Jorge Luis Arcos, María Zambrano o La Isla Como Utopía

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Ensayo

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Mara Zambrano o la isla como utopa

Mara Zambrano o la isla como utopa*

Jorge Luis Arcos

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Toda imagen porta el peligro que padeci Narciso, que es convertirse en una imagen idoltrica. As, la imagen de la Utopa. Nuestro tiempo ha visto desmoronarse la antigua idea platnica de la Razn. La tragedia del Holocausto vino a iluminar la fatalidad de esa propensin humana. Porque si el hombre es la naturaleza que se piensa a s misma, no puede distanciarse de ella, so peligro de quedarse a solas con su sin sentido. Narciso quera beber su propia imagen. Enamorado de s mismo, olvid que al mirarse vea a la naturaleza toda. S, hay que beber la propia imagen, pero como lo hacen las bestias que beben en el agua que corre, en el agua que tiembla; intuicin que late en los conocidos versos de Zenea: mirando a orillas del ro como temblaban las yerbas. Hay que olvidarse, reintegrarse a la naturaleza. Y olvidar es tambin desnacer. Olvidar es extraarse. Olvidar para volver a nacer.

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Albert Einstein pas los ltimos treinta aos de su vida es pos de una utopa: comprender la mente de Dios o, lo que es lo mismo, el sentido de la creacin, de la naturaleza. La humildad, que no la soberbia de su anhelo, puede salvarnos. Ya conocemos el peligro fustico de toda utopa. Pero, a la vez, parece que en esa temblorosa linde se mover siempre el ser humano.

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En el prlogo a una nueva edicin de Filosofa y poesa (1987) escribi Mara Zambrano: Entiendo por Utopa la belleza irrenunciable, y an la espada del destino de un ngel que nos conduce hacia aquello que sabemos imposible. Ella, que en su momento vivi, padeci la utopa de la Repblica espaola, y conoci la historia como tragedia, la ntima y la colectiva, no renunci nunca a la necesidad de la utopa.

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No es un contra sentido que si utopa es el lugar que no existe o no hay tal lugar nos lancemos siempre en su busca? Acaso la solucin sea sentir la utopa como profeca, pues la profeca est en nosotros mismos, pero en lo ms hondo de nuestro espritu, en nuestra propia alma, incluso en nuestra propia carne perecedera; no es algo susceptible de abstraccin, de situar ms all o ms ac de nosotros o de esto o aquello, que es el otro peligro que acecha a toda idea o imagen o ideologa.

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Siempre me ha intrigado por qu M. Z., luego del fracaso de la Repblica, cuando se exili en Amrica y especialmente en una isla, Cuba, transfigur su pensamiento sin perder su anhelo de una utopa redentora. En 1940 publica en La Habana, en la imprenta La Vernica, un curioso ensayo: Isla de Puerto Rico (Nostalgia y esperanza de un mundo mejor). Es decir, en plena conflagracin mundial, lejos de su patria, y lejos de Europa, ella comienza a repensar la Historia y la Filosofa occidentales desde esa lejana; historia, razn, filosofa que reconoca en crisis. En esos tiempos de desprecio, dice citando a Tertuliano, ella rearticul su pensamiento y encontr al fin la va salvadora, que para ella fue la de la Razn potica, esto es, un saber de reconciliacin. Por eso es tan importante volver siempre sobre su significativo exilio, en sus orgenes americanos (Mxico, Puerto Rico) y especialmente cubanos. Porque ella tuvo, por segunda vez, que desnacer para renacer.

La primera vez, ella la ha narrado en un libro inolvidable, Delirio y destino, en el captulo titulado Adsum, tambin escrito en La Habana al comienzo de los aos cincuenta, cuando padeci en su primera juventud una grave enfermedad, que recuerda tanto la atmsfera potica y misteriosa de la primera parte de Jardn, de Dulce Mara Loynaz; experiencia, por cierto, con que se inicia tambin Paradiso, de Lezama. Es la experiencia de un nuevo nacimiento. El Incipit Vita Nova dantesco, al que ella alude en Claros del bosque. De su sufrimiento, de sus delirios, donde incluso entrev un estado prenatal, emerge su decisin de entregarse a la filosofa, al menos para tratar de comprender la frase calderoniana que preside el captulo: Porque el delito mayor del hombre es haber nacido.

La segunda vez ocurre en La Habana, y su texto emblemtico, el ms confesional, es La Cuba secreta (1948). Ya en Isla de Puerto Rico... se aprecia cmo M. Z. redescubre la insularidad de regreso de una utopa, en este caso poltica, histrica, tambin de vida fracasada. De regreso de una, en busca de otra. Esta la encuentra en Amrica, otrora encarnacin de las visiones utpicas renacentistas y dieciochescas. Y en unas islas, atlntidas, utopa sumergida, catacumba, como le precisaba a Virgilio Piera en una carta. Catacumba para preservar una luz, a la espera de su futuro renacimiento. Aqu tiene lugar su descenso rfico a los nferos de la conciencia. Orfico, porque es un descendimiento, como el de Odiseo, como el de Dante, para volver a ascender hacia la luz, que es lo consustancial a la experiencia de un nuevo nacimiento. Su utopa perdida, pues, es transfigurada en otro mbito, al punto de volver a mirar a su propia Espaa de una distinta manera, que es lo que hace el sufrimiento y la lejana, como una suerte de nsula extraa, y por eso la ve como isla ms que Pennsula Ibrica. Se cumple as la dialctica de su subttulo: nostalgia y esperanza. Su adjetivacin a veces evoca la de Coln: isla maravillosa, dice. Nostalgia de Espaa y esperanza de una nueva Espaa. Pero en su memoria creadora establece otra analoga: las islas del mar Egeo, las legendarias islas griegas (fuente de la sabidura occidental), con las islas de las Antillas. El mare nostrum cambia de geografa -lo que tiene un antecedente retrico en nuestro neoclasicismo, tan bien estudiado por Fina Garca Marruz en su Flor oculta de poesa cubana, y ms profundo en Zenea (mis tiempos son los de la antigua Roma / y mis hermanos con la Grecia han muerto), o en los bellos poemas mediterrneos de Daro, o en el parnasianismo casaliano, o en ciertas atmsferas simbolistas y decadentes povedianas, ejemplos de una Grecia afrancesada, pero sobre todo en Jos Mart (sobre lo que ya volver). Porque, precisa M. Z.: El hombre es la criatura que se define por sus nostalgias ms que por sus tesoros. Como dice Borges del Paraso, que lo es a fuer de ser perdido. S, perdido pero anhelado, dira ella. Porque el anhelo es lo ms profundo de toda fe, de toda creencia verdadera. El anhelo surge pues de la pobreza, de la desnudez, del desamparo, como saba Lezama. El anhelo de lo imposible, que es la mayor profeca, que no utopa, como padeci tambin Mart. Mas lo decisivo de este ensayo es el siguiente movimiento de su pensamiento, cuando agrega: Toda nostalgia cuando se dirige a algo se transforma en esperanza. Y no se olvide el ttulo completo: de un mundo mejor. Hasta aqu el ncleo significativo de su ensayo Isla de Puerto Rico..., como una primera fase de la transformacin de su pensar, donde ya estaba latente sin embargo la presencia de la isla de Cuba, como lo deja ver la dedicatoria del libro: A Jos Lezama Lima, quien ha sentido y pensado sobre las islas. Y no por casualidad Lezama dedica su poema Noche insular, jardines invisibles a Mara6

Pero cmo se acerca un poeta a su propia isla? Ya Lezama, en su Coloquio con Juan Ramn Jimnez /1937/ (1938) texto que acaso leyera M. Z.- nos da una pauta, una posibilidad, un camino: una sensibilidad de tipo insular no rehye soluciones universalistas. En realidad, en el Coloquio..., Lezama, como buen poeta, pregunta, a su interlocutor y a s mismo, ms que responde. A lo sumo, sabe lo que no debe hacer. Lo que debe hacer, es Poesa, con mayscula, por encima de fciles soluciones y espejismos inmanentistas, defendiendo siempre la fuerza creacional, la riqueza infantil de creacin. No obstante, ciertas ideas se deslizan en la conversacin, ya por parte de Lezama o de Juan Ramn, que nos parecen interesantes, como la de la imagen del poeta insular, o de litoral, portador de un sentimiento de lontananza, y el consejo del poeta andaluz, de que un poeta isleo debe vivir hacia dentro. Ambas instancias solo son aparentemente contradictorias. Es innegable la presencia de la primera en nuestra mejor tradicin lrica, desde Heredia a nuestros das, la nostalgia de la nieve o del bosque, de un otro mundo; la segunda, ms honda u universal, sin negar la autenticidad de aquella, ya prescinde de una sensibilidad enfticamente insular. En definitiva, como advierte Juan Ramn, todo hombre es una isla, cualquier lugar tambin. De manera que lo que interesa es cuando una sensibilidad insular se expresa como una eleccin creadora, como una perspectiva de la subjetividad, en busca de un sentido desconocido. Es a lo que parece aproximarse Lezama cuando se lamenta del mito que nos falta, y habla de la fatalidad insular, por sus fronteras de agua, de una teleologa. Con su caracterstica voluntad creadora, con su paulina fe en lo imposible, Lezama quiso convertir esa fatalidad en una alegra germinativa, y, en carta a Cintio Vitier, lo conmin frente a la tradicin que nos falta a crear una Teleologa Insular, algo de veraz grande y nutridor. Esa utopa lezamiana, sin caer nunca en un insularismo folklrico o pintoresquista, fue la que fundament una suerte de potica de lo cubano en Orgenes, en cada poeta con diferente expresin, y que pudiera resumirse con una frase suya: La nsula distinta en el cosmos o, lo que es lo mismo, la nsula indistinta en el cosmos. Acaso el testimonio discursivo mayor de esa voluntad lo encarne Lo cubano en la poesa, de Vitier, libro tan polmico como trascendente, como testimonio potico de las diversas maneras de percibir la realidad insular -podra ser otra?- en la poesa cubana. En ltima instancia, de lo que se trata es de comprender las distintas, singulares maneras en que un poeta percibe la realidad desde su personal, intransferible insularidad, por lo que ese libro, por ejemplo, podra reescribirse atendiendo ya no a la isla (o patria o nacin) sino sencillamente a cada isla, cada universo potico particulares. En cierto modo a eso atendi Vitier cuando intentaba sorprender histricamente ciertas constantes, ciertas imgenes recurrentes, ciertas comunidades. El nico intento afn a esta empresa, pero en el mbito histrico y psicosocial, lo haba emprendido Jorge Maach con su Historia y estilo y su Indagacin del choteo, sin dejar de considerar los enormes aportes de Ortiz y de Lydia Cabrera, o el ms reciente de Caliban, de Roberto Fernndez Retamar. No hay que decir que aquel libro soportara prolongarse hasta nuestros das, y que ello producira ms de una sorpresa.

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Lo que quisiera recalcar es el carcter relativo pero inevitable y legtimo de estas construcciones mentales, sobre todo de las poticas, a la hora de abordar la problemtica de la insularidad. Su contenido puede no portar un esencial componente utpico? No veo la manera en que se pueda eludir esa fatalidad en mayor o menor medida. Fue en ese mbito potico y cultural cubanos -me refiero sobre todo al del grupo Orgenes, ya rebasada la fugaz poesa negra-, pero imbricado con otro epocal (represe en los mitos contemporneos de la espaolidad, argentinidad o mexicanidad, a travs de textos de Azorn, Ortega y Gasset, Unamuno, Borges, Mallea, Martnez Estrada, Vasconcelos, entre otros), en que Mara Zambrano public en la revista Orgenes, en 1948, La Cuba secreta.

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El contenido idlico, utpico por un lado, y por otro histrico y poltico, de Isla de Puerto Rico..., va a dar paso a una percepcin ms profunda. En realidad, se pasa y es lo decisivo- de una utopa geogrfica e histrica, a una utopa potica y ontolgica, o metafsica. Ya ello haba tenido antecedentes en el propio Juan Ramn tambin en Luis Cernuda. Repasmoslos para notar luego su afinidad con los de M. Z. En su ensayo Estado potico cubano, contenido en la antologa La poesa cubana en 1936, dice J. R.: Cuba empieza a tocar lo universal (es decir, lo ntimo) en poesa (...) porque (...) busca en su bella nacionalidad terrestre, marina y celeste su internacionalidad verdadera. Luego se pregunta: cmo se ver desde dentro, el dentro verdadero de toda poesa que se est buscando o encontrando? Qu habr en ella, secreto y eterno, que yo no vea, no pueda ver ni hacer ver a los dems, y que la defina con precisin? Y al final:

Una isla? Una hermosa isla? S, muy hermosa. Esta vez estamos, por suerte o por desgracia para nuestra vida, en lo ms hermoso. Pero bella o fea, la isla tiene que pensar, para ser ilimitada, en su lmite. Para que una isla, grande o pequea, lejana o cercana, sea nacin y patria poticas ha de querer su corazn, creer en su profundo corazn y darle a ese sentido el alimento necesario. Y para la poesa, el alimento es de cultivo ms an que de cultura, cultivo del elemento propio. Cuando el mar de una isla no es solo mar para ir a otra parte, sino para que lo pasee y lo goce, mirando hacia dentro, el cargado de conciencia universal tanto como el satisfecho inconciente, esa isla ser alta y hondamente potica, no ya para los de fuera sino, sobre todo, para los de dentro. Hay que ir al centro siempre, no ponerse en la orilla a aullar a otra vida mejor o peor de nuestro mismo mundo, peora o mejora que puede ser la muerte.

Este impresionante juicio, tan contemporneo, y que nos recuerda tanto el famoso poema de Cavafis, es complementado por esa su intuicin de lo secreto que escapa:

La Habana est en mi imajinacin y mi anhelo andaluces, desde nio. Mucha Habana haba en Moguer, en Huelva, en Cdiz, en Sevilla. Cuntas veces, en todas mis vidas, con motivos gratos o lamentables, pacficos o absurdos, he pensado profundamente en La Habana, en Cuba! La estensa realidad ha superado el total de mis sueos y mis pensamientos; aunque, como otras veces al conocer una ciudad, la ciudad presente me haya vuelto al revs su imajen de ausencia y se hayan quedado las dos luchando en mi cmara oscura. Mi nueva visin de La Habana, la de Cuba que he tocado, su existencia vista, quedan ya incorporadas a lo mejor del tesoro de mi memoria.

Desde este diario ntimo, gracias tambin a La Habana hermosamente escondida, al secreto de La Habana, a la tercera Habana que acaso no ver nunca.

En una carta a Jos Mara Chacn y Calvo, le confiesa que Cuba era, pues, parte de mi ilusin desde que escribiera, antes de conocerla, unos antiguos poemas. As, pues, encontramos en J. R. un poco de utopa, de ilusin, tambin de misteriosa anticipacin, de estupor ante lo secreto que no se deja poseer, y su conviccin de la cualidad potica de la isla. Ms profunda, sin embargo, ser la visin de M. Z. en La Cuba secreta.

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Como es conocido el origen de este texto fue la antologa Diez poetas cubanos (1948), compilada por Vitier, donde se agrupan por primera vez los poetas que luego seran conocidos como grupo Orgenes. No quiero detenerme aqu en el comentario de sus extraordinarias calificaciones poticas (las que ya trato en mi ensayo Mara Zambrano y la Cuba secreta), que ya de por s validan su texto, pues fue capaz de ver lo que la crtica cubana no pudo o no supo ver entonces, con la excepcin de otro poeta forneo, Octavio Paz, sino en lo ms sorprendente, en su ontologa, en su profeca incluso. Ningn extranjero ha sentido a Cuba tan ligada a su destino personal como M.Z. As, va ms lejos que J. R. y ve a Cuba no como un secreto sino como su secreto, Como un secreto de un viejsimo, ancestral amor, al que le llama Carnal apego. Y ve en ella su sombra, su peso secreto, su cifra de realidad, que le hizo recordar, dice, que la haba ya vivido -por eso escriba al principio que M. Z. redescubre a Cuba. Luego de reparar en algunas imgenes semejantes a otras de Andaluca, por ejemplo; que al lado de aquel Mediterrneo, como en las orillas de este mar de La Habana, la luz y la sombra caen literalmente sobre la tierra hundindose, dice su asombrosa y sibilina razn:

Pero todo eso no bastara. Pues solo unas cuantas sensaciones por primarias que sean, no pueden legalizar la situacin de estar apegada a un pas. Algo ms hondo ha estado sostenindola. Y as, yo dira que encontr en Cuba mi patria pre-natal. El instante del nacimiento nos sella para siempre, marca nuestro ser y su destino en el mundo. Mas, anterior al nacimiento ha de haber un estado de puro olvido, de puro estar yacente sin imgenes; escueta realidad carnal con una ley ya formada; ley que llamara de las resistencias y apetencias ltimas. Desnudo palpitar en la oscuridad; la memoria ancestral no ha surgido todava, pues es la vida quien la va despertando; puro sueo del ser a solas con su cifra. Y si la patria del nacimiento nos trae el destino, la ley inmutable de la vida personal, que ha de apurarse sin descanso todo lo que es norma, vigencia, historia-, la patria pre-natal es la poesa viviente, el fundamento potico de la vida, el secreto de nuestro ser terrenal.

Y as, sent a Cuba poticamente, no como cualidad sino como substancia misma. Cuba: substancia potica visible ya. Cuba: mi secreto.

No es esta en s misma una poesa, una ontologa, una metafsica de la insularidad, de una insularidad haca dentro, como quera J. R., pues incluso ella habla del esplendor de su fysis, es decir, de su substancia, de su carne, de su tierra, de su materialidad, en y por la poesa. Y contina:

Es el instante en que van a producirse las imgenes que fijan el contorno y el destino de un pas, lo que se ha llamado en la poca griega cuando no se haba revelado el Dios nico- los Dioses. La existencia de los Dioses no contradice a la existencia de Dios, pues los Dioses de Grecia, modelo permanente, son las poticas esencias fijadas en imgenes, revelaciones directas de la fysis, instantneas del paraso y tambin del infierno.

Qu extraas a esta luz nos parecen ahora las siguientes imgenes de Mart. Dice Fina Garca Marruz: Ya Mart hablaba de la fuerza gloriosa de las islas, que parecen hechas para recoger del ambiente el genio y la luz, y de nuestras tierras surgidas de aguas azules no de un desprendimiento continental-, lo que recuerda a Venus y al poema de Luaces sobre la fundacin mitolgica de la isla. Y en otro texto, dice Mart: y Grecia misma como resucitando, y Cuba, tan bella como Grecia. Concurrentemente M. Z. la describe, en otro texto, apenas posada sobre las aguas. En esta isla en la luz, ms que en el mar. Luz que la guardaba a veces como en un fanal azul y a veces la dejaba al descubierto, a la intemperie del fuego solar y de la Luna. En el invierno la Isla es como una plataforma de tierra vuelta hacia los astros, como si flotara en el ocano luminoso u oscuro del espacio interestelar.

En otro momento, en una carta a Lezama desde Roma, en 1956, le confiesa: En La Habana recobr mis sentidos de nia, y la cercana del misterio, y esos sentires que eran al par del destierro y de la infancia, pues todo nio se siente desterrado. Y por eso quise sentir mi destierro all donde se me ha confundido con mi infancia. Pero an hay una razn ms para ese su carnal apego, para su nuevo nacimiento, podra decirse, a la utopa de la Poesa, y es el que le confiesa a Virgilio Piera, desde Puerto Rico, en 1941, cuando al decirle este que viajara a Argentina en busca de una vida cultural ms intensa, ella escribe: Yo he preferido estas islitas sin embargo o tal vez por eso mismo, pues el mejor europeo de hoy, es decir, la mejor vocacin europea, creo que es la de las catacumbas, y es desde luego la que yo tengo. Como un destino rfico a la espera de la resurreccin, agregara yo.

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Mucho se ha escrito y debatido sobre la poesa y potica de lo cubano en Orgenes. Hoy da, confieso, me parece ms un tema de poca que un tema contemporneo, sin que ello niegue para nada la enorme importancia que tuvo en su momento, cuando era necesario ese deslinde, ese nfasis, esa fijacin, como dira M. Z., de imgenes significativas, y no solo en la poesa origenista. En primer lugar, porque el lugar de nacimiento es una fatalidad. No es que se quiera ser cubano o argentino o mexicano o espaol, se es sencillamente, aunque, eso s, de diversas maneras. El poeta, adems, en cierto sentido, es siempre un desterrado, aunque se nutra de la fysis de su tierra. Lo importante, me parece, es la singularidad de su percepcin de la Realidad, con mayscula, no tanto de su realidad aunque se refiera expresamente a ella. Esa singularidad es la que le aportar a la postre su universalidad. Singularidad, extraeza, e intensa y penetrante percepcin en, claro est, imgenes significativas, en esa segunda patria que es su lengua potica. Cada vez, confieso, me resultan ms equvocos los discursos poticos de la identidad, o la identidad como tema potico. Creo que ello debe manifestarse como por aadidura. Por ejemplo, no es un contra sentido decir que las Elegas de Duino son alemanas, o el Quijote espaol, o El infierno toscano, o El siglo de las luces cubano, o Bomarzo argentino, etc.? S, lo son, qu duda cabe, pero qu obviedad o sencilla sensatez estamos constatando. Ellos perduran porque son universales, independientemente de que hayan reflejado o no su identidad nacional. As pasa con la insularidad, aunque aqu, cuando el tema se eleva de la simple realidad geogrfica y de ciertos rasgos psicosociales que evidentemente operan en cualquier insular, puede aduearse de connotaciones ms profundas que tienen que ver con el puesto del hombre en el cosmos, digo parafraseando a Max Scheller. Entindase que no quito importancia cultural al discurso de la identidad como tal, sino, en ltima instancia, a su validacin potica o literaria o artstica. Qu importa que la Novena sinfona haya sido concebida por un alemn, aunque este haya sido un alemn genial. Ella no es por eso simplemente alemana, ella es universal. Lo decisivo ser siempre, cuando existe en ese sentido, la intencionalidad. As, el discurso de la insularidad, cuando se asla, tiene que responder a determinada intencin, tiene que servir para develar determinados aspectos universales de la realidad en general, del ser humano mismo.

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Quiero citar a propsito un vigoroso pasaje de Todo Caliban. Dice Roberto Fernndez Retamar: Despus de todo, es la mirada y no el objeto mirado lo que implica genuinidad. Tal genuinidad de la mirada, para mencionar un ejemplo (...), explica el hecho de que no haya escritor ms ingls que aqul cuyas historias ocurren no slo en su pequeo pas sino tambin en Verona, en Venecia, en Roma, en Dinamarca, en Atenas, en Troya, en Alejandra, en las tierras azotadas por el cicln del Mediterrneo americano, en bosques hechizados, en pesadillas inducidas por el ansia de poder, en el corazn, en la locura, en ninguna parte, en todas. Qu pasaje ms borgiano, podra apreciar alguien, y no seguramente qu pasaje ms cubano, sin que pierda por ello ni un pice de su valor.

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Mara Zambrano se sinti en una nsula extraa, en una Cuba secreta, en una catacumba cristiana, en un nfero rfico, vio de nuevo a Espaa con otros ojos como una isla, ya se sabe que por trgicas y decisivas circunstancias histricas mundiales, nacionales y personales, las cuales explican pero no deciden en ltima instancia el valor de sus visiones, las cuales son nicas, intransferibles y a la misma vez, por su intensidad cognitiva, susceptibles de ser compartidas por cualquier ser humano de sensibilidad afn. Eso fue lo que sucedi a la postre entre ella y los poetas origenistas, quienes se sentan en cierto sentido como marginales, clandestinos, en su propio pas, y quienes detentaban como ella una poderosa vocacin de conocimiento -hacan de la poesa un menester de conocimiento-, a la vez que quisieron universalizar su realidad, la que tuvieron para vivir, ms que hacer simplemente literatura. Ellos queran, como ella, comprender la realidad, esa extraa noche obscura o esa indecible luz que sentan en lo ms profundo de s mismos. De ah la no tan frecuente capacidad para desplegar una poesa del verbo encarnado, una escritura que dotaba a la poesa cubana de una nueva materialidad, esto es, una manera ms profunda de mirar la realidad a secas, sin calificativos. Ellos confiaban, sin rencores o remordimientos, que ese aqu y ese ahora desde donde escriban era un aqu y un ahora cubanos y universales a la vez.

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Siempre me ha interesado mucho un pasaje de la novela Primavera negra, de Henry Miller donde el autor cita un fragmento del prefacio de la primera edicin de Robinsn Crusoe donde se invita al lector a emprender un viaje imaginario a una isla (ya sabemos que el modelo fue Tobago, en la desembocadura del ro Orinoco) de esta atractiva manera: Las maravillas de la vida de este hombre exceden todo lo conocido; la vida de un hombre no es capaz de mayor variedad. Tena que existir ya una isla utpica en el inconsciente colectivo para que la novela fuera leda en noventa y siete lenguas. El pasaje en cuestin es el siguiente: Desde entonces ya no hay islas desiertas. Desde entonces, en cualquier sitio que uno nazca, est en una isla desierta. Cada hombre lleva su propio desierto civilizado, la isla de s mismo en la que ha naufragado: la felicidad, relativa u absoluta, es ajena a la cuestin. Desde entonces todo el mundo huye de s mismo para encontrar una imaginaria isla desierta, para revivir este sueo de Robinson Crusoe.

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Ahora voy a ampararme en la cualidad de ensayo de este texto para contar una ancdota personal. En 1986 hice mi primer viaje fuera de Cuba, a Nicaragua. Tuve la suerte de ser amigo del piloto del avin y mirar desde all, por primera vez, los cayos, las islas, entre las nubes, tal como debe mirar la tierra un astronauta, es decir, como una isla tambin, desde la lejana, en la inmensidad del cosmos. Ya en Nicaragua visit el lago de Granada, la mar dulce, como le llamaron los espaoles. El lago est lleno de isletas, como un Mediterrneo en miniatura. All comenc a escribir una serie de poemas que conclu en La Habana y que luego titul Las islas griegas. Claro que haba ledo La Ilada y La Odisea desde nio, y luego las haba reledo y estudiado con fruicin en la Escuela de Letras. Pero fue solo entonces que esas referencias adquirieron para m un sentido profundo, potico y personal a la vez. Por primera vez pude mirar a mi isla desde la lejana, incluso ya estando en ella, extraeza que no me ha abandonado ms. Por primera vez supe que uno regresa de cada viaje como un mendigo. Por primera vez me sent un viajero, un peregrino siempre en busca de una isla perdida. En otra ocasin, sentado en la playa de Varadero, pero en una zona desierta cerca de la punta de Hicacos, delante el mar, detrs una tupida vegetacin salvaje, sent, imagin la sensacin de ver aparecer en el horizonte unos enormes navos, como si mirara con los ojos de los aborgenes cubanos, con la mirada de la isla; esa extraeza tampoco me ha abandonado. Por alguna razn que desconozco me fascinaron los poemas que Daro escribi en Mallorca, en el Mediterrneo. S, acaso debe existir una sensibilidad insular con independencia incluso de que uno viva fsicamente o no en una isla. En ltima instancia la tierra misma es una isla en el Universo, y uno mismo es una isla entre la muchedumbre de seres humanos. Recuerdo cmo me fascin un poema de Efran Rodrguez, Fulgores griegos, donde se hablaba de las islas perdidas. Quien haya ledo el panorama de la poesa del siglo XX, Las palabras son islas (y ya el ttulo, un verso de un poeta cubano, es significativo) encontrar varios poemas recientes con el tema de la insularidad, por lo que parece que esa sensibilidad no desaparecer nunca.

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Lo que s cambia es su expresin, que acaso tuvo su origen contradictorio en Mart y en Casal, pero no tan explcita como en la poesa del grupo Orgenes. En la actualidad, aunque contina su expresin mtica, parece prevalecer su reverso, esto es, la insularidad como fatalidad, como perenne incentivo para el viaje fsico o imaginario, simblico u ontolgico. Ha vuelto el sentimiento de lontananza, y el cubano, ms que vivir hacia dentro, como quera J. R., se dispersa o se proyecta en una dispora fsica y cultural sin paralelos en la historia de Cuba. Acaso habr que aguardar a que se cumpla la profeca lezamiana, cuando la Cuba secreta (...) reaparecer en formas impalpables tal vez, pero duras y resistentes como la arena mojada, para que el insular vuelva a vivir hacia dentro.

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No quiero concluir sin referirme a una veta polmica del tema de la insularidad en el grupo Orgenes. Como es conocido, los que primero se interesaron en el tema de lo cubano en nuestra tradicin lrica fueron Vitier y Gastn Baquero, an antes que Lezama; Vitier haba escrito poemas donde la isla se miraba desde la aridez, desde la intemperie. Luego, Lezama, como en Noche insular: jardines invisible y otros poemas, despleg sus vastas construcciones mitopoticas; tambin Octavio Smith, con su mirada de lo fabuloso; o Fina Garca Marruz, con sus intuiciones de lo cubano; o el Eliseo Diego de En la Calzada de Jess del Monte, donde nos dej, entre sus muchas fijaciones poticas, este verso inquietante: la isla rodeada de Dios por todas partes, que parece responder, como en un contrapunto, a este otro, ms inquietante an, de Virgilio Piera: La maldita circunstancia del agua por todas partes, de su La isla en peso. Es cierto que Vitier, en Lo cubano en la poesa, no comparti la cosmovisin del poema de Piera por cierto, citando casi textualmente frases dichas mucho antes por Gastn Baquero. Pero no compartir no significa no comprender. El texto de Piera representaba como el reverso del mito origenista de la insularidad, pero mito tambin a la postre. Es conmovedor que en un poema escrito el mismo ao de su muerte, Piera le confiera un valor trascendente al mito de la insularidad. Lemoslo para concluir este ensayo con esta otra inquietud:

Aunque estoy a punto de renacer,

no lo proclamar a los cuatro vientos

ni me sentir un elegido:

slo me toc en suerte,

y lo acepto porque no est en mi mano

negarme, y sera por otra parte una descortesa

que un hombre distinguido jams hara.

Se me ha anunciado que maana,

a las siete y seis minutos de la tarde,

me convertir en una isla,

isla como suelen ser las islas.

Mis piernas se irn haciendo tierra y mar,

y poco a poco, igual que un andante chopiniano,

empezarn a salirme rboles en los brazos,

rosas en los ojos y arena en el pecho.

En la boca las palabras morirn

para que el viento a su deseo pueda ulular.

Despus, tendido como suelen hacer las islas,

mirar fijamente al horizonte,

ver salir el sol, la luna,

y lejos ya de la inquietud,

dir muy bajito:

as que era verdad?

14 de febrero, 2001

*Conferencia leda en el Centro Cultural de Espaa en la inauguracin del ciclo Homenaje a Mara Zambrano, el 14 de febrero del 2001. M. Zambrano. A modo de prlogo, en su Filosofa y poesa, 1987, p. 9.

M. Zambrano. Las catacumbas, en su La Cuba secreta y otros ensayos (Edicin e introduccin de Jorge Luis Arcos). Madrid, Endymion, p. 90. Dicho texto fue publicado originalmente en Revista de La Habana, L. H., t.I, 1942-1943.

M. Zambrano. La Cuba secreta. Orgenes. L. H., a. V (20): 3-9, 1948.

M. Zambrano. A Virgilio Piera (La Habana, 18 de abril, 1941), en La Cuba secreta y otros ensayos. Ed. Cit.

M. Zambrano. Isla de Puerto Rico (Nostalgia y esperanza de un mundo mejor). La Habana, Imprenta La Vernica, 1940.

Idem.

F. Garca Marruz y C. Vitier. Flor oculta de poesa cubana (Siglos XVIII y XIX). La Habana, Ed. Arte y Literatura, 1978.

M. Zambrano. Isla de Puerto Rico..., Ed. Cit.

Idem.

J. Lezama Lima. Coloquio con Juan Ramn Jimnez, en C. Vitier, (Comp., prlogo y notas). Juan Ramn Jimnez en Cuba. La Habana, Ed. Arte y Literatura, 1981.

Idem, p. 164.

Idem.

Idem.

Idem., p. 159.

Idem., p. 166.

J. Lezama Lima. Citado por C. Vitier en De las cartas que me escribi Lezama, en su Para llegar a Orgenes. La Habana, Letras Cubanas, 1994, p. 19.

J. Lezama Lima

Juan Ramn Jimnez en Cuba. Ed. Cit., p. 72.

Idem., p. 73.

Idem., p. 76.

Idem., p. 44.

Idem.

J. L. Arcos. Mara Zambrano y la Cuba secreta, en La Cuba secreta y otros ensayos. Ed. Cit.

F. Garca Marruz. Ob. Cit., p., 20.

Idem.

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