Is 58,7-10 · Sal 111 · 1Cor 2,1-5 · Mt 5,13-16 · no en la linea de esos preceptos menos...

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Domingo VI del Tiempo Ordinario Nº 251 - DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo A - 12 de febrero de 2017 Así se dijo a los antiguos; pero yo os digo… Is 58,7-10 · Sal 111 · 1Cor 2,1-5 · Mt 5,13-16 1. El sentido de la ley. Al comienzo del evangelio, Jesús subraya que no ha venido a abolir la ley dada por Dios en la Antigua Alianza, sino a darle plenitud: a cumplirla en su sentido original, tal y como Dios quiere. Y esto hasta en lo más pequeño, es decir, hasta el sentido más íntimo que Dios le ha dado. Este sentido fue indicado en el Sinaí: «Santificaos y sed santos, porque yo soy santo» (Lv 11,44). Jesús lo reitera en el sermón de la montaña: «Sed buenos del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo» (Mt S,48). Tal es el sentido de los mandamientos: quien quiere estar en alianza con Dios, debe corresponder a su actitud y a sus sentimientos; esto es lo que pretenden los mandamientos. Y Jesús nos mostrará que este cumplimiento de la ley es posible: él vivirá ante nosotros, a lo largo de su vida, el sentido último de la ley, hasta que «todo (lo que ha sido profetizado) se cumpla», hasta la cruz y la resurrección. No se nos pide nada imposible, la primera lectura lo dice literalmente: «Si quieres, guardarás sus mandatos». «Cumplir la voluntad de Dios» no es sino «fidelidad», es decir: nuestro deseo de corresponder a su oferta con gratitud. «El precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable... El mandamiento está a tu alcance; en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo» (Dt 30,11.14). 2."Pero yo os digo". Ciertamente parece que en todas estas antítesis («Habéis oído que se dijo a los antiguos... Pero yo os digo») Jesús quiere reemplazar la ley de la Antigua Alianza por una ley nueva. Pero la nueva no es más que la que desvela las intenciones y las consecuencias últimas de la antigua. Jesús la purifica de la herrumbre que se ha ido depositando sobre ella a causa de la negligencia y de la comodidad minimalista de los hombres, y muestra el sentido límpido que Dios le había dado desde siempre. Para Dios jamás hubo oposición entre la ley del Sinaí y la fe de Abrahán: guardar los mandamientos de Dios es lo mismo que la obediencia de la fe. Esto es lo que los «letrados y fariseos» no habían comprendido en su propia justicia, y por eso su «justicia» debe ser superada en dirección a Abrahán y, más profundamente aún, en dirección a Cristo. La alianza es la oferta de la reconciliación de Dios con los hombres, por lo que el hombre debe reconciliarse primero con su prójimo antes de presentarse ante Dios. Dios es eternamente fiel en su alianza, por eso el matrimonio entre hombre y mujer debe ser una imagen de esta fidelidad. Dios es veraz en su fidelidad, por lo que el hombre debe atenerse a un sí y a un no verdaderos. En todo esto se trata de una decisión definitiva: o me busco a mí mismo y mi propia promoción, o busco a Dios y me pongo enteramente a su servicio; es decir, escojo la muerte o la vida: «Delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja» (primera lectura). 3. Cielo o infierno. El radicalismo con el que Jesús entiende la ley de Dios conduce a la ganancia del reino de los cielos (Mt 5,20) o a su pérdida, el infierno, el fuego (Mt 5,22.29.3O). El que sigue a Dios, le encuentra y entra en su reino; quien sólo busca en la ley su perfección personal, le pierde y, si persiste en su actitud, le pierde definitivamente. El mundo (dice Pablo en la segunda lectura) no conoce este radicalismo; sin el Espíritu revelador de Dios «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar» lo que Dios da cuando se corresponde a su exigencia. Pero a nosotros nos lo ha revelado el Espíritu Santo, «que penetra hasta la profundidad de Dios», y con ello también hasta las profundidades de la gracia que nos ofrece en la ley de su alianza: «ser como él» en su amor y en su abnegación. (H. U. von Balthasar)

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Domingo VI del Tiempo Ordinario

Nº 251 - DOMINGO VI  DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo A - 12 de febrero de 2017 Así se dijo a los antiguos; pero yo os digo…

Is 58,7-10 · Sal 111 · 1Cor 2,1-5 · Mt 5,13-16

1. El sentido de la ley.

Al comienzo del evangelio, Jesús subraya que no ha venido a abolir la ley dada por Dios en la Antigua Alianza, sino a darle plenitud: a cumplirla en su sentido original, tal y como Dios quiere. Y esto hasta en lo más pequeño, es decir, hasta el sentido más íntimo que Dios le ha dado. Este sentido fue indicado en el Sinaí: «Santificaos y sed santos, porque yo soy santo» (Lv 11,44). Jesús lo reitera en el sermón de la montaña: «Sed buenos del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo» (Mt S,48). Tal es el sentido de los mandamientos: quien quiere estar en alianza con Dios, debe corresponder a su actitud y a sus sentimientos; esto es lo que pretenden los mandamientos. Y Jesús nos mostrará que este cumplimiento de la ley es posible: él vivirá ante nosotros, a lo largo de su vida, el sentido último de la ley, hasta que «todo (lo que ha sido profetizado) se cumpla», hasta la cruz y la resurrección. No se nos pide nada imposible, la primera lectura lo dice literalmente: «Si quieres, guardarás sus mandatos». «Cumplir la voluntad de Dios» no es sino «fidelidad», es decir: nuestro deseo de corresponder a su oferta con gratitud. «El precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable... El mandamiento está a tu alcance; en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo» (Dt 30,11.14).

2."Pero yo os digo".

Ciertamente parece que en todas estas antítesis («Habéis oído que se dijo a los antiguos... Pero yo os digo») Jesús quiere reemplazar la ley de la Antigua Alianza por una ley nueva. Pero la nueva no es más que la que desvela las intenciones y las consecuencias últimas de la antigua. Jesús la purifica de la herrumbre que se ha ido depositando sobre ella a causa de la negligencia y de la comodidad minimalista de los hombres, y muestra el sentido límpido que Dios le había dado desde siempre. Para Dios jamás hubo oposición entre la ley del Sinaí y la fe de Abrahán: guardar los mandamientos de Dios es lo mismo que la obediencia de la fe. Esto es lo que los «letrados y fariseos» no habían comprendido en su propia justicia, y por eso su «justicia» debe ser superada en dirección a Abrahán y, más profundamente aún, en dirección a Cristo. La alianza es la oferta de la reconciliación de Dios con los hombres, por lo que el hombre debe reconciliarse primero con su prójimo antes de presentarse ante Dios. Dios es eternamente fiel en su alianza, por eso el matrimonio entre hombre y mujer debe ser una imagen de esta fidelidad. Dios es veraz en su fidelidad, por lo que el hombre debe atenerse a un sí y a un no verdaderos. En todo esto se trata de una decisión definitiva: o me busco a mí mismo y mi propia promoción, o busco a Dios y me pongo enteramente a su servicio; es decir, escojo la muerte o la vida: «Delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja» (primera lectura).

3. Cielo o infierno.

El radicalismo con el que Jesús entiende la ley de Dios conduce a la ganancia del reino de los cielos (Mt 5,20) o a su pérdida, el infierno, el fuego (Mt 5,22.29.3O). El que sigue a Dios, le encuentra y entra en su reino; quien sólo busca en la ley su perfección personal, le pierde y, si persiste en su actitud, le pierde definitivamente. El mundo (dice Pablo en la segunda lectura) no conoce este radicalismo; sin el Espíritu revelador de Dios «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar» lo que Dios da cuando se corresponde a su exigencia. Pero a nosotros nos lo ha revelado el Espíritu Santo, «que penetra hasta la profundidad de Dios», y con ello también hasta las profundidades de la gracia que nos ofrece en la ley de su alianza: «ser como él» en su amor y en su abnegación.

(H. U. von Balthasar)

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Os lo aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos; es decir, si no sólo cumplís aquellos preceptos menos importantes que vienen a ser como una iniciación para el hombre, sino además estos que yo añado, yo que no he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud, no entraréis en el

reino de los cielos. Pero me dirás: Si cuando al hablar, unas líneas más arriba, de aquellos preceptos menos importantes, afirmó que, en el reino de los cielos, será menos importante el que se saltare uno solo de estos preceptos, y se lo enseñare así a los hombres, y que será grande quien los cumpla y enseñe -de donde se sigue que el tal estará en el reino de los cielos, pues se le tiene por grande en él-, ¿qué necesidad hay de añadir nuevos preceptos a los mínimos de la ley, si puede estar ya en el reino de los cielos, puesto que es tenido por grande quien los cumpla y enseñe? En consecuencia dicha sentencia hay que interpretarla así: Pero quien los cumpla y enseñe así, será grande en el reino de los cielos, esto es, no en la linea de esos preceptos menos importantes, sino en la línea de los preceptos que yo voy a dictar. Y ¿cuáles son estos preceptos? Que seáis mejores que los letrados y fariseos -dice-, porque de no ser mejores, no entraréis en el reino de los cielos. Luego quien se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante; pero quien los cumpla y enseñe, no inmediatamente habrá de ser tenido ya Como grande e idóneo para el reino de los cielos, pero al menos no será poco importante como el que se los saltare. Para poder ser grande e idóneo para el reino, debe cumplir y como Cristo ahora enseña, es decir, que sea mejor los letrados y fariseos. La justicia de los fariseos se limita a no matar; la justicia de los destinados a entrar en el reino de los cielos ha de llegar a no estar peleado sin motivo. No matar es lo mínimo que puede pedirse, y quien no lo cumpla será el menos importante en el reino de los cielos. En cambio, el que cumpliere el precepto de no matar, no inmediata- mente será tenido por grande e idóneo para el reino de los cielos, pero al menos sube un grado. Llegará a la perfección si no anda peleado sin motivo; y si esto cumple, estará mucho más alejado del homicidio. En consecuencia, quien nos enseña a no andar peleados. no deroga la ley de no matar, sino que le da plenitud, de suerte que conservemos la inocencia: en el exterior, no matando; en el corazón, no irritándonos.

SAN AGUSTÍN, Sermón sobre el discurso del Monte, 1, 9, 21

Domingo VI del Tiempo Ordinario (A)

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MONICIÓN DE ENTRADA

Celebramos hoy el sexto domingo del Tiempo Ordinario. Continúa el discurso de Jesús sobre cómo se llega a ser discípulo suyo. Las bienaventuranzas vividas con amor hacen a los discípulos sal y luz del mundo, pero únicamente si se vive con una justicia sobreabundante respecto a la de los escribas y fariseos. Paradójicamente el discípulo no es alguien que sobresale por la sabiduría humana, sino por el amor de Jesús, en quien la Ley y los profetas encuentran su significado más auténtico y su cumplimiento más pleno. Que la Santa Liturgia que nos disponemos a celebrar suscite en nosotros el gozo de una verdadera y total adhesión a Cristo.

ACTO PENITENCIAL (Fórmula 3ª)

— Tú, que has venido no para abolir la Ley antigua, sino para darle cumplimiento: Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad.

— Tú, que nos ofreces la Misericordia del Padre en la Palabra y en el Pan de la Vida: Cristo, ten piedad. R. Cristo, ten piedad.

— Tú, que santificas a quien camina en la verdad de tus mandatos, abriendo su corazón a la caridad: Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad.

MONICIÓN A LAS LECTURAS

El seguimiento de Jesús supera los límites y condicionamientos de la Ley antigua. En lugar de un marco rígido, Jesús exhorta a los discípulos a darse a sí mismos, sin temer la pérdida o el riesgo. Se trata de caminar con coraje y constancia por las vías del Evangelio, con la fuerza del Espíritu. Escuchemos la Palabra de Dios.

ORACIÓN DE LOS FIELES

Hermanos: pidamos al Padre que derrame su bondad sobre nosotros, y que nos conceda lo necesario, de modo que podamos encontrarle en el camino de la vida y ver las maravillas de su voluntad. Digamos todos: Escucha, oh Padre, la voz de tus hijos.

Domingo VI del Tiempo Ordinario (A)

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Domingo VI del Tiempo Ordinario (A)

Lector:

• Tu Hijo ha venido dar cumplimiento a la Ley y a los Profetas. Enseña a tu Iglesia no solo a rechazar el mal, sino a cumplir generosamente todo el bien posible, para que tu Palabra no sea nunca contaminada por el legalismo. Oremos.

• Por medio de tu Hijo y con el don de tu Espíritu nos has revelado tu sabiduría, tu diseño de amor sobre el mundo y sobre el hombre. Haz que lo acojamos con amor para manifestarlo a los hermanos a través de la coherencia y el amor. Oremos.

• Nos llamas a tener una justicia más plena, por medio de la vivencia del amor a ti y al prójimo. Concédenos que la campaña contra el hambre de Manos Unidas, que hoy celebramos, produzca abundantes frutos, tanto materiales como de personas comprometidas con el evangelio de los pobres. Oremos.

• Has puesto delante de nosotros el fuego y el agua, la vida y la muerte. Concede tu misericordia y corazón nuevo a cuantos eligen la vida de la impiedad, a quienes desprecian a los pobres, usan la violencia con los demás y acaparan para sí los recursos de la tierra. Oremos.

• Has revelado tu sabiduría en la cruz de tu Hijo: haz que nosotros, aquí reunidos para hacer memoria de su muerte y de su gloria, seamos capaces de sufrir por fidelidad a tu Palabra y así anticipar los cielos nuevos y la tierra nueva. Oremos.

Sacerdote:

Oh Padre, tu único Hijo nos ha llamado a la verdadera libertad: haz que no nos dejemos imponer de nuevo el yugo de la esclavitud. Tú conoces también nuestra debilidad: infunde en nosotros la luz y la fuerza de tu Espíritu, para que podamos vivir la justicia nueva proclamada por el Evangelio. Por Jesucristo, nuestro Señor.

MONICIÓN AL PADRENUESTRO

Elevemos al Padre nuestra plegaria filial, para que nos conceda hacer siempre su voluntad, y, observando su Palabra, podamos encontrar el camino de la vida. Digamos juntos: Padre nuestro…

ORIENTACIONES PARA LA CELEBRACIÓN

• Ornamentos de color verde. • Se dice “Gloria”. Se dice “Credo”. • Se utiliza uno de los prefacios dominicales. Sugerimos el Prefacio Dominical VIII. • En la Plegaria Eucarística se puede decir el embolismo propio del domingo. • No se permiten las misas de difuntos, excepto la misa exequial. • Hoy se celebra la LVIII compaña y colecta contra el hambre en el mundo (Manos Unidas)

bajo el lema: “El mundo no necesita más comida. Necesita más gente comprometida”. Los materiales se pueden encontrar en www.manosunidas.org.

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Domingo VI del Tiempo Ordinario (A)

PRESENTACIÓN DE LATRADUCCIÓN AL ESPAÑOL PARA

ESPAÑA DE LA TERCERA EDICIÓN DEL

PARA LOS SACERDOTES DE LA DIÓCESIS DE CARTAGENA