Jean Racine - Andrómaca (Edit. Cátedra - 2ª edición - 1999) (by Thecastleofdreams)

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JEAN HACINE Andrómaca Fedra Edición" de Emiljo Niñez Traducción de M." Dolores Fernández Liado SI-X;UNI)AI-:DK:ION CATKINU l.KTKAS UNlVliHSAl.KS

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JEAN HACINE

Andrómaca Fedra

Edición" de Emiljo Niñez Traducción de M." Dolores Fernández Liado

SI-X;UNI)AI-:DK:ION

CATKINU

l.KTKAS UNlVliHSAl.KS

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Titulo original de las obras; Andromaque

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Diseño de cubierta: Diego Lara lustración de cubierta: Susana Narotzky

Reservados todos los derechos, El contenido de esta obra está protegido por la Ley, qtic establece penas de prisión y/o multas, además de las

correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada

a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

© De la introducción, Emilio Náñcz

De la traducción y notas: María Dolores Fernández Liado

O Ediciones Cátedra, S. A., 1999

Juan Ignacio Luca de Ten;!, 15. 28027 Madrid

Depósito legal: M. 23.980-1999 LSHN: 84-376-05-18-2

Vrinlcd in Spnin

Impreso en Lave!, S. A.

Pol. Intl. Los Llanos, C/ Gran Canaria, 12

Humanes de Madrid (Madrid)

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INTRODUCCIÓN

A mi fraterno amiga . '.' y siempre maestro, •'"' ' . ; • , Don Manuel Fernández-Galiam

y a Maribel, • ' < •. ''. su encantadora esposa. .,

Bmuo NXÑEZ

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jean Hacine. Retrato coetáneo. Museo de Vcrsaltcs.

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EN el principio tic torio está el I lombre, que desde su naci­

miento, y aun antes, se ve deyectado en medio de agita-1 das corrientes que se desplazan dentro tic cauces a los

que llamamos Mitología', Historia, Sociedad, Literatura..., en definitiva, Vida. Minúscula gota dentro de ese enorme caudal, a la vez que es arrastrarlo jx>r las gotas que le preceden, marca el rumbo a las que siguen, señala la andadura, fija remansos y les ría nombres: Siglo de Péneles, lidad de Oro, Siglo ríe l.uis XIV... y, así, contamos algo que sucedió «cuantío Cervantes», etcé­tera. Historia, Leyenda, Mito, Tragedia... proclaman a la rosa de los vientos la grandeza excelsa riel Hombre o su miseria abismal. Alguien lo canta, lo narra, lo representa; otros lo es­cuchan, el hecho se repite, y se celebra una fiesta, se crea una ceremonia, un rito, una liturgia; en una palabra: se crea el tea­tro2. Hubo una vez una mujer ejemplar llamarla Andró/mica.

1 l'oli'siaiuino Falion Martínez. Hinilio Fernández Gatuno yltaijucl Melero, Diawnario de la Mitulugia Clásica, Madrid, Alianza Fdiluri.il, 1980.

* José Alsina, «Orígenes de la tragedia y (Jolítica en la Grecia clasica. Algu­nas noli!. Ui*t(Srku-i>¡t>lK)£iiUku>i>, Kev. Univ., Xlll, Madrid, l%4, iUíi y sv, y Tragedia, religión j mita en/re los griega, llareelona, I.alxjr, S. A., Nueva Col. I.alxjr, 1971. J. Garriere, «Sur l'esscncc et IVvolution du uagk|uc che* les Grees, Rtv. des Eludes grecques, FXX1X, 1906, págs. 6-37. A.-J. Feslucicre, De t'esseiue de la IrageJie grecque, París, Aubier-Montaigne, 1969. Albin Lcsky, ÍM tragedia griega, Barcelona, Nueva Colee. Labor, 3.' cd., 1970. 11. Lloyd Jones, Estudios sobre la tragedia griega, Madrid, 1966. 1-ncdncti Nietothe, LA naistanu de la tragedie, N.R.F. París, Gallimard, Coll. hlées, 1949. Cuy Radict, La tragedie grecque, Ori-ginc-liistoire-Dévclop|)cmciH, París, Payot, 1973. Jacquclrnc de Roinilly, ¿d tragediegrecque, París, P.U.l'., 1970, y IJ temps dans la tragedie grecque, París, Vrin, 1971. Francisco Rodriguéis Adrados, fiesta, comedia j tragedia, Madrid, Alianza lúüiorial, 1983. jaeques Schcrcr, Raciru et/im la ártmonie, París, PUF, 1982. Ilcnri Agel, «L'Univers de l'ccrivain: Racinc el la ccrcmonic iragiquc», L'tüolt^ 16-12-1961, págs. 326 y 365-368. Valentín García Ycbra. Patuca de Aristóteles,

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V ot ra cuyo nombre era Pedra. De sus hechos se hicieron lenguas todas las generaciones y cada una de ellas los vio con sus pro­pios ojos, repitiendo, modificando o creando nuevos modelos conforme el paso del tiempo ha ido moldeando la historia ori­ginal en los hombres que poblaron esas sucesivas generacio­nes. Obra original c individual en el primer momento, en toda la extensión y comprensión del concepto. Obra-mito o mito hecho obra literaria y, como tal, eslabón de esa cadena.

TRAGICIDAD Y TRAGEDIA

Por el hilo que une el ayer con el presente corre el principio que sustenta y da sentido a todo el edificio: el principio o con­cepto de tragicidad', cnic" cosa sea lo trágico. Con frecuencia se ha confundido lo esencial con las circunstancias que rodearon su nacimiento y el modo como se perfila esc concepto, llegan­do, incluso, a invertir el orden y prioridad de valores. Lo trági­co se da independientemente de la forma en que se muestre, y ni siquiera necesita de vestimenta alguna tal principio para que, como concepto, exista. Que lo trágico nace con la fiesta, el cs|>cctáculo, lo religioso, no son razones suficientes para confundirlo con ellos ni con lo que, formalmente, llamamos tragedia'', ni siquiera creo que tenga mucho sentido enzarzarse

M adrtd, Orcdos, 197*1. p.ugrnc Vinavcr, liaríne. Printipn de la tragedle en marge de la fmtique d'ArisMe. Tcxtc ¿tabli ct commentí par... Ecl. de l'Univcr. ele Msn-ebester, París, Ubrairic Nizct, 1968.

' Paul Ricocur, «C11R0N1QUES anx fronlieres Je la Phibstphit. Sur le Irajy-qiir» lispril, marzo, 1953, páj;s. 449-467. AHicrt Camtts, «Sur ('avenir tic la trage­dle». Confc'rcncc prononcc'c a Atticncs (1955) en A. Camus, Thtálre, real!, nnu-irllej, Uibliotéquc de la Pléiadc, Gallimard, I962,pa"gs. 1699-1709. A. Huero Va-llrjo, «La tragedia», en G. Díaz Pinja, El Teatro, rinriehpedia del arte tscénim, narre-lona, Nogucr, 1958, píps. 6.1-87. Gtll>crtc Rontict, «l.c sentiment ilu (ragique diez les Circes», Revue dei titudes freeques, LXXV1, núms. 361-363, julio-diciembre de 1963, 327-336. William Stcwart, «I.c Iragique ct le sacre* diez Ra-cinc», Le Théátre tranque, París, C.N.R.S., 1962 (2.« ctl., 1965), 271-285. Eugc-nc Vinavcr, «L'Eclosion du tragique tlans le (Wátrc de Racinc», fíttlletm de VA-ladintie Royale de ¡jingue et de Ijttérature Franfaim, Bruselas, '14, 1966.

4 Jacqucs More!, l/i Tragr'die, Collection U.A. Colín, 2." cd., París, 1964. Jac-ques Schcrcr, I ja dramaturpte dasiique en France, París, Nizct (1950), 1954.

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en una discusión estéril acerca de qué sea íntes si lo trágico o la tragedia.

E L HÉROE5 TRXGICO

Resulta obvio que partimos de lo trágico (la tragicidad, como principio) que se manifiesta en la representación teatral llamada tragedia, y que esta es tal en la medida en que partici­pa de ese principio de tragicidad. Que muchas obras teatrales apellidadas tragedia no lo son en un sentido estricto de la pala­bra es por todos conocido. Por ello será preciso que presente­mos nuestro concepto de la tragicidad, cosa que hacemos más adelante. Por ahora seguimos estrechando el cerco a esc con­cepto perfilando alguna nota del héroe trágico, espacio espiri­tual donde la tragicidad nace, se desarrolla y muere. \

fin primer lugar, la tragedia griega —como obra pertene­ciente a un genero literario, y como tragedia, es decir, concrc-tización de lo trágico—: no se muestra sino como una forma de teatro inventado para hacer patente c intentar explicar la cóle­ra de los dioses contra los mortales, un altar (escenario) de la Impotencia y Tristeza6 de los hombres bajo el peso de los dio­ses, de su capricho, hado, fatalidad7 o trascendencia oculta al hombre, ley inexorable que le sobrepasa, subyuga y tiraniza.

Entre los personajes que participan de la Tragedia (tragici­dad) y en la Tragedia están en primer lugar los personajes pro­piamente trágicos, es decir, los héroes trágicos, aquellos que

s I'icrrc-I lenri Simón, «Dimensiones de l'héroísme racinicn», Revue ife l'Uni-rtrsilé/jtvtil, septiembre de 1961, 14-21.

f «No es necesario que en una tragedia haya sangre y muertos; es suficiente con que la accirtn sea grandiosa, que quienes la ejecutan se muestren heroicos, que Ins pasiones sean extremadas y que todo exhale ese hálito de tristeza majes­tuosa que constituyc'lodo el placer y el encanto de la tragedia», dice, casi al pie de la letra el mismo Racinc en el prefacio de fíirinin. (Cfr. Racinc, Otmm mm-pltla, niblbthcquc de La Pléiadc, París, Gallimard, 1950, píg. 465.) Tal senti­miento une c! placer estético y el perfeccionamiento moral exigido y buscado como catarsis en la poética del viejo Aristóteles. Vid. también Picrrc-Aimé Touchard, Ijr. Thiitre el tanfpisst ríes btimmts, l'ar/s, lid. du Senil, 1968.

7 Í5arthélcmy A. Taladoirc, «Sur la fatalité du théatíe elassique», Hommnge a« doye» 11 Cros, París, 1959, 65-69.

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con frecuencia le dan nombre (Andrómaca, Fedra...) que ya vie­nen dados —creados— por la Mitología, la Historia, la Leyen­da... Luego están aquellos otros personajes secundarios: nodri­zas, ayos, consejeros, etc., que con frecuencia son fruto de la imaginación del poeta. La intervención de éste en los primeros se caracteriza por una función de re-creación, y es en esta re­creación o nueva encarnación del personaje donde queda gra­bada la personalidad del poeta y, al mismo tiempo, el sello del personaje en su nuevo avatar constituye una nueva cuenta de la sarta que es todo mito. La Mitología, la Leyenda, etc., pro­vee al poeta de una anécdota, la cual, despojada de lo acceso­rio, queda transmutada en un arquetipo. Escuetamente, Fedra, por ejemplo, no es más que la historia de una madrastra que enamorada de su hijastro8, etc. El papel del poeta se reduce a darnos /// versión de los hechos de acuerdo con w circunstan­cia: cultura, lengua; religión, prejuicios sociales, tabúes, etc. Gracias a esto, cada nueva salida al mundo del héroe trágico justifica nuestras palabras cuando con toda propiedad habla­mos de la Fedra de Racine o'de la Fedra de Unamuno, lo que nos llevará a distinguir entre Fedra como mito •—el mito de Fedra— y Fedra como obra particular (la de Eurípides, de Sé­neca...), y con ello el planteamiento de la vigencia del mito, lo que es, significa y representa en todo su alcance y valor eter­nos, y la vigencia de una de sus reencarnaciones, obra literaria concreta y particular con todas sus lindes bien precisas y seña­ladas.

Otras veces el poeta crea desde el origen partiendo por lo general de esas cualidades que adornan o envilecen al hombre, y esas obras son conocidas por el Avaro, el Tartufo, el don Juan, el Quijote, etc. Se ve claro que aunque algunas tengan versiones posteriores forman un tipo de sarta o cadena muy distinto de las primeras. En fin, un tema trágico es un personaje trágico o no es nada9. Su tragicklacl se impone por sí misma y por los

" Jcan Cousin, «Phcdre cst inccstucusc», Revire rl'Hisloire liltéraire de la Frunce, XXXIX, 1932, 397-399. G.-II. Gifford, «L'lnccstc dans Phedrc». íbitt., XXXIX, 1932, 560-562. H. Jacoubet, «I/Inceste dans Pbeire», Mi, XXXI, 1931. Hermán Prins Salomón, «Phidrc ct 1'tncestc», Etuies Frantaim, Montrcal, 1,2, 1965, 131-135.

9 De aquí que cada sociedad, época, etc., haya creado su ti|r> üc héroe, que es

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motivos artísticos a ella inherentes, sin que el propio'poeta —diremos tal vez exageradamente— pueda hacer nada para evitarlo.

TRA.G1CIDAD Y PERSONAJE TRÁGICO

Podr/a sonar a superfluidad, simpleza o perogrullada decir de la tragicidad, como concepto, que es una abstracción, pero lo que en verdad queremos dar a entender es que su realidad sólo se pone de manifiesto en el hombre trágico —que es su soporten—, tal y como nosotros la concebimos10. Es cierto que «prácticamente sabemos, creemos saber o sentir qué es lo trá­gico... Pero en cuanto a explicar lo que es, ya es harina de otro costal; sobre esto discutimos y podríamos discutir indefinida-mente»". Pero escudarnos en esta consabida dificultad creo que sería escurrir el bulto, soslayar el riesgo a equivocarse que corre todo aquel que toma una pluma en sus manos. Tratare­mos, pues, de resumir nuestra conocida opinión. Y para ello incluso podemos partir, a título de planteamiento, de una si­tuación corriente como la que acabamos de mencionar: la ne­cesidad de definir algo y el temor a equivocarse pueden llevar al sujeto a una situación límite que rompa su unicidad de juicio ante la duda, el suspenso, a! no saber por cuál de esas dos pos­turas contrarias decidirse, y ante la imposibilidad, por otro lado, de aunar los dos extremos de ese dilema. Mientras tal si-

tanto como decir su manera de representar o encarnar io trágico. El último vo­lumen que llega a nuestras manos en el momento de escribir estas líneas es de la Revista ile Occidente, Extraordinario XIII, núm. 46, marzo de 1985, bajo el titulo de «El ideal heroico». ' ,0 Emilio Niñez, IJI tragedia de Raríne. Forma y sentido, Santander, Sur Edicio­nes, 1977. Víase también nuestra Introducción al Teatro completa, de jean Raci-ne, Madrid, lid. Nacional, 1982, y Estudias de soao/ogra del lenguaje. La risaj otros casticismos, Madrid, lid. Coloquio, 2,'ed., 1984,

" Hemos traducido libremente las palabras de Henri Gouhien «Empirique-ment nous savons, nous croyons savoir ou sentir ce qu'est le tragique... Quant a diré ce qu'est te tragique, c'est autrc chosc; nous discutons, et nous pourrions discuter indeTmiment.» «Tragique ct trasccndance», en Le Tbéálrt tragique, París, Editions du Centre National de la Rechcrche Scientifique, Cotí. \x. Choeur des Muses, 1962 (2.• ed., 1965), p % 480.

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tuación tiene lugar el sujeto mantiene una postura trágica, que desaparece cuando se rompe ese equilibrio, produciéndose el desenlace, el cual siempre es funesto ya que al tomar partido por un contrario forzosamente tiene que renunciar át otro, con la consiguiente amputación, puesto que ambos extremos eran igualmente deseables, ya se produzca la solución por decisión propia o, generalmente, }X>r decisión ajena, consecuencia de acontecimientos ineluctables.

Si sustituimos este ejemplo pedestre por otro en que los per­sonajes que intervienen son de gran alcurnia; la duda trágica, el dilema, versa en sus extremos contrarios sobre cuestiones de estado, de honor o que afectan al individuo en sus princi­pios más íntimos: la fidelidad conyugal, la maternidad, la leal­tad a la palabra empeñada, etc.; si están en juego grandes inte­reses con consecuencias desastrosas, entonces estamos ante una situación altamente trágica que puede servir de eterno ejemplo a los mortales como casos paradigmáticos.

EÍ sujeto trágico se halla siempre supeditado a una norma, ley o principio que le sobrepasa y que se le impone, en su ac­tuar, desde fuera, trascendencia que le avasalla y rompe su identidad, llámese como quiera que se llame esa trascendencia: destino, hado, fatalidad, divinidad, principio metafísico, físico, ético o histórico, etc., cuya transgresión pone al desnudo el «error trágico». .

IJO que hace de Andrómata una tragedia es la irreductibilidud ' de que el (personaje compagine estos contrarios: :permanecer fiel a la memoria de Héctor y salvar la vida del hijo, Astíanac-te. El personaje trágico se completa a sí mismo como un ser arrojado a un mundo presidido por una trascendencia hostil que lo aplasta cruelmente. En palabras de Luden Goldmann, esta trascendencia, este dios, en la teología jansenista según la versión laica de las obras raciníanas, «tiene un carácter preciso: es un dios espertado^ que mira, que exige y que juzga, pero que jamás revela al hombre ¡o que debe hacer. Si dios se manifesta­ra indicando que es mejor permarieceTfiel a Héctor que salvar a Astianacte o que es preferible salvar a éste que seguir fiel a Héctor, dejaría de haber tragedia, el hombre sería lo suficiente­mente débil para rio obedecer la ley divina o, por el contrario, lo bastante fuerte para seguirla, y no habría nada de paradójico

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ni de trágico. En la tragedia, sin emixugo, no hay solución: dios exige a la vez la protección de Astianacie y la fidelidad a I lector, la resistencia a Nerón y la protección de Británico, el imperio y la unión con Berenice, la gloria de la reina y el amor por Hipólito. Pero jamás dirá cómo conciliar lo uno con lo otro. lis un dios rigurosamente mudo, siempre presente en su exigencia, y siempre ausente para el consejo...»12. La fuerza con que esos dos contrarios, incompatibles entre sí, se impo­nen al sujeto trágico y lo desgarran da la medida de la tragici-dad en el individuo, ya que el sujeto trágico es un hombre real (o tiene la consideración de ta l) u , no es un tipo como pueile ser el avaro, el don Juan, el hipócrita..., ya que la tipificación es una construcción mental, no una realidad. Un personaje trá­gico pot ser un individuo es un «destino», no un tipo, y, como tal, es elevado a la consideración de personaje literario, consti­tuido por todo lo que le acaece, hace y dice, e, incluso, por todo lo que de él dicen, aunque sea contradictorio.

Incapaz de aunar en sí los dos principios de linaje contrario, el personaje trágico se halla siempre sometido por esa imposi­bilidad, atributo o limitación esencial e inherente a su misma naturaleza humana. Tan inmerso está en esta su condición que en ella se anclan los principales temas trágicos y en el círculo más próximo que rodea al individuo: la propia familia. De aquí que las principales tragedias en el fondo —siendo problemas del individuo, lógicamente-1- lío son sino oscuros asuntos de familia, en cuyo espacio y entorno se desarrolla la acción: Hamltt, Ótelo, Ifigenia, Andrómaca, FeJra...

12 Lucieu Goldman, «Strutture de b tragedle racinienne», en lu théátre Tra-gique, Vaiís, Kditions du Centre National de la Recherche ScicitfiíUjue, 1965, págs. 255-256. También del mismo autor Le Dieu cacijé. Elude sur la visión ¿radi­que dans les pensies de Pascal el dam le tbéátre de Racine, París, Gallimard, 1956. Maurice Dclcroix, Le sacre dam les tragedles profanes de Racine. Lssai sur la significa-liim du dieu mjtbologique el de lafalalilé dans La Tbe'baide, Andromaque, ¡pbigénie el Pbedre, París, Nizct, 1970.

13 Jcan Gabriel Callen, «La condition húmame des personnages de Racine», Culture, 2' annee, 8-5-1939, págs. 477-488.

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LA TRACED1A V SU MEDIO

A primera vista podrían parecer triviales y superfluas las preguntas ¿por qué aparece la tragedia en un momento deter­minado, en una sociedad determinada? ¿Por qué hay periodos de inactividad en la producción o creación de piezas de este género? ¿Por qué hay sociedades en las que, prácticamente se desconoce la creación original de este tipo de obras, y casi no se lleva a cabo la producción de «copias» de las obras maestras alienígenas? ¿Por qué existen sociedades que recogen la antor­cha trágica, la adoptan como propia y le dan luz nueva convir­tiéndose a su vez en focos irradiadores que sirven de modelo a otras sociedades? ¿Corresponde a la idiosincrasia de los pue­blos —-en el supuesto en que podamos hablar de una idiosin­crasia de los mismos—, entendiendo por tal todo ese inmenso complejo de cosas que en ella intervienen, la causa final por la que unos pueblos producen tragedias y otros no? Parece evi­dente que hay sociedades más «trágicas» que otras. En primer lugar y, obviamente, la sociedad griega, creadora del género, de la tragedia eterna, la que se refiere a ciertos mitos eternos: el incesto, el odio fraterno, etc. Y también otras sociedades,

.como la británica, con un William Shakespeare que imprime en su obra un sello «nacional». Y después pueblos o sociedades que adoptan ciertas obras y las recrean de nuevo, con menor o mayor vigor y originalidad. Así, por ejemplo, la Fedra de Hurí-pides goza de nueva existencia en las encarnaciones tic la Fedra de Séneca, de la de Racine o de la de nuestro Miguel de Una-munó, que permiten a los aficionados a las inútiles compara­ciones establecer parangones sin sentido la mayor parte de las veces.

También se ha dicho que «los españoles fueron y son, inhá­biles para la tragedia por razones del carácter nacional»14. Pero

'* Raymond R. Me Curdy, «Lope dc.Vcga y la pretendida inhabilidad espa-Aola para la tragedia: resumen crítico», en Homenaje a William L Ficbter. Estudias ¡obre el leuln anticua bupánin y olios enmjoi, Madrid, Castalia, 1971, pági­nas 525-535. La bibliografía al respecto es abundante, pero tal vez contribuyan a

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si tal afirmación, tajante y sin matizar, parece errónea, qui/á io sea menos cuando tomamos como núcleo trágico un plantea­miento radicalmente cristiano ya que la inconmovible fe cris­tiana hace imposible la presencia del dilema trágico en un su­puesto netamente cristiano ya que en virtud de esa misma fe, llave de dicho dilema, la solución viene dada antes de que pue­da producirse la duda trágica. Otra cosa es que esa duda pueda aparecer, y de hecho se dé, en una sociedad cristiana, pero no, re¡x;timos, desde un planteamiento netamente cristiano. «lln-tre los valores españoles es el catolicismo, según los más de los críticos, lo que mis impide la tragedia, |x>rque lo verdadero trágico es incompatible con el esencial optimismo de la fe cris­tiana»15. Y otro tanto podríamos afirmar para la sociedad islá­mica o para cualquier otra fe religiosa auténtica desde presu­puestos que se refieran a la fe en cuestión. Cabe en cambio el problema cuando la construcción trágica se levanta en zonas más o menos aledañas de la ortotloxia, o en comportamientos éticos más o menos alejados de lo estrictamente dogmático. De ahí el tan debatido problema del jansenismo16 tle la trage­dia raciniana en general, del particularmente referido a pudra, y el intento de rectificación que supone la fedra tle Unamuno.

Tal vez la contestación a esa pregunta pueda obtenerse indi­rectamente del hecho de la existencia de un género teatral «na­cional»: el auto sacramental. De la misma manera que sucede

ijuc el lector sat|uc sus propia* ctiiu lusionc.s libros como los siguientes: Alfredo I Icmiciicgildo, IMÍ trágim españoles del ¡iglú X VI, lundattón Univeisiiatia l.spa-nola, VI, Madrid, 1% I, refundido con el titulo tic IM tragedia m el Renatimieiilti español, Barcelona, Planeta, 1973; Julio Ar/slides, Unamuno, ¡Italiana de lu traadla existe/mal, Santa l'c, Argentina, 1972; Griaco Motón Artoyo, Calderón. Pensa­miento y Italro, Santander, Sot ¡edad M. l'etayo, V)W1; Allx-ito Navarro González, Calderón de la llana. De lu Iráguo a lu grulestu, lid. Univ. tic Salamanca, Kasscl, Reichenbcrger, 1984.

15 Raymond R. Me Curtly, ibt'd,, pag. 533. 16 Jean Cousin, «l'liedrc n'esi point jansénisic», Revue d'Hisloire lillirairt de la

Frunce, XXXIX, 1932, 391-396. Jean Dubu, «1.a religión de Racine», Estrofa 45c annéc, 1967, núnt. 453, 97-115. A l.otl\, «Racine et les derniers jansenis-tcs», VtrtteJraistaise, 22-4-1899, nág. I. Hermán lJ. Salomón, «Phedrc, piécc jan-stíntsle?», Cahiin Raiinitm, XV, 1964, 54-64. !•'. J. Tant)ueicy, l*Jumenisme el la tragedle de Racint, París, Boivin, 1937. l:rancis A. Watcrhousc, «Racine jansénis-icmn\&xé\uü>,Scva»eeRev¡cu>, XXXVI, 1928,441-455.

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con otras actividades Indicas, deportes, fiestas o juegos propia­mente dichos: c! cricket, la petanca, el mus, la barra, etc.

LA TRAGEDIA COMO EXPRESIÓN LITERARIA

Hablar de la tragedia como expresión literaria es hablar de la obra literaria, de su manifestación artística17. Archiconocida es la frase de que el teatro ha nacido al calor del altar. Aún más: el teatro es templo en cuyo altar —lugar escénico— tiene lugar un rito conforme a una liturgia de cuyo poder ca­tártico18 participan cuantos en el toman parte, mediante el te­rror y la piedad que despiertan los oficiantes al desarrollar una acción. Todo cuanto allí sucede está sometido a meticulosa norma1'', lis lo que en lenguaje de retórica literaria es conoci­do con el nombre-de unidades i/asirás20. La acción'—simple— ha de desarrollarse en un solo lugar a lo largo de la unidad temporal de una jornada. A estas tres unidades habría que añadir una cuarta, la de la expresión o forma expresiva, prosa o verso, estrofa, etc. í„ln nuestro caso, el de Rac'mc, tendría­mos que hablar, más que del pareado alejandrino francés del doble pareado, de la estrofa compuesta por un doble pareado con sus juegos de alternancia de rima masculina y femenina, su distribución de acentos, etc. í',n este sentido la tragedia es

17 A este respecto, son numerosas, y buenas, tas obras que podrían citarse, tlntrc ellas Rene Bray, Lafarmatim de la Doctrine Classiqne en France, París, Nix.et (1927), 1966; Antoinc Adam, Wstoire de la lillérature franfaise mi XVIF siecle, Del Duca, 5 vols. (I9<18-1956), París, 1968; Gustave Lanson, lisquisse d'me his-loirt de la tragédie franfaise, París, Champion (1920), 1954; Jacqucs Schcrcr, l/i dramalurgie rlassique en /'ranee, París, Nizct (1950), 1954; Jacqucs Morcl, Ijt traff-dit, París, Col!. U.A. Colín, 1964.

" Dominiquc Barrucand, IJI tathtirsis dans le théálre, la psyebanalyse el la psy-ehothérapie degrempe, París, Ii.PI, 1970.

^ A. Bcnoist, «Le systctnc tlramatiquc tic Racinc», Anuales de la pac. des Ltl-tres de fíordeaux, 12, 1980, 333-362.

7n Gcrmainc Bree, «Le "sujet", la "fablc", l'action et l'csthctiquc du tírame che?. Racinc d'aprés ses prcTaccs», Sympasium, Syractisc, 1, mayo ele 1947, 99-105; Gcorgcs Vcdicr, Origine et evolutiva de la Dramalurgie néo-claisiqíie. L'in-

Jlnence des arts plastiques en Italia et en /-'ranee: le rideati, la mise en seene et les trois iini-iés, París, PUP, 1955.

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obra de arte, y constituye un objeto de estudio de la historia li­teraria, amplia y profundamente investigado. Por lo que a no­sotros respecta, Racinc ha sabido ir perfilando a lo largo de su producción21 una arquitectura perfecta y un sentido perfecto, resumidos en un solo nombre: Fedra, como veremos más ade­lante.

JEAN RACINE: EI. ESCRITOR Y su ÉPOCA

La época en que vive un hombre (jean Racine, 1639-1699) forma parte de la vida misma de ese hombre. Y si con razón el poeta se felicitaba por ser contemporáneo de las rosas, con ma's razón |. R. |->odrín haber dado gracias al ciclo por haber gozado de la misma luz que hombres21 tan ilustres como los que florecieron cri el siglo xvii. y de manera especial bajo '• Luis XIV".

En fin, todo venía confabulándose desde mucho antes del nacimiento de Jean Racinc para quc.se establecieran las condi­ciones más idóneas en las que habrían de desarrollarse las in­natas cualidades de nuestro autor. En aquella sociedad, perso­nas de espíritu refinado y selecto adquirieron la costumbre de reunirse en los salones de la aristocracia. Fue hacia 1620 cuando Mme. de Rambouillct (1588-1665) comenzó a desem­peñar un papel muy importante en la vida literaria de París,

21 I". R. Fraidmann, «Ixs trois premieres pitees de Racine: naissance ct mise au point d'un proccclé dramatirjiíc», Frenó Rei'iew, vol. XXXVIII, mim. 6, Balti-morc, mayo, 1965, 725-733 (y Cabiers Ráciniem, l.« semestre 1967); Bcrnard Wcinhcrg, The Art ofjeati Racine, Chicago y landres, Univ. of Chicago Press, 1961

" Por citar algunos, mencionemos a los siguientes: Quinault (I635-16R5), Boilcau (1636-1711), Moliere (1622-1673), Pierrc Corncille (1606-1684), I.a l'ontainc(l62l-l695), Pascal (1623-1662) (sus Pernees aparecieron en I670|, La Bruycrc (1645-1696) ¡Caracteres, 1688), La Rochcfoucauld (1613-1680) ¡Máxi­mes, 1665), Malchranchc (1639-1715), Mme. de ScVigne- (1626-1696), Madamc de Lafaycltc (1634-1693), el cardenal de Rct* (1613-1679), Bossuct (1627-1704), Saint-Évrcmoml (I6M-1703), Fontcnellc (1657-1757), Pierrc Baylc (1647-1706), Función (1651-1715), Descartes (I596-I65p) y la aparición <!c 11 Discnurs de la mtthoAe un arto antes del nacimiento de Racinc, etc.

21 Luis XIV nace en 1638, comienza a reinaren 1661 y mucre en 1715.

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que se fue incrementando con el paso de ios años y en la me­dida en que su hija, Julie d'Angénnes, se convirtió en la musa de los habituales a esas reuniones. Hacia 164Ü lo más granado de aquella brillante y selecta sociedad tomó la costumbre de reunirse en la calle de Saint-Thomas-du-Louvre. Allí estaban el duque de Engheih, su hermana la futura duquesa de Longueville, Chapelain (1595-1674), Ménage (1613-1692), Vaugelas (1585-1690), el elcantador y frivolo Voiture (1597-1648), etc. La corriente de la vida con su inevita­ble cortejo de duelos o matrimonios fue dispersando a no po­cos de los asiduos de aquellas reuniones. Los acontecimientos de la guerra civil de La Fronde (1648-1652) contribuyeron al ocaso de aquellas exquisitas y cortesanas reuniones del Hotel de Rambouillet. Pero este caso no fue único, y otros cenácu­los fueron igualmente célebres, como el de la marquesa de Sa­ble (1599-1678) o el de la señorita de Scudéry (1607-1701) entre cuyos asiduos podían verse también Chapelain, Conrart

(1603-1675) o Pellisson (1624-1693). De vez en cuando estos salones recibían una carta de Guez de Bahac (1597-1654) que desde su retiro en Charente ejercía una altísima crítica con sus intervenciones en estas y otras disputas literarias o tendencias entre las que sobresalió aquella del salón de la señorita Scudé­ry y ha pasado a la historia con el nombre de preciosismo o, mejor, préaositt; las damas que ejercían aquel exceso de refina­miento en sentimientos y .expresión lingüística, fueron conoci­das con el término de p'rédeuses (preciosas, literalmente «cur­sis»), que tanta tinta hicieron correr24.

Teóricos, creadores y mecenas, aunque disintieron en sus juicios, todos estaban animados por idéntico entusiasmo. Ni siquiera el poder político se sintió al margen de ese movimien­to general por el arte, la literatura, la filosofía, el saber, en suma. La fortaleza de la institución monárquica sirve de sus­trato y fundamento que inspira, alienta, protege e impulsa esa máquina a cuyos mandos se halla el gran cardenal Riche-lieu, ministro todopoderoso (1624-1642) de Luis XIII

M Puede ser una buena muestra el Diccionario de las «preciosas» (1659) de So-make, La novela de ia ¡preciosa» (1656-1658) de Puré, o una de las mis famosas obras de Moliere, Las «Preáosauridiculas (1659).

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(1610-1643). Obra excelsa de tan grande magnate fue la crea ció» de la Academia Francesa: siguiendo el ejemplo de Italia y la costumbre mis o menos regular de reunirse algunos escri­tores, ya practicada desde mediados del siglo xvt, consta que se efectuaron reuniones periódicas de escritores a partir de 162Ü. Poco a poco se fueron cumpliendo ciertas formalidades y ya a partir del 13 de marzo de 1634 se constituyó un regis­tro en el que se consignaron las presencias y hechos más nota­bles. Entre sus objetivos se señalaron el redactar un dicciona­rio, que no apareció hasta el último cuarto de siglo, y una gra­mática, que se mantuvo como mero proyecto unos tres siglos. No obstante, la Academia Francesa había sitio creada y su in­fluencia y prestigio han sitio y siguen siendo inimaginables.

Cima y cúpula que ampara esta sociedad cortesana fue la institución monárquica. Luis XIV es el prototi|XJ del absolu­tismo monárquico. La frase «el Estado soy YO» es mucho más que una frase. Cuantío Luis XIV torna las riendas del po dcr, han quedado atrás debilidades, ambigüedades, regencia y veleidades de la nobleza, domeñada, al fin, y atrailla a la corona tras los últimos coletazos tic La I-'ronda (1648-1652). Desde el momento en que Luis XIV comienza a reinar (1661) el prestigio de la corona no hace más que crecer. El rey, como astro rey, como Rey Sol, es el disjxmsador tic todo favor y de toda gracia. En estas circunstancias, lógica­mente, de los estamentos'tradicionales, aquel que está más próximo al monarca, la nobleza, es el que imprime carácter a esa época. En ningún otro |>eriodo como en éste, una socie­dad cortesana ha dejado sentir el |>eso de su influencia en la vida toda del país. Cada individuo será tanto más impórtame cuantío mas próximo se halle al centro irradiador de esc ¡x> der, de ese'prestigio, a stber, el rey. Ese res|>eto reverencial se envuelve en un ceremonial .' .-mplicado y meticuloso, como si de un rito sacrosanto se tratara. "rodo lo que concierne al mo­narca, la acción o detalle más nimio está medido en actitudes poco menos que litúrgicas, ya que el rey lo es por tlesignio di­vino. Si tenemos en cuenta este punto de vista, nos será más fácil comprender la conjunción de las actitudes hieráticas de la tragedia y de las propias actitudes del monarca, así como las que tienen lugar en torno a él. La mera aparición del rey, el

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hecho o acto más simple del vivir cotidiano, sujeto, incluso, a la naturaleza humana, esta" rodeado del ceremonial más rígido y complicado que imaginarse pueda; tal ritual provoca un res-|x:tuoso distanciamiento entre el monarca y los demás, cuyo en­cumbramiento y jerarquía dentro de la misma sociedad corte­sana25 son debidos, más que al rango tic la propia casa o al tí­tulo oficial, al favor el rey. Nada más ilustrativo para com­prender a esta sociedad cortesana que el ceremonial desplega­do con motivo de un hecho al parecer tan trivial como el de acostarse (le coueber) o el de levantarse (k lever) del lecho de Luis XlV2fi. A la hora indicada por el rey, habitualmentc a las ocho, era despertado por el ayuda de cámara que había pasado la noche a los pies de la cama real. Se abrían las puertas y en­traba el medico y la nodriza (mientras vivió) que le daban unas friegas, Entraban los pajes, era avisado el gran .chambe­lán, se avisaba a la cocina para el desayuno... y comenzaban las visitas de los señores que gozaban de esc privilegio de acuerdo con un escalafón rígidamente observado, en el que se diferenciaban seis grados: la primera entrada (t.ntrée) corres­pondía a hijos y nietos legítimos, príncipes y princesas de es­tirpe real, así como el primer medico, el primer cirujano, el primer camarero y los pajes de cámara. Venía después agran­de tntrét, la de los grandes oficiales y señores de la nobleza a quienes el rey había distinguido con esc honor. A continua­ción entraban los lectores del rey y aquellos que tenían a su cargo las solemnidades y diversiones reales. En la cuarta en­trada se incluían otros oficiales de la cámara, el primer limos­nero, ministros, secretarios de Estado, consejeros, oficiales de la guardia, mariscales, etc. La quinta entrada estaba formada por miembros de la nobleza propuestos por el primer camare­ro y con beneplácito previo, naturalmente, del rey. La sexta entrada tenía un carácter especial, que señalaba una cierta confianza o familiaridad —sí es que se pueden emplear estos

75 Víase, por ejemplo, el libro de Norbcrt Lilias, tji soeitJad cortesana, Tondo tic Cultura Económica, Mixteo, 19B2(l."cd. en alemán, 1969).

u Muchas son las noticias sobre Luis XIV y su ¿poca. Sólo ejucremos recor­dar a Saint Simón, cuyas Memorias han sido muchas veces editadas. Citemos por nuestra parte la edición Dclloyc, París, 184 \

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términos— y no tenía lugar por lá puerta principal del dormi­torio, sino por una puerta trasera. Estaba reservada esa enfríe a los hijos del rey, incluso a los ilegítimos, con sus familias; gozaban de la «gracia» de poder entrar al gabinete real en cualquier momento, siempre que el rey no celebrase consejo, y podían permanecer en él incluso cuando el rey estaba en­fermo.

Todo ello estaba regido por el más estricto y meticuloso protocolo. Y otro tanto sucedía con el coucher, el momento de acostarse. De manera similar se guardaba un protocolo pareci­do en el caso de la reina.

Toda esta larga exposición no tendría sentido si no tuviera que ver con nuestro escritor, que, como tal, gozó durante bas­tante tiempo de esc privilegio, como parte integrante de aque­lla sociedad cortesana que se movía en torno al rey. En efecto, la carrera27 de jcan Rácinc, escritor, tuvo como- meta princi- • pal encumbrarse y gozar, como un cortesano más, del favor real. Los privilegios que otros tenían por su ascendencia, por svis méritos militares, por el ingenio, por su palmito o bello rostro —;por lo que respecta al bello sexo—, Racine los logró por su pluma. Su nombramiento como historiógrafo del rey, después de haber sido lector y escritor favorito, señala la cima de su ascensión cortesana.

Y sin embargo, nadie habría podido predecir su destino en el momento de su venida a este mundo28. Nacido en el seno de una familia modesta, huérfano de madre (f 28-1-1641) a los trece meses, y de padre (f 6-2-1643) cuando contaba poco más de cuatro años, los parientes tuvieron que hacerse cargo de aquellos despojos: él y su hermana Maric, que pasaron a manos de los abuelos paternos y maternos, respectivamente.

Poco después vemos al niño Jcan Racine recogido por las religiosas de Port-Royal, al abrigo de su tía, la madre Inés de

" Raymond Picaril, IJI enrriin rlejem Rtirim, París, Gallimard (1956), 196!.' Sin embargo, esta «carrera» tic Racine no fue distinta «le la tic otros muchos es­critores nacidos en humilde cuna; entre todos ellos la de Qtiinault es tal vez la mfe parecida.

'" Jcan Orcibal, «l.'linfance tic Racine», Retw li'llistmrt LiiUrairt ift la Frarm, 5 l e anncV, I, cncro-marzo de 1951, 2-16; Lnuis Vaunots, L'rnf/mcr ti lajtnntitt tfr Rarinr, París, Del Duca, 1964.

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Santa Tecla» en calidad de huérfano pobre, acogido ¡x>r cari­dad, si bien poco después asiste a las Peritos Ecohs; los «Solita­rios» se encargarán de dar alimento espiritual a aquella inteli­gencia más que despierta. Toda la vida de Jean Racine, desde su inicio, no es sino una constelación de bienhechores, parien­tes, maestros, amigos, nobles, gentes de teatro, escritores y, en fin, el propio Rey Sol. Una infancia y juventud estudiosas bajo magníficos profesores de Port-Royal29 y su estancia en Uzes en busca de un beneficio eclesiástico,,^ de sí mismo, pa­recían indicar el comienzo de una vida bajo un signo religioso, que no llegaría a cuajar.

Todos estos favores —del cielo y de los hombres— que para cualquier mortal normal y corriente podían haber sido motivo de reconocimiento, alegría por el bien recibido y satis­facción por el éxito logrado, para el hipersensible, orgulloso y acomplejado10 Jean Racine no fueron sino afrenta eterna, aci­cate y recuerdo de su inseguridad, angustia por el mañana, an­siedad ante el futuro, sempiterna actitud de ataque y provoca­ción, como el lobezno que enseña los dientes contra todo y contra todos. Su extremada sensibilidad e irritabilidad, su cla­rividencia y lucidez le hicieron muy superior a sus posibles y probables amigos (si es que él se sintió alguna vez verdadero amigo de los demás) y sus enemigos (que no fueron ¡TOCOS)31. Su ansia por sobresalir y medrar, y su ambición, no le permi­tieron reparar en medios ni pararse en barras. Se sirvió por ¡gual de amigos y de enemigos con tal de alcanzar el fin pro­puesto. En frase hecha, «se dejó querer», y supo sacar el mejor partido- de las situaciones por las que atravesó, por compro­metidas que ellas fueran. Sabía ser, él, que se supo más inteli-

w Paul Ciouzct, Ttkt Radm ia, a Parl-Rojal. Essai de guide litisíniire, par... París, Henri Didier, éditeur, 1940; André Rousseaux, «Racine, disciple des soli-uires», Culturt, 2.» arto, 8, mayo, 1939, 449-452; William Me. C. Sicwao, ní.'é-ducaikm de Racine. Le potíe el ses maiin-s», Cabicn dt VAssocwtim Inlcnwtimale Jtt Éiudti Fraafaaei, julio de 1951, 55-71.

w G. Lely, «Esquiase tfune psychdpaihofogic de Racine». Mtrmrt di Frma, 296,1940, 481 485; Fr. Mauriac, La vit de JIM Rodite, París, Pbn (1928), 1951; Jean Scgond, Ptjdnlogft éjeox Rociat, Patís, l-cs Bcltcs Leutcs, 1940.

M Yvonne liautd, «Doux Racine? Cnicl Racine?», Studi in ouort d¡ ítalo Sid-Juta, vol. 1, Florencia, 1967.

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gente y capaz que cuantos le rodeaban —y en realidad así era—, o aparentar ser j>crsona encantadora y humilde cuando le convenía, y someter sus creaciones a las opiniones de quie­nes podían cerrarle el camino, un ChajK'lain u un (.liarles IV rrault, como sucedió cuantío escribió la oda La Nymphe de la Seine (en 1660) con motivo de la Ixxla del rey, y, así, con su capa de humildad y su aparente afabilidad, llegar a obtener una gratificación y, sobre todo, hacerse notar.

Kn este momento Jean Hacine tiene una prometedora vida por delante. Su preocupación es saber sacar partido de las cir­cunstancias, las cuales no faltan a un espíritu despierto. Cuan­do en junio de 1663 cayó enfermo el Monarca, escribió una Oda sobre la convalecencia del rey que le valió una gratificación de 600 libras, y para reforzar el lazo ya establecido formulaba su agradecimiento con otra oda: La Rmommée ai/x Muses.

También en este año, 1663, vemos a nuestro autor asistir al lever del rey sin que ningún historiador haya sabido ofrecer a ciencia cierta la explicación de tal privilegio.

Siempre atento a despejarse el camino, sabe granjearse la amistad de Moliere, aprovecharse de su ex|x;riencia. A finales de diciembre del 63 tenía acabada la primera obra que habría de ver en escena, La Thébaíde un les/reres ennemis, representada el 20 de junto de I6ó<1 en el Palais-Koyal.

No por eso descuidaba otros flancos: también por esa fecha —finales del 63— hizo amistad con Depréaux, con quien fue introducido en el círculo tic los asistentes al Hotel de Nevers, á quienes leyó —ganándose así su a|x>yo— su nueva tragedia sobre Porus, que pasó a ser designada con el nombre de Ale-xwulre le Grand, representada por primera vez el 4 tle diciem­bre tle 1665, también en el Paíais-Royal12.

Su carrera fue una sucesión de halagos —mientras tuvo ne­cesidad de las personas aduladas— y tle ingratitudes y recha­zos, que le llevaron a enemistarse con las ¡xrsonas a quienes más debía: Moliere, su lía, la propia institución de Port-Royal13... La promesa, al parecer, del arzobis|X) tle París de

13 Enisc Mcrstli «Kes Annécs ifanpreiMiwagc ile Jtun Hacine (1639-1666)», Jtunctu tit Raáne, 1967, 3-42,

i J L. Bícdif, «Hacine et Pcri-Royal», Métangei tirtdif, Caris, I (achate, I91Ü,

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procurarle un beneficio eclesiástico fue suficiente para que su ambición abogara el reconocimiento que debía a los «Solita­rios».

Por un lado supo buscarse eficaces protecciones, como la de Hcnrictte de Inglaterra y Mmc. de Montcspan, así como, pos­teriormente, la de Mmc. de Maintcnon, con quien Luis XIV contrajo matrimonio morganático, llamado muy gráficamente en castellano «de la mano izquierda» (1685). O alianzas y unio­nes, como la que logró de Thércse Du Pare, cómica, siete años mayor que él, de la compañía de Moliere, de cuya mano entró a formar parte de relaciones más que turbias34. Cuando la Du Pare murió el 11 de diciembre de 1668 corrió el rumor de que había sido envenenada55 por el mismo Racinc, o a instancias suyas; basta (al punto se habían hecho sosjxxhosas sus activi­dades. De ahí que, cuando mrfs tarde, en 1681, se removió aquel escandaloso asunto, sólo una poderosa intervención sal­vó a Racinc. de Dios sata que peligros.

Cuando murió la Du Pare, los extremos de dolor de Racinc fueron, tal vez sospechosamente, exagerados. No obstante, dieciséis meses después le vemos en unión íntima con la Champmcslc, ilustre cómica del Motel de Bourgogne. Así como se dice que escribió el papel de Andrómaca pensando en la Du Pare, también se afirma que escribió Béréniee para la Champmcslc. lista, sin embargo, voluble c inconstante, corte­jada por una interminable lista tic amantes, hizo pasar a Jcan Racinc todas las penas del peor purgatorio de los celos, agran­dados por el peso tic su propia egolatría. Su orgullo, no obs­tante, se veía compensado con nuevas y poderosas amistades, sus triunfos de autor, su bienestar creciente, la entrada en la Academia Francesa el 12-1-1673, su nombramiento el 27 de

51-70; Cario Cor<l¡¿, «Racinc ct Port-Royal», Saggi e ¡Indi, Padua, 1957, 54-60; R. I'crnanrlat, «Racinc ct Port-Royal», La Musefrancaise, vol. XVIII, núm. 7, 15 tic julio, 1939, 324-336; Andrc* Franlt, «De Racinc tí tlcs solilaircs», Cahiers ríe la Compagtiie M. Renaud-J.-L ñarrault, -10, nov. <lc 1962, 120-123; Agustín Ga-zicr, «Racinc ct Port-Royal», Reme d'fñtoire [Jltfraire de la Frattct, VII, 1900, 32-58.

34 Philip Buttcr, «Racinc ct le libertinage». Lrltrts d'Occidetif, Mclanges ofTcrts a Antlrc" Ronnard, Ncuchátcl, l.a Mácenmete, 1958, 123-140. . " F. Funck-Brcntano, Le drame des poiiom, París, 1 lachette, 1900.

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octubre de 1674 como tesorero de Francia, que le ponía al abrigo de cualquier preocupación económica y, además, le en­noblecía a él y a sus posibles —por ahora— descendientes.

A medida que se consolida su posición, que sus triunfos se hacen más Firmes y, por lo tanto, sus enemigos quedan más distanciados, a medida que el favor real se hace mis tangible, Racinc ve aquietarse sus demonios personales. A pesar de las intrigas de sus enemigos, el triunfo de Fedra (representada por primera vez el 1-1-1677) parece ablandar aquel espíritu devo­rado por ia ansiedad y la ambición. Se hace patente su arrepen­timiento y su reconciliación con Port-Royal, su conversión y su renuncia a escribir más para el teatro. Decide entrar en el orden establecido y cinco meses después de Fedra contrae un ventajoso matrimonio con Cathcrinc Romanct, quien no en­tiende nada de arte escénico pero aporta una buena dote y magníficas alianzas familiares (contrato de esponsates el 30-5-1677) ante testigos de la más; alta nobleza. Como remate .' de esta felicidad, el 11-9-1677 era firmada la orden de pago de una pensión de 6.000 libras por su nombramiento como histo­riógrafo de) rey. Juntamente con él fue también nombrado his­toriógrafo regio Boilcau. En esta tarea permanecerá Racinc hasta 1695.

Sobre las razones que ic ilcvaron"a Racine al silencio-'6, a no escribir más sobre el teatro, se han aventurado muchas hipóte­sis. Tal vez fue deseo expreso o insinuado por el rey de que se dedicara sólo a su nueva tarea de cantar las glorias regias. Tal vez fue consecuencia de su «conversión». Tal vez fue, sencilla­mente, que con Fedra había alcanzado el grado máximo de per­fección de su concepto de tragedia, obra literaria, tanto desde el punto de vista de la forma como del sentido, haciendo de ella la síntesis ideal, como hemos intentado analizar en nuestro trabajo, ya mencionado, La tragedia de Racine.

y . '* Jcan Dubii, «De queiques raisons cs(l«5(iqucs do silence de Racinc ¡>[>rH

Phfilre. IJI XVIf, 20, 1953, M1-349; Picrrc Grosclaudc, Le rtttmetmtnt it Rua­rte, París, Magnarcl, 1955.

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VISIÓN GENERAL DE LA OBRA DE JUAN HACINE

La obra de Racine es más bien escasa, casi como la de un poeta. Y en gran medida toda ella está configurada por la es­pecial forma de hacer del poeta: por la selección y precisión del término, su agilidad y ritmo, su mordacidad o ternura, su grito o su silencio... Así como Voltaire es el.resultado de la pe­dagogía jesuíta, Racine es el fruto de la jansenista37. Comienza haciendo versos a la sombra de sus maestros de Port-Royal, y, muy especialmente, del más eminente de todos, el alxjgado Antoine Lemaistre, que le dirige en sus lecturas y comentarios, le enseña la armonía del estilo, y, en una palabra, planta en él las cualidades que más tarde harán de aquel joven sediento de saber uno de los primeros escritores de Francia.

Lógicamente, en sus primeras |x>esíasM se transparentad los modelos, pero, puco a poco, va ganando en originalidad y co­sechando aplausos y celebridad. Abreviando, su producción se compone de traducciones y anotaciones, poesías latinas, cartas, epigramas, estancias, odas, cánticos, himnos... obra que se ex­tiende a lo largo de una cuarentena de años, de muy amplia gama de inspiración y de calidad. Pero de no ser por su pro­ducción dramática Racine no ocuparía el puesto que tiene en el parnaso mundial, Racine necesitaba ser conocido y aplaudi­do, ser célebre y agasajado (x>r todos, lo que le lleva al género enel que'el triunfo es más rápidamente notorio: el teatro. Lo mienta M primero con dos tragedias, Amaste, que Nicolás Vi­tan, su pariente y protector, llevó a los cómicos del Maráis en septiembre de 1660; y al año siguiente con Les Amours d'Ovidt, que presentó a los del Hotel de Uourgogne. El fracaso le hizo intentar otro camino: de ahí su retirada a Ikés. A su vuelta, por un lado busca los consejos y apoyo de Chapelain en su ca-

M Gustavc Larroumet, «Racine ct le jansenismo., Reme des Cotin el Cmfcrtn-ai, T6 ann¿e, l, 1898-1899, 399-405.

** Pktic Guiguca, ¿a ñtesit <U Radiu, París, £ul, du KoiuM'oim, 1946. M Emst Mersch, «Les Années d'apprcmissagc de Jean Racine (1639-1666)»,

Jcuncsu di Rticint, 1967, 3-42; citado más arriba.

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rrcra como [XKta, y, por otro, el de Moliere, a quien muestra su tercera tragedia Tbéagene el Cbaríclte, pero sin lograr más que buenos consejos (lo que no fue [JOCO) y esperanzas, y, así, cuando poco después Moliere quiso oponerse a La Tbibaiáe tic Boyer, instó a Hacine a que escribiera otra según un plan que él mismo había concebido. A medida que nuestro escritor iba com|)oniéndola fue sometida a la opinión de una serie de ami­gos e, incluso, se dice que el propio Moliere intervino en la co­rrección, al menos, del texto. Terminada en diciembre de 1663, el 20 de junio de 1664 se representaba por primera vez en el Palais-lloyal, A partir- de aquí se iniciará una carrera glo­riosa cuyos hitos liemos mencionado más arriba.

Moda del tiempo fue mantener Jos escritores cnuc sí una emulación perpetua compitiendo sobre los mismos asuntos y temas, de ahí que una y otra vez aparezcan los mismos títulos de obras en unos y otros. Forzoso es, entonces, establecer las siempre odiosas comparaciones, pero indis|>ensablcs en este caso. De aquí que, en comparación con sus émulos, repetimos, tenemos que mencionarla semi/itz***, de donde la verdad y ve­rosimilitud con cjue Hacine ejecuta sus obras, piedra angular y primer principio dinámico de su creación. De ahí el movi­miento psicológico de los jicrsonajes, el natural enlace de las escenas, la claridad de movimientos tanto anímicos como de situación, el inevitable devenir de los acontecimientos, la fuer­za trágica que de ellos se desprende, la ¡nevitabilidad de los he­chos, la sensación de infinita tristeza que planea sobre los per­sonajes presos en el dilema trágico, la crueldad triunfante y el amor (pasión domíname) desgraciado, la sorda ferocidad fren­te a la ternura y el sacrificio, las lágrimas contenidas o el alari­do desgarrado de la pasión'", los sombríos deseos y la claridad

m Mauricc Uowra, The íiniftiicity <f Racinc, Oxford, 1956 (traducido jxir Mo­nique l'cuchcrc: IM umfiíuiic de Rumie, lin tluwmage ai Decanu E. Crtiíí, Aix-ca-Provcncc, 1959; Gcuiga l x Jlidois, Dt laction daní la tragedle de Raanc, París, Poussiclgue, 1900.

" I'aul Jane!, Let patimu tí les caracteret Ja/u Ja littéralure du dix-teptiime lude, París, 1888; Pierrc Kuhlcr, «Hacine ct la passion», illudet de lMIreí, Lausanne, 1940, 63-70; Jolm C. I-ajjp, *'lhc Traite des Pauiwií and Racinc», Alojen Lun-

£ua¡¡e Rcview, 3, 1942, 611-619; Jaiques Maura», «Noblessc ci passioii dan* le iheatrc de Racinc», Cabien Radnittu, II, 2." semestre, 1957, 72-79. • • . '>

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diáfana',1 el peso ele la herencia frente al frfo cálculo... Si algo más quisiéramos resaltar en el teatro de Racinc, en el propio Racinc, es la lucidez de su quehacer, hasta el punto de ser el mejor crítico de su propia obra. En tal sentido, piezas impor­tantes de sus principios dramáticos son los mismos prefacios'12

de sus obras, así como las anotaciones a Sófocles, Eurípides y a la Poética de Aristóteles, principalmente41.

Al lado del núcleo de su obra, las nueve tragedias profanas, el resto, incluido las dos tragedias sacras con la intervención de la música, y la comedia —como obra de creación—, y su latrar como historiógrafo o como defensor de Port-Royal, su correspondencia, comentarios y demás tienen una importancia muy secundaria y anciliaria con respecto a la primera.

Después de frtfra, cuando Racinc escriba de nuevo para el teatro lo hará a instancias de. su protectora, Mtnc. de Maintc-non, sobre temas bíblicos, Uslber (1689) y Alhnlit (1691), la cual suministraba así a sus pupilas de Saint-O.yr .(fundada en 1686) edificantes esparcimientos.

Son estas, pues, obras de encargo para pagar la protección de la esposa del rey, quien había alejado a Racinc un tanto de su antiguo favor, en línea muy distinta (como su intento cómi­co, Les Plairleurs, 1668) de aquella constelación [las tragedias mencionadas: La Thcbai'Hr (1664), Aksatidre (1665), Androma-qrte (1667); más Brilanniats (1669), Bérénke (1670), Bajaztt (1672), Mithridtite (1673), fphigrtiie (1674)) que hizo posible esa obra maestra que es Ledra,

Jcan Racinc, hombre, y (can Racinc, escritor (¡como si una cosa y otra pudieran separase!)44, es igualmente un ser alta­mente contradictorio y complejo sobre el que se han vertido los juicios más dispares y opuestos45. Unos han hablado y cs-

41 Gcrmain Hrc'c, «í.c "Stijct", la "fablc", l'action ct l'csthc'lrquc tlu dramc cltcz Racinc d'aprcs ses préTaccs», Sjrm/xisiiim, Syracusc, I, mayo fie 1947, 99-105. t'rancois Mctví!, «I.c systcmc dramatitjuc <lc Racinc», Franm-Gal/irt, Krüis-chts Orgunfiirfrarrrfijischf .Sprmbe tind IJtltralur, mayo de 1885, 121-128.

41 Víase Racinc, Otuvrts mmplflfi, Coll. La Pldiadc, vol. V I I , París, Galli-inan), 1966.

•" Picrrc Morcau, Radrn, l'hamme (t l'oeuvre, París, ftoivin (194.1), t9<53; Gon-zaguc Truc, / . Raríne, /'neupre, I'arlisle, t'hommt ti le iemps, París, Gamicr, 1926.

45 Picrrc Orisson, IJS <trux visapts de Rarinr, NR1", 15.' cd., París, Gallimard,

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crito sobre su malignidad, su doblez, su ambición desmedida que le llevaba a no reparar en cualquier traición, su descon­fianza, su sed de dinero, poder y honores; otros han tratado de sus pasiones, su hipersensibilidad, sus celos, su temor al dolor físico, su palabra hiriente, su temible lucidez, su falta de com­pasión, etc. En definitiva, da la impresión de que algunos críti­cos, además de alabarle como el escritor eximio que es quisie­ran también hacer de el un santo. Como cualquier otro hom­bre, lo es muy especialmente de su época, hijo de su propia so­ciedad y de su propio esfuerzo46. Voltairc, al compararlo con Corncillc, dice: «Corncillc se había formado completamente solo; pero Luis XIV, Colbert, Sófocles y Eurípides contribuye­ron conjuntamente a formar a Racine...»47.

FORMA y SENTIDO DE LA TRAGEDIA DE RACINE

Más arriba hemos mencionado una obra con título pareci­do'1" en la que hemos recogido el fruto de una larga investiga­ción. En efecto, la tragedia, como obra literaria, como obra es­tética, es el resultado de la meditación y diálogo del hombre consigo mismo bajo una determinada forma de expresión. No sólo es la búsqueda por parte del hombre de las razones de aquello que le acaece sino de las propias razones de ser hom­bre. Ello le lleva a poner en tela de juicio su mismo ser, su yoi-dad, para lo cual le es imprescindible conocer el mundo en que habita, conocerse a sí mismo, descubrirse a sí mismo, lo que le lleva a intentar establecer una armonía entre el mundo y él, y una armonía del hombre consigo mismo. En este intento, en medio de un mundo hostil, difícilmente logra algo más que verdades parciales entre tanta mentira y tanta ilusión. El hom­bre se siente impotente ante algo que le sobrepasa, que le ven-

1944; Retid J.nlou, «I.c mystérícux Monsicur Racine», Ilommes el Mondes, W annfc, junio de 1956, 433-438.

"• Jcan-Ctawlc Tournand, Introdutlion a la vie littirá'tre dii XVIf' suele, Coll. liftules Siipéricures, París, Bordas, 1970.

47 Voltairc, IJ siecle He fjiiiii XIV, París, Garnicr Prcrcs (Notivcllc ¿ditión) (s.a),cap. XXXII, p % 410.

'" Ist tragedia de Rticine, Formaj sentido, Santander, Sur Ediciones, 1977.

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ce, de lo cual él es un juguete; se ve prisionero de una trascen­dencia con la que le resulta imposible entablar un diálogo, siente que es condenado inapelablemente en virtud de su con­dición de hombre, cuando es precisamente por esta misma cualidad por la que exige ser oído, como resultado de un acto Ubérrimamente realizado y, por lo tanto, realizado con entera responsabilidad, y no por su condición humana como contra­puesta a esa trascendencia avasalladora y ciega. Planteado así lo trágico, no es de antes o de ahora: lo trágico no tiene edad, es algo inherente a la condición humna y no a los hombres de una determinada época, si bien es lógico que ese fuego se rea­nime cada vez que el hombre se siente incómodo ante esa acti­tud de eterno chivo expiatorio, y se niegue a resignarse. De aquí que el hombre trágico, de alguna manera, es siempre un rebelde, como sucede en Francia en el momento en que el hu­manismo cristiano descubre a la vista del mundo antiguo las exigencias de un cristianismo libre de compromisos. Corneille y Hacine adaptan, entonces, a Sófocles, a Eurípides y Séneca. La evocación de los viejos acontecimientos funestos y san­grientos, los reveses de fortuna de los grandes de este mundo, bajo capa de moralidades y misterios profanos, aparecen servi­dos en bandeja de retórica horaciana y arisiotélica. Los viejos conceptos de forma y fondo adquieren así su sentido.

Desde este enfoque hemos pretendido ver la obra raciniana de modo que, como obra literaria, adquiera su plena significa­ción en la confluencia con los medios y recursos de que el au­tor se sirve para transmitir la vieja leyenda. De aquí que nada sea gratuito en una tragedia, y menos en la obra tic autor tan lucido y clarividente como Hacine. Por ello, la titulación de las obras, la simple manera de enunciar el título de una obra, a pe­sar de referirse a los eternos temas siempre repetidos, no es algo dejado —por decirlo así— al a2ar; existe un proceso de depuración en el enunciado —como creemos haber demostra­dor— desde la primera de las tragedias representadas de Haci­ne, La Tebaida o los hermanos enemigos, hasta Feúra, primitiva­mente designada con el título de Feúra e Hipólito.

Otro tanto sucede con el significado desprendido de la ma­nera de presentar los personajes, su número, rango social, sexo y jerarquía dramática en comparación con lo anteriormente di-

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cho; relación entre el número de |>ersonajes masculinos y fe­meninos, personajes no dramáticos y no activos; significado de los personajes que abren y cierran la acción, que comienzan o finalizan la obra, orden de enunciación al mencionarlos en una escena, presencia física y activa a lo largo de la obra; significa­do del protagonista y del personaje motor de la acción; relor-zamiento o corrección del perfil de un personaje mediante otro —ayo, nodriza, tutor, confidente...— que le sirve de contra­punto; el montaje de las escenas con uno o varios personajes; la masa locutiva y número de intervenciones del ¡xrsoñaje; las grandes tiradas de verso o el fraccionamiento de este hasta desmenuzarlo en cinco locuciones; los monólogos y apartes, expresos o encubiertos; la forma de establecer el engarce; las acumulaciones de medios o la parquedad tic recursos, etc.

Admira ver en el conjunto de la obra de Racine, y de modo ascendente, la coherencia e íntima comunión de los elementos cuantitativos en busca de una significación unitaria y concen­trada bajo las tradicionales unidades clásicas, lil despojo de una obra y el análisis de sus elementos cuantitativos no tendrían razón de ser si luego nó sirvieran para estructurarlos como ex­plicación de su sentido último, el cual adquiere todo su signifi­cado en la plenitud de su unidad. Kn palabras de Maurice Dcl-croix, «para nosotros sólo es segura la realidad tic la obra asen­tada en su forma, y es a esta realidad a la que los métodos más diversos deben requerir el alcance tic sus sugerencias»'"'.

«ANDHÓMACA»

«El 17 de noviembre de 1667, fecha memorable en la histo­ria de nuestro teatro, la compañía del Hotel de Bourgogne re­presentaba por primera vez Aiulromaque, tercera tragedia de Racine, en el apartamento de la reina, ante la corte, y la prime­ra representación pública tuvo lugar sin duda el día siguiente en dicho teatro del l lótel de Bourgogne.» «La edición original

** M. Oelcroix, IJ ¡airé da/u leí tragedia f>ro/a/uí de Racine. luiai tur la sig/ujica-lioii d» dieu mjlljologique el de lajalulilé da/u ULJÍ Thébaidc», vAnJromaqut», «Iphigé: niea el «PUdrc», París, Nizct, 1970, |>ág. 436.

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es de principios de 1668, con privilegio fechado el 28 de di­ciembre de 1667»50.

Los pareceres de críticos c historiadores de la literatura son unánimes al afirmar la importancia y trascendencia del éxito de esta obra, c|ue marca sin duda el comienzo de una nueva é|X)ca para el teatro francés, de manera similar a lo que en su día supuso la representación de El Cid, de Corneille, o signifi­cará, más adelante, la de Hernani, de Víctor Hugo, o la de El trovador, del español García Gutiérrez.

Sobre el cañamazo de Eurípides, un tanto lejano y desvaído, el de Séneca (Las ¡rayanas) y el ele Virgilio (libro III de la Enei­da) la vieja leyenda'51 se ve rejuvenecida y actualizada por com­paraciones que el espectador puede hacer con personajes del momento. Así no falta quien vea en llcnricttc de Francc52, madre de Madamc''' (a.quien dedica la obra) un trasunto del (Tcrsonajc heleno; o en l'irro y Orcstcs, diversas actitudes y reacciones de Hacine o del mismo rey. Todo ello contribuía a prestar —por encima de la posible novedad del sistema dramá­tico, singularizado por la sencillez de la acción— visos de vera­cidad a la pintura ele las pasiones, admirando y encantando por igual a la corte y a las buenas gentes de la villa. Que esto fue así lo prueba el hecho de que esta obra, Andrómaca, juntamente con Fedra, han sido las piezas racinianas más.representadas a lo largo de los siglos.

De la presencia y peso de lo cortesano en la estructura ex­terna de la obra literaria de la época y, concreta y particular­mente, en la de Racinc, tenemos una muestra en ct orden en que se presentan los personajes. Si socialmcntc la cima corres­pondía al rey, parecía lógico que cualquier.lista en que el rey entrase fuese encabezada por él. Aunque esta lista fuese la mera relación de unos personajes dramáticos. A continuación, y en orden descendente a su importancia social, eran citados

50 Así se expresa Maurice Rat en su edición del Tbéálre tompkl, de Racinc, París, Classiqucs Garnier, 1960, pa"gs. 112 y 1 H, respectivamente.

51 Jcannc l.c Hir, «Piiissancc ct prestige dii pass<í dans Anilromnijue de Raci­nc», IJI Hlviits Qasstqutt, XXXIII, niim. 4, octubre de 1965, 401-4 11.

" J.-H. Morcl, 'd.a vivante Andromaquc», R.II.I.., 1924. 55 Simplemente con este apelativo se designaría a la esposa de Monsicttr, el

hermano del Rey.

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los demás, acabando con los innominados: el acompañamien­to, los guardias. Este criterio, que incluso lo vemos aplicado en Fedra, la última tragedia profana de Racine, es alterado por nuestro autor, si bien es difícil afirmar que dicha alteración sea premeditada, inconsciente o intuitiva. En efecto, según lo di­cho, la lista debería abrirse con el nombre de Pirro, por ser «rey» del Epiro e hijo de Aquilcs. En cambio, la relación de personajes empieza por la misma Andrómaca, la protagonista, tal vez porque da nombre a la tragedia. Por otra parte, este dato es tanto más significativo cuanto que el papel de Andró-maca, desde un punto de vista de estructura dramática interna, es el menos representativo de los cuatro personajes principa­les. Así, Hcrtníonc habla en los 4 últimos actos, en 12 escenas de las 28 que tiene la obra, en 5t intervenciones de un total de 247 y pronuncia poco'más de 401-versos (más un hemistiquio y un cstiquio de los tres en que se ha dividido un verso) de los 1.648 que tiene la obra, lo que supone un 24,33% del total de la masa locutiva; Orestcs es personaje activo —es decir, ha­bla—, en los 5 actos, en 11 escenas, interviene 54 veces y pro­nuncia 414 versos y un tercio, lo que le proporciona la mayor masa locutiva, equivalente al 25,12% del total; Pirro habla en 4 actos, en 9 escenas, tiene 40 intervenciones que le valen 315 versos y medio y que le da un 19,11%; y Andrómaca, en cam­bio, sólo habla en 3 actos (I, III y IV), participa activamente sólo en 6 escenas (y pasivamente —es decir, no habla—en 1 del acto III), interviene 33 veces y pronuncia 228 versos, lo que le proporciona nada más el 13,83% de la masa locutiva de la obra, a pesar de ser el personaje protagonista de la misma.

El análisis de los datos nos lleva claramente a distinguir en una obra al personaje motor de la misma del protagonista pro­piamente dicho, aquel que cualitativamente centra el interés y la acción. En el estudio, diacrónico del quehacer dramático de Racine asistimos a un proceso de elaboración que nos conduci­rá a su obra maestra: Fedra. Pero ahora todavía no está en ple­na posesión de la habilidad —aunque posea todos los recursos de su arte"''1— que le lleve a fundir en un mismo personaje al

M RcfirKÍrídose ¡t IJI TrM/iit, es decir, los eomicnww tic Racine como autor dramático, |\ilcs Lcmaitrc afirmalia que «Racine, a vinfrt-trois ans, n'a pas etico-

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este sentido la pareja Fedra-Enone (la nodriza) con razón ha podido ser calificada de «un alma con dos voces»".

Los tanteos en busca de una obra paradigmática avanzan con la progresiva eliminación de desequilibrios y desmesuras hasta llegar a Ftira, en la que predominan cifras que se aproxi­man a las respectivas cifras medias. Así, Fedra aparece en el acto I, escena 3; Fedra tiene 30 escenas y la media en relación con las de las nueve tragedias profanas da 30,11; Fedra tiene 1654 versos y la media respectiva es de 1654,66; etc. Si uno de estos datos por separado puede ser «curioso», la coincidencia de varios de ellos es más que significativa. Las exageraciones de algunos de estos recursos en las obras anteriores se acercan a cifras más moderadas en Fedra, por ejemplo, en el empleo de parlamentos largos: en La Tebaida y Alejandro, los dos más lar­gos cuentan, respectivamente, 46-42 y 48-44 versos; en Britá­nico y Milridates 108-52 y 108-81; y en Fedra 73-48 versos. O en el empleo del fraccionamiento del verso: lo corriente es que un verso se fraccione en dos o tres cstiquios, como en la Tebaida, Alejandro, Andrómaca, Bayaceto, Atitridales y Fedra; tie­nen versos fraccionados en cuatro cstiquios Británico e Ijigaiia, e incluso en cinco, Berettice, además de las fracciones comunes en dos o tres. Así, el número de fracciones va desde 81 de Alejandro y 84 de La Tebaida hasta las 154 de fíerenice y 155 de Bajaceio. En Fedra quedarán reducidas a 89. Andrómaca alcanzó las 125 fracciones.

Estos análisis pueden corroborar el carácter monolítico y razonador de un personaje que se manifiesta en extensas tira­das de versos donde los pensamientos se ensamblan con per­fecta lógica, o en versos cortos, fracciones de verso que se le­vantan a veces como auténticos gritos que nacen allí donde las pasiones hincan sus raíces.

Cuando Teseo aparece en escena es en la cuarta del acto 111,

Ui Humamí, 115, julio sepdembre de 1964, págs. 353-377; Albert lléguiu, «Phcilre mxlurne», Poéuttit taprtum, Neuchátel, La Baconntére, 1957; M. lii-gcldiitgcr, La mjitbekfcit ¡olnirt daiu /Wni/rt de Racim, Pac. des Letlres de Neudiá-icl, Ginebra. Libr. Droz., 1969.

" Fierre Brissün, Lu dtux magii di Racim, 15 cd., París, Gallimard, 19-14. 1% 168.

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después de permanecer catorce en las sombras, haciendo tra­bajar con esa ausencia la imaginación del espectador, que quie­re conocer, con insana curiosidad, al marido engañado.

Nada es, pues, superfluo o gratuito en la obra de Hacine, todo tiene su ra2Ón de ser. Sin embargo, por encima de los da­tos están, ciertamente, los asj>ectos cualitativos de los persona­jes de los que Fedra.es la clave de todos, la que por sí misma mueve y explica la acción. Un verdad, «Phédre jieut seule ex-pliqucr ce mysterc» (111, 3), es decir en ella sola, ledra, está la explicación de este misterio, lia el análisis, pues, de este perso­naje, heroína y principio dinámico de la acción, se concentra el interés y explicación de la tragedia. Pero ello no quiere decir que el resto de los jxrrsonajcs sean meros comparsas, sino que en la coherencia de todos Fedra es el nudo. ((Afirmo que es un error pretender que en Fedra no hay mis que un personaje: Fe­dra, la pasión de Fedra, y que el resto no son más que instru­mentos, como dice alguno, Jean-Louis Barrault ha vuelto a tejer esta obra nuestra, como han hecho con algunos Rembrandt, y gracias a la importancia con que ha reconstituido el papel de tíiione, el primer acto ha sido ¡rara mí una de las grandes reve­laciones de mi vida artística», ha dicho Laul Gaudel6i.

El personaje de Fedra es un progresivo buceo en sí misma, es un desuñarse en las insondables simas del yo. Lejano el es-|X)so, corren rumores de su muerte, ledra se enamora de su hijastro. Al anuncio del regreso de 'Leseo, Ledra se considera a sí misma un monstruo por haberse confesado enamorada de Hipólito, aun ignorando que 'Leseo estaba vivo. La ¡x>stura de Ledra es la expresión de una máxima exigencia moral, ya que su falta —si existe— es una falta de ¡x;nsamicnto, tal VCÜ el ha­berse complacido íntimamente en la supuesta muerte del es¡x>-so ya que así quedaba libre para amar abiertamente a Hipólito:

*' 1'aul Claudcl, «Convcrsalion sur Jean Kacinc», Actompagiu/utnts. Otuvrcs en ¡jrait, Bib. de la Pl<íiadc, i:., París, Gallimard, 19Ó5, pág. AM: «Je dis- qu'on a bien ton de prevendré que dans fbidrt il n'y a qu'un personnage qui est Phédre, la passioii de Phedrc, ct que iuus les auircs nc suiu que des u/i/i'u'i, conime ou dic. Jean lx>uih Uarrautt a récnioilé ce chcf-d'ocuvre, coinnie un a t'ait de cer-(ains Rciubraiidt, ct. gráce á l'iinrxmancc qu'il a restituye au rólc d'üinonc, le premier acte a ¿tí puur moi une des grandes revilaiions de nu vic anisiiquc.» •'

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«Fíe hecho la indigna confesión de un amor que le ultraja» («J'ai fait l'indignc aveu d'un amour qui l'outragc», III, 3). Fc-dra piensa que la confesión de su amor por Hipólito ultraja a Tcsco, aunque creía que éste estaba muerto. Nadie, pues, juzga ni puede juzgar a Fcdra con tanto rigor como se juzga a sí mis­ma. De alguna manera Fcdra representa la soberbia y el orgu­llo del «perfecto». De ahí que exclame: «s¿ mis perfidias», «co­nozco mis arrebatos» («je sais mes pcrfidies», «che connais mes fureurs», III, 3).

Fl desarrollo del personaje de Fcdra es, como decíamos, un progresivo ensimismamiento, un progresivo hurgar en sí mis­ma. Como en las pesadillas, cuando uno se siente caer y caer, ella va ahondando cada vez mas en su propia sima viendo, a medida que cae en sí misma, cómo se aleja la esperanza de re­montar el vuelo. listo se traduce en el aspecto formal en que la obra posee el mayor número de monólogos expresos de la pro­ducción racimaría, cinco, y dos apartes, más tres monólogos y un aparte encubiertos, es decir, no consignados expresamente.

Al presentar a los personajes, Racinc hace hincapié en su progenie, en sus lazos de sangre; así, de Tesco se resalta que es «hijo de Egeo»; de Fcdra, que es hija de Minos y de Pasffac; de Hipólito, que es hijo de Tcsco y de Antíopc, reina de las ama­zonas... como si ello fuese una marca indeleble que señale el destino de cada personaje, como si esos lazos o herencia paten­tizaran ya una posible «falta» o «error» que haga acreedor ai personaje en cuestión a un castigo. Lo ineluctable del destino, por una parte, lo «dañado» de la naturaleza humana, por otra, sirven de substrato en que se debate Fcdra ¿Culpable? ¿Inocen­te? Poco importa6,1. Más importante es para nosotros el hecho mismo de esc debatirse de Fcdra.

En MitridaUí podríamos considerar como tema el de la li-Ixirtad del hombre frente a otro hombre; en ífigenia considerá­bamos el tema del hombre frente al más allá, a la representa­ción de la divinidad; en Utdra lo que se plantea es el tema de la

M Ma"s arriba liemos citado algunos trabajos sobre el problema moral de Pc-dra, el incesto, el escíndalo. Señalemos nuevamente el de M.-M. Gutwirtb, «La probtómatique de 1'innoccncc dans le théáttc de Racinc», Rtvue Ais Srirnctt Hit-mainn, abril-junio de 1962, pa"gs. 183-202.

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libertad del hombre frente a sí mismo, frente a los tabúes y prohibiciones que el hombre levanta contra sí mismo. En este caso el hombre descarga los impulsos agresivos acumulados por la tensión trágica sobre sí mismo, explicando y justificando de esta manera la propia muerte, convirtiéndose con ello en su propia víctima inocente.

Éstas tres últimas tragedias profanas de Racinc, Mitridatcs, ¡figenia y Fedra, concebidas según acabamos de decir, consti­tuyen una autentica trilogía de la aventura del hombre según los cánones clásicos, a la que podríamos llamar con toda pro­piedad trilogía de la libertad del hombre. En las obras anteriores Racinc nos ha ofrecido ciertas rebeldías, tanteos, retazos o vi­siones parciales en que el hombre se debate trágicamente. Ahora esos aspectos parciales parecen dirigirse hacia un punto de convergencia total: la LIBERTAD. Sobre la vieja trama: Inge­nia, Fedra, Hipólito..., el hombre moderno quiere tejer su vida con plena responsabilidad de sus actos y ser creador de su pro­pio destino, lo cual sólo puede lograrse en el ejercicio pleno de la libertad, pues sólo con el ejercicio de la libertad el hombre es hombre. Únicamente la libertad da sentido a la vida, a los actos del hombre.

«Lógicamente Racinc, después de romper en Mitridates las ligaduras que lo aprisionan a su rey, de quebrar en [figenia las cadenas que lo aherrojan a los dioses, y de desatar en Fedra los lazos que ligan su conducta a los mandatos de una moral tradi­cional y eselavizadora del hombre —tan aberrante como el po­der absoluto del monarca o el tiránico de los dioses—, ya no tiene nada más que decir y su pluma permanece muda para la tragedia auténtica. He aquí la explicación del silencio de Raci­nc. Pero previamente ha tenido que dar muerte, enmudecer, al hombre que lo tiraniza en Afitridates; sacrificar la creencia que lo aherroja en Ifigenia; inmolar la pasión que entenebrece su mente al ofrecer en holocausto la propia vida en Fedra. Porque sólo con la muerte y a través de la muerte cabe encontrar la autentica, la verdadera libertad.

Si por otra parte consideramos c! orden en que vienen da­das las tres piezas veremos que es perfectamente lógico: prime­ro, Racinc rorn|x: con. lo más externo y aparente, con su rey, es decir, ataca el tabú político, el derecho divino de los reyes,

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ataca ai orden político que se asienta en una trascendencia tic-legada de la trascendencia divina, ataca, por decirlo así, al re­presentante de Dios para asuntos políticos, nombrado por de-docraeia divina. Consecuentemente después rechaza la sumi­sión incondicional a los dioses, el tabú religioso, asentado en la misma trascendencia divina y, por lo tanto, rehusa hacerse res­ponsable de otros actos que no sean los suyos propios y no ad­mite los que se le imputan en nombre de la solidaridad con el grupo ocon el más allá. Finalmente Racine considera al hom­bre que reflexiona sobre sí mismo y descubre que él, a su vez, está preso en una serie de tabúes que juzga nacidos de su pro­pia inmanencia, aunque imbricados con los dos casos anterio­res. Se trata de sus propios terrores, miedos, fantasmas; se tra­ta de romper con los tabúes más íntimos: el de la sangre, el in­cesto, el adulterio, el suicidio, etc. La independencia se plantea no ya frente a otro o frente a la divinidad, sino frente a sí mis­mo, la libertad vista desde sí mismo, desde dentro de sí al sen­tirse dueño de elegir su muerte, su propia muerte, lo que le hace sentirse dueño de su vida y poder disponer de ella. De aquí que Racine bajo la apariencia de presentarnos a Fedra se­gún el traje cortado por la tradición —como la "filie de Minos et de Pasiphae"— lo que hace es presentarnos a una criatura nueva que se rebela contra el peso de su leyenda, de los tabúes que la oprimen. Dicho con otras palabras, Racine recrea en el siglo xva el proceso que tuvo lugar en el mundo griego entre los siglos V» y vi antes de Cristo en el que se parte del mito para llegar a un pensamiento positivo, cuyas últimas conse­cuencias65, por lo que al suicidio se refiere, las podemos en­contrar incluso en Malraux y Camus, por ejemplo.

El poeta, para resaltar hasta qué punto el tabú es tiránico a pesar de no ser más que un fantasma, no da por consumado el hecho delictivo. La exigencia moral del personaje para consigo mismo es tal que no ya la comisión del acto, sino la más leve sospecha de pensamiento es permisible. De aquí que la simple

*J Léanse nuestras palabras a la lúa de la obra de Jcan-Pierre Vemant, Mjibc tí ptmtt (ÍKZ tu Cria, París, Líbrame Franc,ots Maspcro, 1965, o en su traduc­ción castellana. Mito i ¡xMamitnto <n la Creció antigua, Barcelona, Ariel, 1973, es­pecialmente su capiculo Vil.

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aceptación de la posibilidad de la muerte de Testo Heve a la conciencia de Fedra la idea de culpabilidad al desvanecerse el rumor de la muerte del esposo. Con la razón de tal sinrazón Fcdra se conviene en el más inaccesible ejemplo de purea de su mundo.

El problema había sido presentado ya en Aíítrídaies y, como en Ftdra, se halla en la base del planteamiento de la acción: los dos hijos de Mitrídates creen que éste ha muerto y tratan de actuar en consecuencia. De aquí arranca su posible pecado. Un Ftdra sucede casi lo mismo: la prolongada ausencia del rey, la posibilidad de su muerte y las instancias de linone inducen a la heroína a confesar su amor por Hipólito. Al desvanecerse el error, Fedra se considera a sí misma un monstruo execrable. Sin embargo, no ha habido comisión alguna de falta, ni deseo expreso previo de voluntariedad de cometerla, sino un vislum­bre de posibilidades de gozar de un amor,

(Cráccs au cid, mes mains uc sunt point ctiminclles. Plút aux dicux que iiiüii cocui fút imioccut commc cites. I, i)

("Gracias al ciclo, mis ruanos no son criminales. Pluguiera a los dioses (Ojalá, en su sentido genuino) que mi co­razón fuera inocente como ellas")

amor prohibido mientras existía el impedimento —Teseo—, pero que al desaparecer éste, según dice linone a Fedra,

\ .vous n'aycz plus de reproche a vous íaire: Votre ilumine clcvicnt une flamme ordinairc; Thésée en expiram vient tic romprc les noeuils Qui faisaient tout le crime et l'liorrcur de vos feux. (I, 5)

(..."vos no tenéis que haceros ningún reproche: vuestra pasión se convierte en un amor normal; al morir 'leseo rompe los lazos que constituían la falta y el horror tic vuestros deseos".)

La primera de estas dos citas delimita con toda nitidez el campo de la acción, "mes mains", del campo del deseo, "nion coeur". Acción y volición, hechos y sentimientos, actos y de­seos son los dos campos en que se mueven los personajes, bien

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separados y. distintos, pero cuyas consecuencias se entremez­clan a veces de manera intrincada. Al resaltar lo subjetivo, la intencionalidad del sujeto independientemente de la comisión o no del acto, la obra de Racinc adquiere esc tinte de moderni­dad que se sobrc|xinc al entramado de la fábula antigua y que ha llevado a algunos a hablar de ciertos caracteres cristianos de sus tragedias»66.

íin Ftdra la duda trágica afecta a la entidad de los persona­jes, en especial a Fedra, que llega a sustituirla por le trouhle, le de'sordre (la turbación, el desorden o desequilibrio mental), la enajenación mental, en suma67.

«La duda supone un estado en que la razón puede ejercer normalmente su actividad; es expresión de la razón que preci­samente suspende emitir un juicio |x>r falta de motivos sufi­cientes en uno ti otro sentido, absteniéndose, |x>r tanto, de to­mar partido; la suspensión de juicio tiene lugar con plcno'co-nocimicnlo de causa. Pero le rie'.wrtíre, le Irouble, es la negación de la razón sobrepasada |x)r el cataclismo de la pasión, subyu­gadora de la mente, la pasión que pone en peligro la razón, atributo humano |K>r excelencia, fundamento de la libertad. Al caer bajo su dominio, Fcdra se hace reo de pecado contra el conocimiento. La gran paradoja radica en que no ha habido comisión del acto cuya ejecución proclamaría la liberalización de Ledra con respecto a la moral tradicional, y la gran burla consiste en que Fcdra suicidándose se aplica un castigo de acuerdo con tina moral que rechaza, tras rendir culto a la ino­cencia de Hipólito ("II faut á votre fils rendre son innocence", V, 7) ("es preciso reconocer la inocencia de vuestro hijo"), pues no olvidemos que nos hallamos en presencia de una obra trágica que por una parte tiene que atender al relato mítico y |xir ot ra proponer la solución de un problema»68.

Mucho se ha hablado también de la actitud moral'dc Fcdra con rcsjxxfo a su amor, a su enamoramiento. Fcdra se siente totalmente arrebatada ¡xir su pasión, y en este punto cabe ha-

w 11. Niñez, op. rít., p<gs. 257-258. " A. Bonssnti, «L'Alicnazione c Racinr», ApproAo Ijelttrurm, 22, ahril-junio,

I9<>3. páRS. 65-67. M E. Nafta, op. n/.,-píg. 259.

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Mar de enajenación, de desequilibrio; pero fuera-de esta total posesión por su pasión, su espíritu se mueve con absoluta luci­dez y es capaz de analizar con finura sin igual los movimientos de su alma. Cuando la nodriza al ver los tormentos de Fcdra habla de remordimientos: ...«de quclqucs remords étes-vous déchiréc?» 1, 3 (¿por qué remordimientos sois desgarrada?), Fc­dra, en cambio, habla de arrepentimiento: «Je t'ai tout avoué; je nc m'cn repens pas...» 1, 3 (Todo te lo he confesado; no me arrepiento...).

«En efecto, Fedra no se arrepiente, y quien no sepa distin­guir entre remordimiento y arrepentimiento no sabrá negar el cara'ctcr cristiano que a veces se ha pretendido ver en la figura de Fedra. Su muerte es producto del remordimiento así como la restitución de la inocencia de Hipólito, no del arrepenti­miento. Fcdra sigue defendiendo su derecho de amar a I fipóli-to, sigue sobreponiéndose a la nortrfa moral que le impide esc amor en defensa de una libertad individual que no reconoce la prohibición del gru|x>, sigue valorándose por encima del bien y del mal. F.n el lúcido relato final de Fcdra no hay el más mí­nimo asomo de arrepentimiento; ella misma ratifica al final con toda claridad cuál es su estado de ánimo:

|'ai voulu, devant vous, exposant mes remords... (V, 7).

[I le querido al exponer mis remordimientos, ante vos, ...|

Otros personajes expresan también el mismo punto de vista: mientras Fcdra es presa de la turbación ellos se debaten en la duda; tal Tesco:

lúitrons: c'cst trop garder un doute qui m'accable Connaissons a la fois le crime ct le coupablc: Que Phcdrc explique enfirt le troublc oú je la voi (III, 5).

("Filtremos: dura demasiado una duda que me mata. Conozcamos a la ve/ el crimen y al culpable: Que Fcdra explique, en fin, la turbación en que la veo.")

Fn efecto, si hay algo que distingue y singulariza a Fcdra, por lo cual Fedra es Fcdra, es por ese particular troubk, por esc

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désordre que se instala en el meollo mismo de su espíritu, au­téntico cáncer que devora la mente y el corazón del ¡personaje al que hace su víctima, pues no otra cosa es Fedra que víctima que sufre de la carencia de equilibrio, de mesura, de compostu­ra y buenas formas por culpa de la enajenación mental a que le conduce el avasallador fuego de la pasión»69.

«Lo que dicen las palabras y lo que ocultan las palabras, todo, todo habla del amor de Hipólito y Aricia, todo habla del dolor, del desamor y del despecho de Fedra. Lo cierto es que "lis s'aimentl" (IV, 6). Y que por encima de la fuerza, de la materialidad, del materialismo, del hecho, de la concretidad del mismo, como corresponde a la apreciación dpi problema por parte de Enone:

Quel fruit recevront-ils de leurs vaines amours? lis ne se verront plus (IV, 6) '

["¿Qué fruto recibirán de sus vanos amores? jamás volverán a verse")

se levanta el grito triunfante del amor, precisamente en labios de Fedra:

lis s'aimeront toujoursl (IV, 6). ("iSicmprc se amarán!")

El decoro exige que, en cambio, el amor de'Fedra no triun­fe, y sucede lo que sucede. Pero ahí queda en pie su grito en defensa de su derecho a amar por encima de las barreras que impone la moral del grupo en el mismo corazón del individuo. Y una vez más el individuo se ve forzado a ir contra unas ba­rreras levantadas esta vez en su propia conciencia. De ahí que Fedra se erija en todo un símbolo al enfrentarse con las pro­pias prohibiciones que el individuo, como una quinta columna, ha levantado dentro de su propia fortaleza»7".

Por otra parte, Fedra se nos presenta como la tragedia de la

*» E. Niftez, #/i oí., pág. 261. '• E.Náft<a,«/na,pílg. 262.

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desesj>eranza, romo el fracaso de la esperanza del hombre. De aquí esa impalpable atmósfera de tristeza que reina en la obra. Como en toda tragedia, el héroe o la heroína parecen condena­dos de antemano al fracaso. Pero si elevamos la vista del he­cho concreto y vemos la oculta significación, no podremos ig­norar la redentora es|>cranza que encierra esa lucha, El hecho mismo de no rehusarla, de oponerse con gallardía, deja al des­nudo la confianza del hombre en sí mismo, su tenaz resistencia a darse por vencido7'.

FORTUNA DE RACINI; EN ESPAÑA:

UNA «ANURÓMACA» y UNA «FEÚRA» ESPAÑOLAS

Poco tiem[x> después del fallecimiento de Racinc (21-4-1699) Carlos 11 de España otorgaba testamento (3-10-17Ü0) nombrando heredero a Felipe de Anjou, nieto de su hermana María Teresa y de Luis XIV, y moría días después (1-11-1700). Las consecuencias de este cambio de rumbo fue­ron incalculables, lil flujo de la influencia española sobre la li­teratura francesa de ticmjxjs pasados se convirtió en un reflujo de signo ultrapirenaico. Ciertamente, la influencia francesa se dejaba sentir desde los últimos Austrias, pero con la instaura­ción de los üorbones en el trono tic España (1701) tomó un incremento tal el predominio de lo francés, tanto en el aspecto académico como en lo social, que provocó una reacción que, andando el tiempo, culminó.en la galofobia de la Guerra de la Independencia y se concretó en un nacionalismo romántico.

lil envés de este afrancesamiento general, dirigido y prote­gido desde el trono con la creación de instituciones (Biblioteca Nacional, Academias Española y de la Historia) y todo tipo de apoyos a fin de afianzar el asentamiento dinástico, fue natural­mente el rechazo de lo que no llevara un marchamo francés. Fue criticado —por lo que a nuestro presente interés toca— y

71 «Si los héroes de Sófocles o de Shakespeare forman pane de nuestro uni­verso moral no es tomo ejemplos de una derrota, sino a causa de su conducta frente a la desgracia.» jcan Jaccjuot, «La tragedle ct 1'cspoin», Lt l'btáírt trafique, París, CNRS, 1962 (2.» cd.. 1965), pág. 524.

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désordre que se instala en el meollo mismo de su espíritu, au­téntico cáncer que devora la mente y el corazón del personaje al que hace su víctima, pues no otra cosa es Fedra que víctima que sufre de la carencia de equilibrio, de mesura, de compostu­ra y buenas formas por culpa de la enajenación mental a que le conduce el avasallador fuego de la pasión»69.

«Lo que dicen las palabras y lo que ocultan las palabras, todo, todo habla del amor de Hipólito y Aricia, todo habla de! dolor, del desamor y del despecho tic Fedra. Lo cierto es que "lis s'aimentl" (IV, 6). Y que por encima de la fuerza, de la materialidad, del materialismo, del hecho, de la concretidad del mismo, como corresponde a la apreciación del problema por parte de Enone:

Qucl fruit rccevront-ils de leurs vaines amours? lis ne se vcrrortt plus (IV, 6) '

{"¿Qué fruto recibirán de sus vanos amores? jamás volverán a verse")

se levanta el grito triunfante del amor, precisamente en labios de Fedra:

lis s'aiineront toujoursl (IV, 6). {"(Siempre se amarán!")

El decoro exige que, en cambio, el amor de Fedra no triun­fe., y sucede lo que sucede. Pero ahí queda en pie su grito en defensa de su derecho a amar por encima tic las barreras que impone la moral del grupo en el mismo corazón del individuo. Y una vez más el individuo se ve forzado a ir contra unas ba­rreras levantadas esta vez en su propia conciencia. De ahí que Fedra se erija en todo un símbolo al enfrentarse con las pro­pias prohibiciones que el individuo, como una quinta columna, fia levantado dentro de su propia fortaleza»70.

Por otra parte, Fedra se nos presenta como la tragedia de la

« E. Náftez, í/i rií., pág. 261. '* E HiAez, ep. ai., pág. 262.

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deses|x:ranza, romo el fracaso de la esperanza del hombre. De aquí esa impalpable atmósfera de tristeza que reina en la obra. Como en toda tragedia, el héroe o la heroína parecen condena­dos de antemano al fracaso. Pero si elevamos la vista del he­cho concreto y vemos la oculta significación, no podremos ig­norar la redentora esperanza que encierra esa lucha, lil hecho mismo de no rehusarla, de ojx>nerse con gallardía, deja al des­nudo la confianza del hombre en sí mismo, su tenaz resistencia a darse por vencido71.

FORTUNA DE HACINE KN IÍSPAÑA:

UNA «ANDRÓMACA» Y UNA «PEORA» ESPAÑOLAS

Poco tiempo después del fallecimiento de Racinc (21-4-1699) Carlos II de Esparta otorgaba testamento (3-10-1700) nombrando heredero a Feli|>e de Anjou, nieto de su hermana María Teresa y de Luis XIV, y moría días después (1-11-1700). Las consecuencias de este cambio de rumbo fue­ron incalculables. FJ flujo de la influencia espartóla sobre la li­teratura francesa de ticmjxjs pasados se convirtió en un reflujo de signo ultrapirenaico. Ciertamente, la influencia francesa se dejaba sentir desde los últimos Austrias, pero con la instaura­ción de los Borbones en el trono de Esparta (1701) tomó un incremento tal el predominio de lo francés, tanto en el aspecto académico como en lo social, que provocó una reacción que, andando el tiempo, culminó.en la galofobia de la Guerra de la Independencia y se concretó en un nacionalismo romántico.

lil envés de este afrancesamiento general, tlirigido y prote­gido desde el trono con la creación de instituciones (Biblioteca Nacional, Academias Española y de la Historia) y todo tipo de apoyos a fin de afianzar el asentamiento dinástico, fue natural­mente el rechazo de lo que no llevara un marchamo francés. Fue criticado —por lo que a nuestro presente interés toca— y

" «Si los héroes íle Sófocles o de Shakespeare (orinan parte de nuestro uni­verso moral no es como ejemplos de una derrota, sino a causa de su conducta frente a la desgracia.» Jcan Jac^uot, «La tragedle ct l'cspoir», Lt Tbüirt trafique, I'ar/s.CNRS, I962(2.»ed., l'JuS),pig. 524.

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proscrito el teatro «nacional», Cervantes, Lope, Tirso, Calde­rón... y con ellos su forma de hacer teatro, llegándose, incluso a prohibir los autos sacramentales (1765). Se preconizó, en cambio, una norma literaria aristotélica pero interpretada a través del primer preceptista francés del siglo xvu, Nicolás Boilcau, el amigo de Racinc. En Doilcau y en el italiano Mura-tori se inspiró principalmente Ignacio Luzán al escribir su Poé­tica o Reglas de la Poesía en general y de sus principales especies (1737) normativa neoclásica exagerada por sus discípulos Blas Antonio Nasarrc, Montiano y Vclazqucz, y que encuentra en la Poética (1827) de Martínez de la Rosa, ya tocado de romanti­cismo, su último epígono importante.

Los modelos que se proponen, por lo que a la tragedia se re­fiere eran, naturalmente, C.orncillc y Racinc; y para la come­dia, Moliere. Las traducciones72 y arreglos de obras francesas, que ya venían realizándose desde el siglo xvn, tomaro'n mayor auge. No obstante, el número tic traducciones no es tan nume­roso como en un principio pudiera suponerse, y ello por razo­nes obvias: tanto la corte como las clases próximas a ella cono­cían y hasta se expresaban a veces en francés, lo cual era signo de distinción. Bl afranccsamiento de la alta sociedad española fue muy grande y el afranccsamiento del teatro también, por lo cual este tipo de representaciones, modas y costumbres, a pe­sar de los apoyos oficiales, no fue nunca popular en España y con frecuencia fue satirizado. El público veía este teatro como algo ajeno a su idiosincrasia, frío, racional y huérfano de senti­miento. De aquí también que algunas de esas traducciones se llevaron a calx) por encargo y no debido a una demanda, diga­mos, del público, el cual falto de buenos modelos en lo nacio­nal se contentaba y se satisfacía, estragado el gusto, con verda­deros disparates, al decir de don Nicolás Fernández de Mora-tfn.

Entre los traductores notables de Racinc pueden contarse Cañizares (primera parte de El sacrificio de Iftgenia), Juan de Tri­gueros bajo el anagrama de Saturio de Igurcn (Británico, 1752), José de Clavijo y Fajardo (Andrómaca), Margarita Hickcy y Pc-

" Víanse los tomos I.X1 y LXVH tic h HAK., Rivaclcncyra, pa"gs. CXCVlt!-CXCIX y 663-771, respectivamente.

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Ilizoni (Andrémaca), Eugenio de Llagunc'y Amírola (Alalia, 1754), Pablo de Olavide (Fedra y Mitrídates), Enciso Castrillón (Ester), don Ramón de la Cruz (Bayaceto), don Manuel Bretón de los Herreros (Andrómaca y Mitrídates). También hubo tra­ducciones anónimas como las de Mitrídates o de Ifigenia. En realidad, las preferencias de los afrancesados se inclinaban por otras tragedias que consideraban de más actualidad en su siglo XVIII, como las de Crébillon, la Motte y Voltaire. Los más afe­rrados a la tradición y esencias nacionales encontraron en La Raquel (1778) de Vicente Garc/a de la Huerta (1734-1780), y con razón, fuente más que suficiente —aunque aislada— en que satisfacer su sed por el género trágico.

Pero entre aquella tragedia neoclásica, claro reflejo c imita­ción de la francesa, y el intento de García de la Huerta por na­cionalizar el género, creo que podría señalarse un estadio in­termedio representado |x>r Don Sancho García, Conde de Casti­lla. IRACEMA ESPAÑOLA ORIGINAL, debida a la plu­ma tic don José Cadalso, estrenada en 1771", en la que puede apreciarse la imagen del original raciniano, por cuya razón alu­díamos a ella en el enunciado de este apartado al hablar de una Andrémaca «española». O «a la española». Para ello, lo primero que hace el autor de tas Cartas marruecas es acomodar el argu­mento clásico a un asunto español: un legendario episodio que figura en la Crónica General y en los romances recopilados por Scpúlvcda y Juan de la Cueva. Pero veamos cómo el propio Cadalso nos explica el Argumento: «Dona Ava, Condesa viuda de Castilla, madre y tutora del Conde Don Sancho García, Príncipe de tierna edad, enamorada de Almanzor, Rey moro de Córdoba, intenta dar veneno a su hijo por complacer a su amante; cuya ambición aspiraba a ocupar el trono de Castilla, más que a rcynar en el corazón de la Condesa. El cielo, visible y tínico juez de los Soberanos, dispone que la Condesa beba el veneno que sus impías manos habían preparado para su hijo.

" [ruc editada el mismo año bajo el nombre de Juan del Valle. Se reimprimid con el suyo en 1784, asf como en otras ediciones posteriores. Nosotros citamos por «Obras Ac Don )oscph Cadalso, Coronel y Comandante de fisqtiadron del Regimiento de Bortón, y Caballero del Hábito de Santiago. Madrid. Por Don Mateo Repullos. Año de 1R03», tomo I, págs. 237-333.

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Este asunto ha sido tratado en las tablas de nuestro antiguo teatro según el gusto que dominaba en el siglo pasado.

He compuesto este drama conformándome al estilo de esta era. Conozco yo mismo algunos defectos en mi tragedia: el Pu­blico notará muchos más. Creo merecer el perdón de los pri­meros por la sinceridad con que los confieso; y espero obtener el de los segundos por el dócil carácter del Público español, acostumbrado a disimular las faltas de los AA., en cuyas obras se ven afectos de religión, honor patriotismo y vasallage»74.

Así, pues, sobre la trama argumental de Andrómaca, e inclu­so de Británico —es en un banquete donde se piensa adminis­trar el veneno—, pero con un planteamiento totalmente con­trario, se levanta el andamiaje dramático. La antigüedad clásica es sustituida por la leyenda medieval de ámbito nacional; el desbordamiento de la ciega pasión amorosa lleva en Sancho García a la madre a intentar la muerte del hijo para satisfacer el ansia de poder del amante. Aquí, Doña Ava, Condesa viuda de Castilla, madre y tutora de su hijo Don Sancho, apenas se mantiene como protagonista trágico un breve espacio, pues pronto se decide a sacrificar a su hijo, según le pide su amante, Almanzor. Su actitud es totalmente opuesta a la conocida de Andrómaca, como bien explícita en el título la versión de Pe­dro Silva bajo el nombre de José Cumplido: «Tragedia heroica. / LA ANDRÓMACA: / POR OTRO TÍTULO, / AL AMOR DE MADRE / No HAY AFECTO QUB LE ÍGUALE.» («Traducida en verso libre, de diversa medida y rima donde caiga.» Barcelona, s.a. Por Juan Francisco Piferrer, etc.») El horror de la decisión de Doña Ava corresponde a una actitud pasional desmesurada de los primeros vagidos prerrománticos. Debido a esta situación de encrucijada, por una parte la obra de Cadalso está inspirada e influida por Racine y, por otra, se aparta de ella en lo que tie­ne de anticipo romántico. Con ello no contenta ni a tirios ni a troyanos. Mientras Moratfn padre la alaba, su hijo Leandro la tacha de «arreglada y débil, rimas pareadas a imitación de los franceses, cuya cadencia simétrica es en extremo desagrada­ble»'5. Y todavía fue más acre en su juicio Marcelino Menén-

" Odalso, Okru..., pigs. 239-240. " Leandro Fernández de Moratín, «Discurso ¡t Comedias», en Catálogo de

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de*/ Pelayo, ejuien dijo que es «sin disputa la peor tic sus obras; llevó el servilismo de la imitación hasta componerla en ende­casílabos pareados, sin que podamos comprender hoy cómo pudo haber oídos españoles que ni un solo día la tolerasen»lt', En realidad, tales expresiones no hacen sino poner al descu­bierto -—aparte de las fobias particulares— la deuda de Cadal­so con sus modelos, y los nuevos derroteros. Un análisis más ajustado de los datos estructurales dramáticos nos permitiría compaginar el carácter de víctima de Don Sancho, el «prota­gonista» cualitativo de la obra, con el hecho de ser cl personaje de más bajo índice locutivo; nos explicaría \xu qué Doña Ava, personaje motor de la acción dramática, óslenla el mayor mi mero de intervenciones y de masa locutiva; por qué Alck y Dorta Elvira, personajes «secundarios» tienen una considerable presencia activa77; |K>r qué, a pesar de ser moro, Alman/or —que es presentado como rey— lleva en su propia condición la explicación de figurar en el primer puesto de la lista de |*r-sonajes; por qué abundan las fracciones de verso o jxjr qué ciertos personajes emplean el monólogo, etc.

Muchas cosas, en fin, pueden avalarnos en cl momento de afirmar una relación directa de la Andrómaca de Hacine —y aun de otras tragedias— con la obra de Cadalso, Don Sancho Garda, Conde de Castilla, a la que el autor califica tic «Tragedia Española Original». Cuando Cadalso establece una compara­ción entre una relación de fedra, de Racinc, «muy parecida a las que se hallan en los dramas de Calderón y otros»78 y ¡xme los alejandrinos franceses en verso de romancillo nos está dan­do una lección de cómo puede adaptarse lo francés al gusto es­pañol, como con nvis espacio ¡xxlríamos demostrar para su Don Sancho García.

piexas dramáticas publicadas en España desde et principio del si¿h A' Vil! basta la ¿poca presente (\H2S), BAE, t. II.

'* M. Mcn&ukz l'clayo, Hittiuia de las ¡deas Estéticas, Santander, C.S.l.C, MCMXÍ.VH, i. 111, pig. 296. También cu endecasílabos, ¡Kro de tima libie, es la traducción de D. Manuel Bretón de los I letreros, Madrid, 1825 (Imprenta de U. Miguel de Iturgos).

" D.« Ava: 54 intervenciones y 531 versos; Alinatiüür, 41 y 303, respectiva­mente; D.» lilvtra, 47 y 265; Alck, 27 y 266; Don Gonzalo, 19 y 177; Don San­cho, 24 y 121. '

" Cadalso, «Traducciones de los versos latinos, franceses e ingleses t|ue se citan en la lección poética... De Mr. Racinc», en übras.'cic. I, jwgs. 159-175.

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Por lo que a la Fedra espartóla se refiere, sih duda es la de don Miguel de Unamuno79 la que se lleva la palma, la última de la gran tradición que comienza en Eurípides-Séneca, sigue con Racinc-Swinburnc-D'Annunzio y termina, como acaba­mos de decir, con la de nuestro compatriota.

Como dijo aquel excelente unamunista y mejor caballero, Manuel García Blanco, «El acercamiento de Unamuno a un gran tema clásico como el del Hipólito, de Eurípides, a través de la interpretación que de el diera Racinc, es uno de los episo­dios de su actividad dramática que nos es mejor conocido, ya que no escasearon sus informaciones públicas y privadas acer­ca de la empresa»80. Hasta tal punto esto es cierto que, en gran parte, los posteriores escritos sobre el tema son, en gran medi­da, paráfrasis de las propias palabras de don Miguel, a las cua­les remitimos según están recogidas (en muchos casos se trata de cartas) en el citado prólogo de Manuel García Blanco al tea­tro de Unamuno. En esta línea, son páginas csclarcccdoras las debidas a Fernando Lázaro. Carrctcr81.

Sabemos que en la primavera de 1910 Unamuno había con­cebido ya «el pro|xísito de hacer una Fedra moderna, de hoy. Voy a leer a Racinc»8'. Ya en noviembre de 1911 ofrece el texto al es|xxso de la actriz María Guerrero, el actor Fernando Díaz de Mendoza, a quien escribía: «Se trata de. Fedra, una Fe­dra moderna, cuya acción trascurre en nuestro tiempo. Del drama de I Eurípides y del de Racinc no tiene nada más que el argumento escueto, todo el desarrollo es distinto... Mi Fedra es, claro está, a conveniencia propia, cristiana, que no podía ser la de Eurípides y resulta ser, sin quererlo, la de Racinc... I le querido hacer una obra de pasión...»81.

En una nueva carta (26-1-1912)M dice: «es obra que no tie­ne aparato, de una simplicidad adrede exagerada. Seis persona-

" Miguel de Unamuno, Ttalro mmpklo. Prólogo, «lición y notas bibliográfi­cas de Manuel García Manco, Madrid, Agilitar, 1959.

"° Vi/I. M. de Unamuno, Tttiln mmplrlo,... pág. 82. " F. Lázaro Carrctcr, «III (cairo de Unamuno», Cu/i/lernos lie la Cátedra Mi­

guel ¿t Un/tmi/n/t, Vil, Salamanca, 195fi, 5-29. " M. de Unamuno, op. al., pág. 82. " M. de Unamuno, of>. al., pág. 84. M Cfr. M. de Unamuno, op. til., pág. 86.

IM]

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jes, en rigor tres, la misma dccoración'de una casa cualquiera para los tres actos, trajes del día, todo de una desnudez extre­ma. En prosa muy enjuta85, sin trajes, sin decorado, sin nada más que tres almas al desnudo».

Una y otra vez insiste, dándonos así las pautas de su drama­turgia, apuntando a la simpliati (sencillez) del teatro raciniano frente al teatro contemporáneo: «He querido hacer un drama de pasión, y de pasión rugiente, donde hoy se hacen casi todos de ingenio. Y un drama desnudo'6. Un mínimo de persona­jes... la misma decoración para los tres actos (la mejor una sá­bana por fondo y tres sillas)... Una pasión en carne viva. La cosa es fuerte y recia. Primero me dijeron los cómicos que era muy crudo. Y le aseguro que es ello muy casto. Lo que hay es que esta gente se asusta del desnudo y no del desvestido... Hay que acostumbrar a la gente a que, vaya al teatro a ver, sí, peto más que a ver a oír. Y los que no quieren oír y sólo ver, que se vayan a un cinc...»87.

Con todo ello no es de extrañar que Ftd'ra tuviera que ser dada a conocer no por una compañía profesional y en un tea­tro normal, sino en el salón del Ateneo de Madrid, el 25 de marzo óc 1918. Como preámbulo de la representación, el ac­tor y presidente de la Sección de Literatura del Ateneo leyó unas cuartillas de Unamuno, que fueron publicadas en cl se­manario madrileño España (28-3-1918) y figuran como exor­dio88 al comienzo del texto de la tragedia. En 1921 fue repre­sentada en teatros comerciales en Salamanca y Zamora, y este mismo año la revista La Pluma la daba a la estampa89. Junta­mente con las traducciones que se hicieron, particularmente en

*s Compárese esta prosa con cl limpio verso raciniano y su Mxico escueto. Víanse Marccl Crcssot, «1.a languc de Phlrlrt», U Fran^mt Modtrm, julio, 1942, 169-182; Jcan Gabriel Caben, ]jt Voeabulairt de Raeirte, París, Droz, 1946.

*b Lázaro Carrclcr habla tic «tlcscarnamicmo trágico», «acción unipersonal», «verosimilitud (cenica»; de Tcdra como la persona impor, etc.

*' M. de Unamuno, op. a'/., pág, 87. "" Incluso con el empico de este recurso para explicar sus intenciones, Una­

muno está siguiendo los pasos de Racine en los «prefacios» de sus tragedias, que les servía de manifiesto y a la vez de apología de sus ¡deas dramáticas.

" Números 8, 9 y 10, de enero-marro de 1921. De esta edición procede la de 1924.

(ni

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Italia, los análisis de la obra ponen de manifiesto la dependen­cia de la creación raciniana y el carácter cristiano que Unamu-no supo imprimir en ella, en lo que coinciden no pocos crí­ticos.

Por lo que a nosotros respecta sólo deseamos subrayar las explícitas referencias que el mismo Unamuno hace de la Fedra de Racine o el hecho de que la nodriza llevara en la versión primitiva el mismo nombre que en la tragedia francesa, Eno-ne, cambiado en la definitiva por el de Eustaquia, el empleo del monólogo, etc., sin que ello impida reconocer su carácter español. Para Lázaro Carreter «la Fedra de Unamuno es una Fedra española, barroca. Una Fedra que trae muy a revuelta con sus pasiones los rezos e invocaciones a la Divinidad. En la reacción de Hipólito está bien clara la ascendencia hispánica... La actitud del Hipólito unamuniano es la de cualquier héroe de nuestro teatro clásico: los móviles que le apartan de Fedra son su hombría de bien y la defensa del honor de su padre»*1.

Por lo que respecta, pues, a la fortuna de Racine en España —a pesar de haber estado proiübido por el Santo Oficio—, en el terreno de la creación, en la línea que hemos apuntado para Andrómaca y Fedra, nos parece haber alcanzado unos niveles muy aceptables, mucho más altos que los concernientes a la in­vestigación —prácticamente nula— o a la traducción, en la quef además de lo apuntado, tampoco falta, algún testimonio en estos Últimos tiempos".

ULTIMAS PALAUKAS

Y de nuevo, y siempre, personaje y mito. Lo singular del héroe y lo colectivo del mito. El individuo y el coro. El hoy del primero y el siempre del segundo. O el hoy rehaciéndose

*° F. Lázaro Carreter, ip. di., píg. 20. " Me refiero concretamente a la traducción de Stii tragedias. Andrómaca, Bri-

timst, BirtMÚt, Bayaeilt, Fiara, Alalia, traducción de Rosa Chace!, cíe. Madrid, Alfaguara, 1983. Es de lo más notable, aunque habría mucho que discutir sobre qué se entiende por traducir, por otra pane, hay numerosas erratas, como en su día señalo F¿lk de Aaia (B País, 26-2-1984).

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eternamente. El individuo, el héroe, peq>etuándose en el coro. Según Jung el mito es arquelípico, colectivo; el héroe, por con­siguiente, un avatar del mito. Con cada primavera nacen nue­vas rosas, pero la ROSA es la misma. Aquí y allá. Llámese An-drómaca o Fedra, o de cualquier otra forma. En esa sarta de reencamaciones del mito ¿qué significa Hacine? «Racine me parece que mejoró con admirable maestría los principales ca­racteres de esta tragedia (se refiere a Ifigenia en Aulide, |x:ro po­dría ampliarse a todas las obras); pero Eurípides le abrió el ca­mino»92. Y este camino permanece perpetuamente abierto. Porque la TRAGEDIA, la tragicidad, es acrónica. Y las obras, fle­chas que señalan nuevos rumbos, porque lo propio de los mi­tos es engendrar nuevos mitos, engendrar nuevas obras, por­que en toda tragedia —como en toda obra auténtica— hay un fecundo movimiento de vida contenida en la palabra poética. Algo tan frágil y a la vez tai\ duradero: la palabra. Ya se instale en los orígenes míticos y legendarios (Eurípides, los clásicos), ya se instale en el devenir histórico, con conciencia histórica, como en Racine (recordemo"s que para I legel la tragedia ocu­rre en la Historia, o mejor, en el proceso dialéctico de la l listo­na) o en una historia más próxima (como, para nuestro caso, Cadalso) rayana en la cotidianidad (Unamuno). La palabra en la que se vacía el héroe. El héroe, que se vacía en la lucha, que es lo único que puede hacer aunque conozca de antemano su fracaso, como Prometeo atado a su roca. Por ello siempre lo trágico es una lucha por la libertad, sólo que en este combate quien lucha se hiere a sí mismo y perece. Es ley que nadie esté a salvo de su destino, que tan bien supo realzar Unamuno, epí­gono de nuestro autor.

Racine, cuando escribió Andró/naca ganó un puesto en el Olimpo francés. Pero cuando escribió Fedra, la brillante, se convirtió en un escritor universal. ¡Cuánto valor tiene poder despertar el amor en los jóvenes con la lectura de unos versos: «Andrée y Jehan se sont aimés en lisant Racine ensemble»91

v i Leandro l-'crnándcz de Muratin, Obras postumas de..., t. III (Imprenta y este­reotipia de M. Rivadcncyra), Madrid, 1868. pig. 127.

91 Julcs Lemaitre, iaiprcssions di Tbtátrc, Deuxicme serie, Nouvelk Bibliothe-que Liuéraire, París, Boivin et Cic, Editeurs (s.a.), aunque el comentario se re-

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(A. y J. se han amado leyendo juntos a Racine). Lo mismo que en cl relato de Paolo y Franccsca en La Divina Comedia.

Cuando después de Fedra renuncia al teatro, ya fuera por arrepentimiento sincero, por escrúpulos piadosos, por obe­diencia al rey o Dios sabe por que, ¡que" oscura noche debió de ser la suya! Remover y hurgar lo más bajo del hombre ¿tiene algún sentido? «¿Que hubierais preferido, que Racine hubiese sido un buen hombre, identificado con su despacho como Driasson o con su vara de medir como Barbicr, haciéndole con regularidad a su mujer un hijo legítimo cada año, buen marido, buen padre, buen tío, buen vecino, honrado comerciante, pero nada más; o que hubiese sido picaro, traidor, ambicioso, envi­dioso, malvado, pero autor de Andrómaca, de Británico, de Fedra y de Alalia?» «Pero sopesad lo Inicuo y lo malo. Dentro de mil años hará derramar lágrimas; será la admiración de tos hom­bres. En todas las regiones de la tierra inspirará sentimientos humanos, conmiseración, íemura; y la'gente se preguntará quien era, de. que país, y se envidiará a Francia. Hizo sufrir a algunas personas que ya no existen, y por las cuales no senti­mos casi ningún interés; no tenemos nada que temer de sus vi­cios ni de sus defectos. Seguramente hubiese sido mejor que la naturaleza le hubiese dado las virtudes de un hombre de bien, junto con cl talento tic un gran hombre. Fue un árbol que secó algunos otros árlx)les plantados en su entorno; que ahogó las plantas que crecían junto a él; pero elevó su copa hasta las nu­bes; sus ramas se extendieron a lo lejos; prestó su sombra a los que venían, vienen y vendrán a descansar junto a su tronco majestuoso; produjo frutos de exquisito sabor que se renuevan sin cesar»9'1.

ficrc al 3-1-1 88.1 Sobre cl cstreno del Onde Anse/me, una breve pieza representa­da en cl Odcón. Son abundan! istmos los Juicios y anécdotas (jugements cl ance-docles) que acompañan a las diversas ediciones. Citemos como ejemplos los de­dicados a ANDROMAQUÍ;. Tragcdic de Racine. A Paris. Au Burcau de la Pctitc Bibliolheque des Th«!rcs, 1786, págs. XII-XXVH. PHÉDRE Tragédie de Ra­cine. A Paris. Chcz BClin, Bruñe!... 1787, pígs. VIH-XXII.

,4 Dcnis Didcrot, El sobrina de Ramean, cd. de Carmen Roig, Madrid, Cáte­dra, Colección [jiras Universales, 1985, págs. 76 y 77,

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NUESTRA EDICIÓN

Afortunadamente para nosotros «el texto del teatro de Raci-nc ha variado relativamente muy poco», dice Picard, y explica ampliamente en la Advertencia de su edición' las razones. La consecuencia inmediata que de aquí se deduce es que la calidad, de las distintas y numerosas ediciones por lo qüc a fidelidad al' ' ' v';"V original se refiere suele ser más que notable. Por lo general, como hace R. Picard, las distintas ediciones se ajustan a la de 1697, aunque otras prefieran la edición colectiva de 1676, a la que se le suele añadir, para Fedra, el texto de la original de 1677. De todas formas el problema no es de ninguna monta, aunque no hemos querido soslayarlo.

Las ediciones son, tal vez por lo dicho, numerosas y muy cualificadas, en las que las notas y comentarios suelen ser de gran valia. Sería vano y superfluo tratar de dar una breve —que dado el autor sería larga— relación. Citemos, como bo­tón de muestra, además de la mencionada, algunas como la edición de Gustavc Lanson, Théátre chohi de Ruarte, París, I la-chette, 1913; Lacy Lockert, The Best Plays ojRacine, Princcton, 1936; la de Mauricc Rat, Racine, Théátre cnmpkl, Garnicr Frc-res, 1960; la de Picrrc Mélcsc, Théátre de Racine, en cinco volú­menes, París, 1551-53, etc. Incluso las ediciones de corte esco­lar, como los conocidísimos Oassiaues ¡Ilustres de la Librairic I (achette o de la Librairic Laroussc, son muy notables.

1 <d.c tcxlc <lu Tli¿átrc tic Racine a retativement fort peu varid...», Racine, Orn­ara mmptiles, Bib. ele la Pifiarle, París, Gallimartl, vol. I, pig. IX (Presentación, notas y comentarios de Raymond Picard), 1950.

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APUNTE BIBLIOGRÁFICO

Las numerosas citas de las páginas precedentes nos eximen en pane de presentar una bibliografía formal sobre un autor «¿erase» (aplasta­do) bajo los numerosos estudios a él dedicados, como dijo cierto críti­co. No obstante, quien desee una información rápida y más extensa puede acudir, como primera providencia, a nuestros propios trabajos, más arriba citados. Ño pocas veces esos re|jertor¡os enormes no son más que monumentos de vanidad y pedantería, pues muchas veces' el citador no ha visto los trabajos. I le aquí, pues, una no grande Biblio­grafía:

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ANDRÓMACA

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$¿(tas K«/ £Afoí

Pronttspicio tic la primera ctlictón tic obras tic Racinc, Ifi76.

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EPÍSTOLA • D I Í D Í C ATORIA

A MADAMK ;

IMAIIAMI-.':

No sin motivo pongo vuestro ilustre nombre a la cabecera * de esta obra. r(';on que otro nombre podría deslumhrar a mis lectores sino con aquel que deslumhró en su dfa a mis especta­dores? Se sabfa que Vuestra Alteza Real se había dignado inte­resarse por el desarrollo de mi tragedia; se sabía que me ha­bíais sugerido algunas ideas para darle mayor esplendor; se sa­bía, en fin, que la habíais honrado derramando algunas lágri­mas durante la primera lectura que de ella os hice. Perdonad­me, Madamc, si me atrevo a alardear de esc feliz inicio de su destino. Me consuela gloriosamente de la dureza de los que no desearían dejarse conmover por ella, bes permito que conde­nen la Andrómma tan duramente como les plazca, siempre que me sea permitido apelar de todas las sutilezas de su ingenio en el corazón de Vuestra Alteza Real.

Pero, Madame, no juzgáis sólo con el corazón el valor de vina obra, lo hacéis también con una inteligencia a la que nin­gún falso resplandor podría engañar. ¿Podemos |xmcr en esce­na una historia "que vos no conozcáis tan bien como nosotros? ¿Podemos hacer representar una intriga cuyos resortes todos no se os hagan evidentes? ¿Y podemos concebir sentimientos

1 Título (]iic se dalia ni la ("orle de l:ranc¡a a determinadas damas de la casa real. Kn este caso se trata de linriqueta de Inglaterra ('16'14-K>70), casada ron l'el¡|K de Orleans, hermano del rey I.oís XIV.

K'7l

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tan nobles y delicados que no estén infinitamente por debajo de la nobleza y la delicadeza de vuestros sentimientos?

Se sabe, Madamc, y Vuestra Alteza Real trata en vano de ocultarlo, que en el alto grado de gloria al que la naturaleza y la fortuna se han complacido en elevaros, no desdeñáis la glo­ria oscura que los hombres de letras se habían reservado. Y me parece que habéis querido aventajar tanto a nuestro sexo, por ios conocimientos y la solidez de vuestro talento, cuanto des­colláis en el vuestro por todas las prendas"que os adornan. La corte os considera arbitro de todo cuanto en ella se hace de agradable. Y nosotros, que trabajamos para complacer al pú­blico, no necesitamos ya preguntar a los sabios si trabajamos según las reglas. La regla soberana es la de complacer a V.A.R.

Esta es, sin duda, la menor de vuestras excelentes cualida­des. Pero, Madame, es la única de la que puedo hablar con al­gún conocimiento: las otras son demasiado elevadas para mí. No puedo hablar de ellas sin rebajarlas por lo pobre de mis pensamientos y sin salir de la profunda veneración con que soy, Madame, de Vuestra Alteza Real,

el muy humilde, muy obediente y muy fiel servidor

Racine.

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PRIMliR PRUI 'ACIO

Virgilio, en el tercer libro de l.i Uncida. I hdd.t lineas:

l.il(oiat|uc i-.jx.-iii legimus, |x;iiuquc subimus Cliaonio, el celsatij Uutluoii ascendimus urbein... Solemnes tum forte daix's et tristia dona... , t.ibahai ciñen Anilromaelie, Mancsque vocabat I Iccioreunl ad luinuluiii, viritli quein cespite iii.inciii, ILt geminas, eausain lacrymis, sacraverat aras... Dejecit vultum, et demissa voce locura est: «O felix una ante alias Priamcia virgo, I (ostilem ad tumulum, 'l'rojae sul> moenibus altis, Jussa morí! ijuac sonkus tu>n pcriulit ullos, , Nec victoris herí teligit captiva cubile. Nos, patria incensa, diversa ¡x-r aequora vectae, Stirpiü Achilleae lastus, juvenenu)ite su|>erbuitv, Servitio enixac, lulmius, tiui deinde secutus l.etlaeam i lermioncni, l.acedaeuioniosi|tic Iiymenaeos.. Asi illunv, erepuc magno inn.tmm;uus antore (xmjugis, et seelerum l'uriis agitatus, Orestes lixeipit incautuin, patriasque obtruncat ad aras»'.

-' Versos 2'>2 y W\ M)\. Mil a TOS; 320 a 122: «Después ele halxrr bordea­do la IÍMJ del lipiro, entramos en un puerto de la Caoiiia y ascendimos |x>r la colina en la que se aba la ciudad de liutroto. l ia el día solemne en que la triste Amlioinac.i honraba las célticas de su CSJXJSO con ofrendas y libaciones fúne­bres. Invocaba a los manes de I liíctor frente a los dos altares que le había consa­grado y junto a un túmulo de hierba, siniixilíco monumento que revelaba su do­lor... Con los ojos bajos y con plañidera vo¿ decía: ttlüh, Polixcna!, loh, la más afortunada de las hijas de Príamo!, condenada a morir sobre la tumba de un

l&jl

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! le aquí, en |X)cos versos, todo el argirmcnto de esta trage­dia. He aquí el lugar de la escena, la acción que en el se desa­rrolla, los cuatro actores principales, c incluso sus caracteres. Exceptuando el de I Icrmíqnc, cuyos celos y arrebatos están suficientemente acentuados en la Atirtrnmnm de Eurípides.

Pero, realmente, mis personajes son tan famosos en la anti­güedad que, |x>r poco que se la conozca, se verá claramente que los be pintado tal corno los antiguos poetas nos los ban descrito. Por lo mismo, no be pensado que me estuviera per­mitido cambiar nada de su modo de ser. l,a única libertad que me be tomado ba sido la de atenuar un poco la ferocidad de Pirro, que Séneca, en su /rróadey, y Virgilio, en el segundo (li­bro) de la ¡incida, ban llevado mucho más lejos de lo que yo he creído deber hacerlo.

Aun así, hay quienes se han quejado de que Pirro se enfure­ciese contra Atidrómaca y de que quisiera casarse con una es­clava a cualquier precio. Reconozco que no se muestra lo bas­tante resignado a la voluntad de su amada y que Ccladón' co­noció mejor que el el amor perfecto. Pero, ¿qué podía hacer yo? Pirro no había leído nuestras novelas. Su naturaleza era violenta. Y todos los héroes no han nacido para ser como Cc­ladón.

Sea como fuere, el público se ba mostrado tan favorable para conmigoque no puede preocuparme el descontento parti­cular de dos o tres personas, que querrían se reformase a todos los héroes de la antigüedad para hacer de ellos héroes perfec­tos. Encuentro que es cncomiablc su intención de pretender

enemigo al pie ele las alias murallas rlc Troya, tti no sufriste otras desgracias; la suerte no te dio un dueño, y no lias de entrar, cautiva, en el lecho del vencedor. V.n cambio yo, he visto mi patria devorada por ha llamas, be sirio llevada a tra­vés <\c los mares: esclava, lie debido so¡x>rtar los desprecios de la familia de Aqt/ilcs, ¡y los arrebatos de un gticrrcro soberbio! Convertida en madre, en f in, me lie visto abandonada por culpa de la hija de I lelcna y de la alianza con el rey \,acc(lcmonio... l intrclanto, enajenado por c! amor, atormentado por las Turias, Orcstcs sorprende al que le arrebató a su amada y lo sacrifica al pie de los alta­res de su patria.»

-' hsta tragedia de Séneca es ma"s conocida por el título ¡jns Iray/inm. 1 Personaje de IJI Asina, novela pastoril de Honorato de Urfc. Ccladón es

un enamorado tímido y fiel, galante hasta la exageración.

I 7o]

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que sólo aparezcan en escena hombres sin defectos. Pero les ruego que recuerden que no me incumbe a mí cambiar las re­glas del teatro''. I loracio6 nos recomienda pintar a Aquilcs fe­roz, inexorable, violento, tal como era y tal como hemos pinta­do a su hijo. Y Arislótctcs7, lejos de pedirnos héroes perfec­tos, desea, por el contrario, que los personajes trágicos, es de­cir, aquellos cuya desgracia da lugar a la catástrofe de la trage­dia, no sean del todo buenos, ni malos del todo. No quiere que sean extremadamente buenos, porque el castigo de un hombre de bien provocaría la indignación del espectador, en lugar de su compasión, ni que sean perversos en exceso, porque no se siente piedad tic un malvado. Us preciso, pues, que su bondad sea intermedia, es decir, una virtud capaz de alguna debilidad, y que lleguen a ser desgraciados por alguna falta cometida, que baste para que se les compadezca sin llegar a detestarlos (16K8).

' l'.n la quien tío Hacine ln ini|xisición de Ins reglas para el (cairo curiadas |ior la Academia l'ranccsa, fundada |xir Uichclicu, había suscitado praves pro­blemas. I.a mas polémica fue la llamada rrpla de las tres unidades: hipar, arción y licmprt.

" Kn su obra Arte poética, versos 120-122. ' /V//<77,cap. X X I I I .

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S E G U N D O IMUÜ-ACIO

Virgilio, en el tercer libro de la Eneida. I labia l ineas: .

l.i([oi;n|uc U|x-¡r¡ legimus, portuque subimus ..,, Gtaonio, tt cclsam Uuihroti asccndimus urbcm... Solemnes tum forte dapes ct i risita dona... I.ibulíat cineri Androimche, Mancsquc vocabat liectoreum ad lumulum, viritli qucm cespite inanem,

' lit geminas, causam lacrymis, saeravcrai aras... Dejecit vultum, el demissa voce locura cst: «O felix una ante alias Priameia virgo, m. • I losiilcut.ad tumulum, Trojae sub muenibus altis, Jussa niori! cjuae sonitus non pertulit ullos, Nec victoris heri tetigii captiva cubile. Nos, patria incensa, diversa |K*r acquora a vectac, Stirpis Acbilleae íastus, juveiu'im|ue su|>crbunt, Servicio enixae, lulimus, qui deinde secuius l.edaeanvIJermionem, l.acedaenioniosque liymcn.icos..

• '•'."• Ast illurn.'ereptaé iñagno inllanunaius amore (lonjugis, et scclerum l-'urtiis agiíatus, ()rcstes • üxeipit incautum, patriasque obtruncat ad aras»".

He aquí, en pocos.versos, todo el argumento de esta trage­dla. I le aquí el lugar de la escena, la acción que en él se desaT

rrolla, los cuatro protagonistas e incluso sus caracteres. Excep­tuando el de I lenníone, cuyos celos y arrebatos están suficien­temente acentuados en la Andróu/aca tle Eurípides.

Véase nota 2.

[7J]

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l is to es casi lo ún ico que he tomado prestado aquí de este

autor, ya .que, aunque m i tragedia lleva el m ismo t í tu lo que la

suya, el argumento es, sin embargo, muy diferente. A n d r ó m a -

ca, en Eurípides, teme por la vida de Moloso, un hi jo habido

de P i r ro , y al que I Ic rmíonc quiere hacer mor i r junto con su

madre. Pero aquí, no se trata para nada de Moloso. And róma-

ca tío ha conoc ido más esposo que I lector, ni ma's hi jo que As-

tianaetc. Con el lo he creído con fo rmarme a la imagen que hoy

tenemos de esta princesa. La mayoría de los que han oído ha­

blar de Andrómaca no la conocen más que como viuda de

I lector y madre de Astianactc. N o es posible creer que pueda

amar a o t ro cs|x>so ni a o t ro hijo. Y dudo que las lágrimas de

Andrómaca hubiesen produc ido en el espíritu de mis especta­

dores la impresión que han causado, si las hubiera vert ido |x i r

un hijo d is t in to del que tuvo con I lector.

I:.s verdad que me he visto obl igado a hacer v iv i r a .Astia­

nactc algún t i cm|x i más de lo que v i v ió , pero escribo en un

país en el que esta licencia no podía ser mal recibida. Puesto

que, sin hablar de Ronsard, que el igió a este mismo Astianactc

como héroe de su Franciada^', ¿quien ignora que se considera a

nuestros antiguos reyes descendientes de este hi jo de I lector, y

que nuestras viejas crónicas salvan la vida de este príncipe, tras

haber sido asolada su patr ia, para hacer tic ¿1 el fundador de

nuestra monarquía?

¡Cuánto más atrevido fue Eurípides en su tragedia Helena!

E n ella choca abiertamente con una creencia común en Gre ­

cia. Supone que I lelcna no pisó jamás el suelo de Troya , y que,

después t lc l incendio de esta c iudad, Mcnc lao encuentra a su

mujer en Eg ip to , de donde nunca había salido. I o d o esto fun­

dado en una op in ión aceptada sólo por los egipcios, como pue­

de verse en I l e rodo to ' " .

N o creo necesario este ejemplo de Eurípides para justif icar

la pequeña l ibertad que me he tomado. En efecto, hay una

gran diferencia entre destruir la base pr inc ipal de un relato, y

alterar algunos incidentes de él , los cuales, de hecho, cambian

* Poema ¿pico de Ronsard (1572). m Libro I I , caps. 113-115.

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casi siempre ele aspecto, según qué manc& los tratan. Así, Aquiles, según la mayoría tic los poetas, sólo puede ser herido en el talón, a pesar de que I lomcro hace que le hieran en el brazo", y no describe como invulnerable parte alguna de su cuerpo. Así, Sófoclesn hace morir a Yocasta, inmediatamente después de reconocer a b'dipo, al contrario que Kurípidcs'\ que la. hace vivir hasta el momento de) combate y la muerte de sus dos hijos. Y a propósito de alguna contradicción de este género, un comentarista de SófoclesM hace notar con mucho acierio «que no hay que entretenerse criticando a los poetas |X)r algunos cambios que hayan podido introducir en el reíalo; pero que hay que detenerse a considerar el excelente uso que han hecho de esos cambios, y el modo ingenioso con el que han sabido acomodar el relato a su argumento» (1676). '

" /W/Wrf, canto XXI, v. 167. '•' \-,n su tragedia f-Aiprt Rey. " Hn su tragedia Ijts l:tn¡tim. 14 \\ humanista alemán Camerarius (siglo XVl).

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PERSONAJES

ANDRÓMACA, viuda de Héctor, cautiva de Pirro. PIRRO, hijo tic Aquiles, rey de Epiro. ORESTES, hijo de Agamenón. I IERMI'ONE, hija de l lelena, prometida de Pirro. PÍLADKS, amigo.de Orestes. CLEONH, confidente ele I termíone. CEPISA, confidente de Andrómaca. I'ÉNIX, preceptor de Aquiles, y después de Pirro. Séquito de Orestes.

La escena, tiene lugar en liutroto, ciudad de iipiro, en una sala del palacio de Pirro.

[76]

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ACTO PR1MHRO

Escmia^l) QKIÍSTES, PÍLAOI-S

I

OlUiSTUS

Sí, puesto que vuelvo a encontrar a tan fiel am¡<i0(

entiendo que mi destino empieza a cambiar; ya su cólera parece dulcificada, dado que se preocupa por reunimos aquí. Quien creyera que, en orillas para mí tan fuñeras, se me mostraría en primer lugar el rostro de Pflades; que tras seis meses tle creerte jxírdido, me serías devuelto en la corte de Pirro.

Pl'l.AOliS

Gracias tloy al cielo que, inier|x>niéndosc sin tit-parecía haberme cerrado el camino tle G recia. Desde el día fatal en que el furor tic las aguas, casi a la vista del Kpiro, separó nuestras naves, . ¡cuántos sobresaltos he .sufrido en el exilio.' ¡cuánto llanto derramado por vuestras dcsgracias

temiendo siempre algún nuevo peligro para voj¡ que mi |x)bre amistad no jxxlía compartir!1

Sobre todo recelaba tle esa melancolía que por tan largo tiempo sepultó vuestra alma.

Í77¡

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Temí que el ciclo, en su clemencia cruel, os brindara la muerte que tanto anhelabais. 20 Mas ahora os veo, señor, y me atrevo a decir, que un destino más feliz os conduce al lípiro. I'.I |X7m|ioso cortejo, que hasta aquí os acompaña, no es el de un desdichado que desea la muerte.

ORKSTKS

i/\y! ¿quien puede decir qué destino me guía? 25 Por amor voy en |x>s de una mujer de hielo; ¿quien sabe lo que la suerte me tiene reservado y si aquí he de encontrar la vida, o bien la muerte?

PÍLADI-.S

¡Cómo! Vuestra alma, esclava de un amor, ¿vilta dS clin ray.ón \\c Uxía vvte^rn.vida?. • • '• ?A) ¿Qué hechizo os encadena nuevamente y lx>rra los muchos tormentos que sufristeis? ¿Pensáis que I Icrmíonc, implacable en Ksparta, os depare'en Upiro una acogida mejor? Os avergonzaba haber expresado en vano vuestros

(sentimientos, 35 la alxirrcc/ais; al menos, ya no me hablabais de ella: me engañabais, señor.

ORKSTKS

Me engañaba a mí mismo. Amigo, no te ensañes con un desdichado que te quiere: ¿te he ocultado alguna vez los deseos de mi corazón? Viste nacer mi pasión y mis primeros suspiros. 40 lin fin, cuando Mcnclao otorgó su hija a Pirro, vengador de su familia1*, viste mi desesperación; y me has visto desde entonces

" Pirro, <lcsl ruyctxta troya, venpó a la madre <le 1 Icrmfonc, I Iclcna, esposa <tc Mcnclao, rey <lc Ksparta, que había sitio raptatla |xjr i'aris, hermano tic I lec­tor, príncipes amlx>s tle la casa real i royaría.

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arrastrar por esos mares mi cadena y mis desdichas. Contrariado, te vi, en esc estado funesto, ' 45 presto a seguir por doquier al lastimoso Orcstcs, cortando siempre las alas a mi furor, y salvándome de mí mismo cada día. Pero cuando recordé que, entre tantos avatares, I Icrmíonc prodigaba sus encantos a Pirro, 50 tú sabes con qué cólera mi entonces cautivo corazón quiso, olvidándola, castigar sus desprecios. Creí c hice creer mi victoria segura; atribuí al odio todas mis emociones. Maldiciendo sus rigores, Inenospreciando sus atractivos, 55 reté a sus ojos a que volvieran a turbarme. Así es como creí ahogar mis sentimientos. Con esa calma engañosa llegué n Grecia; lo primero que encontré, fue a sus príncipes reunidos, inquietos, al parecer, por un grave peligro;:;- ' ,•• : 60 .•' Acudí allí. Pensé que la guerra y sus honores ocuparían mi mente con más graves asuntos; • que, al recobrar mis sentidos su prístino vigor, el amor acabaría por dejar libré mi corazón. Mas admírate conmigo de mi suerte, que, al seguirla, 65 me hace precipitarme a la trampa que evito. Oigo |7or todas partes que amenazan a Pirro; la Grecia entera estalla en confusos'rumores; se quejan de que, olvidando su estirpe y su promesa, educa en su corte al enemigo de Grecia, 70 'Asfianactc,, el joven c infeliz hijo de Héctor, único vastago de tantos reyes sepultados en Troya. I le sabido que, para evitar el suplicio a su hijo, Andrómaca engañó al ingenioso Uliscs'6: otro niño fue arrebatado de sus brazos • , 75 y conducido a la muerte como si de su hijo se.tratara. Se dice que, poco sensible a tos encantos de I Icrmíonc, mi rival entrega a otra su corazón y su corona.

"• Uliscs, protagonista de la Odisea de Homero, luchó al lado de los griegos f de Aquiles contra tos (royanos. Su ingenio es una dfc sus cualidades caracterís­ticas.

(79)

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Mcnelaó", sin creerlo, se aflige y se lamenta de que se demore tanto el himeneo. Hü Los mismos disgustos que anegan su alma, encienden en la mía una alegría secreta, Mío es el triunfo; y, en un principio, me congratulo porque sólo la venganza es causa de esta emoción. Mas la ingrata pronto ha recuperado su puesto en mi

[corazón. 85 Reconozco la huella de mi pasión mal extinguida-Siento que la trayectoria de mi odio se acaba; o, más bien, siento que todavía la amo. Así, solicito el voto de todos los griegos. Me envían a Pirro; emprendo el viaje. 90 Vengo a intentar arrancar de sus brazos a ese niño, cuya vida inquieta a tantos Estados. IFeliz si pudiera, llevado de mi pasión, en lugar de a Astianacte, quitarle a mi princesa! Ya c\ue, en fin, no supongas q.uc el nvás gc.uv.te oeligra 95 pueda hacer algo en contra de mi amor redoblado. Tras de tantos esfuerzos, resistir es inútil, a ciegas me entrego al destino que me arrastra1"; amo: vengo a estas tierras para buscar a I lermibne, convencerla, raptarla o morir a sus pies. 1ÜÜ T ú que conoces a Pirro ¿qué crees que hará? lin su corte , en su corazón, d ime qué ocurre . ¿Mi I ie rmíone lo t iene todavía a sus plantas? Pílades, ¿me devolverá un bien que m e arrebató?

PÍLADtiS

Os engañaría, si osara prometeros 105 que se avendrá, señor, a ponerla en vuestras manos: no es que se sienta halagado por su conquista, su pasión se ha inflamado por la viuda de I lector;

" Víase nota 15. " Orcstes es hijo ele Agamenón, rey de Argos, el cual, a *u vez, es hermano

tic Meaelao. Se considera a Orcsics una cliísica víctima ele la fatalidad ijuc, en la OmtioJa ele Sófocles, le lleva a vengar la muerte ele su padre, Agamenón, ma­tando a su propia madre, Clitcmnestra, culjxible ele parricidio contra su CSJXJSO.

[8o]

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la ama; pero, tic hecho, esa viuda insensible hasta ahora ha pagado su amor sólo con odio; 110 y aun así, cada día, trata a toda costa ' , de convencer a su cautiva o de atemorizarla. Amenaza de muerte a su hijo, lo esconde y hace brotar un llanto que al momento enjuga. . " ' La propia I icrmíoue ha visto ya cien veces ' H 5 retornar a sus brazos a este amante1'' despechado y, al ofrecerle el homenaje de sus confusas promesas, suspirar a sus pies, de rabia, y no de amor. Por ello no esperéis que se pueda, hoy jx>r hoy, responder tic un corazón no dueño de sí mismo: 120 podría muy bien, señor, en situación tan extrema, desjx)sar a quien odia, castigando a quien ama.

ORKSTES

Pero dime, ¿con qué ojos puede ver I lermtone su himeneo diferido y su encanto imjKJtente?

PÚ.iUiliS

I lermtone, señor, en apariencia al menos, 125 parece desdeñar la inconstancia de su amado; cree cjue, felicitándose de vencer su rigor, vendrá a apremiarla para que acepte su corazón de nuevo. Pero la he visto, al fin, confiarme su» |>enas: llora en secreto por sus encantos despreciados; LIO siempre presta a partir y sin marcharse nunca, a veces clama a (>rcstes, que venga en su socorfo.

OKKSTKS

i Ai»! si pudiera creerlo, iría de inmediato, Piladas a arrojarme...

, v i.;> |).il.il)i,\ «umnnu-M (¡ene, m t»s «ugcilui, el iigmíka'S" «ic «cnamurAilt» (lusi.iiiuvo), stíi o no cortatponduki, o liien, el <ie «|>rciciiilii''>(i'« pu« »<»« u puf oirás ranunes, y no su significtilu actual.

(8.1

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Píl.ADKS

Llevad a termino vuestra embajada, señor, ksperáis al Rey: hablad y mostradlc 135 a todos los griegos conjurados contra cl hijo de 1 lector. Lejos de entregarles al hijo de su ainada, esc odio no hará sino avivar su ternura. Cuanto más se intente separarlos, más se les unirá. Exigid, pedidlo todo, para no obtener nada. 140 Aquí viene.

ORKSTKS

Pues bien, ve a preparar a esa ingrata. Volverá a ver a un amante que viene aquí sólo |->or ella.

lisnna //.MPIRRO, ORKSTKS, I-Y.NIX

ORKSTKS

Antes que |ior mi lioca hablen todos los griegos, permitid que celebre haber sido elegido, y que, nnlc vos muestre, señor, (anta alegría 145 por ver al hijo de Aquilcs y al vencedor de Troya. Sí, admiramos vuestros hechos como lo hicimos con sus

|hazaftas. I lector cayó bajo sus golpes, Troya expiró ante vos; y halxíis demostrado, con afortunada audacia, que sólo cl'híjo de Aquilcs podía reemplazarle. 150 Mas el nunca hubiera hecho lo que Grecia os ve hacer: «lar cobijo a la maldita sangre (royaría y, dejándoos conmover por una funesta compasión, respetar al superviviente de tan larga guerra. ¿No recordáis ya, señor, quien fue I lector? 155 Nuestros quebrantados pueblos lo recuerdan todavía. Su nombre hace temblar a nuestras hijas y viudas, y, en toda Grecia, no hay una sola familia que no pueda pedir cuentas a esa infeliz, criatura de un padre o un esposo que I lector les arrebató. 160

t«M

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¿Y quien sabe lo que un día su hijo podría*cmprenclcr? < Quizá le veamos arribar a nuestros puertos, tal como vimos a su padre, incendiar nuestros navios,. y, con la antorcha en la mano, perseguirles por los mares. ¿Me atreveré, señor, a decir lo que pienso? 165 Recelad vos mismo de la recompensa por vuestros cuidados, y de que esa serpiente criada en vuestro seno, no os castigue un día por haberla protegido. fin fin, satisfaced el deseo de todos los griegos: asegurad su venganza, preservad vuestra vida, perded un enemigo y con el, el peligro de que ensaye con vos su lucha contra ellos.

PIRRO

(¡recia se iiH|uieta deinasiádo por mí: '" la creía ocupada en asuntos de mis importancia, señor; y, visto el nombre de su embajador, creí que sus proyectos eran más grandiosos. ¿Quién creería, en efecto, que en empresa tal, tuviera que mediar el hijo de Agamenón? ¿Que todo un pueblo, tantas veces victorioso, se ocupara de tramar la muerte de un niño? ¿A quién se pretende que lo sacrifique? ¿Conserva Grecia algún derecho sobre su vida? ¿Y soy yo el único griego al que no le es permitido disjx>ncr de un cautivo que la suerte le entregó?-". Sí, señor, cuando al pie de los humeantes muros de Troya, 185 los vencedores ensangrentados repartieron el lx>tfn, la suerte, cuyas decisiones fueron entonces acatadas, hizo caer en mis manos a Andrómaca y su hijo.' llcctiba'1 junto a IMiscs acalxí sus miserias; Casandra-1- siguió a vuestro padre a Argos; 190

•'" l.ns prisioneros eran repartidos entre los vencedores echándolos a suertes. Se convertían así en sus esclavos.

-'' Ksposa de l'rfamo, rey de Troya. Bntrc sus nuiclios hijos, se cuentan I lec­tor, l'aris y Casandra.

-'•' Véase nota 21.

170

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I » J |

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¿lie extendido yo mis derechos sobre sus cautivos? ¿he dispuesto, en fin, del fruto de sus hazañas? Temen que, con Héctor, Troya renazca un día: su hijo puede quitarme la vida que le dejo. Señor, tanta prudencia supone excesivo cuidado 195 Yo no sé prevenir las desgracias con tanta antelación. Recuerdo cómo fue en otros tiempos esa ciudad, de murallas tan soberbias, tan fértil en héroes, dueña del Asia; y advierto, en fin, cuál fue su suerte y cuál es su destino. 200 No veo más que torres cubiertas de cenizas, un río tinto en sangre, unos campos desiertos, un hijo encadenado; y no puedo creer que Troya en ese estado aspire a la venganza. Si el hijo de I lector debía sufrir la muerte, 205 ¿|)or qué la diferimos durante un año entero? ¿No pudimos inmolarlo bajo el manto de Príamo? Un medio de tantos muertos, en Troya, debimos abatirlo. Todo era justo entonces: la vejez y, la infancia no encontraban defensa en su debilidad. 210 La victoria y la noche, más crueles que nosotros, nos inducían a matar y confundían nuestros golpes. Mi ira fue muy dura para con los vencidos, mas ¿ha de sobrevivir mi crueldad a mi cólera? No obstante la piedad que siento en mis entrañas, 215 ¿fríamente he de mancharme con la sangre de un niño? No, señor; que los griegos escojan otra presa, que en otro sitip busquen lo que queda de Troya. Ya se acató la lista de mis enemistades; el Iipiro salvará loque Troya salvó. 220

ORESTUS

Señor, demasiado sabéis con qué artimaña un falso Actianacte fue sacrificado21

H 1.a rradición refiere' cjue'Astianacic, o Astianax, fue arrojado desde lo alio de las murallas de Troya por Uliscs, o bien por Mcnclao, e incluso por el propio Pirro. Sin embargo, algunos autores suponen que sobrevivió.

NI

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ocupando el lugar del hijo de Héctor; perseguimos a I lector, no a los (royanos. Sí, en el hijo, los griegos acosan a su padre. 225 Vertiendo tanta sangre inspiró esta cólera. Sólo se calmará si se vierte la suya. Y puede atraerles hasta el Epiro. Evitadlo.

PIRRO

No, no. Lo acepto gustoso: que busejuen en el Epiro una segunda Troya; 2 M) que confundan su odio, sin distinguir la sangre que les dio la victoria, y la de los vencidos. En todo caso, no es la primera injusticia con t|ue Grecia paga los servicios tle Acjuiles24. I lector lo aprovcchó,-\ señor; y algún día, 235 bien podría su hijo actuar del mismo modo.

Í)RI:SIJ:S

¿Así cjue Grecia en vos tiene un hijo rebelde?

PIRRO

¿No vencí, entonces, sino para tle|)ender de ella? .

ORESTÜS

I lermíonc, señor, parará vuestros golpes: su rostro se'intcr|>ondrá entre su pudre y vos. 240

PIRRO •

Hcrmíone, señor, puede inspirarme afecto;

->J lio la Huida ile I lomcru se nos cuenta la cólera tle Aquilcs al saber que Uriscis, su esclava, liaMa sitio raptada jxjr Agamenón. I.u que provocó, en par­te, Ja venganza tle Qítcmncstra contra su csjioso.

•''' Aqutles, cncolcruado (véase nota 24), estuvo largo tiempo sin prestar su valiosa ayutla (era un semidiós, hijo de una diosa y un mortal) a tus ciérciios griegos. ' • ' "'••••'•"•'

f»*l

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puedo amarla, sin ser esclavo de su padre; • t

y quizá sepa un tifa conciliar el interés de mi honor y el de mi amor. Podéis ver, sin embargo, a la hija de I lelena: sé cuan estrechos son los lazos de sangre que os unen3''. Después de esto, señor, no os retengo más y podéis anunciar mi negativa a Grecia.

Unen PIRRO, IY.NIX

Pintonees, ¿lo enviáis a los pies de su amada? ., ,

PIRRO

Se dice que amó locamente a la princesa en otro tiempo.

1 Ú N I X

Señor, ¿y si esa pasión llega a reavivarse? ¿Si le entrega su corazón y logra hacerse amar por ella?

PIRRO

Que se amen, Penis; consiento en ello: ¡que se vaya! Que, víctimas de un mutuo hechizo, retornen a Esparta: todos nuestros puertos están abiertos, para ella y para él. ¡Guantas obligaciones y molestias me ahorrarían!

PÉN1X

Señor...

PIRRO

, Un otra ocasión te abriré mi corazón; Andrómaca se acerca. , ' • • ' /

:" I Icrmfonc y Orcstcs eran primos hermanos (víanse notas 15 y IR).

186]

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EscenauV: JPIRRO, ANDRÓMACA, CEFISA

PIRRO

¿Me buscabais, señora? ¿Podría permitirme tan halagadora esperanza?

ANDRÓMACA

Me dirigía al lugar en que mi hijo es custodiado. Puesto que una vez al día me permitís verlo, y es lo único que me queda de Héctor y de Troya, iba, señor, a unir mis lágrimas a las suyas un momento: ihoy no he podido abrazarle todavía! ; ' '' ' '

, • • • •

" ' ' ' P I R R O " ' " • • ' " ' " ' , • > . • ' . - t ' . • • . • • • ' • • ' • , '

iAh, señora!, los griegos, si'hc de creer s is advertencias, pronto os darán nuevos motivos para el tlanto.', • ' ",

ANDRÓMACA

¿Y qué temor les sobrecoge el corazón, señor? ¿Dejasteis vivo, quizá, a algún troyano?

PIRRO

Aún no se ha extinguido su odio hacia Héctor. Temen a su hijo.

ANDRÓMACA , • _ ; . , ' ; . < • . 1 . • • . - ; • • • ! • • ;

,¡Digno objeto de su miedo! ¡Un pobre niño, que ni siquiera sal>c aún que Pirco es su dueño y que es hijo de I lector!

, PIRRO

Aun siendo así, todos los griegos quieren que perezca, ííl hijo de Agamenón viene a apresurar su muerte.

I»7l

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ANORÓMACA

¿Y vos pronunciaréis orden tan cruel? 275 ¿Se le consitiera peligroso por mi causa? iAy!, no temer) que vengue un día a su padre: temen que logre enjugar mis lágrimas. Me hubiera consolado de la muerte de un patire y un esposo; pero he de jierdcrlo todo y siempre a manos vuestras27. 28Ü

PIRRO

Señora, mi negativa se ha anticipado a vuestras lágrimas. Todos los griegos, en armas, me amenazan ya; |xro, aunque volvieran a atravesar las aguas con mil navios, reclamando a vuestro hijo, aunque costase toda la sangre que I lelena hizo verter 285 y, tras diez años, viese yo mi palacio reducido a cenizas, no lo dudo un momento y vuelo a socorrerle: tiefenderé su vida a costa de la mía. Mas ante esos peligros que corro por agradaros, ¿vais a rehusar mirarme con ojos menos coléricos? 290 Odiada por los griegos, acosado por todos, ¿deberé combatir también vuestro desdén? Os ofrezco mi brazo. «¡Puedo esperar además que aceptaréis un corazón que os idolatra? ¿Me será |>erm¡tido, al combatir |x>r vos, 295 no tener que contaros enire mis enemigos?

' ' 'ANORÓMACA "''

Señor, ¿qué os proponéis? ¿Y qué dirá la Grecia? ¿Puede mostrar tanta flaqueza, tan valeroso corazón? ¿Querríais que un propósito tan bello, tan generoso, piensen que es sólo fruto de un alma enamorada? 300 Cautiva, siempre triste, hastiada de mí misma, ¿jxxtóis desear que Andrómaca os ame?

Jl Aiulriiiiuc.i era hija de liciten, rey de Tebas, que fue muenu por Aquilcs, padre ilc Pirro.

[88]

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¿Qué encantos para vos tienen mis pobres ojos que condenasteis a derramar eterno llanto? Ño, no; de_unj:ncxii¡goj^pmdJa_m¡ser¡a, 305 salvad a unos cautivos, dad un hijo a su madre, desafiad por él el rigor de cien pueblos sin que mi corazón sea el precio ele su vicia, dadle asilo, si es preciso, a |>esar mío: esos serían hechos dignos del hijo de Atjuitcs, stñor. 310

1'lRHO

Millonees, ¿vuestra cólera no ha llegado a extinguirse? ¿Se puede odiar [x>r siempre? ¿V siempre castigar? I le causado la desgracia de muchos, no hay dut|a¡ y la frigia3* vio cien veces mi mano bañada en sangre vuestra; ¡uvas cómo se han vengado vuestros ojos! 315 ¡Cuan caro me han vendido los llantos derramados! ¡Me han hecho ser la presa de mil remordimientos! Sufro tocios ios maíes que, a mi vez, causé a Troya: vencido, aherrojado, de pesqr consumido, he ardido en más hogueras de las que he provocado, 32Ü tal celo, tantos llantos, tan inquieta pasión... ¡Ay!, ¿fui yo alguna vez tan cruel como sois vos¡? Pero, en fin, basta ya tic este mutuo castigo, nuestros comunes enemigos dcljcrían rcunirnoij. Señora, decidme solamente que hay alguna c.s|x-ranza, 325 os doy a vuestro hijo y le sirvo de padre; vengará a los: i royanos, yo mismo le instruiré; . castigaré ajos griegos cu mi nombre y el vuestro. Una simple mirada me liará capaz de todo: ' vuestra llirin2'* aún puede renacer tic sus cenizas; 330 en coronar a vuestro hijo al pie de sus murallas, lardaría menos iiem|x> que Grecia en conquistadla.

ANDRÓMACA ' "

Señor, tantas grandezas ya no nos dicen nada: ,

-'* Región del noroeste tic Asu Menor, entre el ligco y c| l'oiuo Buxino.' ' " Otro nombre t|uc se tlalu i l'ioya. '' •'Jh

(««>!

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yo se las prometía mientras vivió su padre. No, no esperéis vernos de nuevo, 335 imuros sagrados que mi I lector no pudo conservar! l'.stos desdichados te piden favores más pequeños, señor; sólo un destierro solicitan mis lágrimas. Permitid que alejada de Grecia y aun de vos, viva oculta con mi hijo y. llorando a mi esposo. 340 Demasiado odio nos acarrea vuestro amor: retornad, retornad a la hija de I Iclcna.

PIRRO

¿Puedo hacerlo, señora? ¡Cómo me torturáis! •¿Gimo entregarle un corazón que vos me retenéis? Sé que nuestro enlace le asegura un imperio; .. 345 sé que vino al Kpiro sólo para reinar; el destino a una y otra quiso aquí conduciros, a vos como cautiva, a ella para cautivarme. Sin embargo ¿he intentado agradarle? ¿No se diría mejor, al ver, por el contrario, 35(1 vuestra gracia imperando, la suya desdeñada, que es ella la cautiva y vos jaque reináis? ¡Ali!, si un solo suspiro de los que rechazáis escapara hacia ella ¡cótno se alegraría!

ANDRÓMACA

•¿Por qué habría ella de rechazar vuestros suspiros? 355 •i Tan pronto habría olvidado vuestros pasados servicios? I lector y Troya, ¿rebelan su alma contra vos? ¿Consagra, en fin, su pasión al recuerdo de un esposo? iV que esposo! ¡Ah, recuerdo cruel! Su muerte hizo inmortal a vuestro padre: 360 sus hechos de armas brillan por la sangre de I lector y ambos sois conocidos tan sólo |x>r mis lágrimas.

PIRRO

Bien, señora, bien, habrá que obedeceros; tendré que olvidaros o que odiaros tal vez.

M

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Sí, mi amor ha llevado su violencia tan lejos, que no puede quedar en simple indiferencia; pcnsadlo bien: mi corazón, en adelante, si no ama con pasión, odiará con furor. Natía perdonare en mi justa cólera: el hijo me responde del desden de su madre. Grecia lo reclama, y yo no pretendo arriesgar mí buen nombre, otra vez, con ingratos.

ANDRÓMACA

iAy tic mil Morirá entonces. Ya sólo le defienden IQS llantos de su madre y su propia inocencia; (al vez, después de todo, en mi triste estado, adelante su muerte el fin de mis desdichas. Prolongaba |x>r él mi-vida y mi desgracia;-... . . . mas, al fin, (ras sus pasos, me uniré5 con su padr£. Así nosotros (tes, señor, por vos reunidos, os...

PIRRO

Id, señora, id a ver a vuestro hijo. Quizá, al verlo, vuestro amor, más cobarde, no seguirá tomando por guía a vuestra cólera. Al reunirme con vos, sabré nuestros destinos: señora, al abrazarle, ved que podéis salvarlo.

M

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„ ACTO |i

EscmáA^) I ltuutfoNti, CLEONÜ

f IERMÍONE I

Accedo a io que dices: consiento en que me vea; estoy dispuesta a darle esa alegría. Pílades le traerá aquí en seguida; pero, si por mí fuera, preferiría no.verle,

CUÍONE

¿Por qué el verle ha de ser funesto para vos? Señora, ¿no sigue siendo, acaso, aquel Orestes cuyo retorno cien veces invocabais, cuya constancia y amor echabais tic menos?

I lURMÍONE

Precisamente ese amor, que pagué con tanta ingratitud, es lo que me hace insoportable su presencia aquí. Para mí, ¡qué vergüenza!; ¡qué triunfo para él ver cómo mi infortunio iguala a su tormento! ¿Es ésta, se dirá, la orgullosa I lermíone? A mí me desdeñó y otro la deja a ella. ¡La ingrata, que en tanto valoraba su corazón, aprende ahora, a su vez, a sufrir el desdén! ¡Oh, Dioses!

M

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CLHÜNU

¡Olvidad esos temores mezquinos! Bien conoció Oréales el poder de vuestro encanto,, , ¿Creéis que un amante puede venir a ofenderos?, „ l(

Os trac de nuevo un corazón que siempre,fue v.ucstro. ,. ,, , Mas no me habéis contado qué dice vuestro padre, ,, . . 405

I li-KMIONI:

Si Pirro persevera en lanías dilaciones, si rehusa consentir en dar muerte al troyanou ', . ., ,;

me ordena mi padre que parta con los griegos. , ,

Cl.t.ONli ¡

Pues bien, señora, entonces, escuchad a Orestes. Pino ya ha hecho su parte, haced vos lo epe resta. 4 10 Para obrar bien, sería preciso prevenirle. <Nv ate huhiuta ilícito <\uc le Oilutbak?

I II:HMÍONI;

¿Que si le odio, Clcone? Va en ello mi honor, después de tantas bondades que no quiere recordar. Mil, a quien tanto quise y que me ha traicionado! 415 ¡Le he amado demasiado para no odiarle ahora!

. Cl.UONli

Huid pues.de él, señora; y puesto que os adoran"..,

I IKKMÍONI; '

¡Da a mi furor más ticni|>o para que crezca aún más! ¡Deja que me concentre contra el que es mi enemipo! Clcone, quiero alejarme de él y me desgarro. 420 ¡Nada hará el infiel para impedirlo!

Designa asi a Ásmasete. •' " Lenguaje||>rccius¡sia: alude al amor que Orcsics siente |>or I Icriníone.

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Cl.KONF.

¡Cómo! ¿Vais a esperar alguna nueva ofensa? Amar a una cautiva sin tratar de ocultároslo, eso ¿no lo liacc repugnante para vos? ' Después «fe lo que ha hecho ¿que no osaría hacer? 425 Os resultaría odioso si pudierais odiarle.

I IKRMÍONU

¿Por qué quieres, Cleonc, remover mis heridas? Temo reconocerme tal como soy ahora. Todo lo que en mí ves, trata de no creerlo; cree que no le amo ya, alaba mi victoria; 430 cree que el despecho ha endurecido mi cora/fin; ¡Ay!, y si te es posible, házmelo creer también. ¿(Quieres que huya"de él? Bien,"nada rnc retiene: Vamos, ya 110 sentiré celos «le su indigna conquista; que sobre él su esclava ejerza su poder; 435 huyamos... ¡Mas si el ingrato volviera al buen camino! ¡Si su corazón le inclinara a cumplir su palabra! ¡Si viniera a mis pies a pedirme perdón! iSi tú. Amor, lograras someterle a mi ley! ¡Si quisiera...! No, el ingrato sólo quiere ultrajarme. 440 Peto nos quedaremos para amargar su amor. (Qué peculiar placer estorbarles a ambos! o mejor, forzándole a romper un lazo tan solemne, mostrémosle culpable ante todos los griegos. Contra el hijo ya atraje la cojera de estos; 445 ahora deseo que exijan la muerte de la madre. Que sufra los tormentos que ella me hace sufrir; que él se pierda |xir ella o que la haga morir.

Cl.KONF.

¿Pensáis que unos ojos siempre al borde del llanto busquen competir con vuestra hermosura, 450 y que un corazón abrumado de pena atraiga los suspiros de su perseguidor?

M

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Notad que su tristeza32 no parece aliviada. ¿Por que está su alma hundida en el dolor? Si un amante agrada ¿|xjr qué tanta arrogancia? 455

I IERMÍONE V

iAy! Para mi desgracia, le escuche demasiado3'. No supe envolverme en el misterio del silencio; creía poder sincerarme sin peligro, y, sin mirarle ni una sola vez con rigor, sólo a mi corazón consulté para hablarle. ¿Y quien no hubiera sido como yo, tan sincera y confiada en los sagrados juramentos del amor? ¿Me veía entonces con los mismos ojos tic ahora? ¿Te acuerdas todavía? 'lodo hablaba en su favor: mi familia vengada, los griegos exultantes, nuestros barcos cargados con el botín de* Troya, ' íxirrad'as por fas suyas fas hazañas paternas, su amor que yo creía más ardiente que el mío, mi corazón... tú misma cegada por su gloria-, todos me traicionasteis antes de la traición. Pero, basta, Clconc y sea como sea Pirro, 1 Icrmfonc es sensible, arrogante es Orcstcs. Sabe amar, al menos, incluso sin respuesta; y quizá logre un día verse correspondido. Vamos: que venga, en fin.

GLEONE

Señora, aquí está. 475

I IKRMÍONE , ,

No pensaba ¡ny de mí! que estuviera tari cerca.'

"' Se refiere ÍI Andromnca. •'•' I Icrmfonc, con su pensamiento fijo en Pirro, lio está respondiendo a

Clconc.

460

• 465

470

(95)

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Es(euMJ:j\ lERMÍONii, OlU-ZSTliS, CuiONK

{ IEHMÍONU

¿I le de creer, señor, que algún antiguo afecto aquí os hace buscar a una triste princesa? ¿O he de atribuir tan sólo al deber que cumplís, la amable diligencia con que venís a verme? 480

Oiuisrts

Tan grande es de mi amor la ceguera funesta; vos lo sabéis, señora, y el destino de ürestes es acudir por siempre a adorar vuestro encanto y jurar cada vez no retornar jamás. Sé que vuestras miradas abrirán mis heridas, 485 cada paso hacia vos, otro nuevo perjurio; lo sé y me avergüenzo. Los Dioses son testigos, presentes en la cólera de mi último adiós, que he buscado los sitios en que mi muerte cierta anulara, a la vez, mi vida y mis promesas. 490 Mendigué esa muerte entre pueblos crueles que aplacaban con sangre de hombres a sus dioses: me cerraron su templo1'1; y estos bárbaros pueblos no aceptaron, avaros, mi sangre prodigada. , lin fin, vengo ante vos y me veo reducido 495 a buscar en .vuestros ojos una muerte que me esquiva. Mi desesperación no aguardasíno su indiferencia: les basta con prohibirme un rcsiojle es()erunza; para adelantar'esta muerte que busco sólo han tle repetirme lo que me han dicho siempre. 500 liste es, desde hace un año, mi único cuidado. Señora, jxxléis haceros cargo de esta víctima' que los escitas habrían hurtado a vuestro golpe, si ellos hubieran sido tan crueles como vos.

" Alude atjuí a las aventuras recogidas en la tragedia de liurípidcs lfij>enia en Tuuride. Ingenia era hermana de Oresies.

m

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HKRMÍONU

Callad, señor, no use4is tan funesto lenguaje. Grecia os requiere para empresas más urgentes. <fDe qué habláis al mezclar mi crueldad y los escitas? Pensad en los monarcas que aquí representáis. ¿Su venganza dc|x:ndc de un arrebato vuestro? ¿lis la sangre de Orcstcs la cjue os piden verter? i Res|X)nded de las tareas que se os encargaron.

OtUÍSTIiS

lil rechazo de Pirro es bastante respuesta, señora: me despide; y algún otro poder le convierte en defensor del hijo de I lector.

I IKHMÍONU

ilil infiel!

( )RUS TKS

ASI pues, dispuesto ya a partir, vengo a que decidáis cuál es mi destino. Ya me parece estar oyendo la respuesta que contra mí, en secreto, pronuncia vuestro odio-

HI:KMÍONI;

Así que, siempre injusto y con tristes palabras ¿seguiréis quejándoos tic mi enemistad? ¿Cuál es ese rigor al que siempre aludís? 1 le venido al lipiro donde fui relegada. Mi padre lo ordenó. Mas, ¿quién sal)e si, en secreto, comparto, desde entonces, vuestros sufrimientos? ¿creéis que tan sólo vos sentisteis esas penas? ¿que el Kpiro no ha visto mis lágrimas correr? lin fin, ¿quién os ha dicho que, contra mis deberes, alguna vez, no he deseado |x>dcr veros?

l97l

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ORUSTKS

¡Desear verme! iAh, divina princesa! Decidme, por favor, ¿es a mí a quien habláis? Abrid los ojos: pensad que ante vos'se halla Orcstcs, Orcstcs, objeto de vuestra ira en otro tiempo.

I IF.KMÍONI;

Sí, sois vos, cuyo amor, rendido a mi belleza fue el primero en mostrarme el poder de ese arma; vos, a quien mil virtudes me obligan a estimar; vos, de quien me apiadaba y a quien amar querría.

O R K S T H S " • •••. •_"•,-,

Os comprendo. Al repartir, entregáis a Pirro el corazón, a Orcstcs vuestro aprecio.

I IURMI'ONK

No envidiéis el destino de Pirro. Os odiaría demasiado.

( )llt.ST!-S

Pero me amaríais más. ¡(,on qué ojos tan distintos me veríais! Vos deseáis quererme, mas no puedo agradaros; y, siendo Amor el único que dicta sus leyes, me amaríais, señora, queriéndome odiar. ¡Oh, Dioses! Tanta estima, una amistad tan tierna... ¡Cómo hablarían en mi favor, si pudierais oírme! I loy, sólo vos habláis en favor de Pirro, quizá a pesar vuestro, sin duda a pesar suyo: en definitiva, él os odia; su alma, que ama a otra, no tiene ya...

I IKRMÍONK

¿Quién os ha dicho, señor, que él me [desdeña?

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Sus miradas, sus palabras, ¿os lo han dado a entender? ¿Juzgáis que mi persona inspire tal desprecio, que sean tan fugaces las pasiones que enciende? Quizá otras miradas me son más favorables.

ORESTES

Proseguid: es hermoso que me insultéis así. Cruel ¿de los dos, soy yo acaso el que muestra desprecio? ¿No tienen vuestros ojos pruebas de mi constancia? ¿Soy yo, entonces, testigo de su escaso poder? ¿Los he despreciado? (Ah! ¡cómo desearían ver a mi rival, inmune, como yo, a su poder!

ÍIERMÍONE '

¿Qué me importan, señor, su odio o su ternura? Id contra esc rebelde; armad a toda Grecia. Tracdlc de allí el premio a su rebeldía; en segunda Ilion convertid el üpiro. Id. Después de esto, ¿aún diréis que le amo?

O RUSTES

Señora, haced algo mejor, volved a Grecia. ¿Queréis permanecer aquí como rehén? Venid. Sublevad mil corazones con una mirada. Juntemos nuestros odios en un común ataque.

I IERMÍONE

Mas, señor, ¿y si, entretanto, él dcs¡x>sa a Andróinaca?

ORESTES

¡Oh, señora!

MERMÍONE

¡Pensad en nuestra deshonra si se convierte en el esposo de una frigia!

l99l

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ORESTES

¿Y vos le odiáis? Confesadlo, señora, el amor no es un fuego que se oculta en un alma: todo nos traiciona, la voz, los ojos, el silencio; 575 y las brasas mal extinguidas son las que arden mejor.

HEHMÍONE

Señor, lo veo claro, vuestra alma mal dispuesta destila en mis palabras el veneno que la mata. Siempre en mis argumentos busca algún punto débil y cree que, en mí, el odio es fruto del amor. Tengo, pues, que explicarme: después, vos actuaréis. Sabéis que a estos lugares el deber me condujo; el deber me retiene; y no puedo marchar si Pirro o mi padre no me hacen partir. De ¡jarte de nú padre, id a comunicarle que, enemigo óe Grecia, no puede ser su yerno; obligadle a escoger entre el troyano35 o yo: que piense a cuál de ellos guardar o devolver, en fin, que me arroje de aquí o que os lo entregue. Adiós. Si consiente en ello, estoy presta a seguiros.

flsc»ia}///:j OIU:STHS, solo

ORUSTKS

Sí, sí, me seguiréis, no abriguéis duda alguna: os rcsjxindo desde ahora de su consentimiento. Por otro lado no temo qué Pirro la retenga: . sólo tiene ojos para su amada troyana16, cualquier otro amor le hiere; y quizá hoy 595 sólo busca un pretexto para alejar a I lermíone. Parlamentemos pues: está resuelto. ¡Qué alegría arrebatar al Lípiro tan bello botín! Salva todo lo que queda de Troya y de I lector;

15 Véase nota 30. 10 Alusión a Andrómaca.

580

585

590

[loo]

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guarda a su hijo, su viuda y mil otros que hubiera, <>0Ü Epiro: basta con que 1 lermfonc, recu¡>erada, pierda de vista para siempre tus orillas y a tu prínt'ijx.*. Mas un azar afortunado le conduce hacia aquí. Hablemos. Amor, ciega sus ojos para tanta Ixrlkva "•

EscenaJV: , PIRRO, ORIÍSTKS, IÚNIX

PIRRO

Üs buscaba, señor. Una reacción violenta <»<*•> me ha hecho combatir lo fundado tic vuestras razones, lo confieso; y, desde el momento en que os dejé, he advertido su fuerza y reconocido su equidad. Como vos, he jx-nsado que me estaba enlrentando a mi padre, a Grecia, en suma, a mí mismo; 610 resucitando a Troya hacía baldíos los esfuerzos de Aquiles y mis propios esfuerzos. No he de condenar una cólera justa, y se os va a entregar, señor, a vuestra víctima.

ORKSTKS

Señor, con esa decisión prudente y rigurosa, » I ^ pagáis la paz ai precio de una sangre inocente.

PlUHO

Sí, jx.ro quiero,.señor, asegurarla más aún. I Icrnuonc es la prenda de una eterna paz. La des¡Kjsi>. Parece que tan dulce CSJK-CIaculo aguardaba tan sólo un testigo cual vos. (>¿0 Representáis a la patria de la princesa y a su padre, ya que en vos, Menelao ve el retrato de su hermano3", Vedla pues. Id. Decidle que mañana es|x.ro recibir de vuestra mano, con la paz, su corazón.

" La ele I Icrmtunc. " Véusc nota IB.

( . o . )

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i Ah, Dioses!

O R F . S T E S

Escenh V:;PIRRO, FÉNIX

PIRRO

Bien, I cnix, ees ahora el amor mi dueño? 625 c'Tus ojos, todavía, niegan reconocerme?

F'F.NIX

Ahora os reconozco, señor, y esa justa cólera, además tic a los griegos, os devuelve a vos mismo. Ya no sois el juguete de una pasión servil, sois Pirro, sois el hijo y el rival de Aquites, i)30 a quien la gloria, al Pin,dicta, otra vez, sus leyes; que triunfa sobre Troya una segunda vez.

PIRRO

Di mejor que mi victoria comienza hoy. Desde hoy solamente disfruto de mi gloria; y mi corazón, lan orgulloso ahora como antes sumiso, 635 al vencer al amor, cree lograr mil victorias. Considera, Fénix, los trastornos que evito, que cúmulo de males trac consigo el amor, los amigos, los deberes que iba a sacrificar, los peligros... ¡Una mirada y lo olvidaba todo! 640 Todos los griegos conjurados se unían contra un rebelde. Me sentía feliz perdiéndome por ella.

FV.NIX

Sí, bendigo, señor, la o|x>rtuna crueldad que os hace...

PIRRO

Tú has visto cómo me ha tratado. Yo creía, al ver conmovida su ternura, 645

|.ozJ

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que, |x>r su Hijo, se entregaría inerme: iba a ver el resultado de aquellos abrazos-"; encontré sólo llantos y arrebatos convulsos. Su desgracia la agria y, cada vez más hosca, cien veces ha pronunciado el nombre de Héctor. 650 Un vano le ofrecía socorrer a su hijo: «Es I lector, decía ella mientras le abrazaba; son sus ojos, su boca, y ya su valentía; es el mismo, eres tú, esposo mío, a quien abrazo.» ¿Que es lo que piensa? ¿Realmente espera 655 que le deje a esc hijo en quien ama a su padre?

l-'ÚNtx

Sin duda, os reservaba esc premio la ingrata. Mas dejadla, señor.

PIRRO

Yo se que la sostiene: su beldad le da fuerzas; a pesar de mi cólera, la orgullosn espera que me rinda a sus pies. 660 I-a veré yo a los míos, Fénix, serenamente. Es la viuda de 1 lector y yo el hijo de Aquilcs, I lay demasiado odio entre Andrómaca y Pirro.

FÉNIX

Comenzad pues-, señor, IIQ hallándome de ella. Id a ver a I lermíonc; contento de agradarle, 665 olvidad a sus pies incluso vuestra cólera. I'redis|-K>tu'dla vos mismo al himeneo: ¿es lógico confiar para ello en un rival?40. I.a ama demasiado.-.

'"' Son los abramos prodigados a su hijo por Androm.icü, con permiso de Cirro.

4" Alude a (Vestes.

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PIRRO

¿Crees que si la desposo, en elfondo de su alma tendrá celos Andrómaca? 670

'FÉNIX

-¡Cuino! ¿Siempre ha de estar Andrómaca en vuestro [pensamiento?

¿Qué os importan ¡oh, Dioses! su júbilo o^lespecho? ¿Qué hechizo, a pesar vuestro, os atrae hacia ella?

PIRRO

No, no he espresado bien lo tjue debe decírsele: Mi cólera, a sus ojos, no muestro por entero; 675 ignora hasta qué punto ahora soy su enemigo. Volvamos. Quiero desafiarla cara a cara, y dar rienda suelta a mi odio. Ven, Fénix, venís humillado su atractivo. Vamos.

.'! FÉNIX

Id, señor, a rendiros a sus pies; 68ü id a jurarle que vuestra alma la adora; dad ocasión así a nuevos desprecios.

PIRRO • • > • - • »

Ya veo que piensas que, dispuesto a excusarla, mi corazón vuela a su lado en busca de sosiego.

FÉNIX

La amáis; eso es todo.

PIRRO

¿Amarla yo? ¿A una ingrata 685 que más me odia, cuanto más la amo? Sin familia ni amigos, sin más sostén que el mío; puedo dar muerte a su hijo, quizá debo hacerlo:

Jio4]

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una extranjera... ¿qué digo? una esclava en fipiro, le entrego a su hijo, mi alma, mi iui|x:rio; 6'X) ¿y no ocu|x> en su (x*rfido corazón más lugar que el de su verdugo? No, no, lo he jurado, inexorable es mi venganza; es preciso justificar su odio ele una vez. Abandono a su hijo. ¡Cuánto llanto derramará! <W¿ Lvn su dolor ¡qué infames apelativos va a aplicarme! iQué espectáculo va a contemplar hoy!"". Morirá |X)r ello, I enix, y yo seré la causa: es como hundirle yo mismo un puñal en el seno.

l'tíNIX

<Y por qué, entonces, revelar el projxisiu)? 700 cNo os dejabais guiar antes por la debilidad?

PlHHO

Te comprendo. Perdona un resto de ternura. ¿Temes la blandura con que luche mi cólera? lis el destello último de un amor que se apaga. Vamos. Seguiré en lodo tus consejos, l'énix. 70 :> ¿I le de entregar a su hijo? ¿Ocho ver a I lermíonc?

l'lÍNIX

Si, valla, señor; y, con sumisos votos, promcicdle.....

PIHHO

Cumplamos todo lo prometido.

•" Se itM* tic til ejecución tic su hijo.

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ACTO III

f:scc)i(^l:¡ ORI;,S-IT.S, PÍI.ADKS

PÍI.AOKS

Moderad, señor, esc furor extremo. Os desconozco; no parecéis vos mismo. Permitid...

ORESTKS

No, tus consejos ya no son oportunos Píladcs, estoy cansado de atender a razones. Arrastre mucho tiempo mi vida y mi suplicio. Tengo que llevármela, o, si no, perecer; la decisión está tomada, debo llevarla a cabo. Sí, así lo quiero.

PÍLADKS

Pues bien, hay que raptarla'2; Consiento en ello. Mas mirad dónde esfius. ¿Que pensarán de vos, al ver lo que hacéis? Disimulad: calmad esc inquieto arrebato; haced que vuestros ojos guarden el secreto, lista guardia, esta corte, el aire que respiráis.

" AKKIC a I Icrmfonr.

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todo pertenece a Pirro, y especialmente HJermíone. Ocultad, sobre todo, a sus ojos, la cólera. ¡Oh, Dioses! en tal estado, c'para qué la buscabais?

ORESTES

¿Qué sé yo? ¿Era entonces dueño de mf mismo? 725 El furor me cegaba, y venía, quizá, a amenazar a un tiempo a la ingrata y su amante.

PÍLADES

¿Cuál habría sido el fruto de tal arrebato?

ORESTES

¿Y qué alma, dime, no habría cnloquccitSo • -. • _ |x)r el golpe que acaba de sufrir mi.razón? 730 Mañana, según dice, desposa a I-Icrmfonc; quiete, para honrarme, que mi mano la entregue. ¡Ah, esta mano, más bien, en la sangre del bárbaro...!'".

PÍLADES

I .o acusáis, señor, de vuestra triste fortuna. Sin embargo, torturado por sus propios designios, 735 quizá es tan digno de piedad como vos.

ORESTES

No, no; lo conozco, le complace mi desesperación: sin mí, sin mi amor, desdeñaba a 1 Icrmfonc; su encanto, hasta ahora, no pudo conmoverlo: el cruel la acepta sólo para arrebatármela. 740 ¡Ah! ¡Dioses! lo había conseguido. I Icrmfonc, convencida, para siempre iba"a alejarse de la vista de Pirro. Su corazón, confuso entre amor y despecho, para ser mío sólo esperaba su rechazo; se abrían sus ojos, Píladcs, escuchaba a Orestes, 745 le hablaba, se apiadaba. Una palabra hubiera hecho el resto.

41 Pirro es un Mrliaro, un extranjero a los ojos de los griegos.

I'07|

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¿IJO creéis?

PlLADES

O RESTES

¡(lomo! Usa cólera encendida contra un ingrato...

Pít.ADES

Nunca fue más amado. Pensáis, aun cuando Pirro os la hubiera entrega'0» que un pretexto o¡)oriuno no la habr/a retenida? ¿Me creeréis al fin? I lastiado de sus encantos engañosos, en lugar de raptarla, huid de ella para siempre. ¿Qué? Vuestro amor se haría cargo de una furia que os detestará, que, roda vuestra'vida, lamentando un himeneo siempre Frágil, querrá... , . . • . . . .

i . • - i -

ORESTES

lis esa la razón por la que me la llevo. Todo le sonreiría, Pílades;.y yo, en el reparto, ¿sólo he de recibir una rabia impotente? . ¿Irme lejos de ella a olvidarla otra vez? No, no, quiero asociarla a, mis tormentos. Ya genií solo mucho íieiiipo. Estoy cansado de infundir

(piedad;

pretendo que, a mi vez, la implacable me temai y que sus ojos crueles, a llorar condenados, me apliquen las palabras con las que los maldije.

PÍLADES

Ese será el logro de vuestra embajada: . Orestes, iun raptor!

ORESTES

;.. . ¿Y qué importa, Pílades?

(io8j

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¿Si dirruían de mi celo los lisiados vengados M, la ingrata, de mi llanto, disfrutará menos? ¿De qué puede servirme que Grecia me admire, siendo el hazmerreír de todo el lipiro? 770 ¿Que* quieres? Mas, a decir verdad, mi inocencia, al fin, comienza a pesarme. No sé por qué, de siempre, un injusto |xxler deja el crimen en paz y acosa a la inocencia. Si poso mi mirada en cualquier momento de mi vida, 775 no veo más que desgracias, de que culjx) a los dioses. Merezcamos su cólera, demos base a su odio, y que el fruto del crimen preceda a su castigo. Pero tú ¿por qué error quieres siempre hacia tí ' desviar una cólera que sólo a mí me acecha? 780 Ya destle hace tiempo mi amistad te abruma; evita a un desdichado, abandona a un culpable. Querido Pílades, créeme, tu piedad te extravía. Déjame unos ¡>eligros que sólo a mí conciernen. Lleva a Grecia a ese niño que Pirro me entrega. 785 Vete.

PÍLAOIiS

Vamos, señor, raptemos a I lermíbne. Un corazón vállenle arrosira los peligros. ¿Qué no ¡xxlrá la amistad guiada por el amor? Vamos.a enardecer el celo de los griegos. I .os barcos están prestos y el viento nos reclama. 790 Conozco los.recovecos oscuros del palacio, ya veis que el mar viene a batir sus muros; y, fácilmente, esta noche, un secreto camino hasta vuestro navio llevará el Ixuín.

ÜHliSTtiS

Abuso, caro amigo, de tu extrema amistad; • ' < 795 mas perdona este mal del que sólo tú te apiadas;

H tin esc Hiuiüciuu, con el nombre de Grecia se designaba a un conjuntó'de estados.

[109)

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excusa a un triste que pierde cuanto ha amado, a quienes todos odian y que se odia a sí mismo. Siento no jxxler, a mi vez, con mejor suerte...

PÍE A DES

Disimulad, señor; es todo lo que os pido. 800 Que vuestro propósito no se descubra hasta el final: olvidad hasta entonces que I lermíonc es ingrata; olvidad vuestro amor. La veo aproximarse.

ORESTES

Vete. Respóndeme de ella, yo respondo de mí.

liscem //:) I IERMÍONE, ORESTES, CEEONE

ORESTES

Pues bien, mis esfuerzos os han devuelto vuestra [conquista; 805

he visto a Pirro, señora, y vuestro himeneo se prepara.

I IERMÍONE

liso dicen; y, además, acaban de asegurarme que sólo me buscabais para comunicármelo.

ORESTES

¿Y vuestra alma rio se rebela ahora contra esos propósitos?

I IERMÍONE

¿Quien hubiera creído que Pirro fuera fiel? ¿Que su amor tardara tanto en manifestarse? ¿Que volvería a mí, cuando iba a abandonarle? Deseo creer con vos que le amedrenta Grecia, que atiende a su interés más que a sus sentimientos, que era más absoluto mi poder sobre vos.

810

815

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ORESTES

No, señora, os ama y yo ya no lo dudo. ¿No logran vuestros ojos todo lo que desean? Y vos, sin duda, queríais serle agradable.

FIERMÍONE

Mas ¿que puedo hacer yo? Han dado mi palabra: ¿le arrebatare un don que yo no le he otorgado? Fl amor no decide la suerte de los príncipes: tan sólo la gloria de obedecer nos dejan. Sin embargo partía; ello os habrá" indicado cuanto por vos cedía en lo que es mi deber.

ORES/ÍES

¡Ah! bien sabíais, cruel... Mas, señora, cada uno, a su gusto, dispone de su alma,' la vuestra os pertenecía. Yo confiaba. Un fin, habéis podido darla, sin robarme a mí nada. No os acuso a vos, acuso a la Fortuna. Mas ¿por qué cansaros con importunas quejas? Tal es vuestro deber, lo confieso; y el mío es el de excusaros de tan triste entrevista.

Escena{l!lh] IERMÍONE, CEEONE

HERMÍONE

desperabas, Clconc, cólera tan discreta?

CLEONE

Fl dolor no expresado es también más funesto. Fe compadezco, puesto que él mismo pronuncia su

[condena y el golpe que le pierde, lo ha asestado su mano. Contad desde cuándo se prepara el himeneo: él ha hablado, señora, y l'irro se decide. . \

| n . |

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HEKMIONE

¿Crees a Pirro medroso? ¿Y qué podría temer? ¿A pueblos que, dk* artos, huyeron ante I lector; 840 que cien veces, asustados por la ausencia de Aquiles, en sus barcos en llamas buscaron un refugio, a los que aún veríahios, sin la ayuda de Pirro, clamando por 1 lelena a los troyanos invictos? No, Cteone, no es el enemigo de sí mismo4*: 845 quiere hacer lo que hace; y si me desposares que me ama. Que Orestes me culpe de sus JAIVAS si le place: ¿Sólo sobre sin llantos hemos ele conversar? Pirro vuelve a nos. Pues bien, Cleone querida, ¿imaginas la emoción de la dichosa l lermt'oue? 850 ¿Sabes quién es Pirro? ¿Has hecho que te cuenten sus innumerables h.v/añas...? Mas, ¿quién |xx)ría contarlas? Intrépido y siempre llevando la victoria tras sí, encantador, fiel, en fin, nada falta a su gloria. Piensa...

CLEONE

Disimulad; vuestra rival deshecha en llanto 855 acude, sin duda, a poner su dolor a vuestros pies.

J JERMÍONE

IDioscs! ¿No puedo entregarme jx>r completo a mi alegría? Salgamos: ¿qué podría decirle?

EsttfUiÚVh ANDRÓMACA, HURMIONH,

CuiONE, CíitlSA

ANDRÓMACA

¿Adonde huís, señora? ¿No os parece un dulce espectáculo, el ver

45 Aluilc a Pirco.

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a la viuda de I lector, gimientc y de rodillas ante vos? 860 No acudo aquí, con lagrimas celosas, a envidiaros un corazón rendido a vuescros encantos. Por una mano cruel vi traspasado el único al i|ue quise dirigir mis miradas. Mi pasión |>or I lector, antaño se encendió; Jjtó hoy se halla enterrada con él en la tumba. Pero me queda un hijo. Algún día sabréis, señora, hasta dónde llega el amor |>or un hijo; |>ero no sentiréis, al menos lo deseo, la turbación mortal que inspira su interés, 870 cuando ile tantos bienes que eran nuestra alegría, sólo nos queda él y pretenden quitárnoslo. Pues bien, cuantió cansados tle diez terribles años, los troyanos, coléricos, amenazaban a vuestra madre, yo su|)c conseguirle la ayuda de mi I lector. 975 Vos jxxléis sobre Pirro, lo que pude sobre él. ¿Qui' .se svmc ik' us> niño «m- k> ¡xi ¿x'SjJlúJb UM\I>?

Peí muidme esconderlo en alguna isla desierta. Se puede confiar en la ansiedad tle su madre: mi hijo, a mi lado, sólo aprenderá a llorar. 880

HiiHMÍONi:

Comprendo vuestro dolor; |>cro un deber austero. cuantío mi padre ha hablado, me obliga a mí a callar. 1,-ls él.quien incita la cólera tle Pirro. Si a éste hay que doblegarle, ¿quién mejor que vo;;? Vuestros ojos reinaron en su alma largo tiemjx), 885 haced que se pronuncie, señora: tlaré mi aprobación.

lisiená, K} ANORÓMACA, CHUSA v _ - • • . . . •

ANORÓMACA

¡Qué desprecio, la cruel, añade a su rechazo!

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CF.FISA •

Yo escucharía sus consejos y vería a Pirro. Una mirada vuestra confundiría a Hcrmíonc y a Grecia. Pero el mismo viene en vuestra busca.

RscciKiiVfs PIRRO, ANDRÓMACA, FÉNIX, CFFISA

PIRRO, (a PÉNIX) '

' ' ¿Dónde está la princesa?-*6. 890 ¿No me habías dicho que se encontraba aquí?

I-'I'.NIX

Uso creía.

ANDRÓMACA (O CF.FISA)

¡Ya ves el poder de mis miradas!

PIRRO

¿Que dice, Fénix?

ANDRÓMACA

¡Ay! ¡Todo me abandona!

pKNIX

Vamos, señor, vayamos en |x>s de 1 Icrmíone.

CF.FISA

¿A que esperáis? Romped ese silencio obstinado. 895

ANDRÓMACA

i la prometido darles a mi hijo.

•"• Se refiere a I Icrmíone. I'ingc no ver a Andrómaca, atm cuando esta" pen­diente tic ella.

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CEFISA

No lo ha hecho.

ANDRÓMACA

No, no, en vano lloro. Su muerte esta* decidida.

PIRRO

¿Se digna, al menos, dirigirnos una mirada? ¡Qué orgullo! • ;

ANDRÓMACA

No hago sino irritarle más. Salgamos ¡ • . (,

PIRRO

Vayamos a entregar a los 'griegos al hijo de [H&toi"" 900

ANDRÓMACA

¡Oh, señor, deteneos! ¿Qué pretendíais hacer? ¡Si entregáis al hijo, entregad a su madre! ¡I la poco me jurabais tanto afecto! ¡Dioses!, ¿no podría moveros a compasión al menos? ¿Me habéis condenado sin esperanza de perdón? 905

PIRRO

Fénix os lo dirá, he dado mi palabra.

ANDRÓMACA

¡VOS que |x>r mí arrostrabais tantos peligros!

PIRRO

Estaba ciego entonces; mis ojos se han abierto. .

" Pirro hahla en voz muy aíta, para provocar la reacción tic Anetrómaca.

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Vuestros deseos pudieron obtener su gracia; pero ni siquiera me la habéis pedido. 910 Ahora es tarde.

ANDRÓMACA

ÍAh, señor!, bien comprendíais unos suspiros que temían verse rechazados. Perdonad al honor de un ilustre linaje ese resto tic orgullo que se cree importuno. No lo ignoráis, señor, sólo ante vos, Andrómaca, 91S estuvo, de rodillas, a los pies de un Rey.

PIRRO

No, vos me odiáis, y en el fondo del alma, receláis ser deudora, en algo, de mi amor. Use niño, incluso, ese hijo al que adoráis, de haberlo yo salvado, sería menos amado. 92U lil odio, el desprecio, se aunan.en contra mía: me aborrecéis más que todo el pueblo griego. Disfrutad, a placer, de tan noble aversión. Vamos, Fénix...

ANDRÓMACA

Vayamos a reunimos con mí esposo.

CENSA

Señora...

ANDRÓMACA (a CEI;ISA)

¿Qué más quieres que diga? 925 Causó todos mis males, ¿tú crees que él los ignora?

(A PIRRO)

Señor, ved el estado a que me reducís. Vi morir a mi padre y arder nuestras murallas; vi segada la vida de toda mi familia,

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Andrói/iaca, Grabado de Chaveau para la edición de Obras de 1676.

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y a mi esposo, sangrante, arrastrado entre el polvo; 930 su hijo me queda sólo, para siempre cautivo. Mas, ¿que no puede un hijo? Acepto ser esclava'", y hago más: a veces, me consuelo pensando que el azar me condujo en exilio hasta aquí', que el hijo de cien reyes, afortunado en su desgracia, 935 siendo esclavo lo era bajo vuestro poder: creí que su prisión sería su refugio. lin otro tiempo a Príamo, lo respetó AquilesJ>). De su hijo esperaba mayor Ijondad aún. ¡Perdona, I lector querido, por mi credulidad! 940 No creí a tu enemigo capaz de tan gran crimen; n pesar de sí mismo, lo imaginé magnánimo. iSi lo fuera, al menos, para enterrarnos juntos en la tumba en que hice sepultar tus cenizas, y dando fin, así, a su odio y nuestras penas, 945 no separara nunca dcsjxTJos tan queridos!

PIRRO

Tcnix, ve y aguarda.

/J/rffM\]///.] PIRRO, ANORÓMACA, CEMSA

PIRRO (Continúa.)

Señora, deteneos. Aún puedo devolveros esc hijo al que lloráis. Sí, siento, con pesar, que, al provocar tal llanto, lo que hago es proveeros de otra arma contra mí: 950 creía traer conmigo más odio a eslos lugares. Mas, señora, al menos, volved a mí los ojos. Ved si son mis miradas las de un juez severo,

111 Véase nota 20. M At|uilcs, una vez muerto I lector, concedió una tregua a los troyanos, luc

a ruegos de l'rfamo, para que este pudiera recoger el cadáver de su hijo, que, en­ganchado al carro de Aquilcs, liahfa sido arrastrado en torno a las murallas de-Troya.

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si son de un enemigo que intenta disgustaros. ¿Por que forzáis vos misma el que os haga traición? 955 Invoco a vuestro hijo para dejar de odiarnos. Soy yo quien os invita a tratar de salvarle. íDcIx), con mis suspiros, suplicar por su vida? ¿Debo, en su favor, postrarme a vuestras plantas? Por última vez, salvadlo, salvadnos. 960 Se de que juramento rompo, por vos, los lazos, y cómo, contra mí, estallarán los odios. Devuelvo a 1 lermíone y pongo en sus sienes, en vez de mi corona, una eterna afrenta. ()s conduzco al templo, que era el de su himeneo; 965 os ciño la diadema que iba a lucir su frente. No podéis ya, señora, desdeñar esta oferta; os lo digo: es preciso perecer o reinar. Mi corazón, desesperado por un año'de rechazos, no puede ya sufrir la incertidumbre de su suerte. 970 Demasiado tiempo temí, amenacé y gemí. Si os pierdo, muero: |iero muero si espero. Pensadlo: ahora os dejo y vendré a recobraros, para acudir al templo donde aguarda esc hijo; y allí podréis verme, sumiso o furibundo, 975 coronaros, señora, o darle muerte a el.

. Pjceii(i[V[ll;J ANDRÓMACA, CEFISA

CEFISA

()s había predicho que, a despecho de Grecia, aún está en vuestras manos decidir el destino.

ANDRÓMACA

iAh, qué consecuencias siguen a tus palabras! (Que por mi culpa fuera condenado mi hijo! 980

CUFISA

Señora, es excederos en ser fiel a un esposo:

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demasiada virtud podría haceros culpable. Él mismo inclinaría vuestra alma a la dulzura.

ANDRÓMACA

iCómo! ¿Debe Pirro suceder a Héctor?

CEIISA

I .o requiere su hijo, que Grecia os arrebata. 985 ¿Pensáis que enlace tal avergüence a sus manes?50. ¿Que él desprecie, señora, a un rey victorioso que os rcjxjne en el rango de vuestros ancestros, que |X)r vos humilla a vuestros airados vencedores, que ni recuerda ya que Aquiles fue su padre, 990 desmiente sus hazañas y las hace inútiles?

ANDRÓMACA

¿Si él ya no las recuerda, debo yo olvidarlas? '¿Debo olvidar a I lector sin honras funerales, arrastrados sus restos en torno a las murallas?*'. ¿Olvidaré a Príamo, derribado a mis pies, 995 asiéndose a un altar manchado con su sangre? Piensa, piensa, Cefisa, en esa noche cruel que, para todo un pueblo, fue una eterna noche. Imagina a Pirro, cuiitclleantcs los ojos, entrando al resplandor del palacio en llamas, 1000 apartando, al pasar, los cuerpos de mis hermanos, atentando la matanza, chorreante tic sangre; recuerda los gritos de los vencedores, los de los moribundos, abrasados por el fuego, atravesados por las espadas. Contempla a Andrómaca perdida en medio del horror; 1005 así es cómo Pirro apareció a mi vista; con esas hazañas acertó a coronarse; ese es el esposo que tú me quieres dar. No, no seré jamás cómplice de sus crímenes;

w Son las almas de los antepasados muertos. *' Víase nota 49.

[120]

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cjuc seamos, si quiete, sus víctimas postreras. IIMÜ Mis resentimientos iodos, asi sojuzgaría.

CliflSA

iBien! Veamos, pues, expirar a vuestro hijo. Sólo faltáis vos... Mas ¡estáis temblando!

ANDRÓMACA

lAh! ¡Con que' recuerdo ine hieres el alma! ¡Cómo! Ccf¡sa, ¿veré expirar también IUI5 a ese hijo, mi única alegría y la imagen de I léctof? ilil me dejó ese hijo como prenda de amor! ¡Ay!, recuerdo aquel día, en que su valor le hizo buscar a Aquiles, mejor dicho, a la muerta; preguntó por su hijo y lo tomó en sus brazos: I02Ü «Cara es|>osa, me dijo, enjugando mis lágrimas, JUO sé Jo 1,111c.. en la lucha, me reserva el destino, te dejo a mi hijo en premia de mi fe: si me pierde, pretendo que me recobre en li. Si guardas el recuerdo de un feliz himeneo, (025 muestra al hijo lo mucho que amabas a su pudre.» ¡Y lie tic ver derramar sangre tan preciosa! ¡Dejaré |x;rccer con él a sus ancestros! Bárbaro rey, ¿mi culpa, ha de arrastrarle conmigo? Si te alxjrrezco, ¿es él culpable de mi odio? |(J3Ü c'l'e ha reprochado é| la muerte de los suyos? ¿Te ha presentado quejas de males que no advierte?52. Sin embargo, hijo mío, mueres si no detengo esa espada que pende, cruel, sobre tu cabeza. De ti puedo apartarla, ¿y he de entregarte a ella? 1035 No, tú no morirás, no puedo so|x>rtario. Vayamos al encuentro de Pino. Mas no, mi fiel Ceíisa, ve tú misma en su busca.

Sí l'of sus pocos artos.

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CKI-ISA

¿Que he de decirle?

ANDRÓMACA

D'rlc que el amor por mi hijo es tan fuerte... ¿Crees que en el fondo de su corazón ha jurado

(matarlo? 1040 ¿Puede el amor llevar su barbarie tan lejos?

CurtsA

Señora, pronto va a estar de vuelta enfurecido.

ANDRÓMACA

Pues bien, ve a confirmarle...

CKI ISA

¿Hl qué? ¿Vuestra palabra?

ANDRÓMACA

iAv! ¿I 'S aún mía para que pueda darla? i( )h, cenizas de mi esposo! iTroyanos! ¡Padre mío! 1045 ¡Oh, hijo mío!, ¡que precio paj>n tu madre por tu vida! Vamos.

GUISA

¿Dónde |x>r fin, señora? ¿y qué habéis decidido?

ANORÓMAC.A

Vamos a consultar a mi cs|X)so en su tumba.

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ACTO |V

Escena íl ANDRÓMACA, CEFISA

CKI-ISA

iAh!, no lo dudo ya, es vuestro esposo, señora, Íes I lector quien obra ese milagro en vuestra alma! 1050 Quiere que Troya pueda aún alzarse de sus ruinas con esc bendito hijo que os Hace conservar. Pirro os lo prometió. Acabáis de oírle, señora, sólo esperaba una palabra para devolvéroslo. Creed en sus promesas: padre, cetro, aliados, 1055 todo lo pone a vuestros pies a cambio de vuestro corazón. De el, de su pueblo todo, os hace soberana. ¿Un vencedor así merece tanto odio? Lleno de noble ira ya, en contra de los griegos, como a vos misma le importa la suerte de vuestro hijo: 1060 previendo el furor de aquellos, le cede su guardia personal: por no cx|K>ncrle, él mismo se aventura. Mas todo se dispone en el templo; y habéis dado palabra.

ANDRÓMACA

Sí, allí estaré. Mas vayamos a ver a mi hijo.

CEFISA

Señora, ¿que prisa hay? Basta con que, en adelante, 1065 nunca ma's se os prohiba poder verlo.

[ • * J |

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Pronto podréis prodigarle vuestros cuidados y tenerle en vuestros brazos el tiempo que deseéis. ¡Qué placer educar y ver crecer a un niño, no ya como un esclavo criado por s.u dueño, IU7U sino como alguien en quien renacen tantos reyes!

ANORÓMACA

Cefisa, vayamos a verle por última vez.

CUIÍSA

¿Qué decís? iOh, Dioses!

ANORÓMACA

iÜh querida Cefisa! Contigo, mi coiazdn no necesita fingir: me has mostrado tu fidelidad en mi desgracia; 1075 mas, en cuanto a mí, creí que me conocías mejor. éPues qué? él las pensado que Andrómaca, infiel, traicionaría a un esposo que cree vivir en ella, y que, reavivando el dolor de tantos muertos, la preocupación por mi reposo, llegara a turbar el suyo? 1080 ¿Sería ese el amor prometido a sus restos? Mas su hijo iba a perecer, había que salvarlo. P¡rror al des[x>sarme, se compromete a apovarji"» esü basta: me avengo a dejarlo en sus ntanos. ' Sé tomo es Pirro. Violento, pero sincero. 1085 Cefisa, liará más de lo que prometió. También cuento con la enorme ira de los griegos: su odio va a dar un padre al hijo de I lector. Puesto que es necesario que haga tal sacrificio, voy a entregar a Pirro el resto de mi vida. 109U Voy pues, al recibir su fe en los altares, a unirle a mi hijo con inmortales lazos. Mas, de inmediato, mi mano, sólo funesta para mí, abreviará lo que resta de una vida infiel, y, salvando mi honor, cumpliré lo que debo 1095

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a Pirróla mi.hijo^amii esjxiso y a mí. I te ahí la inocente estratagema de mi amor: eso es lo que mi esposo mismo me ha ordenado. Iré sola a reunirme con I lécior y mis antepasado^. Ccbsa, a ti te toca el cerrarme los ojos.

iAh!, no pretendáis que pueda sobrevivir...

ANDHÓMACA

No, no, te prohílxí, Ccfisa, cjuc me sigas, lin tus manos confío mi único tesoro: Si vivías para mí, vive para mi hijo. Única depositaría de la esperanza de Troya, piensa para cuántos reyes te haces necesaria. Vela |xjique Pirro mantenga sus promesas: si es preciso, consiento que se le hable de mi. Invoca el himeneo al que me vi obligada;, di que, antes de morir, estuve a él prometida, ¡que sus resentimientos delx.n ser olvidados!, t|tie el dejarle a mi hijo, prueba lo que le estimo. I laz que mi hijo conozca los héroes de su raza; |x>n todo tu interés en que siga sus huellas: cuéntale las hazañas que ilustraron sus nombres, rebere lo que hicieron, mejor que lo que han sidu-háblate cada día de Jas virtudes paternas y alguna vez, también, háblate de su madre. Mero que nunca piense, í.efisa, en vengarnos: Pirro es su protector,.tjelx; respetarle. ()ue recuerde con modestia a sus antepasados:

V. I

es de la sangre de I lécior, ma,s es la última gota; y |x>r esa gota, en lin, yo misma, en un día, sacrifiqué mi sangre, mi odio y mi amor.

( h i ISA

i A y!

!»'»!

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ANDRÓMACA

No me sigas si tu corazón, alterado, 1125 prevé que no podrá evitar las lágrimas. Vienen. Oculta tu llanto, Ccfisa; y recuerda que la suerte de Andrómaca se te ha confiado. Bs Hcrmíone. Vamos, huyamos de su furia.

Escená\¡1: JIERMÍONE, CEEONE

CEEONE

Señora, vuestro silencio no deja de asombrarme. Calláis, señora; íes que esc cruel desprecio no ha provocado la (ncnor agitación en vuestro ánimo? ¿Soportáis mansamente un ataque tan rudo, vos que os esc remecíais al sólo nombre <)c Andrómaca? ¿Vos que no podíais sufrir sin desespero que Pirro se dignara dirigirle una mirada? La desposa, le da, con su corona, . la palabra que acabáis de recibir vos misma, y aun así, vuestros labios, mudos ante el insulto, ¿no se dignan abrirse para quejarse de el? iAh, cómo temo, señora, tan funesta calma! y cuánto más valdría...

IIERMÍONE

¿I las llamado a Orcsfcs?

CEEONE

Viene, señora, viene; bien podíais pensar que pronto acudiría a inclinarse ante vos, presto a servir siempre sin esperar recompensa: ] 145 vuestros ojos saben el poder que ejercen sobre él. Mas aquí llega.

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1135

1140

M!

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Escena ///.- DRESTES, HERMÍONE, C£EONE

ORESTES

iAh, señora! ¿Por una vez es cierto que, al buscaros, Orestes cumple vuestros deseos?. ¿No he sido engañado por una falsa esperanza? ¿Realmente requeríais mi presencia? \ 150 He de creer que vuestros ojos, cediendo al fin, quieren...

HERMÍONE

Quiero saber si me amáis, señor.

ORESTES

¿Si os amo? ¡Oh, Dioses! mis juramentos, mis perjurios, mi hukh, mi relomo, mis homenajes, mis in'fums, mi desesperación, mis ojos siempre ahogados en llanto, 1155 ¿quién será mi testigo si a ellos no los creéis?

HERMÍONE

Vengadmc, lo creo todo.

ORESTES

Pues bien, vamos, señora: pongamos otra vez a Grecia en pie de guerra. Tomemos, al servirnos de mi brazo y vuestro nombre, vos, el lugar de 1 Iclcna, y yo, el de Agamenón3-1; 1160 reproduzcamos aquí las miserias de Troya, que se hable de nosotros como de nuestros padres. Partamos, estoy presto.

HERMÍONE

Quedémonos, señor

M A pesar de que Mcnclao fue quien sufrió la afrenta ríe que e| (royarlo Caris raptara a su esposa, quien acaudilló a los griegos fue Agarficnón, su hermano, tlcHido a su mayor prestigio.

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No quiero llevar conmigo tales afrentas. «¡Pensáis que coronando la insolencia de mis enemigos, f 165 voy a esperar en otra parte una lenta venganza? 1Y confiarlo todo a la suerte de un combate, que, quizá, al final, no me vengaría! Quiero que al marchar yo, todo el Epiro llore. Pero, si me vengáis, hacedlo en una hora. 1170 Veo una negativa en cualquier dilación. Corred al templo. Hay que inmolar...

OttESTIiS

<A quién?

HERMÍONE

AJPJ«Q~

ORESTES

¿A Pirro, señora?

HERMI'ONE *

<Y bien? ¿Vacila vuestro odio? ¡Ah! corred y cuidad no cambie de opinión. No aleguéis derechos que deseo olv ¡dar, 1175 no os toca a vos justificíjrle.

• • • • • • •. • ; O R E S T E S

cüxcusarle yo? Vuestras bondades, señora, han grabado profundamente sus culpas en mi alma. Vcnguémonos, de acuerdo, pero de otra manera: seamos sus adversarios y no sus asesinos; 1180 busquemos su ruina en una justa conquista. Como respuesta a los griegos che de llevarles su cabeza? «¡Acaso represento el interés del estado, sólo para cumplir mi deber asesinando? Un nombre de los Dioses, conseguitl que hable Grecia. 1185 y que muera abrumado por el odio del pueblo. Recordad que reina y una testa coronada...

M I

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1 ItiKMÍONU

Vo le lie condenado. ¿No os basta? ¿No os basta que mi honor ultrajado reclame tina víctima ajui; sol;^( rendada? 1191) ¿que I lermíunc es el precio de un tirano inmolado? ¿que le oilio?, en fin, señor, ¿que antes le amaba? No lo oculto: el ingíalo SUJXJ agradarme, . • ¡ ¡xirijue así lo ordenara mi amor, o bien mi padre, no importa; mas, en fin, pensad lo que queráis. 1 1 % Contra mis deseos, señor, frustrados con vergüenza, pese al justo horror que me inspira su crimen, mientras viva, señor, teuied tjueje |>erd,Qne; dudad hasta que mucra.de mi ira inconstante: si no muere hoy, tal vez le ame mañana. 120U

i •

OlltSTKS

Pues bien, hay que perderlo y evitar su perdón, hay que... Mas, sin embargo, ¿qué es preciso que haga? ¿Cómo, de inmediato, servir a .vuestra ira? ¿como llegar a él para atacarle? . ' Apenas si acabo de arribar al Hpiro, 12ÜS y queréis, |x>r mi mano, derribar un Imperio; queréis que muera un rey; y para ejecutarlo me dais tan sólo un día, una hora, un momento; ¡a la vista de todo su pueblo, ha de morir! Dejadme conducir mi víctima al altar, 12 lü no inc resisto más; y solamcntequiero reconocer el sitio donde delxj inmolarle. lista noche os sirvo, le acometo esta noche.

I lliRMÍONti

liste día, entretanto, él desj>osa a Andrómaca; en el templo está ya erigido el trono, 1215 se afirma mi vergüenza y el crimen se consuma. lia lin, ¿a qué esperáis? Os brindo su cabeza, se encamina a la fiesta sin defensa, sin guardias; todos ellos custodian al hijo.de i lector; ' . , se abandona ai brazo que quiera vengarme. 1220

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¿Queréis, a pesar suyo, defender su vida? Armad, con vuestros griegos, a todo mi séquito; reelutad a vuestros amigos; todos los míos son vuestros. Me traiciona, os engaña y nos desprecia a todos. Hs más, todos le odian tanto como yo; 1225 difícilmente perdonan al esposo de Andrómaca. í inhhd: no faihrch contra mi enemigo; o, mejor, dejad que de ellos parta el golpe, guiad o que os arrastre, tan grandioso furor; volved empapado en esa sangre infiel. 1230 Id: en esc caso tendréis mi corazón.

OÍU:.STHS

Mas, señora, pensad...

I I I-HMÍONI;

¡Ah! es demasiado, señor. Tantos razonamientos ofenden a mi cólera. I le querido brmTTaros la ocasión de agradarme, hacer feliz a Orcstcs; peroi en fin, ya veo que desea gemir siempre y se niega a luchar. Partid: id a otro lado a alardear de constancia, dejadme a mí el cuidado de vengarme. Mi ánimo está confuso )x>r mi lx>ndad coharde; es sufrir demasiados rechazos en un día. Me voy sola al templo en que su himeneo se dispone, donde vos no osáis ir a merecer mi conquista. Allí sabré cómo acercarme a mi enemigo; atravesare el corazón que no he podido conmover. Mis ensangrentadas manos, vueltas contra mí misma, al momento, a pesar suyo, unirán nuestros destinos; y aun siendo un ingrato, me será más dulce morir a su lado que vivir junto a vos.

O R ESTES

No, yo os privaré de esc placer funesto, señora: recibirá la muerte de la mano de Orcstcs. 1250

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Por mí serán sacrificados vuestros enemigost y reconoceréis mi obra, si así lo deseáis.

HERMÍONE

Id. Dejadme guiar vuestro destino, y aprestad vuestros navios para nuestra huida.

BscenÁIV: jl IERMÍONE, CLEONE

CLEONE

Os perdéis, señora, y debéis pensar..'. 1255

I IERMÍONE

Me pierda o no, sueño con vengarme. , • No se siquiera aún, por mucho que haya prometido, si debo confiar en alguien que no sea yo misma. Pirro es culpable a mis ojos, no a los suyos, y yo asestare el golpe con más fuerza que el. 1260 ¡Que placer vengar yo misma mi ofensa, retirar mi brazo, tinto en sangre del perjuro, y, para hacer su pena y mi placer más grandes, ocultar a mi rival de sus miradas moribundas! ¡Si al menos Orcstcs, al castigar su crimen, 1265 le causara el pesar de saberse mi víctima! Ve a buscarle: dile que el ingrato comprenda que mucre por mi causa, no por razón de listado. Piel Cleone, corre: mi venganza es inútil si el ignora, al morir, que soy yo quien le mata 1270

CLEONE

Seréis obedecida. Mas, eque veo? ¡Olí, Dioses! ¡Quien lo hubiera creído! Señora, es el rey.

HERMÍONE

ÍAII!, corre tras Orcstcs, y dile, Cleone mía, que nada emprenda sin hablarme antes.

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EtCen&y.) PlRRO, I ItiRMtONK, l'ÚMIX

PIRRO

No me esperabais, señora, y bien veo 1275 que mi presencia aquí interrumpe vuestra conversación. Ño vengo, usando un indigno artificio, a cubrir mi injusticia con visos de equidad-. basta con que mi corazón me condene cn-silcneio; y mal podría afirmar algo en lo que no creo. 1280 Desjxíso a una troyana. Sí, señora, y confieso que os di a vos la palabra que añora le doy a ella. ()tro os diría que, a i los campos de Troya, nuestro patlres, sin consultarnos, fraguaron esos lazos y que, sin rcS|>ctar mi elección ni la vuestra, 12BS luimos, sin amor, uno a otro prometidos; pero ya fue bastante el que me sometiera. Mis embajadores os ofrecieron nii corazón: lejos de desmentirles, quise insistir en ello. Os vi llegar entonces al lipiro; 12*J0 y, a |x.\sar de que el brillo triunfante de otros ojos, se había ya anticipado al jxxler ríe los vuestros, quise hacer caso omiso tic ese gran amor: me obstine' en seros fiel; os recibí como reina; y, hasta este día, 1295 creí que, en lugar de amor, bastarían mis promesas. Pero el amor triwifjtvj^rjiza^jíj;!^^!^, Attdtólliaca" cüü]iigiiejinj:orazó(» al qué detesta: uno del otro en pos, iremos al altar para jurarnos, a pesar nuestro, un amor eterno. 1300 Después de esto, señora, ensañaos con un traidor que lo es con dolor, y, aun así, desea serlo. Un cuanto n mi, lejos de refrenar tan justa cólera, me aliviará, quizá, tanto como a vos. Dadme todos los nombres que se da a los perjuros: 1305 temo a vuestro silencio y no a vuestras injurias; mi corazón, aportando mil secretos testigos, me dirá tantas más, cuantas menos tugáis.

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HERMÍONÜ

Señor, en esta confesión desojada de anuido, celebro ver que, al menos, os hacéis ju^ucta, 1310 y que, decidido a rom|x:r un nudo tan solemne, os entregáis al crimen como verdadero criminal. ¿lis justo, al fin y al calxj, tjue un glorioso guerrero siga la ley servil de guardar su palabra? No, no, la |>erfidia tiene con qué tentaros, 1315 y sólo me buscáis para alardear de ello. ¿Cómo, sin tjue juramentos ni deber os retengan, requerir a una griega, amando a una troyana? ¿Dejarme, tomarme otra vez y volver nuevamente de la hija de l telena, a la viuda de I lector? 1320 1.a esclava y la princesa coronadas |>or turno; ¿inmolar Troya a los griegos? ¿Al hijo de I lector, Grecia? Todo brota de un corazón siempre dueño de sí mismo, y de un héroe tjue no es esclavo de su palabra. Para complacer a vuestra esposa^, habría que aplicaros, 1325 quizá, los dulces nombres de perjuro y traidor. Venís a observar mi líente pálida para ir, en sus brazos, a reíros de mi pesar. Querríais que me vieran gimiendo tras su carro51; mas, señor, para un día, sería excesivo júbilo; 133Ü y sin buscar en otra parte títulos prestados, ¿no tenéis bastante con los que ya lleváis? Del anciano padre de I lector, el valor abatido a los pies ile su familia que expiraba ante sus ojos, en lanío que vuestro brazo, hundido en su seno, 1335 busca una gota de sangre, helada ¡x>r la edad; en arroyos de sangre, Troya, en llamas, sucumbe; Polixena^, degollada |>or vuestra propia mano

u Atulróimca no es aiiu esposa de Pirro, pero I lermíone la ve ya como tal. " tras tas victorias en los cam|X>s ite batalla, se organizaban desfiles en las

aullarles, cu los tjue, iradicioíialaicíuc, tos prisioneros iban alados al carro de los vencedures.

"' Otra lti|a de l'ríamo ijue había estado prometida a Aquilcs. A la muerte ilc este íue degollarla por l'irro, a instancias del espectro de Aquiles que se le apa­reció a su hijo.

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ante tocios los griegos indignados contra vos: ¿que se |x>dría negar a tan generosas hazañas? 1340

PIRRO

Demasiado se, señora, a qué exceso rabioso la venganza de I lelena arrastró a mi valor puedo quejarme a vos por la sangre que he vertido; pero, en fin, consiento en olvidar el pasado. Doy gracias al ciclo, pues vuestra indiferencia, 1345 me aclara la inocencia de mi dichoso amor. Mi corazón, bien lo veo, en exceso procliyc^aJormcjTtarsc, debería haberos conocido mejor y a sí mismo también. Mis remordimientos eran para vos una injuria mortal: hay que creerse amado para considerarse infiel. 1350 Nunca pretendisteis encadenarme a vos: temía traicionaros y, a Ib mejor, os sirvo. No estábamos destinados el uno para el otro. Yo cumplía mi deber y vos cedíais al vuestro: nada os comprometía a amarme en realidad 1355

HERMÍONE

¿No te he amado, cruel? ¿Que he hecho entonces? Desdeñe |x>r ti a todos nuestros príncipes; te he buscado yo misma en el confín de tus provincias; aquí estoy todavía, a pesar de tu infidelidad, y de la vergüenza que, a mis griegos, producen mis)

(bondades. Les he ordenado que oculten la injuria; esperaba en secreto la vuelta del perjuro; creí que, tarde o temprano, cediendo a tu deber, me devolverías un corazón que me pertenecía. Te amaba inconstante; ¿cómo lo hajinfaj^chojlcl? Incluso en este instante, en que tu Ixjca cruel viene, así de serena, a anunciarme la muerte, ingrato, aún dudo si te amo todavía. Mas señor, si es preciso, si el ciclo', en su cólera, a otros ojos reserva la gloria de agradaros, concluid vuestras nupcias, lo consiento, y, al menos,

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1365

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no forcéis a mis ojos a ser de ellas testigo. Probablemente os hablo por última vez: retrasadlas un día, mañana dispondréis... ¿No me contestáis?.1'crfido, ya veo, cuentas los momentos que pierdes junto a mí. Tu corazón, impaciente por ver a la troyana, soporta con disgusto que otra te retenga. Tu corazón le habla y tus ojos la buscan. No te detengo más, huye de estos lugares: ve a jurarle la fe que a mí me habías jurado; ve a profanar la sacra majestad de los Dioses: los Dioses, esos justos Dioses no habrán olvidado que el mismo juramento conmigo te ligó. Lleva al pie del altar ese corazón que me abandona; ve, corre; pero teme aún, allí, encontrar a I lermíonc.

f'jcciiJrVI: PIRRO, PIÍNIX

I-V.NIX

Oís, señor: guardaos de despreciar a ynajimantc furiosa t]il^2H!i£íLsl!Í^£!l}SI!¿n-Tiene en estos lugares un apoyo importante; la causa de los griegos está unida a la suya; ()rcstes la ama aún; y quizá, a esc precio...

PIRRO

Andrómaca me espera, Icnix, guarda a su hijo.

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ACTO V

Emita I: HERMÍONE, sola

HERMÍONE

¿Dónde estoy? ¿Qué he hecho? ¿Y qué más he de hacer? ¿Qué locura me enajena? ¿Qué pena me devora? Hrrame y sin objetiva, recorro este palacio. 1395 í Ah, no poder saber si amo o si odio! ilil cruel! ¡Qué mirada la suya al despedirme! ISin mostrar dolor, o fingirlo, al menos! ¿I.e he visto turbarse y mostrar un ápice de piedad? ¿He podido arrancarle algún lamento? NÜÜ Mudo ante mis suspiros, impasible frente a mi agitación, ¡como si nada tuviera que ver con mis lágrimas! ¡Y aún te can\\mk¡tcól Y, par» colmo tic mates, mi corazón, mi pobre, corazón, Ise pone de su ladoí ITiemblo sólo a! pensar que el peligro le acecha! 1405 {Dispuesta a mi venganza, quiero ya perdonarle! No, no revoquemos nuestra colérica orden: ÍQuej>erezcai, al fin y al cabo, no vive para nos. til i>érfida triunfa y se ríe de mi rabíaT piensa que esta tormenta se disipará en llanto; 1410 cree que, siempre débil, de vacilante corazón, pararé con una mano los golpes que aseste con la otra. Sigue juzgándome a tenor de mis pasadas bondades. O, más probable aún, el pérfido tiene otros pensamientos:

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triunfante en el templo, no se molesta en inlorniiaise si en otros lugares se desea que viva o que muerí1-Me deja, el ingrato, ese funesto dilema. No, no, una vez más, dejemos actuar a Orcstes. Que muera4 ' , debió pensar que esto sucedería, y, en definitiva, me obligó a desearlo. ¿Desearlo? ¿Peto cómo? ¿Soy yo quien lo orden;1? ¿Se deberá su muerte al amor tic I lermíone? lise príncipe, cuyas hazañas, escuchaba con deleite mi corazón, una y otra vez, en otro tiempo; a quien, incluso, me había yo destinado en secreto> antes de que se hubiese concluido himeneo tan t'aiaP*; por él he atravesado tantos mares y listados, para venir tan lejos a d¡S|XJncr su muerte, ¿a asesinarle, a perderle? ¡Ah!, antes de que expire...

Esítna ÍÍ-. HvsA«»vre., Cuai-vw.

HtiKMÍONE

¡Ay, Cleone! ¿Qué he hecho? ¿Y qué vas a decirme? 143Ü ¿Qué hace Pirro?

Cl-EONE

Colmados totlos sus líeseos, es el más-orgulloso de los mortales y el ínas enamorado. J.c lie visto ir hacia el templo, donde se prepara s u himeneo, llevando como conquistador a su última conqu i^ ; y, con ojos en los que brillan su esperanza y su ídegría, 1435 embriagarse, al andar, del placer de contemplarla-Andrómaca, en medio de mil gritos de júbilo, lleva hasta los altares el recuerdo de Troya; incapaz como siempre de amar o de odiar, parece obedecer sin alegría y sin protesias. 1440-

I lermíone sigue (tensando en l'iuo Se reficít al tic Andrómina y l'trio.

1415

1420

1425

f >37 )

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HURMÍONU

¿Y el ingrato?, ¿ha llevado sus ultrajes al extremo? Pero Cleonc, ¿has observado bien su rostro? ¿Disfruta de placeres tranquilos y perfectos? ¿Ni una vez lia vuelto su mirada al palacio? Dimc, ¿acaso no te has presentado ante su vista? 1 ¿1 la enrojecido el ingrato al divisarte? ¿Su turbación denunciaba su infidelidad? ¿1 la mantenido hasta el final su orgullo?

CLKONK

Señora: nada ve; su seguridad y su honor junto con vos, parecen haber huido de su memoria. I Sin parar mientes en quien le sigue, subditos o enemigos, solamente persigue sus amorosos proyectos. I la dispuesto su guardia en torno al hijo de I lector, y piensa que, sólo a él, le acecha el peligro. El propio fénix responde del niño, y lo ha llevado I a una fortaleza alejada del templo y del palacio. l:.n el arrebato de su pasión, sólo en esto ha pensado.

I IKRMÍONK

il .1 pérfido! Morirá. Mas, ¿qué te ha dicho Orcstcs?

CUÍ.ONI-;

Orcstcs ha entrado en el templo con sus griegos.,

1 IKRMÍONE

Bien, ¿se dis|x>nc a vengarme? I

CLEONU

No se.

1 Ir.RMÍONF.

¿No sabes? ¿Cómo es eso? ¿IÍ.I propio Orcstcs me traiciona?

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CLEONE

O restes os adora, |iero, combatido su espíritu por mil.remordimientos, unas veces atiende a su amor, y otras a su virtud. Respeta en Pirro el honor de la corona; respeta en Pirro a Aquilcs y aun al propio Pirro; teme a Grecia, teme al universo encolerizado; pero a quien más teme, dice, es a sí mismo. Querría, como vencedor, traeros su cabeza: pero cjjolo nombre drjasjgsjinojr? espanta y li- dctjrp^ [•M fin, ha entrado, sin saber en su interior, si ha de salir como culpable o como testigo.

I IERMÍONE

No, no, les verá triunfar sin oponerse; se guardará bien deturbar el espectáculo. :• Se qué remordimientos corroen su valor, 1475 el cobarde teme a la muerte, y eso es todo. ¡Gimo! Sin recurrir a un solo ruego, mi madre armó en su favor a toda Grecia; en diez años de lucha, por su causa, vio perecer a veinte reyes que nisiquiera.conocía; 1480 y yo, sólo pretendo la muerte de un perjuro, y encargo a un amante que vengue esa injuria; puede conseguirme a ese precio, sin peligro,. • yo misma me ofrezco, iy no logro vengarme! •• Bien: sólo a mí atañe el hacerme justicia. 1485 Que en el templo resuenen'los gritos de dolor, impidamos el desenlace de himeneo tan fatal; y, si es posible, que sólo estén unidos un momento. No me pararé a escoger en tan extremo desorden: todos serán Pirro para mí, aun el mismo Prestes'. 1490 Moriré; pero, ai menos,.vengada porjcnLmucrte; •• y no moriré sola, alguien caerá conmigo.'.

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1465

1470..

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Bícen^lÚc OHESTES, I IKRMÍONU, CLKONK

ORESTES ••

Señora, ¡ya está hecho y habéis sitio servida! Pirro, ante el altar, pierde su vida infiel.

HtiKMÍONK

i

<\ la muerto?

PRESTES

lixpira: y nuestros griegos, irritados, H'JS han lavado en su sangre sus infidelidades. Os lo había prometido; y, aunque en mi interior, este conjura se presentaba con funesta imagen, corrí hasta el templo, donde nuestros griegos, disjiersos, se abrían paso, entre la muchedumbre, hacia el altar. 15(X) Pirro me reconoció, mas sin inmutarse. Parecía que el verme daba alas a su audacia, que Grecia entera, desafiada en la persona de su embajador, debía realzar el esplendor de su himeneo, lin fin, con emoción, tomando su corona 1505 en la frente de Andrómaca él mismo la ciñó: «Os doy, dijo, mi corona y mi amor, Andrómaca; reinatl sobre el Hpiro y sobre mí. Prometo.a vuestro hijo un paternal afecto; tos Dioses son testigos, sé tó juro a su madre. 1510 Tixfos sus enemigos, míos lo son ahora, y reconozco en él al rey de los iroyanos.» A estas palabras, que atraían la aprobación del pueblo, nuest ros griegos respondieron con un grito de rubia, iü traidor se vio rodeado por doquier, 1515 y no encontré lugar donde clavar mi espada: todos se disputaban la gloria de acabarle. I.e vi debatirse un tiempo entre sus manos, y, teñido de sangre, hurtarse ;i las heridas; jiero, al fin, cayó al pie de los altares. 152ü I le atravesado la masa del pueblo, horrorizada, para venir aquí, llevarme a mi princesa

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y llevarla bajita el puerto donde pronto los nuestros llegarán cubiertos de la sangre que os prometí verter.

I ItiUMÍONti

¿Qué han hecho?

OukSTIiS

Perdonad su impaciencia: I me doy cuenta que han traicionado vuestra vengan»; queríais que mi mano asestara el primer golpe, que sintiera, al morir, que expiraba por vos; culpa es de mi ardor que les sirvió de ejemplo: si les arrastré hasta el templo fue por vos solamente, I señora; y ¡xxiéis en justicia atribuiros una muerte que sus brazos se limitaron a ejecutar. Sólo vos habéis empuñarlo esas armas...

11 KR MÍO NI:

Calla, pérfido, e imputa sólo a ti tu ruin magnicidio. Ve a que tus griegos admiren tu furor, I vete: reniego de ti y sólo honor me causas. Bárbaro, ¿qué has hecho? ¿Qué furia te ha llevado a interrumpir el curso de tan noble vida? ítrueles, ¿habéis podido inmolarlo hoy, sin que toda vuestra sangre se sublevase |>or él? I Peio habla: ¿quién te hi/o arbitro de su destino? ¿\HH qué asesinarlo? ¿Qué hizo? ¿(!on qué'derecho? ¿Quién le lo ordene)?

üats i t i s ;

¡Oh, Dioses! ¿No fuisteis vos misma quien, aquí, hace un momento, ordenasteis su niueri'e?

I lufUliONK

iAy!, ¿y había que creer a una amante insensata? 1 ¿No debías haber leído en el fondo de mi mente?

| i 4 » J

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¿V no veías, entre mis agitadas emociones, que siempre mi cordón desmentía mis palabras? Aunque lo'hubiera j'o querido, ¿debías tú estar de acuerdo? ¿No habrías tenido que hacértelo repetir cien veces? 1550 ¿Venirme a consultar tú mismo antes del hecho, y volver otra vez, o, aún mejor, evitarme? ¿Por que no me dijiste que jo misma asumiera mi veugarra? ¿Que te trac a este lugar donde se rehuye tu presencia? Mira cuál ha sido el detestable fruto de tu amor: 1555 traerme la desgracia que siempre llevas contigo. Tú, con tu embajadas fatal para los dos, le hiciste, para su desgracia, decidirse por mi rival. Podríamos seguir compartiendo sus favores; me amaría, quizá; lo fingiría, al menos. I 560 Adiós. l\ic<lcsiiia.i'char.J.)ernianc/.cocti.l.;.pito:': . renuncio a Grecia'; a Ksparta, a su imperio, *' a toda mi faintlia; y/para ello basta, traidor, con que haya producido un monstruo como tú'19.

tisana IV: O RESTES, solo

O RUSTES

¿Que veo?, ¿es de verdad Ucrmíonc?, ¿Y que he oído? 1565 ¿Por quién corre la sangre que acabo de verter? De creerla a ella soy un traidor, un asesino. ¿Ks Pirro el que mucre?, y, en fin, ¿soy yo Orcstcs? ¿Cómo? Ahogo en rnijcqrazón a la razón quc_rncjgufa; asesino, a mi pesar, a un rey al que respeto; 1570 violo, en un día, los clcrcchos de los soberanos, de los embajadores, y dejos humanos todos, incluso el de los altares, donde mí furorTc Tiostiga; me convierto en magnicida, asesino y sacrilego. ¿Por quién?,Por uní» ingrata a quien lo prometí, 1575 que, incluso si él no mucre, nunca más querrá verme, cuyo odio hice mío. Y cuando la he servido,

w Véase nota 26.

(Mi)

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me pule le devuelva su sangre y aun su vida. il.c ama! iy yo soy un monstruo furibundo! ¡La veo alejarse de mi vista para siempre! 1580 Y la ingrata, al huir, me da un único pago: los nombres odiosos que merecí por ella.

ÍSsceii/i V: ORESTES, PÍLADES; soldadas </? ORESTES

PÍLADES

I lay que partir, señor. Salgamos del palacio, o bien, decidámonos a no salir vivos. Nuestros griegos, por un momento, defenderán das

• v ,v Ipucrtns. 1585 Todo el pueblo rcum'do'nos persigue c'ít nrmají". \ lodo aquí se somete al gobierno de Andrótnfftca: :• la traían como reina, nos ven como enemigos. I.a propia Andrómaca, tan rebelde a Pirro, le rinde los honores de una viuda fiel, 1590 Ordena sea vengado, y quizá, en nosotros, quiere vengar a Troya y a su primer esposo. Vamos. No esperemos a estar rodeados; nuestros griegos se nos unirán; y en tanto que Ucrmfonc mantiene aún al pueblo quieto en torno suyo, 1595 lie aquí nuestro camino, salgamos en seguridad.

ORESTES :

No, amigos, es a I Icrmíbne a quien quiero seguir: no puedo sobrevivir a su última sentencia. Partid: cometí el crimen y voy a expiarlo.

PÍLADES

el Icrmfonc, señor? Debéis olvidarla. 1600 ¿Cómo? Siempre instrumento y objeto de su ira, ¿buscáis entre los muertos alguna nueva ofensa? Porque ella mucre, ¿tenéis vos que morir?

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ORUSTKS

¿Qué ella muere? ¡Dioses! ¿Qué oigo?

PÍLADES

¡Pues cómo! cío ¡ignorabais?

Al volver hacia acjuí la hemos encontrado: '"^5 corría hacia el templo, inquieta, como ausente-I la encontrado a Pirro a hombros de sus soldados, impulsados por su sangre a vengar su muerte. Sin duda, a su vista, su odio ha vacilado. Bn todo caso, desde el umbral de la puerta la hemos

[visto, 1610 inclinarse sobre Pirro con un puñal en la mano, elevar los ojos al cielo, herirse y caer.

ÜRiisrus

¡Gracias a los cielos! Mi desgracia sobrepasa \o que esperaba. Sí, te alabo, ¡oh cielo!, por tu perseverancia. Aplicado sin tregua al cuidado de castigarme, 1615 mcjiaThecho alcanzar el colmo del dolor; tu odio se ha compiacíclo en Tiacerme cfesg£aciiido: nací pan]i_ servir deTjmipío de tu cólera, para ser un modelo perfecto de desgracias"0. ¡Pues bien!, muero contento y se cumple mi destino. 1620 ¿Y esos dos amantes? Colmaré mi alegría: he de ahogarme en mi sangre y también en la suya, quiero ver a uno y otra al tiempo de morir. Reunamos tres corazones que no pudieron entenderse. Mas, ¿qué espesa niebla me rodea de repente?61- 1625 ¿Por qué lado salir? ¿A qué se debe mi temblor? ¿Qué horror me sobrecoge? El cielo sea loado, distingo... ¡Dioses! ¡Qué torrente cié sangre fluye a mi alrededor!

Véase nota 18. l£mp¡c¿an las alucinaciones de Ocestes.

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PÍLAOUS

iAh, señor!

OlUÍSTl'.S

¿Cuino? Pino, ¿vuelvo a encontrarte? ¿I le de hallar por doquier a un rival que aborrezco? I63U Atravesado |x>r tantas espadas, ¿cómo te has salvado? Toma, ten, este es el golpe c|ue te destinaba. Mas, ¿qué veo? ¿I lerrníone le abraza ante mis ojos? Viene a librarle de la espada que le amenaza. ¡Dioses! ¡Que terribles miradas lanza sobre mí! 1635 ¿Qué son esos demonios y serpientes que tras ella van? Muy bien, hijas del averno, ¿están dispuestas vuestras

¡garras?"'. ¿Para quién son esas serpientes que silban sobre vuestras

[cabezas? ¿A quién destináis el cortejo que os sigue? ¿Venís a arrastrarme hacia la eterna noche? líVlü Venid, Orcstcs se abandona a vuestra furia. O mejor no, retiraos, dejad que actúe I lerrníone: la ingrata sabrá desgarrarme mejor que vosotras; y podré darle, al hn, mi corazón para que lo devore.

Pá.AOi:s

Pierde el sentido. Amigos, el lieiiijx» apremia; 1645 aprovechemos los momentos que esté desmayo nos olrece. Salvémosle. |Nluestros esluerzos serían inútiles, si recobrara su locura, junto con sus sentidos.

"2 l.as lurias (o lirinias griegas) |x.rseguían a los criminales, lisias divinida­des acosaron a Orcstcs, |>cro no |x)r la muerte de lJirro, sino |>or la de Üiicm-nestra (véase nota 18). Se las représenla con figura tic mujeres negras y aladas, con serpieiaes enroscadas en sus caliezas.

IHS)

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