jean meyer - palabras de vida: una conversación con antonio alatorre

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el historiador francés/mexicano jean meyer entrevista al filólogo mexicano antonio alatorre.

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    Jean Meyer. Admir tu valor cuando me dijiste que te daba igual escribir unas pginas a que yo te entrevistara. Eso realmente me sorprendi, de manera que en tus manos encomiendo mi espritu, literalmente.

    Antonio Alatorre. Bueno, lo que pasa es que yo soy muy dado a la autobiografa. Una vez escrib un artculo sobre folklore infantil que no era ms que eso: una autobiografa pura. Los juegos de mi infancia, en mi pueblo. Hasta en artculos eruditos hablo de m, y no digamos en mis clases, y sobre todo con amigos. T me dijiste el otro da, si entend bien, que queras saber por qu caminos vine a estar donde estoy hoy, cmo es que llegu a ser lo que soy, o algo por el estilo. Ante una pregunta as, inmediatamente me pongo a hablar de mi infancia, porque all estoy: la traigo conmigo.

    LA ESCUELA

    Hace un par de meses son el telfono, y descolgu y dije: Bueno?, y me contest una voz: Soy fulano Zedillo (cmo se llama el secretario de Educacin?). (Por cierto, me llam la atencin eso. Generalmente, y an tratndose de gente mucho menos importante, lo que oigo en esos casos es la voz de una secretaria: Un momentito, le va a hablar el seor tal o la doctora tal, y a veces el momentito se estira y se estira). Me dice, pues: Soy Zedillo, secretario de Educacin; perdneme este ataque personal, pero estamos aqu metidos en los programas educativos, y hay voces que dicen que las clases de espaol en la escuela primaria son un desastre. Me

    Palabras de vida: una conversacin con Antonio Alatorre

    Jean meyer*

    * Tomado de Egohistorias (Mxico: cemca, 1993), coordinado por Jean Meyer. La entrevista tuvo lugar a principios de 1993 en la casa de Antonio Alatorre.

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    gustara saber qu opina usted. Por qu no escribe unas paginitas y me las manda? Yo le contest que lo hara con mucho gusto. Y lo que hay en esas pginas es una evocacin de los aos que viv en la escuela de mi pueblo. Lo que digo, en resumidas cuentas, es esto: Yo me eduqu en una escuelita muy modesta, y sal de ella, a los once o doce aos, con un bagaje bueno: ideas sobre gramtica, sobre sintaxis, buena ortografa, etctera. Como diciendo: Sigan en la Secretara de Educacin ese modelo y ya est. Traigo conmigo esa escuela de Autln porque traigo conmigo mi infancia, como te dije. En esa escuela tuve compaeros de huaraches, o incluso descalzos, sin ms ropa que camisa y calzn blanco (pero chamagoso). Me emociona el recuerdo de esa convivencia humana. Era la escuela de todos. Yo la goc muchsimo. Siempre ando diciendo que lo que s de muchas cosas, por ejemplo de lo que ocurre entre los pulmones y corazn, la oxigenacin, la expulsin del carbono, la sangre venosa y la sangre arterial y todo eso, lo tengo en la cabeza porque la maestra de quinto ao nos lo explic. Despus, s, he ledo cosas, pero lo esencial lo s desde aquel entonces. Y todo lo dems: geografa de Mxico, y de Amrica, y del mundo (recuerdo con orgullo los mapas que yo haca); historia (recuerdo muy bien que en 6 ao se nos habl de Grecia y Roma y se nos explic cmo estuvo esa guerra que comenz con el asesinato de un archiduque austriaco en Sarajevo); y anatoma, y zoologa, y hasta cosmografa (fue es esa escuelita donde hice contacto con las dos Osas, y Casiopea, y el Cisne, y la Corona de Ariadna, y Orin, y Aldebarn y Sirio). Todo eso lo asimil all para siempre. En sexto aprend a solfear, a leer msica. Y otra cosa que siempre me ha llamado la atencin: la cantidad de oficios que me ensearon en cuarto, en quinto, en sexto ao: canastas de mimbre y de alambre, bolsas de ixtle, juguetes de barro, cosas de madera caladaUna vez hicimos brillantina; otra vez hicimos pasta dentrfica. Lo que hacamos se exhiba al final del ao escolar (junto con los dibujos y lo dems). Y eran cosas que servan. Entre mi hermano y yo hicimos unos muebles de otate que funcionaron como recibidorcito, cerca del zagun de la casa, durante no s cunto tiempo. Quienes nos enseaban todo eso eran gentes del pueblo: un alfarero, un carpintero, etctera. Era como si una de las preocupaciones de la escuela fuera pensar en los destinados a practicar un oficio en la vida. En fin. El caso es que cuando pas de Autln a la escuela apostlica de los

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    Misioneros del Espritu Santo (en Tlalpan), yo saba muchas cosas que mis compaeros no saban, de manera que era un estorbo para ellos. Recuerdo concretamente que ninguno tena nociones de lgebra, mientras que yo me haba metido creo que hasta en trigonometra. Y digo que creo porque las matemticas son lo nico que he olvidado. Recuerdo muy bien cmo es el ornitorrinco, pero no recuerdo qu es una ecuacin de primer grado. Bueno, el padre superior me pas a segundo ao; y como los de segundo ya haban llevado latn y francs durante un ao, mi tarea principal fue ponerme al corriente en esas dos materias.

    Jean Meyer. Era pblica o particular esa escuela de Autln? Antonio Alatorre. Pblica: la Escuela Primaria Superior para Nios. No haba en Autln ninguna escuela particular. La directora era una mujer extraordinaria: slida, inteligente, enrgica, respetada por todos y tambin querida, porque era encantadora. Adems, viva enfrente de mi casa. Esto es importante. Viva enfrente de mi casa (Por favor, si ves que me desvo mucho de lo que t quieres, noms interrmpeme. Yo voy diciendo lo que buenamente se me viene a la cabeza). Se llamaba Mara Mares. Mariquita. Era la directora, y era tambin la maestra de sexto ao. Mariquita nos habl de la Iliada y la odisea y nos habl tambin de la guerra del 14. nos habl de todo: de la locomotora, de las vacunas, de la electricidad (Haba en el saln un arcaico laboratorio de fsica; recuerdo sobre todo el disco de Faraday, que estaba descompuesto, pero que todava serva para saber cmo se produca la electricidad).

    Adems, llevbamos el registro del tiempo: quiero decir que el saln de sexto ao era el observatorio meteorolgico de Autln. Da por da se anotaba la temperatura, el estado del cielo, la direccin del viento; y era bonito cuando haba un fenmeno fuera de serie, como rayos, o niebla, o un arco iris. Estbamos jugando, pero la cosa iba en serio. Todo eso era bonito. La escuela fue para m un gran regocijo. Pero lo del regocijo vendr despus.

    LA FAMILIA

    Fui el sexto de una familia de diez: primero dos mujeres, luego cuatro hombres, y yo fui el menor de estos cuatro. Pienso que hay que poner un

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    poco de escenario: esa casa grandota, con sus corredores, jardn, patio, segundo patio, trojes, corrales, y una huerta de regular tamao, con naranjos, limas, mangos, pltanos, y un tanque para regar la huerta en tiempo de secas, que aprovechbamos para baarnos al volver de la escuela. Mucho espacio para jugar. Pero yo qued como aplastado por mis tres hermanos mayores y me hice retrado. Aprend a nadar, pero solito. No quise que me ensearan mis hermanos, no me fueran a hacer una trastada. Me hice con toda naturalidad el clsico nio quietecito. Evidentemente, aprovech la cosa para ganarme a mi mam: yo no haca travesuras, yo no daba guerra (lo cual, ahora, me parece una forma normal de struggle for life). Aqu entra un episodio conectado con la Cristiada. Por no se qu razones, el cuartel militar del pueblo fue evacuado (as se dice?), y como una ta lejana era la encargada (o algo por el estilo) de la casa donde estaba el cuartel, nos metimos mis hermanos y yo y encontramos cosas tiradas, sobre todo gorras; pero el hallazgo ms sensacional fue un sable flamante, con su funda y todo. All mismo comenz un pleito terrible entre los dos mayores, Moiss y Luis, sobre quin haba visto primero el dichoso sable. Bueno, pues regresamos a casa con nuestras gorras De hecho, yo ni us la ma: me quedaba grandsima, y adems me daba como asco. Las gorras quedaron eliminadas inmediatamente por mi mam. Estn llenas de piojos blancos, dijo. No s si hay deveras piojos blancos, pero la cosa se me qued grabada como el colmo del horror. El sable era otra cosa. Mi pap decret que nos perteneca a los cuatro, pero eso era teora. En la prctica, los dueos del sable siguieron siendo Moiss y Luis. (Tengo grabada esta imagen: Moiss, con el sable, marchando heroicamente por la huerta y derribando a diestra y siniestra quelites y catarinas, esas hierbas que crecen hasta dos metros en tiempo de aguas). Pero el pleito entre Moiss y Luis sigui y sigui. Durante no s cunto tiempo, tal vez meses, tal vez semanas, a lo mejor slo unos das, se oan los gritos de mi mam: Ay, muchachitos de porra, cmo muelen! Un da voy a agarrar ese dichoso sable y lo voy a echar al escusado. (Tal vez deba aclararte que el escusado era un pozo como de diez metros de profundidad). No recuerdo si yo hice algn razonamiento; no recuerdo si estuve madurando un plan; lo que recuerdo es que un da, a una hora en que no estaban mis hermanos, agarr el sable y pum! al escusado! Y a la hora de la comida, cuando todos preguntaban dnde estara el sable, yo,

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    muy tranquilo, cont mi hazaa. Bueno, ni tan hazaa; mis paps, los dos, me dijeron muy claramente que lo que hice no estuvo bien hecho. Y as se acaba el cuento del sable. Me pareci til contrtelo, porque siempre he sentido como muy simblico ese episodio. De alguna manera yo esta ba marcando mi distancia con mis hermanos. De alguna manera me estaba pareciendo a Jos, el de la Biblia. La historia de Jos y sus hermanos siempre me ha fascinado. Y siempre me identifico con Jos.

    Jean Meyer. Qu edad tendras cuando lo del sable? Antonio Alatorre. Cundo fue el lo cristero?

    Jean Meyer. Del 26 al 29. Antonio Alatorre. Pues la cosa sucedi seguramente en 1928, y en tiempo de aguas, o sea como por julio o agosto. En ese julio cumpl yo seis aos. Recuerdo que ya tena el hbito de la lectura. Lo que ms me gustaba era leer. Cuando mi pap o mi mam iban a Guadalajara y regresaban con regalitos para todos, a m siempre me traan un libro

    Jean Meyer. Aprendiste a leer antes de la escuela?Antonio Alatorre. No, pero comenc a los cuatro aos.

    Jean Meyer. O sea que entraste muy temprano? Antonio Alatorre. S, porque mi hermano Carlos Carlos es un personaje muy importante en mi vida, siendo dos aos mayor, era el que estaba ms cerca de m, de manera que fue, por una parte, mi peor verdugo, pero tambin, por otra parte, un buen defensor cuando haca falta. Una vez, jugando con papalotes a la orilla del pueblo, yo insult a un muchachito de mi edad; le dije piojoso, y l se me dej venir, pero se interpuso Carlos, y hubo un buen agarrn. El muchachito traa en el ceidor una armnica, y con esa armnica le llen de chichones la cabeza a Carlos. Con decirte que la armnica misma acab despedazada Este episodio se me qued tan grabado como el del sable, porque es tambin simblico. Carlos senta una como responsabilidad por m. En fin, el hecho es que Carlos tena ya seis aos y no quera ir a la escuela, una escuelita de prvulos, negocio de dos solteronas viejitas muy pintorescas. Al final puso como condicin que

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    yo fuera con l, y yo estuve muy de acuerdo. Es un poco la historia de Sor Juana, que aprendi a leer como por juego, acompaando a su hermana mayor. El caso es que Carlos y yo hicimos toda la primaria juntos, excepto que Bueno, ni modo: tendr que contarte el episodio de la bicicleta, porque tambin ese episodio me afect. A ver si puedo contrtelo en pocas palabras. Estbamos Carlos y yo en segundo ao cuando mi pap compr una bicicleta para los cuatro, pero que en realidad slo le serva bien a Moiss, que tendra entonces doce aos. Era la vspera del cumpleaos de mi pap, y mandaron a Moiss a comprar hojas de maz para los tamales, y Moiss, como para que yo tambin gozara la bicicleta, me llev con l; me acomod en el cuadro y ah vamos. Pero antes de llegar adonde vendan las hojas sucedi la desgracia: chocamos con una de aquellas enormes carretas de bueyes, cargada de maz. No se supo cmo estuvo la cosa, y adems no importa: el hecho es que la bicicleta qued hecha caca y yo sal con una herida realmente espectacular en el brazo derecho. Me qued una cicatriz fea, toda fruncida; tal vez el doctor que me atendi era un pendejo, o en Autln no haba medios para trabajos ms finos. Resultado: nunca aprend a andar en bicicleta, y nunca aprend a manejar un automvil. Hace veintitantos aos dije: Voy a superar este trauma, voy a aprender a manejar, y recib lecciones durante tres semanas, pero no: no pude. Ese accidente como que vino a confirmar mi gusto por la lectura. Los libros no eran peligrosos. Adems. Imagnate esta escena: es poca de vacaciones y yo estoy leyendo algo muy a gusto, en el fresco del corredor, y son como las dos de la tarde, y entonces llegan mis hermanos con su sarta de lagartijas o cuijes, como se llaman en Autln. Un deporte muy de poca de vacaciones era matar cuijes a resorterazos por los potreros que haba alrededor del pueblo. Yo jams pude con eso. Otro resultado del accidente fue que falt durante semanas a la escuela, y repet segundo ao, porque as lo dispusieron mis paps. Lo chistoso es que Carlos reprob tercer ao, evidentemente adrede, de manera que repiti tercero y as nos volvimos a emparejar.

    Ahora no s por dnde seguir. Creo que he dejado muchos hilos sueltos. T dirs. Jean Meyer. Tengo la impresin de ibas a hablar ms sobre tu maestra de sexto ao.

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    LA MAESTRA

    Antonio Alatorre. Ah, s! Mariquita Mares Mariquita y ese glorioso sexto ao, esa manera que ella tena de ensearnos toda clase de cosas y de mantenernos absortos y entusiasmados. El registro de los fenmenos meteorolgicos, el modestsimo laboratorio de fsica Estbamos organizados en sociedad cooperativa, y a la hora del recreo vendamos dulces y fruta. Carlos y yo, muy de maanita, bamos a las orillas del pueblo a comprar jcamas; nos las desenterraban, las pagbamos, y en casa las lavbamos para llevarlas limpiecitas a la escuela. Las ganancias se destinaban a comprar libros para nuestra biblioteca. Recuerdo que una vez hice yo el catlogo de esa biblioteca, y se lo entregu a Mariquita; Mariquita lo revis, y me dijo sealando uno de los ttulos: Ve otra vez este libro y corrige t mismo lo que est equivocado. Era el Gil Blas de Santillana de Lesage, y yo haba escrito Santanilla en vez de Santillana. Qu vergenza, no? Pero tambin qu inteligente manera de ensear! Adems de biblioteca, tenamos museo. La mejor pieza del museto era una boca de tiburn, con sus hileras de dientes. Una vez Carlos y yo encontramos en la huerta un esqueleto de murcilago envuelto en una como pelusa y maravillosamente conservado, sin una sola costillita rota; lo limpiamos con mucho cuidado y creo que dijimos al mismo tiempo: Esto es para el museo! En ese sexto ao haba un ambiente de regocijo, de entusiasmo. ramos unos 25 o 30 (y no haba en Autln ms escuela superior para nios que sa). Imposible que alguien se desinteresara de la tarea de aprender. Imposible que alguien flojeara.

    En 1933 Mariquita tendra cincuenta y tantos aos, de manera que debi haber salido de la escuela normal (de Guadalajara, supongo) muy a comienzos de siglo. A juzgar por lo que era Mariquita, la formacin de maestros lleg a un alto grado de profesionalismo en la poca porfi riana. No recuerdo que ella nos haya hablado alguna vez de Justo Sierra o de Gabino Barreda, pero es seguro que yo goc de los beneficios de esa escuela normal positivista que ellos deben haber diseado. Mara Mares fue una gran profesional de la enseanza. Y quiero aadir dos cosas: una es que mi escuela primaria fue cien por ciento laica; el terreno de la religin estuvo siempre totalmente excluido; y la otra cosa es que jams hubo

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    propaganda poltica; no se hablaba de los logros de la Revolucin y esas cosas, y no se elogiaba al presidente de la Repblica. Las dos cosas me parecen sumamente saludables. Me alegro de que mi escuela primaria haya sido as.

    Mariquita viva enfrente de mi casa con sus dos hermanas: Cuca, profesora de cuarto ao (tambin buena maestra, aunque algo gris, algo apagada), y Nina, la mayor, que era el ama de casa. La casa de las Mares fue mi segunda casa, probablemente desde que yo tena unos dos aos. All no haba competidores. A veces iba tambin Carlos pero una vez hizo no s qu y Nina le dijo Ahora vers, muchacho perjuicio y Carlos se fue, ofendidsimo, y nunca ms volvi. Despus, ya grande, cada vez que yo iba a mi pueblo visitaba naturalmente a las Mares y oa los recuerdos que ellas tenan del Blanquito (as me llamaban). Por ejemplo, las veces que le peda a Nina un terrn de azcar, y ella deca: Mira, no hay, y yo: A ver, ensame el bototito, o sea el botecito del azcar. (Este bototito te dar idea de a qu edad me hice hijo adoptivo de las Mares). Adems, Mariquita tocaba el piano y tena libros. Muy rara vez entr en su cuarto; quiz me lo haban prohibido. Lo mejor de sus libros era el tesoro de la juventud, 20 maravillosos tomos que traan todo lo que un nio o un adolescente poda desear en aquellos tiempos sin televisin ni cine. Recuerdo esta escena: Mariquita y yo sentados, muy juntos, con uno de los tomos del tesoro de la juventud abierto en las rodillas. Ahorita que lo pienso, es raro que no me haya atrevido a pedirle a Mariquita prestados esos tomos, uno por uno; tambin es raro que ella no tomara la iniciativa de prestrmelos. Tal vez tena miedo de que se los maltratara, o tal vez vea que la mayor parte del tesoro de la juven-tud, como descubr ms tarde, estaba dirigido ms bien a adolescentes. En todo caso, estamos muy juntos con ese tomo en las rodillas y yo estoy como en las nubes. Viendo por primera vez en mi vida esas columnas y esos muros y esas estatuas de Luxor y de Karnak. (Por cierto que Mariquita daba vuelta a las hojas del libro; no me dejaba hacerlo a m). Total, aquello fue una dosis extra de escuela. Una dosis amasada en cario. Porque es claro que si me hice habitante de esa casa fue porque buscaba cario. All coma, all merendaba, all me quedaba dormido, y todas las noches vena por m Pancho Nez, el mozo de mi casa, que me llevaba hasta mi cama sin despertarme. Claro, mi mam, que tuvo diez hijos

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    UN PARNTESIS

    T vers si esto que voy a decir es embarazoso de tan personal y en ese caso suprmelo y ya. En cierto momento, nel mezzo del cammin, sent la necesidad de un psicoanlisis. Me senta desorientado, mal equilibrado en fin, no entremos en detalles. El caso es que durante los dos o tres primeros aos del psicoanlisis llegu a armar una visin muy negativa de mi infancia. Digamos esto: mis hermanos me aplastaron mucho; fueron crueles conmigo; se burlaban de mi coleccin de estampitas religiosas; me pusieron un apodo muy ofensivo, y all le corto. Y si iba a quejarme con mi mam (me la imagino en su lugar de siempre: ante la mquina de coser), ella meneaba la cabeza y deca: Vlgame, Dios! Del rbol cado todos hacen lea, lo cual no era precisamente lo ms adecuado. Total, llegu a la conclusin de que mi mam no se interes mucho por m (ni por ninguno de sus otros hijos). Un da le cont a Moiss estas ideas, y Moiss se qued sorprendidsimo; pel tamaos ojos y me dijo: Oye, Too, qu equivocado ests! Mi mam fue una madre excelente, y sigui, sigui hablando, como inspirado: mi mam se entregaba por completo al beb en turno, lo tena limpiecito y bien atendido, lo trataba como a un rey; claro que despus de dos aos vena el siguiente beb, y el anterior pasaba a la jurisdiccin de Toa (luego te hablar de Toa). Moiss me hizo ver cosas que yo no vea porque me estorbaban las lagaas. Fue como si las lagaas se me hubieran cado. Bien que fui testigo de cmo se port mi mam con sus dos ltimos hijos, el noveno y el dcimo (o la dcima, mejor dicho). Moiss, seis aos mayor que yo, haba sido testigo de eso durante mucho ms tiempo.

    Adems, quejarme de mi infancia era olvidarme de Toa, y ese olvido debera avergonzarme, porque Toa fue una maravillosa segunda madre. Te acuerdas de la ta abuela lejana que tena a su cargo la casa del cuartel? Pues Toa era hermana de ella. Qu mujer! Bajita, flaquita, un manojo de tendones. Fue la nana de todos. Viva con nosotros. Tena su cuarto, y a veces nos prestaba una cosa extraordinaria que posea: un estereoscopio, con su buen surtido de vistas (las ms modernas, por cierto, eran fotos de la construccin del canal de Panam). Cuando alguien se raspaba una rodilla o se descalabraba, acuda espontneamente a Toa, no a mi mam. Toa estaba de nuestra parte: era capaz de ocultarle la verdad a mi pap para sal

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    varle el pellejo a alguien (porque mi pap era gran creyente en la virtud de los azotes). Cuando hablo con alguno de mis hermanos, en cuanto tocamos algo de la infancia, algo de Autln, inmediatamente aparece Toa

    En fin, dejemos a Toa. A lo que voy es a esto: de la misma manera que de pronto vi lo evidente, o sea eso que Moiss me haca ver, de esa misma manera todo aquello de lo mucho que sufr en mi infancia, de lo que me hicieron llorar mis hermanos, etctera, etctera, se esfum, de manera que puedo declarar con la mano en el corazn que estoy completamente de acuerdo con la infancia que tuve y que no la cambiara por ninguna otra, y que fue formidable tener muchos hermanos, etctera, etctera. Y lo mismo vale para esos ocho aos de lo que llamo mi encierro monstico con los Misioneros del Espritu Santo. Se prestan mucho para el melodrama: yo no tena vocacin; sufr mucho, y esos aos, los ms hermosos, de los 12 a los 20! Un da descubr que todo eso era retrica. Cada quien vive de una manera, y a m me toc de esa manera, una de tantas; y estuve desarrollndome, y aprendiendo, y viviendo. Estoy muy de acuerdo en ser lo que soy, en ser como soy; por lo tanto, estoy de acuerdo con lo que me trajo adonde estoy. S que no a toda la gente le ha servido el psicoanlisis. Para m fue importantsimo. Me quit esas lagaas y muchas otras. El balance que otros hagan de mi vida me tiene sin cuidado. El balance que yo hago me parece muy positivo. Estoy contento con mi vida. Perdn, me he ido muy lejos.

    GANAS

    Es claro que no todos los que salieron de esa escuela primaria salieron como yo. Sin ir ms lejos, all est mi hermano Carlos, que sigui un camino tan distinto del mo. Ese regocijo, ese entusiasmo de que hablo, y que era cosa de todos en esa escuela, fue algo muy real. No fue una llamarada de petate. Yo dira que nos marc a todos, pero que a cada quien le sirvi para una cosa distinta en la vida. En fin, creo que todo esto es lugar comn. Lo que quiero decir es que en mi caso hubo una confluencia, o casi dira una conspiracin entre la escuela y mis aficiones, mis ganas de saber cosas, mi gusto por la lectura. Siento a veces que estoy ms preparado o ms predispuesto que otros crticos para identificarme con Sor Juana. Mis ganas de leer, de aprender, eran enormes como las de ella.

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    Un da le pregunt al psicoanalista si, as como hay traumas daosos, hay tambin traumas positivos. Se lo preguntaba por algo que es tal vez mi primer recuerdo. Debo haber tenido tres aos. Estoy con Carlos a la sombra de un naranjo, en el segundo patio; uno de esos naranjos que se usan por all, verdaderos rboles de cinco metros o ms.

    Jean Meyer. Que no podan. Antonio Alatorre. Ah, mira! Yo pensaba que eran una variedad aparte. Bueno, pues estamos all y el suelo est lleno de flores de azahar. Hemos hecho tres montoncitos, uno de ptalos, otro de estambres y otro de pistilos, y se los estamos poniendo como ofrenda a tres estampitas recargadas en el tronco del naranjo. Y all est el trauma. Es como una instantnea en que qued registrado todo: la sombra del naranjo, la luz del sol, incluso el perfume de los azahares, y para colmo una frase dicha por Carlos: y esto para San Miguel (supongo que la estampa de San Miguel fue la ltima en recibir su ofrenda). A lo largo de los aos, cada vez que me vena este recuerdo me sorprenda que una escena as, y sobre todo la frase tan trivial, y esto para San Miguel, se me hubiera quedado tan grabada.

    Me viene a la cabeza otro recuerdo. Cuando mi pap daba por cerrado un asunto y ya no quera que se hablara de l, deca: Captulo de otra cosa!. Bueno, ahora la escena sucede en la escuela. Estoy en segundo ao (en ese ao en que Carlos y yo estuvimos separados). Estoy en el primer mesabanco de la hilera central, y a mi compaero de mesabanco le ha tocado leer en voz alta. El libro de lectura era, por cierto, el nico que tenamos.

    Jean Meyer. Era de fragmentos escogidos? Antonio Alatorre. S, ms o menos como ahora: un cuentecito, una descripcin breve de algo, en seguida algo en verso Conservo en la memoria versos que venan en ese libro de lectura, llamado Infancia. (Una vez una amiga alemana se sorprendi de que yo supiera de memoria una poesa de Goethe: La ola sin cesar suba,/ la ola sin cesar bajaba,/y el pescador contemplaba/ el anzuelo que se hunda: vena en Infancia de quinto ao.) Bueno, a mi compaero de mesabanco le ha tocado leer las ltimas lneas de uno de los fragmentos, y lee muy mal, slaba por slaba: todaslasnoches, sin entender lo que est diciendo; yo estoy cada vez ms impaciente, y l,

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    sin darse cuenta de que ya termin el fragmento, sigue como mquina y lee el ttulo del fragmento siguiente; entonces yo, sin poderme aguantar, dije en voz lo bastante alta para que me oyera la maestra: Captulo de otra cosa!, y se me qued grabada la sonrisa y la mirada de complicidad de la maestra. A m me irritan de manera muy especial los espectculos de pendejez humana. Los pendejos lo torturan a uno, le amargan a uno la vida. No hay derecho. Claro que en la prctica tiene uno que aguantarse

    OTRA MAESTRA

    Muy cerca de Mara Mares (un poco abajo, pero muy cerca) est la maestra de quinto ao, Magdalena Arias, una mujer bonita y fresca (tenda apenas 20 aos), de una familia de maestras; sus cuatro o cinco hermanas eran maestras de escuela, y tena slo un hermano hombre, un rancherote, igual que el pap. A Magdalena Arias le parecan sosas las cosas que se cantaban normalmente en la escuela, Mambr se fue a la guerra, himno a la bandera, himno a Hidalgo, etctera. A ella le gustaban las canciones de Agustn Lara, y eso era lo que cantbamos en quinto ao: Azul, Concha ncar, Ojos verdes (Aquellos ojos verdes,/ serenos como un lago), cosas muy digamos cabareteras, sobre todo una que deca: Manch la blanca flor de tu pureza/ y fue un estigma de tu triste vida, donde a la mujer que dio un mal paso se le aconsejaba al final: Olvida tu dolor,/ vive el placer,/ y nunca, nunca vuelvas a querer!. Lo notable era que la directora de la escuela, o sea Mariquita, tolerara semejante libertad (o semejante libertinaje). Claro que esas canciones sonaban de una manera en el disco, una voz con acompaamiento de piano o de orquesta, y de otra manera en el saln de clase, un coro de voces infantiles, sin ningn acompaamiento. Nosotros estbamos encantados: nos sentamos muy a la moda, muy modernos. Bueno, Magdalena Arias

    Eso que antes te dije de la circulacin de la sangre, fue Magdalena Arias quien nos lo ense. Dibujaba en el pizarrn los pulmones, y en medio el corazn, con sus ventrculos y sus aurculas, y las venas y arterias, y nos explicaba cmo era la cosa. Toda la enseanza era oral. No s si t puedes imaginar eso. El nico libro que tenamos era el de lectura, Infancia. Al final se aada uno ms, geografa de Amrica en quinto y geografa universal en

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    sexto. Ningn libro de matemticas, ni de gramtica, ni de historia, ni de ciencias naturales, ni de anatoma y fisiologa. Todo oral. Yo estaba fascinado, y cuando haba muchos nombres raros, los apuntaba en un papelito: clavcula, hmero, cbito, radio todo eso. Cuando ella preguntaba cosas en la siguiente clase de anatoma, era yo, naturalmente, el que mejor saba las respuestas. Recuerdo la vez que mis compaeros protestaron: As qu chiste! Tiene las cosas apuntadas en un papelito, y Magdalena, con muy buen sentido, les dijo: Pues hagan ustedes lo mismo.

    LIBROS

    Jean Meyer. Lleg a Autln la famosa biblioteca bsica de Vasconcelos?Antonio Alatorre. S, pero no creo que haya servido o mejor contesto de otra manera: recuerdo haber visto uno de esos tomos verdes, pero no en la escuela, sino en manos de un seor que conocamos. Era la Iliada, pero yo ya haba ledo la Iliada en una edicin abreviada, y con ilustraciones. Tambin en quinto ao tenamos una cooperativa y con las ganancias comprbamos libros (sobre todo los de Emilio Salgari, que nos traan locos). Pero ni en la bibliotequita de quinto ni en la de sexto estaban los libros verdes de Vasconcelos, de eso estoy seguro; o sea que, si te interesa saber qu papel tuvieron esos libros en la cultura del pas, el testimonio de Autln es negativo. Lo que ahora recuerdo es la biblioteca nuevecita que un buen da lleg a la escuela, obsequiada seguramente por el gobierno de Jalisco. Esto fue a mediados de 1934, cuando yo acababa de terminar sexto ao, y recuerdo muy vivamente mi reaccin. Por una parte sent que venan tiempos mejores, tiempos de abundancia; y en efecto, tal vez en 1934 el pas comenzaba a levantar cabeza despus de tanta refulufia; pero por otra parte sent melancola: eran mis ltimos das en Autln; estaba a punto de venirme a Tlalpan, a la Escuela Apostlica de los misioneros. Los libros eran muchitos: unos dos mil o tres mil. Yo ayud a acomodarlos. Recuerdo cmo los iba sacando de las cajas, y los acariciaba uno por uno, y me daban ganas de leerlos todos, y saba que eso no iba a suceder. Alcanc a leer uno solo: el Robinson suizo. El otro Robinson, el de Defoe, ya lo haba ledo: lo tenamos en la casa.

    Tenamos algunos otros libros (pocos: no llegaran a 20). Recuerdo por ejemplo Genoveva de Brabante, la Mara de Jorge Isaacs, los mrtires de

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    Chateaubriand, los viajes de Gulliver, los cantos de hogar de Juan de Dios Peza, y el Quijote, claro. Con el Quijote suceda algo muy bonito, algo que he contado en dos o tres conferencias. Mi pap llegaba de la tienda como a las ocho de la noche (mi pap era comerciante), y cuando estaba de humor no muy cansado, haba lectura del Quijote. Toda la familia se reuna en la sala. La luz elctrica, que duraba de las siete a las doce de la noche, era muy pinchurrienta. Mi mam tena que sentarse exactamente debajo del foco para poder leer. Asistamos todos porque nos gustaba. Lo que he dicho en esas conferencias, como mensaje o propaganda, es que todos entendamos y todos nos divertamos. A veces tomaba yo ese Quijote (con ilustraciones de Dor) y pellizcaba algo por aqu o por all, pero nunca lo le bien a bien.

    Lo que me sirvi mucho fue una biblioteca de alquiler, propiedad de doa no s qu, hermana de don Nicols el chelista. Tena un buen surtido; por ejemplo, las novelas de Juan A. Mateos, y las de la editorial Buena Prensa, de Bilbao, manejada por los jesuitas, donde haba clsicos como Fabiola, y Quo vadis?, y los ltimos das de Pompeya. El alquiler era de un centavo por da, y como yo era tan voraz, haba lecturas que me costaban apenas dos o tres centavos. Recuerdo esta escena: estoy a horcajadas en el pretil del corredor ms sombreado, leyendo los ltimos das de Pompeya, y la cosa est ponindose tan buena, tan emocionante, que en un arrebato de entusiasmo abrazo contra m el libro (Claro que no haba testigos). Un da alquil los novios, de Manzoni (o sea I promessi sposi), y sucedi algo chistoso. Se me hace que mi mam le avis a mi pap que yo estaba leyendo algo tal vez impropio (aunque era de la editorial Buena Prensa); lo cierto es que mi pap me dijo que devolviera los novios y sacara alguna otra cosa. Yo obedec sin dificultades, porque, la verdad, Manzoni me estaba resultando bastante pesado. Poco despus, o a la mejor inmediatamente despus, alquil la panadera, de Eugenio Sue, y recuerdo cmo me met en ese mundo de horrores y de crmenes; temblaba yo por dentro, pero con un temblor excitante, que me haca seguir y seguir. Y mientras lea la panadera, de ttulo tan inocente, pensaba: Mi pap me prohibi los novios, pero si supiera lo que estoy leyendo ahorita!.... Total, le mucho. Aos despus, hacia 1939, en el noviciado de los misioneros, esa poca gris de mi vida en que las nicas lecturas eran las religiosas y edificantes, me puse a hacer, por

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    pura nostalgia, una lista de los libros ledos en Autln. Alcanc a recordar algo ms de 300 ttulos.

    Aqu viene un cuento que me gusta contar. Al hacer esa lista no pude recordar cmo se llamaba una novela que me haba fascinado a los ocho o nueve aos. La herona era una mujer rubia, bellsima, nacida nada menos que en Laponia, y el villano era un personaje moreno, creo que andaluz, siniestro, embozado en su capa negra. La herona era una soprano famossima. En cierto momento se describe una representacin de la pera norma, donde ella, con su tnica blanca, canta maravillosamente el aria Casta diva. Al final el villano recibe su castigo, y en el ltimo captulo vemos cmo su capa negra es arrastrada por la corriente del Guadalquivir. Al hacer la lista no pude recordar el ttulo de esa maravillosa novela, y le puse Flor de laponia. Bueno, el caso es que pocos aos despus, terminada mi aventura religiosa, cuando con revalidaciones y con trampas consegua en Guadalajara mi certificado de preparatoria, sucedi que entre las lecturas exigidas en la clase de literatura estaba una novela llamada El final de norma, de Pedro Antonio Alarcn. Yo la estaba leyendo, y me pareca muy mugrosita. Debo aclararte que lo primero que hice al llegar a Guadalajara fue acudir a la biblioteca pblica para tratar de ponerme al corriente, y me puse a leer a Balzac, comenzando con los contes drolatiques. En comparacin con Balzac, El final de norma era verdaderamente una mugre. Y de pronto, durante la lectura, descubr que esa mugre era lo que yo haba llamado Flor de laponia! Pocas veces he sentido tan adentro, tan en el alma, lo que es una decepcin. La moraleja salta a la vista: las lecturas de la infancia hay que dejarlas all, no hay que tocarlas. Son libros frgiles, que no aguantan una relectura. Bueno, no todos: los viajes de Gulliver s la aguantan, pero jams releer los ltimos das de Pompeya.

    LA ESCUELA APOSTLICA Y EL NOVICIADO

    Tengo que explicarte por qu fui a dar con los Misioneros del Espritu Santo. En 1934 mi pap estaba arruinado. Un socio suyo lo haba estafado de muy mala manera (se hablaba mucho en mi casa de ese socio cabrn, apopado el Ronquillo, que por cierto huy del pueblo). Mi pap segua en su tienda La Reforma, en uno de los portales del jardn principal, pero

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    estaba cargado de deudas. Muchos aos despus me cont Moiss que la ruina de mi pap se debi ms que nada a sus escrpulos religiosos: se haba comprometido a pagar un prstamo en pesos de oro, y entonces vino la ley de la plata, que puso fin al bimetalismo, y mi pap sinti que eso era robarle dinero a su acreedor, de manera que pag en oro, y sali perdiendo un dineral. No s qu tan real sea esa historia. Yo pienso que, por angas o por mangas, mi pap fue una de las muchas vctimas de la famosa crisis anterior a 1934. De todas maneras, el cuento de Moiss se non e vero, e ben tro-vato. As era mi pap: honrado a carta cabal y profundamente cristiano. Bueno, a mediados de 1934 hemos terminado la primaria Carlos y yo. Qu va a ser de nosotros? En realidad se trataba de la suerte de todos los hermanos, no slo de nosotros dos. Porque la situacin era dramtica: mi padre estaba amargado y melanclico por el drama econmico, y mi mam estaba cansadsima, yo dira que al borde del colapso. En este momento entran en accin mis dos tas monjas, hermanas de mi mam. Creo que una vez te habl de ellas: fueron las primeras reclutas de una orden fundada por un cura jaliciense, que por cierto est en el grupo de 25 mrtires de la Cristiada a quienes pronto va a beatificar el papa (muri ahorcado). Hacia el final de la Cristiada las monjas de esa orden, huyendo de la persecucin, y ya muerto el fundador, se refugiaron en la casa de Autln. No s cmo cupieron, porque eran ms de 20 (una de ellas, por cierto, se volvi loca estando en la casa). Con esa intervencin de 1934, mis tas correspondan a lo que mi pap haba hecho por ellas unos aos antes. Intervinieron para salvar a la familia del naufragio total. A los tres hermanos que seguan de m (Aurora, de diez aos, y Enrique y Alfonso, de ocho y de seis), los acomodaron en unos orfanatos que ellas regan en Guadalajara. Consiguieron que don Paz Camacho, director de una secundaria muy catlica de Guadalajara, que admita internos, hiciera un precio especial para Carlos. Y en cuanto a m, esa intervencin fue decisiva. Ellas se ocupaban de un hospital, y all conocieron a un misionero del Espritu Santo que haba ido a visitar a su madre enferma, y le hablaron de m, y por cuenta propia, sin preguntarme nada a m, me dejaron, digamos, apalabrado.

    Voy a detenerme un poco en ese momento tan crucial. Aos antes, cuando se reabrieron los templos, o sea en 1929, nos ensearon a Carlos y a m a ayudar en misa (cosa chistosa, por cierto, aprender respuestas en latn,

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    y a esa edad). Carlos no tard en aburrirse, pero yo segu siendo monaguillo un buen tiempo. Adems, durante algunos aos, ms o menos de los siete a los nueve, jugaba a decir misa: improvisaba mis ornamentos y haca altares con lo que se poda. Eso lo dej, en parte por las burlas de mis hermanos y en parte porque el juego no daba para mucho. En junio de 1934, ya a punto de cumplir doce aos, todo eso perteneca al pasado. Pero haba quedado flotando en el aire la idea de que yo iba a ser sacerdote: una idea muy etrea que nunca tocaban mis paps, yo dira que por miedo a disiparla. Recuerdo que ya para terminar la escuela, tal vez en mayo de ese ao, me puse un poco mal del estmago y mi mam me llev a ver a un doctor Velzquez, muy amigo de la casa. Despus de examinarme, el doctor me pregunt: Bueno Too, qu vas a hacer ahora que termines sexto ao? Qu es lo que quieres estudiar?. Y yo, rpidamente, como si fuera cosa muy bien pensada, le contest: Quiero ser abogado. Claro que no pensaba en eso; lo que hice fue aprovechar tan buena ocasin para que mi mam me oyera decir que no quera ser cura.

    Jean Meyer. Como en Don casmurro, de Machado de Asis. El hroe es hijo nico y recin nacido tuvo una enfermedad muy grave. La mam le promete a Dios que si se salva el beb, ir al seminario. El muchacho, a los 14 aos, no quiere ir al seminario y tambin dice en voz alta que quiere estudiar derecho Antonio Alatorre. Exactamente! Con la diferencia de que en mi caso era yo el que dizque haba dado seales de vocacin sacerdotal; como prueba all estaban los altarcitos de pocos aos antes. Mi mam no me dijo nada. Terminada la consulta con el doctor Velzquez, pudo haberme preguntado que por qu haba dicho que quera ser abogado; pero no: se qued callada; se mantuvo al margen. Fue mi pap quien hizo presin, fue l quien me forz, aunque sin violencia. Varias veces me sermone. Una vez me dijo ms o menos: Mira, ahora andas diciendo que no quieres ser sacerdote, pero vas a ver cmo en cuanto comiences tus estudios con los Misioneros, vas a descubrir que s tenas vocacin. Y a esa consideracin aadi inmediatamente otra: Adems, t ves que estoy arruinado; una colegiatura [la de Carlos] la podr pagar, aunque con muchos sacrificios, pero dos ya no. Otra cosa: me dijo que all, en la escuela de los Misioneros, haba cine todos los jueves, lo

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    cual result completamente falso. Eso debe de haberlo inventado mi pap y fue el colmo del chantaje. En cierto momento una de mis tas monjas me escribi dicindome que todo estaba arreglado y que slo faltaba mi consentimiento; yo me haca pendejo y dejaba pasar los das, hasta que mi pap no slo me oblig a contestar, sino que de plano me dict la contestacin. Recuerdo bien, pero muy bien, mi estado de nimo en esos meses, primero en Autln (cuando le el Robinson suizo) y luego en Guadalajara, donde estuve esperando a otro de los padres, que por fin lleg en octubre. Me senta atrapado. Supe lo que es estar atrapado. Hay esos relatos autobiogrficos en que el hroe sale de su pueblo para entrarle a la vida, y est todo exaltado y animoso. Yo, al salir de Autln rumbo a lo desconocido, estaba achicopalado y melanclico. Recuerdo que en Guadalajara, camino a la entrevista decisiva con ese padre (que result ser el superior de la escuela apostlica), le dije a mi ta: Cmo voy a decir que quiero ser sacerdote, si no es verdad?. Y ella me contest: No le digas eso; dile que slo quieres hacer la voluntad de Dios. Yo segu su consejo, y recuerdo que al padre le gust la frasecita.

    Se puede decir, muy objetivamente, que fui empujado, forzado, violentado por mis paps y mis tas. Pero repito lo que antes dije: acepto mi pasado; estoy completamente de acuerdo con lo que me ha sucedido en la vida. Fue saludable haber destapado dentro de m, durante el psicoanlisis, la olla de los resentimientos y las reclamaciones, pero, la verdad, no me cost trabajo llegar bastante pronto a la comprensin, al perdn. La ignorancia de mis paps y de mis tas no fue una ignorancia culpable. Adems, es justo aadir inmediatamente que de mis cuatro a los de escuela apostlica, de los doce a los 16, fueron muy bonitos. Voy a compararme otra vez con Sor Juana. Dice ella en la Respuesta a Sor Filotea que al entrar en el convento sigui haciendo lo que haba hecho hasta entonces: leer y ms leer, estudiar y ms estudiar (as lo dice, literalmente). Igual yo. O sea que en esos cuatro aos hice en efecto lo que me gustaba hacer. Claro que las lecturas estaban sper controladas, pero los libros permitidos eran muchos, incluso novelas. En cuanto a los estudios, todo me gustaba. Las materias coincidan en buena medida con las de una secundaria o preparatoria. No tuve nada de qumi ca ni de fsica, pero s matemticas, ciencias naturales, gramtica, etc tera. Les hall gusto hasta a unas raquticas clases de preceptiva literaria y de literatura dizque universal.

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    A juzgar por mi experiencia, en la formacin de un sacerdote se daba ms importancia a la historia que a la literatura. Y la historia fue mi materia predilecta. Tengo la impresin de que hubo clases de historia a lo largo de los cuatro aos: historia antigua, y luego historia de Grecia, historia de Roma, historia medieval, etctera. Y ahora s haba libros, muchos de ellos en francs. (Ya en otra ocasin te dije que el fundador de los Misioneros del Espritu Santo era francs; yo lo conoc). Lo que ms me fascin fue esa poca en que se derrumba el Imperio Romano y entran en escena los francos, los godos y los dems brbaros del Norte; la poca de Ravenna, Gala Placidia y Alarico, todo eso. Despus, ya adulto, he ledo a Boecio, a Ausonio, a Sidonio Apolinar, y me he metido en la enorme Historia de Gibbon. Pienso tambin en cosas como Marius the Epicurean, de Walter Pater, o en un cuento de Jules Romains, Nomentanus le refugi. En tiempos de Ausonio el cristianismo era ya la religin oficial, pero l, profesor de literatura griega y latina, o sea pagana, segua siendo pagano de corazn. En las cartas de Sidonio Apolinar se ve cmo los dueos de la situacin son los brbaros; al mundo romano (o ms bien grecorromano) se lo est llevando la chingada, y sin embargo l cierra los ojos y trata de aferrarse al pasado. Alguna vez, reflexionando sobre esta fascinacin que me vino en la escuela apostlica, se me ha ocurrido relacionarla con mi estado de espritu en esos aos. Pongamos esto como comn denominador: poca de transicin, o simplemente de cambio: est dejando de existir algo que antes exista. Todos esos que viven entre el final de la cultura clsica y lo que ahora llamamos Edad Media, Sidonio Apolinar por ejemplo, deben de haberse preguntado cmo iba a seguir la cosa y qu iba a ser de ellos. Algo as debo haberme preguntado yo, pero no explcitamente, porque ms vala no tocar el asunto. Lo que recuerdo muy bien es cmo mis compaeros siempre estaban diciendo, con sus palabras y su comportamiento, que queran ser Misioneros del Espritu Santo, y yo me senta ajeno, aparte, como entre parntesis, cada vez que me comparaba con ellos. Ellos s que tenan vocacin, ellos s que queran ser sacerdotes de Cristo! Yo imitaba su comportamiento, pero de una manera mecnica, y cuando hablaba de vocacin mis palabras no me salan de dentro.

    Falta hablar del latn, la materia que se llev la parte del len a lo largo de los cuatro aos. Slo te dir que lo aprend bastante bien, y que tan

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    bonito fue traducir del latn como traducir al latn. Hasta llegu a hacer hexmetros y pentmetros, lo cual es ya cosa seria. Ahora me da no s qu cuando oigo que hay curas incapaces de leer en latn no digo a Virgilio o a Cicern, ni siquiera la Vulgata. En los dos ltimos aos se aadi el griego, que tuvo un encanto particular por esto: alguien que le entra al griego teniendo ya el latn en la cabeza no necesita ninguna sofisticacin lingstica comparada para ir descubriendo las afinidades y los contrastes entre las dos lenguas. A m me fascin tanto la relacin del griego y el latn que me puse a traducir por juego la Anbasis de Jenofonte del griego al latn (al latn, no al espaol). Claro que me ayud el profesor de griego. Qu ganas de haber guardado las diez o doce pginas que alcanc a traducir! Pero al pasar al noviciado me deshice de todos mis cuadernos.

    Como remate de todo est la msica. Lo mejor que me dieron los Misioneros del Espritu Santo fue la msica. Un da, uno de los padres me pregunt: A ti no te gustara estudiar piano?. Fue una pregunta cada del cielo. Haba compaeros que lo haban estudiado desde nios, en sus casas. Yo los vea como seres sobrehumanos, de manera que ni siquiera les tena envidia. Jams me hubiera pasado por la cabeza la idea de ser yo uno de los que sacan msica de las teclas de un piano o de un rgano. Esa pregunta fue como la llave de un palacio maravilloso. El profesor de piano iba cada ocho das. Lo recuerdo mucho mejor y con ms cario que a alguno de los padres (se llamaba Romualdo Vzquez). Yo toco piano todos los das, y tengo cantidad de libros de msica. No me puedo imaginar lo que sera mi vida sin el piano. Raras veces toco para que alguien me oiga: toco para m solo. Estoy muy lejos de ser lo que se llama un pianista. En la escuela apostlica y en el noviciado (porque las clases de piano continuaron en el noviciado) no tenamos ms que media hora diaria para estudiar, y eso es muy poco. En cambio, leo bastante bien a primera vista. A veces pienso que lo que verdaderamente me sostuvo durante esos aos fue la msica. No slo el piano: tambin los discos. A veces era yo el que iba al centro, con un compaero, a comprar un nuevo lbum para la discoteca, que iba creciendo poco a poco, sobre todo con Bach, Mozart, Haydn y Beethoven. Y a eso hay que aadir la msica litrgica, o sea el canto gregoriano. Tengo grabados en el recuerdo ciertos momentos privilegiados. Por ejemplo las Vsperas de la Asuncin: la capilla adornada con buen gusto, la imagen de la

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    Virgen en el centro del altar, las luces, el incienso, y sobre todo nuestro canto, ensayado a la perfeccin. Las melodas que se cantan en la Asuncin de la Virgen son especialmente bonitas. En estos momentos s hubiera podido decirse que estaba yo en el mismo nivel que mis compaeros, los deseosos de consagrarse a Dios. Pero mi experiencia, o digamos mi emocin, no era religiosa, sino esttica.

    Yo siempre he pensado que cualquier ser humano puede ser cualquier cosa en un momento dado. La concentracin y la especializacin suceden de manera accidental. Yo hubiera podido ser cualquier cosa; hubiera podido ser un gran naturalista (digo gran para calificar las ganas); o astrnomo; o fillogo clsico, de esos que editan por ejemplo a Platn; o muchas otras cosas. La teora me impacienta mucho. Me interesa observar lo concreto y sacar toda clase de consecuencias de lo que he observado; pero la teora, la generalizacin, el discurso abstracto, me hacen bostezar. Me interesa la historia de la filosofa, pero no la tarea de filosofar.

    No tengo temperamento especulativo, creo.

    Jean Meyer. En tu caso, qu fue lo accidental? Qu es lo que te descarril o encarril? Antonio Alatorre. Es difcil contestar eso. Sobre todo que no te he hablado de Juan Jos Arreola ni de Raimundo Lida, mis dos grandes encarriladores. De momento, lo que se me ocurre decir es que a lo largo de esta infancia y esta adolescencia que trato de describir hubo una serie de descarrilamientos y encarrilamientos. Los ms importantes deben haber sido, como dicen los psicoanalistas, los de la primersima infancia. Creo que de los dos a los cinco aos viv ms en casa de las Mares que en mi casa; all pasaba el da y all coma, y en la nochecita el mozo me llevaba a casa, ya dormido. Y verdaderamente puedo decir que eso lo decid yo: me senta ms a gusto con las Mares que en el tumulto y el relajo de mi casa. Me descarril de mi casa y me encarril en la lectura. Hasta ahora, el encarrilamiento ms vistoso es mi tersada en la escuela apostlica. Pero hace un momento, cuando te dije que las clases de piano continuaron durante el noviciado, pens: Ah, claro, ahora tendr que contarle a Jean lo que fue el noviciado. Porque, para seguir con tu imagen, aquello fue un gran descarrilamiento

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    La experiencia de perder la fe religiosa no es cosa del otro mundo; muchsimos la han tenido, pero yo la tuve de manera bastante dramtica. A juzgar por lo que me han contado muchos (porque es algo que me gusta preguntar cada vez que la ocasin se presenta), la fe rara vez se pierde de golpe; casi siempre se va perdiendo poco a poco. Yo, en cambio, la perd de sopetn. Adems, quienes me han contado esas experiencias son gentes que vivan en el mundo, en el trfago humano, mientras que yo estaba dizque metido en una aventura justamente religiosa. Para esos compaeros que s tenan vocacin, la toma de hbito era una ceremonia emocionante: iban a comenzar a realizar en serio sus deseos, porque el noviciado es ya la entrega total a Dios. Para m, eso no era as. Antes de la toma de hbito tuvimos unos ejercicios espirituales muy rigurosos: una semana entera de silencio y meditacin, en la que En fin, t sabrs lo que es eso. El caso es que la vspera de la gran ceremonia, en la ltima meditacin del ltimo da de ejercicios, una frasecita del predicador, una frasecita de nada, perdida en el mar de retrica, me derrib el edificio de la fe con la misma rapidez con que se derriba un castillo de naipes. Nada qued en pie. Fue, literalmente, la muerte de Dios, la nada, el vaco. En estos momentos puedo explicar bien lo que me sucedi, y es una explicacin muy sencilla: los ejercicios espirituales me pusieron ante los ojos la clase de vida en que iba a quedar atrapado, y la nica escapatoria que se le ocurri a mi yo ntimo fue sa. Pero cuando la cosa sucedi no haba tal explicacin. Fue horrible. Naturalmente, habl del asunto con algunos de los padres, sobre todo con uno que en la escuela apostlica se haba portado de manera muy paternal conmigo, pero eso de nada sirvi.

    Jean Meyer. Te entendieron o no? Antonio Alatorre. Pues s y no. Digamos que me entendieron, pero slo superficialmente. Me decan: Es una tentacin bien conocida, una de tantas tentaciones del demonio, y se vence como las dems tentaciones: no hacindole caso. A uno de ellos se le ocurri un remedio fuerte: me dio a leer el famoso argumento ontolgico de San Anselmo sobre la existencia de Dios, un argumento que a m me pareci muy bobo. En fin, realmente no en tendieron lo que me pasaba. Tambin es evidente que lo que yo deca no era claro ni preciso. Por otra parte, en esos aos que yo llamo de angustia en blanco, hubo cosas que me sostuvieron, o que al menos me

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    entretuvieron, como la msica, desde luego, y tambin la lectura de ciertos libros de tipo tcnico que me interesaron, por ejemplo una historia muy detallada de la liturgia romana, una obra en varios tomos sobre la orden benedictina, y cosas por el estilo. Cuando se cumplieron los dos aos del noviciado, le dije al maestro de novicios: Mire, padre, yo no puedo profesar, no puedo pronunciar esos votos; sera una comedia. Y l me dijo: Bueno, bueno, no te desesperes; se te pueden conceder otros seis meses de noviciado. As es que mis compaeros profesaron y yo me qued seis meses ms en el en la incubadora. Y terminados esos seis meses, la misma historia. Esta vez me dijeron: Bueno, bueno, no te desesperes: puedes continuar tus estudios de filosofa y dems en un seminario, y cuando tu problema se resuelva, aqu te esperamos. Algunas personas me han preguntado: Por qu tuviste que pasar esos aos de angustia en blanco?. La respuesta a que he llegado es ms o menos sta: por una parte, me asustaba la idea de desengaar a quienes crean que yo tena vocacin, es decir, mis paps y mis tas monjas; pero, por otra parte (y de alguna manera siento que esto fue lo ms importante), los padres no queran dejarme ir; queran (cmo decirlo?) guardarme para ellos.

    Esas dos razones fueron las que me llevaron al Seminario Conciliar de Puebla. All estuve durante el ao escolar 19411942. En comparacin con la atmsfera del noviciado, tan reconcentrada, tan opresiva, la del seminario de Puebla era de mucha libertad. Una cosa que me impresion mucho fue or conversaciones en que mis compaeros decan con toda claridad que estaban all porque la profesin de cura era buena: ellos iban a salir de pobres, iban a ganar dinerito, y todos los das iban a desayunarse con chocolate. Eran cosas que con los Misioneros del Espritu Santo no slo no se decan, sino que ni siquiera se pensaban. En Puebla haba un ambiente de cinismo atenuado, o simplemente de realismo. Era posible decir Fulano y yo vamos a ver al dentista, y meterse en el cine (de esa manera tramposa vi mi primera pelcula de Hitchcock y la Fantasa de Walt Disney). Adems, haba clases interesantes. Recuerdo sobre todo la de psicologa, que nos daba un cannigo ya viejo, buen conocedor de la materia. No nos habl de Freud, por supuesto, pero s de gentes como Fechner, Wundt y William James. Desde los primeros das que estuve en el seminario supe que se iba a ser mi ltimo ao de de algo que ya de plano era teatro. Y lo

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    pas bien. Fue un cojn perfecto entre el encierro religioso y el ancho mundo. Adquir cierta confianza en m mismo.

    GUADALAJARA

    Contra lo que estuve imaginando durante aos, ni mis paps ni mis tas hicieron el menor escndalo cuando les dije que haba renunciado para siempre a la carrera eclesistica. Una de mis tas, con la que tuve una relacin especialmente cariosa, me ayud mucho en ese trance. Me puso en contacto con un cura que me ayud a conseguir, mediante 300 pesos, un certificado de secundaria (debes tener en cuenta que en esos momentos, a los 19 aos, mis nicos estudios oficialmente vlidos eran los de la escuela primaria). Tambin me puso en contacto con un seor, director de una escuela particular, que me cedi un cuarto de su casa; all tuve mi estudio, por llamarlo de alguna manera. (Adems, ese seor tena un piano muy bueno). Por ltimo, mi ta me consigui trabajo en una escuela primaria de los hermanos maristas. Mi hermano Luis, que tena buen humor, me dijo un da: Con que ests trabajando de seorita de tercero!. Pero para ser seorita de tercero hace falta un talento especial, y ese talento nunca lo tuve. Fue una experiencia ingrata. Despus me ofrecieron en una escuela de comercio una clase de gramtica y otra de biologa. (Raro que en una escuela de comercio llevaran biologa. A m me gust, porque de biologa no saba absolutamente nada). Tambin di clase de etimologas en una preparatoria femenina, de manera que pude dejar la odiosa chamba de la primaria de los maristas. Perdona tanto detallito. Lo que quiero decir es que no me cost ningn trabajo sostenerme a m mismo, cosa que nunca antes haba hecho. Mis sueldos eran modestos, pero mi manera de vivir tambin era modesta. (Pensndolo bien, yo no nac para rico).

    Gracias a mi fraudulento certificado de secundaria entr inmediatamente en la preparatoria de la Autnoma. Curs las materias de un ao, y las del otro las present a ttulo de suficiencia, de manera que un ao despus estaba listo para comenzar una carrera. Curiosamente, aquello que a mediados de 1934 le dije en Autln al doctor Velzquez vino a cumplirse en Guadalajara a mediados de 1943: me inscrib en la Facultad de Derecho. No es que hubiera querido ser abogado; pero en esos momentos era la

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    nica carrera universitaria que tena que ver con libros. (No s si sabes que en espaol, durante siglos, a los abogados se les dijo letrados, o sea literatos). Durante el primer ao fui un estudiante modelo. El profesor de derecho civil, que llevaba uno de esos apellidos aristocrticos de Guadalajara y que era muy ceremonioso, me cit en su despacho slo para decirme que en no s cuntos aos de ensear derecho civil nunca haba tenido un alumno tan brillante, tan prometedor como yo. Claro, l interpretaba como ganas de ser abogado lo que no era ms que deseo de aprender. Si hubiera habido una facultad de egiptologa, yo habra sido igual de brillante y prometedor. Como t sabes, en ese primer ao de derecho uno de mis compaeros fue Luis Gonzlez. Es claro que a Luis le pasaba lo mismo que a m. Tampoco l tena ganas de ser abogado, pero no haba en Guadalajara nada parecido a una Facultad de Historia.

    Y en ese momento entra Juan Jos Arreola. Hablando de accidentes que encarrilan o descarrilan, Arreola fue un accidente de dimensiones colosales. Lo conoc durante las vacaciones entre el primero y segundo ao de derecho, y cuando entr a segundo ao ya era yo otro: dej de ser el estudiante ejemplar y prometedor; dej de hacer apuntes de clases, dej de estudiar las lecciones; todo mi tiempo y todas mis energas eran para la literatura. He dicho que en el momento de conocer a Arreola era yo un pedazo de barro blando, listo para ser moldeado por un alfarero, y que el alfarero fue l. Hace poco, al leer unas reflexiones de no me acuerdo quin sobre el escritor autodidacta, caracterizado por su vitalidad, por su entusiasmo, por su curiosidad universal, la figura que tena ante mis ojos era la de Arreola. Arreola jams tuvo una formacin acadmica. No pas de tercero o cuarto ao de primaria. El autodidacta no ha tenido maestro, no ha tenido quien le diga Sigue este camino o No hagas tal cosa, y por eso atiende a ms cosas que el escritor acadmico, y tiene ms que decir, y casi siempre es ms cuidadoso del estilo, ms preciosista, ms exquisito. Las lecturas de Arreola nunca fueron metdicas, pero qu cantidad de cosas haba ledo! Adems, como tu bien sabes, Arreola ha sido un maestro extraordinario de muchos jvenes, y en Guadalajara su nico discpulo fui yo. Tambin he dicho que Arreola me sac de Egipto y me llev a la tierra prometida, o sea a ese inmenso campo de la literatura que para m era totalmente desconocido, en particular la literatura moderna: digamos Neruda, digamos Garca Lorca,

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    digamos Lpez Velarde No es exagerado decir que Arreola me revel todo lo importante de la literatura moderna: poesa, teatro, novela, ensayo, todo. Y literatura no slo de lengua espaola: tambin Papini, Proust, Val ry, Claudel, Cocteau, Gide, Rilke, Kafka, Hamsun, Dostoyevski, Oscar Wilde, Walt Whitman La lista sera interminable. Si el asunto les interesa a los lectores de ese libro que estn preparando, yo les recomiendo que lean mi presentacin de la reimpresin facsimilar de Pan, la revistita que Arreola y yo hicimos en 1945.1 En esa revistita hay dos poemas mos que a m me parecen curiosos: son tpicos de un adolescente, de un muchacho de 15 o 16 aos; y lo que pasa es que yo, a los 22 o 23, era un adolescente retrasado.

    MXICO

    A fines de 1945 se fue Arreola a Pars, invitado por Louis Jouvet y becado por el gobierno francs para estudiar teatro nada menos que en la Comdie Franaise. Desde antes de que se fuera, ya estaba yo determinado a venirme a Mxico: senta que Guadalajara, sin l, era un desierto inhabitable. Saba que Luis Gonzlez estaba muy contento en El Colegio de Mxico y entonces yo, muy animoso, le escrib a don Alfonso Reyes pidindole una beca para hacer estudios literarios. Recuerdo bien lo que le propuse. El tiempo de contacto con Arreola me permita hacer una propuesta muy concreta y muy honrada: Influencia de la poesa francesa en la poesa mexicana. A vuelta de correo, don Alfonso me explic muy amablemente que en El Colegio de Mxico haba un centro de estudios histricos, pero no un centro de estudios literarios. Pues entonces ser historiador!, pens yo, y le escrib sin ms a don Alfonso dicindole que me gustara meterme en la historia de los heterodoxos en Mxico. Cuando recuerdo este momento me da risa, o ms bien sonrisa: me sonro de m mismo. A m, hablando muy en serio, me hubiera gustado emprender en el Colegio una investigacin como sa. Mis motivos eran muy autnticos. No haba ledo el famoso libro de Menndez y Pelayo, pero saba lo que era: una galera de los espaoles que a lo largo de la historia se apartaron ms o menos drsticamente de la

    1 Eos y Pan, edicin facsimilar. Mxico: fce, 1985 (coleccin Revistas literarias mexicanas modernas), pp. 219238.

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    ortodoxia catlica. Yo, como agnstico total, como ateo, me senta atrado por los mexicanos de otros tiempos que en alguna forma saltaron las trancas del corral. Y en el Colegio ciertamente me hubieran enseado las tcnicas necesarias. Pero a don Alfonso debe haberle dado malsima espina mi cambio de vocacin, tan repentino. Debe haberme tomado por un pillo que slo quera salir de Guadalajara a toda costa y trasladarse a la gran ciudad. Me contest ms o menos esto: Mire qu curioso: justamente acaba de aparecer un libro de Julio Jimnez Rueda que se llama los heterodoxos en Mxico. Ni siquiera me sugiri buscar algn otro tema. All muri el asunto. (Por cierto, ms tarde vi el libro de Jimnez Rueda: muy pobre cosa. No es ninguna arrogancia decir que yo habra hecho algo mucho mejor).

    El caso es que me vine a Mxico a comienzos de 1946, sin nada, fuera de mis pocos trapos y mis pocos libros, a ver qu pasaba. En Mxico viva mi hermano Moiss tratando de seguir en el Conservatorio sus estudios de violn, y trabajando de polica, de vulgar polica de esquina, para ganarse la vida. Me arrim a l, y durante unas semanas compart su vida de autntica pobreza. Y entonces me puse a ver qu puertas se me podan abrir. El gran personaje de estos momentos es Agustn Yez. Yez era algo as como el padrino oficial de cuanto jalisciense caa en la ciudad de Mxico. Mi relacin con l fue siempre muy curiosa. Fui muy consciente de que l me estimaba; mejor dicho, me quera. Pero era un hombre tan cmo decirlo?, tan seco, tan de palo, que realmente nunca lo sent como amigo. Era lo contrario de Arreola. En fin, el hecho es que Yez se ocup de m y me ayud mucho. Por principio de cuentas, me consigui una chambita: profesor de literatura universal en la preparatoria nocturna, en el viejo San Ildefonso. (Terrible clase, a las nueve de la noche, con estudiantes casi todos viejones, dizque para ponerlos en contacto, durante un semestre, con la literatura de todos los tiempos y todos los lugares, desde el Ramayana hasta Oscar Wilde). Adems, Yez me puso en relacin con los que hacan letras de Mxico, y en efecto asist a un par de juntas, pero la revista estaba dando ya las ltimas boqueadas. Tambin me dio una receta para ahorrar: no desayunarme, acumular hambre, ir a las dos de la tarde a uno de esos restaurantes espaoles, el vasco, el asturiano, el gallego, que no eran nada caros, y comer hasta hartarme, y de resultas del hartazgo no tener ganas de cenar. Tambin fue Yez el que Aqu entra otro de esos recuerdos que

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    me hacen sonrer. Ya te habl de la clase de psicologa que tuve en el seminario de Puebla. Mi contacto con Arreola, como podrs imaginar, redobl mi inters, y en algn momento se le aadi otro. Puede haber sido Ortega y Gasset el que me dio una idea de lo que era la sociologa, y esta idea me fascin. Hice un razonamiento muy sencillo: si la psicologa, explicacin del mo do de ser de un individuo, es cosa tan chingona, cunto ms chin gona ser la sociologa, explicacin del modo de ser de una sociedad! La sociologa vena a ser una especie de sperpsicologa. Le habl a Yez de este inte rs mo, y l inmediatamente me consigui una cita con un li cenciado Lucio Mendieta y Nez que dizque era el bueno en cuestiones de sociologa. Fue una decepcin horrible: Mendieta pareca un notario, hablaba como un notario, y cinco minutos de conversacin con l bastaron para desencantarme.

    Entonces me matricul en la Facultad de Derecho, y me matricul tambin en Filosofa y Letras, con la idea de hacer simultneamente las dos carreras, o ms bien tres, porque mi plan era estudiar no slo letras, sino tambin filosofa. Pero esto no dur ms que unas dos o tres semanas, porque sobrevino un acontecimiento capital: la entrada de don Daniel Coso Villegas en mi vida. Es una historia muy bonita, pero ya la he contado. El caso es que Coso hizo estallar en mi cabeza, como un cohete, la comprensin de que era una tontera seguir con la carrera de Derecho. Y no contento con eso, hizo un segundo acto de misericordia: me invit a trabajar en el Fondo de Cultura Econmica, con un sueldo decente (tan decente, que muy pronto pude convencer a mi hermano Moiss de que nos mudramos a un lugar mejorcito, porque vivamos en verdaderos cuchitriles, y entonces alquilamos un departamento en la colonia de los Doctores). Al principio trabajaba en el Fondo slo las maanas, y en las tardes iba a Filosofa y Letras, en el viejo edificio de Mascarones. Present a ttulo de suficiencia algunas materias, como francs, latn y griego, y asist a unas clases bastante descoloridas. El recuerdo de mi paso por las aulas de esa facultad es tan borroso, que ni siquiera s si present exmenes al final del primer ao. A lo mejor ya para entonces me haba anunciado Coso que Raimundo Lida iba a venirse a Mxico, y que El Colegio de Mxico iba a poder ofrecerme la carrera que yo haba soado. Al saber esta noticia abandon de plano la facultad y trabaj de tiempo completo en el Fondo de Cultura. Hubiera podido pasarme al Colegio de Mxico a mediados de

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    1947, que es cuando lleg Lida, pero en el Fondo estaba yo metidsimo en una tarea muy de licada, y para la cual no haba sustituto: preparar para la imprenta la Bibliografa mexicana del siglo xvi de Garca Icazbalceta, editada por un gran hombre y gran amigo: don Agustn Millares Carlo.

    Antes de dejar el Fondo por la paz quiero decirte algo que tiene mucho que ver con la razn de ser de esta charla contigo. Yo acept encantado de la vida la invitacin de Coso, porque me vino en un momento de total desamparo econmico. Pero los beneficios espirituales, llammoslos as, fueron infinitamente mayores. Aparte de lo que fue el trato con Coso, con Joaqun Dez Canedo, con Eugenio maz y con todos los dems miembros del departamento tcnico, puedo decir con toda objetividad que yo, gracias a los casi dos aos que trabaj en el Fondo, soy un buen experto en cuestiones editoriales, en lo relativo a la hechura de un libro, un buen soldado en la lucha por los libros bien hechos, limpios de erratas, agradables de leer. Esos casi dos aos son parte importante de mi formacin. Arreola y yo hablamos hace un par de aos sobre el Fondo, y la charla se reprodujo en el Boletn Editorial de El Colegio de Mxico.2

    Acerca de lo que fue de El Colegio de Mxico, y concretamente el magisterio de Raimundo Lida, he hablado y escrito un montn de veces, y no vale la pena insistir. Los hipotticos lectores de esta conversacin contigo, o sea los hipotticos interesados en la figura de Antonio Alatorre, sabrn de memoria que, sin Lida, Alatorre no sera de ninguna manera eso que buenamente ha llegado a ser. Una sola cosa te dir. Y voy a citar el comienzo de un soneto muy bonito de Garcilaso: Cuando me paro a contemplar mi estado / y a ver los pasos por do me ha trado. Ese soneto es uno de los ms dolorosos de Garcilaso. Yo, a diferencia de l, cuando me paro a contemplar mi estado, lo que hallo es que mi ruta estuvo dispuesta como por un dios muy bondadoso, muy benigno. Raimundo Lida lleg en el momen to preciso. Durante los dos aos del Fondo, Arreola y yo seguimos muy unidos (incluso, durante un tiempo, Arreola estuvo trabajando en el Fondo), pero a comienzos de 1948, cuando Lida inici sus clases, el magisterio de Arreola fue sustituido por el de Lida. Lo bonito es cmo ese trnsito sucedi de manera tan armoniosa. Hubo una continuidad perfecta, sin fisura. El amor

    2 Nm. 32 (julioagosto 1990), pp. 1522.

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    de Lida al lenguaje y a la literatura era igual que el de Arreola. Lo nuevo, la contribucin digamos especfica de Lida, fue el mtodo, la tcnica, la cmo decir? la consciencia de que el estudio del lenguaje y de la literatura es cosa grata, cosa placentera, pero al mismo tiempo cosa seria, muy seria. Adems, el mtodo de Lida no tena nada de rgido, nada de metdico. Se pareca al de Scrates. Gracias a Lida me encontr yo, no digamos mi mtodo o mi tcnica de investigacin, sino verdaderamente mi camino.

    Con esto ms: no se trataba de conseguir un diploma, un ttulo; no se trataba de matarse escribiendo una tesis. Era, de plano, el arte por el arte. Mis tres aos de estudiante en El Colegio de Mxico fueron muy felices, y una de las bendiciones que me tocaron fue la de no haber tenido que hacer tesis ni examen profesional.

    Jean Meyer. Cmo se llamaba ese programa de estudios? Antonio Alatorre. Se llamaba simplemente filologa. Los diez o doce estudiantes de Lida en esos tres aos, 1948, 49 y 50, ramos los fillogos. No recuerdo en qu momento comenz a hablarse ms formalmente de Centro de Estu dios Filolgicos. Eso debe de estar en la historia de El Colegio que acaban de publicar Matesans y Clara Lida. Hace unos aos me top con dos condiscpulos de esos aos: Ricardo Garibay, novelista, y Jorge Hernndez Campos, periodista de altura. Naturalmente nos pusimos a hablar de Lida y estuvimos de acuerdo en esto: que Raimundo Lida nos ense a reflexionar; a no decir cosas noms porque s; a huir de todo lo que es relumbrn y blabla; a poner la verdad por encima de todo; en fin, a ser crticos.

    LA CRTICA LITERARIA

    En aos pasados hicieron algn ruido dos cosas mas sobre cuestiones de crtica literaria. Vindolo bien, lo que hago all es una illustration et dfense de la filologa, del enfoque filolgico, contra los secuaces de ciertas corrientes de moda a quienes llamo neoacadmicos. Pienso en esa definicin simplsima del oficio de historiador: contar lo que realmente sucedi, dejar que sea la verdad la que hable, algo as. Entiendo que fue Fustel de Coulanges el que lo dijo. Bueno, pues yo siento que la tarea del crtico literario es prcticamente igual a la del historiador. Tienen en comn, por

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    ejemplo, la obligacin de fundamentar y documentar cada una de sus afirmaciones. O no obligacin: ms bien gusto, inclinacin. Siento que esta obligacin o inclinacin est en el meollo del mtodo filolgico, que adems es un mtodo de siempre, tan de ayer como de hoy. Los neoacadmicos piensan que el mtodo filolgico pas ya de moda, y lo sustituyen con cosas que, para m, son justamente el relumbrn y el blabla.

    Con los dos artculos antineoacadmicos y algunas otras cosas he armado un libro que me pidieron para la coleccin Lecturas mexicanas. Lo cual me parece curioso, porque eso de discurrir o teorizar acerca de la funcin de la crtica no es realmente mi terreno. Luego te dir qu cosas son las que yo siento propiamente mi terreno. Eso otro comenz a fines de 1952, cuando Agustn Yez, al irse de gobernador de Jalisco, me enjaret su ctedra de teora literaria en la Facultad de Filosofa y Letras. Naturalmente, me esforc por hacer bien la cosa. Di esa clase durante unos 15 aos. A algunos de mis estudiantes tal vez no les sirvi de nada; a otros puede haberle servido un poco; pero a m me sirvi mucho. Me oblig a leer un montn de cosas que de otra manera no hubiera ledo, y despus de unos cuantos aos comenc incluso a escribir sobre esas cuestiones. Lo primero fue una ponencia para una mesa redonda sobre crtica literaria, en 1955. La nica razn para que los organizadores me la pidieran era que yo era el profesor de teora literaria. Despus se presentaron otras ocasiones, por ejemplo, reseas de libros, pero sobe todo conferencias, como una que se llama Qu es la crtica literaria, que se public en la Revista de la Universidad hacia 1972, y que me parece bonita (aunque me est mal decirlo). El primer ataque contra los neoacadmicos est en mi discurso de ingreso en El Colegio Nacional

    Jean Meyer. Cundo fue eso? Antonio Alatorre. En 1981. El discurso apareci en las Memorias de El Colegio en 82, pero ya se haba publicado en la Revista de la Universidad a fines de 81. Tambin el segundo ataque contra los neoacadmicos fue una ponencia para un congreso de lingstica, creo que en 1987. Este segundo ataque se public en la revista Vuelta, y fue el que ms ruidito hizo. Como te deca, es curioso que yo, que no he publicado ms que un solo libro, los 1,001 aos de la lengua espaola, vaya a publicar ahora ese que siento ms bien marginal. Varios amigos me han preguntado que por qu no reno mis artculos en un

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    volumen. Y en efecto, es lo que generalmente se hace; pero siempre me he resistido. No vale la pena explicar por qu: me limito a hacerte notar eso. Por cierto que ahora ya estoy admitiendo la idea. Pienso reunir mis artculos y armar no un volumen, sino varios. Y ahora s sern cosas que pertenecen a eso que llam mi terreno: se trata siempre de crtica literaria, pero entreverada de historia. Los trabajos que ms me gustan, los que siento ms mos, dejan siempre un amplio lugar a los aspectos histricos, por ejemplo uno dedicado a cierto soneto de Garcilaso de la Vega: estudio primero el soneto, tratando de explicar su ser, su esencia, y situndolo en el momento de su escritura, y despus cuento la fortuna o la fama que tuvo a lo largo del tiempo, tratando de explicar tambin las razones de su larga vida. Artculos como se son resultado de fichas y ms fichas que he ido acumulando a lo largo de los aos. Son artculos llenos de noticias, de detalles, de minucias. Llenos tambin de notas de pie de pgina. Me encantan las notas de pie de pgina. A veces me salen muy largas. Meto en ellas toda clase de cosas: ampliaciones de una idea, datos secundarios pero bonitos, y sobre todo precisiones de orden filolgico; lo mejor es cuando me pongo a combatir a otros crticos, cuando les hago ver que sus interpretaciones no son tan cmo decirlo? tan filolgicamente slidas como las mas. Por ejemplo, en un artculo de estos ltimos aos, que se llama La carta de Sor Juana al P. Antonio Nez, dedico una larga nota de pie de pgina a pelear contra una hispanista paisana tuya, Ccile Bnassy, demostrndole filolgicamente, como si dijramos con los pelos en la mano, que Sor Juana era ms atrevida, ms valiente, de como ella la presenta. En una de mis cosas, todava indita, someto a crtica filolgica lo que Octavio Paz dice sobre el Primero Sueo de Sor Juana, y, francamente, Octavio no sale muy bien parado: algunas de sus interpretaciones son fantsticas por completo, sin base documental

    Jean Meyer. Qu es lo que te hizo interesarte por Sor Juana? Antonio Alatorre. Buena pregunta. Pero para contestarla bien voy a comenzar muy atrs. Tal vez sirva esto para atar algunos cabos sueltos. Y, sobre todo, tengo aqu la oportunidad de contar la gnesis de mis intereses ms claros, de eso que llam mi terreno. Vuelvo a 1946, el ao en que pis las aulas de la Facultad de Filosofa y Letras. Te dije que ese episodio lo tengo muy borroso. Las clases, por ejemplo la de Jimnez Rueda, y hasta la de

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    Julio Torri, eran muy aburridas. Lo nico interesante fue un seminario de traductores dirigido por Millares Carlo. Para estar all slo haca falta saber latn, o griego, o las dos cosas. Como por esas fechas mi griego ya estaba oxidndose (ahora lo tengo oxidadsimo), me apunt como traductor del latn, y Millares Carlo me sugiri traducir las Heroidas, una obra de Ovidio menos conocida que las Metamorfosis, pero muy ingeniosa y muy bonita. Traduje, pues, las Heroidas, y adems les puse un prlogo larguito y no malo, en mi opinin. La primera parte de ese prlogo contiene lo de cajn: vida y obras de Ovidio y presentacin de las Heroidas; pero la segunda es ms original, porque hago una historia de la influencia de esta obra en las letras espaolas, o sea una lista cronolgica, con comentarios, de las traducciones y de las imitaciones. Como ves, ya all estoy pisando mi terreno. Cuando me asomo a ese prlogo tengo una sensacin extraa: es como verme en el momento de estar hacindome; como ver un embrin de lo que ahora soy, de lo que creo ser. Y esto fue antes de que llegara con Raimundo Lida a Mxico. Algo me ayud Millares Carlo, pero casi todo lo que hay all de investigacin se debe a iniciativa ma. Naturalmente, cuando lleg Lida le ense mi prlogo, y l lo ley con cuidado y me ayud muchsimo a redondearlo y afinarlo. (Por cierto, tambin me ayud a afinar la traduccin).

    INVESTIGACIONES

    A propsito de accidentes, fjate en ste. Cuando comenzaron las clases, en enero de 48, una de las cosas que hizo Lida fue ponernos a trabajar en dos investigaciones individuales, una literaria y otra lingstica. Para esto nos entrevist uno por uno: qu nos gustara hacer? A qu cosas nos sentamos inclinados? Como Lida dominaba admirablemente la mayutica, y como yo estaba muy ganoso de trabajar y con el espritu muy maleable, mi entrevista fue breve. Primero, ya que mi lista de traducciones de las Herodias comenzaba en el siglo xiii, con Alfonso el Sabio, por qu no hincarle el diente a la General estoria, una obra casi virgen de investigaciones, y ver lo que hay all de influencia de Ovidio y de los dems clsicos latinos? En efecto, por qu no? Y me met en la General estoria y comenc a documentarme y a hacer fichas. El tema de la otra investigacin, la lingstica, tambin fue fcil de en contrar: las particularidades del espaol hablado en Autln, Jalisco.

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    Y tambin sobre esto comenc a hacer fichas y fichas, des tinadas a convertirse en una monografa dialectolgica segn los moldes consagrados. Ninguna de esas investigaciones lleg a cuajar, pero las dos fueron una disciplina y un ejercicio de primer orden. Una de mis actividades marginales ha sido el estudio del espaol hablado no en Autln, pero s en Mxico, y lo que he es crito sobre eso podra dar para un librito. Me ayud mucho, por cierto, el ha ber dado durante aos una clase sobre el espaol de Amrica en el Mexico City College (que luego pas a llamarse Universidad de las Amricas).

    Pero lo ms importante fue lo otro. Se entenda que Alfonso el Sabio era slo el comienzo, de manera que el tema se fue ampliando ms y ms. Para fines de 1950, cuando terminaron las clases y El Colegio de Mxico me mand con beca de investigador a Pars y a Madrid, la ampliacin era ya enorme. Para decirlo en pocas palabras: las fichas y los apuntes que iba haciendo se destinaban a un libro gigantesco que podra haber tenido este ttulo: La influencia helnica y la influencia latina en las literaturas castellana, de lengua catalana y de lengua portuguesa, desde la Edad Media hasta la poca actual. Te das cuenta? No voy a entrar en detalles porque me da vergenza, pero te aseguro que es uno de los proyectos de investigacin ms ambiciosos que se habrn hecho; un proyecto desmesurado, de plano neurtico. Es muy revelador el hecho de que a nadie, ni siquiera a Lida (o tal vez a Lida menos que a nadie), le haya dicho a qu le estaba tirando, cul era mi meta. Yo mismo no pensaba en el asunto. Lo que recuerdo es el temblorcilo que senta cada vez que me tocaba hacer en El Colegio de Mxico el informe anual sobre mis actividades y llegaba a la pregunta sobre investigaciones en curso. Cmo decir que estaba metido en una empresa loqusima? Cmo decir que para concluir mi grandiosa investigacin necesitaba unos 200 aos de vida? La punzada de la cordura ocurri, naturalmente, durante ese examen de consciencia que fue para m el psicoanlisis. Ahora mi ambicin es de tamao comn y corriente.

    Jean Meyer. Y tus famosos ficheros? Antonio Alatorre. Mis famosos ficheros no van a culminar en nada sobrehumano, pero contienen montones de cosas potencialmente tiles. Yo, desde luego, los he aprovechado mucho, y desde hace mucho. Te pondr como ejemplo las reseas que hice a comienzos o a mediados de los cincuenta

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    sobre un libro llamado Fbulas mitolgicas en Espaa y sobre otro llamado tcito en Espaa. Gracias a mis ficheros, esas reseas contienen una buena cantidad de precisiones y de adiciones. Puedo decir, objetivamente, que son las mejores que se hicieron de los dos libros. O sea: a pesar de lo enfermizo de mi proyecto, los resultados no son tan negativos. La cuestin de la influencia griega y de la influencia latina sigue siendo importante, y a lo mejor un da me encuentro a un joven investigador interesado en eso. Si as es, me encantar regalarle todas mis fichas.

    Adems, una buena parte de mis fichas no tienen que ver con influencias clsicas, sino con otras cosas. Esto merece tal vez un pequeo desarrollo. Durante todo ese tiempo de recoleccin de datos, especialmente en 195152, cuando trabaj en las grandes bibliotecas de Pars y de Madrid, y en 1960, cuando tuve la beca Guggenheim y trabaj en las grandes bibliotecas de Nueva York, de Harvard y de Boston, pasaron por mis manos muchos centenares de libros y de manuscritos, especialmente de poesa, de los siglos xvi y xvii. Fueron aos de cerdadera orga. Y qu suceda? Suceda muchas veces que la cosecha en cuanto a influencias clsicas era escasa o nula, y que lo que llamaba la atencin, lo que me entretena, lo que unas veces me llenaba de admiracin y otras veces me haca rer, eran cosas como la hechura de los versos, la forma, la estructura. Esto vale especialmente para la poesa barroca, o sea la que va desde 1580 (ms o menos) hasta comienzos del siglo xviii. La poca de Lope, de Gngora y de Quevedo ha sido muy estudiada, pero el barroco tardo, a partir ms o menos de 1650, es mucho menos conocido, y es el ms abundante en sorpresas, en juegos, en innovaciones y variaciones de temas, de mtrica; en fin, en toda clase de refinamientos, o de circos, si quieres. Sobre poesa barroca tengo, pues, miles de fichas. Ya casi no recojo datos sobre influencias clsicas, pero cuando me topo con algo relativo a juegos barrocos no dejo de tomar nota. Lo que tengo sobre cosas como el soneto en eco, el soneto centn, el soneto retrgrado, el soneto del soneto, el soneto que es al mismo tiempo latn y espaol, etctera, etctera, puede dar materia para un volumen de 500 pginas o ms. Ya he comenzado a publicar artculos sobre esas cuestiones y, la verdad, me divierto mucho escribindolos. Creo poder decir muy objetivamente que soy, en nivel internacional, uno de los buenos conocedores de la poesa barroca de lengua espaola, sobre todo en su poca tarda.

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    SOR JUANA

    Y aqu, por fin, entra Sor Juana. A ella comenc a estudiarla muy tardamente, y con absoluta honradez te voy a decir por qu. A m me revienta todo lo que es retrica nacionalista, y durante muchos aos estuve viendo cmo los mexicanos que se ocupaban de Sor Juana, sin excluir a Alfonso Mndez Plancarte, parecan interesarse en ella por ser mexicana, por ser gloria de Mxico, y tena yo la impresin de que a eso se deban sus elogios y sus superlativos. Resultados: Sor Juana no contaba gran cosa entre mis lecturas. No es que me fuera desconocida, pero, nunca me haba puesto a leer en serio el Primero sueo. En 1964, segn creo, publiqu un articulito sorjuanino, pero sobre una cuestin marginal. Tiene Sor Juana una serie de tres sonetos que, segn Mndez Plancarte, son autobiogrficos, y yo demuestro, o al menos creo demostrar, que es imposible saber si son autobiogrficos o no, y que en cambio esos sonetos son ante todo una serie de variaciones sobre un epigrama de Ausonio que tuvo mucho xito en el mundo de habla espaola. O sea se trata de un caso de influencia clsica. Fue apenas hacia 1970 cuando le de cabo a rabo las obras de Sor Juana, y eso fue por pura casualidad

    Jean Meyer. De nuevo un accidente? Antonio Alatorre. Ni ms ni menos! En Mxico, ni en El Colegio, ni en Filosofa y Letras se me hubiera ocurrido dar un curso o un seminario sobre Sor Juana, y a nadie se le hubiera ocurrido pedrmelo. Eso era cosa de los profesores de literatura iberoamericana, y yo era profesor de otras cosas. Pero en Princeton no estaba yo as de marcado, de manera que se me encargaban cursos sobre narrativa hispanoamericana y cosas as, lo cual me gustaba porque me haca leer cantidad de cosas que de otro modo nunca hubiera conocido, y a veces resultaban sorpresas muy agradables (Felisberto Hernn dez, por ejemplo). Una vez me encargaron un curso sobre literatura hispanoamericana colonial: que el Inca Garcilaso, que Domnguez Camargo, que Sigenza y Gngora, que Concolocorvo, que los jesuitas del siglo xviii, t sabes, todo eso. Y entonces se me prendi el foquito: pregunt si se vala dar un seminario slo sobre Sor Juana, y me dijeron que s. Fue un descubrimiento realmente sensacional. Mi inters y mi entusiasmo por Sor Juana no tienen nada que ver con el orgullito nacionalista. Una de las ideas que

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    siento ms arraigadas en m es esta: que la literatura de lengua espaola es una sola, y que dividirla en veinte o veintiuna literaturas nacionales es un empobrecimiento, una prdida. Este mensajito mo aparece sobre todo en los 1,001 aos de la lengua espaola. Lo que pasa con la lengua, eso mismo pasa con la literatura. Y eso cualquiera lo ve. Basta abrir los ojos. Slo en nivel de escuela secundaria se lee a Rulfo a causa de que es mexicano. Los lectores maduros no lo leen por eso, sino porque es bueno. Y los colegas de Rulfo, los que hacen grupo con l, lo mismo pueden ser mexicanos que argentinos, o peruanos, o espaoles. Esta unidad bsica de la literatura de lengua espaola salta todava ms a la vista en el siglo xvii. Sor Juana es grande en el panorama de la cultura de lengua espaola; decir que es grande en el panorama novohispano es disminuir su verdadera estatura. Perdname, creo que estoy ponindome muy profesoral. Pero slo voy aadir una cosa: para m, como para otros crticos, mexicanos o no, Sor Juana es una de las cumbres de la poesa barroca de lengua espaola. Es la ltima cumbre. Desde nuestro tiempo vemos esa cordillera, con sus cumbres: Gngora, Quevedo, Caldern, Sor Juana. El Primero sueo es, para m, un poema tan cautivador como las Soledades de Gngora.

    Jean Meyer. Piensas reunir en un libro lo que has escrito sobre Sor Juana? Antonio Alatorre. S, por supuesto. Ahora que por fin me he decidido a armar libros con mis pendejaditas, uno de los primeros sera el de mis trabajos sorjuaninos, que sumarn unas 300 o 400 pginas. Y como tengo en proyecto, o ya hacindose, otros ms, de una vez voy a decir en ese libro que se trata del tomo primero. Lo que me tiene algo dudoso es la heterogeneidad de esos artculos. Hay uno, sobre la Fama y obras pstumas de Sor Juana, des tinado a lectores muy especializados, muy picados por la araa. Otro, en cambio, titulado Sor Juana y los hombres, ha tenido un aplauso que bien podra llamarse popular. Me lo han chuleado ms o menos en la forma en que me han chuleado los 1,001 aos de la lengua espaola

    A propsito, hay algo que hace rato quera decirte y luego me fui por otro lado. Iba a decir que esos 1,001 aos tienen su buen lugar entre los accidentes de mi vida. Yo me llamo fillogo, pero estoy muy lejos de ser especialista en historia de la lengua. Si no hubiera sido porque Huberto Batis le sugiri mi nombre a la empresaria del proyecto, que era Beatrice

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    Trueblood, jams habra escrito yo ese libro. Acept la invitacin inmediatamente (cosa que no se esperaba Beatrice Trueblood), porque me daba la oportunidad de contarle a la gente una historia muy bonita, pero en general no conocida ms que por los profesores y los estudiantes de la materia. Y lo que ha dicho la gente, a veces de una manera que me conmueve, es que la historia de la lengua espaola es de veras bonita y yo la he contado de manera clara y comprensible.

    Entre la gritera un poco ridcula que se ha armado en torno a los ltimos textos escolares de historia de Mxico (que si SantaAnna, que si los Nios Hroes, todas esas cositas tan fciles de revisar y de poner en su punto), la nica objecin seria es la que dice que la historia tiene all la forma de un catlogo, de una enumeracin, y no la forma que le es propia, o sea la de un cuento que se cuenta. Yo, por lo visto, cont bien mi cuento. Tuve buena suerte. Y algo ms. Coso Villegas, por puro cario que me tena, quera presentar mi candid