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Benjamin Libet (Chicago,
Estados Unidos, 1916) es un
neurólogo pionero en el campo
de la conciencia. Su más
famoso y controvertido
experimento —en el que se
profundiza en este artículo—
sugiere que las decisiones tomadas por un sujeto son, primero,hechas en un universo inconsciente y, después, son traducidas a
una decisión consciente, y que la creencia del sujeto de que esto
ocurrió bajo su voluntad se debe únicamente a la visión
retrospectiva del acto.
Determinismo o libre albedrío, he aquí un formidable pro-
blema de la tradición filosófica que las neurociencias
han reactivado en los últimos veinte años. Una buena por-
ción de los biólogos actuales profesan lo que sir Anthony
Kenny ha llamado el “determinismo científico”, una convic-
ción que aparece reflejada con claridad en estas palabras de
Rolf Tarrach: “Obviamente, las leyes de la física y de la quí-
mica son suficientes para describir el funcionamiento del
cerebro, incluso sus propiedades superiores, como el libre
albedrío, aunque en la actualidad aún no tengamos conoci-
mientos suficientes para saber en detalle cómo todo elloocurre”1.
Y también en estas otras: “El estado completo, microscópico,
de nuestro cerebro determina nuestras decisiones, pero nos-
otros no somos conscientes de ello, por lo que continuaremos
tomando decisiones, que creemos libres, aunque no lo sean”1.
¿Será éste el verdadero drama de la libertad humana: encon-
trarse atrapada entre la necesidad de elegir y la ficción de unas
opciones reales? Algo así sentencia el autor citado cuando final-
mente afirma: “Existen fantasías útiles e imprescindibles”. Es
decir, la libertad como una fantasía útil y además necesaria pa-
rece ser la conclusión de un rígido determinismo científico.
Sin embargo, no es contrario a la razón suponer que el ce-
rebro facilite nuestra libertad individual en lugar de constre-ñirla totalmente, aun cuando su modo de funcionar imponga
a ésta ciertas —muchas, si se prefiere— limitaciones; como
tampoco lo es pensar que el libre albedrío sea un elemento
constitutivo de la naturaleza humana.
Libet y el libre albedríoDeterminismo o libre albedrío, he aquí un formidable
problema de la tradición filosófica que lasneurociencias han reactivado en los últimos veinte años
En 1983, Benjamin Libet publicó en Brain un trabajo
seminal sobre la iniciación inconsciente de un acto libremente
voluntario. Sus resultados han sido objeto de una controversia
apasionada entre científicos y filósofos que no se puede dar por
cerrada todavía
Referentes neurológicos
Luis M. IruelaPsiquiatra. Hospital Puerta de Hierro. Madrid. España.
Humanidades médicas Teoría de la medicina
64 JANO 16-22 DE FEBRERO 2007. N.º 1.638. www.doyma.es/jano
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Algunos filósofos como Kant, los llamados deterministas fle-
xibles, han tratado de conciliar libertad y restricción al afirmar
que una acción es libre si está condicionada por causas inter-
nas y no por fuerzas exteriores. O dicho de otra manera: si es-
tá determinada por los acontecimientos mentales que ocurren
en nuestro cerebro. No es extraño, por tanto, que las neuro-
ciencias se hayan interesado en investigar el problema con
métodos experimentales. En 1983, Benjamin Libet y sus cola-
boradores de la Universidad de California en San Francisco
publicaron, en la revista Brain, un trabajo seminal sobre la
iniciación inconsciente de un acto libremente voluntario. Du-rante dos décadas, los resultados han sido objeto de una apa-
sionada controversia entre científicos y filósofos, sin que toda-
vía se haya podido dar por cerrado el tema.
Descripción del experimento
En síntesis, consistía en pedir a un grupo de voluntarios que
efectuasen, cuando quisieran, un movimiento simple, por
ejemplo: una flexión de la muñeca. Los probandos debían
observar —y notificar— el momento de aparición en su
consciencia del deseo —o la intención— de mover la mano.
Asimismo, debían comunicar el instante de comienzo de la
sensación subjetiva de movimiento. El dispositivo experi-mental se completaba con un registro de la actividad eléctrica
de las áreas motoras del cerebro, así como de la misma activi-
dad en los músculos correspondientes al movimiento de la
muñeca.
Con una cierta sorpresa, Libet encontró que antes de que el
probando manifestara su propósito de realizar la flexión, el
registro electroencefalográfico mostraba una onda caracte-
rística conocida como “potencial de alerta” y considerada un
correlato psicofisiológico de preparación al movimiento. Es
decir, sin esperar a la decisión consciente del sujeto de mo-
ver su mano, el cerebro ya se había puesto en marcha para
ejecutar el plan. Esto llevó a Libet a la conclusión de que no
existía un control voluntario de la persona en el acto motor
simple, sino que la intención de mover la muñeca era, en rea-
lidad, una consecuencia de la actividad neuronal. “Los resul-tados experimentales —escribió Libet— indican que el acto
voluntario comienza en el cerebro de una forma inconsciente
antes de que la intención se haga presente en la conciencia”2.
Por otro lado, también observó que la sensación subjetiva
de inicio del movimiento era anterior a la actividad eléctrica
real de los músculos flexores de la muñeca, lo que sobre el
papel significaba que el individuo en cuestión sí podía inhibir
a voluntad el movimiento antes de que éste tuviera lugar.
Así lo resumía Libet: “Por tanto, la potencial capacidad del
libre albedrío estaría constreñida, ya que no sería un iniciador
del acto voluntario, sino sólo un controlador del proceso voliti-
vo, una vez que el sujeto se haya hecho consciente de la inten-
ción o deseo de actuar. En términos generales, el libre albe-drío sólo podría elegir entre las actividades cerebrales que for-
man parte de la constitución de un individuo dado”2. En pocas
palabras, el libre albedrío tradicional quedaba así sustituido
por la libre capacidad de controlar la ejecución del proceso.
“Leibniz definió la ‘libertad de espontaneidad’ como una
libertad para actuar con arreglo a los propios motivos”.Miembros de la Organización ecologista PETA denuncian
malos tratos a los animales y se manifiestan frente al
Ayuntamiento de Pamplona el día antes que empiecen
oficialmente las fiestas de San Fermín.
La imagen, de Tino Soriano
JANO 16-22 DE FEBRERO 2007. N.º 1.638. www.doyma.es/jano 65
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Leibniz definió la “libertad de espontaneidad” como una li-
bertad para actuar con arreglo a los propios motivos. Para Li-
bet, como para el determinismo científico más rígido, esto
vendría a ser una mera ilusión, a pesar de que la experiencia
ponga en ocasiones de manifiesto nuestra capacidad de elegir
y decidir, ya que, en realidad, el cerebro empezaría todo acto
voluntario sin conocimiento de ello por parte del individuo.
Los filósofos españoles Francisco Suárez y Luis de Molina
habían formulado en el siglo XVI un concepto distinto de liber-
tad que llegaría a conocerse como “libertad de indiferencia” y
que sería la capacidad de obrar o abstenerse de hacerlo en pre-
sencia de todas las condiciones necesarias para la acción, o
también la potestad de hacer una cosa pudiendo efectuar la
contraria. La libre censura de Libet encajaría, al menos en par-
te, con esta visión de la libertad al ser el sujeto, como vimos, el
controlador privilegiado del resultado final del proceso volun-
tario. Podría decirse, entonces, que Libet acepta la libertad de
indiferencia y rechaza la libertad de espontaneidad, lo que le
convierte, de una forma un poco especial, en un conciliador,
en un determinista científico flexible, una posición ciertamen-
te singular en la nómina de los deterministas científicos.
Crítica del experimento
La cuestión fundamental es saber si pueden admitirse como
válidas las conclusiones que Libet obtiene de su experimento.
Muchos filósofos piensan que la respuesta sería negativa.
Bennett y Hacker3 han argumentado que, para dar a un acto
la consideración de voluntario, no es un requisito necesario el
que, previamente a su ejecución, deba detectar el sujeto en su
conciencia un deseo —o intención— de realizarlo. Por ejemplo,
la acción de coger un lápiz para anotar una idea o el hecho de
levantarse para contestar al teléfono muestran bien a las claras
que ambos son movimientos voluntarios y que no han de estar
necesariamente precedidos por una experiencia de intención.
Asimismo, tampoco representa dicha experiencia una condición
suficiente; por eso el simple deseo —o intención— de que un
estornudo se produzca no bastaría en la práctica para conse-
guirlo. Por todo ello, los dos autores consideran que la teoría de
la volición de Libet está profundamente equivocada.
Otro filósofo, John Searle, opina que de una manera implíci-
ta se adscriben en el experimento, a la pura actividad neuro-
nal desnuda, fenómenos mentales inconscientes. Esta sospe-
cha fue confirmada por el propio Libet en una mesa de discu-
sión compartida con Searle y recogida en las actas del
Simposio número 174 de la Fundación Ciba2.
Esto introduce un notable elemento de confusión concep-
tual, ya que se estaría admitiendo la posibilidad de que fuera
un “libre albedrío inconsciente” el que tomara la decisión de
iniciar el acto voluntario. Tal posibilidad encerraría una seria
contradicción en los términos que la haría inviable.
Van Gulick2 ha observado que el experimento no constituye
un buen modelo de acción voluntaria. En efecto, si se pide al
probando que flexione la muñeca cuando sienta el deseo de
hacerlo, se le está colocando en una situación de espera, de
expectación, de preparación al movimiento, es decir, en un
tenso estado de conciencia, por lo que no resulta extraño que
los electrodos registren un potencial de alerta que no corres-
ponde, en el fondo, a ninguna “decisión” subliminal del cere-
bro, sino a una deliberación consciente previa.
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Quizá la instrucción correcta por parte del experimen-
tador para no inducir al probando a ejecutar el movimien-
to podría presentarse en forma de condicional; por ejem-
plo: “Si le vienen deseos de mover la mano, diga cuando
es consciente de esos deseos”. Esto ofrecería al sujeto la
oportunidad de ser libre, de elegir si pasa a la acción o
permanece en reposo, mientras que en el diseño de Libet
aquél se encuentra en la obligación cortés de realizar la
flexión pedida y en espera de hacerla.
Cuestiones abiertas
Ciertos pensadores como Von Kutschera creen que los
enunciados neurobiológicos no dicen nada absolutamente
sobre lo mental, porque se mezclan aquí dos puntos de
vista que resultan incompatibles entre sí. Opiniones como
ésta dejan abierta la cuestión de si lleva a alguna parte la
investigación neurológica de los fenómenos de la con-
ciencia. Una de las mayores dificultades para esta pesqui-
sa la constituye el lenguaje. Tanto las neurociencias como
la psicología y la filosofía utilizan lenguajes diferentes. Y,
lo que es más importante, esto supone también el uso del
conceptos distintos. ¿Pueden obtenerse conclusiones ló-
gicas en un lenguaje dado partiendo de una investigación
planteada con otro lenguaje?
Quizá la neurobiología debería esforzarse en transformar
los conceptos ajenos a su ámbito, como es el caso del libre
albedrío, en un material que ella pueda asimilar y manejar
científicamente. Hay, al respecto, un interesante ejemplo
de esta labor en las matemáticas. Términos tan vaporosos
en principio como: límite, infinito o número trascendente,
entre otros, se definieron matemáticamente para poder
emplearlos después con la exactitud debida y requerida.
Otra cuestión abierta es la planteada por Wittgensteincon una sutil brutalidad, porque ataca directamente al co-
razón mismo de nuestras convicciones científicas. Se trata
de la siguiente: “¿Por qué no habría de haber una regulari-
dad psicológica a la que no corresponda ninguna regulari-
dad fisiológica?”4. O formulada de manera más sencilla:
“¿Por qué tiene que haber necesariamente un correlato fí-
sico de todos los fenómenos mentales? Con esto el filósofo
no pretendía invocar ninguna clase de dualismo ni espiri-
tualismo, sino librarnos de la superstición cientifista y, por
tanto, de una visión reductora de la realidad. En tal senti-
do, añadía: “Si esto trastorna nuestros conceptos de causa-
lidad, es que ya era hora de que se trastornaran”4.
Sin embargo, a pesar de todas las objeciones mostra-das, debemos admitir que Libet, con sus trabajos, ha pro-
vocado una discusión saludable entre filósofos y científi-
cos que dura ya más de veinte años, pero en especial nos
ha obligado a pensar de nuevo la condición ontológica
del libre albedrío e, independientemente de que conside-
remos válidas o no sus conclusiones, nos ha vuelto a re-
cordar la advertencia que Nietzsche hiciera sobre la cer-
teza de nuestra experiencia consciente: “Es preciso du-
dar con mayor profundidad”.J
Bibliografía
1. Tarrach R. Reflexiones de un científico cuántico sobre el libre albedrío.
Revista de Humanidades. 2003;2:283-8.
2. Libet B. The neural time factor in conscious and unconscious events.En: Ciba Foundation Symposium 174. Experimental and theoretical
studies of consciousness. Chichester: John Wiley; 1993. p. 123-46.
3. Bennett MR, Hacker PMS. Philosophical foundations of neuroscience.
Oxford: Blackwell; 2003.
4. Wittgenstein L. Investigaciones filosóficas. Barcelona: Crítica; 1988.
V E R F
I C H A T É C N I C A
E N P
Á G I N A
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