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La explosion participativa: México, 1994 Jacqueline Peschard I. Introducción EL DATO MÁS SOBRESALIENTE de las elecciones presidenciales de 1994 en México no fue el triunfo del candidato del PRI en las 32 entidades federativas, sino la elevada afluencia de votantes, también una constante a lo largo de todo el país. En el contexto de un año marcado por fuertes tensiones políticas sus- citadas por el levantamiento armado en Chiapas, los secuestros de hom- bres de negocios y el asesinato del candidato oficial a la presidencia, es decir, en medio de una situación de desestabilización política que no se vivía en el país desde los años setenta, 77.8% de la población empadro- nada con credencial para votar salió a emitir su voto, lo cual es una pro- porción elevada incluso comparándola con los niveles de participación en las democracias estables.' Lejos de reaccionar, ante la aparición de signos de ingobernabilidad, con la desafección frente a la política o con el retraimiento, la población echó mano de su derecho a pronunciarse, manifestando objetivamente su voluntad de apostar a la vía institucional y pacífica como fórmula para dirimir controversias políticas y resolver problemas sociales. 2 La contundente respuesta de la sociedad el 21 de agosto de 1994 dotó a la participación electoral en México de un significado novedoso: 1 Afinalesde los años setenta las democracias estables registraban entre 70 y 90% de participación electoral. Véase Powell, Bingham G„ "Voting Turnout in Thirty Democracies: Partisan, Legal and Socio-Economical Influences" en Richard Rose (ed.), Electoral Participation. A Comparative Analysis, 1980, pp. 5-35. 2 Esta interpretación sobre la copiosa participación electoral puede parecer demasiado intelectualizada, pero en el contexto de la amenaza de la guerra, consciente o inconsciente- mente, la población optó por las urnas como acción colectiva. 341

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La explosion participativa: México, 1994

Jacqueline Peschard

I. Introducción

E L DATO MÁS SOBRESALIENTE de las elecciones presidenciales de 1994 en México no fue el triunfo del candidato del PRI en las 32 entidades federativas, sino la elevada afluencia de votantes, también una constante a lo largo de todo el país.

En el contexto de un año marcado por fuertes tensiones políticas sus­citadas por el levantamiento armado en Chiapas, los secuestros de hom­bres de negocios y el asesinato del candidato oficial a la presidencia, es decir, en medio de una situación de desestabilización política que no se vivía en el país desde los años setenta, 77.8% de la población empadro­nada con credencial para votar salió a emitir su voto, lo cual es una pro­porción elevada incluso comparándola con los niveles de participación en las democracias estables.'

Lejos de reaccionar, ante la aparición de signos de ingobernabilidad, con la desafección frente a la política o con el retraimiento, la población echó mano de su derecho a pronunciarse, manifestando objetivamente su voluntad de apostar a la vía institucional y pacífica como fórmula para dirimir controversias políticas y resolver problemas sociales.2

La contundente respuesta de la sociedad el 21 de agosto de 1994 dotó a la participación electoral en México de un significado novedoso:

1 A finales de los años setenta las democracias estables registraban entre 70 y 90% de participación electoral. Véase Powell, Bingham G„ "Voting Turnout in Thirty Democracies: Partisan, Legal and Socio-Economical Influences" en Richard Rose (ed.), E l e c t o r a l P a r t i c i p a t i o n . A Comparative Analysis, 1980, pp. 5-35.

2 Esta interpretación sobre la copiosa participación electoral puede parecer demasiado intelectualizada, pero en el contexto de la amenaza de la guerra, consciente o inconsciente­mente, la población optó por las urnas como acción colectiva.

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a) colocó al voto en la posición de fuente última de la legitimidad del poder3 y b) mostró la voluntad de los ciudadanos de ser incluidos en el sistema político, es decir, de erigirse en sujetos políticos activos.

Justamente a raíz de la amenaza de la guerra, durante los primeros meses de 1994, se emprendieron importantes reformas —tanto legales como de procedimientos en materia electoral—, que por primera vez con­taron con el acuerdo del PRD y que permitieron despejar muchas de las dudas sobre la limpieza e imparcialidad del proceso; es decir, se introdu­jeron modificaciones sustanciales en las instituciones político-electorales que permitieron que los comicios tuvieran un sentido de verdadera op­ción para el electorado, estimulando con ello la asistencia a las urnas.4

La explosión participativa de 1994 no se redujo a la asistencia de los votantes a las casillas, sino que implicó, además, la intervención de todo un ejército de ciudadanos que se desempeñaron, ya como representantes de algún partido político ante las mesas de casilla (348 342 personas), ya como observadores del proceso electoral (81 620 observadores naciona­les y 934 visitantes extranjeros), que tuvieron a su cargo supervisar los comicios.5 Estas distintas maneras en que miembros de la sociedad se involucraron con la contienda electoral se contemplaron y reglamenta­ron mediante los cambios al marco normativo previos a la contienda de 1994.6

La importancia de la elevada participación electoral en 1994 no es sólo numérica —de hecho, fue la elección más concurrida desde los años

1 La legitimidad del régimen posrevolucionario en México se fincó tradicionalmente en la herencia revolucionaria y en la eficacia política de la gestión gubernamental, ya que las urnas solamente jugaban un papel complementario. Para un desarrollo de los tipos de legitimidad en México véase Crespo, José Antonio, "Legitimidad política y comportamiento electoral en el Distrito Federal (1988)" en Jorge Alonso (coord.), C u l t u r a política v educación cívica, México, UNAM/Porrúa, 1994, pp. 61-96.

4 La reforma electoral de septiembre de 1993 se realizó para reglamentar la elec­ción de 1994, pero, después del alzamiento zapatista, el gobierno impulsó una nueva revisión a la legislación en la materia que significó un cambio en la institución electoral tan relevante como el generado por la reforma política de 1977. Estudios estadunidenses han probado que cambiar las instituciones políticas y las leyes electorales afecta los nive­les de participación. Véase Jackman, Robert W., "Political Institutions and Voter Turnout in the Industrial Democracies", A m e r i c a n P o l i t i c a l Science Review, vol. LXXXI, núm. 2, junio de 1987, pp. 405-423.

5 Datos tomados de la Crónica del gobierno de Carlos Salinas de G o r t a r i , 1988¬1 9 9 4 , sexto año, Unidad de la Crónica Presidencial, Presidencia de la República, 1994, p. 424.

6 La participación electoral es siempre un indicador del involucramiento de los ciudadanos con la vida política de la sociedad. Cf. Deutsch, Karl, "Social Mobilization and Political Development", A m e r i c a n P o l i t i c a l Science Review, vol. LV, núm. 3, 1961, pp. 493-514.

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cincuenta— (cuadro 1), sino cualitativa, ya que, tanto desde la óptica his­tórica del régimen político mexicano como desde la del sistema electoral propiamente dicho, ésta tiene ahora un significado distinto al que solía tener tradicionalmente. La participación electoral ahora revela cada vez más las inclinaciones del electorado, más que las conveniencias del régi­men político, como era tradicional.

Cuadro 1

Datos de votación en elecciones federales 1958-1994 (porcentaje)*

Año Votación FRI Oposición

1952 74.5 74.3 25.7 1955 68.8 87.2 12.7 1958 71.6 88.3 11.7 1961 68.3 90.2 9.3 1964 66.6 86.3 13.6 1967 62.9 83.3 16.5 1970 64.3 80.1 15.7 1973 60.4 69.9 20.1 1976 62.0 80.1 13.9 1979 49.4 69.7 24.3 1982 66.8 69.3 30.7 1985 50.6 64.8 30.4 1988 50.2 51.1 48.9 1991 65.1 61.4 38.5 1994 77.2 50.1 49.6

* Los datos son para elecciones de diputados. A partir de 1988, los porcentajes oficiales de los partidos solamente contemplan los votos válidos, por eso las columnas del PRi y la oposición suman 100.

Fuente: 1952-1958, los datos son de González Casanova, Pablo, L a democracia en México, México, Era, 1965 ; a partir de 1961 son de Gómez-Tagle, Silvia, "Las estadísticas electorales de la reforma política", Cuadernos del CES, núm. 34, México, El Colegio de México, 1990. Los datos de 1991 y 1994 son del IFE.

La hipótesis central de este trabajo es que, dados los cambios en las premisas que tradicionalmente explicaban el voto en México, hoy se ex­plica el alto índice de participación electoral que se registró en 1994 en función de los incentivos institucionales y políticos que se presentaron en la coyuntura de la contienda por la presidencia.

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El presente artículo hace un recuento de la evolución de la participa­ción electoral en México y su significado político, para después explorar los efectos que sobre ésta tuvieron las novedades tanto institucionales como políticas de 1994, en particular la competencia interpartidaria y la mecánica de empadronamiento, factores que han probado, afectar los ni­veles de participación electoral.7

II. El nuevo significado de la participación electoral

Durante la larga época de la hegemonía priista,8 en la que las elecciones mexicanas eran básicamente acontecimientos rituales de escasa relevan­cia política, la participación electoral reflejaba, más que las preferencias de los ciudadanos —más que rasgos del comportamiento electoral—, la capacidad de movilización del partido del gobierno, el cual, además, tenía en sus manos el control de todo el proceso comicial y particularmente, el del escrutinio.9 El voto hablaba más del sistema político y de sus redes de intercambio, clientelares y corporativas, que de los votantes y sus actitu­des, lo cual es un rasgo distintivo de los regímenes no competitivos.10

Las altas votaciones que los datos oficiales asignaban al PRI (supe­riores a 80%) estaban acompañadas de porcentajes de participación de un rango promedio de 60 a 65%, lo cual reforzaba la imagen de consenso alrededor del sistema priista. El partido del régimen no sólo ganaba de

7 La influencia de las reglas del empadronamiento sobre la participación electoral se ha analizado desde hace tiempo, en cambio, sólo recientemente se ha buscado explicar las variaciones en los niveles de participación a partir de las instituciones políticas. Véase, por ejemplo, Kelley, Stanley, Richard E. Ayres y William G. Bowen, "Registration and Voting: Putting First Things First", A m e r i c a n P o l i t i c a l Science Review, vol. LXI, junio de 1967, pp. 359-379; Powell, B. G., op. cit., Jackman, R.W., op. cit.

8 Ubico el fin del sistema de partido hegemónico en las elecciones de 1988. Véase Molinar, J. y J. Weldon, "Elecciones de 1988 en México: crisis del autoritarismo", Revista M e x i c a n a de Sociología, vol. LII, núm. 4, 1990, pp. 229-262 y Peschard, Jacqueline, "El fin del sistema del partido hegemónico", Revista M e x i c a n a de Sociología, vol. LV, núm. 2,1993, pp. 97-117.

" Los estudios sobre las elecciones en los años setenta dieron cuenta de este sentido de la participación electoral en México. Véase Ames, Barry, "Bases of Support for Mexico's Dominant Party", A m e r i c a n P o l i t i c a l Science Review, vol. 64, núm. 1, marzo de 1970; Segovia, Rafael "Las elecciones federales de 1979", F o r o I n t e r n a c i o n a l , vol. XX, núm. 3, enero-marzo de 1980; Reyna, J. L., "Control político, estabilidad y desarrollo en México", Cuadernos del CES, núm. 3, El Colegio de México, 1979, y Ramos Oranday, Rogelio, "Oposición y abstencionismo en las elecciones presidenciales, 1964-1982" en Pablo González Casanova (coord.), Las elecciones en México. Evolución y perspectivas, México, Siglo XXI Editores, 1985, pp. 163-194.

1,1 Véase Hermet, Guy, A. Rouquié y J. Linz, ¿Para qué sirven las elecciones?, México, F C E , 1982.

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todas todas, de acuerdo con su carácter hegemónico, sino que su triunfo estaba avalado por un respaldo al propio sistema electoral que se refleja­ba en las cifras de participación (cuadro 1).

De hecho, lo que resultaba interesante desde el punto de vista analíti­co era, más que las cifras de votación, las de su contraparte: la absten­ción, en la medida que, más allá de los móviles detrás de la evasión al sufragio (conformidad con el estado de cosas, indiferencia frente a la po­lítica, o claro desacuerdo con el régimen), ésta representaba un espacio fuera del ámbito de control y de convocatoria priistas." No obstante, los estudios que se han hecho sobre el abstencionismo en México son muy escasos,12 en buena medida por el retraso con el que cobraron importan­cia las elecciones y por la incapacidad de los partidos de oposición para quebrar el control oficial sobre el escrutinio y el cómputo electoral. Es más, la oposición comenzó por defender sus propios votos y sólo des­pués utilizó sus recursos para supervisar la elaboración del padrón, que es el punto de partida para la determinación de los porcentajes de partici­pación (votación emitida sobre población empadronada).

La participación electoral en México se explicó teniendo como telón de fondo a la teoría de la modernización, pero en sentido inverso, por no tratarse de un sistema democrático.13 De tal suerte, altos niveles de desa­rrollo, medidos por la urbanización, la escolaridad, los ingresos o la ocupa­ción en sectores no primarios, no se relacionaban con elevados porcenta­jes de participación, como reza la teoría, sino todo lo contrario, en virtud de una variable interviniere: el alcance del control político-electoral del PRI. La abstención en las zonas urbanas era superior a la registrada en las zonas rurales, donde el PRI tenía mayor control sobre el proceso y el cuer­po electoral mismo.14

"El análisis del abstencionismo ha sido uno de los temas sugeridos por los téoricos de los estudios electorales para explorar el comportamiento electoral en sistemas no competitivos. Véase Hermet, G., A. Rouquié y J. Linz, ibidem.

1 2 Son pocos los textos que han abordado el tema del abstencionismo desde el punto de vista del análisis estadístico o de encuestas. Véase, por ejemplo, Segovia, Rafael, "La reforma política: el Ejecutivo Federal, el PRI y las elecciones de 1973", F o r o I n t e r n a c i o n a l , vol. XIV, núm. 3, enero-marzo de 1974, pp. 305-330; Ramos Oranday, Rogelio, "Oposi­ción...", op. cit., y Peschard, 1, "Las motivaciones del comportamiento electoral capitalino en 1988" en Jorge Alonso (coord.), op. cit., pp. 21-59. El Centro de Estudios para un Proyecto Nacional realizó una encuesta nacional sobre abstencionismo en 1994, pero hasta la fecha no se han publicado sus resultados.

1 3 La modernización económica se relaciona positivamente con la participación electoral en los sistemas democráticos. Véase Powell, B. G., op. cit., p. 22.

I J Las mismas cifras oficiales eran más confiables en los centros urbanos que en las zonas rurales. Véase Molinar, Juan, El tiempo de la legitimidad, México, Cal y Arena, 1991,p. 10.

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Si bien es cierto que en México la variable urbano/rural ha sido un eje de diferenciación del voto (clivaje electoral) —pues ha servido para distinguir la del PRl respecto de la votación de la oposición y para definir los niveles de participación—, ello no quiere decir que en las ciudades no se registraran votos a favor del PRl. Aunque siempre en menor medida, ahí el PRl tenía también redes eficaces de clientelismo urbano, además de recibir votos de tipo individual y libre. Es decir, este partido tenía una base electoral amplia que efectivamente cubría los diversos sectores y regiones del país.' 5

El voto urbano por el PRl reflejaba conformidad con el estado de las cosas, es decir, con la larga estabilidad política y el crecimiento económi­co, las dos palancas que identificaron a la época de la paz priista. Como dijera Rafael Segovia, aunque el voto urbano era menor en cantidad al voto rural, su peso específico "supera(ba) con mucho al sufragio masificado del campo, que no (era) la expresión de una voluntad indivi­dual, sino del control y fuerza de un partido".16

A partir de la reforma política de 1977, que abrió las puertas a nue­vos partidos políticos y permitió que las elecciones adquirieran mayor relevancia política, la evolución de la participación electoral experimentó un vuelco respecto de las tendencias anteriores al caer al nivel de 50%. Este fenómeno sorprendió porque se pensaba que con la incorporación de nuevos actores a la arena electoral los comicios devendrían más atracti­vos para el electorado, alentando con ello la asistencia a las urnas. El arribo de nuevos partidos al escenario institucional implicó, en efecto, una subida importante en la votación de la oposición —de más de diez puntos porcentuales—; pero ello no se tradujo mecánicamente en un incre­mento de la participación electoral, sino todo lo contrario, ya que en 1979 ésta cayó más de diez puntos respecto de la elección anterior (cuadro 1).

El incremento del voto opositor que trajo la reforma política no sur­gió del aumento en los niveles de participación, es decir, de la inyección de votantes frescos en el cuerpo electoral, sino de la transferencia de vo­tos del partido del gobierno hacia los de oposición. La lógica detrás de los datos seguía siendo la misma: la palanca movilizadora del voto era fundamentalmente el aparato priista, que con el ascenso de la oposición perdía efectividad para confeccionar altas tasas de votación.

1 5 A pesar de que los bastiones más fuertes del PRI han sido las zonas rurales, también ha contado con bases sociales importantes entre la población de los centros urbanos, que en verdad fueron los sectores más beneficiados del régimen posrevolucionario. De hecho, éste ha sido realmente un partido nacional en el sentido de contar con bases sociales en las distintas zonas y entre los diferentes estratos de la población mexicana.

1 6 Segovia, R., "Las elecciones de 1979../', op. cit., p. 407.

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La disminución en la votación que se registró a raíz de la reforma política resultaba incómoda para el partido hegemónico porque rompía con su tendencia histórica de elecciones "no competidas, pero muy con­curridas". El mayor espacio ocupado ahora por la oposición beneficiaba al régimen, pues daba cierta consistencia a su afán de dar una imagen de pluralidad, pero, como ya dijimos, ello tenía como costo la disminución en los niveles de votación.

A pesar de la baja que experimentó el PRI después de la reforma polí­tica, su hegemonía seguía indisputada en la medida en que todavía conta­ba con un rango de votación de entre 65 y 69% (cuadro 1). Esta situación provocó que, a partir de entonces, el principal tema electoral deviniera precisamente el de la abstención y en segundo lugar, el de los votos anu­lados.17 Todavía en 1985, el asunto verdaderamente enjuego no fue quién triunfaría en los diferentes distritos electorales, sino cómo combatir la abstención, que representaba el desapego de la población frente a la ofer­ta del PRI.

Sin embargo, la campaña contra el abstencionismo desplegada en 1985 no fue exclusiva del partido del régimen, sino que los demás parti­dos, incluso actores extraelectorales como la Iglesia, también la hicieron suya.18 La abstención nublaba los triunfos priistas, es cierto, pero tam­bién bloqueaba el potencial crecimiento de la oposición, ya que sólo en la medida en que los partidos de oposición pudieran captar a la población renuente a participar, el sentido del voto podría transformarse en una he­rramienta de cabal expresión del ciudadano.

Es decir, con una activación del cuerpo electoral, el viejo esquema de la "participación movilizada", propia de la mecánica priista, iría cediendo terreno a favor de una embrionaria "participación autónoma", más libre.19

1 7 Los votos nulos son los emitidos para candidatos inexistentes o para más de un candidato, es decir, votos que no son cuantificables para definir el triunfo electoral. Un voto nulo habla de un ciudadano que se tomó la molestia de ir a votar y rechazar objetivamente las opciones presentadas en la boleta, por ello puede ser más cuestionante para el sistema que una abstención.

1 8 En las elecciones federales de 1985 el combate al abstencionismo fue la consigna central del PRI, pero también de la Iglesia, que encontró en ello la oportunidad de ocupar un sitio en el escenario político. Véase Torres, David, "El regreso de la Iglesia. El episco­pado y las elecciones federales de julio de 1985" en Varios autores, Política vpartidos en las elecciones federales de 1 9 8 5 , FCPyS/UNAM, 1987, pp. 23-26.

Mientras la participación movilizada es característica de sociedades sin eleccio­nes competidas, donde un solo partido puede movilizar a la población mediante lazos clientelares, ahí donde existe un régimen electoral competitivo, el voto es básicamente un acto autónomo de los ciudadanos. Véase Huntington, S. y J. Nelson, Socioeconomic C h a n g e a n d P o l i t i c a l P a r t i c i p a t i o n , Report to the Civic Participation División of the Agency for International Development, Harvard University Press, 1973.

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Por otra parte, y a diferencia de la constancia que se observa en los datos sobre participación electoral en la época previa, a partir de la refor­ma política, éstos entrarían en una fase nueva, caracterizada por grandes oscilaciones en las tasas de votación entre una elección y otra (cuadro l ) . 2 0 Estos cambios en los niveles de participación reflejaban una dismi­nución en los márgenes de la discrecionalidad del poder para manipular las cifras de votación, pero, al mismo tiempo, dejaban entrever la impor­tancia que estaba cobrando la coyuntura política como variable explicati­va de la participación electoral y de las preferencias electorales.

De entrada, las tres primeras elecciones de la reforma política mos­traron una diferencia importante entre la participación en las elecciones intermedias, que sería menor, y la de las presidenciales, que sería mayor, tanto en términos absolutos como relativos, lo cual es consistente con la regla que señala que se vota más en elecciones presidenciales que en las intermedias (cuadros 1 y 2). 2 1

Cuadro 2

Evolución del padrón y la votación 1961-1994

Año Padrón Votación*

1961 10004 296 6 835 344 1964 13 589 594 9 053 261 1967 15821 115 9 958 073 1970 21 653 817 13917735 1973 24 863 263 15017278 1976 25 912 986 16068 901 1979 27 937 237 13 787 720 1982 31 526 386 21 064 526 1985 35 196 525 17 820100 1988 38 074 926 18054 621 1991 36 695 320 23 901 699 1994 45 729 053 35 283 051

* Datos de las elecciones de diputados. Fuente: 1961-1988, Gómez-Tagle, Silvia, op. cit. Los últimos dos años son datos

del IFE.

2 0 Por regla general, las cifras de votación son estables y sólo cambian con modifi­caciones importantes en el régimen político-electoral. Cf. Powell, B. G., op. cit., p. 9.

2 1 Véase, por ejemplo. Conway. M. Margaret, P o l i t i c a l P a r t i c i p a t i o n in The United States, Washington, D. C , CQ Press, 1991, p. 7.

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D e l a participación m o v i l i z a d a a la participación autónoma

Fue en la elección parteaguas de 1988 cuando se patentizó la contradic­ción entre un sistema electoral todavía controlado por el poder y una fuerte movilización política de oposición, impulsada en buena medida por la dinámica unificadora del cardenismo, lo cual se tradujo en un grave cuestionamiento a la legitimidad del gobierno surgido de dicha contien­da. Ahí se quebró la hegemonía priista no solamente porque por primera vez en la historia el partido del gobierno perdió las elecciones presiden­ciales en cinco estados de la República, sino porque se desvaneció la cer­teza sobre la victoria priista al configurarse una fuerza capaz de disputar­le no sólo la legitimidad en las urnas, sino incluso el propio respaldo mayontario.

En contra de las expectativas que generó la campaña presidencial de 1988, de acuerdo con los datos oficiales, la participación electoral se des­plomó al punto que sólo uno de cada dos empadronados acudió a votar, el nivel más bajo de votación en elecciones presidenciales de la historia con­temporánea del país. Empero, si consideramos que una copiosa asistencia a las urnas se asociaba a la capacidad de movilización electoral del PRl, esta disminución en los niveles de votación (16 puntos respecto de la elec­ción presidencial previa) se relacionaba positivamente con la caída de sus votos (18 puntos respecto de la elección presidencial anterior) (cuadro 1). La quiebra de la hegemonía se expresó en ambos terrenos: en el apoyo al PRl y en el respaldo al régimen electoral, en un marco de cuestionamiento general a las cifras oficiales.22

De ahí en adelante, las urnas cobraron gran significado político no solamente porque empezaron a reflejar las orientaciones y reacciones de la población ciudadana —dejando de ser fundamentalmente expresiones de la lógica del sistema—, sino porque se erigieron en terreno de mani­festación del conflicto político y de la pérdida de credibilidad en las insti­tuciones electorales. A partir de entonces, el centro del debate político se colocó de manera privilegiada en la organización de las elecciones y en particular en la elaboración del padrón, que era justamente el emblema del control del gobierno sobre el cuerpo electoral, es decir, de su capaci­dad para manipular los resultados.

Para las elecciones federales de 1991 se elaboró una nueva legisla­ción electoral que por primera vez ya no pudo promulgarse con la sola

2 2 Cabe recordar que aunque nunca pudo documentarse plenamente el alcance del fraude electoral, tampoco pudo probarse la legalidad del proceso de 1988, ya que sólo seis años después se hicieron públicas todas las actas de las casillas electorales. Para un recuento, véase Sánchez, Arturo (comp.), Elecciones a debate, 1 9 8 8 , México, Diana, 1994.

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aprobación del PRI; ésta contemplaba, además de cambios importantes en la composición de los órganos electorales, la elaboración de un nuevo pa­drón electoral con base en un censo de población, levantado específicamen­te para dicho propósito, con la vigilancia estrecha de los partidos políticos.23

Aunque no se despejaron completamente todas las dudas sobre la manipulación gubernamental del padrón, la participación electoral en ese año experimentó un repunte de más de 15%, lo cual era especialmente elevado sobre todo considerando que se trataba de una contienda de me­dio periodo, que por regla general es menos concurrida que una presiden­cial (cuadro 1).

Cabe señalar, no obstante, que el incremento en la participación no provino directamente de un aumento en el padrón electoral (en este único caso en la historia la lista nominal sufrió una caída respecto del listado anterior) (cuadro 2), sino del aliciente que representó para la población antiguamente abstencionista contar con un registro electoral nuevo y más confiable.

Hay que resaltar, igualmente, que este despegue participativo de 1991 se asoció con una notable recuperación del voto priista —del orden de 10 puntos porcentuales— (cuadro 1). Dicha recuperación obedeció al con­junto de cambios introducidos tanto en el marco normativo de las elec­ciones como en la estrategia electoral del PRI.24

Dicho de otra manera, si bien es cierto que en 1991 el partido del gobierno echó mano de todos sus recursos económicos y organizativos para rescatar sus votos perdidos en 1988, y que para ello contó con el respaldo del gobierno federal, la respuesta participativa de la población ya no podría asimilarse a la de los tiempos de la hegemonía priista y del predominio del voto cautivo de carácter más estructural y permanente. La volatilidad de la respuesta electoral aparecería como nuevo dato en esce­na que permitiría corroborar que los electores estaban respondiendo ante los diferentes elementos presentes en la coyuntura electoral que alenta­ban su respuesta positiva ante las urnas.25

2 5 Dado que el PRI no contaba con la mayoría calificada en la Cámara de Diputados, la reforma electoral de 1989-1990 requirió por primera vez del apoyo de alguno de los principales partidos de oposición, en este caso, del P A N . Un análisis de dicha reforma puede consultarse en Woldenberg, José, "Balance y reforma de la legislación electoral" en A. Aziz y .1. Peschard (coords.), Las elecciones federales de 1 9 9 1 , México, U N A M /

Porrúa, 1993, pp. 95-114. 2 4 Durante la campaña electoral de 1991, el PRI desarrolló una estrategia para la

recuperación del voto perdido en 1988; ésta consistió en armar una red de cooptación de votantes a partir del análisis de los resultados electorales previos, sección por sección. Véase P l a n N a c i o n a l E l e c t o r a l , C E N del PRI, s./f.

2 3 Estos incentivos provenían tanto del marco normativo, que daba más garantías

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3 5 2 ESTUDIOS SOCIOLÓGICOS X I I I : 38 , 1995

La confección del padrón electoral que se usaría en 1994 ocupó el centro de la atención electoral durante los dos años anteriores a la con­tienda presidencial, porque era un asunto que estaba en el corazón del cuestionamiento a la credibilidad de los procesos electorales.26

Aunque para el listado electoral de 1994 se utilizó como punto de partida el levantado en 1991, éste se sometió a una revisión completa con el fin de introducir la nueva credencial que ahora llevaría fotografía. A lo largo de todo ese tiempo, el Instituto Federal Electoral (IFE) desplegó una constante campaña publicitaria que subrayó el valor de uso de la creden­cial —como documento de identificación primero e instrumento electo­ral después—, lo cual rindió sus frutos, ya que no solamente se incrementó el padrón en nueve millones de electores, sino que este impulso se tradu­jo en una votación superior en once millones respecto de la registrada en 1991 y de más de 17 000 000 en relación con la de 1988. Esto significó que, en un lapso de seis años, la participación electoral prácticamente se duplicara (de 18 a 35 000 000) (cuadro 2).

Este despunte participativo de 1944 surgió de un grupo de la pobla­ción que anteriormente se abstenía de votar, aunque contaba con su cre­dencial de elector, y de otro que podríamos llamar de electores nuevos, que no estaban empadronados anteriormente. A diferencia de lo que ha­bía sucedido tres años antes, en 1994, la activación del electorado se ma­nifestó desde el momento mismo del empadronamiento (cuadro 2).

El notable incremento en la votación de 1994 responde también a las condiciones políticas que se presentaron en esa coyuntura, en especial al "jalón" competitivo entre partidos.27 Si bien es cierto que el candidato presidencial del PRI ganó sobre su más cercano seguidor con una ventaja significativa de 23 puntos porcentuales (50% sobre 2 7 % de la votación), su nivel de votación tuvo una caída generalizada en todo el país (cayó

para que se contaran los votos, como de las estrategias electorales que desarrollaron las maquinarias partidistas para la obtención del voto. Esto fue reconocido por Acción Na­cional y explicado como consecuencia de la aparición de un nuevo tipo de voto ciudadano. Véase Castillo Peraza, Carlos, "El voto ciudadano: el caso de Mérida en 1990" en Rafael Cordera Campos (comp.), L a nueva reforma política, México, El Nacional, 1991, pp. 27-34.

2 6 Desde la reforma de 1989-1990 se había aprobado la elaboración de la Cédula de Identificación Ciudadana que serviría de base para la elaboración del padrón electoral, pero, después de las elecciones de 1991, y de cara a las de 1994, los partidos de oposición se empeñaron en que se creara la credencial para votar con fotografía, lo cual obligaba a aplazar la construcción de la Cédula de Identificación porque era imposible contar con los dos documentos para la fecha de la elección.

2 7 Por regla general, la competencia entre partidos aumenta la participación electoral. Véase Huntington, S., J. M. Nelson, op. cit., pp. 3-50. Para el caso mexicano, Molinar, J , E l tiempo..., op. cit.

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once puntos porcentuales), al tiempo que el del flanco opositor alcanzó su nivel más alto de votación en la historia contemporánea (49.6%) (cua­dro 1, gráfica 2).

Por otra parte, el mosaico de partidos experimentó un acotamiento alrededor de las tres principales fuerzas partidistas (entre las tres se lleva­ron 88.8% de la votación emitida), lo cual rompió con la dispersión del voto opositor que caracterizó a toda la época de la reforma política, con la sola excepción de la elección presidencial de 1988, en la que se dio la conjunción de cuatro partidos alrededor de la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas.28

Este acotamiento permitió que solamente tres partidos capitalizaran el flujo participativo. De hecho, el incremento en la participación res­pecto de 1991 (de 11 381 352 votos) es semajante a los aumentos de votación que en ese mismo periodo registraron los tres principales par­tidos políticos, PRl, PAN y PRD, juntos (11 722 497). Esto implica que todos ellos se beneficiaron del impulso participativo y de la compactación del espectro de partidos; es decir, el florecimiento participativo no fue obra solamente de la movilización electoral del PRI en la medida en que ya existen otras fuerzas políticas capaces de movilizar eficazmente al electorado (cuadro 3).

Cabe también señalar que fue el PAN el partido que mayor ventaja sacó del aumento en el monto de participación electoral porque incre­mentó su base electoral en cerca de cinco millones de votos, aunque el PRD obtuvo el avance proporcional más fuerte, equivalente a 202.2% (cua­dro 3).29

Empero, si comparamos con la elección presidencial de 1988, resulta que el PRl alcanzó el mayor aumento de votación en 1994 gracias a que ya había repuntado en la elección intermedia de 1991 (subió cerca de cinco millones de votos): la convulsión política que provocó la elección de 1988 llevó a que de inmediato se introdujeran cambios significativos en el marco institucional de los comicios, cambios que provocaron una respuesta positiva de la población hacia las urnas (cuadro 3).

2 8 Durante los años de la reforma política, el espectro partidista se caracterizó por un movimiento constante de entrada de nuevos partidos y por los intentos de fusión de otros. En 1994, aunque no se abrió la convocatoria para el registro condicionado, que es el de más fácil acceso, nueve candidatos presidenciales hicieron campaña electoral, pero la verdadera disputa se concentró solamente en los respaldados por el PRI, P A N , P R D y, en un cuarto lugar bastante alejado, el PT, que postuló a una candidata a la presidencia con bastante arrastre.

2 9 Estas diferencias en las proporciones de aumentos en la votación del P A N y del PRD en 1994, respecto de 1991, se explican por el peso que tiene sobre el voto perredista la figura de Cuauhtémoc Cárdenas, que no jugó en la elección intermedia de 1991.

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Cuadro 3

Incrementos en las votaciones 1988-1994*

Año Votación total PRI PAN PRI)

1994/1988

1988 1991 1994 1994/1991

18 054 621 23 901 699 35 283 051 11 381 352

47.6% 17 228 430

95.4%

9 227 008 14013 628 17 175210 3 161 582

22.6% 7 948 202

86.1%

3 244 887 4 085 162 8 812 762 4 727 600

115.7% 5 567 875 171.6%

5 252 649** 1 896 226 5 729 541 3 833 315

202.2% 476 892

9.1%

* Las cifras son de las elecciones de diputados. ** Esta cifra corresponde a la suma de la votación de los partidos que se coaligaron

alrededor del cardenismo en 1988. Fuente: misma del cuadro 2 (cálculos de la autora).

III. Los incentivos institucionales y políticos de la participación electoral

En los últimos años, el análisis institucional ha recobrado un nuevo im­pulso a partir de que se ha probado que el diseño y el funcionamiento de las instituciones en sí mismos generan incentivos o desincentivos para los actores políticos, en la medida en que definen el contexto en que la política se desenvuelve.30 Dado que el sufragio es una forma de compor­tamiento político institucionalizado, resulta particularmente sensible a cambios en las leyes y procedimientos institucionales.31

Si partimos de la consideración de que en México, hoy, las cifras electorales reflejan ya el sentir de los ciudadanos en términos generales, y que el elector es un ser racional que actúa en función de la búsqueda de mayores beneficios al menor costo posible,32 se puede explicar el des­punte participativo en 1994 a partir de las modificaciones que experi-

3 ,1 Los incentivos que crean las instituciones no solamente impulsan la participación política, sino que pueden estimular la construcción de un régimen democrático. Cf. Mainwaring, Scott, "Presidentialism, Multipartism and Democracy", Comparative P o l i t i c a l Studies, vol. 26, num. 2, julio de 1993.

3 1 De hecho, se afirma que cuando las instituciones políticas se alteran, la participación electoral se modifica. Cf. Jackman, Robert W., op. cit., p. 416.

3 2 De acuerdo con el planteamiento del actor racional de Downs, Anthony, The Economic Theory of Democracy, Nueva York, Harper and Row, 1957.

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mentaron el marco normativo (particularmente en lo relativo a la confec­ción del padrón electoral) y las condiciones de la competencia, las cuales sirvieron de acicate para la asistencia a las urnas.

1. L a s p r o v i s i o n e s l e g a l e s s o b r e la organización e l e c t o r a l

Estudios empíricos han mostrado una relación entre los niveles de parti­cipación electoral y las leyes que regulan tanto el empadronamiento como la organización toda de la elección, ya que éstas pueden facilitar o difi­cultar el acto de votar. De hecho, mientras más tiempo y energía se re­quieran para el registro electoral, menor será la afluencia a las urnas.

En los países donde el registro electoral no es automático, sino que requiere del esfuerzo y la voluntad de los ciudadanos, los requisitos para registrarse electoralmente afectan la valoración del voto que hace el ciudadano: procedimientos para el registro (permanente o periódico), plazos para hacerlo (¿qué tan cercano al día de la jornada electoral es el límite para empadronarse?), acceso a los módulos de empadronamiento en términos físicos y de tiempo (horario de registro en días hábiles y/o en fines de semana).33

En 1994, la mecánica del empadronamiento, las formas de su verifi­cación, la conformación de las mesas de casilla, los procedimientos para obtener resultados inmediatos y la amplia difusión que tuvieron todas las distintas fases del proceso dieron mayor significado al voto, porque se redujo la desconfianza en esa herramienta electoral permitiendo que los electores se concibieran como actores capaces de influir en la conforma­ción del gobierno.34

En primer lugar, el registro electoral se encaminó no sólo a la obten­ción de un documento para ejercer un derecho ciudadano, sino a uno de identificación oficial (la credencial sería reconocida como tal); en segun­do lugar, se ofrecieron amplias facilidades para el empadronamiento y en el curso del proceso se extendieron las fechas para lograrlo.35 Además, el empadronamiento fue supervisado por la Comisión de Vigilancia, inte-

3 3 Véase Kelley, S„ R. E. Ayres y W. G. Bowen, "Registration and Voting...", op. c/'í.,p.363.

3 4 Uno de los elementos que ha probado relacionarse positivamente con la participación electoral es que el elector se conciba a sí mismo capaz de influir sobre los actos del gobierno, es decir, que se piense políticamente eficaz, aun cuando eso tenga poco que ver con la posibilidad real de influir en el resultado electoral, porque se trata de un voto entre varios millones. Véase Teixeira, Ruy, Why Americans D o n 't Vote, Nueva York, Greenwood Press, 1987, p. 20.

3 5 El proceso de empadronamiento duró del 17 de noviembre de 1992 al 12 de junio

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grada por los diferentes partidos políticos, y se sometió a 36 auditorías, incluyendo una externa, la cual fue vigilada por un Consejo Técnico del Padrón.36

Por otro lado, la composición de las mesas de casilla fue producto de una doble insaculación (sorteo) que redujo sensiblemente la posible ma­nipulación del gobierno sobre la emisión del voto; además, se instalaron en el territorio nacional cerca de 40 000 casillas más que en 1988, para acercar las urnas al votante.37

Quizá el cambio que más contribuyó a inyectar credibilidad a las elec­ciones fue la rapidez con que se obtuvieron los primeros resultados que marcaron las tendencias definitivas del voto, gracias a la participación de asociaciones sociales que realizaron conteos rápidos y una encuesta a la salida de casilla, y a que por primera vez la autoridad difundió resultados preliminares la misma noche de la elección.

El hecho de que las elecciones federales en México se regulen por una sola legislación, permite que las novedades normativas y de procedi­mientos que se introdujeron en la contienda de 1994 tuvieran un efecto sobre la participación electoral que se extendió sobre las diferentes enti­dades de la República.

2. L a distribución de l a participación e l e c t o r a l

La votación registrada en 1994 fue sorprendente no sólo por su elevada proporción, sino por la homogeneidad con que se distribuyó por todas las entidades federativas y en magnitudes semejantes, trazando una ver­dadera ola participativa. De hecho, la variación (desviación estándar) entre los porcentajes de participación en los distintos estados fue sola­mente de 5.2 puntos. Empero, al comparar esta distribución de la partici­pación con la de las dos eleccicnes anteriores se observa que en 1988 su

de 1994, cuando se cerró el plazo para recoger las credenciales con fotografía. La ubica­ción de los módulos para hacerlo se hizo asegurando que ningún ciudadano tuviera que desplazarse a más de 5 km de su domicilio. Véase Credencial p a r a volar con fotografía. Un esfuerzo de todos, IFE , 1994, pp. 21-25. Cuando el cierre del empadronamiento se extiende lo más cercano a la jornada electoral, se estimula la participación porque permite que incidan las campañas ya en marcha. Cf. Kelley, S., R. Ayres y W. Bowen... op. cit., p.367.

1 6 El Consejo Técnico del Padrón estuvo formado por once especialistas de alto nivel profesional. Cf, Credencial p a r a votar... op. cit., p. 14.

" En 1988 se instalaron, en números redondos, 50 000 casillas electorales, mien­tras que en 1991, con un padrón electoral más pequeño, se instalaron 88 000, y en 1994, 94 000.

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distribución fue igualmente homogénea (variación de 5.0 puntos por­centuales) y que sólo en 1991 tuvo una dispersión ligeramente mayor (7.8 puntos) (cuadro 6, gráfica 1). Para decirlo de otra manera, los diver­sos niveles de participación de las últimas tres contiendas electorales se han repartido con relativa uniformidad entre las distintas entidades -federativas.

A partir de estos repartos de la participación electoral es posible cla­sificar a las entidades federativas en tres grupos: a) las que tienen regu­larmente un nivel alto de participación, b) las de un nivel promedio y c) las de uno relativamente bajo. Esta clasificación nos permite ver que la respuesta de la población frente a las urnas en los diferentes estados de la República es bastante volátil de elección a elección. De ahí que, considerando las últimas tres elecciones federales, solamente tres enti­dades (Distrito Federal, Querétaro y Tlaxcala) se ubiquen como sistemá­ticamente participativas; sólo cuatro, Puebla, Sinaloa, Veracruz y Zacatecas, registren regularmente un nivel medio de afluencia a las ur­nas, y tres más (Coahuila, Guerrero, Oaxaca) se definan como escasa­mente participativas (cuadro 4).

Dicho de otra manera, sólo diez de las 32 entidades federativas han tenido un comportamiento constante frente a las urnas desde el parteaguas de 1988 a la fecha y el resto se ha caracterizado por su volatilidad, y ello obedece a las modificaciones que se han dado en las instituciones electo­rales durante los últimos seis años.

Algo que distingue al caso de 1994 respecto de sus dos antecesores es que la distribución bastante uniforme de la participación entre los di­ferentes estados se acompaña de un reparto relativamente uniforme de las preferencias electorales. En 1988, la votación nacional del PRI fue equivalente a la de 1994 (50%), pero su distribución por todo el país fue entonces claramente de tipo bimodal,38 y con una enorme polariza­ción (en Chiapas, el PRI obtuvo 89.9% de los votos, mientras que en Michoacán sólo alcanzó 26.4%. Este contraste se redujo en 1991 y se estrechó todavía más en 1994, cuando la diferencia entre la votación más alta y la más baja del PRI ya no fue de 60 puntos, sino solamente de 20 (62.4% en Hidalgo frente a 40.6% en el Distrito Federal) (gráfica 2).

3 8 La votación del P W en 1988 se distribuyó de manera bimodal por todo el país, es decir, no se concentró alrededor de los distritos con votación priista promedio, sino en los polares, donde obtuvo proporciones particularmente altas (más de 80%) y donde obtuvo votaciones bajas (entre 20 y 30%). Véase Molinar, Juan, "El lecho de Gauss o la Campana de Procusto" en Cuadernos de Nexos, marzo de 1989 y Báez Rodríguez, Francisco, "Las piezas perdidas" en Arturo Sánchez (comp.), Elecciones a debate, 1 9 8 8 , México, Diana, 1994, pp. 19-35.

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3 6 0 ESTUDIOS SOCIOLÓGICOS XIII: 38 , 1995

Como consecuencia de lo anterior, la presencia de la oposición en 1994 (entendida como la de los dos principales partidos, PAN y PRD), tam­bién se distribuyó más uniformemente por todo el país. De tal suerte, mien­tras en 1988 las dos principales fuerzas opositoras absorbieron 7 1 % de los votos en Michoacán y sólo 9.7% en Chiapas, en 1994 la diferencia­ción se compactó, quedando con 50.5% en Michoacán y 31 .5% en Hidal­go y Zacatecas (de 60 puntos de diferencia, disminuyó a menos de 2 0 puntos) (cuadro 5, gráfica 3). Para decirlo de otra manera, la elevada par­ticipación registrada en la elección presidencial de 1994 se exten­dió por todo el país de la misma manera en que lo hicieron los apoyos a los principales partidos políticos.39

De las seis entidades que se colocaron como altamente participativas en 1994, tres registran un rango bajo de votación del PRJ, dos un rango medio, y una última, uno elevado. Por otra parte, cuatro tienen un perfil bipartidista (Jalisco, Aguascalientes, Guanajuato y Querétaro), mientras dos más se perfilan como tripartidistas, aunque con peso opositor muy diferente (Distrito Federal y Tlaxcala) (cuadros 4 y 5). Las nueve entida­des que aparecen como relativamente abstencionistas, y son en su gran mayoría de disposición bipartidista40 (con la excepción de Nayarit), no permiten establecer relación alguna con el desempeño del PRI, ya que en tres de ellas el nivel de votación del tricolor fue alto, en otras tres fue medio y en las tres restantes fue bajo.

Dado que una de las hipótesis de este trabajo es que la participación electoral en México ha dejado de definirse en función de la capacidad de movilización del partido del gobierno, para empezar a responder a los estímulos del escenario político e institucional de la coyuntura, explora­remos la relación entre la participación electoral y dos variables políticas: el incremento en el registro de electores, que si bien habla del efecto del sistema electoral también lo hace de las estrategias de las diferentes ma­quinarias partidarias para atraer a los votantes,41 y el nivel de competen­cia interpartidaria.

3 9 Aunque en 1988 el candidato presidencial del PRI perdió en cinco estados y en 1994 no perdió en ninguno, su nivel de votación sufrió una disminución generalizada. Mientras en 1988 el PRI obtuvo menos de 50% en ocho entidades, en 1994 lo hizo en nueve de ellas (gráfica 2).

4 0 A pesar de que desde 1988 la disposición electoral en la esfera nacional se ha venido definiendo como tripartidista, las diferentes entidades federativas, particularmente aquellas en las que la oposición ha logrado conformar una opción política, el espectro es bipartidista, es decir, uno de los dos principales partidos de oposición absorbe el grueso del voto de esa ala.

4 1 Dado que actualmente los resultados de las elecciones reflejan no solamente el trabajo de cooptación del voto del PRI, sino del resto de los partidos políticos, y que el

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Cuadro 5

Datos electorales de 1994 (porcentaje)*

Entidad Votación PRI PAN PRD

Aguascalientes 80.4 48.0 35.9 8.7 Baja California 78.2 50.6 36.7 7.8 Baja California Sur 77.9 57.2 33.3 5.4 Campeche 76.4 56.0 6.4 21.3 Coahuila 67.2 51.0 29.3 11.4 Colima 78.4 55.3 25.9 12.6 Chiapas 66.7 49.6 0.9 33.2 Chihuahua 75.1 59.6 28.4 5.8 Distrito Federal 82.4 40.6 27.3 21.4 Durango 73.4 51.7 25.2 9.0 Guanajuato 83.8 54.7 30.5 8.6 Guerrero 66.2 49.8 9.5 34.3 Hidalgo 76.2 62.4 16.6 14.9 Jalisco 83.2 44.6 41.8 7.7 Estado de México 78.9 46.6 25.9 18.5 Michoácan 77.5 44.9 15.2 35.3 Morelos 75.7 52.4 20.6 19.4 Nayarit 69.1 59.4 16.3 16.4 Nuevo León 78.6 49.2 41.5 2.3 Oaxaca 70.9 53.5 12.6 27.3 Puebla 76.8 52.5 27.0 14.0 Querétaro 82.9 59.1 30.1 5.1 Quintana Roo 70.3 55.6 27.3 12.2 San Luis Potosí 73.7 61.1 25.1 8.8 Sinaloa 77.2 54.5 28.9 13.2 Sonora 76.0 48.3 32.8 13.5 Tabasco 77.9 58.6 5.7 33.0 Tamaulipas 77.5 50.9 23.5 15.3 Tlaxcala 80.5 55.2 22.6 14.6 Veracruz 75.5 54.3 15.2 23.3 Yucatán 68.9 54.3 40.9 2.7 Zacatecas 75.8 61.4 21.9 9.6 Total 77.2 50.2 25.8 16.8

* Datos para la elección de diputados. Fuente: Cómputo distrital, IFE.

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Como ya vimos, la lista nominal de 1994 (listado de los electores con credencial con fotografía) registró un incremento respecto de la de 1991 equivalente a 24.6%, en tanto que el nivel de participación electo­ral creció 47.6 por ciento. En quince de los 20 estados del país, donde la asistencia a las urnas alcanzó un nivel por encima del promedio de par­ticipación nacional (77.2%), también se dio un aumento en el empadro­namiento por encima del incremento nacional promedio. Dicho de otra manera, el movimiento en la votación está asociado al que se dio en el padrón electoral (gráfica 4).

Por otra parte, en catorce de esos 20 estados con aumento en la parti­cipación electoral por encima de la inedia nacional, el PRI obtuvo aumen­tos en su votación superiores a su promedio nacional (Baja California Sur, Coahuila, Colima, Chihuahua, Durango, Hidalgo, Estado de Méxi­co, Morelos, Nayarit, Nuevo León, Queretaro, Quintana Roo, Tabasco y Tamaulipas), en cambio, solamente en seis de ellos los dos partidos de oposición lograron votaciones arriba de su promedio nacional. De tal suer­te, únicamente en Aguascalientes, Guerrero, Jalisco, Estado de México, Nuevo León y Sonora el aumento en la participación se relacionó con el avance de los dos partidos opositores más importantes.

A pesar de que el PRI ha dejado de ser el motor único de la moviliza­ción electoral porque ya comparte esa tarea —cuando menos con los otros dos principales partidos políticos—, la asistencia a las urnas todavía si­gue siendo impulsada de manera importante por aquél,4 2 de ahí que los estados en donde más se ha desgastado la maquinaria electoral priista frente a la oferta cardenista, en las últimas dos elecciones presidenciales (Michoacán en 1988 y Chiapas en 1994), registren en esas fechas niveles de participación especialmente bajos (cuadro 4).

La hipótesis de que las nuevas condiciones en las que se desarrolló el empadronamiento en 1994 fueron incentivos para los electores se confir­ma al observar que la correlación que existe entre el crecimiento de la lista nominal de 1994 respecto de la de tres aflos antes, y el crecimiento de la votación en las 32 entidades federativas del país, es estadísticamente

empadronamiento es un acto voluntario, la labor de los partidos políticos también incide sobre el empadronamiento.

4 2 Dada la imbricación del PRI con el gobierno, al hablar de la capacidad de movilización electoral del partido del gobierno estoy considerando que el gobierno ha desempeñado un papel importante en el mantenimiento de dicha capacidad. En las tres últimas elecciones, el voto en México ha tenido una carga plebiscitaria, de juicio frente a la gestión gubernamental en turno. Véase Domínguez, J. y J. McCann, "The Construction of Partisan Cleavages in the 1988 and 1991 National Elections" en A r n u a l M e e t i n g ofthe A m e r i c a n P o l i t i c a l Science Association, Chicago, del 3 al 6 de septiembre de 1992.

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significativa (.4268); vale decir, muestra un nivel de asociación impor­tante (cuadro 6).

Cuadro 6

Correlaciones de tres variables y la participación electoral en 1994

Variables Casos Media Desv. est. Correlación

Cree, lista nom. 32 28.57 11.02 .4268* Cree, votación 32 54.00 21.84 Núm. de part. (NP) 32 1.7 .28 .1545 Participación 32 76.18 5.27 M.V.PRI/PAN 32 .27 .11 .3398 Participación 32 76.18 5.27 M.V.PRI/PRD 32 .36 .11 .1353 Participación 32 76.18 5.27

Significancia*.01.** .001 Fuente: Cómputo distrital, IFE , 1994 (cálculos de la autora).

Con el fin de probar si la competencia electoral incidió sobre la ele­vada participación de 1994, es decir, si existe alguna correlación entre la competencia interpartidaria y la participación electoral en 1994, utiliza­mos dos fórmulas para calcular dicha competencia: el índice de número de partidos (NP), elaborado por Juan Molinar, que busca identificar al número de partidos que efectivamente cuentan en la configuración de un sistema de partidos, y el de margen de victoria (MV), que mide la distan­cia entre el partido ganador y su contrincante más cercano.43

En 1994 el número de partidos (NP) promedio fue de 1.7, lo cual indica que sigue habiendo un partido dominante, pero ya se anuncia cier-

(2P,2)-P? 4 J El índice del número de partidos (NP) de Juan Molinar NP = 1 + N

XP2

es particularmente útil para el caso mexicano porque cuenta al partido ganador de manera diferente al resto de los partidos; además no es excesivamente sensible a los pequeños. Véase "Counting the Number of Parties: An Alternative Index", A m e r i c a n P o l i t i c a i Science Review, vol. LXXXV, 1991, pp. 1 383-1 391. El margen de victoria se calcula al restar a la votación del partido ganador la del segundo lugar y dividirlo entre el total de los votos emitidos: MV = vi - v2/T. Véase Valdés, Leonardo, Las consecuencias políticas de las reformas electorales en México, 1 9 7 8 - 1 9 9 1 , tesis de doctorado en ciencias sociales, El Colegio de México, 1993.

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ta competencia (es prácticamente un sistema de partido y tres cuartos). Además, en siete entidades federativas sí se dieron condiciones claras de competencia que se traducen en un índice NP de 2.0 o más (gráfica 5). Sin embargo, el índice de correlación entre el NP y la participación electo­ral es baja (. 1545), a diferencia de lo que sucede con el margen de victo­ria PRI/PAN, que se ve más asociado a la participación electoral (.3398) (cuadro 6).

En suma, si durante la época de la hegemonía priista la asistencia a las urnas se explicaba en función de un factor principal —la capacidad movilizadora del partido del gobierno—, en la actualidad, cuando éste ya no puede concebirse como el representante exclusivo del conjunto de la sociedad, los factores político-institucionales del contexto en que se de­sarrolla una elección representan un papel importante en la dinámica del comportamiento electoral.

IV. A manera de conclusión: la participación electoral en un contexto de cambio

A partir de la elección presidencial de 1988, considerada como un parteaguas en la historia político-electoral contemporánea de México, la participación en las elecciones federales ha crecido a lo largo y ancho de todo el país. Entonces resulta pertinente preguntarse qué tanto esta ten­dencia es solamente producto de la fase de transición por la que está atra­vesando la vida política mexicana, y, por lo tanto, si no será un rasgo característico de la arena electoral en el futuro o si es un dato que se convertirá en una constante, cuando menos durante cierto tiempo.

Los profundos cambios que han experimentado la sociedad y la política mexicanas en el último decenio han tenido un fuerte efecto so­bre el campo electoral. La sociedad ha transformado su fisonomía para convertirse en mayoritariamente urbana, expuesta a las influencias no sólo de la comunidad o de la esfera de acción inmediata del individuo, sino de la vida política nacional. Por su parte, el sistema político posrevolu­cionario se ha desgastado y ha perdido eficacia política y bases de legiti­midad en gran medida porque no ha podido adecuarse a los cambios que ha tenido la sociedad.

Este desfase del sistema político respecto de la sociedad ha coloca­do en el centro del debate político al momento electoral que es el eje de la continuidad de un régimen, pues es ahí donde se prueba la vigencia de reglas aceptadas sobre los mecanismos de la transmisión del poder; es decir, es ahí donde se puede poner en duda las bases de legitimación de un régimen.

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De hecho, las elecciones en México han cobrado gran centralidad política porque han devenido espacios tanto para la expresión del con­flicto político como para el cuestionamiento de la actuación guberna­mental, lo cual ha llegado a encontrar un gran eco entre una opinión pública que se encuentra más activa.44

En este contexto, la participación electoral ya no es solamente una expresión del arreglo corporativo-clientelar del PRI, porque el voto ya no es, al menos privilegiadamente, una herramienta de intercambio político, sino un instrumento para que los ciudadanos expresen sus opiniones y preferencias. De ahí que un nivel alto de participación ya no se asocie a entidades de escaso desarrollo económico, como sucediera en la época de la hegemonía priista. El Distrito Federal, Jalisco y Aguascalientes, los primeros escalones del desarrollo del país, tienen altos rangos de vota­ción, mientras que los estados en el límite de la marginación económica, como Chiapas, Guerrero y Oaxaca, tienen bajos niveles de asistencia a las urnas. En los primeros, la presencia de la oposición ha generado con­diciones de competencia política, que ha ido aparejada de una elevación en la participación electoral. En cambio, en los estados de menor nivel de desarrollo económico la caída del predominio electoral del PRI y el avan­ce de la oposición no ha podido traducirse en una elevación de la asisten­cia a las urnas.

La alta participación electoral en 1994 tiene que ver con la cantidad de elementos novedosos que aparecieron conjuntamente en el escenario político-institucional durante ese año, los cuales generaron una sobrecar­ga valorativa del sufragio.

La amenaza de la guerra, pero la pronta respuesta pacificadora del gobierno (reforma electoral de emergencia, oferta política renovada a tra­vés del debate televisivo entre los principales candidatos presidenciales), aunada a las expectativas edificadas a lo largo de todo un sexenio en rela­ción con la posibilidad de impulsar el cambio político por la vía electoral, otorgaron mayor sustancia al voto.

Los datos electorales sugieren que la población en las diferentes zo­nas del país reaccionó favorablemente ante la reivindicación de ese bien colectivo que es el sufragio.

Por otra parte, el hecho de que el campo electoral haya devenido terreno de impugnación al gobierno y a su control sobre la organización

4 4 De hecho, uno de los elementos nuevos en el panorama político de México es la existencia de una opinión pública que, como señala Soledad Loaeza, ahora cuenta en el equilibrio político. Véase "Political Liberalization and Uncertainty in Mexico" en Cook, M. L„ K. Middlebrook y J. Molinar, (eds.), The Politics of Economic Restructuring, San Diego, Center forU.S.-Mexican Studies, UCSD, 1994, p. 112.

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de los procesos comiciales provocó que éste hiciera del llamado a las urnas un objetivo político central. Desde la perspectiva del gobierno, al­canzar una alta participación compensaba el cuestionamiento de los par­tidos de oposición y mostraba su renovada capacidad de convocatoria. Desde la óptica de los partidos de oposición, incrementar la participación electoral significaba la condición necesaria para impulsar el desarrollo de un voto libre, con potencial para quebrar el control oficial sobre el re­cuento del sufragio.

En 1994, los esfuerzos del gobierno mexicano por contar con un pa­drón que tuviera una amplia cobertura nacional y por llevar a cabo un proceso electoral que diera garantías a los electores de que su voto contaría y se contaría, fueron una exigencia tanto de los partidos de opo­sición y los organismos no gubernamentales de defensa de los derechos humanos como de la propia situación de inestabilidad política.

Todos los incentivos legales y políticos que el sistema electoral ofreció en la coyuntura de 1994 tuvieron un efecto positivo en la par­ticipación de los ciudadanos en las urnas, pero además marcaron un hito en el trayecto de la reforma electoral en el país al dejar establecida la exigencia de la legitimidad de origen del poder, que actualmente no pue­de ser otra que la de las urnas.

Recibido en enero de 1995 Revisado en abril de 1995

Correspondencia: El Colegio de México/Camino al Ajusco 20/Col. Pedregal de Santa,Teresa/C.P. 10740/México, D.F./Fax 645 04 64.