Investigaciones sobre el estrés: logros y tareas a futuro

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Análisis de los avances y tareas pendientes en las investigaciones realizadas sobre situaciones de riesgo que estresan a los niños.

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Bloque I. Las situaciones de riesgo y el desarrollo infantilLecturas de estudio:

- Investigaciones sobre el estrés: logros y tareas a futuro

VI Sem.

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INVESTIGACIONES SOBRE EL ESTRÉS: LOGROS Y TAREAS A FUTURO1

Michael Rutter

Cuando se examinó el tema del estrés, su manejo, y la “resilience” 2hace una década en Stress, Coping, and Development in Children (Garmezy y Rutter, 1983), se notó la escasez de investigaciones sobre sus efectos en la niñez, en comparación con las de la edad adulta. Una cuestión clave en esa época era saber si las asociaciones encontradas en la edad adulta se aplicaban igualmente a los primeros años y, en caso de haber diferencias, a que se deberían estas variaciones. Se preguntó sobre que hacia que ciertos acontecimientos resultaran estresantes para el individuo, en el sentido de que estos provocaban respuestas psicológicas y fisiológicas, y también con respecto a la creación de un riesgo de psicopatología (Garmezy, en la presente obra cap.1) se hizo hincapié en la importancia de las diferencias individuales respecto a la susceptibilidad y se plantearon preguntas acerca de lo que implicaba la resistencia y el manejo exitoso del estrés y de la adversidad. Se señaló el hecho de que las experiencias aparentemente negativas podían tener efecto de sensibilizar o de fortalecer (lo cual significa que la vulnerabilidad a estresantes posteriores podía incrementarse o disminuir). Se argumentó que era necesario considerar los procesos del estrés y su manejo en varios niveles, a saber: el social, el psicológico, y el neuroquímico. Tenía poco sentido pensar en reducir todo a un nivel neuroquímico. Más bien, cada nivel proporcionaba una perspectiva distinta pero complementaria; se requería una integración entre los niveles para poder entender los mecanismos y procesos involucrados. El significado social de las experiencias era importante, y

muchas necesitaban considerarse en términos interactivos; no obstante, era necesario determinar como los procesos iniciados en un contexto social llevaban a cambios en le organismo. Es notable tanto que el libro haya acabado señalando algunas cuestiones metodológicas cruciales como

que hubiera poca discusión sobre las intervenciones destinadas a mejorar la forma en que los niños manejaban las experiencias de estrés.

LOGROS DURANTE LA ÚLTIMA DÉCADA1“Stress research: Accomplishments and tasks ahead”, en Robert J. Haggerty et al. (eds.), Stress Risk, and Resilience in Children and Adolescents. Processes, Mechanisms, and Intervention, Christel Kopp (trad.), Nueva York, Cambridge University Press 1996, pp. 354-385. [Traducción de la SEP con fines académicos, no de lucro, para los alumnos de las escuelas normales.]

2 Resilience es un término utilizado en Física que no existe en español y que se refiere a la capacidad que tiene un material de recibir golpes o impactos sin sufrir deformación alguna (por ejemplo las bolas de billar). Este término está siendo utilizado en la psicología y ayuda a explicar la capacidad de los individuos para resistir y enfrentar ciertas situaciones como las que aquí se explican. En lo sucesivo, se utilizará el término “resistencia”.

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Desde esa época, el campo de conocimientos ha avanzado en aspectos muy importantes. En esa obra se resaltan muchos hallazgos específicos de interés e importancia, pero al referirnos a las formas en que la investigación sobre el estrés, su manejo y la capacidad de resistencia necesitan avanzar en los años venideros, podría ser útil poner atención en algunos temas amplios que abarcan los capítulos específicos.

Evidencias sobre el riesgo en la niñez

Durante los últimos 10 años se ha ido acumulando de manera constante la evidencia de que los acontecimientos y experiencias negativos están efectivamente asociados con la sicopatología en la niñez (Goodyer,1990) en resultados que muestran muchos paralelos con los de la vida adulta. Está claro pues que hay riesgos significativos asociados con el duelo (Clark, Pynoos y Goebel, en la presente obra: cap.4) el divorcio y las segundas nupcias (Emery y Forehand, en esta obra: cap.3), trastornos físicos crónicos (Pless y Stein, en la presente obra: cap.9), desastres de origen humano y natural (Yule, 1994), y con una gama mas amplia de acontecimientos que parecen conllevar una amenaza psicológica a largo plazo (Goodyer, 1990). No obstante, los resultados de las investigaciones también han sido importantes en tanto indican que enfocar acontecimientos vitales aislados no es la manera mas apropiada de considerar a la mayoría de los estresantes (Rutter y Sandberg, 1992). Así, por ejemplo, resulta obvio que los riesgos psicopatológicos asociados con el divorcio radican tanto en los patrones familiares que anteceden y suceden

a la ruptura del matrimonio parental como en la ruptura misma (Emery y Forehand, en esta obra: cap. 3). Así mismo, los riesgos asociados con le duelo son consecuencia de la enfermedad de alguno de los padres que antecedió la muerte y de la gama de secuelas que a veces sucede a la muerte parental (Clark et al., en la presente obra: cap.4). La aflicción del padre o madre superviviente, la ausencia definitiva del padre o madre que falleció y sus efectos en el cuidado parental pueden ser factores involucrados en el proceso de riesgo. Como lo expresan Clark et al., la acumulación agregada de los acontecimientos a lo largo del tiempo es lo que contribuye al surgimiento de la capacidad de resistencia o vulnerabilidad psicológicas según los casos individuales (véase también Garmezy y Masten, 1994).

Cuestiones conceptuales y metodológicas

Como lo resumen Gore y Eckenrode de manera apropiada (en esta obra: cap.2), ahora se aprecian mucho mejor las cuestiones conceptuales y metodológicas implicadas en las investigaciones sobre el riesgo. Algunas de estas conciernen al avance de nuestro entendimiento sobre el riesgo. Algunas de éstas conciernen al avance de nuestro entendimiento sobre los posibles factores de riesgo que necesitan tomarse en cuenta, y otras a las metodologías mejoradas para usar las estrategias de investigaciones epidemiológicas y longitudinales, con el fin de probar hipótesis de mecanismos causales (Rutter, en prensa). De muchas maneras sin embargo, los adelantos mas importantes están relacionados con una apreciación de la necesidad de tomar en cuenta los distintos

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mecanismos involucrados en las interacciones persona-entorno (Wachs y Plomin,1991) y en diferencias individuales respecto a las percepciones de situaciones de estrés (Grych y Fincham,1990), los mecanismos para atenuar el estrés (Jenkins y Smith, 1990;Masten et al., 1988;Rutter,1991a), y las reacciones en cadena indirectas a lo largo del tiempo (Rutter, 1989 a; Rutter y Rutter, 1993). En un tiempo existió la tendencia a suponer que,

Puesto que los acontecimientos vitales negativos provocaban o precipitaban el inicio de un trastorno psiquiátrico, necesariamente implicaban un aumento de discontinuidades de desarrollo. Ahora está claro que la suposición es injustificada. El principio biológico no es ni de continuidad ni de discontinuidad, ni cambio ni estabilidad (Rutter, 1994 a).

Ambas opciones se esperan y ambas requieren explicación. Según las circunstancias, las

experiencias vitales negativas pueden exagerar las características psicológicas preexistentes, ya sean éstas adaptativas o desadaptativas, o modificarlas. Sin embargo, la primera opción es mas común que la segunda (Caspi y Moffitt, 1993)

Mecanismos de mediación

Los conceptos iniciales del estrés inducido por experiencias psicosociales enfocaban las adaptaciones requeridas cuando involucraban cambios importantes en la vida (Holmes Y Rahe, 1967). Durante los años 70 se realizó una reevaluación considerable de este concepto a través del trabajo de Paykel

(1974,1978), quien notó la importancia de diferenciar entre los cambios deseables y no deseables en la vida; de Lazarus (Lazarus y Launier, 1978), quien recalcó el papel de la evaluación cognitiva de los acontecimientos, y de G. Brown y Harris (1978,1989) quienes mostraron la necesidad de tomar en cuéntale contexto social de acontecimientos de la vida con el objeto de evaluar la amenaza psicológica para el individuo. Estos fueron adelantos importantes, pero durante los años 80 y principios de los 90, hubo movimientos significativos hacia una mayor especificación de los mecanismos de mediación implicados en los procesos de riesgo, asociados con las experiencias psicosociales que conllevan un mayor riesgo de sicopatología. La gama de procesos que se están considerando puede ilustrarse por medio de varios ejemplos. De este modo, se ha mostrado que la perdida parental incluye una gama bastante heterogénea de experiencias de las cuales solo unas cuantas conllevan riesgos psicopatológicos de largo plazo. También, aunque la perdida parental a través de la muerte esta asociada con reacciones de aflicción, algunas de ellas llevan a un trastorno psiquiátrico, los riesgos a largo plazo son muy pocos en comparación con los asociados a la separación o divorcio parental (Kendler, Neale, Kessler, Heath y Eaves, 1992). Además, los riesgos a largo plazo dependen del deterioro que tengan el cuidado parental y el funcionamiento familiar que puede suceder a la muerte parental, mas que de la muerte misma como acontecimiento agudo (Harris, Brown y Bifulco, 1986; Clark et al., en la presente obra cap. 4).

Por otro lado, se han confirmado ampliamente los riesgos a largo plazo

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asociados con el divorcio (Cherlin et al., 1991; Kendler et al.,1992; Kuh y MacLean, 1990). Además, los estudios longitudinales han indicado claramente que muchas veces es evidente la sicopatología antes del divorcio (por ejemplo Block, Block y Guede, 1986), y que el riesgo principal proviene del conflicto parental (Amato y Keith, 1991), mas que del acontecimiento del divorcio mismo. También hemos tenido que desechar la idea de que el divorcio pone fin necesariamente al conflicto parental. Los estudios de seguimiento han indicado que, en demasiados casos, el conflicto persiste y, además, el grado en que los niños se involucran en este conflicto es un factor importante para determinar el nivel de riesgo psicopatológico (Buchanan, Maccoby y Dornbusch, 1991).

Se han notado marcadas diferencias individuales en todas las investigaciones en cuanto a la respuesta de los niños al divorcio parental, pero solo últimamente han existido estudios sistemáticos que examinan por que ocurre esto, incluso entre niños de la misma familia (Grych y Fincham, 1990). No se trata simplemente de que algunas familias tengan mas conflicto que otras, aunque esto es indudablemente una consideración importante (Hetherington,Cox y Cox, 1978), sino también de que los hermanos dentro de la misma familia difieran en cuanto a sus percepciones del conflicto familiar (Monahan, Buchanan, Maccoby Y Dornbusch, 1993), lo cual se debe indudablemente en parte a las variaciones en la manera en que el conflicto incide en ellos y afecta la relación con sus padres.

No es sorprendente que el abuso físico infantil haya resultado ser un factor

importante de riesgo (Skuse y Bentovim, 1994). Durante los años de la niñez, hay un riesgo mayor a ser victima de conducta agresiva y, en la edad adulta, dicha situación está asociada con un riesgo mas elevado de graves problemas de paternidad y de una conducta agresiva hacia los propios hijos de la victima (Rutter, 1989b; Widom, 1989). Sin embargo, los mecanismos por los cuales la experiencia de abuso conduce a una conducta agresiva no han sido claros. Un estudio longitudinal importante de Dodge y sus colegas (Dodge, Bates y Pettit, 1990; Weiss, Dodge, Bates y Pettit, 1992) mostró que la cognición social puede desempeñar un importante papel de mediación en este proceso, la disciplina parental estricta se asociaba con agresión a los hijos, en parte de manera directa y en parte mediante un efecto sobre el proceso social desadaptativo (con una tendencia hacia una sesgada atención hostil, soluciones agresivas a los problemas interpersonales, y desatención a señales sociales pertinentes).

La pubertad en las jóvenes proporciona otro ejemplo. Varios estudios han mostrado que +-+esta se encuentra asociada con un aumento significativo en la práctica de dietas y la aparición de otros problemas alimenticios. (Alsaker, en prensa; Attie y Brooks-Gunn, 1992; Petersen y Leffert, en prensa). Sin embargo, la evidencia indica que el factor clave no es el desarrollo de las características sexuales secundarias sino, más bien, la acumulación de grasa que tiende a acompañarlo. El grado en que sucede esto depende, además, de las actitudes hacia la forma y peso corporales que prevalecen en la comunidad en el momento correspondiente. Es pertinente notar que, aunque esto parece ser la manera

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de generar una conducta alimentaria anormal, factores un tanto diferentes (asociados con dificultades personales e interpersonales) desempeñan un papel más relevante en el mantenimiento de problemas alimenticios (Attie y Brooks-Gunn, 1989).

La adolescencia excepcionalmente temprana en las niñas también está asociada con un incremento en la conducta de violación de normas (Stattin y Magnusson, 1990). En este caso, los mecanismos parecen ser algo diferentes. Los resultados del estudio longitudinal de Estocolmo indicaron que el incremento en la conducta de violaron de reglas se encontraba únicamente en aquellas jóvenes de maduración precoz que frecuentaban un grupo de pares de mayor edad. El estimulo podría haber sido fisiológico, peor la mediación parece haber sido socio psicológica. Se confirmó este mecanismo en el estudio longitudinal de Dunedin (Caspi, Lynam, Moffitt y Silva, 1993; Caspi y Moffitt, 1991). Los datos de Nueva Zelandia, sin embargo, arrojaron dos características adicionales: 1) solo era evidente el efecto en las escuelas mixtas y no en las de niñas, y 2) el efecto era muy evidente n las jóvenes que ya mostraban alguna conducta indisciplinada.

En cada uno de estos ejemplos (como también en otros que podrían mencionarse), se han producido adelantos al mover de un indicador de riesgo de base amplia a algo mucho mas cercana al mecanismote mediación. Se apreciará que no se trata de encontrar la causa “básica”, sino de lograr un entendimiento de los mecanismos que a través del tiempo podría estar involucrados. En la mayoría de los casos esto implica una serie de procesos relacionados, en vez de una sola operación decisiva

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Gama de consecuencias psicopatológicas

Virtualmente, todos los estudios clínicos y epidemiológicos han mostrado el muy alto grado de comorbilidad entre trastornos psiquiátricos supuestamente distintos en la niñez y la adolescencia (Achenbach;1991; Caron y Rutter, 1991; Zoccolillo,1992). Algunos investigadores han argumentado, a partir de estos y otros resultados similares, a favor de un concepto global de “conducta problemática” (Jessor, Donovan y Costa, 1992) en vez de hacer diferencias diagnosticas. Sin embargo, aunque se necesitan entender claramente los mecanismos implicados en la comorbilidad (Compas y Hammen, en esta obra: cap.7), los efectos del estrés podrían no ser exactamente los mismo con respecto a los diferentes tipos de sicopatología (Gore y Eckenrode, en la presente obra: cap.2). Por otro lado es importante, desde luego, examinar un a amplia gama de psicopatologías al considerar los efectos de acontecimientos y experiencias negativas de la vida; por ejemplo, en un intento por enfocar mas los aspectos positivos de la

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resistencia , algunos investigadores han abogado por un enfoque sobre competencia mas que en la ausencia de sicopatología (Luthar y Zigler; 1991). Ciertamente sería deseable estudiar el desarrollo de la competencia social, pero las investigaciones de Luthar (1991) indicaron que niños que parecían tener capacidad de resistencia en presencia de competencia social, frecuentemente no la tenían en presencia de perturbación emocional. Es evidente que cualquier estudio adecuado sobre resistencia necesitará abarcar tanto la presencia de rasgos positivos como la ausencia de negativos.

En años recientes, el concepto de trastorno de estrés postraumático se ha puesto de muy de moda con respecto a las respuestas de los niños a experiencias adversas, como también las reacciones de los adultos. La literatura existente había sugerido que las respuestas de los niños a desastres y acontecimientos abrumadores estresantes, diferían en algunos aspectos de las de los adultos (Garmezy y Rutter, 1985). Es importante el hecho de que las investigaciones de años recientes, que han incluido entrevistas mas detalladas con niños, hayan mostrado que muchas de las cualidades características del trastorno de estrés postraumático tal como se observa en los adultos (como adormecimiento, escenas retrospectivas e inmersión en el evento) se presentan también en los niños (Yule, 1994). Este resultado es importante por que nos alerta sobre la necesidad de estudiar estos fenómenos (y otros relacionados) al examinar las respuestas de los niños a experiencias negativas de la vida. Sin embargo, la forma de las reacciones psicopatológicas a experiencias negativas de

la vida está lejos de limitarse al síndrome particular conocido como trastorno del estrés postraumático. Es más, aún no que da claro si estos rasgos se encuentran comúnmente en relación con experiencias negativas mas cotidianas (a diferencia de los desastres catastróficos) y tampoco se sabe si el trastorno de estrés postraumático constituye un síndrome distinto, con diferencias cualitativas, de otros trastornos psiquiátricos, o si mas bien proporcionan un “matiz” a gama de síndrome que surgen del hecho de que fueron precipitados por algún acontecimiento agudo y extremadamente estresante.

Consideraciones de desarrollo y efectos a largo plazo

Al paso de los años se ha dado un marcado e importante cambio en las formas de conceptualizar las consideraciones del desarrollo. En una época, existía una opinión general de que los niños en edad preescolar eran notablemente menos vulnerables que los niños mayores a los efectos de daños cerebrales (Rutter, 1982, 1993), y notablemente mas vulnerables a estresantes psicosociales (critica de Clarke y Clarke, 1976). Ahora está claro que ninguna de las dos generalizaciones se justifica. La edad no es un fenómeno unitario, y una correlación con la edad no proporciona en si misma, ni por si misma, ninguna explicación en términos de mecanismos (Rutter, 1989c). Existen ciertas formas en las que los niños pequeños son más vulnerables y otras en las que son menos, y hay que revisar los procesos implicados en la variada gama de efectos observados según la edad. Asimismo, por analogía con el fenómeno de

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imprimación3 en los pájaros, se suponía que había periodos críticos importantes en el desarrollo humano. Conforme se hacia patente que ese fenómeno no era de ninguna manera tan fijo como se había creído en ese entonces (Bateson, 1996, 1990) y conforme se hacia evidente la naturaleza engañosa de las analogías con la imprimación (Rutter, 1991b), el concepto de periodos críticos pasó de moda y llegó a ser rechazado por muchos investigadores. En tiempos recientes se ha adoptado una postura menos extrema. Aunque el concepto anticuado de periodos fijos ha resultado insostenible, la noción de periodos sensibles en el desarrollo tiene mucha mas validez. Hay ejemplos bien fundamentados en los ámbitos psicosocial y somático de experiencias que tienen, en algunas edades, un efecto mas marcado (o distinto) que en otras y que tienen consecuencias sorprendentemente duraderas, que incluso se extienden a la edad adulta (Bock y Whelan, 1991). Se ha demostrado que las experiencias visuales en edad temprana desempeña un papel importante en el desarrollo de la corteza visual del cerebro. Debido a este efecto los niños cuyo estrabismo no se corrige a edad temprana quedan sin visión binocular de manera permanente. Resulta poco claro hasta que punto haya rasgos comparables con en otras funciones psicológicas; sin embargo, es notable que el cuidado institucional durante

los primeros años de vida esta asociado con diferencias en el patrón de relaciones de pares a los 16 años de edad, incluso cuando los niños vuelven a un ambiente familiar durante la mayor parte de su crianza (Hodges y Tizard, 1989ª, 1989b) Además, contrariamente a otras consecuencias psicopatológicas , este efecto parece ser independiente de las circunstancias domesticas durante la niñez tardía y al adolescencia.

Recientes hallazgos también han sido sorprendentes al mostrar, según parece, que la depresión maternal en el primer año de vida del niño está asociada con un deterioro cognoscitivo significativo, aunque la depresión después de este lapso no surte este efecto (Cogill, Caplan, Alexandra, Robson, y Kumar,1986; Murria, 1992). Este resultado ha sido evidente en tres estudios independientes hasta ahora, pero todas las muestras de los estudios han sido bastante pequeñas y aun hace falta una investigación a mayor escala que explique mejor las variables de sesgo. No obstante, falta todavía comprobar la importante alusión a un posible efecto de periodo sensible.

No puede aducirse, desde luego, que las investigaciones hayan proporcionado un entendimiento de los mecanismos implicados en las susceptibilidades específicas de la edad o en los efectos a largo

3 Impriminting, en el original en inglés, es un término con varias acepciones en campos como la biología la psicología, una de las más cercanas al contexto de esta lectura se encuentra en Impriminting. A brief description, de Howard S. Hoffman, quien nos dice: Konrad Lorenz, en su estudio del fenómeno de socialización de los gansos y los patos jóvenes, anota que parece que la formación inmediata de vínculos sociales es irreversible y única durante un corto “periodo crítico” desde el primer día de vida o al salir del huevo. Emplea el término impriminting para describir el proceso por el cual se crean dichos vínculos sociales y la forma en que las primeras imágenes de objetos (o su movimiento se graban por muchos años en el sistema nervioso de estos animales [n. del ed.]

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plazo. Sin embargo, lo que ha hecho la evidencia empírica es abrir ambos temas en formas que indican que los fenómenos pueden tener mayor validez de lo que se ha supuesto hasta ahora. Hay una clara necesidad de investigar la variada gama de mecanismos involucrados.

Diferencias de grupo

En una época, los científicos sociales tendían a ver la pobreza y desventaja social como las influencias claves causales de la sicopatología infantil. En consecuencia muchos científicos sociales desempeñaron un importante papel abogados al insta a los gobiernos a tomar medidas para aliviar las carencias y la pobreza, y para eliminar las injusticias sociales. Existe por supuesto, sobrada razón para tomar medidas activas con el objeto de mejorar las circunstancias de niños que se están criando en condiciones que están muy por debajo de de lo que pudiera considerarse aceptable. No se necesita invocar riesgos psicopatológicos para abogar por la acción social y política. No obstante, se ha vuelto cada vez más claro que la asociación entre pobreza/carencias sociales y la sicopatología no está, de ninguna manera, netamente definida, como se suponía en una época. Así pues Nettles y Pleck (en esta obra cap.5) señalan la evidencia de que, aunque los afroestadounidenses muestran índices mas altos de algunos trastornos de tipo psicosocial, también muestran índices mas bajos de otros como (el suicidio y la depresión). Enfatizan, con toda razón, que es un grave error asociar cualquier grupo minoritario étnico con la pobreza y carencias sociales estaría acompañada de un riesgo mayor de todas las formas de sicopatología.

Es importante, por consiguiente, señalar que no es así.

La evidencia de las tendencias a lo largo del tiempo es aun más notable. En el transcurso del siglo XX, y en particular desde la segunda guerra mundial, hubo un aumento general en el nivel de vida de la mayoría de los países industrializados. Por lo menos hasta la última década, esto también estaba asociado con una reducción de las injusticias sociales. Esta tendencia bastante consistente hacia mejores condiciones de vida estado asociada con notables mejoras en al salud física, como indica la mortalidad infantil a la baja y una esperanza de vida a la alza (Marmot y Smith, 1989). En cambio y contra la expectativa de la mayoría de las personas, no ha habido ninguna tendencia paralela hacia la reducción en los trastornos psicopatológicos entre la gente joven (Rutter y Smith en prensa). De hecho, hay por el contrario evidencia de que una mayor prosperidad y condiciones de vida mejoradas han estado acompañadas por un aumento de algunas formas de sicopatología o trastorno psicosocial. Es por eso que, aunque ha bajado el porcentaje de suicidios entre personas ancianas, el porcentaje entre personas adolescentes y adultos jóvenes se ha incrementado; el índice de criminalidad ha subido notablemente; los problemas de drogas y alcohol se han vuelto mas frecuentes, y tal vez los trastornos depresivos, también, sean mas comunes entre personas jóvenes.

Estos resultados son una advertencia importante de que no se deben confundir los indicadores de riesgo con los mecanismos de riesgo. En general , en cualquier momento especifico, la pobreza y las carencias sociales

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van acompañados de un mayor riesgo de sicopatología. Los datos de tendencia secular, sin embargo, son persuasivos al mostrar que es muy poco probable que el mecanismo de riesgo radique en la pobreza o las condiciones de vida de per se. Mas bien, la evidencia sugiere que el efecto resulta por que la pobreza, a su vez, esta mas asociada con la desorganización y la disolución familiares, que se acercan mas a los mecanismos de riesgo relevantes.

Intervención

A diferencia de su antecesora de hace una década (Garmezy y Rutter, 1983), la presente obra ha podido evidenciar intervenciones destinadas a ayudar a los niños y a las familias a abordar mejor las circunstancias de estrés, algunas de las cuales parecen reportar beneficios reales. Elias y Weissberg (en esta presente obra: cap.9)

Hacen lo mismo respecto a las intervenciones relacionadas con los niños que padecen trastornos físicos crónicos. Las investigaciones proporcionan una variedad de buenas pistas sobre posibles elementos en las intervenciones relacionadas con el fomento eficaz de la competencia social, pero hasta ahora la gama de intervenciones ha sido limitada y los resultados no arrojan indicaciones claras del riesgo y de los mecanismos protectores implicados.

TAREAS DE INVESTIGACIÓN

A FUTURO

Propensión general al desorden

La mayor parte de la literatura sobre adultos con respecto a los efectos de acontecimientos negativos de la vida ha enfocado las conexiones temporales con el comienzo de alguna forma de trastorno (G. Brown y Harris, 1989). La evidencia es convincente en cuanto a que esta asociación es valida y refleja una conexión causal. Sin embargo, la mayoría de los trastornos psiquiátricos son recurrentes o crónicos. Esto sucede obviamente con trastornos conductuales, que muestran un alto grado de persistencia en la vida adulta (Robins, 1978; Zoccolillo, Pickles, Quinton y Rutter, 1992); es el caso de los trastornos depresivos, donde hay una alta proporción de recurrencia en la vida adulta después de la depresión en la niñez (Harrington, Funge, Rutter, Pickles y Hill, 1990); y, a diferencia de las suposiciones anteriores, el índice de recurrencia también es relativamente alto en trastornos de ansiedad (Meller et al., 1992; Last, Perrin, Versen y Kadzin, 1992). En consecuencia, la pregunta de si los acontecimientos de la vida influyen en cuando inicia un episodio particular. Otro tema respecto a los trastornos psiquiátricos en la niñez es que, al parecer, en la mayoría de los casos no hay una fecha definida de inicio (Rutter y Sandberg; 1992). Más bien, el cuadro típico es de comienzos múltiples con un empeoramiento episódico del trastorno, o una acumulación gradual de sintomatología. Una revisión de la conjunción temporal de acontecimientos de la vida y el comienzo del trastorno proporciona una herramienta de investigación sumamente útil para examinar posibles conexiones causales. Sin embargo, todavía hace falta examinar las asociaciones con el riesgo psicopatológico global y

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encontrar maneras de comprobar si la asociación representa una relación causal. Para obtener una medida adecuada de la sicopatología, está claro que múltiples informantes y múltiples referencias temporales son muy deseables (Rutter y Pickles, 1990).

Esto se debe a que los estudios han sido unánimes al mostrar correlaciones relativamente bajas entre los informes de padres y maestros, y las fluctuaciones en el tiempo.

¿Cuál es el mecanismo de riesgo?

Demasiadas investigaciones sobre los factores de riesgo psicosocial se han conformado con identificar las variables de riesgo. No faltan datos sobre tales variables y ya sabemos mucho sobre la identificación de riesgos. Lo que conocemos mucho menos es como funcionan los mecanismos de riesgo. Inevitablemente, esto significa que estamos en una posición de desventaja cuando planeamos intervenciones para prevenir o tratar trastornos. Existe además un considerable peligro de que puedan tomarse medidas equivocadas por identificar de manera incorrecta los aspectos de la situación de riesgo que conforman el riesgo. Así por ejemplo, esto fue evidente con las primeras descargas de entusiasmo que sucedieron al reporte de Bowlby (1951) sobre la privación maternal y que condujeron a recomendaciones para que las mujeres no salieran de casa a trabajar y al señalamiento de que la atención diurna en grupo era inevitablemente dañina para los niños (Baers, 1954; Organización Mundial de la Salud, 1951). Subsecuentes investigaciones

han mostrado con claridad que ni el empleo maternal ni la atención diurna en grupo, como tales son factores de riesgo importantes (Rutter, 1991b); lo que importa es la calidad del cuidado de los niños y la continuidad en la paternidad y maternidad, en vez de la cuestión de si la madre permanece todo el tiempo en su casa. Asimismo, como ya se anotó, los principales riesgos psicopatológicos relacionados con el divorcio de los padres radican en el conflicto mas que en la ruptura del matrimonio en si mismo. O, de nuevo, los principales riesgos psicopatológicos a largo plazo asociados con la muerte de los padres se derivan de las consecuencias familiares más que del acontecimiento de la pérdida por sí misma. En cada uno de estos casos, nos hemos acercado un poco al mecanismo de riesgo, pero aún nos queda mucho camino por recorrer antes de entender totalmente los procesos.

Sin embargo, importantes y disponibles pistas sobre algunos de los problemas requieren más estudio. Por ejemplo, es evidente que hay una muy fuerte coincidencia entre los acontecimientos negativos agudos de la vida y las adversidades psicosociales crónicas, y que los riesgos principales parecen estar relacionados con esta ultima en vez del primero (Sandberg et al., 1993). Está claro el mensaje de que es necesario estudiar la interacción entre las experiencias agudas y crónicas de la vida y no tratar los acontecimientos agudos como si surgieran de la nada.

Los resultados de la genética conducta también han sido importantes en su implicación de que los efectos ambientales

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no compartidos son mucho más fuertes, en general, que compartidos (Plomin y Daniels, 1987). Es decir, que las diferencias entre familias. A primera vista ésta es una alusión muy sorprendente, debido a la extensa evidencia de que las variables intrafamiliares, tales como la discordia familiar, o un trastorno mental de los padres, o la desorganización familiar, conllevan sustanciales riesgos psicopatológicos. Es importante apreciar que la evidencia genética no significa que estas experiencias no sean importantes. Más bien, la implicación es que muchas experiencias intrafamiliares inciden de manera diferente en distintos niños de la misma familia (Rutter, 1994b). Por lo general, los niños están activamente comprometidos con su propio ambiente social y no son simples receptores pasivos de estímulos positivos y negativos. Existe evidencia de que cuando los padres están deprimidos e irritables no se comportan de manera hostil o critica en el mismo grado con todos sus hijos (Rutter, 1978). Muchas veces, tienden a desquitarse con un niño en particular, o a convertirlo en un chivo expiatorio. Como ya se señaló

también, la participación de los niños en el conflicto de los padres, y sus percepciones de éste, varían, incluso cuando viven en la misma casa (Monahan et al., 1993). También podría ser cierto que, con experiencias negativas crónicas, sea más importante el hecho de que se trate peor a un niño que a los demás, que el hecho de que las condiciones globales de la familia no sean en conjunto muy buenas (Dunn y Plomin, 1990).

Seria un error descuidar las influencias familiares compartidas, ya que obviamente son importantes cuando tratan con casos extremos de ambiente y también con ciertas formas de sicopatología, tales como el trastorno de conducta y la delincuencia (DiLalla y Gottesman, 1989; Plomin, Nitz y Rowe, 1991). No obstante, la clara indicación es que necesitamos alejarnos de la postura que considera las experiencias de riesgo de manera global como si incidieran de a misma manera en todos los hijos de la familia. En cambio, habría que enfocar las diferencias entre los hermanos y las especificidades de la interacción de cada niño con la familia y con el ambiente social en forma más general (Hoffman, 1991).

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