Jesuitas: Ignacio de Loyola y Pedro...

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"Jesuitas: Ignacio de Loyola y Pedro Arrupe" P. Provincial José Idiáquez, S.J. Este es un tema que me apasiona mucho . Lo he ido trabajando por un buen tiempo. Antes de estar en este trabajo como Provincial en el que llevo cuatro meses , estuve en el noviciado de la Compañía de Jesús en Panamá. Mi trabajo consistió entonces en meterme en el mundo de la espiritualidad. Ahí me re-encontré con San Ignacio de Loyola y con el Padre Arrupe. El Padre Arrupe es, para nosotros los jesuitas, un mode- lo, un hombre cercano . El Padre Arrupe y San Ignacio de Loyola son dos personajes que nos muev en y nos siguen cuestionando , por eso acepté la invitación a hablar sobre ellos. Lo que vaya compartir con ustedes lo vaya hacer desde una de las expe- riencias más significativas de mi vida : los Ejercicios Espirituales de San Ignacio . Dos años acompañé a los novicios a los que tenía a mi cargo durante 30 días . Otras dos veces los hice y o: la primera como novicio y la segunda al final de mi formación, en lo que llamamos la tercera probación. Es desde la riqueza del encuentro personal con Dios en los Ejercicios que quiero hablarles . Debido a mi preocupación por toda esta experiencia del ser humano, por la relación entre Dios y el ser humano que se concentra en los Ejercicios Espirituales escogí el tema de San Ignacio de Loyola y de Pedro Arrupe . Yo no pretendo en este momento hablar ni exaltar la vida de San Ignacio ni de Pedro Arrupe . No quiero transmitirles la idea que el santo es alguien más allá de lo humano. Yo quiero hablarles de la ex periencia de dos hombres que vivieron en diferentes épocas . Me vaya centrar en el Padre Arrupe como la persona que retoma la experiencia de San Ignacio y la sabe aplicar. Lo bello de esto es cómo en dos tiempos di ferentes, estamos hablando de los siglos XVI y XX, dos hombres llevan adelante un proceso muy parecido . Para la clave del éxito de estos dos hombres está en tres cosas . Fueron exitosos porque tuvie- ron una experiencia profunda de Dios, de mismos y del mundo. Esto es a lo que hoy llamamos inteligencia emocional. Me impacta que ya entonces viviera y tematizara a fondo la relación del pensamiento con el corazón , la coherencia entre lo que hace- mos , sentimos y pensamos. 269

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"Jesuitas: Ignacio de Loyola y Pedro Arrupe"

P. Provincial José Idiáquez, S.J.

Este es un tema que me apasiona mucho. Lo he ido trabajando por un buen tiempo. Antes de estar en este trabajo como Provincial en el que llevo cuatro meses, estuve en el noviciado de la Compañía de Jesús en Panamá. Mi trabajo consistió entonces en meterme en el mundo de la espiritualidad. Ahí me re-encontré con San Ignacio de Loyola y con el Padre Arrupe. El Padre Arrupe es, para nosotros los jesuitas, un mode­lo, un hombre cercano. El Padre Arrupe y San Ignacio de Loyola son dos personajes que nos mueven y nos siguen cuestionando, por eso acepté la invitación a hablar sobre ellos. Lo que vaya compartir con ustedes lo vaya hacer desde una de las expe­riencias más significativas de mi vida: los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Dos años acompañé a los novicios a los que tenía a mi cargo durante 30 días. Otras dos veces los hice yo: la primera como novicio y la segunda al final de mi formación, en lo que llamamos la tercera probación. Es desde la riqueza del encuentro personal con Dios en los Ejercicios que quiero hablarles.

Debido a mi preocupación por toda esta experiencia del ser humano, por la relación entre Dios y el ser humano que se concentra en los Ejercicios Espirituales escogí el tema de San Ignacio de Loyola y de Pedro Arrupe. Yo no pretendo en este momento hablar ni exaltar la vida de San Ignacio ni de Pedro Arrupe. No quiero transmitirles la idea que el santo es alguien más allá de lo humano. Yo quiero hablarles de la experiencia de dos hombres que vivieron en diferentes épocas. Me vaya centrar en el Padre Arrupe como la persona que retoma la experiencia de San Ignacio y la sabe aplicar. Lo bello de esto es cómo en dos tiempos diferentes, estamos hablando de los siglos XVI y XX, dos hombres llevan adelante un proceso muy parecido. Para mí la clave del éxito de estos dos hombres está en tres cosas. Fueron exitosos porque tuvie­ron una experiencia profunda de Dios, de sí mismos y del mundo. Esto es a lo que hoy llamamos inteligencia emocional. Me impacta que ya entonces viviera y tematizara a fondo la relación del pensamiento con el corazón, la coherencia entre lo que hace­mos, sentimos y pensamos.

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Estamos hablando de dos hombres apasionados por la realidad, que tenían una ex­periencia profunda de Dios, que descubrieron su fragilidad, su condición humana, que se conocían muy a fondo, pero que también conocían el mundo, la humanidad y la condición humana. En eso se parecieron un poco a Jesús. Aunque Jesús no se fiaba de los muchos seguidores que tenía porque sabía cómo era su corazón (verJn 2,24-25) les presentó la oferta del Reino de Dios. San Ignacio y Pedro lu'rupe en ese sentido imitan aJesús, conocen la condición humana, conocen de la fragilidad, pero hacen una propuesta preciosa: seguir a Jesús.

Ahora brevemente voy a tocar algunos puntos significativos de la vida de San Igna­cio. Nace en 1491. Muere en 1556. Es un vasco universal. Su influencia ha llegado hasta el oriente, el mundo japonés, la India. Su infancia y adolescencia se desarro­llan en una España donde hay descubrimientos. Estamos hablando ya de los viajes de Colón, del descubrimiento del mar Caribe, posteriormente Hernán Cortés con­quista México, etc. Ignacio vive en un tiempo de grandeza. Es testigo del Renaci­miento. Experimenta el antropocentrismo de Erasmo de Rotterdam. El hombre, con todo, al que San Ignacio pone en el centro, es al que tiene a Dios como centro de su vida. Esto hace una gran diferencia. Una cosa es poner al hombre en contra de Dios, al margen de Dios u olvidando a Dios y otra cosa es el ser humano que tiene como centro a Dios.

Al hablar de San Ignacio no estamos hablando de un santo que está al margen de la humanidad (que me parece que es uno de los problemas en la presentación de la vida religiosa). Presentamos a los santos como seres sobrenaturales y no los presentamos como personas frágiles y humanas que también cometieron errores y que precisa­mente por eso es que atraen y retan. Porque si San Ignacio que cometió tantos errores en su vida pudo cambiar, es posible que también yo pueda hacerlo. No es el hombre de casulla roja, sotana negra y que mira para arriba y que aunque era bastante feo hasta guapo lo ponen. La importancia de esto es tocar a ese hombre que se convierte y que después se pone, él, camisa de fuerza para luchar con esa dinámica interna que él sabe que lleva y que todos llevamos como varones y mujeres. Yeso es lo bonito, estar hablando de una persona que conoce la bajeza humana en él que era un hom­bre soberbio y que buscaba la vanagloria. Se convierte precisamente cuando es heri­do en una batalla. Era un hombre que presumía, quería conquistar el mundo, las mujeres. Fue capaz de una gran vanidad; llegó al extremo que tenía una pierna rota y decidió que le hicieran una carnicería con tal de que se viera un poco mejor. Y

además estoy seguro que si en ese tiempo hubiera existido la cirugía plástica también se la hubiera hecho.

San Ignacio era un hombre que estaba dispuesto a agarrarse el mundo, a comerse el mundo y todo por vanagloria. Gracias a Dios que se convierte y que toda esa ambi­ción personal la pone al servicio de la humanidad. Si San IgEacio hubiera seguido por esa línea yo creo que Hitler a lo mejor se queda corto, o por lo menos hubiera tenido otro más. Y también la grandeza, esa grandeza de los príncipes y de los reyes de esa época tiene su contrapartida, así como en los humanos tenemos el mal y el bien, también a nivel social está esta contrapartida del bien y del mal. Así aparecen órdenes religiosas que quieren ser contraculturales a ese mundo ambicioso de la búsqueda del principado, de los lujos, de los palacios de mármoles y de los jardines esplendorosos, de los grandes ducados para un vestido de una noche. Se fundan , pues, órdenes religiosas, masculinas y femeninas como una protesta a esa situación y así aparecen Santa Clara, San Juan de la Cruz, San Felipe Nery, Santa Catalina. Una serie de santos y santas que quieren presentar un modelo alternativo. Todos sabemos que San Francisco de Asís también retó a San Ignacio o mejor, que San Ignacio se sentía retado por San Francisco y su propuesta sobre la pobreza evangélica.

Ahora pasamos al P Arrupe que prosigue lo iniciado por San Ignacio. Arrupe nace en 1907. Era otro vasco. Estudia medicina y bien pudo haber sido un buen médico, creo yo. Pero en ese contexto de los pobres cuando él está estudiando en Madrid, va a unos lugares pobres de Mac.rid a ayudar y dice lo siguiente: «Sentí a Dios tan cerca en sus milagros que me arrastró violentamente tras de sí, yo lo vi tan cerca de los que sufren, de los que lloran, de los que naufragan en esta vida de desamparo, que se encendió en mí el deseo ardiente de imitarle en esta voluntaria proximidad de los deshechos del mundo, que la sociedad desprecia porque ni siquiera sospecha que hay un alma vibrando bajo tanto dolor. En un cambio de dirección Dios me llamó para curar las almas que también enfelman y, enfermando mueren, con una muerte que ya no tiene resurrecci6n.»

En el mundo hay mucho dolor. En Guatemala también hay mucho dolor. Hay dolo­res internos, hay muerte en esta vida, separación, enfermedad, soledad. Hay dolor, pero no estamos acostumbrados a hablar del dolor y eso es un problema. Tenemos que aparecer siempre como personas que no sufrimos. Pero se nos mueren familia­res, se nos enferman familiares, tienen problemas nuestros familiares, hay divorcios

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en nuestra familia, hay separación, hay pleito entre hermanos, hay pleito entre veci­nos, hay pleito entre compañeros, hay traición.

El Padre Arrupe es un hombre bueno, que entra al noviciado de la Compañía de Jesús en Loyola, cuando tenía 20 años. En Loyola se ordena sacerdote en 1936, des­pués de un proceso de estudio. Va a Japón, a un mundo que es muy diferente al nuestro, con otra cultura, con otra manera de ver las cosas. Yendo a Japón sabe que va a tener que luchar mucho, que las dificultades no van a escasear. Con todo, eso es precisamente lo que lo anima: la cruz de Cristo. ¿Qué mejor regalo del Señor? Al llegar lo encarcelaron durante 35 días por ser extranjero, por predicar el Evangelio y, yo digo, que por hablar de más también, porque hablaba bastante, le gustaba hablar. Ese era su fuerte. Era un hombre que no le temía a los conflictos. La vida está llena de conflictos. Los conflictos sociales no los podemos evitar porque no somos islas y los conflictos personales, que son parte de nuestro crecimiento personal, tampoco los podemos evitar. Si lo hacemos, si los ladeamos ya de viejitos pueden salir y puede ser peligroso. Hay un grupo indígena que dice que hay que jugar chiquito, porque si no juega chiquito, de grande va a andar de loquito. Hay que jugar chiquito, para saber jugar y por eso es importante leer las cosas de Pedro Arrupe y de San Ignacio de Loyola porque nos enseñan a jugar, a jugar los juegos sociales.

Pedro Arrupe fue testigo de la bomba atómica en Hiroshima en 1945. Y dice Pedro Arrupe: «A eso de las 8:00 yo viví la bomba atómica. A eso de las ocho menos cinco de la mañana apareció un bombardero B-29. Estaba yo en mi cuarto con otro Padre, cuando de repente vimos una luz potentísima, como un fogonazo de magnesio dis­parado ante nuestros ojos. Al abrir la puerta de nuestro cuarto oímos una explosión formidable que se llevó por delante puertas, ventanas, paredes endebles. Fuimos tira­dos al suelo, seguía sobre nosotros la lluvia de tejas, ladrillos, trozos de cristal.» En­tonces allí Pedro Arrupe convierte el noviciado en un hospital, en un hospital para atender a la gente herida, como resultado de la explosión. El Padre Arrupe, dicen que salvó muchas vidas. Después de ese trabajo, lo nombran Provincial, allí mismo en Japón. Se encuentra al frente de trescientos jesuitas de treinta países que desarrolla­ban su misión en Japón. Se preocupa mucho por la cultura. Él acuña el término de la inculturación. Él vibraba por la cultura, por insertar el Evangelio en la cultura. De­cía que a nadie se le podía negar el acceso al Evangelio. El Evangelio tiene que hacer­se cultura a donde vaya. Y esto lo dice un vasco que está en Japón, trabajando con gente de diferentes países. Es una enorme riqueza.

Para San Ignacio y el P. Arrope es fundamental sentir y gustar las cosas internamen­te. Si no se quiere lo que se hace, existe una gran posibilidad de fracasar. En cambio cuando se hace lo que se quiere ni siquiera los mismos fracasos son obstáculos para seguir adelante. Por eso mismo es que San Ignacio y Pedro Arrupe fueron exitosos, porque supieron canalizar sus fracasos, supieron sacarle provecho a sus fracasos, porque sentían y gustaban de esa cosa internamente, que en realidad no era una cosa, sino Dios. Estar profundamente motivados por la experiencia de Dios es lo que los hizo salir adelante a pesar de sus debilidades. Entonces lo fundamental aquí es la experiencia personal de qué queremos hacer nosotros con nuestra vida y no lo que otros quieran hacer de ella.

En San Ignacio el conocimiento interno del Señor estaba íntimamente unido al in­terno conocimiento de su propio pecado, de su fragilidad. Y es que para San Ignacio era muy claro que el conocimiento interno de la persona la robustecía en lo profundo de sí misma como persona

Dice San Ignacio que por quien no tiene deseo, no hay nada qué hacer. El deseo, el sentir y degustar las cosas internamente, con paz interior es lo que nos ofrece San Ignacio en los Ejercicios Espirituales. En ellos aprendemos a vencernos a nosotros mismos y ordenar nuestra vida. Yes que así como el ser humano tiene muchas cosas buenas dentro de sí, así también tiene muchas cosas malas. Se trata de vencer todos los obstáculos que están dentro de uno para que lo bueno salga a relucir. Reconocer nuestra propia fragilidad nos robustece. Saber quiénes somos, por dónde vamos, qué queremos nos da identidad.

y un siguiente elemento que está relacionado con esto del sentir y degustar las cosas en esta lógica de San Ignacio y de Arrope es la importancia de discernir. Discernir es separar. Separando las cosas podemos ver mejor. Cuando estamos totalmente tensionados y vemos cuarenta problemas a la vez, no se arregla ninguno. Sólo au­menta la confusión, el ahogo, la asfixia, la angustia y uno se hunde más. Lo impor­tante es separar, buscar cuál es el problema central y cuáles son sus consecuencias. Así se va ubicando la problemática.

San Ignacio y Arrope fueron maestros en discernimiento. Por eso no se hundieron. A San Ignacio le dieron un balazo en Pamplona, Arrope sufrió crisis tremendas dentro de la Iglesia y de la Compañía. Arrupe fue un hombre mal comprendido tanto dentro

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como fuera de la Compañía. Fue un hombre profético, contracultural. Mucha gente no lo entendía. Con todo, superó un sinnúmero de dificultades. La diferencia entre una persona que está clara quién es, qué quiere y a dónde va y otra que está confun­dida y no logra discernir, es el éxito. Una logra hacer lo que quería realizar y la otra no. Al poner los problemas en su lugar se es libre de verdad, entonces se puede elegir y optar con libertad. De lo contrario, se está confundido y puede uno ser arrastrado por una serie de cosas y no optar realmente sino sólo ser arrastrado por la corriente. La persona que discierne sabe esperar algunas veces y sabe seguir adelante otras, sabe cuál es el momento preciso para cada cosa. Para San Ignacio y para Arrupe el sentido de la ubicación es fundamental: saber dónde estoy, con quiénes, a quién tengo en­frente, y hacia dónde voy a caminar.

Por eso para San Ignacio y para don Pedro como le decían al Padre Arrupe, la liber­tad del alma está relacionada con estas tres cosas: la primera es la memoria. Nuestro pasado es importante porque ha forjado a la persona que somos hoy en día. La me­moria está además relacionada con la identidad. Los poderosos de la tierra quieren quitarnos identidad. Quieren hacernos creer que el mundo empezó con la computa­dora y no es cierto, en Nicaragua, en Honduras, Guatemala todavía hay arado con bueyes. La memoria histórica es personal- de dónde vengo, quién soy y hacia dónde voy - y de los pueblos - de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos. Quienes quieran aparentar lo que no son, van mal. San Ignacio propone rescatar nuestra identidad personal y social para podernos ubicar.

La segunda cosa que propone San Ignacio es el entender. El entender es vital, comen­zando por el entenderse a uno mismo, porque si yo mismo no me entiendo no voy a poder entender lo que está fuera de mí. Entendiéndonos vamos a poder entender a las otras personas, descubrir la lógica de su actuación. Entender nuestra propia historia y la de las otras personas es muy importante para evitar hacer y hacernos daño.

La tercera cosa que está relacionada con la libertad es lo afectivo, los sentimientos y emociones. Es importante estar claros cuáles son nuestros sentimientos y emociones. En las librerías se hace mucho énfasis hoy en las secciones de autoestima, crecimien­to personal, salud mental. Antes se iba directo a las cosas, ahora la inteligencia emo­cional ha cobrado mucha importancia. La gente hoy en día vive en una misma ruti­na y se aprecia poco por lo mismo. Las emociones y los sentimientos lo hacen a uno humano, en cambio la rutina lo hace a uno robot. De lo que menos hablamos en las

relaciones personales es de los sentimientos. Nos da temor, vergüenza. Al evitar trans­mitir sentimientos se quiere dar una imagen de fortaleza, que resulta falsa. Presentar la propia debilidad ante el Señor es una fortaleza, porque es una debilidad que se va a fortalecer, porque se sabe quienes somos. Por eso San Ignacio tenía una triple peti­ción a la Virgen. La primera, que sienta interno conocimiento de mis pecados. Sentir, sentir los niveles a los que yo puedo llegar a hacer daño a otro. Por eso hay que tener cuidado cuando uno critica. Cuando critico mucho a alguien puede ser que sea porque me parezco mucho a esa persona a la que critico. Esto también ha pasado con algunos movimientos sociales que querían cambiar las estructuras y luego resultan peores que los dictadores a los que quitaron. Si no nos conocemos, no vamos a caer en la cuenta del daño que podemos hacer o que hemos hecho a otros. AqUÍ radica la importancia del conocimiento interno. Una segunda pregunta, una segunda peti­ción de San Ignacio es que sienta el desorden de mis operaciones. Se trata de descu­brir mis desórdenes para no repetir una y otra vez los mismos errores. Y una tercera petición es el conocimiento del mundo. No es tonto San Ignacio. Pide que se me enseñe por dónde ando yo, qué es lo que pienso, qué siento y después dónde me voy a meter y dónde voy a ir. San Ignacio no quería irse a meter sin saber a dónde. Por eso, Ignacio conocía el mundo y sentía y tenía sentido de ubicación, sentido de la realidad. Por eso cada santo tiene su don, su dote y el don de San Ignacio, la fuerza de San Ignacio es cómo vincula el mundo con Dios, el ser humano con Dios, la persona con Dios, la institución con Dios. Fue antropocéntrico; un hombre que tenía al hombre como centro pero sabiendo que en el centro de ese hombre estaba Dios. Porque San Ignacio conoce bien el mundo y al ser humano, también es un maestro de la sospecha, sabía que hay primera, segunda, tercera intenciones. Y por eso Igna­cio dice que sabe muy bien que los pensamientos puros y santos sutilmente pueden ser engaños encubiertos. San Ignacio es bien exigente para que no nos engañemos.

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