IUNG - Derecho Público Eclesiástico

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  • 7/24/2019 IUNG - Derecho Pblico Eclesistico

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    Antologa de textos tomados de:

    IUNG, Nicols.El Derecho pblico de la Iglesia en sus relaciones con los

    Estados. Traduccin y referencias al Concordato espaol de 1953 por

    Isidoro Martn. Madrid, Biblioteca de Cuestiones Actuales, Instituto deEstudios Polticos, 1958.

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    ra

    REL CIONES DE L IGLESI

    Y EL EST DO

    El problema de las relaciones entre la Iglesia y el Estado

    es de los ms complejos. Para darle una solucin sat isfactoria,

    de acu er do con los pr i nc i pi os enu nci ados ant er i or ment e , i m-

    porta dist inguir los Estados catl icos de los que no lo son, lo

    cual permit ir una mejor comprensin de las cuest iones de la

    t o ler anci a y de la nat u r a leza j u r di ca de los concor dat os .

    i . L A I G L E S I A Y E L E S T A D O C A T O L I C O

    A . E

    L P O D E R I N D I R E C T O

    A u n const i t u yen do dos soc iedades di st i nt as y per fect a s , e l

    E st ado y la Ig les i a se j er ar qu i zan . Consi der ndolos desde e l

    pu nt o de v i s t a de la tesis y apoyndonos en pr u ebas de or den

    racional y teolgico, el poder espir i tual es innegablemente su-

    per i or a l gobi er no t empor al . E st o es de gr an i mpor t anci a par a

    cal i f icar la soberana eclesist ica y determinar las relaciones

    ent r e la Ig les i a y e l E st ado .

    Si n embar go , de la su per i or i dad de la Ig les i a sobr e e l E st ado

    y las cosas t empor ales no se dedu ce u na su bor di naci n di r ect a

    o esencial , com o pud iera p arec er a prim era vis ta, lo cua l ser a

    negar lo antes probado, sino slo indirecta o accidental .

    Par a ent ender est a a f i r maci n es necesar i o di st i ngu i r con

    cuidado lo que los moralistas en el estudio complejo de los

    act os hu manos denomi nan e l f i n obj et i vo , finis operis, y el fin

    s u b j e t i v o , finis operantis. Se l lama f i n obj et i vo aqu el a l qu e u na

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    obra est naturalmente ordenada por su ser constitutivo: una

    l imosna pecuniaria, por ejemplo, est destinada en s misma a

    satisfacer una necesidad. El f in subjetivo es el resultado perso-

    nal que busca el agente moral . As , un rico puede ejercer la ca-

    ridad para atraerse la simpata de sus semejantes, por amor so-

    brenatural o por ostentacin.

    Si no se considera ms que el f in subjetivo, es cierto que slo

    hay un bien supremo, una regla normativa , segn la cual se

    juzga e l va lor de las acc iones humanas. Para aquel que v ive

    como es debido, la eterna fel ic idad es el f in hacia el cual debe

    orientarse toda su act iv idad. Aqu , pues , s lo hay lugar para

    la subordinacin directa. Cualquier hombre, ya sea agricultor,

    carpinte ro, alba il , artista, etc . , que da as sometido inm edia-

    tamente a l f in l t imo.

    Sin embargo, la agricultura, la carpintera, la albaile-

    ra, etc . , pueden ser consideradas forma lmen te como tales, y en-

    tonces ya no es lo mismo. Si slo se t iene presente el f in obje-

    t i v o , fins operis, ha y un gran nm ero de obras hum anas que,

    en s , y por su pr opia na tura leza, son ajen as al bien supremo de

    fel icidad eterna, porque son de otro orden distinto. Intrnseca-

    mente, qu sirve, de hecho, para la salvacin de un alma o su

    santif icacin la tal la del d iam ante o la posesin de adornos

    de oro? Aqu ya no se trata de una ordenacin directa al f in l-

    timo. Cuand o dos f ines son de orden diferente, ha y tam bin

    dos rdenes de medios para conseguirlos. Estos principios se

    apl ican a la Iglesia y al Estado.

    Los fines especficos por los cuales se distinguen y se jerar-

    quizan estas dos sociedades son de dos rdenes: sobrenatural

    y natural . Por esto la primera requiere directamente medios

    espirituales, y la segunda medios materiales. Puesto que la

    subordinacin de la sociedad civi l no existe intrnsecamente en

    el orden del f in objetivo, no puede ser, por consiguiente, di-

    recta. El bien temporal est sometido al espiritual en el sentido

    de que no slo no debe ser un obstculo para ste, s ino favore-

    cerlo (i) .

    ( i ) B e l a r m i n o , De Romano Pontfice, l ib . V , cap . V I : "A si , p ue s , la [ p o -

    testad] esp ir i tual n o se mezcla en lo s n ego cio s temp o rales , s in o que dej a mar-

    char to das las co sas co mo an tes de que estuviesen un idas , mien tras n o se o p o n -

    gan al f in esp ir i tual o n o sean n ecesar ias p ara co n seguir lo . . . S in embargo , s i

    esto o curr iese , la p o testad esp ir i tual n o s lo p uede, s in o que debe o bl igar a la

    temp o ral median te to da raz n y camin o que co n sidere n ecesar io p ara e l lo ."

    i i 7

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    Bajo otra forma se podra decir que el Estado es esencial-

    mente soberano, pero accidentalmente subordinado. El poder

    pol t ico est, en efecto, sometido a la potestad eclesistica, en

    tanto y para tanto que las cosas de que se ocupa, y que son nor-

    malmente temporales, se conviertan ocasionalmente en espi-

    rituales.

    El Estado en sus actos propios no depende, pues, directa o

    esencialmente de otra potestad del mismo orden y que persi-

    gue el mismo f in que l , pero depende accidentalmente de la

    Iglesia, que en virtud de su poder superior dirige a los hombres

    hacia un f in ms excelente y eterno. Esta dependencia se l lama

    indirecta. El poder indirecto expl icado en conexin con los con-

    ceptos de fin objetivo y de fin subjetivo es adecuado a la doctrina

    tradicional de la autoridad preeminente y suprema de la Igle-

    sia. Ahora hay que investigar el campo sobre el que se ex-

    tiende.

    La extensin del poder indirecto depende de la potestad re-

    l igiosa de la Iglesia. Consideradas en s mismas hay, sin duda,

    materias espirituales y materias temporales. Pero concreta-

    mente y en la prctica es, a veces, dif c i l determinar la zona

    exacta de jurisdiccin del poder civi l y de la autoridad eclesis-

    tica. No hay distincin absoluta en muchos puntos, lo cual pro-

    viene de que la Iglesia y el Estado, que son dos sociedades dis-

    tintas, t ienen tambin un carcter social , visible, ejercen una

    autoridad pbl ica sobre los mismos subordinados y legislan a

    menudo sobre la misma materia.

    En efecto , como escr ibe Val ton: "La Ig les ia y e l Estado de-

    ben cumplir su misin respecto a un mismo sujeto, que es el

    hombre, y el objeto que ambas persiguen, cada una en su orden,

    no es otro que la fel ic idad y la perfeccin del mismo individuo,

    miembro a la vez del Estado y de la Iglesia. Aqu, en la Iglesia

    est su fel ic idad sobrenatural y eterna; al l , en el Estado, su

    fel icidad temporal" (2) .

    No obstante el lo , pueden hacerse algunas af irmaciones. Hay

    cosas que, intrnsecamente, son sagradas y pertenecen a la Igle-

    sia; por ejemplo, la predicacin de la palabra divina, la admi-

    nistracin de los Sacramentos, la celebracin del culto divino,

    el juicio de moral idad en orden a los actos humanos.

    (2) B . Val to n . JOroit social. La famille, les associations, l tat, l glise, P a -

    rs, 1906 . p ig - 154'-

    Il8

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    Otras, por su naturaleza, so n temporales, pero se hacen sa-

    gradas porque se uti l izan y destinan para un f in rel igioso, y de

    hecho estn sometidas a la Iglesia. Los edif icios y el mobil iario

    rel igioso entran en esta categora lo mismo que los bienes nece-

    sarios para el mantenimiento del c lero y del culto divino.

    Acc identa lmente tambin puede ocurrir que las cosas mate-

    riales, por consecuencia de algunas circunstancias, interesen a

    la autoridad espiritual si entran en relacin con el

    fin

    de su po-

    der . E l Gobierno de los Estados Unidos de Amrica , por e jem-

    plo, daba una ley de orden terreno cuando promulgaba la pro-

    hibicin del alcohol . Tena, s in embargo, que permitir el uso

    del vino a los sacerdotes para que stos pudiesen celebrar el

    Santo Sacrificio de la Misa, que es un acto de culto en el que

    se encuentra implicado el f in de la Iglesia. Del mismo modo, du-

    rante la guerra mundial de 1914-18, los Gobiernos de diversos

    pases permitieron a los obispos comunicarse l ibremente con la

    Santa Sede, y en las zonas de los ejrcitos visitar a sus diocesa-

    sanos a pesar de las prohibiciones que haban dado en atencin

    al bien temporal de sus Estados (3) . Lo mism ocurri durante

    las ltimas hostil idades (1939-45).

    Adems de los objetos temporales, que ocasionalmente de-

    penden de la jurisdiccin eclesistica, existen las materias mix-

    tas propiamente dichas. Se denominan as las cosas sobre las

    cuales la Iglesia y el Estado tienen ambos el derecho de ejercer

    su autoridad porque conciernen directamente al f in de la so-

    ciedad espiritual y al de la potestad civi l .

    Entre el las f iguran las de orden natural sobre las cuales las

    dos autoridades t ienen jurisdiccin, segn lo que conviene a su

    f in. Las cuestiones de enseanza son de stas. La Iglesia, esen-

    cialmente educadora, t iene un poder directo sobre la formacin

    religiosa del nio; pero sobre su instruccin literaria, cientfica

    y artstica lo t iene slo indirecto. E l Esta do , que no es educa-

    dor, debe permanecer en la esfera de su accin, que consiste

    en ayudar a las iniciativas famil iares y a las dem s '.concurre

    as indirectamente a la formacin moral y religiosa del nio (4).

    Hay tambin cuestiones mixtas que pertenecen al orden so-

    brenatural y que, por esto, dependen principalmente de la auto-

    (3) Ve r Cay etan o , Comment. in II Dist., II , q. 60, a. 6.

    (4) Ver Moisant, art . colc, en Diciionnaire de Thologie catholique,

    col. 2.082-2.092.

    I I

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    ridad eclesistica, como el matrimonio elevado por Cristo a la

    dignidad de sacramento. Aqu la sustancia es del dominio pro-

    pio y nico de la Iglesia, que puede legislar sobre el contrato

    mismo y sobre la legitimidad de los hijos; pero las real idades

    temporales, como la dote, el rgimen de bienes y de la herencia,

    dependen de la jurisdiccin civi l , como lo reconoce formal-

    mente en el canon 1.016 (5).

    As , pues, el poder indirecto de la Iglesia entra en juego cada

    vez que un negocio temporal suscita al mismo tiempo una cues-

    tin moral y compromete el orden espiritual . En estas circuns-

    tancias, la autoridad eclesistica t iene derecho a intervenir,

    porque tiene siempre potestad para pronunciarse cuando est

    en l it igio la salvacin eterna de los individuos. Surez cal i f icaba

    ya esta doctrina de teolgicamente cierta y comn (6) . Con el

    transcurso de los aos esta opinin no ha hecho ms que robus-

    tecerse. No se trata, pues, de una simple opinin; cuando el

    Papa ordena en virtud de su poder indirecto, se exige un acto

    de obediencia por parte de los fieles.

    La doctrina del poder indirecto de la Iglesia, admitida por

    el consentimiento casi unnime de los telogos y canonistas,

    no ha sido, sin embargo, defendida siempre con esta denomi-

    nacin. Algunos autores, sobre todo entre los antiguos, la igno-

    ran; hablan de inf luencia ocasional o acc idental , de las dos es-

    padas, de comparacin con las relaciones que existen entre el

    alma y el cuerpo, entre el sol y la luna, etc., o incluso se mues-

    tran opuestos a ella.

    Sin embargo, la mayora sostienen lo esencial del concepto,

    ya que no las palabras. Sin querer real izar una obra exhaustiva,

    es indispensable aportar algunos testimonios. Santo Toms,

    despus de haber recordado la superioridad de lo espiritual so-

    bre lo corporal , proclama que el hecho de ocuparse de las cosas

    temporales segn las exigencias requeridas no es una usurpa-

    cin de la autoridad eclesistica (7) . Segn la enseanza de Tor-

    quemada, el Papa no tiene en lo temporal una jurisdiccin uni-

    ( 5) Ve r tambin lo s cn o n es 1 .063, 3 . y i - 9

    6 1

    . ' C a v a g n i s , Institvtiones

    iuris publici ecclesiastici, Ro m a, 1906, t . I , p g . 279 y s igs .

    (6) Surez, De legibus, l i b . V , c a p . I X , n m . 2 .

    (7)

    Summ a Tkeol.,

    I I 1 1 , q . 6 o , a . 6 , a d 3 : " L a p o t e s t a d s e c u l a r e s t s o -

    met ida a la esp ir i tual . . . y p o r lo tan to n o se usurp a e l j u ic io s i e l p re lado esp i -

    r itual in terv ien e en las co sas tem p o rales en cua n to a aque l lo en que est so me-

    t ida la p o testad secular ."

    12

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    versal ms que en la medida necesaria para la conservacin del

    bien espiritual y en cuan to la necesidad de la Iglesia lo de-

    mande (8).

    En otro pasaje, de una importancia capital , el mismo autor

    af irma que el Soberano Pontf ice no tiene en los asuntos tem-

    porales un pod er d irecto , como en los que conciernen a la reli-

    gin, y que la a utorid ad que posee en el prim er cam po es una

    consecuencia de la potestad espiritual (9) . Para Vitoria, el Papa

    slo goza de un poder sobre lo temporal , en tanto que es indis-

    pensable para la administracin de las cosas espirituales (10).

    Domingo de Soto considera herejes a todos los que nieguen al

    Soberan o P ontf ice la intervencin en los asuntos temporales cada

    vez que razones de fe o de religin lo exijan (11). Todos estos

    autores, s in emplear expresamente la frmula

    poder indirecto,

    defienden su conce pto, puesto que pa ra el los, de un modo o de

    otro, la jurisdiccin de la Iglesia se extiende a los asuntos tem-

    porales cuando stos ponen en juego intereses espirituales.

    San Belarmino, que es considerado con razn como el te-

    logo del poder indirecto, no desarrol la otra teora en su De Ro-

    mano Pontfice. Despus de habe r demostrado que e l Pap a no

    es el soberano de toda la t ierra, puesto que hay todava regiones

    ocupadas por inf ieles (12) , ni tampoco del conjunto del mundo

    cristiano, porque Jess no ha venido a destruir el derecho leg-

    (8)

    Summ a de Ecclesia,

    l i b . I I , c a p . 1 1 3 : " A u n q u e e l P a p a t e n g a d e m o d o

    dist in to j ur i sd icci n so bre las co sas temp o rales en to do e l o rbe cr i s t ian o , s in

    em bargo , n o es m s amp lia , p len a o ex ten s a. . . de lo n ecesar io p ar a la co n s erva-

    ci n del b ien esp ir i tual de s i mismo y de lo s dems, o en cn an to lo ex ige la n e-

    ces idad de la I g les ia o en cuan to lo reclam a e l deber del o f i c io p asto ral p ara la

    co rrecci n de lo s p ecado res ."

    (9) Summa de Ecclesia, l ib . I I . cap . 114 : "S in emb argo , t ien e tam bin [ e l

    P a p a ] p o t e s t a d d e r i v a d a (ex consequenti) sobre las cosas temporales, y esto

    p o r derecho p ro p io en cuan tb es n ecesar io p ara la co n servaci n de las co sas es-

    p i r i tuales , p ara co n ducir a lo s f i e les a la salvaci n etern a, p ara la co rrecci n

    de lo s p ecado res y co n servaci n de la p az en e l p ueblo cr i s t ian o ."

    (xo)

    De Indis recenter inveniis,

    sec . I , n m. 13: "E l Pap a t ien e p o testad

    temp o ral en o rden a las co sas esp ir i tuales . . . en cuan to es n ecesar io p ara la admi-

    n istraci n de las co sas esp ir i tuales ."

    ( 11) In IV Sent., d is t . 25 , q . 2 , a . 1 : "L a quin ta co n clus i n cat l i ca se

    ap l ica igualmen te co n tra la herej a de lo s que n iegan la p o testad temp o ral del

    Po n t f i ce . To da p o testad c iv i l es t so met ida a la ec les ist i ca resp ecto a las

    co sas esp ir i tuales en ta l medida que e l Pap a, cuan tas veces lo ex i j a la raz n de

    la fe y de la religin, pueda por sn poder espiritual no slo fulminar censuras

    ecles ist i cas co n tra lo s reyes y o b l igar lo s , s in o tambin p r ivar de sus b ien es tem-

    porales a todos los prncipes crist ianos e incluso proceder a la deposicin de los

    m i s m o s . "

    (12) Ca p. II .

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    t imo de los prncipes (13) , af irma con pruebas en su apoyo que

    el Vicario de Cristo no tiene directamente (14) , por derecho di-

    vino, ninguna jurisdiccin puramente temporal , s ino que tiene

    indirectamente la soberana potestad temporal , porque posee

    un poder pleno de disponer, en atencin a los fines espirituales,

    de los bienes terrenos de todos los cristianos (15) . Esta autori-

    dad se ejerce sobre la persona de los jueces y de los prncipes

    seculares, sobre las leyes civiles y el fuero judicial.

    Conforme a la doctrina comn de los telogos, el poder indi-

    recto no es, pues, otra cosa que la autoridad espiritual de la Igle-

    sia, que se extiende sobre el conjunto de las personas, de las

    acciones y de las cosas, prcticamente sobre todo lo que es tem-

    poral, cuando ello se encuentra en relacin con lo que concierne

    a la salvacin de los hombres. Del poder eclesistico dependen

    tambin todos los actos humanos porque, en virtud de su mi-

    sin doctrinal y moral, la Iglesia es la dirigente suprema de toda

    la tica individual y social . Es a el la a quien corresponde deter-

    minar los deberes de los individuos, de los ciudadanos entre s

    y de los Estados, lo mismo que las obl igaciones de stbs con re-

    lacin a sus subordinados.

    La enseanza de los autores partidarios de la subordinacin

    accidental , y por consiguiente del poder indirecto, est total-

    mente de acuerdo con el pensamiento y la actitud de los Sobera-

    nos Pontf ices. Inocencio III , para expl icar a los obispos de

    Francia su actitud en el confl icto que separaba a Juan sin

    Tierra y al rey Fel ipe Augusto, se apoya en razones de orden

    rel igioso. En su carta Novit ille, en 1204, despus de haber he-

    cho notar que no tena ninguna intencin de disminuir en nada

    la jurisdiccin del rey de Francia, dice a los prelados que inter-

    viene, nicamente, para pronunciarse sobre una situacin pe-

    caminosa y juzga r la f idel idad guar dad a al juram ento con que

    haban confirmado el tratado de paz celebrado por los reyes

    de Inglaterra y de Francia (16) .

    ( 13) Ca p . 111 .

    (14) Ca p. IV y V .

    ( 15) Cap . V I .

    (16)

    Decretales,

    l ib. II , t t . i , c. 13,

    De iudiciis:

    "Na die p ien se que in ten ta-

    mo s p er turbar o d ismin uir la j ur i sd icci n del i lustre rey de lo s Fran co s . . . Po rque

    n o p reten demo s j uzgar acerca del f eudo , cuyo j u ic io co rresp o n de al mismo

    [ rey] . . . , s in o decid i r so bre e l p ecado , la cen sura del cual n o s p er ten ece, s in duda

    algun a, y la p o demo s y debemo s e j ercer so bre cualquiera. . . A caso n o p o drem o s

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    En el captulo Per venerabilem, Inocencio III def iende la

    misma doctrina. Reivindica para el Papado el derecho ocasional

    de intervenir en los asuntos temporales, no en los Estados pon-

    tif ic ios, donde tiene plena jurisdiccin, sino en cualquier re-

    gin (17).

    En la bu la

    Unam Sanctam,

    de 18 de noviembre de 1302, el

    Papa Bonifacio VIII sostiene no slo la superioridad de la Igle-

    sia, s ino tambin el poder indirecto sobre los asuntos tempora-

    les y no directo, como han pretendido equivocadamente algu-

    nos autores (18) . Sin duda el documento parece favorecer esta

    segunda opinin. Sin compartirla. Rivire lo hace notar con vi-

    gor cuando af irma que esta bula se excede de la intervencin

    ratione

    peccati.

    " E l P a p a n o h a c e l a m e n o r r e s e r v a e s c r i b e

    cuando expone la subordinacin de lo temporal a lo espiritual

    y detal la las principales consecuencias de esta ley. Ni sus ideas

    ni su texto autorizan a l imitar a casos accidentales el alcance de

    sus declaraciones. E n efecto , considera a la Iglesia y el Es tad o

    in se en sus relaciones constitutivas. Ms exactamente, es el de-

    recho esencial la tesis integral de la Iglesia lo que se preocupa

    de plante ar , y sta tom a y adquiere ante sus o jos una amp l i tud

    tal , que el Estado ya no es ms que un elemento y, por decirlo

    as , una funcin" (19) .

    La opinin de R ivire no ha sido aceptada porque el s istema

    de la plenitud de poder, que la tradicin no sostiene de ningn

    modo, ha podido traspas ar e l pensamiento de Bonifac io V i l i e

    influirlo en la expresin de sus reivindicaciones; pero si s tiene

    en cuenta las circunstancias de t iempo y las concepciones gene-

    rales del Papa, queda comprobado que ste permanece f iel a la

    co n o cer acerca de la re l ig i n del j uramen to , que in dudablemen te p er ten ece a l

    j u ic io de la I g les ia p ara qn e se restablezcan lo s acuerdo s de p az quebran tado s?"

    (17)

    Decretales,

    l ib . I V, t i t . 17 , c . 13 ,

    Qui filii sint 1 gitimi:

    "N o s lo en e l

    terr i to r io de la I g les ia , en e l cual e j ercemo s un a p o testad p len a so bre las co sas

    t e m p o r a l e s , s i n o t a m b i n e n o t r a s r e g i o n e s , e x a m i n a d a s c i e r t a s c a u s a s , e j e r c e -

    m o s c a s u a l m e n t e j u r i s d i c c i n t e m p o r a l . "

    V e r t a m b i n Decretales, l ib. I , t t . 6, cap. 34, De electione et elicti potestate,

    d o n d e e l m i s m o P a p a e x p o n e d e n u e v o s u p o d e r d e i n t e r v e n c i n e n l o t e m -

    p o ral .

    (18)

    Denzinger-Sanwart,

    n m . 4 69 : " U n a y o t r a e s p a d a , p u e s , e s t n e n l a

    p o testad de la I g les ia , la esp ir i tn al y la mater ial . Pero sta ha de esgr imirse en

    f avo r de la I g les ia , aqul la p o r la I g les ia misma. A qul la p o r man o del sacerdo te;

    la o tra p o r man o de lo a reyes y de lo s so ldado s , s i b ien p o r in dicaci n y co n sen -

    t i m i e n t o d e l s a c e r d o t e . "

    ( 19) Riv ire , Le probltne de l glise et de l tat au tempe de Philippe le Bel,

    L o vain a, 1926, p gs . 90- 91 .

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    intervencin ratione peccati. Para ser expl cita y probatoria, la

    bula debera tener ms precisin. En la conclusin, sin duda, de-

    clara categricamente la soberana universal del Papado (20),

    pero permanece enteramente indeterminada sobre el objeto de

    las materias que, de hecho, dependen de su autoridad. Final-

    mente, si se presta atencin a la terminologa usada entonces

    para expresar las relaciones entre la Iglesia y el Estado, la bula

    Unam Sanctam es compatible con las teoras ms mitigadas

    del poder indirecto. Esto es tan cierto, que Feneln l leg a in-

    terpretar tal documento en favor del poder directivo, del cual

    se hablar ms adelante (21) .

    Si an quedase en los espritus alguna d uda despus de las

    dif icultades suscitadas por el documento precedente, el estudio

    de la alocucin cons istorial de 24 de jun io de 1302 la d isipara,

    porque sta del imita claramente el espritu del Pa pa al tra tar de

    los asuntos temporales. A l no le corresponde juzgar el con-

    flicto de orden poltico que plantea la disputa entre Felipe el

    Hermoso y Ed uard o I , rey de Inglaterra . E l Pa pa desea , in-

    dudablemente, el trmino de la guerra que mantienen los dos

    prncipes, pero no se ocupa de las cuestiones puramente tem-

    porales. Si acta es por un motivo de pecado, porque el rey de

    Francia ha queb rantado gravem ente la l ey div ina . Tal es e l pen-

    samiento principal que desarrol la el Pontf ice delante de los de-

    legados del episcopado francs despus de haberse defendido

    de las calumnias que se le han dirigido (22).

    As , pues, la razn expuesta por Bonifacio para motivar su

    intervencin enlaza con el pensamiento de Inocencio III . En-

    cargado de conducir a los hombres a la fel ic idad eterna, el suce-

    (20) Denzinger-Banwart, n i im. 469: "De claram o s, decimo s, def in imo s y .

    p r o n u n c i a m o s q u e e s a b s o l u t a m e n t e n e c e s a r i o p a r a l a s a l v a c i n d e t o d a h u m a n a

    c r i a t u r a q u e e s t s o m e t i d a a l R o m a n o P o n t f i c e . "

    ( 21) Ver C . Jo urn e t , La juridiction de l glise sur la Cit, P a r s , 1 9 3 1 '

    p g . 105 y s igs . ; Riv ire ,

    Le problme de l glise et l tat,

    ci t . , pg . 90 y sigs . , y

    N i c o l s I u n g , Alvaro Pelayo, p g . 130- 147, do n de se hal lar un ex amen de las

    o p in io n es d iversas re in an tes en la E dad Media so bre e l p o der temp o ral del Pap a

    y las in f luen cias d i rectas suf r idas p o r e l Pap a en la redacci n de la bula Unam

    Sanctam.

    ( 22) Dn p uy, Histoire du diffrend entre le Pape B oniface VIH et Philippe

    le Bel, roi de France, P a r i s , 1755, p g . 7 7 : " H a c e c u a r e n t a a o s q u e s o m o s p e r i -

    t o s e n D e r e c h o y s a b e m o s q u e s o n d o s l a s p o t e s t a d e s o r d e n a d a s p o r D i o s .Quin ,

    p o r l o t a n t o , p n e d e o d e b e c r e e r q u e h a y a o h u b i e s e t a n t a f a t u i d a d , t a n t a i g -

    n o r a n c i a , e n n u e s t r a c a b e z a ? A f i r m a m o s q u e e n m o d o a l g u n o p r e t e n d e m o s

    usurp ar la j ur i sd icci n del rey . No p uede n egar e l rey n i cualquier o tro f i e l que

    n o n o s est su j eto p o r raz n de p e ca do ."

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    sor de P edro t iene p oder de juzga rr a t i o n e pec ca t i E s t a e x p r e -

    s in no s lo c omp rende los a c tos p ec a minosos de l fuero interno,

    s ino ta mbin toda s la s c osa s p rofa na s , c iv i les , que de una ma -

    nera p os i t iva o nega t iva se re f ieren a l f in sa nt i f ic a dor y sa lva -

    dor de la Ig les ia , b ien entendido que p erma nec emos en la es-

    fera de la tesis , y por esto que lar a t i o pe cca t i no se a p l ic a m s

    que a la s p ersona s p r iva da s o p bl ic a s ba ut iza da s . A es te res-

    p ec to , p a ra f i ja r la s idea s no ser int i l c i ta r un p a sa je p roba -

    tor io , toma do de la enc c l ic a S i n g u l a r i de 2 4 de sep t iembre

    de 1912 ( 2 3) . E l P a p a P o X rec uerda a l l que todo lo que h a c e

    un c r is t ia no, a un en e l orden de la s c osa s terrena s , debe or ien-

    ta rse h a c ia e l f in l t imo, y que toda s sus a c c iones , buena s y ma -

    las, dependen del juic io y de la jurisdiccin eclesistica .

    E s en la a c ep c in a m p l ia que a c a ba m os de desa rrol la r c om o

    h a y q u e e n t e n d e r l a e x p r e s i n

    r a t i o p e cc a t i

    c u a n d o l a m e n -

    c iona e l Cdigo, que p roc la ma c a tegr ic a mente e l p oder indi-

    rec to de la Ig les ia en los c nones 1 . 553 2.198.

    En e l t ra nsc urso de los s ig los los Sobera nos P oi i t f ic es no

    se h a n c ontenta do c on re iv indic a r una jur isd ic c in sobre lo tem-

    p ora l en e l sent ido que a c a ba de ex p onerse , s ino que ta mbin

    h a n c ondena do a los que niega n su ex is tenc ia . En e fec to , e l p o-

    der indirec to de la Ig les ia h a s ido rec h a za do p or c ua ntos p re-

    c oniza n la subordina c in a bsoluta a l Esta do y c uy a op inin

    est s intetizada en la proposic in 39 del Syllabus, que ha s ido

    reprobada por el Magisterio ec lesistico (24) .

    Fu igua lmente c omba t ida p or todos los que , menos ra di-

    cales, de jan a la Igles ia sobera na en lo que es nic am ente espi-

    r i tua l , p ero la c ons idera n c omo sometida a l Esta do en todo lo

    que es ma ter ia l , neg ndole toda a utor ida d en es te c a mp o. Era

    y a la op inin formula da p or la fa mosa Dec la ra c in de l c lero ga -

    l icano de 1682, en su primer artculo, puesto que af irmaba que

    Cristo, segn sus propias palabras "Mi reino no es de este

    (23) A.A.S., t . I V , p i g . 638: "E n to do cua n to haga e l cr i s t ian o , in cluso en

    el o rden de las casas terren as , n o le es l i c i to o lv idar lo s b ien es so bren aturales .

    Po r e l co n trar io , es p reciso que to das las co sas las d i r i j a , segn las p rescr ip cio -

    n es de la sabidur a cr i s t ian a, a l b ien sup remo co mo al l t imo f in , p ues to das

    sus accio n es , en cuan to que so n buen as o malas en mater ia de co stumbres , es to

    es , en cuan to que co in ciden o d iscrep an co n e l Derecho n atural y d iv in o , es tn

    so met idas a l j u ic io y j ur i sd icci n de la I g les ia ."

    (24) E n Ga spa rri , Fomes, t . I I , p g . 1004: "E l E stado , co mo quiera que es

    la fuente y el origen de todos los derechos, goza de un derecho no circunscrito

    p o r l imi te a lgun o ."

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    m un do " (25), y seg n estas otra s, "D ad a l Csar lo que es del

    Csar y a Dios lo que es de Dios" (26) , haba dado a los jefes de

    la jera rqua ec les i s t ic a a utor ida d sobre todo lo c onc c erniente

    a los negocios espirituales y a los medios de sa lvacin, pero

    no sobre la s c osa s de orden temp ora l . Este a rt c u lo , lo mismo

    que los dem s que c omp onen la Dec la ra c in, fu c ondena do p or

    e l P a p a Ale ja n dr o V I I I ( 168 9- 1691) en la c onst i tuc in

    Inter mu l-

    tplices, de 4 de ago sto de 1690 (27) .

    M s ta rde P o VI , en la bula

    Auctorem fidei,

    de 28 de ago sto

    de 1794, c omba t ir y rep roba r la misma doc tr ina que h a ba

    s ido rec ogida en e l c onc i l i bulo de P is toy a , c uy os miembros h a -

    b a n dec la ra do que la Ig les ia no tena n ingn p oder sobre los

    a suntos ma ter ia les , n i p otesta d c oerc i t iva sa lvo la de p er-

    suasin (28).

    En la enc c l ic a Quanta cura, de 8 de dic iembre de 1864, e l

    P a p a P o I X rep rueb a ta mb in los errores de los que no que -

    r iendo de ja r a la Ig les ia m s que e l p oder esp ir i tua l , l a someten

    a l Esta do en la s c osa s temp ora les ( 2 9) . En e l SyUabus, r e n u e v a

    la misma condenacin (30) , y en la proposic in 24, reprobada,

    a f irma c a tegr ic a mente e l p oder indirec to .

    B . L A D E P O S I C I N D E P R N C I P E S

    En c orre la c in inmedia ta c on la sup er ior ida d de la Ig les ia ,

    e l p oder indirec to sobre lo temp ora l no es un c onc ep to ter ic o;

    (2 5) J o a n , X V I I I , 36 .

    ( 26 ) L u c a s , X X , 2 5 .

    ( 27 ) E n G a s p a r r i , Fontes, t . I , n m . 253 , p g. 4 8 4 .

    (28 ) E n Ga s par r i , Fontes, t . I I , p g . 6 8 7 , 1 3 : " L a p r o p o s i c i n q u e a f i r m a

    que seria abuso e la autoridad de la Iglesia llevarla m s alli de los limites de la

    doctrina y costumbres y extenderla a las cosas exteriores, y exigir por la fuena lo

    que depende de la persuasin y del corazn, y , a d e m s , q u e mucho menos le corres-

    ponde exigir por la fuerza exterior la sujecin a sus decretos, e n c u a n t o p o r a q u e -

    l l a s p a l a b r a s i n d e t e r m i n a d a s extenderla a las cosas exteriores, q u i e r e n o t a r c o m o

    abus o de la aut or idad de la Ig le s ia e l us o de aque l la pot e s t ad re c ibida de D ios ,

    de la cua l us aron los mis mos Aps t o le s a l e s t able ce r y s anc ionar la d is c ip l ina

    e x t e r i o r : h e r t i c a . "

    ( 29 ) E n G a s p a r r i , Fontes, t . I I , n m . 5 , p g . 9 9 6 : " O t r o s , r e n o v a n d o l o s

    d e l i r io s p e r v e r s o s y t a n t a s v e c e s c o n d e n a d o s d e l o s i n n o v a d o r e s ( p r o t e s t a n t e s ) ,

    c o n i m p u d o r e x t r a o r d i n a r i o s e a t r e v e n a s o m e t e r a l a a u t o r i d a d c i v i l l a s u p r e m a

    a u t o r i d a d d e l a I g l e s i a y d e e s t a S e d e A p o s t l i c a , o t o r g a d a p o r C r i s t o S e i l o r , y

    a ne gar t odos los de re ch os de la mis ma Ig le s ia y Se de s obre t odo lo re la t iv o a l

    o r d e n e x t e r n o . "

    (30 ) E n Ga s parr i . Fontes, t . I I , p g. 1 0 0 3: " L a Ig le s ia no t ie ne p ot e s t ad

    p a r a e m p l e a r l a f u e r z a n i p o t e s t a d a l g u n a t e m p o r a l d i r e c t a n i i n d i r e c t a . "

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    se concreta y se af irma en los hechos muchas veces. En todas

    las pocas la Iglesia lo ha ejercido sobre las colectividades cris-

    tianas y sus soberanos temporales, porque si ha excomulgado a

    prncipes tamb in los ha depues to y h a relevad o a sus sbditos del

    juramento de f idel idad. La excomunin es esencialmente un

    acto de jurisdiccin espiritual que no afe cta en nada a la so-

    berana temporal poseda en v irtud del derecho humano.

    Porque la Ig les ia no ha admit ido nunca e l pensamiento de Wi-

    cleff y Huss, segn el cual un pecado mortal l leva consigo la

    prdida de la autoridad del del incuente . Tambin ha proc la-

    mado siempre que el prncipe que peca contra la fe divina no

    pierde el derecho natural de gobernar. No sucede lo mismo con

    la deposicin, porque los Papas a veces han destituido real-

    mente de su poder a los jefe s de Esta do . Si los han dep uesto, no

    es que hayan reivindicado para el los un poder directo como el

    que ejercan sobre los obispos, de los cuales son jueces ordina-

    rios. E n su cal idad de soberan os espirituales, queran, ante todo ,

    castigar escndalos o poner f in a una conducta desordenada o

    a una manera de obrar gravemente pernic iosa para e l b ien mo-

    ral de la colectividad. Al privar a los soberanos temporales de

    su au toridad , han o brado , pues, sin recu rrir a otras razones que

    a las exigencias de la salvacin de los pueblos impulsadas

    por la tradicin. Es ta , cuy o origen es el Tu es Petrus evangl ico,

    se continua por San Ambrosio, San Agustn, San Gelasio I , San

    Gregorio M agno y por Sa n Nico ls I , par a l legar hasta Sa n Gre-

    gorio VII. Este poder les viene de Dios. San Gregorio lo invoca

    cuando depone al emperador Enrique IV y desl iga a sus sb-

    ditos del juramento de f idel idad (31) . Inocencio IV hace lo

    mismo contra Federico II en el primer concilio de Lin (32), y

    Po V Contra la reina Isabel (33).

    (31) P. L., t . C X L V I I I , c o l . 7 9 0 : " B i e n a v e n t u r a d o P e d r o , p r n c i p e d e l o s

    A p sto les , creo que p o r tu gracia Dio s me ha dado la p o testad de atar y des-

    ata r en e l c ie lo y en la t i erra .. . , as , p ues , in sp irado en esta co n f ian za. . . de p ar t e

    del Padre o mn ip o ten te , de l Hi j o y del E sp r i tu San to p o r tu p o testad y auto r i -

    dad imp ugn o e l go biern o del rey E n r ique en to do e l re in o de A leman ia e I ta l ia

    y l ibero a to do s lo s cr i s t ian o s del v n culo del j uramen to de o bedien cia , y p ro hibo

    qn e n adie le s i rva co mo a rey . . . " Ver Fl i che, La rifarme grigorienne, 1924- 1925,

    Saint Grgoire VII, 1928; A rqui l l i re , Grgoire VII, Par s , 1934-

    ( 32) L abbe, Concil., t . X , p g . 35 6 : " C o m o t e n e m o s , a u n q u e i n m e r e c i d a -

    men te , e l lugar de Jesucr i s to en la t i erra y en la p erso n a de San Pedro se n o s

    ha d icho : lo que atareis . . . a l sen ten ciar p r ivamo s."

    (33) Bull. Taurin., t . V I I , p g . 8 1 1 : " A p o y a d o s e n l a a u t o r i d a d d e a q u e l

    que en este t ro n o de sup rema j ust i c ia . . . qu iso co lo carn o s , co n la p len i tud de la

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    C . E L P O D E R I N D I R E C T O A C T U A L M E N T E

    Es induda ble que , p or la s c irc unsta nc ia s c onc reta s en que

    se desenvuelven la s soc ieda des moderna s y la f rec uente a p a t a

    de los goberna n tes que se n iega n a rec onoc er la sup e r ior ida d

    a c c iden ta l de la Ig les ia , s ta y a no e jerc e su derec h o c omo p u-

    dieron h a c er lo un Gregorio VII , un Inoc enc io IV o un P o V .

    P ero no de ja de sostener e l p r inc ip io c ua ndo rec uerda a los c a -

    t l ic os la s ob l iga c iones a la s que deben f ide l ida d en su v ida

    p bl ic a y soc ia l . La enc c l ic a Safentiee christianee (34), de 10

    de enero de 18 90, de l P a p a Len XIII , p odra c ons idera rse en

    esta ma ter ia c omo una verda dera c a rta .

    Para conservar la esencia de su jurisdiccin ocasional , e l

    P a p a do c ontemp or neo se c o loc , p or dec ir lo a s , dentro de los

    h ec h os; se a p o y a en e l Dere c h o c om n; invo c a , ev entu a lm ente ,

    la s es t ip ula c iones c onc orda ta r ia s y p roc la ma que los sbditos

    catl icos no deben ser molestados. Para el los y a e l los pide el

    respeto a las creencias y la l ibertad de conciencia . El 23 de di-

    c iembre de 1900, Le n X I I I se c o loc a ba dec id ida m ente en es te

    terreno c ua ndo esc r ib a a l c a rdena l R ic h a rd , a rzobisp o de

    P a rs : " Debemos h a c er observa r que c a st iga r a la s Congrega -

    c iones re l ig iosa s ser a a p a rta rse , en su p er ju ic io , de los p r inc i-

    p ios democ r t ic os de l iberta d e igua lda d que c onst i tuy en a c tua l -

    mente la ba se de l Derec h o c onst i tuc ion a l en Fra nc ia y q ue

    ga ra nt iza n la l iberta d indiv idua l y c o lec t iva de todos los c iuda da -

    nos , c ua ndo sus a c c iones y su gnero de v ida t ienen un f in h o-

    nesto, que no lesiona los derechos e intereses legt imos de na-

    die" ( 35) . E l i lus tre P ont f ic e vo lv a de nuevo sobre los mismos

    principios en una carta dirigida, e l 2 de dic iembre de 1903, a

    Loubet , P res idente de la R ep bl ic a f ra nc esa ( 36) .

    P o X I , e n s u s c a r t a s , a d o p t a u n a a c t i t u d s e m e j a n t e c u a n d o

    escribe: "Para los operarios del Evangel io y los f ie les , la Igle-

    p o t e s t a d a p o s t l i c a , d e c l a r a m o s h e r e j e a l a m e n c i o n a d a I s a b e l . . . y a u n p r i v a d a

    d e l d e r e c h o a l e g a d o d e d i c h o r e i n o . A s i m i s m o l i b e r a m o s a l o s p r c e r e s , s b d i -

    t o s y p u e b l o s d e d i c h o r e i n o . . . d e l j u r a m e n t o . . . y d e t o d a p e r p e t u a o b l i g a c i n

    de dominio , de f ide l idad y de re v e re ncia . . . y pr iv amos a la mis ma Is abe l de l a le -

    g a d o d e r e c h o d e l r e i n o y d e t o d a s l a s d e m s c o s a s m e n c i o n a d a s . "

    (34 ) E n Gas p arr i , Fornes, t . I I I n m. 6 0 5, p g. 325 y s igs .

    (35) E n Gas p arr i ,

    Fones,

    n m . 6 4 5, p g . 5 7 0 , o

    Lettres apostoliques de

    Len XIII, e d. Bon ne Pre s s e , t . V I , pg . 1 8 9.

    (36 ) L ib ro blanco de la Sa nt a Se d e .

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    sia no pide otra cosa que el derecho comn, la seguridad y la

    l ibertad" (37) .

    Entre las ltimas apl icaciones del poder indirecto, las ms

    conocidas son la condenacin de la ley francesa de la separacin

    de la Iglesia y el Estado, de 9 de diciembre de 1905 y las inter-

    venciones pontif ic ias en Ital ia.

    Al reprobar la legislacin que rompa el Concordato de 1801,

    Po X, en su enccl ica Vehem enter Nos, de 11 de febrero

    de 1906 (38), pona en juego su poder directo e indirecto. Para

    mejor darse cuenta de el lo hay que recordar uno de los pasajes

    principales del documento pontif ic io: "En virtud de la autori-

    dad suprema que Dios nos ha conferido, reprobamos y conde-

    nam os la ley vo ta da en Fr anc ia sobre la separacin de la

    Iglesia y el Estado como profundamente injuriosa frente a

    Dios, del que reniega of icialmente, al proclamar que la Rep-

    bl ica no reconoce ningn culto. Nos la reprobamos y la conde-

    namos como vio ladora del Derecho natura l , del Derecho de gen-

    tes y de la f idel idad pbl ica a los tratados; como contraria a

    la co nstitu cin div ina de la Ig lesia, a sus derechos esenciales

    y a su l ibert ad; com o sub vertid ora de la justicia porque pi-

    sotea los derechos de propiedad que la Iglesia ha adquirido por

    mltiples t tulos, y , adems, en virtud del Concordato. Nos la

    reprobamos y condenamos como gravemente o fensiva para la

    dignidad de esta Sede Apostl ica, para Nuestra persona, para

    el episcopad o, par a el c lero y par a todo s los catl icos fra n-

    ceses. Por el lo protestamos con toda energa contra la proposi-

    cin, la adopcin y la promulgacin de esta misma ley y pro-

    clamamos que queda desprovista de todo valor en orden a los

    derechos de la Iglesia, superiores a toda violencia y a todo aten-

    tado de los hombres" (39).

    Sin duda, la condenacin de la injusticia y de los falsos prin-

    cipios de la ley de separacin depende del poder directo. Pero

    siendo la ley pol t ica y temporal reprobada porque va contra

    los derechos de Dios y del bien espiritual de la Iglesia, el Papa

    obra en virtud de su poder indirecto: juzga ratione peccati. E s-

    ( 37) Carta Ab ipsis pontificalus primordiis, de 15 de junio de 1926, en

    Documentacin Catholique. t . X X , co l . 332 . Ver tambin E . Magn in , Libertes et

    levoirs politiquee des catholiques, Pars, 1932, pg. 51 y sigs.

    (38) E n Gas parri ,

    Fontes,

    t . I I I , n m. 671 , p gs . 661 y s igs .

    (39) Tra duc ci n f ran cesa de Y ve s de la B r ire en Dictionnaire apologetique

    de la F ot catholique, a r t c u l o Pouvoir pontifical dans l ordre temporil, col. 112.

    9

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    t as det er mi naci ones va len par a t odos los casos en qu e e l Pa-

    pado interviene en orden a la legislacin civi l y a las decisiones

    de la au t or i dad secu lar .

    Tambi n en nombr e de la j u st i c i a y par a pr ot est ar cont r a la

    expol i ac i n de los E s t ad os pont i f ic i os por I t a l i a , Le n X I I I hab a

    pr ohi bi do a los cat l i cos i t a l i anos t omar par t e en las lu chas

    elect or a les y vot ar . B aj o la i n f lu enci a de c i r cu nst anci as nu evas

    qu e ex i g an su ent r ada en lu cha cont r a las or gani zac i ones so-

    cial istas, Po X concedi algunas derogaciones locales a la con-

    s i gna del non exfiedit. E st a , s i n embar go , s lo fu def i n i t i va-

    m e n t e a b r o g a d a d e s p u s d e l a g u e r r a d e 1 9 1 4 - 1 9 1 8 p o r B e n e -

    di ct o X V , por qu e en ese mo me nt o la s i t u ac in hab a ca mb i ado

    com plet am ent e y la co labor ac i n de los f i e les i t a l i anos en la

    obr a com n ya no pod a ser i n t er pr et ada como u n consent i -

    mi ent o en la i n j u st i c i a comet i da cont r a la Sant a Sede.

    No qu er i endo ampl i ar ms los e j emplos , es necesar i o r ecor -

    dar con cu i dado qu e s lo hay e j er c i c i o del poder i ndi r ect o

    cu ando los Sober anos Pont f i ces r epr u eban o anu lan leyes , or -

    denanzas o decr et os de la au t or i dad t empor al , qu e no at ent an

    di r ect ament e cont r a los derechos de la Iglesia. Por esto se han

    consi der ado equ i voca dam ent e como i nt er venci ones de la j u -

    r i sdi cc i n acc i dent a l la r epr obaci n por P o V I , en 1791 , de la

    Const i t u c i n c i v i l de l c ler o , vot ada por la Const i t u yent e; la

    pr ot est a de P o IX, en 1875 , cont r a las leyes de mayo concebi das

    por el canci l ler Bismarck y el entredicho impuesto en 1906 por

    Po X contra la formacin de las asociaciones cultuales. Todos

    estos actos, en efecto, dependen del poder directo, puesto que

    rechazan usurpaciones real izadas en el dominio espir i tual .

    D . E

    L P O D E R D I R E C T I V O

    A juicio de algun os telogos, de los que el P. Y v e s de la

    Brire es uno de los ms representat ivos (40), el poder direct ivo

    no es ms qu e u na ext ensi n del poder i ndi r ect o . Per o , como t a l ,

    no i mpl i ca las mi smas obl i gac i ones par a los cat l i cos , pu est o

    que no exige un deber de obediencia, sino slo de prudencia.

    Cont r aveni r lo no ser a ms qu e u n act o de t emer i dad.

    (40 ) Br i re (Y v e s de la) . Pouvoir pontifical, c i t . c o l . 1 1 3 - 1 1 5 .

    X 3 0

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    2 . L A I G L E S I A Y E L E S T A D O A C A T O L I C O

    A . E L ES T A D O I N F I E L

    Un Es tad o no catl ico puede ser inf iel o cristiano. Conforme a

    las decisiones del Concilio de Trento (57), recogidas y confirma-

    das por el Cdigo de D ere cho Can nico e n el canon 87, la Iglesia

    no reclam a po de r alguno d e jurisdiccin sobre los infieles, po r el

    hecho de que stos no han recibido el sacramento del bautismo.

    Los inf ieles no pueden, por lo tant o, estar directam ente some-

    tidos a las leyes de la Iglesia, puesto que no son sbditos de ella.

    Sin embargo, lo pueden estar mediatamente a travs de los

    f ieles, por ejemplo, mediante el impedimento de disparidad de

    cultos, pero esto corresponde al Derech o priv ado , que est fuer a

    de nuestro estudio.

    Sobre el Estado inf iel , es decir, sobre aquel cuyos ciudada-

    nos no estn en su mayora bautizados, la Iglesia no tiene poder

    directo, ni siquiera indirecto, de jurisdiccin. Pero ya que todo

    hombre est moralmente obl igado a entrar en la Iglesia para

    salvarse, sta posee con plena independencia y l ibertad el dere-

    cho a predicar el Evangel io en un territorio pagano por los me-

    dios que juzgue necesarios, la prensa, la radio, el cine, la aper-

    tura de escuelas, etc .; ejercer su autoridad sobre los bautizados;

    exigir que stos se hallen en condiciones de cumplir sus deberes

    rel igiosos; administrar los sacramentos y sacramentales; orga-

    nizar el culto privado y pbl ico y, f inalmente, tener lugares

    sagrad os, iglesias y cemen terios, ad quir ir, poseer y adm inistrar

    los bienes temporales indispensables para el f in que persigue.

    El Estado inf iel est obl igado a respetar estos derechos esen-

    ciales de la Iglesia porque son inherentes a la misin divina que

    tiene de extenderse por el universo entero. Adems, el Estado

    encuentra en ello ventajas sociales, puesto que se estimula la

    virtud y las buenas costumbres, se favorece la tranquil idad p-

    blica y se fortalece la obediencia al poder civil .

    Tericamente la Iglesia podra reclamar y defender sus de-

    rechos espirituales y temporaj.es por medio del brazo secular.

    (57)

    t

    e s i n X I V , c a p . De rcfuniialione . " L a Ig le s ia no e je rce ju ic io sobre

    nadie que no h aya e nt rado ant e s e n la mis ma por la pue rt a de l baut is mo."

    141

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    Durante la Edad Media a veces recurri a l mismo no para con-

    vertir a los inf ieles por la violencia, s ino para defender su l iber-

    tad de accin. Sin embargo, en la prctica, sobre todo en nues-

    tros das, por el bien general renuncia a ello. Se muestra ms

    exigente respecto a los Estados acatl icos cristianos.

    B . E L ES T A D O C R I S T I A N O

    Un Est ad o cristiano acatl ico es aqu el cuyos sbd itos son,

    la mayor parte, herejes o cismticos, o , hecho anormal pero

    frecuente, cuyo gobierno es ajeno a toda rel igin, aunque

    los sbditos sean catl icos. D e de recho ta l Est ad o se ha l la

    sometido al poder indirecto de la Iglesia, porque todos los bau-

    tizados dependen de su jurisdiccin. En efecto, el bautismo v-

    l idamente recibido es un lazo permanente de sujecin que l iga

    a la sociedad catl ica y que no pueden destuir ni la hereja ni

    el c isma. Slo la Iglesia catl ica t iene derecho a conferirlo; to-

    das las dems sectas rel igiosas no lo pueden administrar ms

    que en nombre de la misma.

    A consecuencia de la ignorancia de los hombres o a veces

    por su buena fe, estos principios conformes

    c o n

    e l dogm a cat-

    l ico son de dif c i l apl icacin. Tampoco en la prctica la Iglesia,

    maestra de prudencia y de caridad, sera capaz de invocarlos

    en sus relaciones jurdicas con los Estados cristianos acatl icos

    y exigir que todos sus derechos sobre sus sbditos sean ntegra-

    mente respetados.

    En efecto, la Iglesia obra con stos como con los Estados

    infieles y exige los dos derechos esenciales de predicar y de exis-

    tir, sin los cuales los de poseer, tener lugares destinados al culto

    y convocar a sus fieles, entre otros, seran intiles.

    Si esta concesin no se le hiciese, lo cual daara a la l iber-

    tad de conciencia o, por lo menos, la reducira, la Iglesia tendra

    derecho a exigirlo, incluso por la fuerza, acudiendo a los Esta-

    dos catl icos. Sin embargo, en la prctica, sobre todo en nues-

    tros das, esta solucin no puede adoptarse. Para evitar males

    mayores la Iglesia se muestra tolerante, pero a condicin de que

    sus derechos esenciales sean reconocidos. Los Estados acatl i-

    cos que protestasen contra esta exigencia, slo habran de re-

    cordar que con frecuencia lo han usado el los mismos en favor.

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    especi a lment e , de los pr ot est ant es par a r epr i mi r los abu sos o

    los su pu est os abu sos de los cat l i cos .

    De est e modo qu eda plant eado e l pr oblema de la t o ler anci a .

    C . L A T O LE R AN C IA .

    La tolerancia, segn sus part idarios, ser la el derecho reco-

    noci do de gozar de p lena l i ber t ad par a mani fest ar abi er t ament e

    mediante la palabra, la prensa y todos los dems medios, sus

    concepci ones per sonales cu alesqu i er a qu e fu esen . No pu di endo

    pr et ender n i ngu na r e l i g i n ser la mej or , t odas son co locadas en

    el mi smo plano . La ni ca mi s i n cor r espondi ent e a l E st ado

    ser a la de ve lar qu e n i ngu na de aqu l las per t u r be la segu r i dad

    p bl i ca .

    E n est e sent i do , la t o ler anci a , qu e no es m s qu e la i nd i fe-

    r enc i a t o t a l en ma t er i a r e l ig i osa , es i mp a por q u e r echaza la t r as -

    cendenci a del cat o l i c i smo, se fu nda en l t i mo anl i s i s sobr e e l

    a t e smo y , de hecho, favor ece posi t i vament e las r e l i g i ones fa l -

    sas . E s , pu es , u n mal por qu e las fac i l i dades legi s la t i vas conce-

    didas a los seguidores de cualquier secta estorban el ejercicio

    del cu l t o cat l i co . E st a t o ler anci a no es , en r ea l i dad, ms qu e

    la i n t o ler anci a .

    Pero hay una tolerancia l c i ta que no menosprecia los dere-

    chos absolutos de Dios y t iene en cuenta la verdad y se opone

    a un pernicioso indiferentismo.

    Por parte de la Iglesia, la tolerancia no es otra cosa que la

    restr iccin o suspensin actual del ejercicio de su jurisdiccin

    sobre aqullos que, aunque bautizados y, por consiguiente, sb-

    ditos suyo s, ya no quieren ser lo ni someterse a el la . N o es m s

    qu e u n medi o par a evi t ar mayor es males , per o no podr a cons-

    t i tuir , en modo alguno, un reconocimiento legal otorgado a la

    rebelin de los herejes o de los cismticos. Ciertamente la tole-

    r anci a depende ms bi en del Der echo p bl i co de la C i u dad qu e

    de la Iglesia, pero no puede si lenciarse a causa de las relaciones

    qu e su r gen ent r e ambas co lect i v i dades .

    Por par t e del E st ado la t o ler anci a , a menu do l lamada l i ber -

    tad de conciencia, afecta al culto privado o pblico de una

    comu ni dad r e l i g i osa , de a lgu nas so lament e o de t odas las qu e

    existen en un territorio, ya sea a los derechos civiles de los indi-

    1 4 3

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    viduos o de las sociedades rel igiosas. Su concepto, que implica

    una permisin negativa del mal es, por lo tanto, variable segn

    los t iempos y lugares. Dados los deberes del Estado frente a la

    Iglesia catl ica y la obl igacin que le incumbe de evitar cual-

    quier mal a sus sbditos, cosa que incluye el negar la l ibertad

    de los cu ltos disidentes, la toleran cia no deb iera, en principio,

    concederse nunca.

    Sin embargo, en la prctica concreta no hay que tolerar

    ms de lo necesario para evitar que se produzcan mayores ma-

    les o p ara no impedir bienes ms imp ortantes. T ales son, en resu-

    men, la raz n de ser de la tolera ncia y su me dida , segn la en-

    seanza que, de acuerdo con S anto Tom s (58), ofrece Len X I I I

    en su encclica

    Immortale Dei,

    de 1 de nov iem bre de 1885 (59).

    La Iglesia juzga que no es l c ito poner jurdicamente a los

    diversos cultos en un plano de igualdad con la rel igin verda-

    dera. Sin embargo, no condena por esta causa a los jefes de

    Estado, que para conseguir un mayor bien o para evi tar un mal

    j

    toleran pacientemente su coexistencia en la Ciudad. Y la Iglesia

    vela tambin atentamente para que nadie sea forzado a recibir

    la fe catlica.

    De hecho nos podemos atener a las indicaciones siguientes:

    al l donde existe realmente unidad en la prctica de la verda-

    dera rel igin, los jefes de Estado no tienen, bajo ningn pre-

    tex to, el derecho de introducir la l ibertad de cultos, porqu e sta

    no sera, entonces, ms que un agente de destruccin. El cato-

    l ic ismo tambin tiene al l derecho a la proteccin y a los hono-

    res pbl icos. Quedand o a salvo las exigencias de la justicia, ha

    de hacerse todo lo posible para que se mantenga el bien de la

    unidad . Asim ismo, el jefe del Es tad o tiene obligacin de tom ar

    las medidas necesarias y prever las sanciones ti les para que

    las falsas doctrinas no se extiendan y destruyan la unidad.

    En efecto, nunca est permitido a un Estado catl ico pres-

    tar a las sectas disidentes una cooperacin formal mediata o

    inme diata, porque para l , como p ara el individuo , no es l c ito

    querer una accin intrnsecam ente m ala o incluso ind iferen te,

    pero con una intencin maliciosa.

    Habra cooperacin formal favoreciendo positivamente la

    organizacin de una secta acatl ica que no estuviese todava

    (58) San to To m s, I I I I

    a

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    constituida. Pero nada se opone, si el jefe temporal lo juzga pru-

    dente para evitar males mayores, a que permita la formacin

    de una secta si se toman las medidas necesarias para que la

    sociedad no sufra perjuicio por el lo .

    Del mismo modo el Estado cooperara formalmente si en-

    tregase a una secta, como tal , subvenciones del tesoro pbl ico.

    Pero no habra nada de malo si ayudase a los miembros de una

    secta en su cal idad de ciudadanos.

    El mismo principio vale para todas las ayudas econmicas

    concedidas a las escuelas, a los orfel inatos y dems institucio-

    nes de beneficencia regidas por sectas disidentes. An es preciso

    que estas subvenciones no escandal icen, que no se puedan con-

    siderar como un favor concedido a una falsa rel igin y que no

    sean uti l izadas con f ines torcidos, como pervertir a los catl icos

    que fueran a beneficiarse de la hospital idad de estas casas.

    Al l donde no existe unidad no hay que recurrir a la violen-

    cia para imponerla ni lesionar ningn derecho adquirido para

    conseguirla.

    Si la mayora o, por lo menos, una gran parte de la pobla-

    cin no es catl ica, 3ra no es lo mismo. P ar a ev itar un ma yor

    mal , cuando no es posible ningn otro remedio, o por razones

    de graves necesidades pol t icas, y slo durante el t iempo que

    stas existan, el Estado puede autorizar el ejercicio de la rel i-

    gin equivocada. Aun entonces, para que resulte l c ita esta

    tolerancia, no ha de ser un medio ni siquiera indirecto, de apro-

    bar un mal o una falsa religin o de l levar al pueblo, insuficien-

    temente instruido y educado, a practicarla, considerndola

    como del mismo valor que el catol icismo.

    As comprendida la tolerancia posee carcter civi l y no re-

    l igioso, porque no incluye , por p arte del Estad o, la profesin

    de la indiferencia confesional. Lejos de ser intrnsecamente mala,

    en muchas ocasiones debe ser preferida, con juicio y con pruden-

    cia, a la intolerancia absoluta. Entonces no es ms que un mal

    menor; su mayor o menor extensin est regulada nicamente

    por la necesidad. C uand o s ta dism inuye o cesa, la l ibe rtad de

    cultos debe ser reducida o abol ida. Al l donde basta un poco de

    tolerancia es il cito conceder ms (6p).

    (60) L e n XI I I , en la en cc l i ca

    tiberias,

    de 20 de junio de 1888, en Ga s-

    p a i , Fontes, t . I I I , n m. 600, p g . 310: "To da l iber tad ha de rep utarse leg t ima

    en cuan to aumen te la p o s ib i l idad de o brar e l b ien ; f uera de esto , n un ca."

    10

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    3 - L A I G L E S I A Y E L P O D E R I L E G I T I M O

    Catl ico o no, un Es tad o se encuen tra pr cticam ente en re-

    lacin con la Iglesia catl ica a causa de la expansin del cris-

    tianismo. Hasta el presente hemos supuesto que el Estado se

    hal laba regido por un poder legtimo. Cul sera la actitud de

    la Iglesia si ste no lo fuese?

    Un gobierno es i legtimo cuando se ha obtenido mediante

    crisis violentas y sangrientas o cuando simplemente se ha apro-

    vechado de la anarqua o de la huida del prncipe o del sobe-

    rano legtimo para ocupar su lugar. En resumen, es i legtimo

    todo poder usurpado.

    Cul es en estas circunstancias la actitud de la Iglesia? Esta

    se rige por el principio de que la autoridad no la posee nadie

    como un derecho de propiedad, sino que est ordenada al bien

    comn de la colectividad. Cuando la necesidad del bien p-

    bl ico exige una nueva forma de poder y una investidura de so-

    berano, no podra prevalecer ningn derecho preexistente de

    individuo o de famil ia. Adems, la constitucin de un nuevo

    gobierno legtimo siempre es posible para la comunidad. El lo

    es necesario, evidentemente, cuando la autoridad en ejercicio

    ha sido derribada por la violencia o por cualquier otro medio.

    La adhesin pacf ica de la colectividad al nuevo rgimen esta-

    blecido es el criterio supremo para af irmar su legitimidad.

    Hasta ahora, en la exposicin de las relaciones de la Iglesia

    con el Estado catl ico, inf iel o cristiano, nos hemos dedicado

    sobre todo, aun haciendo algunas observaciones en el terreno

    de los hechos, a dar un conocimiento de los principios generales

    que las deben regular. As se mantiene y se desarrol la en toda

    su amplitud la tesis fundamental de la superioridad de la Santa

    Sede sin pe rjudic ar en nada la perfeccin soberana de cad a una

    de las sociedades eclesistica y civil . Al investigar cul sea la

    naturaleza jurdica de los concordatos, en los que se manifies-

    tan las convenciones celebradas entre el Papado y los prncipes

    temporales, se expl icar mejor cmo, en la hiptesis prctica

    de los hechos, se trata de acercarse a la tesis cuya aplicacin in-

    tegral es, frecuentemente, imposible.

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