Invitación a la microhistoria.-Luis GonzálezOCR

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1 11 O 16.2 G651986 ta hist oria del país n cho y vigoroso se le den omina historia patria. maLria se- ría la que se ocu- para de lo más cercano, íntimo la paLria chica. E! mi cro his - toriador s.uele ser un intelectual que tral.eja aisladamen- te y con escaso rc- c:o nocimient'l. Puede: decirse que :.u .ocación es la de :t nCiano, porque como di ." Nietzsche '·'p r0m·ieP ,. una ocupación de Hejos, mirar 1asar tcvi.,ta. hacer un ba b!! ce, bu srar co nsu elo en los de o t ras épocas, evo- car rccuc· dos". Sin la ocL.pación de Luis Gonzaict y Gonzál ez no se restringe a la evocación o al anecdotario tradicional: su cun- ee¡ to de la microhiswr:-, es colocado en una óptica qu e busca en qué medida Jo co no·ew reflej ;: las condicion es u11iversales o los tiem- !)f'S histó.;cos <.Je wdo el !· <lis. 6.- 65 986; 47 - .... LUIS GONLEZ Y GONZALEZ D Invitación a la microhistoria Ampl i amente conocido por su obta Pueblo m ,,¡[o. Micro- histona de San fosé de Gra- cia ( 1968). Luis Gonzá- leL } Gon!ález of rece Ven es ta obta una inter- pretación de lo que es ¡s>Y co ncierne a la mi- '\ crohistoría - hiswria nacional vista desde el de la historia c:t-egional-. sus méw- .crbs y comr ibuc ion es al conoci miento de la his- ·t oria ·loca l. La micr ohis - ' requ ierc :tmor al te- rruñ o. minucia. nos- talgia: po r el autor pr opone para e!la :m nuevo nom- bre: ''illi toria mat:ria."

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O 16.2 G651986

ta historia del país ncho y vigoroso se le

denomina historia patria. maLria se­ría la que se ocu­para de lo más cercano, íntimo ~ ,cnúmc:-~:al:

la paLria chica. E! microhis­

toriador s.uele ser un intelectual que

tral.eja aisladamen­te y con escaso rc­

c:onocimient'l. Puede: decirse que :.u .ocación

es la de :tnCiano, porque como di." Nietzsche '·'p r0m·ieP,. una ocupación de Hejos, mirar at .-:í~ . 1asar tcvi.,ta. hacer un ba b!!ce, busrar consuelo en los acaec~.re¡, de o t ras épocas, evo­car rccuc·dos". Sin cm~argo, la ocL.pación de Luis Gonzaict y Go nzález no se restringe a la evocació n o al a necdota rio tradicional: su cun­ee¡ to de la microhiswr:-, está colocado en una óptica que busca en qué medida Jo cono·ew reflej;: las condiciones u11iversales o los tiem­!)f'S histó . ;cos <.Je wdo el ! ·<lis.

6.-65 986;

47 - ....

LUIS GONZÁLEZ Y GONZALEZ

D Invitación a la microhistoria

ii~~~~ Ampliamente conocido por su obta Pueblo m ,,¡[o. Micro-

histona de San fosé de Gra-cia ( 1968). Luis Gonzá­

leL } Gon!ález ofrece Ven esta obta una inter­

pretación de lo que es ¡s>Y concierne a la mi­'\ crohistoría - hiswria

nacional vista desde el ·~ngull' de la historia

c:t-egional-. sus méw­.crbs y comr ibucio nes al conocimiento de la his-

· toria ·loca l. La microhis­'requierc :tmor al te­rruño. minucia. nos­

talgia: por ~so , el autor propone para

e!la :m nuevo nom­bre: ''illitoria mat:ria."

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LUIS GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ 1--

Invitación a la miaohistoria

M~XICO

COLEF BIBUOTECA

'Lit;• .• / .. ~ ... V

Page 3: Invitación a la microhistoria.-Luis GonzálezOCR

Primera tdidón Suo/ S.:rENTA.,, 1973 Srgunda edición (Biblioteca joven), 1986

D. R. o 1986. Fosoo Dt.. CL'U"-L" Eoo~MI(A, S. A. L>t. C. V. Av. dr la Uni,•rsidad. 975; O' 100 Méx1co, D. F.

ISBN 968-1&241!>-7

lmpuoo en M6uco

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDIOÓN

La lnvitaci6n a la microhirtoria hecha en 1973 reaparece doce años después basrame cambiada. Conserva ral cual las piezas mayores de la edición príncipe: "El ane de la microhiswria", " Microhismria para muldméxico" y "Un siglo de aportaciones mexjcaoas a la hisroria marcia". Suprime del rodo, por incompleta e inconclusa, la biblio­grafía de hisrorias de los Estados, las regiones y los municipios de México que cerraba aquel volumen. En lugar del apéndice bibliográfico, se incluyen hoy rres nuevos ensayos. "La hiscoria concada, camada y para verse" se ocupa de la manera como se recuerda lo acon­tecido en los pueblos ágrafos de México. "Microhisroria y ciencias sociales" habla del papel de ancila asumido por los relaros hisróricos de asumo local denrro de la república de las ciencias del hombre. "De la historia recordada a la microhisroria" es el rexro de una res pues­ca improvisada a cinco pregunras sobre la microhistoria y sus aledaños.

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EL ARTE DE LA MICROHISTORIA *

D ESLINDE

AUNQUE acepté con gusto la invitación de presentar una ponenáa sobre teoría y método de la microhistoria, me acerco a ustedes con temor. Mi práctica microhistórica es breve y no he tenido tiempo de suplir las escasas horas de vuelo con muchas lecturas. Me atemoriza enfrentarme a un auditorio donde hay sabios que han consagrado Jo más de su vida a la investigación de su "tierra'' . No sé cómo se atreve a decir algo quien sólo se dedicó un año a historiar su pueblo, que desde hace veinticinco años vive en la capital metido en cosas ajenas a la problemática provinciana. Está fuera del alcance del ponente expedir conceptos y preceptos de buena ley sobre una materia con la que no está familiartzado y sobre la cual sería tiempo perdido el dar consejos generales, porque cree con Leui­lliot y Aries que "los principios de la historia local son autónomos y aun opuestos a los de la historia general". "La historia particular es muy distinta de la historia total y colectiva." '

La teoría histórica común apenas afecta la conducta del microhistoriador, pues, como dice Braudel, "no existe una historia, un oficio de h istoriador, sino oficios, historias, una suma de curiosidades, de puntos de vista, de posibi-

• Ponencia presentada •1 Primer Encuentro de Histodadorcs de: Pro­vincia.. San Luis Po1·osi, 26 de julio de 1972.

1 Paul Ltuillio~ ''DéJense et illunr2tion de l'h.istoire Joc:aJe" co Altnalts, Co!Jn (en•ro-f<bruo, 1967), p. !S,. Philippe Ari~. L• wnps ¿, l'biuoir•, Monaco, Editions du Rocher, 19,4, p. )17.

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lidades" .' El punto de vista, el tema y los ~ecursos_ de la microhistoria difieren del enfoque, la matena y el mstru· mental de las historias que tratan del mundo, de una nación o de un individuo. Nadie ha puesto en duda la distinción entre la meta y el método microhistóricos y el fin y los medios de la macrohistoria y la biografía. Como es sabido, aparte de los tratados generales acerca del. s~ber y el hacer históricos, existen estudios sobre el conoam1en· to y la hechun de historias universales, historias patrias y biografías.

En punto a microhistoria hay poco escrito. Aunque la especie es tan antigua como las otras dos, no cuenta aún con los teóricos y metodólogos que ya tienen la historia general y la biografía. El hecho puede explicarse por el desdén académico con que fue mirada durante siglos y siglos. Hoy que la gran historia, siguiendo el ejemplo de las ciencias humanas sistemáticas, tiende cada vez más a la abstracción, y que la biografía corre hacia el chisme puro, la microhistoria ocupa un sitio decoroso en la repú· blica de la historia y ya nada justifica el que no sea objeto de un tratado de teoría y práctica que debiera hacerse, por lo disímbolo de la materia, con colaboración interna· cionaL Los trabajos de Douch, Finberg, Goubert, Stone, Powell, Hoskins, Pugh, Leuilliot y otros son apuntes para la obra grande, pero todavía no la gran guía de la inves· tigación microhistórica. •

: Feroand Braudcl. l..d histqri4 1 /.::1 titntias socialtr. M:~drid. Alianza e.Jilori•l, 1968, p. 107.

• Robcrt Douch, "'Loa! Hi>tocy"" en Mattin Bollord (<d.) : New llf<>­e~mttUJ in sb, S:•tl1 a~tJ T ttiÚJicz o/ 1/issttr)'. Bloomin&ton. Unh-ersit)' p...,., 1970, pp. IOS·Il}.

Robcrt l)ouch, A JhmJbtJoi of l.Aral f/iJtory: Doru1. Unil~rSiry of Bristol, l962.

H. P. R. Finbcrg, ""Loc.t History'" en H. P. R. Finbcrg (ed.), Appr¡x,. thll to Hisztny, Torooto, Uni~·e:nity of Torooto Pres.s, 1962, pp. 111 · 12).

H. P. R. Finbt-r,g, T« L«•l Histori4• utl his TMmt. I..eiet"Sttr, Un..i­.. rsity Pr<Ss, 19)2.

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La escasez de estudios acerca del asunto que nos reúne en este Primer Encuentro de Historiadores de Provincia es sin duda un obstáculo para llegar a conclusiones en firme, pero es también un estímulo para la reflexión. Lo que se nos oaura en este debate puede contribuir a la guía esperada. No vamos a recorrer un camino hecho, y por lo mismo, es posible ayudar a construirlo.

Como principio de cuentas, todavía cabe ser padrino de la criatura. La he venido llamando microhistona, pero ni este nombre ni otros con los que se la designa son univer­salmente aceptados. En Francia, Inglaterra y los Estados Unidos_ la llaman historia local. Es de suponer que han coaverudo en este nombre, no porque sea llano, fácil y aun sabroso, sino por tratarse de un conocimiento entre­tenido la mayoría de las veces en la vida humana munici·

Pierre Goube:rt, "Local H.i1-tory" en D~ttdtt/u¡ ( invierno. 1971), pp. 1 13· 127.

W. C. Hoolúns, /...ot#! Hlllory ia Entl .. d. l<>n¡;mans, 19S9. PauJ LcutlliOt. "Dé!~se ec illusmuion de J'histoirc Jooale:'' M At~tt4itJ

P>rís, Colin (<ncro·f<broro, 1967), pp. U4· 177. ' W, R. Powc:ll, .. LoaJ Hittory in Theory o.nd Pr3ctic;e .. en 8;¡1/ctm Qj tht

l•ttiwe of Hilloác4/ Rtu«rrh (XXXI, 19S8), pp. 41·48. Lav.-r=ce Srono, ""Englisb 2nd Unit<d Sta.tcs LoolJ History·· m D.-J.J•s

(invi~ 1971), pp. 128-IH. Al~s tro.tad.istas de- tturia y método de la hi.Jcori:. d~ian :tp:trbdos

c:specutles a. los probJemos de la microhístoriól. Entro •llos: Guillermo Baucr, lnJ,().iMui6t: ~ti 11111tliq dt l:t hill()ri::. &rc::lona..

llosch. 19)7, 626 pp. Ludwig Beutm, lr.lltldMttl6n 11 l4 bultmJJ u()•tlmirll. Buc:nos Aires

Sur, 1966. ' .Fc:rna.nd Bmudc:l. Ltt hi11oria 1 lAS ritnri4J sorialt;. Madrid Alianxo

&!itori2l, 1968, 221 pp. ' Eric O:udd, L'hi;toirt, Jritnu d11 t()•rrtJ. París, Prcsses ü.ni,·ersha1ra

dt fn.nce, 19'16. 141 pp. Homct C.rcy Hod:ett. Tlu Cri:irtd Mttht>á in HtllorirG/ Rtst;trtlt lltu!

Wrlting. Nueva York. The Macmlllan Compaoy, 1960, })0 pp. Friedrich Nietzsche, D~ /;~ utWJaJ y"' lo1 intolz:;tnr'tntes d~ los tltN.:!ios

hi116ricos p:tr• la t~iti11. Buenos Aires, Bajel, 1945. 90 pp. 1'bcodor Sc:bieder. L4 hi11ori11 t~mt1 tÍttlc.ÍII.. Buc:oos Aires., Sur, 1970

16S pp .

1 J

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al o rovincial, por oposición a la gene~ o nacional. ton t!.Io, la denominación se presta a ~UIVOCOS r dl~e poco de la característica mayor de la espeae. Un~lu~to~~ del V:~ticano puede ser llamada local por el estrc ~ am. 1· to de que trata, pero la gran mayoría de bs hlstonas vaticanas difieren, por el modo de ser, de las llamadas historias locales. Un estudio ~cerca de los gru~~ de ~~~ tehualenses dispersos en vanos puntos de. Mex1C? . Y

1 Estados Unidos no se constriñe a un espact~ mu_mcdlpa 1 o . . al y pese a eso, puede ser una histona e as

ll::~~ iodues. y es que aquí lo imP'?rtante no es_ el tamaño de la sede donde se desarrolla s~o 'la pequen e-L y cohesión del grupo que se estudia, lo ~.usculo de las cosas que se cuentan acerca de él y la ID10p1:1 con que se

las enfoca.

León H,.Jkin, lniliaJion " 1• rritíqllt hisJo,-it¡~~. P:a.ris. Arma.nd Colín,

1963. 221 PP· b' . ba::mla dt In ¡;¿.,rad. M~xico. Pondo Benedcno Croce, L4 utofla romfl ~

de Cultur.t Económico, 19421. 36? Ph~· tori• •l~•nos outores de didde~ica También se ocup:m de a mtcro IS o-

como: lb"h' • t ''' "'roltluuJ. París. 1 R ·-•-·' l.'-JtiltUtnttll Jt ,- ¡JIOITr 1

1' 1-.brcr: cu:u:u.uJ,, .... 4 p,...... Uoi-=si12ires de fra;>«, 1Lond9H·

14 -r:·En¡;lish Unirtnities Press, A, L Ro,.~. Th< Uu D/ Hl1f~><1· res,

196}. 21} PP; , 1

• , 1 hist«i.:. Bueooo Aires, Editorial Lo-Louis Verru.er$, J.ftto:;¡-D 011• g,t •

sads. 1968. 107 PI>· . • 1• P edc:n C$l>i;;or now sobre el En las his.lorias de la hutonos:ra. 18 ~- 0

aspecto si$tem:itico del oficio mkrohistonco. Como botones de mucs(tro; al) Tbt 0 ,.,/qpm<nl •1 Himriograph,. ~flltthew Fttzs.tmons ct ·

H::acri.sburg, The_ St::t...cpolt/'1:: 19,,4. jJ lm~~~rna. Buenos Aires. Editorial Ed. Fueter. Histof/4 dt 4 lfiiJI()ftfJ&r .. , "'

NO'I~ 19)3. l voHls: • ht'ttDtt' · '•"' ~ti •l sitio xi.-t. Mhko. Fondo G. P. Goocb. ¡JI()U" ~ IIJ

de CultuD Econ6mi<a: 19H4~. . ' ,_ hit'QÚD•rafi• •nivnul. Buenco An.,el de Gubem2-hs.. IJIMII' 11• u. • o

Aitu, C.;;"~ 194~. J1~~.~P~ HiJtqriu! Tl'úsi•t· Nu.-.. Y orle. M•emi·

J.W. "~-ll•n, 19)8. 2 vols.

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El titulo de petite histoire, acuñado por los franceses, podría ser un buen nombre, si por eso no se entendiera un g~ero ~e '?uy mala. reputación. Los lectores saben que la pewe htJIOffe que orcula en el mercado refiere vidas íntimas, crimenes y ejercicios de alcoba de personajes célebres. Lo que ha llevado el rótulo de petite histoire y se ha traducido al español como historia menuda, no se parece a nuestra disciplina; es más bien un subproducto de la biografía hecho para divertir a un público frivolo.

Ciertamente hay microhistorias que por afán e.xhaustivo recogen multitud de hechos insignificantes, y que por este vicio o flaque2.'\ han merecido el apelativo de historias anecdóticas, pero la mayoría de las microhistorias no caen en la minucia sin cola, y sobre todo, no son un simple catálogo de pormenores sueltos, sin liga. Un repertorio de anécdotas puede, en un caso dado, sel'Vir de fuente a un microhistoriador pero nunca se confundirá con un buen libro de microhistoria.•

Según Baucr," en los países de lengua alemana se usan más o menos indistintamente los términos de historia re· gional, historia urbana y aun el de geografía histórica para denominar a la especie aquí llamada microhistoria. El pri· roer término tiene las mismas desventajas que el de his· toria local y algunas otras. El segundo toma la parte por el todo. Aun cuando cualquiera historia urbana fuese mi­crohistoria, muchas de las microhistorias no son historias urban.as. Por otra parte, algunas historias de ciudades, especmlmente cuando tratan del origen histórico-jurídico o de la proyección nacional o internacional de la ciudad, no están tratadas microhistóricamente. La inadecuación del

• Bmed~uo Croa~ L: hiu~i.JJ ~omq bii:UA" t!t lt: /ib,td. Máico. fcodo de Cultur> Económico. 1942. pp. 131·140.

s W. Bau.er, llllrtKI•cáót~ al tJtNJi(l tlt /11 hiltqri4, 33. ed.. BaruJona. Bosdl, 19)7. pp. 164·169.

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Ó • \t a \a vista > • ul 1 dft geografía hist nca, sa a tercer rot o, e ~

no merece di~t.use.. . . s de historia: la monumen· Nietzsche d1stmgu1? tre~ tipO eológica. A esta últim:t

tal la aítica y la anttcu~~~a 0f~~ridad y amor Yl.lelve sus ' f' ., mola que con 1 . 'do la de llllO co .. ta de lo pequeño, restnng1 ,

miradas al solar natal Y gus a esto a lo que le ¡· · • ·Acaso no es

antiguo, arqueo O~ICO. ' es ·por qué 00 designarl_a co_n buscamos 11:ombre. ~oto~ ? Ía denoroin:~ción de h1stona los calificativos d~ ~~~tzs e: la palabra anticuario en es­anticuarla no sena m¡~ta SI no nos remitiera al que co·

Pañol no fuera despectwa ? ellas Por otros motivos. · all y oegooa con · .

lecciona aott~ as los membretes de historia arqueológica tampoco nos Sltven b le corresponden por dere­y arqueología. Esos nom rcls y~ aa· que tiene por objeto

d . ocupante a a aen 11 d cho e pnmer . 'bl que conservan la hue a e las formas tangibles y VJSI es

una actividad humana- . do las ventajas y los incoo· Después de ~ exalllln:e nombres me decidí por el

venientes ?e m_ed~~::n:l subtítulo y' en el prólogo de uso de rrucr?~ o Daniel Cosío Villegas la pala~ra Pueblo en vzlo. A doF d Braudel la usa para deslg· l . ó pedante a ernan 'b e par~ . de acontecimientos que se inscn en ea

nar ~a oarraaó~ • Es un término que recuerda l~s de el tiempo corto · . ~- ··a y nue por lo m1smo, - 1 • nuaoecono.~ , , roiaosoao ?gta y i tao edante. Pese al valo~ q~e no es tan moportuno nocabl P. édito 0 casi todavla sm le dé Braudel, es un v 0

. :_ y si no bdllo, sí cfica~ significación conaeta reconoo '

. . 1 1 J incont•tu:itnU1 de loJ t i /Jt.11fll

• Friedrich Nieuschc, Dt la N';!:/"' ~¡~ 19-H p. 2). . bimiriroJ ,.n-_ 1.:~ rU:t~ ~~~os ·t cs,\jin·ohju,ri~ ·,~ S.:tn ] tui :!1 Ct4r:.t.

T Luis Gonzile:cJ p .. ,~u 0 !" PI o. .,11 t d. 19 72. México. El Colegio de ~~~11CO, 1968, -. ·.. . . ~tkico '&neo de Z:.moct.,

G rl' lA utrrlf l tmdt ts••··101• • • s Luis ·flf' .n , . _. .. O:anicl Cosí o Ville~s. 197 1. Vid. "Pres~uu;ton por

9 Brtudel, o' ur., p-. U ).

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para designar una historia generalmente tachon:tda de minucias, devota de lo vetusto y de la p:ttria chica, y que comprende dentro de sus dominios a dos oficios tan viejos como lo son la historia urbana y la pueblerina.

No hay que echar en saco roto, sin embargo, la obje­ción de algunos colegas asistentes al Congreso de H istoria del Noreste de México, reunido en Monterrey a la sali­da del verano de 1971. AJlí se dijo que el té rmino micro­historia huele a desdeñoso. Si es así, menos se puede recomendar el membrete de minihistoria que además de eso sería híbrido. Quizá sea más incontrovertible aunque menos precisa la denominación de historia concreta para un oficio ocupado en un mundo de relaciones personales inmediatas.

¿Y por qué no darle a la criatura un nombre que nadie ha usado? A primera vista lo insólito cae mal. La idea de llamarle historia patria a la del ancho, poderoso, va­ronil y racional mundo del padre quizá fue mal recibida en los comienzos. Patria y patriota ya son palabras de uso común. Matria y matriota podrían serlo. Matcia, en contraposición a patria, designaría el mundo pequeño, débil, femenino, sentimental de la madre; es decir, la familia, el terruño, la llamada hasta ahora patria chica. Si nos atrevemos a romper con la tradición lingüística, el término de historia matria le viene como anillo al dedo a la mentada microhistoria. El vocablo de historia matria puede resolver el problema de la denominación.

También, en plan de aventura, podríamos adoptar el nombre de historia yin. ¿Quién no sabe que en el taoismo el aliento yin es el femenino, conserVador, telúrico, suave, oscuro y doloroso? Historia matria, historia yin , metro­historia, microhistoria, historia parroquial, pero no una palabrota como roiaohistociografía. Tampoco es necesa-

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_, nombre ·1usto. Sin · del nte dar con "" ·

río . para ~~r a a . durante dos mil años. él se ha eJCrado la especse

HISTORIA • ó . 1 · del género h1st neo a Como la mayoría de las~~~~~~ Alfonso F:eyes se l~e que o os ocup:t naCIÓ. en . h bo '"un tipo mtermedio, que en la é~ ~eJ:';"dr~~a a ~eces recopiló tradiciones el de los :~ntscuanos q Li tu '"para esclarecer la

· t' ó la tera ra 1 locales y otras mves 1.g • f'co Tales fueron, en e . ano geogra 1 • • historta o su esceo m·. Demetrio de Esceps1s, Y Siglo u Polemón de son, b'. los lats' nos una vez , • ., Lo Tarn 1en , . Apolodoro Atensense · . a escribir histona, se que aprendier?n d~ 1?~ g~=~alicarnaso, a cultiv~r la aplicaron, segun Dlorusso . ni los romanos supseron crónica local. Pe';O ni_ losd~r~~~~ pequeños. Preocupados hacer grandes hJSto~sas . desentendieron del pasado por los destinos. dellffipeno, se de la tierra nanva.. . d los birbaros, en la época

De és de las snvassones e . b' d s es· spu d monastenos Y o lSpa 0 • carolingia, hubo anales e . , no del todo dist:\ntes

. 1 • ente por mon ¡es, } 1 wtos co cctsvam . d 1 . mperio de Gtr omngno, de la microhistoria. J?estr~ 0 e ~ minio de la vida local Europa vivió un penodo e pre oado por el ideal ccu­y monástica, l~v~m~nte c~tr~i~uropa dispersa de los ménico del crJSnarusmo: . abricada en el Castillo o en . los x al xn la crónJCa f . 1 " " "La mayor sJg ' . d y partscu ar .

el convento "se hs~o m~nuit~ron su atención a la zo~a parte de los ~?m~~a~, : botones de mu~stra la Hu· donde ellos vsv¡an. an

. . r do d< Culturo Ecnnú-ll OhrAS rD• fJ!t:.:.J. Mts iCO, cm

so Alfonso <r<S· ?6 . , 19') '0'0 1. XVUl, p. J . . d J hiJtorio~u¡fJa ur:u trSill. BuenO$

m~<a, A ¡' d"' Gu'bem:atis, IJHtQrr:t ' f1 " nge ' ?~; . 1 56. k M . Aires. J~diciunc5 C.E.l,.A,,, 1 . '!P llisJutitaJ Wri:int. Nucv~ Yor ' tiC 12 J. \'Q, Thompson, lluroo o

millon, 1? 58. v. 1, P 224

l (,

toria Remensis Ecdniae de Flodoardo, la Historia Dunel­mensis Ecclesiae de Florencio de Worccster, el Chror!icon Aqt~itanirt~m de Ademar de Chabannes, la. Chroniq11_e de Guinnes el d' Ardre de Lambert, y de Sslvestre GJ­raldo nna Topographia Hibemia que trata de la región, su gente, sus gestas y sus milagros.

Desde 1200, en Italia, Alemania e Inglaterra, muchas ciudades crecieron rápidamente en población, energía y entusiasmo, y generaron frailes y jurisconsultos autores de historias urbanas. Desde la revolución burguesa de Lombardía en el siglo XII hasta el Renacimiento del si­glo xv los burgueses del norte de Italia le dieron un enorme impulso a los anales locales: Anales de Milán, Crónica de Cremona, Crónica .dei veneziane de Marti.no Canale, Ana/n de Glnova de Cafaros, y para no hacer una lista muy larga, ya sólo los Anales de Lodi de Otto de Murena, "el primer historiador italiano dueño de una mente constructiva". En Inglatena, A mald Fitz Tbedmar ( 1201-1275) compuso una crónica de Londres. En Alemania, desde la caída de Rodolfo de Habsburgo, hubo crónicas de ciudades." España produjo en el si­glo xm De preconiis civitatis Numantine que "ostenta ya los caracteres que han de predominar en el género de historias loClles, tan colmadas de ordinario de amor a la ciudad natal como ayunas de verdadera investiga· ción científica"."

El Renacimiento es el siglo de oro de la historia ur­bana. El iniciador fue Leonardo Bruni, el Aretino ( 1369-1444}, autor de las Historiarum Florentinamm que desecha fábulas, leyendas, milagros y otros prodigios; em­prende una explicación por causas naturales, y por apego

11 Thoropsoo. op. rit., pp. 284 ss. u B. Sincha Alonso. Histo-da J1 l• historiogrlf/ía «JI•ílo/11. 2a.. cd.

Madrid. Con$-CjO Superior de lnvestipcione~ Cientí(ic'as, 1947. V, 1, pp. 270·271.

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COLEF. BlBLIOTECA 1 q ,, , • ' -...J \..l.,.; -

Page 9: Invitación a la microhistoria.-Luis GonzálezOCR

\

• . dia el tema económico~ acoge a la retórica dastca, rep~ batallas y manttene .b

· 1 echos ef ,meros Y · • segun con entustasmo 1 1 C:lbO de una genera?on~ forma de anales. A . . rodu¡· o una htStona en el

.. d Estado ttahano P . · · t' • 1!\lhc·-Fuetcr, to o . .. omovid:J. per tntCl:l. '"·• ·' - • ·1 .. d Brunt pr B · " fueron nuevo est:l o e ' 1 · 'tadores de runt

namental". Muchos de o~ a':~ per ser simples voceros literatos errantes que :c~. ·,. Sahcllicus escribió Rerum de quienes les p:l.ga ~Úa· Bembo, Re111m VeneWII~ V •ntlarllm ab urbe co . '. ~;lanesa y Platina, HtS-

• · htStona ~ • ' · ·t Historiae; Cono, una · fl encía del lmmant<mo. 1.a-toritz Urbis Mmtlllae. ~a 10

ll lo atestiguan l:t. Crunmt l·,.~o se extendió a Sutza, Ceo~~ d• la abadía de Sankt­~· A b !m la romea • . de

de Bema, de ~s e ' Les Chroniques de Gmer·e, Gallcn de Vadianus, X l an:t. según se ve en las Boniv~d· y a la regton da le_m. o' ·~in de I<rnntz, en

' · · Van a Ul Y -· '' b historias de Sa¡on~, de Aventinus, y en la C rono-los anales de Bavlcra, 1 Crónica de N11r~m~arg. d~ gJ·aphia de Ausbllrgo_ y ama •ores del Renactmtcnto _ht­Mesterlin. Los do~ dlose~ . • ~ dini la Storia f¡orentma, cieron microbistona; Gu!Coa~. ' u e renuncia al orden y Maqui:welo, Istoroe ftore;::.:C~o;es nRtuSalistas. Por s~ de los anal e~ y acude a ezscí. ulos ( Nerii, Segni, Nardt,

arte, Maqwavel~ genera . oXa de Florencia. y como ~u ~archi) que culttvan la btst tr'a imitan a SuetoniO

o menos maes J ' .. • maestro, aunque co • . los temas edes1ast1C~S, y Tito Livio, reduce~ al rn11.~~mo usan uoa ioformactón se centran en la vida¡ podt ~.:,cotos al tribunal de la

ornetcn os o~~· . abundante Y s . d vía no muy e:ngente. crítica, a uo tnbu_nal to a la microbistoria de sello

Mientras floreaa en Eu~pa daba algo parecido en . · Mesoaménca se dos huroan1sttco, en d y epopeyas orales apoya

moldes d ifercntcs, en ramas . modntu. Buenos Ancs.

l8

en pictografías. "Nuestros indígenas -escribe Jim~ne-z Moreno-- carecian del concepto de historia general y en lápidas o en códices consignaban sucesos relativos a su comunidad, rebasando este estrecho marco sólo cuando se trataba de conquistas efectuadas en lugares mis o menos distantes, o cuando se aludía a lejanos puntos de donde procedían .~La historia precolombina, es, pues, casi siempre, microhistoria",•• de la que conocemos sus ver­siones peshispánicas.

A fines del Renacimiento, en el siglo de la erudición, se hacen buenas historias de Bretaña y Llnguedoc junto a historias rumles plagadas de listas de nobles, castillos, feudos, abadías e iglesias, o historias urbanas que exhiben cartas, privilegios, poderosos y benefactores. Ambas mu­cho más pobres que las renacentistas aunque con mayor sentimiento regional. Ninguna, ( uera de pocos casos, benedictina o erudita a1 modo de Mabillon.

Tampoco el siglo de las luces hizo microhistoria de primer orden. Los ilustrados creyeron que el único asunto digno de estudio era la historia mundial.11 Pero, a pesar del despre-cio con que fueron vistas, datan de entonces historias locales tan vastas y célebres como las Mtmo­ritJJ hislórictJJ sobre la marina, el comercio y las artts de la antigua á11dad de Barcelona, de don Antonio Capmany y de Montpalau; una documentada narración de Nueva Inglaterra, con la que el clérigo Prince inau­gura la historia local en los Estados Unidos, y varias historias de ciudades hipanoamericanas.

Aunque vivió en el siglo xvm ( 1720·1794), Justus M&er funda la microbistoria romántica con su Osna­lmickisrhen Gtschichte donde, para esclarecer la historia

lC WigMrto Jiménez Moreoo, ''Historía. de tema regional y par-ro· quia.l, comentario" en l•uestitldo•~s ronJurJtminu.s 1ohu hi.Jtqri• d~ illixiro. M&ico, El Col<gio de México. 1971, p . 26).

u Fueter, op. rir., L II. p. 12.

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Page 10: Invitación a la microhistoria.-Luis GonzálezOCR

patria, mc:zda lo particular con lo general y lo político con lo culto.•• Como quiera, los más potentes focos de una microhistoria romántica, enamorada del color loetl y el derramamiento de l:ígrimas, se encendieron en Italia, tieua de Ma=ni, el autor de Los novios y de una serie de estudios de historia lombarda, y en Francia, tierra de Barante, autor de la Histoire tÚ ducs de Bollrgogne. Pero son las historias nacionales y no las abundantes microhistorias las que le dan sabor a la época romántica. La busca de la unidad nacional, obsesión de los hombres occidentales de los dos primeros tercios del siglo XIX, se opuso al particularismo histórico regional. Excepción: el federalismo que convivió con el nacion:llismo en al­gunas repúblicas americanas produjo un fruto perenne: la historia de estados o entidades federativas."

En la era del positivismo, l:t microhistoria, la menos distinguida de las especies historiográficas, tuvo muchos rultivadores (magistrados, notarios, sacerdotes, rentistas, maestros y miembros de la nobleza menor) que, agru­pados en sociedades sabias, lUcieron alguna ve:z obra en equipo como Tht Victoria Hinory of the Collnties of Engianá; llevaron su auiosidad al medio geogr.ifico y a Jos aconteceres económicos y sociales; aplicaron proce­dimientos estrictamente científicos al establecer los he­chos, y descuidaron las operaciones arquitectónica y esti­lística llegada la ocasión de trasmitirlos. Sería imposible incluir aqui la nómina de los eruditos regionalistas de la segunda mitad del siglo XX, pues en el lapso de tres generaciones se generaron más microhistorias que en el milenio anterior con sus treinta generaciones.

En el presente siglo, la producción continúa en alza. La mayoría sigue moldes añejos de índole positivista o

11 Bacc:r, DI. úr.# p. 16). 1t Luis Gonz.áln. "H¡storla regional r par:roqui&l"" en l•~,J:il.uÍo81J

ta.tn!6JO'rl• us .st»u hittt~ri• ~~~ Mi xito, pp .. 249·2);.

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romántica_ Lo 00 ....., . v""oso se produce . rrnses; los más sonados. Estad en. unos diez o doce

rancia. El nue<-o estil . os ymdos, Inglaterra y ~ las ideas de Turn;:_ ootteamencano "se emparenta di? s~gnificado a la histoci}~~ la palabra ·frontera' le rrrt:ono y estado" .., De T Clda pueblo, cooce¡· o te-

E · urner para - h • en stados Unidos asoa· . aca an proliferado matr• aaones promoto d . .

la, centros un ivasitari d . ras e histona

ddas pecuniarias de funda: ;: Investigación loc.'ll, ayo­ondas y n:;.;.,..,. ~ r nes, encuentros m-·- -~

...._. -r-3 •zadas en · 1 - '. ......, ··­conexas. Desde 1888 . mJcro ustona y ciencias F~ik:Lor~. En 1940, ~eJoublica el fo"m~J of Atntri;a miSsion estructura la Am . rth Gtroiim HIStorical Com I.ocú History. Ea 1941 ~~~~iation loe State and la American Hmtag~ ~ista t . o_on lanzó al mercado de los numerosos mi~hist . ~I!Ilestral. Las actividades despachar de un plumaz ona ores ifSA no se pueden el vuelo trasatlántico al o. Baste aludrr, antes de hacer tor~o por cl prof~r ~~! Nueva Inglaterra, pas­metido en los t~"~·- d . ~rd Bernard Dailyn y _._ 1. ........., e or~oón e .1• • ~uu.c: o ~~uía y democracia • 3.lru Iar, confLictos En esto último, los de Nuev y desarrollo económico. C<?n ~ e;srueJa de Leicester ~~ In?l.at~ se emparentan hiStoria rnglesa. En la . • ~ luodo de b micro-versidades b.;•<-= p.runera nutad del siglo las · . ~cas Vetan co al • UOI-hiSt.oriaos". Incluso los distin ~ pardear a los ··¡oca! Maitla.nd y A L Ro ~dos]. R. Greeo F W did · wse cultivaro 1 • · · as. El auge reciente com ó d n a planta a escon-Guecn. .En 1947 se fundó en~ De espués de la Segunda ~ H1story at University Coll partment of English priill~ directores del flamante ege, de Leicester. Los Hoskms y Fiabccg. D esde 1952 d~arnento fueron

se publica pcriódicament

TT• :o Home: e Hodcet• T'· e . . , e nlt"t· Nueva ... oc n:tc~U Af"hfJá in .

York, M2aruu.. 19"" Hmorm:l Rn-.rrl> • , ~ ""> p. 238. .e~

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Page 11: Invitación a la microhistoria.-Luis GonzálezOCR

. • Goubcrt en Francia, donde T he Local Hislortall.'' Se~ Bo~che Poitrine:tu, suroan los nombres fe Fr:~; postbélica, 'ha crecido y Deyon y Bachrel, co a . . ~·pada por la masa

. · d microhistona pr~..-.u . · · • fructJftca o una 1 fcles una mvesbgac!On del pueblo, los gobcrnatos loso~u:nild~ y todos los as· micro ioteresa~a en to os interesada en los aspectos de· pecto~ ?e ~ .. vtda, y muy mográf tCOS. ··

EL ~{ICR0H1STOJUAD0R • . . enza alrededor de 194 5 el nu·

En el penod~ que co~ la historia matria ha aumen· mero de culttvadores \ ese aumento no e~ tarC:l tado sensiblemente. dE~p ~~~~ revolución regionali>ta. de fácil. o~cJ r que se e Se ente muchos se ban tns· nuestros días no basta. ~lemcntos a la venganza crito en el arte para apor a etró lis Otros habrán en· de las regiones contra su.s f~ o~e Ías urbes y aspirar

diese del 10 tem . b N trado para eva d . ndustrial y prt!IH ano. o las delicias del mun o_bp~~t d del despistado que h:tp debe descartars~ la _post_ ' a razones tan poco nobles caído en la mJcrohts~~~:'o por der y fama, pero la gnn como las de g:lO~r di . d • po simple nostalgia y :unor mayoría se habra metJ_ 0 Lpor . de los microhistoria·

f T al terruno os mas ·u · a la amJ m Y ~te son origiolrios del \"t or.no, dores del momento pres. de sus estudios. La actttud la villn o la ciudad ob¡eto · o"pal de la micro· • . · d el motor pnn · romántica stgue SJCO o

historia?• . h. t riadores actuales reciben su Muchos d~ l~s mtc~ JS 1':a cultura son j 11/l lime de

pan de los msbtutos e a ' . - ' U .,. ' Stoto J.ocol History"" <n .. Eo$,1tsh :ma m t;\,1

:1 ~,...-rtl'\<e. Stonc-. · 1 29_1) l .

DatdaJ111 (invaerno, 191 J), rp. .. ....... Da~Ja!:JJ (¡m·icrnl'· t971). p. 120. G L . t '"J.ocol HIStorY '" • • BuenO\! ::2 Pi~rc 0\l~r • :1 .6 11

la IJistoria t ronot":lr-.:. ~~ tuJwins Beu,in. lr~tro· tiU• n

Aite<, Sut. t966. p. t44.

centros universitarios; no padecen penurias económicas; disponen, si no de todo, si de bastante tiempo para la investigación; pero oo son representativos del gretnio. La estrechez económica sigue predominando entre los co­legas. Sio duda hay ricos ociosos que la practican como hobby. Los más son pobres que distraen a sus queha­ceres habituales partículas de tiempo para darse el gusto de investigar. Aumentan los que a cambio de una re· muncraci6n proveniente de una persona o de una insti· lución oficial o semiofiáal, bailan al son que les toquen. La infraestructura económica de los miles de micro­historiadores que actualmente pululan en el mundo no es uniforme, es casi siempre movediza y muchas veces enajenan te.

La condición social del microhistoriador es, como la de cualquier intelectual, de dependencia. No pertenece ni por origen ni por estado al nivel de la espuma. Antes mud1os provenían de las altas esferas del poder y el dinero; hoy abundan los oriundos de la clase media y aun Jos de origen proletario. En el conjunto de la so· ciedad se les localiza junto a los intelectuales, en el rincón de los rech=dos. En el seno de la república de las letras todavía no ocupan los pisos de arriba, aunqlle ya, en el gremio de los historiadores, empiezan a dejar de ser los patitos feos. Dia a día ganan casta social, pero aúo están muy lejos de volver a lll altura alcanzada en el Renacimiento, y mis todavía a tener el JlttiiiJ que se merecen como memorialistas de las comunidades.

Hasta hace poco cada quien se rascaba con sus propias uñas, se caracterizaba por su aislamiento, por su ausen· cia de comunicación con los otros historiadores, por vivir arrinconado. Ahora las barreras de la soledad empiezan a deshacerse. Tod;tvía la mayoría no se relaciona con sus colega.~. no pertenece a ninguna asociación o secta aca-

.H

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démica, aunque son cada día más los inscritos. en_ comu­nidades de especialistas que se frecuentan pe_nód.Jcamen­te, que discuten métodos e intercambian ex~ne_naas. Hay cada vez más asociaciones nacionales de histonadores lo­cales, pero no existe todavía, que yo sepa, una agrupa-ción internacional. .

Por supuesto qu: 1~ rnicrohistoriadores requter~. me-nos del intercambto rntelectual q~e ot:os espeaalistas. pero quiz.l el motivo mayor _ del a~slamtento sea, aparte del de la dispersión geográftca y de mterese~, el _de ~ desigualdad de cultura. A. la mies ~e la mtcrohJstona siguen concurriendo operanos provementes de todos los campos del saber y la ignorancia: maestros. y alumnos, médicos, abogados, sacerdotes, poetas, pohttcos, buró· crat:ls de todos los niveles, fotógrafos, artesanos .Y meros memoristas sin oficio. Aquí acuden letrado~ .e J!etrados de toda laya que difícilmente pueden convlvtr y menos

entenderse. Es deseable mantener la díversidad cultural de los ope-. Es muy f ructifera la participación de sacerdc.tes,

canos. . . 1 d del médicos y maestros en la tarea de revtvtr e pasa o terruño. Conviene que los disímbolos obreros lo sean_ de tiempo parcial. Ni los recursos de los luga~es peq~enos son suficientes para sostener un cronista sol~ ~edícado a serlo ni ayuda a la confección de una cromca local el aisl~rse de los quehaceres comunales y volverse rata de biblioteca. La microhistoria gana. con la co_ncurren· cia de individuos de distinta formactón y de dtfere~tes posibilidades, pero pierde cuando no hay un denomma­dor común entre Jos operarios que no sólo sea la pura afición a la microhistoria. , .

El microhistoriador requiere un mtmmo de dotes Y bienes culturales. Por lo pronto, necesi~ de. una l:uen~ dosis de esprit de finesse como el macrolustonador. Deb~

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ser un hombre de ciencia, pero no al modo burdo del geómetra. También es hombre al agua si no tiene a su alcance archivos y bibliotecas. Y est:i fuent de toda posi­bilidad de competí r en el merCJ.do intekctual si no posee un buen arte del oficio. En Ba11er se lee: "l..J. historia regional cae en descrédito por el diletantismo con que frecuentemente se cultiva." "

Si en el uso de la técnica de investigación r otros as· pcctos del oficio hay una mayor torpeza en el micro que en el macrohistoriador, en d terreno de la vocación se cambian los papeles. Aquél no sólo es aficionado por falta de oficio sino también por sobra de afición y sim· patía por su tema. Otra diferencia se da en el nivel del talante. Mientras Jos historiadores metropolitanos de alcance nacional o mundial viven como azogados, en Jlreu, nerviosos, compulsivos, ávidos de asistir a con­gresos y reuniones y ansiosos de reconocimiento, los 'Jro­vincianos pasan la vida sin desasosiegos, viven sin el veneno de la fatiga y sin los acosos de la ambición sin límites.

Una ventaja mis del mini con respecto al maxi es la de que aquél escribe habitualmente de lo que conoce por experiencia propi:t; de lo que conoce y ama; tiene alma de anciano y muy frecuentemente lo cs. De hecho no podría ejercer 1:~ historia matria antes de llegar a la edad madura. Al historiador matrio, según el dicho de Nietzsche, " le conviene una ocupación de viejos, mirar atrás, pasar revista, hacer un balance, buscar consuelo en los acaece res de otras épocas, evocar recuerdos".,. En plan de encasillar al microhistoriador en un casillero psi· cológico, habría que ponerlo en el grupo de Jos sentí·

:., &uer, o1. rit., p. 166. :.~ N1d1Sehe, o,. ti: .• p. 6t.

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mentales o EnAS de la clasificación de René Le Senne •• porque es un tipo mis emotivo, más amante de la natu­rnleza y su terruño, menos dinámico y jolgorioso, más solitario, conservador, tímido y triste y menos deportista que el promedio de los hombres.

Los microhistociadores se hermanan entre sí por el car.ícter que no por la ética profesional. En cuanto a conductas e ideales, son distinguibles tres tipos: el pri· mero procede como la hormiga; el segundo, como la arnña, y el último, como la abeja.

El microhistoriador hormiga lleva y trae papeles; extrae, según el dicho de don Arturo Arnáiz y Freg, noticias de la tumba de los archivos para trasladarlas, reunidas en forma de libro, a la tumba de las biblio­tecas; ejerce de acuerdo con una ética positivista cuyos principios son: 1} el buen historiador no es de ningún país y de ningún tiempo; 2) procede a su trabajo sin 1deas previas ni prejuicios; 3) se come sus amores y sus odios; 4) no es callejero, gusta de lo oscuro y arrin­conado, es rata de gabinete, archivo y biblioteca; 5) no se cuida de componer y escribir bien, le basta con cortar, pegar y expedir mamotretos de tijeras y engrudo. El buen microhistociador positivista es de hecho un com­pilador disfrazado, un acarreador de materiales, una hor­miga laboriosa.

La soberbia del microhistoriador-araña contrasta con la humildad del microhistoriador-hormiga. Se declara a voz en cuello hijo orgulloso de su matria y de su época; no le importa ser hombre de prejuicios; no oculta sus simpatías y diferencias; le da rienda suelta a la emoti­vidad y a la loca de la casa. Le concede más importancia a la imaginación que a la investigación y a la expresión

2t Rcnl Le Scnn~ Tflliti d~ c"-r•rJbolotil. hlis. PUP, 19)2, pp. 209· 291.

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d.el .propio modo de ser que a la comunicación de cono­Cimientos. Las obras del sabio-araña no son ni más ni m~~os que telarañas emitidas de sí mismo que no tras­rnl~ldas de algo, cosas sutiles o insignificantes que no ~Jl_dos fuert~ y duraderos. El ideal arácnido produce mterpretes bn llantcs que no historiadores de verdad

El te:c~r tipo imita la conducta de la abeja que ·re­coge, d1g1ere y to~ miel de los jugos de multitud de flores. El que aspua a comportarse como abeja no teme ama~ al pasad? y al terruño; procura ser consciente de sus tdc~ prcvt~s, simpatías y antipatías y esti dispuesto a. cambmrlas SI los resultados de la investigación se Jo p•d_:n. ~o está cas~d.o con sus prejuicios como el hombre­ara?a, m con los utde~ como el hombre-hormign. Alter­natlv~mcnte p:l.ea y. SimpatiZa COn SUS instrumentos de traba¡o; es cntlco nguroso y hermenéutico compasivo. Busca ser hombre de ciencia a la hora de establecer los hc:0os, y se convierte en artista en el momento de trns­mlbrlos.

Los tres ~hormigas, arnñas y abejas) nacen de im­pulsos Pli;CCI~os. Un hombre que ve a su terruño como ~ ve a .s1 m1smo, un buen día es asaltado por la curio· s1dad, d1zque _por haberse topado con una ruina, ora por haber dado 01dos al c:ue?to de algún viejo, ya por al­~n~ lectura. De la cun~tdad salta ~ las cuestiones vagas: !Que fue ,aquello? ¿Cómo se paso de aquello a esto? Desde aqm el nnaente microhistoriador se embarca hacia e~ pasa~o .pero no sin antes hacer los preparativos del vm¡e: lim.1tar la meta, hacerse hipótesis y otrns cosas por el estilo.

lo l>fiCROHISTÓRICO

<;ada disciplin~ ~el saber recorta del conjunto de )a rea­lidad un dom1mo o campo propio para esclarecerlo 3

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é . enerales puede decirse que su roan~~ Sólo en ~ rrr;::ri~ es el pasado humano, . re· el dom.uuo de la '.lllcro. ente 0 trascendente o típtro. cuperable, irreversible, u;tfluy del pasado historiable es D t O del enorme untverso 1 · e~ r . arcela ue le corresponde a a micro­

posible atslar 1~ P <J. 1 f po la gente y las ac· historia; es deor, el espaoo, e tero •

ciones que ~e preocup:-ia chica 0 matria, definida difc-EI espaoo es. la P . a· es de los definidores. Para

rentemente segun los =..J1a que podemos abarcar de Migue~ de Unamuno ~e abarcar Bilbao desde muchas una mtrada como se pu atrias chicas no se pueden alturas .. ·" Con t~o. algunas pmbres ue se sienten entre abarcar de una o¡ead~ Los h~ ·z u~en estar dispersos sí oriundos d:. la 1~=~ :~;~rc!t,le a simple vista. Por en u~a extensto~~~ .. 6 de terruño, aparentemente más lo miSmo, o~ . ust~ru~~tria es la realidad por la que vaga, es mas J • e deberían hacer por la algunos h~mbres hacen lo q~erramar sangre. La patria patria: amesgar.se, gadecer Y d es la unidad tribal chica es la realizaciOn de la g~an. e, t ficiente

tónoma y econorrucamente au osu. . ' cu1tura1mente au . . to de f9 mihas liga-es el pueblo entendtdo como co;¡un la ue todavía los das al suelo, es la ciudad ~en~ ~ C:rrio ~e la urbe con vecinos se reconocen entre St, ·a 0 espiritual-

gente agrupada alrededor de una parro<¡Utl . de inmi­. da d alguna manera es la ro orua

mente uru e . la' nación minúscula como grados a la gran ~:mdad, es • es el remio el monas-Andorra, San .Madnno 0 ~aur:eño ml~do d~ relaciones terio y la bacten a, es e . P~ ""rsonales y sin intet;mediarto. . historia también r- . los nempos de la rrucro d 1 El oempo y . . U tudioso de la nación o e tienen su pecultandad. n es

. ¿· . .. ~n DiAlogas (juJio·2t:Osto. '!T a. Luis Gonzilez ... HistoriA per lOO.

1970), Nüm. }4, p. 3·

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mundo pocas veces se interesa por el origen, la vida total y el término de una nación; acota generalmente un trozo del principio, del medio o del fin. Un microhisto­riador rara vez deja de partir de los tiempos más re­motos, recorrerlo todo, y pararse en el presente de su pequeño mundo. El asunto de la microhistocia suele ser de espacio angosto y de tiempo largo, y de ritmo muy lento. De otra manera: !os tempos microhistóricos son el Jarguísimo y pachorrudo de la geografía y el nada violento de la costumbre.

.Aunque a veces derrama su atención en menudencias, la microhistoria, por lo general, sólo se ocupa de acciones humanas imporhlntes por influyentes, por trascendentes y sobre todo por típicas; separa los episodios significa­tivos de los insignificantes; selecciona los acontccimien· tos que levantaron ámpula en su ép<Xll, o los que siendo lodos, acabaron en polvos, o los representativos de la vida diaria, los botones de muestra. Lo normal, sin embargo, _ es que la historia de índole monumental recoja los su· cesos influyentes; la de índole crítica, Jos sucesos tras· cendentes, y la anticuaría los sucesos tí picos. La primera persigue al grito de Dolores, la batalla de Watcrloo, la derrota de la Armada Invencible; la segunda anda detrás de lo que retorna: crisis agrícolas, curvas de precios, formas artísticas que se hacen, se deshacen y vuelven a hacerse; Jo más o menos repetitivo o no del todo irre­petible. ~ ~micro historia _le interesa, más que Jo q!l!:_ mfluye o renace, lo que es en cada momento, In tradi­ción o hábito de la familia, lo que resiste al deterioro temporal, lo modesto y pueblerino.

A pesar de que la microhistoria no se detiene en los sucesos que levantan polvareda, su asunto suele ser más comprensivo de la vida humana que el de la macro­historia. Según Bauer es característico de esta especie

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historiográfica el proyectar "sobre una región estricta· mente delimitada el entrecruzamiento de los puntos de vista gcogr:ífico, económico, histórico-constitucional y administrntivo con los de la técnica, el arte, Jos usos y costumbres, los hechos populares y las modalidades lingüísticas·· . Y en general es 1•ox pop11li que una de las justificaciones de • .1 microhistoria reside en que abarca la vida integralmente, pues recobra a nivel local la fami· üa, los grupos, el lenguaje, la literatura, el arte, la ciencia, la religión, el bienestar y el malestar, el derecho, el poder, el folklore; esto es, todos los :1Spectos Je la vida humana y aun algunos de la vida natural.

Las macrohistori:lS pueden prescindir en mayor o me­nor grado del ambiente físico. Una crónica local, no. Helbok escribía en 1924: ""El lugar recibe su vida in· mediatamente del suelo; la nación sólo mediatamente, de segunda mano. La nación o Estado se asienta sobre la aristocracia, la Iglesia, las ciudades ... La historia local debiera serlo de aquella simbiosis prodigiosa entre tierra y pueblo, que conduce a cada localidad a resultados dis­tintos:· •• En la microhistoria pocas veces se olvida la introducción geográfica: relieve, dima, suelo, recursos hidráulicos, vestidura vegetal y fauna. Tampoco se pres­cinde de las calamidades públicas (sismos, tnundaciones, sequías, endemias y epidemias) y de las transformaciones impuestas por los lugareños al paisaje.

La historia universal y las historias nacionales están poblad:lS de gente " importante•· : estadistas y milites fa· mosos por sus matanzas, explotadores ilustres o intelec­tuales soberbios y cobardes. Los actores de la vida me­nuda rara vez. merecen Jos apelath•os de sabios, héroes, santos y apóstoles. Los innovadores locales siempre van a la zaga: descubren un pedernal para producir lumbre

u Bau.et, op. tit., p. 166.

cuando ya se han descubi rt 1 . la patria chica rara vez :u o os fosf~ros. Los héroes de y pocas veces acaban en pet-:an eCI mvel de bravucones

d . mar 1res uando est·

e ser e¡ecutados con la deb. d "¡ • an a punto gripe. Los santos tamb ·, 1 a ~ emrud:1d, se mueren de éxtasis no falta quien llen clasue en ser de risa En los d es ve una agu· ¡

espertar y proferir blasfemias Lo ¡a y os haga funtos que han dejado od s benefactores son di· p~ de mosaico al t: m esta fortuna para ponerle historia son cabezas d Pt Los. hombres de la micro­macro que en la mi~ ra on y ou.dadanos-número de la nombre. Muchas veces o se co~v¡et!en en ciudadanos· del rebaño pero como en bla_ htstona grande se habla

t b ' re ano· se enfocan ¡ fl

ores so re el mazacote de la bur , os re ce­del proletariado que no sob 1 gubes•a, sobre la masa mildes llamados' fulani to y _!_:_ _~s urgueses y los hu-

La m· h" . , .,....,¡to. ICrO IStOna no ha el" · d

l.a vida militar --el tem d unma 0 el tema guerrero. frido injustamente el de: ~nt~ de to?a h~storia- ha su­ro la historia militar cr t~ e la hlstona-batalla. "Pe-

, -como d1ce Jean M mas que los combates. Por un lad eyer- es mucho meno social de la violencia, y

0 es un aspecto del fenó­

de esos grupos social por otro, el campo de acción "cada reg"ó ti es que son los ejércitos." .. Además

1 n ene una guerra muy · .. ponde esclarecer al microhist . d propm . 9ue !e corres-generales y bandoleros caño:~13 ~r. !-' v•e¡a h •storia de bates no amerita ser j~b·l da . y tiles, batallas y com-

l.a vida económica ~t 5~~ cme~:lte por ser vieja. social concomitante

500 los~~ 0 ¡~ d•a- Y. la cuestión

las t res escuelas de la van ma: e .may~r m.terl:s para l.a razón es clara. lo guardta microhistónca actual más cotidianos. E~ l~ s:e:sl económicos suelen ser lo~

g ocales menudean las noti-

~ Meyer, "'Historia de la vida . .• itwA-IUJU sttbtl hiiiDtÍtl ,¡, Al" . socnl en lllrll1Íl4thntll to•U•·

uuo, p. 387.

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cias sobre maneras de trabajar libres, asalariadas y ser­viles, sobre formas forzadas de perder el tiempo en viajes obligados y trámites oficinescos, sobre estructuras agrarias y modos de apropiación de la tierra, sistemas de cultivo, avances agrícolas, quehaceres artesanales, costum­bre de compra y venta, paso del autoconsumo a la eco­nomía de mercado e incorporación de Jos grupos cultural y económicamente marginales al mundo moderno. En fin, la economía y la sociedad con enfoque más cualitativo que cuantitativo.•• Aunque todo mundo dedica la mayor parte de su tiempo al descanso y la diversión, la macrohis­toria se empeña casi siempre en ver únicamente los aspec­tos penosos del ser humano. Sólo la microhistoria, y no siempre, toma como asunto el ocio y la fiesta: formas de liberación, astucias eróticas, intercambio de mujeres, mo­dos de proliferación de la vida, vida infantil, juegos de niños, fiestas caseras, nacimientos, bautizos, primeras comuniones, santos, bodas, días de campo, (amping, caza, fiestas cívicas, festividades religiosas, turismo, deporte, juegos de salón, costura, artes popul:tres, corridos, can­ciones, leyendas, ruidos, músicas, danzas, todos Jos mo­mentos de descanso y expansión y producción artística, espectáculos, pasatiempos, regocijos, solaces, distracciones, devaneos, desahogos, jolgorios, juergas, jaleos, festines, saraos, mitotes, circo, charreada, gira política, discursos, desfiles, títeres, castillos, toritos de fuego, tunadas, sere­natas y velorios.

Foster en su libro sobre TzintZJmtzan 31 habla de la importancia que tiene en la vida comunal la llamada

ao PauJ Leuillior. ''Délcnse c-t iUuJiration de- l'histoir~ IocaJc.. en A1111.ttl~s (Afto 22, t:ncro·Etbrero. 1967). p. lH: '1..a hiJ1oria Joeal c:s cut lhativa, no cuantitativa ... A tScala local las cifras pierden su $ig.nificaci6n."

11 ~ses foster, TU11t:11RI:mt. Mhico. Fondo cie Cultun E(OOÓ· mja. 1971, p. 7.

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"visión del mundo" u .. . ., que _es un tema impresc' ':{¡~lntacton cog~oscitiva" y cree !a vtda social menuda fua e de ~~lquter estudio sobre J~nto .mayor o menor de cree cos!llovts~ól_l engloba un con­Justonador no puede ignor nyas religiosas que el micro­se traduce en prácticas li~· . como el dogma religioso ocupa de ellas. Las demás 1 ~~cas. y morales, también se vez menos sagradas y m, us¡onas han ido siendo cada cediéndole un sitio disti as ~~o anas; la matri:~ sigue con­las d~vociones y los sen~gu_t o :~ las. c~eencins, las ideas

ElOSten y han . .d untentos reltgyosos. ' 1 . elOStJ o al!runas ..

ce aaones o :teriores re 1 d mmJComunidades sin zonas cerriles, lo n~rmfJ err ~ sobre sí mismas. En las cació!l con otros poblados. p~~o os poblad?s sin comuni­ha std? lo común entre ciudad~unca 1~ mcomunicación entre s_Jmples congregaciones m. , s ~edmnas y chJCas y y arcbipobladas. Sólo exce . muscu as de las zonas lisas dor no se enfrent:u::i al tpc•onalmente el microhistoria­establecen en un pu~bl ema de los contactos que se región con otras region~: ':ntotros J?Ueblos "o en una t?s por peregrinaciones or actos ae mercado, contac­tJva o s_implemente ~cfonJ~v;~· po; emigración definí­de la historia local sob . Ast es como el asunto El repasa algu

otro modo de salirse del t - nas veces lo lugareño ¡t. ~ooesco • · a terca en que está · . mparandolo con h. . mscnto "La h · ·

tstona diferencial T t d. !Stona local es una 1 · ra :t e med· ¡ di a evolución general y la 1 . •r a stancia entre calidades; la . dist~~cia y ef~i:~~ r,:~rticular de las lo·

La mtcrohtstona se interesa su redondez y por Ja cult por el hombre en toda dominio del conjunto de las ura. ~~ todas ~us facetas. EJ cable para cualquier investiga~;' es amphsJmo. e inabar-

•• 0 eqwpo de mvestiga-;; M~r: op. ai., p. 375•

Ltu,JI,ot, op. ril,l p. 161.

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. íhistoria es reducido, y por dores. El dominio de _cada W: un solo hombre si sabe lo mismo, comprensib~. p~e el uso adecuado de un mé­extraerle su verdad me tan todo científico.

, MICROHIISTÓRICO BL ANAUSIS ibl con proce·

1 do sólo es pos e El descubrimiento de. pasa. otro modo de enterarnos deres científicos. y SI dh~lera difuntos ahora no la pon­de la vida y la acción e os . . os 'en .Plena hegem~·

, t"ca porque v1vllll . 1 rDI· dríamos en prac 1 . • de ida hacta atras, e nía de la ciencia. En el .vla¡e uiera ser estimado ~ el crohistoriador q~e ;e ::~r y cu1tro sedes de operao~~es mundo de hoy, e e J . roblernática, heurística, cnuca con nombre enrevesa o. p y hermenéutica. . . dor el pequeño ~~~? que

Escogido por el l?veshga el deslinde y subdlvlslon del quiere esclarecer, se tmpoo~ En microhistoria ~ ~o tema y un plan de oper:o~~~ como en otras oenoas de un plan no es tao g rescindible. En Marrou, se humanas, pero .ta~pocodes p terna histórico puede ser 1 . "El conoom1ento e un b ·do por la mala ee. def do o ernpo reo . . ..... peligrosamente orma bo de desde el prmoplo. orientación con que se le a e :l asunto elegidO sea abar· Aun en los supu~tos de qu la costumbre de una aldea, cable en. su totalidad ~r se~e u e sea ~eptible ?e. es­o una villa, o un barrio, y icieri\es condioones sub¡etl~ tudio porque se den .las suf definición clara y preosa y objetivas, se requte~e~ usqn:ejo de los temas rnay~res y de lo que se busca. u · calendario del traba¡o. ~ menores a tratar y un h~rano. !ato del espacio y la longl· definición incluye el sena\~ portancia del mismo, los tud temporal del terna, a un

to•(l(i1Jiitato hist6rito. Barc'f:lont.. Labor. \968. • • H. 1. Marrou, .E.I

p. )0.

métodos y técnicas que se emplearán en su estudio y el público al que va destinado. El esquema o bosquejo es un 0Jestionario o un preíndice según adopte una forma in­terrogativa o expositiva. Se dice que debe ser claro, realis· ta, minucioso y flexible. Un manual de técnicas de inves­tigación, como el de Ario Garza Mercado, propone algu­nas maneras de hacerlo. ••

El investigador, con la red de su cuestionario prelimi­nar, reúne testimonios sobre el trozo del pasado que desea revivir. "La historia se hace con testimonios lo mismo que el motor de explosión ftmciooa con carburantes." ~· Su objeto no está ante los ojos; se ve al través de la mirada ajena y de las reliquias. De hecho, según Collingwood, "cualquier cosa puede llegar a ser un documento o prueba para cualquier cuestión" .11 La microhistoria, por regla ge­neral, no suele contar con tantas pruebas como la macro· historia. Tratándose de comunidades rústicas, son muy raros los testimonios directos y las fuentes literarias. la micro, adern:ís de documentos, emplea como testimonios marcas terrestres, aerofotos, construcciones y ajuares, ono· másticos, supervivencias y tradición oral.

la vida del hombre produce desfiguras y cicatrices en el suelo que In investigación utiliza como pruebas a falta de otras más patentes. A veces descubre huellas geográ· ficas a simple vista y sobre la marcha; otras, acude al recurso de la foto desde aviones. Mediante la interpre­tación de shadow·marks o sombras, crop·marks o corta­duras y soil-marks o manchas en las fotos aéreas toma­das desde alturas óptimas, se reconstruyen algunos sig·

n Ario Gana Mercado. Mllnflal Jt tlmkas Jt invtstigtui6,. Mé);ico, El Co!c¡;io de M~xico, 1970., pp. J7 .. 11 .

:ac Ma.rrou. o,. ~ir .• p. )~. IT R. G. Collinpood, Z.. ¡¿,# t!e l• hilloria. México, fondo de Cul·

<un Económica, 19)2, p. ~01.

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nos de.l pasado que a simple vista son inexistentes: viejos . cuJ . . •• cammos, pows, ttvos, rumas.

En mayor o menor grado, se necesita subiJ' al cielo y bajar al subsuelo. En muchos casos la excavación se hace necesaria, pero para hacerla provechosa se requiere la CO·

laboración de un especialista. Generalmente ningún mi­crohistoriador es, por lo difícil del oficio, un arqueólogo competente, y ejercer la arqueología sin la necesaria com­petencia se considera pecado gordo y aun irreparable. Aquí, muchas veces el dilema es irresoluble porque no se dispone de la ayuda arqueológica y uno no se puede desdoblar en arqueólogo. Y no es el único caso en que el cronista local debe resignarse a no hacer una investiga· ción por su cuenta y riesgo.

Gsi siempre los actores o personajes abordados por la microhlstoria son iletrados y no generan escritos probato­rios de su vida y virtudes. A veces su pensamiento y su conducta sólo son recuperables por lo que se acuerda la gente y por la tradición oral. El afriCUlólogo Jan Van­sina escribe: "Las tradiciones orales son fuentes histó­ricas cuyo carácter propio está determinado por la forma que revisten: son orales o no escritas y tienen la particu­laridad de que se cimentan de generación en genern· ción" .•• El microhistoriador a fuerza de entrevistas, cbar· las con la gente del común y cuestionarios puede resolver problemas difíciles y recibir noticias valiosas. Incluso los relatos de apariencia mítica suelen contener verdades. Las técnicas de la encuesta ponen al investigador en contacto con un mundo pleno de voces y ecos, poblado de fórmulas didácticas y litúrgicas, listas de toponímicos y onomásticos,

S!! Ch. ~aran (ed.). L'hiJ:oírt ~~ Itl mJ/h()Jt. P:tris, ~'RF. t96t. pp. 191-196.

u Jan Vmshu .. L:: trdithín e>ral, &rcdona. Labor. 1966, p t;.

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comentarios explicativos y oc · aal d , aslo es relatos hi tó . e mdole universal, local f T • , . s neos producto puro de recuerd~ a;: lar, mltlca, -~térica o no al último, con la llamada pe í:ales, y por _último, que recoge no sólo sucesos ef' poes popular o iletrada que

;1 pensamiento y los sent:~~:o~u:~~~r:: ~pa=vaQs~? urucamente a través de corridos otr . ~za genuos y toscos como ellos y . os poemas tan JO·

espíritu anterior de la gra sea dposlble penetrar en el Y · b 0 masa el pueblo sm em argo nad 1 . ·

critas, a las recarias a ~up ~ 01· supera a las fuentes es-

toria. El m!ohistoriido umildes fuentes de la microhis-r rara vez acude a papel escuetos como son Jos re ist es tan

las listas de bautizos m~ . ros;. para el ~icrohistoriador monios de primer o;deo a nmonJos y entierros son testi­antiguos. El registro in /ésau:que generalment~ no muy nes eclesiásticas de Tho g ;::oota hasta las mstruccio­posicioncs de Villers-c:as t omwell en 1538. Las dis­introduceo en Francia el ere : ( ~ 5 39) y Blois ( 15 79) sados y difuntos En S ~n rumento de bautizados, ca­Europa central n~ antes u~ s_e J regulariza en 1686; en Unidos más acá. En Méxi SJg 0 XI?' Y en los Estados trocientos años. En 1559 ~ se practJca d~s_de hace coa­Mexicano d'< . ' pcuner Conalto Provinóal . , ~puso regiStrar baut' - . md¡geoas y el Tercer Co cili ¡zos y matrunonlos de anotaran los bautizos las ~o /' en. 1585, ordenó que se y los entierros de toclos los ~;tmaao~es, los matrimonios por el Concilio Tridentino P e:s con orme a lo mandado parroquiales de México ( . J or supuesto que los 1 ibros escogerse y emplearse con Y ~s d~ otras partes) deben personal no siempre muy pru _eoaa, porque son obra de

aCUCIOSO y por anotan todo lo que deb, que a veces no tiempo de epidemias). Jan anotar (como los difuntos en

' pero son, con todo, de un alto

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valor,'0 que no los únicos testimonios manuscritos de la vida municipal y espesa. Tan valiosas como los registros civiles suelen ser las actas notariales, y si se da con ellos, todavía pueden ser más rendidores los libros de contabi­lidad de individuos, casas y firmas y Jos epistolario~ fa­miliares, cada ve:z; más difíciles de encontrar.

Los censos son otra fuente de información para cl pa­sado inmediato, pero casi nunca para el remeto. Francia censó por primera vez en 1697; Estados Unidos ::n 1789; Gran Bretaña en 1801; Bélgica en 1846; Itali:t en 1861; Alemania en 1871; India en 1881, y Rusia en 1897. Mé­xico hizo diversos pininos desde las "relaciones geogri­ficas" de finales del XVI hasta cl padrón de Revillagtgedo en el ocaso del siglo xvm; pero como todo mundo sabe, los censos se regularizaron e hicieron cada década al final del siglo XIX, durante el imperio de Díaz.

No se olvide que censos y demás fuentes estadísticas no son tan útiles en el quehacer microhistórico porque éste es cualitativo y no cuantitativo, y porque las estadís­ticas no son muy dignas de fe a escala menuda. Por ejemplo, en la historia de una villa "las cifras de nata­lidad o de mortalidad tienen menos importancia que cl examen de las causas de la morbilidad. la subalimenta­ción, la falta de higiene, los padecimientos llamados pro­fesionales, las fiebres intermitentes" y otras." Además, en mucho casos, las cifras son inexactas. Usted sabe que las de tantos menús económicos sobre nuestra producción rural, basadas en declaraciones temerosas de rancheros, están muy por debajo de las verídicas.

Los periódicos son un buen arsenal de pruebas para la historia urbana y algunas veces sus noticias sirven a la

co Clttude Morin, '"Los libros p~rroquiales.. co 1/is:~i• M~xirtl114, Mbico. El Col<&io d< M~xico (enero-mano, 1972) , vol. XX1, Nú.m. 3, p. 417.

41 l.cuilliot, o p. ti t.~ p. 159.

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crónica pueblerina. Sin embar . ~ un fenómeno apenas b'seculgo, como el penodismo tJgación de Jo antiguo ~ ar no ayuda en Ja inves­e informes gubernamen.tal otras _fuentes (leyes, actas biografías e historias tr ~d nar~o?~ autobiográficas, poesí~, novelas y pi;zas ade ~!.tt~entíftcps y fil?sófico~, festaaones escritas) suel . 0 Y muchas mas mam­existencia urbana y poca :barr~¡ar bastante luz sobre la

Tratándose de la vida re a. rural. .. rica es muy escasa En ~pesma, _Ja literatura histó-toriador de ciudad~ se :nbto, no es msólito que el Jlis­crohistoriador es uoa pe con l?recursores. Para cl mi­previas, aunque segura!':e vJ~nta¡a ~ontar con historias plantearon las mismas 5 crorustas de antes no se La selección de hechos ~e~fas que el cronista actual. tonces y en una de aho J erente en una obra de en­riores de la ciudad su {a. Con todo, las historias ante­microhistoriografia be en ser la fuente máxima de la · • d ur ana, aun en esta é d ·d aon el documento inéd't poca e 1 oliza-p la

1 o. ara mayoría de los d'

al_ uso de bibliografías y en:álttos _la heurística se reduce tnJcrohistoriadores la tarea e~ ogos ~e fuentes. Para Jos dura. Las biblio rafí e recopdar fuentes es bien la trad' 'ó 1 g as y hemerograftas aprovedlables

ICl n ocai escasean y 1 ál para locales y privados son una ' _os cat ogos de archivos tente. ¡Si ni siquiera ha unes!r:~ poco ?J.enos que inexis­de las veces' Los mac Yh. . JVO dastftcado la mayoría

· ro IStonadores cueot nos. servici~s de las llamadas cien . . ~? con los bue-logta, numismática, sigilografía, h~~l~~xdtar:s ( a.rqueo­leografía, criptografía diplomáti ca, ~ptgrafta, pa­onomástica y no • ' ca, cronologta, geografía cal se cuantas más) mient 1 h. . '

, Y especialmente la puebler· ras a rstor~a lo-las veces sin apoyos exte 1i se hace la mayona de

rnos. a operación de reunir •• lhi<l, p. U8.

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materiales sigue siendo la etapa dur~ d~nde se ~~nden mucltísimos neófitos escasos de paaen~Ja y ma~taa . . Y la heurística es apenas la segunda estactón del vtacruas.

Si se quiere que respondan con verdad a las preguntas, las fuentes deben ser maltratadas, atormentadas, apo.rrea­das, estrujadas, hechas cbil}ar m~diante las opcraaooes criticas. Para obtener matenal reststente en la rcconst_ruc­ción del pasado se necesita bacc:r pasar las prueb~ bisté; ricas por las pruebas que p~rmtt~n establecer su '.otegn­dad, autoría, fecha, lugar, smcendad ~ co~pet~na~. To­davía más: los testimonios para la mtcrohtstona sm so­meterlos al tamiz de la crítica ayudan muy poco o nada. Por lo que toca a la prueba verbal, escribe ~: A. Hamil­ton: "La tradición oral jamás debe ser utthzada sola Y sin soportes. Debe ser puesta en relación con las estruc­turas políticas y sociales de los pueblos que la coos~rvao, comparada con ~as . tra?iciooes de !o~ pueblos veonos Y vinculada a las mdtcaaooes cronologtcas de las genealo­gías y de los ciclos graduados de los años, a las conexio­nes documentadas por escrito de los pueblos letrados, a los fenómenos naturales de fecba conocida, como hambres y eclipses, y con los hallazgos arqueológicos.:·. •• La tradi­ción trasmitida de boca en boca sufre pérdtdas y altera­ciones y sólo da conocimientos válidos si se la trat~ cri­ticamcnte. El ruicrohistoriador rara vez puede confiarse; debería estar diciéndose con alguna frecuencia: "Supongo que las huellas, las reliquias y los documentos me enga­ñan ora porgue no son lo que aparentan,. ~ca porque _sus autores fueron engañados, ora porque qutsteroo enganar­me y por lo tanto, no debo prescindir del rigor crítico, del' trato duro, de la malicia y el odio." ..

Pero los golpes deben ser seguidos por las canoas Y el apapachc. Aquí sí es útil la conducta de Burro de

u Cf. Vansiu. o,. cit.., p. 19

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Oro, .un hacendado decimonónico del noroeste de Mi­choac.w que tras de propinarles puntapiés a sus peones les daba ~n puñado de monedas por cada golpe. Una vez sacudtdos, los testigos requieren un trato amoroso San Agustín .deci~ : "no se puede conocer a nadie si 0 ¿ es ~r. 1~ anustad .•• En la etapa hermenéutica o de si­co~aiJStS de ~os documentos, el estudioso debe salir d~ sí miSmo para u al encuentro del otro. La dcterminaci6n del.sentido literal e ideal de las fuentes, la comprensión de tdeas y ~nductas debe hacerse con muchas vivencias, lar~a refl~xtón, ~ltura variada y con el máximo de sim· patta. Quten es mcapaz de sentir los sentimientos ajenos Y pens~r l~s. pensamientos de los otros nunca llegará a hacer lntcl.tgtbles las obras humanas sin la elaboración de regulanda~es ca~sales, y en definitiva, nunca llegará a _In, ~mprenstón mas o menos cabal de ninguna verdad h1stonca.

Las operacion~s analíticas sólo pueden tener un fin: !~ verdad. Recuerd~e el aforismo del doctor Johnson: E~ valor de ~oda hiStOria depende de su verdad. Una his·

tona es la pmtura, o bien de un individuo, o de la na· ~raleza humana en con¡unto. Si ella es infiel, no es la pmtu':l d~ nada." •• los conocimientos alcanzados por l~s. h tstonadores que proceden científicamente son tan válld_o~, aunqu~ no sean verificables, como los saberes de ftSICOS y btólogos.

LA SÍNTESIS MJCROHISTÓRICA

Estable~idas las acciones, el microhistoriador emprende el canuno de vuelta; avanza de la confusión del análisis

•• Murou o" lit p 74 ..... • • • . • ,.. ., · : .... ~ oemo mM ,pe.r 2mtcili•m CQJnusciruf' (San 1\gusun, Soltr• oth,Mtll 1 tuJ tR«Jth1~u1 Ji,us~ 7l )) ., a. Andrf Maurois. Ñ/111.1 ¿, l~t bi(),r:l,hü. Pa~; .. Gca:.... l9'8

p . 28. -·· ••

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al orden de la síntesis. En su v1a¡e al pasado usó del método científico; en su regreso al presente se servirá de los recursos del arte. La microhistoria es ciencia en la ehtpa recolectora, depuradora y comprensiva de las ac· dones del pasado humano, y es arte en la etapa de la reconstrucción o resurrección de un trozo de la humanidad que fue. Todas las operaciones exigidas por el público consumidor al que confecciona un libro, un artículo o una conferencia con noticias del pasado están teñidas de emoción artística. Así la explicación, la composición, la redacción y la edición. Strachey solía decir: ·'Los hechos pasados, si son reunidos sin arte, son meras compilacio­nes, y las compilaciones sin duda pueden ser útiles, pero no son historia, así como la simple adición de mantequi· !la, huevos, patatas y perejil no es una omelette." ••

En las ciencias de la naturaleza y en las ciencias siste· máticas del hombre la explicación es una tarea científica; en la historia y principalmente en la micro es más que nada una t.·1fea artística y prescindible. La vida humana, por contingente, es poco sistematizable. En la antigüe­dad hubo una époco. en que se hicieron depender las acciones de los hombres del capricho de los d ioses y otra en que se repitió el decir de l'olibio: ''Donde sea posi· ble enconrrar la causa natural de lo que ocurre, no debe recurt:mc a los dioses."' " En la Edad Media se recayó en la explicación providencialista, y en la hora actual lo 'in' es englobar fenómenos particulares en ley~ de des· arrolio. l os m3ximos historiadores, y no sólo los filóso· fos, están de acuerdo en la subjetividad de la explica· ción. Meinccke escribe: "L:t búsqueda de causalidades en la historia es imposible sin la referencia a los valores."

•* !bid., l'· ) 02. ., Cf. EJword H•llc: C.rr, WhaJ iJ /fiuor1? Londres, Macmilbn, 1961

p. 68.

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E. H. Carr dice: "La interpreta 'ó . siempre ligada a · · · .a n en la historia viene no vale la pena t;::n:: valabstraeorativos."' •• En micro historia

P N. y r.

ara tetzsche no es po ibl la . porq~c. el espíritu anticuari~ "~o P:~c\~tica .eb~plil'cación nernltdades y ¡0 oco . pera 1r as ge· cerca y de 'una m!,era ¿i~~aJ: .. ~; ~e ~parece demasiado gún historiador está obl i d . egun Trevelyan nía­porque "en la histo . ga .o a entrar en explicaciones lar • na nos mteresan los hechos articu

es Y no solo las relaciones causales" •• Co ~ · autores de historias muy pocas · . n t o, los d li

veces renunc1a0 al · t t e exp car ya por causas eficient ID en o

las acciones del pasado aun deesl ' ya pod r causas formal~. 1 · . · • pasa o concreto

a compostaón sí es ineludible N . ·. . tarse a ninguno de los model · . o es ~ecesano a¡us· lan por ah' Lo . os ar9wtectómcos que circu· "J\ la co~po· si ~~poh~ntc: es ~e$Uif el aforismo de Gaos:

di . . a n tstonográftca parecen -4- aa· 1 1

vts:ones y snbd' · · d ~ es as hi>toriador ha det:;~nes ; la materia histórica. .l\{as el cuadre su materia no f~e im e ~u e Jos ':"arcos en que en· mano extrínseco a ella . po ga a é~ta desde un ante­la articulación con u ' 510? q~e sea.n lo; sugeridos pot Tamb" d b q e lo lustónco mtsmo se presenta .. u

ten e e tomarse en · 1 · la costumbre de añadir al ~no a a hora de componer aperitivos (el prólogo y la i ~;;:;' d~ la) obra un par de (notas de referencia y ad~ato ~CCion ' uno~ tentenpiés digestivo (epilogo 0 condusion~) y, no stempre, un

ció~e~~~~ ~r~n~~;~od~~~:~~a el _onÍedn ~atural de distribu· · qUtere ccu: que ha de caerse

•• lbil., p. 69. •• Nietzsche, ()A. tit p 27 &O ,..~ r ., . •

""'<se. M>aular Tr .. dran, u¡,· · l"olfiC'C: de- Pt:blici[~ 1946 tllt>Jr~ ,, /~ luu;;r. Brusdas.. u }olé G:a • .-,../ . uJ. . O$, nOtiU sobre la historio"'r.tf' .. · ,..,~:tiCO. El Co1e,sio efe Mhico ( b •1 . ~ aa tn Hu1oria Mtxiu11a.

p. 'os. :l n •JUfitO, 1960) vo1. rx, Nüm 4 . .

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en el colmo del diario, los anales y las décadas, pero sí evitar el rompimiento absoluto con el o rden temporal y descender al extremo del diccionario. El repartir tempo­ralmente los datos cae dentro del complicado arte de la periodización. Hay que escoger una manera de perio­dizar. Como ustedes saben las hay de dos tipos: ideo· gráfico y nomotético . .Aquél se subdivide en exoculturnl y endocultural, y éste en cícEco e isocrónico. Parece más cercano a In realidad histórica el tipo ideográfico, subtipo endocultural. La periodización basada en leyes es muy discutible; con todo, actualmente se emplean a pasto las periodizaciones apoyadas en el tipo nomotético, subtipo isocrónico . .Así, el sistema de dividir eU tiempo por gene­raciones culturales (es decir, de quince en quince años) y por ciclos económicos (es deár, de once en once años o de treinta y tres en treinta y tres, según se adopten ciclos cortos o largos) . ••

Supeditada a la cronológica, se hace la división por temas. Aquí tampoco la libertad es absoluta. En los tiem­pos que corren, se usa mucho la división en cuatro sec­tores: económico·social, político, espiritual y de relaciones con el exterior. A su vez, cada uno de estos sectores suele f raGcionarse. La materia que se va n exponer ea cada periodo determinará si conviene comenzar con el aspecto económico o algún otro de los tres restantes. Lo ideal es que el orden de la obra se ajuste lo más posible al orden de la realidad. La resurrección o reconstrucción del pa­sado exige el apego a la forma como éste se dio. Exige también el manejo eficaz del cemento: no pasar brusca­mente de un tema a otro ni tampoco borrar a tal grado las lineas divisorias que no se sepa dónde concluye un

n YiJ. ]. H. J. nt1 d•r Po~ .. La di•isi6o do rhistoiro <n púiod., .. en L'h(Jmml 11 rhiSIDi,, P.tris, Preues Unlvenit:tires de FtanCC'. 19$2. pp. 47·49.

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~to y da comienzo el siguiente. También es contra­,~d,cado adelantar las conclusiones y poner punto final sJn antes despedirse.

L1 historia con.creta por ltt que lucha Eric Dardd " er­ten~e a .la narraCIÓn como el cuento y la epopeya Ex Pner la hJstona concreta es siempre de aJo-r•n modo . t poh. t · " u N e - con ar IS­o:Ias ·. . o hay por qué avergonzarse al confesarlo· la IIDCCOhJStor~a y. 1~ literatu~a so~ he~manas gemelas. Ú te-; o~ ":Ir se JUStifica: la. mJC~OlllStOna, convertida en mma

e eraturn, no esta obligada a deshacerse de ningún ada~me de verdad, menos de la verdad entera. Todo es ~~ y cómo; ~o se trata de volver a la exposición ver­Sif:da, tan ut'! .en los pueblos ágrafos. La prosa es el me o de expres,~n de Jos pueblos con escritura. Taro o se trata de acudir ~ Jos medios expresivos de la n~~ y el drama. La me¡or manera de resucitar el pasad ~ dan los estii?s lírico, épico, oratorio y dramáti~o 0 q:~ 1 lene.n un:1 funaón ~~bresalientemente expresiva, ni el co­oqwal P?r. su desilino y su momificación, ni el litúrgico

for .s.u n?1dez extrema, ni el científico que tiene una unaon ~lo comunicativa y está tao momificado como

el coloq~al. A la microhistoria le viene bien el lenguaje que adrrute la calificación de humanístico que es como el del ensayo, no c?~o el de las ciencias humanas.

E! m~o huma~,stt~~ tiene una finalidad teórica como el htc~ano .o el Clent¡f¡co. Su principal misión es la de ;:nmun~car Ideas,_ pe:o no la única, como sncede coa el cngua¡.e de la aenoa. En el humanístico se da también

la f~aón de expresar sentimientos aunque no en tan altas dos¡~ ~omo en el lenguaje literario. En 1:1 expresión hu­n;arusaca la compostura gramatical se impone con m:ís v¡gor que en las lctr:lS, :lunque no en forma tnn absoluta

s.s .Ecic Oa.rdcl, t •hiJtoi,, uitnu J. tCitt 1

p . p t~ircs de France, 1946, p. 99. rt · 3-tas. t~~ Univeai·

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como en las c.iencias. En éstas no se admiten ni la origi­nalidad ni la intención estética, mientras en las hum~lll­dades sí son válidos ciertos retozos y algunos efectos lite­rarios. Los estilos coloquial, científico y litúrgico se pueden aprender con la práctica. Se supone que el orador Y. el literato traen en la sangre el don del estilo. El hur!lanrs.ta parcialmente nace y parcialmente se hace.•• El mrcroh rs­toriador, en el peor de Jos casos, puede llegar a <:xpre-sarse con soltura. .

Una variante del hablar humanístico es el histórrc.o. Según Theodor Schieder "el lenguaje de. la mode:na h~s­toria se ha co?figu~ad~ e~ u~ punto me~'? entre fr}~sor.·:~ creación poétrca, crenaa ¡urrdJca y publlasmo pohtrco : De la propaganda política, y d~l. empaqu~ de la oratona, Jos miaohistoriadores de la vre¡a guardia suelen beber en demasía. El estilo debe curarse del vicio de la S?Jem­nidad. E,·oca mudro mejor la vida pasada d~J comun de la gente el habla sencilla que el habla oratona. ~ ~refc:· rible ser tenido por chabacano a tener el .prestrgro de pomposo; es mejor también ser. acusado de meverente a convertirse en botones. Los alfr leraws en las nalgas de gobernantes y obispos son saludables.

La prosa barnizada es encubridor~ Encubre n~r:stras deficiencias de información, pensarnrento y emotlVtdad. Ciertamente el lenguaje emperifollado que confunde a los lúcidos, deslumbra a los pendejos. A ~sar de tod? .lo que se ha dicho contra la manera ~nigmátJca de escnbrr, mu.chos "tienden a creer con me¡or voluntad las cosas oscuras" según la expresión de Tácito. En cambio, según Nietzsche, "la desgracia de los escri.~res penetrantes y daros es que se les torna por superfrciales, y por const-

.., Vid. Alfonso Rey<$, El dtsU•d•. México, El Colo¡¡io de México, t944, pp. 172·H8. , •

55 Thcodoc Schicdcr, lA hiJtDri• rqmo r/rnua. Buenos Atres, Sur. 1970

p. 124.

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guie~te, nad~e muestra interés por ellos". Y sin embargo, el mtsmo Nretzsche asegura: "El mejor autor será aquel a quien le dé vergüenza ser hombre de letras." Y Pascal había dicho: "Cuando uno se encuentra con UD estilo natural, se queda asombrado y encantado, porque espe­raba hallarse con un autor y se encuentra con UD hom­bre." •• En fin, escribir con naturalidad y sencillez no ~bstaote el trabajo que cuesta y el poco mercado 'que tJ~e. conserva su valor de buen conse¡o. Pero la fórmula m:ss segura es la de que cada cual siga su gusto sin saljrse del precepto de no escribir de más.

Tao importante como saber decir es saber lanzar lo di~o ~1 ~cho r;JUndo. En lo que mira a publicidad la mrcrohistona esta en la prehistoria. Lo común en nuestro medio es que e.l autor pu~li.que sus libros por su cuenta o. la de ~ amrgos, en edroones cortas, mal diseñadas y bten surtidas de errores tipográficos.

En los países sub o en desarrollo, 11 circulación de trabajos de rnicrohistoria anda tan mal como las ediciones. Conviene recordar lo que dijo el padre Montejano y Aguíñaga en Monterrey, en septiembre del 71: "cuanto se escribe y publica en el interior es obra inédita o semi inédita que muchas veces oo llega siquiera a los esp«ia-1 is~"." Los ~ros de los historiadores locales se quedan confmados al arculo de los amigos, o se aburren en los escapa~es de las librerías de provincia, o se empolvan en los nncooes oscuros de las bibliotecas.

LOS CONSUMIDORES DE MICROHJSTORIA

En los pueblos de poco vigor económico y cultural la oferta de minihistorias no está a la altura de la demanda.

H a . EmC$tO Sibato, HtttroJoxia. Buenos Aires, Emecé, 1970, ('p. ~o 1 4}.

tcr~:)'~~;en~!a ,!~C:~!• d~n 1~7~greso de Histori& del No~te, Mon.

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En los últimos años, la apetencia de nuestros productos se ha ampliado muchísimo. Y a no puede haber torre de marfil. Tanto la república de las letras como el p~eblo raso están exigiendo historias matrias. ~en:ro del c1 r~l.o acadtmico las piden micro y macro~1sto.n:dores, SOCIO·

logos y antropólogos, economistas y ocntif~cos de la ¡xr lítica, educadores y educandos. De:ntro ~el c1rculo popular la solicitan misoneístas y revoluoonanos, sedentes Y an·

~n~. . . l Los más asiduos consumidores de m_icrohJ$tOna s~n os

que la hacen. Si se trata de un traba¡o qu_e se ref1era _a su patria chica por nada dejarán de leerlo. S1 es un estudiO que se ocupa de otro terruño 1~ int~resará cuando men~s por el método utilizado. En el mtenor de~ mu~do .acade· mico el lcctorio más asiduo de obras mlcroht5tóncas lo cons;ituyen todavía los colegas próxim~s, como es. natural.

Los macrohistoriadores son una clientela rec1cnte de ta microhistoria. Como ésta, gracias al ~ayor co?t~cto con los hechos, está capacitada para destrwr o mod1f1car a;nu· chos clichés de la gran historia, se la ve con ateno.~n, ya no con desprecio. El patri:uca Lucien Fe?vre dt ¡o: ' 'Nunca he conocido, y aún no conozco,. mas q~e u.n medio para comprender bien, p:u:a situar b1en la histooa grande. Este medio consiste en pos~r a fondo, en to~o su desarrollo, la historia de una reg1ón, d~ una pr?vtn· cia." >S Un descendiente espiritual del patn:U:ca, el }ove~ Cl:lude Morin, escribe: "La visión macroscópiCa. me¡orara gracias a la ayuda que le prestarán las monogr~~ locales

0 regionales."" En otra latitud, Leonardo Gn.nan ~er:a.Jta

dictamina: "La historia de Cuba sólo podra escnbmc,

u Lucic:n F~bvtc, /IJJJoMr r!'JJJJI biblioJbtqut (P111ts of/triiJ " ¡\1.

CJJ,rfts O• ru!), Oijon. 1942. '' Morin. op tt: p. ·11 8.

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con acierto siquiera relativo, cuando sean mejor conocidas las historias de nuestras ciudades más antiguas."••

Las generalizaciones que hacen sociólogos y antropólo­gos también necesitan del sustento de la microhistoria ya porque ésta mira a las acciones típicas, ya porque permite las comparaciones de estilos de vida a un buen niveL En Foster se lec: "Lo que es verdad para Tzintzuntzan parece serlo también para las comunidades campesinas de otras partes del mundo." " Aunque la antropología, al contrario de la historia, se orienta y se complace en la elaboración de teorias, todos los antropólogos, "incluso los antropólogos estructuralistas más extremados", requie­ren de los se.rvicios del cronista local según el autorizado decir de l. .M. l.ewis." Por supuesto que los antropólo­gos de la pelea pasada, los que se disputan el campo bajo las opuestas banderas del evolucionismo y el difusionis­mo, coinciden en su interés por la microhistoria. Antro· pólogos y microhistoriadores concuerdan en el amor por el conocimiento de lo local. En fin, el dub de los an­tropólogos sociales aporta una clientela segura y creciente a l:l producción microhistórica.

Los practicantes de la sociología suelen ser más dados a la teoría y a las generalizaciones que el antropólogo común y corriente. Con todo, la especie microhist6rica ya tiene una clientela sociológica que promueve Henri le­febvre con los dichos de que la sociología rural no debe prescindir de las contribu.ciones de la microhistoria y de que "todo trabajo de conjunto debe apoyarse en el mayor número posible de monografías locales y regionales". n

eo Leon.a.rdo Griñóo Pe.r&lta, Ü14101 1 uurfnmd.s. Santia.¡o de CuN... 1964, p. 3.

11 Fostcr, o;. rit., p. 2). U Le.ds, Hhlori• 11t111rtJJiologíA. & rcdona, Seix Barcal. 1972, p. 19. ~ Hcnri Ldelwre. D# lo r•rtzl , lo arbtt11o. Ba.rcelOtU., Ediciono Pfo.

lliosula, 1971, p. 71.

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También los economistas se han dado cuenta que "la economía regional necesita mu~o de la historia local'_', según dice Leuilliot. •• Algo seme¡ante pasa con los derr:'as científicos sociales. Todos a una proclaman con Beutm: ''La historia de una hacienda, de un poblado, de una ciudad puede ser ejemplar para muchos casos semejantes ---aunque todos no estén igualmente .estructurados-- y servir de tipo" o ilustración de amplios sectores de la vida humana. •$

Lord Acton y George M. Trevelyan insistieron en el valor educativo de la historia. Ssta "debe ser la base de la educación humanista", escribió T revelyan ... Y según los pedagogos de hoy en día, la mi~ohistoria debe se.r la base de esa base. Al esparcirse las Ideas de Pestalow, Froebcl y Dewey sobre la im??~cia pedagógica de los ejemplos concretos y de la a~IVldad de los alumnos •. la historia local se situó en un pruner plano en la educación básica. En Inglaterra, desde 1905, se incluyó en la ense· ñanza primaria. Los miembros d~ la ~isto~ical Association consideraron entonces que la nucroh1stona en la escuela "era un almacén de lo vivo y una ilustración fecunda del curso de historia nacional" .•' No sólo en la Gran Bretaña, también en otros países de fuste, se despierta la curiosidad histórica por medio de narraciones parroquiales porque, desde el punto de vista pedagógico, el interés. sobre el pasado se vuelve más espontáneo cuando se refiere a los antecedentes de lo que se conoce, del grupo a que se perte­nece. "Reconozcamos -escribe Louis Vemiers-- que el amor a la patria chica está hincado en el corazón humano

•• Lcuilliot, "'· rir, p. U6. •• Bcutift, "'· rir., p. I4~. .. Trnd,.an. ,;. cit., p. ~4: "El ,..wr principal de la historia d

eduotivo: sus efectos se awilliestan m el espíritu del ntudi.a.ote en historia y sobre el espíritu del público.''

OT Douch, "'· rir., p. IO).

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con profundas raíces, múltiples y resistentes. En consecuen­cia, se impone al educador la necesidad de servirse de él como de una palanca en la enseñanza de la historia" •• ~opinión d: ~: "Es indispensable dotar a la ense· nanza de la histona de una base que no sea artificial una base que sea fácilmente inteligible, concreta al máxi~o." Esa base sólo puede proporcionarla nuestra mercancía. "L~ enseñanza ~e l.a historia empezará pues por una his­tona de la provmc1a, y se elevará pcogresivamente hasta la historia de la nación, y después a los problemas más generales de la historia universal." 69

Hemos conquistado en el presente siglo un vasto círculo de criaturas; es decir, toda la niñez esclavizada en las es· cuelas primarias. Y no sólo eso. Estamos llegando también al mundo de los adolescentes. En la educación media f ran· cesa, según Reinhard, tras de esparcir entre los alumnos datos sueltos sobre la vida propia, se pasa a un estudio completo de h istoria regional y a ejercitarse en ella.•• A Laf?nt le parece ~uy pertinente que, "al margen de cualqwer conservaduflSmO, se enseñen las rulturas regio· nales. . . porqu~ tal. enseñanza es la encargada de con· densar una conoenoa en génesis".11 De hecho, en varios países de la vanguardia, la mícrohistoria se ha metido a la enseñanza media y de manera activa. En Europa, es f recucn~e ver a maestros de la nueva onda que promueven excavaaones, entrenan a sus alumnos en la búsqueda de

C8 Louis Vcmicrs. M6todo1Dllit d~ lA hisloria. Buenos Aires, t!ditoriaJ Lozada, 1968, p. 77.

et H&lkin, op. tít . ., p. H. fO Ma.rc:cJ Reinbard, L'riiUÍltUmnl tlt fbiiJoire '1 us ~~oblcmc1.

París, P~ Uoivusitairos de f~ 19)1, p. 91. En b edad de la S«l11datia el muchuho no sólo os consumidor de microhútoria, ttmbim <Sii a~o.do para producir!._

'H ~ Ufont, lA rntll•ri6• "1Ítllf4list•. Batc~oru.. Ariel, 1971, p. l?l.

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antiguallas, en el uso de archivos familiares y en la prác· tica de la encuesta.

Louis Vemiers pregunta si en la escuela normal de maestros ''la enseñanza de la historia habrá de apoy:use en el estudio de la localidad y la región", y resp.Jr.de con

"s"' En la normal debe estudiarse "aunque en menor :di da· que en la escuela primaria". Enseguida agre~: "La historia local y regional ofrece un caml'? d~ -~coon muy propicio a la aplicación del ~éto~o a.cttvo.' ·•

Si en Ja gran mayoría de ~as ~ver~tdades del mundo no hay todavía sitio para la rrucrobisto~ e? ot_ms se abren nuevas cátedras para impartirla a untversttanos, y sobre todo a Jos aspirantes a historiadores. Constanteme~te au· mentan los convencidos de que para for_mar pr?f~10nales de la historia lo mejor es la práctica rrucrohtstonca. ~ta, como ninguna otra, exige apli~ón d7 t~~ las t~cas heurísticas, críticas, interpretativas, et10logt~as,. arquttec· tónicas y de estilo; es la mejor manera .de e¡erotar todos los pormenores del método; es, en fm, un estupendo gimnasio donde. se ~ueden desarrollar Jos músculos de los estudiantes de histona. .

En el círculo popular, la microhistoria t~m?t~ gana terreno sin perder su antigua parcela. Un publico .unpo~­tante de cualquier libro localista sigue siendo el vectndarto de alli mismo. La razón es clara. "Reiteradamente nos atrae - según dice Bauer- la cuestión de cómo ha ll7· gado a ser el lugar de nuestro nacimi~!o, ?uestra patna chica· para qué sirvió esta o aquella edif tcactón, de dónde proc~e este o aquel n~m?re, esta o ~a otra man.era de ha· blar· cualquier obra plasttca reconooda como stmbolo, ya

' dall " " U op6-sea una columna, una torre o una me a. _n pr sito nostálgico mantiene adictos a los Jugarenos a la

12 Verniets. o,. rit., p. 96. U Baucr, o,. tit., p. 164.

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crónica de su propio lugar. Propósitos de otra índole atraen a los forasterus a quienes les interesa la especie por9~e el estudio de los grupos estrechos, donde cada mdiv1duo es observable, donde la vida es más pareja, permite definir con =yor seguridad la vida humana y sus relaciones. En otras palabras, uno de los atractivos de la microhistoria reside en que contiene más verdad que m ruacrohistoria, pues es indudable que se alcanza una mejor aproximación al hombre viéndolo desde su propia estatura que trepado en una elevada torre o en un avión de retroimpulso.

Además de la sed intelectual de conocimiento la mi­crobistoria que va saliendo a la plaza pública, ~atisface un vasto surtido de urgencias. Entre 1:1 nueva clientela sobrcs:úen los moralistas. Desde los tiempos clásicos los abanderarlos de la moralidad pública han sostenido que la vida de aldea es un gran repositorio de los valores y las virtudes populares que la vida urbana destruye. En los pueblos y villas se dan juntas la pureza del arte y la moralidad de las costumbres, un sentido del humor respe· tuoso de las grandes tradiciones, el gozo de vivir sin brin­carse las trancas, el espíritu de independencia sin dejar de ser en algún modo independiente. Los libros, pues, que recogen la vida provinciana moralizadora tienen un considerable apoyo en los moralistas conservadores.

Nietzsche lo había anticipado: ''La historia anticuaría no tiende más que a conservar la vida, y no a engendrar otra nueva." El filósofo alemán previó que la microhis­toria sería pasto de los moralistas y sus rebaños, pero se empecinó en una idea falsa. "La anticuaría --di jo- im· pide la firme decisión en pro de lo que es nuevo, paraliza al hombre dinámico, que siendo hombre de acción se rebelará siempre contra cualquier clase de piedad." 14

re NicttschC', op. til., p. 28.

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Contra lo dicho por el filósofo prof~ta, una creciente partida de revolucionarios, los co~entes en la revo­lución regionalista contr~ las_ metró~~· usan como arma de combate a la microhistOna. Tamb1en es freruente que algunos acudan a la crónica de lo que fue s~ co!llunidad o la patria chica de sus padres con un p~opós1t0 liberador, para librarse del peso del pasa~o me<!i~te la compren­sión de él, a manera de cura ps1coanal1t1Ca.

El autor de libros microhistóricos está en pleno amane­cer; sus productos se venden cada d ía mejor; lo estimula un círculo creciente de lectores entre los que debemos contar a los veraneantes. El turismo ve con ternura, y quizá con nostalgia, la vida regional, subdesarr?l~da y simple, que duerme, come, r~ labora_ y se div1erte como los niños, y no es por lo llUSIDO reaoo a la lectura de microhistorias. Si no siempre las lee es porque no existen para el lug:tr donde vacaciona, o no están a la venta, o son ilegibles.

En el mundo actual hay un público, crecientemente vasto y variado, afecto a las _histo_rias _loc:>les. La moda de la mini se derrama, y los m1crohistonadores debe? pre­pararse para surtir mercancías de buen ver. y en nu.!I!ero suficiente. Es el momento de tomar una sene de medidas prácticas para que el bo_om no nos agarre s~ confesión y sin la ayuda prometida p~. la resurrecoón de, ~os huesos: "He aquí que infuodue en ustedes el espmtu y vivirán." 75

;¡; Ezequiel. X.XXVIJ, ~·9.

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MICROHlSTORlA PARA MULTIM.l!XICO •

'!A ES tiem.l?o de que la historia local lance su grito de t~depeod~naa. Ya lo han hecho algunas hermann.-¡, Lo h1~o la bwgrafí~ h~sta el grado de quedar en malos tér­mmos con la h1stona y en buenas relaciones con la Jite· ratura. La ~icrohistoria puede hacer también vi da aparte de su matr1z y. fr~entar m_ás la geografía y Ja litera­tura. Entre la histona y la IDJcrohistoria se ahondan cada vez m~ l~ cii.t:erencias y superviven antiguas antipatías. Los mtcroh1stonadores no desaprovechan oportunidad nin­guna para llamarles mentirosos a los macrohistorindores y éstos ven con olímpico desprecio a las hormigas de 1~ verdad, en buena medida porque no comprenden sus metas y sus métodos.

La microhist~ria _nace de~ corazón y no de Ja cabeza como la_ macrohiston a.¡EI m1crohistoriador suele acercarse a. su objeto más por simpatía o por antipatía que por el ":tero ~án de saber-;- su madera es más de poeta que de oentü~co. En la_ micr?his~oria, s~ confunden más que en cualqu•er otro tlpo h1stonograf1Co el sujeto y el objeto, e_l ser qu7 se expr:sa, el ente expresado y el ser compren­SIVO •• Qwen la ref 1: rc suele ser parte del asunto relatado, y qu•:n la lee 1~ ~1smo. Admit~ la ~~o del investigador extra.~o, a condlcion _de qu_e se Identifique con su objeto; se deja leer por el grmgo s1empre y cuando la sienta sup. Por naturaleza, es una. forma de comunicaáón de órcuito corto, aunque esporádicamente se torne de gran órculo.

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Según el célebre dicho de Benedetto Croce, toda historia es historia contemporánea porque la búsqueda de las acciones humanas del pasado nace de requerinllentos de la vida práctica actual. En ninguna investigación histÓ· rica la presencia del presente es tan dara como en la historia menuda. l!sta es hija incondicional de los pro· blemas contemporáneos, de las preocupaciones de hoy, de los requerimientos económicos, polí6cos, sociales e intelectuales de cada pequeña comunidad humana. la his· toria local es historia muy ligada al presente y al futuro; muy unida a preocupaciones y acciones. Es la historia hecha y leída por seo6meotales.

El espacio geográfico de la historia universal es obra de la naturaleza, es la bola de billar denominada mundo. El espacio de la historia continental no es menos inhuma· no. El espacio de la historia nacional lo determinan con· veníos y guerras conforme a vagas razones de Estado. El espacio de la historia local tiene limites poco precisos y muy cambiantes, oriundos del sentimiento y de la acción. Según Unamuno se contrae a "la patria ya no chica sino menos que chica, la que podemos abarcar de una mirada, como se puede abarcar Bilbao desde muchas :1lturas"; de hecho la que sentimos vivamente y en la que trabaja­mos codo con codo. Puede ser una breve corporación -El Colegio de México, el Instituto Tecnológico de Monterrey, la Casa de Moneda, la casa de estudiantes de doña Julieta-; un barrio -la Cohetera de Hermosillo, Tepito en la ciudad de México-; una colonia dispersa en un:t urbe -los arandenses de la capital, los josefinos de Los Angeles-; un pueblo o una villa - El Llano, San Miguel Allende, Zinapécuaro-; una ciudad monovalente -el puerto de Veracruz, Acapulco, Monterrey-; un mu· nicipio de módicas proporciones -Yuriria, Silao-; una pequeña región -la laguna, el valle de Tccomán, la

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cañada Tarasca-; una porción de tierra más o menos chica, continua o discontinua, pero s1empre aceptada como la "aromosa tierruca". . Las de~ás historias,. aunque tengan contemos geográ·

ftcos preciSOs, callan sm mayores trastornos el escenario de las acciones relatadas. Una historia local es difícilmente concebible si no ~a p~ecede o acompaña la descripción del c~~t?rno. la h1stona local es casi siempre geohistoria; es difJCtl y no es deseable arrancarla de su residencia, de la vida de tiempo lentísimo que la nutre y ~obre la que repos~ c:structuras sociales, económicas y culturales y acontecuruentos de toda índole. La minihistoria sólo se entiende si parte de la vida natural. la maxihistoria puede partir de los sucesos de duración media y quedarse en ell.o~ ~om~ lo hacen las historias económica y social. la minibtstona, que se desprende del tiempo lenthimo de la geografía, desemboca en el tempo modera/o de las costumbres.

La historia local no desdeña el hecho menudo. Mientras las otras especies del género seleccionan los sucesos tras· cend~ntes. e i~fluye~tes! y en menor escala los típicos, la ~croh1stona se mclma por la tipicidnd; gusta de lo cott~o .. ~echos ~u7 no levantan poh·areda; hechos de la vtda dtana; naamtentos, matrimonios, muertes cnfer· medades, tareas agrícolas, artesanías, comercio al' menu· deo, solaces, ferias, delitos del orden común, alcoholismo creencias y prácticas religiosas, supersticiones, fo1klore e~ ~a. Conductas, !deas, creencias y actitudes que carac­teman una comurudad pequeña, que permiten emparen· tarl~ o dis~~.rla, ~ue ayudan a establecer "su origi­nalidad! su m~¡vtdualtdad, su ~isión y destino singulares" y al =o hempo su pareado con otras comunidades o con la sociedad que la engloba. Los historiadores loca-

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listas recogen las menudencias que los sabios pedantes tiran coa cafado.

La gran historia trabaja, según molde e ideologías, coa individuos de nari:¿ levantada (reyes, presidcates, con­quistadores, grandes asesinos, cortesanos, santos, sabios y artistas de reconocido prestigio) o con masas (los agri­cultores, los obreros, la clase media, la burguesía, la no­ble:¿¡) o con ficciones (el Estado, la nación, d espíritu) . Ea cambio, los protagonistas de la pequeña historia son generalmente individuos del pueblo raso; o si se quiere de la élite local, que difiere muy poco de la masa local La raicrohistoria es d relato individuali:¿ado de los hu· raildes, de los vecinos que rara vez aparecen en la sección social de Jos periódicos y quizá nunca ea la sección polí­tica o en la sección económica.

El campo de estudio de la microhistoria es muy distinto al campo de estudio de la historia a secas. Los métodos de ambas son también muy dife.rentes. Ea la macrobistoria el camino está perfectamente traudo. Los macrohistoria­dores van a su objeto y a su público por supercarretera. En la historia menuda ao existe el camino; el microhis­toriador cruninando hace al camino. Por regla general, el macro, antes de emprender la marcha hacia las fuentes de conocimiento histórico, se arma de esquemas, hipóte­sis de trabajo, modelos y ayudantes; el micro sale a la brega con un plumero, un mínimo de ideas previas e hipótesis y el corazón abierto de par en par. Aquél irrumpe en bibliotecas y archivos bien acondicionados; éste, en el 01art0 de los tiliches. Aquél no suele padecer por la penuria, la dispersión, lo poquito de Jos documentos; éste sabe que la vida humilde rara ve:¿ deja abundantes huellas; rara ve:¿ se juntan esas huellas en fondos cata­logados, y rara ve:¿ dan información copiosa. Aquél hace su libro sin necesidad de sali.r a la intemperie; éste nece-

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sita recorrer a pie, una y otra vez, la sede de su asunto y visitar y entrevistar a los lugareños; no puede eludir la inspección de ojos del terreno y su gente.

La crítica y la interpretación de las pruebas raicrohisto­riográficas ao cuentan coa un código de normas hechas, de poco les sirve la preceptiva de Langlois y Seignobos. Aquí ayudan la malicia y la simpatía del erudito, la capacidad detectivesca y la capacidad amatoria, la lucidez del indi­ferente y la ceguera del amante. Tampoco hay muchas recetas establecidas para explicar y componer. Por su mayor realismo y concreción, la historia local se indina a la explicación teleológica pero a01de con mucha fre­Oiencia a la explicación por causas eficientes. Ya hace a las acciones hijas de los proyectos de Jos actores; ya las emparenta cpo el medio geográfico y soci:U. Tampoco es insólito que acuda a la explicación formal por estruc­turas, esquemas y tipos ide:Ues.

Toda historia debe ser una resurrección del pasado, según el dicho de Michelet; pero en ninguna es t3n urgente ese deber como en la m icrohístoria. Por Jo mismo ni se adecúa a una arquitecto m prefabricada, ni puede prescindir en la hora de la redacción, de los recursos artísticos, vivificadores. La historia local, como la bio­grafía, está más cerca de la literatura que las otras espe­cies. Los casos y cosas locales son incomibles si no se les revive con la emoción artística, sí no se les pone sabor, olor y música, si no se les evoca con carne y hueso, al vivo.

En suma, la microhistoria es distinta de la historia a secas por su mayor dos.is de emotividad, presencia, geo­grafía, detalle y literatura y por ser menos formalista, metódica, 01antitativa y científica. Se trata de una ciencia balbucieate y un arte maduro, con larga, larguísima tra­dición en México y dondequiera.

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La tradición de la historia local entre nosotros se remonta a la época prehispánica. Como lo ha visto don Wigbcrto Jiménez Moreno, en la Mesoamérica anterior a la con­quista "sólo existía la historia parroquial. Nuestros indí­genas carecían del concepto de historia general y en lápidas o en códices consignaban sucesos relativos a su terruño, rebasando este estrecho marco sólo cuando se trataba de conquistas efectuadas en lugares más o menos distantes, o cuando se aludía a lejanos puntos de partida de donde procedían algunos inmigrantes. la historia pre­colombina es, pues, casi siempre, microhistoria".

En la época colonial, aunque no fue la especie predo­minante, la historia matria se diversificó, tuvo mejores fuentes de información y adquirió recursos expresivos ignorados antes de la llegada de los españoles. En tres ocasiones la Corona alentó esas casi lustorias llamadas relaciones histórico-geográficas. En los siglos XVI y ~"VVl florecieron las crónicas conventuales y en el siglo xvm empezó a cundir el interés por la vida urbana. Los frutos más maduros de la historia local novohispana son los libros de don José Rivera Bernirdez sobre Zacatecas y la Historia de la fundarión de la ciudad de P11ebla de loJ Angelu, de don Mariano Femández de Echeverría.

las guerras de independencia no fueron propicias para la microhistoria. En cambio, el primer momento de la vida independiente patrocinó "noticias geográficas y es­tadísticas", parecidas a las viejas relaciones histórico-ge?­gráficas. Hacia 1833 México sale de una etapa de eufona nacionalista y se inscribe en un periodo ásperamente localista. Se vive en plena disociación, en la lucha de las partes contra el todo, en el mero auge de lo local y co­marcano. Por un lado, la atmósfera es propicia para los trabajos históricos de comunidades y comarcas; por otro, la tormenta sin fin deja poco tiempo y poca paz para las

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tareas de desenterrar papeles viejos. Durante la matanza de todos contra todos se hicieron algunas obras ejem­plares: los Apunte¡ históricoJ de la heroica ci11dad de Veracmz, de Miguel Lerdo de Tejada; las NoticiaJ de Du­rango, de José Fernando Ramírez; el Diccionario hiJtórico de Y11catán, ~e J~ónimo del ~o, y las NoticiaJ para formar la h!Jiorta y la eJtadtJtua del obüpado de Afi­choacán, del ':'JlÓnigo José Guadalupe Romero. _ Desde medndos del siglo XIX "las invasiones eJ~.iran­¡eras y ~a presencia_ de un vecino todopoderoso" habían rob~steodo en _los ¡óvenes de la aristocracia y la meso­crao~ de las Ciudades mexicanas, un nacionalismo des­confiado, a 1~ defensiva, triste y proselitista. Aquella gente, al asumu plenamente el poder después de sepultar al cosmopolita Maximiliano de Habsburgo y al ranchero Tor.nás Mejia, hizo lo indecible por robustecer el nacio­n:UIS!l_lO; propició la historia patria y le hizo el feo a las hJStonas estatal y local. Como reacción, los gobiernos locales las patrocinaron, y en tiempos de don Porfirio el número ?e libro~ ~ricos subnaciooales no bajó de 200; los mas. de historlll de los estados, pero alrededor de seten~ de mdole local, por el espacio a que se refieren q?e no Siempre por las metas y los métodos. Los princi­p~os ~ los métodos positivistas desfiguraron a la micro­hlstOna, pero la estatura intelectual de quienes la ejer­oeron lo$rÓ ~alvar mucho de aquella producción. N inguna ~e las h1stonas de entonces ha llegado a ser clásica na­o onal, aunque la mayoría son clásicas lugareñas.

La Revolución Mexicana durante su etapa destructiva de 1910 a 1940, fue tan nacionalista cerno la Reforma' pero. los revoluc;ionarios, en su mayoría campesinos, de~ fend1eron 1~ tesJS de que se podía ser patriota sin dejar ~e ser l~ta. Se convirtió en virtud lo que fuera vicio: la adhes1óo calurosa a la tierra nativa". Alfonso de

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Alba observa que aun los más universalistas de nuestros intelectuales revolucionarios se dejaron atraer por el co­lorido local. Como Ramón López Velarde, que empeque­ñeció a 1:1 metrópoli "ojerosa y pintada"' y puso por las nubes a Jerez, muchos poetas y no\"elistas le _hicieron "comerciales" a la existencia tri\"ial y pueblerma. Los hombres de letras, no Jos del gremio de la h~storia. Los de más nota entre éstos nadaron en otras comentes: el indigenismo, el colo~smo, ~1 hispanoamericanismo. Sin embugo, en los pruneros vemte anos de ~poca. rev~­lucionaria salieron a la luz más libros de mtcrohtstona que en los cuarenta años de la era liberal. Conté para el periodo 1911-1940, 250 libros de historia regional y local; el 49% caen en la categoría de historia de los estados, y el 51% de historias locales. las ';l~s de. éstas historian a ciudades de fuste. Los temas pohttcos stguen predominando. También abundan las monografías enci­clopédicas. Irrumpen con fuerza dos nuevos modos de microhistoria: la etnohistoria que echa a retozar don Ma­nuel Gamio, y la historia lugareña del arte, lanzad~ por un ~entimcntal trotamundos, don Manuel Toussamt.

De 1941 a 1970 han aparecido alrededor de 550 his­torias de tema regional y parroquial; ~to es, dieciocho por :uio, más del doble de las pubüca~as du~t~ la Revolución y casi el triple de las que produJO el Porfmato. L'LS historias locales han aventajado en número a las de asunto regional. Va de salida la moda de hacer historias de los estados. El 62% de la producción reciente es parroquial. Todavía más: crece la cif~ de libro~ mi­crohistódcos que toman como asunto Ciudades cht~as y pueblos. Otra buena noticia: ya muchos estados ~enen animadores entusiastas -y a veces, además de entusiastas, muy profesionales- de la historia localista. Así en el estado de México, Mario Colín; en Veracruz, Leonardo

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Pasquel; en Nuevo león, Israel Cavazos· en Jalisco José R • • • amu:~ Flores; en San Luis Potosí, Rafael .Montejano

y Agumaga; en Guanajuato, Eduardo Salceda. Con todo la historia concreta no ha alcanzado su mi.-cima estatura: Ahora se enfrenta a muchos problemas, a \':lriados obs­táculos, :1 serias lesiones.

La crisis actual de la microbistoria mCXJona es múltiple Hay líos en autores, lectores, asuntos y métodos. Aunqu~ se ~an muy ilustres excepciones, generalmente el sacer­docto de la m icrohistoria es de dos especies: la amateur pueblertna y la profesional capitalina. Los de In especie am~t~ur, _car~ce~ de formación ad boc y no cuentan con auxdtos mstttuctonales, están en mala situación econó­mica, dedican los ratos perdidos a Clío, viven aislados del mundo intelectual, desconocen las nuevas corrientes de metodología, van a la zaga, muy a la zaga; están fuera de onda, completamente 0111. Una de sus virtudes es la de carecer del vicio del profesionalismo; otra, su vocación ~r el tema. Los microhistoriadores de la especie profe­SIOnal generalmente son meras máquinas hacedoras de libros de tijera y engrudo, indiferentes a la vida menuda que pret~den historiar, sin cariño por su objeto de estudiO. N1 los vocados sin oficio, ni los profesionales sin vocación pueden sacar al buey del atolladero.

El lectorio y el auditorio de los historiadores Jocalistas sigue siendo rcd1.1cido, pobre y espontáneo. En el círculo ac~~émico las microhistorias gozan de poca estima. Los cnt:Jcos rara vez les conceden un rato de aleación. El gran público no sabe de su_ existencia. Circul:1o entre amigos. Muy pocas veces trasaenden las fronteras de su terruño

• • • • J

y ru. s•qutera co este llegan muy allá. No cumplen la fun~ón .P~ ~a. que fueron escritas. No despiertan la conaenaa htstonca de los lugareños ni les permiten re-

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solver los problemas prácticos locales. No se imponen como texto5 en las esruelas, y de nada les servi~án a eso~ futuros trabajadores que son los educandos. V tenen cast del vacío y caen en el vaáo. Ni siquiera pasan, como diría don Arturo Amáiz y Freg, de la t;umba de los archivos a la tumba de las bibliotecas, porque las ?lás no provienen de aquéllos y sólo las menos son recogrdas en las bodegas bíblicas. • . .

En los últimos años el esfuerzo beunsuco de los mtcro­historiadores ha aumentado; se advierte un mayor. apro· vechamiento de los fondos docum~tales .de archr.vos Y bibliotecas. Sin embargo, lo conse&u;ldo esta muy. le¡os d.e la meta ideal. Todavía se anda a tientas; todavra la. llll· crohistoria se hace más con conjeturas que con t~st~o-

. L• ~zón es clara: los investigadores provmcrales osos. .. w • Qu"' difícilmente logran acceder a lo~ testi~onros. ¿ t~n ~o reconoce la pobreza y mal funaonamrento de las brblio­tecas públicas? ¿Quién ignora las faltas y el desord.en ~e nuestros archivos? La mayoría de las fuent~ ~e la ~ona local no ha sido recogida aún en los reposrtonos púb~cos. Muchas han sido sustraidas por biblió~an~ y manracos de los papeles viejos y se guardan. ba¡o srete llaves en arcones privadísimos. Otras han srdo ~tregadas a la acción destructiva de la humedad, o del atre, o d~ fue~, o vendidas para servir de papel de envoltura. La srtuaoón lugareña de los depósitos de fuentes suele se.r ~ mala que más de alguno considera sal':adora la emrgracrón de sus papeles hacia Jos Estados Umdos. . .

Sobre la dificultad de allegarse huell~ para la htstona local se podría decir mucho. Lo ha~ dtcho don Rafael Montejano y Aguiñaga y don Antomo Pompa y Pompa. Sobre el mal uso que en la mayoría de l~s casos se ~c:e de las escasas fuentes accesibles, baste dear que. la enoca está en pañales. De hecho todas las operaoones del

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anális~ histórico dejan mucho que desear. No se tienen detecttves .de la historia; faltan heurísticos, críticos y h.ermen~~cos; hay muy pocos cultivadores de las cien· aas auxiliares. Por ausencia de asistentes e! microhisto­riador se ve obligado a convertirse en ho~bre orquesta y naturalmente falla. en el uso de algunos pitos, cuerdas Y. tambores; fallarta aunque no fuera, como Jo es casi stempre, un simple aficionado, sin más instrumentos de anál~is y síntesis que una gran afición a su gente y su ter runo.

Por diletantismo, por desconocimiento de las fuentes por escasez de colaboración, Ja temática de la histori~ local sigue siendo muy ruin. Como la fachada de las vidas política, militar y religiosa produce documentación ab~odante y asequible, nuestra historia parr~uial sigrte adtcta a los sucesos bélicos, poHticos y rehgiosos de relumbrón. Como el historiador parroquial generalmente es un empleado de la autoridad civil o de la autoridad religiosa o de la autoridad económica, o de las tres, acostumbra añadir a sus efemérides chorizos de semblan· zas prosopof>éricas de sus patrocinadores y de los parientes de sus patroanadores. La mayoóa de la historia matria ~lla casi s~empr~ los aspectos más significativos de la v1da Iugarena; de¡a fuera lo mejor; sólo cultiva las por­ciones menos fértiles de su campo.

De las muchas debilidades del conjunto de nuestra historiografía parroquial, quizá las más notorias son las arquitectónicas y estiHsticas. La manera como nuestros eru.ditos su~len distribuir .el fruto de sus investigaciones está muy le¡os de la arqwtectura funcional. Ni la forma de ef~mérides, ni el orden alfabético de asuntos, ni las colecctones de estampas y episodios, ni las escuetas na­rraciones cronológicas son los moldes más apropiados para recomponer la vida local. Otra cara repelente de

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esa historio8rafía -y no privativa de ella- es la pro.sa solemne esdrújula, camp¡ la prosa que no habla el comun de la g~te; la prosa menos expresiva de las comunidades reseñadas; la prosa mortífera de púlpito, estrado y pla­taforma.

Aunque la historia local tiene una la~sa, y a veces luminosa, tradición· aunque es, por su numero, uno de los fragmentos mayores de toda _la ~istoriografía ~c;xi· cana debido a sus muchas defiaenaas sólo esporadica· mente puede servir de ejemplo a la historiografía !~cal del futuro. En este caso urge mis que en otros abnrse a una '"nueva historia", darle la espalda a la tradición, huir de Jo h echo. Hay que pensar en una '"nueva historia local"' que :no sea copia y plagio de nin~na otra, ni de la tradicional nuestra ni de la que se estila ahora en los países desarrollados.

El porvenir de la historia local puede ser halagüeño. Hay tela de donde cortar. Es posible ten~r a corto p~ un buen equipo de sastres cortado~es. Eruten muchas t~ueses es léndidas todavía sin opera.nos. Son cada vez ~as ~os d!eos de oír el mensaje, la buena nue':a, de la histo_no­grafía microscópica. El futuro que se V1Slumb1r:n~~go-roso porque las oportunidades actuales son esp . • ·

Quizá por ser un país en vías de desarrollo! qwza por disímbolo a pesar de los esfuerzos tgualadores mantenerse h" · ·o al

de la mod eroización, quizá porque . su ~stona n~Cf n es sólo piel y sus entrañas son part•culanstas, qu~a por

. . d 1 · al terruño México es la superv¡vencxa e os amores. . . • ' da. El rt"cularmente proclive a la htstonografta _meou ~~o natural de la ciencia ~óri~ mextcana e~~~ calista. Los otros caminos han stdo . '":~puestos m

1 poder la imitación extran ¡enz211te, la moda Y veces por e • · ó irantes a la pedantería universitaria. Muchos J venes asp

co~vertirse en histo~dor~ confiesan que su mayor interés res1de en reconstruir la v1da del corto pedazo de tie.rra y de la pequeña comunidad a la que aman de donde provienen, donde muchas veces laboran. So~ los profe­sor~-s, los poderes politi_cos, económico y religioso, la ros· tumbre pop, las acaderruas, los cenáculos, los que los apar­tan de ~u vocación epontánea.

la curiosidad histórica se dirige hacia la vida local porque ésta, en México, es de una riqueza inconmensu­rable para 1~ emoción, el pensamiento y 1:! moción. Los temas atractivos, los temas en busca de autor se cuentan ~!" millare~. Se puede afirmar categóricamente que la Giiera Rodnguez no tuvo razón en su dicho tan cacareado de que fuera de la ciudad de México todo es Cuautitlán. 9uien le dio al dav~ fue Ignacio Ramírez cuando dijo: En vano nos empenamos en confundir en una sola a

cien naciones diferentes." El Nigromante vislumbró den mexiquitos. Quizá sean el doble o el triple, o muchos má!. No por repetida y cursi deja de ser exacta la expre­sión de que "México es un mosaico multicolor".

Ninguno de los aquí presentes ignoramos la osatura troceada de México. Este es un caso de pequeños países. Y no sólo eso. las diferencias físicas del piso coadyuvan a diferencias económicas y culturales. Mil Méxicos, many Méxicos, multi-México; llámele como qu.iera a tantas si­tuaciones de aislamiento y diferenciación, a una suroa tao IRrg.t de entes regionales. ¿Y dónde está la red de inves­tigaciones microhistóricas que cubra ni total meKicano?

Charles Harris acaba de insistir en la necesidad de exponer particularmente la vida de la hacienda, porque "'nada, según Jacques I.ambert, ha tenido un efecto más difuso y duradero en la historia social y política de Amé­rica latina .. , porque, según Gibson, ··es una institución crucial"', cuyo estudio histórico se ha descuidado. Para

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el coooam1ento transversal de su natalidad y puenaa existe la obra disica de F ran9>is Chevalier, a la que pronto complementará, para los siglos xvm y XIX, la de David Brading. Para el saber vertical de nuestras ha­ciendas destacan las muy buenas aportaciones de Edith Boorstein Couturier sobre San Juan Hueyapan; Ward Barrett sobre San Antonio Atlacomulco y la propia de Harris sobre el latifundio de los Sánchez Navarro. Con todo, lo que falta por cubrir es inmenso. No hay nada sobre alguna de tantas haciendas de autoconsumo; no se han historiado las modernas haciendas agrícolas como las de Cusi en la Tierra Caliente de Michoacán.

Otro, entre los muchísimos terrenos poco y mal explo­rados por la historiografía local y con grandes posibili­dades de estudio, es el de los pueblos rústicos de oriundez hispánica. Se acepta comúnmente la división tripartita de la cultura mexicana: en un primer piso, el sedimento prehispánico; en el segundo, el acarreo hispánico, y en el tercero, las adquisiciones modernas. Alrededor del 20% de los mexicanos actuales habitan el primer piso; otro 20%, el segundo, y la mayoría restante, el tercero. El 60% de población urbana y moderna, aunque se dis· tribuye en más de cien panales, es m:l.s o menos un todo homogéneo desde el punto de vista cultural. Las minorías indígena e hispanorrústica son muy heterogéneas cultu­ralmente. La existencia de la población urbana constituye generalmente el asunto de la historia nacional. Las frac­ciones de la pobl:l.ción indígena han sido y están siendo estudiadas por un buen número de antropólogos e histo­riadores de profesión, que no por los aficionados nativos .. Algunos pueblos de la población hispanorrústica han me­recido la atención amateur de algún lugareño, que no la profesional de antropólogos e historiadores salidos de las aulas universitarias. Ojalá dispusiera de tiempo y

(,!!

espacio para mostrar los tracti · . pueblos de oriundez his a. . vos mJcroh1stóricos de Jos

En f" 1 panJca. 1n, as minicomunidades d" tantas como las miles de . . Jgn~ de estudio son Hay numerosas matrias y tambm:comunldades existentes. una de ellas mereced 1. ~uchas facetas ea cada torización La 1..:~ ?ras de _hJ~tona, necesitadas de his-

. UJXona econom1ca · 1 enormes posibilidades La h. t . la ruve local ofrece ante la vida 1a muerte 1 :mor¡a Ocal de las actitudes campo inexpÍorado La ' e ~ro y. la novedad es otro

• · · nueva m1crohistoria d b · con ~x1to a. todos los sectores de la v "da. pue. e a nrse graf¡a, sooedad, religión politi ~ d . econoiDJ~ demo­tudes, arte, ciencia y litenÚ: ca, 1 eas, creenaas, acti­q~e s~ preste tanto a la ~~ podular. No hay disciplina h1stona integral, como la ':icr"oh _el ~mbre entero, a Ja

El profesor Finber . tstona. toria es como se He"" g ol?ma que a través de la mioihis-1 hi . "~ me¡or a la verdad h . p • a stonografía micro • . umana. ara el, contiene ... ~. dad scopica, como suele ser la mini

• ....., ver que la telescó · ' mayor aproximación a la realidad h pica; ~ alcanza una que es posible ver desde 1 . umann VJendo lo poco piando un gran anonuna a propJa estatura que contem­la ventanilla df .• desde una devada torre o desde

un avton de retroim u1 E . profesor le concede otra virtud P :?· . l m1smo de ser un gimnasio idea] ~ la pequena historia, la historiográficos de los es!~:nt esarrolla: Jo~ múscuJos la historiografía local como . es de historJa, porque de todas las técnicas ·h-·· ·sti· rungu~~ otra, exige d uso eti 16 • ~ud cas Crtticas int ·

o gJ~, .arquitectónicas y de, estilo ' erpretaovas, La histona de lugares - . ·

dades en la República M==~ tiene muchas posibili­por lo rico y múltiple de las f ' en muy buena medida lo disperso caóti uentes locales, a pesar de dición ora!' está :uyy ~~tratae tdo

1de ~ fuentes. La tea-

o re ugarenos y es un tipo

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de testimonio notablemente fecundo si se les trabaja con los métodos afinados de la entrevista. Los registros pa· rroquiales testimonian no sólo el camino demográfico; también el social y aun el mental, sobre todo en los libros de informaciones matrimoniales y visitas de obispos. Los archivos de notarías permiten trazar la trayectoria de la tenencia de la tierra y múltiples aspectos de lo social y económico. Los papeles de las haciendas, los diarios, las genealogías, las memorias, las hojas sueltas, los epis­tolarios de las amas de casa, los libros de diezmos, las petaquillas donde se custodian las reliquias del pasado familiar, las cicatrices del terreno, la aerofoto, los perió­dicos, los censos, la vieja arquitectura, son sólo algunos de los caminos que se ofrecen para meterse de rondón hasta el fondo de la vida lugareña.

Aparte, existe una demanda creciente de microhistoria por parte de los historiadores de alcance nacional, los economistas, los sociólogos y los geógrafos humanos, en México y en el extranjero. Lucien Febvre escribió hace 30 años: ··sólo conozco un medio, uno solo, de compren­der bien, de situar adecuadamente la gran historia, y es la de poseer a fondo, en todo su desarrollo, la his­toria de una región, de una provincia. . . .. Años después don Alfonso Reyes dijo: "Es tiempo de volver los ojos hacia nuestros cronistas e historiadores locales .. . En Jos historiadores locales están las aguas vivas, los gérmenes palpitantes. Muchos casos nacionales se entenderían me­jor procediendo a la síntesis de los conflictos y sucesos registrados en cada región."" "La economía regional ~­cribe Leuilliot- necesita mucho de la historia local que le procura materiales y métodos de aproximación." Y no sólo entre los colegas de otras ramas del conocimiento, también en el circulo popular se perciben signos de acer­camiento. Todo hace esperar un próximo auge de la

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minihistoria. Sin embar . de una política e go, es cre¡bJe que sin el concurso

, se auge se malogrará.

~ política a seguir para Jo e . • nueva historia local" !% ar el adverumaento de 1a

todos y cada uno de 1 req~ere. de la colaboración de ofrezcan alguna ut·l·d dos hJStonadores localístas. Quiz:i

. t ' a para la hech d operaaones en pro de la . . . ura e un plan de sentadas en orden dispers~cri:I~JS~na las. propuestas pre­Moreno y por mí a la ~ po~ 0~. Wagber~o Jiménez de México y los Estados ~~ca eunt~n de Hastoriadores noviembre de 1969. Alli e~dosr reuruda .en. Oaxtepec en pro~uso los puntos numerado!' ofesor }amenez .Moreno continuación de los perpetrad del 1,0 al 1.5, atados a del orden en que se leyer os pob ml para no apartarme politica bien planeada on ~ ~epec. No son una a seguir. Allí se idió ' pero _5I scmallas para un plan tinatarios 1 · 1? • pero sm hacerlo llegar a los des-, o sagwente:

. 1) Que la Secretaria de Educación Públi las . aones de educación de lo ~.Y darec­toria local en Jos niveles s destados _hagan sa.tJo ~ la his­cundaria. e ensenanza pnmaraa y se-

tur2) 2ue nues~ras .universidades y centros de alt 1-~ ran semananos y cátedras donde se ~ cu

aplaquen los principios y métodos de la h" t ~nslenen y 3} Co · as ona ocal.

nseguu para los pasant d hi . a la microhisto · es e stona proclives

. . na que se les conceda beca -para anvestagación y organización de archiv por ~ a?o les, y el informe sobre su b. ed os provmcaa­tesis para optar a los grados ~li~ a .se les acepte como

4) R cenCiatura y maestría eanudar los congresos nacionales d . . ·

desde 1933 ayudaron a establ e histona que toriadores de 1a capital

1 ecer. el. contacto entre bis­

investigaciones de histo r a p;ovmoa y a promover las na regaonal y parroquial.

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5) Formar desde luego una asociación de ~toriado­res matriotas ruya sede podría estar en la cap1tal de la República o en una de las capitales de los estados.

6) E.'Ctender el mecenazgo del gobierno y las fun~· dones a la historiografia de tema local en forma de becas, o sineruras burocráticas, o premios a la labor hecha, o mediante la edición y distribución de las obras de nuestros cronistas locales.

7) Difundir, por medio de una revista creada ttd hoc, las nuevas orientaciones de la microhistoria en otros países y los trabajos microhistóricos hechos en México.

8) Promover la traducción de obras de historia local que se distingan por su carácter innovador o su perfec­ción técnica.

9) Fundar una Universidad de verano, ruya sede po­dría ser El Colegio de México, donde por un par de meses cada año se impartieran conferencias y cursillos sobre principios y métodos.

1 O) Procurar en cada población de importancia, la organización de juntas de geografia e historia locales, integradas _por personas ~dónea.s, conocedoras del arnbi~­te geográf1co en que v1ven y de los antecedentes his· tóricos del lugar.

11) Que se procure la instalación aderuada de cier­tos archivos locales importantes, y la catalogación de sus fondos documentales, mediante la colaboración de Jos gobiernos de Jos estados o de las autoridades munici­pales con el Instituto Nacional de Antropologia e His· toria.

12) Que se introduzcan libros de lectura especiales para cada estado, en que Jos ternas sean, con preferen­cia, la geografia, la flora, la fauna, el folklore, la ar­queología, la etnografía y la historia de la región, lo

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mismo que datos de carácter lingüístico, y juicios sobre el valor de. los productos artísticos regionales, revincn­lan?.o por estos y otros medios a los h:iliitantes con la regton.

13) Qu<; se ~rom.ueva la creación de un Instituto de Geografra e Histona Regionales, preferentemente den· tro de la UNAM, con el apoyo de las universidades esta· tales y en colaboración con ellas. Tal instituto contar• con mapot~, biblioteca, hemeroteca y archivo do~~ mental de mtcropelícula.

14) Qu~. se pida a El. Co~egio de México que auspicie

la elaboraaon de •ma hrstona de la historiografía meJci. canaf. Y d~tro de ella se consagre atención a Ja historio· gra ta regtonal y local.

U) Que se solicit~ a El Colegio de México encargue a pe;sona o p~rsonas Idóneas la elaboración de una biblio­grafta de la historia regional y local de México

ab~n suma, como dijo don Alfonso Reyes . conviene m el fuego en toda la linea. ' 16) .Q~e se reanuden los Congresos de H istoria que

tanto ~1er?n desde 1933, para establecer el contacto entre criadores . de .la capital y de la provincia y promover las mvestJgaaones de historia regionaL

17) Que se forme una asociación de historiadores lo-

leales con sede en México o en la capital de alguno de os estados.

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UN SIGLO DE APORTACIONES MEXICANAS A LA HISTORIA MA TRIA •

PRÓPOS!TOS Y DISCULPAS

LA HISTORIOGRAFÍA local no figura en el balance que hizo El Colegio de ~éx.ico_ en. 196~ co~ el nomb.re. d~ Veinticinco años de mvestrgacrón hrstórrca en Mexrco. Cuando se proyectaba esa obra, alguien recordó la carta escrita diez años antes por don Alfonso Reyes a don Daniel Cosío Villegas. Allí _se lee: ·:Es t!empo de volver los ojos hacia nuestros croniStas e htstonadores l?cales Y recoger, así, la contribución particular de tanto nachuc;to y arroyo en la gran comente de nue~tra epopeya naao­nal .. . Habría que comenzar por ~ mven~no, por una bibliografía metódica, que usted b1en pu~~a encargar a Jos excelentes colaborador;!S de su rev1sta.

En 1965 nadie aceptó la tarea solicitada por d?n ~­fonso, nadie se prestó a levanbr el ~ de las ~~onas locales. Los obstáculos eran y siguen stendo múlt1pl7s. Para hacer una lista más o menos completa es necesar1o, entre otras cosas, recorrer uno a uno y minuciosamente todos los rincones de la República. La raz~~ es ~ara: muchas de esas crónicas, no obstante la d1lt$eneta de don Wigberto Jiménez Moreno y don Antonto Pompa y Pompa, no se encuentran todavía en los lugares fre-

• Trabajo prnent:~.do :mt<" 1.3. Terc~ra. Reunión de His,ori:ldort:S Mexi· aDOS 1 Notteam~ria.n05. O~ nOVItmbre d~ 19~9. . .

1 T mbi&:l se publicó al los n!.u:ns. )8 a 60. de Hntortll M1-xut111:t. 2 A~ronso ~ La b:uLu : ~r.u. Primn ~i1t1to. Mhico, Tc.onúe,

1~)7. p. 106.

7·1

cuentados por los investigadores, en los anaqueles de las bibliotecas y los archivos públicos. Algunas, en copia a máquina o en manuscrito, están en las casas pueblerinas de sus autores. Otras, que han llegado a la reproducción en mimeógrafo, nunca han salido del vecindario muni· cipal. Aquellas de las que una imprenta provinciana hizo cien y hast::l quinientos ejemplares, rara vez alcanzaron el honor de ser acogidas por una biblioteca.

Además de buscar por todos los rincones del país, el investigador pedido por don Alfonso tiene, antes de ponerse en obra, que proceder a un deslinde: fijar los límites de la microhistoria para no expone~se a sumar peras y manzanas. En este caso, la imprecisión lo en· vuelve todo. Habrá que convenir en qué es comunidad marginal, regional y parroquial y en qué es etnohistoria e historia de regiones, ciudades y parroquias. Quizá la etnohistoria, que se ocupa de tribus y grupos marginados, la historia regional, que toma como asunto la gran divi· sión administrativa de un Estado, la entretenida en las vicisitudes y pormenores de las ciudades y la historia de aldeas y pueblos no sean la misma cosa, probablemente ni hermanas y ni siquiera primas. No es fácil confundir y agavillar estudios relativos a los huicholes, el munici­pio de San Miguel el Alto, la ciudad de México, el barrio de la Cohetera, cl distrito de Jiquilpan, el Valle del Fuerte, la diócesis de Tulancingo, la arquidiócesis de Morelia, el estado de Campeche, la península de Yuca­tán, el vastísimo norte, las ruinas prebispánicas de Tula, la conquista de la Nueva Galkia, la sociedad de Zaca­tecas en los albores de la época colonial, los misioneros muertos en el norte de la Nueva España, la independen­cia en Xochimilco, la intervención francesa en Michoacán, la revuelta de la Noria, Porfirio Díaz en Chapala, Zapata y la revolución en Morelos, los cristeros del volcán de

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Colima, Yucatán desde la época más remota hasta nues­tros días, las artes gráficas en Puebla, la instrucción pú­blica en San Luis Potosí, la bibliografía de Tlaxcala y el Congreso de Chilpancingo.

Por otra parte, ya es tiempo de que sea atendida la petición de don Al~onso Rey~ y mi~~ ~ da con ~a persona hábil y pac1ente que ¡unte, discrumnc y estud1e crónicas e historias locales, no está por dem:ís aventurar un juicio, decir una primera palabra, puesto. que na~a se ha dicho del conjunto. Por lo mismo, m1 ponenc1a llega muy temprano, y siempre será penoso el ~egar con demasiada anticipación a un quehacer o a una f1esta, antes de los invitados de nota.

Hace poco que emped a reunir, en horas robadas a otros quehaceres, la bibliografía. Naturalmente no pude establecer en tan breve plazo, y desde Mé.xico, un catálogo como el que hace falta. Por otra parte la Reunión ante quien se presentan estos apuntes señaló que no quería oír ni leer una lista de nombres de autores y títulos de obras. Hubo, pues, que pasar de la bibliografía incipiente al escrutinio de lo poco catalogado, y aquí los logros fueron mínimos. Había que examinar mil libros, debía leer más de cien mil páginas, pero el tiempo sólo alcanzó para ojear apresuradamente poco más de cinco mil es­cogidas al azar, o casi.

Lo hecho adrede fue la exclusión, en el catálogo y en el enmen, de los estudios de arqueología y etnohis­toria, bibliografías, colecciones documentales y otros tra­bajos auxiliares de la historia, las semihistorias que ~lo miran una de las parcelas de la cultura y las contribu· ciones extranjeras (la mayoría norteamericanas) que tocan nuestra vida local. T ampoco admití, por la dificultad de dar con ellos, textos mecanográficos y mimeográficos y estudios aparecidos en publicaciones periódicas. Me quedé

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con obras impresas separadamente y no con todas. Excluí los opúsculos que no llegaban a las veinticinco páginas. Por último, me limité a la producción del último siglo, de 1870 para acá.

En suma, traigo a cuento algunos libros de verdadera historia, h~os por mexicanos entre 1870 y 1969, de asunto regiOnal (entendida por región cada una de las d ivisiones territoriales, mayores y administrativas de Méxi­co: las estudiadas por don Edmundo O'Gorman en una obra clásica) o parroquial, donde se usa parroquia en el sentido de patria minúscula, la que Unamuno llama de. campanario, "la patria ya no chica si no menos que ch1ca, la que podemos abarcar de una mirada, como se puede abarcar Bilbao desde muchas alturas". • En otros térmi!los, las historias que suelen ser expresión de dos cmoaones de mala fama : el aldeanismo y el provincia­lismo. En el caso de México, emociones perturbadoras de algo tan grave y sonoro como son la consolidación de la nacionalidad y el patriotismo.

Y a.u?que el provincialismo y ~ aldeanismo son aquí más v1e¡os que el amor a la patna por ser herencia re­cibida de los pueblos precortesianos y de España, y aun­que la historiografía que los expresa es tan antigua como el atole blanco (los indios precortesianos sólo dibujaron historias de sus tribus y los españoles de la baja Edad Media escribieron historias de villas y ciudades) no voy a remontarme a Jos orígenes. Sería llevar las cosas de­masiado lejos si comenzara con Juan Gil de Zamora el cronista del siglo XUI que inaugura el género en Esp:ma co? De. preconiiJ ci~itaJiJ Nnmantine. También se puede ev1tar sm grandes nesgos la referencia a las crónicas que de sus respectivas provincias y misiones hicieron f rancis-

1 Mi&uel de Urtamuno~ cit. por AIJonso de A1ha., LA ;ro,.htti:t Drt~ltll México, Editorial Culturt, 1949, p. 26. '

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canos, dominicos, agustinos, jesuitas y otras órdenes de la era colonial mexicana. Con la Reforma se produce un corte tan profundo en la vida de Mé~co ~ue, a partir de su triunfo, es posible comenzar la htstona de muchos aspectos de lo mexicano. . .

La fecha inicial no se ha escogtdo por puro capncho. .Alrededor de ella y en un quinquenio a~arecen las obrll:5 de Longinos Banda, Gerónimo del G'\Sttlto,. M:mu_el Rt· vera Cambas, Ignacio Navarrete, Manuel ~~~ y Sa~m: y .Alejandro Prieto que rompen con la tradtctón y strven de modelo al porvenir. Quizá más az;u:;oso que el pu~to de arranque sea el deslind7 de _la matena en tres. I:eoodos: el paúírico el revoluctonano y el actual. Qutza un es­tudto a for:do del problema destruya esa periodización.

CUANDO LA PATRIA ERA EL CENTRO

Desde mediados del siglo xrx, "las invasiones extranjeras y la presencia constante ~e un vecino to?opod~oso" • habían robustecido en los ¡óvenes de la a.nstocracta y la mesocracia de las ciudades mexicanas, un nacionalismo desconfiado, a la defensiva, triste y pros~litista. La doc· tora Vázquez de Knauth cuenta los ~elides de ~u~ se valieron aquellos hombres para contagtar su patnottsmo a la gran masa de la ??~!ación:• La ~lite ~triótica, casi toda ella liberal y posltiVlsta, hizo lo mdectble por .hacer a todos Jos vecinos de la República patriotas, prácticos y libres. Juárez, Lerdo y Díaz combatieron com~ antigua· Jlas amores y filias regionales y aldeanas, e mtentaron aniquilar su expresión, ~lítica: el cacica~g~. Como de­fensa, los intereses poltttcos estatales esgnmteron la doc-

• S<ymour .Mmtoo, ''El naáanalismo y 1• n<M:b" en Ar:hir4 l#· Jl1<•"• vol. XXIX (abril de 1969), p. 407.

6 Josefina Vá:zqut'l: dr Knauth, Nariot:IZlismo ~ ,:/•tftti6•. Mkko, El Col<gio de M~xico, p. 197.

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tr~na del. federalismo, y los municipales la del ayun~a­mJe~to. libre. Pero no fueron ésas las únicas armas esgrurudas. La historiografía local entró también a la pelea .

.Aigun~ gobernad~ res de los estados ( Gonzalitos de Nuevo León, Eustaqwo Buelna de Sinaloa, Eligio Ancona de Yucat:ín, Joaquín Baranda de Campeche Manuel Muro ~e San Luis ?ot~sí y Ramón Corral de Son~ra), en sendos ltbros d~ htstona, destacaron, con su puño y letra, Ja personalidad d_e ~us respectivas entidades polítiCl.'i. Otros S?ber~adores urucamente promovieron la factura de esas h1s~nas. N~ca como entonces la historiografía sub­nn oonal se vto tan favorecida por las autoridades. Nunca tampoco ha vuelto a tener tan buenos operarios esa mies

Ningun?. fue historia~or profesional porque no habí~ tal profesJ?O, pero casa todos se distinguieron por su vasta y vanada cultura, su inteligencia, su mucho mundo y su entr~able cariño a la patria chica. Aparte de gober­n.adore~ ilu_strados, anduvieron metidos en la reconstruc­oón ~~~tónca provinciana el obispo Crescencio Carrillo, ~1 mtntstro de la Suprema Corte Eduardo Ruiz el t~genie~o y periodista Manuel Rivera Cambas, el ~6-nago ~tcente de P. ~drade, los sacerdotes Manuel Gil, A.ntonao <?aY y Luoo Marmolejo, el jefe político de E¡utl? y dtputado al Congreso federal Manuel Martínez Gr?oda, el coronel y poeta Elías Amador y Jos distin· gu~dos abogados y educadores Francisco Malina So!ís LUIS Pérez Verdia y Francisco Medina de la Torre. si no se pt~ede . decir que est~ao a la altura del conjunto de los hlstonad~res de la v1da nacional es porque eran gene~lmente ~ altos. Según nuestra bibliografía, se publicaron 200 libros de microhistoria integral en tiem­pos de do~ Porfirio; algo así como cinco por año. Dentro de un penado de cuatro décadas, fueron temporadas fe-

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cundas las de 1878-1881, 1899·190.5 y 1909·1910. En este último bienio se produjo la séptima parte del_ total. La celebración del Centenario de la Inde~denoa ex­plica la anomalía. Con este motivo se escnbió acerca de mil cosas pertenecientes a Oaxaca, Puebla y Guanajuato.• Se aprovechó también el máximo momento del naciona­lismo para expedir obras tan monumentales como el Bosquejo histórico de ZacaJecas, en dos volúmenes, de Elías Amador; las Recordaciones históricas, en dos volú­menes, del campechano Joaquín Baranda, el Diccionario en tres volúmenes, y la HiJtoria civil y eclesiástica de Mirhoarán, en otros tres, de Mariano de Jesús Torres; los Anales históricos de Campeche, en dos volúmenes, de Francisco Álvarcz; la Hi!toria de San Luis Potosí, en tres vollJmcnes, de Manuel Muro, la Historia partiwlar del estado de fa/iJ(o, en tres volúmenes, de Luís Pérez Verdía, y la Historia de YucaJán d11rnntt la dominac!ón npañola, también en tres volúmenes, de Juan Franasco Molina Solís.1

Entonces la historia de los estados fue mis cultivada que la municipal. El 63% de los libros del periodo cu~~en la vida conjunta de 24 de los 28 estados de la Federaaoo. Los m:ís historiados fueron Jalisco, Michoacán, Puebla, San Luis Potosí y Yucatán. El aspecto predomin:1nte en la historiografía estatal es el político pero no faltan Jos

r. t.ndr~s Por1illo. Oax~tca en ti c~n;enario á~ /11 ir:JtjJtndmria. Noti· daJ blJtóriras 1 tJI:tdistha.s Je ltt ciud~Já Jt 0ttXtlfll y ttl&unas ltytfi~"-J lrtU!Jtionalts. O:tx..1.ca, lmprent.íL del E~t~do, 1910, 996 pp. más 'P(n­d1ce de 92 pp. lgn:~cio Herrer-il5 y Ma.rio Vjrroria, PNtbla tn tl C,n­ltll"'i~, México, imprenta L:lC<~.ud, 19 JO, pp. 116.

1 Adcm:i.J, Edu;ardo Gómcr J-bro. LA rhtd11J dt P11tbla 1 ft: guerr~ J1 utJtpttltÜ11ritr,· fr:mci.sco R. de los Rios. P•thltt dt /()s A•zrln 1 /.a ()r;/tlf dtur1iairu:~: .Ada!herto } A•güetlcs, RtuW.l Jtl tJtado Jt T ~&· , •• lipo~r José- ~tui:~ PCIO('e de I...róa, RtJtí!.u hiJ16fltiiJ átl tst&:JtJ tft Chih:~llh~~~.¡ Mtnuel Gt::!bre. Gobitr~~o 1 ldt'~J•tts Jt ]t~!iJtD; bfttcl Cana Cantil. AI&N'•os •P1n::tt IIUHII Jt lútU'O Lid•.

so

trabajos de índole enciclopédica como los que hicieron Manuel Gil, de Tabasco; Alejandro Prieto, de Tamauli­pas; Eustaquio Bueloa, de Sinaloa; Serapio Baqueiro, de Yucatán; Ignacio Rodríguez, de Colima, y Francisco Bel­mar, de Oaxaca. Con todo, donde mis predomina la ten­dencia enciclopédica, donde casi nunca deja de conjugarse el tema histórico con el geográfico y económico, es en la historiografía de corte parroquial, en lo~ volúmenes de Juan de la Torre, sobre Morelia; Ramón Sánchez, sobre Arandas y Jiquilpan; Luis Escandón, sobre Tula; Fran­cisco Medina de la Torre, sobre San Miguel el Alto; Joaquín Romo, sobre Guadalajara; Valentln Frías, sobre Querétaro; Enrique Herrera, sobre· Córdoba, y Joaquín M. Rodríguez, sobre Jalapa.s

Muchas de las obras de la época porfiriana no traen aparato erudito; no se ve ni una nota a lo largo de la narración. Los laicos las pueden leer a sus anchas, pero no Jos profesionales de la historia, siempre tan mal pen­sados. Lo primero que se ocurre es que aquellos enormes libros son fruto del magín o del plagio y no de la pa­ciente y surtida búsqueda en documentos, tepalcates, periódicos y crónicas. De hecho, abundan los no exentos de fantasía, sobre todo en la parte concerniente a la antigüedad prehispánica, pero aun los mis fantást.icos, como el de Ignacio Navarrete sobre Jalisco,• no carecen de erudición, y algunos ya son tan sobradamente docu­mentAdOs como Jos que vendrán después. En varios, adem:ís de documentos y monumentos, se echa mano de la tradición oral. Entonces comienza, con el beneplácito del positivismo, la historiografia que se autollam6 cien­tífica.

1 ViJ. BibliosnJía en "La C05«ha d<l siglo'·. • ViJ. Anilisis de ]OIIK Bravo Up.rte. Hisltl'út ,.,;,,. Jt Mirhoi~J•.

Prni•ri• lfUJ<ff' 1 i•tnJnti4. Máico, Jus. 1966:.

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Los historiadores cientificos de ahora encuentran mu­chas imperfecciones de método en Jos historiadores. de la edad porfiriana, porque no se informaron exhaust.tva­mente, usaron más fuentes impresas que manus<:ntas, creyeron en cosas increíbles, o dieron alguna vez nend:1 suelt:l a la pasión. Como qwera, no fueron perezosos ni ingenuos. Creían, con don Ni~olás .León, que. '"el ~o­nocimiento de las proúucciones hteranas de Jos mgentos de aquellos tiempos, y el estudio crítico. d~ _ell~ son .la única base en que debe estribar l:l apreoaaon tmp:uaal tocante a la ciencia de nuestros antepasados" .10 Y no tomaron a la ligera las operaciones d~l .aJ?álisis his~órico porque querían conseguir verdades lustóncas ~ f¡rmes como las de la ciencia natural a fin de que pudteran ser útiles. Pensaban que Jn historia, al proceder como la ~na­tomía y la fisiología, sería aprovechada por los médtcos de la sociedad, por los señores políticos.

Como no se daba aún en la costumbre de agotar las energías en las tareas del análisis histórico, varios de aquellos historiadores meditaron, compusieron y escribie­ron con arte y sosegadamente sus obrns. En lo que toca a la composición, lo común fue adaptar moldes :tñosos: efemérides, catecismos, centones biográficos, etc. Hubo un par de innovaciones, no muy felices, pero sí muy imitadas. A la primera le corresponde como remoto :tnte­pasado Ja relación histórico-geográfica, la que dispuso hacer Felipe II, la analizada por Alejandra Moreno Tos· cano en un reciente y novedoso libro.11 Para designarla se usaron muchos nombres: noticias geográficas, estadís­ticas e históricas; historia, geografía y estadística; apuntes históricos, geográficos, estadísticos y descriptivos; noti-

10 Nicolás León, Bibliotrl/ia rntxírana dtl siglo X'lliii, t. I, p. vii. l1 Alcja.odra Mormo Toscano, Gto&rlt/it~ u~n6mi(tJ dt Mlxi((l, Si·

z/o ui. México, El Colc¡¡io de México, 1969, 176 pp.

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cias. h~~óricas y ~dfsticas, etc. EJ bosquejo estadístico ' hmortco del dutrr~o de Jit¡uilpan de don Ramón Sán­d1~, es un buen e¡emplo de esa arqwtectura. Se abre el libro con un retrato, un prólogo en elogio del retra­tado y una_ alabanza de éste al gobernador de Mic:hca.cán. La o~ra nusma se rep:u_te en 50 capítulos de muy desigual tamaño Y u~ ~reVlSJma conclusión; cl que lleva el n?mbre de histona cubre 50 páginas; en cambio, Ja pi­gma. 48 alberga cuatro capítulos: aguas termales, pozos, artCSJano~ y arcas de agua. El capitulo religioso consta d~ tr_es líneas Y ~ ~e los hombr~. ~élebres y notables del d.is~1~? de 20 pagmas. Otras dtviSiones se destinan a la posiaon ll$tronómica, el clima, los ríos los reinos de 1~ natur:;J~ la ~blaci6n, las enfermedades, las d.iver­s!o.nes pu~licas, avt~ y religiosas, la educación, la jus· t1?a, el ÍIS:o, la _ag~JOJ..!tura, el giro mcrc:mtil, Ja indus­tna, los ba.ños públicos y las mejoras materiales. Cierra la obra ot~ elogio para el autor, esta vez en verso.

Para vacar las investigaciones enciclopédicas de los es~d.iosos locales, se usó también la forma del diccio­n~r~~. ?on ~r~n~o del Castillo compuso el Dicáonario hutorrco, brografrco y monumental de Yucaltbz en 1866 Y en adelante varios pusieron en desorden alfabético Id mucho Y d.i~perso que se sabía de sus terruños. ~s crorustas locales de la época fueron generalmente

arqmt~os ~~nstruosos, pero buenos prosistas. Varios han stdo recibtdos en las historias de la literatura mexi­cana, y otros deberían sedo, como don Primo Feliciano Velázquez.

~o. se cuenta con suficiente información para medir el extto alcanzado por los libros de historia de asunto r~g!oO:l! o parroqWal de la era porfiriana. No hay in­dta_os de que alguno haya sido best-sellcr. Q wzá varios tuvieron una modesta acogida local; otros, ni esto. No

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pocos, a poco andar se volvieron canteras de datos para eruditos. Los de don Eduardo Ruiz, y quizá alguno más, tuvieron desde su aparición un notable círrulo de lectores dentro del gran público. Ninguna de aquellas historias ha llegado a ser clásica nacional, aunque casi todzs sean clásicas locales. No sé de ninguna que haya sido tradu· cida a otra lengua. Muy pocas han soportado una se­gunda edición, pero la mayoría figura en las listas de libros raros y son muy buscadas por bibliófilos y biblió­manos.

CUIINDO Lll PROVINCIA ERII 1.11 PATIUII

La Revolución Mexicana que estalló en 191 O fue tan nacionalista como la Reforma; se hizo en todo México y para México, pero la hicieron una mayoría de cam· pesinos, y no de hombres de la ciudad como sucedió con la Reforma. Los caudillos de ésta pugnaron contr-J. re· gionalismos y aldeanismos. El grueso de los revolucio­narios defendió la tesis de que se podía ser patr-iota sin dejar de ser matriota y aun la extremó con aquel dicho de Héctor Pérez Martínez en Guadalajara: "Para me· recer el título de buen mexicano es condición la de ser buen provinci:uJo." u La nueva orden fue ir a la pro· vincia y venir de la provincia. Se convirtió en virtud lo que fuera vicio: "La adhesión calurosa a la tierra nativa."

Alfonso de Alba, en la Provincia ocnJta, observa que aun los más universalistas de nuestros intelectuales, nues· tros hombres de letr-as, se indinaban por el colorido local que manifiestan las obras de Francis Jammes, Mau· rice Barrés, E~ de Queiroz, Ivao Bunin, Charles Wagoer, José María de Pereda, Santiago Rusiñol, Vicente Blasco Ibáñez y la generación del 98 que, al estilo de los revo-

n Cf. AJ(aaso de AJb>, op. <il., p. ~1.

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lu?onarios _mexicanos, estimula la conciencia y el sentí· =~to naa.onales, a fuerza de exaltar Jo trivial y pue· ble~?· Ast Azo_nn, Unamuoo, Baroja y Miró. y así tar;nbte~ sus admiradores de México, empezando por el mas un~v~J de todos. Don Alfonso Reyes admitió que la ~e publica es un haz de provincias, valioso ''por sus esptgas más que por la guía que las anuda"." Ramón ló~.z Velarde em~ueóeció a la c:tpital "ojerosa y pin­t~da y al~b6. a. la aromosa tierruca", y otro tanto hi­aero~ los ¡aliscienses Francisco González León, Manuel Ma~tmez Va!adez y Mariano Azuela; los michoacanos ]ose Rubén Romero y Alfredo Maillefert y muchos aguascalenteños, guanajuateoses, yucatecos ~ poblanos. Entre 1910 y 1940 la literatura de tema local estuvo de moda Y Jos escritores provincialistas fueron mimados con puestos burocráticos, embajadas, cátedras y premios por la Revolución triunfante. ' ~ hombres de letras, no los del gremio de la his­

tona.. El provincialismo se expresó por boca de vates ~ovelistas,. ~o de historiadores. Los de más nota entr~ ~tos prefmero!l .nadar en. otras corrientes: el indige­Dt5mo, el colomaiJsmo, el hispanoamericanismo. Los más se et;~egaron al :·desenterramiento de toda una guarda· rrop1a . Don Lu1s Gonz:üez Obregón, Manuel Romero d.e Terreros . (que se subtituló marqués de San Fran· CISCO), F~nctsco Pérez Salazar, Federico Gómez de Oroz· co, A'!em•o de _Y a !le Ari_zpe. . . desenterraron "prelados Y n:oo¡as, cerámt.ca de China, galeones españoles, oidores f VIrreyes, palaaegos y truhanes, palanquines, tafetanes ¡uegos de cañas, quemadores inquisitoriales, hechiceros: cordobanes, escudos de armas, gacetas de 1770, pendo·

u AIConoo R<r<s, A /Jpiz.

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~ a sillas de coro marma¡eras, retratos de nes, espech.-..t , .. ..' ,. cera" y b fabla del habedes · . . 1 Sólo el máximo promotor y crítico del c~lomalismo, ~ edondo don Genaro Estrada, no se contento con el barno

r -1

lino y "sus capillas pobres, en donde hay n~zarenos capl a . " con el corazon de la sucios de terciopelo Y de moscas ' Y d ntle capital y sus patios, fuentes barroca5:, casas e teZ?,el 1 Y port¿nes nobiliarios. También se ~e¡ó atraer po(. t~ chizo dA la provincia". Había oaado en Mazat an y u. en aqucl puerto reportero, cronista y reMd~ct?r d~0 tr~~ ~~~ riódicos La Revolución lo transtcrr6 a XICO: do Rela tuvo altos ouestos burocráticos en la_ Scc~~r.la e ~ . (oncs y desde ellos impulsó los estudios hlstoncos ?e t-~~ 1 · ', 1 . sobre todo los de cimiento, los de car~ct~r 1· ~~f~o~ific~. A partir del 1926, lanza la seri~ d,c blbhog~· fí:} de los estados. _Hereslia hace la de Sl~a,~~~::;~~ Rohles la de Coahulla. Romero Flores, la e o· e· la de Morclos· 'Ch:ívez Orozco, la de Zaca~ecas; S:~¡n:..:m~da, la de Tabasco;_ Díaz ;v{ercados, la de era· lniZ' Teixidor b de Yucat~n. etc. • d f

v 'arios de l¿s bibliógrafos promovidos por EsStra a u.e· • l de sus catilogos e convlr·

ron los primeros comens:t es . h: t .: dores . r 'o m~nos •e confirmaron, como .s o .. a -

tlcron, o ?? : 'A-, l ~acstro de toda erudición nortena, de _b pr~vlnoa .. 1~; e V'to Alessio. Así también el profe· el mgerucro Y mi 1 ar 1 r otra arte contaron , 1,. Jesús Romero flores. ~bos, po

1 p ·

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¡ 'rotccción of1aal. Pero 0 ccmu ,c,a ~ guna P . f . 1 La oran mayoría tra· ort~ncr ayuda y cstimclos o lCia cs. o : . . de In

f . . • horas rt-st• :hs al e ¡eroc10 · bljc') por mera 3 ICIOO, ~11 d.. . '1'' ·el a·nba burocrática

' 1 . • p ·a la me tCtna a 1c a ~b·'<;-~é ;l, a angcm-n. ' .' ' . aró cspecialment:: )' b en~Ó:IOl!l. Casi nmgunO se prcp

l G Jín Mé:\i(O EUiturial Cultur:~, 1 Jlt.. l t Gcnaro Üf;ru.i~, 1 ,,~0 (1 l •u• J; 111 htJt()Ji:t tllltfrllt~ u,ÍIUJ :lt ~~ l ul$ G .... :u:.~lo (ct. al.), 111 Ul LIV

,\llXI((I, Ll Co1:¡tl0 dt M\)iiCfl, 1961, t. l, pp. . .

para investigar las acciones del pasado. En este periodo, mucha gente inepta incursionó en la minihistoria.

Según nuestra bibliografía, y no obstante los feos que les hacían a Jos investigadores provincianos, en la etapa destructiva de !:t Revolución se publicaron 250 libros de historia local, sin contar catálogos bibliográficos. Entre 1910 y 1924 aparecieron cuatro libros anualmente, y de 1925 a 1940, doce. Encontré uno editado en 1915, y di con 20 publicados en 1940.

El 49% de esa clase de libros, algunos multivolumino· sos, caen en la categoría de historias regionales; el 51 'fo, muchos casi folletos, tratan asuntos de parroquia. Entre éstos, la mayoría se refiere a las ciudades de fuste: Pachuca, Querétaro, León, Guanajuato, San Luis Potosi, $altillo, Morelia, Torreón, Puebla, Monterrey, Mérida y Guadala· jara. Los temas politicos mantienen su predominio; las monografías enciclopédicas no ceden tampoco sus posi· ciones; irrumpen con fuerza dos nuevos asuntos: el etno· gráfico, puesto de moda por Manuel Gamio, y el artístico, cuyo principal impulsor fue Manuel Toussaint. Lo cc:níon es que las crónicas locales abarquen desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, pero en la etnpa revolucio· naria se dan cada vez más las que sólo abordan una época, especialmente la colonial. Sirvan como botones de muestra algunas obras de Vito Alessio Robles, y los Apuntes para la historia de Nl!eva Vizca)'a de don Atanasio González Saravia."

Por lo que mira a la investigación en archivos, biblio· tecas y sitios arqueológicos, Jos logros de la etapa revolu· cionaria son más cuantitativos que cualitativos. Se acrece el uso de las fuentes primarias. Se hacen sumas de docu· mentos a nivel regional y local. Manuel Mestre Ghigliazza documenta a Tabasco, Ignacio Dáviln Garibi a Ocotlán,

11 Vid. bibliogra!la en ··ta cos.«:ha del •isto··.

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G~ajara y ottos puntos de Jalisco, y Luis Páez Brot· ~~ ~e a ú ~~wa Gaiiria a t'avés d~ 111 viejo ~chivo p.tduial. Tambum cunde el uso de crónicas conventuales Y _de,m.emorias de conquistadores y pobladores de la época hiSpantca.

En otros ;upectos del análisis histórico no se advierten p~ogr~ dignos de nota. La debilidad crítica sigue ma­~tfestandose sob~e to~o en los capítulos concernientes a la epoca pre~lombm~. S~ embargo, las huellas documentales de los penodos vtrre~es y republicano son tratadas a veces con ~ d~nftatUa, que no gran finura crítica. Las operaaones de smtesis decaen. Fue aquélla una época de hormigas.

El vasto material recogido por los investigadores de la eta~a, r~olucion~i~ se vació casi todo en moldes viejos y dift<:tles: Efemen~~ (de León, por S6stenes Lira; de Gu~a¡uato, por CriSpiD Espinoza; de Hidalgo, por Teo­domtro ~anzano; , d.e Colima, por Miguel Galindo), monograftas geográftcas y est~dísticas (de Tulancingo, por .<:an~to .Anaya; de Tehuacan, por Paredes Colín; de Yunnapundaro y ?f~~ lu~es, por Fulgencio Vargas; de :naxcala, por ~~g.m 10 y azquez; de Aguasca!ientes, por Jesus Ber~al), dtcctonartos (de Chihuahua y Colima, po~ F~anasco R. Al~ada), colecciones de estampas y ep~tos (de la re~ton de Jalisco, por Ignacio Dávila Gartbt; de San Luts Potosí, por Julio Betancourt· de Morelos, por Miguel Salinas; de Hidalgo, por Migu;l A. Hidalgo; de Veracruz, por José de J. Núñez y Domín­gue_z; d:: A~p~co. por Vit~ Alessio y de Zapotlán, por GutUermo J unenez), narraaooes cronológicas (de Que­rétaro, por Valentía F. Frías; de Nuevo León, por David A. Cossío; de Toluca, por Miguel Salinas; de Morelia y Michoac.á.n, por Jesús Romero Flores; de Jalisco por Luis Páez Brotchie, y de Oaxaca, por Jorge Fe,a;ando

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Iturribarría). Fueron novedades las estructuras que les dieron a sus obras los de la escuela histórico-artística (Ta1co, de Manuel Toussaint; San Mig11el de Allende, de Francisco de la Maza y LJ V almdana) otros p11ntos de Antonio Cortés), y los primeros etnohistoriadores: Wig­berto Jiménez Moreno y Gonzalo Aguirre Beltrán que debutaron, desde la década de los treinta, con estudios ejemplares. Otra manera, en parte novedosa, fue la de la guía turística. En 1934 se conocieron las asombrosas Calles de P11ebla, de Hugo Leicht.

Lo cierto es que salvo pocas e ilust= excepciones, aquella historiografía no se distinguió fOr la unidad y la secuencia de las obras; lo predominante fue la disper· sión y el desorden. También en In manera de contar hubo pocos aciertos. El estilo va de lo extremadamente ampuloso a lo extremadamente árido y pobre.

No sólo debe atribuirse a ineptitud resucitadora el que el grueso de la historiografía del periodo revolucionario haya tenido cscn.sa acogida en su época y casi ninguna de-spués. Con todo, algunos librotes goz.1ron de prestigio en el circulo culto y a sus autores se les premió haciéndolos miembros de la Academia Meximna de la Historia o de la Sociedad de Geografía y Estadística. Al círculo popular llegaron pocos y casi nunca los mismos acbmados por las academias y sociedades cultas. A los mejor inform:tdos se les tuvo por aburridos y algunos de los menos sat>ios gozaron fama de amenos e interesantes. Casi ninguno se ha reimpreso, aunque más de nlguno será ll:lnudo :1

la segunda vida por un juez literario o un histori.1dor de la historia.

AHORA QUI! LA PATRIA NO ES NI I'U Ni FA

El nacionalismo mcxic.tno es otro desde 1940. Se ha vuelto más popular y también más aguado y tibio. Ya no

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profesa odios vigorosos contra lo ex~rnni~.ro y ve. co_n indiferencia a la provinoa .. Ya no di~e: la provmaa es la patria." Tampoco sost:te~e la tes1s op~esta. la po­lítica busca el f in de las des1gualdades reg1~nales Y l:ls difere-ncias de región a región so~ ~da d1:1 me_no~es. De hecho, h distancia entre lo provmc1ano y lo cap~t_ilino está en vías de desaparecer. Por su ~a~e, tam~1en cl pro,.incialismo y el aldeanismo se ent1b1an y de¡an de cstu en boga. . .

Aunque todavía muchos de los d1oses de la lt.teraturn mexicana (Agustín Yáñez, Juan Rulfo y Ju:tn ]ose Arreo­l:t) toman inspiración Je la provincia, el grueso de los literatos de las tres últimas generaciones anda por otra.~ rutas. El que disminuya día n d in el número ~e poetas y novcli~tas nacidos y formados fuera de l:t cap1tnl, es una causa menor del fenómeno. La literatura reciente tampoco es nacionalista.

L'l historiografía m.1yor sigue apartad:! de lo provin­ciano. Wl'igbcrto Jiménez Moreno. Gonzalo Aguirrc Bel­tr.ín, I~n:ICio Rubio M.1ñé, Justino F'rnlndcz y H(-ctor Pérez M~rtínez, c:ue se dieren a conocer ccmo historia­dores lccalcs, hace tien1po que :;bandon:ucn es:: génc:o. Les dcm.is g r:tndes nunc.< ~e han sentido atraído; por él. L'l república de la histeria tiene un :ls ienlo C:tpitalino. L:t nr;ln mayoría de los investigr.dorcs viven en la gr:>.n urbe, y desde cll:t no hay historia_ provincinnn P?sible. Aquí ,l isfwtnn de toda clase d~ allCICntes económiCOS y hono· ríficos¡ gozan de regulw:s sueldo~¡ pu~dc~ dedicar 1_3 mayor p:utc de sus jor:u.J.J.s n la_ mvCS! Ig~cJÓn¡ _Jos edi­tores de revistas y libros están Sl~~prc b1en dispuestos n ¡>ublicnrlcs. los f~t~s ~c. su :ld:lv1dnd. Cuando dan a luz, los críticos bibliogr.tfteos se encarga~ de que los periódicos, los radioesa~0as y los t~lev1dentes lo ~­pan; se les invita a parttapar en reun1ones y academias

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de sabios¡ ganan fácilmente pan, tiempo y nombradía y están a la últinla moda. Los cronistas locales andan muy lejos de esa gloria, y sin embargo son cada vez m:ís numerosos.

Desde 1940 no ha dejado de acentuarse la diferenci:l entre historiadores capitalinos y provincianos. En tiempos de don Porfirio no era perceptible la desigualdad eco­nómica, social y profesional entre unos y otros. En la etapa siguiente, varios de los cronistas locales cayeron en la categoría de hermanos pobres, torpes e ignorantes. En los últimos treinta años, un abismo separa al histo­riador de la capital, que ha hecho estudios ad hot, pre­sentado una tesis profesional, visitado universidades de Francia, Inglaterra y Estados Unidos, leído obras en inglés y frnncés y que posee todos los seguros y ayudas de nuestros institutos de investigación, de] cronista local, solo, informe, sin oportunidades de formarse. Algunos ni siquiera han terminado Jos estudios de la educación primaria, y aunque no faltan Jos que ostentan títulos universitarios, éstos son de abogacía o medicina. Son muy pocos los profesionales de la historia, y aun éstos no cuentan con los necesarios auxilios para trnbajar. L'l gl'llll mayoría está en_ mala situación económica, sin . co­nexiones con el grem1o, al margen de las nt.evas comen­tes historiográficas, a la zaga, muy a la zaga, fuern de onda, completamente out, pero no inactiva. .

De 1941 a lo que va del año de 1969 han aparccrdo, según mi lista, 500 historias de tema regional y parro­quial; esto es, diez_ y siete por año, el doble_de las. publi­caciones en el penodo de 1911-1940 y cas1 el tnple de las que produjo el porfiriato. Han. si~~ año~ de grnn fecundidad los del 45 y 46 co.n vembanco libros cada uno, y el de 1968, con treinta y tres. Probablem~te e.n e] último treintenio no ha aumentado la producaón de

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~tículos, pero _sí, con toda. ~guridad, la de obras que cucu!an en copw mecanográficas, oo mencionadas aquí. En fm, por e.l volumen, la cosecha no es nada desdeñable.

Si mi bibliografía no engaña, las historias de tema parroquial han aventajado en número a las de asunto regional. Va de salida la moda de hacer historias de los estados. El 62% de la producc.ión es parroquíal.

Todavía más: crece la cifra de libros que toman como asunto ciudades pequeñas y aun pueblos de escaso bulto y renombre. La mayoría de los sitios estudiados perte­necen a Jalisco, Michoacán, Puebla, Vemcruz, Guaoa­juato, México, San Luís Potosí y Yucatán. Como quíera los máximos animadores soo d jalisciense José Ramírez Flores, d veracruzano Leonardo Pasquel, Mario Colín del estado de México, d oeoleooés Israel Cavazos, y el padre Mootejano de San Luis Potosí. En la temática no ha habido una revolución general. Siguen siendo mayoría los cronistas locales empeñados en hacer listas de personas y hechos políticos y militares. Otros siguen adictos a la manera eoc.iclopédica surgida en el porfiriato. El influjo de la escuela etnohistórica ha penetrado poco en la provínc.ia, pero, desde la capital, algunos etooh is­toriadores del arte, también capitalinos, han ensanchado el campo de sus investigaciones localistas. El reciente ejemplo de Carlos Martínez María se expande.

A pesar de su aislamiento, los cronistas locales de la época actual pertenecen al club de los adoradores de las fuentes primarias y el aparato erudito. Confeccionan sus crónicas y monografías con noticias extraídas de los papeles del Archivo General de la Nación, de los archi· vos estatales, los registros de bautismo, matrimonios y defunciones de las parroquias y vicarías y Jos libros de notarios. También acuden con mayor frecuencia a pe­riódicos y ruinas. Los traba jos sobre Tlapacoyan y Mi·

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saotla, de Ramírez Lavoignet; Zamora y Jacona, de Ro­dríguez Zctina; Oa.n.ca, de Iturribauía; Ameca, de Jesús Amaya Topete y los ,-arios de Gabriel Agraz García de Alba, han sido construidos sobre una vasta plataforma documental. Naturalmente que los hechos por profesio­nales de la historia, como Israel Cavazos Gao:a y D elfina López Sarrelangue, aúnan a la labor heurística un fino talento crítico.

En términos generales, los cronistas lugareños han hecho avances notables por lo que mira al manejo de las fuentes históricas a pesar de la falta de oficio en tantos. Por otra parte, la forma como proceden en el análisis \'aria muclúsimo de unos individuos a otros. No se puede decir nada que los abarque a todos. Son menos los que le saben sacar provecho a sus materiales. Los hay que son auténticos historiadores de t ijera y engrudo; Jos hay que pasan de L1 más pura fantasía a la emd1ción más espesa.

Scgurrunentc la gran m:~yorb de nuestros cronist:ts locnles carecen del vicio moderno del "profesionalismo·· Por este Indo están en gran dcsvcntajl con respt.octo a los historiadores capitalinos. Por otro lado les llevan 1:1 delantera. Los estudiosos lugareños ganan en vocación, en experiencia vital y sobre todo en cariño lucia su objC!to de estudio. Es dif ícil escoger entre el profesional que c:s todo inteligencia y oficio y el aficionado, rlilcllm71~ o amateur q ue es puro gusto.

A veces lo peor de los historiadores lugareños es le que tienen de profesionales. Muchos comparten con ésto• la malhadada manera de reconstruír la historia. Se meter en explicaciones farragosas y siempre discutibles. En nom­bre de la ciencia, construyen con sus materiales castillos vedcuetosos que nada t ienen que ver con las articulaciones reales de la vida histórica. Al verse rodeado de tantas

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efemérides, monografías histórico-geogr.í.fico-.estadísticas, relaciones deshilvanadas, informes ctnohtstóncos y otras deformidades, se añoran la sencillez y 1~ espont~~tdad arquitectónicas de Berna! Díaz. del Casltll?, Tonbto de Motolinía. Jerónimo de Mendteta y demas f un~adore~ de la historiografía mexicana. ¿Por qué tanto brmco St el sudo est~ parejo? . •

Otro aspecto, tampoco privativo de la. h~st~nogr.afta local, es el de la dignidad de la prosa histonca, dtgna a fuerza de ser esdrújula, reverente, camp. Pero tampoco aquí se puede general~r. Entre lo fl?CO que con~zco, hay magníficas excepaones: el humonsmo de S.u':ador Novo en la Bre:'~ hiJtorill de Coyoacá11, I::S .e_vocaaones lagucnses de Alfonso de Alba, la prosa. vtvtftcadora de José Fu:ntes Mares y qui:ci muchas que tgnoro.

}-{an sido modestos los logros editoriales alca.nzados en d último treintenio por las obras de t~a rcgtonal Y parroquial. Alg.mas no han dado. con editor o se han impreso en ediciones cortas y .nuserablcs pagadas por quien las c:scribi6. Otras ~ salido a 1.~ gracias ~ la caridad oficial o de Jos patsanos del escn~t~nte. A veces las editoriales universitarias se dignan irnprtmtrlas, pero las de c:Jáctcr mercantii temen meterse con esa clase de Libros, lo que parece indicar. que e~ lecto~io y el aud~torio de los historiadores provinaanos stgue stendo reduado Y pobre. En el circulo académico seguramente gozan de escasa estima, los críticos rara vez les conceden un rato de atención y el público general difícilmente se percata de su existencia.

y sin embargo, volviendo a don Alfo~o R~~s, en muchos de estos historiadores locales están las aguas vivas". Yo puedo decir que he leído con m.ucho agrado y he aprendido mucho en Tete/a del Volean de ~rlos Martínez Marín, en el Com11lado y en la lmurgenaa en

Guada!ajara de José Ramírez Flores, en Cosas de vie701 papele.r dz Leopoldo I. Orendáin, en las Colimas de Daniel Moreno, en las historias michoacaoas de don Jesús Romero Flores, en la monografía nuevo:eoncsa de Israel Cavazos Garza, en la Hi.rtoria del V a!le del Y~q11i de Oa~dio Dabdoub, y en la del Fue:tc, -'e :Mario Gill; en 1::t Hrstoria s11d111a de Mjchoacán de José Bravo Ugarte, en la H11a;cteca ve~acr11zana de Joaquín Meade; en las reconstrucoones chihuahuenses de José Fuentes Mares, en las evocaciones de Lagos de Alfonso de Alba en Héctor Pérez Martínez, Rosendo Taracen.a Eduard~ V~~ Fr~cisco R. Almada, Santiago Roel, Jdsé Corona N~ez, Ricardo Lancaster Jones, José Cornejo Franco, Jesus. Amaya Tope.e, Jesús Sotelo Incl:in, Jorge Fe:nando Itumbarría, Esteban Chávez, Mario Colín, Leonardo Pas· que!, Rafael Aguiñaga y Montejnno, José P. Sald:tña José Miguel Quintana y, cien más.

RECOMENOIIOONES

A pesar de que hasta ahora la historiografía mexicana moderna de tema local no ha conocido toda vía un m o· mento de gran esplendor, hay signos indicadores de la cercanía de un buen temporal. El género ya está de moda en algunos países ricos como Alemania, Estados Uní dos Francia e Inglaterra. En nuestro medio ya empiezan ~ oírse las siguientes ideas: "La ed:::aci6n histórica de la niñez debe comenzar con el relato del pequeño mundo donde el niño vive." "La historiografía c!e áreas cortas es un gimnasio ideal para desenvolver los músculos his· toriográficos de los estudiantes de histori::. porque esa disciplina exige, como ninguna otra, la aplicación de todas las técnicas heurístic::IS, críticas, interpretativas, ctio· lógicas, arquitectónicas y de estilo." "En la vida de un pueblo está la vida de todos y por lo reducido del objeto

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es posible recrearla en toda su amplitud:: ','Cada una _de las aldeas de una nación reproduce en lllJOJ~a ~a v1da nacional en que está inmersa." 11 ''En los hlStonadores locales están las aguas vivas, Jos g~rrnen~s palpitall:tes. Muchos casos nacionales se eotendenan me¡or proced1en· do a la síntesis de los conflictos y sucesos registrados en cada región." 11 En la microhistoria y en la "microsocio­logía" el sociólogo y el historiador tienen en México una riqueza que apenas comienza a explotarse.

No sólo entre los cultos, también en el círculo popular se perciben signos de mayor acercamiento a la micro~­toria. Fuera de los dientes seguros que en cada reg1on y parroquia ya tienen sus prop~os cronistas, los homb:es de ciudad miran con buenos o¡os los relatos de la v1da que muere, quiz.i porque añoran. la vida apacible, ~ porque creen que los lugareños tienen algo que ~· que todas las comunidades ~r pequeñas que sean, mdus~o las mis apartadas del comcrao y la cultura, aportan ex-pe­riencias humanas ejemplares. .

En el Congreso Científico Mexi"';"o celebrado en Me· xico, D. F., durante el mes d7 sept1~.mbre de 1951, do~ Wigberto Jiménez Moreno. af1r:no: ~pero que se dara ma¡•or impo~t:;ncia a la h~sl?na ~eg.1o~a~: ,;om~ corr~s­ponde a la VISIÓ.n de un .McxiCO. mult1pk. . Y el, me¡or que nadie, hub1era pod1d0 dc:csr las med1das adecuadas para conseguir 1:1 realización de su esperanza. ¡;¡ puede hacerlo todavía ahora, salvo que cr~ que el auge. de la historiografía local llegar:í de Clt:tlqmer manera. Sm em­bargo, es creíble que, sin el concurso de algunas re­formas, se malogrará.

H Luis Ciondlct. P11tblo ttl t'iiD. Mirtohiu~riott~t/la dt San ]()Jé ¿~ Graria. México, El Colegio de México, 1968, pp. 12·14.

18 Alfonso Reyes, Ltt! burlitJ wrr11r, p. 107. . . . . . "lt Wisbcrto ]imenn. Mon•no. "'O Años d.~ histon11 meXJcan.s M

1-/iJIDfia Mtxitlllllt, vol. r. núm. 3 ( cnctO•m.At'%0, 19,2). p. ,U4.

A reserva de que don Wigberto Jiménez Moreno y don Antonio Pompa y Pompa, como máximos expertos y animadores del género que se discute aquí, digan Jo conducente sobre el caso, aventuro algunas ocurrencias al parecer practicables. Entre 1M medidas de orden insti­tucional, anoto diecisiete •

Por lo que toca a reformas interiores, de puertas aden­tro, seria conveniente revisar los sujetos, los objetos y los procederes de la historiografia local. Paul leuilliot asegura que "los principios de la historia local son au­tónomos y aun opuestos a los de la historia general". Aquélla es "cualitativa y no cuantitativa" ; requiere "une certaine souplesse, c'cst une histoire a mailles laches"; "debe ser concreta", lo más próxima posible a la vida cotidiana, y debe ser diferenaal, procurar medir la dis­tancia entre la evolución general y la de las localidades."' Por su parte el profesor inglés H. P. R. Finberg apunta otros rasgos específicos."

Según el profesor Finberg, el historiador local necesita madurez, lecturas amplias, mucha simpltía y pierna.< ro­bustas. Por madurez entiende una larga y surtida e"-pe­rieocia entre los hombres, un buen equipaje de vivencias. Como lecturas recomienda, aparte de otras, las de libros de historia nacional e internacional. La simpatía que exige es por aquello de que sólo lo semejante conoce a lo semejante y aquello otro de que sólo se conoce bien Jo que se ama. La exigencia de las piernas robustas alude a la necesidad que tiene el historiador pueblerino de re­correr a pie, una y otra vez, la sede de su ~sunto, y de visitar personalmente el mayor número de parroquianos.

• Vid. 111pra p, 70. :o P:.lul Lcuilliot, .. Odtrue et illuslrlltion de l'histoirc Joc:a!C''• en

Annai<J, año 22, No. 1 (<n<ro·febroro, 1967). pp. ll4·177. '21 H. P. R. Flnbt:rg (cd.) Apfo.uhll ro lltrtcu¡, Londres, Routledse

& Kogon Poul, 1962, pp. 111·12l.

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Por lo que parece, "el ejercicio de la historiografía circunscrita a una pequeña zona tiene que echar mano de todos los recursos de b metodología histórica y de varios más. En este tipo de investigación, a cada una de las operaciones historiográfios se oponen numerosos obstáculos .. . No es fácil partir, como en otros campos de la historia, con un equipo adecuado de esqucm:IS ante· riores, de interrogatorios hechos, de hipótesis de trabajo y de modelos... Otro problem:t reside en la escasez y la dispersión de las fuentes. Incluso se ha di.cho que no puede hacerse microhistoria porque faltan los documentos esenciales.

" La historiografía local, como la biografía, parece estar más cerca de la literatura que los otros géneros históricos, quiLí. porque la vida concreta exige un tratamiento lite­rario, quizá porque gran parte de la clientela del histo­riador local es alérgica a la aridez acostumbrada por los historiadores contemporáneos. El redactor de una historia local debiera ser un hombre de letras."'" De cualquier historia se puede decir con Simpson que "nacerá muerta a menos que esté escrita en un estilo atractivo", pero nunca con tanta razón como de la microhistocia. A los encargados de formar a Jos historiadores locales del fu­turo no se les podrá exigir que hagan poetas, pero sí que impidan los crímenes de producción de algunos mi­crohistoriadores mexicanos.

-:: Luis Gondle1, op. tir .. p. 22.

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LA HISTORIA CONTADA, CANTADA Y PARA VERSE"

LA HISTORIA POPULAR

ASUNTO de la presence ponencia, es la menos firme de las historias. Se ocupa de la res gestae de los hombres de l común, de los sucesos menudos de la gente menuda. A_lg~n~s científicos sociales Uegaron a excluir del género h1stonco a los recuerdos populares. Para los seguidores del funcionalismo sólo eran sarcas de chismes. "En aque­llos que no se negaban a concebir una historia de la gente sin escrirura, dice Moniot. existía el senrimiemo de la imposibi lidad práccica de hacerla por falca de fuen­tes ... , Estuvo de moda, asisrida por mult irud de razones la resis que le negaba validez y belleza al discurso hisró~ rico de hechura popular. De hecho, a principios de nues­tro siglo. la enemiga de los inrelectuales devotos de la ciencia se extendió a codas las especies del género his ­tórico.2

Ahora es frecuente oír el elogio de la hisroria. incluso la de los pueblos sin escritura. fin l:iy declara: "La evi-

• Puncno..a &dc:b t"O l:t Mt-Sa R~ndJ de.• fuJidure y Et f'KMll\l~i{ulugioa ceJ~ br:.d> en Z.mora. M.cho:tdn. del 16 •l 19 de 1"""' de 1981

1 Hrnn Monioc. "l.:a hi.srori.t dt' lo:-. pueble.~!'! ~•n ht.'itori:~." en H..ctf1' la hiJtfJriJ, FAicuri~l l~it, BarceJona. 1974, vol 1, p 11 8

~ H::~yt'kn V. Whire. "'El ptsn de la hi..o;rdria" en Nr•xM CMl-Kicu. l'nJ)'O Je 1982), ;~ñu V. VC>I V, núm. 53. pp l~·H. Aq1.1i SC' Ct1111t"'ll.- a un buc:on número &! cntmt~''OS dd nber hatórico rr.h.f-.too'l

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dente dificultad de descubrir el pasado de las S<xiedades ágrafas no constituye una excusa para supon~r qu~ 1~~ raJes no tengan pretérim o que éste carezca de tnteres. Aguirre Belrrán dice: "Ninguna cultura puede ~er enten­dida fuera de su contexto histórico que la expltca y le da significación."• Un hombre tan próxi~o al _aqul Y al ahora de México como Guillermo Bonftl, escnbe acerca de la importancia del discurso hisr?rico ~ara conocer Y liberar a las ernias marginadas. Segun él, en r~or~ rel3-ción de agravios, la historia de los pueblos md!os es susrenro de reivindicaciones". Además, consoltda la identidad étnica y "tiene para los pueblos el valor de ~n gran arsenal de experiencias, de l~JChas acumuladas ·)

Con o sin la aquiescencia de los mrelecruales m~_er­nos. hubo rememoraciones del pasado desde 1:1 apancrón del hombre sobre la Tierra, junto a la~ f~gatas ~e l~s habitantes primitivos, aunque de esa pnmrnva hrstona oral no queden resrns. Se conjetura que la hubo porque la hay en las comunidades ágrafas de ahora. Se ~upone rambién que "el narrador prehistórico ~la recrtar. no sólo los hechos de dioses y hombres, smo ~as palabras exacms" aprendidas de un narrador antenor. Se cree asimismo que las hisrorias contadas por el hombre de las cavernas se servlan del ritmo y el metro por ser trera.s propicias para la memorización. "Emre los pueblos pn­mirivos - dice Shorwell- las narraciones del pasado denden a ser expresadas en verso desde las stmples

\ M 1 finl:sy. Uw ,. o~b•ro de¡, /Jitloru. Crhica. ~:ara Ion .... 1~9. p. 169 • Gunulo Aguirrc Behrln. El pf(J(CSfl de JJadtllfilCÍÓn J ~/ cambm roc-tncltl

tutJJ! en Méx1to, 1JJA. 1970. p. l3 . . . .. ' c;\1itlcrmu Bunfi1 .u:uall;. ''H l:l.m.riu' c¡u.c nn so~ (od;av•:s h1stofll.l en

Ht!IOrtJ ¡ p.r• q•l' St¡¡lu XXI. Moxt<u. 1980. PP' - 3'1·2>9

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listas de nombres en las genealogías, arregladas con ca­dencia uniforme, hasra la épica que arrebata o la canción que conmueve." Es de suponerse que cada una de las ernias prehistóricas llegó a tener saberes colectivos de sus orígenes y desarrollo; se hizo de leyendas heroicas para glorificar monarcas y combares, y de leyendas erío­lógicas para justificar al través del pasado riros públicos.

Si los relaros populares de la edad prelireraria eran como los hoy audibles en ralo cual comuna sin !erras de nuestros días, eso quiere decir que no eran historias globales, pues no abarcan la totalidad del pasado, no se salían de los asumos de la guerra, los reyezuelos, la religión y los sacerdmes; no eran parecidos a los tratados de la historia economicosocial6 Según opinión de anrro­pólogos, las leyendas de conrenido histórico de la huma­nidad primitiva sólo conrenían corras dosis de verdad, por ser produccos no sólo del recuerdo, caían en la fór· mula de mi ros creados por la imaginación y no cernidos por la crítica y la hermenéutica. Por eso algunos anrro­pólogos le niegan el carácrer de historia o narración verdadera a la confiada a la insegur:t memoria o a sim­ples represenraciooes. Según ellos valen un comino ni el cuenco, ni el canro ni las pinruras de asunro histórico de las sociedades sin !erras y sin números.' Esra genre de­clara padre de la historia universal a Herodoto y padre de la historia mexicana a Cortés por sus Cartas de rela­ción; no tiene fe en la historia recogida por los a mames del saber popular, aceptan a regañadientes las

• Gordon Olildo, T•oÑ t1•1• hitrori... La Pléyade, Buenos Aim. 1974. pp. }1 ·57.

' CariO$ f\hrtine:t Marln, "'RcfleKiones c:n tomLJ :.1 l.a elnuhistori~" eo Mt moriu dt /11 Acadt'V:Íd ltilxic'm" di! la Nirtoria (Mé.xicu. 1978). tomo XXX. pp. 27-4)

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ETNOHISTORIAS PRECORTES!ANAS

General me me no escritas ni medidas conforme a cróni­cas y calendarios. Como quiera_. esa~ nar~ac!ones de viva voz y esas pinturas de índole hrscónca extsneron y son la carne de la historia prehispánica actual y los ancestros de algunos relatos folclóricos. Quizá nin~u~o de los,ci.en pueblos o emias que ocupaban la supedtcte del M~xteo acrual al arribo de los españoles se absruvo de regiStrar los sucesos de su geme con la ayuda de hombres memo­riosos hechos para el caso. Se sabe a ciencia cierta de los forjadores de palabras de recuerdos que cenb n mayas. mexicas, mixcecas, rexcocanos, purhépechas y demás pueblos de zona mesoamericana por la labor de rescate emprendida por los precur~ores del folclur. moderno, por los frailes de San Franetsco, Sanco Dommgo y San Agustín y po r los jesuicas que vinieron eras las huesces de Corcés, los Moncejo, Nuño, !barra, CarvaJal y ocros conquistadores. Por Sahagún sabe~os d~ b a.bundaneta de testimonios mexicas de conremdo htsrónco.

En moderno lenguaje, Miguel León-Porrilla escribe: "Exisrían en la región de México los xiuhámatl, ' papeles de los años' en los que, en forma de anales. se pintaban. al lado de la correspondiente fecha, los sucesos memo· rabies' ." El contenido de cales códices se complementa· ba con relaciones de viva voz. En los ceneros educa­tivos "sobre todo en los calmécac. renía lugar impor­ranr; lo memorable". El contenido de cales códices se complementaba con relaciones de ,.iva voz. En los ceo­rros educativos, "sobre rodo en los calmécac, renía lugar imporrante la memorización de los . . . relacos sobre lo que sucedió en tiempos antiguos". Allí se fijaba, "a modo

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de ira loca, Jo que permanentemente se dice de alguien o de algo. Se conservan varios texros, que memorizados en la antigüedad prehispánicn, se transcribieron más carde al alfabero larino. E m re ellos esr:ln los Atzaler hiit6rico1 de la Nació ti Mexicana . .. , los A na/es de Cttatlhtitlán la Hiuoría toltectz ·chíchímeca . . . " En conrrasre con el ~o­no escuero de los analistas, los relaros de sucesos ami· guos s?_lían incluir narraciones deralladas de ''la vida y la accuacton de los gobernantes ... Ejemplo de ral cosa son las célebres leyendas sobre Quetzalcóarl incluidas en el C6dfce matritenre de Sahagún" o sobre Nerzahualcóyod, segun consra en los A na/e¡ de Cttallhtit!án.S

Algunas de las narraciones de asumo histórico memo­rizadas por los antiguos pobladores de Yucarán fueron recogidas, en la época española, en los Libros de Chilam Balam y otros rextos.P Las memorizaciones que solían hacer l~s purhépecha de su propia historia esrán p:~rcial­mence ¡unras en la Relación de Michoacátz. En las etnias mexica y maya ~e tenía~ eres modos de recorda r el pasa­do: el oral, el ptccográftco y la mezcla de ¡¡mbos•o En la ernia purhé únicamenre se pracr icaba una vez al año la hisroria oral o comada. Según la Rei.Jci6n. "como' se llegase el ~ía ~e la fiesra y esruvtesen todos los caciques de la provmcta ... y mucho gran número de genre, le­vanrábase en pie el sacerdote mayor [el Pecámuri 1 y romaba su bordón . . . y conrábales alll roda la hisroria de

• M tguel Lcún-Pcmill~. ''PcMJmk-ntu )' hrt'r.nura de ~t .. mexietll'' ~n H, Ulru rJ~ Méxiu.. S.1lut l:duores. B:u cduru, 1971. hm'IO "\. p. 24-t

• Allrtdo B::arr~n Vi;,qucz. The t\U;o~ Chmuu(,•r, (JmeF,1e ln.1;111uuun uf W>shmgwn, 1949, pp J-li6

~ Wigbertu j1méncz Murcnt~, .. Hi.sturíugrafi.l prC"hl\pi niCll de Méxicu'' t'n /:'w:ub,pe-dl.l de M éXI (II Jmé Rllgcltu Áh•:tn.'l, MéXK.'U. 1972, 'Yll l. VI, r ~~~

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sus antepasados". Les refer!a cómo los purhépecha vi· nieron a Michoacán y las luchas que tuvieron. El sacer· dote mayor duraba en su relnco hasra la noche. Emre­ranro "no comían ni bebían ninguno" de los concurren­res al' discurso h isró rico sacerdora l. Con el u ida la relación del Perámuri, eran enviados "otros sacerdotes por la provincia para decir por los pueblos" el relato de la historia de los purhépecha.l 1

A través del cuento, del canco y de la pi mura o de uno o dos de esos modos, un cien ro de etnias pobladoras de territorio mexicano ames de la conquista mantenían "la antigua relación, las palabras recuerdo".'2 Estas se refe­rían a batallas, hambres y epidemias; a las genealogías de los caudillos; a "edificaciones de recintos sagrados, palacios, escuelas, acueductos" y a diversas acciones ~e artistas poetas y mercaderes. "De manera muy espeaal porque era donde lo divino y humano se unían, regisrra­ron lo tocante al culto religioso, la consagración de los templos, como la del templo mayor ~e Tenoc?ritlan .con sus sacrificios y fiestas ." 1> No eran h1sronzaC1ones Clen­dficas. Su intención pragmática, si rvió mucho para P_er­petuar el mosaico étnico visto y barrido por los fra1les españoles. La muy escasa soldad~sca de _la con~uisra no hubiese sido capaz de someter a a en nac10nes diferentes. Los verdaderos au tores de la dominación fueron los frai-

" Jcrc\rumu de A1C:JI&. R<.Ja&lt1tt da Micht1utát1, lntr d~ f'rand.scu Miranda Fim,. Publi<.stos. Murcli"· 1980. p. 19 , . .

u Miguclleón·Purtlll:t, "La hiscuriQ y Jos historiadmes en d Mexac~ ami· guo" en Mwroria d• f:l Col•~ro N•etortal ( Méxrco. 1972), romo Vll •. nwn. 2. p. 16~. P•lobros tOm•d"' d~ H~rn•ndu .Aiv~"do TOZ?•l>moc. Cr6nr<.s m.e· x;,ay()t/, lnstin1co de JnveSU&3Ctoncs H1.n6ncas, MéxiCO. 1949. p. 46, segun cit:ll de león-Panilla.

,, /hld., p. 1$7.

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les que arrancaron sin prisas y sin pausas las cien emo­historias precolombinas y las sustituyeron por la

V ISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA UN IVERSAL

Que desde San AgustÍn ganaba terreno en el Viejo Mun­do. Jerónimo de Alcalá, José de Acosra, Bartolomé de las C~sas, Toríbio de Benaveme Motolinla, Diego Durán, D1ego de Landa, Diego Muñoz, Jerónimo de Mendieta, Francisco de las Navas, Andrés de Olmos, Bernardino de Sahagún, Juan de Torquemada y otros pusieron por es­crito las historias orales y pintadas de las ami guas etnias no para perperuar la tradición o modo de ser de cada una; sí para ayudarse a extirpar por lo menos todo aque­llo que parecía obra del diablo. La vasta historiografía de los misioneros se propuso conocer las trayectorias de las sociedades mesoamericanas para impedir su evolución.'• Sin lugar a dudas ni Alcalá, ni Motolinía, ni Olmos, ni Sahagún eran antropólogos o folcloristas interesados e o la pr.omoción de la sabiduría popular. Su plan era otro, consistenre en conducir a los indios de la Nueva España de sus múltiples rediles cultura les al único redil de la cristiandad. Los rescatadores de la conciencia histórica

" Lu's G< '1 "H ' r· d 1 ' 1 ' 1" 1 >OZ3 cz., •smr•ogr~a Ul urame :. cpoc;¡ co onaa en t:ncidupt:· d~tz.de ~féxico. p. "4: · Los mísiuncms, movidos por los ::tfanesd.c extirpar las VIC¡u •dolatdas, defcndtr a lc)S i 1ldit>S de- lo~ rudkia de lm c."ortqui.sradurcs. y proponer o los colunns y u los neófilus ejemplos de vida cristi:m=t, histnriaron el plS:adu indígena, l11s ronquisrlS mUit.trt'S de su!l cvmp:~trioras )' 1.1 vida piado.s:a y npostólicg dt Sll '\ colegás"

l) Carlos Manfnn "brin, ••Rcflcxionc-s en 1urno :t !:1 elndht~tun:a" en Mcmori¡¿ de 111 A ca.á6mi.t Af#XÍC«tt.J dtt I.J H•Jioru (Méxau), 1978), tomo XXX. p 43. Georges B;audOI, U1qpi6 ctlmlmri!IJN Mcxiqm!, Privat, Tolouse. 1976. p. 421.

lOS

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preconesia na deja ron sin sus saberes históricos a los grupos indígenas. ll

Los histOriadores indios y mestizos no pudieron con· crarrescar la acción misionera. Ciertamente Chimalpa· hin Quauhtlehuanitzin, Muñoz Camargo, Tezozómoc, Pomar, lxtlilxóchid y otros cincuenta historiadores de los siglos xvt y xvu, basados en las tradiciones orales y las pinturas prehispánicas, escribieron historias de sus respeclivas etnias con el propósitO de enahecerlas. Con wdo, no lograron el reverdecimienro de laureles anri· guos pues su difusión fue muy débil. Al revés de las trasmisiones por la boca y la memoria, la escritura no llegaba al pueblo. Muy pocos intrusos sabían leer y escri· bir y fueron poquísimos los indígenas a lfabetizados. Las imprenras eran pocas, pachorrudas e imprimían gene· ralmente, textOs religiosos de los dominadores.

El haber llevado a la escritura, y a veces a la imprenta , las etnohistorias antiguas ya para su destrucción o ya para su conservación no significaba desparrame de aque­llas historias en amplios públicos. Al dejar de ser orales o pintadas las viejas historias, al convenirse en escritas, dejaban de ser patrimonio de mayorías para convenirse en instrumento o simple juguete de muy pocos.16

En cambio, la historia general que viene a sustituir a las hismrias paniculares de los cien pueblos prehispáni­cos asume l::ts maneras d{' comunicación uti lizadas por los antiguos historiadores indígenas. Después de la con· quista, la historia para e l pueblo seguirá conrada, canta-

•• Pese ta estar sblo C$Critos. b coro~ C'5p:¡hol.;a procuró tt'Stnngir 13 citcu· lacM;n 1 lr'S libros sobrt' ;amigijed:~:des mdfgeNS. 13un ~ dt- los mlS10neTOS.

¡Qu~n nu ..,¡,. qu~ b fr..OOUS.. ~lxoún de fr•l S.rn>r.!mo <k S:>h>gún no vb•u~·o perMISO PJD ser publiod.t) si ordrn d~ SC'f rc<'HgidJ, f C'~>

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da y para verse, aunque no la misma historia. En los púCos colegios para la aristocracia india y en multitud de templos esparcidos en la inmensidad de la Nueva Espa. ñ~ para rodo mundo se esparció de viva voz, sin tregua m descanso, la concepción cristiana de la hts!Oria, de una historia de alcance universal que arrancaba de la crea ­ción del mundo; incluía el dramádco episodio exrratc· rresrre de la rebelión de los ángeles; se demoraba en 13 residencia en e l Paraíso del primer par de seres huma­nos; referfa el affaire de la manzana y la expulsión de Adán y Eva del Edén. Los siguienres mamemos estelares de esca his toria son los muy con<>eidos: la riña fr:tternal que descontó al buen Abel; el desorden de las primeras sociedades humanas ahogado por el diluvio univers:ll; la supervivencia de Noé y sus rres hijos progenitores de las tres razas; la elección de los semitas como pueblo con­sentido de Dios; las andanzas de Abra ha m, Isaac y Jncob; las doce tribus y su vida en Egipto; Moisés y su decálogo: el santo rey David y el libidinoso. inteligente y rico Sa!omón. y por encima de los anteriores sucesos, los relacionados con la natividad, la vida. la pasión y la muerte de Crisro. Como penúltimo acontecimiento 13 hechura de la Iglesia, la predicación de la doetrina cris· tia na en el Viejo Mundo, y a los postres, lo que estaba a la vista, en proceso: la enrronización de los Indios de l Nuevo Mundo al redi l de la cristiandadY

Para la cunsolidación de la nueva hisroria en el ánimo de los indios neófitOs se echó mano de diversos recursos

P Sobrt' U da(tdlón cnrre coda b gcmc de b visión ct•itian~ de la hu:ror.a qutú s1g.a sacndo lo mejor lt ubr;a. de Robut Ric:ud. Ll trm;¡•11111 ~lptnt~UJ Je Minc.n. N u tne1IOS útil fiel libro de José M:uh Cob,;ry<~.shi J..¡, tJ•~~~~<tÓN tf.lmn Mnq•ttlli f'du)do por El Cul(ltao de México en 197).

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aparee de los or:uorios: la pinrura a la manera prehispá­nica y a la munera española: la esculcura de los retablos y las f:~chadas barrocas y las representaciones teatrales que han sobrevivido hasta nuestros días con el nombre de pastorelas.18 La concepción histórica del mundo que sus­tituyó los anriguos relatos históricos de índole reRional o étnica hizo mella en codos los niveles populares de la Nueva Españ:1, conviniéndose en historia folk, trasmiti­da or:J.lmente y apoyada por todas las arces y las artesa­nías, y así, hecha una con el pueblo, se manruvo sin contradicción hasta el asomo de la oreja de un:~

HISTORI(X;Rt.Pf A PATRIA O MEXIC!u'iA

En el úlrimu tercio del siglo XVILI . Como se repite sin cesar, los criolltlS ilustrados dieron en darle encruda al desumor por lo hispano, en hacer revisiones a la tradi­ción cristiuna y en senrirse y saberse mexicanos. En muchos criollos cundió la cosrumbre moderna del pa­triotismo, el espíritu nacionalista y el deseo de añadir a la historia universal en vigor, una historia patria. Fran­cisco Xavier Clavijero doró a esa historia de un horizon­te clásico: el mundo de los mexicas.19 La ernohistoria

u Sobre el reatro hisrónco difundido pur lo$ m•iioncrhs Ct•smmu.s hoy una dc::.er•pción dásic::t de Toribio Bcn.a.,•enle Muwlinla. Se rc(it:re" b rt!prcscn· t~W:ión en las fiesr-ots de corpus de 1)38 de la pina tc~trod l...t rrm111 d~ )crNJit·

11m Oe l.t.t ~uperv i,•encils de ese tc:stro se ()('up~ M:aría dr1 Carmen Ob:.: de Ch;~murn,

•• l.\ti5 Vinom, LoJ gr.mdt•J ""'"''11101 J1l indlj!ctiiJ mo tn M éxi~o. Edicio­nt:S de l:a ÚSJ Ch:an.. M~lOOO, l979. c11pitú.lo ciNlado -lo Jndígt:n:a como n:l.hdad c:s-pecífie;¡ que st litxra de lil 'mst<Jncl:~' aJ~"' (primer tspccto}"", pp 127·1}~. Tombién C.onzalo Aguinc: ~ltrin. Fr•nruco X4nlf Cú•ii•ro.

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azteca, tan viruperad:t por los misioneros de los siglos XVI y XV~I, es co~vertida en primera p:me del historial de la naaón mextcana. Poco después, los historiadores de las guerras de independencia, le agregan una segunda parte 11011 grJta y a la misma altura que la Edad Media europea: los trescientos años de la dominación gachupi· na.10 Por último, cientos de historiadores de la Reforma y la ~evolución le han pegado a la crónica de México una herotca y revolucionaria paree tercera. Se ha confeccio­nad? un~ visión histórica de México, furibundameme n.aCtonaltsrn, qu~ se divide en rres actos: el paraíso a me­nor a lo .conqu tsta; el purgatorio colonial y el México mdependtente subdividido en rres cuadros: Insurgencia, Reforma y Revolución.n

Las _primeras hisrorias nacionales, hechura de criullos maJq.utstados con España, conocieron la letra escrim y aun tmp~esa, y quizá por lo mismo y por la censura de las autondades. no llegaron al pueblo sin letras y sin

Anlolo~i.J Secreurb de Edu<><:ocln Públia. M.:Xio>. 1976. pp >4·\1 "l.os a.oHos ro putdtn .denu{.canc: con su.s p3dres europeos 01 cun b ruhur1 ocodetu..aJ de b que son pon:adorc:s. OC'scsper:adamcmc n«nit~n cncuncur Ulf'OS orlg~ncs ~n qu~ fincar la idmtidad y con cesón 5e"dedian a ptro¡;tgu1r. 1~ torn:andu cumo base L11 tirrn americana y el bom.bteaut~otiamtnlc ~me· ncano que e~ el 1ndto"

.~0 En eJ. tCXt~ se h~ rt~c:-'7nda sólo S la. bJStufl3 que llegada 3 ser ortctnl Mt~nrra\ 1u~ l tbcrulcs ~ hmtran íl derurp::tr rodo lo que prtM.iUIIl col v1rrc1n:a· 10. · ·· 1~ (.'o.nscrvadurc~. en camblo. lo aprueban ... ·· wmu dio: CuiiJt"rrnu de lo Peno. & ""'" )' !J f•rula, El Colegio de Michoocin Zomoro 1 <"'i '7 " T d"f' • • , yo • p . . ,

~m!XJ,Co se e t tCíl urlta sub vt!rsi6n de la "id:J dd M~x1c.·o ulC.ic~ndicn· te. Comu quu~rl.l! IJ mh prupaLtda, por cont:tr con el .a puyo del f,'tlbicrnH cs la q~ declar:~ p.adrc:, <k _JOJ nacibn. libre e independiente 11 quicnt'S (raC'J.s.:&r1~n en el mccnt~ de: hJttrlt u.dcpcndtcmc. y villano 11 quicn logró la dt:M.w.!J inde· pendenn•; b que ucul1 bcncméruo a juáre2 y traKior~ a 1~ del bJndu conseo•Jdor. )' La q~ ~uprune o C'hl l:a dtnimica d.ittadura dc Oi:ax y no le encuentra pc::r05 .1 La h;u:ti\o!..J. Rcvohx;()n Mcxiam.

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libcnad. Tampoco los voluminosos libros de Bustaman­te, Mor:~. Zavala )' Atamán. de los cuatro evangelistas de la independencia de México, podían trascender la élite culta y poderosa. En el último tercio del siglo XIX y la aurora del xx se fabricaron narraciones escr itas e impre­sas de la vida nacional de México de tamaño gigante como el México a trar:éJ de loi Itl(los o el ¡\,léxico: 111

evoluci6n ¡ocia!. sólo adquiribles por los pudientes, y ca­cecismos de hiscoria para consumo de escolares de cual­quier grupo. Como quiera, los texros de hisro ria de Mé­xico no alcanzaron mucha difusión por la escasez de planteles escolaresn Aunque ya había discursos de 16 de septiembre y teatro histórico nacionalista, hacia 1920 todavía era ignorada por la gran mayoría del pueblo ágrafo (indio, mestizo y criollo) la hiswria nacional y seguía s iendo del dominio público la histo ria de la cris­tiandad.

En los días de José Vasconcelos. el más reciente coloso del nacionalismo mexicano, comienza la folclnrización de la histOria oficial de México, mediante la alfabetiza­ción general izada y la vuelta al uso de mensajes di rígidos a las orejas y los ojos del pueblo: pintura mural. cine y radio.H Si la his toria nacionalista pintada por Diego Rivera y otros en tantos muros públicos no llegó a ser ran popular como orr:~s fue por la pretensión de desha­cerse de dos pájaros con el mismo tiro, por querer infun-

n Sobr(' lo.s pocus :t~~nce~ de: lA cduc3ClÓn en el )oiglo XIX h:t)' prlK'bas :aún en bs ubru mls cnw.s.il.stas de eu educ;tciól\. en E.ccqu~l A Chhc.-1, Oancd Cosío v.n.,gu. FroOO.CO Larroyo. Jo"" Bn•-o U¡¡me. }USIO s.err>. Lcopoldo Zt:~ y ocr~ ha.stori;adort:S de la cd:uución mex1una

z~ l..u"i e1ruerzus del E.<it:tdo p.u1J Ut'VJ r .ll pueblo Ll hi'(toTÍJ. de lJ no~ción mcxi,·un.t ~n su versión libcr.1l constan en juo;crina Vhquel.. 8Jt"nw.~lrtrm> J t•durariñn ~~~ ftl ixiro. El Colegio Je Mt:xil'u, Mcix1C~1. !975.

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dir la historia de México y borrar la visión cristiana de la historia simulcáneameme. El cioe. al través de varias docenas de largometrajes históricos, ha llevado al pueblo los pumas cumbres de la vida nacional, las proezas de Hidalgo, Morelos. Juárez y Zapata.14 En menor medida, han concribuido a hacer de deglución fácil los episodios de nuesrra historia los discursos conmemorativos, los monumemos de bronce de los héroes. la radio, y del cincuenta para acá, la televisión. 2' Desde hace poco, exis­ten imágenes folk de la hisroria de México y no sólo de ella Quizá para tener conciencia histórica yue requiere todo hombre, para no sufrir de desnutrición en ese cam· po, el pueblo ·de México necesita oír y ver, aparte de la historia universal traída por los frailes y la historia patria que se viene elaborando desde el siglo de las luces, una historia matria , la

M ICROHISTORIA OE LA PROPIA tSTIRPE

Como la existeme ames de la llegada de los españoles , similar a la des truida por los autos de fe de los misione­ros portadores de una concepción histórica entonces con­siderada exclusiva o poco menos. la cor'!'ieme de la his­toria érnica casi se secó dura me el virreinato. En el siglo XI X tuvo rebrotes escri tos, y por ende no populares, que

: 4 Qui:ci no h3)':1 •Jtu mdustri3 cinem:uognif1et nx1un;ll qllc produzc.1 tanr.t c:anudad de ptJíc:ubs hi.s-túric2s nxtunallst:~s ounu l;, mexnn:a cuy:a bbor cabal se puede ~~otr ~n el mulm·nlum•~• Emih,• (~rcú R.en.. Hirtnn.;~ doc•mcRI¡,¡/ J~/ anr ml·XK-471''· ERA , M~lUhJ

n En 197~ 13 ctlc UarunJ16 .tmpiiMr~ntt" La Tdch•~h.'f1J de Méxicu con (CXW'"+ de lgtucm BetnJI, Alejandra Murcnu. l.uis (~on:.dlc,:.(, I>.lnicl Cosfn Vlllc.:~as y Edu:ardu Al..~nc;¡ ucl

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circulaban con el rótulo de historia de tal Estado o tal ciudad. En este siglo, ya se cueman por miles los estu­dios históricos que tienen por objeto un municipio, una ernia, una región o un Estado de la República Mexicana y que circulan impresos. Las de ámbito estatal acaba de incorporarlas a la educación obligaroría el gobierno me­xicano. y por ese cauce. se popularizarán, pero las m:ls necesitadas de folclorizació n roda vía están lejos de con­seguirla.26

Muchas esnrpes, linajes o paremalias de México han olvidado su etno o microhisroria; carecen de l caudal mí­nimo de memorización neces:lria en cualquier pueblo para su propio desarrollo. La nobleza obliga sólo cuando se le conoce. Si no se sabe de ejemplos que emular y agravios que corregir en la propia estirpe, el paso de ésta será lemo y a oscuras.l' Y lo mismo puede suceder si se le conoce muy vagamente y sólo en sus últimas e tapas. Quizá se pueda argüir que en casi todos los pueblos y etnias se da el memorioso del lugar que difunde sus recuerdos oralmenre. Pero quienes han acudido a mu­chos de esos hombres saben que su sabiduría h is tórica, salvo algunas exce¡x:iones, se reduce a un puñado de chismes recientes y de poco valor o a m itos universales o nacionales achacados a la propia familiaJ8 La microhis­toria de transmisión oral no suele tener aquí y ahora la

~r. I.JH) GonDle1. N11c1 a lfll'llt~ci6u 11/u m;cmhowna, Secrer~ada de Edu<a· ción I'Ublin-Fondo de- Culrura E<onómica. Méxoeu. 1981. pp 47-77: "Un s•glo d(' 2purtx10ncs rncxi(lln;as a l.J. m.cnm.iswri;a..'"

n Permiciseme record:ar el dicho de Burkt: ''N ingU1l hombrt' que no c~n· d:a l::e viu01 h:.1c.ia auh. h.aci:a sus antcp:J.>JÓI.•s, pudñ tc:-nderl01 h:&dll !tdebnu:. lucí• b postend>d -

l& A med•d:a que crece:- b cl•cntcb deo b rJ.d.io. el eme)' b rtlr dlSm1nuyc <1

los narnu~m:.s populares. E$ta es unn especie que ttende 11 uungUirSt

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riqueza requerida por un pueblo o etnia. En este coto el folclore mexicano es pobre no obstante la abundancia de corridos de asumo microhistórico y de personas dispues­tas en cad:1 sirio a invemar las antigüedades de su te­rruño.

En cambio, la microhiswria escri ta se ha vuelro en gr:1n pane caudalosa, seria y segura en los úhimos dece­nios, aunque por culpa de algunos practicantes torpes, anricuaristas, sin oficio y sin g racia, no goza de prestig io en el mundo académico y tampoco arrastra a la gente común. Como quiera, cada vez abundan más las ernohis­torias indígenas hechas por anrropólogos, monografías municipales como las mandadas hacer por un gobernn­dor de Michoacán a un selecro grupo de historiadores, las buenas historias de tal o cual región como la del Va lle del Yaqui de Oaudio Dabdoub. Frente a una historiogra­fía nacional poblada de héroes y villa nos, crece una his­toriografía regional si.n grandes hombres, sin monstruos sagrados.

Algunas caracrerísticas de la nueva histOriografía son las siguientes: "Se origina en el corazón y en el instin­to ... La mueve una inrención pi:~dosa: busca mantener el :írbol ligado a sus raíces . . . Cuenta el pretériw de nues tra vida diaria, del hombre común y corriente, de nuestra estirpe y de nuestro terruño." 29 No dispone de muchas fuentes de información que sí muy variadas: cicatrices terres tres, materia les arqueológicos. tradicio­nes trasmitidas de viva voz, registros de parroquias y notarios, papeles de familia, libros de viajes, etcétera. Realiza, para esrar a la altura de los tiempos, las ope-

n Luis Gonúlez. -HxQ uru tedriJ ck b microh•storu" tn J\femoru J,. l.t Aradt.:mia MexiCiltlll d~ la Historia. wmo XXX. pp. 57·S8

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raciones de recolección, critica e incerpreración de los testimonios. Cierramence no se enrreriene en explicacio­nes. Tampoco briUa por alardes arquiteCtónicos o de com­posición. Es de habla menos pretenciosa que las habitua­les en las hiscoriograffas del mundo y de la patria, pero rodavía no es del dominio popular, aún no se fol­cloriza.l0

La versión cristiana de las conce¡xiones hi;córicas del mundo es pane de la sabiduría popular, del folclur mexi­cano desde l:1 época española En los últimos tiempos ha pasado a ser propiedad del saber de los humildes la hisruria de México en b versión autorizada. Hay, a no dudarlo, tenues supervicencias de las ecnohismrias pre­curcesianns en los pueblos donde la cransculru ración se deruvo o fue superficial Hay también tradiciones loca­les menos antiguas trasmiridas oralmente que cada vez son menos y más pobres. Pero no exisre aún la microhis­wriografía seria de cada estirpe o terruño que se ha)'3 fo lclorizado, que sea ya sabiduría del pueblo como lo es la de las pasrorelas y de los carros alegóricos de l 16 de septiembre. Sin embargo, la popularización, el folclori­nazo de las crónicas de linajes. regiones y pueblos. se Uevará menos tiempo que 13 divulgación de l:ls historias mundial y nacional si se cumplen ciertas condiciones.

En primer término, se esper:J de un dh para orro la apertura de casas del pueblo en las dos mil y pico cabece ­ras municipales de México que s irvan de a lmacén de la sabiduría y el arte de cada tierruca y de esparcidores a nivel local de saberes y artificios de México y el mundo.

)f HJ.brÍ' que m.;Uil.lt bs 3ntertorcs Jf'itm.&C.Uilé3o.. Ü(t.l \ t:Z rrc CUU: V~J.I• men del mteruhisrott.J.dur mex 100U .. t:n N~tn 11 m1 Jt.tt16u 11 !.J JJJt(fnbHtrm..s.

pp. 78·96.

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De esas casas de la culwra la difusión de la microhisroria pue~e espera~ _importantes ayudas. Pero seguramente el máxtmo auxtllo provendrá de los medios masivos de comunicación: radio, cine y cele. El hombre actual inclu­so el alfabetizado, lee puco; prefiere ir al cine 'ver la televis ión, escuchar e l radio y enrrerenerse con l~s imá­genes d~ las r~visras ilustradas. Ya quedan muy pocos comparnotas sm acceso al cine,la re le y el radio. Se rrnta de vías de alcance universal que en las

RECOMI!NDñOONF.S

Úlrim~,_propias de cualquier ponencia, no pueden fal­tar. QutSte~a _con~luir esre manojo de informes y nocas, donde la_ ongmaltdad y el orden no son las características S?bresaltenres, con sugerencias tan precisas como las cmco enltSradas a continuación:

l ) ~onsidera ndo que muchas pa labras-recuerdo y pic­rogra~t~s de la época prehispánic-.1 fuero n rescatadas por los mts~t~ne ros y por algunos indios larinizados a ralz de la conq~sra, pero que las tradiciones orales rescaradas andan cü;persas en multirud de libros inaccesibles para In ma~ona _de los lectores, propongo la publicación de bs ernohtStOn as precolombinas de México salvadas enton­ces en un sol~ corpus b_ibliográfico donde también que­p~n. lo que aun sea postble salvar de esas historias rras­mmdas oralmente.

2_) En vi~ra de que t~avía andan en boca de algunas er~tas ~bo;1~enes vesugtos de sus antiguos saberes y mtros htst?ncos y de que es rán a punto de desaparecer, es necesano e l rescate urgeme, la g rabación, escritu ra y

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traducción a la lengua española y la publicación en el corpus mencionado en la sugerenci:1 número uno, de esos relatos míticos e históricos.

3) Como sin duda existen abundantes muestras con­tadas, camadas y a la vista de la concepción cristi.:na de la historia asumida por el pueblo y enriquecida por él en la época agachupinada, y como esas muestras no por abundantes dej:~n de estar en peligro de exrinm)n, solici­taría a este grupo de folcloristas y ernomusicólogos que tomara las medidas ad hoc para resc;Har las manifesta ­ciones sobrevivienres de esa historia universal de carác­ter folclórico y darlas a la imprenta en una segunda serie de la colección que podría llamarse ''el saber hisrorico popular de México".

4) Dada la exisrenci:l cada vez. mayor de versiones populares de los varios episodios de la historia nacional de México y de la lucha de los medios masivos de comu­nicación y de la bistoria oficial contra las interpretacio­nes netamente populares, me permitO sugeri r obras de salvamento semejantes a las propuestas en los iocisos a nreriores.

5) En el caso de las micro his torias de oriundez popu­lar no sólo deben rescatarse las que ahora circulan en narraciones ora les y por otros medios efímeros sino tam­bién estimular la creación de relaros microhistóricos de validez folclórica ¿Porqué no abrir concursos que po­drlan llamarse "Lt historia de mi rierra", "La hisroria de mi genre" o algo por el estilo?

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MICROHISTORIA Y CIENOAS SOCIALES"

Er PUiillW TERRUÑO

AL QUE me referí en primera persona si ustt>des me lo permiten, del que salí a los doce año~ de edad para mcoporarme a la segunda urbe de la República Mexica­na por siete años, y a la ciudad hoy más poblada del mundo por treinta y tres, era visto por la gente de cone urbano,_ como rod~s las poblaciones chicas, con un dejo peyoratavo. Los ormndos de la comunidad de San José de Gracaa no escapaban a la regla de ser objero de desdenes y chistes. Yo lo fui al llegar tocado con gorra a una escuela de Guadalajara en una época fanáticamente sin­s?mbrerista y al hacer uso de una lengua paya, pueble­cana.

Logré deshacerme del sombrero con rapidez y me hice de palabras y gesros gentiles que me permitieron com­~a_mr pasablemente con profesores, profesionisras, po· lu1cos y potentados ~ la urbe, y cuando ya iba muy ade~n_rado en el cammo de la urbanización empecé a percibar que los valores de la gente campesina dejaban de ser asunto de la humorística, eran cada vez menos el hazmerreír de los ciradinos. Quizá hayan colaborado a convertir en meritorio lo poco ames desdeñable las pelí­culas pobladas de charros canrores y novias hacendosas,

• Puntnci2 procomada e-n c_l XLV Congreso de Atnf'rianurJ.S a-IC'br.ldo en Bugmi. Colombi•. dd r• •1 6 de julao de 1985.

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COLEE BIBLIOTECA

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la radiodifusión de corridos y de canciones rancheras, las novelas de asunto rural que culminan en Pedro Páramo de Juan RuUo y las actividades érnicas de IN~ Y de INI,

instituciones fundadas en 1939 y 1948 respect~va~e~te . Aunque las modas del cine de j ineres, la rad1od1f?s1?n

de canciones folclóricas y las novelas d~ tema ~us~1co pas:1ron relat ivamente ~ro~tO, los ~srud 1os acodem1~os sobre la vida mexicana rusuca y semJUrbana han segu1do multiplicándose. Son cada vez más numerosas los mono­grnf!as de comunas indl~enas he~has por antropólogos sociales. Son cada vez mas apreo:1das l~s h1stor~as pue­blerinas escritas por aficionados y me¡or acog1~os los h 1s1oriadores profesionales que consideran h1stona~le_la tfayectoria de los miles de microcosmos de la Repubhca Mexicana. Por distintOS conductos se produce la re~alo­rización académica de los pueblos. Mi puebh~, m1 San José de Gracia. anres ignorado u visro preyon~uva~enre llega 3 ser rema de deba te intel~rua l en lJ ~ I vcrs1dad:s de México, San Diego de Cahforma, Ma~ac:ubo. Mndnd, San Juan de Puerw Rico y Bogotá. M1 pueblo. en su papel de asunto, le ha acarreado miles de lecwres a Pueblo en vilo. el volumen que escribí en 1967. cuand.o todavía el interés por las minisociedades no se volv1:1 wrrencial. Ahora lo es, y las preguntas sobre la meta, el método y la siruación microhistoriográfica me son plan­teados con frecuencia. A las preguntas respo~do. ~ara empezar, con la definición del n:'icrocosmos soc1al ob¡cto de la microhistaria. Suelo dc··or: ..

Terruño, parroqui:1, municipio o ~imple~ent~ m1~1· sociedad sólo sabría definirlos a parur de m1 pama ch_1ca

0 marria. Desde esta perspeetiva los veo com~ pequenos mundos que no cesan de perder, en estos uempos de

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comunicaciones masivas y rransporres rapidísimos. sus peculiaridades. Quizá desaparezcan en un h1turu pr6Ki­mo, pese a la revalorización de que son objeto. Ahora todavía conforman a la mitad de los habi rames de la República Mexicana y a diez millones de mexicanos que han sufrido el doble destierro de su marria y de su parria, de su terruño y de su nación como los que rrabajan en tierras esradunidenses. Hasta hace poco, no más de treinra años, la gran mayoría de In gente mexicana pro­venía de sociedades pueblerinas o rerruños que ofredan como caractedsricas más visibles y comunes las siguien­tes:

Un espacio cono, abarcable de una sola mirada hecha desde las tOrres de la iglesia pueblerina o desde la cum· bre del cerro guardián. Los terruños de mi país son trozos de tie rra de quinientos a mil kilómetros cuadra· dos que suele equivaler a un municipio o una parroquia. Este :lmbito es unas diez veces más corro que una región y cincuenta veces más eh ico que el promedio de los Estados de 13 República Mexicana. En ésra caben dos mil trescientos setenta y ocho patrias chicas o municipios, distinguibles entre sí pese a rener todos ellos muchos rasgos comunes.

La población de la gran mayoría de los munic1pios mexicanos no suele ser numerosa. Para decir algo, el novenra por ciento de los municipios de la Repúbl ica Mexicana rara vez pasa de los quince mil o veinte mi l habitantes; en parte juntos en el pueblo o la villa, y en parte dispersos en el campo. todos en estrecha relación con el ambiente físico, ya por prácricas agrícolas o gana· deras, ya por el afecto. Los vecinos de una comunidad pequeña, parroquial, no sólo viven de aCtividades cam-

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pes tres, sin ruido de máquinas ni vistosos aounc.ios mer­canciles. También se sienten emotivamence umdos a su tierra. Los lugareños habl:m de ¡mi tierra! enrre signos de :~dmiracióo. En el destierro, la fijación afectiva al terruño es mayor. En cualquier rerrulia de gente pueble· rina que se ha ausentado de su pueblo se c_ae _en la _can­ción nostálgica y en la conversa sobre el paiSaJe nattvo y el deseo de volver al regazo maternal de la tierra propia, ya para morir allí o ya para hacerla florecer de nuev~.

Cada municipio de la especie pequeña posee sus Hm•· tes administrativos que lo separan de Otros; cada uno suele tener su pueblo y sus rancherías; en todos pulula una pobklción corta, unos miles de seres humanos que_ se conocen emre sí, que se llaman por su nombre y apellido o por su apodo. En sentido estricro, _la sociedad munici­pal no es de ni nguna manera anómma como la de las urbes. En uno a uno de los pueblos cada quien conoce a su vecino y muchas veces lo unen a él vínculos de san­gre. Hay tierrucas, como la mía, donde t~~s los vecinos son parientes. donde va u. no p~~- ~?el!;~ le dJCJén?ol~~ ~~os que encuentra: "buenos dms, no qu1 hubo, pnmo , an­da le, sobrino" .. . En ningún terruño se da el caso extre· moa que alude el aforismo ("entre sí parie~tes y enemi· gos todos"), pero no son raras las enemiStades ~mre parroquianos que desaparecen y se. m~d_an en am~stad cuando los dis tanciados llegan a cotnCJdlr en el mtsmo des tierro. En las comun idades pequeñas, las ligas de or­den social son poco acusadas en el orden económico y mucho en el orden sanguíneo. En cuestión de discordias, la lucha entre familias le hace sombra a la lucha de clases.

No en todos los terruños mexicanos existe o ha existi-

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do un mandamás o cacique, pero sí en la enorme mayo­ría. En pocos municipios el presidente municipal y los munícipes son las verdaderas autoridades. Los :~yunt:l· mientos suelen ejecutar las. órdenes del líder comunita­rio que ha conseguido imponerse a sus coterráneos ora por ascendencia moral, como sucede con los curas caci­ques, ora por su poderío económico o su fuerza f!sica, como es el caso del don Perpcruo, el de las caricaturas de Rius. Es raro el terruño (y lo era más en el pasado inmediato) sin templo parroquial. sin palacio municipal y sin mandamás. Este, por supuesto, casi siempre en buenas relaciones con una élite en la que no faltan el todista, el memiroso, los ricos y los viejos de la comuna mayor y de las rancherlas.

Sería exagerado decir que en cada parroquia o munici­pio imperan valores cultumles totalmeme propios. una fi losofla y una ética diferentes, o si se quiere, una disrin­ta visión del mundo. Con codo, en tratándose de México. es posible escribir ampliamente de las culturas locales, de los valores que le dan sentido y cohesión a cada uno de los tres mil de la República. Lo común es encontrar comunidades con sus propias maneras de dar gusto al cuerpo. sus propios comestibles y fritangas. En la mayo­da de estas células de la sociedad mexicana hay marices écicos o costumbres que las diferencian de sus vecinas. Cada te rruño de México tiene su liturgia espedfica para mantener providente y amigo a su patrono celestial. a su santO patrono. Cada una de las miles de las fiestas p:!tto­nales que se celebran en México tiene su modo particu­lar de ser. Lo mismo puede decirse de las artesanías locales.

Ignacio Ramírez, el hombre de 13 reforma liberal de

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México cuya perspicacia no se pone en duda, llegó a decir que México no era una nación sino un conjunto de naciones diferemes. Afirmar de México que es un mo­saico multicolor suena a verdad de a kilo. No es necesa­rio insisci r en la osatura troceada de México, en los miles de Méxicos, en "many mex icos", en mulci-México. en un país altamente plural desde ames de la conquista espa­ñola y confirmado en su multicolorismo por esa conquis­ta . Los españoles que forja ron la nacionalidad mexicana provenían de un país que era suma de muchas part icu la­ridades, de muchos compartimientos estancos.

En México, y no sólo en él el terruño (espacio abarca­ble de una sola mirada, población cona y rústica, mutuo conocimiento y parentesco emre los pobladores, fijación afectiva al paisaje propio, régimen político patriarcal o caciquil, patrono celeste y fiesta del santo patrono, siste­ma de prejuicios no exenro de peculiaridades) el terruño, también llamado mi tierra. el municipio, la parroquia, el pueblo y la tierruca, fue en la época precapitalista, desde la dominación española hasta el ayer de los días del presidente Cárdenas. una realidad insoslayable y todavía lo es en menores proporciones. los esfuerzos de la mo­dernización no le han quitado a México su naturaleza disímbola. Es un país de entrañas parricularistas que revela muy poco de su ser cuando se le mira como uni­dad nacional; hay que verlo microscópicamente, como suma de unidades locales, pero sin dejar de atender a esas o tras unidades de análisis que son In región, el Estado y la zona. En pocos países del mundo, como en México, se justifica el análisis microhisrórico,

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L .. MJCROHJSTORIA

Como método para dar con la clave de una roción. En 1971 pro_Puse la ~icr~historia. para el mulriméxico, y catorce anos despues, stgue válida. a mi modo de ver, la propuesta, aunque con varia mes en su formulación . En­ton.ces tenía vagos los conceptOs de te rruño y microhis­tortn. ~o se me alcanzaba la diferencia entre In breve comun1dad del terruño donde predominan los lazos de sangre y de muruo conocimiento y la mediana comuni­dad de la región ~onde son parricularmenre im porra mes los lazos econórnteos. No distinguía a plenirud entre un p~eblo, cabeza de una tierruca, y una ciudad mercado. n.ucleo .de una región. Por lo mismo, confundía In hisro­na reg10~a l c~n la. his to~ia p~rroquial. A una y mra las llamé m1crohtsrona o h1stona matria.

El término de micruhistoria - pienso hoy- habrá qu~ reservarlo para el estudio histó rico que se haga de ob¡et~s de poca amplitud espacial. Es un rérmino que debena a~!Jcarse a la ~anera espontánea como guardan s~ pr~tértto los mextcanos menos cultos, mediante la htsrona que se cuenta o se cama por los viejos en miles de terruños. El papá grande de la microhistoria que se posrula a~uí es el papá grande de cada pueblo que narra con sencillez, a veces en forma de canción o corrido acaeceres de una minicomunidod donde todos se cono: cen y reconocen. ~e la microhistoria contada o cnnrada por los "vieji­

tos se su.e ~e pasar a la microhisroria escrita por los muchos aftcJonados o "todistas" pueblerinos. En México abundan las historias parroquiales escritas por gente de cultura general. Se trata de microhistoriadores sin con-

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racro con la vida universi taria, que si en vigorosa comu· nicación con la vida lugareña. No frecuentan aulas. pero si cafés y bares. Por lo dem:is. es difícil defi?irlos porqu_e a la microhisrórica acude gente de muy dtsnnta condt­ción. Y sin embargo, es posible rastrear en ellos algunos rasgos comunes: la acrirud románrica, enrre ~Hr~s.

Lo he repetido muchas veces y lo hago una mas: Emo­ciones que no razones son las que inducen al quehacer microhistórico. Las microhis10rias manan normalmente del amor a las raíces", el amor a la madre. "Sin mayores obstáculos, el pequeño mundo que nos nutre y nos sos· tiene se transfigura en la imagen de la madre ... Por eso, a la llamada patria chica le viene mejor e! nom?re de matria", y la narrativa que reconstruye su.dam~nsa~n temporal puede decírsele, además de macrohasroraa,_has­toria matría. En la gran mayoría de nuestros cronastas locales anida el "mamaísmo", la "mamitis", el amor im­peruoso ni ámbito maternal. El microhisroriador espon· ráneo trabaja "con el fi n, seguramente morboso, de volver al riempo ido, a las ralees, a l ilusorio edén, al claustro del vienrre materno".

Con rodo. al microhisroriador edípico no solla desde· ñársele por eso. Si los cienríficos sociales lo han mirado como al pardear es por que se ocupa de nimiedades e hilvana sus relatos con poco oficio. Quizá sólo cursó la primaria. Quizá sea profesionista, ~ero ~o histOriador con rírulo. Normalmente le falta tesarura antelectual; no posee la teorfa de su prácr.ica_. "Con. m~'? a ..frecuencia ignora las fuenres de conoctmaenro htSronco y no sabe hacer acopio de fichas. También padece de mucha credu· lidad y poca pericia crítica. Sus libros están.gener?lm~n­re harcos de amor al terruño y ayunos de anvestagacaón

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rigu rosa. Por su poco oficio, cae con frecuencia en el vicio de la hybriJ. rebasa la medida de la razón. Según Leuillior: "El microhisroriador tiende J desbordarse, en lugar de resrringirse a un rema. No dudará en merer una digresión. a menudo muy erudirn, en una monograffn aldeana; no eliminará, sisremáricamente, rodo lo que pueda aparecer sin relación con su tema ... Lo mulridis­ciplinario se realiza vigorosamente en los cronisras." Casi todos muestran una enorme capacidad para referir­se a todo y una soberana incapacidad de síntesis. Sus obras suelen ser verdaderos mazacotes; libros de rodas las cosas y de algunas más.

Pero la historiogrnfln parroquial u microhisroria no está comprometida con la impericia hasta el grado de no poder superarla. No es esencial en la microhisroria el ser simple enumeración de hechos y el no saber esculpir imágenes inrerinas del pasado, acopiar pruebas, hacer crítica de monumenros y documenros , percibir las inren· ciones de la genre y realizar, como mandan los manuales de metodología ciendfica, las operaciones de sínresis. De hecho, ya se esrá haciendo una microhisroria de c:~rácrer científico, guiada por el cri terio de la veracidad de los hechos y la comprensión de los hacedores.

La nueva microhistoria sale al encuenrro de su peque· ño mundo con un buen equipo de pregunras, programa, marco reórico, ideas previas y p rejuicios, y en definitiva, con una imagen, provisional de l pasado que se busca. El nuevo microhisroriador, el que ha recibido formación universitaria para investigar lo sido, se somere a rigores de mérodo más penosos en alguna.s erapas del viaje, que los padecidos por quienes practican las demás historias. En la erapa heurística, de aprendizaje para uno mismo,

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de acopio de información, la especie microhisrórica esrá sujeta a leyes más ásperas que las demás especies meri · das en la averiguación del pasado.

La geme encopetada y los hechos de fuste, asunto de las macrohistorias tradicionales, ha dejado muchos resri ­monios de su existencia, no así la genre humilde y la vida cotidiana, objews de la microhisroria. Por lo mismo, ésta se ve obligada a echar mano de pruebas viseas des­deñosamenre por la grande y general historia. La micro se agarra de luces tan monecinas como las proporciona ­das por las cicatrices terresrres de origen humano; por los utensilios y las construcciones que esmdian los ar­queólogos y por la rradición oral, cara a los ecnólogos. Echa mano también de papeles de familia (canas priva ­das y escrituras contractuales}; registros eclesiásticos de bautizos. wnfirmaciones, matrimonios, pago de diezmos y muenes; registros notariales de compra -venta, dispo· siciones testamentarias y tantas cosas más; censos de población y de índole económica; informes de curas, alcaldes, gobernadores y arras personas que sirven de enlace ene re el poder municipal y los poderes de mayor alienro. La microhisroria que se ha venido haciendo eo México en los últimos años se sirve también de libros de viajeros, de crónicas periodísticas y de las relaciones he­chas por his toriadores aficionados. El microhisroriador ha de hacer grandes caminaras o investigación pedestre, larguísimos sentones en archivos públicos y privados y en bibliotecas.

La microhisroria puede ofrecer una información abun­dante y fi rme si los invest igadores tienen la paciencia del santo Job y la múltiple sabiduría del rey Salomón. El microhisroriador recibe ayuda de un numeroso ejército

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d_e _a;chiveros,_ bib_l_iógrafos, numismá ricos, arqueólogos, s¡giJog_rafos, .lrngwstas, filósofos, cronólogos y demás profesionales de las dJSCiplmas auxiliares de la h. . El m· h. - d !Stuna .

. . 'ero IStOna o r, en las jornadas de recolección y de crmc~ de _documenros, se rasca generalmente con sus prop,_as unas; es_rablece solo, u con pocos auxilios, la au rona, la mregn?a~, la sinceridad y la competencia de documentos Y_ rehqu¡as. Un buen mic.rohistoriador don Rafael Monte¡ano l' Aguiñaga escribe· "L<ls h'. : d d · · ' · IStOna O· res e prov:nc~a [los ocupados en historias locales] so-m?s. erm~tanos reclusos en las ca ver nas de una proble­manca muy dura · · · En nosotros se ha hecho verdad Jo que ~anró Machado: 'Caminante: no hay t-amino, se hace cammo al andar'."

El microhis~oriad?r llega a lo microhisrórico al través d~ u~ arduo v¡acruc1s cuya última estación es la herme· neunca ~ comprehensión de los fines de los seres huma­~os. El h1stonador de grandes hazañas nacionales cumple SI explica _los hechos po~ causalidad eficiente, y el que traza las !meas _del devemr del género humano satisface a sus lectores SI acude a la explicación formal, si se saca d~ la manga leyes del desarrollo histórico. E! microhisto­nador, para cumplir con sus ame pasados y con los Iecro­res de la comumdad que historia, requiere ser compren· Slvo, ~ecesna compre.nder por simpatÍa a hombres de Otras e pocas; se ve obligado a someterlos a juicio a parri r de. los 1deales de la gente que estudia. La micruhistoria ~as que al saber, aspira al conocer. El rela to microhis ró: neo compona, por definición, la comprensión de los actores.

La hisroria marria, más que por la fundaci6n de la comunidad que esrudia, se interesa en los fundadores y el

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sentido que le dieron a su obra. E n un n ive l microscópi­co de h isrorizac ió n cuentan sobre codo los seres huma­nos y sus intenciones. En una ca rea que ~s_par_ce del culeo a los ancestros. es más importante revavar dafunros que hacer la sample enumeración de sus condunas o el es ca ­blecimiento de las leyes de su devenir. El saber microhis­rórico se dir ige al hombre de carne y hueso, a la resu­rrección de los ame pasados propios. de la gente de casa Y sus maneras de pensar)' vivir. Por otra paree, 13 micro­historia se interesa en codos los aspecros de las mini­sociedades.

Ln h is ruria s in más, y sobre wdo en los tiempos que corren, pr.ecende ser ciencífica hastu en las era_pas de regreso del fundo histórico. Mientras la macro antenta descubrir leyes causales, la microhisroria se reduce ~ desencierro de hombres de esta cura normal y de comuru­dades pequeñas. Para con~eguir la resurr~cció,n.del mejor modo posible, no se requae re de ayuda caennfaca ~sí ~e los auxilios del ane. La micro se comporta como o enoa cuando va hacia lo his tórico y como arte a su reg reso de Jo histórico. La mic roh isroria no se ha academizado has­ca e l punro del aburrim iento. Exponer 1? his;or~a con­cre ta es siempre de algún modo contar hascorms anrere­santcs, narr3r sucedidos a la manera como lo hacen de viva voz los cro nisras de l co mún. La m icrohisroria , cuyo princ ipal diente es el pueblo raso, ha de comunicarse en la lengua de 13 cribu, en el habla de los buenos conversa­dores. Po r el uso de un lenguaje accesible y sabroso la m icrohisroria no va a ser excluida de la república de

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LIIS OENCJ AS 500 ALES

A la que pertenece con igual derecho que la economía, la socio logía, la demografía, la jurisprudencia, la ciencia política y las demás historias. Si las ciencias sistemáticas del ho mbre no son susceptibles de expresiones tan cáli­das e interesantes co mo las de la narración microhistóri­ca, no es porque sean más científicas, que si menos hu­manas. Como el quehacer microhisrórico suele estar sa­turado de emoción, se expresa, de modo natural, en for­ma grata, ardsrica, atrayenre, no árida y fría como la expresión de asomos ajenos al prójimo; tampoco reróri­ca, cursi. que es la manera de expresar la falsa emoción. La historia marria exige un modo de decir hijo del sen­rimienro.

La microhisroria es la menos ciencia y la más humana de las ciencias del hombre. Su antípoda es la economía. Si no me equivoco, la economía se aleja cada vez a mayor velocidad del ho mbre de carne y hueso. La más joven de las ciencias humanas se fue del hogac, concreramenre de la cocina. ames que los Otros saberes de pretensió n hu­manisrica. Tras la ciencia económica marcha la sociolo­gía que ocupa un sitio inrermedio entre la muy materna ­rizada economía y la antropología social. Aunque ésra se niega a permanecer en la simple descripción de costum­bres lugareñas o regio nales, aún no se remonta al cielo de las reorlas. La reflexión polfrica o policología también mantiene los pies en la tierra.

La hiscoria local o del terruño, la microhistoria, es una ciencia de lo panicular anterior a cualquier síntesis. Es una disciplina que arremete contra las explicaciones al va pur. Es el aguafiestas de las falsas generalizaciones.

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Siempre da lata. Siempre le busca exce¡x:iones a la teoría que esgrimen las demás ciencias de l hombre. Su princi­pal ayuda a la fami lia de las humanidades es la de poner peros a las simplificaciones de economistas, sociólogos, antropólogos, politólogos y demás científicos de lo hu­mano, de un asunto tan complejo que se presta poco a generali:z.aciones. La microhistoria sirve antes que nada para señalar las lagunas en los terri torios de las otras ciencias sociales.

Tiene también una función desmitificadora cuando irrumpen en el mundo del conocimiento las seudocien­cias. En México es muy frecuente la inclinación a sacrali­zar los mitos provenientes de los paises poderosos. Con bastante frecuencia esgrimimos filosofías que pretenden sustituir la observación. Mediante diversos trucos de propaganda se nos da gato por liebre, ideología en vez de ciencia. Para evitar ser víctima de los impostores también se recomienda, como preventivo, la microhis­toria.

Y ya puesto en este plan de docror pedante y soporífe­ro, diré que no sólo sirve para rectificar y desmentir. También nutre y no únicamente cura. Cuida de caer en la excesiva confianza a que conduce la ciencia, pero tam­bién proporciona conocimiento científico. Muchos cien­tíficos sociales le conceden un (lalor ancilar: en primer término, los microhistoriadores. Don Alfonso Reyes le escribía a don Daniel Casio Villegas: "Es tiempo de volver los ojos hacia nuestros cronistas e historiadores locales ... Muchos casos nacionales se entenderían me­jor procediendo a la síntesis de los conflictos y sucesos registrados en cada región" y en cada terruño. Al valor ancilar, de criada, de la microhiscoria se refieren tam-

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e bién diverso~ estudiosos de la naturaleza humana. No pocos profestonal~s de las disciplinas que tienen por as~nto al .hombre ¡uzgan que la mejor manera de conse­?utr una tmagen redonda de la grey humana en su con­¡unto ~s el estudio de principio a fin de una pequeña comuntdad de hombres.

Lucien Febvre escribe: "Nunca he conocido, y aún no '?nazco: más que un medio para comprender bien, para struar bten la historia grande. Este medio consiste en po~er .? fondo, en todo su desarrollo, la historia de una r~gtón. Se ha llegado al momento de asimilar las minu­Cias de. los .microhistoriadores en la construcción de la gran htston3 .. Cl3ud~ Morin, un historiógrafo canadien­se ~e rec;onoct~a senedad, dice: "La visión macroscópica me¡~rara gract.~s 3 la ayuda que le prestarán las mono­gr~fllls locales. En Foster se lee: "Lo que es verdad·para Tz.tntzunrz~n parece serlo también para las comunida­des ~ampes~~as de otras par res del mundo." Según I. M. LewiS, aun los antropólogos estructuraJistas más extre­mados", requieren de las aportaciones de los reporteros locales. Tan:'bién "los antropólogos de la pelea pasada, los que se ~ts!'uran el campo bajo las opuestas banderas ~el e~oluctontsmo y del difusionismo, coinciden en el tnteres d~ la corriente de investigación microhistórica. . Los sociólogos que no rechazan el conocimiento histó.

neo: ven provechosa a la cenicienta de la familia Clío. Segun Henn Lcfebvre cualquier .. trabajo de conjunto d,ebe ap~~~rse en el .mayor número posible de monogra­ftas terruntcas y regtonales". Hasta los economistas acu­den~ los ~ervi~ios del microhisroriador. Beutin sostiene q_ue la hJstona de una hacienda, de un pueblo, de una Ciudad puede ser ejemplar para muchos casos semejan-

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res -aunque codos estén igualmeme ~strucrurados- Y servir de tipo" o ilustración de amplios seao_res ?~ la vida económica. Las manifestaciones de los ctent~tcos sociales en pro de la microhiscoria son abundam~stmas, pero no los voy a sorr;eter a un ~esfi~e m~yor de Ctt~S- ~o cieno es que la relacion de la mtcrohtston~ con la ct~ncta social crece a medida que se produce el dtstanaamtemo con la filosofía y la literatura, las antiguas aliadas del quehacer histórico. . . .

Ya nadie duda de la función de anctla de la htstona marria. Í:sca, según opiniones generalizadas~ ejer~e bien el papel de sierva de las orras maneras de htStonar Y de otros modos de aprehender la vida huma~ P?r dar respuestas a muchas imer~oga~one~ ~~ 1~ ~tenctas so­ciales, según Chaunu, la miCrohtstona es u.nl en el se~,­tido más noble y al mismo tiempo el_ mas_ con~reto · Para el historiador francés, la ciencia mtcrohtstó~ICn,so­bre todo si sigue el sendero cuantitativo, se convtert~ en "la investigación básica de las ciencias y las técntcas sociales", el ama de llaves de economista_s, de_mógrafos, politólogos. antropólogos e incluso de _h tsconadores de espacios más anchos que el del cerruno.

La microhistoria no padece por falta de defensores oriundos de las ciencias sociales. Abundan lo~ abogados de fuera y de casa aunque ésros de~ie~an. ser más, pues en pocos lugares como México las dtsc~pl!n.as de~ pasado interesan a muchos. Los libros microhtsconcos t~e_nen y_a uoa abundante diemela en la comunidad_ de los Cl:ndft­cos sociales, sólo superada por el atracttvo que e1e_rcen en el público común, en el pueblo raso. ~ rama mtero­histórica del saber histórico es todavla mas lectura popu­lar que sabia, más alimento de legos que de colegas, pero

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ese es otro cuenco. Para la presente ponencia ya es hora de

LA CONC.I.USIÓN

O epilogo. Concluyo con el resumen de lo dicho de tres términos: terruño, microhistOria y ciencia social

De las instancias que utiliza el mexicano en su pre­sentación (nombre propio, apellido familiar, la macria o el terruño donde nació, la región que lo engloba, la entidad federativa o la patria) aquf hemos esbozado la del terruño, que podría U amarse matria, pero que ordina­riamente se denomina patria chica, parroquia, munici­pio y cierra. El terruño es dueño de un espacio corro y un tiempo largo. El común en la República Mexicana empieza en el siglo xvc con la poHtica de congregaciones indias y la fundación de comunidades españolas. Se trata de pocos kilómetros de superficie, muchos años y poca gente. Las personas que ocupan sucesivamente un te­rruño se conocen enrre s!. La lucha de clases suele ser mfnima y de la familia, máxima Las relaciones con el territorio propio tienden a ser amorosas, con las comu­nas vecinas, de lucha, y con la ciudad próxima, de ocios y negocios. Diez, doce o quince de estas minicomunida­des confluyen generalmente en una ciudad mercado, ca­beza de una región. En lo cultural, cada terruño maneja un haz de prejuicios que rigen desde la mesa hasta el alear, pasando por un código de honor, una cosmovisión, un andadito y una manera de hacer arte.

El espejo obvio del terruño es la microhiscoria que hasta fechas recientes fue ejercida por aficionados de

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memoria excepcional que la comunicaban de viva voz en forma un canto difusa y mltica. Como quiera, en algunas comunidades se practicaba la crónica escrita desde el siglo XIX, y por excepción en la época novohispana. Varios terruños o parroquias de México han conseguido recientemente tener relatOS microhistóricos plenos de djgnidad cjendfica y de valor artístico. la nueva micro· historia procura hacer el fiel retrato de un pueblo o comuna de cortas dimensiones desde su fundación hasta el presente. Con la composición de lugar llena el primer caplrulo. Toma muy en serio la geografía, los modos de producción y los frutos de su microcosmos. Se interesa en tos aumentos de población y en las catástrofes demográ­ficas producidas por pestes, hambres y guerras. Le da mucha importancia a los lazos de parentesco y demás aspeccos de la organización social. Se preocupa por ro· barle al olvido las acciones, sufrimientos e ideas de la gente municipal. Se asoma a la vida del pequeño mundo al través de multitud de reliquias y testimonios. Ve, escucha y lee con sentido crítico. Hace serios esfuerzos de comprensión. Le importan poco las relaciones causa­les y no disfraza el habla corriente con terminajos a la moda. Le vendría bien la expresión audiovisual del cine y la cele.

La microhistoria es la menuda sabiduría que no sólo sirve a los sabios campanudos. Es principalmente nuco­sapiencia popular con valor terapéutico, pues ayuda a la liberación de las minisociedades, y a su cambio en un sentido de mejoría; proporciona viejas fórmulas de buen vivir a los moraliHas; procura salud a los golpeados por el ajerreo y ha venido 11 ser recientemente sierva o ancila de las ciencias sistemáticas de la sociedad: destruye falsas

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generalizaciones y pe · h . da 1

. . . rmtte acer generahzaciones váli-s a os ctemtftcos sociales y por tod 1 . d am · 1 . . · as as vtrcu es

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contorno de la propia tierra, en el cenáaJlO de famili:~:: Y am,gos, en la querida tierruca.

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DE LA HISTORIA RECORDADA A LA MlCROHISTORlA (ENTREV1ST A A LUIS GONZÁLEZ)

Por (u.UOIO (OLOMBANl

-HACE muchos años que usted se ha dedicado a la microhiscoria. . . _

-Comencé a dedicarme a ella en 1967, durante un ano sabático concedido por El Colegio de México. Est~ve entonces en mi pueblo. metido en la tarea de recoptl~r información sobre la trayectoria de San José de G,ra~ta, de un microcosmos minúsculo del Oeste de la Repubh~a Mexicana. En esll ocasión enfoqué las normas de la hts­toria científica hacia mi tierra y mi gen~e. Después ~e historiado a Zamora y a Sahuayo, dos ctudades ~~~a­nas, próximas a San José. T~~b~én di en la, teom:actón de esta especie del género htstoriCo que h~b1a .comenza­do a practicar. Teoricé la historia de .muniCtpiOs, la hts­coria parroquial, la histori3 de comumdades que no~al­mente disponen de un espacio que rara vez es supenor a los mil kilómetros cuadrados, y de una población corea en número de habicames y larga por la cuanrla de las generaciones precedeoces. . - En ese lapso del 67 a la fech:t ¿ha va nado su concepto sobre la microhistoria. -Sí, en parte. En aquel entonces ~uise ap!icar el ~é,t~do de la historia general a esta especte del genero htstonco

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que he acabado por llamar microhisroria. Posteriormen­te me di cuenta de la necesidad de hacer una serie de ajustes en el método de los manuales para reconsrruir In vida de un puñado de personas avecindadas en un espa­cío corto al que se sienten emorivameme unidas; de personas que se conocen e m re sí y que están ligadas por mecates de parentesco con numerosos difuntos y vivos del lugar. La materia y la forma de vida en las pequeflas comunidades riene lo suyo propio. La microhisroria, tan­ro por los temas de que se ocupa como por el propósito que la mueve, es distinta a la historia de una nación o a la historia del mundo o a las monografías históricas que se esti lan en el ámbiro académico.

Por su mira, la microhistoria está emparentada muy de cerca con un modo de historiar muy cotidiano y case­ro, con la historia recordada, con las reminiscencias ha­bituales en casi rodas las familias pueblerinas, con los recuerdos que se comunican en la noche, ames de ir a la cama, a fin de mantener a los vivos en buenas relaciones con los difumos; con el propósitO de manrener al árbol familiar ligado a sus raíces, y por lo mismo, enhiesto y robusto. Concibo la microhisroria como afinación o reto­que de la hisroria recordada, de la historia oral, que se practica coridianamenre en familia. Mi hiscoria de San

José de Gracia ~· en gran medida, la transcripción de Jo que concab~n m_1 pudre y algunos ocros viejos de/lugar. Entre las h1sronas contadas o caneadas por los viejitos, por los papás, y la microhisroria de corre académico no hay mucha diferencia. Unas y otra son historia narrativa de interés para pueblerinos. A ésros les gusrn olr y leer los acaece res de su propia exiscencia y de la vida de sus ancepasados. Se erara de una m:mera de hiscoriar c¡ue

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está muy cerca de la que en los n1anuales se denomina historia narrativa o hisroria<uemo.

La microhiscoria, más que nada, debe referir lo que acontece a una comunidad pequeña a lo largo del dem po para que los miembros de esa comunidad no pierdan el rumbo, no repitan errores pasados y no se aparren mu­cho de la ruta de la propia escirpe, de los suyos. Si cada tribu tiene su propio sendero, la microhiscoria se encar­ga de que no lo abandonen sin ames medir:rrlo.

Has ca cierro punro, el cuenco microhisc6rico se parece a la genealogía. Cuenca de qué modo los vivos se derivan de tales o cuales fam ilias de otras épocas, habla de pa· renrescos. En buena medida, la microhisroria gusta de las genealogías, aunque no de los nobles. Todo mundo riene su árbol genealógico y aun la geme más humilde puede vivir a la sombra de su árbol familiar.

Por otra parte, en esta historia de comunidades mexi· canas pequeñas suele haber otro asunto distinguido, po· cas veces no tratado: las fiestas. Desde hace siglos, la vida de un pueblo suele concentrarse en la llamada fiesta patronal. Las gentes, por ejemplo, cuando están hablan­do de sus antepasados siempre hacen referencias a las buenas fiestas que hubo en ral fecha, en que sucedió cal y cual cosa particular. El regocijo, y como parte de él la comida, son temas microhis róricos imprescindibles. Na­die comprenderá bien a ningún pueblo si no indaga qué come y cómo come.

También tienen importancia ciercas cosas causantes de orgullo local; por ejemplo el que alguien haya descu­bierto algún tipo de comida o de bebida. Si usted escribe microhisroria no se olvide de los inventores pueblerinos ni tampoco de otros héroes de la comunidad que bisto·

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• ría. No olvide a quienes dieron centavos para la hechura de las t~mes y d~~ás adornos de la iglesia y de la plaza . No olv1de a los agJles y asruros: el forrachón y los cha­rros distinguidos.

No pueden faltar en una buena micmhbtoria los ~a~damases locales que aglutinaron a su alrededor. en diStintas épocas, la voluntad de roda la gente de un re­rruño. Muchas veces los poderosos fueron sacerdotes. curas pueblerinos. Ocras veces. clásicos caciques. Con mucha frecuencia, caudillos milimres surgidos, por vo­luncad popular, en un momenro de guerra, como tnnros que ha habido en México, sobre todo del cura Hidalgo para acá. Para defenderse de los ejércitos oficiales en pugna, los pueblos de México er igían su propio ejército. Para defenderse de esta consmme lucha entre insurgen­tes y realistas, federalistas y cemralistas, conservadores y liberales, revolucionarios y comrarrevolucionarios, el pueblo erigió sus propios caudillos y sus propias mili ­cias, de los que se olvida la historia nacional, pero de los que no debe olvidarse la rnicrohistoria.

En los relatos de vida pueblerina se pueden meter sucesos de codo orden si hay pruebas de su realidad. En los libros de microhistoria cabe reunir muchos datos distintos siempre y cuando sean fidedignos y no afecten la buena marcha de la narración. Dentw de su estrecho ámbito espacial, todo microcosmos ofrece una gran am­pli tud de vida que la microhiscoria debe recoger. Habrá que reunir lo específico de cada sitio y época acerca de sembraduras, cosechas, cría y exploración de animales. comercio, consumo, propiedad de la tierra, vaivenes de la población y de Jos negocios, hambres, pesces y gue­rras, modalidades de la casa, el vestido y la comida, for·

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mas de organización y gobierno, las disrintas maneras de divertirse, culto religioso, ide:~s sobre la vida. la muerte y la salvación, relaciones con seres de ultratumba, normas éticas y estéticas, :mesanías, música ¡diversas manifes­taciones literarias. En suma, un torbellino de estructuras y coyunrums, de cuentas y cuentos bien confirmados mediante lu acumulación de testimonios de índole mi­crohistórica.

La sustancia de la microhisroria es basrante diferente a la sustancia de la macrohistoria. Las fuemes utilizadas para conocer lo microhistórico también son distintas a las que frecuentan los macrohistoriadores. Hay que tener en cuenta que los ,l!randes personajes de la historia na­cional dejan muchas huellas de sí mismos; en cambio,la genre rasa. mareria de la microhistoria, deja pocos resri ­monios escriros de su existencia terrenaL Las personas menudas, si saben escribir. no son rema de escritos, sal· vo de los parroquiales, norariales y o rros parecidos. Los papeles de las parroquius dan la fecha en que nació un lugareño, 1:! fecha en que fue confirmado. la fecha en que se casó y 13 fecha en que murió. Los libros de escribanos públicos y notarios proporcion:1n informes acerca de rea ­tos '! conrraros de la gente común. Las compraventas y los resramenros son resquicios que dejan ver algo de la vida del pueblo municipal y espeso de otras épocas. Por su parre,los diezmos permiten saber el tipo y la cnnridad de la producción de muchas comunidades del México ido. Hay orcas fuentes escritas, cartas, por ejemplo, pero se trata, en general, de escrituras poco abundantes y explí­citas. Por la debilidad de los testimonios escriros, el mi­crohlstoriador acude con frecuencia a la tradición oral debe beber c:n los dichos de los viejos que son fided ignos

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en la mayoría de los casos. Cuantas veces tuve oportuni­dad de confromar lo que: me contaba un viejo con lo dicho en documentos fehaciemes, encontré coincidencia entre c:l cuento oral y el discurso escrito. Por algo se dice que los decires de los viejitos son evangelios chiquicus. Pero se necc:sim saber evalua r lo contado oralmente. Se necesita uti lizar la tradición oral dentro de cierws lími­tes de riempo. En la tradición oral, lo muy remow se vuelve miro. En cambio, los recuerdos de: hace un siglo e incluso hasta un siglo y medio suelen corresponder a b realidad.

l.os microhiscoriadores también echamos mano de: las cicatrices rerrcsr res hechas por los ancesrros, así como del utillaje y las construcciones que eswdian los arqueó­logos. Manejamos pruebas a veces débiles pero muy variadas. -¿Los historiadores nacionales podrían utilizar la mi­crohistoria como una paree anecdótil:a de la histo ria de la nación? -Creo que la pueden urilizar para espigar anécdotas representativas de la vida mexicana en su conjunto. La visión nacional me¡ora gracias a la ayuda que le prestan las monografías locales. Mucho de lo que: es verdad para uno de: los pueblecitos de la República, parece serlo tam­bién para las comunidades campesinas de otras parees de México. Nadie pone en duda que para comprender me­jor la historia de la parria si rve el conocimiento del mayor número de historias macrias o microh istorias. Cuando se haga una verdadera historia del pueblo mexi­cano, que no sólo de sus próceres, se tendrá que echar mano de los aporres de: los cronist:ts lugareños, se hará comparecer a la cenicienta de: la familia Clío. Son cada

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vez más los hisroriadores creyentes en que un eraba jo de con junco debe apoyarse en el mayor número posible de m<lnografras terrúñico.s y regionales. La microhistoria rambién comienza a ser visea como un auxiliar eficiente del conocimiemo por sociólogos y economistas. Beutin sostiene que .. la hiscoria de una hacienda. de un pueblo, de una ciudad puede ser ejemplar para muchos casos semeja mes -aunque no codos estén igualmence escruc­rurados- y servir de tipo'' o ilustración de amplios sec­tores de la vida nacional. No es la hora de meterse a fondo en el asunto, pero créame: la microhistoria hace el papel de ciencia auxiliar de la historia, de la sociología y de la economía patrias. La microhiscoria ayuda a huma· nizar los discursos de hiscoriadores, sociólogos y econo· miscas nacionales y sirve para corregir generalizaciones apresuradas. Siempre pone peros a las visiones naciona­les simplistas

El microhiswriador es tá también al servicio de la ac­ción. Aquí naruralmenre voy a decir que hace buenos ciudadanos. produce agentes de desarrollo local. empuja hacia la concordia a los vecinos y promueve o tras linde· zas. Ya no sé en cuán ras ocasiones y en cu6.nros lugares he dicho que mi pueblo, San José de Gracia, sufrió hon· das y positivas mudanzas a partir de la hechura del tratado histórico que en español navega con el nombre de Pueblo en vilo. Lo he dicho más por vanidad que por convicción. También he sostenido que la mjcrohistoria llega mrde o temprano a tener una aplicación práctica generalmente benéfica. Lo quieran o no sus culrores lÍe· ne valor de diagnóscico, significación operativa y ca pací· dad de pronóstico, La microhistoria de un terruño acarrea el renacimiento de algunos valores posilivos del pasado

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(función conservadora), la muerce de ciercos lastres his­tóricos (función de cararsis) y la previsión del fururo próximo de una minicomunidad (función profética). - ¿Puede la microhiswria ser un obstáculo, un freno invisible para una mayor integración de comunidades, al constiruir la lucha de las partes contra el todo? ¿Puede debilitar la unidad nacional? -Aquí y ahora, no. Los sentimientos nacionales de los mexicanos de hoy se podr:ln debilitar por fenómenos como el pochismo, ya no por arraigos n la patria chica. En México, en e l siglo pasado, cuando se comenzó a fomentar desde el poder nacional la historia del conjun· ro del país, el particularismo exiscente s( era opuesto a la unidad nacional. Cada comunidad se sen tia única y sentía a las comunidades que esraban alrededor como enemi· gas. México todavía no era una nación, sino mil naciones diferentes. Eso explica que el gobierno de la RepúbLica combatiera los parcicularismos. Combatió incluso la his­toria regional y parroquial. Eran otros tiempos, eran los ciempos en que el sentimiento matrio no dejaba crecer con plenicud el sencimiento pacrio. Actualmente, con muy pocas excepciones, con la excepción de algunas et­nias que todavía no se saben, ni se sienten, ni quieren ser mexicanos. la gran mayoría de la población de México ya se sabe, se siente y quiere ser mexicana, y por lo mismo, sus sentimientos matrióricos no se oponen a sus semi· mientos patrióticos. No es necesario deshacerse del pe· queño mundo donde nacimos para ser buenos ciudada­nos de la República. -¿La programación de la radio y televisión nacionales puede hacer que una comunidad pierda sus valores? -Seguramente. Los medios masivos de comunicación

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son poco resperuosus del derecho a la diferencia de cada comunidad. Quieren que todos companan los valores de las urbes, en especial de la meHópoli. Quieren unifor­mar a toda costa. Pueden conseguir que los pueblos con· traigan sentimiento de inferioridad, pues sienten que nunca van a poder estar a este nivel que es el que ofrece como idil iw la televisión nacional en el momenru pre· sente. Como quiera, eso no es esencial de los medios. Es de esperarse que en un fu turo próximo, la radio y la cele coadyuven a fona lecer los particularismos, el México plural que somos y que deseamos seguir siendo. Sin embargo, no se puede enceguecer ni no oír el avance de tres fuerzas que aniquilan inmisericordememe la vida a lo pueblo. Se trata de tres jinetes llamados urbanización, industrialización y burocratización. La ciudad, la indus­tria y el monstruo burocrático destruyen muchas comu­nidades mexicanas obje to de la microh is toria; las dejan sin futuro y no pocas veces les hace n perdediza su con­ciencia histórica, les roban nos talgias e hiswrias recor­dadas, les resrringen las miradas hacia atrás. La oración cotidiana de los pueblos sobrevivientes debiera ser: ''De la urbe, de la fábrica y del gobierno, líbranos señor." La mucha gente impide las relaciones amistosas, el uso de técnicas complicadas aleja al hombre del trato con la naturaleza y ¿quién ignora la manía de modernización y el poco tacro humanístico de los gobiernos de hoy en día?

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fKDICE

Prólogo a la segunda cdtei6u

El arre de la microhistoda Microhiscoria para multiMéxico La hjswria contada, camada y para ver>c: Microhistoria y ciencias sociales De la historia recordada a la microhistoria.

(Entrevista a Luis Gunzález) Por Claudm Colombani . . . . . . . . . . . . .

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Este libro lit tcrml1-.ó de imprimir el día 10 de octubre de 1986 en los taltcrei de Offt<t Marvi, Lcira núm. 72. 09440 México, D.F. Se draron S OOOtjcmpla~.s.