JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A. - Noticias de … · Un 3 de noviembre como hoy, a pocos pasos...

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REFLEXION DEL TE DEUM 3 noviembre de 2015

Catedral Basílica Santa María la Antigua

Queridas autoridades, queridos hermanos y hermanas:

Un 3 de noviembre como hoy, a pocos pasos de nuestra Catedral, inició una nueva etapa en la historia patria con la firma del Acta de Independencia.

Este hecho ocurrido hace 112 años nos trae nuevamente a esta Catedral. Por eso nuestra presencia no puede ser casual y mucho menos un acto protocolar. En este día, de manera muy particular, venimos a dar gracias a Dios por lo que somos como República libre, soberana e independiente.

Hoy venimos a reafirmar que nuestra Patria es un don de Dios confiado a nuestra libertad, un regalo de amor que debemos cuidar y mejorar. Y esto nos exige superar las tensiones históricas de nuestro “ser” como país.

Reunidos en este día solemne en que con alegría celebramos la independencia de la Patria, queremos elevar nuestro corazón al Dios de todas las bondades para dar gracias por los bienes que hace recaer sobre nosotros y sobre esta amada tierra panameña.

También es este un momento de serena reflexión a la luz de la Palabra de Dios, para examinar nuestros derroteros como país, como autoridades, como ciudadanos de la casa común, que nos legaron los padres fundadores.

Rico es el magisterio de la Iglesia que nos habla del amor a la patria. El Concilio Vaticano II, señala que: “Los ciudadanos deben cultivar la piedad hacia la patria con generosidad y fidelidad. En el amor a la patria y en el fiel cumplimiento de los deberes civiles, siéntanse obligados los católicos a promover el verdadero bien común”.

San Agustín, Padre de la Iglesia muy acertadamente afirmaba: “Ama siempre a tus prójimos, y más que a tus prójimos, a tus padres, y más que a tus padres, a tu patria, y más que a tu patria, a Dios”.


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El Papa Francisco, con su estilo directo, coloquial y práctico, en su visita a Paraguay preguntó: “¿Cuál es la identidad de un país? Y respondió: El amor a la Patria; la Patria primero, después mi negocio”…

En estos momentos, pido que me permitan dirigirme a ustedes desde mi rol de ciudadano panameño, pastor de esta Iglesia Católica, consciente que como cristiano tengo una obligación moral frente a nuestra Nación.

1. Caminado a pesar de los problemas

Llegamos a este mes de noviembre alegres y entusiasmados por los desfiles, los tambores y trompetas, pero también inquietos y preocupados, caminando en medio de situaciones dolorosas y complejas, producto de aquello que la misma sociedad ha generado: consumismo exagerado como valor supremo; un individualismo testarudo; la corrupción que se esparce como cáncer en todo el tejido social; la pérdida del sentido sagrado de la vida.

La Patria está viendo cómo sus hijos e hijas son con frecuencia autores y víctimas de conductas violentas. Los medios de comunicación, a veces, nos presentan de manera reiterativa casos de enfrentamientos entre personas y grupos; ciudadanos golpeándose ante la más banal de las excusas; niños abandonados en sus casas o arrojados en letrinas; mujeres asesinadas por sus parejas, adolescentes exhibiéndose en las redes sociales como si fueran objetos, en busca de aceptación. Además estamos impactados por la falta de seguridad que padecen -sin ninguna excepción- desde las poblaciones más vulnerables hasta los barrios más acomodados.

Todo ello alimenta la mutua desconfianza y la hostilidad, los conflictos y las desgracias, de los que el hombre es, a la vez, causa y víctima (GS 8), y lamentablemente las instituciones y cada uno de nosotros como ciudadanos en general, no hemos estado a la altura para enfrentar este torbellino de situaciones dolorosas.


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2. Es necesario examinarnos

¡Qué gran oportunidad tenemos en este mes de la Patria para que todos hagamos un examen de conciencia!, que ha de empezar en cada uno de nosotros, en nuestras familias, en la sociedad y en las autoridades, porque esta crisis demanda escudriñar la raíz de nuestros males a todo nivel. Todo ello sin críticas apasionadas que hagan ver todo mal, ni con optimismos ingenuos, de ver todo bien.

Para los análisis profundos contamos con la sabiduría y la responsabilidad de los gobernantes, de los señores diputados, de las universidades, de los foros de opinión, en la conversación cotidiana donde compartimos nuestras impresiones. Y, en nuestras Iglesias, tenemos las jornadas de reflexión pastoral y todo aquel espacio que creamos oportuno para este análisis.

Lo importante es dar este campanazo de alerta, para urgirnos a reflexionar y buscar caminos que nos hagan ejercer mejor nuestras responsabilidades ciudadanas desde la posición en la que nos encontramos.

Quiero ahora compartirles unas reflexiones –con el ánimo de encontrar caminos de salida o al menos puntos de partida para establecer una hoja de ruta que nos lleve a soluciones reales.

3. Nuestros desafíos con la Patria

Como nación contamos con los hombres y mujeres, que están dispuestos a contribuir desde su ciudadanía a recuperar los valores que cimentaron nuestra identidad.

En este sentido, veo tres desafíos muy actuales, en los cuales necesitamos perseverar:

a. Crecer en humanidad

Una de las tragedias más grandes de nuestro mundo es que nos hemos deshumanizado. Tal vez se debe a que no hayamos aprendido a conjugar nuestra humanidad con los avances vertiginosos de la técnica y de las ciencias.


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Quizá sea porque se han vuelto más anónimas nuestras relaciones, sobre todo en la gran ciudad. Tal vez tenemos temor a mostrarnos sensibles y compasivos.

Paradójicamente, en nuestro mundo, el trabajo hecho para el crecimiento del ser humano se transforma fácilmente en inhumano. La búsqueda del poder y éxito económico como algo primario a nivel personal y social nos deshumaniza y hace de muchas personas explotadoras de sí mismas y de los demás, para lograr metas inhumanas.

¡Una vida deshumanizada termina destruyendo al hombre! Y un ser humano deshumanizado sólo siembra desdicha a su alrededor y se transforma en depredador de la naturaleza y de sus propios hermanos, en síntesis, en destructor de la Creación.

Por eso, uno de nuestros desafíos más importantes es crecer en humanidad. La gente sencilla, cuando encuentra a una persona buena o justa dice simplemente: “¡Qué humana es!”. Hay que devolver humanidad al saludo en el Metro y en el Metrobus, en la conducción en las calles, en las relaciones personales y comerciales, en la discusión de las leyes, en las relaciones laborales y también en las relaciones institucionales. Y la Iglesia no está exenta de esta realidad. Tenemos que recobrar la humanidad de Jesús en nuestras relaciones, en nuestro discurso, en nuestros planteamientos y en nuestros gestos, tenemos que aprender a vivir con sencillez al interior de nuestras comunidades.

b. Sanar las heridas y reconciliarnos

Como madre y maestra, la Iglesia seguirá insistiendo en la necesidad de sanar heridas, que a pesar del tiempo no se han cerrado, sin que esto signifique que perdonar sea sinónimo de olvido. Por ello, los casos denunciados deben seguir sus procesos, si existen causales para un juicio, y llegar a la condena si son probados los delitos. Somos conscientes que en diversos procesos las personas investigadas al igual que sus familias se sientan abandonadas y se perciban como perseguidos políticos, frente a ello confiamos que el Ministerio


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Publico actué con el más estricto apego a la ley con las garantías de ofrecerles a los investigados, procesados e imputados el respeto pleno a sus derechos individuales. Ello no debe de percibirse como selectividad en aplicar o llevar acabo su delicada labor como funcionarios encargados de hacer justicia alejados de cualquier percepción de que sus actos y decisiones están influidos por presiones o prebendas.

Abogamos en esa misma dirección por los miles de detenidos aún sin que se les hayan iniciado sus procesos. Esta personas no tienen un “alto perfil”, pero son seres humanos que tienen ante la ley el mismo derecho a un juicio oportuno para saber si son culpables o no. Es injusto que se les tenga detenidos sin haber sido juzgados y condenados.

Algunos sectores se preguntan por qué la Iglesia insiste en perdonar y reconciliarse. La respuesta es simple pero a la vez profunda: Al igual que una madre, la Iglesia no puede ver a sus hijos confrontados, por ello no cesará jamás en ese anhelo de convivencia fraterna entre sus hijos, que los haga amarse y comprometerse con el otro.

En este momento de la historia, la construcción de la Patria fraterna reclama la disposición de todos a la reconciliación. Sin el reencuentro de quienes están enemistados, nunca será viable. Porque una Nación es siempre un proyecto común, son sueños e ideales compartidos; luchas y esperanzas llevadas adelante entre todos. Sin perdón, que es el don supremo, no habrá nunca Nación.

Con la proclamación del Año de la misericorida, que el Papa Francisco, inaugurará el 8 de diciembre venidero y en la Arquidiócesis, el 13 de diciembre de este año, será un tiempo propicio para el perdón y la reconciliación.

¡No podemos, como cristianos, dejar cerrada la puerta de la misericordia que un Dios lleno de amor nos está abriendo de par en par! Por eso les invito a entrar por esa puerta santa que pronto se abrirá y dejemos atrás todos los


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miedos y dudas que nos impiden vivir plenamente felices y como hermanos de un mismo Padre.

c. Recuperar el sentido ético

Hay que diseñar cuanto antes una concertación nacional, un diálogo interinstitucional, multipartidario y plurisectorial, cuyo núcleo sea el absoluto valor de la ética y la moral.

Pensadores, filósofos, políticos y politólogos de las más diversas tendencias coinciden cada vez más en señalar que ninguna sociedad puede funcionar si sus miembros no mantienen una actitud ética. Ningún país puede salir de la crisis si las conductas inmorales de sus ciudadanos y políticos siguen proliferando impunemente. “Si no tomamos nota de lo cara que sale la falta de ética, en dinero y en dolor, el coste de la inmoralidad seguirá siendo impagable. Y, aunque suene utópico, seguirán pagándolo sobre todo los más débiles” (A. Cortina).

Es posible que alguien pudiera preguntar si, habiendo tantos problemas importantes concretos para la población tiene sentido hablar de valores, de ética. Yo les invito –como recientemente se hizo en las Naciones Unidas- a considerar la necesidad de invertir la pregunta. ¿Cómo es posible diseñar políticas económicas, asignarse recursos, determinarse prioridades, sin discutir los aspectos éticos, la moralidad de lo que se está haciendo, a la luz de los valores que deberían ser el norte del desarrollo y la democracia?

En cada problema social, político, económico, ecológico, familiar, educativo, sanitario…hay siempre detrás una cuestión ética, un problema de valores. Lo que nos exige una reflexión profunda acerca de la ética y el desarrollo, que quizás sea el eslabón perdido entre nuestra situación actual y la realización de ese proyecto de bien común al que aspiramos para la Patria y nuestro mundo.

El principal desafío es asumir realmente un nuevo modelo del desarrollo, colocando a la persona humana en el centro, trayendo una luz diferente al hablar de capacidades, aspiraciones y derechos. Sólo así podremos enfrentar


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problemas tan antiguos y aún vivos como la inequidad económica, la marginación de los pobres, los indígenas, los afrodescendientes, las deficiencias e injusticias del sistema educativo y de salud, la debilidad de la sociedad civil y de las instituciones democráticas. Retos para nuestra sociedad panameña y para todo el mundo, como las Naciones Unidas acaban de señalar en su agenda para el año 2030.

4. La gratitud y la esperanza

Las Fiestas Patrias son ocasión para una memoria agradecida: recordamos a tantos compatriotas que construyeron Panamá. Ellos hicieron su parte, y nosotros sufrimos las consecuencias de sus errores y disfrutamos de los frutos de sus aciertos.

Ahora somos nosotros los protagonistas: a nosotros nos toca la tarea hermosa de reconstruir Panamá. Sí, reconstruir Panamá es una tarea grande y hermosa; pero, sobre todo, reconstruir nuestro tejido social. Sentir que somos administradores responsables y que la naturaleza nos pide una nueva relación con ella, que la conozcamos, y la respetemos, que nos hagamos amigos y no adversarios de la naturaleza.

Necesitamos empresas y dinero, inversiones que traigan trabajo al país; pero es imprescindible exigirles que se preocupen por respetar a las personas, de cuidar el medio ambiente, de proteger nuestros recursos hídricos, y los recursos básicos.

Necesitamos autoridades, empresarios, sindicatos, líderes religiosos, organizaciones sociales y políticos que se preocupen de ello y de ayudarnos a eliminar el persistente escándalo de la desigualdad social. Panamá espera de sus líderes, de todos sus líderes, una estatura que sólo se alcanza en la capacidad de crecer y avanzar junto a otros, en humildad, generosidad y diálogo.

Las Fiestas Patrias son ocasión para este compromiso respetuoso. Todos y cada uno de nosotros tenemos que tomar la decisión. Panamá no es tarea de


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unas ocasiones especiales, ni es tarea de unos pocos; a Panamá lo construirnos día a día todos nosotros: si yo mejoro como persona y ciudadano tendremos un Panamá mejor.

Las Fiestas patrias son ocasión privilegiada para sentirnos panameños, y aquí ante Dios, cristianos de verdad, hombres de fe sincera, de viva caridad. Personas dispuestas a sumar y enriquecer con sus aportes en los problemas de la enseñanza y la educación, en los conflictos laborales, en el fortalecimiento de las familias, en el cuidado de los ancianos, en la defensa de los injustamente tratados, en el reconocimiento de los panameños pertenecientes a los pueblos originarios y afrodescendietes, en la seguridad ciudadana y en la tarea de reinserción de los privados de libertad, en el esclarecimiento de los dolorosos hechos del pasado que aún tienen a familias sin conocer qué pasó y dónde están sus seres queridos. Ocasión para revisar nuestra visión y trato a los emigrantes; ocasión para valorar cuanto han hecho y hacen las mujeres panameñas en bien de la patria, de la familia, y de la vida.

5. Oremos a Dios por Panamá

Pidamos a Dios que ilumine con su Espíritu, a todos los panameños a las autoridades, instituciones, familias y nos conceda el don de la misericordia y fortalezca nuestra fe para darle SENTIDO A LA VIDA Y A LA HISTORIA de esta Patria llamada Panamá.

Bajo el manto amable y seguro de la Madre del Señor, Nuestra Señora de la Antigua, continuemos esta recuperación del sentido ético y de la confianza nacional, contemplando su ejemplo como mujer de fe. Ella, Nuestra Señora y Patrona de Panamá, es la madre que continúa diciéndonos: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5), especialmente en la actitud de confianza mutua y comunión: “Sean uno, como mi Padre y Yo somos Uno” (Jn 17, 21).

+ JOSE DOMINGO ULLOA MENDIETA OSA ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMA

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