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    Exclusin, memorias y luchas polticas

    Elizabeth Jelin *

    El dilema de la exclusin

    V ivimos en una era de cambio rpido y permanente, donde la innovacintecnolgica trae aparejadas obsolescencias instantneas y sensacionesde evanescencia. Al mismo tiempo, las estructuras polticas y econmi-cas, as como los patrones culturales, muestran fuertes continuidades, que a ve-ces se manifiestan como rigideces y cristalizaciones. O sea, coexisten e interac-

    tan el cambio rpido y la inercia.Para los seres humanos que viven estos procesos, el cambio rpido puede

    provocar situaciones de desarraigo, producidas ya sea por desplazamientos y mi-graciones (a veces impuestos por situaciones de violencia poltica o de carenciaeconmica) o por disrupciones ligadas a transformaciones econmicas y polticasque se dan en un mismo lugar en el que se ha nacido y crecido. Estos procesosde desarraigo, paradjicamente, llevan tambin a una bsqueda renovada de ra-ces, de un sentido de pertenencia, de comunidad. Pertenecer a una comunidad esuna necesidad humana, es un derecho humano. Para citar a una autora ya clsica,

    La privacin fundamental de los derechos humanos se manifiesta por so-bre todo en la privacin de un lugar en el mundo, (un espacio poltico) quetorna significativas las opiniones y efectivas las acciones. (...) Tomamos

    conciencia del derecho a tener derechos (...) y del derecho a pertenecer a

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    * Doctora en Sociologa, Universidad de Texas. Investigadora Principal del CONICET. Coordinadora acadmica delPrograma de investigacin y formacin de investigadores jvenes sobre Memoria colectiva y represin: Perspec -tivas comparativas sobre el proceso de democratizacin en el Cono Sur.

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    algn tipo de comunidad organizada, slo cuando aparecieron millones depersonas que haban perdido esos derechos y que no podan reconquistar-los debido a la nueva situacin global. (...) El hombre, segn parece, pue-de perder todos los as llamados Derechos del Hombre sin perder su cuali-dad humana esencial, su dignidad humana. Slo la prdida de la comuni-dad poltica lo expulsa de la humanidad (Arendt, 1949, citado por Young-Bruehl, 1982, 257).

    Es en este contexto, y desde la perspectiva de la bsqueda de comunidad yde pertenencia, que las notas que siguen adquieren su sentido. Se insertan en unavisin general que apunta a contribuir a la vigencia de una tica compartida delos derechos humanos, a reconocer la condicin humana y a establecer estruc-turas institucionales que la garanticen.

    La meta de establecer culturas ciudadanas, sin embargo, no implica que exis-ta un camino lineal y sencillo para llegar a ese fin, ya que las sociedades confron-tan permanentemente la tensin entre los principios de la igualdad y de la dife-rencia. Desde la promulgacin de la Declaracin Universal de los Derechos Hu-manos en 1948, se ha ido reconociendo en el mundo el principio de la igualdadentre los seres humanos (igualdad de dignidad, igualdad de oportunidades, igual-dad frente a la ley). El reconocimiento de las diferencias tnicas, culturales, deopciones y estilos de vida, entre otras, aunque igualmente significativo, es msreciente. Cuando trabajamos sobre el acceso a bienes culturales, estamos en elcampo de la igualdad; cuando demandamos respeto por la diversidad, estamos enel campo del reconocimiento de un principio no jerrquico de diferencias.

    Una mirada desde Amrica Latina

    De todas las regiones del mundo, Amrica Latina tiene la peor distribucindel ingreso. La desigualdad econmica y la polarizacin social estn creciendo apesar de los procesos de democratizacin poltica ocurridos en la dcada de losochenta, y a pesar de las indicaciones de crecimiento econmico en algunos pa-ses aunque de naturaleza desigual y discontinua.

    La pobreza y la desigualdad son producto de la mala distribucin de los re-cursos. Usualmente, la pobreza se refiere a la escasez o ausencia de recursos eco-nmicos que permitan la satisfaccin de necesidades y el acceso a los medios re-queridos para el desarrollo de la actividad humana. En un mundo predominante-mente urbano e interconectado, sin embargo, la pobreza es un fenmeno peculiar.

    En efecto, la pobreza econmica a menudo se acompaa con una riqueza cul-tural, de imgenes y de medios cosa que ocurre en muchos barrios pobres de lasciudades del mundo. Hay grupos humanos que experimentan privaciones severasy al mismo tiempo saben que existen otras maneras de vivir, ya que tienen acce-

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    so a imgenes de los patrones culturales del mundo en los cuales se sienten, si-multneamente, incluidos y excluidos.

    Aunque relacionada con la pobreza, la exclusin es un fenmeno diferente. Se re-fiere a la ausencia de reconocimiento social y poltico como parte de una comunidad1.En la situacin lmite, implica un proceso de negacin de la condicin humana a ungrupo o categora de poblacin, justificando as la aniquilacin y el genocidio.

    Tanto la pobreza como la exclusin plantean un desafo a los ideales de laciudadana, los derechos humanos y la participacin en la sociedad y en el esta-do. Dada la situacin actual del mundo y especialmente de nuestra regin, com-prender las cuestiones de la exclusin es, sin ninguna duda,urgente y prioritario.

    El nosotros y los otros en la exclusinLa historia de la humanidad es la de la sucesin de relaciones sociales y po-

    lticas entre sociedades y culturas. Hay guerras y luchas por dominar a otros; haymomentos de mutua comprensin, creatividad y enriquecimiento a travs delcontacto cultural. De hecho, se puede ver como la historia de diversas respuestasa la pregunta: cmo se comportan los grupos sociales hacia otros que no perte-necen a la misma comunidad? (y cmo deberan comportarse?). Estas preguntasse pueden hacer desde el plano interpersonal hasta el plano de los contactos in-ternacionales e interculturales.

    En todos los casos, hay un yo y un otro/a, un nosotras/os y unellos/as, una clasificacin del mundo en dos categoras de personas. Esta dis-tincin bsica permea la vida normal. Sin embargo, no hay nada en la natura-leza biolgica de la humanidad que ubique a las personas o grupos en tales cate-goras diferenciadas. Los pueblos y las culturas definen y construyen esos noso-tros y esos otros como parte de sus procesos histricos. Es bien sabido que l-gicamente es imposible establecer un principio de identidad sin al mismo tiempoestablecer un principio de diferencia. Pero quines estn de un lado de la lnea odel otro, y cul es la actitud frente a esos otros, es variable y depende de circuns-tancias y contingencias histricas.

    En el escenario internacional contemporneo, resulta urgente comprender lasrelaciones con los otros. Los procesos de globalizacin en curso crean oportuni-dades para el contacto cultural y la creatividad. Al mismo tiempo, se crean nuevasformas de intolerancia. El racismo y la xenofobia, las guerras tnicas, el prejuicioy el estigma, la segregacin y la discriminacin basadas en nacionalidad, raza, et-

    nicidad, gnero, edad, clase, condicin fsica, son fenmenos muy extendidos yllevan a niveles de violencia muy altos. Todos ellos constituyen casos de no reco -nocer a los otros como seres humanos plenos, con los mismos derechos que los

    propios. Son casos en que la diferencia genera intolerancia, odio, y la urgencia de

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    aniquilar al otro. Sin embargo, esas mismas diferencias, puestas en un contexto detolerancia y apertura, de responsabilidad y cuidado hacia el otro, ofrecen la opor-tunidad de explorar nuevos horizontes y de enriquecer las experiencias vitales.

    Histricamente, la esclavizacin sistemtica y la dominacin estuvieron basadasen ideologas de la superioridad racial o cultural. Las as llamadas razas o pueblosinferiores podan ser eliminados (como en la solucin final nazi) o podan sersometidos a condicin de que sirvieran a sus superiores. Slo gradualmente (y no demanera universal) se ha ido generando una visin de la igualdad bsica de la huma-nidad, codificada en la Declaracin Universal de los Derechos Humanos. Proclama-da en el contexto de la posguerra, la Declaracin represent un intento de prevenirnuevos horrores, ms que una expresin de consenso universal. Esto est explcitoen las Consideraciones de la Declaracin Universal, bien conocidas por todos: Con-siderando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos hanoriginado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad.

    El reconocimiento y la identificacin de los derechos humanos universalesno implican la uniformidad y homogeneidad de la humanidad. El derecho de lascolectividades e individuos a elegir su propio modo de vida, es decir, el recono-cimiento del derecho a la diferencia, es parte del paquete de los derechos huma-nos. Pero no son stos contradictorios? Cmo puede la universalidad de los de-rechos coexistir con el pluralismo cultural, de gnero, de grupos que expresan sudiversidad? Cmo conciliar o convivir con estas contradicciones y tensiones?

    Estas cuestiones generales han sido, y siguen siendo, el ncleo del debate y deluchas sociales concretas acerca de la definicin de la ciudadana dentro de los es-tados-naciones, acerca de los derechos colectivos de las minoras, acerca de los de-

    rechos de los migrantes y acerca del trans- y el multiculturalismo. Las posicionescubren el espectro total, desde el relativismo cultural extremo (para el cual todovale y no es posible juzgar o evaluar) hasta la bsqueda de races biolgicas uni-versales del comportamiento humano basada en supuestos criterios cientficosde la humanidad, posicin que en ltima instancia produce jerarquas y promuevela exclusin. En este debate, la propia nocin de etnocentrismo debe ser reanaliza-da, no slo como concepto analtico sino en sus implicancias polticas y morales.

    El sentido de pertenencia y la exclusin

    El sentido de pertenencia y la necesidad y capacidad de interaccin son el n-cleo de la condicin humana. Las sociedades humanas estn ancladas en el di-

    logo y la interaccin con otros, dentro de un espacio comn de significados com-partidos. Frente a la pobreza extrema y la exclusin, cmo podemos estar segu-ros de estar todava en el mbito de lo humano? No es la pobreza extrema unaseal de deshumanizacin?

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    En una perspectiva histrica, aqu aparece una primera paradoja: definidoscomo extraos por los poderosos, los grupos subordinados (inclusive los escla-vos) han sido siempre parte de la comunidad social y poltica. Histricamente,han ganado acceso al espacio socio-poltico a travs de luchas sociales. Para po-der luchar, sin embargo, se necesita conformar actores colectivos, se necesitan re-cursos y capacidades. En situaciones de pobreza extrema, estas capacidades y po-tencialidades estn ausentes. No puede haber movimientos sociales de grupos su-bordinados si no cuentan con un mnimo de acceso y un mnimo de humanidad,tanto en el sentido material como en el de pertenencia a una comunidad y en lacapacidad de reflexin involucrada en la construccin de identidad. Una primeraforma de respuesta de los excluidos es, entonces, la pasividad y la apata, la sole-dad de la miseria, la ausencia de lazo social entre gente con hambre.

    Sabemos, sin embargo, que rebeldas y resistencias, pequeos boicots coti-dianos, son prcticas comunes de los grupos subalternos, bien documentadas enla historia. Inmersos en relaciones de poder asimtricas, los grupos subordinadosdesarrollan formas ocultas de accin, creando y defendiendo un espacio socialpropio en una trastienda donde expresan su disidencia del discurso de la domi-nacin. Las formas son diversas y variables. En estos espacios, en estas trastien-das, en los libretos ocultos (hidden transcripts), en las formas que no se ven, seconstruye y expresa un sentido de dignidad y autonoma frente a la dominacin.Son las proto-formas de la poltica, las expresiones pre-polticas de los despose-dos (the infrapolitics of the powerless, en la expresin de Scott, 1992), que otor-gan dignidad y comunidad, en el sentido de Arendt. Estas prcticas de resistenciason, en algn sentido, la manifestacin de un mnimo de autonoma y reflexindel sujeto. En la medida en que se trata de prcticas ocultas, resulta difcil reco-

    nocerlas y diferenciarlas de la pasividad y la apata, a menos que se encuentrenya en proceso de convertirse en movimientos colectivos o en patrones de conduc-ta ms explcitos o sea, que ya est en curso el propio proceso de formacin deactores y de movimientos, de reconocimientos mutuos y de espacios pblicos.

    Tanto el movimiento de derechos humanos durante las dictaduras como elmovimiento feminista durante las ltimas tres dcadas surgieron y se desarrolla-ron, en parte, de esta manera, a partir de prcticas de resistencia. Algo anlogoocurri con el movimiento obrero en sus inicios, con la lucha anti-esclavista y conlas reivindicaciones de los grupos indgenas. En todos estos casos, los boicots yresistencias ocultos confluyeron con propuestas ideolgicas liberadoras, transfor-mndose en movimientos colectivos visibles y con presencia en el espacio pbli-co. Muchos otros proto-movimientos quedaron en el camino.

    Durante los perodos dictatoriales de los aos sesenta a los ochenta en el Co-no Sur de Amrica Latina, muchas de las manifestaciones ocultas de los grupospolticamente subordinados tenan estas caractersticas de resistencia. Pero dadala prioridad que fue asumiendo la demanda democrtica, fcilmente estas formas

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    de resistencia se fueron convirtiendo en accin poltica. O mejor dicho, eran po-lticas desde su inicio. En la situacin autoritaria, la lgica de la dominacin erams transparente. No haba pretensiones de inclusin o de participacin. Estabaclaro quines estaban de un lado y del otro, por lo menos en lo referente a la ac-cin poltica. La transparencia de la oposicin poltica ocultaba entonces la otradimensin de la dominacin: la pobreza y las violaciones econmicas, enmasca-radas tambin por el carcter poli-clasista de la oposicin.

    En este punto, la transicin a la democracia crea confusin. Se abre el espaciopara el discurso democrtico, se abre el espacio para la participacin y las eleccio-nes. El discurso democrtico se torna hegemnico. Al mismo tiempo, el poder eco-nmico contradice este discurso democrtico. En realidad, hay un doble discurso:un discurso de la participacin poltica institucional y un no-discurso de la exclu-sin econmica. O un discurso de la participacin y una realidad de la opresin.

    En estas condiciones, el umbral de humanidad construido histricamentepuede entrar en crisis. Los marginalizados y excluidos no aceptan las reglas for-males de la participacin en el espacio pblico-poltico democrtico, o las acep-tan a medias. Su respuesta puede llegar a ser entonces la violencia social. Los ex-cluidos econmicos no se constituyen en actores: resisten, protestan (a veces), seresignan, viven con otra legalidad: la de la violencia. Sus energas y esfuerzos nose dirigen a la integracin o al reclamo, sino a la actuacin (a veces, expresadacomo resistencia comunitarista).

    Hay tambin otras violencias de grupos que no estn excluidos econmica-mente. Por un lado, estn quienes no aceptan las reglas democrticas por interspersonal o grupal (el narcotrfico es el ejemplo ms claro, pero tambin las ml-

    tiples formas de corrupcin); por otro, la violencia generada por el rechazo tota-litario del derecho de los otros a participar en la esfera pblica, con intentos deaniquilacin, sea en el terrorismo de estado o en la violencia racista, tendenciasque permanecen (o renacen) en algunos grupos an en regmenes democrticos.

    En efecto, los procesos de pauperizacin y exclusin y sus consecuencias encuanto a la dificultad de formacin de movimientos sociales que planteen los con-flictos en trminos de relaciones y tensiones societales crean las condiciones pa-ra la aparicin del racismo. Los sectores sociales en descenso viven la amena-za de los de abajo (inmigrantes, negros) reforzada por nuevos patrones compe-titivos entre sectores subordinados (la flexibilizacin laboral, por ejemplo). Porsu parte, las lites definen los problemas en trminos raciales (son los extranje-ros los que traen problemas) como enmascaramiento de la dominacin y la ex-

    clusin de clase (Wieviorka, 1992).A menudo se interpreta la violencia como recurso final cuando no hay ms

    posibilidad de apelar a la palabra como medio de negociacin de conflictos. Pe-ro tambin puede ser vista como discurso, como forma (extrema) de hablar, co-

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    mo lenguaje para la expresin de conflictos y relaciones sociales, como intentode participar en la definicin del escenario socio-polticocuando otros discursosno son escuchados. En esos casos, es la voz de un actor colectivo con un sentidode identidad fuerte, que apela a un discurso poltico que (esta vez s) ser escu-chado por el poder. De esta forma, el actor gana acceso y lugar en el escenario so-cio-poltico. Lo novedoso es la posibilidad de que, al ser escuchado y reconoci-do, este discurso de la violencia se transforme, para unos y para otros, en el len-guaje del dilogo y la negociacin. Y la posibilidad de que los poderosos apren-dan a escuchar otras lenguas, antes de que los mensajes sean traducidos al discur-so de la accin violenta.

    Aceptar esta argumentacin tiene implicaciones importantes en trminos delos desafos que deben enfrentar las democracias en formacin: la democratizacinpoltica no produce automticamente un fortalecimiento de la sociedad civil, unacultura de la ciudadana y un sentido de responsabilidad social. De hecho, paraasegurar la vitalidad de la sociedad civil es necesario un esfuerzo especial, paraque la participacin de la poblacin en la comunidad poltica no caiga por debajode un umbral mnimo que asegura la presencia social. Aesta falta de participacinen la comunidad se puede llegar por exclusin o por eleccin de canales alternati-vos fuera de la ley. Al mismo tiempo y de manera circular, la vitalidad de la so-ciedad civil se convierte en un reaseguro de la vigencia de la democracia poltica.

    En sntesis, nos encontramos con un panorama de respuestas diversificadas ala exclusin y la marginalidad econmica que acompaa a la democratizacin:hay apata, hay resistencia, hay formacin de nuevas identidades y formas de lu-cha. La pobreza extrema y la exclusin se convierten en temas prioritarios de laagenda de este fin de siglo, incluyendo las formulaciones de los agentes econ-

    micos y polticos con poder. Sea desde la indignacin moral, desde la lgica dela eficiencia (en trminos del retorno de inversiones en educacin o en salud, porejemplo)2, o desde el temor al desborde o la amenaza (el levantamiento de Chia-pas y las revueltas en diversas ciudades de la regin son algunos ejemplos recien-tes), este tema se est convirtiendo en una prioridad de la agenda nacional, regio-nal e internacional.

    Memoria y lucha poltica

    Los analistas culturales reconocen una explosin de la memoria en el mun-do occidental contemporneo. Huyssen habla de convulsiones mnemnicas,que coexisten y se refuerzan con la valoracin de lo efmero, el ritmo rpido, la

    fragilidad y transitoriedad de los hechos de la vida. Las personas, los grupos fa-miliares, las comunidades de diverso tipo o an las naciones, narran sus pasados,para s mismos y para otros y otras que parecen estar dispuestos a visitar esos pa-sados, a escuchar y mirar sus iconos y rastros, a preguntar e indagar. Esta cultu-

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    ra de la memoria es, en parte, una respuesta o reaccin al cambio rpido y a unavida sin anclajes o races3. La memoria tiene entonces un papel altamente signi-ficativo como mecanismo cultural para fortalecer el sentido de pertenencia y amenudo para construir mayor confianza en s mismos (especialmente cuando setrata de grupos oprimidos, silenciados y discriminados).

    La memoria-olvido, la conmemoracin y el recuerdo se tornan crucialescuando se vinculan a experiencias traumticas colectivas de represin y aniquila-cin, cuando se trata de profundas catstrofes sociales y situaciones de sufrimien-to colectivo. Son estas memorias y olvidos los que cobran una significacin es-pecial en trminos de los dilemas de la pertenencia a la comunidad poltica. Lasexclusiones, los silencios y las inclusiones a las que se refieren hacen a la re-cons-truccin de comunidades que fueron fuertemente fracturadas y fragmentadas enlas dictaduras y los terrorismos de estado de la regin.

    A menudo, los debates acerca de la memoria de perodos represivos y de vio-lencia poltica se plantean en trminos de la necesidad de construir rdenes de-mocrticos en los cuales los derechos de ciudadana estn garantizados para todala poblacin, independientemente de su clase, raza, gnero o etnicidad. Las lu-chas para definir y nombrar lo que tuvo lugar durante perodos de guerra, violen-cia poltica o terrorismo de estado, as como los intentos de honrar y recordar alas vctimas e identificar a los responsables, son vistas por diversos actores socia-les (incluyendo intelectuales y analistas del tema) como pasos necesarios paraasegurar que los horrores del pasado no se puedan repetir (Nunca ms4). El ConoSur de Amrica Latina es un caso especialmente significativo; hay muchos otrosen el mundo, desde Japn y Camboya a frica del Sur y Guatemala.

    En verdad, los procesos de democratizacin post-dictaduras militares no sonsencillos ni fciles. Una vez instalados los mecanismos democrticos en el nivel delos procedimientos formales, el desafo se traslada a su desarrollo y profundizacin.Las confrontaciones comienzan a darse entonces con relacin al contenido de la de-mocracia. Los pases de la regin confrontan enormes dificultades en todos loscampos: la vigencia de los derechos econmicos y sociales se restringe, hay casosreiterados y casi permanentes de violencia policial, hay violaciones de los derechosciviles ms elementales, las minoras enfrentan discriminaciones institucionales sis-temticas. Los obstculos de todo tipo para la real vigencia de un estado de dere-cho estn a la vista. Apesar de todo esto, no cabe duda de que la vida cotidiana enestas frgiles democracias es significativamente diferente de la vida durante los pe-rodos represivos del pasado reciente. Las desapariciones masivas, el asesinato depolticos de oposicin, la tortura, los encarcelamientos arbitrarios y otras formas de

    abusos son, afortunadamente, fenmenos del pasado autoritario.El pasado reciente es, sin embargo, una parte central del presente. Los esfuerzos

    por obtener justicia para las vctimas de violaciones a los derechos humanos han te-nido poco xito. Apesar de las protestas de las vctimas y sus defensores, en toda la

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    regin se promulgaron leyes que convalidan amnistas a los violadores. El conflictosocial y poltico sobre cmo procesar el pasado represivo reciente permanece, y a me-nudo se agudiza. Para los defensores de los derechos humanos, el Nunca ms invo-lucra tanto un esclarecimiento completo de lo acontecido bajo las dictaduras como elcorrespondiente castigo a los responsables de las violaciones de derechos. Otros ob-servadores y actores, preocupados ms que nada por la estabilidad de las institucio-nes democrticas, estn menos dispuestos a reabrir las experiencias dolorosas de larepresin autoritaria y ponen el nfasis en la necesidad de abocarse a la construccinde un futuro antes que a volver a visitar el pasado. Desde esta postura, se promuevenpolticas de olvido o de reconciliacin. Finalmente, hay quienes estn dispuestos avisitar el pasado para aplaudir y glorificar el orden y progreso de las dictaduras.

    En todos los casos, pasado un cierto tiempo que permite establecer un mni -

    mo de distancia entre el pasado y el presente, las interpretaciones alternativas (in-clusive rivales) de ese pasado reciente y de su memoria comienzan a ocupar unlugar central en los debates culturales y polticos. Constituyen un tema pblicoineludible en la difcil tarea de forjar sociedades democrticas. Esas memorias yesas interpretaciones son tambin elementos clave en los procesos de (re)cons-truccin de identidades individuales y colectivas en sociedades que emergen deperodos de violencia y trauma. A su vez, las diversas mentalidades de distintasculturas y sociedades marcan las formas en que se desarrollan estas luchas por lasmemorias, y esto da lugar a estrategias culturales especficas para incorporar elpasado en las perspectivas sobre el presente y el futuro.

    La lucha por el sentido del pasado se da en funcin de la lucha poltica pre-sente y los proyectos de futuro. Cuando se plantea de manera colectiva, como me-moria histrica o como tradicin, como proceso de conformacin de la cultura yde bsqueda de las races de la identidad, el espacio de la memoria se convierteen un espacio de lucha poltica. Las rememoraciones colectivas cobran importan-cia poltica como instrumentos para legitimar discursos, como herramientas paraestablecer comunidades de pertenencia e identidades colectivas y como justifica-cin para el accionar de movimientos sociales que promueven y empujan distin-tos modelos de futuro colectivo.

    Inevitablemente, las perspectivas polticas, intelectuales y acadmicas acercade la memoria y el olvido estn llenas de emociones. Sin embargo, el envolvimien-to emocional, la indignacin o rechazo moral y el compromiso poltico no tienenpor qu obstruir la capacidad de reflexin. Ms bien, pueden constituirse en unafuente de energa para la reflexin analtica sobre la significacin de la memoria, elsilencio y el olvido, y para la emergencia de nuevas maneras de incorporar el pasa-

    do. Cmo recuerdan las sociedades y las comunidades? Cul es el papel de estasmemorias en conformar las interacciones sociales y polticas en democracia? Cules el papel de la creacin artstica, de las conmemoraciones pblicas y colectivas,de los memoriales y museos, en este proceso? Cmo son canalizadas y refractadas

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    las luchas sobre qu recordar y cmo caracterizar el pasado por parte de las institu-ciones y polticas pblicas en las nuevas democracias? Cules son las implicacio-nes de estas luchas en el proceso de legitimar el derecho a disentir, en sociedadesque han estado plagadas de niveles muy bajos de respeto a otros diferentes?

    En cualquier momento y lugar, es imposible encontrar una memoria, una vi-sin y una interpretacin nicas del pasado, compartidas por toda una sociedad.Pueden encontrarse momentos o perodos histricos en los que el consenso esmayor, en los que un libreto nico de la memoria es ms aceptado o hegemni-co. Normalmente, ese libreto es lo que cuentan los vencedores de conflictos y ba-tallas histricas. Siempre habr otras historias, otras memorias e interpretacionesalternativas5. Lo que hay es una lucha poltica activa acerca del sentido de lo ocu-rrido, pero tambin acerca del sentido de la memoria misma.

    Por ejemplo, muchos actores sociales en Argentina no cuestionan la necesidadde recordar. Para ellos el mandato de la memoria es normalmente una premisa, unaconsigna basada en el recordar para no repetir, en la lucha contra el olvido y enla necesidad de saber acerca de lo ocurrido como parte de la bsqueda de una socie-dad que ha compartido, ha sufrido y desea seguir conociendo. Las consignas puedenen este punto ser algo tramposas. La memoria contra el olvido o contra el silen-cio esconde lo que en realidad es una oposicin entre distintas memorias rivales,cada una de ellas incorporando sus propios olvidos. Es en verdad, memoria contramemoria. Sabemos que la memoria siempre es selectiva, que la memoria total esimposible y paralizadora, como el Funes de Borges tan vvidamente nos revela.

    Estas cuestiones requieren atencin, ya que a pesar de (y en parte tambin araz de) la persistencia del debate y el desacuerdo acerca de estos temas, que in-

    cluye sin duda una produccin escrita considerable, hay una preocupante ausen-cia de investigacin sistemtica sobre la naturaleza de la memoria y sobre las ra-mificaciones culturales de los silencios. Creemos que las conceptualizacionesculturales sobre la memoria debieran estar en la primera pgina de una agenda in-telectual comprometida. Adems de su contribucin acadmica, esto podra con-tribuir al enriquecimiento de la calidad de los debates locales sobre el presente ysobre el pasado. Tambin llevara a promover nuevos medios creativos de expre -sin de las memorias de experiencias traumticas vividas por grupos oprimidos,aprovechando toda la gama de tecnologas disponibles desde la entrevista testi-monial ntima hasta la creacin artstica, desde el cyber-espacio hasta los lugarescomunitarios con significados especficos y localizados.

    Los vehculos de la memoria: fechas, conmemoraciones y lugares

    Una primera ruta para explorar los vehculos de la memoria consiste en mi-rar las fechas, los aniversarios y las conmemoraciones. Algunas fechas tienen sig-

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    nificados muy amplios y generalizados en una sociedad, como el 11 de setiembreen Chile o el 24 de marzo en Argentina, fechas en que ocurrieron los golpes queinstalaron las dictaduras militares (en 1973 en Chile, en 1976 en Argentina).Otras pueden ser significativas en un nivel regional o local, y otras pueden sersignificativas en un plano ms personal o privado: el aniversario de una desapa-ricin, la fecha de cumpleaos de alguien que ya no est.

    En la medida en que hay diferentes interpretaciones sociales del pasado, lasfechas de conmemoracin pblica estn sujetas a conflictos y debates. Qu fe-cha conmemorar? O mejor dicho, quin quiere conmemorar qu? Pocas veceshay consenso social sobre esto. El 11 de setiembre en Chile es claramente una fe-cha conflictiva. El mismo acontecimiento el golpe militar es recordado y con-memorado de diferentes maneras por izquierda y derecha, por el bando militar ypor el movimiento de derechos humanos. Adems, el sentido de las fechas cam-bia a lo largo del tiempo, a medida que las diferentes visiones cristalizan y se ins-titucionalizan, y a medida que nuevas generaciones y nuevos actores les otorgannuevos sentidos.

    Las fechas y los aniversarios son coyunturas de activacin de la memoria. Laesfera pblica es ocupada por la conmemoracin, el trabajo de la memoria secomparte. Se trata de un trabajo arduo para todos, para los distintos bandos, paraviejos y jvenes, con experiencias vividas muy diversas. Los hechos se reorde-nan, se desordenan esquemas existentes, aparecen las voces de nuevas y viejasgeneraciones que preguntan, relatan, crean espacios intersubjetivos, compartenclaves de lo vivido, lo escuchado o lo omitido.

    Estos momentos son hitos o marcas, ocasiones cuando las claves de lo que

    est ocurriendo en la subjetividad y en el plano simblico se tornan ms visibles,cuando las memorias de diferentes actores sociales se actualizan y se vuelvenpresente. An en esos momentos, sin embargo, no todos comparten las mismasmemorias. Adems de las diferencias ideolgicas, las diferencias entre cohortesentre quienes vivieron la represin en diferentes etapas de sus vidas personales,entre ellos y los muy jvenes que no tienen memorias personales de la represinproducen una dinmica particular en la circulacin social de las memorias.

    Tambin estn las marcas en el espacio, los lugares. Cules son los objetosmateriales o los lugares ligados con acontecimientos pasados? Monumentos, pla-cas recordatorias y otras marcas son las maneras en que actores oficiales y no ofi-ciales tratan de dar materialidad a las memorias. Hay tambin fuerzas socialesque tratan de borrar y de transformar, como si al cambiar la forma y la funcin de

    un lugar, se borrara la memoria.Hay controversias y conflictos polticos acerca de monumentos, museos y

    memoriales en todos lados, desde Berln hasta Bariloche. Se trata de afirmacio-nes y discursos, de hechos y gestos, una materialidad con un significado poltico,

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    colectivo y pblico. Estas marcas territorializadas son actos polticos en, por lomenos, dos sentidos: porque la instalacin de las marcas es siempre el resultadode luchas y conflictos polticos, y porque su existencia es un recordatorio fsicode un pasado poltico conflictivo, que puede actuar como chispa para reavivar elconflicto sobre su significado en cada nuevo perodo histrico o para cada nuevageneracin.

    Las luchas por los monumentos y recordatorios se despliega abiertamente enel escenario poltico actual del pas y de la regin. Se trata de iniciativas genera-das desde los organismos de derechos humanos, con el apoyo de organizacionessociales diversas (sindicatos, cooperadoras escolares, asociaciones profesionales,organizaciones estudiantiles). Se promueve todo tipo de actividades: los familia-res y amigos publican avisos recordatorios en los diarios, se publican libros, seproponen nombres recordatorios para plazas o calles. Las organizaciones de la so-ciedad empujan, promueven, piden. Por supuesto, hay variaciones importantes enla intensidad y la constancia de estas propuestas, entre pases, entre regiones, en-tre grupos sociales. Pero cuando se llega al nivel del estado sea el gobierno lo-cal y mucho ms en el plano del gobierno nacional por lo general se pone en evi-dencia una relativa ausencia de voluntad poltica o de una poltica activa de lamemoria. De hecho, hay muy pocos casos en los que las iniciativas para preser-var lugares de la represin, para rememorar de manera pblica y colectiva el su-frimiento, contaron con el apoyo o el patrocinio gubernamental. Sin embargo, losactores sociales siguen insistiendo.

    Tomemos un par de ejemplos del destino de lugares y espacios donde ocurrila represin, de los campos y crceles de las dictaduras. En algunos casos, el me-morial fsico est all, como el Parque de la Paz en Santiago, en el predio que ha-ba sido el campo de detencin y tortura de la Villa Grimaldi durante la dictadu-ra. La iniciativa fue de vecinos y activistas de los derechos humanos, que logra-ron detener la destruccin de la edificacin y el proyecto de cambiar su sentido(iba a ser un condominio, pequeo barrio privado). Tambin est lo contrario,los intentos de borrar las marcas, destruir los edificios para no permitir la mate-rializacin de la memoria, como la crcel de Montevideo convertida en un mo-derno centro de compras, quizs el caso ms ilustrativo. De hecho, muchos inten-tos de transformar sitios de represin en sitios de memoria enfrentan oposicin ydestruccin, como las placas y recordatorios que se intentaron poner en el sitiodonde funcion el campo de detencin El Atltico, en el centro de Buenos Aires(Jelin y Kaufman, 2000).

    Estos lugares son los espacios fsicos donde ocurri la represin dictatorial.

    Testigos innegables. Se puede intentar borrarlos, destruir edificios, pero quedanlas marcas en la memoria personalizada de la gente, con sus mltiples sentidos.Qu pasa cuando se malogra la iniciativa de ubicar fsicamente el acto del re-cuerdo en un monumento? Cuando la memoria no puede materializarse en un lu-

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    gar especfico? La fuerza o las medidas administrativas no pueden borrar las me-morias personalizadas. Los sujetos tienen que buscar entonces canales alternati-vos de expresin. Cuando se encuentran bloqueados por otras fuerzas sociales, lasubjetividad, el deseo y la voluntad de las mujeres y hombres que estn luchan-do por materializar su memoria, se ponen claramente de manifiesto de manera p-blica, y se renueva su fuerza o potencia. No hay pausa, no hay descanso, porquela memoria no ha sido depositada en ningn lugar; tiene que quedar en las ca-bezas y corazones de la gente. La cuestin de transformar los sentimientos perso-nales, nicos e intransferibles, en significados colectivos y pblicos, queda abier-ta y activa. La pregunta que cabe aqu es si es posible destruir lo que la genteintenta recordar o perpetuar. No ser que el olvido que se quiere imponer con laoposicin/represin policial 6 tiene el efecto paradjico de multiplicar las memo-rias, y de actualizar las preguntas y el debate de lo vivido en el pasado reciente?

    Los dueos de la memoria. La legitimidad de la palabra

    Aqu llegamos a uno de los nudos problemticos del tema, tal como se pre-senta en las luchas en el interior y en los lmites del movimiento de derechos hu-manos y de los/as portadores/as de la memoria: cmo definir quines tienen le-gitimidad para narrar y hablar? Hay un dilema o contradiccin central: concebiruna diferencia esencial entre quienes vivieron la experiencia en carne propia ylos otros implica un intento de mantener una diferencia de autoridad y de legiti-midad. Al mismo tiempo, cualquier estrategia para extender la aceptacin y elsentimiento compartido con relacin al pasado implica esfumar esos lmites parafacilitar la incorporacin de los otros.

    La distincin entre quienes sufrieron en carne propia y los/as otros/as nospersigue. Los sufrimientos y sus efectos traumticos tienen distintas intensidades,y sin duda cabe diferenciar estas intensidades, as como los grados de compromi-so y preocupacin por el tema. Hay vctimas directas, estn quienes empatizan yacompaan, quienes tratan de escucharlas y contribuir a su alivio o a la lucha porla justicia. Estn quienes asumen el tema como propio, como eje de su accionarciudadano, independientemente de las vivencias personales que tuvieron. Y estnquienes se sienten ajenos, y los que estn en el otro bando.

    El dolor y sus marcas corporales impiden a veces que ese dolor sea transmisi-ble; remiten al horror no elaborable subjetivamente. Los otros tambin pueden en-contrar un lmite en la posibilidad de compresin de aquello que entra en el mundocorporal y subjetivo de quien lo padece. Las huellas traumticas pueden tambin ser

    no escuchadas, o negadas por decisin poltica o por falta de una trama social quelas quiera transmitir. Esto puede llevar a una glorificacin o a la estigmatizacin delas vctimas, como las nicas personas cuyo reclamo es validado o rechazado. Enesos casos, la disociacin entre las vctimas y los dems se agudiza.

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    La pregunta que surge inmediatamente es si existe algn gnero el testimo-nio personal o, para este caso, cualquier otro que pueda definirse como el msapropiado para rememorar o si en realidad se puede afirmar que existan tales me-dios apropiados. Por detrs est la cuestin de saber si existen actores privile-giados y con autoridad legtima para hablar, o sea, quines tienen el poder (sim-blico) de decidir cul deber ser el contenido y la forma de expresin de la me-moria. Este tema es el de la propiedad o la apropiacin de la memoria.

    Existen estndares para juzgar cules son las rememoraciones y los memo-riales adecuados? Pero, y esto es lo ms importante, quin es la autoridad queva a decidir cules son las formas apropiadas de recordar? Quines encarnanla verdadera memoria? Es condicin necesaria haber sido vctima directa de larepresin? Pueden quienes no vivieron en carne propia una experiencia personalde represin participar en el proceso histrico de construccin de una memoriacolectiva? En qu rol?

    En este punto es necesario introducir el rol de la accin estatal. En la medi-da en que no se desarrollan canales institucionalizados oficiales que reconozcanabiertamente la experiencia reciente de violencia y represin, la lucha sobre laverdad y sobre las memorias apropiadas se desarrolla en la arena societal, msque en el escenario propiamente poltico. En ese escenario hay voces cuya legiti-midad es pocas veces cuestionada: el discurso de las vctimas directas y sus pa-rientes ms cercanos. Dada la ausencia de parmetros de legitimacin socio-po-ltica basados en criterios ticos generales (la legitimidad del estado de derecho),las disputas acerca de quin puede promover o reclamar qu, acerca de quin pue-de hablar y en nombre de quin, quedan sin resolver. Este contexto de ausencia

    estatal favorece el que el sufrimiento personal (especialmente cuando se lo vivien carne propia o a partir de vnculos de parentesco sanguneo) se convierta enel determinante bsico de la legitimidad y de la verdad. Paradjicamente, si la le-gitimidad social para expresar la memoria colectiva es socialmente asignada aaquellos que tuvieron una experiencia personal de sufrimiento corporal, esta au-toridad simblica puede deslizarse (consciente o inconscientemente) hacia un re-clamo monoplico del sentido y del contenido de la memoria y de la verdad7. Es-to puede combinarse (como ocurri en algunos momentos de la historia reciente)con un predominio del silencio y una ausencia de espacios sociales de circulacinde la memoria (mecanismos necesarios para la elaboracin de las experienciastraumticas), llevando al aislamiento de las vctimas ms directas, que puedencaer en una repeticin ritualizada de su dolor, sin elaboracin social. En el extre-mo, esta situacin puede llegar a obstruir los mecanismos de ampliacin del com-

    promiso social y los procesos de transmisin de la memoria, al no dejar lugarpara la reinterpretacin y la resignificacin en sus propios trminos del senti-do de las experiencias transmitidas por parte de los otros a los que se quiere in-corporar.

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    Hay aqu un doble peligro histrico: el olvido y el vaco institucional por unlado; la repeticin ritualizada de la historia trgica del horror por el otro. Ambosobturan las posibilidades de creacin de nuevos sentidos y de la incorporacin denuevos sujetos.

    Para terminar

    Hemos hablado de exclusiones econmicas y exclusiones polticas, de proce-sos culturales de inclusin a travs de la memoria. En estas cuestiones, el eje es-t en la ampliacin de distintos sentidos de nosotros/as, de pertenencias e iden-tificaciones, a travs de las memorias. Dnde y cmo ubicar los vehculos paraestas tareas? Dnde ubicar los espacios liminares de expansin de la comunidadde sentido del pasado? Cmo incorporar, adems de la dimensin de la identifi-cacin y la pertenencia, las cuestiones ligadas a la responsabilidad institucional,tanto por las exclusiones del presente como por el pasado? (Booth, 1999).

    Se puede partir de sujetos colectivos de diferente amplitud: desde un indivi-duo o grupo hasta en el lmite una humanidad que se concibe a s misma comopartcipe y responsable de todo lo humano. En el medio, y de manera ms con-creta, las prcticas de actores sociales especficos y las maneras en que dan sen-tido al pasado y logran transmitir sus preocupaciones a otros sectores sociales.Hay otro plano especialmente significativo en las dos caras del tema planteado.Se trata de las instituciones estatales. El debate sobre el lugar del estado en laspolticas de exclusin y pobreza es lgido, y supera este artculo. La pregunta decmo el estado y sus instituciones incorporan interpretaciones del pasado en losprocesos de democratizacin es, por contraste, parte de la poltica del silencio. Elsistema educativo, el mbito cultural, el aparato judicial, son algunos de los m-bitos que pueden llevar adelante una estrategia de incorporacin de ese pasado.Que lo hagan, de qu manera y con qu resultados, es siempre parte de los pro-cesos de lucha social y poltica.

    Llevar adelante una tarea de investigacin crtica en estos temas no es unalabor sencilla, por varias razones. En primer lugar, se trata de investigar temas yprocesos en curso, y esto siempre produce incertidumbres, en la vida cotidiana yen las tareas analticas ligadas a la investigacin. Hay ambigedades y tensiones,tendencias nunca claras y categoras nunca ntidas. En segundo lugar, se trata deinvestigaciones que se hacen desde adentro, en las cuales los/as investigado-res/as combinamos una doble (o triple) insercin: la de promover el estudio rigu-roso de procesos histricos y sociales por un lado; la del compromiso cvico-ciu-

    dadano y el compromiso emocional por el otro. La primera requiere tomar distan-cia analtica, pero los procesos estudiados no estn elegidos al azar sino sobre labase de un compromiso tico, poltico y, las ms de las veces, emocional. Lo cualresulta en que las/os investigadores/as resultamos ser protagonistas del proceso,

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    si reconocemos que las actividades de investigacin, los seminarios y publicacio-nes, son tambin datos del propio proceso que se estudia.

    En el campo de la memoria de la represin y la transicin en el Cono Sur, es-ta compleja insercin social de la investigacin en las luchas en curso tiene im-plicancias en la elaboracin de una agenda de trabajo y en las modalidades insti-tucionales de desarrollarla. La agenda de investigacin es, sin duda, una agendade compromiso social y poltico. Se construye de manera abierta, en dilogo per-manente con los actores sociales que promueven una ampliacin de los derechoshumanos y la ciudadana democrtica, actores que luchan contra la exclusin y laimpunidad. Al mismo tiempo, tiene que ser una agenda que garantice la autono-ma de la investigacin.

    Pero hay otro plano involucrado, el de los afectos y el compromiso personal.

    El intento de investigar las huellas y referentes de la memoria individual y su di-mensin colectiva surge del compromiso emocional y tico con un pasado y unpresente de los que somos actores/as, con los sentimientos y sufrimientos que es-to implica. En la tradicin preconizada por C. Wright Mills, asumir esta tarea su-pone ubicarse en ese punto de convergencia entre las inquietudes y sentimientospersonales y las preocupaciones pblicas. Intentar hacerlo con profundidad im-plica las ms de las veces vivir el proceso de investigacin con mucha carga emo-tiva, con sufrimientos propios y ajenos, con vivencias que a menudo se hacen in-tolerables. Esto a menudo implica tener que revisar crticamente las propiascreencias y sentidos de pertenencia.

    La iniciativa ms ambiciosa con relacin a este punto es el Programa de in-vestigacin y formacin de investigadores jvenes sobreMemoria colectiva y re -

    presin: Perspectivas comparativas sobre el proceso de democratizacin en elCono Sur de Amrica Latina, patrocinado por el Social Science Research Coun-cil, Nueva York. Con un enfoque multidisciplinario y comparativo, este progra-ma se desarrolla en seis pases (Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Per y Uru-guay)8. El programa se basa en tres consideraciones: primero, la necesidad deavanzar en la investigacin emprica sobre un tema que contina siendo muy con-trovertido en la regin, para as enriquecer los debates acadmicos y sociales so-bre la naturaleza de la memoria, su papel en la constitucin de identidades colec-tivas y las consecuencias de las luchas sociales alrededor de la memoria para lasprcticas sociales y polticas en sociedades post-dictadura. La segunda conside-racin parte de reconocer la necesidad de formar una nueva generacin de inves-tigadores acadmicos que puedan articular nuevas perspectivas sobre el tema. Porltimo, el programa apunta al desarrollo de una red ms permanente de investi-

    gadores preocupados por el tema de la memoria en la regin. El eje de las inves-tigaciones de los/as becarios/as de 1999 fueLugares y fechas de conmemoracin.Para el ao 2000, el eje desarrollado en los trabajos de los/as becarios/as fueAc -tores e instituciones, lo cual implica el estudio de las maneras en que actores e

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    instituciones incorporan las memorias del pasado en sus prcticas. El nfasis es-t puesto en prcticas y en disputas en la esfera pblica, con el convencimientode que las emociones y la subjetividad de los actores tambin estn presentes eneste mbito.

    Otros programas de este y otro tipo estn en curso en la regin. Lo que cree-mos importante sealar y destacar es la necesidad de incorporar a la investigacinuna visin comparativa y relacional, que simultneamente permita analizar fen-menos sociales socialmente urgentes en distintas escalas.

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    Bibliografa

    Arendt, Hannah 1949 The rights of man: what are they?, enModern Re -view Vol. 3, N 1.

    Booth, W. James 1999 Communities of memory: on identity, memory, anddebt, enAmerican Political Science Review Vol. 93, N 2, Junio.

    Filc, Judith 1997Entre el parentesco y la poltica. Familia y dictadura, 1976-1983 (Buenos Aires: Editorial Biblos).

    Huyssen, Andreas 1995 Twilight memories: marking time in a culture of am -nesia (Londres: Routledge).

    Jelin, Elizabeth y Susana G. Kaufman 2000 Layers of memories. Twentyyears after in Argentina, en T.G. Ashplant, G. Dawson and M. Roper, eds.The politics of war. Memory and commemoration. (Londres: Routledge).

    Scott, James C. 1992Domination and the arts of resistance: Hidden trans -cripts (New Haven: Yale University Press).

    Young-Bruehl, Elisabeth 1982Hannah Arendt. For love of the world(NewHaven: Yale University Press).

    Wieviorka, Michel 1992El espacio del racismo (Barcelona: Paids).

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    Notas

    1 La definicin del alcance de la comunidad o sociedad no es un asunto me-nor. Dada la creciente interdependencia y los procesos de mundializacin, ca-be la pregunta sobre cul es la unidad de anlisis apropiada. En realidad, lacuestin es que la distribucin y la exclusin pueden ser analizadas en distin-tas escalas, desde la familia hasta el mundo global.

    2 En este mismo rubro entran los llamados a invertir en las mujeres justifi-cados en trminos de los beneficios que se obtienen, especialmente la menormortalidad infantil. Estas argumentaciones tienen ms eco que aquellas que se

    justifican en trminos de corregir injusticias sociales o ampliar derechos.

    3 Es importante aqu no caer en la contraposicin entre las memorias colec-tivas comunitarias y la memoria pblica meditica, como si las primeras fue-ran lo bueno y puro contrapuesto a lo exgeno y manipulador. Nuestra vi-da contempornea est traspasada por pertenencias mltiples, inclusive lasrelacionadas con comunidades virtuales, que son tan endgenas o exgenascomo el barrio o la plaza comunitaria.

    4 ElNunca ms alude a las consignas utilizadas por los movimientos de dere-chos humanos en el Cono Sur. Debe recordarse que los informes recopilandoinformacin y listados de violaciones a los derechos humanos, elaborados pororganizaciones de derechos humanos en Uruguay y en Brasil, y por una comi-sin oficial (la CONADEP) en Argentina, llevan como ttuloNunca ms.

    5 Las interpretaciones del pasado son tema de controversias sociales auncuando haya pasado mucho tiempo desde los acontecimientos que se deba-

    ten. Esto se hizo claramente evidente cuando se conmemoraron los 500 aosde 1492. Era el descubrimiento de Amrica o su conquista? Era el en-cuentro de diferentes culturas o el comienzo del genocidio de los pueblosindgenas? En esa ocasin, diferentes actores dieron sentidos e interpretacio-nes, e inclusive nombres diversos, a lo que se estaba recordando. No huboninguna posibilidad de tener una conmemoracin unvoca.

    6 Esto ocurri con algunos intentos de marcar lugares de detencin en Bue-nos Aires, a travs de placas recordatorias o pinturas murales en ocasin del20 aniversario del golpe militar de 1976. En un caso, el del centro de deten-cin conocido como El Olimpo, la polica impidi el intento colectivo de pin-tar un mural; en otro, en el predio donde haba estado el centro clandestinoEl Atltico, los recordatorios instalados un da haban sido destruidos por ma-

    nos annimas durante la noche siguiente.7 Los smbolos del sufrimiento personal tienden a estar corporizados en lasmujeres las Madres y las Abuelas en el caso de Argentina mientras que losmecanismos institucionales parecen pertenecer ms a menudo al mundo de

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    los hombres. El significado de esta dimensin de gnero del tema, y las difi-cultades de quebrar los estereotipos de gnero con relacin a los recursos delpoder, requieren sin duda mucha ms atencin analtica. La investigacin fu-tura tambin deber estudiar el impacto que la imagen prevaleciente en elmovimiento de derechos humanos y en la sociedad en su conjunto de de-mandas de verdad basadas en el sufrimiento y de las imgenes de la familiay los vnculos de parentesco (Filc, 1997) tiene en el proceso de construccinde una cultura de la ciudadana y la igualdad. Una cuestin importante es pre-guntarse en qu medida este familismo obtur el planteo de los derechoshumanos y la memoria del pasado dictatorial como parte de una historia yuna lucha en el espacio propiamente poltico en el pas.

    8 Se puede obtener ms informacin sobre este Programa en:http://www.ssrc.org/latinamer/LAmemp.htm

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