Jezabel - Irene Nemirovsky

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JEZABEL IRENE NEMIROVSKY ~ESPA ~PDF

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JEZABEL IRENENEMIROVSKY~ESPA~PDFIrne Nmirovsky mostr desde muy joven un talento excepcional para captar las contradicciones de la vida y sus complejidades morales. Su trgica muerte en un campo de concentracin puso fin a una obra magistral, que en los ltimos aos ha sido redescubierta en todo el mundo.

Gladys Eysenach es acusada del asesinato de su presunto amante, un joven estudiante de apenas veinte aos, y el caso levanta una enorme expectacin en Pars. Madura y excepcionalmente bella para su

edad, Gladys pertenece a esa alta sociedad aptrida que recorre Europa de fiesta en fiesta. Envidiada por las mujeres y deseada por los hombres, su vida se airea impdicamente frente al juez: su infancia, el exilio, la ausencia del padre, su matrimonio, las difciles relaciones con su hija, su fama de femme fatale, su fijacin con la belleza y la juventud El pblico, impaciente por conocer cada srdido detalle, no comprende que la rica y envidiada Gladys, comprometida con un apuesto conde italiano, haya perdido la cabeza por un joven anodino, casi un nio.

Quin era la vctima: un amante despechado, un delincuente de poca monta o quiz el testigo incmodo de un secreto inconfesable? Y por qu la acusada insiste en mostrarse culpable y exigir para s misma un ejemplar castigo?

Irne NmirovskyJezabelePub r1.0jugaor 13.03.15Ttulo original: JzabelIrne Nmirovsky, 1936Traduccin: Jos Antonio Soriano MarcoEditor digital: jugaor [www.epublibre.org]ePub base r1.2

Una mujer ocup el banquillo de los acusados. Pese a su palidez y su aspecto angustiado y exhausto, an era hermosa. Las lgrimas le haban ajado los delicados prpados y sus labios esbozaban una mueca cansada, pero pareca joven. Un sombrero negro le ocultaba el pelo.

Se llev las manos al cuello mecnicamente, buscando sin duda el largo collar de perlas que sola adornarlo, pero lo tena desnudo. Las manos dudaron, los dedos se cerraron lenta y lastimosamente. El numeroso pblico que segua con la mirada todos sus movimientos dej escapar un murmullo sordo.

Los miembros del jurado quieren verle la cara dijo el presidente del tribunal. Qutese el sombrero.

La mujer obedeci y, una vez ms, todos los ojos se posaron en sus desnudas manos, pequeas y perfectas. Su doncella, sentada con los testigos en la primera fila, hizo un movimiento involuntario, como si quisiera acudir en su ayuda, pero, tomando azorada conciencia de la situacin, enrojeci.

Era un da de verano parisino, fresco y sombro. La lluvia resbalaba por los altos ventanales y una plida claridad de tormenta iluminaba las maderas antiguas, el dorado artesonado del techo y las rojas togas de los jueces. La

acusada mir al jurado, sentado frente a ella, y luego al pblico, arracimado en todos los rincones de la sala.

Nombre y apellidos? le pregunt el presidente. Edad?

De los labios de la mujer brot un murmullo que no lleg a la sala.

Ha contestado cuchichearon unas mujeres del pblico. Qu ha dicho? No lo he odo Cuntos aos tiene? No se oye nada!

La acusada, de pelo rubio claro y fino, iba vestida de negro.

Tiene buena presencia susurr una mujer, y solt un suspiro de satisfaccin, como en el teatro.

La concurrencia, de pie, apenas oa

el acta de acusacin. Los peridicos vespertinos, que publicaban en primera pgina la semblanza de la acusada y el relato del crimen, pasaban de mano en mano.

Se llamaba Gladys Eysenach y estaba acusada de asesinar a su amante, Bernard Martin, de veinte aos.

El presidente inici el interrogatorio:

Dnde naci usted?

En La Paloma.

Es un pueblo situado en la frontera entre Brasil y Uruguay explic el magistrado a los jurados.

Cul es su apellido de soltera?

Burnera.

No hablaremos aqu de su pasado Entiendo que su infancia y su primera juventud transcurrieron entre viajes a lugares remotos, sacudidos en muchos casos por conmociones sociales que han imposibilitado las investigaciones habituales. As pues, en lo relativo a esos primeros aos tendremos que atenernos a sus propias declaraciones. Durante la instruccin, afirm usted que su padre era un armador de Montevideo, al que su madre, Sophie Burnera, abandon a los dos meses de casados, por lo que usted naci en su ausencia y no lleg a conocerlo. Es eso exacto?

Lo es.

Su infancia transcurri entre numerosos viajes. Se cas siendo apenas una adolescente, como es frecuente en su pas. Contrajo matrimonio con el financiero Richard Eysenach, del que enviud en 1912. Pertenece a esa sociedad flotante, cosmopolita, sin races ni hogar en sitio alguno. Como lugar de residencia desde la muerte de su marido ha mencionado usted Sudamrica, Norteamrica, Polonia, Italia, Espaa Dejmoslo ah. Sin contar los diversos cruceros en su yate, que vendi en 1930. Es usted extraordinariamente rica. Su fortuna procede tanto de su madre como de su difunto marido. Vivi en Francia en

distintos perodos antes de la guerra y reside aqu de forma permanente desde

1928. Entre 1914 y 1915 vivi cerca de Antibes. Esa poca y ese lugar deben de traerle recuerdos tristes: all muri su nica hija, en 1915. Tras esa desgracia, su vida se volvi an ms errtica y vagabunda En el ambiente de posguerra, propicio a las aventuras amorosas, mantuvo usted varias relaciones efmeras. Por fin, en 1930 conoci al conde Aldo Monti, perteneciente a una antigua y respetada familia italiana, en casa de unos amigos comunes. Monti le propuso matrimonio. La boda estaba decidida, no es as?

S respondi Gladys Eysenach

en voz baja.

El compromiso fue casi oficial, pero usted lo rompi inopinadamente.

Puede decirnos el motivo? No quiere responder? Probablemente no estaba dispuesta a renunciar a su vida libre y caprichosa ni a todas las ventajas de esa libertad. Su prometido se convirti en su amante. Es eso exacto?

Es exacto.

No consta que tuviera usted ninguna otra relacin desde 1930 hasta octubre de 1934. Fue fiel al conde Monti durante cuatro aos. La casualidad puso en su camino al hombre que se convertira en su vctima. Bernard Martin, un muchacho de veinte aos de

extraccin muy modesta, hijo bastardo de un antiguo matre. Esa circunstancia, que hera su orgullo, fue sin duda el motivo que la impuls a negar durante mucho tiempo, contra toda razn, sus relaciones con la vctima. As pues, Bernard Martin, alumno de la facultad de Letras de Pars, domiciliado en el nmero seis de la rue Fosss-Saint- Jacques, de veinte aos de edad, consigui seducirla, a usted, una mujer de mundo extraordinariamente bella, rica y adulada. Es as? Al parecer, cedi usted con una rapidez inaudita, verdaderamente escandalosa. Usted lo corrompera, le dara dinero y finalmente lo matara. se es el crimen

por el que debe responder hoy aqu. La acusada apret lentamente sus temblorosas manos; las uas se hincaron en la plida carne y los exanges labios se entreabrieron, pero no dejaron escapar ningn sonido. Diga a los miembros del jurado cmo lo conoci

pidi el magistrado. Y bien? No quiere responder?

l me sigui una tarde dijo al fin en voz baja. Fue el otoo pasado. No recuerdo la fecha No, no me acuerdo repiti, azorada.

Durante la instruccin, mencion usted la fecha del doce de octubre.

Es posible murmur la mujer

. Ya no lo recuerdo.

l le hizo proposiciones? Vamos, responda. Comprendo que la confesin le resulte penosa Esa misma noche se fue con l, correcto?

La acusada solt un dbil grito:

No! No! Es falso! Esccheme

Con voz ahogada, aadi unas palabras que nadie entendi, y volvi a callar.

Prosiga pidi el presidente.

Una vez ms, la acusada se volvi hacia el jurado y el pblico, que la observaba vidamente. Hizo un gesto de cansada desesperacin y solt un suspiro.

No tengo nada que decir

murmur al fin.

Entonces responda a mis preguntas, acusada. Afirma usted que esa noche lo rechaz? La investigacin ha podido determinar que al da siguiente, trece de octubre, fue a verlo a su casa, en la rue Fosss-Saint-Jacques.

Es exacto?

S admiti, y la sangre que le enrojeci las mejillas al responder refluy lentamente y la dej temblorosa y plida.

Entonces, acostumbraba ceder de ese modo a los jvenes que la abordaban en la calle? O es que aqul le pareci especialmente atractivo?

No quiere responder? Usted ha desgarrado el velo de su vida privada.

En este lugar pblico, una sala de lo penal, todo ha de salir a la luz del da.

S murmur Gladys Eysenach con cansancio.

As pues, fue usted a su casa. Y

luego? Volvi a verlo?

S.

Cuntas veces?

No lo recuerdo.

Le gustaba? Lo amaba?

No.

Entonces, por qu se entregaba a l? Por vicio? Por miedo? Tema que amenazara con chantajearla? Tras su muerte, en su casa no se encontr ni una sola carta de usted. Le escriba a menudo?

No.

Tema sus indiscreciones? Le preocupaba que el conde Monti llegara a enterarse de ese extravo de los sentidos, de esa vergonzosa aventura?

Es eso? La amaba Bernard Martin? O la persegua por inters? No lo sabe? Bien, vayamos al asunto del dinero. Para no manchar el recuerdo de su vctima, evit usted mencionar ese hecho, que slo un azar de la investigacin permiti desvelar. Cunto dinero dio usted a Bernard Martin durante su breve relacin? Dur exactamente del trece de octubre al veinticuatro de diciembre de

1934. El pobre muchacho fue asesinado la noche del veinticuatro al veinticinco.

Cunto dinero recibi de usted durante esos dos meses?

Yo no le di dinero.

S se lo dio. Se encontr un cheque de cinco mil francos firmado por usted a su nombre y fechado el quince de noviembre de 1934. Ese cheque se hizo efectivo al da siguiente. Se ignora para qu se emple esa cantidad. Volvi a darle dinero?

No.

Se encontr otro cheque, tambin de cinco mil francos. Parece una especie de tarifa Pero ste no lleg a cobrarse.

S murmur la acusada.

Ahora, hblenos del crimen Y

bien? Es menos difcil decirlo que hacerlo, no cree? Esa noche, la pasada Nochebuena, sali usted de su casa a las ocho y media de la tarde en compaa del conde Monti. Cen con l en un restaurante, el Ciros. Tenan previsto pasar el resto de la velada con unos amigos comunes, los Percier, Henri Percier, el actual ministro, y su mujer. Los cuatro fueron a bailar a un local nocturno, en el que permanecieron hasta las tres de la madrugada. Es exacto?

S.

Volvi usted a casa con el conde Monti, que la dej a la puerta de su domicilio. Durante la instruccin, dijo usted que, cuando el coche se detuvo

ante el edificio, vio a Bernard Martin oculto en el quicio de una puerta cochera. Es as, verdad? Le haba dado cita all esa noche?

No. Haca tiempo que no lo vea

Cunto tiempo exactamente?

Unos diez das.

Por qu? Haban decidido romper? No responde? Cuando lo vio en la calle aquella madrugada de diciembre, qu le dijo l?

Quera entrar en mi casa.

Contine.

Me negu. Estaba borracho. Tuve miedo. Cuando abr la puerta, l me sigui. Entr detrs de m en la

habitacin.

Qu le dijo?

Me amenaz con contrselo todo a

Aldo Monti, a quien yo amaba

Tena usted un modo extrao de demostrarle su amor!

Lo amaba repiti Gladys

Eysenach.

Contine.

Me asust. Le supliqu que no lo hiciera. Se burl de m. Me rechaz En ese momento son el telfono. A esas horas, slo Aldo poda deba telefonearme. Bernard Martin cogi el auricular. Quiso responder. Entonces yo saqu mi revlver del cajn de la mesilla, al lado de la cama. Y dispar

Ya no saba lo que haca.

De veras? Es la frase tpica de todos los asesinos.

Pero es la verdad repuso la acusada en voz baja.

Admitmoslo. Cuando recobr la calma, qu ocurri?

Yaca sin vida delante de m. Quise reanimarlo, pero enseguida comprend que todo era intil.

Y despus?

Despus mi doncella llam a la polica. Es todo.

De veras? Y cuando los agentes llegaron y descubrieron el cadver, usted confes sin ambages, no es as?

No fue as.

Qu dijo?

Dije respondi Gladys Eysenach con voz ahogada que acababa de llegar, que cuando me estaba desvistiendo en el cuarto de bao o un ruido, que abr la puerta y vi a un desconocido.

Que estaba apoderndose de sus joyas, correcto? Las joyas que, antes de desvestirse, haba dejado sobre el tocador.

S, eso es.

La mentira habra resultado creble dijo el presidente volvindose hacia el jurado, porque la fortuna, la posicin social de la acusada, la ponan fcilmente al abrigo de toda sospecha.

Sin embargo, cuando lleg la polica, la acusada an tena puesto el abrigo de armio, el vestido de noche y todas sus joyas El mismo da fue hbilmente interrogada por el juez de instruccin. No vacilar en calificar ese interrogatorio de modlico en su gnero. Y la declaracin resultante es muy hermosa. Cruel, lo admito, pero muy hermosa En ella vemos a esta mujer perder pie, embrollarse, como se dice vulgarmente, azorarse, mentir, retractarse. Jura, y con qu supuesta sinceridad, que Bernard Martin jams fue su amante, lo asegura contra toda verosimilitud, contra toda lgica. Llora, suplica y, finalmente, confiesa. El juez

de instruccin, en un anlisis penetrante y hbil, la va cercando con sus preguntas y acaba reconstruyendo su aventura, en el fondo tan banal Una mujer que envejece, atrada por la juventud de un muchacho, por la emocin de lo desconocido, de la aventura, puede que incluso por la humilde condicin de ese amante. Quin sabe? Ella, que sin duda estaba cansada de los amores de su misma posicin, se le entrega y luego quiere romper, con la arrogancia de la mujer rica que cree que el amante ha sido pagado, que se conformar con esa limosna, que desaparecer de su vida Pero al muchacho, que slo ha conocido camareras y prostitutas de baja estofa,

su belleza y su prestigio le parecen irrenunciables. La persigue, la amenaza Ella se asusta y lo mata Es una declaracin realmente conmovedora. Ante cada pregunta del juez, la acusada primero intenta zafarse y luego confiesa, responde S, s. Ese monoslabo se repite continuamente. La acusada no explica nada. Le da vergenza. Se muere de vergenza, como ahora, seores del jurado! Pero la reconstruccin de su crimen, el relato que le presentan de l, es tan convincente, tan inapelable, tan lgico, que no puede defenderse. S, vuelve a decir, y s, al fin, a la pregunta ms grave: Lo ha matado

premeditadamente? Luego, comprendiendo la importancia de esa respuesta, se retracta. Asegura haber disparado en un momento de enajenacin Sin embargo, acusada, usted nunca haba posedo un arma, y resulta que, apenas tres semanas despus de conocer a Bernard Martin, visit una armera y a partir de entonces ya no se separ de ese revlver. Es exacto?

Lo guardaba en mi mesilla, al lado de la cama.

Por qu lo compr?

No lo s

Curiosa respuesta Vamos, diga la verdad! Pensaba matar a Bernard Martin?

No; lo juro respondi con voz temblorosa.

Entonces, contra quin pensaba utilizarlo? Contra usted misma?

Contra el conde Monti, del que estaba celosa, segn dicen? Contra una rival?

No, no murmur la acusada ocultando el rostro entre las manos. Que no me interroguen ms, no dir nada ms Lo he confesado todo, todo lo que han querido!

Muy bien! Ahora escucharemos a los testigos. Ujier, que pase el primer testigo.

Entr una mujer de rostro olivceo; las lgrimas le resbalaban y los ojos le brillaban mientras, azorada, miraba

primero el banquillo y luego las togas de los jueces. Fuera llova a cntaros; se oa el montono repiqueteo del agua. Un periodista que se aburra garabateaba frases de novela en su libreta: El viento arranca largos gemidos a los dorados pltanos que bordean el Sena.

Nombre y apellido

Larivire, Flora Adle.

Edad?

Treinta y dos aos.

Profesin?

Primera doncella de la seora

Eysenach.

No puede prestar juramento. La interrogo en virtud de mi poder

discrecional. Cundo entr usted al servicio de la acusada?

Un diecinueve de enero har siete aos.

Dganos lo que sepa sobre el crimen. Su seora tena previsto salir a celebrar la Nochebuena con el conde Monti?

S, seora.

Le dijo a qu hora volvera?

Bastante tarde, eso dijo. Me orden que no la esperara.

Eso era habitual? O sola usted esperarla?

El mes anterior haba estado enferma y an me senta muy cansada. La seora no era como la mayora de las

jefas; trataba bien al servicio. Con gran bondad. Me dijo: Se cansa demasiado, mi pobre Flora. Le prohbo que me espere. Me desvestir sola.

Le pareci que esa noche se comportaba como de costumbre? No estaba nerviosa ni agitada?

Slo triste Estaba triste a menudo. La vi llorar ms de una vez.

Conoce el motivo de esas lgrimas?

Tena celos del seor conde.

Contine.

La seora se march y yo me acost. Mi cuarto est en el primer piso, separado de la habitacin de la seora por un pasillo. Me despert el timbre

del telfono. Recuerdo que la primera luz del alba penetraba entre las cortinas; deban de ser las cuatro o las cinco de la maana. A veces, cuando la seora volva a casa, el seor conde la llamaba por telfono. La seora quera asegurarse de que el seor volva directamente a su casa despus de acompaarla. De hecho, a menudo era ella quien lo llamaba enseguida, con el pretexto de volver a or su voz. Como deca, o sonar el telfono, pero nadie lo coga. Eso me inquiet; present una desgracia. Me levant, sal al pasillo y escuch. O la voz de la seora y la de un hombre, y casi al instante un disparo.

Prosiga.

Asustada, corr al dormitorio, pero una vez all no s por qu, no me atrev a entrar. Acerqu el odo a la puerta. No se oa ningn ruido, ni un suspiro, nada. Abr y entr. Jams lo olvidar La seora estaba sentada en la cama, vestida todava, con su gran capa de armio, el traje de noche y las joyas. La iluminaba la lamparita del tocador. No lloraba. Su rostro estaba plido e impresionaba. La llam y le tir de una manga. Grit: Seora!

Seora!. Pareca no or nada. Al fin, me mir y dijo: Lo he matado, Flora. Lo primero que me pas por la cabeza fue que haba matado a su amigo que haba discutido con el

seor conde y, en un momento de enajenacin, le haba disparado. Mir alrededor. Estaba tan conmocionada y en la habitacin haba tan poca luz que lo nico que vi fue un bulto oscuro, como si alguien hubiera arrojado un montn de ropa al suelo. Encend la luz y, en una esquina, vi el telfono cado y junto a l el revlver. Luego distingu un cuerpo tendido en el parquet Dios mo Me acerqu No daba crdito a mis ojos: no era el seor conde, sino un joven al que no conoca de nada.

Nunca haba visto a la vctima, ni en casa de su seora ni en la calle?

Jams, seora.

La acusada nunca pronunci su

nombre delante de usted?

Jams, seora, jams lo haba odo nombrar.

Cuando vio el cadver del pobre muchacho, qu hizo usted?

Pens que quiz an respiraba y se lo dije a la seora. Ella se levant y se arrodill a mi lado. Le levant la cabeza a aquel a Bernard Martin. Se la sostuvo unos instantes entre las manos. Lo miraba sin decir nada, sin moverse, y de hecho ya no se poda hacer nada. Por la comisura de los labios le manaba un hilo de sangre. Pareca muy joven y mal alimentado; estaba muy delgado y tena las mejillas chupadas y la ropa hmeda, como si

hubiera estado fuera mucho rato. Esa noche llova No se puede hacer nada. Est muerto, le dije a la seora. Ella no respondi, estaba absorta mirndolo. Cogi su bolsito sin apartar los ojos del joven, sac un pauelo y le limpi los labios, la sangre y la espuma que le sala por la boca. Solt un suspiro y me mir como si acabara de despertarse Entonces se levant y me dijo: Avisa a la polica, mi pobre Flora. Ese tuteo ese No puedo explicar cmo me hizo sentir. Fue como si la seora comprendiera que ya no tendra a nadie a su lado y me mirara un poco como a una amiga Fui yo quien dije: Era un ladrn, verdad?.

Lo crea realmente, seorita

Larivire?

No, no lo crea Debo decir la verdad, no es as? Pero tampoco poda creer que la seora, tan amable, tan buena con todos, hubiera podido matar a alguien sin motivo Pens que la haba hecho sufrir, que era un chantajista que la amenazaba.

Ese aprecio por su seora la honra. Sin embargo, no debera haberle aconsejado que dijera una mentira infantil que slo agravara su caso. Qu respondi la acusada?

Nada. Sali del dormitorio y avanz por el pasillo. Se retorca las manos, como ahora Luego entr en mi

habitacin y se derrumb en mi cama. No se movi hasta que lleg la polica. Haca fro. Fui a echarle una manta encima de las piernas y vi que ya estaba dormida. No se despert hasta que se presentaron los agentes. Eso es todo.

Alguna pregunta para la declarante? Seores del jurado? Seor fiscal?

Seorita Larivire dijo el fiscal

, dando muestras de una fidelidad que la enaltece, se ha esforzado usted en describirnos a la acusada como una mujer amable, buena, querida por sus criados No lo niego. Pero no ha mencionado usted su moralidad. No hablaremos aqu de las relaciones cuyo

rastro sehapodidoseguir,

especialmenteconun joveningls,

George Canning, muerto en el frente en

1916, ni con Herbert Lacy, a quien la acusada conoci en 1925, cuando regres a Pars tras una larga ausencia. Omitiremos a todos los que los precedieron. Pero estaba usted al servicio de la acusada desde 1928. En todo este tiempo, no le conoci ningn amante?

El seor conde.

se es de conocimiento pblico.

Y aparte de l?

Nadie desde que conoci al seor conde, lo jurara.

Ha utilizado el condicional

No entiendo

Bien. Puede asegurar que antes del conde Monti no hubo nadie en la vida de su seora?

La seora no me haca confidencias.

Comprendo. Pero no le dijo usted a una amiga, y cito textualmente, que la seora deba de sentir algo muy profundo por el seor conde para haber sentado la cabeza? Lo dijo usted?

S, bueno

Lo dijo, s o no?

S, la seora haba tenido amantes antes del seor conde, pero era una mujer libre, viuda y sin hijos.

Es posible. Sin embargo, la

defensa hara mal en presentarnos a la acusada como una mujer intachable, vctima de un canalla. Me propongo demostrar, como los miembros del jurado ya habrn comprendido, que para Gladys Eysenach no era la primera vez y que resulta muy poco verosmil creer que aquel muchacho, Bernard Martin, pudiese aterrorizarla hasta el punto de obligarla a cometer un asesinato. La acusada se presenta como vctima.

Sabemos si Bernard Martin no fue doblemente vctima de esta mujer? Bernard Martin, seores del jurado, a quien se intenta calumniar aqu presentndolo como una especie de gigol, de rufin de baja estofa, era un

muchacho bueno y estudioso. Nada autoriza a emitir calumniosas suposiciones sobre su persona! La vctima, que preparaba su licenciatura en Letras, llevaba una vida sumamente modesta en el Barrio Latino, donde ocupaba una pequea habitacin en una pensin de nfima categora. Tras su muerte, slo se encontr en su domicilio un total de cuatrocientos francos. Ropa modesta, ninguna alhaja Es se, les pregunto, el modo de vida de un gigol, del querido de una mujer rica a la que atemoriza con continuas amenazas?

Sabemos si no fue esta mujer quien, valindose de su belleza, de su fortuna, de su prestigio en sociedad, si no fue

esta mujer a la que ven ante ustedes, seores del jurado, quien atrap a ese muchacho en sus redes para corromperlo, antes de matarlo? Las cortesanas del gran mundo pueden resultar ms temibles que las otras, porque son ms hermosas y ms inteligentes. Desenmascaremos la hipocresa que consiste en glorificar a las primeras y reservar todo nuestro desprecio para las servidoras de la Venus venal! Las mujeres a las que me refiero, estas Gladys Eysenach, necesitan el alma de sus amantes y su vida! La acusada traicion al conde Monti, se burl de los sentimientos de un caballero, puesto que no dud en

engaarlo con un muchacho desconocido! Se divirti enloqueciendo a Bernard Martin. Pero el juego se volva peligroso. Entonces compr un revlver y framente, sin piedad, asesin a ese joven que, de no ser por ella, habra podido seguir el curso de una vida de estudio, que se habra convertido en un hombre feliz y, quin sabe, til a sus conciudadanos!

Seorita Larivire intervino el abogado defensor, slo una pregunta, por favor. Su seora amaba al conde Monti? Apelo a su sensibilidad de mujer.

Lo adoraba.

Gracias. Que esa simple frase

sirva de respuesta a la magnfica elocuencia del seor fiscal. Una frase sencilla pero muy sincera. Adoraba a su amante. Enamorada y celosa, quiso en un momento de extravo despertar a su vez los celos del veleidoso conde?

Cedi a aquel muchacho que la persegua? Lo lament luego y temi el escndalo hasta el punto de asesinarlo en un momento de enajenacin mental que lamentar toda su vida? No parece eso ms sencillo, ms humano, ms lgico, que intentar convertir a esta mujer, culpable, cierto, pero encantadora y buena, en una especie de monstruo, en una vampiresa de cine?

El presidente despidi a la

declarante. La acusada pareca extenuada. En ciertos momentos, sus facciones slo reflejaban un doloroso aburrimiento. Al salir, su doncella le sonri con timidez, como para animarla, y la seora se ech a llorar. Las lgrimas resbalaron por su plido rostro. Se las sec con el dorso de la mano, agach la cabeza y ya no se movi.

Fuera no paraba de llover. El cielo se haba oscurecido. Encendieron las lmparas. Bajo aquella luz amarillenta, el rostro de la acusada pareca sbitamente trgico y sin edad. Sus facciones estaban inmviles; la vida pareca haberse refugiado en sus

atormentados ojos, hermosos y profundos.

Ujier llam el presidente, haga entrar al siguiente testigo.

El calor era sofocante. Sentados en el suelo, en la misma sala, jvenes abogados formaban una especie de alfombra negra.

Nombre y apellido.

Aldo de Fieschi, conde Monti.

Era un hombre de unos cuarenta aos, muy alto, de cara atractiva y regular, afeitada, boca dura, ojos gris claro y largas pestaas.

Pobre Aldo dijo alguien en la sala, inclinndose hacia otro espectador

. Sabe lo que me dijo al da siguiente

del crimen? Estaba conmocionado y haba perdido su altivez y su calma

Ah, amigo mo! Por qu no me habr matado a m?. Esta vergenza, este despliegue de indignidades, eso no lo perdonar jams.

Qu sabe usted? Los hombres son muy raros Ella se acost con ese Martin para ponerlo celoso, sin duda. Y lo mat para que Monti no supiera nada En el fondo resulta halagador.

sa es la tesis de la defensa Entretanto, el presidente preguntaba:

Pas usted con la acusada la velada que precedi al crimen?

S, seora.

Haba conocido a la acusada en

1930?

As es.

Quera casarse con ella?

S, seora.

En un primer momento ella acept casarse y luego cambi de parecer, no es as?

Cambi de parecer.

Por qu motivo?

Dudaba en renunciar a su libertad.

No dio otros motivos?

No, no dio otros.

Volvi usted a proponerle matrimonio?

Varias veces.

Proposiciones que siempre fueron rechazadas?

Exacto.

Tena usted la sensacin en los ltimos tiempos de que en la vida de la acusada haba otro hombre? Tema a un rival?

No, no sospechaba que lo hubiera.

Hblenos de la noche que precedi al crimen, la ltima que pasaron juntos.

Fui a buscar a la seora Eysenach a su casa hacia las ocho y media. Pareca la de siempre, ni nerviosa ni triste. Cenamos en Ciros. Acabamos la velada en el Florence con unos amigos comunes, los Percier Nos marchamos hacia las tres de la madrugada. Esa noche mi coche estaba en el taller, as

que utilizamos el de ella. La acompa hasta la puerta y luego me fui a casa.

La vio entrar en su domicilio?

Me dispona a bajar, naturalmente, para acompaarla hasta la puerta de casa, pero haba estado enfermo todo el da Haba aguantado a base de aspirinas. En el coche me daban escalofros. Preocupada, la seora Eysenach me rog que no saliera del coche. Era una noche glida. Recuerdo que llova y el viento soplaba con una fuerza extraordinaria. No obstante, su preocupacin me hizo rer. La guerra me acostumbr a soportar esas penalidades y muchas otras sin darles importancia. Incluso hubo entre nosotros una especie

de pequea discusin divertida Quise abrir la puerta y bajar, pero ella me lo impidi. Me cogi la mano, se escabull y salt a la acera. Lleve a casa al seor conde, le orden al chfer. Apenas me dio tiempo a besarle la mano antes de que el coche arrancara.

Sin duda haba visto a Bernard

Martin esperndola

Sin duda confirm secamente el conde.

No volvi a tener noticias de la seora Eysenach hasta el da siguiente?

Al llegar a casa, le telefone como habamos acordado. Nadie respondi. Pens que ya dorma. Su doncella Flora me despert pasadas las

seis para anunciarme el terrible suceso. Me dijo que fuera de inmediato, sin perder un segundo, que haba ocurrido una desgracia. Comprender mi angustia Me vest a toda prisa y me lanc a la calle. Cuando llegu, la polica ya estaba all. Encontr la casa llena de gente y el cadver ya fro.

Nunca haba visto a la vctima?

Nunca.

Naturalmente, su nombre le era desconocido

Del todo desconocido.

Seores del jurado, tienen alguna pregunta que hacerle al testigo? Seor fiscal? Abogado?

Seor dijo el abogado defensor

, querra decirnos si, tal como se ha asegurado, es cierto que la acusada se mostraba celosa de sus atenciones hacia una de sus amigas? Nunca le hizo alguna observacin al respecto?

No lo recuerdo.

Querra buscar en su memoria?

En efecto, la seora Eysenach dijo al fin el testigo se mostraba celosa e irritable en los ltimos tiempos

S lo interrumpi el abogado en mal disimulado son de triunfo, desde antes de conocer a Bernard Martin. No concuerda eso con lo que intentaba describirles a los miembros del jurado hace unos instantes? Una mujer aislada,

incomprendida, buscando un msero consuelo, migajas de amor al lado de un desconocido, engaada y escarnecida por el hombre al que adoraba?

Mi cario nunca le haba faltado

asegur Monti, que empezaba a aferrar nerviosamente la barandilla del estrado con sus anchas y delicadas manos.

Nunca? De verdad?

Senta el mayor afecto por la seora Eysenach afirm Monti. Mi nico deseo era casarme con ella, fundar un hogar Pero ella no quiso. En consecuencia, no se me puede culpar si a veces he llegado a entregarme a ciertas distracciones inocentes, aunque

la defensa parece querer reprochrmelo

En efecto dijo el presidente volvindose hacia la acusada, slo de usted dependa llevar una vida honorable, pero al parecer prefera el aliciente del peligro y el azar en el amor.

La mujer no respondi. Temblaba visiblemente. El defensor sigui interrogando a Monti:

Es posible que usted, seor, usted, a quien esta desdichada seora amaba, acredite de este modo la leyenda que hace de una pobre mujer enamorada y dbil una criatura loca y depravada? Sin embargo, quin mejor que usted

para mostrarle indulgencia? Si ella hubiera visto en usted un afecto sincero, quiz eso la habra salvado Ah! dijo elevando su famosa voz, su voz de oro. Seor, me obligar usted a precisiones muy penosas. Lo lamento, pues hablar con una crudeza que le ruego tenga a bien perdonarme Sus asuntos financieros, seor conde, no atravesaban una situacin difcil en el momento en que conoci a la seora Eysenach?

En los bancos de la prensa, los periodistas taquigrafiaron:

Grave incidente. El presidente suspende la sesin. Al reanudarse,el testigo declara.La verdad es que mi familia, ms rica en tierras que en dinero, nunca tuvo ingresos en consonancia con el rango que ostentaba. Sin embargo, no creo que haya en Italia o Pars nadie que sin mentir pueda acusarme de haber contrado deudas o vivido de forma extravagante. A mis ojos, la considerable fortuna de la seora Eysenach tena menos peso que su atractivo y sus cualidades personales. No consideraba esa fortuna como un obstculo para nuestra unin, porque, una vez casado, quera establecerme de un modo conveniente e incluso brillante.

Aportaba a mi prometida un apellido que poda hacerle olvidar mi pobreza, por lo dems bastante relativa Es curioso que pretenda reprocharme esos problemas pecuniarios que, en fin, en un noble romano no suelen extraar a nadie.

El tribunal se inclina ante la perfecta correccin del testigo dijo el presidente. Puede retirarse, seor Monti. Ujier, el siguiente.

Una mujer muy atractiva, envuelta en pieles de zorro, menuda, de tez blanca y rostro afilado, con un corto velito negro flotando ante sus ojos, subi al estrado y, parsimoniosamente, se despoj de los guantes para prestar juramento.

Nombre y apellidos.

Jeannine Marie Suzanne Percier.

Edad?

Veinticinco aos.

Domicilio?

Rue de la Faisanderie, ocho.

Profesin?

Mis labores.

Se la ha citado como testigo, seora, en su calidad de cuarto comensal en la cena que precedi al drama y como ntima amiga de la acusada

Gladys Eysenach era para m, en efecto, una excelente amiga. La quera mucho. An siento por ella una enorme simpata y, naturalmente, una infinita

piedad

La seora Percier se volvi hacia la acusada sonriendo, como si la invitara a devolverle la sonrisa, a reconocer su bondad. Gladys Eysenach irgui la cabeza y la mir; una leve mueca de amargura le crisp los labios. Por un instante, ambas mujeres se midieron con la mirada; luego, la acusada se alz el cuello del abrigo con un gesto friolero y ocult sus facciones.

Estaba usted al tanto de la vida sentimental de su amiga?

Dios mo, seora, entre mujeres la amistad consiste en intercambiar chismorreos y direcciones de modistas, salir juntas y parlotear de esto y lo otro,

pura chchara, pero las confidencias son muy poco frecuentes. Naturalmente, conoca la relacin de Gladys con el conde Monti, como todo el mundo. Pero, aparte del conde, no sabra decir nada, al menos con precisin.

Sabe usted por qu motivo su amiga rechaz siempre las proposiciones de matrimonio del conde Monti?

Supongo dijo Jeannine Percier encogindose ligeramente de hombros que quera conservar una libertad que deba de resultarle muy valiosa, a juzgar por el uso que haca de ella.

Querra ser ms precisa, seora?

No quiero decir nada malo, Dios

me libre Me limito a repetir lo que era de conocimiento pblico. Gladys era excesivamente coqueta. Nada le gustaba tanto como el flirteo, el reconocimiento y los halagos Pero eso no es ningn crimen.

En efecto, siempre que no pase deah.

Mi marido y yo sentamos por elconde la ms franca amistad y lo pusimos en guardia muchas veces contra una boda que, en mi modesta opinin, los habra hecho infelices a los dos.

Sin embargo, eran felices en su relacin.

Ella al menos lo pareca, aunque experimentaba unos celos terribles,

dolorosos. Tambin era violenta, tras una fachada de calma y serenidad Cuando me enter de este horrible crimen, no me sorprend. Siempre me pareci que, en su interior, Gladys incubaba una tragedia. Era una mujer misteriosa. Exigente hasta lo irracional. Peda a los hombres una fidelidad que, por desgracia, no es de estos tiempos. Esperaba una devocin que estaba justificada por su belleza, cierto, pero su edad No quera reconocer nada de eso. Nunca quiso admitir que la pasin de su amigo se hubiera atenuado, que aunque l segua sintiendo por ella un afecto inquebrantable, en fin, quiz haba llegado el momento de ser ms

indulgente, ms tolerante Por otra parte, como su propia vida sentimental estaba muy cargada, todo eso influa en su carcter y la volva sombra e irritable.

Puede hablarnos de la noche que precedi a los hechos, esa cena de Nochebuena que tan trgicamente haba de terminar?

Mi marido y yo cenamos en Ciros, donde nos encontramos con Gladys y el conde Monti. Decidimos acabar la velada en el Florence. El resto de la noche no ocurri nada reseable. Champn, bailes y regreso al amanecer. Eso es todo.

La acusada pareca nerviosa,

agitada?

A m me pareci extraordinariamente nerviosa y agitada, seora. Cada vez que Monti miraba a una mujer (oh, de la forma ms inocente, la mayora de las veces!), cada vez que le haca un cumplido banal a su vecina, la pobre Gladys palideca y temblaba. Daba pena, se lo aseguro Me habra gustado tranquilizarla, pero

cmo? Recuerdo que cuando nos despedimos la bes con todo mi cario, y espero que comprendiera mi simpata. Cuando pienso en todo lo que la pobre tuvo que pasar despus, me alegro de no haber reprimido ese arranque espontneo de afecto

Nunca vio a Bernard Martin en casa de la acusada?

Nunca, seora.

Ni oy su nombre?

Tampoco.

Tuvo conocimiento de otras relaciones anlogas, sea directamente, a travs de la propia acusada, o por terceros? Titubea? No olvide que debe decir la verdad.

Pues murmur Jeannine, retorciendo nerviosamente sus largos guantes, no s qu decir.

nicamente la verdad, seora.

Prefiere que la interrogue? Durante la instruccin, dijo usted que aquello no la haba sorprendido, que tena que pasar,

y que era inevitable que la seora Eysenach cayera tarde o temprano en manos de un estafador Cito sus propias palabras.

Si lo dije durante la instruccin, ser verdad

Tenga la amabilidad de concretar, seora. Est aqu para colaborar con la justicia.

Al decir eso, pensaba en una una casa de la rue Balzac que mi desdichada amiga tena la debilidad de frecuentar.

Quiere decir una casa de citas?

S. No creo que deba ocultar a la justicia una conducta que, por extraa y anormal que parezca, puede arrojar luz

sobre el lado patolgico del carcter de

Gladys.

El presidente del tribunal mir a la acusada.

Es eso cierto?

S respondi ella con voz cansina.

El presidente alz lentamente en el aire sus anchas mangas rojas.

Qu placer vergonzoso iba usted a buscar all? Todava hermosa y unida a un hombre respetable, qu aberracin la empujaba a esos lechos de pago? Rica como es, ni siquiera tena la excusa de la necesidad de dinero, la cual, por desgracia, tan a menudo pierde a las mujeres No quiere responder?

No lo niego dijo la acusada en voz baja.

Ha terminado su declaracin, seora?

S, seora. Se me permite implorar la clemencia del jurado para esta dama desventurada?

se es el cometido de la defensa, no el suyo le record el presidente con una leve sonrisa. Puede retirarse, seora.

Jeannine Percier abandon el estrado, y el desfile de testigos continu. Eran personas humildes, el portero de la casa donde viva la acusada, su chfer Declaraban de un modo torpe y hasta risible, pero era evidente que

todos intentaban disculpar a Gladys Eysenach en la medida de sus posibilidades. Luego vinieron los mdicos, unos para hablar del estado mental de la acusada, nerviosa, excitable, pero en plena posesin de sus facultades y responsable de sus actos, y otros para describir el cadver de la vctima.

El pblico, cansado, se agitaba con un sordo e incesante rumor, y determinadas frases, ciertos movimientos de los testigos, una palabra, un tic, una inflexin de voz, arrancaban a la sala risitas nerviosas.

Haga entrar al siguiente testigo. Era un anciano de tez plida, casi

transparente, y cabellos plateados; su larga y fina boca tena en las comisuras de los labios ese pliegue de cansancio que revela una profunda usura del cuerpo. Cuando lo vio, la acusada solt un dbil suspiro de dolor e, inclinada hacia delante, mir vidamente al recin llegado.

Gladys Eysenach lloraba; avejentada y exhausta, pareca haber agotado la vergenza, abandonarse

Nombre y apellidos.

Claude-Patrice Beauchamp.

Edad?

Setenta y un aos.

Domicilio?

Boulevard del Mail, veintiocho,

Vevey, Suiza. En Pars, vivo en el Quais

Malaquais, doce.

Profesin?

Ninguna.

Debe alzar ms la voz para que lo oigan los seores del jurado. Se siente capaz de ese esfuerzo?

El testigo inclin la cabeza.

S, seora respondi con suavidad y tratando de pronunciar con la mayor claridad. Le ruego me perdone. Soy viejo y estoy enfermo.

Quiere sentarse?

El testigo rechaz el ofrecimiento.

Es usted pariente cercano de la acusada, su nico familiar vivo?

El apellido de soltera de la

seora Eysenach es Burnera. Yo me cas con Teresa Burnera. El padre de mi mujer y el de Gladys eran hermanos, importantes armadores de Montevideo. Salvador Burnera, el padre de mi prima, era un hombre de gran inteligencia y vasta cultura. Por desgracia, su mujer y l estaban separados, y a mi prima la cri su madre, que era, creo, una persona de carcter bastante inestable, difcil. Haba cortado todas las relaciones con su familia. Mi mujer vio por primera vez a su prima durante un viaje a Aix-les-Bains. Entonces Gladys era casi una nia. Mi mujer la invit a pasar una temporada con nosotros en Londres, donde vivamos en esa poca.

Eso se remonta a?

Pero el testigo no respondi. Miraba compadecido el rostro de la acusada, que pareca ajado y lvido a la luz de las lmparas. Gladys baj los ojos con tristeza. El anciano suspir.

Fue hace mucho tiempo dijo al fin. Ya no me acuerdo.

Podra decir a los miembros del jurado cul era el carcter de la acusada en esa poca?

Entonces era dulce y alegre. Buscaba el reconocimiento Nada le gustaba tanto como que la cortejaran.

Siguieron vindose?

Ocasionalmente. Mi prima se cas con Richard Eysenach. Viajaba mucho.

Cuando pasaba por Pars, yo nunca dejaba de ir a presentarle mis respetos. Pero no sola quedarme en Pars. Mi mujer estaba delicada de salud y pasbamos varios meses al ao en Suiza. No obstante, mi hijo Olivier visitaba con frecuencia la casa de los Eysenach En 1914, unos meses antes de la muerte de la pobre Marie-Thrse, la hija de mi prima, pas por Antibes. Nos vimos all. Luego regres a Vevey. Mi hijo muri en la guerra. Fij definitivamente mi residencia en Vevey, cuyo clima me conviene No haba vuelto a ver a mi prima.

Es la primera vez que la ve en veinte aos?

As es, seora.

Se lo ha citado como testigo en este penoso asunto porque en el domicilio de la acusada se encontr una carta dirigida a usted Esa carta obra en nuestro poder. Se proceder a leerla a los miembros del jurado.

Cabizbaja, la acusada oy:

Ven en mi ayuda. No te extraes de que acuda a ti. Seguramente te habrs olvidado de m. Pero no tengo a nadie ms en el mundo. Todos los que me rodeaban han muerto. Estoy sola. A veces tengo la sensacin de que me han arrojado viva al fondo de un pozo, a un abismo de soledad Slo t te acuerdas an de la mujer que fui. Me da

vergenza, una vergenza horrible, pero quiero tener el valor de acudir a ti, slo a ti, a ti, que me has querido.

Esta carta fue cerrada y dirigida a su nombre y su direccin de Suiza, pero nunca fue enviada.

Lo lamento profundamente dijo

Beauchamp en voz baja.

Seora Eysenach, quera confiarse a su pariente?

La acusada se levant con esfuerzo e inclin la cabeza:

S

Hablarle de Bernard Martin?

Compartir con l la inquietud que esa relacin despertaba en usted? Pedirle consejo? Hemos de lamentar que no

siguiera ese primer impulso

Quiz respondi, alzando levemente los hombros.

En los ltimos tiempos, la acusada nunca le escribi, seor Beauchamp?

Nunca. La ltima carta que recib de ella era la que me anunciaba la muerte de su hija.

Considera a la acusada capaz de realizar un acto violento?

No, seora.

Est bien, gracias.

El anciano se march. Otros testigos subieron al estrado. Gladys Eysenach alzaba los ojos de vez en cuando y pareca buscar un rostro amigo a su

alrededor. Incluso las caras cuya curiosidad le haba resultado tan penosa unas horas antes, ahora apartaban la mirada de ella, cansadas ya, hoscas, indiferentes. El pblico empezaba a sentir la lasitud y la impaciencia de los finales de sesin. Se oa el sordo rumor de los pasillos, que de vez en cuando penetraba en la sala por una puerta mal cerrada, como el ruido del mar batiendo contra un islote. Los presentes examinaban con frialdad el rostro angustiado, plido y tembloroso de la acusada como se contempla a una fiera salvaje prisionera tras los barrotes de una jaula, feroz pero capturada, con las zarpas y los dientes arrancados,

jadeante, medio muerta

Con refunfuos, encogimientos de hombros y exclamaciones ahogadas, la gente murmuraba:

Qu decepcin. Y decan que era tan guapa, pero parece una vieja

Vamos, no sea injusta. Despus de meses de prisin preventiva, sin ningn maquillaje, por no hablar de los remordimientos, me gustara verla a usted en su lugar.

Gracias.

No se puede negar que tiene clase. Es fina Miren qu manos tan bonitas Unas manos que han matado.

A partir de cierta cifra de impuestos, no se mata tan fcilmente.

No estoy yo muy segura de eso

Engaar a un amante como Monti suspir una mujer que permaneca de pie al fondo de la sala.

Los siguientes testigos eran personas que haban conocido a Bernard Martin, pero la gente, aburrida, apenas los escuchaba. En aquel juicio, la acusada era la nica persona que interesaba a la concurrencia; la vctima slo era una plida sombra. En medio de la indiferencia general, se supo que Bernard Martin haba nacido en Beix (Alpes Martimos) el 13 de abril de

1915, de padre y madre desconocidos. Posteriormente, haba sido reconocido por Martial Martin, un matre que viva

en concubinato con Berthe Souprosse, antigua cocinera. Ambos haban estado al servicio de los duques de Joux, que les haban pasado una renta hasta el da de su muerte, que a Martial le sobrevino en 1919 y a Berthe en 1932. Ella pareca querer al pequeo Bernard. Lo haba criado con esmero y muy por encima de su condicin. El nio haba conseguido una beca en Louis-le-Grand. El tribunal orden dar lectura al testimonio de uno de los antiguos profesores de Bernard Martin:

Carcter silencioso, amargo, sombro. Inteligencia excepcional, con algunos rasgos de genio precoz o, al menos, esa especie de tenacidad, esa

paciencia clarividente y profunda que, aplicada al objeto conveniente, hacen al genio.

Esto est extrado de mis notas personales y data de la poca en que el pobre muchacho entraba en la adolescencia. Ahora puedo aadir, a la luz de mis recuerdos, que la mayora de las veces esas dotes de paciencia e intuicin estaban llamadas a servir a ftiles divertimentos. La nica pasin de Bernard Martin pareca ser vencer la dificultad del momento, cualquiera que fuera sta, y, una vez conseguido, se desentenda del estudio o el juego que haba logrado dominar. Siendo un nio, a raz de una apuesta con uno de sus

jvenes condiscpulos, aprendi ingls por s solo a golpe de diccionario en tres meses. Despus de alcanzar cierto conocimiento de esa lengua, abandon repentinamente su estudio y no volvi a pronunciar una sola palabra inglesa. Matemtico nato, uno de los primeros alumnos de mi clase, ingres en la facultad de Letras impulsado una vez ms por esa perversa curiosidad y esa inquieta ambicin que descubr en l a la edad de doce aos. Resultaba muy difcil influir en l. Era uno de esos chicos a los que las buenas compaas no pueden mejorar ni las malas empeorar. Pareca vivir nicamente al dictado de sus propias leyes y no

obedecer ms que su propio cdigo de conducta.

De gustos modestos, con cierta inclinacin al ascetismo, extremadamente ambicioso, el papel de amante de una mujer rica es el que menos concordaba con su carcter. Sin duda lo sedujo la posicin y el prestigio de la mujer: se resenta de su oscuro origen y deseaba hacer fortuna en sociedad.

Lamento el drama que le cost la vida, pues siempre cre que ese muchacho tena un gran futuro por delante.

Haga entrar al siguiente testigo. Era un joven de veinte aos del tipo

levantino. Pelo negro y mal cortado, rostro afilado y ojos llenos de fuego. Hablaba deprisa, tartamudeando ligeramente, avergonzado sin duda de su acento extranjero.

Nombre y apellido?

Constantin Slotis.

Edad?

Veinte aos.

Domicilio?

Rue Fosss-Saint-Jacques.

Profesin?

Estudiante de Medicina.

No es usted pariente ni comparte intereses con la acusada. No est a su servicio ni ella al suyo. Jura hablar sin odio ni miedo, decir la verdad, toda la

verdad y nada ms que la verdad? Levante la mano y diga: Lo juro Bien. Conoca a Bernard Martin?

Vivamos en habitaciones contiguas.

Le hizo confidencias?

Jams. No era esa clase de hombre. No hablaba mucho.

Qu clase de hombre era, en su opinin?

Guasn, violento, poco comunicativo. Tenamos amigos comunes, hombres y mujeres. Todos le dirn lo mismo.

Pasaba apuros?

Como todo el mundo Quiero decir, en el barrio, seora. Se vive ms

o menos bien del uno al cinco, pero luego

Le peda prstamos?

No, y haca bien. Como dice un proverbio de mi tierra, no va uno al ro por agua cuando est seco.

Tuvo la impresin de que sus recursos haban aumentado algn tiempo antes de su muerte?

No, seora.

Coincidi alguna vez con la acusada cuando visitaba a Bernard Martin?

La vi una sola vez, el trece de octubre de 1934.

Sus recuerdos son muy exactos

Tena un examen al da siguiente,

y el perfume de esa mujer era tan penetrante que se colaba por debajo de mi puerta y me impeda estudiar. Saqu una nota psima. Por eso lo recuerdo con tanta exactitud. Se oyeron risas en la sala. Slotis prosigui: Cuando sali, por supuesto, abr la puerta para verla. La reconozco perfectamente. Era muy guapa

Estuvo mucho rato en la habitacin de su amigo?

Una media hora.

Coment esa visita con Bernard

Martin?

S, nos encontramos esa misma noche en un establecimiento de la rue Vavin. Estbamos un poco achispados,

creo Yo le dije: Vaya, chico, qu bien te relacionas. En fin, lo que se dice en estos casos. Se ri. Cuando se rea, tena una expresin muy dura. Incluso pens: Algn da esa mujer lo va a lamentar.

Es l quien lo lament, como usted dice. Qu contest?

Me recit el sueo de Atalia, seora.

Cmo?

Mi madre Jezabel ante m se mostr.

Qu castigo dijo el magistrado mirando a la acusada.

Gladys Eysenach escuchaba a Slotis con suma atencin; sus finas aletas

nasales palpitaban; sus ojos estaban inmviles y brillaban; en su hermoso pero estropeado rostro haba aparecido al fin la expresin astuta y cruel que conviene a la mscara del crimen. El jurado se sinti ms seguro y ms convencido.

Vio a Bernard Martin el da anterior a su muerte?

S; estaba borracho.

Sola beber?

Beba poco. Por lo general, aguantaba bien la bebida, pero esa noche estaba como una cuba. Le haba afectado mucho la muerte de una de sus antiguas amantes, una tal Laurette, Laure Pellegrain, que haba vivido con l hasta

el mes de noviembre. Estaba tuberculosa. Muri en Suiza.

Saba usted de la existencia de esa mujer? le pregunt el presidente a la acusada.

S murmur ella.

El dinero que daba a su joven amante iba a parar a manos de esa mujer?

Es posible.

Mire a la acusada le susurr un hombre del pblico a su vecina. Ha debido de sufrir mucho por culpa de ese Bernard Martin. A veces, cuando hablan de l, por su rostro pasa una expresin de odio. Aparte de eso, no parece una mujer que haya matado a

nadie.

Una chica de tez lechosa con el pelo rubio asomando bajo un sombrero negro subi al estrado y entrelaz las gordezuelas manos. Su nombre, Eugnie Follenfant ella misma solt una risita al pronunciarlo, provoc la hilaridad del pblico.

Nada de risas dijo el presidente, golpeando la mesa con el abrecartas que tena en la mano. Esto no es un espectculo.

Ro porque estoy nerviosa.

Pues clmese y responda. Est usted al servicio de la seora Dumont, propietaria de la pensin de la rue Fosss-Saint-Jacques donde viva la

vctima. Reconoce usted a la acusada como la persona que fue a visitar a Bernard Martin en diversas ocasiones?

S, seora respondi la chica

. La reconozco.

La vio a menudo?

Comprender que, en una pensin para estudiantes, una no se acuerda de todas las que vienen En sta me fij porque no era como las dems, con sus elegantes vestidos y su piel de zorro al cuello. Pero no recuerdo si vino tres, cuatro o cinco veces. Una cosa as

Bernard Martin nunca le hizo confidencias?

se? Madre ma

No parece haberle dejado un

recuerdo muy agradable.

Era un chico raro. Malo no, pero tampoco como la mayora. A veces se pasaba toda la noche estudiando y dorma durante el da. Lo vi pasar das enteros sin comer otra cosa que las naranjas que le llevaba la seorita Laure. Con ella era carioso. La quera.

No se mostraba celosa de la acusada? Nunca los oy discutir?

Jams. l estaba muy preocupado por la salud de la seorita Laure, que sufra del pecho. Como que se muri en Suiza un mes despus de haberse separado de l

Y entre Bernard Martin y la acusada, nunca sorprendi una

conversacin, confidencias, peticiones de dinero, quiz?

Nunca. Cuando ella vena, no se quedaba mucho rato. Lo que recuerdo es que cuando entraba en la habitacin despus de que ella se hubiera ido, la cama no estaba deshecha. Lo comprob varias veces. Claro que quiz se las arreglaban de otra forma, no?

Bueno, no es necesario que entre en detalles dijo el magistrado mientras el pblico rea.

De pronto, a la acusada le dio un ataque de nervios.

Tengan compasin de m! repeta sollozando, encorvada en el banquillo. Djenme Yo lo mat!

Que me encarcelen, que me ejecuten, me lo merezco! Me lo merezco mil veces, merezco la muerte y la desgracia, pero por qu esta exhibicin de indignidades? S, lo mat, no pido clemencia, pero que esto acabe, que esto acabe

La sesin se suspendi y qued aplazada hasta el da siguiente. Poco a poco, el pblico abandon la sala. Era tarde; caa la noche.

La del da siguiente fue la sesin de los alegatos.

La acusada ya no le interesaba a nadie. En una noche, toda su belleza pareca haberla abandonado para siempre. Era una vieja acorralada. Por

lo dems, apenas se la vea en la penumbra del banquillo de los acusados. Se haba dejado puesto el sombrero, que, inclinado sobre los ojos, le ocultaba las facciones. La gente no apartaba la vista del abogado defensor; todava joven, luca un hermoso cabello negro y sus carnosos labios esbozaban una mueca de desdn. Era la estrella del da.

La acusada escuch el alegato del fiscal con el rostro oculto entre las manos.

Hasta la noche del veinticuatro de diciembre de 1934, la mujer que ven ante ustedes, seores del jurado, fue una de las privilegiadas de este mundo.

Todava era hermosa, tena buena salud y gozaba libremente de una fortuna considerable Sin embargo, desde la infancia le haba faltado una familia, un hogar, ejemplos de moralidad Ah, cunto habra preferido nacer en una de esas admirables familias de la burguesa que! Lentamente, las manos de la acusada descendieron hasta sus rodillas. Por un instante alz el rostro, plido y tenso. Sigui escuchando. Una mujer pobre, una mujer ignorante, una mujer maltratada quiz habra merecido indulgencia. Sin embargo, sta

Que la llama de la justicia, seores del jurado, no se apague en sus manos Ustedes demostrarn que la justicia es

igual para todos y que el encanto, la belleza y la cultura de esta mujer slo pueden inclinar la balanza an ms del lado del justo rigor. Esta mujer mat voluntaria y premeditadamente. Merece un castigo proporcionado a su delito.

Luego vino el admirable alegato de la defensa. De vez en cuando, la poderosa voz se tornaba suave y sensible. El abogado mostr en Gladys Eysenach a una mujer que slo haba vivido para amar, que slo se haba preocupado en este mundo por el amor y que, en nombre del amor, mereca el olvido y el perdn. Habl del temible demonio de la sensualidad, que acecha a las mujeres que envejecen y las empuja

a la falta y la vergenza. Algunas de las presentes lloraban.

Despus, el presidente se volvi hacia la mujer y pronunci la frase de rigor:

Tiene la acusada algo que aadir?

Gladys Eysenach guard silencio. Al fin, neg con la cabeza y murmur:

No. Nada. Y bajando la voz agreg: No pido clemencia He cometido un crimen espantoso.

Los rayos del sol poniente atravesaban la tarde, clida y tormentosa; la atmsfera de la sala se haca asfixiante por momentos y el gento daba muestras de nerviosismo y

excitacin. Un sordo rumor anunciaba y auguraba el veredicto. El jurado se haba retirado y los alguaciles se haban llevado a la acusada.

Al fin, hacia las nueve, son un timbre, tan dbil que apenas se oy. Sealaba la conclusin de las deliberaciones del jurado. Haba cado la noche. En la sala, llena a rebosar, el gento pareca exhalar un vaho que cubra de humedad los cristales de las ventanas. El calor era sofocante.

El presidente del jurado, plido y con manos temblorosas, ley el veredicto. El tribunal dict sentencia. Un murmullo recorri los bancos de la prensa y lleg hasta el pblico, que

permaneca de pie.

Cinco aos de prisin

Las puertas del viejo Palacio de Justicia se abrieron y la gente empez a marcharse. Al salir, todos se detenan en el umbral y aspiraban la brisa con fruicin. La lluvia volva a caer en forma de gruesas gotas sueltas.

Maana seguir lloviendo dijo alguien mirando al cielo.

Vamos a tomar una cerveza dijo otro.

Dos mujeres hablaban de sus maridos. El viento se llev sus palabras hacia el Sena, negro y tranquilo.

Como se olvida a los actores cuando la obra ha acabado, nadie se acordaba

ya de Gladys Eysenach. Ahora su papel haba terminado. A la postre, haba sido banal. Un crimen pasional, un castigo moderado Qu sera de ella? A nadie le importaba su futuro ni su pasado.

1Vieja y vencida, Gladys an era hermosa. El tiempo la haba deshojado a regaadientes, con mano suave y prudente; apenas haba alterado el dibujo de un rostro en el que cada rasgo pareca modelado con amor, tiernamente cincelado. El largo y blanco cuello permaneca intacto; slo los ojos, que nada puede rejuvenecer, no brillaban ya como antao; su mirada traicionaba la ansiosa y cansada sabidura de la edad, pero cuando Gladys bajaba sus hermosos prpados, quienes la vean podan reconocer la imagen de una nia

que haba bailado por primera vez en Londres, en el baile de los Melbourne, una hermosa y muy lejana noche de junio.

En el saln de los Melbourne, con su

revestimiento de madera blanca y sus duras banquetas de damasco rojo, los estrechos espejos empotrados haban reflejado el rubio cabello, cortado con flequillo sobre la blanca frente, y los brillantes ojos negros de una delgada muchachita todava desgarbada y tosca a la que nadie conoca, cuyo nombre era Gladys Burnera.

Llevaba guantes largos, un vestido blanco adornado con volantes de muselina y rosas en el escote, el talle

ceido con un ancho cinturn de satn. Cuando bailaba, pareca que la dicha la llevara en volandas, que se moviera a impulsos de la brisa. Su cabello, trenzado y recogido en forma de corona alrededor de la cabeza, tena el color exacto del oro; sin duda, era la primera vez que se peinaba de ese modo: ante cada espejo, volva suavemente la cabeza y se miraba la delicada y blanca nuca sin un hilo de oro, sin una joya. Bajo el ceidor llevaba un ramillete de pequeas rosas rojas, sus preferidas, muy oscuras y fragantes; de vez en cuando, cerraba los ojos para aspirar su aroma dicindose que nunca olvidara aquella bocanada de perfume en el calor

del baile, ni la brisa nocturna en sus hombros, ni el brillo de las luces, ni la msica de vals que resonaba en sus odos. Qu feliz se senta O puede que no, que aquello todava no fuera la felicidad, sino su espera, una divina inquietud, una ardiente sed que le abrasaba el corazn.

El da anterior an era una nia triste y dbil junto a una madre odiada. Y de pronto apareca como una mujer hermosa y admirada, pronto amada

Amada, pensaba, y al instante senta una profunda inquietud: se vea fea, mal vestida, mal educada; sus gestos eran bruscos y torpes. Con los ojos, buscaba con temor a su prima, Teresa

Beauchamp, sentada entre las madres. Pero poco a poco el baile la iba aturdiendo; la sangre corra por sus venas, ms rpida y ardiente. Volva la cabeza y contemplaba los rboles del parque, la suave y hmeda noche tachonada de fuegos anaranjados, las pequeas columnas de la sala de baile, graciosas y esbeltas como jovencitas. Todo la extasiaba, le pareca hermoso, raro y encantador. La vida tena un sabor nuevo, agridulce, nunca probado.

Hasta los dieciocho aos haba vivido con una madre fra, severa, medio loca, una vieja mueca repintada, tan pronto frvola como atemorizante, que arrastraba por todos los rincones

del mundo su hasto, sus gatos persas y su hija.

Mientras bailaba esa noche en casa de los Melbourne, la imagen de aquella pequea, esculida y glida mujer de ojos verdes la persegua. Los dos meses que iba a pasar en Londres, en casa de los Beauchamp, se acabaran tan pronto Sacudi la cabeza; procuraba alejar esa idea y bailaba ms deprisa, ms ligera Los volantes del vestido giraban a su alrededor, y la agitacin de la vaporosa gasa le produca una deliciosa sensacin de vrtigo.

Nunca olvidara aquella breve temporada. Nunca volvera a sentir un placer de esa ndole. En el fondo del

corazn, siempre queda la aoranza de una hora, de un verano, de un fugaz momento en el que sin duda se alcanza el punto de floracin. Durante unas semanas o unos meses, raramente ms, una joven muy hermosa deja de vivir la vida normal. Est ebria. Se le concede la sensacin de estar fuera del tiempo, fuera de sus leyes, de no sentir la montona sucesin de los das, de disfrutar nicamente de los instantes de intensa y casi desesperada felicidad. Bailaba, corra al amanecer por el jardn de los Beauchamp y, de pronto, le pareca estar soando y empezar a despertar, que el sueo haba terminado.

Su prima, Teresa Beauchamp, no

comprenda esa exaltacin, esa alegra de vivir, que a veces se transformaban en profunda tristeza. Teresa haba sido siempre ms frgil y ms fra. Unos aos mayor que Gladys, era menuda y delgada, tena la talla de un nio de quince aos, una cabecita delicada, un poco cncava en las sienes, la tez biliosa, hermosos ojos negros y una voz suave y sibilante que revelaba los primeros estragos de la enfermedad pulmonar que padeca.

Se haba casado con un francs, pero, nacida y educada en Inglaterra, volva asiduamente a Londres, donde posea una magnfica casa. Teresa haba tenido una infancia feliz y una juventud

tranquila; se haba acostumbrado a la vida social gradualmente, mientras que Gladys se haba lanzado a ella de golpe. Teresa no posea la belleza de su prima; ningn hombre la haba mirado nunca como miraban a aquella indmita muchachita.

Al entrar en casa de los Melbourne, Gladys se haba cogido a la mano de Teresa como una nia asustada. Ahora estaba bailando; pasaba por delante de Teresa sin verla, con los labios entreabiertos en una dulce sonrisa de triunfo. Su prima, que despus de un vals se senta cansada, la contemplaba con envidia y admiraba aquel cuerpo delicado que ocultaba unos nervios de

acero para la diversin. Cuando le preguntaban Es guapa su primita?, Teresa asenta haciendo con la cabeza un movimiento de asombro y cansancio que le daba la gracia de un pjaro enfermo, y responda muy sensatamente: Tiene una belleza muy prometedora, porque, en el rostro de sus iguales, las mujeres no ven florecer ese brote fugitivo y casi atemorizador.

Procuramos que se divierta. We try to give her a good time deca Teresa, y se ergua an ms en los duros cojines del canap.

Nunca se apoyaba en los respaldos; nunca daba la menor muestra de impaciencia. Se abanicaba suavemente

con una sonrisa cansada y tensa; tena un tinte ardiente, enfermizo en los pmulos. La noche avanzaba. Teresa se senta embargada por una profunda tristeza; al principio haba mirado a Gladys con agrado, con la tierna indulgencia de la prima mayor; ahora, sin saber por qu, sufra al verla tan hermosa e incansable. Por un instante, sinti que le habra gustado agarrarla del brazo y gritarle:

Basta! Para! Eres demasiado atractiva, demasiado feliz. No saba que durante muchos aos Gladys despertara esa tristeza celosa en el corazn de todas las mujeres.

Avergonzada, agit el abanico con movimientos ms vivos. Llevaba un

vestido de satn cobrizo con una doble falda de chantilly, y su corpio bordado luca perlas broncneas. Se mir en un espejo y se vio fea; envidi desesperadamente el sencillo vestido blanco de Gladys y su pelo dorado. Se record que estaba casada, que era feliz, que tena un hijo, que aquella jovencita estaba en el umbral de una vida incierta.

Bah! T tambin cambiars, pequea

pens con amargura. Qu deprisa pasarn esa insolencia, esa lozana Cmo se apagarn esas miradas triunfales que lanzas a la gente. Tendrs hijos, envejecers Bah! An no sabes lo que te espera, pobre pequea.

De pronto, se levant y se acerc a

Gladys, que se haba apoyado en el vano de una ventana, ante una cortina roja, y le toc el brazo con el abanico.

Vamos, querida le dijo. Tenemos que regresar a casa.

Gladys se volvi hacia ella. Teresa se qued sorprendida ante el cambio que una hora de diversin haba operado en aquella dcil y silenciosa muchachita. Todos sus movimientos eran de una facilidad y una habilidad etreas; su mirada, triunfal; su risa, alegre y burlona. Aunque apenas pareca haber odo las palabras de Teresa, neg con la cabeza con impaciencia.

Oh, Tess! No, no! Por favor, Tess

S, querida.

Vamos, slo una hora ms

No, querida, es tarde, toda una noche, a tu edad

Otro baile, slo otro baile

Tess suspir. Como siempre que estaba cansada o irritada, su respiracin se torn ms agitada, ms dificultosa; sus labios dejaron escapar un silbidito ronco.

Yo tambin he tenido dieciocho aos, Gladys le dijo a su prima, y no hace tanto Comprendo que el baile te parezca maravilloso, pero hay que saber dejar la diversin antes de que ella la deje a una. Es tarde. No te has divertido bastante?

S, pero eso ya ha pasado

murmur Gladys a su pesar.

Maana, por no haber querido marcharte a su hora, estars plida y cansada. Este baile no es el ltimo, la temporada an no ha acabado

Pero acabar pronto repuso Gladys con los ojos brillantes de impaciencia y ansiedad.

Entonces ser el momento de llorar. Ya sabes que todo se acaba. Tienes que aprender a resignarte.

Gladys haba agachado la cabeza, pero no escuchaba. En su corazn, una voz interior ahogaba todas aquellas palabras vanas, una voz fuerte y cruel que clamaba: Djame! Quiero

divertirme! Si me privas de mis diversiones te odiar Si interrumpes uno solo de los instantes de felicidad que Dios me conceda, te desear la muerte.

No oa ms que aquella embriagadora fanfarria, la voz misma de su juventud. Era posible que fuera a ver acabar, caer en la nada aquella noche tan hermosa, tan perfecta, que para otros slo fuera un baile ms en la temporada de Londres, a fastidious affair, deca Tess, unas cuantas horas pronto olvidadas?

Venga, he dicho que nos vamos dijo su prima casi con brusquedad. Gladys la mir sorprendida. Tess

suspir. Estoy enferma, cansada Tenemos que irnos

Perdona murmur Gladys cogindole la mano. Su rostro haba cambiado; otra vez era infantil e inocente. La llama cruel de sus ojos se haba apagado.

Vamos dijo Tess esforzndose en sonrer. Eres una buena chica, una chica sensata. Ven

Gladys la sigui sin decir nada.

2Para Gladys, la ltima noche de la temporada fue un torbellino de bailes, msica y colores que la arrastr unas horas y luego la abandon desilusionada y cansada. Tena que marcharse al da siguiente.

Volvi a casa con los Beauchamp al amanecer. Una bruma lechosa iluminaba Londres; las calles estaban vacas, a un tiempo plidas y brillantes; el viento matutino, casi fro, dejaba en los labios un sabor a lluvia y carbn hmedo, pero, de vez en cuando, el aroma de las rosas que florecan en los parques surcaba el

aire.

Gladys se llev las manos a la cara suavemente. Las mejillas le ardan como llamas. El corazn le palpitaba con rpidos y asustados latidos al comps del ltimo vals bailado. Lo canturre distradamente, se alis el pelo con cuidado y se inclin hacia Tess sonriendo. Pero estaba triste. Siempre era igual; de pronto, la alegra la abandonaba y se senta inundada por una amarga y profunda melancola. Fantase vagamente con un hombre que le haba gustado, un apuesto caballero del que todas las chicas estaban enamoradas esa temporada. Era un joven conde polaco, agregado de la embajada rusa; se

llamaba Tarnovski. Gladys pens en las mujeres tan hermosas que haba visto, en aquellas muchachas felices, cuya vida estaba trazada de antemano, mientras que ella era casi una desclasada hija de divorciados, hija de Sophie Burnera, an unhappy woman, a wicked woman, como deca Tess. Mir a su prima, que iba a su lado, y sinti lstima por ella, tan frgil, cansada y enferma pareca; de vez en cuando, tosa con penoso esfuerzo. Claude Beauchamp haba bajado el cristal de la ventanilla y vuelto la cabeza. Gladys le sonri tmidamente, pero l pareca no verla.

Tena un rostro fino y alargado, unas mejillas chupadas, como succionadas

desde dentro de los pmulos, y una hermosa boca de labios delgados que, en reposo, se apretaban hasta formar un nico trazo recto en su cara. Alto y frgil, sola mantener el cuerpo un poco encorvado y la cabeza inclinada hacia delante. Era educado, fro, distante y reservado. A Gladys le pareca casi un anciano, aunque era joven. Lo admiraba, pero nunca lo haba mirado con el deseo de complacerlo.

Entretanto, el coche se haba detenido ante la casa de los Beauchamp. Abajo, en la biblioteca de Claude, les tenan preparadas bebidas. Las habitaciones eran fras y, cuando Teresa volva tarde, le dejaban la chimenea

encendida. Algunos troncos seguan ardiendo e iluminaban los viejos muebles, muy altos y de un diseo pasado de moda, de madera negra antigua, lustrosa como el bano.

Gladys abri la ventana y se apoy en el alfizar.

Cogers fro, querida suspir

Tess.

Claro que no.

Al menos, chate un abrigo por los hombros.

Qu va, querida ma. No le tengo miedo al fro, ni a nada en el mundo.

Ambas tenan la costumbre victoriana de los endearments, las expresiones de cario. Se trataban de

querida, darling, my sweetheart, my love y se miraban sonriendo, pero sus ojos eran duros.

Gladys cogi las flores que llevaba sujetas en el cinturn y las oli.

Djalas, estn marchitas le dijo

Tess con gesto impaciente.

Da igual. Estas pequeas rosas rojas son las nicas que saben marchitarse bien; no se ajan, se consumen. Mira dijo, mostrando las flores en su mano. Y huele qu aroma tan delicioso.

Las acerc con suavidad a la nariz de Teresa, que apart la cabeza.

El olor de las flores me molesta

dijo.

Gladys sonri apurada; vea que irritaba a Tess. Pobrecita Teresa, pens. Le daba lstima, pero senta una crueldad inquieta, el deseo de conocer por primera vez, de medir el alcance de su poder de mujer. Su pequeo rostro, palidecido por la noche en vela, estaba tenso y temblaba. Por qu? se pregunt Gladys de pronto. Qu he hecho?.

La voz de un nio que despertaba lleg del primer piso, donde Olivier, el hijo de los Beauchamp, tena su habitacin. Teresa se levant al instante.

Ya son las seis Olivier se levanta.

No te quedes con l ahora, ve a

descansar.

Teresa cogi el abanico que haba dejado encima de la silla y abandon la biblioteca. Claude y Gladys se quedaron solos. Ella abri el balcn de par en par.

Ya es de da

l apag la lmpara. Salieron al balcn corrido que rodeaba la casa. La maana era preciosa, muy tranquila. En el jardn vecino, los pjaros saludaban al sol con sus agudos y alegres trinos.

No tienes sueo?

Claro que no respondi Gladys con impaciencia. T, Claude, tampoco hablas de otra cosa ms que de descanso y de sueo. No te parece que una noche en blanco te aligera? Se dira

que ya no tienes sangre ni carne, que un soplo de viento podra arrastrarte

Mira cmo se balancea ese rbol en la brisa

S, es hermoso. Gladys se inclin, entorn los prpados y los ofreci al aire de la maana. La hora ms bonita del da.

S, los dos nicos momentos que merecen la pena, worth considering dijo Claude mirndola, son el comienzo y el final de todas las cosas, el nacimiento y el declive.

No comprendo por qu ese anciano dijo Gladys con repentina vehemencia, el del libro que tanto te gusta, asegura que nunca, en ningn

instante de su vida, pudo decir:

Detente!.

Bueno, porque era un viejo idiota, supongo

Gladys aspir la brisa sonriendo, inclin la hermosa cabeza y contempl su brazo desnudo.

Detente, instante dijo con suavidad.

S murmur Claude. Ella ri, pero l la contemplaba con una expresin intensa y dura. Ms que admirarla, pareca temerla y casi odiarla

. Gladys dijo al fin.

Y repiti su nombre con una especie de asombro. Luego, se inclin y le cogi la mano, todava infantil, delgada, sin

anillos, que penda entre los pliegues del vestido. La bes temblando. Bes el delgado brazo, en el que se vean seales de golpes y araazos, porque a veces era masculina, brusca, y le gustaban los caballos difciles, los obstculos, los peligros. Permaneci encorvado ante ella, humilde como un nio. Gladys nunca olvidara ese instante, aquel embriagador sentimiento de orgullo y la deliciosa paz que invadi su corazn.

La felicidad es esto, se dijo, y no retir la mano. Pero su fina nariz se agit imperceptiblemente y su rostro, tan joven, se transform de pronto en el de una mujer, astuto, vido y cruel. Qu

grato era ver un hombre a sus pies

Qu haba en el mundo mejor que el nacimiento de ese poder de mujer? Eso era lo que esperaba, lo que llevaba das presintiendo El placer, el baile, el xito no eran nada, palidecan ante aquella intensa sensacin, ante aquella especie de mordedura interior. El amor? pens. Oh, no! El placer, casi sacrlego, de ser amada.

No soy ms que una nia y t, el marido de Tess dijo en voz alta.

l alz los ojos y la vio sonrer. Se miraron unos instantes.

Una nia, s admiti Claude con esfuerzo. Pero ya una coqueta consumada y peligrosa.

Haba recuperado su expresin impasible. Slo sus dedos temblaban. Quiso marcharse, pero ella le pregunt con suavidad:

Entonces, ests enamorado de m? Claude no contest; en su rostro, los labios cerrados formaban aquella lnea cortante y plida que tan bien conoca Gladys. Ceder, se dijo, y ansi recuperar aquella extraa sensacin de alegra spera, casi fsica

. Responde insisti, tocndole la mano. Dime Te quiero. Aunque no sea verdad. Nunca he odo esas palabras Me gustara orlas Y de tu boca, Claude Responde.

Te quiero dijo Claude.

Gladys se apart de l con una risita cansina y feliz. El agudo espasmo de voluptuosidad se haba atenuado; sinti una especie de vergenza mezclada con placer. Baj lentamente los delicados prpados y escap de sus temblorosos brazos, que queran rodearla.

No; para qu? dijo sonriendo

. Yo no te quiero.

l dej que se fuera sin mirarla.

3Cierto tiempo despus, durante un viaje, Gladys volvi a encontrarse casualmente con el conde Tarnovski, el joven polaco que le haba gustado en Londres aquella noche de baile. Se cas y vivi dos aos con l. Apuesto y envanecido de su belleza como una jovencita, era inconstante, mentiroso, tierno y dbil. La vida en comn les result insoportable, porque empleaban el uno contra el otro armas parecidas, armas femeninas, mentiras, astucias y caprichos. Despus, Gladys no pudo perdonarle que la hubiera hecho sufrir;

odiaba el sufrimiento; como los nios, esperaba y exiga la felicidad.

Tras la separacin, conoci a

Richard Eysenach, famoso financiero de origen incierto, presidente de la compaa Mexican Petroleum y hombre temido por su fra y aguda inteligencia. Era feo, de torso pesado y poderoso, brazos nervudos, frente baja y medio oculta por un espeso pelo negro. Bajo sus gruesas cejas, unos ojos verdes y penetrantes, cuando se posaban en un rival, lo escrutaban con divertida y desdeosa tolerancia. Para gustarle, las mujeres tenan que ser hermosas, dciles y calladas. Ense a Gladys a obedecerle, a mostrarse alegre y feliz a

un gesto suyo, a no preocuparse de otra cosa en el mundo que de su belleza y del placer. No se cansaba de mirarla mientras se vesta, dudaba entre dos aderezos y contemplaba sus facciones en el espejo. Tratarla como a una nia le procuraba un intenso placer sensual. Cuando Gladys se acurrucaba entre sus brazos, cuando murmuraba A tu lado me siento tan pequea, tan dbil, Dick, cuando lo miraba de aquel modo, con tierna picarda, un destello de deseo y casi de locura animaba el fro e inescrutable rostro de Richard. Se abalanzaba sobre ella y le daba ardorosos mordisquitos en los labios, llamndola mi niita, mi querida

nia, mi pequea

Ese vicio inconfesado era la fuente del placer de Eysenach y, para Gladys, el secreto del poder que ejerca sobre l y sobre otros. Le gustaban sus rudas y osadas caricias. Ms tarde, todos los hombres que la atrajeran se pareceran en algo a Richard. Durante mucho tiempo tuvo un amante, sir Mark Forbes, un poltico ingls que tuvo su momento de gloria antes de la guerra. Curtido por el hbito y la vorgine del poder, era duro y ambicioso, pero dbil e inerme con ella. Eso era lo que le gustaba, lo que estimulaba a Gladys: necesitaba constantemente probarse a s misma su poder sobre los hombres.

En los aos previos a la guerra, su belleza alcanz ese punto de perfeccin que slo la felicidad y la satisfaccin de todos los deseos otorgan a las mujeres. Olivier Beauchamp, el hijo de Claude y Teresa, apenas un adolescente, que fue recibido en casa de Gladys cuando ella pas por Pars en 1907, vio a una mujer con un rostro y un cuerpo tan hermosos como a los veinte aos, pero que ahora emanaba la seguridad y la paz de la dicha. Estaba rodeada de hombres enamorados y tan habituada a las promesas, las splicas, las lgrimas, como un alcohlico al vino; lejos de estar saciada, necesitaba su dulce veneno como si fuera el nico alimento

que poda sustentarla. No trataba de ocultarlo. Opinaba que una mujer nunca se hasta, que es una bestezuela infatigable, que un ambicioso puede cansarse de los honores y un avaro del oro, pero que una mujer nunca renuncia a su oficio de mujer. Cuando pensaba en la vejez, le pareca an tan lejana que la miraba de frente sin temblar, imaginndose que la muerte le llegara antes que el final del placer.

Entretanto, su hija, la pequea Marie-Thrse, creca a su lado. Era una nia preciosa, de tersa piel blanca, largo y lacio cabello rubio, con la conmovedora gracia de esa edad en que la belleza an no reside en la expresin,

sino en el modelado de las facciones y la tersura de la tez y, sin embargo, en la mirada y en torno a los labios entreabiertos, palpita, ms que la emocin misma, el despertar, el presentimiento de la emocin. Nunca se parecer a su madre, nunca la igualar, decan de ella. Viva a la sombra de aquella madre tan hermosa y, como todos los que rodeaban a Gladys, no deseaba ms que agradarla, servirla y amarla.

4En 1914, Gladys viva cerca de Antibes, en una hermosa e incmoda casa de estilo italiano que haba pertenecido a los condes Dolcebuone y se llamaba Sans-Souci.

Slo la he alquilado por el nombre deca sonriendo, que resume toda la sabidura de la vida: pasarla sin preocupaciones.

Las habitaciones eran enormes y fras, con muebles tapizados de gastado damasco rojo. Pero las oscuras paredes mitigaban la resplandeciente luz meridional, y eso a Gladys le gustaba.

Cada da al despertar, cuando coga el espejo y se contemplaba en l, vea con satisfaccin aquella trrida sombra que iluminaba suavemente sus facciones.

La primavera apenas comenzaba. El

aire era clido, pero el viento soplaba desde las montaas, fresco y cortante.

Esa maana de marzo, Gladys se despert tarde y, como de costumbre, casi antes de abrir los ojos, su mano busc el espejo maquinalmente. Desde que era mujer, se era su primer acto, su primer pensamiento del da. Se acarici el rostro con la mirada largo rato. El dorado de sus hermosos cabellos se haba atenuado; ahora tena el tono apagado y claro que en esa poca

llamaban ceniciento. Se apart la suelta cabellera con una mano e inclin el largo y blanco cuello. Sus grandes ojos negros parecan sonrer constantemente con una especie de secreto regocijo a quienes la admiraban, pero, cuando estaba sola, se volvan tristes y profundos, se ocultaban, y las pupilas dilatadas les daban una expresin extraa y ansiosa.

Gladys tena una profunda conciencia de su belleza. La senta como una paz interior a cada momento del da. Su vida era simple: vestirse, gustar, encontrar otro hombre rendido a sus pies, volver a vestirse, gustar A veces pensaba: Tengo cuarenta aos. En esa

poca, antes de la guerra, era una edad terrible, la edad lmite. Pocas eran las mujeres cuya belleza permaneca intacta a los cuarenta.

Pero al instante frunca el ceo y procuraba olvidarlo. Era tan hermosa El olvido resultaba fcil.

Hizo abrir los postigos. El viento agitaba las rosas. Se visti y comenz los largos y minuciosos cuidados de belleza.

Haban venido y vuelto a irse varias mujeres. Siempre estaba rodeada de mujeres que no eran ms que su plido reflejo, que copiaban su ropa, sus caprichos, sus sonrisas. Le encantaba aquel crculo de caras maquilladas

vueltas con avidez hacia ella, aquel tintineo de joyas a su paso, aquellas miradas brillantes, falsas, llenas de envidia y odio, en las que poda leer un reconocimiento ms an que en los ojos de los hombres que la deseaban. Espiaban sus movimientos. Intentaban inclinar sus rgidos talles comprimidos por corss con la indolente gracia de Gladys. Iban en manada de Cannes a Montecarlo y se presentaban en casa de Mimi Meyendorff y luego de Clara Mackay o Nathalie Esslenko. Slo pensaban en quitarse los hombres unas a otras y sobre todo a Gladys, la ms rica y la ms feliz. Parloteaban, rean, gorjeaban, se inclinaban para besar al

vuelo la mejilla de Gladys.

Mi querida Gladys, qu guapa estaba anoche

Los grandes sombreros adornados con rosas y sujetos con agujas de oro bajaban y suban alrededor de Gladys. Los altos bastones Luis XV, el ltimo grito esa temporada, golpeaban las sonoras losas de Sans-Souci.

Gladys miraba a sus amigas sonriendo con los ojos medio entornados. A veces, se reprochaba la satisfaccin un tanto mezquina que senta en su compaa. Y qu? Me divierten, se deca.

Ese da, en cuanto Gladys estuvo lista, entr Lily Ferrer. De origen

bvaro, era alta y robusta, llevaba un espeso maquillaje facial y tena una voz ronca y desagradable. Era la preferida de Gladys, a quienes las mujeres de ms edad inspiraban un vivo sentimiento de indulgencia y tierna compasin.

Ambas se besaron en la mejilla. A veces hablaban de cosas ntimas, pero al modo de las mujeres, caprichoso, frvolo, disimulando instintivamente sus pensamientos ms secretos, que no obstante revelaban con una chanza o un suspiro, y ocultando bajo su insustancial chchara una amarga experiencia que, como un grano de incienso o sal, perfumaba sus vanas palabras.

Se pusieron a hablar del baile de la

vspera.

Nathalie llevaba una semana atormentndome para saber qu vestido y qu joyas me pondra cont Gladys, risuea. Cmo se retrata la insignificante aventurera centroeuropea desposada por descuido! Como no quise decrselo, crey que llevara unas piedras fabulosas, joyas de Golconde, y ella exhibi ayer todas las suyas. Brillaba como un relicario aadi, sonriendo al recordar su vestido blanco, sus brazos desnudos, sin una sola perla, sus manos que slo lucan la alianza, y la mirada asesina de Nathalie, aplastada por su armadura de diamantes. Te parece una temporada brillante?

Mortal Pero adnde quieres ir, Gladys?

No lo s. Me gustara marcharme. Hace tiempo que estoy triste, cansada. Siento un enorme aburrimiento dijo en tono ligero, buscando las palabras. S, es as aadi con un leve encogimiento de hombros.

Pero por qu? le pregunt Lily Ferrer entornando los ojos. Ests enamorada?

Oh, Dios mo, no! Soy fiel a

Mark

Lily inclin la cabeza.

Los hombres que te han querido a los veinte aos y siguen viendo en tus facciones actuales tu cara de los veinte

aos, esos hombres no tienen precio.

S admiti Gladys.

Se dijo que nunca olvidara, que nunca reemplazara a Richard. Haba muerto haca dos aos y, desde entonces, toda su vida haba cambiado Por qu? Ah, eso era algo inexpresable. Al principio no haba comprendido la trascendencia de su prdida. Haba pensado: Tal vez Mark. Pero no, nadie poda reemplazar a Richard. Su vida con l haba transcurrido siempre en paquebotes y suites de hotel. Richard haba muerto en una habitacin del Plaza, en Nueva York, adonde acababan de llegar. En plena noche, haba entrado en la habitacin donde dorma ella y se

haba inclinado sobre su cama. Gladys se haba despertado sobresaltada y haba visto su plido rostro y, por primera vez, una expresin de debilidad y dulzura en los ojos. Recordaba el ruido de Nueva York al otro lado de las ventanas y la luz brutal e intermitente, semejante a la de un faro, que se filtraba por las cortinas.

No llames a nadie. Esto es el fin

haba dicho Richard.

Y haba seguido murmurando mientras ella lo rodeaba con los brazos para recoger su ltimo beso.

Pobre, pobre

Entonces no lo haba comprendido. Le haba cogido la mano, pero l se

haba quedado rgido y haba muerto. Qu terrible regalo la felicidad, una felicidad completa, insolente, que de pronto se acaba, como todo Desde ese da presenta, en signos casi imperceptibles, que para ella la luz del da vacilaba y acabara por apagarse

Meses antes se haba enterado con asombro de que, durante todo el tiempo de su matrimonio, Richard tambin haba vivido con una vieja actriz, confidente de todos sus asuntos financieros y polticos. En su testamento, le encargaba a Gladys que pasara una renta a esa mujer, y ella haba cumplido su voluntad escrupulosamente. Era cierto que la haba engaado, como ella

a l, pero haban sido felices. No volvera a ser tan feliz con nadie

Suspir y mir el jardn con tristeza. Bajo sus ventanas crecan pequeas rosas oscuras. Les sonri. Le encantaban las rosas.

Te gustan esas pelucas de color?

le pregunt Lily.

No, qu horror! Viste la de