Introducci n Estado, mercado y sociedad · ... está representada por las expectativas ... debemos...

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Introducción De cara a los desafíos planteados por la sociedad contem- poránea, sumergida en una crisis al parecer omnipresente, todos sus integrantes de una u otra manera volvemos la mirada al pasado tras la búsqueda de algunas claves interpretativas para intentar comprender nuestra situación actual. Pretendemos hacer inteligible la contemporaneidad mediante una relectura de nuestro pasado. Al fin y al cabo, como se señala en una publicación reciente, el presente de una nación es, sin duda, la síntesis compacta de todos los encadenamientos formados en su historia. El presente también detalla las posibilidades y frustraciones tejidas durante el pasado. 1 De este modo, los procesos contemporáneos -económicos, sociales, ideológicos, políticos, mentales- orientan fuertemente las tendencias actuales de la investigación histórica. Las múltiples dimensiones de la crisis, con sus secuelas más impactantes -transformaciones traumáticas del aparato productivo, incremento de la pobreza y la polarización social, creciente precariedad de las condiciones de trabajo y de vida material y cultural, reducción significativa del volumen y la calidad de los servicios públicos, desmantelamiento del Estado de Bienestar y reformulación de la configuración estatal, entre otras- han nutrido una creciente inquietud de los investigadores de las ciencias sociales y las humanidades por la indagación de esas temáticas y muchas otras conexas en las realidades sociales pretéritas. 1 Guillermo VITELLI, Los dos siglos de la Argentina. Historia económica comparada, Buenos Aires, 1999, p. 7.

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Introducción

De cara a los desafíos planteados por la sociedad contem-poránea, sumergida en una crisis al parecer omnipresente, todos sus integrantes de una u otra manera volvemos la mirada al pasado tras la búsqueda de algunas claves interpretativas para intentar comprender nuestra situación actual. Pretendemos hacer inteligible la contemporaneidad mediante una relectura de nuestro pasado. Al fin y al cabo, como se señala en una publicación reciente, el presente de una nación es, sin duda, la síntesis compacta de todos los encadenamientos formados en su historia. El presente también detalla las posibilidades y frustraciones tejidas durante el pasado.1

De este modo, los procesos contemporáneos -económicos, sociales, ideológicos, políticos, mentales- orientan fuertemente las tendencias actuales de la investigación histórica. Las múltiples dimensiones de la crisis, con sus secuelas más impactantes -transformaciones traumáticas del aparato productivo, incremento de la pobreza y la polarización social, creciente precariedad de las condiciones de trabajo y de vida material y cultural, reducción significativa del volumen y la calidad de los servicios públicos, desmantelamiento del Estado de Bienestar y reformulación de la configuración estatal, entre otras- han nutrido una creciente inquietud de los investigadores de las ciencias sociales y las humanidades por la indagación de esas temáticas y muchas otras conexas en las realidades sociales pretéritas.

1 Guillermo VITELLI, Los dos siglos de la Argentina. Historia económica comparada, Buenos Aires, 1999, p. 7.

En este contexto, las preocupaciones de los historiadores en particular, están acicateadas por los estímulos compartidos con sus colegas de las disciplinas vecinas pero también por dos demandas adicionales, de naturaleza diversa. La primera, exógena, proviene del exterior de la comunidad histórica, está representada por las expectativas que la disciplina suscita en la población en general en torno a la inteligibilidad, a partir del conocimiento del pasado, de la crisis social global que estremece a la sociedad contemporánea. Esto se ve fortalecido por la sensación de seguridad que deriva del pasado, de la imposibilidad de modificar el curso de los acontecimientos pretéritos frente a la generalizada angustia provocada por una incertidumbre aguda sobre el futuro inmediato que, hoy por hoy, parece impregnar a todas las personas y colectivos sociales. Esta demanda social fuerte, que es consciente o inconscientemente compartida por los historiadores como integrantes del mismo conjunto social, está acompañada por otra de naturaleza diferente, endógena, que emerge dentro de la comunidad histórica en tanto cultivadora de la disciplina. Enfrentados al presente, los historiadores se ven acicateados para reinquirir el pasado con orientaciones novedosas, en términos de nuevos interrogantes, enfoques, problemas. Como nos lo recuerdan Jacques Boutier y Dominique Juliá, el presente no cesa de in-terrogar a la historia y apremia al historiador a retomar sus indagaciones, a reformular sus preguntas y hasta a cambiar sus métodos; en este sentido, la investigación histórica es, en palabras de E. H. Carr, un diálogo perpetuo entre el pasado y el presente, se inscribe en un va y viene indispensable que, parafraseando a Marc Bloch, nos hace comprender el presente por el pasado y comprender el pasado por el presente.2 Así, según los mismos autores, la renovación de las temáticas y las problemáticas de los historiadores jamás nace in abstracto, sino que responde a una alquimia compleja que asocia la agudeza de las cuestiones contemporáneas, la constelación intelectual en la que se inserta la historia (especialmente su relación con las ciencias sociales vecinas) y los apremios específicos del campo disciplinar, con su

2 Jean BOUTIER y Dominique JULIA, Ouverture: À quoi pensent les historiens?, en: Jean BOUTIER y Dominique JULIA (dir.), Passés recomposés. Champs et chantiers de l'histoire, París, Serie Mutations n° 150-151, pp. 38-39.

desarrollo interno, sus formas propias de trabajo y los poderes que en él se ejercen.3

Esta compilación es una primera aproximación al proyecto global titulado Estado, Economía y Sociedad en la provincia de Córdoba (1820-1950), que cuenta con un subsidio trianual otorgado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANPCyT). La obra, además de manifestar los diversos intereses de un equipo de investigación, encuentra su coherencia en la adopción de ciertas perspectivas comunes en el abordaje de las distintas temáticas analizadas, sin pretender apelar a ningún principio reduccionista. Como afirma Bernard Lepetit, El conocimiento de las sociedades no progresa por reducción a un discurso único sino por multiplicación razonada de los comentarios elaborados sobre ellas. De este modo, si las ciencias sociales comparten posiciones epistemológicas y un proyecto en común, es vano esperar un progreso del saber de la reducción de la diferencia de sus prácticas.4

La primera perspectiva compartida alude a la necesidad de enfatizar la historicidad de todas las relaciones, procesos, desarrollos, acontecimientos y sujetos sociales. Las ciencias sociales y humanas experimentan un verdadero giro histórico, exteriorizado en el surgimiento del nuevo historicismo en la teoría literaria, en el renovado interés por la historia en la filosofía, en la difusión de un nuevo institucionalismo orientado históricamente y en el desarrollo de enfoques claramente históricos en la ciencia política, la economía y la sociología. En efecto, usando escalas cronológicas diferentes y modelos de temporalidad diversos, la antropología, la economía, la geografía, la sociología ponen la mira en el mundo histórico y basan sus explicaciones sobre el recorte de un contexto en el desarrollo no reproducible de los fenómenos. Ellas establecen la diacronía como factor explicativo fundamental. Para el historiador, el tiempo es la materia misma de su estudio, la única variable que es irreductible y que engloba a las otras.

3 Ibid., p. 40. 4 Bernard LEPETIT, Histoire des pratiques, pratique de l'histoire, en: Bernard LEPETIT (dir.), Les formes de l'experience. Une autre histoire sociale, París, 1995, p. 12.

En este sentido, el desafío en la historiografía contemporánea es que la conceptualización se derive del análisis histórico -theory comes from history5- y no como en la década del '60 donde la teoría determinaba la historia. La especificidad disciplinaria reside en la comprensión del sentido de las acciones humanas, lo que impide hacer abstracción del contexto espacio-temporal y de la subjetividad de los actores y convierte en una quimera la investigación de las relaciones universales. Hans Medick expresa la necesidad de comprender las sociedades estudiadas desde el interior, dejándose guiar por ellas, con el fin de que sean ellas mismas las que procuren al investigador los instrumentos de análisis que le han de permitir interpretarlas, en vez de someterlas a marcos interpretativos etnocéntricos, rígidos y válidos indistintamente para todos los casos.6

Este énfasis en el proceso de historización es fácil de reconocer hoy día en el campo de la historia económica y en el de la historia social. Ambas han cuestionado el alcance explicativo de los vastos paradigmas macroteóricos vigentes desde la Segunda Guerra Mundial hasta los '70. El proceso histórico no es ni una sucesión de fases de carácter objetivo, ni de etapas en la evolución del espíritu, ni de formas de división del trabajo o de modos de producción, ni de episodios discretos de saber-poder.7

En el campo concreto de la historia económica, los modelos basados en la temporalidad neoclásica mostraron su ineptitud para analizar las discontinuidades mayores de la economía. La modelización neoclásica suponía que el sistema económico se reducía a un conjunto interconectado de mercados regulados por un mecanismo de precios y abstracciones y no a instituciones concretas regidas por reglas y situadas en espacios reales.8 Por otra parte, para este modelo, los agentes econó-micos aparecen como seres exclusivamente racionales, con una racionalidad independiente de los valores de la sociedad. Sus modelos

5 Q. Edward WANG, Historical Writings in 20th Century China: Methodological Innovation and Ideological Influence, p. 25. Inédito. 6 Cit. en: Peter NOVICK, That Noble Dream The Objectivity Question and the American Historical Profession, Cambridge University Press, 1998, p. 549. 7 Gareth STEDMAN JONES, Une autre histoire sociale? (note critique), en: Annales HSS, año 53, n° 2, 1998, p. 388. 8 Patrick VERLEY, Historia económica y teoría económica, en: Robert BOYER e Yves SAILLARD (ed.), Teoría de la regulación: estado de los conocimientos, Buenos Aires, 1998, volumen III, p. 177.

se forjan en términos de fuerzas que obedecen a determinadas leyes y las explicaciones para los fenómenos económicos se buscan no en pro-cesos causales o secuenciales que tienen lugar en el tiempo, sino en las condiciones necesarias y suficientes para lograr un equilibrio atemporal. El agente económico, por lo tanto, deviene un reactor pasivo más que un verdadero actor.

Contra ese paradigma dominante de la teoría económica, nuevas proposiciones fueron elaboradas, entre ellas las que afirmaban que los agentes actúan, además, en función de la percepción -a menudo insuficiente- que tienen del entorno y de sus modificaciones y la conducta de los agentes económicos es influida, al lado de las variables económicas, por motivaciones de orden cultural, social y político. Al respecto, son significativas algunas expresiones de los propios cliometristas más contemporáneos, como Richard Stuch, quien en el Journal of Economic History afirma: La teoría económica ya ha empezado a desarrollar una sensibilidad humanista que le es propia... Un considerable progreso se ha hecho por los teóricos económicos que explícitamente reconocen el ciclo de la vida humana, que incorporan motivos tales como el miedo, la ambición y que construyen a partir de conceptos como la justicia, la reciprocidad y la miopía. Los economistas han descubierto y están leyendo historia social, historia étnica, historia política e historia intelectual. Yo sospecho que sus descubrimientos van a cambiarlos... debemos hacer que nuestros modelos sean adaptables, más potables y más humanos.9

En el estudio de las realidades económicas, como una parte de la explicación de la realidad social en su conjunto, cobró prevalencia la idea de que no hay modelos económicos universales ni deterministas, sino que la racionalidad económica está socialmente condicionada. El comportamiento de los agentes económicos depende de quiénes son y de qué posición ocupan en la estructura económica. En el campo de la economía, como en el científico, ha tomado forma una crítica a la maximización de la racionalidad, el rechazo a una racionalidad substantiva como un proceso exclusivo de deducción lógica a partir de premisas explícitas y, en su lugar, la adopción de una concepción

9 Richard STUCH, All Things Reconsidered: The Life-Cycle Perspective and the Third Task of Economic History, en: Journal of Economic History, vol. 51, n° 2, p. 278.

situacional de la racionalidad. En síntesis, un nuevo paradigma se elaboró poco a poco, paradigma que propicia una economía histórica, a medida que el estudio de la génesis y evolución de las instituciones, como el de sus efectos en los comportamientos y, por tanto, sobre sus consecuencias materiales, se vuelve crucial.10

En esta misma faceta humanista, la historia social no ambiciona construir una teoría general de una ficticia sociedad total, sino intenta comprender la relación entre las actividades personales -las prácticas y las representaciones como guías de acción- y la organización social como algo que se construye continuamente en el tiempo. La sociedad no dispone de ningún punto fijo exterior que sea trascendente para organizar sus estructuras o regular sus dinámicas.

Esta insistencia en la faz humana de la historia, en la his-toricidad de las formas sociales, ha llevado a volver a prestar una atención particular a la sociedad y a analizar ésta como una categoría de la práctica social; es decir considerar que las identidades sociales o los lazos sociales no tienen naturaleza sino solamente usos.11 Sensibles a los nuevos enfoques antropológicos o sociológicos, los historiadores han querido restaurar el papel de los individuos en la construcción de los lazos sociales.

La nueva historia social dota a los actores de una cualidad principal, la competencia, entendiendo por tal la capacidad para reconocer la pluralidad de los campos normativos y para identificar sus contenidos respectivos, la aptitud para percibir las características de una situación y las cualidades de sus protagonistas, la facultad para deslizarse en los espacios que los universos normativos mantienen con ellos y para construir -a partir de reglas y valores dispares- las interpretaciones que organizarán el mundo de manera diferente. Sobre todos estos puntos, no hay ninguna igualdad entre los actores. Su libertad está en proporción con su posición del momento, con la multiplicidad de los mundos a los cuales sus experiencias biográficas tie-

10 Pierre DOCKÈS, El nuevo paradigma económico y la historia, en: Bernard LEPETIT et al., Segundas Jornadas Braudelianas. Historia y Ciencias Sociales, Instituto Mora, México D.F., 1995, p. 58. 11 Bernard LEPETIT, Histoire des pratiques... cit., p. 13.

nen acceso y con sus capacidades inferenciales.12 De allí que la historia social contemporánea otorga prioridad,

como tema central, a las conexiones entre las transformaciones mayores -políticas, económicas, sociales, culturales e ideológicas- y la forma y carácter de vidas condicionadas por diferentes entornos. Intenta reconstruir cómo la gente vivió los condicionamientos estructurales y las transformaciones del pasado a través de diversas estrategias individuales o colectivas, interesándose igualmente por las representaciones elaboradas por los diferentes sujetos sociales sobre esas experiencias vitales. Según Nancy Green, ahora el objetivo es suministrar un análisis de las identidades sociales que no aprisione a los actores en categorías reificadas, sino que permita al mismo tiempo comprender las acciones y representaciones de los sujetos en el contexto de las estructuras y de las restricciones que los encierran.13 Sin embargo, es importante resaltar que la lógica de lo social no obedece a la pree-minencia de estructuras objetivas inscritas en la realidad ni a la acción consciente de la subjetividad; tampoco es el resultado de una mediación dialéctica entre ambas; se articula a partir de las prácticas cambiantes que permiten a los seres humanos constituirse como sujetos sociales, produciendo a la vez nuevos ámbitos de objetividad. Por tanto, el desafío lanzado por una nueva historia de las sociedades consiste en la necesaria articulación entre, de un lado, la descripción de las percepciones, de las representaciones y de las racionalidades de los actores y, de otro, la identificación de las interdependencias desconocidas que, a un tiempo, limitan e informan sus estrategias. De esta articulación depende la posible superación de la oposición clásica entre las singularidades subjetivas y las determinaciones colectivas.

Pero si es relevante que lo social sea liberado de las deter-minaciones económicas y sociales, también se debe evitar caer en el reduccionismo cultural y lingüístico, en boga en algunas producciones histórico-culturales. El historiador social debe atender a la dinámica propia de los regímenes discursivos, ser cuidadoso en el análisis concep-

12 Ibid., p. 20. 13 Nancy L. GREEN, Classe et ethnicité, des catégories caduques de l'histoire sociale?, en: Bernard LEPETIT (dir.), Les formes... cit., p. 166.

tual, tener en cuenta el espesor y la autonomía de las prácticas del discurso en el campo social. Los actores sociales no experimentan directamente la realidad; ésta, comenzando por la propia identidad de los actores, aparece configurada por el régimen discursivo compartido. No obstante, que la experiencia se construya discursivamente no significa que sólo se genere mediante el discurso; los modos colectivos de organizar el espacio o de distribuir el tiempo implican la utilización de procedimientos, de técnicas que no son exclusivamente de carácter discursivo. Esta diferencia explica el hecho de que lo enunciable y lo visible en una época, no se confundan completamente, aunque se ajusten entre sí. El problema es cómo articular, el funcionamiento recíproco de las prácticas discursivas y de las no discursivas, sin caer en una explicación sustentada en esquemas reductores: presentar el discurso como reflejo de un contexto no discursivo o negar el carácter referencial de todo discurso histórico.

La aproximación consistiría en desentrañar las relaciones que mantienen los discursos y las prácticas sociales y rechazar las formulaciones radicales del linguistic turn americano sobre la peligrosa reducción del mundo social a una pura construcción discursiva, a puros juegos de lenguaje. La importancia del rol social del lenguaje, no implica reemplazar la interpretación social por la lingüística, sino descubrir cómo las dos se relacionan. La mayoría de los historiadores coincidirían con Carroll Smith-Rosenberg cuando afirma que así como las diferencias lingüísticas estructuran la sociedad, las diferencias sociales estructuran el lenguaje.14 Más aún, el lenguaje mismo adquiere significado sólo dentro de ámbitos sociales e históricos específicos. Al respecto, Giovanni Levi ha expresado que la investigación histórica no es una actividad puramente retórica o estética y una de las contribu-ciones específicas de su escuela estriba, precisamente, en el rechazo del relativismo y la reducción de la tarea del historiador a una actividad puramente retórica de interpretación de textos, en lugar de la explicación de los acontecimientos mismos.15

Dentro de este clima de revisión de las fuertes determinaciones en la producción de los procesos y desarrollos históricos cobra

14 Cit. en: Georg G. IGGERS, La ciencia histórica en el siglo XX. Tendencias actuales, Barcelona, 1998, p. 115. 15 Ignacio OLABARRI, New History: a Longue Durée Structure, en: History and Theory, vol. 34, n° 1, 1995.

importancia la consideración de que las variables significativas son muchas veces exógenas, como las decisiones políticas. Desde fines de la década del '70, los historiadores comenzaron a percibir las insuficiencias explicativas de aquellos trabajos que, deliberadamente o no, habían soslayado los factores políticos. Un sector cada vez más numeroso de la profesión postulaba la necesidad del retorno de lo político a la historia.

Pero esta recuperación de la política por los historiadores económicos y sociales tiene una identidad propia. El objeto ha sido replanteado y la política ha sido redefinida, teniendo un significado mucho más amplio que el que se le adjudicaba tradicionalmente: es identificada directamente con el poder y los hechos y circunstancias afines a él. De esta manera, el objeto ha sido renovado, diversificado y relegitimado; más que hablar de la política corresponde aludir a lo político. Por consiguiente, se abre un amplio panorama para la investigación, porque los fenómenos políticos desbordan la estrechez de perspectivas de la historia convencional, donde el problema político quedaba circunscripto prácticamente a las relaciones formales de poder. En segundo lugar, lo político es visualizado como un proceso más que como una serie de eventos, prestando atención a las permanencias y no sólo a los cambios, en períodos de tiempo más bien largos; temáticas tales como la conciencia pública, la acción política popular, las funcio-nes del Estado pueden y deben formularse en términos de patrones y procesos, convergiendo así con otros temas históricos. En consecuencia, el retorno de lo político no implica una vuelta a un modo narrativo donde los acontecimientos políticos y militares monopolizaban el discurso histórico.

Así, la historia social y la historia económica no son el estudio de una larga duración despolitizada sino que, por el contrario, reconocen la necesidad de analizar el rol del Estado y de las distintas instituciones como actores cruciales en la conformación y evolución de las estructuras y coyunturas económicas y sociales, mediante sus políticas sectoriales y sus relaciones con los grupos sociales.

Estas preocupaciones dieron por resultado una necesaria revalorización del papel del Estado. Las principales disciplinas sociales y humanas se beneficiaron con una profusión de investigaciones que centraron su atención en el Estado. En nuestra disciplina, el estudio de la estructura institucional de un Estado, conjuntamente con la acción, intención y pensamientos de los actores responsables de ella, resulta

esencial para conocer las reglas de juego de una sociedad, en el marco de las cuales debe ocurrir la interacción humana. Cualquier aspecto de una comunidad -producción, intercambio, finanzas, moneda, inversiones, trabajo, educación, salud, condiciones de vida material de sus habitantes, entre otros- está condicionado por los límites que proporcionan dichas reglas.

Los historiadores sociales se acercaron a lo político con una nueva mirada, considerándolo no como un subcontinente desconectado de la historia social, sino como un lugar de gestión de la sociedad global, de lo social, de lo económico. Los márgenes de lo político se han ampliado notablemente, incorporando las relaciones informales de poder. Esto ha permitido que los historiadores sociales comenzaran a descubrir las dimensiones políticas existentes en muchas relaciones sociales que, hasta ese momento, habían abordado desde otras ópticas; las relaciones de género y las familiares, las jerarquías laborales, las actividades asistencialistas del Estado y la Iglesia, el acceso diferencial a los bienes materiales y culturales, empezaron a ser comprendidas en términos de poder.

Esta nueva mirada que los historiadores sociales tienen de lo político, los llevó a abandonar su tradicional posición antiinstitucional y a preocuparse crecientemente por los procesos institucionalizadores en sus complejas interacciones con el mundo social. En particular, el interés se centró en los procesos de institucionalización estatales. Lo que se pretende es rescatar la vinculación entre las elites, sus ideas e instituciones y la gente común y su diario vivir, iluminando cómo el Estado afecta la cotidianidad de la gente corriente.

Por último, dado que las acciones de los hombres no son fruto de una voluntad pura incondicionada, sino que sólo se vuelven inteligibles dentro de un rico y complejo marco de ideas, un problema central en la revalorización del Estado y de los demás conjuntos institucionales es el estudio de los modos de racionalidad que subyacen a las decisiones políticas, económicas y sociales. Es decir, el Estado pensado como la realización de una idea. De allí que una reflexión sobre las diferentes concepciones acerca del Estado en sus diversas facetas históricas es indispensable para comprender su estructura y sus funciones.

Con esta perspectiva de abordaje se intenta analizar algunas relaciones, y sus respectivas configuraciones históricas, que subyacen a las temáticas específicas de cada colaboración.

En principio, nuestra intención es operar un primer acer-camiento al Estado, la sociedad y el mercado cordobeses en sus configuraciones históricas específicas y no como meras abstracciones atemporales, haciendo hincapié en su evolución y en sus interrelaciones cambiantes contextualizadas en las distintas coyunturas que se registraron entre 1820 y 1950. Se intenta concretar una aproximación multiorientada de esas interrelaciones, tomando en consideración las diversas variables intervinientes - económicas, sociales, culturales, ideológicas, entre otras.

La historia del Estado se concibe hoy como una historia sintética, impensable sin la inclusión de sus imbricaciones con los fenómenos económicos, sociales, culturales que toman forma dentro de la misma totalidad histórica. Sólo así podrán ser mejor comprendidos los procesos institucionalizadores -incluido el estatal- que tuvieron lugar dentro de una sociedad en el pasado y será posible esclarecer el papel desempeñado por el Estado en los procesos amplios que la caracterizaron en el transcurso del tiempo.

El Estado es indisociable de la sociedad en la cual ha emergido y se ha configurado y prestarle atención a él implica -se quiera o no- dirigir la mirada hacia todo el universo de seres humanos que conforman el tejido social, con independencia de sus rasgos individuales, ya que todos ellos encuentran condicionados sus comportamientos cotidianos, en diversas maneras y grados, por las reglas de juego definidas por el Estado. En efecto, éste constituye el espacio en el cual se codifican e institucionalizan los compromisos sociales que permiten la reproducción del sistema social en su conjunto. Pero esos compromisos son, a su vez, resultado de consensos y conflictos entre actores sociales, individuales y colectivos, desigualmente provistos de recursos para movilizar en sus enfrentamientos en torno a intereses específicos. En este sentido, la sociedad influye poderosamente sobre el Estado y su acción institucionalizadora y en última instancia se puede afirmar, siguiendo a Alain Guery, que el Estado siempre pone en obra, adaptándolos o per-virtiéndolos, modos existentes de voluntad, de actuación y de los saberes

que una sociedad elabora y en la cual ese Estado se ha formado y desarrollado.16 Y podríamos agregar que éste es una creación humana, resultado de un proceso social de construcción, basado en acciones pero también en un repertorio de representaciones y de ideas que las nutrieron y guiaron en su derrotero.

Esta última afirmación es igualmente válida para el caso del tercer componente del tríptico: el mercado. Hoy reconocemos que el mercado no se autoinstituye, sino que es un producto histórico socialmente construido a lo largo de un proceso en el que convergieron e interactuaron variables económicas y otras de distinta naturaleza, como sociales, culturales y políticas. Para nosotros, el mercado no es sólo una categoría analítica, mucho menos un lugar abstracto, sino que nos interesa en tanto concreto histórico, es decir, como un dispositivo institucional, un sistema de reglas de juego que constituye una de las modalidades -entre todas las posibles- de coordinación de las actividades económicas, emplazado en un tiempo y un espacio reales, lo que equivale a decir enraizado en un contexto histórico específico.

Por otra parte, como sostienen las corrientes regulacionistas e institucionalistas de la teoría económica, el mercado es incapaz de autorregulación y no es eficiente por sí mismo, sino que su dinámica es posible merced a la existencia y acción de un conjunto interconectado de instituciones. Estas, de diverso origen y naturaleza, formales e informales, comparten una característica básica que define su esencia y constituye su misión primordial: son creadoras de orden, porque definiendo una estructura de incentivos y restricciones pretenden encuadrar y orientar el comportamiento interactivo de los agentes económicos. Por esto históricamente, en mayor o menor número, más o menos evidentes, las instituciones siempre están presentes en las economías de mercado; en palabras de Peter Evans, los mercados están siempre inextricablemente integrados en una matriz que incluye pautas culturales y redes sociales compuestas por lazos individuales y poliva-lentes.17

16 Alain GUERY, L'historien, la crise et l'Etat, en: Annales HSS, n° 2, 1997, p. 250. 17 Peter EVANS, El Estado como problema y como solución, en: Desarrollo Económico. Revista de Ciencias Sociales, vol. 35, nº 140, 1996, p. 534.

La existencia de esas instituciones, que reducen la incer- tidumbre y así viabilizan el intercambio, nos conduce de nuevo al Estado. Esto se debe a que el proceso de institucionalización está estrechamente entretejido con el desarrollo del Estado, que permite la definición e implementación de un sistema jurídico y la fiscalización de su cumplimiento, el establecimiento de un sistema de pagos bien determinado, la codificación de la calidad de los bienes y servicios, la fijación de pautas de admisión en el mercado, entre otras condiciones que son requisitos básicos para el funcionamiento eficiente de éste. En consecuencia, queda claro que Estado y mercado no constituyen entidades antagónicas de la totalidad social y que es imperativo no aislarlos, prestando atención a las modalidades específicas de relación que se tejen y destejen continuamente entre ambos en cada configuración histórica que se examine.

A su vez, entre el Estado y el mercado se intercalan numerosas y variadas modalidades de organización que, bajo la forma de sindicatos, corporaciones, empresas, asociaciones de beneficencia, mutuales, familias, agrupaciones políticas, entre muchas otras, contribuyen también a la construcción de las reglas de juego vigentes en un conjunto social y, por tanto, a la regulación de los comportamientos de los actores sociales, otorgándole una estructura a la interacción humana. Para ello, esas entidades intermedias, enraizadas en el tejido social, elaboran un repertorio normativo propio destinado a sus miembros y, simultáneamente, colaboran en la creación de reglas para la comunidad global, mediante su participación en el juego político.

Sin embargo, como historiadores no sólo nos interesan las reglas de juego en sí mismas, sino mucho más aún, los usos reales que de ellas han hecho los actores sociales, individuos y grupos, atentos a los márgenes de libertad que ellos preservan, debido sobre todo a los desajustes entre los diversos subconjuntos de reglas de juego vigentes en una configuración histórica. Por consiguiente, si bien los sujetos actúan guiados por normas, también es cierto que en muchas oportunidades se alejan de ellas, orientándose por otros parámetros; no obstante, siempre se comportan conforme a una racionalidad acotada y contextual, es decir, en función de los recursos cognitivos con que cuentan y con las restricciones que provoca su emplazamiento en un tiempo y un espacio concretos.

Otro aspecto presente en algunas contribuciones es la relación entre crecimiento económico y desarrollo social. El primero no se transforma automáticamente en el segundo y sus articulaciones son más complejas que los supuestos del derrame, es decir, la idea que obteniendo el crecimiento económico, sus beneficios se derramarían automáticamente y solucionarían los problemas sociales. Las más recientes líneas interpretativas de la historia económica, aunque se ocupan de la producción y del intercambio, lo hacen en función de los problemas vinculados al consumo y al standard de vida, que son las medidas cruciales de la eficiencia y la equidad de un sistema económico. Pero el standard de vida no se circunscribe al ingreso per cápita; aunque tales indicadores o medidas monetarias son valiosos componentes del nivel de vida, ellos no constituyen la totalidad de la historia. Los indivi-duos y las sociedades en su conjunto valoran la buena alimentación y la salud, la vivienda digna, el acceso a la educación, la seguridad personal y patrimonial y otras demandas sociales. La acumulación como motor fundamental del progreso concierne no sólo al capital físico, sino que tiene que ver con las reservas de capital humano y social.

Finalmente, una última relación presente en algunos trabajos es la establecida entre discurso, práctica y representación, tres nociones que han concitado la reflexión de las ciencias humanas y sociales en los últimos años. Esta vinculación analizada históricamente permite cuestionar una apreciación demasiado simple de los mecanismos de dominación y revalorizar la diversidad de las estrategias, explícitas o implícitas, de resistencia. Como lo manifiesta Roger Chartier, la tensión entre dispositivos de constreñimientos e ilegalismos en Michel Foucault, la oposición entre estrategia y táctica en Michel de Certeau, la distancia entre modalidades del hacer creer y las formas de la creencia en Louis Marin, son otras tantas formulaciones de ese apartamiento.18

De esta forma, la historia social y la económica, en tanto facetas de la Historia con mayúscula, se interrelacionan en un objetivo común: colocar al hombre en el centro de sus preocupaciones. Este criterio, este desafío hacia un humanismo revitalizado, se vincula con el deslizamiento generalizado en las ciencias humanas y en la historia en particular hacia modelos de comprensión y explicación histórica que revalorizan la acción, las prácticas y las representaciones de los diversos

18 Roger CHARTIER, Au bord de la falaise L'histoire entre certitudes et inquiétude, París, 1998, p. 130.

sujetos históricos, animando los viejos escenarios en los que el análisis estaba dominado exclusivamente por la lectura de las macro-estructuras. Nos hemos desplazado desde un tiempo en el que la historia social y los análisis económicos estaban subsumidos en la fuerza de las determinaciones sociales axiomáticas hacia una nueva coyuntura en la cual lo histórico, en sus diversas manifestaciones, es producto de la interacción causal e históricamente cambiante entre la acción y la con-ciencia de los individuos y los grupos y las estructuras condicionantes. Como señala Geoff Eley, La lógica antirreduccionista ha sido extraordinariamente difícil de resistir.19

Esta compilación representa los primeros frutos de la con-creción de un emprendimiento colectivo de investigación, encaminado a una sistematización de algunas dimensiones de las estructuras y coyunturas económicas y sociales de la historia de la provincia de Córdoba y sobre el papel del Estado, mediante sus políticas públicas, frente al crecimiento económico, sus crisis y los desajustes sociales, dentro de una matriz histórica caracterizada por los cambios y las permanencias.

El proyecto en cuestión está incorporado a otro de mayor envergadura de concreción a largo plazo, orientado a la confección de una historia en forma orgánica de la evolución económica y social de la provincia de Córdoba entre 1820 y 1950. De esta manera, se pretende cubrir un vacío notable de la historiografía cordobesa, porque a la fecha no existen obras que sinteticen en forma integral el conocimiento histórico de las estructuras y los procesos amplios que caracterizaron el período considerado. En cambio, sólo contamos con un numeroso y siempre creciente repertorio de trabajos monográficos, parciales, fragmentados, no integrados en una visión de conjunto. Pese a sus limitaciones, ese género de trabajos constituye un aporte en extremo valioso para la historiografía, porque las monografías ofrecen un significativo caudal de conocimientos sobre cómo ocurrieron las cosas en el pasado, de ahí que también representen una etapa insoslayable - pero sólo una- de la labor historiográfica. En efecto, responder al cómo es esencial para acometer luego la tarea, aún más difícil, de intentar brindar una contestación al por qué de los fenómenos pretéritos. Ambas

19 Geoff ELEY, ¿El mundo es un texto? De la Historia Social a la Historia de la sociedad dos décadas después, en: Entrepasados, n° 17, 1999, p. 98.

aproximaciones, la monográfica y la analítica, una orientada al cómo y la otra al por qué, no son contradictorias sino igualmente necesarias, pero quedan como niveles diferentes en la investigación. En consecuencia, las monografías temáticas no constituyen en sí mismas un problema. Sin embargo, su sola acumulación conduce, en el mejor de los casos, únicamente a una historia agregativa, incapaz de ofrecer una explicación de conjunto de los fenómenos históricos.

Esta problemática se ha agravado notablemente en las últimas décadas, como consecuencia de dos tendencias que se registraron en la disciplina histórica a escala mundial.

En primer lugar, el fuerte estallido que ha afectado al objeto de estudio de la Historia, transformándolo en infinitas partículas diseminadas en un espacio casi sin límites geográficos y temporales. En efecto, la fragmentación del objeto y la permanente definición de nuevos campos temáticos por historiadores cada vez más especializados en una única parcela del pasado humano, han transformado a la Historia en una miríada de historias sectoriales carentes integración entre sí. La producción historiográfica cordobesa no ha estado a salvo de esta evolución general. De este modo, el desafío que se nos presenta es superar paulatinamente la dinámica de la dispersión: en este grandioso archipiélago en que se ha convertido la producción de la historia provincial, carecemos de los puentes y las conexiones que hagan posible reconstruir los continentes historiográficos.

En segundo lugar, la crisis de las grandes formulaciones macroteóricas en los '70 ha acarreado la pérdida de vigencia de los modelos deterministas, monocausales y estratificados del cambio histórico y, paulatinamente, se ha ido construyendo un consenso dentro de la comunidad disciplinaria sobre la imposibilidad de sostener la existencia de un conjunto único de fenómenos como determinante de las formas de organización social y su transformación. Como contrapartida se postula, conforme a las expresiones de Maurizio Gribaudi, la presencia de varios fenómenos, de naturaleza diferente, que coexisten en el mismo espacio social y hacen que se estratifique desde el interior y se modifique según lógicas configuracionales y microsociales y no de acuerdo con los imperativos de un proceso macrosocial singular.20 Hoy

20 Maurizio GRIBAUDI, Les discontinuités du social. Un modele configurationnel, en: Bernard LEPETIT (dir.), Les formes... cit., p. 189.

por hoy, los historiadores en general comparten el punto de vista que sostiene que no hay coherencia estructural derivada de la economía, de las necesidades funcionales del sistema social y sus valores centrales, y de ningún principio determinante de ninguna clase.21 En consecuencia, como lo expresa Gareth Stedman Jones, el pasado se ve investido de una libertad nueva y paradojal; los procesos sociales ya no son determinados por una lógica social imperiosa, sino que aparecen discontinuos, caleidoscópicos, indeterminados y multidireccionales.22

En este contexto, concebimos que el camino para la superación de la simple yuxtaposición de las síntesis parciales y la elaboración de la síntesis creativa global pasa, primero, por la definición de un centro intelectual fuerte, integrador, que contrarreste las tendencias centrífugas que agitan a la historia y, segundo, por las sucesivas convergencias de las diversas temáticas hacia ese centro. Por otra parte, en esta tarea partimos de la premisa de que la integración es producto de un análisis histórico profundo, orientado a desentrañar la unidad interna de los fenómenos mediante un principio de multicausalidad interconectada, porque debemos tener siempre presente que la historia es un conjunto dentro del cual las interconexiones son continuas.

Es evidente que la confección de nuestra síntesis histórica es una tarea sumamente compleja y que supone necesariamente una serie de aproximaciones sucesivas, a través de las cuales los resultados parciales vayan convergiendo hacia el centro integrador que, en nuestro caso, está representado por el Estado, en sus articulaciones con la sociedad y el mercado, ya que coincidimos con la formulación de Alain Guery de que la historia del Estado es necesariamente una historia sintética.23

En este sentido, es imperativo dejar indicado que los trabajos contenidos en este libro constituyen sólo los primeros pasos en una larga senda que creemos que puede conducir a la confección de la historia sintética a la que apuntamos. De aquí que los puntos de contacto entre las problemáticas abordadas en las contribuciones incluidas en este libro puedan parecer, en principio, algo difusos, como consecuencia de que nos encontramos recién en la primera etapa de concreción de nuestro

21 Geoff ELEY, ¿El mundo... cit., p. 97. 22 Gareth STEDMAN JONES, Une autre... cit., p. 388. 23 Alain GUERY, L'historien,... cit., p. 253.

proyecto colectivo de investigación. Confiamos en que la labor que el equipo de trabajo desarrollará en el transcurso de los próximos años permitirá integrar, en una unidad coherente y significativa, los que ahora sólo pueden ser tenidos por resultados parciales y fragmentados, concernientes a un abanico de temáticas ponderadas como significativas para desentrañar las discontinuidades y las permanencias que permiten delinear las principales líneas de evolución histórica de la provincia en el largo plazo.

Los primeros trabajos reunidos en esta compilación se insertan dentro de la historia económica, examinando algunas cuestiones centrales que hacen a la dinámica de la economía provincial en distintas etapas de su desarrollo, en el transcurso de un largo siglo que se extiende desde 1820 hasta el despuntar de la década de 1940.

El artículo de Ana I. Ferreyra, titulado Estado y mercado de tierras en Córdoba, 1820-1855, aborda una temática que si bien no es del todo nueva en la historiografía provincial, presenta todavía numerosos vacíos. La línea de trabajo seguida por la autora pretende ir cubriendo de manera paulatina algunos de ellos, apelando a una problematización más abarcativa, pluridimensional, del objeto de estudio, donde se contemplan los usos de la tierra, su distribución, las formas de acceso, tenencia y transmisión, pero también se intenta penetrar en el complejo mundo de las relaciones sociales tejidas entre los que la poseyeron, los que la trabajaron y aquellos que, simplemente, vivieron en ella.

Con este objeto, el trabajo analiza primero la tierra pública, considerando las políticas implementadas en la materia, los negocios privados generados en torno a su enajenación y la vinculación entre la estructura institucional y la dinámica del mercado. En segundo lugar, se indaga el funcionamiento del mercado de la tierra privada, examinando, además de las variables económicas tradicionales concernientes a los patrones de distribución, tenencia y transferencia, los lazos sociales forjados entre los distintos actores vinculados a la tierra. En este sentido, se presta atención tanto a los propietarios como a aquellos sujetos cuya existencia por lo común pasa desapercibida, entre ellos, los compren-didos en denominaciones genéricas como agregado y arrendatario, cuya realidad es iluminada sobre todo por los expedientes judiciales, una fuente histórica alternativa y complementaria de las más usadas

tradicionalmente en las investigaciones sobre el problema de la tierra en el pasado, como son los padrones y los relevamientos fiscales.

En La política fiscal municipal y las resistencias del sector mercantil, de Félix Converso, se indaga una cuestión decisiva en el proceso de institucionalización del Estado, como es la financiación de su funcionamiento mediante la imposición de cargas tributarias. En este caso, la atención se concentra en la política impositiva del municipio cordobés entre 1870 y 1914, poniéndola en relación con las cambiantes actitudes que los comerciantes tuvieron frente a ella y las modificaciones que la afectaron. Los agentes mercantiles, que constituían una categoría fundamental dentro de los contribuyentes por el volumen de sus aportes al erario, participaban de la administración municipal y mediante acciones de carácter corporativo de diversa índole, en diferentes ocasiones, provocaron la reformulación de las normativas tributarias. Esta cuestión estuvo en el centro de una notable reacción política del sector mercantil que, finalmente, condujo a una de sus fracciones a apoderarse de los resortes del poder municipal a fines de la década de 1900.

Los sistemas tributarios, sustentados en normativas que representan verdaderos compromisos institucionalizados entre actores sociales desigualmente dotados de capital, se construyen mediante sus consensos y disensos. De aquí que la indagación de las políticas impositivas y su implementación práctica sea un territorio particularmente fértil para el historiador, porque se localiza en la encrucijada de las inquietudes de la historia económica, la historia social y la historia política.

La generación de energía hidroeléctrica en la provincia de Córdoba (1893-1930), de Beatriz R. Solveira, apunta a analizar el proceso de instalación y desarrollo de la producción de electricidad en el territorio provincial, intentando esclarecer los factores primordiales que influyeron en la evolución de esta industria básica, esencial para la expansión productiva en todos sus sectores y también para el bienestar de la población.

Hay que señalar que en esta contribución se examina una dimensión bastante descuidada en las indagaciones históricas sobre el tema y que es crucial en la ecuación productiva de todas las empresas y en la calidad de los servicios proporcionados a los consumidores: la tecnología. En efecto, los estudios preexistentes relativos a la generación

y distribución de energía eléctrica por lo común han asignado poca importancia al aspecto técnico, ignorándose por tanto el nivel de desarrollo tecnológico alcanzado en ese campo en la provincia y sus transformaciones en el transcurso del período.

Una de las líneas argumentales primordiales del artículo señala que en el período la explotación de la energía hidroeléctrica estuvo muy por debajo de las posibilidades que ofrecía el notable potencial hidráulico utilizable de la provincia. Esta situación fue el resultado, fundamentalmente, del desinterés de las empresas concesionarias en la materia y, como contrapartida, de la deficiente acción del Estado, que se manifestó negligente en la promoción de la producción de energía hidroeléctrica e incapaz de obligar al sector privado a cumplimentar los compromisos contemplados en los contratos de concesión.

En este caso puntual se percibe con claridad cómo, mediante la creación y aplicación efectiva de instrumentos normativos, el Estado construye una estructura institucional que define, a la vez, incentivos y restricciones que conforman el marco en el cual se inscribe la acción de los actores sociales, incluidos los empresarios y las corporaciones que los aglutinan. Estos, tras la búsqueda de la maximización de sus rentas, se ubican -alternativamente- dentro y fuera del marco legal, según la percepción que tienen de las oportunidades que ofrece cumplir la ley o bien violarla, explotando los resquicios que deja el sistema normativo y las deficiencias en la fiscalización de su implementación.

En el caso de El crédito industrial en Córdoba. La acción del Banco de la Provincia de Córdoba, 1943-1946, de Alicia A. Malatesta, aparece con claridad la cuestión de los efectos de estimulación a la actividad económica derivados del marco institucional creado por el Estado, al examinar la política crediticia oficial orientada al fomento del sector industrial cordobés, a través de la operatoria de la banca provin-cial. En el artículo se considera la asistencia crediticia del Banco de la Provincia de Córdoba dirigida a las iniciativas industriales a concretar y a las que ya estaban en marcha, en un contexto donde conviene destacar dos rasgos fundamentales de la dinámica económica local: una tendencia a la intensificación del protagonismo e intervencionismo estatal y una significativa expansión del sector secundario, que se constituye en el eje dinamizador de la actividad productiva provincial. En este marco, se sostiene que durante el período considerado el Estado cordobés implemento una decidida estrategia de promoción industrial, que tuvo

muy buena acogida en el sector empresarial, y que es perceptible en la política crediticia definida por la entidad bancaria en la cual aquél tenía activa participación.

Pero el Estado, la industria, el crédito, al igual que las infinitas creaciones humanas, se construyeron a partir de ideas, aunque sus concreciones materiales no siempre las hayan reproducido fielmente. Por otra parte, el mundo de las ideas y el de Las ideologías, en particular en el caso de los grupos dirigentes, han servido de sustento a las distintas formas históricas de Estado, como así también a sus diferentes configuraciones organizacionales y a sus políticas generales y sectoriales, cuyas consecuencias afectaron a la totalidad social en sus múltiples dimensiones.

Estas solas razones nos eximen de explayarnos en la fun- damentación de nuestro interés por la historia de las ideas, que se manifiesta en la inclusión del trabajo de Marcela González, titulado Analizar el presente y proyectar el futuro (Reformar o regenerar el Estado. Preocupación de entre siglos). En éste, centrado en el período 1898-1905, se analizan los discursos de Manuel D. Pizarro, Juan M. Garro y Angel Ferreira Cortés, tres intelectuales-políticos que forman parte de la dirigencia cordobesa de la época, el primero proveniente de las filas del oficialismo roquista y los dos últimos del radicalismo opositor. La investigación penetra en el mundo de las ideas de los tres dirigentes mediante el análisis de los escritos que ellos remiten a la Revista de Derecho, Historia y Letras en 1898, como respuesta al requerimiento de su director Estanislao S. Zeballos para que se expidan sobre la oportunidad de conformar un partido unitario. Esta consulta dio lugar a que los tres dirigentes cordobeses expresaran sus puntos de vista en torno a lo que concebían como las alternativas para superar la situación vigente, que perciben en términos de crisis social y moral. Este consenso inicial sobre las características que asumía la realidad contemporánea deja paso, como lo muestra el artículo, al disenso sobre los cursos de acción a seguir para superarla, reforma o regeneración del Estado, cuestión de la que dependía la suerte de éste en el ámbito nacional y también provincial, como las relaciones entre ambas instancias de gobierno. La terapéutica propuesta por los roquistas consistía en modificar la forma estatal vigente para ajustaría a la realidad de hecho, mientras que para los hombres del radicalismo era menester

poner en marcha un proceso de regeneración, mediante la respetuosa aplicación de los preceptos constitucionales y las normativas electorales.

Esta problemática tendrá muy amplia difusión en el contexto nacional en el marco de lo que se dio en llamar el clima moral del Centenario. Pero en éste, la reforma moral y la reforma política, que apuntaban a la transformación institucional y de los hábitos políticos, se ligaron con la discusión de la reforma social, orientada a responder a la cuestión social, que suponía el socavamiento de la cohesión social y una amenaza de fractura de la sociedad.

Esta problemática también se planteó, con matices propios, en la provincia de Córdoba en las primeras décadas del siglo XX. Los beneficios del crecimiento económico, puesto de manifiesto en la performance de las variables macroeconómicas, se distribuían inequitativamente entre los distintos grupos sociales, como se hace evidente en las condiciones materiales de existencia y de trabajo de la gente común. Sabemos que el bienestar o nivel de vida de un conjunto social se expresa no sólo en la distribución social del ingreso y los salarios reales, sino también en un amplio abanico de variables no crematísticas, entre otras, la extensión de la jornada laboral, las condiciones de trabajo, la vivienda, la educación, el ocio, el medio ambiente, el consumo de comestibles y las condiciones sanitarias.

Sobre distintas dimensiones de esta cuestión discurren los artículos de historia social contenidos en esta compilación. Todos ellos se inscriben en el intento de, paulatinamente, llegar a conectar la experiencia cotidiana de la gente común con las grandes estructuras y los procesos amplios, rescatando la interacción de las condiciones estructurales en el contexto inmediato de la vida cotidiana y la manera en que los individuos y los grupos sociales vivieron los grandes procesos de su época, y cómo con sus acciones contribuyeron a la concreción histórica de los mismos. Es decir, se intenta ver a escala humana los procesos amplios que marcaron una etapa histórica, tras la búsqueda del evasivo nexo entre la experiencia de los actores sociales y los grandes cambios del pasado. Esta pretensión se enmarca dentro de una tendencia notoria de la historia social de las últimas décadas, que consiste en el desplazamiento de la atención del investigador desde las categorías macro a las lógicas micro, mostrando un creciente interés por el rescate de la experiencia, los espacios de lo cotidiano y de lo vivido.

La contribución de Beatriz I. Moreyra, Crecimiento económico y desajustes sociales en Córdoba (1900-1930), examina el impacto del proceso de modernización en las condiciones de vida y de reproducción cotidiana de diversos sectores sociales y el rol del Estado frente al crecimiento, la crisis y la desaceleración económica que experimentó la provincia de Córdoba desde fines del siglo XIX hasta 1930.

La historiografía local ha alcanzado notables avances en la reconstrucción de los aspectos estructurales del crecimiento económico -población, producción, intercambio- que transformó la provincia desde las últimas décadas del siglo XIX. Sin embargo, es mucho menos conocida la forma en que las estructuras y coyunturas del proceso de expansión económica transformaron las condiciones materiales de existencia de los individuos y los grupos sociales. En este sentido, en el artículo se aborda la indagación de los desajustes sociales en sectores muy críticos de la realidad socioeconómica -vivienda, salud, educación, seguridad- intentando rescatar, mediante el estudio de las prácticas, el comportamiento concreto de los sujetos históricos, la experiencia vivida en una pluralidad de campos sociales. Se trata de contar una historia para poner de manifiesto cómo, en el encadenamiento de las escenas particulares, se construye un orden social de reglas implícitas y explícitas. La finalidad es comprender, a través de un enlace configuracional, las acciones y representaciones de los actores sociales en el contexto de los condicionamientos estructurales.

En El consumo alimentario y sus diferencias en Córdoba, 1915-1930, de Fernando J. Remedi, se estudia un requerimiento básico de todo conjunto humano, de aquí que se pueda afirmar que la historia de la alimentación está en la base de toda la historia de los hombres. No obstante, durante muchas décadas la historiografía argentina y la cordobesa en particular han evidenciado cierto descuido de la problemática alimentaria como objeto de sus investigaciones. En la contribución se caracteriza la composición del consumo alimentario global de la ciudad de Córdoba entre la Primera Guerra Mundial y la crisis de 1930, para luego examinarlo como un universo de respuestas plurales, donde confluyen factores económicos y culturales, que permiten explicar la existencia de consumos diferenciales desde el punto de vista social, étnico y etario. Una de las ideas centrales que se sostienen es que, en el marco del proceso de modernización experimentado por Córdoba, emergieron dinámicas de cambio que

afectaron a los patrones dietarios, provocando la aparición de una modernidad alimentaria que, iniciada en décadas anteriores, se afirmó durante el período.

Por último, se encuentra el trabajo de Patricia B. Roggio, titulado El mundo del trabajo: discurso e instituciones del Estado. Córdoba, 1913-1943. En él se plantea que en los grupos dirigentes se fue afianzando paulatinamente la convicción de que las crecientes dificultades que cruzaban las relaciones entre el capital y el trabajo eran irresolubles en el marco de la sola dinámica del mercado laboral, sin la mediación estatal. De este modo, la idea de Estado y de sus funciones fue evolucionando hacia una concepción que lo ponderaba como una instancia clave para la dilucidación de los conflictos laborales y el arbitraje entre las partes enfrentadas.

En la contribución se analiza, en primer lugar, el discurso formulado por los grupos dirigentes concerniente al mundo del trabajo, haciendo hincapié en el correspondiente al máximo mandatario provincial, con la finalidad de apreciar la percepción existente sobre esta temática y el papel que se le asignaba al Estado dentro de ella, intentando identificar continuidades y rupturas en esa materia en el transcurso del período. En segundo lugar, se considera la intervención estatal en las cuestiones laborales, mediante el examen del desempeño concreto de los dispositivos institucionales del Estado que tenían estrecha vinculación con el mundo del trabajo, especialmente la Oficina de Trabajo y Estadística, luego convertida en Departamento Provincial del Trabajo. De esta manera, los discursos son puestos en relación con las prácticas sociales, con el mundo real y los actores sociales que los producen.

Beatriz I. Moreyra Fernando J. Remedi