JAMAS TAN CERCA ARREMETIO LO LEJOS

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    MEMORIA

    Licenciatura en Política Social

    ICO-UNGS

    JAMÁS TAN CERCA ARREMETIÓ LO LEJOS1 

    La política indígena en la Argentina contemporánea: tres experiencias en la

    Provincia del Neuquén

    Estudiante: Gisela María Jauré

    Directora: Daniela Soldano

    Julio de 2010

    1 Verso extraído del poema “Los nueve monstruos” de César Vallejo

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    II. Primera Parte

    1. La cuestión indígena en la Argentina

    En los orígenes del Estado Argentino la población indígena se encontraba dividida

    entre aquellos que habían estado sometidos a la sociedad colonial y que cuyo

    sometimiento tuvo como consecuencia la desaparición de la mayor parte de su

    población a causa de las guerras, las epidemias y la sobreexplotación, y aquellos de

    las regiones del Chaco, la Pampa y la Patagonia que habían sobrevivido en las

    márgenes del sistema colonial.

    Durante la primera etapa de formación del Estado Argentino y hasta fines del siglo XIX,

    la cuestión indígena refirió principalmente a la territorialización del Estado debido a la

    necesidad de incorporar los territorios de Patagonia, Pampa y Chaco a la Nación

     Argentina. Luego, una vez colonizados dichos territorios, la cuestión pasó a ser la de la

    incorporación de las poblaciones indígenas a la sociedad nacional. La respuesta oficial,

    lejos de atender a la diversidad cultural, fue la de transformar al indígena en un ser

    civilizado. Este fue el proyecto de liberales reformistas, que a principios de siglo

    consideraban al indígena un “incapaz”, de gobiernos peronistas que en su plan

    quinquenal promovían la “incorporación del indígena por la acción directa del Estado”, y

    de desarrollistas que promovían procesos de aculturación dirigida. Con algunos

    matices, la política indígena se caracterizó durante gran parte el siglo XX, hasta la

    reforma constitucional de 1994, por intentar integrar a los indígenas a través de la tutela

    estatal promoviendo el abandono de sus modos tradicionales de vida.

    La integración del indígena a la sociedad nacional, sin embargo, no fue exitosa. Los

    derechos universales proclamados por la Nación Argentina con el objetivo de

    homogeneizar a la población de criollos, indígenas e inmigrantes transatlánticos, bajo

    un mismo conjunto de derechos, tuvieron un alcance limitado para con las poblaciones

    originarias. Los indígenas, expulsados de sus territorios ancestrales y de sus modos de

    vida, y desarticulados como pueblos, no pudieron acceder a una ciudadanía plena,

    persistiendo entre ellos altos niveles de pobreza y marginalidad. Las políticas

    indigenistas que tuvieron como objetivo la integración de las poblaciones indígenas a la

    sociedad nacional, como afirma María Teresa Luiz (2005), “además de ser etnocidas,

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    fueron bastante ineficaces incluso en los términos de sus objetivos declarados”.

     A continuación realizaremos un repaso por la historia de la relación del estado

    argentino con las poblaciones indígenas. En primer lugar, referiremos brevemente a los

    antecedentes de la conquista y colonización del territorio argentino, con el objetivo dedar cuenta de la situación en la que se encontraban las poblaciones indígenas al

    momento de la formación del Estado Nación. En segundo lugar, desarrollaremos la

    conquista de los territorios de indios en la Pampa, la Patagonia y el Chaco, como una

    estrategia del Estado Nación por controlar los territorios y expandir de este modo la

    frontera agropecuaria. En tercer lugar, presentaremos las políticas indigenistas de los

    tres primeros cuartos del siglo XX, que tuvieron como objetivo integrar a la población

    indígena - como mano de obra, de acuerdo a las estrategias productivas imperantes-

    mediante estrategias de aculturación de dicha población. Por último, desarrollaremos lo

    que significó el retorno a la democracia en al década de 1980 y los procesos que dieron

    lugar a la incorporación de los derechos indígenas en la Constitución Nacional de 1994.

    a) La conquista y el periodo colonial

    El período colonial en el territorio de lo que luego sería la Nación Argentina se extendió

    desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII y significó para los “indios de paz” -o población

    indígena sometida- la reducción de su población a una décima parte de la original a

    causa de las guerras, las epidemias, el exceso de trabajo y los malos tratos; y la

    desestructuración total de la sociedad indígena sobreviviente debido a la pérdida

    progresiva de sus tierras, su sistema económico-social, y sus autoridades tradicionales.

    Por su parte, los “indios de guerra” -indígenas de las regiones de Pampa, Patagonia y

    Chaco– sobrevivieron en las márgenes del sistema colonial y recién en la etapa

    republicana fueron incorporados (territorios y población) a la sociedad nacional (S.

    Palomeque, 2000)

    Las expediciones que llegaron al territorio de la actual república Argentina – 

    considerado como pobre y de frontera al momento de la conquista – fueron dos: la que

    ingresó por el Río de la Plata y la que ingresó por el Tucumán y Cuyo.

    La llegada de los españoles al Río de la Plata tenía como principal objetivo encontrar

    un camino que uniera el Perú con el Océano Atlántico, en un intento de encontrar una

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    vía más directa y segura para transportar las riquezas recientemente descubiertas en el

    Perú hacia Europa (J.L. Romero, 2004). El avance de los conquistadores en este

    territorio se logró gracias a la alianza con los guaraníes a los que proveían apoyo en su

    enfrentamiento con los guaycurúes (S. Palomeque, 2000).

    En Tucumán y Cuyo por su parte, la historia de la conquista se inició con el ingreso de

    los españoles acompañados por un linaje inca, utilizando sus caminos y

    aprovisionándose de sus depósitos. En términos generales, afirma Silvia Palomeque

    (2000), los grupos indígenas que se aliaron a los españoles en estas gobernaciones

    fueron los mismos que anteriormente eran aliados de los incas, y ellos también

    participaron en la “conquista” de aquellos pueblos con los que se venían enfrentando

    desde el período incaico.

    Las expediciones en ambos territorios eran costeadas por los propios conquistadores a

    quienes, una vez conseguido el objetivo, la corona entregaba la encomienda de

    territorios e indios, convirtiéndolos de este modo en vecinos encomenderos.

    El período de conquista militar en ambas gobernaciones, a pesar de las alianzas con

    los indígenas, se extendió hasta la última década del siglo XVI. El carácter privado de

    la misma y principalmente su extensión en el tiempo hizo que el poder de los

    conquistadores devenidos en encomenderos creciera en este territorio mucho más que

    en el resto del Perú, en donde el poder encomendero fue limitado a mediados del siglo

    XVI por sucesivas reformas cuyo principal objetivo fue el de garantizar la reproducción

    de la población indígena bajo determinadas condiciones para su explotación en

    beneficio de toda la economía española y no solo de los encomenderos. Dichas

    reformas consolidaron la existencia de dos tipos de territorios: la tierra española y la

    tierra indígena, manteniendo a la población indígena en sus tierras sin intervención

    española directa en sus formas de producción y organización y manteniendo los

    cacicazgos aunque debilitados por la existencia de la iglesia y el cabildo en los pueblos

    de indios. A cambio, los caciques organizaban la entrega del tributo y de la mita (un

    porcentaje de los hombres adultos que salía de la comunidad durante un período de

    tiempo a brindar servicio en las tierras españolas).

    Como dijimos, en el caso del territorio argentino, la dependencia de la corona de la

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    acción militar de los encomenderos hizo imposible la aplicación de dichas reformas, lo

    que signó el destino de sus poblaciones originarias: desaparición de la mayor parte de

    la población -ya sea por la muerte o por el abandono del territorio en busca de una

    menor explotación- y desestructuración de las sociedades sobrevivientes.

    Una vez finalizado el período de conquista los requerimientos militares no cesaron ya

    que en los valles calchaquíes la guerra se extendió hasta 1660, como así también los

    enfrentamientos con portugueses y con los “indios de guerra”, principalmente en el

    Chaco (S. Palomeque, 2000). La incesante actividad militar durante el siglo XVII

    consolidó el poder de los encomenderos quienes lograron en todo momento negociar la

    aplicación de las políticas de la corona. Una de las más importantes políticas que

    intentó aplicar la corona en estas tierras fueron las ordenanzas de Alfaro, cuyo principal

    objetivo era eliminar el servicio personal de los indígenas, el cual era sinónimo de

    explotación, esclavitud y desestructuración de la familia y la sociedad indígena. Por otro

    lado, las ordenanzas referían a los indígenas recién evangelizados –guaraníes no

    encomendados- quienes quedaban exentos del pago de tributo durante los primeros

    diez años y no podían ser encomendados salvo autorización en contrario de la corona.

    Esto permitió que desde 1610 hasta 1767 los jesuitas fundaran 22 reducciones donde

    habitaban cerca de 90.000 guaraníes (S. Palomeque, 2000).

    Las ordenanzas de Alfaro, pese a la oposición de los encomenderos, significaron el fin

    del servicio personal en las tierras españolas y la vuelta de los indígenas a los pueblos

    de indios, además de representar un reconocimiento de la propiedad indígena sobre

    dichas tierras. Sin embargo su efectiva aplicación dependió en cada caso de la

    capacidad de los caciques –a menudo apoyados por jesuitas y franciscanos -para

    hacer valer las ordenanzas frente al poder para manipular el orden legal de los

    encomenderos. De este modo, los pueblos de indios de Jujuy, algunos de Santiago del

    Estero y aquellos que no fueron desterrados de los valles calchaquíes, lograron retenersus tierras, su sistema productivo y sus autoridades tradicionales a fuerza de hacer

    valer las ordenanzas frente a los intereses de sus encomenderos. Para el resto de los

    casos, hubo un despoblamiento general de los pueblos de indios y, como afirma Silvia

    Palomeque (2000), esa población indígena sin tierra ni pueblo en el futuro no podrá ser

    distinguida del resto de los pobres rurales o urbanos no indígenas con los cuales se fue

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    mestizando.

    b) La formación del Estado Argentino y la cuestión de las fronteras

    La independencia significó para los “indios de paz” el fin de la explotación del

    encomendero, aunque esto no implicaría cambios reales en su posición relativa en la

    sociedad nacional. Para los “indios de guerra” significó la colonización –esta vez por

    parte del Estado- de los territorios libres, la muerte en los enfrentamientos y la

    asimilación de la población sobreviviente.

    Como afirman Briones y Carrasco (1996), a pesar de que “la Junta Provisional de las

    Provincias Unidas del Río de la Plata ordenó la abolición del tributo que los indígenas

    pagaban a la corona”, “la asamblea del año XIII declaró que los indígenas eran

    hombres perfectamente libres y en igualdad de derechos de todos los demás

    ciudadanos” y el Congreso de la Nación, al declarar la independencia en 1816, sostuvo

    que los indígenas “gozarán de las mismas preeminencias y serán regidos por las

    mismas leyes” que la población nacional, en la medida en que la población indígena no

    sometida se constituyó en un obstáculo a la territorialización del Estado -en tanto

    imposibilitaba el acceso a las tierras- la igualdad de derechos se convirtió en un punto

    conflictivo. De esta manera, la Constitución de 1853 declaró que una de las funciones

    del Congreso era la de convertir a los indígenas al catolicismo en una Nación que

    declaró en el mismo acto constitutivo la libertad de culto.

    La Constitución declaró, además, que correspondía al Congreso de la Nación proveer a

    la seguridad de las fronteras y conservar el trato pacífico con los indios. Desde

    entonces y hasta 1878 el tema de las fronteras interiores fue abordado a través de

    diversas estrategias civiles y militares. Dichas estrategias, sin embargo, no dieron el

    resultado esperado, hasta que en el último cuarto del siglo XIX, la cuestión adquirió

    mayor gravedad frente a la crisis en la que se encontró sumida la Argentina derivada,

    entre otros factores, de los límites productivos a los que había llegado el país, y en la

    cual los indígenas representaban un obstáculo para el desarrollo nacional debido a la

    ocupación efectiva de territorios aptos para la expansión agropecuaria (E. Masses,

    2000). En este contexto, el problema de las fronteras interiores pasó a ocupar un lugar

    fundamental en la agenda del gobierno del Dr. Nicolás Avellaneda.

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    “La cuestión fronteras es la primera cuestión para todos, y hablamos incesantemente

    de ella aunque no la nombremos” (Discurso del presidente Nicolás Avellaneda, Cámara

    de Senadores, 1875)2.

    Es Avellaneda – con el asesoramiento de su Ministro de Guerra, Julio A. Roca- el queopta, no ya por la guerra ofensiva contra las tolderías, sino lisa y llanamente por la

    ocupación del territorio indio. El enemigo, afirma el Presidente Avellaneda, no es el

    “indio” sino el desierto:

    “La guerra es contra el desierto para poblarlo y no contra el indio para exterminarlo”

    (Discurso del presidente Nicolás Avellaneda, Cámara de Senadores, 1875)3.

    Solo que el desierto no estaba desierto, sino poblado por indígenas, que muchas veces

    resistieron a la ocupación y fueron exterminados. La política estatal llevada adelante

    por este gobierno se denominó Conquista del desierto  y estaba destinada, como

    dijimos, a ampliar las fronteras patagónica y pampeana y luego chaqueña. Estas tierras

    eran de gran interés para la clase terrateniente en ascenso y fundamentales para el

    perfil económico que estaba adoptando el país de cara a la integración definitiva al

    mercado mundial (M. Lagos, 2000).

    Entre 1879 y 1885 las sucesivas campañas llevadas adelante en el sur de nuestro país

    lograron desarticular la resistencia militar de los pueblos indígenas de la Pampa y laPatagonia. Una vez comenzada la Conquista del desierto, la Argentina emprende su

    avance sobre el Chaco, en territorios menos aptos para el pastizaje pero codiciados

    para la extracción y tala de sus montes que proveían madera para los tendidos del

    ferrocarril y tanino para la producción de cueros.

    En 1885 el entonces presidente Julio A. Roca anunciaba en la Cámara de Diputados

    que se encontraba resuelta la “cuestión indios”:

    “Quedan pues, levantadas desde hoy las barreras absurdas que la barbarie nos oponía

    al norte y al sud en nuestro propio territorio, y cuando se hablen de fronteras en

    adelante se entenderá que nos referimos a las líneas que nos separan de las naciones

    vecinas y no a las que han sido entre nosotros sinónimo de sangre, de duelo, de

    2  Congreso Nacional, Cámara de Senadores, Diario de Sesiones, 1875. Pág. 817. Citado en Masses, E. (2000)3  Idem 

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    inseguridad y de descrédito para la república” (Discurso del Presidente Julio A. Roca,

    1891)4 

    La justificación teórica de estas incursiones militares estaba basada en la antinomia

    civilización o barbarie acuñada por Sarmiento. La población europea blancarepresentaba la civilización, y era necesario incorporar razas laboriosas europeas en

    todo el territorio nacional. Los “indios” representaban la barbarie, ese estadio que era

    necesario superar para hacer posible el desarrollo de la nación. En este primer período,

    el método utilizado para superar  la barbarie fue la expulsión de los indígenas –cuando

    no el exterminio- de sus territorios a través de la ocupación directa de los mismos por

    parte del Estado (en la Patagonia austral dicha tarea fue encomendada directamente a

    los colonos). En el próximo período esta antinomia estará presente, pero los métodos

    para lograr la conversión serán otros.

    c) La incorporación del indígena a la sociedad nacional

    Una vez conquistados los territorios indígenas, y sometida su población, la política

    indígena se concentró en la incorporación de las masas indígenas a la sociedad

    nacional. El indígena era definido como un menor legal, un incapaz al que solo se

    podía integrar brindándole protección y el Estado debía ser el responsable de integrar a

    estos argentinos en inferioridad de condiciones.

    “Este es el problema a resolver, si rechazamos a esos indios, si los asesinamos, si los

    mantenemos en guerra perpetua, o si se hacen los sacrificios necesarios para

    amansarlos, domesticarlos, civilizarlos gradualmente hasta que se incorporen a nuestra

    civilización, haciendo de ellos hombres útiles en lugar de ladrones, de salteadores, de

    asesinos. […] algo tenemos que hacer en favor de esa raza desheredada que nosotros

    mismos arrojamos fuera del territorio que antes ocupaban” (Discurso del Ministro de

    relaciones exteriores Dr. Francisco Ortiz)5 

    La concepción de menor legal del indígena se manifiesta en un decreto de 1899

    4  Dirección de Información Parlamentaria (1991) Tratamiento de la Cuestión Indígena. Estudios e Investigaciones

    2. Bs. As.: Dirección de Información Parlamentaria del Congreso de la Nación, página 26 citado en Carrasco, M. y

    Briones, C. (1996).5 Dr. Francisco Ortiz, Ministro de relaciones exteriores. Debate sobre proyecto de ley sobre Colonias indígenas

    (1885). Citado en Masses, E. (2000)

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    mediante el cual se asigna la protección de los indígenas a los defensores de menores

    de los territorios nacionales. Asimismo, en el informe encargado por Joaquín V.

    González al Dr. Juan Bialet Massé sobre las condiciones de la clase obrera en el

    interior de la república, la apreciación del médico sobre la población indígena apunta en

    el mismo sentido.

    “La condición del indio es la de un incapaz, en los términos precisos de la ley civil: no

    conoce el idioma del país, no sabe leer ni escribir, no tiene idea de relaciones jurídicas,

    ni menos conocimiento de las leyes del país, y apenas de las más elementales de

    derecho natural” 6 

    La integración indígena tutelada por el Estado, no respondía sólo a cuestiones morales

    como pareciera indicar el discurso del Ministro Ortiz, sino que se sustentaba en una

    necesidad de orden económico. El mismo Bialet Massé, en la nota de remisión del

    primer tomo del Informe “se manifiesta en favor de traer las ‘pobres tribus indias’,

    ‘víctimas de su salvajismo’ a la ‘vida civilizada’ de modo que sus cien mil brazos

    ‘irremplazables’ contribuyan al desarrollo de la república” (A. Prieto, 2006). Los

    indígenas, una vez despojados de sus tierras, constituirían la fuerza de trabajo

    necesaria para el desarrollo productivo en los territorios conquistados.

    El destino de los indígenas que habían sido despojados de sus territorios, sin embargo,

    no respondió a una política sistemática. Gran parte de los esfuerzos de la política

    indígena, desde principios de siglo y hasta la década del 40, se destinaron a la

    radicación de los indígenas nómades, a través de la creación de reducciones / misiones

    / colonias. Como afirman Briones y Carrasco (1996) las reducciones “podían ser civiles

    o religiosas, reconocer o no la efectiva propiedad de la tierra, y otorgar dispares grados

    de autonomía”. En todos los casos se establecía una tutela estatal sobre las mismas,

    ya sea directa (en el caso de las civiles) o indirecta (en el caso de las religiosas). La

    mayoría de ellas se crearon en la región chaqueña, pero también las hubo en la

    Patagonia. El objetivo principal era el de promover prácticas sedentarias entre la

    población, convirtiendo a los indígenas en pequeños agricultores comerciales. Al

    6 Bialet Massé, Juan, Informe Sobre el estado de la clase obrera en el interior de la República. Citado por Beck, H.H.

    (1994)

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    mismo tiempo, se combinaba con la instrucción pública elemental, industrial o

    artesanal, y con la incorporación de la población a los mercados estacionales de

    trabajo.

    El destino de los grupos indígenas, sin embargo, no siempre fue el de la radicación enreducciones. Como afirma Marcelo Lagos (2000)7  existían además: indígenas

    seminómades ajenos a la influencia de la sociedad dominante; indígenas que luego de

    varias migraciones se establecieron en los suburbios de poblaciones blancas para

    emplearse como jornaleros en distintas tareas (tala, recolección de leña, tendidos de

    alambrados, construcción de vías férreas, horticultura); indígenas que temporariamente

    se trasladaron con su tribus para trabajar en plantaciones, ingenios azucareros,

    obrajes, colonias algodoneras, y que combinaron dicha actividad estacional con la caza

    y la recolección en los bosques; indígenas enganchados en tropas de línea, muchas

    veces incorporados coactivamente, que se desempeñaron como baquianos,

    cargadores y en todo tipo de servicios; indígenas (mujeres y niños) repartidos en casas

    de familias de centros urbanos importantes para ser empleados como servicio

    doméstico de militares y funcionarios; indígenas encarcelados en la isla Martín García,

    principalmente caciques que habían promovido rebeliones, alzamientos o malones.

    Los instrumentos a través de los cuales se pensaba lograr la metamorfosis del salvaje

    en civilizado fueron, por lo tanto, en estas primeras décadas del siglo XX: el trabajo (la

    incorporación de los indígenas al trabajo distó de ser libre, fue coaccionada por el

    Estado para que los indígenas se integraran a los mercados estacionales de trabajo en

    las condiciones que la oligarquía terrateniente requería); la religión (a través de la

    conversión al catolicismo que estipulaba la Constitución y a través de la formación de

    misiones religiosas); la instrucción elemental, industrial y artesanal (aunque las

    escuelas instaladas en ingenios y obrajes tuvieron escaso éxito porque debían competir

    con los empresarios que necesitaban a los niños como mano de obra); el servicio

    7  Marcelo Lagos (2000) refiere exclusivamente al caso chaqueño. Sin embargo, los destinos enumerados resultan de

    utilidad para describir situaciones en otras regiones de nuestro país. Briones y Carrasco (1996), para el caso de los

    indígenas misioneros, refieren a su incorporación “como jornaleros forestales y rurales, recolectores de frutos y

    hacheros en los obrajes y en las colonias formadas por colectividades de origen extranjero”; el desarrollo de la

    agricultura en parcelas reducidas por la llegada de colonos promovida por el Estado; la comercialización deartesanías (sobre todo cestería); y la caza y recolección de miel y frutos silvestres. En Patagonia, dirán las autoras, la

    mayor parte de la población mapuche fue ubicada en reservaciones.

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    militar obligatorio y el uso limitado de la tierra para la producción agropecuaria (en el

    marco de reducciones, misiones o colonias).

     A partir de la década del 40, la incorporación del indígena a la sociedad nacional queda

    enmarcada en un proyecto mayor de incorporación masiva a la vida política de vastossectores populares. Las estrategias abordadas, sin embargo, no distaron de las

    desarrolladas en el período anterior, aunque se manifestaron algunos matices.

    En primer lugar, durante este período se procuró proteger el derecho de los pueblos

    indígenas a la ocupación y explotación de la tierra. Afirman Briones y Carrasco (1996)

    que mediante el decreto 9.658 de 1945 se establece que “en lo sucesivo no podrán

    dejarse sin efecto las reservas indígenas existentes en territorios nacionales, ni

    reducirse ninguna superficie de tierra fiscal ocupada o explotada por indígenas,

    cualquiera fuera su título de ocupación, sin el informe previo y favorable del Estado

    Mayor del Ejército y de la comisión honoraria de reducciones de indios”. Además, se

    promovió la creación de nuevas colonias para la adaptación y educación de la

    población indígena. En estas misiones o colonias, la propiedad de la tierra se

    garantizaba sólo en una etapa posterior a una adjudicación a título precario durante un

    período de prueba de diez años, en el cual los indígenas debían demostrar “las

    aptitudes técnicas y las cualidades morales necesarias para desempeñarse como

    colonos” (M. Carrasco y C. Briones, 1996). Las tierras se adjudicaban a título gratuito,

    pero las mejoras corrían a cuenta de los beneficiarios (el título de propiedad definitivo

    sólo se entregaba cuando los beneficiarios cancelaban sus deudas en concepto de

    mejoras, a menudo, a partir de la comercialización de la producción indígena por parte

    del Consejo Agrario Nacional). Por último, afirman Briones y Carrasco (1996), “una vez

    escriturados los lotes se encontraban sujetos permanentemente a las siguientes

    limitaciones: no podían ser vendidos, gravados, ni embargados sin el consentimiento

    del Consejo; éste ejercía la dirección de las actividades de las colonias y dictaba lasnormas de cultivo, explotación y comercialización, que eran obligatorias para los

    colonos”.

    En segundo lugar, la política indígena recayó a partir de 1943 bajo la órbita de la

    Secretaría de Trabajo y Previsión, lo que manifiesta la intención de incorporar a las

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    masas indígenas al trabajo asalariado. Por otro lado, la religión siguió ocupando un

    lugar fundamental en la integración de esta población, se mantuvieron las misiones

    religiosas y se puso en manos del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto “el

    sostenimiento y promoción de dichas misiones, para la promoción entre los aborígenes

    de la religión católica” (M. Carrasco y C. Briones, 1996).

    Por último, el peronismo manifestó, por lo menos en el terreno de la proclamación el

    respeto de las culturas, lenguas y valores indígenas. Así, el decreto de creación de

    nuevas colonias, establece que corresponde al Consejo Agrario Nacional “establecer el

    régimen de explotación de las tierras indígenas, teniendo en cuenta sus costumbres y

    métodos de trabajo” (M. Carrasco y C. Briones, 1996).

    Sin embargo, la actitud durante los gobiernos peronistas fue, como en los períodos

    anteriores, una actitud paternal, como se expresa en el Segundo Plan Quinquenal del

    peronisimo.

    “Se establece como objetivo la protección de la población aborigen por la acción directa

    del Estado, mediante su incorporación progresiva al ritmo y nivel de vida general de la

    Nación” (Segundo Plan Quinquenal, 1952)8 

     A partir de la década del 60 se incorporan dos elementos nuevos para la proyectada

    integración del indígena: en primer lugar, se incorpora la noción de que el indígenadebe ser sujeto activo de su propia integración. En segundo lugar, se pensaba lograr

    esta integración, siempre entendida como aculturación, a partir de políticas basadas en

    un asesoramiento experto. Para esto se crea el Servicio Nacional de Asuntos

    Indígenas, que es el primer organismo que alienta la mejora en el nivel de vida

    indígena a través de su participación activa.

    De esta manera, la Argentina ratifica en 1960 el Convenio 107 de la Organización

    Internacional del Trabajo (luego revisado y modificado por el Convenio 169 de 1989)relativo a la protección e integración de poblaciones indígenas, tribales y semitribales

    en países independientes.

    Por otro lado, el decreto 3.998 de 1965, dispone la realización de un censo indígena

    8 Capítulo I, Segundo Plan Quinquenal (1953-1957), citado por Carrasco, M. y Briones, C. (1996)

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    nacional (que nunca fue realizado) y refleja cuál es el papel del Estado en el proceso

    de aculturación del indígena:

    “Con el fin de iniciar la ejecución de una política indigenista coherente y continua,

    asentada sobre datos reales, es necesario investigar los problemas por los queatraviesan estos grupos […] Para inducir cualquier proceso de aculturación tendiente a

    producir mejoras en el desarrollo económico, en las condiciones de sanidad, educación

    y trabajo, debe partirse de un conocimiento conceptual de la realidad cultural y de la

    estructura antroposociológica de las comunidades indígenas” (Decreto 3.998, 1965) 9 

    En esta línea, afirman Briones y Carrasco (1996), “en 1968 se crea el Servicio Nacional

    de Asuntos Indígenas, al que se le encomienda la misión de intervenir en la protección

    e integración de los grupos aborígenes, ejecutando las medidas que contemplen los

    problemas específicos de su situación social”; cuyas funciones son las de “ejecutar los

    programas de protección integral al aborigen, efectuar estudios de investigación, y

    aplicar los métodos de educación social que tiendan a la afirmación de la personalidad

    aborigen y a su desenvolvimiento integral, impartiendo instrucción escolar y orientación

    profesional, para mejorar el nivel de vida a través de su participación activa”.

    Como vimos, el objetivo declarado por todos los gobiernos en los primeros tres cuartos

    del Siglo XX fue la integración del indígena a la sociedad nacional a partir de una

    pérdida progresiva de sus pautas culturales y de sus modos de vida. La integración del

    indígena, sin embargo, no alcanzó a pasar del terreno declamativo, la violencia –

    sostiene Marcelo Lagos (2000) - combinada con la segregación y la discriminación se

    impusieron sobre cualquier discurso integrador.

    2. La nueva cuestión indígena

    Durante las dos últimas décadas del siglo XX se realizaron en nuestro país las

    reformas legislativas que modificaron sustancialmente el sentido de la política indígena,la cual había tendido históricamente a la negación de la diversidad cultural. La

    incorporación en la Constitución Nacional de 1994 del artículo 75 inciso 17 que

    9 Dirección de Información Parlamentaria (1991) Tratamiento de la Cuestión Indígena. Estudios e Investigaciones 2.

    Bs. As.: Dirección de Información Parlamentaria del Congreso de la Nación, página 26 citado en Carrasco, M. y

    Briones, C. (1996).

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    reconoce la preexistencia de los pueblos indígenas y la pluriculturalidad del Estado,

    reemplaza a la Constitución Nacional de 1853 que en su artículo 67 inciso 15 promovía

    la conversión del indígena al catolicismo en un intento por incorporarlos a la Nación

    argentina, haciéndolos perder sus modos tradicionales de vida y adquirir los de la

    cultura mayoritaria. El desarrollo y fortalecimiento de las organizaciones indígenas, que

    sumaron a las demandas socioeconómicas específicas las de reconocimiento de la

    identidad cultural y de autonomía en el manejo de sus territorios y de los recursos

    naturales en ellos presentes, ligados a un clima nacional e internacional favorable para

    la incorporación de la problemática indígena en la agenda de cuestiones socialmente

    problematizadas, contribuyeron a este cambio. En el próximo apartado describiremos

    brevemente las condiciones internacionales y nacionales que dieron marco a la

    movilización indígena de fines de siglo XX y que hicieron posible las reformas

    mencionadas. En segundo lugar realizaremos un repaso por la legislación en cuestión,

    prestando especial atención a las que contemplan la participación indígena en la

    política pública. Por último, referiremos a la efectiva aplicación de las reformas

    legislativas y a la situación de las poblaciones indígenas en la actualidad.

    a. Contexto internacional, apertura democrática y movilización indígena

    La cuestión de los derechos de las minorías nacionales, afirma Will Kymlicka (2003),

    reapareció en el debate mundial a partir de la década del 90 debido a diversos factores:

    la oleada de nacionalismos étnicos que aparecieron en Europa del Este a partir de la

    caída del muro de Berlín; la reacción nativista ante inmigrantes y refugiados en países

    occidentales; el resurgir de los pueblos indígenas y su movilización política; y la

    constante y creciente amenaza de secesión en varias democracias occidentales

    (Canadá, Gran Bretaña, Bélgica, y España, por ejemplo). Todos estos factores,

    sostiene el autor de La política vernácula, “dejaron claro que las democracias

    occidentales no habían resuelto o superado las tensiones planteadas por la diversidadetnocultural” (W. Kymlicka, 2003, pág. 30).

    La historia de la formación de los estados en todo el mundo implicó que se llevaran

    adelante procesos de construcción nacional que favorecieron el desarrollo de una

    cultura mayoritaria al interior de cada uno de los estados nacionales conformados. El

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    desarrollo de dicha cultura mayoritaria, naturalmente pluralista, tuvo consecuencias

    sobre las diversas culturas y pueblos incorporados que no pertenecían a la misma. Aún

    cuando los procesos de integración a una cultura mayoritaria favorecieron la promoción

    de la igualdad social y la cohesión política al interior de los estados modernos, estos

    también crearon injusticias para los miembros de las minorías nacionales10, ya que al

    operar las instituciones públicas en una lengua que no es la de las minorías, esto las

    llevó a verse marginadas de las principales instituciones económicas, académicas y

    políticas de esa sociedad. Enfrentadas a este dilema, sostiene Kymlicka, las minorías

    tuvieron tres opciones: “la primera fue aceptar la integración a la cultura mayoritaria

    quizás negociando los términos de dicha integración (…); la segunda fue tratar de

    obtener el autogobierno para crear en su propia lengua, sus propias instituciones

    económicas, políticas y educativas, es decir, embarcarse en su propia forma de

    construcción nacional; (…) y la última fue aceptar su marginación permanente” (W.

    Kymlicka, 2003, pág. 43).

    Las injusticias a las que se enfrentan las minorías nacionales, por tanto, son

    consecuencia del propio proceso de formación nacional, y la doctrina de los derechos

    humanos -sobre los que descansa la democracia liberal- no basta para garantizar la

     justicia etnocultural ya que no puede combatir –y a menudo hasta puede llegar a

    exacerbar - las políticas de los estados para imponer una única lengua común a las

    minorías, para socavar sus instituciones educativas, o para colonizar sus territorios. Las

    Naciones Unidas, sostiene Kymlika (2003), eliminaron toda referencia a los derechos

    de las minorías en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, asumiendo que

    allí donde los derechos humanos se encontraran sólidamente protegidos no sería

    necesario atribuir ningún otro derecho a los miembros de las concretas minorías

    étnicas o nacionales. Sin embargo, en los últimos años se ha arribado a la conclusión

    que es necesario completar la lista de derechos humanos individuales con los derechos

    de las minorías para garantizar la justicia etnocultural.

    10“Se entiende por minorías nacionales a aquellos grupos que formaban sociedades operativas con sus propias

    instituciones, cultura y lengua, concentradas en un particular territorio, antes de quedar incorporados a un Estado

    mayor. Habitualmente la incorporación de esas minorías nacionales es involuntaria, como resultado de lacolonización, la conquista o la cesión de territorios de una potencia imperial a otra, pero también puede ocurrir

    voluntariamente, a través de algún tratado o de otro tipo de acuerdo federativo” (W. Kymlicka, 2003, pág. 103) 

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    En este sentido, la Organización de las Naciones Unidas, aprobó el 13 de septiembre

    de 2007, luego de 20 años de discusión11, con 143 votos a favor, cuatro en contra

    (Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelandia y Australia) y once abstenciones, la

    Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas.

    Entre los derechos reconocidos por esta declaración se encuentran los siguientes: a la

    libre determinación; a la autonomía o autogobierno; a conservar y reforzar sus

    instituciones políticas, jurídicas, económicas, sociales y culturales; a una nacionalidad;

    a no ser objeto de ninguna discriminación; derecho colectivo a vivir en libertad, paz y

    seguridad; a no sufrir la asimilación forzada o la destrucción de su cultura; a pertenecer

    a una comunidad o nación indígenas; a no ser desplazado por la fuerza de sus tierras o

    territorios; a manifestar, practicar, desarrollar y enseñar sus tradiciones, costumbres y

    creencias espirituales y religiosas; a establecer y controlar sus sistemas e instituciones

    docentes que impartan educación en sus propios idiomas; a todos los niveles y formas

    de educación; a que la dignidad y diversidad de sus culturas, tradiciones, historias y

    aspiraciones se reflejen en la educación pública y los medios de información pública; a

    establecer sus propios medios de información en sus propios idiomas; a acceder a

    todos los demás medios no indígenas sin discriminación; a disfrutar todos los derechos

    laborales; a participar en la toma de decisiones en asuntos que afecten a sus derechos;

    a ser consultados; a determinar y a elaborar prioridades y estrategias para su derecho

    al desarrollo; a mantener sus prácticas de salud; derecho de acceso a todos los

    servicios sociales y salud; a las tierras, territorios y recursos que tradicionalmente han

    poseído, ocupado o de otra forma utilizado o adquirido; a poseer, utilizar, desarrollar y

    controlar sus tierras, territorios y recursos que poseen en razón de la propiedad

    tradicional; a la conservación y protección del medio ambiente y de la capacidad

    productiva de sus tierras o territorios y recursos naturales; entre otros.

     A escala internacional, como vemos, el debate acerca de los derechos de las minorías,

    entre los que se encuentran los derechos indígenas, comenzó a mediados de la

    década del 80, y ha mostrado sus frutos en la Declaración de las Naciones sobre los

    Derechos de los Pueblos Indígenas en 2007.

    11 El borrador de la Declaración comenzó a ser elaborado en 1985 (W. Kymlicka, 2003.)

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    En nuestro país, la apertura democrática contribuyó a la creación de nuevos espacios

    de discusión que permitieron incorporar en la agenda del Estado un conjunto de

    problemáticas que hasta entonces habían estado vedadas. La cuestión indígena fue

    una de esas problemáticas que comenzó a ser debatida en la esfera pública con el

    apoyo de los nuevos movimientos sociales articulados en torno al tema de los derechos

    humanos.

    Los pueblos indígenas de nuestro país, por su parte, habían comenzado en la década

    del 70 un proceso de reorganización a nivel regional y nacional. La formación de la

    Confederación Indígena Neuquina en 1971, la realización del Primer Parlamento de los

    Pueblos Indígenas en 1972, la formación de la Asociación Indígena de la República

     Argentina en 1975 son una muestra de este proceso de reorganización de los

    colectivos indígenas de nuestro país. Estas nuevas organizaciones, afirman Briones y

    Carrasco, “fueron fijándose metas políticas que se concretarían más tarde, al menos en

    parte en la redacción de un proyecto de ley que derivará en la ley 23.302 de Protección

    y Apoyo a las Comunidades Indígenas”(C. Briones y M. Carrasco, 1996). Una década

    más tarde, la incorporación de los derechos indígenas en la Constitución Nacional,

    también fue acompañada por una cada vez más importante organización indígena.

    Según la antropóloga Leonor Slavsky, la incorporación del tema indígena en la

    Constitución Nacional fue producto de un lobby indígena durante la Asamblea Nacional

    Constituyente de 1994, como producto de un largo trabajo realizado previamente por

    foros y asociaciones nacionales existentes en ese momento, como el AIRA (Asociación

    Indígena de la República Argentina) y organizaciones de apoyo como ENDEPA (Equipo

    Nacional de Pastoral Aborigen). Esta coalición, afirma Leonor Slavsky, “garantizó la

    presencia continuada de un nutrido grupo de indígenas de diversas partes del país que

    realizó un lobby de características extraordinarias por su capacidad de movilización y

    que garantizaron (…) la aprobación del artículo por unanimidad y aclamación”12 

    b. Derechos indígenas en la Argentina contemporánea

    La legislación referida a la cuestión indígena en la Argentina reconoce una serie de

    derechos especiales para las poblaciones indígenas por considerarlas preexistentes a

    12  Leonor Salvsky citada en Grillo, O. (2002).

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    la formación del Estado Nación. Dichos derechos refieren principalmente al acceso a la

    propiedad comunitaria de la tierra, a la educación bilingüe e intercultural, al

    mantenimiento de sus autoridades tradicionales y sus formas organizativas, al manejo

    de sus recursos naturales, y a la participación en el diseño e implementación de

    acciones de gobierno que puedan afectarles directamente.

    En 1985, durante el gobierno del Dr. Raúl Alfonsín, se sancionó la ley 23.302 sobre

    política indígena y apoyo a las comunidades aborígenes. Esta ley, además de crear el

    Instituto Nacional de Asuntos Indígenas –dependiente del Ministerio de Acción Social-

    reconoce a las Comunidades Indígenas un conjunto de derechos especiales: otorga

    personería jurídica a las comunidades asentadas en el país; adjudica en propiedad

    comunitaria tierras aptas y suficientes para el desarrollo de las comunidades; y

    garantiza la educación intercultural y bilingüe para las comunidades indígenas

    (educación dictada en la lengua materna en los tres primeros años, resguardando y

    revalorizando la identidad histórico-cultural de las Comunidades Aborígenes).

    En el año 1992, mediante la ley 24.071, se adopta el Convenio 169 de la OIT sobre

    pueblos indígenas y tribales en países independientes”, ratificado en el año 2000. La

    razón por la cual la Organización Internacional del Trabajo promueve un Convenio que

    no regula ningún tipo de relación laboral, es porque reemplaza al Convenio 107 del año

    1957 sobre protección e integración de las poblaciones indígenas, tribales y

    semitribales en países independientes, que intentó dar respuesta a una preocupación y

    un interés internacional por integrar a las poblaciones indígenas a la producción y al

    trabajo, aún cuando se respetara la vida en comunidad. Dicho convenio había quedado

    desactualizado a la luz de las discusiones planteadas en torno a la autonomía y

    autodeterminación de los pueblos indígenas, razón por la cual es reemplazado por el

    aggiornado Convenio 169.

    La adopción del convenio 169 implica para la Argentina, reconocer que los indígenas

    tienen los mismos derechos y obligaciones que el resto de la sociedad nacional, pero

    que además tienen derecho a impartir justicia y elegir sus propias formas de

    organización, en la medida en que estas formas sean compatibles con las de la

    sociedad nacional. El Convenio regula principalmente las articulaciones que deben

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    darse entre el Derecho Nacional y el Derecho Consuetudinario Indígena.

    “Al aplicar la legislación nacional a los pueblos interesados deberán tomarse

    debidamente en consideración sus costumbres o su derecho consuetudinario […]En la

    medida en que ello sea compatible con el sistema jurídico nacional y con los derechoshumanos internacionalmente reconocidos, deberán respetarse los métodos a los que

    los pueblos interesados recurren tradicionalmente para la represión de los delitos

    cometidos por sus miembros(…) Dichos pueblos deberán tener el derecho de

    conservar sus costumbres e instituciones propias, siempre que éstas no sean

    incompatibles con los derechos fundamentales definidos por el sistema jurídico

    nacional ni con los derechos humanos internacionalmente reconocidos” (Convenio 169

    de la OIT) 

    La Argentina reconoce a partir de la Constitución Nacional (ver más adelante) la

    preexistencia de pueblos indígenas, pero identifica como sujeto de derecho a las

    comunidades indígenas. La Ley 23.302, en concordancia con el artículo constitucional,

    otorga personería jurídica a las comunidades indígenas. Sin embargo el Convenio 169

    de la OIT se refiere a pueblos indígenas, y afirma:

    “La conciencia de su identidad indígena o tribal deberá considerarse un criterio

    fundamental para determinar los grupos a los que se aplican las disposiciones del

    presente Convenio” (Convenio 169 de la OIT) 

    Cabe destacar que en nuestro país están reconocidos 23 pueblos indígenas algunos de

    ellos muy importantes en términos demográficos y territoriales, ya que a menudo se

    encuentran en más de una provincia. En cambio, las comunidades indígenas, aún

    cuando no están definidas con exactitud, de hecho son grupos de familias que

    comparten un territorio. El pueblo mapuche, por ejemplo, presente en 5 provincias de la

    Patagonia argentina, tiene mayor poder de presión y organización que el conjunto de

    sus comunidades reconocidas por el Registro Nacional de Comunidades Indígenas

    (RENACI)13.

    El Convenio 169 de la OIT refiere además a la adjudicación de tierras para el desarrollo

    13 El RENACI fue creado por la ley 23.302 y es gestionado por el Instituto Nacional de Asuntos Indigenas.

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    de los pueblos indígenas, y aclara que el concepto debe referir -en la legislación de

    cada país adherente -a la totalidad del hábitat que dichos pueblos utilizan.

    “La utilización del término [tierras] en este convenio deberá incluir el concepto de

    territorios, lo que cubre la totalidad del hábitat de las regiones que los pueblosinteresados ocupan o utilizan de alguna otra manera” (Convenio 169 de la OIT) 

    En el año 1994, la reforma de la Constitución Nacional incorpora el artículo 75, inciso

    17 referido a los derechos indígenas.

    “Artículo 75: Corresponde al Congreso de la Nación […]

    Inciso 17: Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas

    argentinos:

    Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e

    intercultural; reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y

    propiedad comunitaria de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega

    de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será

    enajenable, transmisible, ni susceptible de gravámenes o embargos. Asegurar su

    participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses

    que los afectan. Las provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones”

    Del artículo 75 inciso 17 de la Constitución Nacional se desprenden una serie de

    efectos positivos como la obligatoriedad de consulta y participación en todos los

    asuntos que les afecten, el reconocimiento de la existencia de autoridades y formas

    organizativas diversas, el reconocimiento de la propiedad comunitaria de las tierras y el

    derecho a una educación bilingüe e intercultural.

    c. Participación indígena en la nueva legislación

     Analizaremos brevemente la nueva legislación que incorpora los derechos indígenas,

    especialmente en lo que se refiere a la participación indígena en el manejo de sus

    territorios, de los recursos naturales, y en las demás decisiones que les afecten,

    presentes en las leyes 23.302 y 24.071 (ratificatoria del convenio 169 de la OIT) y en el

    artículo 75 inciso 17 de la Constitución Nacional.

    La Ley 23.302 “sobre política indígena y apoyo a las comunidades aborígenes”

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    sancionada en 1985, crea el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, como entidad

    descentralizada con participación indígena dependiente del Ministerio de Salud y

     Acción Social (hoy dependiente del Ministerio de Desarrollo Social).

    En lo que se refiere a la participación indígena en la política indígena está prevista sólopara el nivel nacional en el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas. El mismo, según

    su ley de creación, deberá contar con un Consejo de Coordinación que tendrá

    representantes de distintas agencias del gobierno nacional (Ministerio del Interior,

    Trabajo, Economía, Educación y Justicia), un representante por cada una de las

    provincias adherentes a la ley, y representantes “aborígenes cuyo número, requisitos y

    procedimiento electivo determinará la reglamentación” (Ley 23.302)

    En el año 1989 el decreto 155/89 que reglamenta la ley 23.302 le asigna las funciones

    al Consejo de Coordinación, pero no especifica cuántos serán los representantes

    indígenas en el mismo, ni cómo serán elegidos, aunque sí atribuye al presidente del

    INAI la función de redactar su reglamento, y al propio Consejo la función de “ sugerir a

    las comunidades mecanismos para que puedan elegir a sus representantes” (Decreto

    PEN 155/1989)

    Hasta el año 2004 no existió ningún avance en relación a la participación indígena en el

    INAI. La presión ejercida por distintas organizaciones indígenas llevó a que en el año

    2004 el presidente del INAI creara, mediante las resoluciones 152/04 y 301/04, el

    Consejo de Participación Indígena (CPI), cuyas funciones son las de definir cómo se va

    a implementar la participación indígena en el Consejo de Coordinación, y las funciones

    correspondientes al Consejo de Coordinación establecidas por el articulo 7 del decreto

    155/89, que se resumen en la realización de estudios y recomendaciones sobre la

    problemática y la política indígena en todas sus áreas. El CPI está integrado por un

    delegado titular y uno suplente por cada pueblo indígena en cada provincia, y su

    elección se realiza a través de asambleas comunitarias organizadas conjuntamente

    entre el INAI y las provincias. En junio de 2008 el INAI ha aprobado la resolución

    182/08 de creación del Consejo de Coordinación en donde convoca a una primera

    reunión del Consejo el día 25 de junio de 2008, designando a los representantes de los

    ministerios del Interior, Economía y Producción, Salud, Educación, Justicia, Seguridad

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    y Derechos Humanos; representantes de las provincias de Neuquén, Catamarca, Río

    Negro, La Pampa, Santa Cruz y Jujuy (adherentes de la ley 23.302); y a los

    representantes indígenas del CPI.

    Por otro lado, el Convenio 169 de la OIT, adoptado por la Ley 24.071 y en vigenciadesde el año 2001, estipula que los estados deberán reconocer el derecho de los

    pueblos indígenas a la propiedad y posesión de las tierras que tradicionalmente

    ocupan, y con respecto a los recursos naturales presentes en sus territorios declara

    que “los derechos de los pueblos interesados a los recursos naturales existentes en

    sus tierras deberán protegerse especialmente. Estos derechos comprenden el derecho

    de esos pueblos a participar en la utilización, administración y conservación de dichos

    recursos” (Convenio 169 de la OIT).

    Como vimos en el apartado anterior, la incorporación en la Constitución Nacional del

     Artículo 75, inciso 17, estipula que corresponde al Congreso de la Nación, “asegurar

    [la] participación [de los pueblos indígenas] en la gestión referida a sus recursos

    naturales y a los demás intereses que los afectan” (Constitución Nacional, Artículo 75

    inciso 17) 

    La legislación, como vemos en este breve repaso, refiere tanto al derecho a participar

    en el manejo o administración de los recursos naturales en territorios donde habitan

    comunidades indígenas, como a la participación en las demás decisiones que les

    afecten. En territorios donde habitan comunidades indígenas, por lo tanto, además de

    reconocer su derecho a la propiedad comunitaria de la tierra, posibilita el desarrollo de

    estrategias de administración conjunta de los recursos naturales entre las

    organizaciones indígenas y el Estado en cualquiera de sus niveles.

    La ley 23.302 crea un órgano consultivo – el Consejo de Coordinación- con

    participación indígena cuyas recomendaciones “orientarán al presidente en sus

    decisiones” (Ley 23.302). Aunque esta ley no estipula la participación indígena en otros

    niveles o agencias estatales, la Constitución Nacional establece el derecho de las

    comunidades indígenas a ser consultadas toda vez que se tomen decisiones que

    puedan afectarles. La constitución de órganos de consulta permanentes o de

    mecanismos de consulta para temas puntuales, es otra de las formas de participación

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    indígena que promueve el marco legal vigente.

    d. Aplicación de las reformas legislativas y situación de los pueblos indígenas

    Si bien de la incorporación de estos nuevos instrumentos jurídicos se desprenden una

    serie de efectos positivos para los pueblos indígenas, la realidad indica que las

    condiciones prácticas de acceso de estos pueblos a sus derechos constitucionales son

    aún altamente restrictivas e implica una fuerte presión de las organizaciones indígenas

    para su efectivo cumplimiento.

    En este sentido, a partir del reconocimiento de derechos especiales para los pueblos

    indígenas en la Constitución Nacional, distintas organizaciones indígenas –con el

    apoyo de algunas agencias estatales nacionales- comenzaron a presionar para el

    efectivo cumplimiento de la legislación y lograron que se establecieran espacios de

    participación para la definición de lineamientos de política indígena.

    En el año 2000 se realizó el Programa de Participación de los Pueblos Indígenas (PPI)

    que contó con el financiamiento de la Secretaría de Desarrollo Social y tenía como

    objetivo “elaborar los criterios y pautas que debe adoptar el Estado para una objetiva

    operativización del artículo 75 inciso 17 de la Constitución Nacional” (M. Carrasco,

    2000). El programa contó con participación exclusivamente indígena y se dividió en

    cinco instancias: local, zonal, provincial, regional y nacional. El PPI elaboró undocumento que fue presentado en cada órgano de gobierno que de alguna manera

    estuviera relacionado con la problemática indígena en todos los niveles (Municipal,

    Provincial y Nacional). Aunque los lineamientos presentados en ese documento no se

    tradujeron en una política estatal específica, el PPI dio visibilidad a un proceso de

    organización creciente que estaba emergiendo al interior de cada pueblo y entre la

    totalidad de los pueblos indígenas del país.

    En octubre de 2003, el entonces Presidente de la Nación Néstor Kirchner, en el marcode los festejos por el centenario de la Administración de Parques Nacionales, se reunió

    con un grupo de indígenas (en su mayoría Mapuches) que se habían concentrado para

    reclamarle el cumplimiento de los derechos indígenas establecidos en la Constitución

    Nacional. En una posterior audiencia con la Ministra de Acción Social, Alicia Kirchner,

    se delineó una estrategia para la constitución de una política indígena que requería

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    como paso previo fundamental la realización de un Foro Indígena Nacional. El Foro se

    realizó durante todo el año 2004, y contó en una primera etapa con la participación de

    representantes de los pueblos indígenas y de las agencias estatales nacionales

    relacionadas con esta temática. Este Foro recibió el nombre de “Parlamento de los

    Pueblos Indígenas 2004” (el nombre recuerda el Primer Parlamento Indígena de 1974

    que concluyó con la presentación del proyecto de ley sobre derechos indígenas). El

    resultado fue la elaboración de un documento que fue presentado al gobierno nacional

    con los lineamientos para la efectiva aplicación de las reformas legislativas.

    Tanto el Programa de Participación de los Pueblos Indígenas en el año 2000 como el

    Parlamento de los Pueblos Indígenas en el año 2004 son una muestra, por un lado, de

    la creciente organización indígena que presionó para intervenir en las definiciones de

    una política indígena a nivel nacional que diera cumplimiento a las reformas

    legislativas, y por el otro, del creciente interés de algunas agencias estatales por

    incorporar a las organizaciones indígenas en la definición de dicha política.

    En contraste con estas estrategias de mediano plazo encaradas por las organizaciones

    indígenas, se encuentran los desafíos que enfrentan dichas organizaciones frente a la

    situación de marginalidad y pobreza en la que se encuentran las poblaciones indígenas

    en nuestro país.

    Como se ha visto en algunos estudios sobre las condiciones de vida de los pueblos

    indígenas en América Latina, existe un alto grado de correlación entre pobreza y origen

    étnico y la Argentina no es la excepción a la regla. En el año 1997 un documento del

    Banco Interamericano del Desarrollo afirmaba “que el mapa de la pobreza en la

     Argentina revela que las zonas de más necesidades básicas insatisfechas coinciden

    con las que habitan los indígenas del país” (A. Deruyttere, 1997).

    Según el último Censo de Población Hogares y Vivienda (INDEC, 2001), el porcentaje

    de hogares indígenas14

     con alguno de los indicadores de pobreza estructural asciende

    14 Hogares que al momento de realizar el Censo del año 2001, alguno de sus miembros se reconoció perteneciente a

    o descendiente en primera generación de un pueblo indígena (INDEC). La cantidad de Hogares Indígenas según el

    Censo 2001 asciende a 289.951. A partir de ese universo, se realizó la encuesta Complementaria sobre Pueblos

    Indígenas (ECPI). La muestra (alrededor de 57.000 hogares) representa a la población que reside en los hogaresdonde el Censo 2001 registró al menos una persona que se reconoce descendiente de y/o perteneciente a un pueblo

    indígena. La ECPI dio como resultado que la población total indígena asciende a 600.000 personas.

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    a 23,5% mientras que según la misma medición, los hogares no indígenas en esa

    situación ascienden al 13,8% del total.

    La falta de acceso a la educación y la salud es otra de las problemáticas que enfrentan

    los pueblos indígenas en la actualidad. Como afirma M. Carrasco, aunque “no existen anivel nacional ni provincial estadísticas desagregadas por origen étnico que permitan

    conocer el estado sanitario de los pueblos indígenas (…) los lugares donde residen

    actualmente muestran los índices más altos de infecciones agudas tales como la

    tuberculosis, el mal de Chagas y el cólera, entre otras enfermedades. Según

    información no oficial, brindada por agentes sanitarios locales, en ciertas zonas rurales

    la tasa de mortalidad infantil alcanza al 30%. Pobremente alimentados, los niños

    indígenas parecieran tener su futuro comprometido. Aunque algunas escuelas les

    proveen una comida diaria, éstas no funcionan durante varios meses del año. La

    asistencia a clases revela un alto porcentaje de deserción debido principalmente a la

    discriminación que sufren por parte de maestros y compañeros no indígenas y a la

    escasez de medios económicos de las familias” (M. Carrasco, s/d)

    Otro de los problemas más acuciantes de los pueblos indígenas en la Argentina

    contemporánea es la degradación ambiental y la pérdida progresiva de sus recursos

    naturales a consecuencia de la expansión de la frontera agropecuaria y del desarrollo

    de actividades extractivas como la minería a gran escala. Por otro lado, la falta de

    reconocimiento dominial sobre la tierra los lleva a una situación de vulnerabilidad

    mayor. Como afirma Morita Carrasco “los territorios ancestrales de los pueblos

    indígenas están en peligro. La falta de regularización dominial les impide controlar la

    devastación ambiental debido al uso irracional de los recursos naturales por parte de

    no indígenas y la contaminación de sus suelos y fuentes de agua por parte de

    empresas mineras, petroleras y otras. Al no existir medidas efectivas de protección de

    la posesión y propiedad de las tierras que tradicionalmente ocupan en todo el país, seacelera el avance de los frentes agrícolaganaderos y el desembarco de ‘mega‘

    proyectos de desarrollo.” (M. Carrasco, s/d)

    En síntesis, como afirma García Canclini (2004, pág. 53), el desafío que enfrentan los

    pueblos indígenas de nuestro país y de toda América Latina “es ser incluidos, sin que

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    se atropelle la diferencia ni se los condene a la desigualdad”. Los reclamos de los

    pueblos indígenas residen en el reconocimiento de su diferencia con respecto al resto

    de los grupos subalternos – es decir, la efectiva aplicación de la legislación vigente-, sin

    que esto signifique el abandono del reclamo por una mayor igualdad que con ellos

    comparten. En última instancia, la lucha es por el reconocimiento de los derechos que

    les son propios como pueblos indígenas, y de los que comparten con el resto de los

    grupos humanos con los que conviven, en síntesis, por “ser ciudadanos en sentido

    intercultural”.