que Aoife llamara 1?un idiota desesperado. Aun as, le gustara que existiera una sola cosa en la que estuvieran unidos, una parte de su vida en la que pudieran estar hombro con hombro, como antes, antes... Y el ferrocarril prosigue. Es cosa suya o est utilizan do la voz grave y autoritaria que emplea en clase? Por qu lo hace al l, en el desvn de su propia casa, ante su mujer?. Los trenes facilitaron y aceleraron el transporte. Las vas las construyeron los irlan deses, claro, y... Ella se rasca la cabeza con un gesto rpido e irr itado, va a anotar algo en el papel pero al final aparta la pluma. Tambiu233?n te recomendara leer... No deberas contestarle? lo interrumpe Claire. Contestar a quin? A Hughie. Sintoniza el odo ms all del desvn, ms all de su mujer, y percibe la voz de su hijo, que lo llama: Pap, pap , vienes o qu? El da que conoci a los padres de Claire, lo que ms llam su atencin fue lo amables que se mostraban entre ellos. Una cortesa, una consideracin extraordinarias. Los padres se llamaban el uno al otro u171?querido. Durante la cena, la madre le pregunt si, en caso de qu e no fuera mucha molestia, podra ser tan amable de pasarle la mantequilla, por favor. l tard un momento en decodificar la relamida sintaxis de la frase, en abrirse paso a tientas por los abstrusos bucles semnticos. E l padre fue a buscarle un pauelo (de seda, con un estampado de candados de bronce) cuando la madre mencion que haca fresco. El hermano habl3? del partido de rugby que haba jugado ese da en el colegio. Los p adres le preguntaron a Clarita, como ellos la llamaban, por sus estudios, sus cl ases, las fechas de sus exmenes. La comida apareci en fuentes de por celana, cada una con su propia tapa, y se sirvieron unos a otros la primera vez y cuando repitieron. Michael Francis estaba alucinado, al borde de la risa incluso. No haba gri tos, ni palabrotas, ni refunfuos, ni trifulcas por las patatas. No volaban los cubiertos, nadie se marchaba indignado de la mesa, nadie coga un cuch illo para llevrselo al cuello y gritar: a que me mato ahora mismo! E n su familia, estaba seguro, nadie sera capaz de identificar ni siquiera v agamente el tema de su doctorado, y mucho menos sacar un calendario para escribir las fechas y detalles de sus exmenes, mucho menos recitar una lista de l ibros que pudieran serle tiles, mucho menos ir a buscar esos libros a su b iblioteca. Y las preguntas sobre lo que estudiaba l, cuntas clases daba, si ten a suficiente tiempo para dedicar a su doctorado, le provocaron cierta alar ma. Habra preferido que no le hicieran caso para poder comer tranquilament e, mirar a su antojo los cuadros antiguos de la pared o el ventanal que se abr237?a al jardn, asimilar la revelacin de que se acostaba con una chi ca que todava llamaba a sus padres papi y mami.r Pero ellos no cedan. Cuntos hermanos tena? A qu3? se dedicaban? Dnde se haba criado? El hecho de que su padr e trabajara en un banco pareci satisfacerlos, pero el dato de que se iba a Irlanda a pasar el verano fue motivo de sorpresa. Los padres de Michael son irlandeses explic Claire. Fu eron imaginaciones suyas o hubo cierto tono de advertencia en su voz, una leve m cula en el ambiente? Ah, s? El padre clav la vista en l, como b uscando alguna evidencia fsica de ello. Y l tuvo la sbita tentacin de recitar un Ave Mara, s?lo para ver qu pasaba. Pues s, anunciara sobre las alcachofa s esas cosas tan tiesas y espantosas: soy irlands, cat lico, un salvaje, un feniano de armas tomar, y he desflorado a su hija. No obsta nte, se limit a contestar: S. De Irlanda del Norte o del Sur? Se debati un momento con el deseo de corregir al padre de Claire: Repblica de Irlanda, no Irlanda del Sur. De... eh... Trag saliva. Del Sur.par Ah, pero no sers del IRA, verdad? Su mano se detuvo a medio camino de la boca. Una hoja de alcachofa se qued oscilando en el aire. Una gota de mantequilla fundida cay en el plato. Mi chael Francis se qued mirando a aquel hombre. Me est preguntando si soy del ira? Pap! murmur Claire. El hombre sonri. Una sonrisa rpida, de labios finos.hyphpar No. Solamente si t o tu familia... Si mi familia pertenece al ira? Era slo una pregunta. No pretenda ofenderte.yphpar Esa noche posey a Claire, a la una de la madrugada, sobre la colcha de flo res, sobre la alfombra, sobre los cojines del banco de la ventana. Cogi su sedoso pelo trigueo para llevrselo a la cara. Embisti y embis ti, con los ojos cerrados, y cuando se dio cuenta de que no se haba puesto condn, se alegr, se alegr con furia, y al da sigu iente, en el desayuno, todava se alegraba, vindola all sentada , tan irreprochable, con su vestidito de verano, en su silla de respaldo recto, sirvindose huevos revueltos y preguntndole a su padre si poda pasarle esto y lo otro. Tres semanas ms tarde se alegr menos, cuando ella fue a decirle que no le bajaba la regla. Y todava menos cuando, un mes despus, tuvo qu e comunicarles a sus padres que se casaba. Su madre lo cal con una r pida mirada y se sent a la mesa. Ay, Michael Francis susurr con una mano en la frente.rd Qu? pregunt su padre, mirando a uno y otro. Qu pasa? Cmo has podido hacerme esto?El qu? insisti su padre. Le ha hecho un bombo a alguna mascull Aoife.hyphpar Eh? Que le ha hecho un bombo a una, pap repiti la ni a en voz alta, repantingada en el sof, sus perfectos miembros de catorce a os desparramados. Que la ha dejado preada, gorda, en estado, en... Ya est bien la interrumpi su padre.hpar Aoife se encogi de hombros y mir a Michael Francis con renovado inte rs. Es verdad? le pregunt su padre. Pues... Abri las manos. No tena que haber pasado, quer a decir. No era la mujer con la que iba a casarme. Yo iba a hacer mi docto rado, iba a acostarme con toda la que se me cruzara por delante y luego me ir7?a a Estados Unidos. El matrimonio y el nio no entraban en los planes12?. La boda es dentro de dos semanas. Dos semanas! Su madre se ech a llorar.hyphpar En Hampshire. No tenis que asistir si no queris.in Ay, Michael Francis repiti su madre. Dnde est Hampshire? quiso saber el padre.rd Es catlica? indag Aoife, haciendo oscilar el pie descalzo y dndole un mordisco a una galleta. La madre ahog una exclamacin. Es catlica? Es catlica? Dirigi una m irada al Sagrado Corazn colgado en la pared. Por favor, dime que es catlica. l carraspe y mir furioso a Aoife. Pues no. Entonces, qu es? Pues... no s. Anglicana, supongo, pero no creo que eso tenga mucha importancia para... Su madre se levant de la mesa con un brinco y un aullido. Su padre se dio un palmetazo con el peridico en la mano. Y Aoife dijo a nadie en particula r: Le ha hecho un bombo a una hereje. Calla la puta boca, Aoife sise l.ar Esa lengua! bram el padre. Esto va a acabar conmigo sollozaba la madre desde el cuarto de bau241?o, agitando los botes de tranquilizantes. Por m, podis m atarme ahora mismo. Bien murmur Aoife. Quin quiere empezar?ar Hughie naci y las vidas de Claire y Michael Francis cambiaron de rumbo. Cl aire habra obtenido el ttulo de Historia y accedido a la clase de pu esto de trabajo que ocupaban las chicas como ella despus de la licenciatur a: en una revista o tal vez de secretaria de algn abogado. Habra com partido piso en Londres con una amiga, un sitio lleno de ropa y maquillaje. Se h abran pasado mensajes una a la otra, habran invitado a sus novios y preparado cenas en la estrecha cocina. Habran lavado su ropa interior en e l lavabo y la habran secado en la estufa de gas. Y luego, al cabo de unos aos, Claire se habra casado con un abogado o un empresario y se habra mudado a una casa como la de sus padres, en Hampshire o Surrey, y habr237?a tenido varios hijos siempre bien atildados a los que habra contado h istorias de sus das de soltera en Londres. Y Michael Francis habra terminado su doctorado. Se habra trajinado a las mujeres ms atractivas de la ciudad y pareca haberlas a m ontones, por todas partes, en el Londres de mediados de los sesenta, las de rmel en los ojos y jersey de cuello alto, las de vaporosos vestidos, la s de minifaldas extremas y botas altas, las de sombrero y gafas de sol, las de m oo y abrigo de tweed. Lo habra intentado con todas, una a una. Y lue go habra obtenido una plaza de profesor en Estados Unidos. Berkeley, pensa ba, o Nueva York, o Chicago, o Williams. Lo tena todo planeado. Se habr7?a marchado de ese pas para no volver jams. Pero result que tuvo que abandonar el doctorado. No poda mantener a una mujer y un hijo con su beca. Se puso a trabajar dando clases de Historia en un colegio de las afueras. Alquil un piso en Holloway Road, cerca de donde haba pasado su infancia, y Claire y l se turnaban para calentar los biberones. Iban a Hampshire los fines de semana y debatan sin cesar si Mi chael Francis deba permitir que su suegro les prestara dinero para comprar un sitio decente donde vivir. Remueve la cazuela con la cuchara de madera, luego sirve la pasta en dos platos. A veces, cuando atisba una expresin distante en el rostro de su mujer, se pregunta si estar pensando en la casa que poda haber tenido. En Suss ex o Surrey, con un marido abogado. Pone buen cuidado en que la pasta no toque la tostada en uno de los platos, porq ue Hughie se niega a comer si un alimento entra en contacto con otro. ?Se tocan!, gritara. En cambio, Vita la echa sobre la tostada con m antequilla. Vita est siempre dispuesta a comerse lo que sea.n Est poniendo los platos delante de sus respectivas sillas cuando algo topa contra su pierna, algo slido y caliente. Vita. Ha entrado desde el jard237?n y golpea la cabeza de pelo rizado contra su muslo, como una cabrita.ard Papi canturrea. Papi, papi, papi. l la coge en brazos. Vita dice. Y por un momento es una vez ms y de manera absolu ta la persona que tiene que ser: un hombre en su cocina, cogiendo a su hija en b razos. Deja la cuchara de madera. Deja la cazuela. Rodea a la nia con los brazos. Se siente posedo por... qu? Algo ms que amor, al go ms que afecto. Algo tan agudo y elemental que se parece a un instinto a nimal. Por un momento piensa que la nica forma de expresar ese sentimiento es a travs del canibalismo. S, quiere comerse a su hija, empezando por los pliegues de su cuello, hasta la tersa piel perlada de sus brazos.rd Ella se arquea agitando las piernas. Vita siempre ha querido tener los pies en e l suelo, no le gusta que la cojan. Su forma de afecto favorita es un abrazo en l as piernas. Detesta estar por los aires. Siempre ha tenido una solidez, una firm eza corporal de la que Hughie carece. Hughie es un espritu ligero y flaco, con ese pelo tan largo flameando a su espalda, un ser etreo, un Ariel, un a criatura del aire, mientras que Vita es un animal de tierra. Un tejn tal vez, piensa su padre, o un zorro. Con un suspiro la deja en el suelo, y al momento ella se pone a correr en torno a la mesa de la cocina gritando inexplicablemente Felices para siemp re! una y otra vez, con una variedad de nfasis.ar Vita dice l, decidido a hablar a un volumen normal por encim a del estrpito. Vita, sintate. Vita?hpar Hughie entra entonces y se deja caer en su sitio a la mesa. Coge un cuchillo y j uguetea con la pasta, cuya salsa anaranjada se enfra y se est cuajan do. Frunce el entrecejo ensartando uno, dos, tres macarrones en una pa del tenedor, y Michael Francis no sabe si pedirle disculpas por que haya de nuevo p asta o decirle que se ponga a comer. La ltima vez que su madre fue de visita acude cada dos semanas, per o slo para tomar un t, negndose a quedarse ms para no 171?incomodar a Claire coment, ante una cena parecida a sa, que para estar dando clases a jornada completa, no era sorprendente l o mucho que cocinaba? Claire no se hallaba en el comedor, pero lo oy. Mich ael Francis supo que lo haba odo por la forma brusca con que cerr3? el libro que estaba leyendo en la sala. Vita lo intenta de nuevo. La nia sigue correteando en torno a la mesa, desnuda, llena de churretes, canturreando: Felices para siempre! Felices para siempre!phpar Hughie se da un palmetazo en la frente y deja el tenedor con un golpe en la mesa . Cllate, Vita! masculla. Calla t! le grita ella. Calla t, ca lla t, calla t...! Michael Francis coge a su hija cuando pasa dando saltos y la sostiene sobre su c abeza mientras la nia alla y patalea. Sabe que ahora tiene dos opcio nes. Una, ponerse serio, ordenarle que se comporte, que se siente ahora mismo. E so cuenta con el atractivo de desahogar parte de la frustracin que lleva a cumulando desde la maana, pero el peligro es que le salga el tiro por la c ulata y Vita eleve el estruendo unos decibelios. Dos, recurrir al humor. Opta po r esto ltimo. Es ms rpido y menos arriesgado.yphpar am am dice, fingiendo comerse la barriguita de Vita12?. Soy el monstruo comenias. La deja en una silla. Tengo tanta hambre que si no comes te comer yo a ti. Slo estars a sa lvo si comes. Vita se echa a rer y, como por arte de magia, se queda en la silla. Michae l Francis contiene el aliento hasta que la ve coger el tenedor.yphpar Qu monstruo, papi? Un monstruo enorme. Peludo? chilla la nia. S, muy peludo. Todo lleno de pelo verde. Y como todava no ha probado bocado, le coge con suavidad el tenedor y se l o mete en la boca mientras ella pregunta: Y tienes dientes grandes? Gigantescos. Los dientes ms grandes del mundo.ar El tiburn informa de pronto Hughie tiene varias hiler as de... Y garras? insiste Vita, lanzando una rociada de pasta mastic ada sobre la mesa. Estaba hablando yo! grita Hughie. Estaba hablan do! Pap, me ha interrumpido. Vita, no interrumpas. Espera a que los dems terminen de hablar. S237?, tengo garras. Sigue, Hughie, qu tiene el tiburn?

d Tiene varias hileras de dientes que... Y vives en una cueva? Otra vez! exclama Hughie, temblando de rabia. P ap!Claire elige ese momento para entrar en la cocina. Su marido advierte que se ha cambiado de ropa y ahora lleva una falda y una blusa muy fina anudada a la cintu ra. Hola, chicos. Est rica la cena? Vas a salir? Ella barre con la vista las superficies, los estantes, el suelo...n Ha visto alguien mi...? Mam, Vita me ha interrumpido dos veces se queja Hughie, volv indose en la silla hacia su madre. Claire pasa una mano por la parte superior de los armarios, se detiene, da un pa so hacia la puerta trasera, vuelve a detenerse. No sabes cunto lo siento, pero t acabas de interrumpirme a mu237?. Adnde vas? Yo no te he interrumpido. S, ahora mismo. Tienes que dejar que los dems terminen de hab lar. No me habas dicho que ibas a salir. Claire se centra un momento en su marido. S te lo dije. Vamos a ver un programa de la universidad a distancia y luego cenaremos todos juntos. Te lo dije ayer, acurdate. Has vist o mi...? Pero parece renunciar a la idea de pedir su ayuda. Bueno, da igual. Tu qu? Nada. No, dmelo. Papi. Vita le pone en la manga una mano pringosa de salsa de tomat e. Cuntos ojos tienes, dos o muchos? Nada dice Claire. Da igual. Cuando se agacha para coger del suelo un bolso de lona que l no conoce, Mi chael Francis atisba un instante su escote, el encaje del sujetador, los t mulos gemelos de sus pechos. Y se le ocurre que otros tambin lo vern , en su grupo de estudio o lo que quiera que sea. Me marcho se despide ella, besando a los nios en la cabeza8212?. Os doy las buenas noches ya, porque puede que cuando vuelva estis d ormidos. A qu hora vuelves? quiere saber Michael Francis.ard Dos ojos, papi, o muchos ojos? Muchos ojos en sitios raros, c omo los brazos o las orejas? Y quin va a acostarme? pregunta Hughie con su tono de hurfano abandonado. Tarde. Claire mueve la mano en el aire. No s.

d O en los pies? Los ojos en los pies seran muy tiles, 191?verdad?, porque... Y mi bao? Quin va a baarme?hyphpar Pues pap. Claire le da un rpido abrazo a su hijo. Pero de todos modos no puedes baarte por las restricciones de agua, 1?te acuerdas? Pero a qu hora, ms o menos? Alguna idea tendrs.ar Pues no. Igual me quedo o igual... O en las manos. As podras ver las cosas que quisieras coger, veras las cosas al cogerlas, a una nia para comrtela, por ejem plo, o... Mientras Claire sale por la puerta, Hughie coge un tringulo de pan tostado .Adis se despide Claire desde el recibidor.phpar Esto no me lo puedo comer est diciendo Hughie. Tiene salsa por el borde. Pap, no me escuchas. Dnde tienes los ojos?in Suena el telfono. Vita cada vez habla ms fuerte. Hughie est sa cando comida del plato diciendo que no se puede comer ni esto ni lo otro, y Clai re grita algo desde la puerta. Qu? Michael Francis echa a correr, atraviesa el sal3?n y llega al recibidor, donde su mujer aguarda en la puerta. No te o237?a. Su silueta se recorta en el umbral. El sol ilumina la tela de su blusa e incendi a el pelo en torno a su rostro pequeo y pecoso. Le duele el corazn a l verla. Qudate, quiere decirle, no te vayas. Qudate conmigo.rd Deca que seguramente era tu madre. Se ha pasado llamando toda la ta rde. Ah. Ha perdido una llave o no s qu. Ya. A su espalda, los timbrazos del telfono cesan bruscamente y se oye la voz de Hughie: S? Claire... Dime... Ella tiene una mano en la puerta, un pie ya fuera.

d No te vayas. Qu? Por favor. Le coge la mueca, donde los huesos de sus dedos s e encuentran con los huesos largos del brazo. Michael... Slo esta noche. Qudate aqu slo esta noche. No vay as. Yo te cuento todo lo que necesites saber sobre la Revolucin Industrial . Qudate con nosotros. Por favor. No puedo. S que puedes. No puedo. Les he prometido... Que les den por saco. Un error. El rostro de Claire se contrae de rabia. Se queda mirndolo. Detr s de l, Hughie le est diciendo a su abuela que pap no pu ede ponerse porque le est gritando a mam en la puerta. Claire parece que va a decir algo, pero al final agacha la cabeza, pone el otro pie fuera de la casa y cierra la puerta a su espalda. l tarda un momento en comprender que se ha ido. Se queda mirando la puerta , el bronce deslustrado de la cerradura, el cristal tan limpiamente encajado en la madera. Y entonces se da cuenta de que Hughie est a su lado.lain Pap! Pap! Qu? Baja la vista a esa versin en miniatura de s u mujer, su mujer que acaba de marcharse, que ha salido por esa puerta, alej?ndose de ellos. La abuela al telfono. Dice que... Michael Francis atraviesa de nuevo el saln y coge el auricular.lain Mam? Perdona, estaba... Lo desconcierta or que su madre est en mitad de una frase, una parra fada o posiblemente algo incluso ms largo... ... y le dije a ese seor que bueno, que hoy no necesitaba leche, as que tendra que volver el jueves, y sabes lo que me contest43?? Pues me dijo que... Mam, soy yo. ... de todos modos, no llevaba mucha en la furgoneta y...hyphpar Mam! Una pausa en el telfono. Eres t, Michael Francis? S, soy yo. Ah. Crea que estaba hablando con Vita. No. Era Hughie. Ah. Bueno. Ya le he contado a Claire esta tarde (por cierto, pareca muy agobiada) que el problema es que se ha llevado la llave del cobertizo y...par Quin? Yo le dije que el desayuno estaba listo, pero ya sabes cmo se pone con el peridico... Qu peridico? El caso es que el congelador est en el cobertizo, como bien sabes.par Michael Francis se lleva una mano a la frente. A veces, hablar con su madre es c omo deambular desorientado por un bosque de significados en el que nadie tiene n ombre y los personajes aparecen y desaparecen porque s. Hace falta un punt o de apoyo, cierto sentido de la orientacin, establecer la identidad de un o de los personajes, y entonces, con algo de suerte, todo lo dems va cuadr ando. ... me ha dicho que hoy no tena tiempo, pero...par Quin? Quin no tena tiempo?yphpar Ya s que est siempre muy ocupada. Tiene mucho lo.ard Esto es una pista definitiva. Slo hay una persona para la que su madre uti liza esa frase. Mnica? Me ests hablando de Mnica?plain S. Parece algo ofendida. Pues claro. Hoy no tiene tie mpo por lo del gato, as que he pensado que a ver si t...ain Yo? Las compuertas de su furia se abren, y es un glorioso al ivio, un maravilloso y torrencial desahogo. A ver si lo entiendo. Me estu225?s pidiendo a m, que tengo una familia y un trabajo a jornada completa , que vaya a ayudarte a encontrar la llave del cobertizo. Y no se lo pides a mi hermana, que no tiene hijos ni trabajo, porque tiene mucho lo. Cmo odia esa frase. Aoife y l se la decan a veces, en broma. P ero en realidad el favoritismo de su madre por su hija mediana, su infinita tole rancia con ella, su capacidad para perdonarle cualquier cosa, no tiene nada de g racia. Es irritante. Es ridculo. Y sobre todo es hora de que se acabe. Su madre inhala bruscamente y se produce un breve silencio. Por dnde ir a salir? Le gritar ella tambin? Su madre siempre est ms que dispuesta a defenderse con uas y dientes, eso lo saben ambos. Bueno dice por fin con voz trmula. Es obvio que ha optado po r mostrarse herida y un poquito valiente. Pens que quiz pod237?as ayudarme. Pens que poda llamarte en mi hora de necesi...pard Mam... Vaya, que ya lleva fuera once horas y no s qu hacer y...pardMichael Francis arruga la frente, se acerca ms el auricular a la oreja. 201?sta es otra caracterstica de las conversaciones con su madre. Ella es curiosamente incapaz de distinguir la informacin importante de los datos n imios. Para ella todo es crucial: una llave extraviada y la desaparicin de su marido tienen la misma precedencia. Pap lleva fuera de casa once horas? ... y como nunca haba desaparecido as y yo no saba muy bien a quin recurrir y Mnica est tan ocupada, pens que.. . Espera, espera. Le has dicho a Mnica que pap ha desapar ecido? Una pausa. S contesta insegura. Me parece que s.plain O slo le has dicho que no sabes dnde est la llave del cobertizo? Michael Francis, creo que no me ests escuchando. S perfectame nte dnde est la llave del cobertizo. Est en el llavero de tu p adre, pero como tu padre ha desaparecido, pues la llave tambin, y...ard Vale. Decide hacerse cargo de la situacin. Te dir? lo que vamos a hacer. T te quedas esperando al lado del telfono. Yo voy a hablar con Mnica y vuelvo a llamarte dentro de diez minutos. ?De acuerdo? Muy bien, cario. Espero tu llamada, entonces.r Eso. No te muevas de ah.

Gloucestershire

yphpar Para Mnica todo empez con el gato. A partir de entonces, y durante a os, la desaparicin de su padre quedara asociada a la muerte de l animal. Ni siquiera le gustaba ese gato, nunca le haba gustado. Pero las hijas de Peter lo adoraban y se haban criado con l. Cuando Peter las traa de casa de su madre los viernes por la tarde, salan disparadas, irrumpu237?an en el recibidor y, sin detenerse siquiera a quitarse los abrigos, corr237?an como locas chillando y armando un jaleo ensordecedor, en busca del minino . Y cuando lo encontraban acurrucado en el sof o estirado junto a la chime nea, se arrojaban sobre l, hundan la cara en su costado canturreando su nombre y jugueteaban con los maleables tringulos de sus orejas.rd Mantenan con l largas conversaciones, le hacan elaboradas casa s con peridicos, queran que durmiera en sus camas por la noche, y Pe ter lo permita. Lo llevaban de un lado a otro como un peludo bolso de mano , lo vestan con ropa de mueca y lo paseaban por el jardn en un antiguo y chirriante cochecito que haban sacado del granero. Mnica ni siquiera haba sabido de la existencia de aquel cochecito (evitaba el gr anero, un lugar oscuro lleno de araas y formas retorcidas y oxidadas), per o las nias s. Un da las vio por la ventana sacarlo a rastras p or la puerta del granero, como si ya lo hubieran hecho muchas veces. Eso le prod ujo una curiosa inquietud, la idea de que aquellas dos nias, prctica mente desconocidas, conocieran su casa mejor que ella misma.par Lo coment sin darle importancia, como en broma, cuando se pusieron a hacer galletas las tres juntas en la mesa de la cocina (o era ella la que cortaba frenticamente la masa con el molde con forma de gato que haba com prado unos das antes, intentando ignorar el hecho de que las nias es taban ah sin hacer nada, con los brazos cruzados y mirada torva?). M nica no encontraba un guante de horno limpio (haba vuelto a quemar otro en aquella maldita cocina), y la mayor, Jessica, se levant, fue a un caj?n de la cmoda, sac un guante limpio y se lo tendi sin una pa labra. Conocis esta casa mejor que yo, eh? coment ella entonces, forzando una sonrisa. Jessica clav en ella una larga mirada. Hemos vivido aqu toda la vida contest. Florence naci aqu indic, sealando a la izquierda, en el suelo. Mam solt un montn de palabrotas. A pap le d ejaron cortar el cordn. Mnica se qued petrificada, con un flcido gato de masa pegado a los dedos, incapaz de apartar la vista del suelo junto a la ventana. Desde ento nces no haba sido capaz de poner el pie en ese punto.ar Lo intentaba con las hijas de Peter. Se esforzaba al mximo. Los das laborables, que las nias pasaban con su madre, tenan para ella un ri tmo muy distinto. El lunes, el da de su partida, se quedaba como en shock, la cabeza envuelta en un negro nubarrn de desasosiego e impotencia; el ma rtes se le iba en recobrarse; el mircoles, en pesadumbre y desesperaci?n: Florence y Jessica la odiaban, la odiaban, por mucho que Peter dijera lo co ntrario. Lo vea en sus ojos, en cmo se apartaban de ella si por casu alidad se acercaba, como caballos sobresaltados. La situacin era insosteni ble, un desastre, jams sera una madrastra, ya no digamos buena, sino ni siquiera adecuada. El jueves despertaba temprano y se arengaba mentalmente: se le daban bien los nios, poda decirse que haba criado a Aoif e, que no era precisamente una persona fcil, no poda ser tan complic ado ganarse a las hijas de Peter. El viernes lo pasaba en elaborados preparativo s: compraba cuadernos para colorear, lpices de colores, muecas de tr apo, suaves bolas de lana. Pona un jarrn con flores en sus mesillas de noche. Dejaba en la mesita de centro revistas de flores, libros sobre natural eza, tebeos, cola, plastilina, coloridos carretes de hilo. Podra ens earles a bordar, a coser! Haran juntas manualidades para los regalos de Navidad: fundas para gafas, bolsas para pijamas, pauelos bordados. Se imaginaba a Peter encontrndoselas a las tres en el sof, cosiendo una funda para su lata de tabaco a fin de darle una sorpresa. Cunto se alegra ra Peter, qu feliz le hara saber que ella lo haba conseg uido, que se haba ganado a las nias. Y entonces llegaba la tarde del viernes y aparecan las dos nias con aquellas batas idnticas, con los dobladillos siempre ligeramente irregular es (cmo deseaba Mnica descoserlos y volver a coserlos bien; sl o tardara un momento), y recorran toda la casa buscando al gato de s us amores. Jenny, su madre, se apresur a endilgarle a Peter la custodia del gato cuan do se separaron, insistiendo en que la criatura tena que quedarse en la ca sa con l. Mnica no tard mucho en averiguar la razn. Aque l animal no tena el menor discernimiento sobre lo que era comestible y lo que no: consuma papeles, gomas elsticas, trozos de cuerda, las etiqu etas de la ropa. Jams haba visto nada igual. Si los zorros rompan las bolsas de basura de la calle, el gato se pona morado de huesos, ca bezas de pescado podridas, pan mohoso, trozos mordisqueados de plstico, co rdones viejos. A continuacin se dedicaba a lanzar repulsivos maullidos en la puerta, hasta que Mnica ceda y lo dejaba entrar, y entonces regur gitaba los desatinados contenidos de su estmago en la alfombra, en el suel o recin fregado, en el kilim del recibidor, en la mesa de la cocina.ard Mnica le haba dicho a Peter que si tena que volver a quitar vu243?mito de gato de los muebles una sola vez ms, iba a darle algo.rd Era lunes y tocaba asear al animal. Le gustaba dedicar ese da a limpiar la casa, borrar todo rastro de las nias, poner cada cosa en su sitio, quitar le al gato la tierra y la hojarasca del pelaje. Lo llam al pie de las esca leras, en el jardn trasero, en la entrada del viejo granero podrido. Agitu243? la caja de su apestosa comida. Abri y cerr la puerta de la nev era con aparatoso ruido. Nada. Chasque la lengua, irritada. Tena puesto el delantal que reservaba p ara esa tarea, y los guantes de goma. Tena el peine metlico del gato ya preparado, sumergido en desinfectante. Dnde estaba aquel bicho?par Lo llam varias veces ms y se dio por vencida. Se sac el delant al especial y los guantes y se ocup en quitar el polvo de las repisas. Pero ms tarde, cuando sacaba la basura, la sobresalt ver un oscuro b ulto en el parterre. Al principio pens que una de las nias habra perdido algo, o que alguien lo habra tirado desde la calle por encima d e la tapia: un sombrero, un zapato tal vez. Se hizo visera con la mano y vio que era el gato, en una extraa postura, al pie del amarillento jazmn.ar Ah ests dijo, pero la voz le fall.n Una turbia pelcula cubra los ojos del animal, su pecho se expand?a y se contraa con movimientos rpidos y febriles. Mnica se a gach y vio que la pata trasera estaba desgarrada como si fuera tela y deja ba al descubierto una roja masa sanguinolenta con una mancha blanca. Lanz un gritito y retrocedi tambalendose. Mir a un lado y otro de l a calle, como buscando ayuda, y por fin ech a correr hacia la casa, retorc iendo el delantal con las manos. El telfono estaba sonando cuando irrumpi en el vestbulo. Lo co gi bruscamente. S? La voz de su madre ya estaba a media frase: ... y pensaba que a lo mejor t tendras alguna idea de adnde habr ido, porque... Mam, ahora mismo no puedo hablar. Ay, esto es una tragedia. No...ar Qu ha pasado? Su madre se centr al instante, oli endo el peligro cerca de su hija. Qu ha pasado? Es Pete r? No. El gato. Qu pasa con el gato? Que tiene la pata herida y sangrando. Ahora mismo est ah fuer a, hecho un ovillo rarsimo, y no s qu hacer.phpar Ay, pobrecito. Igual lo ha atropellado un coche. Pero est vivo, 1?no? S. Bueno, por lo menos respira. No s qu hacer re piti su hija. Pues tendrs que llevarlo al veterinario. Al veterinario? Claro. All lo atendern. Pobrecito se apiad de nu evo Gretta. La compasin de su madre, cuando se trataba de pequeos ma mferos preferentemente indefensos, nunca dejaba de sorprender a Mnic a. No puedo. Por qu no? No puedo cogerlo. No estando as. No te queda ms remedio, cario. Envulvelo en una toallasi no te ves capaz de tocarlo. Mtelo en una caja de cartn y ll valo as. En una caja de cartn? S, cario. Tienes alguna? Probablemente. No lo s. Todo saldr bien. Te acuerdas de cuando Aoife se encontr aquel gatito? Y... Mam, ahora no puedo hablar. Tengo que... Espera, slo quiero preguntarte una cosa. Es la llave del cobertizo. Vers, es que tu padre... Tengo que irme! Te llamo luego. Mnica colg y abr i la puerta del stano. Iba a rescatar al gato, ella y slo ella : sera su triunfo. Una virtuosa emocin le corra por las venas. Les contara la ancdota a las nias el fin de semana y ellas es cucharan agradecidas y tal vez un poquito llorosas. Veran al gato, q ue estara ya vendado, sentado dcilmente junto a la estufa, y sabr7?an que ella, Mnica, lo haba salvado. Baj a trompicones por la escalera hasta la hmeda oscuridad del s?tano. Seguro que por all habra alguna caja de cartn, de las Navidades pasadas. Mnica no entenda lo que deca el veterinario. No pareca q uerer ayudarla. Haba logrado llegar hasta all con el gato de una pie za, bajo aquel calor asfixiante. Lo haba metido en una caja, haba id o con la caja hasta la parada del autobs y haba hecho el recorrido c on la vista fija al frente, a pesar de que el gato se pas todo el trayecto haciendo ruidos desesperantes. Que ahora le dijeran no s qu de m3?dulas espinales era demasiado. Qu? Tenemos que poner fin a su sufrimiento. El veterinario hablaba con una voz especialmente suave que a Mnica no le gust nada.lain Cmo dice? El hombre vacil y la mir con cautela. Que hay que sacrificarlo. Que hay que qu? Mnica no lograba asimilar las pa labras. El veterinario deca algo sobre dormir y dolor y aceptacin. A ll dentro pareca hacer ms calor incluso que fuera. El sudor le perlaba la frente, el labio superior, en torno a la cintura de la falda. Tem7?a que, si suba los brazos, el veterinario, un hombre ms o menos d e su edad y bastante atractivo, vera las manchas oscuras que crecan en sus axilas. El gato era un charco de pelo en la mesa entre ellos.ain El gato, seora Proctor deca el veterinario, est gravemente herido y... Mnica dej de enjugarse la frente con el pauelo, horrorizada.ar Que quiere matarlo? Pero si tiene que curarlo! Tiene que... M is hijastras... Tiene que curar a este gato. Por favor. Eh... El hombre vacil, confuso al verse apartado de su gui243?n habitual. Luego hizo acopio de valor. Es un procedimiento muy r?pido e indoloro afirm inseguro. En fin. Algunas personas p refieren quedarse junto al animal durante el proceso. Mnica mir al gato, que haca unos terribles movimientos con las patas delanteras, como queriendo meterse de nuevo en su caja de cartn. Le haba costado sus buenos diez minutos introducirlo en ella. El minino no q uera entrar de ninguna de las maneras y se haba debatido con desespe rados y espasmdicos movimientos. Y ahora lo nico que quera era volver a su caja. Acaso saba lo que estaba pasando? Se daba cuenta de que hablaban de su muerte inminente? No, pareca estar diciendo, a hora no, todava no, todava tengo que hacer muchas cosas. Mnica se acord de pronto de Aoife. Cmo haba llorado y llorado cuand o se muri aquel gatito. La recordaba con las rodillas magulladas sobre sus calcetines de colegio, en el jardn, sosteniendo entre los brazos aquella forma diminuta envuelta en una toalla vieja. Su padre cavaba un agujero en la ti erra. Hazlo bien hondo, Robert, susurr su madre, y estrech a Aoife c ontra su delantal. Al gatito le haba llegado su hora, le haba dicho, eso era. Pero Aoife lloraba desconsolada. Aquel gatito haba sido un anima l enfermizo desde el principio, pero ella no dejaba de llorar.phpar Mnica tena las manos sobre el gato y notaba su escalonado espinazo, los tringulos de los omplatos, sorprendida, como siempre, por lo fru225?giles que parecan sus huesos. Aquel felino era una criatura sli da y grande, pero cuando lo cogas en brazos era como un pajarito, insustan cial, casi inexistente. Y sorprendentemente caliente. Ahora ronroneaba y frotaba la cara contra sus dedos, cosa que ella nunca le haba permitido, y la mir aba con una expresin tranquila, confiada. Mientras ests aqu, p areca decirle, todo ir bien. Mnica no poda apartar la vi sta, no poda interrumpir aquella mirada entre el gato y ella, aunque era c onsciente de que el veterinario llenaba la jeringuilla y le introduca una traicionera aguja en el pelaje. No obstante, Mnica segua mirando al gato, segua hablndole, pasndole una mano por los riscos de su espinazo. El animal ronroneaba, y de pronto fue como si lo asaltara una idea pre ocupante, como si acabara de acordarse de algo importante. Mnica se estaba preguntando qu podra ser, en qu piensan los gatos, cuando com prendi que su cabeza yaca yerta en sus manos, que sus ojos ya no la miraban a ella, sino ms all, como si pudiera ver algo a su espalda, algo que se cerna sobre ella, algo malo, algo que ella ignoraba.plain Oh! exclam, al tiempo que el veterinario deca:ar Todo ha terminado. La rapidez del proceso, que el paso de la vida a la muerte fuera tan fcil, le result espeluznante. Vivo un momento, muerto al siguiente. Mnica tuvo que dominar el impulso de mirar alrededor. Adnde, adnde se haba ido el gato? Tena que estar all, en alguna parte. No p oda haberse desvanecido as sin ms. Curiosamente, Aoife volvi a surgir en su mente. Ahora de adulta, ya sin lo s calcetines del colegio. Aoife en el hospital, inclinndose sobre la cubet a antes de que viniera la enfermera para llevrsela. Mnica agach la cabeza, quera sacudir al gato, devolverlo a la vida, verlo mover las patas y araarle la manga. Cualquiera habra ima ginado que ese trnsito entraara una lucha, una resistencia, un a batalla entre dos estados. Pero tal vez no. Tal vez la muerte era siempre un s imple caer de un lado a otro. Era terrible pensar que poda suceder con tanta facilidad.yphpar Aoife se haba inclinado para mirar dentro de la cubeta. Ay, no, Aoife, le haba dicho ella, da mala suerte. Pero Aoife no le hizo caso, por supuesto. Se qued mirndolo un largo rato. Mnica dej los dedos bajo la mandbula del gato, frgil com o una ramita. Con la otra mano tocaba el pelaje detrs de la oreja, el pela je ms suave del mundo, siempre haba pensado, de una suavidad inconce bible, como la pelusa del diente de len. Qu deprisa haba crecido Aoife. Mnica tena la impresi?n de que haba sucedido de la noche a la maana, que la nia de los zapatos desatados y las trenzas siempre desgreadas se haba conv ertido de un da para otro en la mujer de ropas holgadas y numerosos collares que aquel da, junto a su cama de hospital, haca caso omiso de su advertencia: Aoife, no mires. Con el pelo sobre la cara para que Mnica no pudiera ver su expresin, se qued mirando un largo rato. Y luego dijo con voz queda: ha muerto antes de haber podido vivir siquiera. Y ella, Mn ica, incorporada en la cama, se dio un puetazo en la rodilla. No, eso no e s as, protest. Haba vivido. Ella lo haba sentido vivo to das aquellas semanas. Haba sentido su presencia correr por sus venas, habu237?a sentido su existencia de manera indudable en los extraos mareos mat utinos, en las nuseas inducidas por el tabaco y el humo de los coches y el barniz de la madera. Haba vivido, le dijo a su hermana. Y Aoife alz la cabeza y replic: pues claro, claro que s, lo siento, Mon, lo sie nto muchsimo. Ahora ese nio tendra casi tres aos. Pero no tena sentido pensar en eso. Mnica apart las manos del gato y se dio media vuelta. Se son la nariz. Se colg el bolso del ho mbro. Dio las gracias al veterinario. Pag en el mostrador de recepci n. Cogi la caja de cartn, que pareca curiosamente ligera (?sera el alma, se pregunt, la que acarreaba todo el peso?). Sali3? a la calle. Mir a un lado y otro. Ech a andar hacia la parada de l autobs. Ya en casa, se puso a abrir las ventanas. Que entrase un poco de aire, por Dios. Pero no pareca haber aire, ni dentro ni fuera. El calor se filtraba por l as rendijas, como el humo por debajo de una puerta. Cerr de nuevo las vent anas, se ech un poco de colonia en las muecas y las sienes y volvi243? a peinarse. Gretta y Aoife tenan un cabello abundante que creca en todas direcciones, pero el suyo era fino como gasa, ms lacio imposible , otrora claro pero ahora de un anodino castao desvado. No ten a remedio. Lo nico que poda hacer era ir a la peluquera todas las semanas y dormir con redecilla. Cruz el rellano y entr en el cuarto de bao. Mir fren?tica alrededor, arranc un trozo de papel higinico y se lo llev? a la nariz. Tena la garganta irritada (alergia al polen, tal vez? ) y le picaban los ojos. Tir el papel al vter y procedi a baja rse la cremallera del vestido. Deba arreglarse un poco para Peter, que no tardara en llegar. Era importante mantener el inters del marido, lo deca todo el mundo. Se dara un bao. S, eso. Le traan sin cuidado las malditas restricciones: necesitaba un bao, tena que darse un bao. Al infierno el gobierno y sus mseras cu otas de agua, al infierno con todo. Puso el tapn y abri los dos grif os, y por un momento se qued hipnotizada viendo el agua espumear trm ula en el fondo de la baera. La cremallera se haba atascado a medio camino. Le dio un tirn lanzando un exabrupto y ni siquiera le import or la tela rasgarse. Tena que quitarse aquel vestido como fuera, te na que baarse, tena que estar guapa y aparentar serenidad cuan do le contara a Peter lo del gato, cuando le pidiera que se hiciese responsable de haber tenido que sacrificarlo. Necesitaba hacerle comprender que no hab a otra opcin, que haba que decirles a las nias que haba sido l quien haba encontrado al gato, que haba sido l qu ien haba estado con el animal hasta el final. Pero mentira Pet er por ella? No lo saba. Por fin, el vestido cay en un charco de algodn caliente en torno a s us tobillos. Mnica verti en la baera la caja de sales de ba1?o que la madre de Peter le haba regalado por Navidad, que por otra part e a ver qu clase de regalo era se para una nuera. No haba dich o nada cuando a Jessica se le escap que la abuela le haba regalado a Jenny una bufanda de cachemira, pero se sinti dolida. Muy dolida.

d Finalmente se meti en el ilcito bao. La temperatura era perfec ta, de una tibieza agradable, vivificante. Se desliz bajo el sedoso l?quido y not la textura granujienta, aunque no desagradable, de los crista les an sin disolver. Una vez ms, no haba tenido noticias de Aoife en Navidad, mientras qu e ella, Mnica, haba enviado una felicitacin a su lugar de trab ajo. Hay tradiciones que deben respetarse, pase lo que pase. Su madre s ha ba recibido una felicitacin, o algo parecido. Y Michael Francis tamb in. Pero no les coment nada. La baera era de hierro forjado, bastante grande para poder tumbarse dentro . Le habra gustado reformar todo el bao, pero Peter, por supuesto, n o quera ni or hablar del asunto. Es lo que tiene casarse con un anti cuario. Peter daba una tabarra impresionante con... cmo lo llamaba?. ..la integridad de las casas, eso. Es una casa de campo de la poca victori ana temprana, deca, por qu embrollarla con espantosas bazofias modernas? A ella le habra gustado preguntar cmo se poda embro llar una casa. Y por qu no poda tener moqueta en el bao? Pero se morda la lengua. Albergaba la sospecha de que su reticencia a mod ificar un solo detalle de la casa se deba ms a su deseo de mantenerl a igual que cuando las nias vivan all, en la poca de Jen ny, para acariciar la ilusin de que nada haba cambiado. Como Gretta sola decir: algunas cosas es mejor ni tocarlas. De manera que tena una baera de hierro descascarillado con patas de len, un vter con tapa de madera agrietada y una cadena que no hac7?a ms que romperse. Unos estantes en los que debera haber geles de bao y botes de champ, pero que albergaban parte de la colecci n de Peter de frascos de medicamentos del siglo XIX. En la cama, de hierro oxida do, tenan un colchn de plumas hundido que la haca estornudar. No se le permita disponer de un buen horno elctrico, como todo el mu ndo, sino que deba lidiar con una cocina de lea que Peter haba encontrado por algn descampado, haba llevado a rastras hasta la cas a y l mismo haba pintado de negro, la cocina en s y la mayor p arte del suelo, de paso. Aquel trasto devoraba madera como un enorme y fiero mon struo, y hacer la cena cuando las nias tenan hambre implicaba un esf uerzo increble. El pasillo, el camino particular, el granero y el jard?n estaban constantemente atestados de sillas apiladas, sofs harapientos, tableros de mesa que Peter estaba en proceso de restaurar para la t ienda. Ella no alcanzaba a imaginar por qu alguien querra comprar es os cachivaches. Pero s, los compraban. Se incorpor al or el telfono. Sera Jenny? No. ?ltimamente parecan haber cesado aquellas quejumbrosas llamadas. Pe ter? Su madre otra vez? Mir la alfombrilla del bao, calcul? la distancia hasta la toalla. Todava no estaba preparada para hablar de l gato. Se le form de nuevo un nudo en la garganta al recordarlo: sus ojos de mirada perdida, aquella caja de cartn en el granero. Pero qu? demonios le pasaba? Habra cumplido tres aos ese otoo. Todo comenz entre Peter y ella con un collar antiguo. Ella llevaba unas se manas trabajando en un colegio de Bermondsey, dedicndose a escribir cartas a los padres sobre eventos deportivos o requerimientos del uniforme, a gestiona r las matrculas de los alumnos o las nminas de los profesores. M?nica odiaba acordarse de aquellos tiempos, los primeros meses tras la partida de Joe, despus de lo sucedido en el hospital, con las facturas acumulndose y el alquiler cada vez ms caro, el piso tan espantoso y tan vac?o, y todo el asunto de Aoife... Aquella maana llevaba puesto un collar d e esmeraldas que la abuela de Joe le haba dado como regalo de bodas. No so la ponrselo a menudo, pero Joe se haba llevado sus anillos y e l colgante que le regal por su veintin cumpleaos. Para venderl os, imaginaba ella. Siempre haban andado cortos de dinero.hyphpar As pues, se puso el collar de esmeraldas, aunque no le gustaba especialmen te. Era demasiado ornamentado y antiguo para su gusto. Pero pens que le ira bien con el cinturn verde de la falda. Se diriga hacia el su r del ro en autobs, de pie en el pasillo porque en los trayectos por la maana iban siempre como sardinas en lata, cuando un hombre le ofreci243? su asiento. Cada vez que pasaba algo as, se acordaba de Aoife, porque una vez iban juntas en el metro y un hombre no muy mayor, de mediana edad tal v ez, se haba levantado para dejarles el sitio y, justo cuando ella iba a se ntarse agradecida, Aoife la agarr del brazo y le dijo al hombre: no, mucha s gracias, no hace falta. Pero, en fin, ahora le cedan el asiento y ella acept con un gesto de la cabeza (negndose a pensar en Aoife y sus principios) y se sent, y justo en ese momento el hombre exclam: Qu collar ms bonito! Ella se volvi sorprendida, con el billete en la mano. El hombre se inclina ba, agarrndose a la barra con una mano, para examinarle la zona del cuello con mirada intensa y expresin absorta. A ella le result extraordina rio sentirse observada de esa manera, con tanta atencin, con tanta concent racin. De modo que cuando l le pregunt si le gustaba la filigr ana eduardiana, ella resoll: Uy, s!, y l se sent a su lado cuando el asiento qued libre y se puso a hablar de orfebrer a y artesanos y de la influencia veneciana mientras ella lo miraba con los ojos como platos. Cuando le pregunt si poda tocar la pieza, c omo la llam l, Mnica respondi: Por supuesto.ain Debera sacar ese collar, se dijo Mnica mientras se enjabonaba los ho mbros. El telfono volvi a sonar, esta vez ms brevemente. M?nica abri el grifo para llenar ms la baera, mirndose e l cuerpo. No estaba mal, decidi, para alguien que se acercaba a los treint a y cinco. Todava tena cintura, que era ms de lo que pod a decirse de muchas mujeres de su edad. Y estaba delgada; ltimamente se mo deraba con la comida, tena siempre apio a mano para los momentos de sbita hambre. Aunque ya pareca que todo comenzaba a caerse un poco, como s i su carne de pronto tomara conciencia de la gravedad. La ltima vez que vi o a Aoife (cunto tiempo haba pasado?, tres aos?, u191?casi cuatro?) le llam la atencin su juventud: su cutis perfecto y firme, la carne bien adherida al hueso, la tersura de su cuello, su pecho, la flexibilidad de sus brazos. Mnica se llev un buen sobresalto. Todo el mundo deca que se parecan, aunque ella jams lo haba v isto. En absoluto. De pequeas no podan haber sido ms distintas , Aoife tan morena y ella tan rubia. Pero de pronto se dio cuenta de que, a medi da que cumplan aos, se parecan ms, como si estuvieran co nvergiendo hacia un nico destino, una identidad unificada. Se senta claramente separada de Aoife, absolutamente distinta en todos los aspectos conce bibles, pero al verla aquel da en la cocina se vio a s misma diez au241?os atrs. La segunda vez que se vieron (la haba llevado a un pub de Holborn, un loca l oscuro con varias cabezas de ciervo montadas en las paredes), Peter le dijo qu e tena hijos. Mnica sinti una emocin que no le result3? del todo desagradable. Por supuesto que dej su copa y cogi su bo lso, aduciendo que no era de esas que salen con casados. Porque no lo era, en ab soluto. Ella era, estaba segura, de esas que salen con un buen chico y luego se casan con l y viven con l en un pisito y se quedan con l toda la vida. sa era ella. La cuestin, no obstante, era qu hace una chica as cuando ese destino, marcado desde muy temprana edad, se desinteg ra, se tuerce espantosamente. Claro que a Peter no le dijo nada de eso en el pub de Holborn. Cogi su bol so para marcharse, pero l le puso una mano en el brazo y dijo sencillament e: lo entiendo. As, sin ms: lo entiendo. Una rplica perfecta, y enunciada con enorme profundidad, mirndola a los ojos. A Mnica se le olvid de inmediato a santo de qu vena aquella contestaci3?n y la convirti sencillamente en un hermoso aserto general. Peter entenda. Lo entenda todo, absolutamente todo de ella. Fue como si de pron to la hubieran envuelto en esponjosas mantas. Peter le haba dicho, mir?ndola a los ojos, que la entenda. Volvi a sentarse, por descontado, y escuch lo que l le cont3?: que Jenny y l no estaban casados, que no crean que nadie pudier a pertenecer a nadie, y que ltimamente senta que tal vez su historia con Jenny tocaba a su fin. Y cuando Mnica le pregunt sobre sus hijo s, el rostro de Peter se suaviz en una expresin que ella no le conoc a y describi a sus dos hijas, Florence y Jessica, y cont que l es haba construido una casa en el robledal de la pradera. En la mente de M nica surgi la imagen de s misma en un lugar verde, hierba bajo sus pies, hojas sobre su cabeza, un hombre a su lado. En esa imagen, estaba pre parando una cesta de bizcochos y zumos y bocadillos para que dos nias pequ eas, arriba en el rbol, pudieran subirla con una cuerda. Las nias llevaban sandalias y batas y mostraban expresiones jubilosas y confiadas, de manera que cuando Peter le pregunt si le apeteca dar un paseo por e l ro para ver el atardecer desde el puente de Waterloo, ella dijo s. S, me apetece. Mnica se frot con vigor los pies con piedra pmez. Era irritant e comprobar que, cuanto ms mayor te hacas, ms se te endurec7?an los pies. Aquel calor estaba agrietndole los talones, le produca ampollas, los zapatos le apretaban permanentemente. Pero no, no poda qu ejarse en cuanto al tema del envejecimiento. Las pocas canas que tena se l as arrancaba, y cuando llegara el momento se las teira. An ten a, ms o menos, la misma talla de ropa que cuando se cas, es de cir, cuando se cas por primera vez, con dieciocho aos, algo que no p odan decir muchas mujeres. Ella jams lo dira en voz alta, por supuesto, pero tener un marido considerablemente mayor que t te haca sentir ms joven y aparentar ser ms joven ante los dems por co mparacin. Y no tener hijos, por supuesto, era tambin una ventaja a l a hora de conservar la figura y esas cosas. En aquellas situaciones en que las m ujeres se renen en diversos estados de desnudez (en los vestuarios, las po cas veces en su vida que haba ido a una piscina pblica), Mnica observaba con morbosa fascinacin los estragos fsicos de la maternid ad: los flcidos pliegues del vientre, las plateadas estras que serpe nteaban hasta las piernas celulticas, los sacos deshinchados de los pechos ... Se levant del agua con un estremecimiento y sacudi las puntas mojada s de su pelo. No, eso de la maternidad no era para ella. Lo saba. Lo hab237?a sabido siempre. El verano que Mnica cumpli nueve aos, algo le ocurri a s u madre. sta haba sido siempre una presencia imponente, una mujer qu e haca ruido al moverse, al comer, al respirar, incapaz de ponerse los zap atos sin mantener una conversacin consigo misma, con el aire que la rodeab a, con la silla en que se sentaba, con los propios zapatos. Vamos, a ver s i os colocis, gandules, le deca al cuero marrn con cordo nes. No quiero que me deis ni un solo problema.ar Su madre, podra decirse, haca notar su presencia. Al volver del cole gio, Mnica saba si su madre estaba en casa slo por la calidad del aire, por la densidad del ambiente. Si en cambio se hallaba fuera, estaba to do como en suspenso, como un escenario antes de que se enciendan las luces y sal gan los actores de entre bambalinas. Y la casa se le antojaba irreal, como si lo s muebles, los jarrones, los platos, la loza, no fueran ms que atrezo, com o si paredes y puertas no fueran ms que una escenografa pintada que se caera si uno se apoyaba en ella. Pero, si Gretta estaba, todo emita una sensacin de precipitaci n, de ajetreo. La radio estara encendida, o en el tocadiscos se oiran baladas de aquel tenor de la voz temblona, y Mnica se la encontrar a vaciando un armario, rodeada de tarros de mermelada, tazas, cuencos, cabos de vela diseminados por el suelo. Y su madre tal vez acunara una cuchara de plata s ucia en el regazo y mascullara entre dientes para s o a la cuchara, y al ver a su hija una sonrisa asomara a su rostro. Anda, ven aqu, l e dira, que voy a contarte la historia de la anciana que me dio esta cucha ra. Gretta poda estar cortando con bro uno de sus vestidos para ajus trselo a Mnica, o apasionadamente entregada a uno de sus siempre efu237?meros pasatiempos: haciendo ganchillo, barnizando tiestos, ensartando cuent as para fabricar un fantstico collar, bordando en pauelo s trenzas de margaritas, pensamientos y nomeolvides. Unas semanas ms tarde , aquellos proyectos languidecan abandonados, medio acabados, metidos en u n cajn. Las aficiones de Gretta eran como una llamarada, tan fulgurante co mo fugaz. Aos ms tarde, Joe, el primer marido de Mnica, al ver a Gretta hacer balance de sus cuentas, comentara que tal vez la locura de su madre provena de no haber encontrado la manera de canalizar su intelig encia. Quiero decir, que nunca estudi, no?, concluy.plain Pero ese verano fue como si Mnica hubiera perdido aquel instinto para capt ar la presencia de su madre. Recordaba con claridad el da que cruz l a puerta, not el aire quieto y hmedo de la casa y pens que no estaba. Habra ido a encargarse de las flores de la iglesia, tal vez, o a e ncender un cirio por alguien, o a visitar a algn vecino. Mnica dej243? caer la cartera al suelo, mordisquendose la punta de la coleta, y ent r en el saln, donde se encontr a Gretta tumbada en el sof bueno, en pleno da, dormida, las manos cruzadas sobre el pecho, los pies encima del tapizado. Se qued ms estupefacta que si se la hubiera en contrado sirvindole un t con pastas al mismsimo Papa. Aguard un momento en el umbral, observando a su madre dormida como para as egurarse de que era ella, su madre