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IV. EL DINERO DE LOS POBRES La G uida degli S tati U niti per L'Immigrante I taliano [Guia para el inmigrante italiano en Estados Unidos] de 1910, publicada por las Connecticut Daughters of the Revolution y traducido el ano siguiente al inglês, aseguraba a los recién Ilegados que "Estados Unidos había sido siempre la tierra de los inmigran- tes", descubierta por un italiano y cuyo nombre se debía a otro. Les aconse- jaba luego cómo arreglárselas en el país, cómo encontrar trabajo, cómo viajar y cómo convertirse en un ciudadano. Entre otras cosas, la guia también les ofrecía consejos prácticos a los inmigrantes recién llegados acerca de cómo tnanejarse con il dollaro. No era sólo cuestión de adoptar una moneda dife- rente; los nuevos estadounidenses debían aprender una forma nueva y racio- nal de administrar el dinero. "Es peligroso", advertia la guia, "llevar dinero en el bolsillo o dejarlo en casa". Había secciones especiales que ofrecían pautas cuidadosas acerca de cómo ahorrar en el banco y de cómo enviar dinero al extranjero o dentro de Estados Unidos.1 Los inmigrantes que caían en la pobreza se encontraban con tácticas para reestructurar sus prácticas financieras mucho mejor planeadas y organizadas. Como lo expresaron unos visitadores de una importante sociedad de benefi- cência de Nueva York, las organizaciones de caridad, convencidas de que los pobres italianos "no eran inteligentes para usar lo que tenían", se empenaron en ensenarles cómo usar el dinero de la manera adecuada.1 23 Consideremos el caso de la senora C , una viuda que había llegado de Italia a Estados Unidos poco después de su casamiento. Cuando su marido murió, sus escasos aho- rros se esfumaron entre las facturas del médico y los gastos dei funeral. A princípios de la década de 1920, la Columbus Family Service les asignó a la scftora C. y a sus seis pequenos hijos 10 dólares por semana en vales para co- mestibles para ser utilizados en una determinada tienda. Para prepararia para 1 John Foster Carr, Guida degli Stati Uniti per L’Immigrante Italiano, Nueva York, Double- day, Page & Co., 1910, pp. 5 y 64-66. 3 Carta del director general de la New York Association for Improving the Condition of lhe Poor [Asociación para Mejorar las Condiciones de Vida de los Pobres de Nueva York] ( aicp ), 7 de noviembre de 1913, archivado en los Community Service Society (css) Papers, cn)n 25, Rare Book and Manuscript Libray de la Universidad de Columbia. 151

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IV. EL DINERO DE LOS POBRES

La G uida degli S tati U niti per L'Im m ig rante Italiano [Guia para el inmigrante italiano en Estados Unidos] de 1910, publicada por las Connecticut Daughters of the Revolution y traducido el ano siguiente al inglês, aseguraba a los recién Ilegados que "Estados Unidos había sido siempre la tierra de los inmigran- tes", descubierta por un italiano y cuyo nombre se debía a otro. Les aconse- jaba luego cómo arreglárselas en el país, cómo encontrar trabajo, cómo viajar y cómo convertirse en un ciudadano. Entre otras cosas, la guia también les ofrecía consejos prácticos a los inmigrantes recién llegados acerca de cómo tnanejarse con il dollaro. No era sólo cuestión de adoptar una moneda dife­rente; los nuevos estadounidenses debían aprender una forma nueva y racio­nal de administrar el dinero. "Es peligroso", advertia la guia, "llevar dinero en el bolsillo o dejarlo en casa". Había secciones especiales que ofrecían pautas cuidadosas acerca de cómo ahorrar en el banco y de cómo enviar dinero al extranjero o dentro de Estados Unidos.1

Los inmigrantes que caían en la pobreza se encontraban con tácticas para reestructurar sus prácticas financieras mucho mejor planeadas y organizadas. Como lo expresaron unos visitadores de una importante sociedad de benefi­cência de Nueva York, las organizaciones de caridad, convencidas de que los pobres italianos "no eran inteligentes para usar lo que tenían", se empenaron en ensenarles cómo usar el dinero de la manera adecuada.1 2 3 Consideremos el caso de la senora C , una viuda que había llegado de Italia a Estados Unidos poco después de su casamiento. Cuando su marido murió, sus escasos aho- rros se esfumaron entre las facturas del médico y los gastos dei funeral. A princípios de la década de 1920, la Columbus Family Service les asignó a la scftora C. y a sus seis pequenos hijos 10 dólares por semana en vales para co­mestibles para ser utilizados en una determinada tienda. Para prepararia para

1 John Foster Carr, Guida degli Stati Uniti per L’Immigrante Italiano, Nueva York, Double-day, Page & Co., 1910, pp. 5 y 64-66.

3 Carta del director general de la New York Association for Improving the Condition of lhe Poor [Asociación para Mejorar las Condiciones de Vida de los Pobres de Nueva York] (aicp), 7 de noviembre de 1913, archivado en los Community Service Society (css) Papers, cn)n 25, Rare Book and Manuscript Libray de la Universidad de Columbia.

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su asignación de dinero, se le pidió a la senora C. que llevara un registro es­crito de sus compras, que observara los precios de las tiendas de comestibles y que se ocupara de identificar dónde se podían comprar los alimentos básicos más baratos. Pero cuando la visitadora descubrió que los 25 centavos registra­dos para tomates, supuestamente en lata, se habían gastado en 1 libra de to­mate fresco y la senora C. admitió que había sido "dispendiosa" y que podia haber comprado "tomates igualmente buenos en otro negocio por 20 centavos la libra", a la organización le pareció que necesitaba todavia un tiempo de en- trenamiento y de supervisión antes de que se le adjudicara la asignación. Du­rante los primeros meses, la visitadora se encontraba con la senora C. dos ve- ces por semana, generalmente durante toda la tarde, para discutir, entre otros temas, "la preparación de la comida, las compras [...] y la disciplina". Ella acompanaba a la senora C. a la tienda de comestibles e intentaba "indicarle cómo ahorrar". Para la época dei informe, la senora C. se había vuelto "muy cuidadosa en el registro de sus gastos [...] sentando buenas bases para futuros presupuestos". Hasta el almacenero reconoció que ella ahora era una "buena clienta y eficiente compradora". De todos modos, no se le adjudico a la senora C. la asignación de dinero.3

Los expertos en bienestar social en Estados Unidos consideraron casi siempre el dinero de las obras de caridad como una moneda-peligrosa y mul- tifacética. Los expertos pensaban que en manos de los pobres, moralmente in­competentes, el dinero se transformaba en una forma de asistencia riesgosa, que se podia derrochar con facilidad con propósitos inmorales. Durante la mayor parte dei siglo XIX y a princípios dei siglo xx, las organizaciones estata- les como también las sociedades de beneficencia privadas regulaban directa- mente la economia doméstica de los pobres, asignándoles ropa, combustible y comida, pero pocas veces efectivo. También, como en el caso de la senora C , las organizaciones adjudicaban ordenes de compra para alimentos que especi- ficaban no sólo qué artículos podían comprar sus destinatários, sino también dónde debían comprados.

La preocupación por los peligros dei efectivo se formó en tomo a tres clási- cas distinciones interrelacionadas en las prácticas de la beneficencia en Occi- dente. La primera eran las prestaciones públicas versus las privadas -la asistencia 3

3 Amy D. Dunn, "The Supervision of the Spending of Money in Social Case Work", tesis de maestria, Ohio State University, 1922, p. 72-74. La senora C. también recibia la jubilación de 25 dólares de su madre, y su alquiler y su provision de carbón los pagaba la Columbus Family Service.

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brindada por el Estado y los funcionários públicos o las prestaciones ofrecidas por indivíduos y asociaciones benéficas voluntárias-; la segunda distinción es- taba relacionada con la asistencia a los necesitados en sus casas versus fuera de sus casas, o sea, en sus propios hogares o en asilos, y la tercera distinción residia en las prestaciones en efectivo versus las prestaciones en especies -o sea, la asisten­cia otorgada en forma de apoyo monetário o en bienes y servidos- Cuándo, de qué manera y cuán directamente usar el dinero para brindar un alivio eran pre- guntas que daban lugar a cuestionamientos fundamentales acerca de la organi- zación de las prácticas de la beneficencia en su conjunto. Definir el efectivo como una forma de asistencia peligrosa inducía a las organizaciones a privile­giar los acuerdos más restrictivos en cada uno de estos tres aspectos.

En una sociedad de consumo moderna, sin embargo, el dinero correcta­mente supervisado podia servir como una moneda de valor instructivo para insertar a los pobres moralmente sanos pero técnicamente incompetentes, en- senándoles cómo gastar de la manera adecuada. En 1899, un autorizado ma­nual para trabajadores sociales descartaba la preferencia por la asistencia en especies como una "superstición de la beneficencia" pasada de moda. Aproxi­madamente una década más tarde, Frederic Almy, secretario de la Buffalo Cha- rity Organization Society y un crítico categórico de las prestaciones públicas en el hogar, se pronuncio de una manera sorprendente en un artículo en The Sur- vey, que fue muy citado, al afirmar que la asistencia en dinero otorgada por la caridad privada "puede convertirse en algo tan espiritual en sus efectos como la limosna de los buenos consejos". En 1922, un análisis de los métodos usados para brindar prestaciones de asistencia social realizado por 18 destacadas or­ganizaciones de caridad de todo el país recomendaba la asignación de dinero como el método preferido: "en todos los casos posibles", pero en especial para la asistencia por largos períodos. Una historia de envergadura dei movimiento de organizaciones de caridad, publicada ese mismo ano, también encontraba que "el peso de la opinión parece favorecer ahora a la asistencia a través de di­nero en efectivo".4 Y a partir de 1911, el muy controvertido pero enormemente

4 Mary E. Richmond, Friendly Visiting Among the Poor [1899], Nueva York, The Macmillan Company, 1907, p. 161; Frederic Almy, "Constructive Relief", en The Survey, 27,25 de noviem- bre de 1911, p. 1265; Amy D. Dunn, "The Supervision of the Spending of Money in Social Case Work", op. cit., p. 9; Frank D. Watson, The Charity Organization Movement in the United States, Nueva York, Macmillan Co., 1922, p. 159. Para saber por que las organizaciones feme- ninas empezaron a inclinarse por las donaciones en efectivo, vease Elizabeth S. Clemens, "Organizational Repertoires and Institutional Change. Women's Groups and the Transforma­tion of us Politics, 1890-1920", en American Journal of Sociology, 98, enero de 1993, pp. 777-780.

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exitoso movimiento para la pension de las madres dio lugar a que el dinero público sirviera de alivio para las viudas y los hijos a su cargo.

Como un reflejo dei nuevo entusiasmo general por convertir el dinero en un regalo ritual o sentimental, los trabajadores sociales decidieron que el efec- tivo era preferible incluso como regalo de Navidad para los pobres. Más que darles ropa vieja o comida, las organizaciones de caridad se ocuparon de dar- les "fondos para que pudieran comprarias". O un vale de regalo: la New York Siegel Cooper Co. promovia sus "vales para una cena navidena" firmados por el comprador y despachados al beneficiário, quien lo cambiaba luego por una canasta con comestibles. Como "regalos de caridad", explicaba un aviso pu­blicitário de Macy's, los bonos para mercadería "te permiten evitar la delicada cuestión de dar dinero". No obstante, una pension representaba el mejor re­galo. Al sustituir la degradante canasta para la cena navidena por el regalo más digno de una asignación anual, se les ofrecía a los pobres la seguridad de un ingreso regular más que un obséquio para un solo día de fiesta.5

iQué era lo que había convertido el peligroso dinero en una forma de asis- tencia legítima? Los trabajadores sociales, cuyas voces sonaban como si fueran economistas dei consumo, defendieron durante las primeras décadas dei siglo xx la libertad discrecional de las asignaciones de dinero como una herramienta necesaria de entrenamiento a fin de enfrentar el mercado moderno, que le per­mitia a la familia "manejar el dinero, aprender a conocer su valor y su poder de compra". Si "se priva a una persona de la posibilidad de gastar", explicaba Emma Winslow, la influyente experta en economia doméstica en la Charity Organization Society de Nueva York, "realmente se convierte a esa persona en un pobre". A diferencia de la asistencia en especies, afirmaba Joanna Colcord, la directora de la Charity Organization Society de Nueva York, el efectivo pre- servaba "la independencia y la autoestima de la familia". De la misma ma- nera, antes que comestibles o cualquiera de los tradicionales regalos navide- nos en especies, el dinero de Navidad podia permitirles a familias en una

5 H. P. S., "Do Your Christmas Planning Early", en The Family, 2, febrero de 1922, p. 239. La publicidad de Macy's, en The World, 9 de diciembre de 1906, p. 148; la publicidad de Sie­gel Cooper Co., en The World, 16 de diciembre de 1906, p. M3. Sobre las pensiones, véase Mary E. Richmond, "Of Christmas Gifts", en The Survey, 24 de diciembre de 1910, reeditado en Mary E. Richmond, The Long View. Papers and Addresses, Nueva York, Russell Sage Foun­dation, 1930, pp. 302 y 303. A partir de 1909, los periódicos hacian convocatorias especiales en Navidad para reunir fondos para pensiones por un afio para familias en una situación de dependencia; véase J. Edwin Murphy, "Yearly Pensions as a Substitute for Christmas Bas­kets", en The Survey, 31,13 de diciembre de 1913, pp. 298 y 299. El New York Times Neediest Cases Fund se inició en 1912.

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situación de dependencia "hacer sus propios planes", incluso si eso significaba "tener una cena tan ridícula y pobre" como quisieran.6 Por supuesto, debía ser la clase de dinero "correcta". Mientras una limosna sentimental degradaba al destinatário, el dinero racionalmente presupuestado entrenaba a consumido­res competentes -o al menos eso era lo que opinaban los profesionales-

Sin embargo, a pesar de la retórica, la supuesta libertad que ofrecía una entrega monetaria era ilusória. La asistencia en efectivo todavia se conside- raba una clase de dinero muy distinta a un salario. Los pobres, después de todo, no eran consumidores ordinários. Como lo expresó tajantemente un fun­cionário de una organización benéfica: "Si esas familias hubieran sido capaces de administrarse de una manera exitosa, no estarían golpeando a nuestras puertas". ^Cómo, entonces, se podia confiar en que gastaran su dinero con li­bertad y sin hacer tonterías? Incluso los expertos en consumo, que por otra parte eran defensores incondicionales dei libre consumo, reconocían que quie- nes podían elegir libremente la mercadería tenían que aprender a evitar "erro­res y despilfarros"; el "comprador exitoso" no nacía sabiendo, pero se entre­naba en el "arte de gastar".7

Si los consumidores competentes necesitaban instrucciones para realizar gastos "inteligentes", entonces, sin duda, los destinatários de las prestaciones de seguridad social necesitaban la guia experta de los trabajadores sociales para corregir sus "defectos en el gasto". Reconociendo los riesgos de una "ad- ministración incompetente", A. C. Pigou, en su clásico tratado acerca de la economia de la asistencia social que se publico por primera vez en 1920, pedia "algún grado de supervision" cuando se les hacían transferencias a los pobres bajo la "forma de cierto control sobre el poder de compra". Los profesionales de las prestaciones de seguridad social en Estados Unidos coincidieron con él. Como explico el secretario general del Brooklyn Bureau of Charities, se nece-

6 Amy D. Dunn, "The Supervision of the Spending of Money in Social Case Work", op. cit., p. 8; Emma A. Winslow, "Food, Shelter, and Clothing", en The Survey, 37,14 de octubre tie 1916, p. 45; Joanna C. Colcord, "Relief", en The Family, 4, marzo de 1923, p. 14; Pearl Sals- berry, "Christmas, 1924", en The Family, 6, abril de 1925, p. 38; H. P. S., "Do Your Christmas Planning Early", op. cit., p. 239.

7 Thomas J. Riley, "Teaching Household Management", en The Family, 3, marzo de 1922, p. 17; Hazel Kyrk, A Theory of Consumption, Nueva York, Houghton Mifflin, 1923, pp. 131,291 y 292. Kyrk, una pionera en economia del consumo, fue profesora de economia y de econo­mia doméstica en la Universidad de Chicago desde 1925 a 1952. Su biógrafo seftala que A Theory of Consumption "sigue siendo una exposición clásica de la base social de la conducta del consumidor". Véase Notable American Women. The Modern Period, ed. de Barbara Sicher- man et al., Cambridge (ma), Belknap Press of Harvard University Press, 1980, p. 405.

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sitaba "asesoramiento, instrucciones y otros tipos de ayuda para acompanar los fondos que les llegan a las famílias no a través del propio trabajo". Solo una "asignación en efectivo cuidadosamente supervisada", advertia Colcord, podia garantizar "que el dinero realmente se utilice par^Jos fines previstos". Los administradores de las pensiones públicas para las madres también esta- ban convencidos de que era necesaria una vigilancia estricta de las familias pensionadas "para que el dinero público adjudicado [...] sirva a los propósitos para los que está destinado". En el encuentro de 1901 de la National Confe­rence of Charities and Correction, un orador manifestaba que la cuestión era lograr que el dinero se volviera "tan seguro como los comestibles".8

iCómo hicieron los trabajadores sociales para crear esta nueva clase de mo- neda instructiva y "segura" para sus pobres? ^Cómo marcaron la diferencia en­tre las modernas pensiones "constructivas" y los antiguos regalos de dinero co­rruptores, las limosnas y la ayuda? cómo se separaba la asistencia social en efectivo de un salario ganado? A diferencia de la "domestication" social del di- nero familiar y de la personalization del dinero para regalar, el marcado del efec­tivo como asistencia social estaba burocráticamente prescripto y oficialmente impuesto. Las organizaciones de beneficencia, en equipo con los expertos en economia doméstica, idearon toda suerte de estrategias formales e informales para crear una nueva version de los sistemas de marcado de los pobres "orien­tando el gasto de dinero de las familias que tenían bajo su cuidado".9 A lo largo de este proceso, aunque los trabajadores sociales insistían en los efectos liberado­res de la asistencia en efectivo, probablemente la supervision de las prestaciones se intensifico. Los visitadores sociales emprendieron la reforma de los presu- puestos familiares con el mismo celo que antes habían utilizado para elevar el nivel moral de la familia. Armados con libros de presupuestos y de contabilidad, visitaban los hogares de los pobres y les indicaban qué comprar y dónde.

^Qué sucede cuando las autoridades intervienen en el proceso de marcado? Hemos visto cómo, a medida que el dinero entraba en la vida doméstica y en los

8 Amy D. Dunn, "The Supervision of the Spending of Money in Social Case Work", op. cit., p. 64; A. C. Pigou, The Economics of Welfare [1920], Londres, Macmillan & Co., 1948, pp. 754 y 756; Thomas J. Riley, "Teaching Household Management", op. cit., pp. 16 y 17; Joanna C. Col­cord, "Relief", op. cit., p. 14; Edith Abbott y Sophonisba P. Breckinridge, The Administration of the Aid-to-Mothers Law in Illinois, us Department of Labor, Children's Bureau Publication, núm. 82, Washington DC, Government Printing Office, 1921, p. 27; John Graham Brooks, "Some Problems of the Family", en Proceedings of the Twenty-Eighth National Conference of Cha­rities and Correction, 1901, p. 296.

9 Amy D. Dunn, "The Supervision of the Spending of Money in Social Case Work", op. cit., p. 12.

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intercâmbios de regalos, las personas creaban nuevas formas de dinero para que circularan dentro de la familia y para dar como regalo. Estos mundos económicos personalizados nó quedaron homogeneizados por el uso dei dinero, ya que las personas inventaron nuevas formas de marcar sus monedas íntimas. En relación con los pobres, sin embargo, Ias autoridades de las instituciones de beneficencia no confiaban en sus métodos de marcado; se embarcaron, por lo tanto, en el proceso de rehacer las economias domésticas de las famílias dependientes. En el trans­curso de esta tarea, crearon nuevos dineros que brindaban a los pobres no sólo poder adquisitivo sino también una ensenanza con respecto a la forma de gastar.

De este modo, paradójicamente, a medida que el Estado norteamericano se esforzaba por imponer una moneda de curso legal única, generalizada y de libre circulación, las organizaciones benéficas tanto públicas como privadas inventaban múltiples dineros alternativos para los pobres produciendo mo­nedas diferentes, o bien en su aspecto material, como ordenes para tiendas de comestibles y vales para alimentos, o bien restringiendo los usos dei dinero ordinário. Como veremos, los limites entre la asistencia en efectivo y otras cla- ses de dinero a veces se borraban cuando los visitadores de los pobres se sen- tían con derecho a marcar incluso el dinero propio de las famílias dependien­tes para gastos "apropiados".

En los próximos tres capítulos consideraremos en profundidad las ideolo­gias dei marcado y las estratégias de las autoridades de las organizaciones de asistencia social. Pero antes nos preguntaremos, £por qué los expertos en be­neficencia dei siglo xix se preocuparon tanto por el dinero de los pobres? Este capítulo indaga sus motivos para considerar que el dinero representaba una forma de asistencia peligrosa y luego investiga las técnicas de las autoridades para mantener el dinero, dentro de lo posible, lejos de las manos de los po­bres. El capítulo V continúa con el marcado dei nuevo efectivo de caridad. iCómo acunaron los funcionários de la asistencia social su moneda instruc- tiva? iHasta qué punto tuvieron êxito? ^Podía el marcado oficial borrar la di- versidad de dineros de los pobres? En el capítulo VI mostraremos que los des­tinatários de las prestaciones sociales mantuvieron, de todos modos, sus propios sistemas de marcado. Lo que los donantes descartaban como eleccio- nes económicas incompetentes, torpes o inmorales estaba conformado a me- nudo por un conjunto de distinciones monetárias válidas. A veces se estable- cía una especie de competência entre los sistemas oficiales y privados de marcado, a medida que las personas descubrían estratégias para subvertir las restricciones burocráticas sobre el uso de su dinero, gastándolo con frecuencia de un modo que intrigaba o indignaba a los observadores de clase media.

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Sin duda, las prácticas y la ideologia de la beneficencia en Estados Unidos variaron considerablemente de un lugar a otro y de una época a otra. Más con­cretamente, la mayor parte de las organizaciones públicas y privadas, después dei siglo xvin, no adherían a un método único para Socorrer a los pobres sino que, de hecho, a menudo mezclaban la asistencia en especies y en efectivo. De todos modos, una mirada atenta a los documentos nos revela que hubo câm­bios decisivos y esquemas nacionales identificables en las ideas y en la prác- tica dei ejercicio de las prestaciones. En su análisis de la asistencia a los pobres en el siglo xix, Michael Katz advierte que uno de los "grandes temas de la ex- periencia social en Estados Unidos" reside precisamente en la "continuidad de los esquemas institucionales a lo largo y a lo ancho de una nación de gran cre» cimiento, descentralizada y variada". "En todo el país", nos dice Katz, "esos estadounidenses dei siglo xix que controlaban las políticas sociales hicieroii elecciones parecidas con respecto a las prestaciones a los pobres".10 11 Los histo­riadores se han centrado en los debates de políticas acerca de si dar o no dar o dónde dar asistencia, analizando en detalle, por ejemplo, el entusiasmo dei si­glo xix por los asilos de beneficencia y la lucha persistente contra la tendencia a socorrer a los pobres en sus propios hogares -pero todavia sabemos poco acerca de los câmbios en los métodos para brindar asistencia a los necesitados en sus propios hogares- Para entender cuándo y por qué los estadounidenses fueron desplazando la asistencia en especies hacia ordenes de compra para las tiendas de comestibles, para pasar luego a los aportes en efectivo, no intenta­remos documentar todas las variantes locales y estatales, sino que trataremos de analizar los câmbios más importantes en las prácticas y en las ideologias.11

10 Michael B. Katz, In the Shadow of the Poorhouse, Nueva York, Basic Books, 1986, p. 15.11 Las fuentes primarias para el estúdio de los câmbios en los métodos para brindar presta­

ciones de seguridad social incluyen una amplia variedad de documentos, desde los informes anuales y publicaciones de las organizaciones de beneficencia privadas, los informes naciona­les, estatales y locales de la asistencia pública, los encuentros anuales de la National Conferen­ce of Charities and Corrections, hasta manuales para visitadores sociales e instrucciones para trabajadores de la Cruz Roja estadounidense, el diario de un trabajador social, disertaciones de contemporâneos, historias y textos relacionados con las obras de beneficencia, manuales de economia doméstica y economia del consumidor, estúdios de presupuestos, juicios y estúdios legales, revistas y periódicos especializados en asistencia social y economia doméstica, como también publicaciones de seguridad social. Una fuente particularmente valiosa, en el archivo de la Rare Books and Manuscript Library de la Universidad de Columbia, son los registros de la Community Service Society, que se formo en 1939, fusionándose con la New York Associa­tion for Improving the Condition of the Poor y la New York Charity Organization Society.

La mejor fuente secundaria acerca de la historia de la beneficencia en Estados Unidos es Michael B. Katz, In the Shadow of the Poorhouse, Nueva York, Basic Books, 1986. Otros infor-

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El efectivo peligroso

Las Benevolent Societies de Boston, que se organization en 1834 para respon- der a la creciente preocupación de la ciudad por sus pobres, especificaban en su primer informe anual que "no se debe socorrer con dinero, sino con los ar* tículos de primera necesidad requeridos en cada caso".12 Nueve aftos más tarde, en su primera declaración, la New York Association for Improving the Condition of the Poor [Organización para Mejorar la Situación de los Pobres de Nueva York] (aicp) también restringia la asistencia a "los artículos de pri­mera necesidad". Los visitadores no les podian dar dinero a los pobres, ex­cepte si la junta asesora de la asociación se los autorizaba.13

Algunos informes indican que la asistencia en efectivo puede haber resul­tado problemática a princípios del siglo xix. Por ejemplo, hasta la década de 1930, Nueva York, Baltimore y Boston pagaban a sus pensionados con dinero. Consideremos con más detalle el caso de Filadélfia. Aunque ya en la década de 1760 existia cierta oposición al auxilio en efectivo, las prestaciones en efec­tivo habían sido la forma más importante de asistencia tanto pública como

mes útiles son Michael B. Katz, Poverty and Policy in American History, Nueva York, Academic Press, 1983; James T. Patterson, American Struggle Against Poverty, 1900-1985, Cambridge (ma), Harvard University Press, 1986; Blanche Coll, Perspectives in Public Welfare, Washington DC, Government Printing Office, 1969; James Leibly, A History of Social Welfare and Social Work in the United States, Nueva York, Columbia University Press, 1978; Nathan I. Huggins, Protes­tants Against Poverty. Boston's Charities, 1870-1900, Westport (ct), Greenwood, 1971; Robert Bremner, From the Depths. The Discovery of Poverty in the United States, Nueva York, New York University Press, 1956; Roy Lubove, The Struggle for Social Security, 1900-1935, Cambridge (ma), Harvard University Press, 1968; Walter I. Trattner, From Poor Law to Welfare State, Nueva York, Free Press, 1979.

Hoy en día una cantidad de especialistas están estudiando la relación del género con las políticas de bienestar social, en especial el tema de las pensiones para las madres; véase, por ejemplo, Theda Skocpol, Protecting Soldiers and Mothers, Cambridge (ma), Harvard Uni­versity Press, 1992, y Mimi Abramowitz, Regulating the Lives of Women, Boston (ma), South End Press, 1988. No obstante, la literatura es descorazonadoramente pobre acerca de la experiencia de los afroamericanos en relación con las organizaciones de beneficencia, como también sus prácticas más generates de marcado del dinero. Para algunos esbozos dei tema, véase Ivan Light, "Numbers Gambling among Blacks. A Financial Institution", en American Sociological Review, 42, diciembre de 1977, pp. 892-904; Ann Fabian, Card Sharps, Dream Books & Bucket Shops. Gambling in Nineteenth-Century America, Ithaca (ny), Cornell University Press, 1900.

12 Citado en Nathan I. Huggins, Protestants against Poverty. Boston’s Charities, op. cit., p. 24.13 Dorothy G. Becker, "The Visitor to the New York City Poor, 1843-1920", en Social Service

Review, diciembre de 1961, pp. 383 y 387.

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privada a princípios dei siglo xdc. Curiosamente, a los tutores de los pobres a veces se los alentaba a darles sólo dinero (o lena) en vez de comestibles.14

Pero en 1828 la nueva ley de pobres de la ciudad abolia virtualmente la asistencia en efectivo. Y después de que se abrió un nuevo asilo de beneficên­cia en 1835, la asistencia pública en efectivo se convirtió en ilegal para la legis- lación estatal; las prestaciones debían "restringirse sólo a combustible, provi- siones, ropa, remedios y atención médica". Se reintrodujo alguna asistencia en efectivo en la década de 1840, pero sin êxito. Las organizaciones benéficas pri­vadas, entre tanto, se volcaban cada vez más a la asistencia en especies, distri- buyendo comida, ropa o suministros médicos más que efectivo. De hecho, en­tre las muchas nuevas obras de beneficencia organizadas en Filadélfia entre 1840 y 1854, ninguna distribuyó efectivo.15

Estas obras de beneficencia, que se organizaban en las ciudades a lo largo y a lo ancho de todo el país, redefinieron la aproximación a la pobreza a princípios dei siglo xix, anticipando muchos intereses, políticas y estructuras organizativas dei influyente Charity Organization Movement de 1870. Lo que estaba en juego era la creciente convicción de que dar limosna de una manera indiscriminada corrompia la ya débil fibra moral de los pobres, y creaba una clase de indigentes indolentes, dependientes y viciosos. Las pres­taciones, por lo tanto, no debían mezquinarse, sino estar cuidadosamente planeadas. Las a ic p organizaron un sistema de visitadores voluntários que iban a los hogares de los pobres e investigaban en detalle sus pedidos de asistencia. Su principal función no era brindar auxilio material sino consejo moral. La asistencia, incluso cuando se asignaba después de una atenta ins- pección de sus destinatários, no era más que una muleta provisória en un proceso de rehabilitación moral y de independización económica. Era mejor, por lo tanto, dar "aquello de lo que es más difícil abusar" -comida, ropa o combustible, pero no dinero-.16

14 Priscilla Ferguson Clement, Welfare and the Poor in the Nineteenth-Century City. Philadel­phia, 1800-1854, Cranbury (nj), Associated University Presses, 1985, pp. 57, 69 y 148. Véase también Benjamin Joseph Klebaner, Public Poor Relief in America, 1790-1860, Nueva York, Arno Press, 1976, p. 355.

'5 Véase Priscilla Ferguson Clement, Welfare and the Poor in the Nineteenth-Century City, op. cit., pp. 74 y 160.

16 New York Association for Improving the Condition of the Poor, First Annual Report, 1845. Acerca de la aicp de Nueva York, véase Dorothy G. Becker, "The Visitor to the New York City Poor", op. cit., y Frontiers in Human Welfare, Nueva York, Community Service Socie­ty of New York, 1948; y para las aicp de una manera más general, véase Frank D. Watson, The Charity Organization Movement in the United States, op. cit., pp. 76-93.

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Y, sin embargo, a pesar de tanta cautela en torno al auxilio material, hacia 1870 las primeras instituciones de caridad se convirtieron ante todo en organi- zaciones que brindaban una asistencia económica. Para los organizadores dei movimiento de "filantropia científica", que empezó a reformular la asistencia a los pobres en la década de 1870, las aicp habían renunciado a su misión ori­ginal de rehabilitación moral de los pobres. La asistencia planificada, argu- mentaban los críticos, había decaído en una irresponsable distribución de li- mosnas. A partir de 1855, por ejemplo, los visitadores de las aicp en Nueva York podían dar asistencia en efectivo sin la aprobación de la junta asesora, y, aparentemente, lo hacían cada vez con más frecuencia.17

Las sociedades benéficas de la década de 1870 estaban deliberadamente organizadas como agencias de coordinación y de investigación, no como pres­tadoras de asistencia social. Se instruía a sus visitadores en el arte de la recons- trucción moral, se les mostraba cómo "investigar el origen de los problemas y tratar de eliminarlos por medio de una orientación amistosa y de la compa- sión", y no ofrecer un socorro directo. La entrega de "dádivas" sólo arruinaria su misión. Aunque en la práctica concreta las sociedades que organizaban la beneficencia pronto fueron cediendo en su papel de estricto asesoramiento y empezaron a dar a los pobres, de tanto en tanto, pequenas sumas de dinero, sus manuales de instrucciones prohibían expresamente a los visitadores "dar limosna por propia iniciativa".18 Podían, no obstante, indicarles a las famílias pobres que se dirigieran a las instituciones de asistencia apropiadas.

Por su profunda desconfianza hacia la asistencia, el Charity Organization Movement introdujo severas restricciones a las asignaciones de fondos de las organizaciones privadas, y también combatió sin trégua, y con bastante êxito, la asistencia pública a los pobres en sus propias casas. Por supuesto, las políti­cas de asistencia social dei siglo xix involucraban no sólo a los líderes de la beneficencia; las políticas de asistencia, por ejemplo, eran una preocupación de los políticos de los barrios, que dependían de la beneficencia para forjar su electorado. Y eran importantes para los que estaban en el negocio de la asis-

17 Dorothy G. Becker, "The Visitor to the New York City Poor", op. cit., p. 387, n. 20.18 Handbook for Friendly Visitors Among the Poor, compilado y organizado por la Charity

Organization Society of the City of New York, Nueva York, G. P. Putnam's Sons, 1883, p. 11; Robert Treat Paine (h.), The Work of Volunteer Visitors of the Associated Charities Among the Poor, Boston, Geo. E. Crosby & Co., 1880, p. 5. Acerca del movimiento de filantropia cientffica, vease Michael B. Katz, In the Shadow of the Poorhouse, op. cit., pp. 58-84; Paul Boyer, Urban Masses and Moral Order in America, 1820-1920, Cambridge (ma), Harvard University Press, 1978, pp. 143- 161; Frank D. Watson, The Charity Organization Movement in the United States, op. cit.

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tencia, como los comerciantes locales que ganaban dinero abasteciendo a los asilos y despachando pedidos de comestibles para las organizaciones benéfi­cas públicas y privadas.19

Pero los trabajadores sociales tuvieron un papel destacado en la reformu- lación de la asistencia a fines dei siglo xix. Una vez más, sólo los subsídios en dinero fueron considerados sospechosos. Por ejemplo, cuando en diciembre de 1875 en la ciudad de Nueva York los Commissioners of Charities and Co- rrections abolieron la ayuda a los necesitados en sus propias casas, decidieron hacer la experiencia de darles a los pobres los "artículos básicos para la super- vivencia" en vez de dinero u ordenes para las tiendas de comestibles. Ese ano 14.287 famílias habían recibido apenas un poco menos de 50 mil dólares de asistencia en dinero. Un ano más tarde, solo se distribuyó carbón.20

A fines dei siglo XIX, la asistencia pública en efectivo era escasa en todo el país. Hacia 1860, por ejemplo, los pobres de Filadélfia recibían asistencia pú­blica sólo en especies. Un informe acerca de la distribución de ayuda en los hogares de los necesitados en 64 grandes ciudades de Estados Unidos en 1897 nos indica que sólo en 14 ciudades se dieron asignaciones en efectivo, y úni­camente sumas pequenas. Ese mismo ano, una investigación de la legislación en Estados Unidos con respecto a la pobreza revelo que ofrecer asistencia en especies se había convertido en una ley nacional no escrita. Hubo quienes propusieron que la asistencia en efectivo fuera ilegal. Un estúdio de los soco­rros en los propios hogares de los necesitados en Ohio, por ejemplo, concluía que la única esperanza de reformar el sistema era enmendar el antiguo esta­tuto y prohibir el auxilio en efectivo. Eso fue lo que se hizo en Minesota en 1893. La enmienda a los estatutos generales de 1878 en relación con la aten- ción a los pobres establecía ahora que "en ningún caso se le dará dinero a al- guna persona pobre".21

19 Michael B. Katz, In the Shadow of the Poorhouse, op. cit., p. 36.20 Lilian Brandt, "The Passing of Public Outdoor Relief in New York City", febrero de

1933, p. 3, en el archivo de los css Papers, caja 19, Universidad de Columbia. Hubo una excepción a esta prohibición de entregar efectivo: ya que los "adultos ciegos indigentes" todavia recibían pequenos estipêndios. Véase también Barry J. Kaplan, "Reformers and Cha­rity. The Abolition of Public Outdoor Relief in New York City, 1870-1898", cn Social Service Review, 52, junio de 1978, pp. 202-214.

21 Charles Henderson, "Poor Laws of the United States", en The Charities Review, 6, julio- agosto de 1897, p. 481; Lewis B. Gunckel, "Outdoor Relief in Ohio", en The Charities Review, 7, noviembre de 1897, p. 761; General Laws of Minnesota, 1893, cap. 178, sec. 12, p. 316. Hubo una excepción a la prohibición de dar asistencia en efectivo: en casos en que se brindaba transporte, se permitia darles a los pobres "una pequefta suma de dlnero [...] para la compra

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iPor qué les preocupaba tanto el dinero a las instituciones de caridad, algo que rara vez sucedia con la ropa, con la comida o con el combustible? Sin duda, la incomodidad con respecto al efectivo derivaba en parte de la rapidez con que crecía la cantidad de personas pobres en las ciudades de Estados Uni­dos a princípios dei siglo xix. Pero la cuestión no residia simplemente en el mayor costo para aliviar la indigência, sino también en el creciente anonimato de los indigentes urbanos. Peor aún, en el caso de los inmigrantes, consistia también en el hecho de que eran extranjeros y en su reputación de intempe- rancia. ^Cómo podían saber los trabajadores socíales de qué modo se gastaban los fondos de las prestaciones sociales; cómo, específicamente, podían evitar que los destinatários se bebieran o se jugaran el dinero de sus asignaciones?22

Las nuevas definiciones dei dinero incrementaron aún más la preocupa- ción por la incompetência moral de los pobres. En las comunidades rurales en Estados Unidos, la moneda de curso legal había constituído una forma de pago legítima junto con otras monedas personalizadas, como también con los productos en especies. Como lo senala un historiador, el efectivo apareció como "sólo un producto más" de "cualidades definidas y usos particulares". Aparentemente, en el condado de Ulster en la década de 1790 se decía que los comerciantes aceptaban como un pago legítimo "trigo, centeno, maíz indí­gena como también efectivo, o cualquier cosa buena para comer".23 Lo mismo puede haber sido cierto en relación con la asistencia social, lo cual explica al menos en parte por qué las comunidades a fines dei siglo xvill paredan hacer pocas distinciones entre la asistencia a los pobres en especies y en efectivo.

A medida que cada vez más trabajadores basaban su subsistência en un salario en efectivo, y que los salarios en efectivo se convirtieron en un pago por una cantidad de tiempo y de esfuerzo más que por la terminación de una tarea, se volvió urgente distinguir un pago por servicios de un dinero no ganado. Haciéndose eco todavia dei principio de la English Poor Law de 1834 de "me­nor eligibilidad" -de que la vida basada en la asistencia social debía ser menos

de alimentos" (en el archivo de la Minnesota Historical Society). Véase también "Classified Statements of Public Outdoor Relief on the Larger Cities in the United States in 1897", en Proceedings of the Twenty-Fifty National Conference of Charities and Correction, 1898, pp. 182 y 183. Acerca de la política de asistencia pública en efectivo, véase Benjamin Joseph Klebaner, Public Poor Relief in America, op. cit., p. 352.

22 Acerca del aumento de la pobreza urbana a princípios del siglo xix, véase Michael B. Katz, In the Shadow of the Poorhouse, op. cit., pp. 16 y 17. Acerca del juego entre los pobres, véase Ann Fabian, Card Sharps, Dream Books, & Bucket Shops, op. cit., cap. 1.

23 Michael Merrill, "Cash Is Good to Eat. Self-Sufficiency and Exchange in the Rural Eco­nomy of the United States", en Radical History Review, 4, invierno de 1977, pp. 56 y 57.

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deseable que el trabajo peor pago-, a los trabajadores sociales les preocupaba que los pobres prefirieran un ingreso de la beneficencia a un salario dei mer­cado laborai. Como lo advertia Josephine Lowell, la principal portavoz dei mo- vimiento de filantropia científica, "ningún hombre puede recibir como regalo lo que debería ganarse con su trabajo sin sufrir un deterioro moral".24

Pero mientras el Estado en el siglo xix se esforzaba por imponer un solo medio de cambio, anónimo e intercambiable, iquién podia separar el dólar ganado en el trabajo dei dólar de la caridad? Se pronosticaba que el pobre mo­ralmente sospechoso no tardaria en tratar un subsidio como un ingreso legí­timo. En la National Conference of Charities and Correction en 1890 un diser- tante observaba que "cuando recordamos cuánto esfuerzo supone ganar un dólar [...] y luego pensamos en la manera en que se derrochan los dólares aqui, allá y en todas partes, pues a menudo sólo basta pedirlos, ^pueden ima- ginarse cuántos sucumben a la tentación de pedir?".25

El efectivo moderno presentaba otro serio desafio para los trabajadores sociales que deseaban una reforma. ^Cómo influiría una moneda moralmente neutra en la vida moral de sus destinatários? iQué podia garantizar que, una vez en los bolsillos de los pobres, el efectivo de la asistencia social no se con­vertida en una moneda corrupta, para ser gastada con fines inmorales, insen­satos o peligrosos? Quienes se oponían a que los indigentes fueran socorridos en sus hogares juzgaban "inseguro, un desperdicio y poco juicioso confiarles [a los débiles, los holgazanes y los impostores] dinero para que lo gasten en su propio beneficio". Era más seguro mantenerlos alejados dei efectivo. Un estu-

24 Josephine Shaw Lowell, Public Relief and Private Charity, Nueva York, G. P. Putnam's Sons, 1884, p. 66. Acerca de la diferenciación entre distintas formas de pago contemporâneas, véase Mark Granovetter y Charles Tilly, "Inequality and Labor Processes", en Handbook of Sociology, ed. de Neil J. Smelser, Newbury Park (ca), Sage Publications, 1988, pp. 206 y 207. Alex Keyssar sugiere que la persistente preferencia por la asistencia en especies con respecto a la asistencia en efectivo para los desocupados entre 1870 y princípios de la década de 1920 reflejaba el supuesto de las instituciones de beneficencia de que "la asistencia no tenía la función de susti- tuir el salario perdido sino de aliviar las dificultades". Alex Keyssar, Out of Work. The First Cen­tury of Unemployment in Massachusetts, Nueva York, Cambridge University Press, 1986, p. 152.

25 Charles Russell Lowell, "The Economic and Moral Effects of Public Outdoor Relief", en Proceedings of the Seventeenth National Conference of Charities and Correction, 1890, p. 89. La oposición a la asistencia a los pobres en sus propios hogares se justificaba en parte sobre la base del supuesto de que los pobres consideraban el dinero público "como un derecho, como una pension permanente que no implicaba ninguna obligación de su parte", y no as! las donaciones privadas. Mary E. Richmond, Friendly Visiting Among the Poor, op. cit., p. 151. Véase también Amos G. Warner, American Charities [1894], Nueva York, Thomas Y. Crowell & Co., 1908, p. 242.

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dio de la asistenda por desempleo destaca que en el período de la depresión, entre 1893 y 1897, las organizaciones sociales privadas distribuyeron ropa, combustible y comida con más frecuencia que dinero en efectivo, pues "te- mían que el dinero fuera malgastado".26

Existia una profunda desconfianza en relación con las decisiones econó­micas de los pobres. Su misma pobreza se consideraba a veces como el resul­tado dei despilfarro o de la imprudência financiera. No habría necesidad de dar limosna, sostenía el reverendo S. Humphreys Gurteen en su Handbook of Charity Organization -un texto clave acerca de los principios y de las prácticas de las organizaciones benéficas-, si los pobres no lo ignoraran todo acerca de "la economia y una prudente administración de sus ingresos semanales". Un manual para los visitadores compilado por la Charity Organization Society de Nueva York en 1883 explicaba que "los pobres [...] nunca han aprendido 'el poder de las pequenas cosas'. Por lo general carecen dei hábito de estar aten­tos al destino de los peniques, y a ahorrar para las malas rachas".27

Si los pobres "respetables" eran incompetentes en cuanto a las finanzas, los indigentes eran administradores corruptos, que sin duda gastaban toda asistencia en efectivo en "desordenes y bebida".28 Los supervisores de Staun­ton, Virginia, por ejemplo, dejaron en claro en 1844 por qué sólo muy rara vez entregaban dinero, "teniendo en cuenta la falta de prevision de los pobres".29 Durante la mayor parte dei siglo xix, se sospechaba de una manera especial dei "dinero para el alcohol". Al parecer, los hombres pobres no podían evitar los atractivos de los bares y gastaban los dólares de sus asignaciones "en algo que amargaria y degradaria los hogares para cuyo bien el dinero había sido suministrado". Un escritor en The Charities Review contaba al respecto una anécdota acerca de una donación de 100 mil francos, en monedas marcadas, que les había dado a los pobres de Paris el zar ruso en una reciente visita. Una

26 Levi L. Barbour, "Arguments Against Public Outdoor Relief", en Proceedings of the Eighteenth National Conference of Charities and Correction, 1891, p. 42; Leah Hannah Feder, Unemployment Relief in Periods of Depression, Nueva York, Russell Sage Foundation, 1936, p. 142. Acerca de los diversos métodos de asistencia para los desempleados durante el invierno de 1893-1894, véase Carlos C. Closson, "The Unemployed in American Cities", en Quarterly Journal of Economics, 8, julio de 1894, pp. 452-477.

27 S. Humphrys Gurteen, A Handbook of Charity Organization, Buffalo (ny), edición del autor, 1882, p. 176; Handbook for Friendly Visitors, op. cit., p. 2.

28 Philadelphia City Archives, Minutes of the Guardians of the Poor, 16 de marzo de 1829, citado en Priscilla Ferguson Clement, Welfare and the Poor in the Nineteenth-Century City, op. cit., p. 72.

29 Citado por Benjamin Joseph Klebaner, Public Poor Relief in America, op. cit., p. 351, n. 2.

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166 EL SIGNIFICADO SOCIAL DEL DINERO

semana más tarde, supuestamente, la mayor parte de las monedas fueron en­contradas en tabernas y en vinerías.30

L a DOMESnCACIÓN DEL DINERO

El desafio clave para los trabajadores sociales consistió entonces en controlar la economia de los pobres. Desde el momento en que no se podia confiar en que los destinatários de la asistencia gastaran el dinero de un modo prudente y moral, los funcionários de la caridad debían orientar sus gastos o, mejor aún, decidir ellos mismos qué era lo que los pobres necesitaban. Lo hicieron de dos maneras: primero, brindándoles un auxilio en especies o creando mo­nedas restringidas, como los vales de comida, y, segundo, interviniendo de forma directa en los gastos de la família. Al hacer transferencias en especies o transferencias restringidas, los organizadores de la beneficencia neutralizarem de una manera efectiva los peligros de la incompetência. Mientras no se pu- siera moneda de curso legal en manos de los pobres, su mundo económico estaba protegido. Pero la preocupación por los riesgos morales dei gasto iba aún más allá, hasta el punto en que los trabajadores sociales se sintieron con el derecho de apropiarse dei dinero que les pertenecía, con toda justicia, a los pobres. Convencidos de la incapacidad de las famílias pobres para adminis­trar adecuadamente su "propio" ingreso, los visitadores y los trabajadores so­ciales de los asentamientos encontraron formas para interceptar parte de sus ganancias, ahorrar dinero por ellos y, a veces, incluso gastarlo.

La primera técnica de los trabajadores sociales consistió en suprimir la mo- neda de curso legal. Por supuesto, la manera más segura de supervisar la vida económica de los pobres era institucionalizarlos. A partir de 1820, el asilo de beneficencia se había convertido en el método predilecto para la asistencia a los necesitados. Pero el socorro fuera de los asilos subsistia, tanto público como privado. De este modo, cómo dispensar asistencia a las familias pobres constituyó un motivo de preocupación. A falta de institucionalización, la asis­tencia a cambio de trabajo represento una técnica ideologicamente cómoda, que forzó a los pobres a ganar la asistencia pública o privada con su propio esfuerzo. Sin embargo, a pesar de repetidos experimentos, los proyectos de asistencia a cambio de trabajo nunca pasaron de ser intentos ineficaces y sim­bólicos de reemplazar la caridad por el trabajo.

30 Lewis B. Gunckel, "Outdoor Relief in Ohio", op, cit., p. 760.

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Entre otros problemas, se presentaba la cuestión de los salarios: si el "tra- bajo de caridad" no era un trabajo "real", dificilmente podia ser remunerado con un salario "real". Como resultado, los salarios de la asistencia a cambio de trabajo produjeron grandes controvérsias; por una parte, los funcionários temían que pagar de menos a los trabajadores desalentara a los posibles can­didatos; pero, por otra parte, pagar un equivalente a los salarios dei mercado laborai ponía seriamente en riesgo el limite cuidadosamente establecido en­tre el mundo dei trabajo y el de la asistencia social. En algunos casos, com­pensar el trabajo de caridad con una asistencia en especies más que en efec- tivo solucionaba el problema, al senalar de un modo concreto la diferencia entre un salario ordinário y los pagos de la asistencia a cambio de trabajo. La Charity Organization Society de Nueva York, por ejemplo, explicaba en su resumen anual dei ano 1895 que a cada una de las mujeres no calificadas que empleaba en sus talleres se le pagaba "40 centavos en comestibles o en ropa, y [...] se le daba una buena cena caliente, valuada en 10 centavos", pero, para evitar cualquier "tentadón a olvidar el trabajo ordinário que se les podia lle- gar a ofrecer en cualquier otro lugar" la Charity Organization Society no les hacía pagos en efectivo.31

De una manera general, al brindar asistencia pública o privada en espe­cies y no en dinero, los trabajadores sociales no sólo podían marcar una clara distinción entre los salarios ganados y las prestaciones sociales, sino que te- nían la oportunidad de conformar la vida material y moral de los pobres de una manera más eficiente, discriminando entre los "artículos de primera nece- sidad" apropiados y los que representaban una forma de corrupción. La co­mida, la ropa y el combustible se distribuían directamente, o bien los pobres recibían ordenes para las tiendas de comestibles que les Servian a modo de inoneda restringida, limitando sus compras a determinados artículos, a veces en cantidades especificadas de antemano, y que a menudo se podían obtener sólo en algunas tiendas en particular. La transacción entre el dueno de la

31 New York Charity Organization Society (nycos), Thirteenth Annual Report, 1894, p. 64. El término trabajo de caridad [charity work] se usa en el informe anual número doce de la nycos, 1893, p. 11. Acerca de la popularidad de las casas de beneficencia en el siglo xix en Estados Unidos, véase David J. Rothman, The Discovery of the Asylum [1971], Boston, Little, Brown & Co., 1990, cap. 8; y acerca de la persistência de la asistencia en los hogares, Michael B. Katz, In the Shadow of the Poorhouse, op. cit., pp. 3 ,37 . Acerca del fracaso de la mayor parte tie los proyectos de asistencia a cambio de trabajo, ibid., p. 224, y acerca de la controvérsia en torno a los salarios del trabajo de caridad durante el período 1893-1897, véase Leah Hannah Boder, Unemployment Relief in Periods of Depression, op. cit., pp. 179 y 180.

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tienda y el destinatário era controlada escrupulosamente: el estatuto enmen- dado de Minesota de 1893 de la ley de pobres, por ejemplo, exigia una "fac- tura detallada de los artículos [...] acompanada por un acuse de recibo firmado por la persona que los retira".32 Los expertos en beneficencia estaban tan preocupados con este tema que crearon distintas clases de ordenes para ali­mentos, bajo diversos grados de control. En algunos casos, la lista de los co­mestibles era confeccionada por la organización de beneficencia o un orga­nismo público, aunque en otros casos se autorizaba al destinatário a retirar la mercadería por sí mismo o acompanado por un visitador.

Las transferencias en especies o restringidas requerían no sólo un con­trol administrativo, sino también pautas morales. Si era verdad que, a dife­rencia dei dinero, las mercaderías podían ser portadoras de un mensaje moral, era necesario elegir con cuidado qué dar. Consideremos el dilema <. enfrentado por el visitador: todos los manuales le desaconsejaban con se- veridad brindar cualquier forma de ayuda material; sin embargo, se podia hacer donaciones a los pobres, e incluso se las fomentaba como parte dei proceso de elevación moral. Pero iqué convertia a un bien material en una donación adecuada? La Charity Organization Society de Nueva York era am­bivalente al respecto: sugeria a sus visitadores "la donación de artículos que no puedan pauperizar, sino que por el contrario tiendan a elevar y refinar el gusto", como una flor o un libro. Una escritora reconocia en la Charity Review que a veces era "muy desconcertante [...] decidir qué constituye un auxilio material -por qué un par de zapatos viejos es una limosna y el pavo del Dia de Acción de Gracias n o-".33

La diferencia era establecida por el contexto social del intercâmbio, porque diferentes formas de donación representaban relaciones sociales diferentes en­tre el donante y el destinatário. Si la mercadería para los pobres se daba "como uno se la daria a un amigo en la misma situación económica que uno", si la mercadería estaba determinada por los "sentimientos" dei donante, entonces la limosna se convertia en un regalo. Consideremos, por ejemplo, el pavo de Ac­ción de Gracias: si la visitadora "no sólo lleva personalmente la cena [...] sino que también se queda para ayudar a cocinar el pavo", y, mejor todavia, se

32 General Laws of Minnesota, 1893, p. 317.33 Handbook for Friendly Visitors, op. cit., p. 5; Lenora Hamlin, "Friendly Visiting", en The

Charities Review, 6, junio de 1897, p. 323. Vease tambien Zilpha D. Smith, "How to Get and Keep Visitors", en Proceedings of the. Fourteenth Annual Conference of Charities and Correction, 1887, p. 159.

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queda a cenar, enfonces, sin duda, el regalo queda "fuera de la inaceptable con- dición de las limosnas".34 La alquimia no funcionaba, sin embargo, hasta que la visitadora conocia bien a la familia -com o una amiga, no como alguien que entrega una limosna-. "Cuando conoces a tu familia y a ti misma lo suficiente como para estar segura de que estás actuando correctamente", recomendaba el presidente de las Associated Charities de Boston en 1880, incluso "se puede agregar [dinero] a los demás regalos para tus amigos pobres".35

Los trabajadores sociales, sin embargo, insistian en una tajante distinción entre regalo y asistencia. Sólo era aceptable entregar a los pobres los artículos de rigurosa primera necesidad. En Brooklyn en la década de 1870, por ejem- plo, se entregaba en los hogares harina, papas o arroz como un socorro legí­timo, pero ni té ni azúcar.36 Cuando a través de un estúdio encargado por la ciudad de Hartford, en Connecticut, se descubrió en 1891 que las ordenes para las tiendas de comestibles distribuídas "sólo para provisiones de primera ne­cesidad" a veces se consumían en "comestibles finos", "manjares" y "dispara­tes", los investigadores se indignaron. Entre los artículos "absolutamente inu­tiles" que se habían comprado figuraban "café mezcla de Java y moca", tortas, "galletitas dulces" y "golosinas de todo tipo", de las cuales en algunos casos el comité ni siquiera había oído hablar. Para más pruebas de la corrupción de este tipo de asistencia, el dueno de una tienda de comestibles informo que al­gunos pobres cambiaban regalos "utiles" que les hacían algunos amigos "al­truístas" para Navidad por "todo tipo de lujos".

Al comité le resulto aún más perturbador descubrir que algunas de las órdenes habían sido convertidas en efectivo y habían sido usadas como "pa­peies négociables" para negociar o pagar una deuda. Si los pobres trataban las órdenes para comestibles como moneda de curso legal, el control de la asis­tencia colapsaba, pues "lo recaudado [...] puede desviarse para el uso que les sugiera el egoísmo, el lujo, la holgazanería o incluso el crimen". En conse- cuencia, las recomendaciones dei comité fueron abolir las órdenes para co­mestibles y proveer directamente a los pobres de no más de diez artículos bá­sicos desde un almacén central. Sus instrucciones a los concejales fueron inequívocas: "Tome todo en sus propias manos, provisiones, ropa, entierros. En primer lugar, investigue; luego, siga investigando con frecuencia". Amos Warner, en su influyente estúdio American Charities, publicado unos pocos

34 Lenora Hamlin, "Friendly Visiting", op. cit., p. 323.35 Robert Treat Paine, The Work of Volunteer Visitors of the Associated Charities, op. cit., p. 15.36 Michael B. Katz, In the Shadow of the Poorhouse, op. cit., p. 47.

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anos más tarde, estaba de acuerdo. Warner preferia la asistencia "en mercade- ría comprada por las autoridades" al sistema de las órdenes que les permitia a los destinatários elegir artículos "absurdamente inadecuados" o que represen- taban una forma de corrupción. En Califórnia, advertia, las órdenes se nego- ciaban por licor.37

Así, durante la mayor parte dei siglo xix, las organizaciones de benefi­cência y las autoridades regularon la economia moral de las personas en si- tuación de dependencia "haciendo sus compras", proveyéndolas de artículos básicos y de una moneda restringida, pero no de moneda de curso legal. In­cluso las órdenes para las tiendas de comestibles eran sospechosas si les per- mitían a los necesitados el acceso a un consumo discrecional más amplio. La profunda desconfianza de la capacidad financiera de los pobres desdibujaba las distinciones entre sus diferentes dineros y llevaba a una segunda área de control económico. Impulsados por un insoslayable afán por transformar el mundo moral de los pobres, los trabajadores sociales se sentían con derecho a controlar no sólo los fondos que estos recibían como socorro, sino también el gasto dei dinero que ganaban. Al ahorrar su dinero, también estaban sal­vando sus almas.*

La segunda técnica de los trabajadores sociales consistia en organizar el ahorro.

Jueves 22 de julio de 1890. Hoy fui a ver a la senora C. y le dejé sacar dos dóla­res de su dinero para comprar otro colchón para una cama.Sábado 2 de abril de 1892. Tengo quince familias ahora y estoy atenta y cobran­do su paga por ellos y ayudándolos a usaria. Tres de los hombres hubieran per­dido sus trabajos si yo no hubiera prometido cuidar sus salarios, y el resto quie- re que cuide de los suyos [...] porque yo logro hacerlos rendir más que ellos.38

Con total naturalidad, Mary Remington, una destacada trabajadora en una settlement house en la Welcome Hall Mission en New Haven, Connecticut, re- gistraba sus tareas como administradora autodesignada dei dinero de sus ve-

37 Report of the Special Committee on Outdoor Aims of the Town of Hartford, Hartford (CT), Press of the Case, Lockwood & Brainard Co., 1891, pp. xviii-xxi; lxvii y lx; Amos G. Warner, American Charities, op, cit., pp. 241 y 242.

*En inglês, "By saving their monies, they would be saving their souls". Save significa tanto "ahorrar" como "salvar". [N. de la T.]

38 Extracts from the Journals of Miss M. E. Remington, Missionary of the Welcome Hall Mission, New Haven (ct), 1892, pp. 49 y 68.

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cinos empobrecidos. En sus visitas diarias, Remington no sólo rezaba con los pobres, les ensenaba a hacer las tareas domésticas y organizaba sus clubes, sino que también controlaba su dinero. Según su diário, las mujeres y los hom- bres, como también los ninos, le entregaban sus peniques para que se los guar­dara, organizara sus gastos, pagara sus facturas e incluso a veces hiciera por ellos las compras.39

En las manos de los muy pobres y de los que caían "con facilidad en la dependencia" parecia que los salarios tenían una precariedad moral seme- jante al dinero de la caridad. Sin duda, lo derrocharían con imprudência y "se iria en estupideces".40 A menos, por cierto, que los trabajadores sociales ad- ministraran sus ganancias, asegurándose de que quedaran marcadas de ma- nera adecuada, destinadas sólo para gastos moralmente seguros. En 1883, la Charity Organization Society de Nueva York instruía a sus visitadores indi- cándoles "inducir a los más pobres a poner algo, por poco que sea, en una caja de ahorro, o reservarlo para una futura provisión de combustible, o de harina [...] si es necesario ofrecerse a acompanarlos cuando van a hacer su primer depósito". De un modo semejante, en su Handbook o f Charity Organiza­tion, Gurteen recomendaba que en las ciudades que carecían de instituciones para el ahorro de los más pobres, el visitador debería "realizar acuerdos tem­porários [...] para la segura conservación o desembolso de cualquier dinero que la familia bajo su cuidado pudiera hacer de sus ganancias semanales". Incluso una simple palabra de consejo, agregaba el manual para los visitado­res de la Charity Organization Society, podia servir para "mantener el dinero que pudiera ahorrarse alejado de las manos dei vendedor de whisky y reser­varlo para un mejor fin".41

Los trabajadores sociales hicieron mucho más que ofrecer consejo. Desde el momento en que incluso los mismos pobres admitían con cuánta facilidad "el dinero se les escurría entre los dedos", era conveniente sacárselo de las manos en la medida de lo posible y ponerlo bajo la custodia de agentes econó­micos más confiables, como los cobradores de la beneficencia "que van direc-

39 Vease tambien Virginia Yans-McLaughlin, Family and Community. Italian Immigrants in Ihtffalo, 1880-1930, Ithaca (ny), Cornell University Press, 1977, p. 153. Algunas settlement hou­ses tambien crearon fondos de prestamos cooperatives para inmigrantes pobres; vease Sheila M. Rothman, Woman's Proper Place, Nueva York, Basic Books, 1978, pp. 115 y 116.

40 Anna F. Hunter, "The Savings Society of Newport", en The Charities Review, 9, septiembre de 1899, p. 337; "Taking Care of the Cents", en The Charities Review, 5, febrero de 1896, p. 212.

41 Handbook for Friendly Visitors, op. cit., p. 2; S. Humphrys Gurteen, A Handbook of Charity Organization, op. cit., pp. 183 y 184.

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tamente a las casas de los pobres" o a sus barrios, y recogen su dinero "tan pronto como sea posible después de que lo cobran". A diferencia de los visita- dores, que remitían a las famílias a los organismos de asistencia social, los co­bradores venían "a llevarse el dinero y no a darlo''.42

Después de 1880 surgieron una cantidad de mecanismos institucionales, creados en primer lugar por las organizaciones de beneficencia y adoptados luego por los trabajadores de los asentamientos, a fin de cobrar los sueldos de los pobres y "blanquearlos" en dinero legítimo. El objetivo, explicaba Joseph Lee, el destacado filántropo y líder dei movimiento para la creación de plazas de recreo urbanas, era "desviar los fondos para la bebida, el tabaco y la goma de mascar a la compra de la casa propia, de los muebles, de herramientas, de un caballo y de un carro o la mercadería necesaria para cualquier emprendi- miento". Pero ahorrar dinero eliminando su gasto inapropiado no era sufi­ciente; los ahorros debían orientarse hacia gastos apropiados: "Un centavo que se pone aparte no agrega nada al ingreso, a menos que se evite su gasto inútil para que sea utilizado como corresponde".43

Las primeras agencias de cobradores iban a los hogares de los pobres con ideas muy concretas acerca de cómo marcar su dinero. Cuando en 1880 en Newport, Rhode Island, la Charity Organization Society advirtió que algunas famílias pobres podian ahorrar dinero para comprar carbon, mientras que otras con el mismo ingreso recurrían a ellos cada invierno, la sociedad decidió implementar un sistema adecuado de marcado en los hogares de los "descui­dados e imprevisores". Los visitadores iban de casa en casa cada semana, re- colectando pequenas sumas de dinero destinadas a compras específicas y ne- cesarias, como la provision de carbón del siguiente inviemo, o el pago de una deuda. En siete anos, la Newport Savings Society había recolectado 10 mil dólares.44

Los fondos para combustible, los clubes para la harina y los zapatos, junto con otras sociedades de ahorro destinadas a propósitos específicos es- tablecidas por diferentes organizaciones de beneficencia a lo largo y a lo an­cho de todo el pais, administraban las ganancias de quienes recibian "sala- rios escasos" y orientaban sus compras para que resultaran moralmente

42 Anne Townsend Scribner, "The Savings Society", en Proceedings of the Fourteenth Annual Conference of Charities and Correction, 1887, pp. 148,145; Mary Willcox Brown, The Development of Thrift, Nueva York, Macmillan Co., 1899, pp. 62-65.

43 Joseph Lee, Constructive and Preventive Philanthropy, Nueva York, Macmillan Co., 1902, p. 22; Mary Willcox Brown, The Development of Thrift, op. cit., p. 17.

44 Anne Townsend Scribner, "The Savings Society", op. cit., p. 143.

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seguras y contribuyeran a su ascenso social.45 En muchos casos, los propios organizadores hacían las compras, y a menudo conseguían precios mayoris- tas para los inversores del club. Y los cobradores encontraban maneras de asegurarse de que los peniques para el carbon no fueran a parar a compras inaceptables; antes de irse de vacaciones en verano, una dama, por ejemplo, les regalo bancos de juguete a todos sus "ahorristas" que iban a "ser abiertos por ella a su regreso".46

El sistema funciono bien. En 1889, la Charity Organization de Nueva York decidió seguir avanzando y organizó el Penny Provident Fund, un sistema de ahorro con sellos para salvaguardar mejor el dinero que las famílias pobres les pedían a los visitadores que les guardaran. Convencidos de que gran parte de la pobreza era el resultado de "la perdida de pequenas sumas en gastos inne- cesarios", los organizadores dei Penny Provident Fund decidieron, como ex- presó un comentarista de la época, "que había que retener esas pequenas su­mas". Se les vendia a los ahorristas sellos de diversos colores y valor que se pegaban en una tarjeta. Sin duda, a partir de 1816 las cajas de ahorro resulta- ban accesibles para la clase trabajadora, y estaban también destinadas a salva­guardar su dinero de "los bares, las diversiones frívolas y gastos inútiles".47 Pero pocas cajas de ahorro aceptaban depósitos de menos de 1 dólar. El Penny Provident Fund de la Charity Organization Society recibia centavos.

Además de los fondos para los productos básicos, el Penny Provident Fund se proponia convertir a los ahorristas en verdaderos aprendices de la clase media; sus ahorros los protegerian de una "eventual pérdida de su tra- bajo, o en caso de accidente o enfermedad". Tan pronto como ahorraban 10 dólares, se esperaba que los depositantes transfirieran su dinero a una caja de

45 Edward T. Devine, The Practice of Charity [1901], Nueva York, Dodd, Mead & Co., 1909, pp. 42 y 43. Véase también Emily W. Dinwiddie, "Thrift Promotion", en Social Work Yearbook, Nueva York, Russell Sage, 1933, p. 506.

46 Anne Townsend Scribner, "The Savings Society", op. cit., p. 148. Acerca de los clubes para los zapatos o el carbon en Filadélfia, véase "A Co-operative Coal Club", en The Clmrities Review, 8, julio de 1898, p. 214. Para intentos anteriores sin êxito de organizar un fondo para combustible para los pobres de Nueva York, véase Raymond A. Mohl, Poverty in New York, 1783-1825, Nueva York, Oxford University Press, 1971, pp. 251 y 252.

47 Mary Willcox Brown, The Development of Thrift, op. cit., p. 45; Hon. S. T. Merrill, "Relief Measures For Pauperism" [1889], en Papers on Pauperism, 1818-1889, p. 9, en los archivos de la Biblioteca de la Universidad de Princeton. Acerca de la historia de las cajas de ahorro para los negros manumitidos del sur, véase David M. Tucker, The Decline of Thrift in America, Nue­va York, Praeger, 1991, caps. 4 y 5; Ann Fabian, Card Sharps, Dream Books, b Bucket Shops, op. cit., pp. 128-136. Acerca de otras formas de ahorro filantrópicas y comerciales para los pobres, véase Mary Willcox Brown, The Development of Thrift, op. cit., pp. 32-72.

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ahorro común. Para alentar la acumulación de su dinero, las normas dei Penny Provident estipulaban que "no se puede retirar una suma menor a la cantidad que representan todas los sellos pegados".48

Pero sólo con peniques era improbable que los pobres pudieran emular los hábitos de ahorro de largo alcance de la clase media. La Charity Organiza­tion Society advertia en 1891 que usaban el fondo "casi exclusivamente quie- nes [...] no podían dejar mucho tiempo el dinero en depósito". Más bien, una vez que se acumulaban 10 dólares o a veces incluso sólo 1 dólar, los deposi­tantes retiraban su dinero para realizar alguna compra. En 1909 el informe anual dei Penny Provident reconocía que el fondo "no compite con las cajas de ahorro sino que intenta ayudar a las personas de escasos recursos que quie- ren ahorrar para un propósito determinado, como ropa, carbón, vacaciones o artículos de primera necesidad".49

Aunque su custodia era temporária, los asistentes dei Penny Provident sentían incluso que era su deber -y su derecho- asegurarse de que el dinero se gastara de una manera adecuada. Al conquistar peniques que habían sido puestos a buen recaudo dentro de una jarra o de una media o bajo el colchón, las organizaciones de caridad conseguían introducirse de una manera signifi­cativa en el terreno de las elecciones económicas de los pobres. Consideremos los nuevos rituales que tenían que enfrentar los ahorristas cuando querían re­cuperar su dinero: tenían que avisar por lo menos con una semana de antici- pación, y, según los informes, los cajeros les hacían un interrogatório de rutina acerca de cómo pensaban utilizar sus fondos. Los "sellos de brillantes colo­res", observaba un cobrador del asentamiento Hartley House de Nueva York, "se convierten en apenas una quimera de un gasto más efectivo dei ingreso familiar". A veces se imprimían folletos con directivas explícitas: "Ahorre para unas vacaciones, para un vestido nuevo, para carbón, para una casa".50

Claramente todas estas precauciones no estaban destinadas a alentar la acumulación de un interés, porque las cajas dei Penny Provident no pagaban

48 Prospectus, Penny Provident Fund, citado por Mary Willcox Brown, The Development of Thrift, op. cit., p. 45; copia de Stamp Deposit Card, Penny Provident Fund of the City of New York, Rules and Conditions, en el archivo de Ios Community Service Society, Papers, caja 127, Rare Book and Manuscript Library de la Universidad de Columbia.

49 Annual Report of the Committee on Provident Habits, Tenth Annual Report of the New York Charity Organization Society, 1891, p. 25; Annual Report of the Penny Provident Fund, Nue­va York, Charity Organization Society of the City of New York, 1909, p. 2.

50 Elsa G. Herzfeld, Family Monographs, Nueva York, James Kempster Printing Co., 1905, p. 6; Joseph Lee, Constructive and Preventive Philanthropy, op. cit., p. 25. Vdase tambidn "Taking Care of the Cents", op. cit., pp. 212 y 213.

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ninguno, y sus organizadores pronto se dieron cuenta de que, a pesar de sus expectativas iniciales, la mayor parte de los depósitos no se transferían a cajas de ahorro que pagaran intereses. El objetivo, en cambio, era poner a buen re- caudo el dinero de los pobres. Más que meros custodios, los trabajadores socia- les se convertían en propietarios simbólicos de esos pequenos depósitos, por­que tan pronto como los peniques se convertían en sellos, se acunaba una nueva moneda restringida que era controlada por los administradores dei fondo.

Además, las reglamentaciones dei Penny Provident Fund impedían que los depositantes trataran a sus peniques-sellos con la misma libertad que a los peniques comunes: las tarjetas con sellos no eran transferibles y ninguna su­cursal local, donde se vendían los sellos, estaba autorizada a vender sellos sueltos "a menos que se realizara un canje".51 Si se permitia que el dinero dei Penny Provident, o el dinero que recolectaban otros fondos de ahorro de otras organizaciones de beneficencia, se convirtiera en la moneda de los pobres, en- tonces era en vano todo el esfuerzo por reorientar las prácticas de marcado. En una anécdota reveladora, una mujer que retiraba su dinero de la caja de ahorro para comprar ropa y carbón, le dijo "entre lágrimas" a la cobradora: "Oh, senora, me siento como si me lo estuviera regalando".52

En 1906 los bancos Penny Provident habian abierto 277 sucursalcs, y reco- lectado más de 50 mil dólares en depósitos de más de 90 mil ahorristas. Lon fondos operaban en ciudades de todo el país, desde Carolina del Sur y Ken­tucky, Illinois, Iowa y Colorado hasta Canadá. Los sellos se vendían en nume­rosos lugares; en Nueva York, por ejemplo, los depositantes podian comprar los sellos en cajas de ahorro, iglesias, sociedades de socorros mutuos, settle­ment houses, guarderías, tiendas minoristas, escuelas e incluso en un hogar para ex convictos.53

^Quiénes eran los depositantes? Al margen del hecho de que eran muy pobres, existe muy poca información sistemática. Un experto en institucio- nes para el ahorro advertia que los padres pobres "a menudo son incompe­tentes para aconsejar a sus hijos en relación con la forma de gastar sus ga- nancias, que es muy probable que se utilicen para su perjuicio". Constituía un deber urgente, por lo tanto, que las organizaciones de beneficencia se hicieran

51 Mary Willcox Brown, The Development of Thrift, op. cit., p. 47.52 Anne Townsend Scribner, "The Savings Society", op. cit., p. 145.53 Howard Brubaker, "The Penny Provident Fund", en University Settlement Studies, 2,

julio de 1906, p. 62. Véase también el Annual Report of the Committee on Provident Habits, Eleventh Annual Report of the Charity Organization Society of the City of New York, 1892, p. 37; Mary Willcox Brown, The Development of Thrift, op. cit., p. 46.

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cargo del control del dinero de los jóvenes. A partir de 1885, las cajas de aho- rro en las escuelas ya habían asumido ese papel, previniendo "el gasto inútil de las pequenas sumas". En 1894 se abrieron algunas sucursales del Penny Provident en las escuelas públicas. El objetivo era convertir "cada aula en cada escuela [en] una caja de ahorro", con "cada maestra como su presidente, cada nina o nino y cada madre o padre como un depositante con una cuenta bancaria". La alquimia monetaria dei sistema de ahorro podia funcionar con los jóvenes, al convertir sus "peniques para golosinas" o efectivo para cigarri- llos en dínero para libros, ropa o algún otro propósito útil.54

Hacia 1915 los Penny Provident cerraron sus puertas. Sin embargo, persis- tió el esfuerzo institucional para salvaguardar y marcar el dinero de los pobres. Continuo en la creación de fondos especiales para las vacaciones de muchachas obreras o en los Christmas Clubs, pero, sobre todo, en las cajas de ahorro postal a partir de 1911. Después de décadas de fuerte oposición de los bancos, las ca­jas de ahorro postales, con el apoyo entusiasta de las autoridades de la benefi­cência, fueron legalmente autorizadas en 1910. Sus defensores sostenían que las cajas de ahorro postal les ensenarían a los nuevos inmigrantes a administrar su dinero de una manera racional, al sacar el dinero de sus "tesoros escondi­dos" o, como los describió el director del sistema de ahorro postal, "extranos receptáculos" como viejas teteras o medias, para depositário en los bancos. Charities and the Commons contaba de inmigrantes que "llevaban los verdes en sus botas y rara vez se apartaban de ellas, ni siquiera para dormir". Otros guar- daban sus ahorros en "la funda de los colchones, agujeros en la pared o en el sótano", e incluso "el fangote en las minas", mientras que miles, senalaba el periódico, "le confían su escaso efectivo a un comerciante o a un banquero pri­vado". Los inmigrantes confirmaban que muchos de ellos, hartos de los ban-

54 James H. Hamilton, "The Educational Aspects of Saving", en The Quarterly Journal of Economics, 13, octubre de 1898, p. 67; J. H. Thiry, "The Early History of School Savings Banks in the United States", en Journal of the American Social Science Association, 25, 1888, p. 170; Annual Report of the Committee on Provident Habits, Fourteenth Annual Report of the Charity Organization Society of the City of New York, 1895, p. 47; Elizabeth Tapley, "Small Savings and How to Collect Them", en The Charities Review, 5, diciembre de 1895, p. 101. Los informes anuales del Penny Provident Fund mencionan a obreros y vendedores ambulantes entre sus ahorristas. Un estudio del fondo en Nueva York ordeno a los depositantes según su origen étnico: los judios eran los primeros en la lista, seguidos por los alemanes, los italianos, los estadounidenses y los irlandeses; había pocos depositantes negros. Véase Howard Brubaker, "The Penny Provident Fund", op. cit., p. 62. Las primeras cajas de ahorro también atrajeron a ninos y mujeres. Por ejemplo, el 71% de los primeros depositantes en la Boston Provident Institution for Savings fundada en 1816 fueron mujeres y niftos; David M. Tucker, The Decline of Thrift in America, op. cit., p. 42.

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cos, "escondían su dinero en sus zoquetes o lo enterraban detrás dei yeso de sus paredes". Se esperaba que hubiera una respuesta más favorable hacia las cajas de ahorro postal, que eran una institución popular en los países europeos.55

Los bancos no sólo querían salvaguardar el dinero de los extranjeros, sino también orientar sus usos para conservar en Estados Unidos "un dinero que de otra manera seria enviado al exterior". Se estimaba que sólo en 1907 se ha- bían transferido cerca de 140 millones de dólares dei "dinero de los inmigran- tes" a otros países. Las monedas dei ahorro postal -las tarjetas con sellos y los certificados no negociables- también sacarían de circulación una moneda par­ticular de los inmigrantes: cada ano los extranjeros compraban millones de dólares en ordenes de pago cuyos beneficiários eran ellos mismos, simple- mente como una forma de ahorro, sin recibir ningún interés. Y, repitiendo la retórica dei siglo xix, se esperaba que las cajas de ahorro postal se convirtieran en influyentes "enemigas dei gasto dispendioso y destructive/'.56 Como ex- presó un trabajador social, era cierto que los bancos carecían de la persuasiva influencia personal de los visitadores, pero aún así eran buenos aliados para In construcción "de un tipo de ciudadano fuerte", "capaz de resistir las peque- rtas tentaciones inmediatas".57 En 1916 las cajas de ahorro postal se habían convertido en "el banco de los inmigrantes"; el 60% dei total de los depositan-

55 E. W. Kemmerer, "The United States Postal Savings Bank", en Political Science Quarterly, 26,1911, p. 475; la afirmación del director del Postal Savings System en 1913 está citada por E. W. Kemmerer, "Six Years of Postal Savings in the United States", en American Economic Review, 17, marzo de 1917, p. 68; Peter Roberts, "The Foreigner and His Savings", en Charities and the Commons, 21,30 de enero de 1909, p. 758; America the Dream of My Life. Selections from the Federal Writers' Project's Nezv Jersey Ethnic Survey, ed. de David S. Cohen, New Brunswick (nj), Rutgers University Press, 1990, p. 68. Véase también Lizabeth Cohen, Making a New Deal. Industrial Workers in Chicago, 1919-1939, Nueva York, Cambridge University Press, 1990, pp. 75 y 76.

56 E. W. Kemmerer, "The United States Postal Savings Bank", op. cit., p. 477; Jeremiah W. Ii'iiks y W. Jett Lauck, The Immigration Problem, Nueva York, Funk and Wagnalls Co., 1913, p. 114; James H. Hamilton, "Savings Bank Legislation. What is Needed?", en Charities and the Commons, 21, 6 de febrero de 1909, p. 781. Cualquiera a partir de los 10 anos podia abrir una rucnta de ahorro postal y se recibían depósitos de 1 dólar o múltiplos de 1 dólar. Para evitar In competencia con las cajas de ahorro, ninguna cuenta podia exceder los 500 dólares. Para un estúdio comparativo de las cajas de ahorro postal en Inglaterra, Francia, Italia y otros pníses, véase James H. Hamilton, Savings and Savings Institutions, Nueva York, Macmillan Co., 1902, caps. 10 a 12.

57 Anne Townsend Scribner, "The Savings Society", op. cit., p. 149. Incluso los defensores de las cajas de ahorro postal reconocían que los carteros, el equivalente que tenia el correo de tin visitador, no eran los "misioneros ideales de las cajas de ahorro"; aunque "podían distri­buir de casa en casa literatura" que describia las ventajas de las cajas de ahorro, tenian "poco (lempo, y quizás no demasiado interés en dar explicaciones personales". Véase E. W. Hamil­ton, Savings and Savings Institutions, op. cit., pp. 302 y 303.

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tes había nacido en el extranjero y eran los titulares de tres cuartos de todos los depósitos.58

Hemos visto que para los trabajadores sociales en el siglo xix el efectivo repre- sentaba una forma de asistenda demasiado volátil. Los pobres que eran, a su parecer, moralmente incompetentes, se apropiarían de manera inevitable dei dinero de la caridad que no habían tenido que ganarse con su esfuerzo y lo dilapidarían en compras inmorales o desatinadas. Por lo tanto, era más pru­dente conservar el dinero lejos de las manos de los pobres. A los que se queda* ban sin dinero, los organismos de asistencia social les entregaban comida* ; combustible, ropa u ordenes para las tiendas de comestibles, pero la menor cantidad de efectivo posible. Y en relación con aquellos que subsistían con sus magros salarios, los trabajadores sociales hacían todos los esfuerzos posibles para controlar el gasto de su dinero. Sin embargo, a comienzos dei siglo XX

hubo un giro paradójico: los organizadores de las fundaciones de caridad em- pezaron a hablar de la necesidad de llevar el dinero a las casas de los pobres más que dejarlos sin un centavo. En el próximo capítulo explicaremos por qué.

58 E. W. Kemmerer, "Six Years of Postal Savings in the United States", op. cit., p. 51. Véase también Sophonisba P. Breckinridge, New Homes for Old, Nueva York, Harper and Brothers, 1921, pp. 111-113. A medida que la inmigración europea empezô a disminuir, las cajas de ahorro postales, que habían crecido ano a ano hasta 1917, empezaron a perder ahorristas. Las bajas tasas de interés, del 2% sobre los depósitos, también desalentaban a los potencialet clientes. Véase Margaret H. Schoenfeld, "Trend of Wage Earner's Savings in Philadelphia", en Annals of the American Academy of Political and Social Science, supl. del vol. 121, septiembrt de 1925, pp. 47-52. Segiin Milton Friedman y Anna Jacobson Schwartz, A Monetary History of the United States, 1867-1960, Princeton (nj), Princeton University Press, 1971, p. 173 n. 64, los depósitos en las cajas de ahorro postal representaban el 4% del ahorro en las cajas de ahorro de las mutuales en 1919, y cayeron al 2% en 1929, para volver a subir hasta el 13% en 1933, Acerca de la creación de bancos para las personas de distintos orígenes étnicos como una alternativa financiera para los diferentes grupos étnicos en Chicago en la década de 1920, véase Lizabeth Cohen, Making a New Deal, op. cit., pp. 75-83.