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1 JESUCRISTO Y LA PSICOLOGIA Alfonso Salgado Ruiz UPSA Quiero comenzar expresando mi gratitud a muchas personas. En primer lugar, a la Pastoral Universitaria, y muy especialmente a Miguel Angel, su delegado y director, por su confianza en que yo tuviera algo que decir, máxime en el contexto de los que me han precedido, que sí son grandes sabios de diferentes disciplinas. Yo no soy experto en Psicología de la Religión. Por eso, esta invitación me ha obligado a la reflexión, al estudio. Y esa invitación se ha convertido para mí en un reto, que también agradezco porque ha sido una invitación a pensar, a reflexionar y a plantearme yo mismo algunos interrogantes, a los que he pretendido responder y responderme. Y me proponen compartirlo con vosotros, no como si fuera un perito sino como un psicólogo experimental que busca, como persona, identificarse con la persona de Jesús de Nazaret. Quiero también agradecer a quienes se han acercado para compartir su sabiduría en este tema, muy especialmente a Paco Arrondo, siempre presente y gran conocedor de la figura y persona de Cristo, que me propuso algunas claves importantes desde las que comenzar a plantear esta reflexión. Igualmente a David Cabrera, por su orientación en algunas joyas bibliográficas y a David Urchaga, cuya espontaneidad en brindarme su ayuda vuelve a poner de manifiesto que es un extraordinario investigador en Psicología Religiosa y un extraordinario compañero. 1.- Un par de aclaraciones Es mucho aquello de lo que podríamos hablar. Me ciño a abordar lo que se me ha pedido: en qué medida ser seguidor de Cristo, buscar la identificación con él y el seguimiento de su persona contribuye a nuestro crecimiento personal, a la felicidad desde el punto de vista psicológico, a la salud mental en definitiva, que son términos que se abordan en la actualidad con significado casi idéntico. Por tanto, ¿qué Psicología y qué Jesucristo? ¿Qué Psicología? Yo asumo los principios del abordaje experimental en las ciencias de la conducta, y por tanto, un abordaje empirista, naturalista, objetivo,… que asume que el papel de la Psicología es la descripción, explicación e intervención sobre el comportamiento desde unos supuestos rigurosamente contrastables, empíricos y objetivos. Me muevo como investigador y como docente, entre la Psicología Biológica y la Psicología Clínica experimental, en lo que tradicionalmente se denominaba Terapia de Conducta. Asumo, por tanto, la aproximación al fenómeno religioso de la fe en Jesucristo como lo hace la psicología de la religión, que implica: - abordaje del fenómeno religioso como vivencia personal del individuo: un comportamiento humano específico, que parte del reconocimiento de una realidad superior –Dios- que da el sentido último a la realidad, a la historia y a la propia existencia - no agota el fenómeno religioso, sino que estudia una parcela del mismo, en cuanto fenómeno de comportamiento - asume los postulados de la psicología: estudio objetivo, empírico, contrastable, naturalista, sin posicionamientos ideológicos como hombre de fe o negador de la divinidad

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JESUCRISTO Y LA PSICOLOGIA Alfonso Salgado Ruiz

UPSA

Quiero comenzar expresando mi gratitud a muchas personas. En primer lugar, a la Pastoral Universitaria, y muy especialmente a Miguel Angel, su delegado y director, por su confianza en que yo tuviera algo que decir, máxime en el contexto de los que me han precedido, que sí son grandes sabios de diferentes disciplinas. Yo no soy experto en Psicología de la Religión. Por eso, esta invitación me ha obligado a la reflexión, al estudio. Y esa invitación se ha convertido para mí en un reto, que también agradezco porque ha sido una invitación a pensar, a reflexionar y a plantearme yo mismo algunos interrogantes, a los que he pretendido responder y responderme. Y me proponen compartirlo con vosotros, no como si fuera un perito sino como un psicólogo experimental que busca, como persona, identificarse con la persona de Jesús de Nazaret.

Quiero también agradecer a quienes se han acercado para compartir su sabiduría en este tema, muy especialmente a Paco Arrondo, siempre presente y gran conocedor de la figura y persona de Cristo, que me propuso algunas claves importantes desde las que comenzar a plantear esta reflexión. Igualmente a David Cabrera, por su orientación en algunas joyas bibliográficas y a David Urchaga, cuya espontaneidad en brindarme su ayuda vuelve a poner de manifiesto que es un extraordinario investigador en Psicología Religiosa y un extraordinario compañero. 1.- Un par de aclaraciones Es mucho aquello de lo que podríamos hablar. Me ciño a abordar lo que se me ha pedido: en qué medida ser seguidor de Cristo, buscar la identificación con él y el seguimiento de su persona contribuye a nuestro crecimiento personal, a la felicidad desde el punto de vista psicológico, a la salud mental en definitiva, que son términos que se abordan en la actualidad con significado casi idéntico. Por tanto, ¿qué Psicología y qué Jesucristo? ¿Qué Psicología? Yo asumo los principios del abordaje experimental en las ciencias de la conducta, y por tanto, un abordaje empirista, naturalista, objetivo,… que asume que el papel de la Psicología es la descripción, explicación e intervención sobre el comportamiento desde unos supuestos rigurosamente contrastables, empíricos y objetivos. Me muevo como investigador y como docente, entre la Psicología Biológica y la Psicología Clínica experimental, en lo que tradicionalmente se denominaba Terapia de Conducta. Asumo, por tanto, la aproximación al fenómeno religioso de la fe en Jesucristo como lo hace la psicología de la religión, que implica:

- abordaje del fenómeno religioso como vivencia personal del individuo: un comportamiento humano específico, que parte del reconocimiento de una realidad superior –Dios- que da el sentido último a la realidad, a la historia y a la propia existencia

- no agota el fenómeno religioso, sino que estudia una parcela del mismo, en cuanto fenómeno de comportamiento

- asume los postulados de la psicología: estudio objetivo, empírico, contrastable, naturalista, sin posicionamientos ideológicos como hombre de fe o negador de la divinidad

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- que inserta sus datos en el contexto de modelos explicativos de la conducta, y no se limita a describir sino a explicar por qué suceden las cosas que estudia

- que desea establecer en qué medida la vivencia religiosa influye –si es que lo hace de alguna manera- en el funcionamiento general del individuo

¿Qué Jesucristo? Para mí, como ciudadano, Cristo es el eterno Señor de todas las cosas, Señor del mundo, de la historia y, especialmente, de mi vida… Es el perfecto modelo de lo que creo que es Dios y de lo que yo quiero llegar a ser como persona. Pero esta tarde quiero prescindir de esta decisión personal para acercarme a la persona de Jesús de Nazaret desde una perspectiva más neutra. Desde ahí, algunas consideraciones sencillas que sirvan como marco general:

- Jesús de Nazaret es una persona de la que sabemos sobre todo a través de lo que han ido contando de El sus amigos (Evangelios), escritos desde las coordenadas de la época, donde no se hace referencia a sus rasgos de personalidad, como cabría esperarse en nuestros tiempos. Esta primera anotación debe ponernos sobre la pista desde la cautela

- Creo que estaremos de acuerdo en que es un hecho objetivo el que se trata de una persona con quien han deseado identificarse miles y miles de hombres y mujeres a lo largo de la historia (la religión cristiana tiene como centro a un tal Jesús y es una religión como ninguna otra en el sentido de identificación con una persona): es el caso del que conocemos como el joven rico del Evangelio, que le pregunta acerca de “cómo alcanzar la vida eterna”, la felicidad, la plenitud, el total desarrollo… Es el caso de Agustín de Hipona y su obsesión por la verdad, de Francisco de Asís, de Ignacio de Loyola y su experiencia de discernimiento a brazo partido con sus sentimientos y motivaciones, de Francisco Javier, que aprende que de nada sirve ganar el mundo si se pierde la vida plena,… y tantos y tantos de nosotros que creemos que la identificación con Cristo es camino de felicidad. Es, desde otra onda, el caso de Timoty Garton Asch, agnóstico militante, que considera que Cristo es “probablemente el hombre más hermoso de la historia de la humanidad”.

¿Es cierto esto?, ¿es cierto que la fe contribuye al desarrollo como personas o es la fe un factor de riesgo para la salud mental? Este es el tema que se me pide abordar esta tarde y reflexionar con vosotros. 2.- ¿Qué es Salud mental? Aportaciones desde la psicopatología y la psicología positiva La salud mental no es sólo ausencia de sintomatología psicopatológica, aunque también. En la actualidad, es preferible hablar de una serie de componentes que indican que el individuo tiene un buen ajuste psicológico a su entorno y es capaz de una vida “psicológicamente” sana cuando presenta (APA, 2002):

- alta resistencia al estrés y la frustración - autonomía intelectual, afectiva y de autocuidado - percepción correcta de la realidad - percepción coherente y realista de sí mismo - competencia y ajuste a las demandas del entorno - relaciones sociales positivas - actitud positiva hacia sí mismo y los demás

En la actualidad, muy relacionado con todos estos conceptos, se encuentran los trabajos de la Psicología Positiva. La psicología positiva es una rama de la psicología de reciente aparición que busca comprender, a través de la investigación científica, los procesos que subyacen a las cualidades y emociones

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positivas del ser humano. El objeto de este interés es aportar nuevos conocimientos acerca de la conducta y la mente humanas no sólo para ayudar a resolver los problemas de salud mental que adolecen a los individuos, sino también para alcanzar mejor calidad de vida y bienestar. Se centra, por tanto, en la construcción de competencias y en la prevención, más que en la enfermedad y el tratamiento. En este sentido, se ha demostrado que para presentar una buena dosis de felicidad, de madurez y flujo son necesarias tres cosas:

- la vida de placer: emociones positivas relacionadas con las risas, sonrisas, estar de buen humor, optimismo, esperanza, creatividad,…

- la vida comprometida: ser uno con las cosas que haces, absorto, inmerso, en el amor, el trabajo, con los hijos, con el ocio, con las amistades,…

- la vida significativa: se trata de saber cuáles son los puntos fuertes y utilizarlos para pertenecer y servir para algo que crees que es mayor que tú.

Es decir que tenemos la vida agradable, la vida comprometida y la vida con significado: creo que son tres nociones que científicamente se pueden contrastar y en las que el término difuso de la felicidad se puede descomponer. En palabras de Martin Seligman, uno de los pioneros de la investigación en este campo, hay un mensaje muy liberador de la psicología positiva al mundo, y es que esta idea de Hollywood de que para tener éxito en la vida hay que sonreír y estar siempre de buen humor no es cierta. En cualquier caso, ésta es sólo una forma de ser feliz, pero existen otras dos formas que son mucho más fáciles de obtener, que son comprometerse en lo que se hace y encontrar significado en lo que se hace. Junto con esto, se han estudiado las características de las personas que son fuertes frente a la adversidad, que tienen un carácter potente, resistente (i.e. resiliencia). Estas 24 virtudes son (y algunas tienen mucho de evangélico):

- Sabiduría y conocimiento: Fortalezas cognitivas que implican la adquisición y el uso del conocimiento.

1. Curiosidad, interés por el mundo: tener interés por lo que sucede en el mundo, encontrar temas fascinantes, explorar y descubrir nuevas cosas.

2. Amor por el conocimiento y el aprendizaje: llegar a dominar nuevas materias y conocimientos, tendencia continua a adquirir nuevos aprendizajes.

3. Pensamiento crítico, mentalidad abierta, capacidad de juicio: pensar sobre las cosas y examinar todos sus significados y matices. No sacar conclusiones al azar, sino tras evaluar cada posibilidad. Estar dispuesto a cambiar las propias ideas en base a la evidencia.

4. Creatividad, originalidad, inventiva, inteligencia práctica: pensar en nuevos y productivos caminos y formas de hacer las cosas. Incluye la creación artística pero no se limita exclusivamente a ella.

5. Perspectiva: ser capaz de dar consejos sabios y adecuados a los demás, encontrando caminos no sólo para comprender el mundo sino para ayudar a comprenderlo a los demás.

- Coraje: Fortalezas emocionales que implican la consecución de metas ante situaciones de dificultad, externa o interna.

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6. Valentía: no dejarse intimidar ante la amenaza, el cambio, la dificultad o el dolor. Ser capaz de defender una postura que uno cree correcta aunque exista una fuerte oposición por parte de los demás, actuar según las propias convicciones aunque eso suponga ser criticado. Incluye la fuerza física pero no se limita a eso.

7. Perseverancia y diligencia: terminar lo que uno empieza. Persistir en una actividad aunque existan obstáculos. Obtener satisfacción por las tareas emprendidas y que consiguen finalizarse con éxito.

8. Integridad, honestidad, autenticidad: ir siempre con la verdad por delante, no ser pretencioso y asumir la responsabilidad de los propios sentimientos y acciones emprendidas.

9. Vitalidad y pasión por las cosas: afrontar la vida con entusiasmo y energía. Hacer las cosas con convicción y dando todo de uno mismo. Vivir la vida como una apasionante aventura, sintiéndose vivo y activo.

- Humanidad: Fortalezas interpersonales que implican cuidar y ofrecer amistad y cariño a los demás.

10. Amor, apego, capacidad de amar y ser amado: tener importantes y valiosas relaciones con otras personas, en particular con aquellas en las que el afecto y el cuidado son mutuos. Sentirse cerca y apegado a otras personas.

11. Simpatía, amabilidad, generosidad: hacer favores y buenas acciones para los demás, ayudar y cuidar a otras personas.

12. Inteligencia emocional, personal y social: ser consciente de las emociones y sentimientos tanto de uno mismo como de los demás, saber como comportarse en las diferentes situaciones sociales, saber que cosas son importantes para otras personas, tener empatía.

- Justicia: Fortalezas cívicas que conllevan una vida en comunidad saludable. 13. Ciudadanía, civismo, lealtad, trabajo en equipo: trabajar bien dentro de un equipo o grupo de personas, ser fiel al grupo y sentirse parte de él.

14. Sentido de la justicia, equidad: tratar a todas las personas como iguales en consonancia con las nociones de equidad y justicia. No dejar que los sentimientos personales influyan en decisiones sobre los otros, dando a todo el mundo las mismas oportunidades.

15. Liderazgo: Animar al grupo del que uno es miembro para hacer cosas, así como reforzar las relaciones entre las personas de dicho grupo. Organizar actividades grupales y llevarlas a buen término.

- Moderación: Fortalezas que nos protegen contra los excesos.

16. Capacidad de perdonar, misericordia: capacidad de perdonar a aquellas personas que han actuado mal, dándoles una segunda oportunidad, no siendo vengativo ni rencoroso.

17. Modestia, humildad: dejar que sean los demás los que hablen de uno mismo, no buscar ser el centro de atención y no creerse más especial que los demás.

18. Prudencia, discreción, cautela: ser cauteloso a la hora de tomar decisiones, no asumiendo riesgos innecesarios ni diciendo o haciendo nada de lo que después uno se pueda arrepentir.

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19. Auto-control, auto-regulación: tener capacidad para regular los propios sentimientos y acciones. Tener disciplina y control sobre los impulsos y emociones.

- Trascendencia: Fortalezas que forjan conexiones con la inmensidad del universo y proveen de significado la vida.

20. Apreciación de la belleza y la excelencia, capacidad de asombro: saber apreciar la belleza de las cosas, del día a día, o interesarse por aspectos de la vida como la naturaleza, el arte, la ciencia...

21. Gratitud: ser consciente y agradecer las cosas buenas que a uno le pasan. Saber dar las gracias.

22. Esperanza, optimismo, proyección hacia el futuro: esperar lo mejor para el futuro y trabajar para conseguirlo. Creer que un buen futuro es algo que está en nuestras manos conseguir.

23. Sentido del humor: gustar de reír y gastar bromas, sonreír con frecuencia, ver el lado positivo de la vida.

24. Espiritualidad, fe, sentido religioso: pensar que existe un propósito o un significado universal en las cosas que ocurren en el mundo y en la propia existencia. Creer que existe algo superior que da forma a determina nuestra conducta y nos protege.

3.- La fe en Jesucristo como factor de promoción o riesgo de la salud mental Evidentemente, llegado aquí, la pregunta es ¿en qué medida el deseo de identificación con Cristo, como modelo de mi vida y dador de sentido contribuye a alcanzar estas disposiciones o es un factor de riesgo que nos aleja de ellas? La fe religiosa ¿potencia o daña la salud mental? Ha habido muchos estudios y sus resultados no son inequívocos. Ahora bien, es preciso diferenciar la fe correcta, madura y autónoma de las “caricaturas” de la fe, del mismo modo que una cosa es la percepción y otra las alucinaciones, una cosa es la memoria y otra la fabulación, una cosa es el pensamiento y otra el delirio. Personas religiosas han sido San Francisco Javier y Savonarola, Teresa de Calcuta y los integristas de Hamas, Edith Stein y George Bush, Monseñor Romero y Jomeini,… Sabemos que la religiosidad proyectiva, neurótica, es factor de riesgo para numerosos trastornos, o que acompaña a diferentes problemas psicopatológicos y es causa de dolor, de escrúpulo, de obsesión… del mismo modo que los informes de la American Psychological Association sobre comportamiento y salud concluyen que la fe religiosa es un factor protector entre otros, para el consumo de drogas en población adolescente, frente a la aparición del trastorno disocial y negativista, que la creencia religiosa y la participación en la vida de una comunidad de creyentes contribuye a la rehabilitación de enfermedades físicas de tipo cardiocoronario, oncológico,… Se han hecho críticas serias desde la psicología y la psicopatología a la religión desde numerosas aproximaciones, tales como:

- entender la fe como proyección ilusoria de vivencias subjetivas: atributos de nuestros deseos, fijaciones infantiles, creencias mágicas para controlar los acontecimientos,… o como efectos de la actividad de ciertas áreas encefálicas (e.g.. neuroteología,…)

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- entender que las prácticas religiosas son reflejo y pábulo de actitudes obsesivo-compulsivas: sujetos tensos, ritualistas, recorriendo los altares santiguándose y encendiendo velas, recitando novenas, purificándose con agua bendita,…

- afirmar que la religión acrecienta el sentimiento de culpa por su alusión permanente al pecado, la penitencia, la falta de autoestima,…

- interpretar la religión como represión y freno al pensamiento propio: la voluntad más o menos encubierta de las castas religiosas por imponer una verdad y unas prácticas morales y de culto; la fe como patrimonio de las personas menos cultas y más “obedientes” que aceptan los milagros como fenómenos naturales, la existencia de seres misteriosos como ángeles y demonios que pululan por las calles,…

- asumir que la fe religiosa es origen de fanatismos, de paranoia, de egocentrismo,… - interpretar el cristianismo como una escuela de rigidez, de perfeccionismo y

formalismo a partir de afirmaciones evangélicas como: “Todo el que mire a una mujer deseándola comete adulterio”, “Si tu ojo derecho es ocasión para pecar, arráncatelo”; “Amad a vuestros enemigos”, “O conmigo o contra mí”,…

- se ha entendido que los grandes santos actúan como personajes neuróticos, desequilibrados: Pablo de Tarso, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Agustín de Hipona,…

En la actualidad no es posible aceptar -con los datos que se poseen acerca de la psicopatología y los factores de riesgo- que ninguna de estas afirmaciones sea correcta, cuando se considera la fe religiosa como lo que es, y no versiones anormales de la misma. Antes al contrario. Al consultar unos treinta trabajos empíricos que relacionan fe religiosa y salud me ha llamado poderosamente la atención que la mayoría de estos trabajos constatan que las personas que consideran importante su vertiente religiosa muestran un mayor bienestar psicológico subjetivo y una más elevada esperanza de poder configurar su proyecto de vida (i.e. competencia personal) que las que no estiman en nada esta dimensión. La convicción de que su vida era valiosa, no inútil, dependía más de la importancia que daban a su fe que de los ingresos económicos, la formación profesional, la salud, la edad, la situación familiar o la amplitud de su círculo de amistades. Además, esta convicción tiene mayor capacidad predictiva que la pertenencia a una determinada comunidad o iglesia, por lo que el “plus” psicohigiénico de la fe no puede atribuirse únicamente al apoyo social prestado por la comunidad creyente. Además, son numerosos los estudios que confirman que la fe ayuda a hacer frente a situaciones de pérdida o duelo, mejora la autoestima (sobre todo si se concibe que Dios no es una autoridad que exige y juzga, sino un Padre que acepta, perdona y estimula mi crecimiento y me ayuda a ser compasivo con los errores y maldades de los demás); además ayuda a relativizar ciertas valoraciones externas que puedan hacer daño (¿será esto lo que ha constatado Pablo de Tarso cuando afirma en su carta a los corintios “Mi juez es el Señor”?). Del mismo modo, se sabe que la fe en Cristo es un poderoso animador del comportamiento altruista y prosocial, que a su vez contribuye a un descentramiento y reorientación atencional y motivacional muy saludable psicológicamente. Así pues, se es válido considerar que la experiencia religiosa puede resultar ambivalente, y no sólo porque puede ser un factor de riesgo o un factor protector para la salud mental, sino por la misma ambigüedad en que un objeto puede provocar amor y odio, filiación y fobia, deseo de imitar o miedo a su reprobación,… y de ese juego de ambivalencia puede surgir la patología. Es lo que el lenguaje clásico del psicoanálisis denominaba las pulsiones de vida o de muerte y que hoy, con otros términos y explicaciones, podríamos bien asumir para explicar lo que es el juego de la vida emocional y afectiva. En la medida en que la religión acerque más a uno u otro polo de esta dimensión, ésta adoptará un signo u otro. La manera en que resolvamos esa ambivalencia hará que el hecho religioso contribuya al desarrollo y potenciación de la persona y los grupos o, por el contrario, a su bloqueo.

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En cualquier caso, lo que se ha constatado es que, para las personas creyentes, la religión es un factor poderoso de motivación. Probablemente ningún otro objeto mental tenga la misma magnitud que la representación psicológica de Dios, porque ningún otro posee un referente tan ilimitado en su extensión, ni implica las dimensiones de absolutez, potencia e infinitud que solemos atribuir a la divinidad. Probablemente por ello, ninguna otra institución social cuenta con el potencial de deseo que anima y enciende la experiencia religiosa. En pocos terrenos la pasión, el fervor, el entusiasmo, el fanatismo, la compasión, la creatividad, la violencia,… ha podido jugar con la intensidad con la que lo hace el campo de la religión. Por eso decimos que “la fe mueve montañas”. El problema, en resumen, no es tanto el potencial de salud o patología de la experiencia religiosa, sino en determinar qué tipo de experiencia religiosa es la que se desarrolla en las personas y los grupos, qué funciones desempeña y a qué resultados conduce. En sí misma, la experiencia religiosa no posee capacidad de sanar ni de enfermar, pero puede contribuir enormemente a una cosa u otra. Evidentemente, la experiencia religiosa se vive en relación con el conjunto de factores y determinantes personales y ambientales del sujeto. Pretender encontrar una “experiencia religiosa pura”, libre de cualquier determinante psicológico, es una ilusión y un mito. Por tanto, la madurez religiosa, igual que la salud mental entendida en el sentido positivo y actual del término, y no sólo como ausencia de enfermedad, es un horizonte hacia el que caminar, una utopía de llegada que moviliza al sujeto, pero no un estado final o de partida. Ciertamente, hay claras anomalías religiosas:

- lo fanático y lo paranoide: proyección, sospecha, rigidez, juicio crítico formalista e inmisericorde,… La urgencia de saber y ser reconocido como portador de la verdad, y saber que el mal siempre se encuentra fuera: en los herejes, en los laxos, en los diferentes… Ahí está el origen del fundamentalismo, del integrismo, del fanatismo de uno u otro signo,… En definitiva, se trata de hombres y mujeres muy poco religiosos, por cuanto que la bandera de Dios que dice defender a ultranza no es sino la bandera de su idea, camuflada de creencia y dogma, que se ven obligados a imponer violentamente porque está en juego su propia aceptación. Por eso se afirma que “los fanáticos devoran la divinidad”, porque necesitan apropiarse de ella como medio de conjurar una diferencia, que es vivida como una amenaza intolerable, en la medida en que viene a negar el carácter absoluto que el sujeto necesita concederse a sí mismo. No son pocos los fanatismos actuales que encubren muy poco amor a Dios, del que dicen ser exclusivos servidores

- iluminismo e histeria: es el caso del alumbrado, del falso místico, donde Dios no es

sino un imaginario donde encontrar refugio y satisfacción a unas carencias afectivas muy profundas. En estos casos, la fe es vivida como una constante pasión, que va desde la consolación total a la desolación absoluta, de la necesidad de ser mártir con un dramatismo exhibicionista a una sequedad infinita, en una relación con un Dios que siempre está probándolos con unas pruebas horribles en su camino de fe. Buena parte de una fe cristiana basada en lo exclusivamente emocional, en lo afectivo, en una oración descarnada y poco comprometedora, en momentos de ebullición al calor de miles de personas entonando una misma consigna,…

- leguleyos y obsesivos: la fe de los fariseos, de quienes todo lo resuelven con el

cumplimiento escrupuloso de una ley, sin entrar en lo que dicta la propia ley, de quienes consideran que Dios es enemigo del hombre y, por supuesto, del mundo y de todas las satisfacciones que éste pueda proporcionar. Ahí detrás está una profunda ambivalencia afectiva ante Dios: un profundo odio a quien me impide gozar y, a la vez, una sumisión infantil para evitar sus castigos. Una vida de escrúpulos, de normas éticas que uno no sabe muy bien explicar ni tiene

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interiorizadas, una exacerbación de los rituales y los cumplimientos obsesivos como manera de asegurarse el amor de Dios.

Y los cristianos, llamados a la identificación personal con Cristo ¿dónde nos encontramos? En definitiva ¿qué rasgos de la vida y del mensaje de Jesús podemos marcar más que nos indiquen si su seguimiento es a una persona, no sólo no enferma, sino garante de salud mental y desarrollo? 4.- Cristo: Rasgos de personalidad Recordamos de nuevo al joven rico que le propone saber acerca de la vida en plenitud, y de tantos santos y santas que se han identificado con él. Y recordemos que no hay datos “psicológicos” de Jesús. Por tanto, andemos con cuidado. Podemos saber de él que:

- es una persona profundamente religiosa, por lo cual es buen ejemplo de lo que estamos diciendo

- es consciente de su misión, que acepta aunque cueste - es una personas profundamente comunitaria, abierto a la relación íntima, asertivo,

buen escuchante, comprometido con sus amigos y, especialmente, con los más necesitados

- es profundamente afectuoso - actúa y propone una moral post-convencional, subsumiendo la letra de la ley al

espíritu de la ley - se ve movido a la autorrealización: deseoso de aceptación de sí mismo, naturalidad,

necesitado de intimidad y autonomía, frescura, discriminación entre medios y fines, nada hostil, con sentido de trascendencia,…

- se le ve como un hombre “muy femenino” por su relación con las mujeres, con los niños, con los apóstoles (i.e. el lavatorio de los pies)

- sus actitudes implícitas parecen ser su libertad suprema, su proclamación de la igualdad entre los seres humanos, su apertura universal a todos, especialmente a los excluidos de la sociedad y su amor solidario, como resultado de sentirse profundamente amado por Dios, a quien llega a llamar papá, padre

- un hombre que se mueve con sencillez pero con autoridad, que se manifiesta en su modo de relacionarse con la gente. No se presenta como un individuo complicado, lleno de dudas filosófico-existenciales o religiosas, con un discurso profusamente elaborado sólo para iniciados, sino como una persona que ofrece su mensaje sin pedir nada a cambio (ahí está probablemente su escándalo), que respeta su libertad de opción para la escucha y la respuesta personal

- un individuo rodeado de “pecadores e impuros”, lo que nunca ha hecho cualquier otro fundador de otras religiones, ni lo haría un converso o un fanático

- con una fe sin magia, profundamente pegado a los hombres y al mundo. Aprovecho este momento para haceros una invitación a contemplar los pasajes del Evangelio guiados por una pregunta: ¿Qué hay detrás del hombre de quien leo, medito este pasaje? No sólo qué hace, qué dice o qué significa lo que hace o dice, sino quién es. Os invito a acercaros a Jesús, seáis o no creyentes, deseando tener lo que podemos llamar conocimiento interno de su persona: de su “interno”, de sus vetas, de sus mociones y motivaciones,… Preparando esta reflexión he vuelto a caer en la cuenta de la importancia que esto tiene. Es esencial, en una fe que se basa en un hombre, que nos propone la identificación afectiva y de vida con Él.

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5.- A modo de conclusión: la fe en Cristo como cauce de desarrollo personal La psicología no pretende cuestionar la fe religiosa, ni “psicologizar” cualquier fenómeno religioso. Es, sin embrago, una herramienta importante para ayudar a depurar la fe genuina de los rasgos patológicos o patologizantes que la pueden cercar y se le pueden añadir. El objetivo de la psicología, cuando se aproxima al fenómeno religioso, no es hacer burla de la fe, sino identificar qué es fe y qué cosas son añadidos que sí proceden de la propia mente humana y pueden jugar en su contra. En definitiva, la religiosidad puede ser un factor de riesgo para la salud mental cuando es infantil, externalizada, ritualista, moralista o dogmática. Frente a ella, debe proponerse desde la psicología un seguimiento maduro y estimulante: ¿Y qué es una religiosidad psicológicamente madura? Algunos rasgos pueden definirse así:

- autonomía motivacional: no es religioso para sacar algún provecho humano sino buscando un encuentro genuino con Dios. Se pasa del Dios-de-la-necesidad al Dios-del-deseo, de la alianza

- tensión dinámica: la paz de su alma no le impide la constante búsqueda, la depuración, el cuestionamiento, el crecimiento,…

- creatividad: búsqueda de nuevas formulaciones, cada vez más personalizadas, más interiorizadas (el “por mí” que propone San Ignacio en sus Ejercicios Espirituales); nuevos símbolos, nuevas expresiones,…

- flexibilidad y tolerancia: sin fanatismo, sin legalismo externalista; flexible y tolerante con otras creencias e incluso con no tener ninguna creencia; sin necesidad obsesiva de imponer su fe, que vive como un don

- integración comunitaria: su caminar hacia Dios no es solitario sino en comunicación con sus compañeros de fe, e incluso, para el creyente auténtico, con todos los hombres, a quienes tiene por hijos de Dios

- coherencia comportamental: su conducta se rige o pretende hacerlo por sus creencias; profundo sentido de justicia, de libertad, de humanidad, dispuesto a promover auténtico humanismo

- Dios no es “mis-estados-internos”: Dios es algo diferente de mí - identificación con un modelo, con realismo, sin copias externas ajenas a mi

persona, sin sentimentalismos, escapes ni proyecciones infantiles,… - renuncia, no por sí misma, sino por alcanzar los ideales religiosos que busca; la ley

no tiene valor en sí misma, sino en cuanto medio… - gratitud que se torna compromiso, sueño, proyecto,… no para justificarme y

“salvarme” sino para devolver tanto bien recibido El Dios de Jesús es un Dios profundamente humano, no porque sea una proyección de nuestros más íntimos deseos, sino porque creer en el Dios de Jesús, intentar vivir y vivirnos desde el seguimiento a Jesucristo es una invitación a ser hombres y mujeres profundamente humanos, terrenales, limitados, conscientes de que la fe es sólo fe y nada menos que fe. Probablemente, la humanización de la fe es la mejor manera de hacer que ésta no sólo no sea un factor de riesgo para nuestra salud mental, sino un factor de promoción de la misma. Una fe desarraigadamente basada en lo divino trae como consecuencia, paradójicamente, una deshumanización de la fe, una fe que atenta contra la dignidad infinita de lo humano que esa misma fe dice proponer. La fe que propone Jesús es una fe que no es “todo saber”, como si Dios fuera un sábelo-todo. Una fe que elude ser humana pretende situarse en el mundo y ante los demás como si fuera un pequeño dios, firme en sus certezas porque mediante su vinculación con el Omnisciente, obtiene respuesta y explicación a toda posible duda u oscuridad. Pero el Dios que nos muestra

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Jesús no es un Dios garante de saberes y certezas. Cristo no se ofreció para proporcionar respuestas y explicaciones sobre todos los secretos del hombre y del cosmos. Por eso la fe del seguidor de Jesús es más pacífica que la del fanático y la del inquisidor, y más modesta. Sabe lo que sabe y sabe lo que cree, y lo que cree no porque sea una evidencia, sino porque sabe de quién se ha fiado. La fe de Jesús no es una “fe de poder”, no pretende ser una estratagema para eludir la renuncia a los sentimientos infantiles de omnipotencia. Cuando Dios es un apéndice del propio yo, puesto a su favor y su servicio, la fe deshumaniza y atenta contra nosotros. Es la fe en un Dios que se convierte en calmante de nuestro dolor y nuestra impotencia, y que tiene como función suprema la de gratificar y hacer llevadera la dureza de vivir. Un Dios que achica y empequeñece lo humano porque le hace dependiente de una necesidad infantil de seguridad y protección. Pero el Dios de Jesús no es éste. El creyente en Jesús ni sabe más ni puede más ni está exento del dolor, del sinsentido o del arbitrio de la vida y la naturaleza que el no creyente. Es un creyente que sólo sabe que Dios le acompaña siempre y le ama siempre, en cualquier situación o tras cualquier comportamiento. El Dios del Evangelio no es una respuesta mágica para nuestros deseos. Dios es padre pero en la forma en que lo fue para Jesús: no privándole de su propia vida, aun cuando ésta conllevara asumir sus propias responsabilidades y cargar con la muerte. Nuestro Dios no es un Dios de poder, sino de amor, de abajamiento, de omni-impotencia. Nuestro Dios es el Dios de Jesús en la cruz, no es el Júpiter en el Olimpo sino Cristo lavando los pies. No es el Dios que se impone sino que se expone, que ha querido mostrar su máxima potencia en su máxima debilidad. No hay aquí exaltación del dolor y del fracaso, sino testimonio de la coherencia con la propia vida, con los propios ideales hasta la muerte incluso. Es el hombre, Jesús, plenamente coherente con lo que ha creído, el que triunfa frente a la tentación de Getsemaní. Y en esa situación no queda resquicio para la proyección patológica. Por último, no es una fe que mutila el ser, que reprime los deseos y exige total e incondicional negación de uno mismo, especialmente del placer (y no solo sexual). La fe implica una oferta para sacrificar cierto placer individual en aras a la creación de unas condiciones sociales que hagan posible el advenimiento de la justicia, la verdad, el amor, la vida y la paz para todos. Mala es una fe que niega que “Dios vegeta en la planta, sensa en el animal y entiende en el hombre”, como tan bellamente afirmó Ignacio de Loyola. Mala es la fe que excluye a Dios de alguna parte de nuestro cuerpo o de nuestra mente. Psicológicamente mala es la fe que no salvaguarda y promueve el gozo y que lo horada con la carcoma de la culpa, la duda y el remordimiento. Mala es la fe que sitúa la ética en el centro, como si la actuación de Dios dependiera exclusivamente de lo que yo haga o deje de hacer. Mala, en definitiva, es una fe que no tiene en cuenta sus riesgos y no se aplica al desarrollo de las potencias humanas, fiel a la persona y el mensaje profundamente humanizador de Jesús, y que no es discernida y acompañada, para poder constituirse sólo en fe, sin duda, pero una fe madura que nos posibilite el encuentro auténtico con Dios.

Muchas gracias