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La Eneida 2 Introducción Virgilio y su época La biografía de Virgilio nos ha llegado bien documentada a través de múltiples testimonios, no sólo por el gran interés que su obra suscitó a lo largo de los siglos, sino también porque fue uno de los pocos autores que disfrutó en vida de la admiración de sus contemporáneos. Publius Vergilius Maro nació el 15 de octubre del año 70 a.C. en la Galia Cisalpina, cerca de Mantua, en una aldea llamada Andes. Por tanto, no era un romano sino un itálico del norte. Su padre era un campesino acomodado, lo cual le permitió una formación letrada que le llevó de Milán a Roma. Todo ello transcurría en unos años en los que Italia se veía sacudida por las guerras civiles. En Roma el joven Virgilio conocerá a la élite de la sociedad que se preparaba para la carrera política o bien adquiría normas de elocuencia: al círculo poético liderado por Catulo, al joven Octavio, futuro emperador de Roma, y a Galo, un poeta que se habría de convertir en su mejor amigo. La personalidad tímida y retraída de Virgilio y su poca salud (pues padecía frecuentemente del estómago y del pecho) le hicieron alejarse de Roma en busca del clima benigno de Nápoles, en la región de Campania. Desde allí irá viendo la luz su producción poética: en primer lugar diez poemas de contenido pastoril conocidos como las Églogas o las Bucólicas (4239); después un poema en cuatro libros, las Geórgicas (3730 a.C.), en los que no se ensalza ya la naturaleza sino su modificación por parte del hombre; y finalmente la Eneida (3919 a.C.), un poema épico en doce cantos cuya redacción le ocupó hasta el final de sus días. A los 51 años de edad decidió ir a Grecia a conocer algunos de los paisajes que describía en su epopeya mientras la revisaba. En Megara (una pequeña ciudad próxima a Atenas) se encontró con Augusto, que regresaba de Oriente, y juntos volvieron a Italia. Pero cayó gravemente enfermo y tuvo que detenerse en Brindisi, donde murió el 21 de septiembre del 19 a.C. Sus restos fueron trasladados a Nápoles y allí, sobre su tumba, se grabó un epitafio en dos versos que él mismo había compuesto: Mantua me engendró; Calabria me raptó; me retiene ahora Parthenope 1 . He cantado los pastos, los campos y a los generales. En ellos condensó Virgilio la importancia del espacio en su recorrido vital y en su producción poética, así como el objeto de su obra: los pastos (Églogas), los campos (Geórgicas) y los generales (Eneida), una creación excepcional que sacrificaba lo personal en beneficio de los planes de Augusto, que pretendía reconstruir los valores nacionales. 1 Parthenope, antiguo nombre de Nápoles, (vid. glosario mitológico).

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Introducción

VirgilioysuépocaLa biografía de Virgilio nos ha  llegado bien documentada a  través de múltiples 

testimonios, no sólo por el gran interés que su obra suscitó a lo largo de los siglos, sino también porque fue uno de los pocos autores que disfrutó en vida de la admiración de sus contemporáneos. 

Publius  Vergilius  Maro  nació  el  15  de  octubre  del  año  70  a.C.  en  la  Galia Cisalpina, cerca de Mantua, en una aldea llamada Andes. Por tanto, no era un romano sino un  itálico del norte. Su padre era un campesino acomodado,  lo cual  le permitió una  formación  letrada que  le  llevó de Milán  a Roma.  Todo ello  transcurría en unos años en los que Italia se veía sacudida por las guerras civiles. 

En Roma el  joven Virgilio  conocerá  a  la élite de  la  sociedad que  se preparaba para  la  carrera  política  o  bien  adquiría  normas  de  elocuencia:  al  círculo  poético liderado por Catulo, al  joven Octavio, futuro emperador de Roma, y a Galo, un poeta que se habría de convertir en su mejor amigo. 

La  personalidad  tímida  y  retraída  de  Virgilio  y  su  poca  salud  (pues  padecía frecuentemente del estómago y del pecho)  le hicieron alejarse de Roma en busca del clima benigno de Nápoles, en  la  región de Campania. Desde allí  irá  viendo  la  luz  su producción  poética:  en  primer  lugar  diez  poemas  de  contenido  pastoril  conocidos como  las  Églogas  o  las  Bucólicas  (42‐39);  después  un  poema  en  cuatro  libros,  las Geórgicas (37‐30 a.C.), en  los que no se ensalza ya  la naturaleza sino su modificación por parte del hombre; y  finalmente  la Eneida  (39‐19 a.C.), un poema épico en doce cantos cuya redacción le ocupó hasta el final de sus días. 

A  los 51 años de edad decidió  ir a Grecia a conocer algunos de  los paisajes que describía en su epopeya mientras la revisaba. En Megara (una pequeña ciudad próxima a Atenas)  se encontró  con Augusto, que  regresaba de Oriente,  y  juntos  volvieron  a Italia. Pero cayó gravemente enfermo y tuvo que detenerse en Brindisi, donde murió el 21 de septiembre del 19 a.C. Sus restos  fueron trasladados a Nápoles y allí, sobre su tumba, se grabó un epitafio en dos versos que él mismo había compuesto: 

Mantua me engendró; Calabria me raptó; me retiene ahora Parthenope1. He cantado los pastos, los campos y a los generales. 

En ellos condensó Virgilio la importancia del espacio en su recorrido vital y en su producción poética, así  como el objeto de  su obra:  los pastos  (Églogas),  los  campos (Geórgicas)  y  los  generales  (Eneida),  una  creación  excepcional  que  sacrificaba  lo personal en beneficio de  los planes de Augusto, que pretendía reconstruir  los valores nacionales. 

 

                                                       1 Parthenope, antiguo nombre de Nápoles, (vid. glosario mitológico). 

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LaEneidaAnimado por el propio Emperador, Virgilio empezó a escribir la Eneida en el año 

30 a.C. tras  la victoria de Augusto en Accio, y aún no  la había concluido cuando en el año  19  le  sobrevino  la muerte.  Se  trata  de  un  poema  épico  de  unos  9.896  versos escritos en el mismo patrón métrico que las obras homéricas (el hexámetro dactílico) y distribuidos en doce cantos o partes. Narra la huida de Troya y las aventuras de Eneas hasta  llegar  al  Lacio,  donde  tiene  que  luchar  con  diversos  enemigos  para  lograr establecer  la  nueva  Troya,  según  el mandato  de  los  dioses.  Pero más  allá  de  esta simple  trama  se  deja  sentir  una  honda  significación  política:  se  ocupa,  por connotación, de  la historia de Roma y del pueblo romano. Eneas contrae matrimonio con  tres princesas de  sangre  real en  tres  lugares distintos: en  Troya  con Creusa, en Cartago con Dido y en Italia con Lavinia, de modo que se ve investido príncipe de tres mundos: Oriente, África y Occidente. 

Desde un punto de vista formal, hay en el poema dos partes bien diferenciadas: los seis primeros capítulos parecen hechos a imagen de la Odisea (libro de viajes), y los seis restantes parecen imitar la Ilíada (libro de contiendas bélicas). Mientras que desde el  punto  de  vista  de  los  personajes  podría  dividirse  en  tres  secciones:  los  cuatro primeros cantos giran en torno a  la princesa Dido,  los cuatro centrales sobre Eneas y los cuatro últimos sobre Turno, enemigo latino de Eneas. 

El  personaje  central,  el  troyano  Eneas,  se  aproxima más  al modelo  de  héroe homérico  representado  por Héctor  que  al  de Aquiles  o  el  propio Ulises,  pues  a  las virtudes guerreras añade la conciencia del deber, la abnegación y el sometimiento a la voluntad  divina,  cualidades  todas  ellas  que  Virgilio  resumía  con  el  término  pietas. Además Eneas es paradigma de clemencia, dignidad y una profunda humanitas, lo cual supone una mayor humanización del héroe y del género épico. 

En  cuanto  a  la  técnica  narrativa  destaca  la  abundancia  de  comparaciones efectistas  así  como muchas  imágenes  tomadas  de  la  naturaleza  (el  zumbido  de  las 

La Italia de Virgilio 

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abejas,  la  resonancia de  los vientos,...), el uso de arcaísmos y helenismos para dejar sentir los ecos homéricos, y todo tipo de figuras retóricas armónicamente organizadas. 

El poeta se vio obligado a contar una historia que abarcaba muchos siglos (desde el s. XII a.C., fecha que se atribuye a la destrucción de Troya, hasta el siglo de Augusto) y para ello adoptó un punto de vista novedoso, contemplando la historia desde el final: para él todo es pasado, mientras que Eneas y sus compañeros miran hacia el  futuro. Técnicamente Virgilio resuelve con gran maestría este reto, pues  la acción del poema transcurre en un año, desde  la tormenta en Sicilia hasta el asentamiento en el Lacio. Pero  esta  temporalidad  se  va  dilatando:  hacia  atrás,  con  el  relato  de  las  aventuras transcurridas en siete años que Eneas contará a petición de Dido; hacia delante con las referencias  a  la  fundación  de  Roma.  De  esta manera  Virgilio  ve  a  través  de  otro, simulando una objetividad máxima, y al mismo  tiempo  intenta  transmitir el  impacto que la destrucción de Troya provocó entre los que la sufrieron. 

Virgilio  no  tuvo  libertad  para  escoger  su  tema  (Roma  y  Augusto)  pero  sí  el material para desarrollarlo,  y ello  se  lo proporcionó el  legado homérico. Aun  así no debe  juzgarse  la Eneida por el alejamiento de sus modelos, bien al contrario, Virgilio aceptó la convención de asumir  la obra poética transmitida por tradición como punto de  partida;  su  originalidad  consistió  en  ser  capaz  de  fabricar  un  nuevo  producto poético con aquellos materiales. 

El viaje de Eneas 

InfluenciadelaEneidaenlaliteraturaposteriorSin duda la Eneida ha sido la obra de la literatura latina que mayor influencia ha 

ejercido en la literatura universal. Al igual que su autor, disfrutó del reconocimiento de sus  contemporáneos  hasta  el  punto  de  que  se  convirtió  en  el  texto  escolar  más utilizado.  Se  copió  una  y  mil  veces  en  los  distintos  monasterios  del  Medievo  y, siguiendo su ejemplo, se llegaron a escribir los grandes poemas épicos europeos como el Alexandreis de Gautier de Chátillon (origen del Libro de Alexandre). Además Dante 

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inmortalizó a Virgilio en su Divina Comedia convirtiéndolo en un personaje de ficción que le sirvió de guía en su particular descenso a los Infiernos. 

El  Renacimiento  conocerá  la  proliferación  de  grandes  poemas  épicos  en  las diferentes  lenguas europeas: Os Lusiadas de Luis de Camôens, Jerusalem Liberada de Torcuato Tasso, La Araucana de Alonso de Ercilla, The Lost Paradise de John Milton..., todos  ellos  herederos  directos  de  la  obra  virgiliana,  temática  y  estilísticamente. Añadamos  finalmente  que  bajo  su  influjo  las  diferentes  lenguas  se  enriquecieron  y ampliaron sus registros expresivos. 

NuestraediciónAdaptar una obra de estas características y hacerla accesible a un público poco 

habituado  al  formato  épico  ha  requerido  no  pocas  licencias  por  nuestra  parte.  En primer lugar hemos partido de un hecho histórico: Virgilio murió sin concluir la Eneida y pidió que ésta  fuera destruida. Augusto, sin respetar su última voluntad, encargó a Plocio  Tuca  y  Lucio  Vario  (dos  amigos  de  Virgilio),  que  revisaran  el  poema  y  lo publicaran  sin  ningún  añadido  a  los  versos  incompletos,  efectuando  aquellas supresiones  que  a  su  juicio  podría  haber  realizado  el  propio  autor.  En  esta  tarea invirtieron aproximadamente un año, de manera que en torno al 17 a.C. Tuca y Vario tuvieron  preparado  el  trabajo  para  satisfacción  de  su  Emperador.  Así  pues,  hemos tomado  esta  circunstancia  como  punto  de  partida  de  nuestro  capítulo  cero:  Un encargo  póstumo.  La  conversación  entre  los  dos  amigos  y  editores  de  la  Eneida pretende centrar algunas circunstancias de  la vida y  la obra de Virgilio, y exponer en traducción directa los primeros once versos del poema donde el autor resume la trama argumental. 

Para el resto hemos mantenido la división en doce partes, recordando la original, hemos  aligerado  los  pasajes  de  descripción  bélica  y  de  secuencias  que  no  eran esenciales  para  la  comprensión  de  la  línea  argumental  central.  Con  respecto  al vocabulario,  hemos  respetado  el  registro  arcaizante  cuando  la  escena  lo  requería  y resultaba significativo para  la acción, pero en  lo posible hemos decidido actualizar el léxico  y  simplificar  los  giros  en  beneficio  de  la  comprensión.  En  algunas  ocasiones, hemos añadido alguna información de carácter mitológico que ayudara a comprender la situación argumental, pues las apariciones divinas eran numerosísimas y esto, o bien obliga  a  frecuentes  consultas  en  un  diccionario  mitológico,  o  bien  entorpece  la comprensión. No obstante hemos optado también por añadir un pequeño glosario de términos mitológicos y geográficos para facilitar la lectura. 

Esta  adaptación  novelada  de  la  Eneida  pretende  ser  un  primer  paso  en  el acercamiento  al  texto  de  Virgilio;  perseguimos  además  suscitar  la  curiosidad  de  los lectores para leer el poema original. En el camino podemos deleitarnos con excelentes traducciones,  algunas  respetuosas  con  el  verso,  otras  con  el  tono  arcaizante,  todas ellas herederas de una sólida tradición filológica. 

   

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Eneas llevando a su padre. (Detalle)El incendio del Borgo, 1514‐15. Rafael. Estancias Vaticanas 

La Eneida V i r g i l i o

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Unencargopóstumo

La luz del sol lamía apenas las columnas y recortaba su silueta en el foro. La tarde avanzaba  y  se  empezaban  a  encender  las  pequeñas  lamparillas  de  aceite  en  los hogares. En el estudio de la casa de Lucio Vario las candelas alumbraban algo más que una simple estancia, pues una gran empresa estaba a punto de ver la luz. 

VARIO: «Creo, querido Tuca, que debemos dejar ya el estilo y las tabletas, pues la obra  de  nuestro  amigo  no  admite  ya más  revisión.  ¡Cuántas  veces  debió  él mismo comprobar cada uno de los versos! ¡Y cuántos años dedicados a tal proyecto!». 

TUCA:  «En  efecto,  parece  ser  que  no  consideró  suficientes  los  once  años  que dedicó a elaborar su Eneida,  sino que había decidido  revisarla conociendo en propia persona  los paisajes que describía  en  su poema.  Ése  y no otro  fue el motivo de  su desgraciado viaje a Grecia». 

V.: «¿Recuerdas cuando le visitamos en Brindisi? Su mal estado de salud le obligó a  regresar  a  la  península,  pero  las  fiebres  no  le  dejaron  ir más  allá  de  esa  ciudad portuaria. Y en su delirio no cesaba de  repetir su última voluntad: que quemaran su Eneida. Siempre que recuerdo aquellos últimos días me asaltan aún las dudas de hacia qué lado debía inclinarse mi voluntad». 

T.:  «Ciertamente  la  nuestra  ha  sido  una  dura  tarea  de  difícil  elección,  pues nuestro afecto por Augusto y por Roma no es menor que el que ambos sentíamos por Virgilio. La grandeza y  la trascendencia de ese poema están fuera de toda duda, pero reconozco  que  el  encargo  que  el  emperador  nos  hizo  de  pulir  y  publicarla  obra  de nuestro amigo puso a prueba mis más íntimas convicciones». 

V.: «Hay quienes  critican a Virgilio por haber dedicado  a Augusto el poema,  y parecen olvidar que Roma vivió un periodo excesivamente  largo de guerras civiles y que Augusto resultó ser su gran vencedor. Virgilio pasó toda su juventud en medio de guerras,  sufrió  las  secuelas de  la  revolución de Catilina,  vivió el desastre del primer triunvirato,  la  guerra  civil  del  49  al  45  a.  C.,  la  posterior  dictadura,  el  asesinato  de César, el segundo triunvirato, y finalmente el duelo por el poder entre Marco Antonio y Octavio y la victoria de este último en la batalla de Accio en el año 31 a.C. ¡Cómo no iba a saludar con agrado el advenimiento de la paz al mundo romano! 

»Pero  también hay quienes critican su  falta de originalidad  frente a Homero. Y olvidan que la forma es eterna y que no es de nadie. Que el verdadero artista es aquel que  embellece  lo  prestado  y  busca  el  asombro  poético.  Aquél  que  es  capaz  de susurrarnos  con  nuevos  acentos  nuestros  temores  más  viejos  y  nuestras  más arraigadas esperanzas». 

T.: «Así es, amigo mío. ¿Recuerdas  las palabras que Platón ponía en boca de su maestro  Sócrates?  Él  decía  que  las  ideas  y  los  argumentos  son  como  semillas inmortales que hay que dejar plantadas para que  la posteridad  las haga germinar de nuevo. Y con esa generosidad y humildad es con la que hay que leer a Homero desde Virgilio». 

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V.: «Yo creo que Virgilio sí fue consciente de su misión. Muchos poetas antes que él  habían  intentado  un  ambicioso  canto  a  Roma  y  a  sus  ideales.  Él  sabía  que  iba  a rivalizar con ellos e incluso con los griegos, y no dudo que en muchos momentos debió sentir una cierta angustia por la responsabilidad». 

T.: «Tal vez, querido Vario, y no menor que la nuestra ahora que nos vemos en la obligación de dar a conocer la obra póstuma de nuestro amigo. Cuanto más leo y releo sus versos más admiración siento por su proporción y su capacidad de síntesis. Y como muestra valgan los once primeros versos de su Eneida: 

"Canto  las  proezas  y  al  héroe  que,  fugitivo  por  decisión  del  destino,  llegó  el primero desde  la  costa  de  Troya  a  Italia  y  a  las  riberas de  Lavinio.  Zarandeado  por tierra y por mar durante mucho tiempo por la crueldad de los dioses, en especial por la cólera siempre viva de la rencorosa Juno, sufrió muchas desgracias en  la guerra hasta fundar una ciudad e introducir sus dioses en el Lacio. De allí nacieron la raza latina, los padres de Alba y los muros de la altiva Roma. 

"Musa, recuérdame las causas, por qué ofensa a la divinidad o por qué motivo la reina de los dioses empujó a sufrir tantas desgracias y a afrontar tantos sufrimientos a un hombre que se distinguía por su piedad. ¿Acaso los dioses albergan tanta ira?" 

T.:  «En  ellos  Virgilio  resume  todo  el  plan  de  la  obra:  la  huida  de  Troya,  las peripecias de Eneas por tierra y mar, y las guerras de la remota historia itálica. 

»¡Oh,  musas,  guiad  nuestra  impericia  e  insuflad  poéticos  sones  a  nuestros remiendos! Para que las gentes de todos los rincones puedan disfrutar de este poema a través de los tiempos». 

   

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CapítuloI

LacóleradeJunoExistió en la antigüedad una lejana ciudad, situada en África frente a las costas de 

Italia y la desembocadura del río Tíber, de grandes riquezas y muy temida por su afán guerrero. Su nombre era Cartago2 y la fundaron colonos venidos de la ciudad de Tiro3. Se  decía  que  la  diosa  Juno  la  protegía más  que  a  cualquier  otra  ciudad,  y  que  la prefería  incluso  a  la  propia  isla  de  Samos,  en  la  que  había  nacido.  Fue  en  Cartago donde estuvieron sus armas y su carro, y ya por entonces la diosa intentaba conseguir que fuese ésta la capital de todos los pueblos. 

Pero había oído que una raza de sangre troyana había de derribar  las fortalezas tirias4, pues así  lo hilaban  las Parcas. Y  Juno,  la hija de Saturno,  temía estas  cosas y recordaba  la antigua guerra en  la que griegos y troyanos se enfrentaron durante diez largos  años.  Todo  empezó  cuando  Paris,  uno  de  los  hijos  de  Príamo,  rey  de  Troya, resultó elegido  como  juez de una disputa entre  tres diosas:  Juno, Venus  y Minerva, enfrentadas por  saber  cuál de ellas era  la destinataria de un envenenado  regalo de Éride, la diosa de la discordia. Ésta, enojada por haber sido excluida de las bodas de la ninfa Tetis y de Peleo, rey de  los mirmidones, había dejado una manzana de oro con una  inscripción que decía: "para  la más bella". Cada diosa prometió al  joven príncipe una  recompensa en caso de  resultar elegida, y así Minerva  le había de proporcionar sabiduría, Juno riquezas, honor y poder, y Venus le prometió una mujer tan bella como ella. 

Paris acabó decantándose por la diosa Venus y con ello obtuvo a cambio el amor de Helena,  esposa  de Menelao,  rey  de  Esparta.  Pero  también  provocó  la  ira  de  los griegos,  que  dirigieron  sus  naves  contra  Troya  para  recuperar  a  Helena  y  el  honor perdido,  y  al mismo  tiempo  la  desgracia  de  los  troyanos,  víctimas  del  asedio  y  la destrucción, y por último  la cólera de Juno y Minerva al sentirse rechazadas, quienes se convirtieron a partir de entonces en divinidades adversas a los intereses troyanos. 

Esta afrenta  le quemaba en el  corazón a  Juno,  la esposa de  Júpiter, y por ello alejaba de  las costas del Lacio a  los troyanos supervivientes, dejándolos a merced de las olas del mar, pues hacía ya muchos años que erraban por los mares impelidos por los designios divinos. 

Y dando vueltas a tales pensamientos en su corazón, la diosa llegó a Eolia, patria de las tormentas, un lugar lleno de devastadores vendavales. Allí el rey Eolo retiene en una gran cueva y  somete a prisión a  los bravos vientos y a  las  sonoras  tempestades que, furiosas, rugen en el interior de su cárcel llenando la montaña de gran estruendo. El omnipotente Júpiter así lo decidió y les asignó un rey que supiese gobernarlos para que su ímpetu descontrolado no arrastrara consigo mares, tierras y cielo. 

Entonces Juno suplicándole dijo:                                                        2 Ciudad del norte de Africa, fue fundada por los fenicios o tirios. 3 Ciudad fenicia, de donde procedía Dido, también llamada Sidón. 4 Relacionado con la ciudad fenicia de Tiro o de Cartago. 

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—«Eolo, has de  saber que un pueblo enemigo mío navega por el mar Tirreno, llevando a  Italia Troya y  sus Penates vencidos. Desencadena  la  fuerza de  los vientos  destruye  sus naves, dispérsalos y esparce  sus  cuerpos por el mar. Si así  lo haces,  te daré por esposa a Deiopea, la más hermosa de las ninfas. 

Eolo respondió: 

—«Tus deseos son órdenes para mí» 

Y  dicho  esto  empujó  con  la  punta  de  su  lanza  el  hueco monte  y  salieron  los vientos como un ejército en marcha: el Euro, el Noto y el Áfrico se tendieron sobre el mar y empujaron enormes olas en dirección a la costa. A continuación se escuchan los gritos de los hombres, una noche oscura se extiende sobre el mar y todo amenaza con una segura muerte. 

Mientras Eneas se lamentaba de no haber sucumbido en los campos de Troya, la tempestad golpea de  frente  su nave y  levanta  las olas hasta el  cielo. Se  rompen  los remos, la proa gira y ofrece a las olas su flanco. Una montaña de agua se abate sobre ellos y  las naves desaparecen devoradas por un  impetuoso torbellino. Flotando entre las olas se pueden ver las armas de los héroes, las tablas y los tesoros de Troya. 

Entretanto  Neptuno,  alertado  por  el murmullo  que  surge  del mar,  asoma  su sereno  rostro por encima del agua. Ve  la  flota de Eneas dispersa por el mar y a  los troyanos a merced de las olas y del cielo. Al punto, adivinando en todo ello la furia y las tretas de su hermana Juno, convoca a los vientos y les dice así: 

¿Cómo os atrevéis a perturbar cielo y tierra y a levantar esas olas sin mi permiso? Marchaos rápidamente y decid a vuestro rey que no es a él sino a mí a quien se le ha dado el dominio sobre el mar y el terrible tridente. 

Así habló, y al instante calma las aguas embravecidas, ahuyenta las nubes y hace salir el sol. Cimótoe, una de las nereidas, y Tritón, hijo de Neptuno, sacan las naves de entre las rocas, y el propio dios las levanta con su tridente, calma las aguas y se desliza con  su  carro  por  encima  de  las  olas.  Los  compañeros  de  Eneas,  agotados,  intentan alcanzar la orilla y se dirigen a las costas de Libia. 

En un lugar apartado hay una profunda bahía en la que una isla forma un puerto. Encima,  un  grupo  de  árboles mecen  sus  hojas  al  viento  y  el  bosque  desde  arriba extiende su siniestra sombra. Enfrente hay una cueva y en su interior aguas tranquilas y asientos de roca viva: es la morada de las Ninfas. Allí se refugió Eneas con las únicas siete naves que pudo recuperar de su flota. 

Mientras  sus  hombres  toman  posesión  de  la  playa  y  se  procuran  alimentos, Eneas sube a  lo alto de una roca y otea el horizonte por ver si divisa algunos de sus compañeros extraviados. Pero en  lugar de naves descubre un rebaño de ciervos que corretea por  la orilla. Con sus propias armas consigue derribar a siete de ellos, tantos como naves poseía. Después  regresa al puerto y  reparte entre  sus hombres el botín junto con el vino que les quedaba, e intenta reconfortarlos con estas palabras: 

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—«¡Compañeros  que  habéis  sufrido  peores  desgracias!  Un  dios  pondrá  fin también a éstas. Os habéis acercado  a  las  rocas que hace  resonar  la  temible Escila; habéis conocido  los peñascos de  los Cíclopes:  recuperad vuestro ánimo y no  tengáis miedo. A pesar de  los peligros nos dirigimos al Lacio, donde  los dioses nos prometen una  sede  tranquila. Allí haremos  resurgir el  reino de Troya. Tened valor y preparaos para tiempos mejores». 

Con estas palabras de aliento  intentaba  infundir esperanza y esconder el dolor de su corazón.  

Y ya casi había terminado, cuando Júpiter contemplando desde lo alto del cielo el mar, la tierra, las costas y los vastos pueblos, se detuvo a mirar el reino de Libia. En ese momento Venus, triste y llorosa, se dirigió a él y le dijo: 

—«iOh tú, que gobiernas a hombres y dioses y los atemorizas con el rayo! ¿Qué falta  tan  grande  ha  cometido  contra  ti mi  hijo  Eneas?5  ¿Qué  han  podido  hacer  los troyanos, para que, después de haber  sufrido  ya  tantas desgracias,  todo el orbe  les cierre  la  entrada  a  Italia?  ¿Por  qué  has  cambiado  de  opinión,  cuando  me  habías prometido que de  la sangre de Teucro habrían de nacer  los romanos, conductores de pueblos, quienes dominarían las tierras y el mar? 

»Yo me  consolaba de  la  caída  y  ruina de Troya esperando para éstos mejores designios.  Y  en  cambio  ahora  les  persigue  la misma  suerte.  ¿Cómo  acabarán,  gran rey?6 Antenor7, tras huir de  los aqueos, pudo entrar en el golfo de  Iliria. Allí fundó  la ciudad  de  Patavio  y  estableció  la  sede  de  los  teucros8,  dio  nombre  a  su  pueblo  y depositó  las armas de Troya. Ahora descansa  tranquilamente en paz. Pero nosotros, tus  descendientes  troyanos,  a  quienes  prometes  un  lugar  en  el  cielo,  después  de perder las naves somos abandonados por la cólera de una sola deidad y se nos expulsa de  las  costas  de  Italia.  ¿Acaso  es  ésta  la  recompensa  a  nuestra  piedad?  ¿Así  nos devuelves el poder?». 

El  padre  de  hombres  y  dioses,  sonriendo  con  la misma  expresión  con  la  que apacigua el cielo y las tempestades, besó a su hija y le dijo: 

—«No tengas miedo Citerea9, los destinos de los tuyos se mantienen inmutables; verás  la ciudad y  las murallas de Lavinio, y encumbrarás al magnánimo Eneas; no he cambiado de opinión. Él  librará una  importante guerra en  Italia, someterá a pueblos feroces e impondrá a los hombres leyes y murallas durante tres años. Su pequeño hijo lulo Ascanio gobernará durante treinta años, trasladará su reino a Lavinio y fortificará Alba Longa. Desde ese momento los descendientes de Héctor reinarán en esta ciudad durante  trescientos  años,  hasta  que  una  joven  sacerdotisa,  Ilia,  hija  de  un  rey, fecundada por el dios Marte, dé a  luz a dos gemelos: Rómulo y Remo. El primero de ellos, orgulloso de la rojiza piel de su loba nodriza, gobernará, levantará las murallas de 

                                                       5 Eneas, caudillo de los troyanos supervivientes a la guerra y fundador de la futura Roma, era hijo 

de la diosa Venus y del troyano Anquises. 6 Júpiter, soberano de Olimpo. 7 Antenor, rey de Tracia, fue un gran aliado de los troyanos. 8 Los troyanos reciben también el nombre de teucros porque su primer rey se llamaba Teucro. 9 Sobrenombre de la diosa Venus. 

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Marte en Roma y bautizará a  los  romanos  con  su nombre. A ellos yo no  les pondré límites:  les he dado un  imperio  sin  fin.  Es más,  la  cruel  Juno  cambiará  sus planes  y favorecerá a los romanos. Ésta es mi voluntad: 

»Un  tiempo  vendrá  en  el  que  nacerá  un  César  troyano  de  noble  origen,  que extenderá  su  poder  hasta  el  Océano  y  su  fama  hasta  los  astros:  Julio,  nombre heredado del  gran  lulo.  También  será  recibido  en  el  cielo  cargado  con  los despojos conquistados a Oriente. Se le invocará con súplicas. Y una vez finalizadas las guerras, se apaciguarán las generaciones. Se dictarán leyes con la supervisión de la diosa Vesta, la Fe, y los gemelos Rómulo y Remo. Las puertas del templo de la Guerra se cerrarán para siempre. El  impío Furor, sentado dentro sobre sus armas y con  las manos atadas a  la espalda  por  cien  nudos  de  bronce,  bramará  estrepitosamente  con  su  boca ensangrentada». 

Tras decir esto, envía a Mercurio, el mensajero de los dioses, para que  la nueva Cartago ofrezca hospitalidad a  los teucros y para que  la reina Dido no  los expulse de sus  fronteras  por  desconocer  la  voluntad  divina.  Con  sus  alas  cruza  el  cielo  y  llega rápidamente a las costas de Libia. Cumpliendo las órdenes del dios supremo consigue que  los  cartagineses no  sean hostiles  y  que  la  reina Dido  se muestre  benévola  con ellos. 

Por  su  parte  Eneas  decidió  explorar  aquellos  lugares.  Ocultó  su  flota  en  un recodo del bosque y él, acompañado por Acates, echa a andar con dos lanzas de largo hierro en la mano. En medio del bosque le salió al encuentro su madre, la diosa Venus, con el  aspecto de una doncella  y  con  las  armas de una  joven espartana;  como una cazadora, con un arco colgado de sus hombros y sus cabellos al viento. 

   

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CapítuloII

LahospitalidadcartaginesaEneas y su compañero Acates, asombrados al verla, se detuvieron; ella les habló 

así: 

—«¡Jóvenes! ¿Por casualidad os habéis encontrado con alguna de mis hermanas, ataviada con una piel de lince y armada con un carcaj, persiguiendo y acosando con sus gritos a un jabalí?». 

A la pregunta de la bella Venus, su hijo respondió: 

—«No he visto a ninguna de tus hermanas ni tampoco he escuchado sus gritos, pero  ¿quién me  lo  pregunta?,  no  sé  cómo  nombrarte,  pues  tu  aspecto  no  parece mortal, y el sonido de  tu voz no se asemeja al del ser humano. Estoy persuadido de que eres de  linaje divino,  tal  vez una ninfa, o,  ¿por qué no?,  la propia hermana de Apolo.  Quienquiera  que  seas,  protégenos  y  mitiga  las  fatalidades  que  estamos sufriendo.  Infórmanos, pues empujados por vientos huracanados y por  ingentes olas vamos errantes de un sitio a otro; desconocemos el lugar en el que nos encontramos, a qué  costas  hemos  sido  arrastrados,  y  qué  tipo  de  gentes  habitan  estos  lugares. Agradecidos, inmolaremos muchas víctimas en tu honor». 

—«No soy merecedora de tales consideraciones —replicó Venus—; mi atuendo es el propio de  las doncellas de Tiro que, aficionadas al ejercicio de  la caza, cuelgan sobre sus hombros un arco  ligero y calzan coturnos de color púrpura que  les cubren hasta las pantorrillas. Lo que estáis contemplando es un reino púnico10, el de los tirios, del  linaje de Agenor11, pero  situado dentro de  los  límites de  los  libios12,  raza  ruda y belicosa. Quien ejerce el poder es la reina Dido que, por miedo a su hermano, tuvo que abandonar  Tiro,  su  ciudad  natal.  Larga  es  su  historia  y  largas  son  también  las penalidades que ha tenido que soportar; pero te narraré únicamente los detalles más relevantes y dignos de mención. 

»Dido  estaba  casada  con  Siqueo,  el  hombre más  rico  de  Fenicia13,  por  quien sentía  un  gran  amor.  En  Tiro  reinaba  en  aquella  época  su  hermano  Pigmalión,  un hombre muy cruel y ambicioso; un día, éste encontró a Siqueo orando ante el altar de los dioses  Lares y al verlo desprevenido,  sin  tener en  cuenta  los  sentimientos de  su hermana  y  cegado  únicamente  por  la  posesión  de  las  riquezas  de  su  cuñado,  lo asesinó. Durante mucho  tiempo  el  crimen quedó encubierto  y  el  impío,  inventando muchos pretextos, engañó con vanas esperanzas a  la  infeliz amante. Hasta que, una noche, durante el sueño, a ella se le apareció la propia sombra de su marido, que aún permanecía  insepulto, y, con el  rostro desencajado por su gran palidez,  le mostró el 

                                                       10 Reino situado en el norte de África, sinónimo de cartaginés. 11 Primer rey de Tiro, (vid. glosario mitológico). 12 Pueblo del norte de África (vid en el glosario geográfico Libia). 13 Vid. glosario geográfico. 

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ensangrentado altar y su pecho traspasado por la espada, y le desveló el crimen que en aquella  casa  se  había  cometido.  Le  aconseja  que  sin  demora  huya  y  se  aleje  de  su patria,  y,  para  facilitarle  tal  empresa,  le  revela  la  existencia  y  el  emplazamiento  de viejos tesoros escondidos con una incalculable cantidad de oro y plata. 

»Dido  se  siente  trastornada  ante  semejante  situación;  pero  siguiendo  los consejos de Siqueo prepara la huida y busca personas que la respalden. Se unen a ella aquellos que  sienten odio exacerbado hacia  el  tirano  y  los que  le profesan un  gran temor. Rápidamente se apoderan de unas naves y las llenan con todo el oro y la plata. Las  riquezas  anheladas por  el  avaro Pigmalión  se hacen  a  la mar  y  es una mujer  la encargada  de  llevar  a  buen  fin  semejante  proyecto.  Llegaron  a  esos  lugares  donde ahora verás construirse  las grandes murallas y  la ciudadela de  la nueva Cartago, y  les permitieron adquirir únicamente la extensión de terreno que se pudiera cubrir con una piel  de  toro.  Con  astucia Dido  cortó  esa  piel  en  finísimas  tiras  y  con  ellas  trazó  el perímetro de la ciudad; por esa razón recibió el nombre de Byrsa, que significa "piel". 

»Pero, bueno, decidme quiénes sois, de dónde venís y adónde os dirigís». 

Eneas suspiró y con voz visceral respondió a estas preguntas: 

—«Diosa, si yo te contase desde el principio todas  las desventuras que nos han acaecido y tú tuvieses tiempo de escucharme, antes de que hubiera podido terminar, Véspero,  el  lucero de  la  tarde,  cerraría  las puertas del Olimpo,  y pondría  fin  al día. Nosotros procedemos de la antigua Troya, nombre que probablemente haya llegado a tus oídos, y, arrastrados a  través de diversos mares, una  tempestad, por casualidad, nos ha arrojado a las costas de Libia. Yo soy el piadoso Eneas, el que llevo en mis naves los  Penates  arrebatados  de  las  manos  enemigas,  cuya  fama  ha  llegado  hasta  las estrellas. Busco en  Italia mi patria, de donde procede mi estirpe,  la de Dárdano, hijo del supremo  Júpiter y  fundador del pueblo troyano.  Inicié  la travesía en el mar  frigio con veinte naves, y, teniendo por guía a mi madre, la diosa Venus, seguía los avatares del destino; hoy tan sólo han quedado siete,  las demás han naufragado presas de  las grandes olas desencadenadas por  la fuerza del Euro. Ahora, apátrida y desposeído de todo, recorro los desiertos de Libia, expulsado ya de Europa y Asia». 

Venus no pudo  soportar por más  tiempo  sus  lamentaciones y en medio de  su dolor le interrumpió: 

—»Quienquiera que seas, no temas, no sufres el odio de los dioses inmortales ni has sido tampoco abandonado por ellos, pues, ya ves que te han permitido llegar hasta la  ciudad de  los  tirios,  donde  tus males  verás menguados; prosigue  el  camino  y  sin demora  dirígete  al  palacio  de  la  reina,  pues  sé  que  tus  naves  desaparecidas  en  la tormenta están a salvo, gracias a que  los vientos del norte,  los Aquilones, cambiaron de dirección, si es que aprendí bien de mis padres la ciencia de los augurios; mira a lo alto, ¿ves? hay un grupo de doce cisnes revoloteando en el cielo, ahora están felices, pues vuelven de nuevo a estar  juntos después de que  Júpiter,  tomando  la  forma de águila,  bajara  desde  su  etérea  morada  y  los  dispersara  por  todo  el  firmamento. ¡Observa cómo celebran su encuentro con alegres aleteos, ¡cómo dibujan círculos en el aire y  cómo  cantan a plena voz!  Lo mismo  sucede con  sus naves y  tus compañeros, pues o bien se encuentran en el puerto, o bien con  las velas todas desplegadas están 

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ya entrando en él. ¡Anda, no te entretengas!, sigue el camino en el que te encuentras y darás con la ciudad de los tirios». 

Cuando  terminó de hablar,  se dio  la  vuelta;  al  instante,  su  cuello  adquiere un brillo rosado, sus cabellos dorados emanan el olor divino de la ambrosía y los pliegues de  su  vestido  caen  suavemente  hasta  los  pies,  y,  al  empezar  a  andar,  se  aprecia enseguida el porte de su naturaleza divina. Eneas reconoce en ella a su madre y trata de darle alcance con sus palabras: 

—»¿Por  qué  tú  también  te  ensañas  con  tu  hijo14  y  te  burlas  de  él  con  falsas apariencias?  ¿Por qué no puedo  tocarte  con mis manos, ni hablarte, ni escuchar  tu propia voz sin engaños?». 

Con tales palabras la increpa mientras se encamina hacia  la ciudad. Venus lanza sobre ellos una espesa niebla que los envuelve como si de una nube se tratara, de esta manera  les  protege  para  que durante  el  camino  nadie pudiera  verlos  ni  tocarlos,  o causarles  algún  retraso,  o  preguntarles  las  razones  de  su  llegada.  Ella  surcando  los aires regresó a la isla de Chipre, a su ciudad preferida, Pafos, y contenta volvió a visitar su morada. 

Entretanto Eneas y Acates dirigieron sus pasos por donde el camino les señalaba. Llegaron  a  lo  alto  de  una  colina,  desde  la  que  se  dominaba  la  ciudad  y  se contemplaban  las murallas que  se  alzaban  enfrente.  Eneas  quedó  fascinado  por  los enormes edificios que no hace mucho eran rústicas chozas, le maravillan las puertas, el pavimento de las calles y el trasiego de las gentes. Los tirios se entregan al trabajo con gran  ahínco:  unos  prolongan  los muros,  construyen  la  ciudadela  y,  haciendo  rodar pesadas rocas con sus manos, las suben; otros escogen un lugar para levantar su casa y lo limitan con un surco. Se establecen las leyes, se eligen los magistrados y un senado intachable.  En  toda  la  ciudad  el  trajín  es  intenso,  se  asemeja  a  la  actividad  que desarrollan las abejas durante el verano. 

Y,  al  contemplar  las  regias  construcciones  de  la  ciudad,  exclama  Eneas: »¡Afortunados aquellos que ya están levantando sus muros!». De repente, avanzan él y su compañero Acates en medio de  los tirios, se entremezclan con  la multitud y nadie se da cuenta de su presencia, invisibles por la nube que les encubre. 

En medio de  la  ciudad  crece un  frondoso bosque que  los  cartagineses habían convertido  en  un  lugar  sagrado,  pues,  cuando  ellos,  arrastrados  por  las  olas  y  los torbellinos,  llegaron a estas costas,  fue en ese  lugar donde hallaron  la primera señal que  la regia  Juno  les había revelado,  la cabeza de un enardecido caballo, símbolo de que aquella nación sería durante siglos poderosa en la guerra y opulenta en bienes. Allí la  reina  Dido  estaba  edificando  un  templo  consagrado  a  Juno,  grandioso  por  las numerosas ofrendas de los mortales y además por la incesante presencia de la propia diosa.  Unas  espléndidas  escalinatas  conducían  hasta  los  umbrales,  construidos  en bronce,  y de este magnífico metal eran  también  las  vigas en  las que  se apoyaban y 

                                                       14 Eneas se refiere a sí mismo pues, como se ha dicho antes, era hijo de Venus y 

Anquises. 

 

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todas  las puertas. En este bosque, una  repentina visión mitiga  su gran  temor y, por primera vez, Eneas se atreve a esperar la salvación y a concebir un prometedor futuro; pues, mientras al pie del templo esperaba a la reina Dido y admiraba los trabajos que en el templo y en  la ciudad se estaban realizando, se percató de  la decoración de  las paredes: en ellas el artista había realizado magníficas pinturas que representaban en orden  cronológico  las  batallas  de  Troya  y  la dilatada  guerra  que,  al  parecer,  ya  era conocida por todo el orbe. Allí puede ver a los atridas, Menelao y Agamenón, a Príamo y a Aquiles, cruel para ambos bandos; por un instante se detiene y, sin poder contener las lágrimas, exclama: 

—.Acates, ¿qué lugar del mundo no está al corriente de nuestras desdichas? Ahí puedes  ver  a Príamo, el  glorioso  rey de  Troya; esta pintura es  la  recompensa  a  sus bellas acciones y el  llanto por su  infortunio;  las desgracias humanas  llegan al corazón de  los  hombres;  no  temas,  pues  estoy  seguro  de  que  esta  popularidad  nos proporcionará la salvación». 

Esto  le dijo  y durante mucho  tiempo  siguió alentando  su espíritu  con aquellas pinturas, mientras su rostro permanecía humedecido por  incontrolables lágrimas; por un lado veía a los griegos luchando en torno a Pérgamo, ciudadela de Troya, por aquel tiempo  invulnerable; por otro  lado a  los suyos,  los  frigios, huyendo ante el acoso del arrogante Aquiles subido en su carro y con el penacho del casco ondeando al viento. A continuación,  con  los  ojos  nublados  por  las  lágrimas,  contempla  cómo  las  blancas tiendas del rey Reso, amigo del pueblo troyano, quedaron teñidas por la gran matanza. Durante  la noche el hijo de Tideo, el valiente Diomedes, se  lleva al bando griego  los fogosos caballos del tracio Reso antes de que pudieran comer de los pastos troyanos y beber en las aguas del río Janto, pues se decía que, si lo hacían, Troya jamás podría ser tomada. 

Después aparece Troilo, el menor de  los hijos de Príamo, del que se vaticinaba que salvaría Troya si llegaba a cumplir veinte años, pero antes de llegar a esta edad fue muerto por Aquiles en una lucha desigual, pues perdió las armas y tuvo que huir; en la huida  cayó del  carro y,  sujeto  todavía a  las  riendas,  fue arrastrado por  sus  caballos, dejando a su paso el rastro de su huella. Ahora el artista representa a  las mujeres de Ilión15, quienes  con  los  cabellos desordenados  y  golpeándose  el pecho  se dirigen  al templo de  la hostil Minerva,  llevando humildemente como ofrenda un peplo, manto con el que ellas acostumbraban a vestir a sus tres diosas favoritas, pero la diosa con la cabeza  vuelta mantenía  los  ojos  fijos  en  el  suelo.  En  otra  pintura  aparece  Héctor arrastrado  por  Aquiles  alrededor  de  las  murallas  de  Troya;  entonces  Eneas,  al contemplar  los  despojos  de  su  amigo  y  al  suplicante  Príamo  tender  sus  manos desarmadas hacia el vencedor, no pudo contenerse y exhaló un prolongado gemido. Se reconoció también a él mismo entremezclado con los caudillos griegos y al sobrino de Príamo, el rey Memnón, que, desde Etiopía había venido en ayuda de los troyanos. Allí aparece también la furibunda Pentesilea al frente de una gran tropa de amazonas, con su único pecho al descubierto sujetado por debajo por un cinturón de oro, una  joven guerrera que sin miedo se atrevía a enfrentarse a valerosos hombres armados. 

                                                       15 Nombre que también recibe la ciudad de Troya. 

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Mientras  el  dardanio16  Eneas  contempla  admirado  las  imágenes  allí representadas y no aparta la vista de ellas absorto en los recuerdos que le despiertan, llega al templo acompañada por un numeroso grupo de jóvenes la reina Dido, radiante e  igual de deslumbrante que  la diosa Diana cuando sale a recrearse en medio de sus compañeras, las ninfas de las montañas. La reina rodeada de sus guardias, sube hasta un  elevado  trono  que  hay  en  los  umbrales  del  templo,  donde  acostumbra  a administrar justicia, dictar leyes para sus súbditos y a distribuir el trabajo por igual. 

De  repente  se  produce  un  gran  revuelo,  Eneas  se  vuelve  y  en medio  de  una expectante multitud  contempla  a  Anteo,  a  Sergesto,  al  valiente  Cloanto  y  a  otros teucros17  desaparecidos  en medio  de  la  tempestad.  Tanto  él  como  su  compañero Acates  se  han  quedado  perplejos,  sienten  alegría  pero  al  mismo  tiempo  también temor;  quieren  estrecharles  entre  sus  brazos  pero,  desconocedores  de  las circunstancias  actuales,  deciden  permanecer  ocultos,  invisibles  por  la  nube  que  les encubre, a la espera de ver cómo se desarrollan los acontecimientos, de averiguar cuál ha sido la suerte de sus compañeros, en qué costas han dejado sus naves y qué vienen a hacer. 

   

                                                       16 Nombre que reciben  también  los  troyanos, pues Dárdano era considerado el  fundador de  la 

raza troyana. 17 Vid. Nota número 8. 

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CapítuloIII

LosplanesdeVenusUna gran multitud de tirios se agrupa en torno a estos troyanos que en medio del 

griterío  se dirigen hasta el  templo donde  se encontraba Dido, para  implorar de ella benevolencia.  Llegados  ante  la  reina  y  obteniendo  el  permiso  para  exponer  sus requerimientos, Moneo, que era el mayor, empezó a hablar tranquilamente: 

—«¡Reina!, a quien Júpiter permitió fundar una nueva ciudad y moderar a unos pueblos bravíos con el apoyo de  las  leyes, nosotros, miserables troyanos arrastrados por  los vientos a  través de  todos  los mares,  imploramos  tu ayuda: no permitas que nuestras naves sean presa de  las  llamas, perdona a un pueblo piadoso y conoce bien nuestra  situación. No venimos a destruir a  los Penates  libios, ni a  llevarnos vuestras riquezas;  en  nuestro  ánimo  no  hay  deseo  de  lucha  ni  cabe  tanta  arrogancia  en hombres que han sido vencidos. 

»Nos dirigimos a un lugar que los griegos llaman Hesperia por Héspero, el lucero que cada día al atardecer vislumbran a occidente; hace mucho tiempo esa tierra, muy poderosa  en  armas  y  de  suelo  muy  fértil,  fue  habitada  por  colonos  enotrios, procedentes de la región griega de la Arcadia; ahora sus descendientes la llaman Italia por el nombre de  su antiguo  rey  Ítalo. Ese era nuestro camino, cuando, de  repente, hizo  su  entrada  en  el  cielo  la  constelación Orión  que,  tempestuosa  como  siempre, levantó un gran oleaje, nos arrojó a ocultos abismos y con la ayuda de los vientos del sur,  los  Austros,  nos  dispersó  en  medio  de  grandes  olas  y  por  entre  arrecifes inaccesibles. Unos pocos hemos podido llegar nadando hasta vuestras costas.  

»Pero  ¿qué  raza de  hombres  es  ésta?  o  ¿qué  patria  tan  bárbara permite que seamos tratados tan duramente que, en lugar de darnos hospitalidad, se nos amenaza con la guerra y se nos impide poner el pie en la orilla? Si menospreciáis el linaje de los hombres y las armas de los mortales, tened en cuenta al menos a los dioses que no se olvidan de las buenas ni de las malas acciones. 

»Nuestro rey era Eneas. No hubo otro hombre más generoso ni más piadoso, ni más  audaz  en  la  guerra.  Si  el  destino  quiere  que  aún  respire  la  brisa  del  éter  y  no descanse  en  las  crueles  sombras,  no  te  arrepentirás  de  haber  sido  la  primera  en mostrar generosidad para con nosotros; también tenemos en las regiones de Sicilia al noble Acestes, nacido de sangre troyana. 

«Permítenos  sacar  a  la  playa  nuestras  naves  maltrechas  por  los  vientos  y repararlas  con madera  de  tus  bosques  para  que,  después  de  encontrar  a  nuestros compañeros y a nuestro  rey,  si no han perecido, naveguemos contentos a  Italia y al Lacio;  pero,  si  por  el  contrario  se  nos  ha  arrebatado  toda  salvación,  y  a  ti,  padre protector  de  los  teucros,  te  guarda  en  sus  profundidades  el mar  de  Libia  y  no  nos queda ni  tan  siquiera  la  esperanza de  lulo,  regresaremos  por  lo menos  a  Sicilia,  de donde salimos, y allí nos presentaremos ante el rey Acestes». 

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Así habló Moneo, mientras todos los demás dárdanos asentían con un leve gesto de  aprobación.  Entonces  Dido  con  el  rostro  ligeramente  inclinado  respondió brevemente: 

—«Teucros, alejad el miedo de vuestro corazón, abandonad las preocupaciones. Las duras circunstancias y  la  reciente creación de mi  reino me obligan a  tomar  tales medidas y a proteger los límites de mis fronteras. ¿Quién no ha oído hablar del pueblo de  los Enéadas?  ¿Quién no  conoce  la  ciudad de Troya,  sus proezas,  sus héroes o el incendio que puso fin a tan gran guerra? Nosotros, los púnicos, no tenemos corazones tan insensibles, ni el Sol engancha sus caballos tan lejos de la ciudad Tiria. Ya queráis ir a  la  gran  Hesperia  y  a  aquellos  campos  donde  Saturno  había  ostentado  el mando durante la Edad de Oro, ya a los confines del monte Érix en Sicilia donde reina Acestes, podéis  contar  con  mi  ayuda  para  la  partida,  os  proporcionaré  los  recursos  que preciséis. Pero si por el contrario, determináis queda‐ros en este reino con los mismos derechos que mis súbditos, esta ciudad que estoy construyendo es vuestra; sacad  las naves a la orilla, yo trataré por igual a troyanos y a los tirios y no haré ningún tipo de discriminación. ¡Y ojalá que vuestro rey Eneas en persona llegue a estas mismas costas empujado por el Noto, ese  viento  favorable que al mediodía  sopla desde el  sur! Yo enviaré a mis mejores hombres para que  recorran  la costa y busquen en  los  lugares más alejados de  Libia, por  si arrojado por  las olas anda perdido por algún bosque o ciudad». 

 El valiente Acates y el honorable Eneas se sienten animados por las palabras de Dido  y  ansían  salir  del  interior  de  la  nube. De  los  dos  es  Acates  el  primero  que  se decide a hablar: 

—«¡Hijo de una diosa! ¿Qué piensas hacer ahora? Ves que todo parece seguro, has vuelto a encontrar nuestras naves y a nuestros compañeros. Solamente falta uno, al que nosotros mismos vimos hundirse en  las profundidades del mar; todo  lo demás se ha cumplido tal como tu madre, la diosa Venus, nos había vaticinado». 

Apenas había terminado de hablar cuando la nube que los envolvía se disipó y se perdió  entre  el  inmenso  cielo. Bajo  la  clara  luz  apareció  Eneas,  su  rostro  y  todo  su cuerpo destellaban  como  si de un dios  se  tratara, porque  su propia madre  lo había dotado de una hermosa  cabellera, del purpúreo  resplandor de  la  juventud y de una bella mirada. 

Entonces se dirigió a la reina, ante las atónitas miradas de todos los allí presentes por su repentina aparición, y le dijo: 

—«Yo soy el que buscáis, el  troyano Eneas,  liberado del embate de  las olas de Libia. ¡Oh Dido!, tú sola te has compadecido de las inefables desgracias de Troya y nos has  abierto  tu  ciudad  y  tu  patria  a  nosotros,  los  supervivientes  de  los  dánaos18, exhaustos por tantas adversidades acaecidas por tierra y por mar y despojados además de todo recurso. Ni nosotros ni cuantos dárdanos19 se hallan dispersos por el mundo podremos mostrarte  la  gratitud que mereces.  ¡Que  los dioses,  si es que hay alguna divinidad  que  tenga  en  consideración  a  los  piadosos,  si  todavía  la  justicia  y  la 

                                                       18 Nombre que reciben también los griegos. 19 Igual que dardanio o troyano. 

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conciencia  del  bien  tienen  algún  valor,  te  concedan  una  digna  recompensa!  Yo,  allí donde me lleve mi destino, celebraré siempre tu nombre y nunca dejaré de elogiarte." Así habló y tendió la mano derecha a su amigo Ilianeo y la izquierda a Seresto, después a tantos otros, al fuerte Oías y al audaz Cloanto». 

La  sidonia20  Dido,  impresionada  primero  por  su  aspecto,  y  después  por  las grandes desgracias del héroe, le habló con estas palabras: 

—«¡Hijo  de  una  diosa!  ¿Qué  infortunios  te  persiguen?  ¿Qué  fuerza  te  ha empujado a estas costas  inhospitalarias? ¿Eres tú aquel Eneas a quien  la dulce Venus concibió del dardanio Anquises allí en tierras frigias junto a las orillas del río Simois? Yo recuerdo cuando a Sidón vino un día Teucro21 en busca de la ayuda de mi padre el rey Belo, al ser expulsado de Salamina, su tierra natal, por haber regresado de Troya sin su hermano Áyax, el mejor guerrero griego después de Ulises. Desde entonces conocía la destrucción de Troya,  tu nombre y el de vuestros adversarios,  los  reyes Pelasgos. El propio Teucro, a pesar de ser enemigo, hacía un gran elogio de vosotros, los teucros, y pretendía descender de vuestra antigua estirpe. 

»Vamos,  jóvenes,  venid  a  nuestras  casas.  Yo  he  corrido  también  una  fortuna semejante a  la vuestra, pero,  finalmente, después de pasar muchas penalidades, he podido asentarme en esta  tierra. Pasar  infortunios me ha enseñado a  socorrer a  los desgraciados». 

Cuando termina de hablar, conduce a Eneas a su palacio y al mismo tiempo da la orden de que en los templos se ofrezcan sacrificios a los dioses. Entretanto envía a los compañeros de Eneas que estaban en  la playa veinte  toros, cien enormes cerdos de erizado lomo y cien gordos corderos con sus madres, regalos para la celebración de un día  de  fiesta.  Se  decora  con  gran  esplendor  el  suntuoso  interior  del  palacio;  en  el centro  se prepara el banquete; allí  se pueden ver  tapices de una magnífica púrpura muy bien trabajados, y sobre las mesas hay abundantes utensilios de plata que llevan cincelados en oro  los hechos sobresalientes de  los antepasados de  la reina, una  larga serie de acontecimientos y de héroes que comprenden la historia de aquella nación. 

En  esto  Eneas,  como  su  amor  de  padre  no  le  permitía  tener  reposo,  envía  al rápido Acates a  la naves para que  le cuente a su hijo Ascanio  todas  las novedades y vuelva con él a  la ciudad; además  le manda  traer algunos presentes que han podido salvar de  la destruida Troya: un manto bordado con  figuras de oro, un velo con una cenefa de rojizo acanto, adorno de la argiva22 Helena, un maravilloso regalo que había recibido  de  su madre  Leda  y  que  ella  había  sacado  de Micenas  cuando,  unida  en adúltero matrimonio con el troyano Paris, se dirigió a Pérgamo23; además el cetro que en otro tiempo había llevado Ilione, la mayor de las hijas de Príamo, también un collar de perlas y una corona de oro y piedras preciosas. Rápidamente se dirige Acates hacia las naves con todos estos encargos. 

                                                       20 De la ciudad fenicia de Sidón o Tiro. 21 Vid. el glosario mitológico pues llevan el mismo nombre dos personajes. 22 Se da el nombre de argivos a los habitantes de la región de la Argólida y por extensión a todos 

los griegos. 23 Se refiere a Troya. 

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Pero  Citerea  entreteje  en  su  mente  nuevos  artificios  y  nuevos  proyectos. Finalmente  decide  que  su  hijo  Cupido,  poderoso  dios  que  con  sus  flechas  consigue doblegar  al  amor  incluso  a  los  propios  dioses,  cambie  su  aspecto  por  el  del  dulce Ascanio y vaya en su lugar. Así, al entregarle los regalos a la reina, le inyecte hasta los huesos el fuego del amor y de este modo consiga despertar en ella una gran pasión por Eneas. Pues la diosa desconfía de este palacio y de los falaces tirios; además, al llegar la noche,  le  inquietan sobremanera  las artimañas de  la atroz Juno. Llama pues, al alado Amor y le habla con estas palabras: 

—«Hijo,  a  ti  que  eres mi  fuerza  y  todo mi  poder,  a  ti  que  eres  el  único  que desprecias  los  rayos  del  supremo  Júpiter,  recurro  y  te  pido  ayuda.  Sabes  que  tu hermano Eneas ha sido llevado de mar en mar por el odio de la cruel Juno; tú siempre te has afligido por mi dolor. Ahora la fenicia Dido con dulces palabras lo retiene, pero temo a dónde  le  llevará esta hospitalidad ofrecida en  los dominios de  Juno; en una situación tan crítica ella no bajará  la guardia. Por esto estoy pensando en adueñarme antes con mis ardides del corazón de Dido para que sus sentimientos no cambien por la  influencia de ninguna divinidad,  e,  igual que  yo,  se  sienta dominada por el  amor hacia Eneas. 

»Escucha la manera que he ideado para llevar a cabo mi plan: a requerimiento de su padre el pequeño Ascanio, mi mayor preocupación, se dirige a  la ciudad de Sidón para llevarle a la reina unos regalos que han quedado a salvo del mar y del incendio de Troya.  Yo  lo  adormeceré  y  después,  para  que  no  pueda  desbaratar mis  planes,  lo ocultaré en algún lugar sagrado, ya sobre las alturas de Citera, isla en la que nací, ya en !dalia, ciudad de la isla de Chipre donde se me rinde culto. Durante una sola noche tú asume el aspecto de Ascanio, tú que eres niño toma la apariencia de ese otro niño que tan bien conoces; de manera que, cuando Dido en el frenesí del banquete, te coja en su  regazo,  cuando  te  abrace  y  te  dé  dulces  besos  inyéctale  un  fuego  secreto  y  la engañas  con el veneno del amor». Cupido, obedeciendo a  lo que  su madre  le había dicho, se despoja de sus alas y se complace en imitar el modo de andar de lulo24. 

Mientras tanto, Venus impregna de una plácida quietud los miembros de Ascanio y, acurrucado en su regazo, la diosa lo conduce hasta los profundos bosques de (dalia, donde  la delicada mejorana, exhalando  su perfume,  lo envuelve  con  sus  flores  y  su sombra. 

Cupido obedece a su madre y alegre, dejándose conducir por Acates,  lleva a los tirios  los  regios  regalos. Cuando  llega,  la  reina  está  ya  sentada  en un  lecho de  oro, cubierto de magníficos  tapices y ocupa el centro de  la mesa; el venerable Eneas y  la juventud  troyana  se  reúnen y  se colocan  sobre  los  lechos de púrpura. Los  sirvientes vierten  agua  sobre  las  manos,  distribuyen  el  pan  de  las  canastillas  y  traen  finos manteles. Dentro  hay  cincuenta  siervas  cuyo  cometido  es  disponer  con  esmero  los platos en largas filas y quemar perfumes en el altar de los penates. Además hay otras cien  y  otros  tantos  criados de  la misma  edad que  colman  las mesas de manjares  y llenan las copas. También acuden al animado salón un gran número de tirios, a los que se  les  invita a  recostarse en  los bordados  lechos. Se admiran  los  regalos de Eneas y 

                                                       24 Nombre por el que también se conoce a Ascanio, el hijo de Eneas: lulo Ascanio. 

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también causa fascinación lulo, los ojos brillantes del dios, sus fingidas palabras, el velo y el vestido bordado de hojas de acanto de color anaranjado;  la  infeliz fenicia que no puede saciar su corazón en aquella contemplación, se embelesa contemplando al niño y los regalos. Éste, una vez que abrazó a Eneas, se colgó de su cuello y se sació del gran amor de  su  supuesto padre,  se dirigió a  la  reina; ésta  clava en él  su vista y  toda  su alma, y de vez en cuando, sin saber la infeliz qué poderoso dios se sienta en su regazo, lo estrecha contra su pecho. Pero él, acordándose al instante del encargo de su madre Venus Acidalia, empieza a borrar poco a poco de  la mente de  la reina el recuerdo de Siqueo e  intenta despertar un vivo amor en su espíritu tanto tiempo apaciguado y en aquel corazón que estaba desacostumbrado a amar. 

En cuanto se acaba el banquete y se retiran las mesas, colocan grandes cráteras de vino coronadas con guirnaldas; un gran bullicio se oye en el palacio y  las voces de los  invitados  resuenan  por  los  amplios  atrios;  de  los  artesonados  dorados  penden brillantes lámparas y las antorchas vencen a la noche con el resplandor de sus llamas. Entonces  la  reina  pide  la  pesada  copa  de  oro  y  gemas  que  Belo  y  todos  sus descendientes  usaban  en  semejantes  acontecimientos,  y  la  llena  de  vino;  en  ese instante la reina, en medio de un profundo silencio que se hace en el palacio, dice: 

—«Júpiter, porque a ti te debemos las leyes de la hospitalidad, haz que éste sea un  día  feliz  para  los  tirios  y  para  los  que  salieron  de  Troya  y  que  nuestros descendientes  lo  recuerden  siempre.  ¡Que Baco portador de alegría  y  la bondadosa Juno nos asistan! ¡Y vosotros, tirios, celebrad este banquete con agrado!» 

Añadió y, después de realizar la libación de los dioses, se acerca la copa mojando en ella  ligeramente  los  labios;  luego se  la entrega a Bitias y poco a poco se  la pasan unos a otros. El africano Yopas tañe  la cítara, entonando canciones que  le enseñó el titán Atlas. Los  tirios y  troyanos aplauden  repetidamente. La  infeliz Dido que poco a poco  iba  sorbiendo  el  amor,  consumía  la noche  en  amena  conversación  con  Eneas, preguntándole sobre Príamo y Héctor, con qué armas había  llegado Memnón, el hijo de la Aurora, cuántos caballos había robado Diomedes al rey Reso y cuán grande era el valor de Aquiles. »Vamos,  cuéntanos más detalles —le dice—  y explícanos desde el principio  las  intrigas de vuestros enemigos  los dánaos25,  las desgracias de  los tuyos y tus  extravíos  de  un  lugar  a  otro,  pues  ya  hace  siete  años  que  vas  vagando  por  las tierras y los mares». 

   

                                                       25 Idem a griegos, pelasgos y argivos. 

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CapítuloIV

Elengañodelosgriegos«Fue entonces cuando al frente de un numeroso grupo desciende de la ciudadela 

enfurecido Laocoonte, el sacerdote de Neptuno, gritando desde lejos: "¡Desventurados ciudadanos! ¿Qué locura os domina? ¿Acaso creéis que se han retirado los enemigos? ¿Ya no recordáis  la astucia de Ulises? Desconfiad del caballo, troyanos, pues en él se oculta alguna trampa. Temo a los dánaos, incluso cuando traen regalos". 

«Al decir esto arrojó con todas sus fuerzas una enorme lanza al curvo vientre de la bestia. Quedó clavada, vibrando, y resonaron al golpe las profundas cavidades, que emitieron un gemido. De no haber sido por los hados o por la obnubilación de nuestras mentes  hubiéramos  ensangrentado  entonces  las  espadas  en  el  escondite  de  los argivos, y aún estaría en pie Troya, la alta ciudadela de Príamo. 

«Pero en ese momento unos pastores dardanios conducen ante el rey en medio de grandes gritos a un  joven griego  con  las manos atadas a  la espalda. Había  salido espontáneamente  al  paso  de  los  pastores  en  el  cañaveral  para  llevar  a  cabo  la estratagema y abrir Troya a  los aqueos. Estaba  resuelto a conseguirlo o sucumbir en una muerte  inevitable. De  todas partes  afluye  la  juventud  frigia  deseosa  de  verlo  y burlarse del prisionero. 

«Cuando  turbado  e  inerme  se  detuvo  en medio  de  nosotros  exclamó:  "¿Qué tierra, qué mar pueden recibirme? ¿Qué esperanza le queda a un infeliz como yo para el  que  no  hay  asilo  entre  los  dánaos  y  cuya  sangre  reclaman  ahora  también  los dardanios?" 

«Aquel lamento cambió los ánimos y frenó todo intento de cólera: 

"Cuéntanos quién eres y cómo te ganaste el odio de tu pueblo, y entonces quizá tengamos  piedad  de  ti",  dijo  el  viejo  Príamo mientras  hacía  una  señal  para  que  lo pusiéramos en pie. 

"Contaré toda la verdad, suceda lo que suceda", dijo Sinón, que así se llamaba el prisionero.  "Yo  era  compañero  de  Palamedes,  a  quien  los  pelasgos26  acusaron falsamente de traición, a pesar de ser  inocente, y  le enviaron a  la muerte porque era opuesto a  la guerra. Esto me  llenó de  ira y como un  insensato no oculté mi deseo de venganza. Desde  entonces, Ulises  difundió  calumnias  sobre mí, hasta que Calcas,  el adivino... —y aquí se interrumpió— Pero, ¿para qué os cuento todo esto si no me vais a  creer?  Matadme  ya,  eso  quiere  Ulises,  y  los  atridas,  Agamenón  y  Menelao,  os recompensarán". 

»Esto  avivó  aún más  la  curiosidad de  los  troyanos que no  sospechamos  tanta perfidia y doblez en los pelasgos. Así que entre sollozos y convulsiones nos contó que los griegos habían consultado el oráculo antes de partir de regreso y que éste les había mandado  sacrificar a uno de  los  suyos para  tener  los vientos  favorables y el mar en 

                                                       26 Idem a griegos, argivos, dánaos y aqueos. 

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calma. Pidieron a Calcas que eligiera a la víctima. Y Calcas lo eligió a él. Lo ataron y lo mantuvieron preso mientras construían el caballo de madera que era una ofrenda de paz a Minerva en desagravio porque Ulises y Diomedes habían robado de su templo el Paladio, la pequeña efigie de la diosa. Ahora mismo estaría muerto si no se las hubiera ingeniado para escapar y esconderse entre  los  juncos de una  laguna cenagosa hasta que zarparon las naves aqueas. 

«Sinón contó su historia con tal poder de convicción que  los teucros  le creímos cuando explicó que por indicación de Calcas construyeron el caballo con proporciones colosales para que no pudiera pasar por las puertas de Troya, pues si nuestras manos atacaban  la ofrenda a Minerva, una gran  calamidad  se  cernería  sobre el  imperio de Príamo.  Y  en  cambio  si  lo  subíamos  a  la  ciudad  con  nuestras manos,  Troya  sería invulnerable. 

»Los  troyanos,  felices  como  estaban  de  que  aquel  enorme  caballo  no representara ninguna amenaza,  fueron cautivados por  las  insidiosas afirmaciones del perjuro Sinón. Los engaños y las fingidas lágrimas consiguieron lo que ni Aquiles ni diez años de guerra, ni mil navíos pudieron conquistar. 

»Otro  espectáculo  más  imponente  y  pavoroso  sobrecoge  entonces  a  los troyanos. Dos gigantescas serpientes gemelas  llegan desde Ténedos por  la superficie de las aguas hasta la costa. Rasgan las marinas brumas matinales irguiéndose sobre las olas  y  elevando  sus  cabezas  coronadas  con  crestas  del  color  de  Ia    sangre.  Los inmensos dorsos se arquean en sinuosos repliegues, dando tremendos coletazos que hacen  rugir  las olas, y dejan una estela de espuma como  la de una galera de  treinta remos. Huíamos, pálidos, en todas direcciones. Ellas, reptando sobre  la playa, con  los ojos  ardientes  silbaban  y  hacían  restallar  como  látigos  sus  lenguas  bífidas  en  las mandíbulas.  Se  dirigen,  sin  el menor  titubeo,  sobre  los  dos  hijos  de  Laocoonte.  Se enroscan sobre sus menudos cuerpos que desgarran de inmediato. Se abalanzan luego sobre el padre que acudía raudo en su auxilio. Le sujetan con sus enormes anillos de los que él en vano  trata de  librarse. Dos veces  le ciñen por  la cintura y por el cuello haciendo crujir sus huesos, hasta que el infortunado lanza un aullido que parece rasgar el cielo y exhala en silencio el último aliento de vida. Finalmente las dos serpientes se escapan deslizándose hacia la ciudadela para ocultarse a  los pies de  la diosa entre  las grietas del templo. 

»Los atemorizados  troyanos argumentan que  Laocoonte ha  sufrido ese  castigo por haberse atrevido a arrojar su  lanza a  la ofrenda de madera. Todos gritan a  la vez que se debe conducir al santuario el simulacro del caballo e implorar la protección de la diosa. 

«Abrimos  una  brecha  en  la muralla  para  dar  acceso  a  la  gran  imagen.  Todos participan. Unos ajustan unas ruedas a  los pies del caballo y  le echan sólidas sogas al cuello.  A  su  alrededor  van  cantando  himnos  niños  y  doncellas,  felices  de  tocar  las cuerdas con sus manos. Cuatro veces resonaron en su  interior  las armas al atravesar las torres de las puertas y al subir las empinadas callejuelas. No obstante, proseguimos sin pensar en nada, ciegos en nuestra  locura hasta colocar el maldito monstruo en  la sagrada ciudadela. 

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»La misma Casandra, hija de Príamo, que tenía el don de la adivinación, gritó que aquel  caballo  sería  la  ruina  de  Troya,  pero,  una  vez más,  nadie  la  creyó.  Festivas guirnaldas  adornan  los  templos, el  vino  jubiloso  y el  cansancio  adormecen nuestros cuerpos, la luna creciente reclama a la callada oscuridad. 

»A una señal  luminosa de  las naves griegas, el pérfido Sinón pone furtivamente en libertad a los dánaos abriendo su escondrijo de madera. Entre ellos, 

Ulises,  Neoptólemo,  Macaón,  Menelao  y  Epeo,  el  propio  constructor  de  la engañosa máquina, se deslizan en silencio por una soga,  invaden  la ciudad sepultada en el sueño, pasan a cuchillo a  los centinelas y, abriendo  las puertas, reciben a todos sus compañeros». 

El pesar embargó a Eneas al rememorar estos hechos. La reina Dido, mirándolo embelesada  recoge  cada  palabra  que  desgrana  su  relato  y  contempla  con  afán protector los ojos tristes del troyano. 

—.Era la hora del primer sueño, regalo de los dioses que se difunde dulcemente en los sentidos. y en sueños se me aparece Héctor, tal como lo vi después de muerto, lleno de  sangre y polvo,  con  las múltiples heridas que  recibió en  torno a  los patrios muros,  negro  su  cuerpo  por  haber  sido  arrastrado  velozmente  por  los  caballos,  e hinchados sus pies por  las correas que  los sujetaban. ¡Qué diferente de aquel Héctor que  regresaba  revestido  con  las  armas  de  Aquiles,  arrebatadas  como  despojos  a Patroclo! Con hondos gemidos exclama: 

"¡Huye, Eneas!, y escapa de estas llamas. El enemigo ocupa las murallas. Troya te encomienda  sus  objetos  sagrados  y  sus  Penates27.  Tómalos  por  compañeros  de  tus destinos. Vete a buscar para ellos los altísimos muros que, después de andar errantes largo tiempo por el mar, por  fin  levantaréis". Así dijo, y me trae del santuario en sus manos a Vesta, las vendas y el fuego eterno. 

«Entretanto se oye cada vez más próximo el griterío y el estruendo de las armas. Me despierto sobresaltado y subo a lo alto de la casa con los oídos bien atentos. 

«Como cuando la llama empujada por los enfurecidos vientos va sobre la mies, o como cuando un rápido torrente se precipita desde las montañas y arrasa los campos sembrados y  los árboles en su  impetuoso curso;  igual que el pastor  inmóvil  sobre  la cima de una roca se extraña del ruido que llega a sus oídos sin conocer la causa, así se me hicieron patentes  entonces  los engaños de  los dánaos.  Ya  se ha derrumbado  la vasta mansión de Deífobo, presa de Vulcano. 

«Las aguas del mar brillan a lo lejos con el incendio. Se eleva un clamor de guerra y sonar de trompetas. Fuera de mí tomo las armas sin saber qué uso hacer de ellas. El furor  y  la  cólera  empujan mi mente  y  no  abrigo  otro  pensamiento  que  hallar  una gloriosa muerte en el combate. 

                                                       27 Dioses romanos protectores del hogar, que son venerados en el seno de la familia. Entre ellos 

se inclu¬yen los Lares, Manes y Lémures (vid. también glosario mitológico). 

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«De pronto aparece Panto, hijo de Otis, sacerdote del santuario de Apolo. Lleva en la mano los objetos sagrados y los dioses Penates. 

"Ha  llegado  el  último  día  y  la  última  hora  de  los  troyanos" —me  dice  entre sollozos—, "los dánaos dominan la ciudad incendiada. El caballo, erguido en medio de la muralla,  vomita  amenazador  hombres  armados,  y  Sinón,  victorioso,  propaga  los incendios  entre  insultos.  Por  doquier  aparecen  y  brillan  las  puntas  de  las  espadas dispuestas a causar la muerte". 

«Impelido por  las palabras de Panto y por un poder divino, me arrojo en medio de  las  llamas y de la batalla, a donde me  llaman  la triste Furia, el tumulto y el clamor que sube hasta los astros. Se me juntan varios aguerridos troyanos como compañeros, entre ellos el joven Corebo, que había  llegado casualmente a Troya por aquellos días, locamente enamorado de Casandra, la profetisa hija de Príamo. 

«Cuando los vi reunidos, resueltos al combate, les animé en estos términos: 

"Los  dioses,  por  quienes  este  imperio  subsistía,  se  han  marchado  todos, abandonando  los  templos y  los altares. Sólo hay una salvación para  los vencidos: no esperar salvación alguna". 

«A  continuación,  como  lobos  rapaces  que,  arrojados  de  sus  guaridas  por  el aguijón  del  hambre,  vagan  rabiosos  en  la  oscuridad,  nos  lanzamos  a  través  de  los dardos, a través de los enemigos, a una muerte segura. La oscura noche nos envuelve en su cóncava sombra. 

«¿Quién  podrá expresar  con palabras el estrago  y  el duelo de  aquella noche? ¿Quién podrá encontrar bastantes  lágrimas para aquella desventura? Se desploma  la antigua ciudad y su pasado. Yacen sin vida a un  lado y otro  innumerables cuerpos de teucros  y dánaos, a  lo  largo de  las  calles, en  las  casas, en el umbral  sagrado de  los templos. Por doquier terror, por doquier el espectro multiplicado de la muerte. 

«El  primero  con  quien  topamos  es Androgeo,  acompañado  de  una  escolta  de dánaos, que nos toma por una tropa aliada. Cuando se dio cuenta de que había ido a parar en medio del enemigo,  lleno de estupor  calla  y  trata de  retroceder. Como un caminante  que  ha  pisado  sin  verla  una  serpiente  oculta  en  una  zarza  espinosa  y bruscamente asustado huye del reptil, que  levanta amenazante  la cabeza e hincha el escamado cuello, así escapaba Androgeo espantado al vernos. Los  rodeamos con un cerco de  armas  y presos del pánico  los  abatimos.  La  fortuna nos  sonríe  en nuestro primer enfrentamiento. 

«Exaltado y animado por este primer éxito, exclama Corebo: 

"Compañeros, la fortuna nos señala el camino favorable: Cambiemos de escudos y  pongámonos  las  insignias  de  los  dánaos.  Engaño  o  valor,  ¿qué  importa  contra  el enemigo?" 

«Armados con los recientes despojos, avanzamos mezclados entre los dánaos al amparo  de  la  oscuridad  de  la  noche.  Trabamos  incesantes  combates  y  enviamos  al 

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Orco28  a multitud  de  dánaos.  Unos  huyen  a  las  naves,  otros  escalan  de  nuevo  el enorme caballo y se esconden en sus cavidades». 

   

                                                       28 Nombre con el que los romanos llamaban también al reino de los muertos. 

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CapítuloV

Elnacimientodeunhéroe—«Cuando  los dioses son contrarios no cabe esperar nada —prosigue Eneas—. 

En  aquel  instante  sacaban  a  la  fuerza  del  templo  a  Casandra  maniatada,  con  los cabellos en desorden y los ojos inflamados en cólera levantados hacia el cielo. Corebo, enfurecido, se lanza dispuesto a morir en medio de los enemigos. Le seguimos todos, y los nuestros, confundidos por el aspecto de nuestras armas, nos arrojan una nube de dardos. A la vez los dánaos caen sobre nosotros al ver que intentábamos arrebatarles a la  joven. De  todas partes acuden griegos a  la  refriega. Pronto nos vemos abrumados por el número. Allí  cayó el primero Corebo y allí  ‐hubiera perecido yo  también  si el destino lo hubiese querido. 

«De pronto nos  llama un  clamor  al palacio de Príamo. Allí  contemplamos una descomunal batalla. Vemos  a Marte  en  toda  su pujanza.  Los  troyanos  se defienden arrojando  sobre  los asaltantes piedras y ornamentos del palacio. Siento el deseo de acudir en ayuda del palacio del rey. Por una puerta secreta y un corredor privado subo a  la  terraza  más  alta.  Allí  arrancamos  los  sólidos  cimientos  de  una  torre  y  la empujamos contra  los atacantes. Se  inclina,  se derrumba con estrépito aplastando a los dánaos. Pero otros ocupan su  lugar. Pirro, el hijo del pelida29 Aquiles,  lidera a  los que invaden el palacio, resplandeciendo con el fulgor de sus armas de bronce. 

«El interior del palacio es una confusión de llantos y tumultos desesperados. Las habitaciones  más  retiradas  resuenan  con  alaridos  de  mujeres.  Las  madres  corren despavoridas por las espaciosas salas. Pirro ataca con el brío de su padre; ni barreras ni guardias logran detenerlo. Un río que ha desbordado las riberas y roto  los diques con su impetuosa corriente y anega enfurecido los sembrados es menos violento. 

«Cuando el viejo Príamo vio al enemigo en medio de su casa, se puso sobre sus hombros  temblorosos  la  pesada  armadura.  Hécuba  y  sus  hijas  en  apretado  grupo parecían  palomas  impelidas  por  una  negra  tempestad.  Hécuba  atrajo  hacia  sí  a  su marido y le hizo sentar junto al sagrado altar. Allí llegó herido Polites, uno de sus hijos, perseguido por Pirro. Ante ellos expiró ahogado en sangre. Príamo no pudo  reprimir entonces su dolor y su cólera. Y le dijo a Pirro: 

"Por haberme obligado a presenciar la muerte de mi hijo, concédanme los dioses pagarte  la  recompensa que  tu delito merece. Aquiles, de quien dices  ser hijo, no  se portó  así  conmigo,  sino  que  respetó  los  derechos  del  suplicante  y me  devolvió  el cuerpo exánime de mi hijo Héctor para que fuera sepultado". 

«Tras decir esto el anciano disparó sin  fuerza un dardo que  fue  repelido por el escudo del pelida. Éste arrastró al pie del altar al viejo que iba resbalando en la sangre de su hijo, le agarró del cabello con la mano izquierda, empuñó con la diestra la espada y la hundió en su costado hasta la empuñadura. Así murió entre el incendio y las ruinas el  hombre  que  fuera  en  otro  tiempo  soberbio  dominador  de  tantos  pueblos  y 

                                                       29 Pelida quiere decir "hijo de Peleo". 

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territorios de Asia. Sobre la playa yace un tronco corpulento, una cabeza separada de los hombros, un cuerpo sin nombre. 

«En aquel momento por primera vez me  invadió un cruel horror. Me vino a  la mente  la  imagen de mi querido padre, de  la misma  edad que  el  rey, de mi  esposa Creusa,  desamparada  junto  al  pequeño  lulo,  de  mi  casa  saqueada.  Me  vuelvo  y observo cuántos compañeros me rodean. Todos han desertado, muertos de cansancio: se arrojan desde lo alto al suelo o a las llamas. 

«Estaba, pues,  solo  cuando diviso  a  la  entrada del  templo de Vesta  a Helena, oculta con sigilo. Allí se había refugiado temerosa de la irritación de  los teucros, de la venganza de los dánaos y del resentimiento de su esposo abandonado. Se enciende en cólera  mi  alma  y  la  ira  me  empuja  a  vengar  mi  patria  en  ruinas  y  a  castigar  los crímenes.  Me  iba  a  dejar  llevar  por  el  furor  de  no  ser  porque  se  me  apareció esplendorosa mi madre, rodeada en la noche de una luz resplandeciente. Me detiene con su diestra y me dice: 

"¿Por  qué  te  enfureces  con  Helena?  No  han  sido  ella  ni  Paris  los  que  han destruido la riqueza y la gloria de Troya sino la inclemencia de los dioses. Voy a disipar la nube que ahora oscurece tu vista mortal. Contempla en esas nubes de polvo y humo a Neptuno sacudiendo con su tridente los cimientos de la ciudad. Aquí es la implacable Juno la primera en ocupar las puertas Esceas y en llamar, furiosa, a las naves. Allí en lo alto de  la  fortaleza,  la  tritonia Palas  refulge con su escudo que  lleva  la  imagen de  la Gorgona cruel. El propio Júpiter anima a los dánaos y les da fuerzas. Emprende, hijo, la huida; desiste de tus esfuerzos. Que yo no te abandonaré jamás y te dejaré a salvo en el palacio de tu padre". 

»Una  vez  llegué  allí, mi  padre  se  niega  a  sobrevivir  a  la  caída  de  Troya  y  a soportar el destierro. Pero un prodigio, un trueno y una estrella desprendida del cielo que atravesó  las sombras, nos señaló el camino, y  le convencieron de que  los dioses protegían nuestro destino. Accedió entonces a que  lo  llevara sobre mis hombros con los objetos sagrados y los patrios Penates30. Mi pequeño hijo lulo se agarra a mi diestra y mi esposa Creusa nos sigue de lejos. 

»Mientras  corría  por  desviados  senderos  y  me  apartaba  de  los  caminos conocidos me  fue  arrebatada Creusa,  a  quien  no  he  vuelto  a  ver  aunque  regresé  a Troya en su busca. En vano grité afligido su nombre por las calles. Mientras la buscaba, se apareció ante mis ojos un triste fantasma: era la sombra de la propia Creusa. 

"No permite Júpiter que me lleves de aquí como compañera" —me dijo—. "Largo destierro te espera hasta que llegues a la tierra de Hesperia, donde el Tíber fluye con mansa corriente entre fértiles campos. Allí te están reservados prósperos sucesos, un reino y una esposa real. No llores por mí, y no dejes de amar a nuestro hijo". 

«Tres veces intenté en vano abrazarme a su cuello y retenerla, pero se escapó de mis manos como un viento sutil y un sueño fugaz. 

                                                       30 Vid. nota 27. 

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»Cuando  regreso  junto a mi padre y mi hijo, encuentro sorprendido que se  les había  juntado  un  considerable  número  de  nuevos  compañeros:  habían  llegado dispuestos a seguirme a cualquier país al que quisiera llevarlos por el mar. El lucero de la mañana se estaba levantando sobre las altas cimas del Ida y nos traía el día. 

»A numerosas  costas  hemos  arribado  desde  entonces.  En Delos  el  oráculo de Febo Apolo nos animó a buscar a nuestra antigua madre, la primera tierra que produjo el  linaje de nuestros padres, porque ella nos acogería en su fecundo regazo. Ninguno de nosotros sabía con certeza a qué tierra quería el dios que encaminásemos nuestros pasos  errantes.  Tan  sólo mi  padre,  evocando  la memoria  de  los  antiguos  varones, interpretó que  la  tierra de  la que procedía nuestro  insigne antepasado Teucro era  la isla de Creta. Allí, como en Troya, hay también un monte de nombre Ida, cuna del gran Júpiter y de nuestro  linaje. Allí debíamos encaminarnos. Y allí empezamos a construir la nueva ciudad. Pero tras un año de horrible peste y enfermedad, me pareció que las sagradas efigies de  los dioses frigios me hablaron de  la región que  los griegos  llaman Hesperia y sus habitantes Italia. De esas tierras ausonias proceden Dárdano y el linaje troyano. Allí debíamos dirigirnos. Temibles peligros hemos superado desde entonces surcando los mares. 

»En  la  última  escala,  antes de  llegar  a  vuestras playas,  reina Dido,  perdí  a mi padre, liberado en vano de tantos peligros». En este punto de su relato cesó Eneas su historia. Entretanto  la reina, herida de amor, se consume en oculto fuego. La  imagen de  Eneas  y  el  recuerdo  de  sus  palabras  se  han  alojado  en  su  pecho. Amor31  no  da tregua al descanso. 

Cuando  la  aurora  ahuyenta  las  húmedas  sombras, Dido,  delirante,  habla  a  su hermana en estos términos: 

—«Ana, hermana mía, ¿qué desvelos me tienen en vilo? ¿Qué nuevo huésped se aloja en nuestra morada y en nuestro corazón? ¡Qué gallarda presencia la suya! ¡Cuán valiente, cuán generoso y esforzado! Si la muerte de mi marido no hubiese ya burlado mi primer amor... Sólo éste desde entonces ha agitado mis sentidos y hecho titubear mi  antigua  resolución  de  no  volverme  a  unir  con  lazo  conyugal.  Preferiría  que  se abrieran para mí  los abismos de  la tierra y de  la profunda noche de  la muerte, antes que incumplir mis promesas. Pero reconozco los vestigios de la pasión y tengo temor». 

Un raudal de llanto anegó su pecho. Ana le responde: 

—«Hermana  querida,  ¿has  de  consumir  tu  juventud  en  soledad  y  perpetúa tristeza? ¿Nunca has de conocer  los dulces hijos ni  los regalos de Venus? ¿Crees que las cenizas y los manes de los muertos se preocupan de tal fidelidad? En buena hora no doblegaron  tu  ánimo  los  anteriores  pretendientes,  porque  creo  en  verdad  que  el viento ha  impelido a estas costas  las naves troyanas bajo el auspicio favorable de  los dioses.  ¡Qué ciudad, hermana, qué reinos, qué  imperio verás surgir con estas bodas! ¡Qué próspero será este enlace para la gloria cartaginesa! Tú, únicamente implora a los dioses,  atiende  a  los  cuidados  de  la  hospitalidad  y  discurre  pretextos  para  tener  a Eneas y a los suyos mientras la borrasca revuelve los mares y están rotas sus naves». 

                                                       31 Se refiere a Cupido, hijo de Venus, dios del amor y del deseo. 

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Con  estas  palabras  inflamó  aquel  corazón  ya  abrasado  por  el  amor,  dio esperanzas a aquel ánimo indeciso y acalló la voz del temor. 

Pasan los días y la hermosa Dido vaga como una incauta cierva herida a quien el pastor  traspasó desde  lejos  sin  saberlo con  su  flecha y  le dejó hincado el hierro. Así recorre ella la ciudad llevando clavado el dardo letal. 

A veces  conduce a Eneas a  las murallas para mostrarle  las obras de  la  ciudad, empieza a hablarle y no puede acabar  las  frases. A veces, al caer  la tarde,  le agasaja con  nuevos  festines,  quiere  volver  a  oír  el  relato  del  desastre  de  Troya  y  se  queda pendiente de los labios del narrador. Luego, por la noche, cuando ya se han separado, gime de verse sola. Ausente lo ve, ausente lo oye. Abraza a Ascanio, creyendo ver en él la imagen de su padre, por si puede así engañar un insensato amor. 

La ciudad va cayendo en el abandono: los jóvenes no se ejercitan en las armas ni trabajan en los puertos ni en las fortificaciones. Están interrumpidas las obras y ya no se levantan las torres y los muros en construcción. 

   

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CapítuloVI

ElpactodelasdiosasCuando  Juno, hija de Saturno y querida esposa de  Júpiter, advirtió que Dido se 

encontraba dominada por tal frenesí y que posponía  la gloria a su pasión, se dirigió a Venus con estas palabras: 

—«Tú y tu hijo habéis obtenido en verdad ilustre gloria y magníficos despojos al vencer a una indefensa mujer con una treta tramada por dos divinidades. Y no me pasa desapercibida la verdad pues sé que tú temes nuestras murallas y recelas también de las casas de  la altiva Cartago. Pero ¿cuál será el  límite? ¿adónde  llegaremos con  tan gran  rivalidad?  ¿Por  qué  no  pactamos  una  paz  eterna  y  la  sellamos  con  un matrimonio? Ya has conseguido todo lo que deseabas: Dido arde de amor y  la pasión corre por sus venas. Así pues, hagamos de éste un  solo pueblo y gobernémoslo con iguales auspicios; que ella pueda entregarse a un marido frigio y poner bajo tu mano a los tirios como dote». 

Venus,  como  se  dio  cuenta  de  que  Juno  estaba  ocultando  sus  verdaderos propósitos y que lo que realmente deseaba era desviar a las costas de Libia el poder de Italia, le respondió así: 

¿Quién rechazaría tal proposición o preferiría mantener contigo una guerra? Sólo falta que  la  fortuna  favorezca  tus planes, pues  los destinos me  inquietan  y no  sé  si Júpiter quiere que los tirios y los que han huido de Troya formen una sola ciudad o que ambos pueblos se mezclen y se alíen. Tú eres su esposa, a ti te corresponde doblegar su ánimo con ruegos. Vete, yo te seguiré». 

Entonces Juno le contestó: 

—«Yo me cuidaré de esto. Ahora escúchame, voy a  indicarte brevemente cómo se puede  llevar a  cabo esta unión que urge. Eneas y  la  infeliz Dido  se disponen a  ir mañana  de  caza  al  bosque  tan  pronto  como  el  titán  Sol  rasgue  con  sus  rayos  las sombras de  la tierra. Yo, mientras  los jinetes van de un  lado a otro y los rastreadores colocan las redes, desataré una tempestad cargada de agua y de granizo. En medio de la oscuridad de la tormenta la comitiva huirá despavorida; Dido y el jefe troyano irán a refugiarse en una misma cueva. Yo estaré allí y, si tengo tu consentimiento,  los uniré en  sagradas nupcias, e Himeneo, el dios que preside  los matrimonios,  consagrará  la unión».  Sin  oponer  resistencia Venus  aceptó  la  propuesta  y  se  rio de  las  artimañas empleadas por Juno. 

Mientras  tanto  la  roja  Aurora,  ascendiendo,  dejó  el  océano.  Y  en  cuanto surgieron  los primeros destellos de  luz, una  selecta  juventud equipada con  redes de ancha malla, con trampas de caza y con lanzas de afiladas puntas salió por las puertas; los  jinetes  masilios  y  los  perros  de  fino  olfato  les  siguen  impetuosos.  Junto  a  las puertas del palacio  los nobles de Cartago esperan a  la reina que tarda en salir de sus 

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aposentos, y su caballo con arreos de púrpura y oro está impaciente y, fogoso, muerde el espumeante  freno. Por  fin aparece  la  reina en medio de un numeroso cortejo; va ataviada con una clámide sidonia decorada con una cenefa bordada; sobre su hombro cuelga  un  carcaj  de  oro,  lleva  los  cabellos  recogidos  con  una  redecilla  de  oro  y  su vestido de púrpura es sujetado por un broche. Van también con la reina los frigios y el pequeño  lulo con semblante alegre. El mismo Eneas, más hermoso que ningún otro, acude y se agrega al grupo. Marcha con la misma ligereza y belleza que Apolo, cuando en su natal  isla de Delos se pasea por  las cumbres del monte Cinto con sus cabellos ondulantes ceñidos por una corona d hojas y sus flechas resonando a su espalda. 

Cuando  llegan  a  los  altos  montes  y  a  los  agrestes  parajes  intransitables, contemplan cabras salvajes que bajan corriendo desde las cumbres arrojándose desde lo alto de  los riscos, y manadas de ciervos que cruzan corriendo el  llano y abandonan los montes, dejando a  su paso una espesa nube de polvo. En medio de  los valles el pequeño  Ascanio  disfruta  con  su  fogoso  caballo,  siguiendo  a  unos  y  adelantando  a otros,  y desea  vivamente que  surja un  fiero  jabalí o que baje del monte‐un dorado león. 

Entretanto el  cielo empezó a  llenarse de  ruidosos  truenos  y una  intensa  lluvia acompañada de granizo le siguió; los tirios, la juventud troyana y el dardanio nieto de Venus,  dispersados  por  el miedo,  van  en  busca  de  diversos  refugios. Dido  y  el  jefe troyano  llegan huyendo a una misma cueva. La diosa de  la Tierra  la primera y  Juno, protectora de  los matrimonios, dan  la señal. Brillaron  los  relámpagos y se  inflamó el cielo,  cómplice  de  estas  nupcias,  y  sobre  las  altas  cumbres  las  ninfas  entonaron  el canto nupcial. Aquél fue el día en que comenzaron las desdichas de Dido y el origen de su muerte. Ya no se preocupa de  las apariencias ni de su buen nombre, ni considera prohibido este amor, lo llama matrimonio, y con este nombre encubre su falta. 

De inmediato la Fama, con la rapidez del viento, recorre las grandes ciudades de Libia y, más veloz que cualquier plaga, empequeñecida al principio por miedo, con  la marcha aumenta sus fuerzas. Según dicen es hija de  la Tierra,  la cual,  irritada con  los dioses, la alumbró después de los titanes Encédalo y Ceo, con unos pies muy ligeros y unas rápidas alas; es un monstruo horrible, de gran tamaño, en su cuerpo lleva tantos ojos como plumas, y tantas bocas sonoras y tantos oídos como plumas y ojos. Vuela de noche  y no  entrega  jamás  al  sueño  sus  pupilas;  durante  el  día  permanece  vigilante sobre  las  techumbres de  las casas o sobre altas  torres. Ésta, gozosa, anuncia hechos acaecidos  y  por  suceder: que  había  llegado  Eneas, de  estirpe  troyana,  con quien  la hermosa  Dido  había  dignado  unirse;  que  ahora  pasaban  el  largo  invierno  entre placeres, olvidándose de los reinos y esclavos de su pasión. Estas cosas va difundiendo la horrible diosa por boca de las gentes. Se desvía y se dirige al palacio del rey Yarbas, que en otro tiempo había pretendido el amor de Dido, inflamando su espíritu con estas noticias y aumentando en consecuencia su ira. 

Yarbas, hijo de Hamón y de una ninfa raptada del país de  los garamantes, había erigido a Júpiter en sus vastos territorios cien templos  inmensos y cien altares, en  los cuales ardía siempre el fuego sagrado en honor de los dioses; el suelo estaba siempre bañado por la sangre de los sacrificios y el umbral adornado con numerosos guirnaldas de  flores.  Entonces,  fuera  de  sí  por  la  amarga  noticia,  rogó  a  Júpiter  diciendo: "¡Omnipotente  Júpiter! A quien el pueblo moro, recostado en sus  lechos durante  los 

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festines, ofrece libaciones de vino ¿ves lo que está ocurriendo? ¿Será que tememos en vano  cuando  vibran  tus  rayos?  Esa mujer que  llegó errante  a nuestras  tierras  y me compró el derecho a fundar una pequeña ciudad, esa mujer a quien yo di la tierra y el dominio  de  aquellas  costas,  rechazó mi  alianza  y  ahora  recibe  en  su  reino  a  Eneas como  señor,  ahora  este  otro  Paris  disfruta  de  su  conquista,  mientras  yo  llevo inútilmente mis ofrendas a tus templos y honro tu pretendido poder." 

El omnipotente Júpiter, al escuchar sus plegarias, volvió los ojos hacia los muros de  la  reina  y  hacia  los  amantes  que  se  habían  olvidado  de  su  mejor  renombre. Entonces  requiere  la  presencia  de Mercurio,  el mensajero  de  los  dioses,  y  le  dice: »Hijo,  llama a  los Céfiros,  los dulces vientos del oeste, y, volando, ve a hablar al  jefe dárdano que, descuidando las ciudades que le otorgan los hados, permanece aún en la tiria Cartago. Dile que él no está comportándose como el héroe que me prometió su hermosísima madre,  que  para  eso  no  lo  liberé  por  dos  veces  de  las  armas  de  los griegos, sino que me prometió que regiría la insigne y belicosa Italia, cuna de grandes imperios, que habría de perpetuar el noble linaje de Teucro y que sometería a todo el orbe bajo  sus  leyes. Si no  le atraen  tan grandes cosas ni ambiciona  su propia gloria, ¿puede, como padre, privar a Ascanio de los dominios romanos? ¿En qué piensa? ¿Con qué  esperanza  permanece  entre  enemigos?  ¿Por  qué  no  se  preocupa  de  su descendencia ausonia32 y de las tierras lavinias33? ¡Que se haga de inmediato a la mar! Esta es mi voluntad; tú, como mensajero, transmítesela». 

Cuando  el  omnipotente  terminó,  Mercurio,  raudo,  se  dispuso  a  cumplir  su cometido; en los pies se colocó talares de oro, que con sus alas le llevan por los aires, cruzando mares  y  tierras  con  la  rapidez  del  viento;  luego  empuñó  el  caduceo,  su especial bastón alado con el que sacaba del Orco las pálidas ánimas y a otras enviaba al siniestro  Tártaro34.  Ya  en  el  aire  divisó  la  cumbre  y  las  empinadas  vertientes  de  la cordillera  del Atlas. Allí Mercurio  el  Cilenio  se  detuvo  por  un momento  suspendido sobre sus alas, pero enseguida, lanzándose con todo su cuerpo en dirección a las olas, dejó las altas cumbres y voló entre la tierra y el cielo con dirección al arenoso litoral de Libia. 

Apenas toca con sus pies alados las chozas de Cartago ve a Eneas que levantaba murallas y construía nuevas casas. Tenía una espada con empuñadura de jaspe verde y de sus hombros colgaba un manto de púrpura tiria;  la rica Dido  le había hecho estos regalos y ella misma había bordado  las telas con  fino hilo de oro.  Inmediatamente el dios  se dirige a él y  le dice: »¿Ahora colocas  los  cimientos de  la  soberbia Cartago y, para complacer a tu esposa, levantas una bella ciudad? ¡Ay, te has olvidado de tu reino y de tus intereses! El propio rey de los dioses que rige el cielo y la tierra me envía hasta ti desde el claro Olimpo. Él mismo me ha ordenado traerte estos mandatos a través de las rápidas brisas: ¿qué piensas? ¿Con qué esperanza pasas el tiempo en las costas de Libia?  Si ningún  honor  de  tan  grandes hazañas  te  conmueve  y  no  quieres  lograr  tu propia  gloria, mira  a  Ascanio,  que  ya  va  creciendo;  piensa  en  las  esperanzas  de  tu 

                                                       32 Aunque Ausonia era una región de  la península Itálica, en el  lenguaje poético este nombre se 

aplica a toda Italia. 33 Relacionado con la ciudad de Lavinio que se encuentra en el Lacio y fue fundada por Eneas. 34 La región más profunda del mundo, situada debajo de  los  infiernos, pero poco a poco se fue 

confun¬diendo con los infiernos mismos. 

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heredero lulo a quien los dioses le reservan el reino de Italia y la tierra romana». Una vez dijo esto el Cilenio35 se despojó de su apariencia mortal y, sin esperar la respuesta de Eneas, se desvaneció ante su vista como un tenue vapor. 

Ante semejante aparición Eneas enmudeció, sus cabellos se erizaron de horror y la voz se le quedó detenida en la garganta. Asombrado por este extraordinario aviso y por  la orden de  los dioses, arde en deseos de huir y abandonar estas gratas  tierras. ¡Ay!  ¿Qué  hacer?  ¿Con  qué  palabras  osará  dirigirse  a  la  apasionada  reina?  ¿Cómo comenzará  a  hablarle?  La  duda  divide  su  espíritu  que  se  debate  entre  mil pensamientos. Después de una  larga meditación esta  idea  le parece  la mejor:  llama a Mnesteo, a Segesto y al valiente Seresto y les manda que en secreto organicen la flota, que reúnan a los compañeros en la costa, que preparen las armas y disimulen la causa de estos nuevos preparativos; mientras tanto, puesto que la bondadosa Dido no sabe nada ni espera que un amor tan profundo se rompa, él intentará buscar la ocasión más adecuada  y  las  palabras más  favorables  para  darle  esta  noticia.  Todos,  contentos, obedecen sus órdenes y realizan lo que se les ha mandado. 

   

                                                       35 Sobrenombre de Mercurio. 

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CapítuloVII

LadecisióndeDido¿Quién puede engañar a una mujer enamorada? La reina presiente el engaño, y 

es  la primera en percatarse de  los movimientos que se preparaban, sintiendo miedo aun  cuando  todo  está  en  calma.  La mismísima  Fama,  impía  y  cruel,  fue  la  que  le comunicó en medio de su delirio que  los  troyanos estaban armando  las naves y que preparaban su partida. Ella, enfurecida y fuera de sí, corre por toda la ciudad como una bacante durante  las orgías trienales nocturnas que en honor a Baco se celebran en el monte Citerón. Finalmente, tomando la iniciativa, interpela a Eneas con estas palabras: 

—«‐¿Esperas  aún,  traidor,  poder  disimular  tan  gran  delito  y  abandonar  en secreto mi  tierra?  ¿No  te  detiene  nuestro  amor,  ni  nuestro matrimonio,  ni  la  cruel muerte  con  la  que  Dido  va  a  perecer?  Aún más,  ¡cruel!  ¿Aparejas  la  flota  en  las constelaciones de invierno y te dispones a ir por alta mar en medio de los vientos del norte,  los Aquilones?  Si  tú  no  fueras  en  busca  de  campos  extranjeros  y mansiones desconocidas,  si  la  antigua  Troya  estuviera  en  pie,  ¿irías  a  buscarla  en  medio  de borrascosos mares? ¿Es de mí de quien huyes? Yo te suplico por estas lágrimas, por tu diestra  (pues, mísera de mí, no me queda otra cosa), por nuestra unión, por nuestro incipiente matrimonio,  si  en  algo  te  fui  útil,  si  alguna  felicidad  te  he  dado,  que  te compadezcas  de  este  reino mío  que  se  derrumba  y,  si  todavía  hay  lugar  para  las súplicas, te ruego que abandones esa idea. Por tu causa me odian los pueblos de Libia y  los tiranos de  los númidas y me he hecho odiosa a  los tirios, por ti he destruido mi pudor y mi reputación anterior, con la que bastaba para ensalzarme hasta las estrellas. ¿En manos de quién me vas a abandonar ahora que estoy a punto de perecer?, ¿qué me detiene?, ¿acaso que mi hermano Pigmalión destruya mis murallas o que el gétulo Yarbas me  lleve detenida? Si al menos, antes de  tu huida, yo hubiese  tenido un hijo tuyo, si en mi palacio  jugase un pequeño Eneas cuyo rostro me recordara a ti, yo no me creería enteramente traicionada y abandonada». 

Todo esto había dicho Dido, pero Eneas, subyugado por  las órdenes de  Júpiter, mantenía inmóviles los ojos y se esforzaba por ocultar su dolor. Por fin le responde con breves palabras: «Yo, reina, no negaré nunca que he recibido de ti muchos favores, ni, mientras me quede un soplo de vida, me cansaré de acordarme de ti, Elisa36, reina de Cartago. No diré mucho en mi defensa, pero no te  imagines que yo  intenté ocultarte mi huida con un ardid, aunque tampoco te prometí nunca  las antorchas nupciales, ni llegué a este compromiso. Si los hados me hubieran permitido llevar la vida de acuerdo con mis deseos sin  intervención ajena, ante todo yo habitaría en Troya, honrando  los queridos restos de los míos, las altas fortalezas de Príamo permanecerían en pie y con mi mano hubiese  construido una nueva Pérgamo para  los  vencidos. Pero Apolo me ordenó dirigirme a Italia, y allí también me han ordenado dirigirme los oráculos licios; allí está mi amor, allí está mi patria. Si los muros de Cartago y la contemplación de una ciudad de Libia te retienen a ti que eres fenicia, ¿qué razón hay para que no veas con buenos ojos que los teucros se establezcan por fin en la tierra de Ausonia? Es justo que 

                                                       36 Nombre de la reina Dido. 

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nosotros busquemos un  reino extranjero. Cuantas veces  la noche cubre  la  tierra con sus húmedas sombras, cuantas veces se alzan los brillantes astros, la pálida imagen de mi padre Anquises me avisa y me atemoriza durante el sueño; me mueve mi pequeño Ascanio  y  el  daño  que  le  estoy  causando  al  privarle  del  reino  de Hesperia  y  de  las tierras que le reservan los hados. Además de esto, ahora Mercurio, el mensajero de los dioses, enviado por Júpiter en persona (te  lo  juro por nuestras vidas), me ha traído a través de los veloces vientos sus mandatos; yo mismo he visto con mis propios ojos al dios, envuelto en  luz, entrar en  tus muros  y  con mis oídos escuché  su  voz; deja de agudizar  con  tus  lamentaciones  tu  dolor  y  el  mío;  no  voy  a  Italia  por  mi  propia voluntad>. 

Mientras hablaba, Dido mantenía el  rostro vuelto, mirando de un  lado a otro, contemplaba  a  Eneas  en  silencio  de  arriba  abajo,  e,  irritada,  le  contestó  así:  .Ni  tu madre  es  una  diosa,  ni  Dárdano  es  el  fundador  de  tu  linaje,  pérfido,  sino  que  el Cáucaso en sus escarpados roquedales es el que te ha engendrado y te amamantaron las  tigresas de Hircania. ¿Por qué disimulo o para qué mayores ultrajes me  reservo? ¿Acaso  se  conmovió  con mi  llanto?  ¿Volvió  sus  ojos  hacia mí?  ¿Acaso,  vencido,  ha derramado lágrimas o se ha compadecido de su amante? ¿Qué puedo preferir a esto? Ni la gran Juno ni el padre saturnio, Júpiter, pueden contemplar con buenos ojos estas cosas.  La  buena  fe  ya  no  existe.  Le  recogí  cuando  él  había  naufragado,  mísero  y necesitado de todo, e insensata le permití participar en mi reino; salvé su flota perdida y libré a sus compañeros de la muerte. ¡Ay, las furias se apoderan de mí! Primero era el augur Apolo, o el oráculo de Licia, ahora es el intérprete de  los dioses, enviado por el mismo  Júpiter,  quien  le  trae  por  los  aires  terribles  órdenes.  Como  si  éste  fuera  el trabajo que realizan los dioses, como si tales preocupaciones turbaran su descanso. No te detengo ni quiero  contradecir  tus palabras; vete, ve a buscar  Italia a  favor de  los vientos, busca esos reinos a través del mar. Espero que si los justos dioses tienen algún poder, encuentres el castigo en medio de los escollos y tengas que invocar el nombre de Dido muchas veces. Ausente, te seguiré con mis antorchas fúnebres y cuando la fría muerte haya separado el alma de mis miembros, mi sombra se te aparecerá en todas partes.  Serás  castigado, malvado.  Yo me  enteraré  y  en  la  profunda mansión  de  los Manes37 esta noticia  llegará hasta mí». Una vez terminó de hablar, se alejó, antes de que Eneas tuviera tiempo de responderle, dejándole sumido en un profundo temor. 

El piadoso Eneas desea mitigar el dolor de la infeliz y con sus palabras apartar de ella la preocupación, pero cumpliendo la voluntad de los dioses vuelve de nuevo a las naves. Entonces los teucros se afanan más en sus tareas. 

¡Qué sentimientos experimentaba Dido al contemplar esta actividad! Y, para no morir en vano sin haberlo intentado de nuevo, llama a su hermana Ana para que acuda ante Eneas con nuevas súplicas: "Ana, hazme un favor, pues a ti también te confiaba sus pensamientos; ve y, suplicante, habla con este soberbio enemigo; dile que yo no juré  con  los dánaos en el puerto de Aúlide destruir el pueblo  troyano, ni envié mis naves a Pérgamo, ni ultrajé la tumba de su padre, entonces ¿por qué cierra sus crueles oídos?  ¿Adónde  corre? Que  haga  este  último  regalo  a  su  desdichada  amante:  que retrase su partida hasta que las condiciones del tiempo sean favorables. Ya no le pido 

                                                       37 Se refiere aquí a los infiernos. 

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que renuncie al reino, sino un descanso, una tregua para que  la fortuna me enseñe a soportar el dolor". La desgraciada hermana lleva estos lamentos a Eneas, pero él no se conmueve ante ninguna súplica, los destinos se oponen y un dios ha cerrado los oídos del héroe. 

Entonces ante su fatal destino la infeliz Dido invoca a la muerte. Y, para que esta idea  de  abandonar  la  luz  se  acrecentara  en  ella,  los  hados  intervienen,  pues,  al depositar las ofrendas sobre los altares, ve que el agua sagrada se torna negra y que el vino derramado se convierte en sangre; además durante la noche en su palacio ante la capilla consagrada a su esposo Siqueo oía cómo éste la llamaba; asimismo, numerosas predicciones  de  antiguos  adivinos  la  aterraban  con  terribles  presagios;  también durante el sueño el propio Eneas con feroz aspecto la empujaba en su locura. Cuando vencida  por  el  dolor  pierde  la  razón  y  decide morir,  determina  hacerlo  de manera encubierta para no atormentar más a su querida hermana. Entonces la llama y le dice: »Hermana, he encontrado el camino que me devolverá o me librará de mi amor. Pues me han hablado de una sacerdotisa, guardiana  junto a un terrible dragón del templo de  las Hespérides, en cuyo  jardín crecen  las manzanas de oro que  la Tierra  regaló a Juno  como  regalo  de  boda,  la  cual  afirma  que  con  sus  conjuros  puede  liberar  los corazones  o  introducir  en  ellos  duras  preocupaciones.  Conforme  ha  ordenado  tu hermana,  haz  levantar  en  secreto  una  pira  en  el  interior  del  palacio,  que  coloquen sobre  ella  las  armas de  Eneas,  todos  sus  vestidos  y  el  lecho  conyugal que me  trajo todos  estos  males;  todos  los  recuerdos  de  este  hombre  malvado  deben  ser destruidos».  Dicho  esto,  guardó  silencio,  y  al  instante  una  gran  palidez  invadió  su rostro.  Pero,  como Ana no  sospecha que bajo este  sacrificio  su hermana oculta  sus propios funerales, prepara todo lo que le ha ordenado. 

Cuando estuvo ya  levantada  la pira en el  interior del palacio,  la  reina cubrió el lugar  con  guirnaldas  y  con  follaje  fúnebre,  también  colocó  sobre  el  lecho  las pertenencias  de  Eneas;  después  la  sacerdotisa  invocó muchas  veces  a  los  dioses,  a Erebo, el de las tinieblas infernales, al Caos, el vacío primordial, y a Hécate, uno de los tres  rostros  de  la  virgen Diana;  además  derramó  agua  para  simular  las  fuentes  del infernal Averno. La propia Dido, con un pie descalzo y  la túnica sin ceñir, presenta en los altares con sus purificadas manos  la harina sagrada, y, próxima a morir, toma por testigo a los dioses y a los astros, implorando justicia de algún numen vengador de los amantes burlados. 

Era  de  noche  y  por  toda  la  tierra  los  cuerpos  fatigados  gozaban  del  plácido sueño. Pero  la  infortunada  fenicia no podía  conciliarlo  y  se debatía entre mil  ideas; unas veces pensaba que podía seguir a  la flota de  Ilión38, como esclava a  las órdenes de  los  teucros,  o,  ¿por  qué  no?,  acompañada  de  sus  tirios;  otras  su  pensamiento tomaba un nuevo rumbo y  le aconsejaba morir, ya que no se  le permitía, como a  las bestias salvajes, vivir una vida fuera del matrimonio ni conocer tal pasión sin perder el honor; además  le atormentaba no haber guardado  la  lealtad prometida a  las cenizas de Siqueo. Todas estas reflexiones le llevaron a considerar que mejor era morir y, así, apartar el dolor con la espada. 

                                                       38 Vid. nota 15. 

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Entretanto  Eneas,  decidido  a marchar,  se  entregaba  al  sueño  en  lo  alto  de  la popa.  Y  en  sueños  volvió  a  ver  la  imagen  de Mercurio  que  le  decía  que  no  debía conciliar el sueño, pues muchos peligros había a su alrededor; ahora que  los vientos eran favorables debía huir precipitadamente, pues Dido, dispuesta a morir, maquinaba en su pecho venganzas; que si esperaba a la Aurora el mar se agitaría bajo sus navíos y el  litoral ardería en  llamas. Entonces Eneas, aterrado por  la aparición, se despierta y hostiga  a  sus  hombres  dándoles  prisa.  Todos  corren  y  se  precipitan,  abandonan rápidamente el  litoral, el agua desaparece bajo  las velas  y  con  los  remos barren  las azuladas aguas. 

Tan pronto como la Aurora empezaba a bañar con nueva luz la tierra, la reina ve desde lo alto de su palacio que la flota se alejaba con todas las velas desplegadas y que en el litoral no quedaba ningún navío ni remero; fuera de sí, golpeándose con la mano el pecho exclamó: «Júpiter, ¿se irá éste? ¿se burlará de mi reino? ¿nadie le perseguirá con las armas y destruirá sus naves? Vamos, perseguidlos, disparad dardos. ¿Qué digo? Desdichada  Dido,  ¿ahora  te  conmueven  las  hazañas  del malvado?  Yo  tendría  que haber incendiado sus navíos y haber dado muerte al padre y al hijo con todo su linaje. Sol,  tú que  todo  lo  iluminas  con  tus  rayos,  y  tú  Juno, mediadora  y  testigo de  estas desgracias, y tú Hécate, a quien en la noche se llama a gritos en las encrucijadas de las ciudades, y vosotras Furias, vengadoras, y dioses de Elisa39 que muere, escuchad mis súplicas; si es preciso que Eneas llegue a tierra porque así lo quieren los hados, que al menos  sea  embestido  en  una  guerra  por  las  armas  de  un  pueblo  audaz,  que  sea arrojado de sus fronteras, apartado de  lulo, obligado a  implorar ayuda, y que vea  los indignos funerales de  los suyos; que después de sujetarse a una paz vergonzosa él no pueda  gozar  de  su  reino,  sino  que  caiga  antes  de  tiempo  y  quede  sin  sepultura  en medio de la arena. Y a vosotros tirios, os suplico que persigáis con vuestro odio toda su estirpe, que luchen nuestras gentes y sus descendientes». 

Después de hablar, buscando acabar cuanto antes con su sufrimiento, llama a la nodriza de Siqueo (pues las cenizas de la suya se habían quedado en su antigua patria) y le dice: «Querida nodriza, haz venir a mi hermana Ana, dile que se apresure y traiga las ofrendas expiatorias pertinentes, pues deseo terminar el sacrificio a Júpiter Estigio, cuyos preparativos he iniciado según el rito, para acabar con mis penas y entregar a las llamas  la pira del dardanio». Dicho esto  la anciana se apresura a cumplir su encargo, mientras Dido penetra en el  interior del palacio y, furibunda, sube los altos escalones de la pira, desenvaina la espada del dardanio y, después de contemplar las vestiduras de  Ilión,  se  echa  sobre  el  lecho  y  pronuncia  sus  últimas palabras:  «Dulces  vestidos, mientras me lo permitieron los hados, recibid mi vida y libradme de mis sufrimientos. He vivido y he seguido el camino que la fortuna me ha trazado, he fundado una ciudad, he  vengado  a mi marido  castigando  a mi hermano,  y hubiera  sido  feliz  si  las naves dardanias no hubiesen tocado nuestras costas». Y, besando su lecho, añadió: «Moriré sin ser vengada, pero moriré. Que el cruel dardanio desde alta mar contemple estos fuegos y se lleve el presagio de mi muerte». Mientras hacía tales plegarias, las esclavas la ven desplomarse bajo  la espada, cubriéndolo todo con sangre. Un clamor se eleva hasta  los altos atrios;  la Fama, estremecida,  recorre  la ciudad como una bacante. Su hermana lo oye y, consternada, se precipita por medio de la multitud y llama a gritos a 

                                                       39 Idem a Dido. 

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la moribunda: «Hermana, ¿era esto lo que planeabas?, ¿por qué me engañaste?, ¿por qué me despreciaste como compañera en tu muerte?, ¡ojalá a ambas se nos hubiera llevado  la misma herida  y  la misma hora!». Hablando  así había  subido  los  elevados peldaños  de  la  pira;  Dido  intentaba  levantar  sus  pesados  ojos,  pero  de  nuevo  se desvanecía, por tres veces se levantó apoyándose en el codo, pero por tres veces cayó; con sus ojos extraviados buscaba el cielo. La poderosa Juno, compadeciéndose de su prolongado  sufrimiento  envió  desde  el Olimpo  a  Iris  para  que  cortase  aquella  vida. Pues, como no moría ni por decisión del destino, ni por haber merecido la muerte, sino que la infortunada perecía antes del día señalado, Proserpina aún no había arrancado de su cabeza el dorado cabello y aún no había condenado su cabeza al Orco Estigio. Iris, pues, desciende, y deteniéndose sobre su cabeza dice: «Por orden de  Juno  llevo esta  ofrenda  al  dios  de  los  infiernos  y  te  desligo  de  este  cuerpo».  Y  con  su mano derecha  le  corta el  cabello. Al  instante,  todo el  calor de Dido  se disipa  y  su  vida  se desvanece en el aire. 

Mientras  tanto Eneas,  seguro y  sin vacilar,  se encontraba ya  con  sus naves en plena  travesía,  contemplando  las  murallas  de  Cartago  que  en  esos  momentos resplandecían con las llamas de la pira de la infortunada Elisa. Ningún troyano conocía la causa que había provocado este gran  incendio pero, sabiendo  lo que sufre un gran amor  profanado  y  lo  que  puede  hacer  una mujer  en  su  delirio,  se  introduce  en  el corazón de los teucros un triste presentimiento. Cuando las naves alcanzaron alta mar y ya no se veía más que agua, una oscura nube se detuvo sobre las naves troyanas, las aguas se estremecen y el cielo se llena de borrascas y tinieblas. Palinuro, el piloto de la nave, desde  lo alto de  la popa  intenta dominar  la situación, pero, dándose cuenta de que  es  muy  complicado,  dice  lo  siguiente:  «Magnánimo  Eneas,  aunque  me  lo prometiera Júpiter en persona, no esperaría alcanzar  Italia con este cielo. Los vientos han cambiado de dirección y el aire se espesa formando una gran nube. No podemos resistir y hacer frente a esto. Ya que la Fortuna se muestra superior, sigamos el rumbo que nos marca; creo que no estamos  lejos de  las fraternales playas de Érix, donde se encuentra el templo de Venus, y de los puertos de Sicilia, si la observación de los astros no me engaña». Después de reflexionar el piadoso Eneas responde: «Sí, ya hace rato que me he dado cuenta de que luchas en vano contra los vientos. Cambia el rumbo de tus velas y dirígete a la tierra que guarda al dardanio Acestes y que alberga  los restos de mi padre Anquises». En cuanto dice esto se dirigen hacia  las costas sicilianas y  los favorables  céfiros hinchan  sus  velas,  llevándolos  rápidamente  a buen puerto.  El  rey Acestes  se  sorprende  gratamente  de  la  llegada  de  Eneas  y  les  ofrece  todo  cuanto necesitan para reponerse de sus fatigas. 

   

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CapítuloVIII

LavisitaalaSibilaA la mañana siguiente, apenas había despuntado el día, reúne a sus compañeros 

y les dice: «Nobles dardánidas40, ha transcurrido ya un año desde que depositamos en esta  tierra  los  restos de mi divino padre y  le consagramos altares  fúnebres. Yo cada año, donde quiera que me encuentre, siempre colmaré los altares con las ofrendas que le  son  debidas  y  cumpliré  mis  votos  y  las  solemnes  procesiones  rituales.  Ahora, además,  creo que por deseo de  los dioses nos encontramos precisamente donde  se encuentran  las  cenizas  de  mi  padre;  venid,  pues,  y  ofrezcámosle  todos  un  digno homenaje; pidamos vientos favorables y que permita que, una vez yo haya fundado mi ciudad, celebre todos los años estos sacrificios en los templos a él dedicados. Además cuando  la novena aurora haya traído a  los mortales su  luz,  liberando al mundo de  las tinieblas,  yo  convocaré  unos  juegos:  primero  unas  regatas  entre  las  naves  rápidas; después una carrera a pie y todo tipo de pruebas para que puedan participar  los que confían en su fuerza, los que son diestros con la jabalina o con ligeras saetas y también los que se atreven a entablar combates con el duro cesto41. Que se presenten todos y aspiren  a  la  recompensa  de  una merecida  victoria.  Ahora  guardad  todos  silencio  y cubrid vuestras sienes con hojas». 

Cuando  Aurora  trae  la  luz  al  noveno  día,  desde  un montículo  una  trompeta anuncia el comienzo de  los  juegos en honor de Anquises. Desde  los pueblos vecinos acude un gran gentío, unos dispuestos a ver a  los hombres de Eneas, otros a  tomar parte  en  la  competición.  Comienza  la  regata  entre  las  rápidas  naves;  después  de muchas  vicisitudes  el  troyano  Cloanto  se  declara  vencedor  y,  según  la  costumbre, Eneas  corona  sus  sienes  con verdes  ramas de  laurel. Finalizada esta  competición, el piadoso  Eneas,  acompañado  de  una  gran multitud,  se  dirige  a  un  prado  de  césped rodeado de colinas, en cuyo centro había un lugar que se asemejaba a las gradas de un circo; allí anima con  recompensas a aquellos que quieran participar en  la carrera de velocidad;  acuden  de  todas  partes  tanto  teucros  como  sicilianos.  Después  fueron muchos los que quisieron competir con la veloz saeta. La carrera de caballos con la que Ascanio  quiso  honrar  a  su  abuelo  ponía  fin  a  las  fiestas  celebradas  en  honor  de Anquises. 

Entonces se trocó la fortuna de favorable en adversa para los troyanos. Mientras se  solemnizaban  con  variados  juegos  las  honras  en  el  sepulcro  de  Anquises,  Juno meditando muchos planes y no  saciado aún  su antiguo  rencor, envió a  Iris desde el cielo  hacia  la  flota  troyana.  Acelerando  la  carrera  por  su  arco  de  mil  colores42 desciende  sin  ser vista por nadie y, experta en  fraudes,  se desliza entre  las mujeres troyanas, toma el aspecto de la anciana Béroe y dice: 

                                                       40 Idem a troyanos. 41 El "cesto" era un tipo de guante con nudillos de plomo y correas de cuero. 42 A Iris, mensajera de los dioses y en especial de Juno, se la representa con alas y con un ligero 

velo que con la luz del sol toma todos los colores, de ahí el Arco Iris. 

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—«¡Desventurado pueblo!, ¿qué final te reserva la fortuna? Ya va a cumplirse el séptimo  verano  desde  la  destrucción  de  Troya  y  ¡cuántos  mares,  tierras  y  playas inhóspitas hemos recorrido como  juguetes de  las olas, persiguiendo una  Italia que se escapa!  Aquí  reinó  Érix,  hermano  de  Eneas,  y  ahora  Acestes  nos  da  hospitalidad, ¿quién nos  impide  levantar aquí murallas y  fundar una ciudad?  ¡Ay, patria y Penates salvados en vano del enemigo! ¿Ninguna muralla  llevará nunca el nombre de Troya? Venid conmigo, pues, y quememos las infaustas naves. En sueños he visto la imagen de la profetisa Casandra dándome unas teas encendidas y diciéndome: Buscad aquí Troya; aquí  está  vuestra morada. Que  no  haya,  pues,  demora  ante  tantos  prodigios.  Aquí tenemos cuatro altares de Neptuno; el propio dios nos datas y coraje». 

Al  decir  esto,  coge  con  ímpetu  el  fuego  y  haciéndolo  chispear  en  los  aires  lo arroja a las naves. Atónitas quedaron las troyanas en su mente y su corazón. Y Pirgo, la de  más  edad,  exclama:  «Esa  no  es  Béroe;  yo  misma  la  dejé  hace  poco  enferma lamentándose de no acudir a tributar a Anquises  los honores merecidos». Dudosas e indecisas se quedaron las matronas al principio, pero entonces se alzó por  los aires la diosa moviendo las alas. A la vista de tal prodigio prorrumpen en unánimes clamores y arrebatan el fuego del templo. Se enfurece Vulcano, como un corcel desbocado con las riendas  sueltas,  y  el  incendio  devora  los bancos,  los  remos  y  las pintadas popas de madera de abeto. 

Eumelo lleva la noticia del incendio al sepulcro de Anquises y al teatro. Todos ven revolotear las cenizas en una negra nube. Ascanio es el primero que se dirige desde la carrera ecuestre al agitado campamento sin que lo puedan retener sus maestros. 

—«¿Qué  es  esta  nueva  locura?»  —dice—,  «¿qué  pretendéis  ahora desventuradas  ciudadanas?  ¡No  estáis  quemando  las  naves  enemigas  ni  el campamento argivo, sino vuestras esperanzas!» 

Se apresuran también en llegar Eneas y la tropa de los teucros. Ellas escapan de miedo por diversas playas y buscan  los bosques y  las cóncavas rocas. Arrepentidas y pesarosas reconocen a los suyos y sacuden de su pecho las sugerencias de Juno. 

Pero mientras tanto  las llamas no pierden su indómita violencia. Bajo la mojada madera  vive  la  estopa  vomitando  densa  humareda,  y  un  pesado  vapor  devora  las quillas y penetra en  todo el cuerpo de  las naves. Nada pueden ni el esfuerzo de  los héroes  ni  el  agua  derramada.  Entonces  el  piadoso  Eneas  arranca  su  túnica  de  los hombros e implora el auxilio de los dioses tendiendo a ellos las manos: 

—«Júpiter  omnipotente,  si  no  aborreces  a  los  troyanos,  si  todavía  la  antigua piedad contempla  las fatigas de  los hombres, haz que  las  llamas dejen  la flota ahora, padre, o  lanza  sobre ella y  sobre mí  tu  rayo, si es  lo que merezco y aplástanos aquí mismo con tu diestra». 

Apenas había dicho esto cuando una negra tempestad descarga con inusual furia un torrente de lluvia. Las naves se llenan y rebosan de agua, se empapan las maderas medio quemadas y todos los barcos, menos cuatro, se salvan de la destrucción. 

Indeciso  estaba  Eneas  entre  quedarse  en  los  campos  de  Sicilia,  olvidando  su‐destino, o dirigirse a  las costas de  Italia. Entonces el viejo Nautes, a quien  la  tritonia 

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Palas le hizo insigne en su arte, le explicó lo que presagiaba la ira de los dioses o lo que exigía el orden de los hados, con estas palabras: 

«Hijo de una diosa, vayamos por donde nos  lleva y nos trae el destino; sea cual sea  la fortuna se debe superar con constancia. Confíale a Acestes, que es también de estirpe divina, los que sobran de las naves perdidas y los que ya se han cansado de tu gran  empresa:  ancianos, matronas  hastiadas  del mar  y  los  que  temen  los  peligros. Ordena que se edifique en esta tierra una ciudad de nombre Acesta». 

Esa noche, mientras Eneas  se debatía en  tomar una decisión,  se  le apareció  la imagen de su padre Anquises hablándole de esta manera: 

—«Hijo mío, vengo por mandato de  Júpiter, que se ha apiadado de  ti desde el alto cielo. Obedece los consejos del anciano Nautes: lleva a Italia jóvenes escogidos, los corazones más esforzados, pues en el Lacio tendrás que luchar contra un pueblo duro y  salvaje. Pero antes desciende a  las moradas  infernales de Dite43, y en el profundo Averno44  ven  a mi  encuentro.  Pues no me  retiene el  impío  Tártaro, mansión de  las tristes  sombras,  sino  que  habito  en  el  ameno  recinto  de  los  piadosos:  los  Campos Elíseos. Allí te guiará  la casta Sibila tras ofrecer un gran sacrificio de negros animales, entonces conocerás toda tu descendencia y las ciudades que te están destinadas». 

Enseguida  convoca  Eneas  a  Acestes  y  a  sus  compañeros  y  les  comunica  la suprema voluntad de  Júpiter,  los preceptos de su padre y su resolución de seguirlos. Todos  aprueban  y  a  todo  asiente  Acestes.  Se  designa  a  los  que  consienten  en quedarse, ánimas nada codiciosas de gloria, y los demás ponen a punto los lindes de la ciudad, mientras  Eneas  sortea  los  solares de  las  casas. Acestes  designa  con  gozo  el recinto del foro y da leyes a los ancianos convocados. Luego se erige a Venus (dalia un templo en la cumbre del monte Érix y se destinan al sepulcro de Anquises un sacerdote y un extenso bosque  sagrado. Tras nueve días de  festines, ofrendas y  sacrificios,  los vientos propicios invitan a los troyanos a hacerse de nuevo a la mar. Grandes gemidos y abrazos demoran el momento de  la partida. El bondadoso Eneas  los  consuela  con palabras amigas. Ordena que todas las naves por orden suelten sus amarras, y él con la frente ceñida por una corona de olivo, en pie sobre la proa de su nave, con una copa en la mano arroja a las olas las entrañas de las víctimas y el vino de las libaciones. Les empuja un viento de popa, mientras los compañeros compiten en herir al mar con los remos y surcan las aguas. 

Entretanto  Venus,  agobiada  por  sus  preocupaciones,  se  dirige  a  Neptuno  y expone  sus quejas: »La  insaciable  ira de  Juno me obliga a  rebajarme a  todo  tipo de súplicas. Ni el tiempo ni la piedad la aplacan, no se doblega a la soberana voluntad de Júpiter ni a  la fuerza de  los hados. No  le basta haber borrado de  la faz de  la tierra  la ciudad de  los  frigios,  todavía persigue  las cenizas y  los huesos de  la destruida Troya. Dígnate, yo te  lo ruego, concederles una navegación feliz y que arriben al Tíber, si es que te pido cosas concedidas por  la suerte y si en efecto  las Parcas  les reservan esas murallas». Así  le  respondió el hijo de  Saturno, el domador de  los profundos mares: »Justo es, Citerea, que confíes en mis  reinos de donde procede  tu origen. Ahuyenta 

                                                       43 Sobrenombre del dios Plutón (vid. glosario mitológico). 44 Lago de Campania, cerca de Nápoles, considerado como la entrada a los Infiernos. 

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todo  temor.  Llegará  seguro  al  puerto  del  Averno  y  sólo  una  vida  de  los  suyos  se sacrificará por el bien de muchos...». 

En efecto, Palinuro, uno de los timoneles de las naves de Eneas, fue invadido por un  invencible  sopor, obra de  algún dios que  le precipitó  a  las olas  y  en  vano  llamó repetidas veces a sus compañeros dormidos. 

Finalmente  la escuadra arriba a  las playas de Cumas. Mientras  los compañeros preparan el campamento, Eneas se encamina a la recóndita y gran caverna de la Sibila, a quien Apolo  infunde  inteligencia y ánimo y  le revela el futuro. En cuanto  llegaron al umbral, la virgen les informa que es el momento de consultar los hados, pues el dios se acerca. Al punto se le cambió el semblante, perdió el color y se le erizaron los cabellos. Jadeando y sin aliento se le hincha el pecho, parece que su voz no resuena como la de los demás mortales, porque la inspira Apolo. Eneas le dirige esta plegaria: 

—«¡Oh! Febo Apolo, siempre misericordioso con  los grandes trabajos de Troya. Ya, al fin, pisamos  las costas de  Italia, que siempre huían de nosotros. ¡Ay! Ojalá que hasta aquí sólo nos haya seguido  la  fortuna  troyana.  Justo es que vosotros, dioses y diosas enemigos de  Ilión y de  su  gloria, perdonéis ya a  la nación de Pérgamo. Y  tú, santa  sacerdotisa,  concede  a  los  teucros  y  a  sus  errantes dioses  que  logren  por  fin tomar asiento en el Lacio. No pido reinos que no me estén prometidos por los hados. Entonces erigiré un templo todo de mármol a Febo45 y a Trivia46, y tú también tendrás en mi reino un magnífico santuario en el que guardaré tus oráculos. Sólo te ruego que no confíes tus predicciones a hojas que se revuelvan como un juguete de  los vientos. Anúncialas tú misma». 

La Sibila se revuelve entonces como una bacante procurando sacudir de su pecho el poderoso espíritu del dios. Se abren, por fin, por sí solas las cien puertas del templo y los aires elevan las respuestas de la Sibila: 

—«Al  fin  te  libraste  de  los  grandes  peligros  del mar,  pero  otros mayores  te aguardan  en  tierra.  Sí  que  llegarán  los  descendientes  de  Dárdano  a  los  reinos  de Lavinio; no te preocupes por eso; pero también desearán algún día no haber llegado a ellos. Veo guerras, horribles guerras y al Tíber con olas de espumosa sangre. Ya tiene el Lacio  otro  Aquiles,  hijo  también  de  una  diosa.  También  estará  presente  aquí  Juno, siempre enemiga de los troyanos. Suplicando irás a las ciudades de Italia a pedir auxilio en  tus desastres. Volverás a  tener una esposa extranjera, pero  tú no  sucumbas a  la desgracia. Al contrario, ve con ánimo hasta donde te lo permita la fortuna. Una ciudad griega, por extraño que te parezca, te presentará el primer camino de salvación». 

Cuando  cesó  el  arrebato  de  la  virgen,  Eneas  le  dijo:  «Ya  tenía  previstas  esas desventuras. Una sola cosa te pido, pues es sabido que aquí está la entrada al infierno, la  tenebrosa  laguna  que  forma  el  desbordado  Aqueronte;  permite  que  acuda  a  la presencia de mi  amado padre; enséñame el  camino  y  ábreme  las  sagradas puertas. Compadécete de nosotros, pues también Orfeo pudo evocar los Manes47 de su esposa con  el  auxilio  de  su  lira;  incluso  Pólux  rescató  a  su  hermano,  alternando  con  él  la 

                                                       45 Sobrenombre de Apolo. 46 Se refiere a Diana. (vid glosario mitológico). 47 El espíritu de su esposa. 

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muerte, y va y vuelve por este camino tantas veces, y Teseo, y Alcides. También yo soy del linaje del supremo Júpiter.. 

Y así  le contestó  la Sibila a Eneas que permanecía abrazado al altar: «Fácil es  la bajada al Averno; día y noche está abierta  la puerta del negro Dite, pero  lo difícil es retroceder  y  volver  a  la  luz de  la  tierra. Pocos,  y del  linaje de  los dioses,  a quienes Júpiter fue propicio, o a quienes su virtud se lo permitió, lo han logrado. Todo el centro del Averno está poblado de selva que rodea el Cocito48 con su negra corriente. Pero si tanto  afán  tienes de  cruzar dos  veces  la  laguna  Estigia  y  de  ver dos  veces  el negro Tártaro, oye lo que has de hacer. Bajo la sombra de un árbol se oculta una rama, cuyas hojas y  tallo son de oro y que está consagrado a  la  Juno  infernal. Todo el bosque  lo oculta, pero sólo  le está permitido penetrar en  las entrañas de  la tierra a quien haya desgajado  del  árbol  la  rama  dorada.  Es  el  tributo  que  tiene  dispuesto  la  hermosa Proserpina. Cuando lo encuentres, alarga tu mano, porque si los hados te lo permiten él se desprenderá por sí sólo y brotará otro que se cubrirá también con hojas de oro; pero  de  lo  contrario,  no  hay  fuerzas,  ni  tan  siquiera  el  duro  hierro,  que  puedan arrancarlo. Además,  tú  ignoras que el cuerpo de un amigo  tuyo yace  insepulto. Ante todo,  entrega  sus despojos  a  su  última morada,  cúbrelos  con un  sepulcro  e  inmola algunas ovejas de negra  lana. Haz así  las expiaciones necesarias para poder visitar  los reinos inaccesibles a las 

Entristecido  sale  Eneas  de  la  cueva,  y  al  llegar  a  la  playa  ve  a  los  troyanos reunidos  en  torno  al  cadáver  de  Miseno,  hijo  de  Eolo,  experto  en  animar  a  los guerreros con el clarín y la trompeta, a quien tal vez Tritón sumergió entre las peñas en las espumosas olas. Sin  interrumpir su  llanto se apresura a cumplir el mandato de  la Sibila y a  formar con árboles el altar del  sepulcro y  la pira. Mientras, unos ponen el agua  en  la  lumbre  en  calderas  de  bronce  y  lavan  y  perfuman  el  frío  cadáver  entre grandes  lamentos;  luego  lo  colocan  sobre  la  hoguera  con  sus  vestidos  de  color púrpura. Otros, apartando la mirada, prenden fuego a la pira. Todo arde al momento: el  incienso,  las entrañas de  las víctimas, y el aceite derramado sobre ellas. Cuando el fuego  lo consumió todo,  lavaron con vino  los huesos, candentes todavía y guardaron las 'reliquias en una urna de bronce. Con un ramo de olivo el oficiante roció tres veces a  los compañeros con agua purificadora y pronunció  las últimas oraciones. Al pie del monte, Eneas mandó erigir un monumento en su honor y allí depositaron sus armas, su remo y su clarín. 

Mientras  estaban  en  el  espacioso  monte,  dos  palomas,  aves  de  Venus,  se posaron en la hierba cerca de Eneas y después remontaron el vuelo hasta posarse en la copa de un  árbol  en  el  que  Eneas  vislumbró  el  resplandor  del oro  entre  las  ramas, semejante al muérdago que verdea con hojas nuevas. Lo arranca impaciente y lo lleva a la cueva de la Sibila. 

Había cerca de allí una profunda caverna, defendida por un negro  lago y por  la oscuridad de  los bosques, que ningún ave podía sobrevolar, porque exhalaba  fétidos vapores  que  infestaban  el  aire.  Por  ello  los  griegos  le  dieron  al  sitio  el  nombre  de Aorno, "sin aves"49. Allí  llevó Eneas en primer  lugar cuatro novillos negros sobre cuya 

                                                       48 Uno de los ríos que rodea los Infiernos. 49 Para los romanos Averno, (vid nota 37). 

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testuz  derramó  la  sacerdotisa  el  vino  de  las  libaciones  y  les  cortó  unas  cerdas  que arrojó al fuego como primeras ofrendas, invocando a Hécate, de gran poder en el cielo y en el Erebo. Otros degüellan  las víctimas y  recogen en una copa  la  tibia  sangre. El propio Eneas inmola con su espada una cordera de negro vellón y una vaca estéril para Proserpina. Pone  sobre  las  llamas  todas  las entrañas de  los novillos  rociándolas  con abundante  aceite.  Al  alba,  empezó  a  mugir  la  tierra  bajo  sus  pies,  temblaron  los bosques y grandes aullidos de perros en las sombras anunciaron la llegada de la diosa. 

—«Lejos de aquí, profanos» —exclama la profetisa—, «salid de este bosque, y tú, Eneas, avanza y desenvaina la espada. Es el momento de mostrar entereza y valor». Se introduce en la boca de la cueva y Eneas la sigue. 

¡Oh  dioses  Caos  y  Flegetonte,  que  tenéis  poder  sobre  las  almas,  sombras silenciosas!  ¡Morada  de  la  noche  y  el  silencio!  Permitidme  contar  las  cosas  que  he oído. Que vuestro numen me conceda descubrir  los misterios sepultados en el fondo de la tierra. 

   

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CapítuloIX

LabajadaalosinfiernosAvanzaban solos en la oscuridad por los desiertos reinos de Dite50. En las primera 

gargantas del Orco tienen sus guaridas el Luto y  los Afanes de venganza; allí habitan también  las  pálidas  Enfermedades  y  la  triste  Vejez,  el  Miedo  y  el  Hambre,  mala consejera, y la vergonzosa Pobreza, figuras terribles a la vista, y la Fatiga y la Muerte, y su  hermano  el  Sueño.  Y  enfrente  la mortífera  Guerra,  los  lechos  de  hierro  de  las Euménides y de  la  insensata Discordia, enlazando  sus  cabellos de víboras  con  cintas ensangrentadas.  En  el  centro extiende  sus  viejas  ramas un  inmenso  olmo donde  se dice que habitan los sueños vanos, agazapados bajo sus hojas. 

Viven allí otras muchas fieras monstruosas: los Centauros, las biformes Escilas, y Briareo el de  los cien brazos, y la hidra de Lerna de espantoso silbido,  las Harpías y la figura de la sombra de tres cuerpos. 

Eneas, preso de un súbito terror, ofrece el filo de su espada a los que se acercan. Pero  la sacerdotisa  le advierte que sólo son fantasmas y que en vano  lucharía contra sus sombras. 

De allí arranca el  camino que  conduce a  las olas del  cenagoso Aqueronte, que perpetuamente hierve y eructa toda la arena en el Cocito. Guarda esta agua y los ríos un  horrendo  barquero,  Caronte,  cuya  suciedad  espanta;  le  cuelga  una  desaliñada barba blanca, de sus ojos brotan  llamas, una sórdida capa pende por un nudo de sus hombros. Él mismo maneja su herrumbrosa barca con una pértiga, maniobra las velas y transporta en ella a los muertos, viejo ya, pero con la recia y lozana vejez de un dios. 

Hacia  las  orillas  se  precipitaba  una multitud  de  hombres  y mujeres,  jóvenes, niños y muchachos, sombras tan numerosas como las hojas que caen en las selvas con los  primeros  fríos  del  otoño.  O  como  las  aves  que  en  bandadas  cruzan  el mar  en invierno dirigiéndose hacia  tierras más calurosas. Apiñados en  la orilla todos quieren pasar  los  primeros  y  tienden  con  afán  las manos,  pero  el  adusto  barquero  Caronte acepta a uno y a otro y rechaza a los demás. Eneas, turbado por la escena, pregunta a la  Sibila qué buscan esas almas  y  con qué  criterio  son  seleccionadas para  cruzar  las aguas. La anciana sacerdotisa le responde: 

– «Estás ante las aguas profundas del Cocito y la laguna Estigia, por la que temen jurar en vano incluso los dioses. Toda esta multitud es la gente sin sepultura. Caronte se  lleva  sólo  a  los  sepultados  y  a  los que, de no  estarlo,  vagan  cien  años por estas playas hasta ser admitidos». 

Se detiene Eneas al ver al piloto Palinuro y le dice afligido: «¿Quién de los dioses te  sumergió  en  las  aguas  del mar  e  invalidó  el  augurio  de  Apolo  de  que  llegarías incólume  a  la  tierra  Ausonia?  ¿Qué  fe  hay  que  tener  entonces  en  las  promesas divinas?»  

                                                       50 Vid. nota 43. 

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— No –respondió Palinuro–, no te engañó el oráculo de Apolo, ni me sepultó un dios en el mar. Arrancado el  timón con violencia por azar caí al mar agarrado a él y temí  más  por  el  destino  de  tu  nave  sin  piloto  ni  timón  que  por  mi  vida.  Tres borrascosas noches me arrastró el Noto por el mar hasta que divisé las costas de Italia desde  lo alto de una ola. Nadé hacia allí y  llegué con vida, pero un pueblo cruel me atacó con sus armas, y las olas y los vientos me sacuden ahora en el litoral. Líbrame de estos males, ponme tierra encima, o tiéndeme ahora tu mano y llévame contigo por las olas para que al menos en la muerte descanse en un lugar tranquilo». 

Le dijo entonces la vidente: «¿De dónde te viene ese insensato deseo? ¿Vas a ver sin ser enterrado  las aguas estigias y pasar sin que se te ordene al otro  lado? Desiste de torcer  los hados con  tus  ruegos. Pero guarda en  la memoria estas palabras como consuelo  de  tu  cruel  desventura:  Todos  los  pueblos  cercanos  aplacarán  tu  espíritu, depositando tus huesos bajo un túmulo,  instituirán sacrificios y darán por siempre al lugar  el  nombre  de  Palinuro».  Estas  palabras  calmaron  su  afán  y  su  triste  corazón. Eneas y la Sibila prosiguen su camino. El barquero Caronte al verlos les ataja enojado el paso: «Quienquiera que seas  tú, que  te encaminas armado hacia mi  río, dime a qué vienes y no pases de ahí». Le respondió la sacerdotisa: «No traen  las armas violencia. Eneas de Troya, famoso por su piedad y sus armas, desciende a las sombras del Erebo en busca de su padre. Si no te conmueve tan piadoso intento, reconoce al menos este ramo».  Y  sacó  la  rama  dorada  que  llevaba  bajo  el  manto,  con  lo  que  al  punto desapareció  el  enojo  de  Caronte.  Se  acercó  a  la  orilla  haciendo  que  las  sombras dejaran  sitio al  fondo de  la barca para  recibir allí  a  los dos pasajeros. Crujió  la  sutil barca bajo su peso y empezó a hacer agua. Pero al fin desembarcó en la orilla opuesta a  la  Sibila  y  al  guerrero.  Enfrente,  tendido  en  su  cueva,  el  enorme  Cerbero  hace resonar los triples ladridos de sus tres fauces. Al ver la Sibila que se le iban erizando las serpientes  de  su  cuello,  le  arroja  una  torta  soporífera  amasada  con miel  y  frutos medicinales. La devora con rabiosa hambre y al punto se deja caer dormido, ocupando toda  la cueva con su mole. Eneas sigue adelante y pasa rápidamente  la ribera del río que nadie cruza dos veces. 

Empezaron a oírse entonces voces y  llantos de niños a quienes un destino cruel les llevó a una prematura muerte. Sus almas ocupaban aquellos primeros umbrales, y junto  a  ellos  están  los  condenados  a muerte  por  sentencia  injusta.  Les  asigna  esos lugares un tribunal de jueces presidido por Minos. Cerca de allí están  los desdichados que, cansados de ver  la  luz del día, se quitaron  la vida con su propia mano.  ¡Cuánto darían ahora por soportar en la tierra la pobreza y las duras fatigas! No lejos de allí se extienden hacia todas partes las llanuras del llanto, donde senderos escondidos rodean una selva de mirtos que oculta a los que consumió su vida el cruel amor y que ni aún en la muerte olvidan sus penas. Allí entre Fedra, Pasifae, Laodamia y Ceneo, mozo un día y hoy mujer de nuevo, restituida su antigua figura por obra del destino. Eneas ve vagando por la gran selva a la fenicia Dido. Al punto rompió a llorar y le dijo: 

—«Infeliz Dido, ¿era  cierta, pues,  la noticia de que habías muerto y de que  te traspasaste el pecho con una espada? ¿Fui yo, entonces, la causa de tu muerte? Juro ‐por  los  astros,  los dioses  y por  la  fe que haya  en  lo más profundo de  la  tierra que contra mi deseo me alejé de tus costas. La voluntad de los dioses que ahora me trae a estas  sombras me  forzó  a  abandonarte  y  nunca  pude  imaginar  que mi  partida  te 

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causaría un dolor tan grande. Detente y no te apartes de mi vista. ¿De quién huyes? Esta es la última vez que los hados me permiten hablarte». Pero la sombra de Dido no se  conmovió  por  sus  palabras  ni  por  sus  llantos,  y  se  aleja  a  refugiarse precipitadamente en un bosque sombrío donde atiende a su primer esposo Siqueo, y éste le corresponde. 

Continúan su camino hasta  los últimos campos donde moran  los manes de  los guerreros ilustres. Los troyanos se apiñan a los lados de Eneas. Los soldados griegos en cambio al ver al héroe huyen  temblorosos. Allí vio Eneas a Deífobo, hijo de Príamo, llagado  todo el cuerpo, cruelmente mutiladas  la cara y ambas manos, arrancadas  las orejas y cortada la nariz. Apenas lo reconoció le pregunta por su triste final. El hijo de Príamo le cuenta la traición de Helena que abrió las puertas de su casa a Menelao, y se interesa por  los motivos que  llevan  a  Eneas  a  visitar  esos parajes.  Pero  la  Sibila  les advierte de que la noche se aproxima y ya han llegado al lugar en el que el camino se escinde en dos partes: la de la derecha, que se dirige al palacio de Plutón, es la senda que  lleva a  los campos Elíseos;  la de  la  izquierda conduce al  impío Tártaro, donde  los malos sufren su castigo. 

Mira entonces Eneas hacia la izquierda y ve al pie de una roca una gran fortaleza de  triple muralla  rodeada por el Flegetonte, el  río de  fuego del Tártaro que arrastra resonantes piedras. Enfrente queda una puerta que ninguna fuerza podría derribar. Se alza una torre de hierro y Tisífone, una de  las tres Furias, sentada y revestida con un manto  del  color  de  la  sangre,  guarda  insomne  la  entrada  de  día  y  de  noche.  Se escuchan  gemidos,  azotes,  el  rechinar  del  hierro  y  el  ruido  de  cadenas  arrastradas. Eneas, aterrado por el estrépito pregunta: ¿Qué crímenes se castigan aquí? ¿Con qué pena  se  les  atormenta?  ¿Quién  eleva  tantos  lamentos?»  Y  así  le  contestó  la sacerdotisa: 

—«Ningún inocente puede penetrar en el umbral de los criminales; pero cuando Hécate me destinó a  la custodia de  los bosques  infernales, ella misma me mostró  los castigos  de  los  dioses  y me  condujo  por  estos  sitios. Gobierna  estos  duros  lugares Radamantis de Cnosos,  indaga y castiga  los fraudes y obliga a  los hombres a confesar las  culpas cometidas. En  cuanto pronuncia  su  sentencia,  la vengadora Tisífone azota con el  látigo e  insulta a  los culpados. Dentro vive una hidra más horrible  todavía, de cincuenta negras  fauces.  Luego el Tártaro mismo  se abre al abismo y  se extiende el doble de  lo que dista el Olimpo hasta  la  tierra. Allí en  lo más hondo del abismo  se revuelven  los Titanes, antiguos hijos de  la Tierra, abatidos por el rayo de  Júpiter. Allí están los dos hijos de Aloeo, enormes gigantes que intentaron rasgar con sus manos el cielo y arrojar a  Júpiter de su trono. Allí también el  insensato Salmoneo que padecía horribles castigos por haber querido  imitar con  los cascos de sus caballos  los truenos de Júpiter, reclamando para sí los honores debidos a los dioses. Está también Ticio; un buitre  está  sobre  su  gran  pecho  y  le  roe  y  devora  las  entrañas  que  renacen  para padecer  sin  un momento  de  tregua.  Allí  habitan  los  que  odiaron  a  sus  hermanos mientras vivían, o hirieron a  su padre o engañaron a  sus clientes, y en número más abundante  los  que  atesoraron  riquezas  para  ellos  solos,  los  que murieron  por  ser adúlteros y  los que promovieron  impías guerras o  traicionaron a  sus  señores. Todos ellos, allí encerrados, aguardan  su castigo. No  intentes  saber cuál; unos hacen  rodar peñascos,  otros  cuelgan  atados  a  los  radios  de  una  rueda.  Todos  osaron maldades 

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horribles y  las  llevaron a cabo. Ni aunque  tuviera cien  lenguas y bocas y una voz de hierro podría expresar todas  las formas de sus crímenes ni enumerar  los nombres de los castigos». 

Llegaron entretanto a las puertas del palacio de Plutón. Eneas se rocía el cuerpo con agua fresca y cuelga la rama dorada en el dintel del umbral. Llegan entonces a los vergeles de los bosques afortunados, moradas de la felicidad. El aire es más puro y hay sol  y  estrellas.  Unos  se  divierten  con  ejercicios  atléticos,  otros  danzan  en  coro  y entonan  versos.  Allí  están  los  que  recibieron  heridas  luchando  por  la  patria,  los sacerdotes que tuvieron una vida casta, los vates piadosos que cantaron versos dignos de Febo, los que perfeccionaron la vida con las artes que inventaron y los que por sus méritos viven en la memoria de los hombres. Todos llevan blancas cintas en torno a su cabeza.  La  Sibila  le  pregunta  a Museo  por  el  lugar  donde  reside  Anquises.  Éste  les informa de  que nadie  tiene  allí morada  fija, unas  veces  van por bosques, otras por arroyos o prados, pero desde una colina les muestra unas campiñas en las que iban a encontrarlo. 

En efecto, allí Anquises observaba unas almas destinadas a  ir a  la tierra y ser el futuro  linaje de sus descendientes. En cuanto vio a Eneas se dirigió hacia él,  le tendió alegre las manos y llorando le dijo: «Al fin has venido y tu piedad filial ha superado este arduo camino.  ¡Cuántos peligros has  tenido que afrontar!». Eneas  intenta  tres veces abrazarlo, pero es en vano. Su imagen ligera se escapa de sus manos como un soplo de viento o un sueño. En eso ve Eneas innumerables pueblos y gentes vagando junto a un río  como  las  abejas  en  los  prados  se  posan  en  verano  sobre  las  flores  y  se  apiñan alrededor  de  las  blancas  azucenas  llenando  con  sus  zumbidos  toda  la  campiña. Pregunta a su padre quiénes son y él  le dice: «Estas almas, destinadas por el hado a animar otros  cuerpos, están bebiendo en  las  tranquilas aguas del  Leteo el  completo olvido de su vida pasada. Hace mucho tiempo que quería que  las vieras y hablarte de ellas, para que te regocijaras conmigo de haber llegado a Italia». Se extrañó Eneas de que las almas se reencarnaran de nuevo con anhelo y su padre le reveló cada cosa por su orden: 

‐Desde el principio del mundo un mismo espíritu interior alienta el cielo, la tierra, las  líquidas  llanuras, el  luminoso  globo de  la  luna, el  sol  y  las estrellas. Ese espíritu, difundido por  los miembros, mueve  la materia  y  se mezcla  con el  gran  conjunto de todas las cosas. De él proceden la estirpe de los hombres, los animales de la tierra, las aves y los monstruos del mar. Esas emanaciones del alma universal conservan su vigor de  fuego  y  su  origen  celeste mientras  no  están  cautivas  en  cuerpos mortales  con terrenas ataduras, y por eso temen y desean, sufren y gozan. Por eso no ven la luz del cielo encerradas en las tinieblas de una cárcel ciega. Ni aun cuando en su último día las abandona  la vida, no por ello desaparecen del todo  las miserias carnales que su  larga unión con el cuerpo ha infiltrado en ellas; por eso se las prueba con penas y castigos y expían  con  súplicas  las  antiguas  culpas.  Unas,  suspendidas  en  el  espacio,  están expuestas a los vientos; otras lavan en el abismo sus manchas y otras se purifican en el fuego. 

Todos  los  manes  padecemos  algún  castigo,  tras  lo  cual  se  nos  envía  a  los espaciosos Campos Elíseos. Pocos los alcanzan después de que un larguísimo período, cumplido el orden de los tiempos, borra todas las manchas y deja el alma reducida sólo 

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a  su etérea esencia y al puro  fuego de  su primitivo origen. Después de mil años, un dios  las  convoca  en muchedumbre  junto  al  río  Leteo  para  que  retornen  a  la  tierra olvidadas del pasado,  con un  renacido deseo de  volver a habitar  cuerpos humanos. Voy  a  revelarte  ahora  la  gloria  que  aguarda  a  los  descendientes  de  Dárdano,  la progenie que perpetuará nuestro nombre en Italia: 

»¿Ves ese joven que se apoya en su lanza?, es el que ocupa el lugar más cercano a  la  luz del día, el primero de nuestra progenie con mezcla de sangre  ítala: Silvio, de nombre  albano,  hijo  póstumo  tuyo,  que  en  edad  avanzada  tendrás  de  tu  esposa Lavinia. Ella lo criará en las selvas como rey y padre de reyes, por quien nuestro linaje dominará en Alba Longa. Junto a él están Procas, Capis, Numitor y Silvio Eneas. ¡Qué jóvenes! ¡Qué fuerzas demuestran! Ellos levantarán ciudades que hoy son sólo tierras sin nombre. De nuestra sangre será Rómulo, hijo de Marte y de !lía. Bajo sus auspicios la  ínclita Roma extenderá su  imperio por todo el orbe y  levantará su espíritu hasta el Olimpo. Siete colinas tendrá en su recinto, feliz con su prole de varones. 

»Vuelve hacia aquí tus ojos, mira esta nación, tus romanos. Ese es César y toda la progenie de lulo Ascanio que ha de nacer bajo el gran eje del cielo. Éste es, éste es el hombre que tantas veces te  fue prometido: César Augusto, de estirpe divina, que de nuevo hará surgir  los siglos de oro en el Lacio, en  los campos en que en otro tiempo reinó Saturno. Llevará su  imperio más allá de  los garamantes y  los  indios: más allá de donde brillan las estrellas, fuera de los caminos del año y del sol, donde Atlas, portador del cielo, hace girar sobre sus hombros la esfera tachonada de astros relucientes. Ante su  llegada se horrorizan ya ahora con  los oráculos de  los dioses  los reinos caspios,  la tierra  Escitia  y  las  siete  bocas  del  Nilo.  ¿Y  aún  dudamos  en  extender  el  valor  con hazañas, o el miedo nos impide establecernos en la tierra de Ausonia? 

«Allí  reconozco  la  cana  cabellera y blanca barba del  rey que dará  las primeras leyes a Roma. Le sucederá Tulo que romperá el ocio de la paz y armará a sus pueblos. De cerca le sigue el arrogante Anco, que incluso aquí se ufana demasiado con el favor popular. ¿Quieres ver a los reyes Tarquinios y el alma soberbia del vengador Bruto y las restauradas  fasces?51  ÉI52  será  el  primero  en  recibir  la  autoridad  de  cónsul  y  las terribles hachas, y en nombre de la hermosa libertad condenará al suplicio a sus hijos por promover nuevas guerras. ¡Desdichado!, sea cual sea el juicio que de ello se forme la  posteridad:  vencerá  su  amor  a  la  patria  y  un  desmedido  deseo  de  gloria. Mira también,  más  a  lo  lejos,  a  los  Decios,  a  los  Drusos  y  a  Torcuato  con  su  hacha ensangrentada, y a Camilo, que regresa con las enseñas recuperadas al enemigo. 

»Esas dos almas que ves brillar con armas semejantes, ¡cuántas guerras moverán entre sí! El suegro bajará sus huestes de  los Alpes y de  la  roca de Moneco, el yerno frente a él con las tropas de Oriente53. ¡No, hijos míos, no acostumbréis vuestros años a guerras tan espantosas, ni volváis vuestras fuerzas contra las entrañas de la patria! ¡Y tú el primero, ten compasión de ella y no empuñes jamás semejantes armas! 

                                                       51 Fasces: haz. Insignia de cónsul. 52 Se refiere a L. I. Brutus, primer cónsul de Roma en el 509 a. C. 53 Se refiere a César y Pompeyo, suegro y yerno, pues este último estaba casado con Julia, hija de 

César. 

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»Ése  someterá  Corinto  y  llevará  su  carro  victorioso  al  alto  Capitolio,  aquel conquistará  Argos,  Mecenas  y  a  un  descendiente  de  Aquiles,  vengando  así  a  los antepasados de Troya a  los profanados  templos de Minerva. ¿Quién podrá olvidarse de ti, Catón, y de ti, Cosso? ¿Quién dejará de nombrar al linaje de los Gracos y a los dos Escipiones, rayos de la guerra, terror de Libia, y a ti, Fabricio, poderoso en tu pobreza, o a ti, Máximo, que ganando tiempo conseguirás salvar la república. 

»Otros  sacarán  figuras  vivas del bronce  y del mármol, pronunciarán mejor  sus discursos, medirán con el compás  los caminos del cielo y anunciarán  la salida de  los astros: Tú,  romano, atiende a gobernar  los pueblos; ésas  serán  tus artes, y  también imponer condiciones de paz, perdonar a los vencidos y derribar a los soberbios. 

»Mira cómo se adelanta Marcelo por encima de los héroes. Ése sostendrá algún día la fortuna de Roma en medio de una gran revuelta. Arrollará a los cartagineses y al galo rebelde, y colgará en el templo de Quirino el tercer trofeo. Pero ese gallardo joven que  le acompaña apenas vivirá en  la tierra. ¡Cuántos gemidos se  levantarán por él en Roma, qué  funerales! Ningún  joven de raza troyana  levantará tan alto  las esperanzas de sus abuelos latinos ni la tierra de Rómulo se ufanará tanto de ninguno de sus hijos; jamás enemigo alguno se  le hubiera opuesto  impunemente a pie o a caballo. Dadme lirios a manos llenas que he de cubrirlos de flores púrpura y colmar su alma al menos con este vano homenaje». 

Después de alentar el ánimo de Eneas con el deseo de su futura gloria, le cuenta las guerras que está destinado a pasar y le muestra de qué modo podrá evitar y resistir los trabajos que le aguardan. 

Hay  dos  puertas  del  sueño,  una  de  cuerno,  por  la  que  salen  fácilmente  las visiones  verdaderas;  la otra de blanco marfil por  la que envían  los manes  los  falsos sueños. Por ella despide Anquises a la Sibila y a Eneas, que se dirige a las naves. Él y sus compañeros llegan a la orilla del puerto de Cayeta, donde anclan sus naves. 

   

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CapítuloX

PreparativosdeguerraNeptuno hinchó  sus  velas  con  vientos  favorables  y  los  llevó  lejos del estrecho 

donde la cruel Circe, con sus conocimientos de poderosas hierbas, transforma la figura humana de los visitantes en semblante y cuerpo de fieras. 

Ya se sonrosaba el mar con los primeros rayos del sol, y la dorada aurora desde el  alto  éter  resplandecía  en  su  carro,  tirado por dos  caballos de  color  rosa,  cuando Eneas descubre desde la nave un espacioso bosque por el que desemboca el caudaloso Tíber, amarillo por la abundante arena. Allí las aves revolotean con gorjeos y allí entra alegre la expedición por el río. 

Dame ahora tu auxilio, oh Erato, para contar los reyes y los remotos sucesos del Lacio. Inspira, oh musa, al poeta. 

Gobernaba en  larga paz a  los  laurentinos el anciano rey Latino, hijo de Fauno y descendiente de Saturno, primer fundador de su linaje. Este rey sólo tenía una hija y la pretendían multitud de príncipes, sobre todo Turno, a quien la esposa del rey deseaba como yerno. Pero algunos extraños prodigios que parecían aplazar la boda llevaron al rey a consultar el oráculo, y éste le aconsejó no dar su consentimiento a una boda con un  esposo  latino, pues  iba  a  llegar  un  extranjero  con  cuya  alianza  llegaría hasta  las estrellas la gloria de sus descendientes. 

Eneas,  lulo y  los troyanos al desembarcar en el bosque dispusieron una comida de frutas silvestres sobre unas tortas de flor puestas sobre la hierba. Al terminar, como el hambre aún  les acuciaba, empezaron a comer  las  tortas utilizadas como mesas. Y ese fue el indicio de que aquella era la tierra prometida para ellos, pues se cumplía el vaticinio de  su padre Anquises: «Cuando el hambre  te  fuerce a devorar  también  las mesas, habrán acabado las fatigas y se ha de fundar y fortificar la primera población«. 

Eneas envía al rey cien emisarios coronados de ramos de olivo y con regalos para pedirle  paz  para  los  troyanos.  Mientras,  él  señala  en  la  hierba  con  una  zanja  el reducido  circuito  de  las  murallas  y,  a  modo  de  campamento,  rodea  sus  primeras viviendas con almenas y empalizadas. 

El rey Latino los recibió en un espacioso templo de cien columnas en la parte más alta de  la  ciudad.  En  su  vestíbulo  estaban por  orden  las  efigies de  los  ascendientes talladas en madera de cedro: Ítalo, el primero que plantó la vid; el viejo Saturno; Jano de  las dos caras, y  los demás  reyes. Allí colgaban además multitud de armas, carros, segures, penachos, escudos y espolones de naves arrebatadas a los enemigos. 

Moneo  como  portavoz  de  los  troyanos  expuso  la  situación  que  había  llevado hasta allí a su pueblo, así como el vínculo de su antepasado Dárdano con ellos. El rey acepta la alianza que proponen y les habla del oráculo sobre la llegada del extranjero. Les manda de vuelta con veloces caballos y un carro de dos corceles para que Eneas acuda ante él. 

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Pero en esto Juno divisa en lontananza el júbilo de Eneas y los troyanos. Decide, furiosa, que aunque no pueda arrebatarle a Eneas el imperio del Lacio, ni impedir que Lavinia, la hija del rey Latino, sea de Eneas, exterminará a fuerza de guerra los pueblos de  ambos  reyes:  el  suegro  y  el  yerno.  Evoca  entonces  a  la  gorgona  Alecto,  cuyo corazón sólo se complace en tristes guerras,  iras, traiciones y crímenes. Alecto, al ser invocada, se dirige a  la morada del  rey Latino y  le arroja una de  las serpientes de su cabello a  la reina Amata. Se desliza la víbora entre sus ropas y le destila el veneno de las  furias.  La  reina  intenta hacer  cambiar de  resolución a  Latino pero, en vista de  la inutilidad de sus  intentos, huye a las selvas y esconde en ellas a su hija, para evitar el enlace con el troyano. Invoca a Baco empuñando el tirso como una ménade54 Vuela la fama  de  este  suceso  y  las  demás madres  son  arrastradas  también  por  las  furias  a abandonar sus casas y soltar sus cabelleras. Amata, aguijoneada con  los estímulos de Baco, agita una tea encendida en medio de sus alaridos y las invita a celebrar orgías. 

Alecto,  al  ver  desbaratados  de  esa  parte  los  planes  del  rey  Latino,  se  dirige entonces  a  la  ciudad de  los  rútulos55  y enciende  la  ira de  Turno.  Éste declara  a  sus principales guerreros que va a marchar contra el rey Latino, manda tomar  las armas, fortificar  Italia  y  arrojar  de  sus  confines  al  enemigo.  Alecto  vuela  entonces  al campamento de los teucros y hace que lulo dé muerte al ciervo de Silvia, hija de Tirreo el mayoral del rey Latino. La Gorgona da el sonido de alarma entre los pastores y éstos acuden  con  improvisadas  armas.  La  juventud  troyana  acude  también  en  auxilio  de Ascanio y se inicia el combate. 

Aún quería Alecto suscitar  rumores que sublevaran a  los pueblos vecinos, pero Juno,  sabedora  de  que  Júpiter  no  consentiría  que  la Gorgona  vagara  libre  por más tiempo, la envía de nuevo a los infiernos. 

La  propia  Juno  persevera  en  dar  la  última mano  a  la  guerra.  Llega  Turno  en medio del furioso y sangriento tumulto y aumenta la confusión con sus quejas. Acuden entonces las madres poseídas de furor báquico que vagaban por las selvas celebrando orgías. Todos piden  la guerra y asedian el palacio. El rey resiste semejante a una roca en  el  mar,  pero  finalmente  se  encierra  en  su  palacio  y  abandona  las  riendas  del gobierno, impotente para mantener la paz. Es Juno la que empuja con su propia mano las puertas del templo de la guerra custodiadas por Jano. 

Arde Italia en bélico furor; todos buscan armas; todos olvidan su amor a la reja y al arado;  la hoz se trueca en arma; todos vuelven a forjar en  la fragua  las espadas de sus padres. Guerreros de múltiples  pueblos  y  linajes de Ausonia56  se preparan para combatir junto a Turno. Incluso desde la nación volsca57 llega al frente de sus huestes la  guerrera  Camila.  Toda  la  juventud,  todas  las madres  acuden  de  las  casas  y  los campos para admirar su bizarría. 

                                                       54 Las ménades bacantes eran mujeres que seguían al dios Baco; se las representaba empuñando 

un tirso, una especie de bastón con la imagen del dios, y poseídas por el delirio. 55 Uno de los pueblos que habitaban el Lacio. 56 Vid. nota 32. 57 Los volscos eran un pueblo de la región del Lacio, en el centro de la península itálica. 

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Tristes pensamientos de guerra perturban el ánimo de Eneas. Una noche en que se tendió junto a la ribera del río, se le apareció el mismo dios Tíber con la figura de un anciano que salía de las aguas, y le habló así: 

—«Hijo  del  linaje  de  los  dioses,  aquí  tienes  morada  segura,  no  desistas. Encontrarás bajo las encinas de la ribera una corpulenta cerda blanca amamantando a treinta  lechones blancos como ella, ése es el sitio en el que has de edificar tu ciudad. Pasados  treinta años Ascanio edificará  la ciudad de Alba, cuyo nombre, que significa "blanca",  recordará  el  encuentro  que  te  he  mencionado.  El  vaticinio  es  seguro,  y segura  será  la  victoria  si  alcanzas  alianza  con  Evandro,  rey  de  los  árcades, descendientes  de  Palante,  que  están  en  continua  rivalidad  con  la  nación  latina. Levántate y aplaca con preces y súplicas la ira de Juno. Una vez venzas, me tributarás honores con sacrificios». 

 Siguiendo su consejo, Eneas con la primera luz del día cogiendo agua del río con sus  manos  hizo  promesa  de  tributarle  siempre  ofrendas.  Al  punto  se  cumplió  el vaticinio del encuentro de la cerda blanca y de sus crías. Eneas las inmoló en ofrenda a Juno y emprende camino río arriba con dos birremes hacia  las tierras de Evandro. Lo encontró haciendo sacrificios en el campo y tras darse a conocer le expuso su deseo de alianza.  Evandro  la  aceptó  y  como  amigos  participaron  todos  juntos  del  festín campestre. El rey les explicó el origen de aquella fiesta: 

—«Allí  arriba  entre  las  rocas  había  una  espaciosa  caverna  donde  el  horrible monstruo Caco, medio hombre, medio  fiera, hijo de Vulcano, mataba a sus víctimas. Después de muchas súplicas acudió en nuestro auxilio el divino Alcides, hijo de Júpiter, también  conocido como Hércules, pastoreando  los enormes bueyes de Gerión. Caco sustrajo del  rebaño cuatro  toros y cuatro becerras, y para que sus pisadas no dieran indicios del robo, se los llevó a la cueva tirándolos de la cola. Pero los mugidos desde la caverna  lo  delataron  y Hércules,  enfurecido,  embistió  en  vano  tres  veces  el  peñón. Empujó entonces con toda su fuerza una roca que tapaba la parte trasera de la cueva. La  hizo  estremecer  y  la  arrancó  de  cuajo  haciéndola  caer  al  precipicio.  Retumbó  el cielo,  estallaron  las  riberas  desmenuzadas  y  el  río  retrocedió  aterrado.  Quedó  al descubierto el antro; el monstruo  sobrecogido por  la  repentina  luz empezó a  lanzar rugidos más espantosos que de costumbre, mientras Hércules le arrojaba toda clase de armas, troncos de árboles y piedras. El monstruo empezó a lanzar bocanadas de humo y llamas por sus fauces, pero Alcides lo agarra con sus robustos brazos y lo comprime hasta  hacerle  saltar  los  ojos  de  sus  órbitas  y  arrojar  sangre  por  la  boca.  El  héroe recuperó los bueyes y la gente acudía a contemplar el cadáver del monstruo». 

Continuaba el ritual con cánticos en honor a Hércules, celebrando sus trabajos: la muerte de  los dos centauros y del monstruo de Creta, el  león de Nemea, su victoria sobre el can Cerbero, Tifeo, y la hidra de Lerna. En el camino de regreso el rey Evandro, fundador de la ciudadela romana, le contó los orígenes de aquel asentamiento: 

—«Faunos  y ninfas  indígenas habitaban antiguamente estos bosques poblados por una raza de hombres nacidos de los duros troncos de los robles, sin costumbres ni cultura antigua. No sabían producir cultivos ni almacenarlos, se alimentaban tan sólo de  los  frutos  de  los  árboles  y  la  caza.  Saturno  fue  el  primero que  vino del Olimpo, destronado y proscrito, huyendo de las armas de Júpiter. Él empezó a civilizar a aquella 

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raza  indómita que vivía errante por  los montes, y  les dio  leyes, y puso el nombre de "Lacio" a estas playas, en memoria de haber encontrado en ellas un asilo seguro donde ocultarse. Los años del reinado de Saturno se conocen como la edad de oro, pues regía sus pueblos en plácida paz. 

Hasta que poco a poco  llegó una edad  inferior a  la que siguieron el  furor de  la guerra  y  el  ansia  de  poseer.  Entonces  vinieron  huestes  ausonias  y  tribus  sicanas,  y muchas veces cambió de nombre esta tierra de Saturno; la dominaron sucesivos reyes, y  entre  ellos  el  bravo  Tíber  de  gran  caudal,  por  el  que  con  el  tiempo  los  ítalos  le pusieron su nombre al antiguo río Álbula». 

Prosiguieron el camino y le muestra a Eneas el altar y la puerta que los romanos denominan Carmental en honor de la ninfa Carmenta. Luego llegaron al bosque donde Rómulo abrió el refugio Lupercal, que significa "del lobo", igual que los árcades tienen el nombre de Liceo con el mismo significado. Desde allí  le  lleva a  la roca Tarpeya y al futuro Capitolio. En sus bosques creen que mora el mismo  Júpiter. Más allá ven dos ciudades derruidas, una  fundada por Jano,  llamada Janículo,  la otra por Saturno y de nombre Saturnia. Se encaminan entonces a  la humilde ciudad de Evandro. En  lo que luego  será  el  foro  romano  se  veían  andar  sueltos  los  rebaños;  las  vacas mugían  en donde se alzan luego las magníficas Carenas. El rey acoge a Eneas como huésped en su reducida morada. 

Por la noche Venus, preocupada por el levantamiento de los laurentinos, inflama con palabras y caricias el amor de  su esposo Vulcano para conseguir de él que  forje una  armadura  para  Eneas.  Después  del  primer  sueño  se  dirige  el  dios  Vulcano  a Vulcania, la isla situada entre Sicilia y Lípari donde tiene en sus profundas y humeantes cuevas  la  fragua en  la que trabajan  los cíclopes. A éstos  les  insta Vulcano a dejar sus trabajos para emprender de inmediato la forja de las armas. 

Mientras  tanto  Evandro  y  Eneas  se  levantan  con  el  alba.  El  rey  le  explica  su situación entre sus vecinos  los rútulos  liderados por Turno y los etruscos. Le aconseja aliarse con éstos últimos, pues Etruria58 entera se sublevaría contra  los  rútulos, pero les  detiene  un  vaticinio  que  les  advierte  de  que  el  cielo  no  concede  a  ningún  ítalo someter a la poderosa nación de los rútulos: deben buscar capitanes extranjeros. Han solicitado  por  ello  la  alianza  con  Evandro,  pero  su  avanzada  edad  no  le  permite acometer esa empresa, y su hijo por ser de madre sabina ya no es extranjero. Evandro confía en que Eneas sea el extranjero designado por los dioses. 

Eneas meditaba estos consejos cuando un relámpago estalló en el cielo. Todos se espantaron,  pero  Eneas  comprende  que  se  cumplen  con  ello  las  promesas  de  su madre.  Le  comunica  a  Evandro  que  acepta  la  decisión  de  capitanear  las  tropas  y dirigirse a  la guerra. Celebran  los sacrificios rituales y Eneas elige a sus soldados más valerosos.  Los  restantes  se  embarcan  de  nuevo  para  informar  a  Ascanio  de  los prósperos sucesos de su padre. 

Evandro  se  despide  amorosamente  de  su  hijo  Palante  solicitando  a  los  dioses seguir con vida tan sólo si ha de volver a ver a su hijo de vuelta y estrecharlo entre sus 

                                                       58 Región de la península itálica, al norte del Lacio. 

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brazos.  Las  madres  árcades  redoblan  sus  votos  a  los  dioses  con  el  miedo  que acrecienta el cercano peligro; la imagen de Marte se les aparece más terrible. Sale por fin  la  caballería por  las puertas de  la  ciudad, marchando entre  los primeros Eneas y Acates. Les siguen los troyanos. En el centro del escuadrón se distingue Palante con su vistosa clámide y sus brillantes armas. Las madres, temblorosas, siguen con los ojos la nube de polvo y el resplandor metálico de las armas. 

No  lejos  del  bosque  que  los  pelasgos  consagraron  a  Silvano  (el  dios  de  los campos y de los ganados) Eneas y su escogida juventud guerrera pasaron a descansar. Entonces Venus se aparece resplandeciente sobre las etéreas nubes, trayendo a su hijo el don prometido, que éste contempla admirado. 

En el escudo había representado Vulcano toda  la historia de  Italia y  los triunfos de los romanos, la futura descendencia de Ascanio y las grandes batallas. 

Allí se veía a la loba amamantando a los dos mellizos. No lejos de allí el rapto de las sabinas y la guerra entre la gente de Rómulo y el viejo Tacio y los austeros curites. Más  allá  una  cuadriga  desgarraba  a Mecio  por  orden  de  Tulo.  Allá  estaba  Porsena amenazador. En pie sobre la roca Tarpeya Manlio defendía el templo y el Capitolio. Un blanco ánade anunciaba con su canto que los galos estaban en las puertas de Roma. Se distinguían  por  sus  dorados  cabellos  y  sus  indumentarias  bélicas.  Allá  se  veían cincelados  los saltadores salios,  los  lupercos desnudos,  los flámines con sus penachos de lana. Lejos de allí estaban representadas las mansiones del Tártaro y los castigos de los crímenes. Allí estaba Catilina, suspendido de un escollo y temblando ante las furias. En sitio seguro se veían los varones piadosos y Catón dictándoles leyes. 

Entre las imágenes se extendía el mar surcado por delfines de plata. En medio se apreciaban  dos  escuadras  y  la  batalla  de  Accio. De  un  lado  se  ve  a  César  Augusto capitaneando a  los  ítalos y a Agripa que se ciñe  las sienes con  la corona rostral. En el bando opuesto Antonio con bárbara tropa, vencedor de los pueblos de la Aurora y de los de las costas del mar Rojo, trae las fuerzas del Oriente y le sigue su esposa egipcia, Cleopatra.  Se  ve  esculpido  lo más  recio  de  la  batalla.  Todo  linaje  de monstruosas divinidades  junto con Anubis  luchan contra Neptuno, Venus y Minerva. Marte, ciego de ira, las furias, la Discordia y Belona están también presentes. Y Apolo, protector del Lacio, dispara su arco. La reina, pálida ya por su próxima muerte, huye en medio del estrago frente a la imagen del Nilo. 

César  llega con triple triunfo a las murallas de Roma, hierven las calles en gritos de alborozo,  juegos, aplausos,  coros  y  sacrificios. César examina  las ofrendas de  los pueblos y ante él desfilan las naciones vencidas, tan diferentes en trajes y armas como en  lenguas:  los nómadas,  los morinos, habitantes de  los últimos rincones de  la tierra, los  africanos,  los  léleges,  los  carios  y  los  gelonos,  armados  de  saetas.  Allá  se  ve  el Eufrates, el Rhin y el Araxes. 

Todo lo contempla maravillado Eneas ignorando su significado. Con gozo se ciñe al hombro el tahalí que sujeta la fama y el destino de sus descendientes. 

   

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CapítuloXI

ElAsedioY mientras tanto Juno envía desde el cielo a Iris para que alerte al valiente Turno: 

«Eneas ha abandonado  la ciudad, a sus compañeros y sus naves, y  se dirige al  reino Palatino  y  al palacio de  Evandro.  ¿Por  qué dudas? No  pierdas  el  tiempo  y  ataca  su campamento». 

Así habló y con sus alas se eleva y describe bajo las nubes un gran arco. El joven al  reconocerla emprendió  su marcha  con  todo el ejército.  Los  teucros  se  refugiaban tras las puertas y llenaban las murallas, pues así lo había ordenado Eneas. 

Turno, montado en un caballo tracio de manchas blancas y ataviado con un casco de oro de rojo penacho, se presenta ante los muros de la ciudad con una veintena de sus hombres y arroja una jabalina a los aires en señal de combate. Pero los teucros no le hacen frente con las armas, sino que se limitan a defender el campamento. Así pues decidió  atacar  las  naves  para  hacerles  salir  de  la  fortificación.  Rápidamente  se apoderan del fuego de las hogueras y las llamas de Vulcano ascienden hasta los astros mezcladas con cenizas. Pero sorprendentemente las naves no ardían. Este prodigio se explicaba por una antigua leyenda que decía que, cuando Eneas empezó a construir su flota  en  el monte  Ida,  la  propia madre  de  los  dioses,  Berecintia  (también  conocida como Cibeles)  le pidió a  Júpiter que  las naves de Eneas no  fueran quebrantadas por ningún  viaje, pues  ella misma  le había  cedido  los  pinos de  su bosque  sagrado para construirlas.  Júpiter  le  respondió:  «Madre,  ¿pretendes  que  naves  construidas  por manos mortales  tengan naturaleza  inmortal y que Eneas  recorra seguro  los  inciertos peligros del mar? Eso no es posible. Sólo cuando hayan terminado su viaje, a aquellas que se salven de las olas las despojaré de su forma y mandaré que se transformen en diosas del vasto mar, como  las nereidas Noto y Galatea, que con su pecho cortan el espumoso mar». 

Las Parcas habían hilado ya  los hilos del tiempo señalado, cuando el ataque de Turno animó a la Madre a apartar de las sagradas naves el fuego. Se oyó entonces una voz en el cielo que decía: «¡Marchad, diosas del mar, vuestra madre os  lo ordena!» Y rápidamente  las  naves  rompen  sus  amarras  y  se  dirigen  como  delfines  a  las profundidades del mar. Al instante salen a la superficie otras tantas doncellas. 

Pero  este  espectáculo  no mermó  la  confianza  del  valiente  Turno  y,  decidido, increpaba a los suyos diciéndoles: «Estos prodigios son contrarios a los troyanos. 

Los mares son intransitables para ellos y no les queda ya esperanza de huida: la mitad del mundo les ha sido arrebatada y la tierra está en nuestras manos. No necesito para  combatir  a  los  teucros  las  armas  de  Vulcano,  ni mil  naves;  que  no  teman  las tinieblas, ni el robo del Paladio; no nos ocultaremos en el oscuro vientre de un caballo. Pienso rodear sus muros con fuego a plena luz del día». 

Los  troyanos,  observando  esto  desde  lo  alto  de  la  empalizada,  rápidamente convocan un  consejo paran decidir qué debían hacer o quién  iría a  comunicárselo a 

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Eneas. Y al punto dos  jóvenes resueltos, Niso y Euríalo, se ofrecen para  ir a buscar al rey.  Y  aunque  su  decisión  y  su  valor  fue  mucho  y  consiguieron  penetrar  en  el campamento rútulo y provocar una matanza, la suerte quiso que al abandonar el lugar fuesen  sorprendidos  por  un  escuadrón  enemigo  de  unos  trescientos  jinetes comandados por Volcente. La  lucha fue dura y ambos jóvenes murieron en el  intento no sin provocar también la muerte del jefe rútulo. 

Y ya  la Aurora, abandonando el  lecho de Titono,  su esposo, bañaba  las  tierras con  una  nueva  luz,  cuando  salió  el  sol.  Turno  llama  a  la  lucha  a  los  guerreros  y, levantando dos  lanzas,  clava en ellas  las  cabezas de Niso  y  Euríalo.  Los  troyanos,  al contemplar  los  rostros  de  los  dos  amigos  chorreando  negra  sangre,  se  sintieron profundamente conmovidos. 

Sonó la broncínea trompeta, se oyó un fuerte griterío y el cielo rugió. Los volscos formaron en posición de  tortuga  alzando  sus escudos  y  se dispusieron  a ocupar  los fosos y a arrancar las vallas. Los teucros, acostumbrados a defender los muros en una larga guerra, disparaban dardos contra ellos y dejaban caer enormes rocas. Se cuenta que entonces por primera vez disparó en la guerra su rápida flecha Ascanio y que con su propia mano derribó a Numano, guerrero rútulo casado con  la hermana menor de Turno,  que  le  provocaba  con  estas  palabras:  «¿No  os  avergüenza,  frigios,  estar retenidos de nuevo dentro de un vallado y anteponer muros a  la muerte? ¡Estos son quienes pretenden mediante una guerra unirse a nuestras mujeres! ¿Qué dios o qué locura os ha empujado a  Italia? No están aquí  los atridas, ni Ulises, el de engañosas palabras: nosotros somos una raza de dura estirpe. A vosotros os gustan  los vestidos teñidos  con  azafrán  y  púrpura,  os  agrada  bailar,  vuestras  túnicas  tienen mangas  y vuestras mitras  lazos.  ¡Oh  frigias,  dejad  las  armas  para  los  hombres  y  renunciad  al hierro!». 

Ascanio no pudo soportar tales ofensas, ajustó una  flecha en su arco, suplicó a Júpiter y disparó. La flecha alcanzó la cabeza de su adversario y atravesó sus sienes con el hierro. En ese mismo momento Apolo contemplaba la escena desde arriba, sentado sobre una nube, y dirigió estas palabras a Ascanio: ¡Bravo por tu valor, muchacho, así se asciende a los astros, hijo y padre de dioses! Troya se te queda pequeña». 

Los jefes troyanos, obedeciendo órdenes de Apolo, contienen a Ascanio y corren ellos mismos al combate. Al instante se origina una dura batalla. Pándaro y Bitias abren las puertas  y desafían al enemigo a entrar en  las murallas;  y  los  rútulos  y el propio Turno lleno de cólera corren hacia las puertas y arremeten de lleno contra el enemigo, provocando una enorme matanza. Pándaro, al ver en el suelo el cuerpo de su propio hermano, cerró  la puerta dejando fuera a muchos de  los suyos y dentro al propio rey de  los rútulos, como si de un tigre en medio del ganado se tratase. Pándaro  le arrojó una jabalina, pero Juno desvió el golpe y ésta se clavó en la puerta. Y entonces Turno levantó  su  espada  y  con  el  hierro  parte  por  el medio  la  frente  de  su  enemigo.  Los troyanos huían presos del horror. Y si el vencedor hubiese roto los cerrojos y hubiese dejado entrar a sus compañeros, aquel hubiese sido el final de  la guerra y del pueblo troyano.  Pero  el  furor  le  cegó  y  le  empujaba  hacia  los  enemigos.  Los  teucros  le acosaban pero, al  igual que un  león acorralado por cazadores no puede ni atacar ni volver  la  espalda,  así  se  encontraba  Turno.  Y  aunque  Juno  estuvo  tentada  de  darle fuerzas para seguir  luchando, cedió a  las órdenes de Júpiter. Su casco retumbaba con 

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los dardos y las piedras, y su escudo no podía ya defenderle de los golpes; el sudor le recorría el cuerpo y el  jadeo sacudía sus cansados miembros. Finalmente, de un salto se zambulle en el río, que le lleva de regreso junto a sus compañeros contento por la hazaña. 

Mientras tanto en el Olimpo el padre de los dioses y rey de los hombres convoca una asamblea  y dice así: «Habitantes del  cielo  ¿Por qué os enfrentáis  así?  Yo había prohibido  que  Italia  combatiera  a  los  teucros.  ¿Qué  ha  llevado  a  unos  y  otros  a enfrentarse? Ya  llegará el momento de  luchar,  cuando  la  fiera Cartago atraviese  los Alpes y amenace las ciudades romanas. Ahora serenaos y haced las paces». 

A  estas  palabras  de  Júpiter  respondió Venus  diciendo:  «Oh  padre,  ¿Ves  cómo Marte ayuda a Turno y a  los  rútulos? Otra vez el enemigo amenaza  los muros de  la nueva Troya. Si los troyanos se han dirigido a Italia sin tu permiso, no les ayudes; pero si  lo hicieron siguiendo  los vaticinios de  los dioses superiores y  los Manes59, ¿Por qué ahora establecer nuevos destinos? No me conmueve  la promesa de un  imperio. Si tu esposa no  concede ninguna  región a  los  teucros,  te  suplico padre que me permitas salvar  a mi  nieto Ascanio  de  la  guerra.  ¿De  qué  les  ha  servido  a  los  teucros  haber escapado  de  la  destrucción  de  la  guerra  y  haber  superado  tantos  peligros? Mejor hubiese  sido  que  se  hubiesen  asentado  sobre  las  cenizas  del  solar  donde  estuvo Troya». 

Entonces  Juno,  llevada  por  una  gran  ira,  contestó:  «¿Por  qué  me  obligas  a romper mi silencio y a contar con mis propias palabras el dolor que oculto? ¿Qué dios o qué hombre obligó a Eneas a emprender esta guerra o a enfrentarse al rey Latino? Tú puedes arrancar a Eneas de  las manos de  los griegos y puedes convertir sus naves en otras  tantas ninfas; entonces, ¿es acaso un  crimen que nosotros ayudemos a  los rútulos? Eneas está ausente y no sabe nada: que siga así. ¿Quién enfrentó a troyanos contra aqueos?  ¿Cuál  fue el motivo de que Europa  y Asia  se enfrentaran? Y  ¿quién rompió  los pactos con un rapto? ¿Acaso el adúltero dardanio saqueó Esparta con mi ayuda, o  le di yo  los dardos, o hice  intervenir a Cupido? Entonces tenías que haberte preocupado de  los  tuyos y no ahora. Ya es  tarde,  te quejas  injustamente y provocas enfrentamientos innecesarios». 

Tras  las palabras de  Juno  tomó  la palabra el padre omnipotente: «Escuchad  lo que voy a decir. Puesto que el pacto entre ausonios y teucros no es posible y vuestra disputa no tiene fin, yo no mostraré ninguna preferencia por la suerte de cualquiera de estos rivales. ¡Que cada cual asuma el destino y los sufrimientos que provoque! Júpiter será soberano para todos por igual. Los destinos encontrarán su camino». 

Por su parte Eneas, una vez concertada la alianza con el pueblo lidio60, regresaba por mar  comandando  su  propia  nave  y  acompañado  de  una  flota  de  unas  treinta embarcaciones venidas de numerosas ciudades de  Italia. Y allí en medio de  la noche manejaba  el  timón  y  vigilaba  las  velas.  Entonces,  en  medio  del  mar  le  salen  al encuentro  las  ninfas,  que  en  otro  tiempo  habían  sido  sus  naves  y  ahora  eran divinidades por mediación de Cibeles. De entre ellas Cimodocea se cogió con la diestra 

                                                       59 Dioses menores, protectores del hogar; eran las almas de los muertos divinizadas. 60 Perteneciente a una región del Asia Menor, corresponde al territorio de la actual Turquía. 

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a la popa y le habló así: «Eneas, nosotras somos los pinos del sagrado monte Ida, ahora ninfas, antes tu flota. Cuando el rútulo intentaba destruirnos, rompimos las amarras y vinimos  a  buscarte.  Nuestra Madre  nos  convirtió  en  divinidades marinas.  En  estos momentos tu hijo Ascanio se encuentra cercado por  los  latinos. Date prisa, ordena a tus aliados atacar y tú empuña el escudo que Vulcano el ignipotente te regaló. Si haces caso a mis palabras muchos rútulos encontrarán mañana la muerte». 

El  troyano  hijo  de  Anquises  atónito  no  comprendía  nada,  pero  el  presagio  le elevó  el  ánimo.  Y  cuando  desde  lo  alto  de  la  popa  divisa  el  campamento  troyano, levanta  con  la  izquierda  su brillante escudo,  y  el  clamor  de  los dardánidas  se  eleva hasta el cielo. Turno rápidamente se dirige hacia  la orilla con  los suyos para  intentar repeler a los que pretendían desembarcar. Se desencadena entonces una encarnizada lucha y, mientras caían valientemente por ambos bandos,  Juno se dirige a su esposo Júpiter para  implorar por  la vida de Turno, y el rey del Olimpo  le contestó:  .Si  lo que pides es un aplazamiento de su muerte,  llévatelo mediante una huida». Al  instante la diosa  creó  con  una  nube  hueca  una  sombra  parecida  a  Eneas,  la  viste  con  armas troyanas, copia el escudo y  le presta palabras vacías y el mismo caminar del troyano. La imagen provoca la ira de Turno, quien le persigue con la espada desenvainada hasta llegar al puente de una embarcación. Una vez dentro,  la Saturnia61  rompe amarras y conduce a Turno hasta la ciudad de su padre Dauno. 

Entretanto,  el  cruel  e  impío Mecencio  que,  al  ser  depuesto  como  rey  por  los etruscos,  fue acogido por Turno, exacerbado por Júpiter, entra en combate y ataca a los teucros ya casi vencedores. Acuden contra él  las tropas de  los tirrenos, aliadas de troyanos,  pero  él,  como  una  roca,  va  aniquilando  uno  por  uno  a  todo  el  que  se  le acerca; nadie  tiene el valor de acudir con su espada desenvainada y  le atacan desde lejos con armas arrojadizas. Él,  imperturbable, rechaza  las  jabalinas. El terrible Marte empieza a  repartir por  igual el dolor y  las matanzas entre ambos bandos, ni unos ni otros  piensan  en  la  retirada.  Eneas  se  dispone  a  enfrentarse  a  Mecencio  que  le aguarda  inalterable;  la  fortuna no acompaña al tirreno que cae herido el primero; su hijo  Lauso  acude  en  su  ayuda  pero muere  en  el  intento; Mecencio, más  exaltado todavía,  acude  raudo,  pero,  derribado  del  caballo,  siente  la  espada  de  Eneas  en  su cuello. Frente a esta  situación, el  tirreno  levanta  los ojos y hace una última  súplica: «sólo  te  pido  una  cosa,  si  es  que  los  enemigos  vencidos  tienen  alguna  gracia,  que permitas que  la  tierra cubra mi cuerpo, pues sé que me  rodean crueles odios de  los míos, defiéndeme de su furor y permíteme reposar en el sepulcro en compañía de mi hijo». Después de decir esto se clava la espada en su cuello y muere. 

   

                                                       61 La hija de Saturno, Juno. 

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CapítuloXII

LaestirpelatinaAl  amanecer  Eneas,  aunque  está  impaciente  por  inhumar  los  cuerpos  de  sus 

compañeros, cumple primero como vencedor sus votos a  los dioses. Coloca sobre un túmulo una encina y  la  reviste  con  las brillantes armas de Mecencio  como  trofeo al poderoso Marte. Entonces,  rodeado por un gran numero de aliados,  les exhorta con estas palabras: «Guerreros, la parte más importante de nuestra empresa se ha llevado ya  a  cabo,  alejad  pues  todo  temor  por  lo  que  nos  resta  por  hacer.  Estos  son  los despojos de un rey soberbio. Ahora debemos marchar contra los muros del rey latino. Preparad vuestros espíritus para el  combate y  confiad en el desenlace de  la guerra. Pero  antes  entreguemos  a  la  tierra  los  cuerpos  insepultos  de  nuestros  compañeros (único  homenaje  en  las  profundidades  del  Aqueronte)  y  rindámosles  los  honores supremos». 

Sin apenas contener  las  lágrimas termina de hablar y se encamina a su morada donde  se encuentra el  cadáver de Palante,  velado por un numeroso  grupo. Cuando Eneas  contempla  su pálido  rostro,  sollozando dice: «No me ha permitido  la Fortuna devolverte a tu hogar paterno después de haber alcanzado el triunfo; no es esto lo que yo le prometí a tu padre cuando me advirtió que iba a combatir contra una nación ruda y fuerte. ¡Ay desdichado padre que va a ver el funeral de su propio hijo! Pero, Evandro, no  verás en él heridas  vergonzosas  recibidas en  la huida.  ¡Qué  gran persona pierde Ausonia  y  qué  poderosa  ayuda  pierdes  tú,  lulo!».  Cuando  terminó  este  lamento, ordenó que  fueran elegidos de entre todo el ejército mil guerreros para que  llevaran con todos sus honores el cuerpo de Palante ante su anciano padre. 

Mientras  tanto,  acuden  legados  de  la  ciudad  latina  implorando  que  les devolviesen los cuerpos de los suyos que yacían por la campiña para poder inhumarlos en un  túmulo.  El bondadoso  Eneas  les  responde  con  estas palabras:  «Latinos,  ¿qué indigna  fortuna os ha  implicado en una guerra tan dura y os ha hecho renunciar a  la amistad que os ofrecía? Vosotros me pedís  la paz para  los muertos, pero yo también quisiera concederla a los vivos. Vuestro rey abandonó nuestra alianza y se confió a las armas de Turno. Hubiera sido más  justo que Turno afrontara  la muerte y, si  tenía  la intención de expulsar a  los teucros, se enfrentara sólo con‐migo; hubiera sobrevivido el que tuviera el favor de los dioses. Pero ahora, vamos, id y prended fuego a las piras de  vuestros  míseros  ciudadanos».  El  anciano  Drances62  y  todos  los  que  le acompañaban  se  quedaron  perplejos  y  de  inmediato  se  mostraron  favorables  a concertar  nuevas  alianzas.  Acordaron  una  tregua  de  doce  días,  durante  la  cual  los teucros  y  los  latinos  se mezclaron  impunemente,  levantando  innumerables  piras  y sepultando los cadáveres de sus propios héroes. 

                                                       62 Era un anciano  latino, enemigo acérrimo de Turno, gran orador y consejero poderoso en  las 

asambleas, pero no muy buen guerrero. 

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En medio de  todos  estos movimientos,  regresan entristecidos  los  legados que habían  sido  enviados  por  el  rey  Latino  a  la  ciudad  de Diomedes63  para  obtener  su alianza,  pues  a  pesar  de  su  gran  esfuerzo  no  han  conseguido  nada,  ni  han  servido tampoco los valiosos presentes. Diomedes les ha dicho que desde que regresaron de la guerra  de  Troya  él  y  todos  los  que  violaron  con  el  hierro  los  campos  de  Ilión  han sufrido por el mundo  terribles  suplicios  y el  castigo de  todos  sus delitos, que  ya no quiere ninguna guerra con  los teucros y que por propia experiencia  les aconseja que hagan  un  pacto  en  las  condiciones  que  Eneas  les  ofrezca  y  que  no  lleguen  a enfrentarse con él. 

Cuando  el  rey  Latino64  escuchó  lo  que  habían  dicho,  invocando  a  los  dioses, habló desde  lo alto de  su  trono: «Estamos haciendo una guerra absurda  contra una raza  de  dioses  y  contra  guerreros  invencibles.  No  voy  a  culpar  a  nadie  de  esta situación; se ha  luchado valientemente, pero ahora  tenemos al enemigo en nuestras puertas. Aunque mi mente está  indecisa, he decidido ofrecer a  los teucros, a cambio de  su  amistad,  una  antigua  posesión  que  tengo  junto  al  río  Toscano,  para  que  se establezcan allí,  si  tan  grande es  su deseo de  levantar en estas  tierras  sus murallas. Pero,  si  tienen  intención  de  alcanzar  otras  fronteras,  les  ayudaremos  a  construir cuantas naves precisen para el viaje. Elijamos a cien embajadores de  las más nobles familias para que  les ofrezcan estas propuestas». Al acabar el  rey  intervino Drances que  era  de  la  opinión  de  establecer  la  paz  con  los  teucros  y,  aun  contando  con  la oposición de la reina, sellarla con un digno himeneo entre Lavinia, hija del rey Latino, y Eneas. Pero ante estas propuestas el rey de  los rútulos, Turno, se  irrita y  lo acusa de ser muy diestro en palabras pero no en armas. En eso llega un mensajero con la noticia de que en orden de batalla descienden desde el Tíber por toda la campiña los teucros y el ejército tirreno. Turno aprovecha la ocasión e, impetuoso, empieza a dar órdenes y se  ciñe  precipitadamente  las  armas  para  el  combate.  Sale  a  su  encuentro  Camila seguida por el ejército de  los Volscos y le dice: «Deja que yo con mi mano intente  los primeros peligros de  la guerra, tú permanece con  la  infantería detrás de  los muros y guarda las murallas». 

A  estas  palabras  Turno  le  respondió:  «Oh  virgen,  orgullo  de  Italia,  ¿cómo agradecer  tu  incondicional ayuda? Pero, ya que  tu espíritu está por encima de  todo, comparte conmigo los trabajos. Yo prepararé a Eneas una emboscada en el bosque. Tú haz frente a la caballería tirrena». 

Entretanto, en  las mansiones celestes Diana,  la hija de Latona,  llama a  la  ligera Opis, una de las ninfas de su séquito, y le dice estas tristes palabras: «Ya hace mucho tiempo  que Métabo,  rey  de  los  volscos,  fue  expulsado  de  su  reino  por  su  tiránico poder;  en  su  huida  se  llevó  consigo  a  su  hija  Camila  que,  por  entonces,  era muy pequeña;  perseguido  por  los  suyos,  fue  cercado  junto  a  las  crecidas  aguas  del  río Amaseno; no viendo otra alternativa se dispuso a cruzar el río a nado, pero, temiendo que su hija se ahogara, la sujetó a una jabalina e, invocándome, me  la ofreció; yo me apiadé  de  ella  y  la  llevé  sana  y  salva  a  la  otra  orilla.  A  partir  de  entonces  su  vida transcurrió entre  los bosques y  las bestias  salvajes. Desde muy pequeña  su padre  la 

                                                       63 Esta ciudad era Argiripa, situada en el interior de la región de Apulia al sureste de la península 

itálica. 64 Rey de Laurento en el Lacio, (vid. glosario mitológico). 

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armó con  la aguda  jabalina y  suspendió  sobre  su espalda un arco y  flechas. Muchas madres  quisieron  tenerla  como  nuera,  pero  ella  satisfecha  únicamente  conmigo, cultivaba castamente su eterno amor a  las armas y a la virginidad. Ahora ella, Camila, más querida para mí que ninguna otra, avanza hacia un  terrible  combate y en vano ciñe nuestras armas. Yo hubiera querido que no tomase parte en esta contienda, pero, puesto  que  los  hados  así  lo  quisieron,  desciende  tú,  ninfa,  y  arroja  una  de  mis vengadoras  flechas  para  que,  el  que  viole  con  una  herida  ese  cuerpo  que me  está consagrado, pague también con su sangre. Después yo transportaré hasta su patria su cuerpo y sus armas para que tengan reposo bajo tierra». Rápidamente Opis obedece las palabras de la Trivia Diana65. 

Mientras  tanto  el  ejército  troyano,  los  jefes  etruscos  y  todas  las  tropas  de caballería  agrupadas  en  escuadrones  iguales  se  aproximan  a  los  muros.  También aparecen en la parte opuesta Mesapo y los rápidos latinos, Coras, con su hermano y el escuadrón  de  la  virgen  Camila.  Al  instante  por  todas  partes  se  extiende  la  oscura sangre;  los  guerreros  combatiendo  con  la  espada  pierden  la  vida  y  buscan  gloriosa muerte.  En medio de  esta matanza  al  etrusco Arrunte  se  le presenta  la  ocasión de lanzar  un  dardo  contra  Camila;  suplica  la  ayuda  de  los  dioses  del  Olimpo  para derribarla y volver después sano y salvo a su tierra. Febo Apolo le concedió la mitad de su deseo y permitió que el otro se desvaneciera por  los aires. Así pues  la  jabalina del etrusco se clavó en el desnudo pecho de la doncella. Camila gravemente herida intenta arrancar la jabalina, pero la sangre fluye abundantemente de su herida; ya moribunda se  desploma,  pero  antes  de morir  encarga  a  su  fiel  compañera Acca  que  le  lleve  a Turno las últimas noticias. Cuando Opis, fiel guardiana de Diana, vio desde lejos que la doncella Camila caía mortalmente herida, gimió y con las flechas que le diera la diosa, acabó con la vida de Arrunte; su cuerpo como era voluntad divina, quedó abandonado en el anónimo polvo de los campos. 

Turno furioso por  la terrible noticia que  le  lleva Acca, abandona  la posición que ocupaba  en  las  colinas.  Apenas  había  llegado  a  la  llanura  cuando  aparece  Eneas. Ambos se dirigen a la ciudad con todas sus fuerzas y hubiesen entablado al instante la lucha si con el declinar del día no hubiera llegado ya la noche. 

Cuando Turno, el hijo de Dauno, ve que todos sus aliados desfallecen y que con sus miradas le reclaman que mantenga su promesa y se enfrente él solo a Eneas, con vehemencia le expone al rey Latino que él luchará sin vacilación y que vengará con el hierro  el  común  ultraje,  pero  que,  si  no  vence,  entregue  a  Lavinia  como  esposa  al enemigo troyano. 

Latino,  intentando  resolver  la  situación  sin  verter más  sangre,  le  dice:  «Tú  ya posees el reino de tu padre Dauno y numerosas plazas fuertes que has conquistado. En el Lacio hay otras jóvenes solteras de noble linaje; los dioses no me permitían unir a mi hija con ninguno de  sus antiguos pretendientes, pero yo, por mi aprecio y el que  te profesa  mi  esposa,  privé  a  mi  hija  de  Eneas,  después  de  habérsela  prometido  y 

                                                       65  En  los  Infiernos  se  asimila  a Hécate  o  Trivia,  como  diosa  de  las  tres  vías  o 

caminos de la vida del más allá. 

 

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empuñé  las armas contra él. Desde entonces ya ves qué azares me persiguen. Ya que estoy  dispuesto  a  aceptar  a  los  teucros,  ¿por  qué  no  evitar  tu muerte?».  Pero  la violencia  de  Turno  no  se  doblega  ante  estas  palabras  y  se mantiene  firme  en  su resolución. 

La  reina Amata, asustada por  la nueva suerte de  la  lucha,  trata de contener al impetuoso Turno y, sollozando,  le dice: «Si sientes algún afecto por mí, no participes en esta  lucha. Yo abandonaré  la  luz al mismo tiempo que tú, y no quiero ver a Eneas como yerno». Estas últimas palabras hacen derramar  las  lágrimas en el  rostro de  su hija Lavinia. El amor turba a Turno que clava en ella su mirada, aumentando su ardor por el combate. Al instante llama a uno de los suyos para que anuncie a Eneas que, tan pronto como la Aurora enrojezca, ellos dos solos, sin sus ejércitos, se enfrentarán y en el campo de batalla conquistarán la mano de Lavinia. Las condiciones satisfacen mucho al  jefe de  los troyanos, quien, a pesar del miedo de sus compañeros y de su querido lulo, acepta, recordando a todos los suyos los oráculos. 

A la mañana siguiente Juno, contemplando al pie de los muros de la gran ciudad a  los dos ejércitos,  llama a Yuturna, hermana de Turno, a quien  Júpiter en pago por haberle arrebatado su virginidad  le otorgó  la inmortalidad, y le dice: «Ninfa, gloria de los ríos, bien sabes que mientras la Fortuna y las Parcas se inclinaban a favor del Lacio, yo protegí a Turno y tus murallas; ahora yo ya no puedo hacer nada más, pero quizás tú corras mejor suerte. Ve, arranca a tu hermano de la muerte, o enciende la guerra y rompe  el  pacto  concluido.  Yo  patrocinaré  tu  audacia».  Estas  palabras  dejaron  a Yuturna indecisa y a la vez preocupada por ayudar a su querido hermano. 

Entretanto acuden  los reyes y en sendos discursos ratifican  lo ya pactado. En el momento en que Turno avanza silenciosamente, aumenta el murmullo entre  las  filas de  los  rútulos. Su hermana aprovecha  la ocasión y,  tomando  la apariencia del noble sabino  Camertes,  incita  a  todos  para  que  se  lancen  al  combate  y  rompan  el  pacto; además  envía  desde  lo  alto  del  cielo  un  prodigio  cuyo  presagio  turba  aún más  sus indecisas  mentes;  al  instante,  todos  súbitamente  se  alzan  contra  los  troyanos.  El piadoso Eneas, tendiendo sus inermes manos, intentaba contener a los suyos. Pero, en ese momento, alguien arroja una flecha que hiere a Eneas. 

Turno, cuando vio que el  jefe  troyano se  retiraba del combate y que  los suyos estaban turbados, se  lanza a  la  lucha, enviando a  la muerte a todo el que se  le ponía por delante. Mientras, Eneas es llevado ante el anciano Yápige a quien el mismo Apolo había enseñado  las artes de  la curación; pero en vano  trata de mover el dardo y de sacar el hierro con sus fuertes pinzas. Entonces Venus, abatida por el dolor de su hijo, recoge  unos  tallos  curativos  del  monte  Ida  e  impregna  con  ellos  el  agua  de  una brillante vasija; el anciano Yápige por  casualidad baña  la herida  con esta agua y, de pronto, desaparece todo el dolor del cuerpo de Eneas, la sangre se detiene y la flecha se desliza. 

Desde un montículo Turno ve venir al jefe de los dardánidas que de nuevo hace frente al enemigo seguido de todo su ejército. El clamor se eleva hasta el cielo y  los rútulos retroceden aterrorizados. Eneas considera indigno atacar a los que se retiran y busca solamente a Turno. Yuturna, atisbando el peligro, toma el aspecto del auriga de su hermano y ella misma conduce el carro, alejando al joven rútulo del combate. Eneas 

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sigue  las huellas de su enemigo y  lo  llama a grandes voces. Entonces su hermosísima madre introduce en la mente de éste la idea de aproximarse a los muros de la ciudad y turbar  a  los  latinos  con una  súbita desgracia. Así  lo hace  y  sus dardos oscurecen el cielo.  La  reina Amata, cuando ve desde  su palacio que el enemigo  se acerca, que el fuego vuela hasta los techos y que por ninguna parte aparecen los escuadrones de los rútulos, cree que Turno ha perecido y, no pudiendo soportarlo, se priva de  la vida. La noticia  se  extiende  por  toda  la  ciudad  y  la multitud  se  abandona  al  furor  y  a  las lamentaciones. 

El clamor llega hasta los oídos de Turno que, apartado por su hermana, lucha al otro  extremo  de  la  llanura;  hasta  él  acude  uno  de  los  suyos  implorando  ayuda. Entonces  reconoce  la  intervención de Yuturna y, dejando a su hermana entristecida, con  rápida carrera  irrumpe en medio de  los escuadrones. Grita y  llama a Eneas para que entre ellos se decida el combate. En cuanto el venerable troyano lo oyó, abandonó los muros y se dispuso a enfrentarse a su adversario. Ya  todos contemplan cómo se enfrentan entre  sí  los dos héroes nacidos en  los dos extremos del mundo.  La  tierra gime  con  los  golpes  de  sus  escudos  cuando  chocan.  Turno,  pensando  que  puede hacerlo  impunemente, se  lanza y con  la espada en alto asesta un golpe, pero, como había cogido en su  impaciencia  la espada de su auriga y no  la que  le  forjara Vulcano para su padre Dauro,  la pérfida espada se rompe y abandona al héroe, a quien no  le queda más que la huida. 

Entretanto el dios todopoderoso del Olimpo se dirige a Juno: «¿Cuándo llegará el final, esposa? Tú bien sabes que  los hados favorecen a Eneas, ¿Qué maquinas, pues? ¿Acaso que  la espada arrebatada  le sea devuelta a Turno y aumentar así  la fuerza de los vencidos? Cede ya por fin, no atices el ánimo de Yuturna. Te prohíbo intentar nada más, ya es suficiente». La diosa Saturnia le respondió: «Ciertamente porque sé que es tu deseo, poderoso Júpiter, he abandonado contra mi voluntad a Turno y estas tierras; tan sólo aconsejé a Yuturna para que ayudara a su desgraciado hermano y aprobé que intentase mayores audacias en favor de su vida; lo juro por la fuente del Éstige, única superstición que se  les permite a  los dioses superiores. Ahora cedo y abandono. Pero te  pido  un  último  favor  que,  cuando  establezcan  la  paz  con  un  feliz matrimonio, cuando  fijen  las  condiciones  de  su  alianza,  no  permitas  que  los  Latinos  indígenas cambien su viejo nombre, ni que se hagan troyanos, ni que estos hombres cambien su lengua y muden su vestido; que haya un Lacio, que haya a  través de  los siglos  reyes alba‐nos y que haya una estirpe romana poderosa por el valor ítalo; Troya ha perecido, deja  que  lo  haga  también  su  nombre».  Júpiter  le  respondió:  «Te  concedo  lo  que deseas; yo haré a  todos  latinos,  con una  sola  lengua y a esta  raza que  surgirá de  la mezcla de  las dos sangres,  la verás avanzar, gracias a su piedad, por encima de todas las  naciones  y  ningún  otro  pueblo  te  tributará  honores  tan  grandes».  Todo  esto complació a la Saturnia Juno. 

Entonces el padre de los dioses aparta a Yuturna del combate. Eneas viendo que Turno  retrocede  lo  increpa, éste  trata de  abrirse  camino  con  todo  su  valor, pero  la divinidad no lo permite. Mientras él vacila, Eneas blande el dardo fatal y lo lanza desde lejos  con  toda  su  fuerza.  La  jabalina  vuela  y  se  clava  en  el  muslo  de  Turno, derribándolo. Él, ya en el suelo, levanta las manos suplicando que  le devuelva junto a los suyos. Ya dudaba Eneas cuando, de pronto, se da cuenta de que en sus hombros 

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lleva el tahalí y el brillante cinturón de Palante, esto le irrita y enciende más su cólera, clavando sin compasión la espada en el pecho del enemigo. Los miembros de Turno se relajan con el frío de la muerte, y su alma indignada huye con un gemido a la mansión de las sombras. 

   

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Epílogo

Con la derrota de Turno, el rey de los rútulos, se había consumado el destino de Eneas; por fin él y sus hombres habían  llegado a  la desembocadura del Tíber, el  lugar señalado por los sagrados augurios como la tierra prometida. 

TUCA:  «El  final  de  Turno  está  lleno  de  nobleza,  ¿no  crees,  Varo?  Eneas  y  su adversario enfrentados en un doble drama personal, Turno  reclamando  la muerte  y aceptando  su  derrota,  y  por  su  parte  Eneas,  aun  compadeciéndose  del  hombre, obligado por el destino a dar muerte  a  su enemigo. Parece un  final más propio del drama que de la épica». 

VARO: «Desde  luego. Eneas  tuvo que sortear en su viaje todo tipo de pruebas: perdió su patria  troyana y en ella a su esposa Creusa,  la madre de su único hijo  lulo Ascanio; tuvo que renunciar al gran amor de Dido en Cartago por seguir el mandato de los dioses; bajó con la Sibila al reino de Plutón para encontrar respuestas. Y por fin, al llegar a la prometida tierra del Lacio, cabía esperar que el poeta diera merecida tregua al héroe en brazos de un nuevo amor». 

T.: «Eso es ya parte de  la  leyenda popular que cuenta que Latino, rey del Lacio, otorgó la mano de su hija Lavinia en matrimonio a Eneas para sellar su unión definitiva y que juntos fundaron la ciudad de Lavinio a orillas del Tíber. 

»Recuerdo cuántas veces de pequeño  le pedía a mi maestro que me volviera a contar aquella historia. Como niño me preocupaba  la  suerte del pequeño  lulo, ¿qué habría sido de él? Y cada vez mi maestro me volvía a repetir que a la muerte de Eneas, su hijo lulo Ascanio fundó otra ciudad de nombre Alba Longa que llegó a ser gobernada por una dinastía de doce reyes». 

V.: «Es cierto, pero el que nos sorprendía más a todos era Amulio, el último de ellos,  que  destronó  a  su  hermano  Numitor  para  hacerse  con  el  poder.  El maestro oscurecía  su  voz  cuando  nos  contaba  que  había  obligado  a  su  sobrina  Rea  Silvia  a convertirse en sacerdotisa de Vesta, para evitar que tuviera descendencia. Pero para nuestra tranquilidad, no era ése el destino que  los hados  reservaban a  la muchacha. Parece ser que sus encantos eran tan  irresistibles que ni el cautiverio, ni sus votos de castidad, impidieron que Marte, dios de la guerra, se uniera con ella y engendrara dos gemelos: Rómulo y Remo. La amenaza que éstos suponían para el rey Amulio hizo que fueran encerrados en una cesta y arrojados al río Tíber por expresa orden del rey». 

T.: «Esta historia contenía muchos elementos fantásticos que hacían  las delicias de  los  más  pequeños,  como  cuando  hacía  su  aparición  la  loba  que  recogía  a  los pequeños. A menudo me pregunto por qué Virgilio no prefirió a Rómulo como héroe de su poema, puesto que es a él a quien  la tradición  reconoce como  fundador de  la primitiva Roma. Desde  luego Rómulo era más popular que Eneas,  todo el mundo ha visitado en alguna ocasión su cabaña en el monte Palatino». 

V.: «Hombre, yo creo que, entre otras razones, debió de pesar  fuertemente en Virgilio el hecho de que Eneas aparecía ya citado en la llíada. Hablar de él suponía una 

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ocasión  inmejorable para recordar  los poemas homéricos y, a través de él, revivir  las aventuras de  los héroes de Troya. En Homero Eneas era ya valiente, pero sobre todo era descrito como un héroe sabio: daba buenos consejos, respetaba a los dioses y por ello se convirtió en su protegido. Y no olvides, por otra parte,  lo  importante que era para  Augusto  satisfacer  las  ansias  del  pueblo  romano  por  unirse,  al menos  en  sus orígenes, al pueblo griego. No cabe duda de que  la  leyenda de Eneas  le brindaba una ocasión inmejorable». 

T.:  «Vistas  así  las  cosas,  parece  todavía más  justificado  ese  protagonismo  de Turno  que,  aunque  no  fue  el  único  enemigo  de  Eneas  en  el  Lacio,  sí  fue  el  más importante, pues era el pretendiente de Lavinia, y Eneas vino a  impedir su unión. De modo que la lucha por una mujer nos devuelve de nuevo a Homero, y encontramos en Lavinia el reflejo de Helena de Esparta o de Penélope de Ítaca. 

»Siempre admiré en nuestro amigo  su  sabio  verso,  su  ritmo ágil y  su pausada palabra.  Pero  nunca  como  ahora,  saboreando  cada  rincón  de  su  universo  creativo, puliendo estos versos que se hunden en el tiempo remoto de lo imaginario, he sentido tanto la generosidad de su talento. ¡Ojalá se hayan abierto para él los Campos Elíseos, y  para  su  obra  la  callada  gratitud  de  quienes  devuelvan  a  la  vida  con  cada  nueva lectura a su Eneida!». 

   

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GlosarioMitológico

Acates: Compañero inseparable y consejero de Eneas. Acca: Compañera de Camila. Acestes:  Rey  siciliano  de  origen  troyano.  Africo:  Es  el  ábrego,  viento  del 

sudoeste. Agamenón: Rey de Micenas, hermano de Menelao, rey de Esparta y esposo de 

Helena.  Ambos  hermanos  son  los  atridas,  hijos  de  Atreo.  Lideraba  a griegos en la expedición contra Troya, y a su regreso murió a manos de su esposa Clitemnestra y su amante Egisto. 

Agenor: Primer rey de Tiro o de Sidón. Era padre de Cadmo y Europa. Padre o hermano de Belo, el progenitor de Dido. 

Alcides: Sobrenombre de Hércules, por ser nieto de Alceo. Alecto: Una de las Furias o Erinas. Amata: Esposa del rey Latino y madre de Lavinia. Ana: Hermana de Dido. Anquises: Padre de Eneas por su unión con Afrodita. Antenor:  Rey  de  Tracia,  había  ido  en  ayuda  de  los  troyanos;  salvado  de  la 

destrucción  de  Troya,  pudo  entrar  en  el  golfo  de  Iliria  donde  fundó  la ciudad de Patavio 

Apolo:  Hijo  de  Júpiter  y  de  Latona.  Hermano  de  Diana.  Dios  de  múltiples funciones, entre ellas la 

razón  y  la  luz  solar.  Lidera  a  las  musas  y  patrocina  las  artes.  Era  llamado también Febo, como en griego. 

Aquiles: Hijo de Tetis y del mortal Peleo. Héroe griego protagonista de la llíada. Mató a Héctor en la guerra de Troya y fue herido mortalmente en el talón por una flecha que le lanzó Paris. Aquilón: viento del norte. 

Aqueronte: Uno de los ríos del infierno. Araxes: Hoy Aras,  río de Armenia que desemboca en el mar Caspio. Arrunte: 

Soldado etrusco que mató a Camila.       Dauno: Padre de Turno Deífobo: Hijo del rey Príamo. Diana: Hija  de  Júpiter  y  de  Latona,  hermana  gemela  de Apolo.  Revestía  tres 

formas: diosa de la luna en el cielo por lo que también se la podía llamar Febea, ya que su hermano Febo Apolo era también considerado dios del sol;  diosa  de  los  bosques  y  la  caza  en  la  tierra,  conocida  propiamente como Diana; y en los Infiernos se asimila a Hécate o Trivia, como diosa de las tres vías o caminos (Artemis). 

Dido: Hija de Belo, rey de Tiro en Fenicia y hermana de Pigmalión, que asesinó a su marido, Siqueo. Huyó al norte de Africa y  fundó Cartago. Se  llamaba originariamente Elisa. 

Diomedes: Guerrero etolio que combatió contra Troya junto a Ulises. Por haber herido  a  Marte  y  a  Venus  fue  exiliado  de  su  tierra  Etolia  y  acabó estableciéndose en la Italia meridional. 

Discordia: Personificación de la discordia o disensión. (Ende). Drances: Rival de Turno en la asamblea. 

Elisa: otro nombre de Dido 

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Elíseos: Campos donde viven las almas purificadas en los Infiernos. Eneas:  Hijo  de  Venus  y  Anquises,  de  la  familia  real  troyana.  Caudillo  de  los 

troyanos supervivientes a la guerra. Fundador de la futura Roma. Eolo: Señor de  los vientos. Habitaba en Eolia,  isla  identificada con Strómboli o 

Lipari, al norte de Sicilia, en el mar Tirreno. Erato: Una de las nueve Musas, hijas de Júpiter y Mnemosine. Preside la poesía 

lírica, sobre todo la amorosa. Éride Personificación de la discordia. Erinias: Nombre de las Furias, divinidades infernales. Escila: Monstruo marino que habitaba en el estrecho de Mesina. Tiene  forma 

de  mujer  en  la  parte  superior,  pero  de  su  parte  inferior  surgen  seis feroces canes que devoran a cuantos transitan a su alcance. 

Euménides: Nombre eufemístico dado a las Furias. Euríalo: Compañero de Eneas, celebre por su amistad con Niso. Euro: Viento del 

este Evandro  Rey  de  origen  arcadio  que  se  instaló  junto  al  Tíber  en  la  colina  del 

Palatino. Contribuyó a civilizar a  los  rudos habitantes del país. Es aliado de Eneas. 

Fauno: Padre del rey Latino, adorado como un dios por  los  laurentinos. Febo: Sobrenombre de Apolo 

Flegetonte: Río de fuego que corría a través de los Infiernos. Furias: Vid. Erinias. Galatea: Nereida que desempeñó un gran papel en  las  leyendas de Sicilia. Fue 

amada por Acis y por el cíclope Polifemo. Ha sido cantada por  los poeta bucólicos e invocada con frecuencia por los navegantes. 

Gorgonas: Monstruos fabulosos con los cabellos llenos de serpientes. Tenían el poder de petrificar con la mirada. 

Harpías: Tres genios alados representados con cabezas femeninas. Son raptoras de niños y de almas. 

Hécate: ver Diana. Héctor: Hijo primogénito de Príamo y Hécuba,  los  reyes de Troya. Esposo de 

Andrómaca. Es el principal héroe troyano. Responsable de la muerte de Patroclo, fue muerto por 

Aquiles. Hécuba:  Esposa de  Príamo,  el  rey de  Troya. Madre de Héctor, Paris  y  Creusa,  entre  otros.  Helena:  Hija  de  Júpiter  y  la mortal  Leda. Esposa de Menelao, el rey de Esparta. Su extraordinaria 

belleza  despertaba  pasiones.  Huyó  junto  con  Paris  y  propició  la  guerra  de Troya. 

Hércules: Uno de  los héroes mitológicos más populares de  la antigüedad. Hijo de  Júpiter y de Alcmena. Amamantado por Hera, succionó  tan  fuerte  la leche que se derramó  formando  la Vía Láctea. Perseguido por  Juno,  fue obligado a realizar doce memorables trabajos, consistentes casi siempre en  dar  muerte  a  algún  monstruo,  y  contribuir  con  ello  a  salvar  a  la humanidad. 

Ilia:  También  llamada  Rea  Silvia.  Hija  de  Númitor,  rey  de  Alba  Longa.  Era sacerdotisa de Vesta. Tuvo con el dios Marte los gemelos Rómulo y Remo. 

Ilíone: hija mayor del rey Príamo. 

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Ilioneo: Jefe troyano, compañero de Eneas. Iris: Mensajera de  los dioses, y en especial de  Juno. Fue metamorfoseada por 

ella en arco  iris.  Ítalo: Héroe de  la  Italia antigua, considerado rey de  los más  antiguos  habitantes de  la península.  Iulo Ascanio: Hijo de  Eneas  y Creusa. En el Lacio fundó Alba Longa pasando a ser uno de los 

antepasados de los romanos y más particularmente de la gens lulia. Jano: Divinidad de  la  Italia antigua. Dios de  las puertas,  las ventanas, el curso 

del año y de todos los comienzos. Pasó por ser el rey del Lacio que alzó la fortaleza del  Janículo;  su pequeño  templo  se encontraba en el  Foro de Roma.  El  ejército  marchaba  a  la  guerra  por  esa  puerta,  que  sólo  se cerraba en época de paz. 

Juno: Hermana y esposa de  Júpiter. Protectora de  la mujer y del matrimonio. Enemiga  de  los  troyanos  y  protectora  de  Cartago.  Formaba  junto  con Júpiter y Minerva la tríada capitolina (Hera). 

Júpiter: Dios supremo, hijo de Saturno y Rea. Hermano y esposo de Juno. Reina sobre  sus  hermanos,  los  dioses  olímpicos.  Los  romanos  lo  veneraron especialmente  como  Óptimo  Máximo,  que  regía  el  universo  y  los elementos. El águila y el  rayo son sus símbolos.  Junto a  Juno y Minerva formaba la tríada capitolina (Zeus). 

Laocoonte: Sacerdote troyano de Posidón Lares:  Divinidades  menores;  protegían  el  hogar,  los  caminos,  encrucijadas, 

calles y ciudades. El "pater familias" estaba obligado a rendirles culto. Latino: Rey de Laurento en el Lacio, primer antepasado de los latinos. Acogió a 

Eneas y le dio a su hija Lavinia por esposa. Latona: Madre de Apolo y Diana. Lavinia: Hija de Latino y de Amata, esposa de Eneas y madre de Silvio. Lavinio: Ciudad del Lacio. Leda: Esposa de Tindáreo,  rey de Esparta. De  su unió  con Zeus dio a  luz dos 

huevos de los que nacieron los Dióscuros (Pólux y Cástor), Clitemnestra y Helena. 

Macaonte: Médico y guerrero griego, hijo de Esculapio, dios de la medicina. Manes: Almas de los muertos divinizadas. A veces hace referencia únicamente 

a los muertos. Vid. Penates. Marte: Dios de  la guerra. Padre de  los  gemelos Rómulo y Remo, y por  tanto 

antepasado del pueblo de Roma (Ares). Maya: Ninfa de Arcadia, madre de Mercurio. Memnón: sobrino del rey troyano Príamo. Menelao: Rey de Esparta, hermano de Agamenón, el  rey de Mecenas. Ambos 

son atridas, hijos de Atreo. Era el esposo de Helena. Mecencio: Tirano etrusco muerto en combate por Eneas. Mercurio: Dios del comercio. Hijo de Júpiter y la ninfa Maya. Era mensajero de 

los dioses, en especial de Júpiter. (Hermes) Mesapo: soldado latino Minerva: Diosa de las artes y las ciencias. Asociada también al arte de la guerra. 

Formaba junto con Júpiter y Juno la triada capitolina. (Atenea) 

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Minos: Legendario rey y legislador de Creta. Hijo de Zeus y de Europa. Después de  su muerte  fue  nombrado  juez  de  los  infiernos  junto  a  su  hermano Radamantis. 

Museo: Legendario poeta griego discípulo de Orfeo. Nautes: Héroe troyano que salvó el Paladión. 

Neoptólemo: Hijo de Aquiles, llamado primeramente Pirro. Neptuno:  Dios  del  agua  y  del mar.  Es  hijo  de  Saturno  y  de  Rea,  por  tanto 

hermano de Júpiter, Juno y Plutón. Llevaba un tridente con el que abría la tierra y separaba los montes. Marchaba sobre el mar con un carro tirado por caballos. (Posidón) 

Nereidas: Las cincuenta ninfas marinas hijas de Nereo. Niso: Compañero de Eneas, amigo de Euríalo. Noto: Viento del sur, también llamado austro. Numano: Guerrero rútulo casado con la hermana menor de Turno. Numitor: Rey de Alba Longa, padre de Rea Silvia y abuelo de Rómulo y Remo. Olimpo: La montaña más alta de Grecia. Para  los griegos era  la  residencia de 

Zeus y de los dioses principales. Opis: ninfa de Diana. Orco: Nombre  con  el que  los  romanos  llamaban  también  al  dios  Plutón  y  al 

reino de los muertos. Orfeo: Célebre y legendario cantor griego, esposo de Eurídice. Palante: Hijo de Evandro. Palas: Sobrenombre de la diosa griega Atenea y de la romana Minerva. Palinuro: Piloto de la nave de Eneas. Pándaro: Soldado troyano hermano de Bitias Panto: Sacerdote troyano de Apolo, hijo de Otis. Parcas: Diosas del destino representadas como tres hilanderas que presiden el 

nacimiento y la muerte de los hombres. (Moiras) Paris:  Hijo  de  los  reyes  de  Troya,  Príamo  y  Hécuba.  Raptó  a  Helena  y 

desencadenó la guerra de Troya. . Hirió mortalmente a Aquiles y murió a manos de Filoctetes. 

Parténope: Era una de las sirenas (genios marinos, mitad mujer mitad ave), que habitaban una  isla del Mediterráneo y que atraían a  los navegantes con su música para devorarlos. Tras no conseguir su propósito con Ulises, se arrojó  al mar  y  las  olas  depositaron  su  cuerpo  en  la  playa,  donde  los griegos habían de fundar una colonia con su nombre (Nápoles). 

Patroclo: Héroe griego compañero de Aquiles. Murió a manos de Héctor. Peleo: Padre de Aquiles. 

 Penates: Dioses romanos protectores del hogar, que son venerados en el seno de  la  familia.  Entre  ellos  se  incluyen  los  Lares, Manes  y  Lémures.  Los penates del Estado romano los recogió Eneas 

de  la Troya  incendiada, y estaban  colocados en el  templo de Vesta,  sobre el Foro romano. 

Pentesilea: Reina de  las Amazonas, acudió en ayuda de los troyanos y murió a manos de Aquiles. 

Pigmalión: Rey de Tiro y hermano de Dido. Asesinó al esposo de ésta, Siqueo, y murió a manos de su propia esposa Astarté. 

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Pirro: Hijo de Aquiles, también llamado Neoptólemo. Plutón: Dios de los infiernos y de los muertos. Hermano de Júpiter y esposo de 

Proserpina (Hades). Polites: Hijo de Príamo y Hécuba. Priamo: Hijo de Laomedonte. Fue el último rey de Troya. Esposo de Hécuba y 

padre de muchos héroes de  la  guerra de Troya: Héctor, Paris, Deífobo, Heleno,  Polites,  Troilo,  Casandra  y  Creusa. Murió  a manos  del  hijo  de Aquiles. 

Proserpina: Divinidad  de  los  infiernos,  hija  de  Júpiter  y  de  Ceres,  esposa  de Plutón. (Perséfone). Pólux: Hermano gemelo de Cástor, hijos de Júpiter y de Leda. 

Quirino: ver Rómulo. Remo:  Hermano  gemelo  de  Rómulo,  primer  rey  de  Roma,  por  quien  fue 

muerto. Reso:  Rey  de  Tracia,  aliado  de  los  troyanos.  Diomedes  y  Ulises  lo mataron 

furtivamente y se llevaron sus caballos, de gran renombre. Rómulo: Hijo de Marte y de Rea Silvia. Hermano gemelo de Remo. Fundador 

legendario y primer rey de Roma. Se le divinizó con el nombre de Quirino. Saturno: Padre de Júpiter y  los demás dioses olímpicos. Arrojado del cielo por 

Júpiter, Saturno fue acogido en el Lacio por Jano. Con la agricultura trajo la prosperidad y  la abundancia. Su  reinado  fue el de  la Edad de Oro, el símbolo  de  la  riqueza  y  la  felicidad.  Roma  celebraba  en  su  honor  las Saturnales (Crono). 

Sibila: Nombre de  las sacerdotisas  legendarias de Apolo, que  las  inspiraba en sus profecías. En Italia la más celebrada era la sibila de Cumas. Predijo el porvenir de Eneas y le acompañó en su viaje a los infiernos. 

Sinón: Espía griego que persuadió a  los troyanos para que entrasen el caballo de madera en la ciudad. 

Siqueo: Esposo de Dido, asesinado por su cuñado Pigmalión. Sol: Dios romano identificado con el griego Helios. 

Tarquinio: Nombre de reyes etruscos, especialmente el Soberbio. Teseo: Héroe legendario de Atenas y del Ática. 

Tetis: Es una nereida, hija de Nereo, el anciano dios del mar. De su unión con el mortal Peleo nació Aquiles. 

Teucro: Hijo del dios—río Escamandro y de la ninfa Idaza. Fue el primer rey de Troya, por quien los troyanos se llamaban también teucros. 

Teucro: Griego de Salamina era hijo de Telamón y hermano de Ayax Tiber: Dios del río del mismo nombre, en Roma. Ticio: Gigante castigado y recluido por Zeus en los infiernos. Tideo: Padre de Diomedes. Tisífone: Una de las Erinias o Furias, encargada de vengar los asesinatos. Titanes: Primera generación de dioses, hijos de la Tierra. Titono: Esposo de la Aurora. Tritón: Dios  griego  del mar,  hijo  de  Posidón  que  pasó  a  formar  parte  de  su 

séquito. Trivia: Ver Diana. Troilo: Hijo menor de Príamo, que fue apresado y muerto por Aquiles. 

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Tubo: Tubo Hostilio, tercer rey de Roma. Turno: Rey de  los  rútulos, hijo de Dauno y hermano de Yuturna. Fue el  gran 

adversario de Eneas, que le mató en un memorable combate. Ulises:  Soberano  de  Ítaca,  hijo  de  Alertes.  Esposo  de  Penélope  y  padre  de 

Telémaco. Es el protagonista de la Odisea. Venus: Diosa del amor y de la belleza. De su unión con el mortal Anquises nació 

Eneas.  Protectora  de  los  troyanos  y  de  Eneas  en  toda  su  travesía. (Afrodita) 

Vesta: Diosa del hogar y del  fuego que nunca debe apagarse en él. Su templo en  Roma  guardaba  el  Paladio  y  los  penates  que  Eneas  había  traído  de Troya. Sus sacerdotisas eran  las vestales,  reclutadas desde muy  jóvenes entre las grandes familias patricias. Debían servir en el templo durante 30 años y estaban obligadas al voto de castidad. En  la vida familiar el culto de Vesta estaba ligado al de los penates. (Hestia) 

Vulcano:  Dios  del  fuego.  (Hefesto)  Yarbas:  Rey  de  los  getulos.  Yuturna: Hermana de Turno. 

 

GLOSARIOGEOGRÁFICOAccio: Ciudad de Acarnania, región al oeste de Grecia, escenario de  la decisiva 

batalla en la que Octavio derrotó a Marco Aurelio y Cleopatra en el 31 a. C. 

Acesta:  Primer  nombre  de  la  ciudad  siciliana  de  Egesta,  llamada  así  por  sus fundadores,  los  troyanos  compañeros  de  Eneas  que  se  quedaron  en Sicilia, en memoria de Acestes, que fue su anfitrión en la isla. 

Alba  Longa: Ciudad  latina  construida en  la  ladera norte del monte Albano,  a unos  20  kms.  Al  suroeste  de  Roma;  según  la  tradición  la  fundó  lulo Ascanio, hijo de Eneas. 

Arcadia: Región muy montañosa de Grecia situada en el centro del Peloponeso. Virgilio dice que de allí proceden los colonos enotrios que se instalaron en Italia. 

Aúlide: Ciudad de Beocia en Grecia  central, célebre por  ser el  lugar donde  la flota griega se reunió para la expedición contra Troya y donde Agamenón sacrificó a  su hija  Ifigenia a Artemis para mitigar  la  furia de  los  vientos desfavorables. 

Ausonia: Era una región del sur y del centro de  la península  itálica, pero en el lenguaje poético por extensión se da este nombre a toda Italia. 

Averno: Lago de Campania, cerca de Nápoles, considerado como  la entrada a los Infiernos. 

Brindisi:  Ciudad  italiana  situada  en  el  extremo  de  la  via  Apia  al  sur  de  la península. Fue puerto de embarque de viajeros hacia Grecia y Oriente, y por tanto eslabón entre el mundo oriental y el mundo romano. En ella se concluyó en 40 a. C.  la paz entre Octavio y Marco Antonio, y allí murió Virgilio. 

Campos  Elíseos:  Virgilio  los  representa  como  parte  del  Infierno.  Es  el  lugar donde  las  almas  buenas  descansan  temporalmente  antes  de  volver  a nacer. 

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Cartago: Antigua ciudad de África al noroeste de  la actual Túnez. Fue fundada por  los  fenicios en 814 a. C. como centro de  comercio. Virgilio hace de Dido  su  reina  fundadora.  Se  enfrentó  a  Roma  por  el  dominio  del Mediterráneo  en  las  tres  Guerras  Púnicas,  en  las  que  Roma  obtuvo siempre  la victoria. Del 264 al 241 a. C. tuvo  lugar  la primera, en  la que Cartago perdió las islas de Sicilia, Córcega y Cerdeña. Del 218 al 201 a. C. Aníbal  dirigió  la  segunda  hasta  su  derrota  en  la  batalla  de  Zama. Finalmente del 149 al 146 a. C. se llevó a cabo la destrucción de Cartago a manos de Escipión Emiliano. 

Citerea:  Isla  situada  frente  a  las  costas  sur  de  Laconia,  en  el  Peloponeso. Algunos mitos cuentan que Venus había llegado allí después de nacer de la espuma del mar, de ahí que algunas veces se  la  llame también con el nombre de esta isla. 

Citerón: Monte  de  la  cadena  montañosa  que  separa  el  norte  del  Ática  de Beocia en Grecia. La montaña estaba consagrada a Dioniso, y por eso en ella se reunían sus seguidoras: las bacantes. 

Creta:  Isla del Mediterráneo situada al sudeste de Grecia. Su posición  la hace paso natural desde  Europa  a  Egipto, Chipre  y Asia.  En una  caverna del monte Ida, en el centro de Creta, se dice que nació Zeus. 

Cumas: Durante algún tiempo fue el asentamiento griego más lejano y antiguo en Italia, en la costa, un poco al norte de la bahía de Nápoles. Allí estaba la  cueva  de  la  Sibila,  cerca  del  lago  Averno.  ‐Chipre:  Isla  preferida  de Venus por haber nacido en sus costas. (Ver Pafos) 

Delos: Pequeña  isla del mar Egeo en medio de  las Cícladas, según  la mitología griega  el  lugar  de  nacimiento  de  Apolo  y  Artemis.  Era  un  importante centro de culto a Apolo. 

Erebo: Sinónimo de oscuridad. En  la cosmogonía mítica griega era una de  las primitivas deidades nacidas del Caos. 

Érix: Montaña  situada  al  oeste  de  Sicilia,  sede  del  famoso  templo  de  Venus construido según Virgilio por Eneas. 

Esparta:  Ciudad  griega  del  Peloponeso,  capital  de  la  región  de  Laconia.  Sus habitantes eran de procedencia doria. Homero la hace patria de Menelao, el esposo de Helena. 

Éstige: Río que daba  siete  vueltas  a  los  Infiernos  formando  la  laguna  Estigia. Con su agua los dioses hacen juramentos solemnes. 

Fenicia: País que  formaba una estrecha  franja a  lo  largo de  la costa de Siria y contaba con las ciudades de Tiro y Sidón. 

Grecia:  En  la  antigüedad  este  país  ocupaba  la  parte  sur  de  la  península balcánica, así  como  las  islas del mar Egeo y  la  costa de Asia Menor.  La Grecia continental pasó a ser protectorado de Roma a partir del 146 a. C. con el nombre de Acaya. 

Hesperia:  Nombre  mitológico  del  occidente  lejano:  para  los  griegos  era  la península itálica, para los romanos fue después la península ibérica. 

Idalia: ciudad de Chipre que rendía culto a Venus. Ilión: Vid. Troya, pues también recibía este nombre. Janto:  Río  de  la  Tróade,  región  del  noroeste  de  Asia  Menor,  a  orillas  del 

Helesponto;  también  recibía  el  nombre  de  "Escamandro".  Este  río  es 

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conocido hoy con el nombre de Krikeheuzler.. Lacio: Región situada en el centro oeste de la península itálica, cuya capital era Roma. 

Libia: Para  los  griegos,  Libia,  como expresión  geográfica,  comprendía  todo  lo conocido de Africa; los romanos fueron los primeros en diferenciar ambos nombres.  Luego  se  restringió  el  nombre  de  Libia  a  la  parte  situada  al oeste de Egipto y que lindaba por el sur con Etiopía, con el Mediterráneo por el norte y con el Atlántico por el oeste. 

Olimpo: El monte más alto de Grecia. Domina el valle del Tempe en Tesalia. En la  mitología  griega  se  creía  que  era  el  lugar  donde  los  doce  dioses olímpicos  tenían  sus  mansiones  con  la  morada  de  Zeus  ocupando  la cumbre. 

Orco: Nombre  con  el que  los  romanos  llamaban  también  al  dios  Plutón  y  al reino de los muertos. 

Pafos: Ciudad cercana a  la costa suroeste de  la  isla de Chipre, donde, según  la tradición,  había  nacido  Venus  surgiendo  de  la  espuma  del mar.  Es  la morada habitual de la diosa. 

Patavio:  Ciudad  fundada  por  el  tracio  Antenor  al  norte  del  Adriático,  hoy conocida con el nombre de Pádua. 

Pérgamo: Vid. Troya, pues también se la conocía con este nombre. Roma: Capital del Imperio Romano. Según la leyenda, fue fundada por Rómulo 

en  la  región  del  Lacio,  en  el  centro  de  la  península  Itálica.  De  origen etrusco, en ella se unieron  las aldeas que poblaban  las siete colinas que circundan la ciudad. Fue extendiendo paulatinamente su influencia desde el Lacio a  toda  la cuenca de Mediterráneo, Europa central y norte, Asia Menor, Oriente próximo, y las islas Británicas. 

Salamina: Isla próxima a Atenas, célebre por ser el escenario en 480 a. C. de la gran derrota naval de Persia por parte de los griegos. 

Samos: Isla del Egeo, lugar de nacimiento de la diosa Juno. Sicilia: Extensa isla separada de Italia por el estrecho de Mesina. Su posición en 

el centro del Mediterráneo  la convertía en un  lugar de encuentro entre este y oeste, así como entre  Italia y África, y  le otorgó gran  importancia en  la  historia  del  mundo  mediterráneo.  Según  el  historiador  griego Tucídides algunos de sus pobladores eran fugitivos del saqueo de Troya. Virgilio hace que allí se instale el troyano Acestes. 

Sidón: Ciudad  fenicia  ,  fundada por  Sidón el primer hijo de Canaán,  también recibe el nombre de Tiro. De esta ciudad procedía Dido. 

Tártaro: La región más profunda del mundo situada debajo de los infiernos. Allí recluían los dioses a sus principales enemigos. 

Tiro: también llamada Sidón. Troya: Ciudad situada al norte de  la costa de Asia Menor, escenario de  la más 

famosa guerra de  la mitología clásica, provocada por el rapto de Helena de Esparta por Paris, hijo de Príamo. Durante diez años fue asediada por los griegos hasta que Ulises ideó la construcción de un colosal caballo de madera en cuyo interior se escondieron los guerreros griegos. 

Vulcania: Isla entre Sicilia y Lípari onde la mitología ubica la fragua de Vulcano.