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1 Jean-Pierre de Caussade Jean-Pierre de Caussade, S.J. El abandono en la divina Providencia Fundación Gratis Date Pamplona 2000 Introducción El autor Jean-Pierre de Caussade (1675-1751), nacido en Quercy, ingresa en la Compañía de Jesús en Tolosa, en 1693, y a partir de 1715 se dedica a la predicación y a la ense- ñanza, viviendo sucesivamente en varias re- sidencias. Entre 1729 y 1739 es asidua su relación con las religiosas de la Visitación de Nancy, y dirige su casa de ejercicios des- de 1733. Varias de estas visitandinas reciben de Caussade un profundo influjo espiritual en dirección espiritual y por carta, y todas ellas a través de frecuentes retiros comunitarios. Especialmente receptiva se muestra la su- periora, Madre Marie-Anne-Thérèse de Rosen, que reúne muchas cartas espiritua- les del Padre. También la sobrina de la M. de Rosen, la Madre Marie-Anne-Sophie de Rottembourg, superiora desde 1738, tiene en gran estima la enseñanza del Padre de Caussade, y ella también guarda un gran nú- mero de cartas suyas de dirección. Estas cartas, con otras instrucciones y avisos del mismo autor, fueron coleccionadas y co- piadas varias veces. En 1740, el P. Caussade es destinado a Perpignan como rector del colegio jesui- ta, y al año siguiente publica sus Ins- tructions spirituelles. La obra sobre L'Abandon Mucho más tarde, en 1861, se publica- rán algunos escritos del padre de Caussade sobre el Abandono. En efecto, una colec- ción de cartas e instrucciones suyas dirigi- das a sus visitandinas en torno a este tema llega a las manos del eminente jesuita P. Henri Ramière (1821-1884), Director del Apostolado de la Oración y gran apóstol del Corazón de Jesús. Él es quien descubre con entusiasmo la calidad espiritual de estos es- critos, y su fuerza doctrinal frente a las ten- dencias quietistas y jansenistas. Es, pues, el P. Ramière quien reorganiza completamente ese conjunto de escritos, y los publica en París en 1861 con el título L'Abandon à la Providence divine envisagé comme le moyen le plus facile de santification; ouvrage inédit du R. P. J. Pierre Caussade. La obra alcanza gran éxito, y las visitandinas de Nancy le hacen llegar al P. Ramière otros dos cuadernos con 101 y 24 cartas más, de modo que éste, en la quinta edición del libro (1867), inte- gra todas ellas en el tratado sobre el Aban- dono que se hará clásico. Así fue como, bajo la docta pluma de Ramière, los antiguos escritos del padre de Caussade experimen- tan un gran número de añadidos aclaratorios, supresiones, glosas e introducciones. L'Abandon viene de este modo a hacer- se un clásico de la literatura espiritual mo- derna, y ha tenido muchas ediciones y tra- ducciones, también en el siglo XX, como puede verse al final en la Nota bibliográfi- ca. La presente edición El jesuita Michel Olphe-Galliard es uno de los mejores conocedores de Jean-Pierre de Caussade en nuestro tiempo, y después de haber publicado las Lettres spirituelles de éste, partiendo de ese trabajo, edita de

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1Jean-Pierre de Caussade

Jean-Pierre de Caussade, S.J.El abandono en la divina ProvidenciaFundación Gratis DatePamplona 2000

Introducción

El autorJean-Pierre de Caussade (1675-1751),

nacido en Quercy, ingresa en la Compañíade Jesús en Tolosa, en 1693, y a partir de1715 se dedica a la predicación y a la ense-ñanza, viviendo sucesivamente en varias re-sidencias. Entre 1729 y 1739 es asidua surelación con las religiosas de la Visitaciónde Nancy, y dirige su casa de ejercicios des-de 1733.

Varias de estas visitandinas reciben deCaussade un profundo influjo espiritual endirección espiritual y por carta, y todas ellasa través de frecuentes retiros comunitarios.Especialmente receptiva se muestra la su-periora, Madre Marie-Anne-Thérèse deRosen, que reúne muchas cartas espiritua-les del Padre. También la sobrina de la M.de Rosen, la Madre Marie-Anne-Sophie deRottembourg, superiora desde 1738, tieneen gran estima la enseñanza del Padre deCaussade, y ella también guarda un gran nú-mero de cartas suyas de dirección. Estascartas, con otras instrucciones y avisos delmismo autor, fueron coleccionadas y co-piadas varias veces.

En 1740, el P. Caussade es destinado aPerpignan como rector del colegio jesui-

ta, y al año siguiente publica sus Ins-tructions spirituelles.

La obra sobre L'AbandonMucho más tarde, en 1861, se publica-

rán algunos escritos del padre de Caussadesobre el Abandono. En efecto, una colec-ción de cartas e instrucciones suyas dirigi-das a sus visitandinas en torno a este temallega a las manos del eminente jesuita P.Henri Ramière (1821-1884), Director delApostolado de la Oración y gran apóstol delCorazón de Jesús. Él es quien descubre conentusiasmo la calidad espiritual de estos es-critos, y su fuerza doctrinal frente a las ten-dencias quietistas y jansenistas.

Es, pues, el P. Ramière quien reorganizacompletamente ese conjunto de escritos,y los publica en París en 1861 con el títuloL'Abandon à la Providence divineenvisagé comme le moyen le plus facilede santification; ouvrage inédit du R. P.J. Pierre Caussade. La obra alcanza granéxito, y las visitandinas de Nancy le hacenllegar al P. Ramière otros dos cuadernoscon 101 y 24 cartas más, de modo que éste,en la quinta edición del libro (1867), inte-gra todas ellas en el tratado sobre el Aban-dono que se hará clásico. Así fue como, bajola docta pluma de Ramière, los antiguosescritos del padre de Caussade experimen-tan un gran número de añadidos aclaratorios,supresiones, glosas e introducciones.

L'Abandon viene de este modo a hacer-se un clásico de la literatura espiritual mo-derna, y ha tenido muchas ediciones y tra-ducciones, también en el siglo XX, comopuede verse al final en la Nota bibliográfi-ca.

La presente ediciónEl jesuita Michel Olphe-Galliard es uno

de los mejores conocedores de Jean-Pierrede Caussade en nuestro tiempo, y despuésde haber publicado las Lettres spirituellesde éste, partiendo de ese trabajo, edita de

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nuevo L'Abandon à la Pro-vidence divine(Desclée de Brouwer, París 1962, 324 pgs.;ib. 1966, 151 pgs.). En estas ediciones noreproduce ya el texto retocado por Ramière,sino que se limita a publicar los auténticosescritos del padre de Caussade sobre elabandono.

Pues bien, de esta última edición de losescritos originales de Caussade sobre elAbandono (1966) hemos realizado la tra-ducción que aquí ofrecemos. Sólo nos he-mos permitido introducir en el texto unossubtítulos que faciliten su lectura, y hemosañadido también entre corchetes las refe-rencias de los lugares citados en el texto,bíblicos casi todos. Buena parte de estasreferencias se incluyen ya en la edición deOlphe-Galliard.

Una obra imperfectaEl Abandono del P. de Caussade es sin

duda una obra in-perfecta, ante todo, por-que se trata principalmente de un conjuntode cartas ocasionales de dirección espiri-tual o de fragmentos de instrucciones. Estoimplica inevitablemente un gran desordenen la exposición de las ideas, una falta deprecisión teológica en ciertas expresiones–normal en un género íntimo y epistolar–,y también un cierto énfasis ocasional y li-terario, que no siempre guarda del todo laarmonía propia de una verdad espiritualcompleta.

Pero la mayor imperfección, también de-bida a las causas señaladas, viene constituidapor las frecuentes reiteraciones. La obra, enefecto, es una serie de «variaciones sobre unmismo tema», el tema precioso del aban-dono en la acción divina provi-dente. Po-dría asemejarse al Bolero de Maurice Ravel,donde un mismo tema melódico se repite unay otra vez a lo largo de la obra, con maravi-llosas variaciones tímbricas y rítmicas de laorquesta.

Una obra genialA pesar de estas imperfecciones, en cier-

to modo necesarias, el Abandono del Pa-dre de Caussade es un obra genial. No sig-nifica esto que sea absolutamente original;si así lo fuera, sería ajena a la mejor tradi-ción espiritual cristiana, y por tanto falsa.No, la espiritualidad del abandono, muy alcontrario, tiene innumerables precedentes.En realidad, el tema del abandono espiri-tual, aunque expresado con otros términos,está presente en toda la historia de la espi-ritualidad cristiana, desde su inicio.

Si buscamos los precedentes más próxi-mos al abandono de Caussade, habremosde recordar, por ejemplo, la indiferenciaespiritual de San Ignacio de Lo-yola (1491-1556, «Ejercicios espirituales» 16, 23,234); la conformidad con la voluntad deDios, enseñada por el jesuita AlonsoRodríguez (1526-1616, «Ejercicio de per-fección», I, cp. 8) y por tantos otros auto-res; el abandono confiado de San Francis-co de Sales (1567-1622, «Traité de l'Amourde Dieu», lib. 8-9); o el notable «Discourssur l'acte d'aban-don à Dieu», de Bossuet(1627-1704).

Parece cierto, sin embargo, que el Padrede Caussade, por especial don de Dios, havivido personalmente y ha expresado congenial elocuencia la santificación diariadel momento presente, la fuerza santi-ficante de las pequeñas cosas de cadadía, en las que la fe ha de captar continua-mente la ordenación bondadosa de la Pro-videncia divina.

El mismo de Caussade se confiesa mi-sionero de la voluntad divina: «Dios mío,yo quiero con toda mi alma ser misionerode tu santa voluntad, y enseñarle a todo elmundo que no hay cosa tan fácil, tan co-mún y tan al alcance de todos como la san-tidad». Basta para alcanzar ésta vivir fiel-mente las pequeñas cosas de la vida diaria,cumpliendo bien los deberes del propio es-

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tado, sea el que fuere, y mantener siemprey en toda circunstancia, con la gracia deDios, un fiat permanente a la voluntad divi-na.

A partir de la publicación, en 1861, delAbandono del P. de Caussade, el espíritude esta obra, e incluso no pocas de sus ex-presiones e imágenes concretas, reapare-cen una y otra vez en muchos autores espi-rituales, sobre todo de la tradición france-sa. Hallamos, por ejemplo, su indudableinflujo, directo o indirecto, en la infanciaespiritual, es decir, en el caminito de San-ta Teresa del Niño Jesús (1873-1897), enel santo abandono del cisterciense VitalLehodey (1857-1948), o en el precioso li-bro La Providen-ce et la confiance enDieu: fidélité et abandon (1953), del do-minico Réginald Garrigou-Lagrange.

Algunos avisosCon mucha alegría, pues, ofrecemos aho-

ra una nueva edición del Abandono del pa-dre de Caussade. Y lo hacemos sin reservaalguna, seguros de que los lectores actua-les están muy lejos de verse tentados a errorpor las imprecisiones que puedan darse enesta obra.

El autor, es cierto, de tal modo enfatizaen estos textos la fuerza santificante delmomento presente que en algunas páginasapenas alude al tema del discernimiento,como si el momento presente expresarasiempre de modo inequívoco la moción degracia que Dios ofrece con él. Tampoco dicecasi nada, por ejemplo, de la Eucaristía yde los sacramentos, como clave decisiva detoda la santificación cristiana, o de la im-portancia de la pobreza, de la mortificación,de la fidelidad a una regla de vida o de laperseverancia en ciertas prácticas religio-sas.

Cuando este autor, en fin, ensalza tantola fuerza santificadora del momento pre-sente, tenga éste la forma que tenga, podríatambién malentenderse su enseñanza, como

si en orden a la santidad viniera a dar lomismo pobreza o riqueza, vivir de este modoo de tal otro. Pero él sabe bien que la con-versión cristiana, bajo la acción del Espí-ritu Santo, implica renovaciones no sólointeriores, en el corazón, sino también ex-teriores, en los modos de vida, y que a ve-ces estas renovaciones han de ser muy gran-des: «vino nuevo en odres nuevos» (Mt9,17). Sin ellas se puede echar a perder lavida interior.

Muchas de las objeciones que se puedenhacer –y se han hecho– a de Caus-sade hande resolverse alegando que él da por su-puestas muchas cuestiones ascéticas pro-pias de una vida espiritual incipiente,pues sus escritos van dirigidos a personasde vida espiritual avanzada. Notemos, porejemplo, que tampoco en San Juan de laCruz la vida litúrgica y sacra-mental es pre-sentada con frecuencia en sus obras mayo-res como la clave de toda conversión devida, sin que por eso el Santo Doctor igno-re esta verdad. Simplemente, un escritor ha-bla de lo que está tratando, sin que por esoniegue intencional-mente o menosprecienecesariamente lo que silencia.

Otras veces de Caussade, llevado por suimpulso literario, encarece en gran medidala lectura del Libro de la Vida diaria, recor-dando escasamente que sin la Sagrada Es-critura y los libros espirituales apenas esposible entender nada del libro diario queel Espíritu Santo escribe en nosotros. Perose trata sólo de contraposiciones retóricas,literarias, expresadas en un género episto-lar exhortativo.

Por otra parte, aunque de Caussade digacon cierta frecuencia que la acción divinanecesita encontrar corazones sencillospara realizar su obra, es claro que, hablan-do de Dios, se trata de expresionesantropomórficas, que han de ser bien en-tendidas. El autor sabe perfectamente quetoda la buena voluntad que Dios encuentra

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Prefacio

[El breve prefacio que sigue, según Olphe-Galliard, parece haber sido escrito por la MadreMarie-Anne-Sophie de Rottembourg, para presen-tar el manuscrito que, por iniciativa suya, compu-so hacia 1740 su tía, la Madre Marie-Anne-Thérè-se de Rosen (+1747)].

Esta breve obra se compone de cartasescritas por un eclesiástico a la superiorade una comunidad religiosa. En ella se veclaro que el autor fue un hombre espiritual,interior y gran amigo de Dios. Él descubreen sus cartas, aquí abreviadas a veces, elverdadero método, el más corto y real-mente el único para llegar a Dios.

Feliz aquél que reciba fielmente estaslecciones. Los pecadores encontraráncómo redimir sus pecados, expiando lasacciones cumplidas por su propia voluntad,por la adhesión única a la voluntad de Dios.Y los justos comprobarán que, con muypoco esfuerzo y trabajo en sus ocupacio-nes y quehaceres, podrán llegar muy pron-to a un alto grado de perfección y a unaeminente santidad.

No es otro el fin que aquí se pretende sinola mayor gloria de Dios y la santificacióndel lector.

[Las páginas que siguen son ya textos escritospor el padre Jean-Pierre de Caussade].

en el hombre procede de Su gracia previa,ha sido causada por ella, y que Él, propia-mente, no necesita hallar en la persona nadaprecedente a su gracia para poder conce-derle sus dones. Precisamente, la primacíade la gracia –total, continua, universal– esuna de las verdades más claramente expues-tas por de Caussade.

Todos estas insuficiencias de la presenteobra son perfectamente explicables si te-nemos en cuenta que se trata de un conjun-to ocasional de cartas y de instruccionesdadas por el autor sobre el tema concretodel abandono.

Entre ya, pues, el lector en los escritosdel padre de Caussade sobre el Abandonoen la Providencia divina. Por sí mismocomprobará que este religioso ejemplar,como Santa Teresa, nunca habla sino de loque él mismo ha experimentado profunda-mente en sí y en otros. Y en muchas de laspáginas que siguen hallará luces tan verdade-ras y tan bellas que solamente pueden proce-der del Espíritu Santo.

José María Iraburu

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Capítulo I

Cómo Dios nos hablay cómo debemos escucharle

Dios habla hoy como ayerDios nos sigue hablando hoy como ha-

blaba en otros tiempos a nuestros padres,cuando no había ni directores espiritualesni métodos. El cumplimiento de las órde-nes de Dios constituía toda su espirituali-dad. Ésta no se reducía a un arte que nece-sitase explicarse de un modo sublime ydetallado, y en el que hubiese tantos pre-ceptos, instrucciones y máximas, comoparece exigen hoy nuestras actuales nece-sidades. No sucedía a así en los primerostiempos, en que había más rectitud y senci-llez.

Entonces se sabía únicamente que cadainstante trae consigo un deber, que es pre-ciso cumplir con fidelidad, y esto era sufi-ciente para los hombres espirituales de en-tonces. Fija su atención en el deber de cadainstante, se asemejaban a la aguja que mar-ca las horas, correspondiendo en cada mi-nuto al espacio que debe recorrer. Sus es-píritus, movidos sin cesar por el impulsodivino, se volvían fácilmente hacia el nue-vo objeto que Dios les presentaba en cadahora del día.

María, abandonada en DiosÉstos eran los ocultos medios de la con-

ducta de María, la más simple de todas lascriaturas y la más abandonada a Dios. Larespuesta que dio al ángel, contentándosecon decirle: Hágase en mí según tu pala-

bra [Lc 1,38], sintetiza toda la teologíamística de sus antepasados. Entonces comoahora, todo se reducía al más puro y senci-llo abandono del alma a la voluntad de Dios,bajo cualquier forma que se presentase.Esta disposición, tan alta y bella, que cons-tituía el fondo del alma de María, brilla ad-mirablemente en estas sencillísimas pala-bras: Fiat mihi. Es la misma exactamenteque aquellas otras que nuestro Señor quie-re que tengamos siempre en nuestro cora-zón y en nuestros labios: Hágase tu volun-tad [Mt 6,10].

Es verdad que lo que se exige de Maríaen este solemne instante es gloriosísimopara ella; pero todo el brillo de esta gloriano la deslumbra: es solamente la voluntadde Dios la que mueve su corazón.

Esta voluntad de Dios es la regla únicaque María sigue y que en todo ve. Sus ocu-paciones todas, sean comunes o elevadas,no son a sus ojos más que sombras, más omenos brillantes, en las que encuentra siem-pre e igualmente con qué glorificar a Dios,reconociendo en todo la mano del Omni-potente. Su espíritu, lleno de alegría, miratodo lo que debe hacer o padecer en cadamomento como un don de la mano de Aquélque llena de bienes un corazón que no sealimenta sino de Él, y no de sus criaturas.

La virtud del Altísimo la cubrirá con susombra [+Lc 1,35], y esta sombra no essino lo que cada momento presenta en for-ma de deberes, atracciones y cruces. Lassombras, en efecto, en el orden de la natu-raleza, se esparcen sobre los objetos sen-sibles, como velos que los ocultan. Y delmismo modo, en el orden moral y sobre-natural, bajo sus oscuras apariencias, encu-bren la verdad de la voluntad divina, la úni-ca realidad que merece nuestra atención.

Así es como María se encuentra siempredispuesta. Y esas sombras, deslizándosesobre sus facultades, muy lejos de produ-

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cirle ilusiones vanas, llena su fe de Aquélque es siempre el mismo. Retírate ya, ar-cángel, que eres también una sombra. Pasótu instante y desapareces. María sigue y vasiempre adelante, y tú ya estás muy lejos.Pero el Espíritu Santo, que bajo el aspectosensible de esa misión ha entrado en ella,ya nunca la abandonará.

Casi no vemos rasgo alguno extraordina-rio en el exterior de la santísima Virgen.No es, al menos, eso lo que la Escriturasubraya. Su vida es presentada como algomuy simple y común en lo exterior. Ellahace y sufre lo que hacen y sufren las per-sonas de su condición. Visita a su prima Isa-bel, como lo hacen los demás parientes.María va a inscribirse a Belén, con otrosmás. Su pobreza la obliga a retirarse a unestablo. Vuelve a Nazaret, de donde la ale-jara la persecución de Herodes; y vive conJesús y José, que trabajan para procurarseel pan cotidiano.

Dejémonos llevar por Diosen cada instante

Pero ¿de qué pan se alimenta la fe deMaría y de José, cuál es el sacramento detodos sus momentos sagrados? ¿Qué sedescubre bajo la apariencia común de losacontecimientos que los llenan? Lo que allísucede es visible, es lo que ordinariamentevemos en todos los hombres; pero lo invi-sible que la fe allí descubre y reconoce esnada menos que el mismo Dios realizan-do obras grandes [Lc 1,49].

¡Oh Pan de los ángeles, maná celeste,perla evangélica, sacramento del momentopresente! Tú nos das al mismo Dios bajolas apariencias tan viles del estable y lacuna, la paja y el heno... ¿Pero a quién se lodas? A los hambrientos los colma de bie-nes [1,53]. Dios se revela a los pequeñosen las cosas más pequeñas; y los grandes,que solo miran la apariencia, no le recono-cen, no lo descubren ni aun en las grandes.

¿Hay algún modo secreto para encontrareste tesoro, este grano de mostaza, estadracma? En absoluto. Es un tesoro que estáen todas partes, y que se ofrece a nosotrosen todo tiempo y lugar. Como Dios, las cria-turas todas, amigas y enemigas, lo derra-man a manos llenas, y lo hacen fluir portodas las facultades de nuestro cuerpo ypotencias de nuestra alma, hasta el centromismo del corazón. Abramos, pues, nues-tra boca, y nos será llenada. Sí, la accióndivina inunda el universo, penetra y envuel-ve todas las criaturas, y en cualquier parteque estén ellas, ella está, las adelanta, lasacompaña, las sigue. Lo único que hay quehacer es dejar llevar por su impulso.

Es camino para todosQuiera Dios que los reyes y sus minis-

tros, los príncipes de la Iglesia y del mun-do, sacerdotes, soldados, ciudadanos, to-dos, en una palabra, se convenzan de la fa-cilidad con que pueden llegar a una santi-dad eminente. Para conseguirla sólo es ne-cesario cumplir fielmente con los senci-llos deberes del cristianismo y del propioestado, abrazar con paciencia las cruces queéstos traen consigo, someterse a los desig-nios de la Providencia, cumpliendo ince-santemente todo cuanto el presente nosofrezca para hacer o padecer.

Ésta es toda la espiritualidad que santifi-có a los Patriarcas y Profetas, cuando to-davía no existían tantos métodos y maes-tros. Ésta es la espiritualidad de todas lasedades y de todo estado, que ciertamenteno pueden santificarse de un modo más alto,más extraordinario, y al mismo tiempo, másfácil: la práctica sencilla de aquello queDios, único director de las almas, les da encada momento para hacer o sufrir, al mis-mo tiempo que se obedecen las leyes de laIglesia o las del príncipe.

Si se viviera así, los mismos sacerdotesapenas serían necesarios, más que para los

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sacramentos. Las demás cosas, sin ellos,resultarían santificantes en todos y en cadauno de los momentos. Y esas almas senci-llas, que no se cansan de consultar sobrelos medios para ir a Dios, se verían libera-das de fardos pesados y peligrosos, queaquellos que disfrutan gobernándolas lesimponen sin necesidad.

Capítulo II

Modo de actuar en el estadode abandono y pasividad,

y antes de que se haya llegado a él

Estado activo y estado pasivoHay un tiempo en que el alma vive en

Dios, y otro en que Dios vive en el alma. Ylo que es propio de uno de estos tiempos,es contrario al otro. Cuando Dios vive enel alma, ésta debe abandonarse totalmentea su providencia. Cuando el alma vive enDios, debe proveerse con mucha solicitudy regularidad de todos los medios de losque puede aprovecharse para llegar a esaunión con Dios. En efecto, todos sus ca-minos están trazados, sus lecturas, sus asun-tos todos. Su guía está a su lado, y todo estáregulado, hasta las horas de hablar.

Tiempo del abandonoPero cuando Dios vive en el alma, ella

no ha de hacer nada desde sí misma, sinoaquello que le es dado hacer en cada mo-mento movida por el principio que la ani-ma. Ya no hay provisiones, ni caminos tra-

zados. Es como un niño a quien se llevadonde se quiere, y que se limita a ver lascosas que se le van presentando. No hay yalibros señalados para esta persona. No ra-ras veces se ve privada de director espiri-tual, y Dios las deja sin otro apoyo que Élmismo. Permanece así en la tiniebla y elolvido, el abandono, la muerte y la nada.

Esta persona experimenta sus necesida-des y miserias sin saber por dónde ni cuán-do le verá el auxilio. Simplemente, esperaen paz y sin inquietud que le venga la asis-tencia, puestos sólo en el cielo los ojos desu esperanza. Dios, que en esta esposa suyano halla ninguna disposición más pura queesta total dimisión de todo lo que ella es,para solamente ser por gracia y por accióndivina, le proporciona oportunamente li-bros y pensamientos, proyectos y avisos,consejos y ejemplos de sabiduría. Todo loque las otras almas encuentra con su esfuer-zo, ésta lo recibe en su abandono. Todo loque las otras guardan con precaución, pararetomarlo cuando les convenga, ella lo re-cibe en el momento en que lo necesita, ad-mitiendo precisamente sólo aquello queDios tiene a bien darle, para así vivir sola-mente de Él.

Las otras almas emprenden para la gloriade Dios un sin fin de cosas, pero ésta a ve-ces está en un rincón del mundo, como losrestos de un vasija rota, que yo se sirva paranada. El alma que se ve en tal estado, des-prendida de las criaturas, pero gozando deDios por un amor muy real, muy verdade-ro, muy activo, aunque infuso, en el repo-so, no se inclina a ninguna cosa por su pro-pio deseo. Ella solamente sabe dejarse lle-nar por Dios, y ponerse en sus manos paraservirle de la manera que Él disponga.

Muchas veces ignora para qué sirve, peroDios lo sabe bien. Quizá los hombres laestimen inútil, y las apariencias apoyan estejuicio; pero la verdad es que, por medios ysecretos y canales desconocidos, ella di-

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funde una infinidad de gracias sobre perso-nas que muchas veces la ignoran y en las queella tampoco piensa.

Es ya Dios quien obra en el almaEn esta almas solitarias, todo es efica-

cia, todo predica, todo es apostólico. Diosda a su silencio, a su reposo, a su olvido, asu desprendimiento, a sus palabras, a susgestos, una cierta virtud que opera sin ellassaberlo en las almas. Y como estas almasson dirigidas por las acciones ocasionalesde mil criaturas, de las que se sirve la gra-cia para instruirles sin que ellas de den cuen-ta, así también sirven ellas de confortacióny de dirección a no pocas almas, sin queexista para ello ninguna vinculación o rela-ción expresa.

Es Dios quien obra en estas almas, peropor movimientos imprevistos y muchas ve-ces desconocidos, de manera que son comoJesús, del que manaba una virtud que cu-raba a otros [Lc 6,19]. La diferencia estáen que ellas no sienten la irradiación de esavirtud, a la que no contribuyen por una co-operación activa; son, más bien, como unbálsamo oculto, cuyo perfume se siente sinconocerlo, y que él mismo se ignora.

El estado espiritual que describo se pa-rece sobre todo al estado de Jesús, de lasantísima Virgen y de San José.

Voluntad divina ya expresaday voluntad divina providente

Se trata de una plena dependencia respec-to a lo que Dios quiera y de una pasividadcontinua para ser y para obrar, según la li-bre voluntad de Dios. Y aquí es preciso des-tacar que ésta es una voluntad desconocida,imprevisible, fortuita o, por así decirlo,casual. Yo le llamaría una voluntad de puraprovidencia, para distinguirla de aquellavoluntad que señala obligaciones preci-sas, de las que nadie puede dispensarse.

Pues bien, dejando aparte esta voluntadseñalada y precisa, digo que estas almas a

las que me refiero viven pendientes de esaotra que yo llamo de pura providencia. Yasí sucede que su vida, aunque muy extraor-dinaria, no ofrece sin embargo nada que nosea muy común y ordinario. Son personasque cumplen sus deberes religiosos y losde su estado, lo mismo que aparentementevienen haciendo los demás.

Almas llevadas por Dios providenteObservadles con atención, y no aprecia-

réis nada impresionante, ni especial. Todasellas viven el curso de los acontecimien-tos ordinarios, y aquello que podría distin-guirlas no resulta asequible a los sentidos.Lo que parece representar todo para ellases esa dependencia continua que mantienenrespecto de la voluntad de Dios. Esta vo-luntad de pura providencia las hace siem-pre señoras de sí misas, por la continua su-misión de su corazón. Y se que cooperenellas expresamente o que obedezcan sinadvertirlo, están sirviendo para el bien delas almas.

No hay honores ni salarios para un servi-cio que, a los ojos del mundo, cumplen es-tas almas en la mayor desnudez e inutili-dad. Libres, por su situación, de casi todaslas obligaciones exteriores, estas almas sonpoco aptas para el trato mundano o para losnegocios, lo mismo que para las reflexio-nes o conductas complicadas. No es fácilservirse de ellas para nada, y más bien danla imagen de personas débiles de cuerpo yde espíritu, de imaginación y de pasiones.No se les ocurre nada, no piensan en nada,no preven nada, no se toman a pecho nada.Son, por decirlo así, muy bastas, y no se veen ellas el adorno que la cultura, el estudioy la reflexión dan al hombre. Se ve en ellaslo que la naturaleza muestra en los niñosque no han recibido aún formación algunade sus maestros. Son en ellas patentes cier-tos pequeños defectos, de los que no sonmás culpables que esos niños sin forma-ción, pero que chocan más vistos en ellas

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que en éstos. Y es que Dios despoja a estasalmas de todo, menos de la inocencia, paraque no tengan nada sino a Él mismo.

Parecen despreciables e inútilesEl mundo, que ignora este misterio, y que

sólo juzga por las apariencias, no encuen-tra en estas almas absolutamente nada delo que él le agrada y estima. Las rechaza ydesprecia. Más aún, vienen a hacerse pie-dras de escándalo para todos. Cuanto másse las conoce, menos se entienden y másoposición suscitan. En realidad, no se sabequé decir o pensar de ellas. Hay algo, sinembargo, no se sabe qué, que habla a su fa-vor. Pero en lugar de seguir este instinto, oal menos en lugar de suspender el juicio,se prefiere seguir la malignidad. Y así seespía sus acciones con mala intención, y lomismo que los fariseos reprobaban las ma-neras de Jesús, se mira a estas almas conprejuicios negativos, que todo lo hacen pa-recer ridículo o culpable.

Y a esto se junta que estas pobres almasse ven a sí mismas como inferiores. Uni-das simplemente a Dios por la fe y el amor,todo lo sensible que ven en sí mismas lesparece un desorden. Y eso les previene aúnmás contra sí mismas, cuando se comparancon quien pasan por santos, personas biencapaces de sujetarse a reglas y métodos,que en toda su personas y sus acciones danun testimonio de vida ordenada. Entonces,la vista de sí mismas les llena de confusióny les resulta insoportable.

De ahí nacen así, del fondo de su cora-zón, suspiros y gemidos amargos, que noexpresan sino ese exceso de dolor y deaflicción que les abruma. Acordémonos deque Jesús era Dios y hombre al mismo tiem-po; él estaba aniquilado como hombre, ycomo Dios, lleno de gloria. Estas almas,sin participar de su gloria, sienten sólo esasaniquilaciones que en ellas producen sus

tristes y dolorosas apariencias. A los ojosdel mundo vienen a ser lo que era Jesús alos ojos de Herodes y de su corte.

De todo esto, me parece, es fácil con-cluir que estas almas de abandono no pue-den, al contrario de las otras, ocuparse endeseos, búsquedas, cuidados, ni tampocovincularse a ciertas personas o actividades,ni sujetarse a ciertos métodos o planes bienconcertados para hablar, obrar o leer. Todoesto supondría que estaban en condicionesde disponer de sí mismas; pero todo esoviene excluido por el mismo estado deabandono en el que se encuentran.

Desasidas y entregadas a DiosEn este estado –es un estado de vida–, la

persona está en Dios por una cesión plenay completa de todos sus derechos sobre símisma, sobre sus palabras y acciones, pen-samientos y proyectos, sobre el empleo desu tiempo y sobre todas las relaciones quepueda tener. Solamente permanece un solodeber que cumplir: tener siempre los ojosfijos sobre el Señor que se ha dado, y man-tenerse siempre a la escucha, para adivinary captar su voluntad, ejecutándola al instan-te. Ningún ejemplo mejor que el de un ser-vidor que no está junto a su señor sino paraobedecer a cada instante todas las órdenesque le pueda dar, y que de ningún modo estápara emplear su tiempo en gestionar suspropios asuntos, que debe abandonar, parapermanecer al servicio de su Señor en todomomento.

De este modo, estas almas de las que ha-blamos son, por su estado, solitarias y li-bres, desasidas de todo, para contentarsecon amar en paz a Dios, que las posee, ycon cumplir fielmente el deber presente,según la voluntad expresada por Dios, sinpermitirse ninguna reflexión, ni andar dan-do vueltas para examinar consecuencias,causas o motivos. Ha de bastarles ir ade-lante cumpliendo con sencillez sus debe-res, como si no hubiera en el mundo otra

10 El abandono en la divina Providencia

cosa que Dios y esta apremiante obligación.

El momento presenteEl momento presente es, pues, como un

desierto, donde el alma sencilla sólo ve aDios, y de Él goza, sin ocuparse de nadamás que de lo que Él quiera de ella: todo lodemás queda a un lado, olvidado, abando-nado a la Providencia. Esta alma, como uninstrumento, no recibe ni hace sino en lamedida en que la acción íntima de Dios laocupa pasivamente en ella misma o la apli-ca a lo exterior. Y esta dedicación a lo ex-terior va acompañada por su parte con unacooperación libre y activa, aunque infusa ymística. Dios, por tanto, contento de subuena disposición y hallando en ella cuan-to es preciso para que actúe en cuanto Él loordene, le ahorra trabajos, dándole aquelloque de otra manera hubiera sido fruto desus esfuerzos y del ejercicio de su buenavoluntad.

Caminando bajo la guía de un amigoEs como si alguien, viendo que un amigo

va a hacer un viaje, para ayudarle, penetraseal punto en este amigo, y bajo su aparien-cia, hiciese el camino por su propia activi-dad, de tal modo que a este amigo no lequedara sino la voluntad de andar, mientrasiba caminando llevado por este ajeno im-pulso. Este caminar sería libre, puesto quesería efecto de la determinación libre delamigo que así era ayudado; sería activo, yaque se trataría de un caminar real; sería in-fuso, pues se realizaría sin acción propia; ysería místico, puesto que su principio per-manecería oculto.

En todo caso, para explicar la clase decooperación que se da en esta marcha ima-ginaria, adviértase que es completamentediversa del cumplimiento que ese amigohace de sus obligaciones. Aquí la acción porla que las cumple no es mística ni infusa,sino libre y activa, como se comprendeobviamente. Y así, en la obediencia a la vo-

luntad de Dios que se da en el abandono yla pasividad, el alma no pone nada de su par-te, fuera de su habitual buena voluntad ge-neral, que quiero todo y no quiere nada, esdecir, que se hace un instrumento sin ac-ción propia desde el momento en que sepone en manos del obrero. Por el contra-rio, la obediencia que se presta a la volun-tad de Dios manifestada y determinada seproduce en un estado común de adverten-cia, de solicitud atenta, de prudencia y dis-creción, según que la gracia actúe sensible-mente o deje a la persona en sus esfuerzosordinarios.

Vía pura y sencillaEn el abandono, pues, el alma deja que

Dios actúe en todo lo demás, guardándosesólo para sí el amor y la obediencia al de-ber presente, pues en esto el alma actuarásiempre. Este amor del alma, infuso en elsilencio, es una verdadera acción, a la queella se obliga perpetuamente. Debe, enefecto, conservarla sin cesar y mantenersecontinuamente en estas disposiciones enque el deber la pone, lo cual el alma no pue-de hacer, evidentemente, sin actuar. Y asíesta obediencia al deber presente es al mis-mo tiempo una acción por la que ella seconsagra entera a la voluntad exterior deDios, sin esperar nada extraordinario.

Ésta es, pues, la regla, el método, la ley,la vía pura, sencilla y segura de esta alma:una ley invariable, que está vigente en todotiempo, lugar y circunstancia de vida. Es unalínea recta, por la que el alma camina va-liente y fielmente, sin desviarse a derechao a izquierda, y sin ocuparse de otra cosa. Ytodo lo que vaya más allá de esto es recibi-do por ella pasivamente y realizado en elabandono. Es decir, es activa en todo lo queviene prescrito por el deber presente, y es,en cambio, pasiva y abandonada en todolo demás, en lo que no hace nada por símisma, sino acoger en paz la moción divi-na.

11Jean-Pierre de Caussade

No hay camino espiritual que sea másseguro que esta sencilla vía, ni que sea tanclaro y fácil, tan amable y tan libre de erro-res e ilusiones. La persona ama a Dios, cum-ple sus deberes cristianos, frecuenta lossacramentos, practica las obras exterioresde religión que obligan a todos, obedece asus superiores, cumple sus deberes de es-tado, resiste continuamente las tentacionesde la carne, la sangre y el demonio. Nadie,en efecto, es más atento y vigilante paracumplir con sus obligaciones que las almasque van por esta vía.

No faltan contradictoresY si ésta es la verdad, ¿cómo es posible

que tantas veces sean objeto de contradic-ción? Una de las contradicciones que másfrecuentemente han de sufrir consiste enque, después de que han cumplido con loque los doctores más estrictos exigen detodos los cristianos, todavía se pretendeimponerles ciertas prácticas enojosas, a lasque la Iglesia no obliga en modo alguno. Ysi ellas se resisten, son acusadas de espiri-tualidad ilusoria.

Pero analicemos el asunto. Si un cristia-no se limita a los mandamientos de Dios yde la Iglesia, y en todo lo demás, sin medi-taciones y contemplaciones, sin lecturas nidirección espiritual, se entrega al tratomundano o a otros asuntos de la vida civil¿puede decirse que va descaminado? A na-die se le ocurre ni remotamente acusarlede ello. Pues bien, comprendamos quemientras no se moleste para nada al cris-tiano que acabo de describir, es de justiciano inquietar a esta alma que, no solamentecumple los preceptos como aquél, e inclu-so mejor, sino que añade prácticas interio-res y exteriores de piedad, que el otro nisiquiera conoce o, si las conoce, las miracon indiferencia.

A pesar de todo, el prejuicio llega a afir-mar que esta alma se engaña, se equivoca,pues después de someterse a todo lo que la

Iglesia prescribe, se considera libre paraentregarse sin trabas a los íntimos impul-sos de Dios, y para seguir las mociones desu gracia en todos los momentos en los queno se ve expresamente obligada a nada con-creto. En una palabra, se le condena porquese dedica a amar a Dios en el tiempo queotros dedican al juego o a sus asuntos mun-danos. ¿No es esto una injusticia manifies-ta?

Es preciso insistir en ello. Si uno se man-tiene en el nivel y estilo comunes, aunquesólo se confiese una vez al año, nadie tienenada que decir, y se le deja vivir en paz, con-tentándose eventualmente con exhortarle aalgo más, eso sí, sin presionarle demasia-do y sin hacérselo sentir como una obliga-ción. Ahora bien, si alguno se sale de lacostumbre común, enseguida se le abrumacon normas, reglas y métodos. Y si él nopasa por ello, y no acepta lo que el arte dela piedad ha establecido, o si no lo observacon constancia, la cosa es clara: todos te-men por él, y su camino resulta claramentesospechoso. Ahora bien, ¿no es cosa sabi-da que todas las prácticas, por buenas y san-tas que sean, no son, después de todo, sinocaminos que conducen a la unión con Dios?¿Para que, pues, ha de ejercitarse en ellasaquél que no está ya en el camino, sino enla meta?

Todo esto, sin embargo, se le exige a estaalma, que se supone víctima de engañosasilusiones. En realidad ella hizo el caminocomo los demás, siguiendo al principio fiel-mente todas las prácticas normales. Peroahora van a esforzarse en vano quienes pre-tendan que siga sujeta a ellas. Una vez queDios, conmovido por los esfuerzos que ellahizo para avanzar con esos medios, ha ve-nido junto a ella, tomando a su cargo con-ducirla a la feliz unión; una vez que ella hallegado a esa hermosa zona, en la que sola-mente se respira el abandono, y en dondecomienza a poseerse a Dios por el amor;

12 El abandono en la divina Providencia

una vez, en fin, que Dios bondadoso, susti-tuyendo sus empeños y esfuerzos, se hahecho principio de su actividad, ya los pa-sados métodos han perdido para ella todasu utilidad, y no son más que un camino yarecorrido, que quedó atrás. Exigirle, pues,al alma que vuelva a adoptar aquellos mé-todos o que continúe siguiéndolos, equiva-le a pretender que abandone el término alque llegó, para volver al camino que a él lecondujo.

Perseverando en la pazSon pretensiones y esfuerzos vanos. Si

esta alma tiene algo de experiencia, no seafectará en nada al oír este griterío, y per-manecerá sin turbación ni inquietud algunaen esa paz tan íntima, en la que con tantofruto se ejercita su amor. En ese centro esdonde hallará su descanso o, si se quiere,ahí encontrará la línea recta trazada por elmismo Dios, la que ella seguirá siempre.Avanzará continuamente por ella, y en cadamomento todos sus deberes le serán mar-cados siguiendo la dirección de esta línea.A medida que se vayan éstos presentando,ella los cumplirá sin vacilaciones y sin pri-sas. Y en todo lo demás guardará una abso-luta libertad, siempre pronta a obedecer lasmociones de la gracia en cuanto las sienta,abandonándose así al cuidado de la Provi-dencia.

Dirección espiritualPor lo demás, esta alma necesita menos

que otras la dirección espiritual, pues noha llegado donde está sino por medio demuy expertos y excelentes directores, y esalgo providencial que ahora se quede sinayuda, cuando el que tenía está lejos o mu-rió.

Incluso en este caso está dispuesta a de-jarse guiar, y espera con paz el momentode la acción de la Providencia, sin pensarya después en ello. De vez en cuando, eneste tiempo de privación, encontrará per-

sonas, sin conocerlas ni saber de dónde pro-vienen, por las que sentirá una secreta con-fianza que Dios le inspira. Él quiere servir-se de ellas como de una señal, por la quecomunicarle alguna luz, aunque sólo seapasajera. El alma, entonces, consulta y si-gue con toda docilidad los consejos querecibe. Pero cuando faltan estas ayudas,guarda fidelidad a las orientaciones que lefueron dadas por su primer director. Y asíestá siempre muy dirigida, bien por los an-tiguos consejos recibidos hace tiempo, obien por estos avisos ocasionales. A éstosse atienen ellas hasta que Dios les dé al-guien a quien puedan confiarse por com-pleto, o hasta que se los lleve de este mun-do, después de que ellas hayan caminadoen el abandono bajo su guía.

Capítulo III

Disposicionespara el abandono y sus efectos

Docilidad a la voluntad de Dios¡Qué desasido hay que estar de todo lo

que se siente o se hace para caminar poresta vía, en la que sólo cuenta Dios y eldeber de cada momento! Todas las inten-ciones que vayan más allá de esto deben sereliminadas. Es preciso limitarse al momen-to presente, sin pensar en el precedente, nien el que va a seguir.

Guardando siempre a salvo, por supues-to, la ley de Dios, hay algo interior que teestá diciendo: «Me veo ahora inclinado a

13Jean-Pierre de Caussade

esa persona, a este libro, a recibir o a dartal advertencia, a presentar cierta queja, aabrirme a esa persona o a recibir sus confi-dencias, a dar tal cosa o a hacer tal otra».

Es preciso, entonces, seguir lo que sepresenta como moción de la gracia, sin apo-yarse ni un sólo momento en las propiasreflexiones, razonamientos o esfuerzos.Hay que tener presente todo esto, pero parael momento en que Dios venga, sin realizaropciones propias. Dios nos da su voluntad,ya que en este estado Él vive en nosotros.En efecto, la voluntad de Dios ha de ocuparaquí el lugar de todos nuestros apoyos or-dinarios.

Fidelidad a la gracia del momentoCada momento va urgiendo la acción de

cada una de las virtudes. Y el alma abando-nada responde con fidelidad en cada instan-te, de modo que aquello que ha leído o es-cuchado lo tiene tan presente, que el novi-cio más abnegado no cumple mejor que ellasus deberes. Eso lleva consigo, por ejem-plo, que estas almas son llevadas una vez aesta lectura, otra vez a otra, o bien a hacertal observación o cierta reflexión sobresucesos mínimos. En un momento concre-to, les da Dios aliciente para instruirse enuna doctrina, y en otro va a sostenerles enla práctica de la virtud.

En todas las cosas que van haciendo es-tas almas, no sienten sino la moción inte-rior para hacerlas, sin saber por qué. Todolo que podrían decir vendría a ser: «Mesiento inclinado a escribir, a leer, a pregun-tar, a mirar tal cosa. Sigo esta atracción, yDios, que me la da, pone en mis potenciasun fondo y una reserva de cosas particula-res, para ser en seguida el instrumento deotras inclinaciones, que me darán el uso deesa riqueza y reserva, para mi provecho yel de los demás».

Esto requiere que estas almas sean sen-cillas, dúctiles, ligeras y dóciles al menor

soplo de estos impulsos íntimos, casi im-perceptibles. Dios, que es su Señor, tienederecho a aplicarlas a todo lo que sea parasu gloria. Y si ellas pretenden resistir esasmociones, aferrándose a las reglas de vidapor las que se rigen las almas que avanzancon esfuerzo y modos propios, se privaríanasí de mil cosas necesarias para cumplir losdeberes de los días futuros.

ContradiccionesSucede, sin embargo, que como se igno-

ra esto, se les juzga, y se les censura por susimplicidad, y ellas, que no censuran a na-die, que aprueban todos los estados, y quesaben discernir perfectamente los gradosy progresos, se ven despreciadas por estosfalsos sabios, que no están en condicionesde gozar de esa dulce y cordial sumisión alas órdenes de la Providencia.

¿Aprobarían estos sabios mundanos aque-lla continua inestabilidad de los Apóstoles,que no les dejaba establecerse en ningunaparte? Ni siquiera los espirituales ordina-rios son capaces de sufrir a estas almas queviven así, pendientes en cada momento dela Providencia. Sólo algunas almas que soncomo ellas las aprueban, y Dios, que ins-truye a los hombres por medio de hombres,hace que aquellos que son sencillos y fie-les para abandonarse a Él, encuentren siem-pre algunas almas de esta naturaleza.

De guiarse a sí mismoa ser guiado por Dios

Hay un tiempo en el que quiere Dios serpor sí mismo la vida del alma, y perfeccio-narla directamente y de un modo secreto ydesconocido. Entonces, todas las ideas pro-pias, luces y maneras, búsquedas y razona-mientos, no son sino una fuente de ilusio-nes. Y cuando el alma, después de muchasexperiencias de desatinos debidos a susmodos propios, reconoce finalmente suinutilidad, se da cuenta de que el mismoDios ha ocultado y confundido todos los

14 El abandono en la divina Providencia

medios con el fin de hacerle encontrar lavida en Sí mismo.

Convencida, entonces, de que por sí mis-ma no es más que una pura nada, y de quetodo cuanto saque de su propio fondo sólole servirá de perjuicio, se abandona del todoa Dios, para no tener nada más que a Él, yvivir sólo de Él y para Él. Desde ese mo-mento es Dios para el alma una fuente devida, no por ideas, luces y reflexiones, quecomo he dicho, son sólo una fuente de ilu-siones, sino por la eficacia y la realidad delas gracias que derrama en ella, aunque ocul-tas bajo apariencias encubiertas.

Y aunque la obra divina es desconocidapara el alma, recibe sin embargo su virtudsubstancia y real a través de mil circuns-tancias, que al parecer sólo son para su rui-na.

No hay remedio para esta oscuridad, y espreciso abismarse en ella. Allí y en todaslas cosas Dios se le comunica por la fe. Elalma no es ya sino un ciego o, si se quiere,es como un enfermo que ignora la virtudde las medicinas, de las que sólo capta suamargura. Incluso con frecuencia tiene lasensación de que ellas más bien le van aproducir la muerte; y las crisis ydesfallecimientos que sufre parecen con-firmar sus temores. Y, sin embargo, es pre-cisamente en esta apariencia de muertedonde encuentra su salud, y sigue tomandolas medicinas, fiado en el médico que selas prescribe.

Antes el alma, por medio de ideas e ilu-minaciones, veía cuanto correspondía alplan concreto de su perfeccionamiento.Pero ya no es así ahora, cuando la perfec-ción se le comunica contra toda idea, luz osentimiento. Ahora se le da más bien a tra-vés de todas las cruces de la Providencia,por las actividades impuestas por los debe-res actuales, por ciertas atracciones en lasque no parece haber de bueno sino que enmodo alguno llevan al pecado, pero que

están todas ellas aparentemente muy lejosde los brillos sublimes y extraordinarios dela virtud. En estas cruces, que se sucedenuna tras otra, el mismo Dios, velado y ocul-to, se le comunica por su gracia de unamanera muy desconocida, pues el alma nosiente otra cosa que debilidad para llevar lacruz, disgusto por sus obligaciones, y susinclinaciones no le llevan sino hacia lasprácticas más comunes.

Un reproche continuoEn este estado, todo el ideal de la santi-

dad no es para ella más que un reprochecontinuo de sus bajas y despreciables dis-posiciones. Todos los libros de vidas desantos la condenan, sin que tenga medio paradefenderse. El alma ve una santidad lumi-nosa, que la desola, pues ya no siente en sífuerzas para elevarse a ella, y no capta supropia debilidad como ordenación divina,sino como simple cobardía. Y todas aque-llas personas que tenía como amigas y queapreciaba como distinguidas por sus virtu-des o por la lucidez de sus ideas la ven aho-ra con menosprecio. «¡Vaya santa!», co-mentan, y el alma, creyéndolo así, viéndo-se confusa por tantos esfuerzos inútiles quehace para elevarse de su bajeza, llena deoprobios, nada tiene que responder a lasacusaciones de los otros o de sí misma.

Pero Dios obra en el centro del almaSin embargo, siente el alma en sí una

fuerza fundamental que la centra en Dios, yescucha en su interior una voz que le ase-gura que todo irá bien, siempre que ella ledeje hacer a Dios y no viva sino de la fe.Como dice Jacob, «verdaderamente Diosestá aquí, y yo no lo sabía» [Gén 28,16].

Alma querida, tú andas buscando a Dios,y Él está en todas partes. Todo te lo revela,todo te lo da, está junto a ti, a tu alrededor,en ti misma ¡y andas buscándole! Posees lasustancia de Dios, y buscas su idea. Buscas

15Jean-Pierre de Caussade

la perfección, y está en todo cuanto de símismo se te presenta. Tus sufrimientos, tusacciones, tus inclinaciones, son enigmasbajo los cuales se da Dios a ti por sí mis-mo, mientras que vanamente sueñas ideassublimes, de las que no quiere servirse paramorar en ti.

Dios oculto y disfrazadoMarta quiere agradar a Jesús con platos

delicados, y Magdalena se contenta conJesús y le recibe del modo como Él quierepresentarse [Lc 10,38-42]. Jesús se ocultatambién a Magdalena bajo la figura de jar-dinero, y Magdalena le busca bajo la formaque en su mente ha concebido [Jn 20,14-16]. Los apóstoles ven realmente a Jesús,y le toman por un fantasma [Lc 24,33-42].

Así gusta Dios de disfrazarse para elevaral alma a una pura fe, con la que siempre leencuentra, por más que se encubra bajoenigmas obscuros, pues ella conoce el se-creto de Dios, y le dice como a la esposa:«Allí está; miradlo detrás de la cerca; mirapor la ventana, acecha por entre las ce-losías» [Cant 2,9].

¡Oh, amor divino!, ocúltate, salta,estremécete en los dolores, aplica el atrac-tivo o la obligación, mezcla, confunde, rom-pe como hilo frágil todas las ideas y todaslas medidas que el alma se forme. Que éstapierda suelo, que nada sienta, que no vea yacamino ni sendero ni luces, que no te en-cuentre como en otro tiempo en tus ordi-narias habitaciones y vestiduras acostum-bradas, que no te halle en la quietud de lasoledad ni en la oración, ni en la observan-cia de tales o cuáles prácticas, ni tampocoen los sufrimientos, ni en las ayudas pres-tadas al prójimo, ni en la huida de vanas con-versaciones o de negocios. En una palabra,que después de haber probado todos losmedios y modos conocidos de agradarte,nada consiga, ni alcance a verte en nadacomo en otro tiempo.

Pero haz que la inutilidad de todos estosesfuerzos le lleve finalmente en adelante adejarlo todo, y a encontrarte en ti mismo, ymuy pronto en todo, en todo, sin necesidadde reflexionar. Porque, oh, amor divino, ¿noes un error no divisarte en todo lo que esbueno y en todas las criaturas? ¿Por qué,pues, buscarte en otras cosas que en las quetú quieres comunicarte? Amor divino, ¿porqué querer hallarte bajo otras especies queaquellas que tú has elegido como sacramen-tos tuyos, ignorando que su escasa aparien-cia y leve realidad dan todo el mérito a laobediencia y a la fe?

Capítulo IV

El estado de abandono,su necesidad y sus maravillas

Voluntad divina, fiesta continua¡Qué verdades tan inmensas permanecen

ocultas en este estado! ¡Qué verdad es quetoda cruz, toda acción, toda inclinación dela ordenación divina, comunica a Dios, loda, de una manera que no puede explicarsesino por comparación con el más augustomisterio [de la Eucaristía]! Y por eso, ¡quémisteriosa es en su simplicidad y bajezaaparente la vida más santa! ¡Oh, banquete,oh fiesta perpetua! Un Dios que se da con-tinuamente y que es siempre recibido noen el esplendor, en lo sublime y luminoso,

16 El abandono en la divina Providencia

sino en lo que es debilidad, desconcierto,nada. Dios elige aquello que la estimaciónnatural desprecia y todo lo que la pruden-cia humana deja a un lado. Dios está en elmisterio y se da a las almas en la medida enque éstas creen y le encuentran en él.

La anchura, la solidez y la firmeza de lapiedra, sólo se encuentran en la vasta ex-tensión de la voluntad divina, que se pre-senta sin cesar bajo el velo de las cruces yacciones más ordinarias. Es en la sombrade éstas donde Dios esconde su mano parasostenernos y conducirnos. Esta conviccióndebe bastar a un alma para llevarla al mássublime abandono. Y en el momento en queasí lo hace, queda ya a cubierto de la con-tradicción de las lenguas, pues el alma notiene nada que decir ni hacer en su defensa,puesto que su obra es la obra de Dios, y noen otra parte puede hallarse su justificación.Además, sus efectos y consecuencias le jus-tificarán suficientemente, y bastará condejar que todo vaya adelante. «El día al díale pasa el mensaje» [Sal 18,3].

Impulso continuo de graciaCuando uno no se gobierna por sus pro-

pias ideas, no necesita defenderse con pa-labras. Nuestras palabras no pueden expre-sar más que las ideas que concebimos; y sino existen estas ideas, tampoco hay pala-bras, porque ¿para qué servirían? ¿Para darrazón de lo que se hace? Pero si es que elama no conoce esa razón, que permaneceoculta en el principio que le hace actuar, ydel que sólo siente el impulso de una ma-nera inefable. Es preciso, pues, dejar quecada momento sostenga la causa del mo-mento siguiente; y todo se sostiene en esteencadenamiento divino, todo resulta firmey sólido, y la razón de lo que precede se vepor el efecto de lo que le sigue.

Quedó atrás una vida de pensamientos,imaginaciones, una vida de palabras múlti-ples. Ya no es todo eso lo que ocupa al alma,lo que la alimenta y entretiene. Ya ella no

se mueve ni se sostiene con esas cosas. Elalma no ve ni prevé ya por dónde habrá deavanzar. No se ayuda ya con reflexiones paraanimarse al trabajo y aguantar las incomo-didades del camino, y va pasando por todoen el sentimiento más íntimo de su debili-dad. El camino se va abriendo a su paso, en-tra en él, y por él marcha sin ninguna vaci-lación. Esta alma es pura y santa, simple yverdadera: camina por la línea recta de losmandamientos de Dios, en una continuaadhesión al mismo Dios, que incesante-mente encuentra en todos los puntos de estalínea.

No se entretiene ya en buscar a Dios enlos libros, en las infinitas cuestiones y enla vicisitudes interiores. Abandona el papely las discusiones, y Él se da al alma y vienea encontrarla. No sigue buscando ya cami-nos y vías que le conduzcan, pues el mismoDios le traza el camino, y a medida que ellaavanza, lo encuentra claro y abierto. Así esque todo lo que le queda por hacer es man-tenerse bien asida de la mano de Dios, quese le ofrece directamente a cada paso y encada momento, en los diversos objetos queencuentra día a día, y que se van presentan-do sucesivamente.

El alma sólo tiene, pues, que recibir laeternidad divina en el deslizamiento de lassombras del tiempo. Estas sombras varían,pero el Eterno que ocultan es siempre elmismo. Por eso el alma, sin apego a nada,debe abandonarse en el seno de la Provi-dencia, seguir constantemente el amor porel camino de la cruz, de los deberes cier-tos y de las mociones indudables.Camino llano y recto del abandono

¡Qué claro y luminoso es este camino!Lo defiendo y lo enseño sin ningún temor,y estoy seguro de que todos me compren-den cuando digo que toda nuestra santifi-cación consiste en recibir en cada instantelas penas y deberes de nuestro estado comovelos que nos ocultan y nos dan al mismo

17Jean-Pierre de Caussade

Dios.En el abandono la única regla es el mo-

mento presente. En este estado el alma esligera como una pluma, fluida como el agua,simple como un niño, móvil como una pe-lota, para recibir y seguir todos los impul-sos de la gracia. Estas almas no tienen laconsistencia y rigidez de un metal fundido.Cómo éste acepta todos los trazos del mol-de donde le fundieron, así estas almas seamoldan y ajustan con la misma facilidad atodas las formas que Dios les va dando. Sudisposición, en una palabra, es semejante ala del aire, siempre dócil a todo soplo ysiempre configurado a todo.

Vivir muriendoUna observación importante a todo esto

es que en esta actitud de abandono, en estavía de fe, todo lo que va pasando en el almay en el cuerpo, en los asuntos y diversosacontecimientos, presenta una apariencia demuerte, que no debe extrañar. ¿Y qué espe-rabais? Es la condición propia de este esta-do. Dios tiene sus designios sobre las al-mas y, bajo oscuros velos, los ejecuta to-dos muy felizmente. Y entiendo por esosvelos las contrariedades, las enfermedadescorporales, las debilidades espirituales. Enlas manos de Dios todo eso prospera, todose resuelve para bien. Precisamente poresas cosas que son desolación para la natu-raleza, Él prepara el cumplimiento de susmás altos designios: «Todas las cosas co-operan para el bien de aquéllos que sonescogidos por su libre elección» [Rm8,28].

El justo vive de la feÉl vivifica así bajo las sombras, cuando

los sentidos se ven aterrorizados, y es en-tonces la fe la que, llena de valor y seguri-dad, obtiene de cuanto sucede lo bueno ylo mejor. La fe sabe que la acción divinatodo lo dispone y conduce, menos el peca-

do, y por eso entiende que es su deber ado-rarla en todo cuanto sucede, amarla y reci-birla siempre con los brazos abiertos. Lapersona cobra así en todo un aire alegre, deconfianza, elevándose en todas las cosas porencima de unas apariencias que sólo sirvenpara las victorias de la fe. Éste es el medioque yo os doy para honrar a Dios y tratarlocomo a Dios.

Vivir de la fe es, pues, vivir la alegría, laseguridad, la certeza, la confianza de quetodo lo que es preciso hacer o sufrir en cadamomento es por disposición de Dios. Y sia veces este designio resulta incomprensi-ble, es para animar y fortalecer esta vida defe; para eso Dios hace entrar al alma enmedio de estas olas tumultuosas de tantaspenas y turbaciones, contradicciones,desfallecimientos y fracasos. En efecto, esprecisa la fe para encontrar a Dios en todoeso, y hallar esta vida divina que ni se ve nise siente, pero que se da en todo momentode forma desconocida, pero bien cierta. Laapariencia de muerte en el cuerpo, de con-denación en el alma, de trastorno en lasempresas, eso es lo que alimenta y sostie-ne la fe. Ella atraviesa todo eso y llega aapoyarse en la mano de Dios, que le da lavida en todo aquello en lo que no haya pe-cado cierto. Por eso es necesario que elalma de fe camine siempre segura, toman-do todo como un velo y disfraz de Dios,cuya presencia más íntima estremece y ate-moriza las potencias.

Fuerza y fidelidad de la feNo hay corazón más valiente que un co-

razón lleno de fe, que no ve más que vidadivina en los trabajos y peligros más mor-tales. Si fuera preciso beber un veneno, atra-vesar la brecha de un muro, servir comoesclavo entre los apestados, en todo esoencontrará una plenitud de vida divina, quese le da no solamente gota a gota, sino que,en un instante, inunda y sumerge el alma.Un ejército de soldados semejantes resul-

18 El abandono en la divina Providencia

taría invencible. Y es que el impulso de lafe eleva el corazón y lo dilata más allá ypor encima de todo lo que se presente.

La vida de la fe o el instinto de la fe sonuna misma cosa. Este instinto hace gozar-se en la bondad de Dios, es una confianzafundada en la esperanza de su protección,que vuelve agradable todo y que hace reci-bir todo con buen ánimo; es, pues, una in-diferencia que nos dispone a todos los lu-gares, a todos los estados y a todas las per-sonas. La fe nunca es desgraciada, nuncaenferma, ni nunca está en pecado mortal.La fe viva está siempre en Dios, siempreen su acción, más allá de las aparienciascontrarias que oscurecen los sentidos. Ycuando éstos, espantados, le gritan de prontoal alma: «¡desgraciada, estás perdida, ya nohay solución!», la fe al instante afirma conuna voz más fuerte: «aguanta firme, avanza,y no temas nada».

Fe y abandono entre tormentasDejando aparte las enfermedades eviden-

tes que, por su naturaleza, obligan a perma-necer en cama y a tomar las medicinas con-venientes, todos esos otros temores ydesfallecimientos de las almas que viven enel abandono no son más que ilusiones yapariencias que se deben superar con laconfianza. Dios las permite o las envía paraejercitar esa fe y ese abandono, que son lamedicina verdadera. Por tanto, sin prestar-les mayor atención, deben proseguir gene-rosamente su camino en medio de las vici-situdes y sufrimientos que Dios les envía,sirviéndose sin dudarlo de su cuerpo contoda libertad, como se hace con los caba-llos de alquiler, que no valen más que paratrabajar, y que se les trata sin mayores cui-dados. Esto da mejor resultado que las de-licadezas, que no sirven más que para debi-litar al espíritu. Esta fortaleza de espíritutiene una virtud oculta para sostener uncuerpo débil. Y vale mucho más un año devida noble y generosa, que un siglo de te-

mores y cuidados.Más aún, quien vive abandonado en Dios

debe procurar mantener habitualmente ensu exterior el aspecto de un niño dócil yamable, porque ¿hay algo que temer cuan-do se avanza bajo la guía de Dios? Guiados,sostenidos y protegidos por Él, nada debenpresentar sus hijos en su exterior que no sevea lleno de ánimo. ¿Qué importancia tie-nen los objetos espantosos que se encuen-tran en el camino? Si Dios los guía por allí,sólo es para embellecer sus vidas con glo-riosas hazañas. Si los mete en problemasde toda clase, donde la prudencia humanano ve ni imagina salida alguna, es para quesientan toda su flaqueza y se vean incapa-ces y confundidos. Entonces es cuando laProvidencia divina manifiesta en todo suesplendor lo que es para aquellos que seabandonan totalmente a ella, y los libra demodos mucho más maravillosos que cuan-tos pudieran inventar los historiadores fa-bulosos, cuando, esforzando su imagina-ción en la comodidad y sosiego de sus es-critorios, discurren las intrigas y peligrosde sus héroes imaginarios, para concluirfelizmente sus vanas historias.

Sí, la divina Providencia conduce las al-mas con habilidad mucho más prodigiosa yadmirable por medio de muertes, peligrosy monstruos, infiernos, demonios y sustrampas, y eleva hasta el cielo a estas al-mas, que son materia después de aquellashistorias místicas, incomparablemente másbellas y curiosas que todas cuantas puedaninventar las más cavilosas imaginacioneshumanas.

Vamos, pues, alma mía. Atravesemos lospeligros y horrores, que no pueden dañar-nos mientras nos hallemos conducidos ysostenidos por la mano segura e invisible,pero omnipotente e infalible, de la divinaProvidencia. Vamos sin miedo, dirigiéndo-nos a nuestra meta con paz y alegría, ha-ciendo materia de victoria de todo cuanto

19Jean-Pierre de Caussade

se nos vaya presentando. Para combatir yvencer nos hemos alistado bajo las bande-ras de Jesucristo. «Salió como vencedor, ypara seguir venciendo» [Apoc 6,2]. Conta-remos tantos triunfos como pasos demosbajo su guía.

Dios es quien escribe nuestra vidaEl espíritu de Dios es el que, con la plu-

ma en la mano, sigue escribiendo en el li-bro abierto de las almas la historia sagrada,que en modo alguno terminó ya, y cuyamateria no se agotará hasta el fin del mun-do. Esta historia no es sino la crónica delgobierno de Dios y de sus designios sobrelos hombres. Y nosotros figuramos en lacontinuación de esa historia, si unimosnuestros sufrimientos y acciones a su guía.No, no, todo lo que se nos presenta, parahacer o para sufrir, no es para perdernos.Son únicamente medios para que se conti-núe esta Escritura santa, que se acrecientatodos los días.

Un alma santa es aquella que se sometelibremente, con la ayuda de la gracia, a lavoluntad de Dios. Todo lo que precede alpuro consentimiento es obra de Dios, y enmodo alguno obra del hombre, que le reci-be a ciegas en un abandono e indiferenciauniversal. Dios no le exige sino esta únicadisposición; el resto, Él lo determina y eli-ge según sus designios, como un arquitec-to señala y escoge las piedras.

Así pues, es preciso amar a Dios en todo,en todo su orden providencial. Es necesa-rio amarle sea cual fuere el modo con quese presente al alma, sin desearle de otraforma. Si éstos u otros objetos son ofreci-dos, eso no es asunto del alma, sino de Dios,que da lo mejor para el alma. El gran com-pendio, la máxima más sublime de la espi-ritualidad, es este abandono puro y enteroa la voluntad de Dios, en un continuo olvi-do de sí mismo, para ocuparse enteramen-te en amarle y obedecerle, apartando temo-

res y reflexiones, como también las inquie-tudes producidas por el cuidado de la sal-vación y de la propia perfección. Puesto queDios se nos ofrece para arreglar nuestrosasuntos, dejémosle hacer, y no nos ocupe-mos más que de Él mismo y de sus cosas.

Confiados, dejémosle hacer a DiosVamos, alma mía, vamos con la cabeza

bien alta por encima de todo lo que pasafuera o dentro de nosotros, siempre con-tentos de Dios, contentos de lo que El haceen nosotros y nos hace hacer. Guardémo-nos bien de enredarnos imprudentementeen interminables reflexiones inquietantes,que, como otros tantos caminos perdidos,se ofrecen a nuestro espíritu para engañar-le, y para hacerle caminar sin fin pasos ypasos perdidos. Salgamos del laberinto denosotros mismos, saltando por encima, yno tratando de recorrer sus interminablesvueltas y revueltas.

Vamos, alma mía, atravesemos por me-dio de los desalientos, enfermedades, se-quedades, durezas de carácter, debilidadesdel espíritu, lazos del diablo y de los hom-bres, desconfianzas y envidias, siniestrasideas y persecuciones. Volemos como unáguila sobre todas estas nubes, fija siem-pre la vista en el sol y en sus rayos, que sonnuestras obligaciones. Sintamos todo eso,ya que no está en nosotros no sentirlo, perono olvidemos que nuestra vida no debe seruna vida de sentimiento, sino la vida supe-rior del alma, donde Dios y su voluntadobran una eternidad siempre serena, siem-pre igual e inmutable.

Abandono y paz en todas las cosasEs en esa estancia, completamente espi-

ritual, en donde lo increado, lo incompren-sible, lo inefable, mantiene al alma infini-tamente alejada de todas las determinacio-nes de las sombras y demás cosas creadas.Los sentidos, sí, experimentan sus agitacio-nes, sus vicisitudes y sus cien metamorfo-

20 El abandono en la divina Providencia

sis, que pasan siempre, desapareciendo enel aire, como sin orden ni concierto. PeroDios y su voluntad es el objeto eterno quefascina el corazón en la vida de la fe, y que,en la vida de la gloria, constituirá la verda-dera felicidad.

Y este estado glorioso del corazón influi-rá en todo el compuesto material del hom-bre, que ahora es presa de monstruos, pája-ros nocturnos y bestias feroces. Bajo estasapariencias horribles, la acción divina, dán-dole una facilidad completamente celestial,le hará brillar como el sol, porque las fa-cultades del alma sensitiva y las del cuer-po, se preparan y trabajan aquí abajo comoel oro, el hierro, el lino o las piedras. Estasdiversas cosas no pueden gozar del brillo ypureza de su ser sin haber sufrido muchosgolpes, destrucciones y despojos. Y del mis-mo modo, todo lo que las almas tienen quesufrir en la tierra bajo la mano de Dios, quees este amor, divino obrero, no sirve sino paradisponerles a esa gloria eterna.

El alma de fe, que conoce el secreto deDios, permanece absolutamente en paz, ytodo lo que le pasa, en lugar de alarmarle,acrecienta su seguridad, pues está íntima-mente persuadida de que es Dios quien laconduce. Por eso lo recibe todo como unagracia, y vive olvidada de sí misma, deján-dole trabajar a Dios en ella, sin pensar másque en la obra que Él le ha encomendado,que es amarle sin cesar y cumplir con fide-lidad y exactitud sus obligaciones.

El alma recibe distintas impresiones sen-sibles, aflictivas o consoladoras, por me-dio de los objetos a que la voluntad divinala aplica incesantemente, buscando sólo subien. Pero todas le sirven para encontrar aDios, que es el objeto de la fe, y para unir-se a Dios en todas las diferentes situacio-nes y disposiciones.

Capítulo V

El estado de pura fe

En pura feEl estado de pura fe es cierta unión de fe,

esperanza y caridad en un solo acto que uneel corazón a Dios y a su acción. Estas tresvirtudes unidas forman una sola virtud, unsolo acto, una elevación única del corazóna Dios y un simple abandono a su acción.

Pues bien, ¿cómo expresar esta divinaunión, esta esencia espiritual? ¿Cómo en-contrarle un nombre que exprese bien sunaturaleza y su idea, y que haga concebir launidad de su trinidad? Ya no son tres virtu-des, sino una sola fruición y gozo de Diosy de su voluntad. Este objeto adorable seve, se ama y se espera de él todas las cosas.A esto se le puede llamar amor puro, puraesperanza, pura fe, y a esta unidad místicapuede dársele el nombre de pura fe, aunquebajo este nombre haya que entender las tresvirtudes teologales. Nada hay más cierto queeste estado en lo que respecta a Dios, y nadamás desinteresado en lo que respecta alcorazón. Por la unión de Dios y del cora-zón el estado de pura fe tiene, del lado deDios, la certeza de la fe, y del lado de lalibertad del corazón, la certeza sazonada porel temor y la esperanza.

¡Qué unidad tan preciosa la de la trinidadde tan excelentes virtudes! Creed, pues,esperad, amad, pero por el solo toque delEspíritu divino, que Dios os comunica y queproduce en vuestro corazón. Ésta es launión del Nombre de Dios, que el Espíritudifunde en el centro del corazón. He aquí

21Jean-Pierre de Caussade

esta palabra y revelación mística, esta pren-de de la predestinación y de todas sus feli-ces consecuencias: «¡Qué bueno es Diospara el justo, el Señor para los limpiosde corazón!» [Sal 72,1].

En puro amorEste toque en las almas abrasadas se lla-

ma puro amor, pues derrama un torrentede gozo desbordante sobre todas las facul-tades, con plenitud de confianza y de luz.Pero en las almas embriagadas de ajenjoese mismo toque se llama pura fe, porquela obscuridad y las sombras de la noche sontodas ellas puras.

El puro amor ve, siente y cree. La pura fecree sin ver ni sentir. Ésta es la diferenciaentre uno y otra, que no se funda sino enapariencias que no son las mismas, pues,en realidad, así como el estado de pura feno carece de amor, del mismo modo el es-tado del puro amor no carece ni de fe ni deabandono. Pero se emplean estos términosa causa de lo que predomina en cada esta-do.

La mezcla diferente de estas virtudesbajo este toque del Espíritu marca la varie-dad de todos los estados de la vida sobre-natural, y como Dios los puede mezclar eninfinitos modos, no hay alma que no recibaeste precioso toque con alguna peculiari-dad propia de ella. Pero ¿qué más da? Setrata siempre de fe, esperanza y caridad.

Abandono confiado,camino universal

Pues bien, el abandono es el medio uni-versal para recibir de algún modo las virtu-des generales de esos toques. No todas lasalmas pueden aspirar al mismo modo y almismo estado bajo las divinas mociones;pero todas ellas pueden unirse a Dios, to-das pueden abandonarse a su acción, todasser esposas abandonadas en Él, todas reci-bir las gracias del estado que les es propio,todas, en fin, encontrar el reino de Dios y

tomar parte en su grandeza y en la excelen-cia de sus valores. Es un imperio en el quetoda alma puede aspirar a una corona, seade amor o sea de fe, que siempre es el rei-no de Dios.

Es cierto que existe una diferencia, puesmientras unas están en las tinieblas, otrasestán en la luz. Pero, digámoslo ya, ¿quéimporta esto, con tal de que unas y otrasestén unidas a Dios y a su acción? ¿Es elnombre del estado lo que cuenta? ¿En esoestá su distinción y su excelencia? De nin-gún modo. Lo decisivo es la unión con elmismo Dios y con su acción. La maneradebe ser indiferente al alma.

Prediquemos, pues, a todas las almas notanto el estado de pura fe o de puro amor,de cruz o de caricias, pues eso no puededarse por igual a todas y de la misma mane-ra. Prediquemos en cambio a todos los co-razones sencillos y entregados a Dios elabandono a la acción divina en general, yhagamos comprender a todos que por es-tos medios recibirán el estado particular queesta acción divina les ha elegido y destina-do desde toda la eternidad.

Todos llamados a la santidadNo desanimemos, no rechacemos, no ale-

jemos a nadie de la más eminente perfec-ción. Jesús llama a todo el mundo a la per-fección, pues a todos exige que sean fielesa la voluntad de su Padre, de modo que to-dos vengan a formar su Cuerpo místico,cuyos miembros no pueden llamarle Señorcon verdad sino en la medida en que susvoluntades se hallen perfectamente deacuerdo con la suya. Repitamos incesante-mente a todas las almas que la invitaciónde este dulce y amable Salvador no exigede ellas nada que sea difícil, ni extraordi-nario. Él no les exige ninguna habilidad es-pecial; solamente quiere que su buena vo-luntad esté unida a la suya, para así condu-cirlas, dirigirlas y favorecerlas en la medi-da de esa unión.

22 El abandono en la divina Providencia

¡Sí, almas queridas! Dios no quiere másque vuestro corazón. Si buscáis este teso-ro, este reino en que sólo Dios reina, loencontraréis. Si vuestro corazón se entre-ga totalmente a Dios hallaréis, desde esemomento, aquel tesoro, aquel mismo rei-no que deseáis y buscáis. Cuando se ama aDios y su voluntad, se goza de Dios y de suquerer, y este gozo corresponde perfecta-mente al deseo que se tiene de amarlo. Amara Dios es desear sinceramente amarle. Yporque se le ama, por eso se quiere ser ins-trumento de su acción, para que su amorobre en nosotros y a través de nosotros.

Lo de menos es tener o no talentosLa acción divina corresponde a la volun-

tad del alma sencilla y santa, y no a sus ha-bilidades. Corresponde a su pureza de in-tención, y no a los medios que elige, a losproyectos que forma, a las maneras queimagina o a los medios que adopta. En todoesto puede engañarse el alma. Y no es raroque suceda. Pero su rectitud y su buena in-tención no le engañan jamás. Y Dios cono-ce y ve esta buena disposición de la perso-na, no se fija en el resto, y toma como he-cho todo lo bueno que ésta infaliblementeharía, si conocimientos más exactos secun-dasen su buena voluntad.

Nada, pues, tiene que temer el alma debuena voluntad. Si cae, no puede caer sinoen esta omnipotente mano, que la conducey levanta, en sus mismos extravíos, que laaproxima al fin cuando se aleja de él, que lavuelve a su camino cuando se extravió. Elalma encuentra siempre un apoyo en estamano divina, que la guía entre los precipi-cios, en cuyo borde la coloca el esfuerzo yla astucia de las facultades ciegas que ladesvían; le hace ver cómo debe despreciar-las, contando sólo con ella y abandonándo-se enteramente a su infalible gobierno. Entodo caso, los errores en que caen las al-mas buenas van a dar en seguida en el aban-dono, por lo que jamás se encuentran sin

recurso, pues, como dice la Escritura,«todo coopera para su bien» [Rm 8,28].

Todos los estados sonsantos y santificantes

Éste es, Amor querido, el abandono queyo predico, y no un estado particular. Con-sidero con gran amor todos los estados enque tu gracia pone a las almas y, sin tenermás estima por uno que por otro, enseño atodas un medio general para llegar a aquélque tú les has designado. Solamente pido atodas esa voluntad de abandonarse comple-tamente a tu guía. Tú les harás llegarinfaliblemente a aquel estado que es el másexcelente para ellas.

Ésta es la fe que les predico, el abando-no, hecho de confianza y fe. No pido sinola voluntad de entregarse a la acción divina,para ser su instrumento, creyendo que obraen todo instante y en todas las cosas, conmás o menos feliz resultado, según la ma-yor o menor buena voluntad del alma. Éstaes la fe que predico. No un estado especialde fe y de amor puro, sino un estado gene-ral de buena voluntad, que abraza todas lasdiferencias de estado y circunstancias par-ticulares en que Dios pone a cada alma, ydonde, bajo distintas formas, les comunicalas gracias que desde la eternidad les tienepreparadas. Hablo a las almas que sufren,pero aquí también hablo a toda clase de al-mas, porque la verdadera intuición de micorazón es anunciar a todos el secreto evan-gélico y «ser todo para todos» [1Cor9,22].

Con gracias extraordinarias o sin ellasEn esta disposición feliz, creo que es para

mí un deber, que cumplo gustoso, «llorarcon los que lloran, alegrarme con los ale-gres» [Rm 12,15], hablar a los ignorantesen su lenguaje, y emplear con los sabiostérminos doctos y elegantes. Quiero hacerver a todos que todos pueden pretender nolas mismas cosas, pero sí un mismo amor,

23Jean-Pierre de Caussade

un mismo abandono, un mismo Dios, unamisma docilidad a su acción, y que todospuedan llegar así a una gran santidad.

Aquello que decimos gracias y favoresextraordinarios se denomina así por el es-caso número de almas que por una fideli-dad constante se hacen dignas de recibir-los. El día del juicio se entenderá bien. En-tonces se verá muy claramente que esto noviene de que Dios no quiera comunicarlas,sino sólo por culpa de quienes se vieronprivados de estos divinos dones. ¡A quésobreabundancia de bienes se abre el senode quien mantiene siempre constante lasumisión total de una buena voluntad!

Cuando nuestro divino Salvador vivía en-tre los hombres, los que no le veneraban,los que no ponían en Él su confianza, eranlos únicos que no disfrutaban de los favo-res que a todos dispensaba. Y esto sólo hade atribuirse a sus malas disposiciones. Escierto también que no todos pueden aspi-rar a los mismos estados sublimes, a losmismos dones y grados de excelencia; perosi todos, fieles a la gracia, correspondie-sen en su medida, todos estarían conten-tos, porque llegarían todos al nivel de ex-celencia y de gracia que satisfaría plena-mente sus deseos. Y estarían contentos se-gún naturaleza y según gracia, porque lanaturaleza y la gracia se confunden en elmismo deseo anhelante que del fondo delcorazón se alza hacia tan preciosos dones.

Contentos con el don de DiosSi uno no recibe los talentos propios de

un estado, recibirá los peculiares de otro.Unos estarán en pura fe, otros en otra si-tuación de espíritu. En la misma naturalezacreada, cada criatura tiene lo que convienea su especie: cada flor tiene su encanto, cadaanimal su instinto, cada criatura su perfec-ción. Así, en cada estado diverso de la vidaespiritual, cada persona tiene su gracia es-pecífica, y cada uno está contento si su bue-na voluntad sabe acomodarse al estado ele-

gido para él por la Providencia.Desde que esta buena voluntad nace en el

corazón de un alma, ésta se sumerge en laacción divina y ésta obrará más o menos enella, según esté más o menos abandonada.Por lo demás, el arte de abandonarse no esotro que el arte de amar. El amor encuentraa Dios en todo, y nada le rehusa. ¿Cómorehusarlo? El amor no puede pretender otracosa que lo que quiere el amor.

Cuando Dios actúa en el hombre sólo tie-ne en cuenta la buena voluntad. Y la capaci-dad de las otras potencias no le atraen, nisu incapacidad le alejan. Cuando Él encuen-tra un corazón bueno y puro, recto y sim-ple, dócil, filial y respetuoso, ya no nece-sita más, sino que se apodera de ese cora-zón, posee todas y cada una de sus poten-cias, y va concertando todo tan a favor delalma, que en todas las circunstancias hallaésta cómo santificarse. Y aquello mismoque es veneno mortal para otros, resultainocuo por completo cuando actúa el con-traveneno de la buena voluntad.

Si el alma llega al borde de un precipi-cio, la acción divina le sujeta; y si en él ca-yera, suspendería su caída. Y aún si cayeradel todo, ella le levantará. Después de todo,las faltas de estas almas no suelen ser sinofaltas de debilidad, cometidas con poca ad-vertencia; y el amor sabe siempre transfor-marlas para su provecho espiritual.

Paz bajo la guía de DiosEl Señor, por secretas insinuaciones, les

va haciendo entender siempre a estas almaslo que han de decir o hacer según las cir-cunstancias: «los que temen a Dios poseenuna mente recta» [Sal 110,10]. En efecto,iluminados por la divina inteligencia, se venacompañados por ella en todos sus pasos,y ella misma les saca de los malos sende-ros en que entraron por ignorancia.

Y cuando se metieron sin saberlo en unasituación perjudicial, la Providencia go-

24 El abandono en la divina Providencia

bierna las cosas de tal suerte que todo seremedia y se vuelve en bien para ellas. Pormás que estas almas se vean envueltas enlas mallas de múltiples intrigas, la Provi-dencia rompe esos lazos, confunde a susautores, y les infundo «un espíritu de vér-tigo», que les hace caer en sus mismastrampas [Is 19,14]. Bajo su guía, las almasa quienes se quería sorprender hacen sinsaberlo cosas que, inútiles en la aparien-cia, sirven después para sacarlas de todoslos apuros en que su rectitud y la maliciade sus enemigos las habían puesto.

Tobías¡Qué finísima sabiduría lleva consigo la

buena voluntad! ¡Cuánta ingenio en su can-dor inocente! ¡Cuántos misterios secretosse esconden en su invariable rectitud!...Recordad, si no, al joven Tobías [Tob 6,2-6]. No es más que un muchacho, pero a sulado está Rafael. Con este guía angélicocamina seguro, nada le espanta y nada lefalta. Los mismos adversarios que encuen-tra son los que le proporcionan alimentosy medicinas, y el monstruo marino se vuel-ve para él un dulce y suave alimento. Se vaviendo ocupado en bodas y banquetes, puesasí lo ordena la Providencia [6,10-18]. Tie-ne, sin duda, otros negocios importantes,pero están abandonados a esa inteligenciaceleste encargada de dirigirle en todo. Ytodos estos asuntos se van arreglando yconcluyendo con tal éxito que él solo nolo hubiera logrado tan felizmente de no tra-tarse en realidad de una bendición. Sin em-bargo, la madre de Tobías llora, llena deamargas preocupaciones, mientras que elpadre está lleno de fe. Vuelve al fin estehijo, y toda la casa se llena de alegría [7,14-16].

Un corazón puroQue los demás, Señor, te pidan toda cla-

se de bienes; yo no te pediré más un solodon. Que multipliquen sus palabras y rue-

gos; yo, Dios mío, no te haré más que unasola súplica: «dame un corazón puro» [Sal50,12]. ¡Oh, corazón puro, qué feliz es elque te posee! Él ve dentro de sí a Dios, porla viveza de su fe. Le ve en todas las cosas yen todos los instantes, obrando dentro yfuera de él. Se ve siempre como su instru-mento, guiado y conducido por Él en todo.Cierto es que casi nunca piensa en ello, peroDios piensa por él. Aquello que sucede yha de suceder por una ordenación providen-cial, basta con desearlo, pues Él compren-de nuestra disposición.

En su pura sencillez, si el corazón inten-ta precisar este deseo, no alcanza a verlo;pero Dios lo ve y lo conoce. En fin, ¿sabeslo que es un corazón bien dispuesto? Es uncorazón en el que Dios habita, y viendo to-das sus inclinaciones, Él sabe bien que estásiempre sometido a su beneplácito. Él co-noce también que ese corazón apenas sabelo que le es propio, y por eso Dios se en-carga de dárselo. A este corazón no le im-portan las contrariedades. Quiere ir alOriente, y Dios le conduce al Occidente.Iba a dar contra un escollo, el timón se vuel-ve y lo lleva al puerto. Sin conocer mapa nicamino, vientos o mareas, sin nada de ésto,siempre sus viajes terminan felizmente. Sise le cruzan los piratas en el mar, un golpede viento inesperado le pone fuera de sualcance.

¡Oh buena voluntad, corazón puro! Quésabiamente Jesús reconoció tu lugar al co-locarte entre las bienaventuranzas [Mt 5,8].¡Qué mayor felicidad que la de poseer aDios y ser al mismo tiempo poseído porÉl! Estado maravilloso y lleno de encanto,en el que se duerme tranquilamente en elseno de la Providencia, se juega inocente-mente con la divina Sabiduría [Prov 8,30],sin inquietud alguna sobre lo acertado desu curso, que no sufre ninguna interrupcióny que se cumple siempre felizmente, a tra-vés de escollos, piratas y continuas tem-

25Jean-Pierre de Caussade

pestades.¡Oh corazón puro, buena voluntad! Tú eres

el verdadero fundamento de todos los es-tados espirituales. Es a ti a quien son co-municados los dones maravillosos de lapura fe, la esperanza, la pura confianza y elpuro amor. En tu tronco brotan las floresdel desierto, esas gracias tan preciosas queno suelen florecer sino en aquellas almasperfectamente desasidas, en las que Dios,como en una casa deshabitada, establece sumorada, excluyendo a todo otro morador.

Tú eres esa fuente abundante de dondemanan todos los arroyos que riegan el ver-gel del Esposo y amenizan el jardín cerra-do de la Esposa. ¡Ah! con qué verdad pue-des decir a las almas todas: Consideradmebien, y veréis que soy padre del amor her-moso, amor que distingue lo más perfectoy lo abraza. Yo soy el que hago nacer el te-mor dulce y fuerte, que da horror al mal ylo evita sin turbación. Yo soy el que encien-de las luces que nos descubren las grande-zas de Dios y la hermosura de la virtud quele honra. Yo soy, en fin, quien suscita losardientes deseos que, acompañados de lasanta esperanza, animan a practicar cons-tantemente el bien, a la espera de aquel Dioscuya posesión un día debe hacer, como aho-ra pero mucho más gozosamente, la felici-dad de estas almas fieles.

Y tú, corazón bueno, tú puedes convidara todos para enriquecerlos con tus inagota-bles tesoros. A ti van a dar todos los esta-dos y caminos espirituales, y es en ti don-de ofrecen esa belleza, atracción y encantoque de ti proceden. Los frutos maravillo-sos de gracias y virtudes de toda clase, queresplandecen y alimentan, proceden de tusricos plantíos. Tú eres «la tierra que manaleche y miel» [Sir 46,8], tus pechos desti-lan néctar delicioso, en tu seno descansa«la bolsita de mirra» [Cant 1,13], y de tusdedos fluye con abundancia y pureza el vinodelicioso con que el Esposo convida a sus

amigos [5,5].

Llave de los tesoros celestialesVamos pues, almas queridas, corramos,

volemos al lado de esta Madre amorosa quenos llama. Vayamos al instante, y perdámo-nos en Dios, en su mismo corazón, embria-gándonos con el licor de esta buena volun-tad. Tengamos en el corazón la llave de lostesoros celestiales, y emprendamos ahoramismo nuestro camino hacia el cielo, sintemor alguno de encontrarlo cerrado: esallave nos abrirá todas las puertas. No habrálugar, por secreto que sea, donde no nos seadado penetrar. Nada estará cerrado paranosotros, ni el jardín [de la Esposa: Cant4,12], ni la bodega, ni la viña. Respirare-mos si nos agrada el aire del campo, pa-seando a nuestro gusto. En fin, iremos yvendremos, entraremos y saldremos libre-mente con esta llave de David [Apoc 3,7],que es la llave de la ciencia [Lc 11,52], lallave del Abismo [Apoc 9,1], que guarda ensu seno los tesoros profundos y secretosde la Sabiduría divina [Sab 7,14].

Esta llave divina abre las puertas de lamuerte mística, penetrando sus tinieblassagradas; da acceso al profundo lago y alfoso de los leones. Ella es la que adentralas almas en estos oscuros calabozos, parasacarlas de ellos sanas y salvas. En fin, estallave nos introduce en la feliz morada de lainteligencia y de la luz, donde el Esposotoma el aire en el descanso del mediodía[Cant 1,6], donde se sabe bien pronto, encuanto se le ve, cómo obtener un beso desu boca [1,1], y cómo compartir confiada-mente su lecho nupcial, donde se aprendenlos secretos del amor. ¡Secretos divinos,que no está permitido revelar y que ningu-na lengua humana es capaz de expresar!Dios reina en un corazón puro

¡Amemos, pues, almas queridas! Todoslos bienes, para enriquecernos, no esperansino el amor. Él da la santidad y todos los

26 El abandono en la divina Providencia

dones que le acompañan, dones inefablesque fluyen por todas partes, a derecha e iz-quierda, de los corazones abiertos a ella.Ésta es la semilla divina de la eternidad, quejamás podrá alabarse dignamente. Vale másposeerla en secreto, que ensalzarla con dé-biles palabras. Pero no es preciso cantar tualabanza solamente cuando se está poseídopor ti. Pues cuando tú posees un corazónpuro, leer, escribir, hablar, hacer esto o locontrario, todo es lo mismo para el cora-zón. Ya nada busca, nada evita; solitario oapóstol, sano o enfermo, sencillo o elo-cuente, todo viene a ser lo que tú dictas alcorazón.

Y el corazón, como un eco fiel tuyo, lorepite todo a las demás potencias. En estecompuesto material y espiritual del hom-bre, en el que tú, Señor, quieres establecertu reino, es el corazón el que gobierna bajotu guía. Y como ya no hay en él otros movi-mientos que los que tú le inspiras, todoobjeto que tú le ofreces le agrada, al mis-mo tiempo que aborrece cuanto el demo-nio y la naturaleza le presentan en contra-rio. Y si alguna vez permites que se dejeengañar, sólo es para que vuelta a ti más sa-bio y más humilde.

Capítulo VI

Pura fey abandono a la acción divina

El Amigo oculto que nos guía en todoVayamos adelante en la contemplación de

la acción divina. Lo que ella quita en apa-riencia a la buena voluntad, se lo vuelve a

dar secretamente, de modo que nunca lefalte lo necesario. Pongo un ejemplo. Ima-ginad que alguien ayudara a un amigo pormedio de unas donaciones, dejándole en-trever que proceden de él; y que, en unmomento dado, por el bien de ese amigo, yaparentando no querer obligarle más, nodejara tampoco de ayudarle, pero ahora sindarse a conocer. E amigo, sin sospechar eltruco y este secreto de su amistad, se que-daría molesto. ¡Qué de cavilaciones! ¡Quéde pensamientos sobre la conducta delbienhechor!

Pero imaginad que el misterio un día sedesvelara. Sólo Dios sabe qué sentimien-tos se alzarían a un tiempo de su alma: gozo,ternura, enternecimiento, agradecimiento,amor, confusión, admiración. ¿No crece-ría con esto el ardor de su afecto amisto-so? ¿Y esta prueba no le afirmaría en suadhesión a él, haciéndole más fuerte frentea futuras posibles sorpresas?

La aplicación es fácil. Cuanto más pare-ce perderse con Dios, más se gana. Cuantomás Él reduce en lo natural, más da en losobrenatural. Se le amaba antes un tanto porsus dones; parecen faltar sus dones, y fi-nalmente se viene a amarle por Él mismo.Es así, por la aparente sustracción de susmismos dones, por lo que Él prepara el almapara este don, que es el mayor y el másamplio de sus dones, pues los comprendetodos.

Todo es para bienSegún esto, una vez que las almas se han

sometido totalmente a su acción deben,pues, interpretarlo todo favorablemente,sea, por ejemplo, la pérdida del más exce-lente de los directores, sea la vaga des-confianza que sienten por otros que se ofre-cen a serlo, y más de lo deseable –pues, engeneral, esos directores demasiado pron-tos a ofrecer a las almas su guía merecenque se desconfíe un poquito de ellos. Aqué-llos que están verdaderamente animados por

27Jean-Pierre de Caussade

el espíritu de Dios no muestran de ordina-rio tan oficiosidad y suficiencia. Más quebuscar ellos, son buscados; e incluso en-tonces van siempre adelante con una ciertadesconfianza en sí mismos–.

Guiados por mociones,más que por ideas

Pero volviendo a estas almas, puede de-cirse que su corazón es el intérprete de lavoluntad de Dios. Hay que sondear aquelloque dice el corazón, pues él la interpretasegún las circunstancias. La acción divinarevela sus deseos al corazón no por ideas,sino por mociones. Ella se los descubre opor hallazgos, haciéndole obrar a la aven-tura, o por necesidad, no permitiéndole otraopción que aquélla que se le presenta, o porla aplicación eventual de medios necesa-rios, como, por ejemplo, cuando es preci-so decir o hacer algo en un primer movi-miento, o en un impulso sobrenatural o ex-traordinario; o bien, en fin, por una aplica-ción activa de inclinación o alejamiento,según la cual se acerque o aleje de ciertoobjeto.

Pues bien, si juzgamos por la apariencias,en se dejarse ir hacia lo incierto no hay sinouna gran falta de virtud. Si se juzga la cues-tión por las reglas ordinarias, esa conductacarece por completo de regularidad, uni-formidad y concierto. Y sin embargo, laverdad es que se necesita el máximo gradode virtud para llegar a ese estado espiritual,y normalmente no se alcanza dicho estadosino después de haberse ejercitado largotiempo en los modos ordinarios. La virtudde este estado es la más pura virtud, es, sim-plemente, la misma perfección.

Es como un músico que uniera a un pro-longado ejercicio un conocimiento perfec-to de la música. Su arte sería tan pleno que,sin pensarlo, todo lo que hiciera en el cam-po de su arte llevaría el sello de la perfec-ción. Y si se examinaran sus composicio-

nes, se hallaría en ellas una conformidadperfecta con todo lo que prescriben las re-glas de la música. Nunca este músico habrácumplido mejor con esas reglas que cuan-do, libre su genio de su constricción es-crupulosa, ha actuado sin temor alguno, detal modo que sus impromptus, como ver-daderas obras de arte, llenarán de admira-ción a los entendidos.

La fidelidad a la obligaciónlleva a la libertad del amor

Así es como en el alma largamente ejer-citada en la ciencia y en la práctica de lavida espiritual, siguiendo las normas delrazonamiento y los métodos de los que ellase servía para secundar la gracia, va formán-dose poco a poco un hábito por el que re-sulta connatural obrar según fe y razón.Resulta entonces que esta alma no podráhacer nada mejor que aquello que se le ocu-rre en principio, sin que recurra a esa seriede reflexiones que en otro tiempo necesi-taba. Lo que le conviene ahora es obrarcomo a la aventura, confiándose a la gra-cia, que no va a engañarle. Lo que ella vaobrando en este estado de simplicidad, almenos para los ojos iluminados y los espí-ritus sabios, es algo maravilloso. Sin reglas,nada más reglado; sin que ande midiendo,nada más mesurado; sin reflexión, nada máseficaz; y sin previsiones, nada más ajusta-do a los acontecimientos que sobrevienen.

Crisis dolorosaY sin embargo, el alma se encuentra

como perdida en este estado. Ya no encuen-tra apoyo y conocimiento ni en las reflexio-nes que antes guiaban y disponían sus obras,ni tampoco en la gracia, pues ésta obra enella ahora sin que lo sienta. Pero es preci-samente en este despoja-miento donde ellareencuentra todo, pues esa misma gracia,bajo una nueva forma y un espíritu nuevo,devuelve al alma el céntuplo de lo que le haquitado por la pureza de sus mociones ocul-

28 El abandono en la divina Providencia

tas.Es, sin duda, para el alma un gran golpe

de muerte ese perder de vista la voluntaddivina, que se retira de delante de sus ojos,por así decirlo, para mantenerse detrás deella, impulsándola ante sí, y no siendo yasu objeto, sino su principio activo. Es sabi-do por experiencia que nada inflama tantolos deseos de esta voluntad como cuandoel corazón sufre esa pérdida. Ahí surgengemidos desde los más profundo, y no hayconsolación sensible alguna.

Que Dios arrebate un corazón, que noquiere otra cosa que Dios, es gran secretode amor. Y lo es bien grande, pues es poresta vía, y sólo por ella, por donde la purafe y la pura esperanza llegan a establecerseen un alma. Entonces se cree lo que no seve, y se espera aquello que no se posee sen-siblemente. Cuánto nos perfecciona estaconducta secreta, la de una acción divina dela se es sujeto e instrumento, sin que de ellohaya apariencia alguna, pues en todo apare-ce lo que se hace como si fuera pura casua-lidad o inclinación natural.

HumillaciónTodo esto humilla al alma. Cuando habla

por inspiración, siente como si sólo habla-ra por naturaleza. Nunca ve el espíritu quele está impulsando. El más divino de lossoplos espanta al alma, y todo lo que haceo siente viene a resultarle siempre despre-ciable, como si todo que en ella se produ-ce fuera fallido e imperfecto. Se admirasiempre de los demás, de los que se ve cienveces inferior. No hay cosa que haga queno le produzca confusión. Desconfía detodas sus luces, no puede apoyarse en nin-guno de sus pensamientos, muestra una su-misión excesiva hacia los inferiores, queestima veraces, y la acción divina no pare-ce distanciar el alma de los virtuosos sinopara hundirla en una profunda humildad, quepor lo demás al alma no le parece virtud,sino, a su juicio, mera justicia.

Y en todo esto resulta admirable ver estaalma, a los ojos de aquellos de los que Diosla distancia interiormente, y a los ojos deella misma, aparece como situada en senti-mientos muy contrarios, pues no aparentasino obstinación, desobediencia y turba-ción, desprecio e indignación sin remedio.Y cuanto más el alma quiere reformar susdesórdenes, más crecen éstos, ya que sonverdaderas inspiraciones de la gracia lasque desvían al alma de los escollos en don-de ella naufragaría; y además el amor quehabla a su corazón la aleja de esto práctica-mente, a pesar de todos sus estados de es-píritu que, en conciencia, ella se cree obli-gada a seguirlos.

¡Qué procedimientos sigue la acción di-vina! Santifica Él realmente al ama bajo unasapariencias tales que no muestran otra cosaque humillación. Y esto es en verdad admi-rable y divino, y se da ahí una santidad com-pletamente extraordinaria, que no puede sinoacrecentar la humildad. Ahí se dan favores,caricias, dones de la gracia ciertísimos, y losfrutos de esa pura fe no se corrompen, enabsoluto: tienen la corteza demasiado áriday dura.

Crece el corazón como gusano de sedaViva, pues, mi corazón en medio de la

oscuridad y el secreto de Dios, y que de suraíz interior, por la secreta virtud divina,crezcan ramas, flores y frutos, y aunque yono pueda verlos, sean alimento y gozo paralos demás. Da, corazón mío, a todas las al-mas que vengan a descansar bajo tu som-bra, buscando refresco, frutos oportunos nopara tu gusto, sino para el de ellos. Que lostiernos vástagos que la gracia injerte en tireciban una savia indeterminada, que lleveen sí todas las propiedades que convengana cada uno de estos injertos. Hazte todo atodos [1Cor 9,22], y por ti mismo no seassino abandono e indiferencia.

Vive, corazón, quieto y encerrado, comoun gusanito en el estrecho y oscuro cala-

29Jean-Pierre de Caussade

bozo de tu miserable capullo, hasta que elcalor de la gracia te forme y suscite tu eclo-sión [Sta. Teresa, V Moradas 2]. Aliménta-te con todas las hojas que esta misma gra-cia te presenta, y tranquilo en medio de laactividad a que te lleva tu abandono, no teaflijas por la pérdida de tu quietud interior.Detente cuando la acción divina te deten-ga. Pierde, en estas variaciones de cesacióno actividad, en incomprensibles metamor-fosis, todas tus antiguas formas, métodosy maneras. Acepta, muriendo y resucitan-do, las formas nuevas que esa misma ac-ción divina te irá designando.

Así es como has de formar callandito tuseda, haciendo algo que no te es dado verni sentir. Sufrirás en todo tu ser una agita-ción oculta, que condenarás tu mismo. Yenvidiarás secretamente a los que estánmuertos o quietos, sin pensar que quizá nohan llegado aún al término en que tú te en-cuentras, y sentirás admiración por ellos,sin saber que los has dejado atrás. La agita-ción de tu abandono te hará hilar una sedacon que se gloriarán de vestirse los prínci-pes de la Iglesia, los grandes de la tierra ylas almas de todas clases.

Y después de todo esto ¿qué será de ti,gusanito? ¡Oh, maravilla de la gracia! Tú ha-llas todos los medios para dar mil formas alas almas; pero ¿quién sabe a dónde quierellevar a un alma la gracia? ¿Quién podrá adi-vinar, si no lo hubiese visto, lo que hace lanaturaleza de un gusano de seda? [V Mora-das 2,2]. Basta con ir dándole hojas, y la na-turaleza hace el resto.

De día y de noche, sin saber cómoDel mismo modo, almas queridas, tam-

poco conocéis vosotras de dónde venís nia dónde vais. No sabéis qué idea de Dios ossaca la divina Sabiduría y a qué termino osconduce. No os queda, pues, otro recursoque el entero y pasivo abandono a la accióndivina, dejándole hacer a Dios lo que quie-ra, sin reflexión, sin modelo, sin ejemplo,

sin método, actuando cuando es el momen-to de obrar, cesando cuando la hora de pa-rar, perdiendo cuando es momento de per-der. Y así es como, insensiblemente, obran-do o cesando por mociones o por abando-no, se leen o se dejan los libros, se hablacon las personas o se calla, se escribe o sedeja la pluma, sin saber nunca lo que segui-rá después.

Y finalmente, después de no pocas trans-formaciones, el alma perfeccionada reci-be alas para volar a los cielos, después dehaber dejado en la tierra una semilla fecun-da para perpetuar su estado en las almas.

Capítulo VII

El orden de la Providenciaes el que nos santifica.

Pequeñez de esta ordenaciónen aquellos que Dios santifica

sin brillo y sin esfuerzos

Ordenación divina providenteOrden de Dios, beneplácito de Dios, vo-

luntad de Dios, acción de Dios, la gracia,todo esto no es más que una sola cosa. Y enesta vida el fin de esta obra divina es la per-fección. Ese fin se produce en nuestras al-mas y se desarrolla y acrecienta en secre-to, sin que ellas lo sepan. La teología abun-da en concepciones y palabras que expli-can las maravillas de esa obra en todas lasdimensiones de cada alma. Toda esa espe-culación puede conocerse, y de ella se pue-

30 El abandono en la divina Providencia

de hablar admirablemente, escribir, instruiry dirigir las almas. Pero si solamente se tie-ne esta especulación en el pensamiento,ante las almas que reciben el término de laordenación de Dios y de su divina voluntad–que no conocen todas esas teorías, de lasque no sabrían hablar–, se viene a ser comoun médico enfermo ante personas sencillasque están en perfecta salud.

Interior instinto,no reflexiones o libros

La ordenación de Dios, su voluntad divi-na, cuando es recibida por un alma fiel, obraen ella este fin divino sin que ella lo sepa,como una medicina tomada por obedienciaobra la salud en un enfermo, sin que él sepani pretenda saber nada de medicina. Asícomo el que calienta es el fuego, y no lafilosofía y la teoría científica sobre esteelemento y sus efectos, así es en la ordena-ción de Dios: es su voluntad la que obra lasantidad en nuestras almas, y no las curiosasespeculaciones que podamos hacer sobre eseprincipio y ese fin.

Cuando se tiene sed, para saciarla, es pre-ciso dejar los libros que explican ese fenó-meno, y beber. La curiosidad de saber sóloes capaz de aumentar la sed de conocer. Delmismo modo, cuando se está sediento desantidad, la mera curiosidad de saber sóloconsigue alejarla. Hay que dejarse de espe-culaciones interminables, y beber sencilla-mente todo cuanto el orden de Dios nospresenta para hacer o sufrir. Eso que nos vasucediendo en cada momento por la provi-dencia de Dios es para nosotros lo más san-to, lo mejor y más divino.La ciencia del momento presente

Toda nuestra ciencia consiste en cono-cer esta disposición divina del momentopresente. Por ejemplo, cualquier lecturaque no se haga por voluntad de Dios, cier-tamente será dañosa. El orden y la voluntadde Dios es la gracia, que obra en el fondode nuestros corazones al leer, lo mismo que

durante todas las otras cosas que vamoshaciendo, y no por sí mismas las ideas, es-pecies o lecturas, pues si éstas no son por-tadoras de la virtud vivificante de la dispo-sición ordenada por Dios, solamente sonletra muerta, que vacía el corazón, al mis-mo tiempo que hincha el espíritu [1Cor 8,1].

Por el contrario, cuando esta voluntaddivina fluye en el alma de una sencilla mu-chacha ignorante, a través de sufrimientosy acciones muy concretos, en la turbulen-cia de la vida diaria, obra en el fondo de sucorazón ese fin misterioso del ser sobre-natural, sin que su espíritu reciba ningunaidea natural. En cambio, el hombre sober-bio, que estudia los libros espirituales porvana curiosidad, y no por impulso de la vo-luntad de Dios, no recibe más que letramuerta en su espíritu, y éste se deseca yendurece cada vez más.

Voluntad divina siempre benéficaLa ordenación de Dios y su voluntad di-

vina es la vida del alma, cualquiera que seala apariencia en que se le aplique o sea re-cibida. Cualquier modo de unión de esavoluntad divina con el espíritu alimenta alalma y la hace crecer siempre hacia lo me-jor. No es esto ni aquello lo que producetan felices efectos, es siempre la ordena-ción de Dios en el momento presente.Aquello que era mejor en el pasado, ya nolo es, porque ya está destituido de la volun-tad divina, que se manifiesta ahora bajo otrasapariencias para mostrar el deber del mo-mento presente. Y es este deber, cualquie-ra que sea su apariencia, lo que en el pre-sente viene a ser más santificante para elalma.

Cuando la divina voluntad ofrece la lec-tura como un deber presente, la lectura pro-duce en el corazón frutos misteriosos. Simanda dejarla para entregarse actualmentea contemplar, esta contemplación forma enel fondo del corazón el hombre nuevo, y lalectura entonces sería no sólo inútil, sino

31Jean-Pierre de Caussade

perjudicial. Si esta misma divina voluntadmanda dejar la contemplación para atenderen confesión a unos penitentes, y esto va allevar un tiempo considerable, este deberda forma a Jesucristo en el fondo del cora-zón, y toda la dulzura de la contemplaciónno serviría más que para destruirla.

La ordenación de Dios es la plenitud detodos nuestros momentos, y fluye bajo milapariencias diferentes, que forman sucesi-vamente nuestro deber presente, configu-rando, acrecentando y consumando en no-sotros el hombre nuevo, hasta llegar a laplenitud que la Sabiduría divina nos desti-na.

Hace crecer en Cristo día a díaY este misterioso crecimiento «en la

edad de Jesucristo» [Ef 4,15] es el fin pro-ducido por la ordenación de Dios, es el fru-to de su gracia y de su voluntad. Este frutose produce, crece y se alimenta por el cum-plimiento de aquellos deberes sucesivos,que la voluntad del mismo Dios nos pre-senta, de tal modo que cumpliéndolos enesta santa voluntad es siempre lo mejor. Asípues, no hay más que dejar obrar a la volun-tad divina, abandonándose ciegamente enuna confianza perfecta. Ella es infinitamentesabia, infinitamente potente, infinitamentebenéfica para aquellas almas que esperantotalmente en ella sin reservas, que no amanni buscan sino a ella sola, y que creen conuna fe y una confianza inquebrantables quelo que ella hace en cada momento es lo me-jor, sin buscar en otra parte más o menos,sin andar evaluando los diversos aspectosmateriales de la ordenación divina, en lo quesolamente habría una pura búsqueda delamor propio.

Lo verdaderamente esencial y real, la vir-tud de todas las cosas, lo que las arregla yhace favorables para el alma, es la voluntadde Dios, sino la cual todo es vacío, nada ymentira, vanidad, letra, corteza y muerte. La

voluntad de Dios es, en cambio, salvación,salud, vida del cuerpo y del alma, cualquie-ra que sea la experiencia bajo la cual se lesaplique. Que el espíritu tenga las ideas queprefiera, que el cuerpo sienta lo que pueda,sufra el espíritu distracciones y turbacio-nes, padezca el cuerpo una enfermedadmortal, sin embargo, esta divina voluntades siempre, en el momento presente, la vidadel cuerpo y del alma, porque, después detodo, uno y otra, en cualquier estado en quese encuentren, están siempre sostenidospor ella.

Todo es nada sin la voluntad de DiosSin la voluntad de Dios, el pan es veneno,

y con ella, remedio saludable. Sin ella, loslibros ciegan, y con ella el atolladero másoscuro viene a hacerse una luz. Ella es todolo bueno y lo verdadero de todas las cosas.En todas ella se da como Dios, y Dios es elser universal. Por eso no se debe andar mi-rando las relaciones que tienen las cosasrespecto al espíritu o al cuerpo, para juzgarde su virtud, pues en este sentido todo esindiferente. Es la voluntad de Dios la queda a las cosas, las que sean, eficacia paraformar a Jesucristo en nuestros corazones.Y en modo alguno hay que poner límites aesa voluntad.

La acción divina no quiere encontrar obs-táculo alguno en la criatura. Todo le esigualmente útil o inútil. Todo es nada sinella, y la nada es todo con ella. La contem-plación, la meditación, las oraciones voca-les, el silencio interior, los actos de laspotencias sensibles, distintos u obscuros,el retiro o la acción, serán lo que fueren ensí mismos, pero lo mejor de todo eso parael alma es todo lo que Dios quiere en elmomento presente. Por eso el alma debemirar todas esas alternativas con una per-fecta indiferencia, viendo que en sí mismasno son nada.

32 El abandono en la divina Providencia

Indiferencia espiritualEl alma que no ve las cosas sino en Dios,

las toma o las deja según su beneplácito, yasí viva, se alimenta y espera solamente desu voluntad, y no de las cosas, que no tie-nen fuerza ni virtud sino por Él. Y así, antecualquier situación y en todo momento,debe decir como San Pablo: «Señor ¿quéquieres que haga?» [Hch 22,10].

No esto o lo otro, sino lo que tú quieras.El espíritu quiere esto, el cuerpo deseaaquello, pero yo, Señor, sólo quiero tu san-ta voluntad. La contemplación o la acción,la oración vocal o mental, activa o silen-ciosa, de fe o de luz, con formas claras oen gracia general, todo, Señor, por sí mis-mo es nada, porque tu voluntad es lo únicoreal y la única fuerza de todo eso. Ella solaes el centro de mi devoción, y no las cosas,por sublimes y elevadas que sean, pues elfin de la gracia no es la perfección de lamente, sino la del corazón.Templos de la Trinidad

La presencia de Dios, que santifica nues-tras almas, es esta morada de la SantísimaTrinidad, que toma posesión de nuestroscorazones, cuando éstos se someten a lavoluntad divina. Porque la presencia de Diosque se realiza por el acto de la contempla-ción no obra en nosotros esta íntima uniónsino como todas las otras cosas que se vi-ven según la ordenación de Dios. Entre to-das ellas, la contemplación tendrá siempreel primer lugar, porque es el medio másexcelente para unirse a Dios; pero siemprey cuando su voluntad ordene que se ejerci-te.

Gozamos de Dios y lo poseemos por launión con su voluntad, y buscar ese divinogozo por otros medios sería una ilusión. Lavoluntad de Dios es el medio universal. Elmedio no es ni esta manera ni esta otra, puesÉl tiene la virtud de santificar todas lasmaneras y todos los modos particulares.Esta divina voluntad se une a nuestras al-

mas de mil modos diferentes, y aquél quenos apropia es siempre el mejor para no-sotros. Todos los modos deben ser estima-dos y amado, porque todos pueden ser or-denación de Dios, que se acomoda a cadaalma para obrar en ella la unión divina, eli-giendo para aquella el modo propio. Y elalma debe contentarse con esta elección,sin elegir nada distinto por sí misma, pre-firiendo seguir esta voluntad adorable, hastael punto de amarla y estimarla igual queaquellos otros modos destinados a otras.

Por ejemplo, si la voluntad divina memanda oraciones vocales, sentimientosafectivos, luces sobre los misterios, yodebo amar también el silencio y la desnu-dez que la vida de fe opera en otros; pero,en cuanto a mí, me entregaré a practicar estedeber presente, y por él me uniré a Dios.

QuietistasDe ningún modo se me ocurrirá reducir

toda la religión, como hacen los quietistas,a la aniquilación de actos distintos, menos-preciando todos los demás medios, porquelo que perfecciona es la ordenación deDios, y Él es quien hace bueno para el almatodo medio al cual la aplica. No, yo no pon-dré límites, ni maneras, ni condiciones a lavoluntad de Dios, sino que me empeñaréen recibirla bajo todas las formas por lasque se me quiera comunicar, y estimaré tam-bién todas las otras por las que Él quieraunirse a los demás.

Dios da un camino a cada almaSegún esto, todas las almas sencillas no

tienen sino un solo camino general, que sediferencia y particulariza en todo para for-mar la variedad de los vestidos místicos. Ytodas las almas sencillas se aprueban y es-timan mutuamente, diciéndose entre ellas:«Vamos adelante, cada una por su camino,con la misma meta, unidas en un mismoempeño y en una misma ordenación deDios, diversificada en cada una de noso-

33Jean-Pierre de Caussade

tras».Así es como hay que leer la vida de los

santos y los libros espirituales, sin hacernunca cambios que nos lleven a dejar nues-tro camino. Por eso mismo, es absoluta-mente necesario hacer lecturas y mantenerconversaciones sólo según la voluntad deDios, pues cuando esta voluntad hace detodo eso un deber presente, el alma, muylejos de hacer cambios falsos, se ve con-firmada en su propio camino por esas mis-mas cosas tan diferentes que ve en su lec-tura. Pero si la voluntad de Dios no nos pro-pone la lectura ni la consulta espiritualcomo un deber presente, de todo ello sal-drá siempre perturbación, y vendrá a darseen una confusión de ideas y en una varia-ción continua, pues sin la ordenación deDios, en nada puede haber orden.

El pan vivo del momento presente¿Hasta cuándo andaremos llenando la ca-

pacidad de nuestra alma de las penas e in-quietudes particulares acerca de nuestrosmomentos presentes? ¿Cuándo consegui-remos que en nosotros «Dios sea todo entodas las cosas» [1Cor 15,28]? Dejemosque esto y aquello nos muestren lo que deverdad son, y nosotros, más allá de todo eso,vivamos muy puramente de Dios mismo.

Por esto es por lo que Dios permite tan-tas destrucciones y aniquilamientos, tantasmuertes, obscuridades, confusiones y mi-serias en todo lo que sucede a ciertas al-mas. Todo lo que sufren y hacen se mues-tra muy pequeño y despreciable a sus pro-pios ojos y a los de los demás. En todoslos instantes de su vida no hay nada que bri-lle, todo es común. Dentro, turbación; fue-ra, contradicción y planes fracasados. Uncuerpo débil y sujeto a mil necesidades,cuyas sensaciones son todo lo contrario dela admirable pobreza y austeridad de lossantos. No se ven limosnas excesivas, ni uncelo ardiente y expansivo, y el alma, encuanto a los sentidos y al espíritu, está sien-

do alimentada por un pan completamenterepugnante, que no corresponde en absolu-to a su gusto; ella aspira a otras cosas muydistintas, pero todos los caminos que con-ducen a esa santidad tan deseada se le mues-tran cerrados.

Es necesario vivir de esta pan de angus-tia, de este pan de ceniza, con una congojainterior y exterior continua. Es necesarioaceptar una modalidad de santidad que sincesar contraría de una manera cruel e irre-mediable. La voluntad sufre hambre, perono halla medio de saciarlo. ¿Para qué todoesto? Todo esto es para que el alma seamortificada en todo aquello que en ella hayde más espiritual e íntimo, de modo que,no encontrando gusto ni satisfacción ennada de lo que le sucede, ponga todo sugusto en Dios, que la lleva expresamentepor esta vía, para que sólo Él mismo puedaagradarle.

Dejemos, pues, la corteza de nuestra pe-nosa vida, ya que no sirve más que para hu-millarnos ante nuestros ojos y ante los de-más. O mejor, ocultémonos bajo esa cor-teza y gocemos de Dios, el único que estodo nuestro bien. Sirvámonos de esta en-fermedad, de estas limitaciones y preocu-paciones, de estas necesidades de alimen-tos, vestidos o muebles, de estas desgra-cias, de ese desprecio de algunos, de esostemores e incertidumbres, de todas esas tur-baciones, para encontrar todo nuestro bienen el gozo de Dios que, a través de todasesas cosas, se nos da totalmente comonuestro único bien.

Pobre apariencia de la presencia divinaDios muchas veces quiere estar entre no-

sotros pobremente, sin el acompañamien-to de esos signos de la santidad que hacenadmirables a los santos. Lo que sucede esque Dios solo quiere ser el único objetode nuestro corazón, y desea ser Él soloquien nos agrade. Sabe muy bien que so-mos muy débiles, y que si nos concediera

34 El abandono en la divina Providencia

el esplendor de la austeridad y del celoapostólico, de la limosna y de la pobreza,pondríamos en ello parte de nuestro gozo.Pero es el caso que en nuestro camino nohay nada que no nos sea desagradable, y pre-cisamente por este medio es Dios todanuestra santificación y nuestro apoyo. Y loúnico que puede hacer el mundo es despre-ciarnos y dejarnos gozar en paz de nuestrotesoro.

Dios quiere ser el principio de todo loque hay en nosotros de santo, y por eso todolo que depende de nosotros y de nuestrafidelidad activa es tan pequeño y, aparente-mente, opuesto a la santidad. Sólo por víapasiva puede haber algo verdaderamentegrande en nosotros. Así que, no nos pre-ocupemos más. Dejemos a Dios el cuida-do de nuestra santidad; Él conoce bien losmedios. Todos ellos dependen de una soli-citud y de una operación singular de su Pro-videncia. Todos ellos operan en nosotrosordinariamente sin que lo sepamos, a tra-vés de aquello que más tememos, y pordonde menos esperamos.

Contentos con el pan que Dios nos daCaminemos en paz en los pequeños de-

beres de nuestra fidelidad activa, sin aspi-rar a grandes cosas, pues Dios no quieredársenos por medio de nuestras preocupa-ciones. Nosotros vamos a ser los santos deDios, de su gracia y de su providencia es-pecial. Como Él sabe bien el rango quequiere concedernos, dejémosle hacer. Y sinformarnos falsas ideas y vanos procedi-mientos de santificación, contentémonoscon amarle sin cesar, caminando con sim-plicidad por el sendero que El nos ha traza-do, y en el que todo es tan pequeño a nues-tros ojos y a los del mundo.

Capítulo VIII

Hay que sacrificarse a Diospor amor al deber.

Fidelidad para cumplirlo y partedel alma en la obrade la santificación.

Dios hace todo el resto Él solo

Ofrenda sacrificial continua«Ofreced sacrificios legítimos, y confiad

en el Señor» [Sal 4,6]. En efecto, el gran-de y sólido fundamento de la vida espiri-tual es darse a Dios, y estar siempre sujetoen todo a su voluntad, en lo interior y exte-rior, olvidándose de sí mismo, como de unacosa vendida y entregada, sobre la cual nose tiene ya derecho alguno. Todo, pues, hade ser para agradar a Dios, de modo que Élsea toda nuestra alegría, y que su felicidady su gloria, su ser, venga a ser nuestro úni-co bien.

Apoyada sobre este fundamento, el almaha de centrar toda su vida en alegrarse deque Dios sea Dios, dejando su propio serde tal modo entregado a su voluntad que estéigualmente contenta con hacer esto, aque-llo o lo contrario, según disponga el bene-plácito divino, sin andar cavilando sobre loque su voluntad santísima ordena.

Voluntad divina obligantey voluntad divina operante

La voluntad de Dios dispone de nuestroser de dos maneras: o le obliga a hacer cier-tas cosas, o simplemente obra en él. El pri-mer modo exige de nosotros el fiel cum-plimiento de esa voluntad manifestada o

35Jean-Pierre de Caussade

inspirada; el segundo, una simple y pasivasumisión a las mociones de esa voluntadde Dios. Pues bien, el abandono compren-de todo eso, pues no es sino la perfectasumisión a las disposiciones de Dios se-gún la condición del momento presente. Ypoco le importa al alma saber de cuál delos modos está obligada a abandonarse ocuáles son las cualidades del momento pre-sente; lo único que le importa es estar aban-donada sin reservas.

El abandono es fidelidada toda clase de voluntad divina

El abandono comprende en el corazóntodas las maneras posibles de fidelidad,porque estando el propio ser entregado a lavoluntad de Dios, y hecha esta cesión de símismo por puro amor, afecta a todas lasoperaciones posibles de ese beneplácitodivino. Así el alma en cada instante se ejer-cita en un infinito abandono, pues todas lascondiciones y maneras posibles están com-prendidas en su virtud.

Según esto, no es en absoluto asunto delalma determinar concretamente el objetode la sumisión que debe a Dios, sino que suúnica ocupación ha de ser simplemente es-tar sumisa en todo y presta a todo. Eso eslo esencial del abandono, eso es lo queDios exige del alma, ésa es la donación li-bre del corazón que Él solicita: la abnega-ción, la obediencia, el amor. El resto esasunto de Dios.

Y sea que el alma actúe atentamente paracumplir el deber al que su estado y com-promisos le obligan, sea que ella siga dul-cemente una moción inspirada, o sea queella se someta pacíficamente al impulso dela gracia en cuerpo y alma, en todo estoafirma en el fondo de su corazón un mismoacto universal y general de abandono, queen modo alguno está limitado por el térmi-no y efecto especial que se ve al momento,sino que, en realidad, tiene todo el mérito

y la eficacia que la buena voluntad sincerasiempre tiene cuando el efecto no dependede ella en absoluto; lo que ella ha queridohacer Dios lo tiene por hecho.

Si el deseo de Dios pone límites al ejer-cicio de las facultades particulares, no selos pone a la voluntad. El deseo de Dios, elser y la esencia de Dios, son el objeto de lavoluntad y, a través del amor, Dios se une aella sin límite alguno, sin forma ni medida.Y si este amor no se realiza en las faculta-des particulares más que en un objeto u otrobien concreto, es precisamente porque lavoluntad de Dios tiene en ellas su propiaperfección, y se reduce, por así decir, sehace más pequeña en la cualidad del mo-mento presente, y de esta forma pasa a lasfacultades y de éstas al corazón, porque éstees puro, sin límites y sin reserva, y se co-munica a él a causa de su infinita capaci-dad, obrada por la pureza del amor que, ha-biendo hecho el vacío de todas las cosas,le hace capaz de Dios.

Santo desasimientoOh santo desasimiento, tú abres lugar a

Dios. Oh pureza, disposición a todo, sumi-sión sin reserva, tú atraes a Dios al fondodel corazón. Sea lo que fuere de todo lodemás, tú, Señor, eres todo mi bien. Haztodo lo que quieras de este pequeño ser.Que actúe, que tenga inspiraciones, que re-ciba más o menos tus mociones, todo es lomismo, y todo es tuyo, de ti y para ti. Yo noquiero por mí mismo ver o hacer nada, puestodos los instantes de mi vida son tuyos, yninguno está bajo mi disposición. Todo estuyo, y yo no debo añadir nada, ni dismi-nuirlo, ni buscar, ni reflexionar. La ordena-ción de todo es tuya. A ti corresponde or-denarlo todo: la santidad, la perfección, lasalud, la dirección, la mortificación. Todoes asunto tuyo, y el mío no es otro, Señor,que estar contento de ti, sin apropiarmeacción ni pasión alguna, dejándolo todo atu libre voluntad.

36 El abandono en la divina Providencia

Amor puro es puro don de DiosLa doctrina del amor puro no se adquiere

más que por la gracia Dios, y no por el pro-pio esfuerzo. Dios instruye el corazón nopor medio de ideas, sino por penas y reve-ses. Esta ciencia es un conocimiento prác-tico por el que se gusta de Dios como úni-co bien. Para adquirir esta ciencia es pre-ciso estar desasido de todos los bienes par-ticulares; y para llegar a ello, hace falta ver-se privado de ellos. Y así, no es sino pormedio de contrariedades continuas y de unalarga serie de mortificacio-nes de todas cla-ses, respecto a inclinaciones y afeccionesconcretas, por lo que llega a vivirse en elpuro amor.

Amor puro es total indiferenciaHay que llegar, pues, a un punto en que,

para uno, todo lo creado no sea ya nada, yDios lo sea todo. Y por eso es necesarioque Dios se oponga a todas las afeccionesparticulares del alma, de manera que, des-de el momento en que ella se adhiere a al-guna forma especial, a una cierta idea deespiritualidad, a algún medio de perfeccióno devoción, a unos planes, a tales vías ocaminos que den acceso a ciertas metas, aalgunas personas que presten su ayuda, oen fin, a cualquier criatura que sea, Diosconfunde nuestros planes y permite que envez de conseguir nuestros proyectos, no en-contremos en todo eso sino confusión yturbación, vacío y desatino.

Apenas el alma se ha dicho: «Por ahí espor donde hay que ir, con esta persona escon quien tengo que hablar, así es como hayque actuar», en seguida Dios dice todo locontrario y retira su virtud de esos mediosdecididos por el alma. Y así, no encontran-do en todo sino pura criatura y,consiguientemente, pura nada, el alma seve obligada a recurrir al mismo Dios y acontentarse con Él.

Vacío de sí, abnegación perfectaUn alma para quien el bien y la felicidad

de Dios son los suyos, no se inclina ya poramor, ni por confianza en las cosas crea-das, y las admite solamente por deber, esdecir, por voluntad de Dios, y por la con-creta determinación de su voluntad. Ella,por encima de la abundancia y por debajode la privación, vive en la plenitud de Dios,que es su bien permanente.

Dios encuentra, pues, esta alma comple-tamente vacía de inclinaciones propias, demovimientos propios, de elecciones pro-pias. Es como un sujeto muerto, abandona-do a una indiferencia universal. La plenituddel ser divino, manifestándose así en el fon-do del corazón, tiende sobre la superficiede todos los seres creados un velo de nada,que elimina todas sus distinciones y varie-dades. Así la criatura, en el fondo de su co-razón, queda sin virtud ni eficacia, y el co-razón se ve sin tendencias e inclinacioneshacia las criaturas, pues la majestad de Diosllena toda su capacidad.

El corazón que vive de Dios de esta ma-nera queda muerto a todo el resto, y todolo demás queda muerto para él. Correspon-de a Dios, que da la vida a todas las cosas,vivificar el alma en relación a las criaturas,y a éstas en referencia al alma. La voluntadde Dios es esta vida. El corazón, movidopor esta voluntad divina, es llevado hacialas criaturas y, por esta misma voluntad, lascriaturas son llevadas hacia el alma, paraque puedan ser acogidas por ella.

Sin esta virtud divina de la libre disposi-ción de Dios, lo creado no es recibido porel alma, y el alma no se dirige a ello. Estareducción de todo lo creado, primero a lanada y seguidamente al punto de la ordena-ción de Dios, hace que en cada instante Dioses para el alma Dios mismo y todas las co-sas. Pues cada momento es, en el fondo delalma, un contentamiento de Dios solo y un

37Jean-Pierre de Caussade

abandono sin límites a todo lo creado po-sible, o mejor, a todo lo creado o creablepor la voluntad de Dios. Y así cada momen-to lo contiene todo.

Vía simple y universalLa práctica de una teología tan admirable

consiste en una cosa tan simple, tan fácil,tan presente, que no hay más que quererlapara tenerla. Este desasimiento, este amortan puro y universal, es actividad y es pasi-vidad; consiste, pues, en aquello que el almadebe hacer con la gracia y en aquello que lagracia debe obrar en ella, sin exigir otracosa que abandono y consentimiento pasi-vo, es decir, todo aquello que Dios quierehacer por sí mismo –eso que la teologíamística explica mediante una infinidad deconcepciones sutiles, que con frecuenciamás vale ignorar, pues para vivirlo sólo senecesita el puro olvido y el abandono.

Al alma le basta con saber lo que debehacer, que es lo más sencillo del mundo:amar a Dios como a su gran y único todo,estar contenta de cómo es Él, y aplicarse asus obligados deberes con solicitud y pru-dencia. Un alma sencilla, por este únicoejercicio, por este camino tan recto, tanluminoso y cierto, adelanta con pasos se-guros y con toda confianza. Y todas las ma-ravillas explicadas por la teología mística,cruces y favores interiores, son obradas enella por la voluntad de Dios sin que ella losepa, pues no se ocupa de otra cosa que deamar y obedecer.

Pasividad fielmente activaDios mismo, «Él solo hizo grandes ma-

ravillas» [Sal 135,4], Él solo es el que hizotodo esto y lo hizo por tales medios que,cuanto más el alma se abandona, se distan-cia y separa de todo lo que pasa en ella, másy mejor perfecciona Él su obra. Por el con-trario, las reflexiones, búsquedas e indus-

trias del alma, no valdrían ya sino para opo-nerse a la manera de obrar de Dios, en laque está todo su bien, porque Él la santifi-ca, la purifica, la dirige, la ilumina, la ele-va, la dilata, la hace útil a los demás, y lavuelve apostólica, por medios y maneras enlos que la reflexión no alcanza sino a ver locontrario.

Todo, cada momento presente, parececontribuir a sacar el alma de su camino deamor y de sencilla obediencia. Es necesa-rio, pues, tener un abandono y un corajeheroico para mantenerse estable en la sim-ple fidelidad activa, haciendo el alma suparte con seguridad, mientras que la graciahace la suya con un aire y estilo que hacecreer al alma que estuviera engañada y per-dida.

La Pasión del SeñorEsto es, al menos, lo que llega a los oí-

dos del alma, y si tiene el valor de no inmu-tarse por el ronco gruñido de truenos y re-lámpagos, tempestades y rayos, y marchacon paso firme por el sendero del amor yde la obediencia al deber y a la gracia pre-sente, puede decirse que el alma se hacesemejante a Jesús, y que está participandodel estado de su Pasión, durante la cual estedivino Salvador camina serenamente en elamor de su Padre y en la sumisión a su vo-luntad, dejándose hacer aquello que en apa-riencia parece lo más contrario a la digni-dad de un alma tan santa como la suya.

Los Corazones de Jesús y de María afron-tan el rugido de esta noche tan obscura, ydejan que el huracán les envuelva en su tor-bellino. Un diluvio de calamidades, todasellas aparentemente opuestas a los desig-nios de Dios y a su voluntad, hunden en elabismo las almas de Jesús y de María, y,sin embargo, sacando ánimos de la flaque-za, siguen caminando sin venirse abajo porel camino del amor y de la obediencia. Fi-jan sus ojos solamente en aquello que de-

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ben cumplir y, dejándole hacer a Dios, queles está mirando, sienten sobre sí todo elpeso de esta acción divina. Gimen bajo estepeso, pero ni vacilan con dudas, ni se detie-nen un solo instante. Tienen fe en que todoirá bien, con tal de que el corazón deje obrara Dios y permanezca en su camino.

Cara fea y cara bella del tapizCuando el alma va bien, todo va bien, por-

que aquella parte que corresponde a Dios,es decir, su acción, es, por así decirlo, elcentro y la consecuencia de la fidelidad delalma: ella impulsa al alma, y el alma se apo-ya en ella. Ésta viene a ser como la cara deun tapiz magnífico, que va siendo tejidopunto por punto por el revés. El obrero noalcanza a ver más que cada punto y su aguja,y todos estos puntos, dados sucesivamen-te, van trazando figuras bellísimas, que novan manifestándose hasta que, una vez aca-bada la obra, se expone a la luz de cara. Peromientras dura el tiempo del trabajo toda esamaravilla permanecía oculta.

Lo mismo sucede en un alma que se aban-dona a Dios. Solamente alcanza a ver la vo-luntad divina y su propio deber. Y el cum-plimiento de este deber viene a ser en cadamomento un punto imperceptible que seañade a la obra. Y sin embargo, medianteestos puntos, Dios va obrando sus maravi-llas, de las que alguna vez hay indicios visi-bles ya en el tiempo, pero que no podránser conocidas del todo hasta el día grandede la eternidad.

Fieles a los mandamientos,dóciles a la ordenación providente

¡Qué llena de bondad y de sabiduría estála acción de Dios! De tal modo ha reserva-do Él a su sola gracia y acción todo lo mássublime y elevado, lo más grande y admira-ble, en el camino de la perfección y santi-dad, y de tal modo ha dejado a las almas,ayudadas por el auxilio de su gracia, lo quees pequeño, claro y fácil, que no hay nadie

en el mundo a quien no sea dada la posibili-dad de llegar a la perfección más eminen-te. Todo lo que pertenece al estado de lavida, a los deberes, a las condiciones cor-porales, todo está al alcance del cristiano.Y en todo eso, dejando a un lado el pecado,es en lo que Dios quiere que el hombreempeñe su fidelidad activa. Él no espera denosotros más que vernos cumplir su volun-tad significada por el deber, según nuestrasfuerzas corporales y espirituales, y perma-necer celosos en nuestras otras obligacio-nes, en la medida en que nos sea posible.

¿Puede haber algo más fácil y razonable?Ése es todo el trabajo que Dios exige alalma en la obra de su santificación. Y esosí, lo exige a grandes y pequeños, sanos yenfermos, es decir, a todos, en todo tiem-po y en todo lugar. Es cierto que Él sólopide de nuestra parte algo asequible y fácil,ya que basta con mantener esa actitud sen-cilla para llegar a una gran santidad.

Deberes generalesy deberes particulares

¿Y cuál es, pues, ese deber que constitu-ye por nuestra parte toda la esencia de lasantidad? Se da de dos modos. Hay, en pri-mer lugar, un deber general, que Dios im-pone a todos los hombres. Y en segundolugar, unos deberes particulares, que pres-cribe a cada uno, y por los que vincula acada hombre a estados concretos. Así es,por consiguiente, como Dios nos mandacumplir los mandamientos que nos obligana su amor, y así es como nos invita a seguirsus consejos, en la medida en que su reali-zación se hace posible por las mociones dela gracia. Por tanto, lo que Él pide de cadauno nunca va más allá de las fuerzas que harecibido, y esto manifiesta su equidad.

Escuchadme vosotros, que aspiráis a laperfección, y que desfallecéis a la vista delo que hicieron los santos y de lo que osprescriben los libros de espiritualidad; vo-sotros, que estáis abrumados por las tre-

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mendas ideas que os habéis forjado sobrela perfección. Conoced esto que parecéisignorar. Dios quiere que yo escriba todoesto para vuestra confortación.

Camino fácil hacia la santidadNuestro Dios bondadoso ha puesto a

nuestro alcance todas las cosas necesariasy comunes del orden natural, como el aire,el agua, la tierra. No hay nada más necesa-rio que respirar, dormir, comer, y al mismotiempo, nada más fácil que eso. Pues bien,en el orden sobrenatural el amor y la fide-lidad son igualmente necesarios, y no esposible que nos sean tan difíciles como aveces nos lo presentan. Y Dios quiere con-tentarse en todas estas cosas, incluidas lasmás pequeñas, con la parte que el alma debeponer en la obra de su perfeccionamiento.Él mismo lo explica claramente, eliminan-do toda duda: «Venera a Dios y cumple susmandatos, y eso es todo el hombre» [Qoh12,13].

Es decir, eso es todo lo que el hombredebe hacer de su parte, y en eso consiste sufidelidad activa. Que él cumpla su parte yDios hará el resto. La gracia reserva para sísola las maravillas que sabe obrar, y que vanmás allá de toda inteligencia humana, pues«ni oído oyó, ni el ojo vio, ni el corazóndel hombre llegó» [1Cor 2,9] a captar loque Dios ha concebido en su mente, hadecidido en su voluntad y ha ejecutado porsu potencia en las almas que se le abando-nan con sencillez.

Lienzo o piedraque se abandonan al artista

Ese lienzo tan armonioso, esa capa tanbien aplicada, esos rasgos tan bellos, tanbien acabados, estas figuras admirables,sólo las manos de la Sabiduría divina sabenhacerlo, partiendo de la sencilla tela de amory obediencia que el alma tiende sin re-flexionar, sin buscar, sin andar cavilandopor saber lo que Dios hace, pues se fía de

Él, se le abandona, y concentrada en su de-ber, no piensa ni en sí misma, ni en lo quenecesita, ni en los medios para procurárse-lo.

Cuanto más el alma se aplica a sus pe-queños trabajos, tan sencillos y ocultos, taninadvertidos y menospreciables al exterior,más Dios la llena de cualidades diversas, laembellece, la enriquece con los bordadosy colores que va mezclando: «El Señor hizomilagros en mi favor» [Sal 4,4].

Un lienzo abandonado simplemente a cie-gas a la acción de un pincel no siente encada momento sino la simple aplicación delpincel. Y una piedra inerte en cada golpe decincel que recibe no puede sentir otra cosaque una punta cruel que la destruye. Estapiedra, al recibir tantos golpes, en modoalguno capta la figura que el obrero va rea-lizando en ella. No siente más que un cin-cel que la disminuye, la raspa, la corta, ladesfigura. Y esta pobre piedra, por ejem-plo, en la que se va configurando un cruci-fijo o una estatua, y que lo ignora, si se lepreguntara: «¿pero qué te está pasando?»,respondería: «no me lo preguntes a mí, pueslo único que yo sé y hago es aguantar firmebajo la mano de mi artista, amarle y sufrirsu acción para la obra a que me ha destina-do.

Él es el que sabe cómo ejecutarla. Yo notengo ni idea de lo que él hace y de cómome voy transformando bajo su operación.Lo único que yo sé es que lo que él hace eslo mejor y lo más perfecto, y por eso reci-bo cada golpe de cincel como lo más exce-lente para mí, aunque, si te he de decir laverdad, cada golpe no puedo menos de sen-tirlo como una ruina, una destrucción, unadesfiguración. Pero dejo a un lado este sen-timiento y, contenta del momento presen-te, no pienso sino en lo que es mi deber, yrecibo la operación de este hábil artista sinentenderla y sin cavilar sobre ella».

40 El abandono en la divina Providencia

Dejémosle hacer a DiosSí, queridas almas, almas sencillas, dejad

a Dios lo que le corresponde y, con paz ydulzura, id hilando vuestro copo. Estad con-vencidas de que lo que os pasa interiormen-te, así como exteriormente, es lo mejor.Dejadle hacer a Dios y estadle abandona-das. Permitid que la punta del cincel y de laaguja actúen. No sintáis en todas estas vici-situdes tan grandes una simple aplicaciónde colores, que parecen emborronar vues-tra tela. Y a todas esas operaciones no re-accionéis sino con la manera totalmenteuniforme y simple de un completo abando-no, con el olvido propio y con el cumpli-miento de vuestro deber. Seguid, pues, vues-tra marcha y, sin saber el mapa del país, losalrededores, los nombres, las circunstan-cias, los lugares, seguid a ciegas vuestrocamino y todo lo preciso se os dará pasiva-mente. Buscad únicamente el reino de Diosy su justicia por el amor y la obediencia, ytodo se os dará por añadidura [+Mt 6,34].

Cuántas veces se ven personas que se pre-guntan con inquietud: «¿quién nos dará lasantidad y la perfección, la mortificación,la dirección?». Dejadles decir, dejad quebusquen en los libros los términos y con-diciones de esta maravillosa obra, su natu-raleza y sus fases. Pero vosotros permane-ced en paz unidos a Dios por vuestro amor,y caminada a ciegas por el camino cierto yderecho de vuestras obligaciones.

Los ángeles, en esta noche, están a vues-tro lado, y sus manos os rodean como unabarrera. Si Dios quiere de vosotros algomás, su inspiración ya os lo hará conocer.La voluntad de Dios da a todas las cosas unorden sobrenatural y divino. Todo lo quetoca y abarca, y todos los objetos sobre losque se extiende, llegan a santidad y perfec-ción, porque su virtud no tiene límites.

Siempre fieles a los deberes propiosPara divinizar así todas las cosas y no

desviarse ni torcerse, es necesario siem-

pre discernir si la inspiración recibida deDios, la que como tal entiende el alma, nole separa en absoluto de sus deberes de es-tado; en cuyo caso, la ordenación de Diosdebe ser preferida, sin que haya nada quetemer, excluir o distinguir. Es para el almael momento precioso, el más santificantepara ella, y puede estar segura de que asícumple la voluntad de Dios.

Cada santo es santo por el cumplimientode este mismos deberes a que Dios la apli-ca. En modo alguno hay que medir la santi-dad por las cosas mismas, por su naturale-za y cualidades propias, sino por el cum-plimiento de esa voluntad divina que santi-fica el alma, y obra en ella iluminándola,purificándola y mortificándola. Toda la vir-tud de lo que llamamos santo está, pues, enesta voluntad de Dios. Y así nada se debebuscar, nada rechazar, sino tomarlo todo desu parte y nada sin ella. Libros, sabios con-sejos, oraciones vocales, afecciones inte-riores, vienen ordenados por la voluntad deDios, son todo cosas que iluminan, dirigen,unifican.

Quietismo insensatoPor eso el quietismo es insensato, al no

querer usar de todos esos medios y al des-echar todo lo sensible, pues hay sin dudaalmas a las que Dios quiere llevar por estavía, y tanto su estado como sus inclinacio-nes interiores lo están indicando muy cla-ramente. Es insensato igualmente elquietismo cuando propone modalidades deabandono en las que se rechaza toda activi-dad propia, y se pretende una completa quie-tud, pues si la voluntad de Dios es que seprocure uno por sí mismo ciertas cosas, elverdadero abandono consiste en hacerlas.

En vano, pues, dicen: «lo más perfectoes la sumisión a la ordenación de Dios».Sí, es cierto, pero esta ordenación para unosse limita al cumplimiento de los deberesde su estado y a lo que viene de la Provi-dencia sin ninguna actividad. Esto es lo más

41Jean-Pierre de Caussade

perfecto para éstos. Pero para otros, ade-más de lo que procede de la Pro-videnciasin actividad, esa ordenación divina señalatambién no pocos deberes concretos, di-versas acciones que van más allá del pro-pio estado. La gracia y la inspiración indi-can entonces lo que dispone la voluntad deDios. Y lo más perfecto para estas almas esañadir todas esas cosas inspiradas, pero conlas precauciones que la inspiración exige parano faltar a los deberes de estado y a las obli-gaciones de pura providencia.

No más santos por hacer esto o lo otroFigurarse que estas almas son más o me-

nos perfectas precisamente a causa de lasdiferentes cosas a las que son movidas, esponer la perfección no en la sumisión a lavoluntad de Dios, sino en las cosas mismas.Dios se configura en los santos a su gusto,y es su voluntad la que los hace a todos, ytodos se someten a su ordenación. Esta su-misión es el verdadero abandono, y en esoconsiste lo más perfecto.

Cumplir los deberes de su estado y con-formarse con las disposiciones de la Pro-videncia, es común a todos los santos. Y esla vocación que Dios da a todos en general.Algunos santos viven ocultos en la obscu-ridad, porque el mundo es muy peligroso yellos quieren evitar sus escollos; pero noes en eso en donde radica su santidad. Sen-cillamente, cuanto más se someten a la vo-luntad de Dios, más se santifican.

Del mismo modo, no hay que creer queaquellos santos en los que Dios hace res-plandecer las virtudes por acciones nota-bles y extraordinarias, mediante gracias einspiraciones que se concilian con los de-beres dispuestos por Dios, caminen por esomenos por la vía del abandono. En absolu-to. No estarían abandonados a Dios y a suvoluntad, y todos sus momentos no seríanvoluntad de Dios, si se contentaran con losdeberes de su estado y de las obligaciones

de pura providencia. Ellos han de extender-se y medirse según la amplitud de los de-signios de Dios, en esa vía que les es re-querida por la gracia, siendo para ellos lainspiración un deber al que han de ser fie-les.

Y lo mismo que hay almas en las que todosu deber está marcado por una ley exterior,y que deben mantenerse encerradas en ella,pues en ella les guarda la voluntad de Dios,también hay otras que, además de su deberexterior, han de ser fieles a esa ley interiorque el Espíritu Santo grava en su corazón.

¿Y quiénes serán los más santos? Pura yvana curiosidad sería tratar de indagarlo.Cada uno debe seguir el camino que le hasido señalado [+1Cor 7,17.20. 24]. La san-tidad consiste en someterse a la voluntadde Dios, y a lo que de más perfecto hay enesa voluntad, sin mirar a las cosas en símismas, porque no es la cantidad o la cali-dad de ellas lo que obra la santidad, sino elperfecto cumplimiento de lo mandado. Enefecto, por más que nos afanemos para mul-tiplicar nuestras buenas obras, consiguien-do reunirlas en abundancia, siempre sere-mos muy pobres, si su principio no es lavoluntad de Dios, sino el amor propio, o sipor lo menos no rectificamos éste en cuan-to captamos sus pretensiones.

Jesús, María y JoséPara decirlo más claramente: hay santi-

dad en la medida en que amamos la volun-tad de Dios, y cuanto más amamos la orde-nación y voluntad divina, cualquiera que seala naturaleza contenida en su ordenación,tanto más santos seremos.

Y esto lo vemos claramente en Jesús,María y José, pues en su vida particular hubomucho más grandeza y forma que materia,y nunca se ha dicho que estas personas tansantas buscaran la santidad de las cosas,sino únicamente la santidad en las cosas.Es, pues, necesario concluir que no exis-

42 El abandono en la divina Providencia

ten caminos particulares o singulares quesean más perfectos, sino que lo más per-fecto en general es la sumisión a la volun-tad de Dios, cada uno según su estado ycondición.

Hay tres deberesHay un primer deber, referente a lo ne-

cesario, que es obligado cumplir. Un segun-do deber es el del abandono y la pura pasi-vidad. Y hay un tercero que requiere un co-razón sencillo, dulce y suave, es decir, mo-vilidad del alma al soplo de la gracia, que lemueve a hacer todo, y por la que ha de de-jarse llevar, obedeciendo sencilla y libre-mente sus mociones. Y para evitar engaños,nunca Dios deja de dar a las almas sabiosguías, con discernimiento para señalar lalibertad o la reserva que convienen al se-guir esas inspiraciones.

Pues bien, es el tercer deber el que pro-piamente excede toda ley, toda forma y todamanera determinada. Es el que hace que estedesignio sea tan extraordinario y singular,es el quien regula sus oraciones vocales,sus palabras interiores, el sentimiento desus facultades y la luminosidad de su vida,ciertas austeridades, este celo, aquella pro-digalidad total de sí mismo hacia el próji-mo. Y como todo esto pertenece a la leyinterior del Espíritu Santo, nadie se lo hade imponer y prescribir a sí mismo, ni de-searlo, ni quejarse de no tener estas gra-cias que nos permiten procurar esas virtu-des no comunes, ya que ellas, en una u otracircunstancia, deben surgir sólo por la vo-luntad de Dios. Sin esto, como hemos di-cho, será preciso temer las ilusiones en quenuestro espíritu podría caer.

Conviene dejar claro que Dios quieremantener ciertas almas ocultas, obscuras ypequeñas a sus ojos y a los de los demás, yque muy lejos de mandarles tales cosas es-pectaculares, las va llevando justamente alo contrario. Y si estas almas son muy cul-tas, se engañarían si tomasen este camino:

el suyo consiste en caminar fielmente, yhan de encontrar la paz en su pequeñez.

Entre las dos vías no hay, pues, más dife-rencia que la que pueda haber en el amor yla sumisión que se tenga hacia la voluntadde Dios. Pues si en esto un alma va másallá de lo que van aquellas otras almas, queparecen cumplir mayores trabajos exterio-res, ¿quién pondría en duda que la santidadde aquélla fuera la más alta? Ya se ve, portanto, que cada alma debe contentarse conlos deberes de su estado y las obligacionesde pura providencia. Está claro que eso eslo que exige Dios de todas las almas.

No querer sino lo que Dios quieraY por lo que se refiere a la gracia y mo-

ción viva recibida en el alma, es preciso noquererla por uno mismo, ni estimular elsentimiento interior. El esfuerzo natural esalgo directamente opuesto y aún contrarioa esa infusión gratuita, y ésta debe darse enla paz. Es la voz del Esposo la que ha dedespertar a la esposa [+Cant 8,4], que nodebe moverse sino en la medida en que leimpulsa el soplo del Espíritu Santo. Si ellase mueve por sí misma, no conseguirá ab-solutamente nada. Cuando ella no sienteninguna gracia que le incline hacia esas ma-ravillas que hacen admirables a los santos,es preciso que ella misma se diga honrada-mente: «Dios ha querido esas cosas en cier-tos santos, pero no lo quiere en mí».

Si se conociera este camino...Pienso yo que si las almas que aspiran a

la perfección conocieran bien y practica-ran esta doctrina, se evitarían muchos tra-bajos. Y lo mismo digo de las personas delmundo. Si conociesen las primeras el mé-rito escondido en sus deberes diarios y enlas actividades propias de su estado; y si lassegundas entendieran que la santidad con-siste muy principalmente en cosas peque-ñas, de las que no hacen caso, creyéndolasinsignificantes al efecto –pues se han he-

43Jean-Pierre de Caussade

cho de la santidad unas ideas asombrosasque, por muy buenas que sean, no hacen sinoperjudicarles, pues la limitan a lo brillantey maravilloso–; si todas, unas y otras, com-prendiesen que la santidad consiste en to-das las cruces providenciales de cada mo-mento, las inherentes al estado propio; yque todo eso que no tiene nada de extraor-dinario puede conducir a la más alta per-fección, y que la piedra filosofal es la obe-diencia a la voluntad de Dios, que transfor-ma en oro divino todas y cada una de susocupaciones... ¡qué felices serían! Cómoentenderían que para ser santo no es nece-sario sino hacer lo que hacen y sufrir lo quesufren. Cómo verían que eso que ellas de-jan perder y estiman en nada bastaría paraadquirir una santidad eminente.

Misionero de la voluntad divinaDios mío, yo quiero con toda mi alma ser

misionero de tu santa voluntad y enseñarlea todo el mundo que no hay cosa tan fácil,tan común y tan al alcance de todos comola santidad. Cuánto desearía yo poder con-vencer a todos de que así como el buen la-drón y el malo [crucificados junto a Jesús]no tenían que hacer o sufrir cosas distintaspara ser santos, del mismo modo dos al-mas, una mundana y otra muy interior y es-piritual no tienen que hacer o sufrir una másque otra; que la que se condena, se condenahaciendo por capricho aquello mismo queel otro que se salva hace por sumisión a lavoluntad divina; y que la que se pierde, sepierde sufriendo con rebeldía y protestaaquello mismo que la otra sufre con resig-nación. Es en el corazón donde está la di-ferencia.

Almas queridas, que leéis esto, creed quela santidad no va costaros más. Haced loque hacéis y sufrid lo que sufrís: es vues-tro corazón solamente lo que hay que cam-biar. Ese corazón que es la voluntad, y esecambio que consiste en querer todo lo queos va sucediendo por voluntad de Dios. Sí,

la santidad del corazón es un simple fiat,una simple disposición de la voluntad, quese conforma a la de Dios. ¿Hay cosa másfácil? Porque ¿quién no amará una volun-tad tan amable y tan buena? Sólo por eseamor todo se hace divino.

Capítulo IX

La voluntad de Diosy el momento presente

Tesoro de la voluntad divinaNada más razonable, perfecto y divino que

la voluntad de Dios. ¿Acaso puede crecersu infinito valor por algunas diferencias detiempo, lugar o cosas? Si os es dado el se-creto de encontrar esa voluntad divina entodos los momentos, poseeréis entonceslo que es más preciso y digno de ser desea-do. ¿Qué andáis buscando, almas queridas?Vibre libremente vuestra alma, álcensevuestros deseos más allá de toda medida ylímite, dilátese vuestro corazón hasta el in-finito: yo sé cómo pueden colmarse todosesos ímpetus. No hay momento en que yono pueda haceros encontrar todo aquelloque podáis desear.Tesoro del momento presente

El momento presente está siempre llenode tesoros infinitos, y excede completa-mente vuestra capacidad. La fe es la medi-da, y encuentra tanto como cree. Tambiénel amor es la medida: cuanto más ama vues-tro corazón, cuanto más desea y más creeencontrar, más encuentra. La voluntad de

44 El abandono en la divina Providencia

Dios se presenta a cada instante como unmar inmenso, que vuestro corazón no pue-de agotar. Él recibe tanto como abarca porla fe, la confianza y el amor. Todas las de-más criaturas no pueden llenar vuestro co-razón, pues éste es más grande que todo loque no sea Dios. Las montañas que asom-bran los ojos no son más que átomos en elcorazón. En esa voluntad divina, escondiday oculta en todo lo que os va sucediendo enel momento presente, es donde hallaréis untesoro que excede infinitamente todosvuestros deseos.

No hagáis, pues, la corte a nadie. No ado-réis lo que no son más que sombras y fan-tasmas, que no pueden daros ni quitarosnada. Solamente la voluntad de Dios reali-zará vuestra plenitud, sin dejaros ningúnvacío. Adoradla, pues, entregáos a ella rec-tamente, pentráos de ella, y abandonad encambio todas las apariencias.

Guiarse por la fe, no por los sentidosEl reino de la fe se establece sobre la

muerte de los sentidos, sobre su despoja-miento, vacío y mortificación; pues mien-tras que los sentidos adoran las criaturas,la fe adora solamente la voluntad de Dios.Derribad los ídolos de los sentidos, aun-que éstos lloren como niños desesperados,y que la fe triunfe, pues no puedeseparársele de la voluntad de Dios. Y cuan-do el momento presente aflige, oprime,despoja, abruma todos los sentidos, enton-ces es cuando alimenta, enriquece y vivifi-ca la fe, que se ríe de todas esas pérdidas,como el gobernador de una plaza inexpug-nable ante tantos asaltos inútiles.

El alma que se entrega totalmente a lavoluntad de Dios, que se le ha revelado,conoce que Dios se le ha entregado a suvez, porque en toda ocasión experimenta suauxilio poderoso. Y gozo de la felicidad deesta venida de Dios a ella con tanta másdulzura, cuanto mejor comprende el bieninmenso que le produce abandonarse siem-

pre y en todos los momentos a esa volun-tad adorable.

¿Pensáis que el alma juzga las cosascomo aquellos que las miden por los senti-dos y que ignoran el tesoro inestimable queellas encierran? Aquél que sabe que tal per-sona es el rey disfrazado, le recibe y tratade modo muy diverso que aquel otro que,no viendo más que la figura de un hombreordinario, le trata según su apariencia. Igual-mente el alma que ve la voluntad de Diosen todas las cosas, hasta en las más peque-ñas, lamentables y mortales, las vive y re-cibe todas con un gozo, con una alegría ycon un respeto siempre igual. Y abre todassus puertas para recibir con honor las mis-mas cosas que otros temen y procuran evi-tar. Y mientras los sentidos, al no ver sinocosas miserables, las desprecian, el cora-zón reconoce bajo esa presentación tanpobre al rey majestuoso, y le respeta tantomás cuanto que ha venido en forma tan po-bre y secreta, y le ama por eso con un amormás tierno y ardiente.

María, Jesús, los Magos, los pastoresYo no soy capaz de expresar lo que el

corazón siente cuando recibe la voluntad deDios en forma tan empequeñecida, tan po-bre, tan aniquilada. Ah, hasta dónde penetraen el hermoso corazón de María esta po-breza de Dios, este anonadamiento que lle-ga a nacer en un pesebre, reposar sobre unpoco de paja, llorando, temblando. Pregun-tad a la gente de Belén, a ver qué piensanellos. Si este niño estuviera en un palacio,rodeado de un lujo principesco, sin duda quele prestarían su homenaje. Pero preguntada María, a José, a los Magos, a los pasto-res, qué piensan. Os van a decir que en estapobreza extrema encuentran un misterioque les manifiesta aún más la grandeza y laamabilidad de Dios. Eso mismo que defrau-da a los sentidos, es lo que eleva, acrecien-ta y enriquece la fe. Lo que menos nutrelos sentidos, más alimenta la fe.

45Jean-Pierre de Caussade

Adorar a Jesús en el Tabor, amar la vo-luntad de Dios en las cosas extraordinarias,todo eso no indica tanto una vida excelentede la fe como amar la voluntad de Dios enlas cosas comunes, y adorar a Jesús puestoen la cruz, pues la fe no alcanza su plenaexcelencia sino cuando lo que parece a lossentidos la contradice, y pugna por destruir-la. Es precisamente esta guerra que le ha-cen los sentidos lo que ocasiona las másgloriosas victorias de la fe.

Encontrar igualmente a Dios en las co-sas pequeñas y comunes o en las grandeseso es tener una fe no común, sino grandey extraordinaria. Contentarse con el mo-mento presente, eso es gozar y adorar lavoluntad divina en todo aquello que es pre-ciso sufrir y hacer en las cosas, que en supaso sucesivo constituyen el momento pre-sente. Las almas sencillas, por la vivacidadde su fe, adoran a Dios igualmente en todaslas situaciones, hasta en las más humillan-tes, y nada escapa a la lucidez de su fe. Cuan-to más protestan los sentidos –«ahí no puedeestar Dios»–, con más amor reciben esa bol-sita de mirra que Dios le da; nada les con-funde, nada les disgusta.

María, la Virgen fielMaría ve cómo huyen los apóstoles, pero

ella permanece firme al pie de la cruz, re-conociendo a su Hijo en aquella figura la-mentable, escupida y llagada. Esta aparien-cia tan miserable, a los ojos de esta dulcemadre, no consigue sino acrecentar su ado-ración y amor; y cuantas más blasfemiasvomiten contra él, mayor será la veneraciónde su corazón. La vida de la fe no es sino labúsqueda continua de Dios a través de todoaquello que le disfraza, le desfigura, y porasí decirlo, le destruye y aniquila.

Sigamos contemplando a María. Desdeel pesebre hasta el Calvario, ella encuentrasiempre un Dios que todo el mundo igno-ra, abandona o persigue. Igualmente, las al-mas de fe atraviesan una serie continua de

muertes y velos, sombras y apariencias, quese esfuerzan una y otra vez para hacer irre-conocible la voluntad de Dios, ésa que ellossiguen y aman hasta la muerte en cruz. Sa-ben que es siempre necesario atravesar lassombras para acercarse a ese divino sol que,desde que amanece hasta que anochece,sean como fueren los nubarrones obscurosque lo oculten, ilumina, calienta, y hace ar-der los corazones fieles que le bendicen,le alaban y le contemplan en todos los pun-tos que forman es círculo misterioso.

Apresuráos, pues, almas fieles, conten-tas e infatigables, y acercáos al Esposoamado, que «sale a recorrer su camino, yde un extremo del cielo llega al otro ex-tremo» [Sal 18,6]. Nada puede quedar ocul-to a sus ojos, y camina igualmente sobrelas pequeñas briznas de hierba, como entrelos cedros grandiosos. Bajo sus pasos po-derosos, se igualan los granos de arena alas montañas. Por donde quiera que vayáis,por allí ha pasado Él, y no tenéis más queseguirle incesantemente para encontrarleadonde quiera que estéis.

Dios habla en la Escritura y en la vidaLa palabra de Dios escrita está llena de

misterios, pero no lo está menos su pala-bra realizada en los sucesos del mundo. Setrata de dos libros que verdaderamente es-tán sellados. La letra de uno y otro mata.Dios es el centro de la fe, es un abismo detinieblas, que desde ese fondo se esparcensobre todas sus producciones. Todas suspalabras y todas sus obras son, por así de-cirlo, rayos obscuros de este sol todavíamás obscuro. Nosotros abrimos los ojoscorporales para ver el sol y sus rayos, perolos ojos de nuestra alma, por los que ve-mos a Dios y a sus obras, están cerrados.Las tinieblas ocupan aquí el lugar de la luz,y la sabiduría es una ignorancia que ve enlo invisible.

La Sagrada Escritura es una palabra obs-cura de un Dios todavía más misterioso. Y

46 El abandono en la divina Providencia

los sucesos seculares son también palabrasobscuras de este mismo Dios, tan oculto ydesconocido. Son como gotas de la noche,pero de un mar de noche y de tinieblas. To-das esas gotas, todos esos arroyos, guar-dan el sello de su origen. La caída de losángeles, la de Adán, la impiedad e idolatríade los hombres, antes y después del Dilu-vio, y aún viviendo los Patriarcas, que sa-bían y narraban a sus hijos la historia de lacreación y de la conservación del hombre,siendo aún tan reciente ¡son palabras de laSagrada Escritura, pero obscuras! Unospocos hombres, preservados de la idolatría,mientras todos los demás se extravían, hastala venida del Mesías; la impiedad que sehace universal y que manda en todo, estepequeño número de defensores de la ver-dad, siempre perseguidos y maltratados, eltrato dado a Jesucristo, ¡las plagas del Apo-calipsis!... ¿Cómo es posible? ¿Ésas son laspalabras de Dios, lo que Él ha revelado einspirado? Y los efectos de esos terriblesmisterios, que continúan hasta la consuma-ción de los tiempos, siguen siendo la pala-bra viva de Dios, que nos enseña la Sabidu-ría, el Poder, la Bondad. Todos los atribu-tos divinos se manifiestan en todo cuantosucede en el mundo. Todo ello es una en-señanza. Pero, ay: es necesario creer, puesahí no se ve nada.

Dios sigue hablando en el presente¿Qué quiere decirnos Dios por los tur-

cos, los Holandeses [jansenistas], los Pro-testantes? Todo eso está predicando congran claridad, todo eso está significando lasperfecciones infinitas de Dios. El Faraón ytodos los impíos que le siguieron y le si-guen no están más que para eso. Pero, sinduda, visto todo eso con ojos humanos, laletra, la apariencia, dice lo contrario. Espreciso cerrar los ojos y dejar de cavilarcon la razón para ver ahí misterios divinos.

Tú, Señor, hablas a todos los hombres engeneral por todos los acontecimientos que

suceden en el universo. Las revolucionesno son más que olas de tu Providencia, quelevantan tormentas y tempestades a los ojosde la gente curiosa.

Y tú también hablas en particular a todoslos hombres a través de cuanto les va suce-diendo día a día. Pero en lugar de captarellos en todas las cosas la voz de Dios, enlugar de respetar la obscuridad y el miste-rio de su Palabra, no ven más que la mate-ria, el azar, el humor cambiante de los hom-bres. A todo tienen que contradecir, o queañadir, disminuir o reformar, y se toman unacompleta libertad para cometer unos exce-sos que el menor de ellos, tratándose deuna sola coma de la Sagrada Escritura, se-ría considerado como un atentado. «Estoes Palabra de Dios, se dice, y en ella todoes santo y verdadero». Y si no se compren-de del todo esta Palabra, aún se le veneramás y se rinde gloria y honor a la profundi-dad de la sabiduría de Dios, lo cual es muyjusto.

Aprender a leer en los sucesos diariosEn cambio, queridas almas, lo que Dios

os dice, las palabras que pronuncia momen-to a momento, no con tinta y papel, sinocon lo que vosotros sufrís o hacéis en cadainstante, todo eso ¿no merece un poco másde atención por vuestra parte? ¿Cómo esque no respetáis en esas palabras la verdady la bondad de Dios? No hay cosa que noos disguste, y para todo tenéis pronta la crí-tica. ¿No os dais cuenta de que estáis mi-diendo por sentido y razón lo que solamentepuede ser medido por la fe? Leéis con losojos de la fe la Palabra de Dios en las Es-crituras, pero cometéis un grave errorleyéndola con ojos humanos en sus obras.

Es necesaria la fe para todo lo que es di-vino. Si vivimos continuamente la vida dela fe, estaremos en un diálogo permanentecon Dios, hablaremos con Él siempre ami-gablemente. Lo que es el aire para la trans-misión de nuestros pensamientos y palabras,

47Jean-Pierre de Caussade

eso es todo cuanto nos sucede en el hacero en el sufrir para transmitir los pensamien-tos y palabras de Dios. Todos esos sucesosno serán sino el cuerpo de su Palabra, y éstaen todo se irá manifestando. Todo así ven-drá a ser santo, todo nos resultará excelen-te. La gloria constituye este estado en elcielo, pero la fe ha de establecerlo en latierra, y no habrá diferencia sino en la ma-nera.

Palabras de Dios escritasno en libros, sino en el corazón

Nosotros somos enseñados verdadera-mente sólo por las palabras que Dios pro-nuncia expresamente para nosotros. No es,pues, por los libros, ni por la búsqueda cu-riosa de historias, por lo que se adquieresabiduría en la ciencia de Dios. Ésa no esmás que una ciencia vana y confusa, quehincha mucho [1Cor 8,1]. Lo que de ver-dad nos enseña es lo que nos va sucediendode un momento a otro: eso es lo que formaen nosotros esa ciencia experimental queJesucristo quiso tener antes de dedicarse aenseñar al pueblo –aunque siendo Dios,desde siempre conocía todo–. A nosotros,en todo caso, nos es absolutamente nece-saria, si queremos llegar al corazón de laspersonas que Dios nos confía.

Sólo se sabe perfectamente aquello quela experiencia nos ha enseñado por el su-frimiento o la acción. La unción del Espí-ritu Santo habla así a nuestro corazón pala-bras de vida, y todo cuanto decimos a losotros debe nacer de esta fuente. Lo que selee o se ve no viene a hacerse ciencia divi-na sino por esa fecundidad, esa virtud y luzque viene de lo aprendido por la experien-cia. Todo eso no es más que una masa, querequiere la levadura y también la sal parasazonarlo, y cuando no se tienen sino unasideas vagas sin esta sal, uno viene a sercomo un visionario que, conociendo todoslos caminos del mundo, se pierde al ir a sucasa.

Es necesario, pues, escuchar a Dios in-cesantemente para ser doctor en esa teolo-gía virtuosa, que es completamente prácti-ca y experimental. Dejáos de aquello queha sido dicho por otros, y prestad oídos alo que se os está diciendo a vosotros y porvosotros. Con eso tenéis bastante para ejer-citar la fe, pues todo, en su obscuridad, laestimula, la purifica y la acrecienta.La fe de los santos sabe leer en la vida

La fe es el intérprete de Dios, que nostraduce el lenguaje de las criaturas, y si ella,como en una escritura cifrada, no podría-mos ver más que miseria y muerte. La fecontempla la llama de fuego que arde en lazarza de las espinas, interpreta las cifrasenigmáticas, alcanza a ver gracias y perfec-ciones divinas en el galimatías y el barullode las criaturas. Y así la fe da a toda la tierraun aspecto celestial. Gracias a ella el cora-zón se eleva y se hace capaz de entendersecon el cielo. Y de este modo, todos los mo-mentos son revelaciones que Dios le hace.

Todo lo que vemos de extraordinario enla vida de los santos, visiones, palabras in-teriores, no es sino un destello de la exce-lencia de su continuo estado oculto en elejercicio de la fe. Esta fe experimenta esaselevaciones, puesto que vive de la posesióndel dicho estado oculto de fe en todo loque acontece momento a momento. Cuan-do a veces surge un esplendor visible, noes porque la fe se viera hasta entonces ca-rente de él, sino para manifestar su exce-lencia y atraer a las almas. Igualmente, lagloria del Tabor o los milagros de Jesucris-to no significaban un acrecentamiento desu excelencia, sino que eran resplandoresde vez en cuando irradiados desde la nubeobscura de su Humanidad, para hacerla ama-ble a los hombres.

Lo maravilloso de los santos es su visióncontinua de fe en todas las cosas. Sin ella,todo vendría a devaluar su santidad. Esa feamorosa, que les permite unirse a Dios en

48 El abandono en la divina Providencia

todas las cosas, hace que su santidad no esténunca necesitada de lo extraordinario. Si aveces esto viene a ser útil, es en favor delos otros, que pueden necesitar estos sig-nos y señales. Pero el alma de fe, contentaen su oscuridad, deja para el prójimo todolo sensible y extraordinario, y toma para sílo más común, la voluntad de Dios, centrán-dose en la ordenación divina, en la que seesconde sin deseos de manifestarse.

La fe genuina no necesita en absoluto depruebas, y aquéllos que la necesitan no andamuy sobrados de fe. Los que viven de la fereciben las pruebas no como pruebas queayuden a creer, sino como ordenaciones dela voluntad de Dios. Y en este sentido nohay contradicción alguna entre el estado depura fe y esas cosas extraordinarias que sehallan en muchos santos, a los que Dios alzapara la salvación de las almas, como lucespara iluminar a los más vacilantes. Así eranlos profetas, los apóstoles y todos los san-tos que Dios ha elegido para ponerlos so-bre el candelero [Mt 5,15]; siempre los hahabido, y siempre los habrá. Pero en la Igle-sia hay también una infinidad de santos queviven ocultos, pues están destinados a bri-llar en el cielo, y en esta vida no irradianluces especiales, sino que viven y muerenen una gran obscuridad.

Sólo la fuente puede saciar la fe, pues losarroyos sólo sirven para acrecentarla. Siqueréis pensar, escribir, vivir como los pro-fetas, apóstoles y santos, no tenéis más queabandonaros a la acción de Dios, comoellos lo hicieron.

Más atención al hoy que al ayerOh, Amor desconocido, parecería que tus

maravillas se hubiesen terminado, y que nonos quedara sino copiar de tus antiguasobras y citar tus enseñanzas del pasado. Ig-noramos que tu acción inagotable es unafuente infinita de nuevos pensamientos,nuevos sufrimientos, nuevas acciones, y de

nuevos santos, que no tienen necesidad al-guna de copiar la vida y escritos de unos yotros, sino de vivir en un permanente aban-dono a tus secretas mociones.

Se dice muchas veces «oh, los primerossiglos, la época de los santos»... Pero ¿quése consigue con eso? ¿Acaso no es verdadque todos los tiempos constituyen una su-cesión de efectos de la acción de Dios, quese expande sobre todos los instantes lle-nándolos, santificándolos,sobrenaturalizándolos? ¿Es que en otrostiempos pasados ha habido alguna manerade abandonarse a esa acción divina que hoyya no sea posible? ¿Los santos de los pri-meros siglos estaban en posesión de algúnsecreto espiritual distinto, que el de ir rea-lizando en cada momento lo que la accióndivina quiere realizar en ellos? ¿Habrá quepensar que esta acción divina dejará de di-fundir su gracia hasta el fin del mundo so-bre las almas que se le abandonen sin re-servas?

Amor querido, amor adorable, eterno yeternamente fecundo y siempre maravillo-so, acción de mi Dios: tú eres mi libro, midoctrina, mi ciencia; en ti están mis pensa-mientos y palabras, mis acciones y cruces.No llegaré a ser lo que tú quieres hacer demí, consultando tus obras en otros, sinorecibiendo yo tus obras en todas las cosas,por esa vía real y antigua, el camino de mispadres. Como ellos, yo pensaré y hablaré yseré iluminado. Y en esto es en lo que quieroimitarlos y citarlos a todos, copiándolessiempre.

Si no se tiene la ciencia espiritual de sa-ber apropiarse en todas las cosas de la ac-ción divina, es normal que se recurra al usode innumerables medios. Pero esta multi-plicidad no puede dar lo que se encuentraen la unidad original, en la que cada instru-mento encuentra una moción genuina, quele lleva a actuar incomparablemente.

49Jean-Pierre de Caussade

Inmensidad de la acción divinaSí, Amor querido, no seré yo quien te

señale horas ni maneras, pues siempre queme visites, serás bienvenido. Yo creo, ac-ción divina, que te has dignado revelarmealgo de tu inmensidad, y ya no quiero darpaso alguno si no en tu seno infinito. Todolo que de ti fluye hoy, venía de ti ayer. De lainmensidad de tu fondo brota un torrentede gracias, que derramas incesantementesobre todas las cosas, sosteniéndolas eimpulsándolas. No he de buscarte, pues, enlos estrechos límites de un libro, en una vidade santo, o en sublimes ideas. Todas esascosas no son más que unas gotas de ese marinmenso que veo difundirse sobre todas lascriaturas, inundándolas todas. Son comoátomos que desaparecen en ese abismo. Nopienso, pues, buscar más esa acción divinaen los pensamientos de personas espiritua-les, ni mendigaré mi pan de puerta en puer-ta, ni les haré más la corte.

Sí, Señor, quiero vivir de modo que te hagahonor, como hijo de un padre verdaderoinfinitamente sabio, bueno y poderoso.Quiero vivir según mi fe. Y ya que creo quetu acción divina se aplica por todas las co-sas y en todos los momentos a mi perfec-ción, quiero vivir siempre de esta granderenta inmensa, que nunca va a faltarme, rentasiempre presente y adecuada a mis necesi-dades.

¿Hay acaso alguna criatura cuya acciónpueda igualarse a la de Dios? Y puesto queesta mano increada es la que dispone por símisma todo cuanto me sucede ¿iré yo abuscar ayudas en las criaturas, que son im-potentes, ignorantes y egoístas? Antes yomoría de sed, me apresuraba de fuente enfuente, de uno a otro arroyo, cuando depronto una mano invisible derrama sobremí un diluvio, cuyas aguas me rodean portodas partes. Todo ahora se convierte en panque me alimenta, jabón que me limpia, fue-go que me purifica, cincel que traza en mí

Atención al Maestro interiorJesús nos ha enviado un maestro [el Es-

píritu Santo] al que nunca escuchamos bas-tante. Él habla a todos los corazones, y ledice a cada uno la palabra de vida, la palabraúnica. Pero no se le presta atención. Se pre-tende saber lo que ha dicho a los otros, perono escuchamos lo que nos dice a nosotrosmismos. Y es que no miramos suficiente-mente las cosas en la entidad sobrenaturalque les es dada por la acción divina. Essiempre preciso recibirla y actuar según suimpulso, a corazón abierto, con un ánimode plena confianza y generosidad, pues ellano puede hacer mal alguno a quienes así lareciben.

La inmensa acción que desde el comien-zo de los siglos hasta el fin es siempre ensí la misma se difunde en todos los mo-mentos, y se comunica en su inmensidad eidentidad al alma sencilla, que la adora y leama, y que sólo en ella se goza.

Según decís, estarías encantados de te-ner una ocasión de morir por Dios. Unaentrega de tal heroísmo, una vida de esteestilo os sería grata. Perderlo todo, morirabandonado, sacrificarse por los otros, sonideas que os encantan. Pues bien, yo, Se-ñor, te doy gloria, toda la gloria, por tu ac-ción divina, y encuentro en ella toda la fe-licidad del martirio, el mérito de las peni-tencias y el valor de los servicios más ab-negados al prójimo. Esta acción divina mebasta, y de cualquier manera que me hagavivir y morir estoy con ella contento. Meagrada ella misma mucho más que todas lascualidades de sus instrumentos y efectos,porque ella, extendiéndose sobre todas lascosas, todo lo diviniza, cambiándolo todoen sí misma. Todo me es cielo, todos misinstantes diarios son para mí acción divinapurísima. Por eso, en la vida y en la muer-te, quiero estar contento con ella.

50 El abandono en la divina Providencia

figuras celestiales. Todo es instrumento degracia para todas mis necesidades. Y cuan-to yo buscaba en tantas otras cosas, ahorame busca a mí incesantemente, y se meentrega por todas las criaturas.

¿Por qué se ignora tanto todo esto?Amor divino, ¿será preciso que todo esto

sea ignorado, que tú, por así decirlo, teeches a los brazos de todos lleno de gra-cias y que, sin embargo, te anden buscandoen rincones y escondrijos donde no te vana encontrar? ¡Qué locura, no respirar al airelibre, no afirmar bien los pies en pleno cam-po, carecer de agua en medio del Diluvio,no encontrar a Dios, no gustar de Él, norecibir su unción en todas las cosas!

¿Andáis buscando algún secreto paraentregaros a Dios plenamente? No hayotro, almas queridas, sino el de servirse detodo lo que se presenta. Todo lleva a esaunión, todo perfecciona, fuera del pecadoy de lo que falta al deber. No hay más se-creto que recibirlo todo y dejarle hacer aDios. Todo os dirige, os endereza y os lle-va. Todo es bandera, litera y carroza con-fortable. Todo es mano de Dios, tierra, airey agua, todo es divino para el alma.

Fecundidad grandiosade la acción divina

La acción divina es más extensa y pre-sente que los diversos elementos. Entra envosotros por todos vuestros sentidos, siem-pre que usáis de ellos según la voluntad deDios, pues hay que cerrarlos y resistir a todolo que le sea contrario. No ha átomo que,al penetraros, no haga penetrar con Él estaacción divina hasta la médula de vuestroshuesos. Los humores vitales que llenanvuestras venas corren por el movimientoque Él les imprime. Todas las diferenciasde fuerza o debilidad, de euforia vital o dedesfallecimiento, la vida y la muerte, no sonsino instrumentos divinos que está obran-do. Y así, hasta los mismos estados corpo-

rales son todos obras de gracia. Todos vues-tros sentimientos y pensamientos, vengande aquí o allá, todo procede de esta manoinvisible.

En fin, no hay corazón ni espíritu creadoque pueda enseñaros todo lo que esta ac-ción divina quiere hacer en vosotros. Peroya lo iréis aprendiendo por sucesivas ex-periencias. Vuestra vida se desliza sin ce-sar en este abismo desconocido, donde nohabéis de hacer nunca otra cosa que amar,creyendo que es lo mejor aquello que oses presente, y confiando totalmente en queesta acción, por sí misma, sólo puedehaceros bien.

Todos podrían llegar a la santidadpor esta vía

Sí, Amor querido, todas las almas llega-rían a estados sobrenaturales, sublimes,admirables, inconcebibles, si todas se con-tentasen sólo con tus acciones. Ciertamen-te, si se supiera dejar hacer a esta mano di-vina, se llegaría a la perfección más alta.Todos la alcanzarían, pues ella está ofreci-da a todos. No hay más que abrir la boca, yella entra suavemente, como una bebida,pues no hay alma que no esté llamada a unasantidad maravillosa. Todos vivirían, obra-rían y hablarían con una perfección mila-grosa. Imitándose unas a otras, todas lascriaturas, mediante las cosas más comunes,se verían singularizadas por la acción divi-na.

¡Ay, Dios mío! ¿Cómo podría yo conven-cer a tus criaturas de las verdades que es-toy diciendo? ¿Por qué, poseyendo yo estetesoro, y pudiendo enriquecer con él a todoel mundo, he de ver secarse las almas comolas plantas en el desierto? Venid, almas sen-cillas, que no tenéis ninguna traza de devo-ción; vosotras, que no tenéis talento algu-no y que ignoráis los primeros elementosde instrucción y método; que ni siquiera co-nocéis los términos espirituales; que os ad-

51Jean-Pierre de Caussade

miráis y asombráis de la elocuencia de lossabios. Venid, y yo os enseñaré un secretocon el que vais a ser más grandes que esoshombres tan sabios. Venid, y os haré vercómo tenéis la perfección a vuestro alcan-ce, y cómo podéis encontrarla bajo vues-tros pies, sobre vuestra cabeza, a vuestroalrededor. Os uniré a Dios y os tendré de lamano desde el primer momento en quepractiquéis lo que os diré.

Venid, pero no para estudiar el mapa dela espiritualidad, sino para poseerla y ca-minar con gusto por sus senderos, sin te-mor a extraviaros. Venid, no para conocerla historia de la acción divina, sino el modode haceros objeto de ella; no para aprenderlo que ella ha hecho en el curso de los si-glos y que sigue haciendo, sino para quevengáis a ser el simple sujeto de su actua-ción. No necesitáis conocer las palabrasque esa acción divina hace entender a losotros, para que las repitáis después inge-niosamente, sino tenéis que escuchar aqué-llas que os dará a vosotros como propias.

El Espíritu Santosigue escribiendo historias sagradas

El Espíritu infinito se difunde en todoslos corazones para darles una vida absolu-tamente particular. Él habla en Isaías, Jere-mías, Ezequiel, en los apóstoles, y todos,sin estudiar unos los escritos de los otros,sirven de instrumentos a ese Espíritu paradar al mundo obras siempre nuevas. Y si lasalmas supieran asimilar esta acción, su vidano sería sino una serie de divinas escritu-ras, que, hasta el fin del mundo, se segui-rían escribiendo, no con tinta y papel, sinosobre sus corazones [2Cor 3,3]. Todo estollena el Libro de la Vida, que no será, comola Sagrada Escritura, la historia de la accióndivina durante los siglos, desde la creaciónhasta el juicio final, sino que en él seránescritas todas las acciones, pensamientos,palabras y sufrimientos de las almas, de talmodo que la Escritura vendrá a ser enton-

ces una historia completa de la acción deDios.

La continuación del Nuevo Testamentose escribe ahora, en el presente, medianteacciones y sufrimientos. Las almas santashan venido a suceder así a los profetas yapóstoles, pero no para escribir Libros ca-nónicos, sino para continuar la historia dela acción divina con sus vidas, cada uno decuyos instantes son como sílabas y frases,mediante las cuales este acción se expresade una manera viva. Los libros que el Espí-ritu Santo inspira al presente son libros vi-vientes. Cada alma santa es un volumen, yeste Autor celeste va haciendo así una ver-dadera revelación de su obra interior, ma-nifestándose en todos los corazones y a lolargo de todos los momentos.

Eterno plan de Dios hoy, en el tiempoLa acción de Dios realiza en la sucesión

de los tiempos el plan que la Sabiduría di-vina ha formado acerca de todas las cosas.Todas ellas tienen en Dios su propio plan,que sólo es conocido por la Sabiduría. Siconociérais todos los planes divinos, ex-cepto el vuestro, tal conocimiento no osvaldría para nada. El ejemplo a seguir, quees propuesto por la acción divina, es el Ver-bo, en Él ve el modelo en el que tú debesser formado, es decir, Él contiene todo loque es conveniente para todas y cada unade las almas santas. Así, la Sagrada Escritu-ra comprende una parte de todo aquello quees conveniente, y las operaciones que elEspíritu Santo forma en nuestro interiorcompletan el resto, siempre sobre el mo-delo que el Verbo le propone.

Pues bien, ¿no os dais cuenta de que elúnico secreto para recibir el carácter de esteplan eterno es ser un instrumento dócil ensus manos, y que los esfuerzos y especula-ciones son para esto completamente inúti-les? ¿No entendéis claramente que esta obrano va adelante en absoluto por vía de habi-lidad, inteligencia, sutileza de espíritu, sino

52 El abandono en la divina Providencia

por la vía pasiva del abandono, que disponeen todo a recibir y a ofrecerse, como unmetal en el molde, como una tela bajo elpincel, como una piedra bajo la mano delescultor? No, no es el conocimiento detodos esos misterios divinos que la volun-tad de Dios obra y obrará en todos los si-glos lo que nos hace conformes al plan queel Verbo ha concebido sobre nosotros, sinola impresión admitida por nosotros de estesello misterioso. Una impresión que no sehace en el pensamiento por medio de ideas,sino en la voluntad por el abandono.

Felices con el plan de DiosLa sabiduría del alma sencilla consiste en

contentarse con lo que le es propio, guar-dándose en los límites de su camino, sinsalirse de su línea, sin curiosidad por sabercómo obra Dios, y se conforma con vercumplida su voluntad sobre ella. No hace,pues, ningún esfuerzo por adivinarla pormedio de comparaciones y conjeturas, nise afana por saber más de lo que en cadainstante le revela esa voluntad divina. Es-cucha la palabra del Verbo eterno cuandose hace oír en el fondo de su corazón, y noestá deseosa de saber lo que el Esposo dicea los otros, contentándose con lo que ellamisma recibe en lo interior de su corazón.Y de esto modo, sea que reciba mucho opoco, y de la naturaleza que sea, todo, encada instante, la va divinizando sin ella sa-berlo.

Así es como el Esposo habla a la esposacon el lenguaje real de su acción santa, queella no comprende, pues sólo ve lo naturalde lo que le toca sufrir y hacer. Y así escomo la espiritualidad del alma es santa,completamente substancial e íntimamentedifundida en todo su ser. No la mueven aobrar las ideas ni las palabras altisonantes,que por sí mismas no sirven más que parahinchar el alma. Algunos dan en la vida es-piritual mucha importancia al talento, perono es apenas necesario, y a veces resulta

perjudicial. En realidad lo único necesarioes aplicarse fielmente a aquello que Diosva dando para sufrir o hacer.

Vana curiosidad espiritualY sin embargo, se deja este alimento

substancial divino y se ocupa el espíritu enhistorias maravillosas de la obra divina, envez de continuarlas en uno mismo por lafidelidad. Nuestra curiosidad se satisfaceleyendo esas maravillas de las obras divi-nas, pero esta lectura, en realidad, no sirvemás que para disgustarnos de esas cosas,pequeñas en apariencia, por las que podríahacer Dios en nosotros cosas grandes, sino las despreciáramos. ¡Qué insensatossomos! Admiramos, bendecimos esta ac-ción divina en los escritos que exhiben es-tas historias, y cuando Dios quiere conti-nuar escribiéndolas sin tinta en nuestros co-razones, movemos nosotros el papel connuestras inquietudes continuas, y además nole dejamos escribir por la curiosidad de verlo que Él hace en nosotros y en los demás.

Perdón, Amor divino, pues no puede es-cribir aquí sino mis defectos, ya que en mímismo no he captado bien lo que es de ver-dad dejarte hacer. Todavía yo no me he de-jado poner el molde. He recorrido tus ta-lleres, admirando tus obras de arte, pero enmodo alguno me he entregado todavía a ticon el abandono necesario para recibir lostrazos de tu pincel. Pero, en fin, aquí metienes, querido Maestro mío, mi Doctor, miPadre, mi Amor querido. Quiero ser tu dis-cípulo, y deseo ir solamente a tu escuela.He vuelto como el hijo pródigo, hambrien-to de tu pan. Dejo a un lado ideas y librosespirituales. Prescindo de conversacionesvanas, y solamente usaré de todas esas co-sas cuando lo quiera la acción divina, no porsatisfacerme, sino para obedecerte en to-das las cosas que se presenten. Quiero ocu-parme en el único asunto del momento pre-sente para amarte, para cumplir mis obli-gaciones y para dejarte hacer en mí.

53Jean-Pierre de Caussade

Ciencia suprema del plan divinoCuando un alma ha encontrado la moción

divina, deja todas las prácticas y obras fi-jas, métodos y medios, libros, ideas y per-sonas espirituales, a fin de quedar sueltosolamente bajo la guía de Dios y de su mo-ción, que viene a hacerse así el principioúnico de su perfección. El alma es de estemodo, bajo la mano divina, como todos lossantos han sido siempre. Sabe bien que úni-camente esta acción divina conoce el ca-mino que le es propio, y que si se pone abuscar medios creados no conseguirá sinoapartarse de la obra desconocida que Diosrealiza en ella. En efecto, sólo la accióndivina misteriosa puede dirigir y guiar lasalmas por los caminos que sólo ella cono-ce.

Participan estas almas de la disposicióndel viento, que sólo puede ser conocido enel momento presente, pues en qué direc-ción haya de ir después, según la voluntadde Dios y su ordenación divina, únicamen-te podrá ser conocido en los momentos si-guientes [Jn 3,8]. Lo que Él hace en estasalmas y les hace hacer, bien sea por inspi-raciones secretas inequívocas, o bien porel deber del estado en que viven, es todo loque ellas saben de espiritualidad: ésas sonsus visiones y revelaciones privadas, ésa estoda su sabiduría y su don de consejo, y estal que nunca se ven carentes de nada.

El justo vive de la feLa fe certifica a estas almas la bondad de

lo que están haciendo. Si leen o hablan, siescriben o consultan, solamente es paradiscernir mejor los medios concretos dela acción divina. Son cosas que entran en elorden providencial, y ellas las toman en esesentido, como todas las demás cosas, tra-tando de apropiarse totalmente la mocióndivina, sin apropiarse de las cosas, y apro-vechándose tanto de su presencia como desu carencia. Estas almas, continuamenteapoyadas por la fe sobre esta acción infali-

ble, inmutable, siempre eficaz, son capa-ces de verla y de gozar de ella en todas lascosas, sean grandes o pequeñas. Cada mo-mento les comunica la acción divina pura yentera, y así usan ellas de las cosas no por-que pongan en ellas su confianza, sino porobediencia a Dios y a esta acción interior,que ellas por la fe encuentran perfectamentehasta en las cosas aparentemente contrarias.Su vida se pasa así no en búsquedas y ansie-dades, no en disgustos y lamentos, sino enuna seguridad continua de tener siempre lomás perfecto.

Todas las situaciones del cuerpo y delalma, todo lo que les sucede por fuera opor dentro, aquello que cada instante lesrevela, constituye para estas almas su feli-cidad, pues es para ellas plenitud de accióndivina. El más o el menos no tienen impor-tancia alguna, porque lo que esta acciónrealiza es siempre la medida justa y verda-dera. Y así, si ella quita pensamientos y pa-labras, libros, alimentos y personas, saludy la misma vida, es lo mismo que si dieralo contrario. Y el alma ama esa acción divi-na, y en uno u otro caso la cree igualmentesantificante, sin dudar nunca de la oportu-nidad de su guía. Basta que las cosas esténpara que el alma las apruebe, y basta que noestén para que las considere inútiles.

El momento presenteEl momento presente es siempre como

un embajador que manifiesta la voluntad deDios, y el corazón fiel le responde siem-pre: fiat. Así el alma en todas las alternati-vas se encuentra en su centro y lugar. Sindetenerse jamás, va viento en popa, y todoslos caminos y maneras la impulsan igual-mente hacia adelante, hacia lo ancho e infi-nito: todo es para ella, sin diferencia algu-na, medio e instrumento de santidad, en tan-to considere siempre que eso que se pre-senta es lo único necesario [Lc 10,42].

No busca ya el alma con preferencia laoración o el silencio, el retiro o la conver-

54 El abandono en la divina Providencia

sación, la lectura o la escritura, ni la re-flexión o el cesar de discurrir; no le pre-ocupa el alejamiento o la búsqueda de li-bros espirituales, o elegir entre abundan-cia o escasez, enfermedad o salud, vida omuerte. Simplemente, lo que ella busca entodo momento es la voluntad de Dios; loúnico que pretende es el despojamiento, eldesasimiento, la renuncia a todo lo creado,sea real o solamente afectiva, no ser nuncanada por sí y para sí, ser siempre en la vo-luntad de Dios, para agradarle en todo, ha-ciendo de la fidelidad al momento presen-te su única alegría, como si no hubiera otracosa en el mundo digna de su atención.

Lo único necesario:santificar el nombre de Dios

Si todo aquello que va sucediendo al almaabandonada es lo único necesario, está cla-ro que nunca le falta nada, y que nunca ja-más deberá quejarse. Y si lo hace, es evi-dente que le falta fe y que vive por la razóny los sentidos, que no alcanzan a ver esasuficiencia magnífica de la gracia, y que poreso nunca están contentos.

Santificar el nombre de Dios, en la ex-presión de la Escritura, significa recono-cer su santidad, adorarla y amarla en todaslas cosas que proceden de la boca de Dios,como palabras suyas. Lo que Dios hace encada momento es una palabra suya, que sig-nifica algo. Y así todas ellas, expresandoentrelazadas su voluntad, no son sino nom-bres y palabras que nos revelan sus desig-nios.

La voluntad divina es única en sí misma:no tiene más que un solo nombre misterio-so e inefable. Pero, en cambio, se multi-plica hasta el infinito en sus efectos, queson otros tantos nombres que ella toma. Yen este sentido, santificar el nombre deDios, al mismo tiempo que es conocer,amar y adorar ese nombre inefable, que es

su esencia, es también conocer, amar y ado-rar su adorable voluntad en todos los mo-mentos, en todos sus efectos, mirándolotodo como velos, sombras y nombres di-versos de esa voluntad eternamente santa:santa en todas sus obras, santa en todas suspalabras, santa en todas las maneras de pre-sentarse, santa en todos los nombres quepueda llevar.

Job, DavidAsí es como bendecía Job el nombre san-

to de Dios. La desolación total que le afli-gía era bendecida por este hombre santo,porque le significaba la voluntad de Dios.No llamaba ruina a su repentina miseria,sino que la bendecía, mirándola como unasignificación del nombre santo de Dios. Yal bendecir la voluntad divina, significadapor las más terribles apariencias, estabaconfesando que era perfectamente santa,sean cuales fuesen la forma y los nombresque tomara [Job 1,21].

Así es como David bendecía siempre, entodo tiempo y lugar, el santo nombre divi-no. El descubrimiento continuo de su ma-nifestación, esa revelación de la voluntadde Dios en todas las cosas, es lo que haceposible que Él reine en nosotros, que hagasu voluntad en la tierra como en el cielo,que así nos alimente incesantemente [Mt6,9-11].

El Padre nuestroDe ese modo entendemos y vivimos la

substancia misma de el Padre nuestro, laoración incomparable que nos enseñó Je-sucristo. Todos los días rezamos esta ora-ción varias veces, según el mandamiento deDios y de su santa Iglesia. En todos losmomentos la estamos rezando en el fondodel corazón, si nuestro amor está pronto asufrir y hacer todo lo que disponga la divi-

55Jean-Pierre de Caussade

na voluntad adorable. Y eso que la boca dice,pronunciando sucesivamente sílabas y pa-labras, el corazón lo dice realmente en cadainstante.

Y de este modo las almas sencillas ben-dicen a Dios continuamente en lo más pro-fundo de su corazón, doliéndose de su im-potencia, que no les permite hacerlo de otromodo. Así se hace verdad que a estas almasde fe Dios hace donación de sus gracias yfavores incluso por aquello mismo que pa-rece una privación. Ése es el secreto de laSabiduría divina, empobrecer los sentidosenriqueciendo el corazón; un vacío de aqué-llos permite la plenitud de este otro. Y todoesto se cumple tan universalmente, que lasantidad más grande se da en las aparien-cias más pequeñas.

Todo lo que sucede en cada momento lle-va en sí el sello de la voluntad de Dios. ¡Quésanto es su nombre! ¡Qué justo es, pues,bendecir lo que sucede y tratarlo como algosagrado, que santifica a quien se aplica!¿Podrán considerarse los sucesos que ex-presan el nombre divino sin sentir haciaellos una veneración infinita? Son un manádivino, que baja del cielo para darnos uncrecimiento continuo en la gracia. Son unreino de santidad que entra en el alma. Sonel pan de los ángeles, que se come en latierra como en el cielo. Ninguno de nues-tros instantes es pequeño, pues todos lle-van en sí un reino de santidad, un alimentoangélico.

Venga, Señor, ese reino a mi corazón, parasantificarlo, alimentarlo, purificarlo y ha-cerlo victorioso de todos mis enemigos.Precioso momento, ¡qué pequeño parecesy qué grande eres a los ojos de mi corazón,pues eres el medio para recibir uno a unolos dones de la mano de un Padre que reinaen los cielos! Todo lo que viene de lo altoes excelente, todo lo que de allí viene llevael sello de su origen celestial.

Con libros o sin ellos,con medios o sin medios

Es completamente justo, Señor, que elalma que no se satisface en la plenitud di-vina del momento presente, «que descien-de del Padre de las luces» [Sant 1,17], ten-ga en ello su castigo, siendo incapaz de ha-llarse contenta con ninguna cosa.

Si los libros, los ejemplos de los santos,los discursos espirituales quitan la paz y dansensación de hartura, eso es una señal deque no nos hemos llenado de todas esascosas por un puro abandono al momentopresente de la acción divina, sino por pro-pia avidez. La saciedad, entonces, cierra laentrada a la plenitud de Dios, y es precisovaciarse de todo eso. En cambio, cuando laacción divina dispone todas esas cosas, elalma las recibe como recibe todo, es decir,como voluntad de Dios, y hace uso de ellasen su justa medida, para ser fiel, y pasadasu hora, las deja al instante, contentándosesiempre con el momento presente.

La lectura espiritual hecha por fidelidada la acción divina da con frecuencia inteli-gencia de unas ideas que los autores nuncatuvieron. Dios se sirve así de palabras y deobras de otros para inspirar verdades queno han sido expresadas. Quiere iluminar porestos medios, y se sirve de ellos en el aban-dono. Y todo medio dispuesto por la accióndivina tiene una eficacia que supera siem-pre su virtud natural y aparente.

Es condición previa del abandono llevarsiempre por un camino misterioso, por elque se recibe de Dios dones extraordina-rios y milagrosos mediante el uso de cosascomunes, naturales, fortuitas, impuestas porel azar, en las que no se ve nada más que elcurso ordinario de los acontecimientos delmundo y de los elementos. Así, por ejem-plo, los sermones más simples y las con-versaciones más comunes, igual que los li-bros menos notables, por la gracia de Dios,se convierten para estas almas en fuentes

56 El abandono en la divina Providencia

de inteligencia y sabiduría. Por eso mismoellas recogen con todo cuidado esas miga-jas que los espíritus fuertes desprecian ypisan bajo sus pies. Todo les es precioso,todo les enriquece, guardan una indiferen-cia indecible frente a todas las cosas, sinmenospreciar ninguna, respetándolas todasy obteniendo de todas alguna utilidad.

Encontrar a Dios en todas las cosasCuando se encuentra a Dios en todas las

cosas, el uso que de ellas se hace por suvoluntad no es uso de criaturas, sino frui-ción de la acción divina, que transmite susdones por estos diversos canales. Estascosas no santifican en absoluto por sí mis-mas, sino únicamente como instrumentosde la acción divina, que puede comunicar ycomunica con gran frecuencia sus graciasa las almas sencillas a través de cosas que,en apariencia, son opuestas al fin que ellase propone.

La acción divina limpia con el barro [Jn9,6-7], igual que con la más sutil de las ma-terias, y el instrumento del que ella quiereservirse [la fe] es siempre único y el mis-mo. La fe cree siempre que nada le falta.Nunca se queja de la carencia de aquellosmedios que estima útiles para su adelanta-miento, porque sabe bien que el Obrero queles da eficacia, los suple eficazmente porsu voluntad. En efecto, esta voluntad santadivina es la virtualidad de todas las criatu-ras.

Con más o con menos talentosEl talento, con todo lo que de él depen-

de, quiere ser considerado como el prime-ro entre los medios dispuestos por Diospara que de ellos nos sirvamos. Y sin em-bargo, es preciso reducirlo al último lugar,como a un esclavo peligroso. El corazónsencillo podrá obtener de él grandes servi-cios, si sabe tenerlo a raya; pero sufrirá deél graves perjuicios, si no lo mantiene biensujeto. Cuando el alma ansía en exceso

ciertos medios creados, la acción divina ledice al corazón «mi gracia te basta» [2Cor12,9]. Pero si ella ansía renunciar a esosmedios, la acción divina le dice al alma queson instrumentos que ella no debe tomar odejar por su cuenta, sino que debe ajustar-se con sencillez a la voluntad de Dios,«usando de todo como si no se usara»[1Cor 7,31], o bien «privada de todo, peroposeyéndolo todo» [2Cor 6,10].

Siendo la acción divina una plenitudindeficiente, el vacío que causa la acciónpropia es una plenitud engañosa, que exclu-ye la acción divina. La plenitud de la ac-ción divina, transmitida por el medio crea-do que ella aplica, causa un verdadero cre-cimiento de santidad y simplicidad, de pu-reza y desasimiento. Se recibe así al prín-cipe, recibiendo su séquito. Sería hacerleinjuria al príncipe no prestar ningún home-naje a sus acompañantes, con el pretextode que se le quiere recibir a él solo. Apli-quémonos, pues, todo esto. El mismo Diossanto de los siglos antiguos es el Dios delpresente y de los siglos por venir, y no haymomento que Él no plenifique con su infi-nita santidad.

Si lo que Dios mismo elige para ti no tesatisface ¿qué otra mano que la suya podrácontentarte? Si te disgusta la comida que lamisma voluntad divina te ha preparado ¿quéalimento será agradable a gusto tan depra-vado? El alma no puede ser verdaderamen-te alimentada, fortalecida, purificada, enri-quecida, santificada, sino por esta plenituddivina del momento presente. ¿Qué másquieres tú? Si puedes encontrar ahí todoslos bienes ¿para qué los andas buscando enotras partes? ¿Entiendes tú de estas cosasmás que Dios? Si Él ha ordenado que estosea así ¿cómo te atreves tú a desear que nosea así? ¿Piensas que pueden equivocarsesu sabiduría y su bondad? Desde el instanteen que ves que Él hace una cosa ¿no has deestar tú convencido de que es excelente?

57Jean-Pierre de Caussade

Convéncete de que la acción divina emana-da de la disposición de Dios es necesaria-mente excelente, pues es su voluntad, y deque no vas a encontrar en otra parte una san-tidad, por buena que sea en sí misma, quesea más apropiada para tu santificación.

Contentos con lo que Dios dispone¡Cuánta incredulidad hay en el mundo!

¡Qué indignamente piensan y juzgan deDios, protestando sin cesar de su accióndivina y tratándola como no se trataría a unartesano experto en su oficio! El alma seempeña en obrar dentro de sus límites ysegún las reglas que forja su débil razón.Pretende una y otra vez reformar la dispo-sición de Dios, y todo son quejas y mur-muraciones. A veces nos sorprendemos delo mal que los judíos trataron a Jesucristo.Y sin embargo ¡ay, Amor divino, voluntadadorable, acción infalible, cómo se te tra-ta! Pero ¿es que acaso puede ser inoportu-na la voluntad divina o puede equivocarse?...

Me dirás quizá: «es que yo tengo tal asun-to, me falta tal cosa, se me quitan los me-dios necesarios. Este hombre se atraviesaen mis trabajos, que son tan santos. ¿No esesto indignante? Esta enfermedad me so-breviene justamente cuando es absoluta-mente necesario que yo esté sano»...

Y yo te contesto: la voluntad de Dios eslo único necesario [Lc 10,42]. Y todo loque ella no da es completamente inútil. No,no, queridas almas, no os falta nada. Todoeso que llamáis reveses, contratiempos,inoportunidades, sinrazones y contrarieda-des, si supiérais de verdad lo que son, que-daríais completamente avergonzados. Todoeso que decís, aunque no os deis cuenta,son blasfemias. Todo es no es otra cosa quela voluntad de Dios, blasfemada por sus hi-jos queridos, que la desconocen.

Jesús mío, cuando estabas en la tierra, losjudíos te trataron de embaucador [Lc23,2.5.14] y te llamaron samaritano [Jn

8,48]. Y ahora, hoy mismo, ¿cómo se con-sidera tu voluntad adorable, la tuya, que vi-ves y reinas por los siglos de los siglos,siempre digno de bendición y alabanza?¿Habrá algún momento, desde la creacióndel mundo hasta nuestros días o en el tiem-po futuro, hasta el juicio final, en el que elsanto nombre de Dios no sea digno de ala-banza? ¡El Nombre que llena todos lostiempos y que atraviesa todos los siglos!¡El Nombre que hace santifi-cantes todaslas cosas! Pero ¿cómo es esto? ¿Será posi-ble que eso que llamamos voluntad de Diospueda hacerme algún mal? A ningún sitiopuedo ir yo para encontrar nada mejor, sisoy capaz de captar la acción divina sobremí, recibiendo el efecto de esa divina vo-luntad.Oyendo a Dios,que nos habla en cada cosa

¿Cómo habremos de prestar oído a la pa-labra que Dios nos dice en el fondo delcorazón en cada momento? Si nuestros sen-tidos y nuestra razón no oyen nada, si noentienden la verdad y bondad de esas pala-bras, ¿no es debido a su incapacidad para laverdad divina? ¿Habrá de extrañarme que elmisterio divino desconcierte la razón hu-mana?

Dios habla, y es un misterio, es muertepara mis sentidos y para mi razón, pues losmisterios los inmolan. Pero el misterio noes sino vida del corazón por la fe, y no hayen esto contradicción alguna. La acción di-vina mortifica y vivifica al mismo tiempo.Cuanto más se experimenta su muerte, másse cree que da vida. Cuanto más obscuro esel misterio, más luz tiene para iluminarnos.Por eso el alma sencilla no encuentra nadatan divino como aquello que es menor enapariencia. Esto es lo que hace la vida de lafe.

58 El abandono en la divina Providencia

Capítulo X

El secreto de la espiritualidadestá en amar a Dios y servirle,uniéndose a su santa voluntad

en todo lo que hay que hacer o sufrir

Ver al Señor en todo lo que sucedeTodas las criaturas viven en la mano de

Dios. Los sentidos no ven otra cosa que laacción de la criatura, pero la fe cree en laacción divina y la ve en todo. La fe ve queJesucristo vive y obra en todo el curso delos siglos, y que el menor instante y el máspequeño átomo contienen una porción deesta vida oculta y de esta acción misterio-sa. La acción de las criaturas es un velo quecubre los profundos misterios de la accióndivina.

Jesucristo, después de su resurrección,sorprendió a los discípulos en sus aparicio-nes, presentándose a ellos bajo figuras quele disfrazaban. Y en cuanto le reconocían,desaparecía. Ese mismo Jesús, que vive porsiempre, siempre operante, también hoysorprende a las almas que no tienen una fesuficientemente pura y penetrante. No haymomento alguno en que Dios no se presen-te bajo la apariencia de alguna pena, obli-gación o deber.

Todo lo que sucede en nosotros, alrede-dor de nosotros o a través de nosotros, en-vuelve y encubre su acción divina invisible.Muchas veces nos sorprende, y cuando re-conocemos su presencia, desaparece. Perosi viésemos a través del velo, si estuviéra-mos más vigilantes y atentos, Dios se nosrevelaría sin cesar y nosotros gozaríamos

de su acción en todo lo que nos sucede. En-tonces, en dada instante y circunstancia di-ríamos: «¡Es el Señor!» [Jn 21,7]. Y en to-das las situaciones que vamos recibiendodescubriríamos un don de Dios, que lascriaturas son muy débiles instrumentos, quenada nos falta, y que la solicitud continuade Dios le hace darnos todo lo que nos con-viene.

Esta fe nos guarda en la paz y el gozo Si tuviéramos fe, nos serían gratas todas

las criaturas, las acariciaríamos, agradecién-doles interiormente que sirvan y sean tanfavorables a nuestra perfección, aplicadaspor la mano de Dios.

La fe es la madre de la dulzura, de la con-fianza y del gozo. Es incapaz de sentir otracosa que ternura y compasión por los ene-migos, que tanto se enriquecen a sus ex-pensas. Cuanto más dura es la acción de lacriatura, más beneficiosa para el alma lavuelve la acción de Dios. No hay instrumen-to que la estropee, pues las manos del Obre-ro sobrenatural solamente son implacablespara alejar del alma todo lo que pueda per-judicarla.

La voluntad de Dios solamente tiene dul-zura, favores y gracias para las almas fie-les. Es imposible confiar en ella demasia-do o abandonársele en exceso. Ella puedey quiere siempre lo que más contribuirá anuestra perfección, con tal, claro está, quele dejemos hacer a Dios. La fe no duda deesto. Cuanto más se revuelven los sentidos,incrédulos, desesperados, inseguros, conmás fuerza asegura la fe: «¡aquí está Dios!¡Todo va bien!». No hay cosa que la fe nosea capaz de asimilar y superar. Atraviesatodas las tinieblas, y por mucho que se es-fuercen las sombras, penetra en ellas hastallegar a la verdad, la abraza con fuerza y nun-ca se separa de ella.

Más temo yo mi propia acción y la de misamigos que la de mis enemigos. No hay

59Jean-Pierre de Caussade

prudencia mayor que ésa de «no resistir almalvado» [Mt 5,39], y la de no hacerle másoposición que el simple abandono. Esto esir adelante viento en popa, guardando elcorazón siempre en paz. Con esas persecu-ciones nuestros enemigos hacen de galeo-tes, que nos llevan a puerto con el trabajode su remar.

En la simplicidad del abandonoNo hay defensa más segura contra la pru-

dencia de la carne que la simplicidad. Sabeeludir ésta admirablemente todas las tram-pas sin conocerlas, sin sospecharlas inclu-so. La acción divina le mueve a tomar me-didas tan justas, que llega a sorprender a losque querían sorprenderle. Se aprovecha detodos sus esfuerzos, y los intentos para aba-tirla le sirven de escalones para elevarse.Todas las contradicciones se vuelven en sufavor, y dejando hacer a sus enemigos, queson instrumentos, obtiene de ellos un ser-vicio tan continuo y suficiente, que lo úni-co que ha de temer es participar y trabajaren una obra de la que Dios quiere ser elúnico principio.

La simplicidad no ha de hacer otra cosaque contemplar en paz lo que Dios hace, yseguir con sencillez las mociones de la gra-cia, que siempre son felizmente guiadas porla prudencia sobrenatural del Espíritu divi-no, que abarca infaliblemente las circuns-tancias más íntimas de cada cosa, y queconduce al alma tan hábilmente, sin que ellalo sepa, que todo lo que se le opone essiempre destruido.

El movimiento único e infalible de la ac-ción divina mueve siempre oportunamenteel alma sencilla, y ésta corresponde a todomuy sabiamente, llevada por su íntima di-rección. Por eso quiere todo aquello quele sucede, todo lo que ocurre, todo lo queexperimenta, excepto el pecado.

Esto unas veces lo hace conscientemen-te, otras sin darse cuenta, movida sólo deun instinto secreto que la impulsa a decir,

hacer o dejar las cosas, sin una razón clara.Muchas veces la ocasión o la razón quedeterminan al alma fiel son simplementede orden natural, sin que a sus ojos o a losde los demás se muestre ningún misterioespecial en ese puro azar o necesidad o con-veniencia. Y sin embargo, la acción de Dios,que es la inteligencia, sabiduría y consejode sus amigos, se sirve en su favor de todasesas cosas tan simples, se las apropia y lasendereza de tal modo que vienen a frustrar-se los planes de quienes pretendían dañaral alma.

Atentar contra un alma sencilla es lo mis-mo que atentar contra Dios. ¿Qué podráhacerse contra el Omnipotente, «cuyoscaminos son inescrutables» [Rm 11,33]?Dios mismo toma como suya la causa delalma sencilla. No hace falta, pues, que ellainvestigue las intrigas de sus enemigos, queenfrente su inquietud a la inquietud de ellos,espiando atentamente todos sus movimien-tos. Su Esposo la descarga de todos estoscuidados, y ella, confiándose a Él, descan-sa llena de paz y seguridad.

El abandono todo lo simplificaLa acción divina libera al alma y le evita

tener que usar de todos esos medios ras-treros e inquietos, tan empleados por la pru-dencia humana. Todo eso va bien paraHerodes y los fariseos, pero los Reyesmagos no tienen más que seguir en paz suestrella. Y al niño le basta dejarse llevar enlos brazos de su madre. Cuando sus enemi-gos lleven adelante sus manejos, cuanto máshagan por perjudicarle, hostilizarle y sor-prenderle, más libre y tranquilo irá, sin pre-tender rehuirles, sin tratar de halagarlespara evitar sus golpes, envidias y malas in-tenciones: sus persecuciones le son favo-rables.

Así vivía Jesucristo en Judea, y así escomo vive todavía en las almas sencillas.Sigue siendo generoso, dulce, libre, pací-

60 El abandono en la divina Providencia

fico, sin temer nada ni necesitar de nadie,viendo todas las criaturas como instrumen-tos en las manos de su Padre para servirle,unas por sus pasiones criminales, otras porsus santas acciones, aquéllas por sus con-tradicciones, éstas por su obediencia y fi-delidad. Todo viene a ser ordenado maravi-llosamente por la acción divina, y nada fal-ta ni sobra, ni hay más males o bienes de lopreciso.

La voluntad de Dios dispone en cadamomento el instrumento que conviene, yel alma sencilla, sostenida por la fe, en-cuentra todo bien y no desea ni más ni me-nos de lo que tiene. Bendice, pues, en todomomento la mano divina, que derrama sua-vemente sus aguas tan santifican-tes en elfondo del alma; y así recibe con igual dul-zura a los amigos y a los enemigos, puesésa es la forma que tiene Jesús de tratarcomo instrumento divino a todas las cosas.

En esa actitud espiritual no se necesitade nadie, y sin embargo de todos se nece-sita. Hay que recibir la acción divina, cuyaordenación es en todo necesaria, según sucalidad y naturaleza, y corresponder condulzura y humildad. Así lo enseñó San Pa-blo [1Cor 9,19-23], y así lo había vividoJesucristo, tratando con sencillez a los sen-cillos y con bondad a los groseros.

Pertenece exclusivamente a la graciamarcar con ese sello sobrenatural a las al-mas, distinguiendo y apropiándose maravi-llosamente de la naturaleza de cada perso-na. Es esto algo que no puede aprenderseen los libros, pues es verdaderamente unespíritu profético, el efecto de una íntimarevelación. Es, en fin, una enseñanza delEspíritu Santo. Y para vivirlo es necesariohaber llegado al último grado del abando-no, al desasimiento más completo de todoobjeto, deseo o interés propio, por santoque sea.

Es preciso tener como único asunto eneste mundo el dejarse pasivamente en la

acción divina, para entregarse a todo lo queexigen las obligaciones del propio estado,dejando hacer al Espíritu Santo en el inte-rior, sin ir mirando lo que hace, inclusoestando bien a gusto de no saberlo. Todocuando sucede en el mundo es solamentepara el bien de las almas fieles a la volun-tad de Dios.

La estatua imponente del mundo,hecha de oro y bronce, hierro y barro

La figura del mundo es presentada bajoel aspecto de una estatua de oro, bronce,hierro y barro [Dan 2,31-35]. Este miste-rio de iniquidad [mostrado en sueños al reyNabucodonosor] no es sino el obscuro con-junto de todas las acciones interiores y ex-teriores de los hijos de las tinieblas, queson la Bestia salida del abismo para hacerla guerra a los hombres espirituales [Apoc13]. Y todo lo que sucede en la historia hastael presente es la continuación de esa gue-rra. Las Bestias se suceden unas a otras, elabismo las devora y las vomita de nuevo,en medio de nuevos vapores.

El combate entre Lucifer y San Miguelcomenzó en el cielo y perdura en la tierra[Dan 122,13.21; Apoc 12,7; +Vat. II, GS13a, 37b]. El corazón de este ángel sober-bio y envidioso es un abismo insondable detoda clase de males. Por él entró en el cie-lo la revuelta de ángeles contra ángeles, ydesde la creación del mundo todo su em-peño es suscitar entre los hombres nuevosmalvados, que ocupen el lugar de los que élse ha tragado. Lucifer es, pues, el jefe deaquellos que se le someten libremente.

Este misterio de iniquidad está hecho deodio a la voluntad de Dios y produce undesorden diabólico, un caos misterioso,pues oculta bajo hermosas apariencias ma-les irremediables e infinitos. Todos losmalos, desde Caín hasta los que hoy arra-san la faz de la tierra, han tenido siempreapariencia de grandes, de príncipes pode-

61Jean-Pierre de Caussade

rosos, que centraban la atención del mun-do, y que suscitaban la adoración de loshombres [Apoc 13,3-4]. Y esta aparienciafascinante y engañosa es un misterio: nohay en ella sino Bestias surgidas del abis-mo, unas detrás de otras, con el fin de tras-tornar y falsificar el orden dispuesto porDios.

Pero la ordenación divina, que es otromisterio, ha suscitado siempre hombresverdaderamente grandes y poderosos, quehan dado el golpe mortal a esas Bestias. Y amedida que el abismo ha vomitado otrasnuevas, el cielo ha hecho nacer tambiénhéroes capaces de vencerlas. La historiaantigua, sagrada y profana, es la historia deesta guerra, en la que la voluntad de Diospermanece siempre victoriosa. Los que sehan alineado con ella, igualmente, han ven-cido y son felices por toda la eternidad. Porel contrario, la maldad nunca ha sido capazde proteger a los desertores, sino que lesha pagado con la muerte y una muerte eter-na.

¡El malo siempre se cree invencible en sumaldad! Pero, Dios mío, ¿quien podrá resis-tirte? [Rm 9,19-24]. Aunque un alma sola tu-viera en contra suya a todas las fuerzas delinfierno y del mundo, nada tendría que temersi se abandona a la voluntad de Dios. Y esaapariencia monstruosa de la maldad, que pa-rece tan poderosa, esa cabeza de oro, esecuerpo de plata, bronce y hierro, no es másque un fantasma de polvo brillante. Una pie-drecilla, cayendo sobre ella, la derrumba, de-jándola a merced del viento [Dan 2,34-35].

El Espíritu divinovence siempre a la Bestia mundana

¡Qué admirablemente va trazando todoslos siglos el Espíritu Santo! Todas esas re-voluciones, que conmueven tanto a los hom-bres, que irrumpen con tal luminosidad,como si fueran astros que brillan sobre lascabezas de los pueblos, tantos aconteci-mientos extraordinarios, todo eso no es

más que un sueño efímero, que huye de lamemoria de Nabucodonosor cuando se des-pierta, por fuertes que fueran las huellas quegrabaran en su espíritu.

Todas esas Bestias sólo surgen en el mun-do para ejercitar la valentía de los hijos deDios. Y cuando éstos ya están suficiente-mente adiestrados, Dios les concede lafuerza para matar las Bestias. Y el cielo alpunto eleva a los vencedores, y el infiernotraga a los vencidos.

Al punto surge una nueva Bestia, y Diossuscita nuevos guerreros para darle batalla.Y así, esta vida no es sino un espectáculocontinuo, que alegra el cielo, ejercita a lossantos y confunde al infierno. Todos losenemigos del bien vienen a ser esclavos dela justicia, y la acción divina construye laJerusalén celeste con trozos de Babilonia,compuesta por piezas usadas y rotas.

¿Sirven para algo las más altas luces, lasrevelaciones divinas, si no se ama la volun-tad de Dios? Lucifer no fue capaz de apro-bar esta voluntad. La decisión de la accióndivina que Dios le revelaba al mostrarle elmisterio de la Encarnación, le encendió deenvidia. En cambio, un alma sencilla, ilu-minada por la luz de la fe, no se cansa deadmirar, alabar y amar la voluntad de Dios,descubriéndola no solamente en las criatu-ras santas, sino incluso en el desorden yconfusión más caóticos. Un grano de fe purailumina más el alma sencilla que a Lucifertodas sus luces tan elevadas.

La victoria cierta de la fidelidadLa sabiduría del alma fiel a sus obliga-

ciones, tranquilamente sometida a las mo-ciones íntimas de la gracia, dulce y humil-de con todos, vale mucho más que la másprofunda penetración de los mayores mis-terios. Si sólo viéramos la oculta accióndivina en todo el orgullo y dureza de lascriaturas, la recibiríamos con dulzura y res-peto. Sus desórdenes, por aparatosos que

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sean, son incapaces de romper el orden di-vino.

Por eso, dulce y humildemente, nunca hayque dejar esa unión con la acción divina queesas cosas implican consigo y comunican.Como tampoco hay que detenerse a mirarla vía que siguen, sino asegurarse en el pro-pio camino. De este modo es como, ajus-tándose suavemente a las cosas, caen loscedros y se derriban las rocas que no nosdejaban pasar.

Si queremos vencer infaliblemente a to-dos nuestros adversarios, basta que lesopongamos estas armas. Jesucristo nos lasha puesto en las manos para que nos defen-damos, y nada debemos temer si nos servi-mos de ellas sin cobardía, con generosidad,pues en eso consiste la acción de los divi-nos instrumentos. Es Dios quien hace losublime y maravilloso, y jamás una acciónparticular que haga la guerra a Dios puederesistir a quien está unido a la acción divi-na por la dulzura y la humildad.

Lucifer es la rebeldíacontra la voluntad de Dios providente

¿Quién es Lucifer? Un espíritu bellísi-mo, el más inteligente de todos; pero unespíritu descontento de Dios y de sus de-signios. Pues bien, el misterio de iniqui-dad no es sino la extensión de esa incon-formidad, que se manifiesta de todas lasmaneras posibles. Lucifer, en cuanto estáen su mano, no querría dejar nada en el or-den que Dios ha dispuesto. Y allí donde élpenetra, veréis siempre una desfiguraciónde la obra de Dios.

Cuanta más luz, sabiduría y capacidad tie-ne una persona, mayores son para ella lospeligros, si no está fundamentada en la pie-dad, que consiste en estar conformes conDios y con su voluntad. Estamos unidos ala acción divina por un corazón puro, bienordenado, y sin él todo lo que se haga vienea ser algo puramente natural y, de ordina-

rio, es una verdadera resistencia a la accióndivina. En realidad, Dios no tiene otros ins-trumentos que los humildes, pues siemprees contradicho por los soberbios que, sinembargo, no pueden menos de servirlecomo esclavos en el cumplimiento de susdesignios.

El alma sencilla reconocey acepta en todo la voluntad de Dios

Cuando veo un alma que hace de Dios yde la fidelidad a su voluntad su todo, pormás pobre que esté de otras cosas, me digo:«he aquí un alma con grandes talentos paraservir a Dios». Así venían a ser las aparien-cias de la santísima Virgen y de San José.Sin esta actitud, en cambio, todas las de-más cualidades me dan miedo, temo la ac-ción de Lucifer en ellos, y me mantengoen guardia, pues todo ese encanto no es másque un brillo sensible, como una frágil yquebradiza copa de cristal.

La voluntad de Dios es toda la estrategiade un alma sencilla, que es capaz de reco-nocerla hasta en aquellas acciones irregu-lares que el soberbio realiza para humillar-la. El soberbio desprecia al alma sencilla,pero ante ésta él no es nada, pues ella sola-mente ve a Dios en él y en todas sus accio-nes.

A veces el soberbio, viendo al alma sen-cilla tan humilde, se imagina que se ve afec-tada por su desprecio; y no comprende quesu humildad es solamente signo de su re-verencia amorosa hacia Dios y su voluntad,a quien capta en la misma acción del so-berbio. No, pobre insensato, no. Tú al almasencilla no le das ningún miedo; lo que ledas es compasión. Ella está respondiendoa Dios, cuanto tú piensas que te habla a ti.Es con Él con quien lleva su negocio, y nocontigo, que solamente eres para ella comoun esclavo, o mejor, como una mera apa-riencia bajo la cual Él se disfraza. Por esocuando tú te elevas, ella se anonada; y cuan-do tú crees apresarla, es ella la que te cap-

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tura a ti. Tus malicias y violencias son paraella simplemente favores de la divina Pro-videncia. El soberbio, pues, es un verdade-ro enigma, pero el alma sencilla, iluminadapor la fe, lo descifra con toda claridad.

La ciencia suprema:conocer y aceptar la voluntad de Dios

Este conocimiento de la acción divina entodo lo que pasa en cada momento es lasabiduría más sutil que en esta vida puedetenerse de las cosas de Dios. Es una reve-lación continua, es un diálogo con Dios quese renueva incesantemente, es gozar delEsposo no en lo oculto, a escondidas, en labodega o en la viña, sino al descubierto yen público, sin miedo a nadie. Es un océa-no de paz, gozo, amor y de conformidad conun Dios visto, conocido o, mejor aún, creí-do, viviendo y operando siempre lo más per-fecto, en cuanto se presenta en todos losinstantes. Es el paraíso eterno que, verda-deramente, se hace presente en las cosaspequeñas, cubiertas de tinieblas. Pero elEspíritu de Dios, que en esta vida componesecretamente todos estos fragmentos consu acción continua y fecunda, dirá en el díade la muerte: «hágase la luz» [Gén 1,3], yse verán entonces los tesoros que encerra-ba la fe en ese abismo de paz y de confor-midad con Dios, que se encuentra a cadamomento en todo lo que hay que sufrir ohacer.

Cuando Dios quiere darse al alma de estemodo, todo lo común se hace extraordina-rio, y por serlo verdaderamente, no lo pa-rece. Y es que este camino es por sí mismoextraordinario, y por eso mismo no es ne-cesario adornarlo con maravillas prestadas.Es un milagro, una revelación y un gozopermanente, con algunas pequeñas imper-fecciones. Su condición propia, sin embar-go, no es poseer apariencias sensibles y ma-ravillosas, sino hacer maravillosas todas lascosas comunes y sensibles. Así es comovivía la Virgen.

Capítulo XI

En el puro abandono en Diostodo lo que parece obscuridad

es actividad de la fe

Caminando a ciegas,en total seguridad

Hay un género de santidad en el que to-das las comunicaciones divinas son lumi-nosas y claras. En cambio, en la vía pasivade la fe todo lo que Dios comunica partici-pa de su naturaleza y de la tiniebla inacce-sible que rodea su trono. Y el alma se veconfusa, perdida en la oscuridad. Teme aveces, como el profeta, ir a caer en la fosa,caminando a través de las tinieblas.

No, alma fiel, no temas nada. En tu cami-no, bajo la guía solícita de Dios, no hay nadamás seguro e infalible que las tinieblas dela fe. ¿Pero hacia qué lado ir, cuando la fese hace tan obscura? Camina por dondebuenamente puedas. Cuando uno no tienecamino y avanza en una obscuridad total, nose puede extraviar. No es posible dirigirsea ninguna meta y no hay objeto alguno antelos ojos.

«Pero yo siento como si cayera en cadamomento en un precipicio. Tomo me ape-na. Ya me doy cuenta de que obro por aban-dono en Dios, pero parece como si no pu-diera hacer nada obrando por las virtudes.Oigo a todas las virtudes, que se lamentanporque me alejo de ellas. Y cuanto más meconmueven y afectan esas quejas, más sien-to obscuramente que me alejo de ellas. Es-timo sinceramente la virtud, pero me mue-vo por la inclinación interior. No estoy se-

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guro de que me lleve bien, pero nada puedeimpedirme que lo crea».

El espíritu ansía la luz, pero el corazónno quiere sino las tinieblas. Todas las per-sonas y espíritus lúcidos agradan a mi es-píritu, pero mi corazón sólo gusta de con-versaciones y palabras que no comprendeen absoluto. Y todo su estado y camino sonefectos del don de la fe, que lleva a amar ygustar de principios, verdades y caminos delos que el espíritu no tiene ni objeto, niideas, y en los que tiembla, se estremece yse tambalea.

La seguridad está no sé cómo en el fon-do de mi corazón, y éste camina según esimpulsado, convencido de la bondad de suimpulso, no por evidencia, sino por testi-monio de su fe. Es imposible que Dios guíeun alma sin comunicarle una certeza de labondad de su camino, tanto más grandecuanto menos se siente. Y esta certeza afir-ma su victoria sobre todas las criaturas,sobre todos los miedos y los esfuerzos,sobre todas las ideas espirituales.

Es inútil entonces gritar, luchar, buscarmejor. La esposa siente al Esposo sin sen-tirlo, pues cuando ella le va a tocar, Él des-aparece. Siente que el Esposo la rodea consu brazo derecho [Cant 2,6], y prefiere per-derse, abandonándose a su guía, que le vallevando sin razón y sin orden, a tratar deasegurarse, esforzándose en seguir los ca-minos señalados por la virtud.

A obscuras, en la paz del abandonoVamos, pues, alma mía, vamos a Dios por

el abandono, y ya que la virtud exige indus-tria y esfuerzos, confesémosle nuestra im-potencia y confiemos en que dios no per-mitirá que no podamos andar a pie, si Él noha decidido en su bondad llevarnos en bra-zos.

Y siendo así ¿qué necesidad tenemos deluz, Señor, de ver y sentir, de seguridad,ideas y reflexiones, ya que no vamos a pie,

sino llevados en brazos de la Providencia?Cuantas más tinieblas, abismos, obstáculos,muertes, desiertos, temores, persecucio-nes, sequedades, pobrezas, aburrimientos,angustias, desesperaciones, purgatorios einfiernos haya en nuestro camino, más gran-des serán nuestra fe y nuestra confianza.Bastará con levantar los ojos a ti para ver-nos protegidos de tan grandes peligros.

Entonces nos olvidaremos de los cami-nos y de sus condiciones, nos olvidaremosde nosotros mismos y, absolutamente aban-donados a la sabiduría, bondad y potenciade nuestro Guía, solamente nos acordare-mos de amarte, de evitar todo pecado, in-cluso el más pequeño, y de cumplir las obli-gaciones de nuestro deber.

Éste será el único cuidado, Amor queri-do, que tú encargas a tus queridos hijos pe-queños, ocupándote tú de todo el resto. Yellos, cuanto más terrible sea este resto,más esperan y reconocen tu presencia. Nose preocupan más que de amar, como siellos ya no existieran. Y cumplen sus pe-queños deberes como un niño que en el re-gazo de su madre se ocupa en sus entrete-nimientos, como si en el mundo no exis-tieran más que su madre y sus juegos.

El alma ha de ir más allá de todo lo que lehace sombra. La noche no es tiempo deobrar, sino de descansar. La luz de la razónsolamente puede acrecentar las tinieblas dela fe, y el rayo de luz que las atraviesa ha devenir de más alto que ellas.

Cuando Dios se comunica a un alma comovida, no se presenta ya a sus ojos como ca-mino y como verdad [Jn 14,6]. La esposabusca al Esposo en la noche [Cant 3,1], y élestá detrás de ella, la tiene entre sus manosy la impulsa. Ella le busca delante, sin en-contrarle. Pero él ya no es objeto de ideas,sino principio e impulso.

En la acción divina hay recursos secre-tos e inesperados, maravillosos y descono-cidos, para todas las necesidades, proble-

65Jean-Pierre de Caussade

mas y perturbaciones, caídas y contradic-ciones, incertidumbres e inquietudes, asícomo para las dudas de unas almas que yano confían en su propia acción. Cuanto másse complica la situación, más feliz se espe-ra el desenlace.

Un cántico nuevo: todo va bienEl corazón asegura: «todo irá bien», pues

es Dios quien realiza la obra. No hay mie-do. El mismo miedo, la privación, la deso-lación no son más que versos de cánticosde tinieblas, que son cantados con entusias-mo sin omitir ni una sílaba, en la certeza deque todo culmina en el Gloria Patri. Asíes como de su extravío hace el alma su pro-pio camino. Las mismas tinieblas sirvenpara guiar, y las dudas para dar seguridad. Ycuanto menos va Isaac dónde encontrar algopara hacer el sacrificio, más Abraham lo es-pera todo de la Providencia [Gén 22,7-8].

Las almas que caminan en la luz cantancánticos de luz, y las que caminan en tinie-blas cantan un cántico de tinieblas. Hay quedejar que cada uno cante de principio a finla partitura que Dios le ha dado. No hay queañadir nada a lo que Él completa, sino dejarque caigan una a una las gotas de hiel deesas divinas amarguras embria-gantes. Je-remías, Ezequiel, pasando por estas tinie-blas, no tenían más palabras que suspiros ysollozos, y no encontraban consolaciónsino en la continuación de sus lamentos.Por eso, quien hubiera detenido el cursode sus lágrimas, nos habría privado de al-gunas de las páginas más hermosas de laEscritura. El mismo Espíritu que llena dedesolación es el único que puede consolar.Son aguas diferentes que manan de una mis-ma fuente.

En tinieblas absolutasCuando Dios sorprende a un alma, ésta

debe temblar; y cuando la amenaza, ha deanonadarse. No hay más que dejar que ac-túe y se desarrolle la acción divina, pues

ella lleva a lo largo de su curso el mal y lamedicina.

Llorad, queridas almas, temblad, pasadpor la inquietud y la agonía. No hagáis nin-gún esfuerzo por evitar estos temblores di-vinos, estos gemidos celestiales. Recibiden el fondo de vuestras almas las mismasolas que aquel mar de amargura arrojó so-bre el alma santa de Jesús. Id siempre ade-lante y el mismo aliento de gracia que hizocorrer vuestras lágrimas ha de secarlas. Sedisiparán las nubes, el sol irradiará su luz,la primavera os cubrirá de flores [Cant 2,11-12], y lo que sigue a vuestro abandono oshará encontrar la variedad admirable que lle-va en sí el curso de la acción divina.

Soñando o despertados por DiosEn realidad, es cosa muy vana que el hom-

bre se preocupe. Todo lo que en él sucedees algo semejante a un sueño, en el que unasombra sigue y destruye la sombra prece-dente, sucediéndose en los que duermen lasimaginaciones, unas tristes, otras alegres.El alma no es sino el juguete de estas apa-riencias que se devoran entre sí. El desper-tar le hace ver al alma que nada de eso teníaimportancia alguna, y ya no se tiene encuenta de todas esas impresiones ni lospeligros ni las felicidades del sueño.

Puede decirse, Señor, que tú tienes dor-midos en tu seno a todos tus hijos mientrasdura la noche de la fe. Y que te complacesen hacer pasar por sus almas una infinitavariedad de sentimientos, que en el fondono son más que santas y misteriosasensoñaciones. Éstas, a quienes están sumer-gidos en esa noche y sueño, causan verda-deros temores, angustias y sufrimientos,que en el día de la gloria tú disiparás y con-vertirás en verdaderas y firmes alegrías.

Será entonces, al despertar del sueño,cuando las almas santas, completamentelúcidas y libres para discernir, se llenaránde admiración al conocer las sutilezas y las

66 El abandono en la divina Providencia

invenciones, las delicadezas y trucos amo-rosos del Esposo, y entenderán hasta quépunto «sus caminos son inescrutables»[Rm 11,33], verán cómo era imposible des-cifrar sus enigmas, descubrir sus artimañas,y cómo no había modo alguno de recibirconsolación cuando Él quería infundir te-mor y alarma. Al despertarse,, Jeremías,David y otros como ellos, pudieron ver queaquello que les había desoladoinconsolablemente, era motivo de gozopara Dios y sus ángeles.

Trucos del Amor divino providente«No despertéis a la esposa» [Cant 3,5],

espíritus hábiles, artificios, acciones huma-nas. Dejadla sufrir, temblar, correr, buscar.Es cierto, el Esposo juega a enga-ñarla y sedisfraza, mientras ella sueña y sus penas noson más que sueños nocturnos. Pero dejadque siga durmiendo, dejad que el Esposotrabaje en esta alma querida suya, y repre-sente en ella lo que solamente Él sabe tra-zar y expresar. Dejadle continuar con susrepresentaciones. Él la despertará en sumomento.

José hace llorar a Benjamín [Gén 44,1-17; 45,1-6, haciendo esconder dinero en lossacos de su hermanos y su propia copa enel costal del niño]. Servidores de José, ¡nodescubráis su secreto al pequeño! José leengaña, y su engaño pone a prueba toda suastucia. Benjamín y sus hermanos se vensumidos en un dolor inmenso, pero no essino un juego de José. Los pobres herma-nos no ven otra cosa que un mal sin salida.No les digáis nada, que él solucionará todo.Él mismo les despertará de su engaño, y ad-mirarán su sabiduría, que les ha hecho verun mal tan grande y desesperado en lo quepara ellos va a ser causa de la mayor ale-gría.

QuietistasQuietistas ignorantes y sin experiencia,

que pretendéis en la esposa una paz y una

insensibilidad que no hubo en Jesús y enMaría, ni en David o los profetas, ni en losapóstoles: ¡qué poco conocéis el poder dela acción divina, su extensión y su fuerza,la variedad y eficacia de las sombras de lapura fe! No tenéis ni idea del sueño de laesposa en esta noche profunda. Vuestradoctrina se manifiesta falsa en las admira-bles operaciones y juegos que el EspírituSanto nos describe en el Cantar de losCantares. Todas sus palabras están desmin-tiendo vuestras doctrinas.

En pura fe, en un purgatorio¡El estado de pura fe es un estado de pura

cruz! Todo allí es sombrío, todo es peno-so. Es una noche que entenebrece todo loque se presenta. El alma, es cierto, está re-signada, incluso está contenta de la felici-dad de Dios, pero no siente nada que no seaun purgatorio, en el que todo lo que sientey percibe es sufrimiento, y el mayor de to-dos es no hallar en sí misma más que resig-nación, y tener una tendencia tan fuerte ha-cia su propia felicidad, como si la de Diosviniera a serle indiferente y lejana.

¡Qué diferencia tan grande hay entre obrarsegún principios objetivos, por un princi-pio ideal, de imitación o de doctrina, y obrarpor el principio de la moción divina! Elalma es empujada hacia adelante sin ver elcamino abierto ante sus ojos. No va ni pordonde ella ha visto, ni según lo que ha leí-do. Así es como va la acción propia, y nopuede ir de otro modo, ni asumir otros ries-gos. Pero la acción divina es siempre nue-va, no vuelve nunca sobre sus antiguos pa-sos, y va abriendo siempre caminos nue-vos. Las almas que ella conduce no sabendónde van, y sus senderos no están ni enlos libros ni en sus reflexiones. La accióndivina les va abriendo camino continuamen-te y entran en él empujadas por su impulso.

Un guía amigo nos guía en la nocheCuando uno es conducido por un guía a

67Jean-Pierre de Caussade

través de un país desconocido, de noche,por los campos, sin camino, según su ins-tinto, sin tomar consejo de nadie, y sin que-rer descubrir sus planes, ¿puede tomarseotra actitud que la del abandono? ¿Sirve dealgo mirar dónde está uno, interrogar a losque pasan, consultar el mapa o a otros via-jeros? El plan y, por decirlo así, el capri-cho del guía, que quiere que se confíe enél, se verían contrariados por todo eso. Leagrada poner a prueba la inquietud y la des-confianza del que es conducido, pues lo quepretende es que se confíe totalmente a él;y si se asegura de que es bien guiado, ya nohabría ahí ni fe ni abandono.

La acción divina es esencialmente bue-na, y no quiere en absoluto ser cambiada ocontrolada. Comenzó a obrar desde la crea-ción del mundo y, desde entonces, fecundae inagotable, obra sin limitación alguna,dando cada día y momento nuevas pruebasde su poder. Hacía esto ayer, y hoy hace estootro. Es la misma acción que se va aplican-do a todos los momentos por medio deefectos siempre nuevos, y así se irá des-plegando eternamente.

Dios conduce en la noche a sus santosEsa acción divina es la que ha hecho a

Abel, Noé, Abraham, bajo modelos diferen-tes. Isaac es un original suyo, y Jacob no esuna copia ni de José ni de él. Moisés no hatenido a nadie semejante entre sus antepa-sados. David y los profetas son todos dis-tintos de los patriarcas. San Juan Bautistaes más grande que todos ellos.

Jesucristo es el primogénito: los após-toles obran más por la moción de su espí-ritu que por la imitación de sus obras. YJesucristo no se ha imitado a sí mismo, niha seguido a la letra sus propias doctrinas.El Espíritu divino inspira siempre su santaalma, y él, abandonado siempre a su inspi-ración, no tiene necesidad de consultar almomento precedente para dar forma al si-guiente. La moción de la gracia da forma a

todos sus instantes siguiendo el modelo delas verdades eternas, que la Santísima Tri-nidad guarda en su invisible e impenetrablesabiduría. El alma de Jesucristo recibe encada momento las órdenes y las realiza, ha-ciéndolas visibles. El Evangelio nos vamostrando la continuidad de estas verdadesen la vida de Jesucristo, y Él mismo, siem-pre vivo y operante, vive y obra continua-mente, también hoy, nuevas cosas en lasalmas santas.Abandono perfecto de Jesucristo

Así pues, si queréis vivir evangélica-men-te, vivid en pleno y puro abandono a la ac-ción de Dios. Jesucristo es la fuente de esteabandono, y «Él era ayer, es hoy mismo ylo será eternamente» [Heb 13,8], paracontinuar siempre su vida y no pararecomenzarla. Lo que Él hizo, hecho está,y lo que resta, lo va haciendo en todo mo-mento. Cada santo recibe una parte de estavida divina. Jesucristo es siempre el mis-mo, aunque sea diferente en cada uno desus santos. La vida de cada santo es la mis-ma vida de Jesucristo, es un Evangelio nue-vo.

Las mejillas del Esposo son comparadasa los jardines y arriates, llenos de floresperfumadas [Cant 5,13]. La acción divinaes el jardinero que diversifica su jardín demodo admirable. Es éste un jardín que nose parece a ningún otro, y entre todas susflores no hay dos que sean iguales, graciasal abandono por el que se entregan ellas elcultivo del jardinero, dejándole hacer enellas cuanto le place, contentándose ellascon hacer lo que es propio de su naturalezay condición. El Evangelio, toda la Escritu-ra y la ley común se resumen en dejarlehacer a Dios y hacer aquello que Él exigede nosotros.

Camino fácil, sencillo, rectoÉsta es, sin más, la acción fácil, sencilla

y propia de todos los instrumentos divinos.

68 El abandono en la divina Providencia

Es el único secreto del abandono, un se-creto sin secreto, un arte sin artificio. Esel camino recto. Dios, que lo exige a to-dos, lo ha manifestado claramente, hacién-dolo inteligible y muy sencillo. Lo que hayde obscuro en el camino de la pura fe no esaquello que el alma debe practicar, sinoaquella acción que Dios se ha reservado.Nada más fácil y claro que lo primero. Elmisterio está en lo que Dios hace por símismo.

Considerad, por ejemplo, lo que sucedeen la Eucaristía. Lo que es necesario paraconsagrar el cuerpo de Jesucristo es tansencillo y fácil que cualquiera, por bastoque sea, puede realizarlo, si tiene el carác-ter sacerdotal. Y sin embargo, es el miste-rio de los misterios, donde todo permane-ce escondido y oculto, tan incomprensible,que cuando se es más iluminado y espiri-tual, más fe se necesita para creerlo.

El camino de la pura fe es en esto algosemejante. Su objetivo es encontrar a Diosen cada momento, y esto es lo más alto, lomás místico, lo más beatífico que puedahaber. Es un fondo inagotable de pensa-mientos, discursos y escrituras, es un con-junto y una fuente de maravillas. Sin em-bargo, para lograr un objetivo tan prodigio-so ¿qué es lo que hace falta? Una cosa solo:dejar hacer a Dios y hacer todo lo que Élquiere, según el propio estado.

Camino oculto y obscuroNo puede haber en la vida espiritual nada

más sencillo y más al alcance de todos. Éstees, pues, el camino maravilloso y obscuro.Para caminar por él el alma necesita unagran fe, pues todo se presenta tan dudosoque la razón siempre halla motivos para pro-testar. Aquí es preciso creer en lo que nose ve. A juicio de los judíos, los profetasfueron santos, pero este Jesús es un «em-baucador» [Mt 27,63; Lc 23,2.5.14]. ¡Quépoca fe tiene el alma que, como ellos, se

escandaliza de Él!Desde el principio del mundo Jesucristo

vive en nosotros, y en nosotros obra duran-te toda su vida. Aquél que se nos entregahasta el fin del mundo permanece siempre.Jesús vivió y vive hoy una vida que comen-zó en sí mismo, que continúa en sus santosy que no terminará jamás. ¡Oh, vida de Je-sús, que comprende y excede todos los si-glos! Si todo el mundo es incapaz de con-tener todo lo que podría escribirse acercade Jesús, todo lo que Él hizo o dijo, toda suvida; si el Evangelio no nos da sino unospocos trazos; si sus primeros tiempos sontan desconocidos y tan fecundos, ¿cuántosEvangelios sería preciso escribir para con-tar la historia de todos los instantes de estavida mística de Jesucristo, que multiplicasus maravillas hasta el infinito y las multi-plicará eternamente, pues en realidad todoslos tiempos no son sino la historia de laacción divina?

Evangelio vivo y diarioque sigue escribiendo el Espíritu Santo

El Espíritu Santo ha hecho consignar encaracteres infalibles e indudables algunosinstantes de esa larga historia. Ha recogidoen las Escrituras algunas gotas de ese mar,manifestando los secretos e ignorados ca-minos por los que Jesucristo ha aparecidoen el mundo. En medio de la confusión delos hijos de los hombres, se ven así los ca-nales y venas por donde se reconoce el ori-gen, la raza, la genealogía de este Primo-génito. Todo el Antiguo Testamento es so-lamente un caminito entre los innumerablese inescrutables caminos de esta obra divi-na, que así señala no más que lo necesariopara llegar hasta Jesús. Y el resto ha queda-do escondido en los tesoros de la sabiduríadel Espíritu divino.

En efecto, de todo este océano de la ac-ción divina solamente ha manifestado unhilillo de agua que, llegando hasta Jesús, sepierde en los apóstoles y queda abismado

69Jean-Pierre de Caussade

en el Apocalipsis. De manera que el únicoobjeto de nuestra fe es el resto de la histo-ria de la acción divina, es decir, toda la vidamística que Jesús lleva en las almas santashasta el fin de los siglos.

Todo cuanto se ha escrito es sólo lo másevidente. Pero ahora nosotros estamos enlos siglos de la fe, y el Espíritu Santo es-cribe los Evangelios solamente en los co-razones. Todas las acciones y momentos delos santos son Evangelio del Espíritu San-to, en el que las almas son el papel, y sussufrimientos y acciones son la tinta. El Es-píritu Santo, por la pluma de su acción, es-cribe un Evangelio vivo, que solamente po-drá ser leído en el día de la gloria, cuando,después de salir de la prensa de esta vida,será publicado.

¡Qué bellísima historia! ¡Qué libro tanhermoso escribe el Espíritu Santo en elpresente! Almas santas, es un libro que estáen prensa todavía, pero no hay día en queno se vayan componiendo las letras, apli-cando la tinta, imprimiendo las hojas. No-sotros, sin embargo, permanecemos en lanoche de la fe, y el papel resulta más negroque la tinta. No se aprecia en los caracte-res sino pura confusión, es como una len-gua de otro mundo, no se entiende nada. Esun Evangelio que solamente podréis leer enel cielo.

La fe sabe leer este Libro de VidaSi pudiéramos ver la vida y mirar todas

las criaturas no en sí mismas, sino en suprincipio. Más aún, si pudiéramos ver lavida de Dios en todos los objetos, cómolos mueve la acción divina, cómo los mez-cla, los junta, los opone, los impulsa entretérminos contrarios, reconoceríamos en-tonces que todo tiene su razón de ser, sumedida, proporción y relación en esta obradivina.

Pero ¿cómo leer este libro en el que loscaracteres son desconocidos, innumera-

bles, todos revueltos y cubiertos de tinta?Si la combinación de veinticuatro letraspuede ser tan inmensa que basta para com-poner infinidad de volúmenes diferentes,cada uno admirable en su género, ¿quiénpodrá expresar lo que Dios hace en el uni-verso? ¿Quién será capaz de leer y enten-der el sentido de un libro tan inmenso, enel que no hay letra que no tenga su formaparticular, y que en su pequeñez no encie-rre profundos misterios?

Los misterios no se ve ni se sienten: sonobjetos de la fe. Y la fe los cree, juzgándo-los buenos y verdaderos, sólo por su prin-cipio divino, pues en sí mismos son tanobscuros, que todas sus apariencias no sir-ven más que para ocultarlos y esconderlos,y para cegar a quienes pretenden juzgarlospor la sola razón.

Espíritu Santo, enséñame a leerel momento presente

¡Oh, Espíritu divino, enséñame a leer eneste libro de la vida! Quiero hacerme dis-cípulo tuyo y, como un niño pequeño, creerlo que no alcanzo a entender. Me basta quemi Maestro lo diga. Él ha dicho esto, lo hapronunciado, ha juntado las letras de estemodo, y eso me basta. Pienso que todo escomo Él lo ha dicho, aunque no entiendonada, porque Él es la verdad infalible. Todolo que dice, todo lo que ve, es la verdad. Élquiere que se junten ciertas letras para for-mar un nombre, y de éste se deriven otros.No hay más que tres, que seis, no hay másque aquello, pues basta: con menos no ten-dría sentido. Él es el único que, conocien-do los pensamientos, es capaz de juntar lasletras para hacer un escrito. Todo tiene sig-nificado, todo posee un sentido perfecto.Esta línea termina aquí, porque así convie-ne. No falta una coma, ni hay un punto in-útil.

Esto lo creo ahora, en el presente, ycuando en el día de la gloria me sean reve-

70 El abandono en la divina Providencia

lados tantos misterios, alcanzaré a ver conclaridad todo lo que ahora no comprendosino confusamente, todo lo que se me mues-tra tan revuelto y embrollado, tan desorde-nado e imaginario. Y entonces todo me ale-grará, me llenaré de un gozo eterno por labondad y el orden, la razón, la sabiduría ylas incomprensibles maravillas que descu-briré.

Todo lo que vemos ahora es vanidad ymentira. La verdad de las cosas está en Dios.¡Y qué diferentes son las ideas de Dios denuestras ilusiones! ¿Cómo entender, si no,que estando continuamente advertidos deque todo esto que pasa en el mundo no esmás que una sombra, una figura, un miste-rio de fe, nos conduzcamos, sin embargo,en todo humanamente, guiados por el sen-tido natural de las cosas, que no alcanzanunca a descifrar el enigma?

Caemos una y otra vez en la trampa, comoinsensatos, porque no levantamos los ojosal principio divino, a la fuente, al origen delas cosas, donde todo tiene otro nombre yotras cualidades, donde todo es sobrenatu-ral, divino, santificante, donde todo es par-te de la plenitud de Jesucristo, donde todoes piedra de la Jerusalén celeste [Apoc3,12], donde todo se integra y hace entraren este edificio maravilloso.

Vivimos según lo que vemos y sentimos,y hacemos inútil esta luz de la fe que po-dría conducirnos con tanta seguridad poreste laberinto, donde hay tantas tinieblas eimágenes, entre las que nos extraviamoscomo necios. No avanzamos guiados porla fe, que solamente ve a Dios y las cosasen Dios, y que vive siempre de Él, dejandoa un lado lo visible, y yendo más allá de lasfiguras.

La fe es la antorcha del tiempo, y ella solaalcanza la verdad invisible, toca lo impal-pable, ve todo este mundo como si no exis-tiese, pues ve algo muy distinto de lo quees aparente. La fe es la llave de los tesoros,

la llave del abismo [Apoc 9,1] y de la cien-cia de Dios [Lc 11,52]. La fe denuncia lamentira de todas las criaturas, y por ellaDios se revela y manifiesta en todas lascosas, divinizán-dolas. Ella es la que quitael velo y descubre la verdad eterna.

Cuando un alma recibe esta inteligenciade la fe, Dios le habla por medio de todaslas criaturas. El universo es para ella unaEscritura viviente, que el dedo de Dios tra-za incesantemente ante sus ojos. La histo-ria de todos los momentos que pasan es unahistoria sagrada. Los Libros santos, que elEspíritu de Dios ha inspirado, no son paraella más que el comienzo de las enseñan-zas divinas.

Todo lo que sucede y que no está consig-nado en las Escrituras es para ella una con-tinuación de éstas. Y lo que está escrito noes más que el comentario de lo que no está.La fe juzga del uno por lo otro. La síntesisescrita no es más que la introducción a lahistoria de la plenitud de la acción divina,que se encuentra resumida en las Escritu-ras. El alma descubre en ella los secretospara penetrar en los misterios que encie-rran toda su plenitud.

71Jean-Pierre de Caussade

Nota bibliográfica

Ofrezco aquí algunas referencias sobreediciones modernas de la obra de JeanPierre de Caussade sobre el Abandono. Nocreo que sea una nota bibliográfica exhaus-tiva, pero al menos permite apreciar la no-table vigencia de Caussade y de su obra ennuestro tiempo.

Ediciones en españolEn lengua castellana hay ediciones de

esta obra en Madrid 1883, 1902, 1903, delApostolado de la Oración, y 1909. La de1903, concretamente, se titula El abando-no de sí mismo en la Providencia divina,ansiado como el medio más fácil parasantificarse (ed. Gregorio del Amo, 280pgs.).

Tratado del santo abandono a la pro-videncia divina (Apostolado de la Oración,Buenos Aires 1983, 99 pgs.).

Tratado del santo abandono a la Pro-videncia divina (Apostolado Mariano, Se-villa 1998, 127 pgs.).

Todas estas ediciones traducen la obra deCaussade en la versión de Ramière.

El abandono en la divina Providencia(texto orig. de Caussade, ed. M. Ol-phe-Galliard, trad. J. M. Iraburu - B. Aguerrea,en Fundación GRATIS DATE, Pamplona1999, 82 pgs.).

Ediciones en francésMichel Olphe-Galliard S. J. publicó

L'Abandon à la Providence divine (Des-clée de Brouwer, Paris 1962, 324 pgs.; ib.

1966, 151 pgs.).Olphe-Galliard había estudiado ya a de Caussade

en el Dictionnaire de Spiritualité (Beauchesne,Paris II, 1938, 354-370), y había publicado ya acer-ca del mismo autor Jean-Pierre de Caussade etla spiritualité du Carmel, «Carmel» 2 (1963) 118-127; Lettres spirituelles (Desclée de Brouwer,Paris 1964, 285 pgs.); Textes inédits du Père deCaussade, publiés par Jacques le Brun, «Revued'Ascétique et de Mystique» 46 (1970) 99-114,214-230, 321-354, 429-448; 47 (1971) 75-88; Traitésur l'oraison du coeur: instructions spiri-tuelles(Bruxelles, Desclée de Brouwer 1981), y Lathéologie mystique en France au XVIII siècle:le Père de Caussade (Beauchesne, Paris 1984).

Existe también L'abandon à la Provi-dence Divine [96 pgs.: en internet, www.spirimedia.com].

Ediciones en inglésSon muy numerosas las ediciones de la

obra de Caussade en el mundo anglosajón,especialmente en los Estados Unidos:

Abandonment to Divine Providence(vers. Ramière, ed. por E. J. Strickland, enCatholic Record Press, Exeter 1925, 377pgs.).

Self-Abandonment to Divine Provi-dence (vers. Ramière, trad. Algar Tho-rold,introd. Dom David Knowles, en Burns,Oates & Co., London 1933, 148 pgs.).

Self-Abandonment to Divine Pro-vidence (vers. Ramière, trad. Algar Tho-rold, ed. por John Joyce, en Burns, Oates& Co., London 1959, 449 pgs.).

Abandonment to Divine Providence(Doubleday, New York 1975, 120 pgs.).

Abandonment to Divine Providence(trad. e introd. John Beevers, en ImageBooks, New York 1975, 119 pgs.); la mis-ma obra y trad. [Paperback, Image Books1993].

The sacrament of the present moment(trad. Kitty Muggeridge, en Collins, FountPaperbacks, London 1981, 128 pgs.); la mis-ma obra y trad. (Harper & Row, San Fran-

72 El abandono en la divina Providencia

cisco 1982, 103 pgs.; introd. Richard J.Foster, Paperback, Harper, San Francisco1989, 128 pgs.).

The flame of divine love: readings fromthe spiritual counsels and letters of JeanPierre de Caussade, S.J. (ed. e introd. deRobert Llewelyn, en Darton, Longman andTodd, London 1984, 62 pgs.).

Spiritual letters of Jean-Pierre deCaussade (trad. Kitty Muggeridge, enCollins, Fount, London 1986, 156 pgs.); lamisma obra y trad. (en Morehouse-Barlow,Wilton, Connecticut 1986, 148 pgs.).

The joy of full surrender (trad. del Aban-dono, Paraclete Press, Orleans,Massachussets 1986, 160 pgs.).

Daily readings with Jean-Pierre deCaussade (ed. por Robert Llewelyn, enTemplegate, Springfield, Illinois 1986).

Self-Abandonment to Divine Providen-ce (vers. Ramière, trad. Algar Thorold, ed.John Joyce, en Tan Bks. & Pubs., Rockford,Illinois 1987, 450 pgs.).

The sacrament of the present moment(Harper & Row, New York 1989);

The Fire of Divine Love: Readings fromJean-Pierre De Caussade (ed. RobertLlewelyn, Paperback, Triumph Books,1995).Ediciones en otras lenguas

En italiano, L'Abbandono alla divinaprovvidenza (Ed. Paoline, Milano 19865,144 pgs.).

En alemán, Hingabe an Gottes Vorse-hung (Benziger, Braunschweig 1981).

Estudios sobre de CaussadeAl menos dos tesis doctorales se han ela-

borado últimamente en los Estados Unidosrelacionadas con nuestro autor:

Ellen L. Joyce, Pray as you can: thetheory of prayer of John Chapman(Fordham University 1981), en la que es-tudia el influjo de Sta. Teresa, S. Juan de la

Cruz, S. Francisco de Sales y de Caussadesobre este autor.

Patricia Noreen Benson, Surrender toGod: a feminist critique an reinterpreta-tion (Graduate Theological Union, 1990),tesis que critica a de Caussade, consideran-do insano e inmaduro el abandono que élpropugna y que la autora estima que resurgeen el presente.

Otros estudios sobre de Caussade:Madelaine Huillet, Le Père de Caussa-

de et la querelle de l'Amour pur (tesis,Paris 1958).

La misma, Le Père de Caussade et laquerelle du pur amour (Montaigne, Paris1965, 336 pgs.).

George Scott-Moncrieff, Jean-Pierre deCaussade («Te Month» 26, 1961, 5-14);

Jacques Le Brun, Quelques documentsrelatifs au Père de Caussade, conservésaux Archives de Meurthe-et-Moselle,(«Revue d'Ascétique et de Mystique» 40,1964, 477-480).

Ciertamente, la palabra de Caussade sobreel abandono, expresada en sus cartas e ins-trucciones, después de dos siglos y medio,sigue resonando hoy en la Iglesia.

73Jean-Pierre de Caussade

Indice

Introducción, 3.El autor, 3. La obra sobre l'Abandon, 3.

La presente edición, 3. Una obra imperfec-ta, 4. Una obra genial, 4. Algunos avisos, 5.

Prefacio, 6.I.– Cómo Dios nos habla y cómo debe-

mos escucharle. Dios habla hoy comoayer, 7. María, abandonada en Dios, 7. De-jémonos llevar por Dios en cada instante, 8.Es camino para todos, 8.

II.– Modo de actuar en el estado deabandono y pasividad, y antes de que sehaya llegado a él. Estado activo y estadopasivo, 9. Tiempo de abandono, 9. Es yaDios quien obra en el alma, 10. Voluntaddivina ya expresada y voluntad divinaprovidente, 10. Almas llevadas por Diosprovidente, 11. Parecen despreciables e in-útiles, 11. Desasidas y entregadas a Dios,12. El momento presente, 12. Caminandobajo la guía de un amigo, 12. Vía pura y sen-cilla, 13. No faltan contra-dictores, 13. Per-severando en la paz, 14. Dirección espiri-tual, 14.

III.– Disposiciones para el abandono ysus efectos. Docilidad a la voluntad de Dios,15. Fidelidad a la gracia del momento, 15.Contradicciones, 16. De guiarse a sí mis-mo a ser guiado por Dios, 16. Un reprochecontinuo, 17. Pero Dios obra en el centrodel alma, 17. Dios oculto y disfrazado, 17.

IV.– El estado de abandono, su necesi-dad y sus maravillas. Voluntad divina, fies-

ta continua, 19. Impulso continuo de gra-cia, 19. Camino llano y recto del abando-no, 20. Vivir muriendo, 20. El justo vive dela fe, 20. Fuerza y fidelidad de la fe, 21. Fey abandono entre tormentas, 21. Dios esquien escribe nuestra vida, 22. Confiados,dejémosle hacer a Dios. 22. Abandono y pazen todas las cosas, 23.

V.– El estado de pura fe. En pura fe, 24.En puro amor, 24. Abandono confiado, ca-mino universal, 24. Todos llamados a la san-tidad, 25. Lo de menos es tener o no talen-tos, 25. Todos los estados son santos ysantificantes, 26. Con gracias extraordina-rias o sin ellas, 26. Contentos con el donde Dios, 27. Paz bajo la guía de Dios, 27.Tobías, 27. Un corazón puro, 28. Llave delos tesoros celestiales, 29. Dios reina enun corazón puro, 29.

VI.– Pura fe y abandono a la accióndivina. El Amigo oculto que nos guía entodo, 30. Todo es para bien, 31. Guiadospor mociones, más que por ideas, 31. Lafidelidad a la obligación lleva a la libertaddel amor, 31. Crisis dolorosa, 32. Humi-llación, 32. Crece el corazón como gusanode seda, 33. De día y de noche, sin sabercómo, 33.

VII.– El orden de la Providencia es elque nos santifica. Pequeñez de esta or-denación en aquellos que Dios santificasin brillo y sin esfuerzos. Ordenación di-vina providente, 34. Interior instinto, noreflexiones o libros, 34. La ciencia delmomento presente, 34. Voluntad divinasiempre benéfica, 35. Hace crecer en Cris-to día a día, 35. Todo es nada sin la voluntadde Dios, 36. Indiferencia espiritual, 36.Templos de la Trinidad, 36. Quietistas, 37.Dios da un camino a cada alma, 37. El panvivo del momento presente, 37. Pobre apa-riencia de la presencia divina, 38. Conten-tos con el pan que Dios nos da, 38.

VIII.– Hay que sacrificarse a Dios poramor al deber. Fidelidad para cumplir-

74 El abandono en la divina Providencia

lo y parte del alma en la obra de la san-tificación. Dios hace todo el resto Élsolo. Ofrenda sacrificial continua, 39. Vo-luntad divina obligante y voluntad divinaoperante, 39. El abandono es fidelidad a todaclase de voluntad divina, 39. Santo desasi-miento, 40. Amor puro es puro don de Dios,40. Amor puro es total indiferencia, 40.Vacío de sí, abnegación perfecta, 41. Víasimple y universal, 41. Pasividad fielmen-te activa, 42. La Pasión del Señor, 42. Carafea y cara bella del tapiz, 42. Fieles a losmandamientos, dóciles a la ordenaciónprovidente, 43. Deberes generales y debe-res particulares, 43. Camino fácil hacia lasantidad, 43. Lienzo o piedra que se aban-donan al artista, 44. Dejémosle hacer aDios, 44. Siempre fieles a los deberes pro-pios, 45. Quietismo insensato, 45. No mássantos por hacer esto o lo otro, 45. Jesús,María y José, 46. Hay tres deberes, 46. Noquerer sino lo que Dios quiera, 47. Si seconociera este camino... 47. Misionero dela voluntad divina, 48.

IX.– La voluntad de Dios y el momen-to presente. Tesoro de la voluntad divina,48. Tesoro del momento presente, 48.Guiarse por la fe, no por los sentidos, 49.María, Jesús, los Magos, los pastores, 49.María, la Virgen fiel, 50. Dios habla en laEscritura y en la vida, 51. Dios sigue ha-blando en el presente, 51. Aprender a leeren los sucesos diarios, 51. Palabras de Diosescritas no en libros, sino en el corazón,52. La fe de los santos sabe leer en la vida,52. Más atención al hoy que al ayer, 53.Atención al Maestro interior, 54. Inmensi-dad de la acción divina, 54. ¿Por qué se ig-nora tanto todo esto? 55. Fecundidad gran-diosa de la acción divina, 55. Todos podríanllegar a la santidad por esta vía, 55. El Es-píritu Santo sigue escribiendo historias sa-gradas, 56. Eterno plan de Dios hoy, en eltiempo, 56. Felices con el plan de Dios, 57.Vana curiosidad espiritual, 57. Ciencia su-prema del plan divino, 58. El justo vive de

la fe, 58. El momento presente, 59. Lo úni-co necesario: santificar el nombre de Dios,59. Job, David, 59. El Padre nuestro, 60.Con libros o sin ellos, con medios o sinmedios, 60. Encontrar a Dios en todas lascosas, 61. Con más o con menos talentos,61. Contentos con lo que Dios dispone, 62.Oyendo a Dios, que nos habla en cada cosa,63.

X.– El secreto de la espiritualidad estáen amar a Dios y servirle, uniéndose asu santa voluntad en todo lo que hay quehacer o sufrir. Ver al Señor en todo lo quesucede, 63. Esta fe nos guarda en la paz y elgozo, 64. En la simplicidad del abandono,64. El abandono todo lo simplifica, 65. Laestatua imponente del mundo, hecha de oroy bronce, hierro y barro, 66. El Espíritu di-vino vence siempre a la Bestia mundana, 67.La victoria cierta de la fidelidad, 67. Luci-fer es la rebeldía contra la voluntad de Diosprovi-dente, 68. El alma sencilla reconocey acepta en todo la voluntad de Dios, 68. Laciencia suprema: conocer y aceptar la volun-tad de Dios, 68.

XI.– En el puro abandono en Dios todolo que parece obscuridad es actividad dela fe. Caminando a ciegas, en total seguri-dad, 69. A obscuras, en la paz del abandono,70. Un cántico nuevo: todo va bien, 71. Entinieblas absolutas, 71. Soñando odespertados por Dios, 72. Trucos del Amordivino providente, 72. Quietistas, 72. Enpura fe, en un purgatorio, 72. Un guía ami-go nos guía en la noche, 73. Dios conduceen la noche a sus santos, 73. Abandono per-fecto de Jesucristo, 73. Camino fácil, sen-cillo, recto, 74. Camino oculto y obscuro,74. Evangelio vivo y diario, que sigue es-cribiendo el Espíritu Santo, 74. La fe sabeleer este Libro de Vida, 75. Espíritu Santo,enséñame a leer el momento presente, 75.

Nota bibliográfica, 77.Índice, 80.