Invictus

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Invictus Contar historias debe ser una habilidad humana tan vieja o más que el manejo del fuego. Mil veces he tratado de imaginarme a esos primeros homoerectus sentados alrededor de una fogata, pronunciando onomatopeyas: ¡ahhh! ¡ooohhh!, haciendo sonar sus lanzas contra el suelo: pak…pak….pak…mientras uno de los suyos, con su sombra proyectada contra la caverna, les cuenta emocionado cómo es que, luego de muchos días, por fin lograron cazar al mamut. Han pasado miles de años desde esa indeterminada noche, sin embargo, el contar historias no sólo sigue siendo vigente y necesario para los humanos, sino que se ha convertido en una fabulosa profesión. Cada semana vamos al cine, versión moderna de esa antigua caverna luminosa, para que alguien nos cuente una gran historia. El escritor, el periodista, el cineasta son hijos de aquel primer cazador que de día tendía trampas y arrojaba su lanza, y de noche se transformaba en cronista, pintor rupestre, dibujante de arena, para relatar a los de su clan las hazañas de la tribu. Por eso, guardo especial cariño por aquellos que tienen el don de saber contar una historia. Si un remoto día me encontrara por la calle o en el bar de algún hotel con alguno de esos hombres y mujeres que admiro, me gustaría darles las gracias por las historias que me contaron, y por las emociones que me arrancaron. Uno de esos artistas geniales es, sin duda, Clint Eastwood, referente insoslayable, al que –en este caso- me gustaría agradecerle por dos grandes filmes que le ha regalado al mundo del deporte: “Million Dollar Baby”, la entrañable historia de Maggie Fitzgerald, la boxeadora que soñaba con un ganar un millón de dólares; y ahora por “Invictus”, la película que pronto se estrenará en México sobre la trascendencia que tuvo para Sudáfrica y para su presidente, Nelson Mandela, el triunfo en el Campeonato Mundial de Rugby de 1995. Basada en el libro “El factor humano” del extraordinario periodista inglés John Carlin, “Invictus” relata la hazaña de los “Springboks”, el equipo de rugby sudafricano, el cual, a pesar de haber estado compuesto casi en su totalidad por jugadores blancos, fue impulsado por Nelson Mandela como símbolo de convergencia para la dividida y enconada Sudáfrica a mediados de los 90. Con Morgan Freeman protagonizando con maestría a Mandela, “Invictus” es una película acerca de la fuerza del espíritu, el poder del perdón, y la fuerza del deporte para hablarle a la gente “en un idioma universal, en una lengua que todos pueden comprender”, como alguna vez dijo el histórico líder sudáfricano. Esta película tiene “un mensaje de valor imperecedero para el mundo”, asegura Matt Damon, quien estelariza con gallardía a Francois Pienaar, el capitán de aquel equipo que había pasado varios años fuera de las competencias internacionales por el boicot antiapartheid que imponían muchas naciones al deporte sudafricano. “Invictus” no podía aparecer en mejor momento. Y para nosotros, que a partir del 11 de junio viviremos de manera cercana e intensa la experiencia sudafricana, la película se convierte en materia de reflexión obligada para conocer mejor a la nación que enfrentaremos en ese primer partido del Mundial. Sudáfrica es, en la actualidad, una nación que trabaja todos los días en su reconciliación interna. Por eso, y a pesar de lo que muchos piensen, tal vez sea momento de invertir la pregunta que nos hacemos cada cuatro años cuando se acerca la Copa del Mundo, porque en esta ocasión, no se trata de ver qué es lo que Sudáfrica puede hacer por el futbol, sino más bien, lo que el futbol puede hacer por Sudáfrica; exactamente igual que como en 1995 lo hizo el rugby, igual que como hoy, lo hace Clint Eastwood, con ese don proverbial que tiene para contar historias.

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Invictus Contar historias debe ser una habilidad humana tan vieja o más que el manejo del fuego. Mil veces he tratado de imaginarme a esos primeros homoerectus sentados alrededor de una fogata, pronunciando onomatopeyas: ¡ahhh! ¡ooohhh!, haciendo sonar sus lanzas contra el suelo: pak…pak….pak…mientras uno de los suyos, con su sombra proyectada contra la caverna, les cuenta emocionado cómo es que, luego de muchos días, por fin lograron cazar al mamut. Han pasado miles de años desde esa indeterminada noche, sin embargo, el contar historias no sólo sigue siendo vigente y necesario para los humanos, sino que se ha convertido en una fabulosa profesión. Cada semana vamos al cine, versión moderna de esa antigua caverna luminosa, para que alguien nos cuente una gran historia. El escritor, el periodista, el cineasta son hijos de aquel primer cazador que de día tendía trampas y arrojaba su lanza, y de noche se transformaba en cronista, pintor rupestre, dibujante de arena, para relatar a los de su clan las hazañas de la tribu. Por eso, guardo especial cariño por aquellos que tienen el don de saber contar una historia. Si un remoto día me encontrara por la calle o en el bar de algún hotel con alguno de esos hombres y mujeres que admiro, me gustaría darles las gracias por las historias que me contaron, y por las emociones que me arrancaron. Uno de esos artistas geniales es, sin duda, Clint Eastwood, referente insoslayable, al que –en este caso- me gustaría agradecerle por dos grandes filmes que le ha regalado al mundo del deporte: “Million Dollar Baby”, la entrañable historia de Maggie Fitzgerald, la boxeadora que soñaba con un ganar un millón de dólares; y ahora por “Invictus”, la película que pronto se estrenará en México sobre la trascendencia que tuvo para Sudáfrica y para su presidente, Nelson Mandela, el triunfo en el Campeonato Mundial de Rugby de 1995. Basada en el libro “El factor humano” del extraordinario periodista inglés John Carlin, “Invictus” relata la hazaña de los “Springboks”, el equipo de rugby sudafricano, el cual, a pesar de haber estado compuesto casi en su totalidad por jugadores blancos, fue impulsado por Nelson Mandela como símbolo de convergencia para la dividida y enconada Sudáfrica a mediados de los 90. Con Morgan Freeman protagonizando con maestría a Mandela, “Invictus” es una película acerca de la fuerza del espíritu, el poder del perdón, y la fuerza del deporte para hablarle a la gente “en un idioma universal, en una lengua que todos pueden comprender”, como alguna vez dijo el histórico líder sudáfricano. Esta película tiene “un mensaje de valor imperecedero para el mundo”, asegura Matt Damon, quien estelariza con gallardía a Francois Pienaar, el capitán de aquel equipo que había pasado varios años fuera de las competencias internacionales por el boicot antiapartheid que imponían muchas naciones al deporte sudafricano. “Invictus” no podía aparecer en mejor momento. Y para nosotros, que a partir del 11 de junio viviremos de manera cercana e intensa la experiencia sudafricana, la película se convierte en materia de reflexión obligada para conocer mejor a la nación que enfrentaremos en ese primer partido del Mundial. Sudáfrica es, en la actualidad, una nación que trabaja todos los días en su reconciliación interna. Por eso, y a pesar de lo que muchos piensen, tal vez sea momento de invertir la pregunta que nos hacemos cada cuatro años cuando se acerca la Copa del Mundo, porque en esta ocasión, no se trata de ver qué es lo que Sudáfrica puede hacer por el futbol, sino más bien, lo que el futbol puede hacer por Sudáfrica; exactamente igual que como en 1995 lo hizo el rugby, igual que como hoy, lo hace Clint Eastwood, con ese don proverbial que tiene para contar historias.