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COLECCIÓN DE PROPUESTAS CRÍTICAS N° 2 AÑO 1 FEBRERO 2015 ISSN 0719-6016 Literatura para infancia, adolescencia y juventud

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COLECCIÓN DE PROPUESTAS CRÍTICAS

N° 2 – AÑO 1 – FEBRERO 2015

ISSN 0719-6016

Literatura para infancia, adolescencia y juventud

umbral

COLECCIÓN DE PROPUESTAS CRÍTICAS

CIEL CHILE

Centro de Investigación y Estudios Literarios:

discursos para infancia, adolescencia y juventud

0719-6016ISSN

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EDITORES:

Claudia Andrade Ecchio

Hugo Hinojosa Lobos

Isabel Ibaceta Gallardo

Anahí Troncoso Araya

Camila Valenzuela León

ÍNDICE

HUGO HINOJOSA LOBOS

De tragedias y literatura infantil.

El caso de “Caperucita Roja” de Gabriela Mistral………………………………………………………………………………..…

4

ALEJANDRA SEPÚLVEDA SANTANDER

Construcción de la subjetividad adolescente femenina

en Eso no me lo quita nadie de Ana María Machado…………………………………………………………………………….…

13

PERFILES COLABORADORES-AS UMBRAL……………………………………………………………………………………………..

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4

N° 2 – AÑO 1 – FEBRERO 2015

DE TRAGEDIAS Y LITERATURA INFANTIL.

EL CASO DE “CAPERUCITA ROJA” DE

GABRIELA MISTRAL

HUGO HINOJOSA LOBOS

MAGÍSTER DE DIDÁCTICA DE LENGUAJE Y LITERATURA

[email protected]

Caperucita Roja. Santiago, Chile: Amanuta, 2012. 32

páginas.

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DE TRAGEDIAS Y LITERATURA INFANTIL.

EL CASO DE “CAPERUCITA ROJA” DE GABRIELA

MISTRAL

RESUMEN

En el siguiente comentario crítico, se verá de qué forma

Gabriela Mistral, a partir de su reescritura de Caperucita

roja, articula una propuesta literaria para la infancia

tomando como referente la tradición oral y folklórica. A su

vez, se expondrá de qué manera el poema contiene

elementos que lo vinculan con la tragedia griega, los que, a

su vez, son una manera de acercar temáticas vedadas para

los niños-as en la literatura dirigida a ellos-as.

PALABRAS CLAVES: POESÍA INFANTIL, CUENTO POPULAR,

TRAGEDIA.

omo señala François Ruy Vidal: «Siempre hay lobos

a nuestros alrededor […] No se logran adultos equilibrados

dando seguridad a los niños, sino por el contrario,

exponiéndolos progresivamente a la vida» (citado en Pérez

Díaz 77). La violencia, la muerte, la pérdida, entre otras,

son temáticas ocultas y poco abordadas en la literatura para

niñas y niños, en el esfuerzo creciente de los adultos por

proteger la infancia. A partir de esta premisa, en este

artículo se analizará la versión mistraliana para el clásico

cuento infantil “Caperucita roja”, hallada en su poemario

Ternura1, en la cual se logra reconocer la fuerza y la

posibilidad de transmisión de cierto ideario personal, y una

visión autoral sobre cómo debe ser la literatura dirigida a los

niños-as.

***

Uno de los grandes problemas al analizar el clásico cuento

de Caperucita roja aparece al ver que la obra no logra

establecer un texto único, sino que siempre se reinventa, y

esto se profundiza al ver que su origen transita desde la

1 Las primeras versiones de este texto hechas por Gabriela Mistral

aparecieron en algunos diarios en Colombia. A pesar de que la primera

edición fue publicada por la Editorial Calleja de Madrid en 1924, no es

sino hasta 1946 –cuando la editorial Espasa Calpe de Buenos Aires

publica una segunda edición de Ternura– que la poetisa incluye a

“Caperucita roja” en el libro, aunque en una versión revisada.

C

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literatura oral y el folklore hacia lo escrito, y desde ese sitio

a la literatura para infancia. Tal como señala Teresa

Colomer (2006): «Estos cambios resultan altamente

significativos tanto para la historia de la literatura infantil

como para la construcción del mito colectivo de Caperucita

roja. Con respecto a la literatura infantil, porque ajustan la

literatura dirigida a los niños a una de sus constantes: la

necesidad de cumplir una función educativa y de no

traspasar los límites de lo que se considera conveniente»

(61).

Si seguimos este planteamiento, tendremos que

comprender la relevancia del hecho de que, cuando en el

año 1924 la poetisa decide publicar en su texto Ternura su

versión de Caperucita roja, ella asume adoptar una decisión

autoral, pero que también implica una postura ideológica

que, a su vez, considera la tradición escrita –y también oral–

que hay tras este tradicional relato. Como señala Jaime

Quezada (1989):

Se ha creído, equivocadamente, que Ternura sea un

libro menor o de intenciones meramente pueriles en

la obra toda de Gabriela Mistral. Sin embargo, ni por

su título ni por su contenido, este libro –librito, dicen

algunos para marcar la intencionalidad peyorativa–

está lejos de cumplir, a página cabal, con una

“empalagosa o catequística pedagogía”. Más bien se

escribió originalmente como una reacción a la poesía

escolar en boga en aquella época (década de los años

veinte) y que en nada satisfacía a nuestra autora

(110).

Poesía escolar dulce y delicada para acercarse a los

niños, pero que deja de lado la realidad más cruda y directa,

ocultándola en rimas que remiten a canciones y momentos

felices. Ese mismo prejuicio es el que subyace a la obra que

Gabriela Mistral dirigió a niñas y niños, vinculándola

únicamente a rondas, arrullos y canciones de cuna, y es

producto de esto que Ternura no ha sido valorado en su

justa proporción. En contraposición a este juicio

ampliamente difundido, al revisar su propuesta poética para

la historia de Caperucita, encontraremos que la autora no

pretende rehuir los aspectos más severos del relato, sino

que, al contrario, tiende a acentuar en su escritura el efecto

trágico del desenlace.

Ahora, es importante considerar que, si nos

acercamos previamente a Caperucita roja (en sus diversas

versiones), veremos que, en su traspaso hacia la escritura y

luego hacia la literatura para infancia, el texto ha sido

constantemente depurado y moralizado, pretendiendo con

ello generar una enseñanza particular en los niños y,

especialmente, en las niñas. Con las reinterpretaciones

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posteriores de la obra observamos que muchas veces el caso

se extrema y episodios significativos (pero violentos), entre

ellos la propia muerte de la protagonista, son modificados

permitiendo una resolución feliz y satisfactoria para el niño-

a, como en la versión canonizada de los hermanos Grimm:

«Y entonces los tres se pusieron muy contentos. El cazador

le quitó la piel al lobo y se la llevó a casa. La abuela se

comió la tarta y se bebió el vino que le había llevado

Caperucita, y se sintió mejor enseguida. Y Caperucita

pensaba para sus adentros: “Jamás en tu vida volverás a

apartarte de tu camino cuando vayas sola por el bosque, si

tu madre te lo ha prohibido”» (88).

Este final, en el cual el mundo se reconstruye, se

superpone a la versión primigenia de Perrault añadiendo,

además, una reconvención moral acerca de la desobediencia

y sus consecuencias, pero que en su reescritura elimina uno

de los elementos –a mi parecer– sustanciales del cuento

original: la muerte como cambio, el espacio de la crisis

como manera de generar nuevas posibilidades. Y en esa

idea también subyace una lección para el niño-a, pero no

desde el punto de vista puramente actitudinal, etiológico, o

desde lo que debería ser y parecer el infante, sino más bien

un relato ontológico que nos incita desde su comprensión de

la mortalidad del hombre y la responsabilidad de sus actos.

En esta lectura particular del relato, el poema de Mistral se

asume provocador en su crudeza, con un constante vaivén

entre la dulzura de Caperucita y la acritud del actuar del

lobo, y que el propio lenguaje depurado de la poetisa hace

evidente.

Si volvemos un momento a la versión de los Grimm,

se plantea una realidad en la cual cada acto tiene su

consecuencia, pero donde hay oportunidades de salvarse del

error, siempre y cuando se mantenga una actitud moral

intachable. No desobedecer, seguir la vía que el adulto

muestra (caracterizado por la figura de la madre), entre

otras, son las lecciones que aparecen a la primera lectura.

Una realidad que se despliega, se subvierte, pero que puede

retomar su camino. La versión que propone Mistral se aleja

radicalmente de este tipo de relatos infantiles, altamente

moralizantes, eliminando desde el inicio la figura de la

madre, y dejando a la niña presa de los avatares del destino.

Esta variante es altamente significativa, porque ubica en el

centro a la pequeña (no al adulto que interviene

constantemente en las versiones previas), desligándola de

las responsabilidades que los mayores imponen, y

adosándole un impulso personal que motiva sus acciones,

pero que, finalmente, la llevarán a caer en las fauces de la

bestia hambrienta. Este actuar de la niña, sola en un mundo

sin supervisión adulta, se confronta a un destino que no

logra comprender o superar (que es tan propio de la tragedia

8

clásica), y finalmente modifica nuestra lectura de la obra. Es

así que sus actos ya no buscan una respuesta moral

posterior, sino que simplemente es el devenir de los

acontecimientos (las peripecias de la fábula, en términos

trágicos) que nos llevan al final agrio y que nos sorprende

aun hoy por su elocuente brutalidad.

Por su parte, al igual que Perrault, Mistral tampoco

rehúye las insinuaciones del encuentro en casa de la abuela

entre la pequeña y el lobo (que los hermanos Grimm

omiten, haciendo nuevamente gala de su propuesta

moralizante): «Caperucita ha entrado, olorosa de bayas./ Le

tiemblan en las manos gajos de salvia en flor./ “Deja los

pastelitos; ven a entibiarme el lecho”./ Caperucita cede al

reclamo de amor» (Mistral 20). Sabemos que Caperucita

cree o pretende ver delante de ella a su abuela (de ahí la

duda y el posterior diálogo interrogativo de la pequeña),

pero podemos sospechar fundadamente en las intenciones

de lobo y, más aun, considerando los simbolismos que

recaen sobre su imagen (el lobo-hombre, lo bestial-

demoníaco, etc.). Esta manera de abordar la historia es lo

que convierte a su versión en un poema audaz en su

reescritura y que reconfigura las nociones de relatos

infantiles al mostrar una heroína muy humana, tanto en sus

titubeos como en su actuar.

MUERTE, PÉRDIDA, ERROR, APRENDIZAJE

Este cuento no fue dirigido inicialmente a las-os niñas-os,

sino más bien pertenece a una llamada “literatura ganada”

para el público infantil2 (a través de su traspaso que va de la

oralidad a lo escrito), pero no podemos olvidar que, antes

que poetisa, Mistral se sitúa como pedagoga y que, desde

esa tribuna particular, articula su voz.

Ahora, si bien está presente el aspecto literario-

formativo, tanto en la forma como en el contenido, podemos

considerar que el mayor valor de “Caperucita roja”, en la

versión de Gabriela Mistral, radica en el tono directo que

ella añade: el lenguaje cuidado y envolvente de la rima es

contrastado por una crudeza poco habitual en los relatos

para niños-as, y nos hace cuestionarnos sobre los textos que

a ellos-as entregamos. Así es como la poetisa va alternando

imágenes de la ternura de la niña (o el entorno) contrastadas

con la maldad que se avecina. «Caperucita roja visitará a la

abuela/ que en el poblado próximo sufre de extraño mal./

Caperucita roja, la de los rizos rubios,/ tiene el corazoncito

tierno como un panal» (6), enuncia al inicio del poema, en

2 «Las versiones populares contienen características típicas del folklore

que fueron vulneradas tan pronto como la escritura las fijó […] [E]stas

versiones orales fueron convertidas en “literatura” y dirigidas a una

audiencia muy diferente de la de los cuentos de tradición oral. Para

poder adecuarse al público de la corte de Luis XIV en Versalles,

Perrault censuró los elementos más crudos del relato». Véase: Colomer,

Teresa. «La formación y renovación del imaginario cultural: el caso de

Caperucita Roja». Lluc, Gemma (ed.). De la narrativa oral a la

literatura para niños. Bogotá, Colombia: Norma, 2006. 57-89.

9

donde de inmediato vincula metafóricamente el corazón de

ella con la dulzura en abundancia de la miel, estableciendo,

desde un comienzo, una de las cualidades esenciales de la

pequeña, pero que luego se enfrenta a los versos finales de

la obra: «Ha arrollado la bestia, bajo sus pelos ásperos,/ el

cuerpecito trémulo, suave como un vellón;/ y ha molido las

carnes, y ha molido los huesos,/ y ha exprimido como una

cereza el corazón» (28), en donde mantiene la

caracterización inofensiva de Caperucita, pero con otra

finalidad: acentuar la imagen brutal del desenlace. Aquellos

versos podrían dar una lectura de desolación y desesperanza

total, pero en ellos vemos la fuerza del discurso de la

poetisa, quien no rehúye de la violencia, y que se distancia

del tono mucho más comedido de Perrault al concluir su

narración: «–¡Son para comerte! y diciendo estas palabras,

este perverso Lobo se arrojó sobre Caperucita Roja y se la

comió» (34).

En otro aspecto innovador de la versión mistraliana,

podemos remitirnos a la antigüedad clásica en Grecia, en la

que se desarrolló un género específico que buscaba

provocar particulares respuestas emocionales en el

espectador a través del impacto en los desenlaces. Con ello

no pretendo afirmar que Caperucita roja sea una tragedia

griega, pero sí que contiene o comparte elementos que la

acercan indudablemente a ella y que son importantes para

comprender la obra. Así, al revisar con más profundidad la

Poética de Aristóteles, esta nos señala que la tragedia

refiere a representaciones de acciones memorables y

perfectas, y que, moviendo a la compasión y terror del

espectador, pretende hacer moderación de dichas

emociones. ¿Podríamos calificar las acciones de Caperucita

como memorables o perfectas? Claramente se alejan de la

definición a priori de la tragedia, pero es el mismo

Aristóteles quien luego agrega que no son solamente

representaciones de acciones perfectas, sino «[…] también

de cosas terribles y lastimeras» (Poética 1452a2). Es dicha

representación la que finalmente mueve a la catarsis, es

decir, la purgación de las emociones, por medio del miedo y

la compasión. Volviendo al poema de Mistral, el niño-a

enfrentado-a a la historia que propone su Caperucita se verá

inducido a ciertos sentimientos que generarán una respuesta

emocional en él/ella. Para esta finalidad, el poema establece

un mecanismo particular de identificación con la

protagonista a través de su caracterización (a la cual

referimos anteriormente) y que se contrasta constantemente

con la del lobo. Así, a través del poema, encontramos

reiteradas referencias a la niña, tales como el inicial “tiene

el corazoncito tierno como un panal” o “cándida como los

lirios blancos”, frente al “de ojos diabólicos” o “traidor” que

identifica al animal. Aquella inocencia o candidez propia

10

del personaje de Caperucita es la que no permite que

comprenda las acciones que realiza y que la conducen a su

trágico final.

Por su parte, aun cuando las acciones son el fin de la

tragedia, debemos considerar sus segmentos. Cambio o giro

en los acontecimientos y reconocimiento de lo que se

desconoce (peripecia y anagnórisis, respectivamente)

también son parte de este relato y lo acercan aun más al

hecho trágico. Como el mismo Aristóteles indica: «[…]

revolución y reconocimiento causará lástima y espanto,

cuales son las acciones, de que se supone la tragedia ser un

remedo» (Poética 1452a39-1452b2). ¿Cómo se presentan

específicamente estos segmentos en la obra? Podemos

entender la salida inicial de Caperucita a casa de la abuela

como la acción primaria, la que, de no mediar la presencia

del lobo, se produciría sin ningún obstáculo o conflicto, con

lo cual el poema obtendría una estructura lineal clásica de

resolución simple. Pero la historia se verá forzada a dar un

vuelco en el momento en que se introduce la figura del lobo,

alterando de ahí en adelante el resultado de los

acontecimientos. Por lo tanto, el lobo no solo representa la

imagen arquetípica del mal dentro del cuento, sino el

elemento que actúa como reactivo de los cambios en el

relato y que podríamos articular como la fuerza antagónica

trágica. El mismo poema muestra que Caperucita no

comprende que las acciones presentadas –y que son las

suyas– conllevan un destino funesto desde la llegada del

lobo: «[…] y ahora, por el bosque discurriendo encantada,/

recoge bayas rojas, corta ramas en flor,/ y se enamora de

unas mariposas pintadas/ que le hacen olvidarse del viaje

del traidor» (12). Este olvido es comprensible dada la

inocencia propia de la niña, la que es identificable en los

diversos apelativos con los cuales es descrita. Ese

recordatorio constante de su candidez ayuda al lector

infantil a identificarse y empatizar con la conducta

descuidada de Caperucita, para luego profundizar el efecto

devastador de un desenlace tan drástico.

Asimismo, la historia de la niña no podrá funcionar

sin el reconocimiento final que desencadena la tragedia con

que concluye la obra: «Abuelita, decidme: ¿por qué esos

grandes dientes?/ Corazoncito, para devorarte mejor» (26).

Si la historia es hábilmente construida, tal como lo señala el

filósofo griego, ocurrirá que «[…] con sólo oír los

acontecimientos, cualquiera se horrorice y compadezca de

las desventuras» (Poética 1453b4-5), y desde esa

perspectiva la obra se articula de manera redonda,

vinculando constantemente a Caperucita –y su color– a la

figura del corazón (la emoción simbólica), que se inicia con

la ternura como un panal y concluye exprimido como una

cereza. El corazón, símbolo de la emoción, es también el

11

motor corporal y, de este modo, dentro de la obra, comparte

una serie de relaciones metafóricas: corazón/vida,

corazón/inocencia, corazón/rojo, entre otros. Si el corazón

(a través de su bombeo) es lo que hace que nuestro cuerpo

funcione y tenga vida, en su inexistencia es imagen

inequívoca de la muerte. Caperucita, el corazón de este

poema, actúa en todo momento llena de vida, encandilada

por las maravillas del bosque, pero su error está en no

considerar los peligros que el mundo le depara, y es por eso

que terminará sucumbiendo a la propia realidad. De este

modo, el tránsito inicial de la visita a la casa de la abuela se

verá modificado con la aparición del lobo, transformando el

mundo idealizado y emotivo de la niña, lo que finalmente

culminará en la anagnórisis, es decir, el reconocimiento del

destino que la sobrepasa, cerrando el poema con la niña

devorada sin salvación alguna.

Aquella fuerza del lenguaje, que alterna entre la

dulzura y la ferocidad, hace reconocible en esta versión todo

el imaginario de infancia que propone Gabriela Mistral. En

él vemos una construcción vinculada a la tradición y al

folklore, y que sostiene al poema, pero que a su vez

mantiene un tono que no reniega de aspectos crudos de la

narración original. Si leemos atentamente la Caperucita

mistraliana, podemos reconocer en ella las huellas de dicha

práctica asentada en la oralidad, estructurando el poema

desde el verso y no la prosa. Esa musicalidad propia de la

práctica oral remite a los relatos de los viejos cantores del

campo, a la paya y a la lira popular, a ese modo de

expresión de las zonas alejadas de la urbanidad, y a la cual

Mistral siempre quiso dar un realce, en su calidad de mujer

de provincia. Pero no es solo el rescate de la tradición oral o

folklórica a través de la forma, sino cómo ésta se vuelve una

manera apropiada de educar literariamente al niño-a. Al

igual que los antiguos formaron a los suyos en el uso del

mito (o a través de la tragedia, que se vincula

particularmente en este poema), la poetisa chilena sostendrá

la importancia del relato popular en la puesta en juego de un

imaginario infantil, lo que permite que éste se forme no solo

como persona, sino también como lector: «[…] lo que

tuerce el gusto, envicia en lo mediocre agradable y arruina

la afección escolar para lo grande son las literaturas

cursilonas de hace treinta años, o las flotantes y

circunstanciales de cualquier tiempo» (Magisterio y niño

284). Educación estética y formación literaria se conjugan

con un discurso que no es condescendiente con el niño-a, y

es por eso que las versiones posteriores a Perrault puedan

mostrarse edulcoradas para el gusto de la autora. Esto es lo

que añade actualidad a su lectura (y reescritura) de

Caperucita roja, ya que en ella la poetisa genera un cruce

relevante entre una tradición cultural asentada en nuestro

12

inconsciente, y lo que es propio del discurso poético-

literario, reconfigurando un relato universal fácilmente

reconocible, pero por sobre todo, respetando lo que el

propio niño-a es.

BIBLIOGRAFÍA

Aristóteles. Arte Poética y Arte Retórica. Trad. José Goya y

Muniain. México D.F., México: Porrúa, 2011.

Impreso.

Colomer, Teresa. «La formación y renovación del

imaginario cultural: el caso de Caperucita Roja».

Lluch, Gemma (ed.). De la narrativa oral a la

literatura para niños. Bogotá, Colombia: Norma,

2006. 57-89. Impreso.

Díaz Pérez, Enrique. El escritor frente al mito de un niño

lector. Madrid, España: Anaya, 2007. Impreso.

Grimm, Hermanos. «Caperucita Roja». Cuentos. Trad.

María Teresa Zurdo. Madrid, España: Cátedra, 1994.

85-89. Impreso.

Mistral, Gabriela. Caperucita roja. Con comentario crítico

de Manuel Peña Muñoz. Santiago, Chile: Amanuta,

2012. Impreso.

---. «Pasión de leer» y «Poesía infantil y folklore».

Magisterio y niño. Santiago, Chile: Andrés Bello,

1979. 101-104, 277-284. Impreso.

Perrault, Charles. «Caperucita Roja». Historias del tiempo

pasado. Trad. Carlos Henrickson. Santiago, Chile:

Das Kapital ediciones, 2013. 27-36. Impreso

Quezada, Jaime. «Gabriela Mistral, algunas referencias a

Ternura». Acta Literaria 14 (1989): 109-119.

Impreso.

13

N° 2 – AÑO 1 – FEBRERO 2015

CONSTRUCCIÓN DE LA SUBJETIVIDAD

ADOLESCENTE FEMENINA EN ESO NO ME LO

QUITA NADIE DE ANA MARÍA MACHADO

ALEJANDRA SEPÚLVEDA SANTANDER

LICENCIADA EN LETRAS MENCIÓN LITERATURA

[email protected]

Eso no me lo quita nadie. Santiago, Chile: Grupo Editorial

Norma, 1998. 151 páginas.

14

CONSTRUCCIÓN DE LA SUBJETIVIDAD

ADOLESCENTE FEMENINA EN ESO NO ME LO QUITA

NADIE DE ANA MARÍA MACHADO

RESUMEN

La novela Eso no me lo quita nadie (1994) de la escritora

brasileña Ana María Machado consigue recrear una

subjetividad adolescente femenina autónoma a partir de la

actitud crítica y subversiva de la protagonista, quien debe

luchar contra el entorno machista que la rodea y la

utilización de su edad y sexo como mecanismos de

dominación. En el presente comentario crítico, se

examinará la presencia de un modelo occidental tradicional

de mujer, la institución familiar y la relación amorosa, pues

constituyen los tres ejes de sujeción y control desde los

cuales se intenta reprimir y negar la independencia de la

protagonista.

PALABRAS CLAVES: NARRATIVA ADOLESCENTE,

SUBJETIVIDAD FEMENINA, PERFORMATIVIDAD.

a narrativa de Ana María Machado tiende a ser

analizada desde la perspectiva de género, pues en su obra

destaca la lucha contra el sexismo y la desigualdad en la

sociedad brasileña y Latinoamericana contemporánea

(Pezzi, 2009). Ese pareciera ser el caso de la novela

adolescente-juvenil Eso no me lo quita nadie (1994), ya

que, en apariencia, trata de la problemática amorosa entre

Gabi –narradora protagonista y adolescente de 16 años–, su

prima Dora y Bruno, siendo la primera quien relata, a través

de la escritura de un diario íntimo, las versiones de cada

uno de los involucrados y los conflictos a los que se debe

enfrentar, especialmente con su padre, debido al supuesto

“triángulo amoroso” en el que se encuentra.

No obstante, a medida que avanza la historia, los

problemas iniciales ceden paso a mensajes subyacentes, y el

amor y sus complicaciones son desplazados por el

desarrollo de aspiraciones personales, cuya ardua

concretización permite la configuración de una subjetividad

femenina adolescente que logra posicionarse y apropiarse

de su identidad dentro del entorno machista que la rodea, el

cual concibe a la mujer en general, y de temprana edad en

particular, según los principios del imaginario patriarcal:

L

15

recato, vulnerabilidad, dependencia, pasividad y obediencia.

Por esa razón, los deseos de autonomía de Gabi se

convierten en una amenaza que desestabiliza dicho sistema,

el cual es representado en la novela por medio de tres ejes

centrales: el imaginario occidental y tradicionalista de

mujer encarnado en Dora, la institución familiar sustentada

en la figura del padre y la concepción de la mujer como

objeto que se puede poseer y controlar, la cual se devela en

Bruno y la relación amorosa. Estos tres núcleos, siguiendo a

Judith Butler, funcionan como mecanismos de sujeción que

legitiman el ideal masculino de mujer, en la medida en que

reproducen y citan continuamente los parámetros

heteronormativos que construyen las etiquetas de género y

sexo. En ese sentido, dichos ejes son susceptibles a ser

abordados desde la performatividad tanto genérica como

lingüística, pues el lenguaje, entendido como intención y

acción, es decir, ilocución y perlocución (Emmerich, 2010),

entra en un plano pragmático que le permite actuar sobre

una realidad intersubjetiva, la cual, al insertarse dentro de

un contexto determinado, necesariamente implica

convenciones sociales, culturales e ideológicas que se

materializan en el discurso y, por ende, en la subjetividad

adolescente femenina de la protagonista.

De ese modo, adentrándose en el análisis, se

presentan dos discursos contrapuestos que infieren en la

subjetividad femenina y que se fundamentan en la dinámica

entre Dora, sus cartas y el diálogo que Gabi mantiene con

ellas a través de comentarios críticos: por un lado, el

hegemónico machista producido por Dora, el cual intenta

recrear un sujeto femenino dócil y útil para el universo

masculino, perpetuando un modelo machista de feminidad

que se ejemplifica de forma clara en su consideración sobre

la mujer y el trabajo: «[…] no tengo el menor propósito de

[…] hacer carrera universitaria […]. Lo que quiero es vivir

en la hacienda y criar a mis hijos con toda dedicación. Eso

de que la madre trabaje fuera de casa no va conmigo. Por

más que se esfuerce, no puede realizar bien ninguna tarea»

(32). Por otro, el contra-hegemónico generado por Gabi,

quien critica y deconstruye dicho imaginario al añadir, al

pie de la carta, el siguiente comentario: «(¡Dios me libre!

¡Qué idea! Ya me imagino a una madre sin nada que hacer

dentro de la casa […], ¡Ni hablar!). […] Me agrada mucho

Dora, pero […] piensa que el mundo es como ella imagina

[…], con ideas un poco anticuadas, y toda llena de

“convenientes” y “apropiados”» (32-33).

De acuerdo con estos ejemplos, se pone de

manifiesto el modo en que el decir de Dora, su discurso, en

16

tanto practica lingüística, se vuelve performativo, en la

medida en que legitima la posición de la mujer dentro de lo

privado al excluirla del espacio que social y culturalmente

le es asignado al hombre, pues tanto el ámbito laboral como

el de razón se encuentran fuera de sus límites, siendo

únicamente el de la reproducción el que le “corresponde” a

ella en tanto mujer. Por ese motivo, sus cartas consolidan la

dicotomía genérica entre masculino-activo y femenino-

pasivo, lo cual es rápidamente subvertido por la

protagonista, quien aboga por la independencia femenina y

la posibilidad de ser autosuficiente, para así «[…] no tener

que rendirle cuentas a nadie» (144). De esa manera, Gabi, a

través de la ironía y la reflexión crítica, no solo expone la

estrechez de mente que determina a su prima, sino que

además desarticula su configuración como un ideal

machista de mujer construido por normas que responden al

imperativo patriarcal heterosexual. De ese modo, replantea

las concepciones y funciones de la mujer dentro de la

sociedad, dejando en evidencia el «[…] régimen de

“decencia” bajo el cual se inscribe la feminidad tradicional

restringida a la función maternal y al ámbito doméstico»

(Celis 8).

Por lo tanto, ambos discursos sobre la mujer

configuran subjetividades opuestas que se instalan,

respectivamente, sobre los ideales de sumisión y los deseos

de emancipación, lo cual da cuenta de que el sujeto

femenino, en tanto producto de la performatividad, se

encuentran política y lingüísticamente a merced de

imaginarios culturales y sociales particulares, razón por la

que Gabi no solo debe luchar contra las determinaciones de

su género, sino también contra las que produce su edad.

Ello se debe a que, generalmente, los padres no consiguen

asimilar el proceso de distanciamiento emocional, físico y

moral que los adolescentes llevan a cabo, razón por la que

siguen siendo considerados más cercanos a la infancia que a

la adultez (Castro, 1994). En consecuencia, se continúa

ejerciendo control y autoridad sobre el adolescente,

generando un conflicto entre la búsqueda de independencia

y las restricciones que deriva, desde el punto de vista del

entorno familiar, en un comportamiento insubordinado que

requiere ser vigilado y controlado.

Por esa razón es que su madre, al descubrir la

correspondencia secreta entre Gabi y Bruno, viola su

privacidad y lee las cartas a escondidas, explicando, al ser

descubierta, que «[…] yo soy tu madre. Y tú eres aún muy

niña, el mundo es mucho más complicado de lo que

imaginas […]. Tenía que saber, querida, para protegerte. El

mundo hoy está tan lleno de peligros» (90). Por ello es que

17

su padre, con el fin de negar permiso a Gabi para asistir al

trabajo que la profesora de inglés le ofrece en un evento

turístico, argumenta que «[…] sea como sea, pienso que no

está bien. Tú eres aún muy niña, no sabes defenderte. Vas a

estar expuesta a todo tipo de constreñimientos, a tener que

soportar personas que pueden ser groseras» (118). De ese

modo, se observa que el ámbito familiar se organiza a partir

de una relación jerárquica de autoridad y supeditación que

funciona como mecanismo de sujeción, el cual utiliza la

sobreprotección para ejercer poder sobre su subjetividad

femenina, pues, para sus padres, Gabi, en tanto niña-

adolescente, es incapaz de tomar decisiones acertadas que le

permitan valerse por sí misma dentro de la sociedad.

Por ese motivo es que su padre, quien constituye la

ley y la voz masculina, prohíbe a la protagonista acercarse a

Bruno, ya que, enterado de la historia de Dora, considera

que aquel muchacho es una mala influencia que afecta su

juicio (62), lo cual da cuenta de la consideración de su hija

como un sujeto influenciable y manipulable al que se debe

vigilar. Sin embargo, esta restricción de su libertad no solo

surge de su supuesta vulnerabilidad e ingenuidad, sino

también del hecho de que su “decencia” femenina es puesta

en juego, ya que, de acuerdo con el imaginario masculino,

Gabi, al desear tener amores con el “novio de su prima”,

estaría transgrediendo las normas que determinan el

comportamiento socialmente aceptado de la mujer. Por

ende, no es solo la reputación de Gabi la que se puede

convertir en objeto de cuestionamientos, sino también la de

su padre en tanto “jefe” de una familia “respetable”. De ello

deriva, entonces, el intento de este último por reducir al

máximo la actividad laboral de su hija, pues el interés de la

protagonista por la autonomía económica deslegitima su rol

como “macho” sustentador y, por ello, con el fin de

reafirmar su masculinidad y reposicionar a la protagonista

dentro del imaginario de mujer dependiente, ofrece como

“solución” a su trabajo aumentar su mesada.

De esa manera, siguiendo a Michel Foucault, la

institución familiar constituye un dispositivo de vigilancia y

sujeción que articula un discurso de carácter performativo

para someter a la protagonista, ya que, en el sujeto

femenino, dicho dispositivo se consolida durante la

adolescencia, aplicando normas disciplinarias de control

sobre la formación de la subjetividad de las adolescentes

con el fin de construir sujetos femeninos dóciles y

sometidos que reproduzcan los idearios heteronormativos.

Sin embargo, es también en esta edad que «[…] surge entre

las adolescentes el deseo de superar los modelos

tradicionales de feminidad y exceder las fronteras del

18

diseño patriarcal de su subjetividad» (Celis 9). Por esa

razón es que Gabi se niega a aceptar pasivamente la

represión de su independencia y se mantiene en una actitud

contestataria, la cual no solo la conduce a permanecer en su

relación secreta con Bruno y continuar trabajando, sino

además a rechazar el ofrecimiento de su padre, pues lo que

desea no es precisamente el dinero extra, sino la

oportunidad de «[…] convertirme en un día una persona

independiente» (100), «[…] no quería que siguieran

mandando de mí, controlándome sin cesar» (99).

Por lo tanto, la protagonista, al hacer valer su

libertad, consigue exponer y subvertir el dispositivo

familiar y los actos de dominación masculina que actúan

sobre ella tanto por su género como por su edad.

Desobedecer la voz y ley del padre, ya sea implícita o

explícitamente, es rehusar a la pasividad y sometimiento

que implica el ingreso al orden jerárquico familiar,

renegando, al mismo tiempo, de sus reglas, normas e

imposiciones (Pereira, 2004). De ese modo, Gabi se

configura como un sujeto femenino y adolescente

activamente independiente cuyos deseos de autonomía ya

no se conciben solo desde lo privado, sino también desde lo

exterior y social, instalándose en un ámbito alejado

emocional y espacialmente del círculo familiar.

Lo anterior también ocurre con su relación amorosa

luego de que Bruno es aceptado en la familia, pues este

último, sintiéndose celoso y amenazado por la

autosuficiencia de “su novia”, comienza a controlar tanto su

tiempo y vestuario como sus ocupaciones y exposición al

exterior, argumentando que sus deberes académicos no solo

son más importantes que los de ella, sino que además sus

ansias de libertad son una “manía” cuyo único fin es

fastidiarlo. Dicha reacción pone de manifiesto la dinámica

poseedor-posesión que, de acuerdo con su concepción

machista, define su relación con la protagonista, lo cual, a

su vez, da cuenta de la performatividad presente en su

discurso, pues con dicha dinámica Bruno intenta reproducir

y perpetuar la imagen del sujeto femenino subordinado a los

mandatos e intereses del hombre. Ello se debe a que tanto la

independencia como el ingreso de Gabi al mundo laboral

generan una competencia social e intelectual que desafía la

configuración de Bruno como sujeto masculino dominador,

puesto que, al rehusarse a aceptar la sumisión y seguir

adelante con sus intenciones de trabajar, la protagonista

deconstruye la dicotomía hombre-razón y mujer-naturaleza

sobre la cual se legitima la domesticación y sujeción.

Por ese motivo es que, aun cuando un lado suyo desea

apaciguar la situación con Bruno, «[…] había [otro] lado

19

mío que sabía que no podía ceder. Y no era solo por

orgullo, no. Era algo más serio» (123), que la obliga a

reflexionar y repensar su conexión con Bruno, pues si en un

comienzo era la relación amorosa lo que constituía el paso a

la independencia, ahora se convierte en una prisión que

limita su autonomía: «[…] sentí algo diferente. Como

cuando nuestro pie va creciendo y el zapato comienza a

apretar. Al principio muy poquito, después cada vez más, se

va formando una ampolla. Nos ponemos un esparadrapo,

pero sabes que va haber un momento en que esto ya no es

solución. Y ya no es posible recortar el pie, volverlo al

tamaño de antes. Hay que conseguir un zapato nuevo»

(126).

Bruno comienza a ser trasladado a un segundo

plano, generando que al desprendimiento del entorno

familiar se sume el distanciamiento sentimental de la

relación, puesto que su «[…] alegría ya no provenía de

Bruno y de las buenas relaciones con mis padres. Provenía

de saber que estaba conquistando más mi libertad,

preparándome para ser dueña de mí misma, para andar sin

cadenas en los pies, del modo que yo quisiera. Gracias a mi

trabajo» (114). De esa manera, Gabi, por medio de su

autoconstrucción como sujeto adolescente femenino

independiente y autosuficiente, desmantela la superioridad

masculina desde la cual tanto Bruno como su padre se

configuran, acción que le permite reafirmar su subjetividad

femenina a través de la apropiación de sí misma y su

entorno.

Sin embargo, esta configuración de la protagonista,

si bien se desarrolla durante todo el relato, se consolida de

forma definitiva en el espacio escolar presentado ya hacia el

final de la novela, ya que se constituye como un lugar de

crecimiento intelectual y emocional que viene dado por la

planeación y exitosa ejecución de un proyecto de reciclaje

que Gabi inicia con Daniel, un compañero de clases que

celebra su independencia y la motiva a pensar tan alto como

sus sueños puedan llegar (133). Por esa razón, este

movimiento ecológico, que convoca tanto a su escuela

como a la ciudad, comienza a exigir un trabajo monumental

que la mantiene muy ocupada (136), provocando el disgusto

y frustración de Bruno, quien, si bien «[…] fastidiaba

muchas veces […], no seguía adelante, no dejaba que se

convirtiera en pelea. Como si supiera que, a estas alturas,

una pelea podía llegar a ser algo muy serio» (138). De ese

modo, Bruno, que «[…] se daba cuenta que ya no podía

pasarse de la raya» (137), comprende que no posee (ni

poseyó) ningún tipo de control sobre la protagonista y, por

ello, no solo disminuyen sus actos de dominación, sino

20

también su presencia en el relato. Lo anterior se debe a que

ya no constituye un agente de sujeción, sino un igual dentro

del grupo etario. Asimismo, tanto por sus esfuerzos como

por su compromiso con el proyecto, la campaña consigue la

atención de los medios y el periódico, lo cual da inicio a

una serie de entrevistas y reportajes que no solo aumentan

el éxito social, sino también el distanciamiento del entorno

que pretendía someterla. De esa forma, Gabi, dentro de un

espacio propio libre de limitaciones e imposiciones

genéricas o etarias, se descubre sí misma en sus

capacidades y posibilidades, lo cual le permite construirse

como sujeto femenino autónomo y autosuficiente tanto

intelectual como emocional y económicamente.

Se confirma, en consecuencia, la advertencia que la

protagonista, en tanto narradora, realiza al posible narratario

de su texto, pues «[…] si aún piensas que esta es una

historia de amor, como hay miles por ahí, estás muy

equivocado. Puedes esperar sentado y tratando de pensar

mejor, para ver si descubres el verdadero tema» (101). El

“verdadero tema” se desconoce, ya que la propia

protagonista se refiere a él como “eso”. De tal modo que, en

relación con el título de la novela, “eso” es un “algo” propio

de la protagonista que la configura como sujeto lingüístico

desde la indeterminación y la multiplicidad, puesto que, al

ser un pronombre neutro que sustituye al sustantivo, es

también el remplazo del núcleo del sujeto que se construye

discursivamente en el texto, lo cual, además de generar una

considerable ambigüedad que permite diversas

interpretaciones, da cuenta de la articulación de un discurso

contra-hegemónico con el cual Gabi expone el carácter de

constructo sociocultural que determina la performatividad

de género.

Así, entonces, “eso” que nadie le puede quitar sería,

en primer lugar, la reivindicación de la subjetividad

propiamente femenina por medio de la superación tanto del

ideario patriarcal de mujer representado en Dora como de

los discursos y prácticas machistas hegemónicas que

intentan controlarla, es decir, de los tres ejes o núcleos de

sujeción presentes en la novela. Por lo tanto, su

subjetividad, al configurarse desde la subversión y la

resistencia, consigue deconstruir los mecanismos de

sujeción y dominación que se ciernen sobre ella, pues el

gesto mismo de narrar (escribir) su historia, junto a las

versiones de los involucrados, constituye «[…] una

denuncia, negociación, crítica y resistencia, así como

búsqueda y propuesta de modelos alternativos de

subjetividad femenina» (Celis 11).

21

Sin embargo, “eso” es también la construcción del

sujeto específicamente adolescente a través de la

desarticulación de los dispositivos de vigilancia producidos

por la institución familiar, lo cual permite la conquista de

una independencia que se manifiesta en la aceptación de

Bruno dentro del hogar, pues, si bien la relación amorosa se

encuentra severamente debilitada, Gabi considera «[…] que

había crecido, que había madurado durante todo este tiempo

[…], había luchado para conseguir que mis padres

aceptaran a Bruno tal como era. Todo para ganar algo que

no podía perderse así. Eso no me lo iba a quitar nadie»

(140).

De ese modo, aquello que nadie le puede quitar es,

asimismo, su autonomía adquirida por el ingreso al mundo

laboral, ya que es gracias a su trabajo que se percata de que

«[…] tengo por delante muchas cosas por vivir. Quiero

viajar, conocer montones de personas, estudiar mucho,

trabajar, tener una carrera, independizarme, hacer mil cosas

diferentes» (144). Con todo, de acuerdo con la condición

neutra del pronombre, es posible considerar que el

“verdadero tema” de la novela es la construcción del sujeto

entendido como individuo propiamente tal, sin

determinaciones etarias ni genéricas, en la medida en que es

la apropiación de su identidad con derecho a libertad y la

construcción de un espacio personal dentro de su propia

vida lo que permite que todo se aclare, «[…] como si

hubiese un foco de luz iluminando mi interior. Lo que esa

luz me mostró es que nadie me quita lo que es mío. Y lo

que es mío no son personas ni cosas, no es ni un

enamoramiento ni un trabajo ni una campaña. Es lo que yo

misma soy, y voy pasando a ser cada día, mi manera de ser,

mi amor a la vida, mi manera de tratar de construir mis

sueños. Eso, ciertamente, nadie me lo quita» (144).

Por lo tanto, la novela, su tema central y la

protagonista no se limitan a una sola interpretación, pues

“eso” no implica una elección, sino, por el contrario, una

integración que permite la configuración de una

subjetividad tanto femenina como adolescente marcada por

una autonomía personal, emocional e intelectual, así como

amorosa, ética y moral que se cimienta sobre la

construcción discursiva de un individuo particular. Así, la

novela se extiende más allá de las estructuras sociales y

culturales, de sus normas e imposiciones, por sobre la

dominación masculina y la superación femenina, puesto que

articula un discurso que atraviesa la totalidad del proceso de

crecimiento de un sujeto cuya conformación individual, al

representar la vida misma, se vuelve plural.

22

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subversión de la identidad. Trad. Antonia Muñoz. 2da

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ctura/.../20

23

HUGO HINOJOSA LOBOS

Diplomado en Teoría, Edición y Creación de Literatura

Infantil y Juvenil (IDEA-USACH). Licenciado en Lengua y

Literatura Hispánica, Universidad de Chile, Licenciado en

Educación y profesor de Estado en Lengua Castellana y

Educación, Universidad Andrés Bello. Además, es Magíster

en Didáctica de la Literatura y de la Lengua de la

Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación.

Actualmente, es integrante de CiEL Chile: Centro de

Investigación y Estudios Literarios: discursos para infancia,

adolescencia y juventud.

ALEJANDRA SEPÚLVEDA SANTANDER

Licenciada en Letras mención Literatura de la Universidad

Andrés Bello. Sus estudios e investigaciones literarias giran

en torno a la literatura para infancia, adolescencia y

juventud, enfocándose en el análisis teórico-crítico de textos

destinados a estas audiencias, lo cual realizó en su tesis de

licenciatura titulada “El cuerpo adolescente femenino:

construcción de la subjetividad en Eso no me lo quita nadie

de Ana María Machado y destrucción del sujeto abyecto en

El abrazo de Lygia Bojunga”. Actualmente, es alumna del

Magíster en Literatura Latinoamericana de la Universidad

Alberto Hurtado.

PERFILES COLABORADORES-AS

UMBRAL

N° 2 – AÑO 1 – FEBRERO 2015

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Umbral –de publicación mensual– es una colección de propuestas críticas en torno a textos narrativos, poéticos u otros,

tanto chilenos como latinoamericanos, que han sido destinados para niños-as, adolescentes y jóvenes. Nuestra finalidad

con esta publicación es crear una instancia de reflexión y diálogo multidisciplinario, abierto tanto a la comunidad

académica como al público en general.