José Ignacio González Faus - "Ya Voy,Señor". Contemplativos en La Relación

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«YA VOY, SEÑOR»CONTEMPLATIVOS EN LA RELACIÓN

José Ignacio González Faus

1. CONTEMPLACIÓN CRISTIANA Y CONTEMPLACIÓN “RELIGIOSA” .......................2. INICIACIÓN A LA CONTEMPLACIÓN Y AL MISTERIO ...........................................3. ORIENTACIONES PRÁCTICAS ......................................................................................

CONCLUSIÓN ......................................................................................................................

NOTAS ..................................................................................................................................

CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN ................................................................................

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Los compañeros de Ignacio de Loyola decían que había sido un «con-templativo en la acción». Esto no abrevia las horas de oración quetenía el santo. Pero marca un corrimiento de la contemplación: desdela pura inactividad a la acción humana.

Y el campo principal de la acción humana es precisamente la relación.El manejo de las cosas y de la naturaleza, la investigación, el arte…pueden reclamar atención; pero a un alma contemplativa le abren fácil-mente ventanas hacia el misterio del “más-allá”. En cambio, la relacióninterhumana dificulta mucho más esa apertura: no sólo por el egoísmopropio y ajeno, sino por el misterio, la complejidad y las diferencias delos seres humanos. También por la velocidad o intrascendencia queacompaña a muchas de nuestras relaciones.

Todo eso hace plausible el intento de prolongar el lema ignaciano (con-templativos en la acción), hacia esa cumbre de ser “contemplativos enla relación”, donde quizá se encuentran los mayores tesoros de unavida configurada por la fe y el seguimiento de Jesucristo.

José I. González Faus es responsable del Area Teológica de Cristianisme i Justícia.

INTERNET: www.cristianismeijusticia.net • Dibujo de la portada: Roger Torres • Impreso enpapel y cartulina ecológicos • Edita CRISTIANISME I JUSTÍCIA • Roger de Llúria, 13 -08010 Barcelona • Teléfono: 93 317 23 38 • Fax: 93 317 10 94 • [email protected] •Imprime: Edicions Rondas, S.L. • ISSN: 0214-6509 • ISBN: 84-9730-268-0 • Depósito legal:B-20.491-2011 • Junio 2011 La Fundación Lluís Espinal le comunica que sus datos proceden de nuestro archivo histórico perteneciente anuestro fichero de nombre BDGACIJ inscrito con el código 2061280639. Para ejercitar los derechos de acceso,rectificación, cancelación y oposición pueden dirigirse a la calle Roger de Llúria, 13 de Barcelona.

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1.1. Fundamentación teológica

Precisamente por eso, nuestra afirma-ción sobre esa especificidad de la con-templación cristiana necesita una de-mostración basada en los textos mismoscristianos. Por ahí comenzaremos. Y pa-ra ello, fijémonos en los rasgos siguien-tes que apuntan todos en una misma di-rección.

a) Infinidad de teólogos modernosse han cansado de repetir que Jesús ha-

bló muy poco de Dios y mucho delReinado de Dios; que no habló de «bus-car primero a Dios» sino de «buscar pri-mero el reinado de Dios y su justicia»;ni habló de convertirse a Dios sino deprepararse para entrar en el Reino deDios (o convertirse para posibilitar sullegada). Estos datos, hoy indiscutibles,podemos desarrollarlos un poco más.

b) Jesús, efectivamente, no da lec-ciones de teología ni de espiritualidad,no revela atributos del ser de Dios (la

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1. CONTEMPLACIÓN CRISTIANA Y CONTEMPLACIÓN“RELIGIOSA”

Situar la contemplación en el seno de la misma relación interhumana,es algo muy específico del cristianismo, demasiado olvidado por el in-tento de acoplar lo más posible la fe cristiana con la religiosidad generaldel ser humano, y hacerla brotar de ahí. Que algo sea muy específica-mente cristiano no significa en modo alguno que sea menos humanosino al revés: es lo más profundamente humano (y, por tanto, percepti-ble también desde fuera del cristianismo). Pero sí significa aquello queD. Bonhoeffer repetía en sus cartas desde la cárcel: «el Dios que serevela en Jesucristo pone del revés todo lo que el hombre “religioso”esperaría de Dios».

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invocación Abbá no revela un atributodivino sino un modo de relacionarse conDios). Jesús, simplemente, anuncia elamor increíble de Dios a los hombres,que el capítulo 15 de Lucas llega a com-parar con lo que es el dinero para los se-res humanos: la verdadera alegría deDios se da cuando se recupera “uno so-lo” de los perdidos (como el hombre ri-co siente más alegría por la recupera-ción del millón que había perdido, quepor los otros nueve millones que estánseguros). En correspondencia con eso,Jesús se estremece de júbilo si ve quelos ninguneados por las sociedades hu-manas comprenden los misterios deDios mejor que los sabios y poderososde la tierra.

c) Jesús admira la naturaleza: evocala belleza de los lirios y la libertad de los pájaros, sabe del cuidado y el cariñoque necesita una viña o una higuera, yse asombra ante el poder de la vida pa-ra hacer que la semilla crezca por sí so-la mientras el labrador duerme. Pero, ala hora de ponernos en contacto conDios, Jesús no nos invita a dar graciasni a quedar absortos ante el misterio deluniverso (aunque esto pueda darse porsupuesto). La oración que enseña nosinvita a pedir la llegada del Reinado deDios, que es el triunfo de lo plenamen-te humano: sustento suficiente para to-dos y reconciliación entre las personas,la justicia y la paz, en una palabra.

Al igual que Jesús, san Agustín re-bosaba sensibilidad ante la hermosurade la naturaleza pero, a la hora de bus-car allí a Dios, sentía como una voz quele decía: «busca por encima de noso-tras»1. Y es que, si la belleza natural pue-de sugerir a Dios, la historia manifiesta

la voluntad de Dios. Y la historia es eltejido de todas nuestras relaciones hu-manas.

Y esta enseñanza del Nazareno reci-be una explicitación esplendorosa trassu Resurrección, recapituladora de to-do el universo (Ef 1,14). Veamos otrosejemplos de ello.

d) El capítulo 3 de la Carta a losEfesios contiene un canto de asombrodel autor, que parece reflejar una pro-funda experiencia personal de Pablo2,sobrecogido ante la revelación de quetodos los hombres somos hijos de unamisma familia: todos sin excepción. Yque eso no es más que la consecuenciade que se ha revelado el Misterio que losostiene todo y lo sobrepasa todo, queestá actuante en todo y constituye «lasabiduría más eminente»: el amor deDios hecho visible en Jesucristo. Desdeesa revelación las relaciones humanasquedan transformadas: “cristificadas”,divinizadas. Y esa transformación debeafectar necesariamente nuestra manerade enfocarlas. De modo que el ser «con-templativos en la relación» va en para-lelo con «la inteligencia del misterio deCristo» (Ef 3,4).

e) Por la misma razón, las primerascomunidades cristianas acuñaron la fór-mula “en Cristo”, o “en el Señor”, queservía para caracterizar todas las rela-ciones humanas (pareja, familia, escla-vitud …), insertándolas en una especiede atmósfera nueva que las transforma:«hay hermanos, hijos, inspectores yamigos en el Señor, hay saludos, alegrí-as, exhortaciones… en el Señor, la mu-tua pertenencia varón-mujer es en elSeñor»3… Ese vivir o estar “en Cristo”

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es lo que fundamenta una contempla-ción en las relaciones humanas.

f) Y así se comprende la anécdota dela primera tradición cristiana sobre elapóstol Juan: cuando en sus últimosaños, casi centenario y siendo el últimotestigo vivo de Jesús, se le pedía con an-sia que explicara cosas del Maestro,Juan se limitaba a repetir: «amaos unosa otros, amaos unos a otros…». Y antela queja de que siempre decía lo mismo,y la curiosidad por saber más, el após-tol Juan replicaba: «es que ahí está to-do, y eso basta». Gran verdad porqueahí está la fe-esperanza-caridad; ahí es-tá Dios, Cristo, la Iglesia y lo mejor delhombre.

1.2. Consecuencias

Todos estos datos marcan una diferen-cia en el modo de concebir la vivenciade la fe (o la relación con Dios) desdeuna religiosidad general, o desde el cris-tianismo que sigue a Jesús porque creeen Él como Revelación de Dios. Porconsiguiente, marcan también una dife-rencia fundamental entre el cristianismoy la idea genérica de religión, a la horade concebir la dimensión orante y con-templativa. Para el primero, la relacióncon las personas y el amor fraterno nopueden quedar excluidos de la relacióncon Dios. Y por eso, tampoco puedenquedar fuera de la oración y la contem-plación cristianas.

Ojalá esto ayude a comprender quecuanto llevamos dicho no es un “reduc-cionismo”, sino un camino mucho másdifícil que el de la religiosidad general(a menos que se quiera acusar al Maes-

tro de reduccionista…). Por eso cabesospechar que la acusación de reduc-cionismo es una excusa interesada paradispensarse de ir a Dios por aquello queJesús denominaba «la puerta estrecha»;o no ha captado la profunda transfor-mación teologal de las relaciones hu-manas dentro del cristianismo, que ex-pusimos en el apartado anterior.

Tiene, pues, plena razón Egide vanBroeckhoven (jesuita obrero belgamuerto en accidente de trabajo a lostreinta y cuatro años), cuando escribíaen su diario: «se da una oración con-templativa falsa que se desarrolla almargen de la vida, y una oración con-templativa verdadera que la domina»;«se encuentra a Dios cuando se deja to-do por este mundo»4.

Y esa “transformación cristiana” de-be afectar nuestro modo de enfocar lasrelaciones humanas, precisamente por-que es una revelación que choca con lamás elemental de nuestras experiencias:la gran dificultad y ardua tarea que sonmuchas veces las relaciones humanas.Es conocido el comentario del bonda-doso Juan de la Cruz, a su regreso aCastilla desde Jaén, cuando trabajandoen el campo y recogiendo garbanzos,comentaba: «es más lindo manosear es-tas criaturas muertas que ser manosea-do por las vivas»5. A ello cabe añadirque hoy quizá vivimos una época histó-rica de particular deterioro de las rela-ciones humanas, y de constantes desa-venencias en todos los campos: crecenlos racismos y los nacionalismos exclu-yentes, crecen las diferencias de clases,las culturas prefieren chocar en vez deencontrarse, fracasan las parejas y au-menta la violencia de género, los parti-

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dos políticos prefieren mirarse como to-talidades y no como “partidos”; y el au-tismo cultural que respiramos nos indu-ce a mirar a los demás como merosobjetos o estímulos, pero no como suje-tos de dignidad absoluta.

Creyentes o no creyentes, todos de-beríamos hacer un esfuerzo por engra-sar las junturas de nuestra convivencia,si no queremos deslizarnos por una pen-diente que podría terminar en una ca-tástrofe sin precedentes, como si no bas-tara con todas las catástrofes que hemosido provocando a lo largo de la historia.Estas líneas se dirigen principalmente acristianos, sobre todo en su primera par-te. Pero, al menos en su última parte, as-piran a ser de alguna utilidad tambiénpara quienes no tienen la enorme e in-merecida suerte de la fe, o para aquellosbuscadores de los que seguramente va-le el dicho de Pascal: «No me buscaríassi no me hubieses ya encontrado».

1.3. Necesidad de recuperar elmejor cristianismo

A lo largo de la historia, se ha produci-do aquí un oscurecimiento del mensajecristiano, pese a que nunca se haya per-dido del horizonte la importancia de loque el Nuevo Testamento llama sor-prendentemente «mandamiento nue-vo». En esa deformación jugó un papelinnegable la helenización del cristianis-mo. Que fue una tarea necesaria y unaepopeya admirable pero que, como to-das las inculturaciones, suele pagar unprecio que sólo se percibe con claridadcuando fenece la cultura en que estabaencarnada la fe.

Por ejemplo, de algunos padres deldesierto se cuentan anécdotas de queiban “tan embebidos en Dios” que ni si-quiera respondían al saludo si alguien secruzaban con ellos. Más tarde, Tomás deKempis, en un libro superclásico de laespiritualidad católica y lleno de valoresinnegables, escribe un apotegma famo-so: «cuantas veces estuve con los hom-bres, volví menos hombre»6 (n. 147). Lograve de esta frase (que, según algunos,no es de Kempis sino de Séneca7) no esaquello que afirma sino el que sólo afir-me eso.

1.3.1. Una antropología más cristianaEn cambio, los textos bíblicos y el hom-bre Jesús nunca hablan así, pese a queson plenamente conscientes de los peli-gros incontables que envuelven las re-laciones humanas. Pero creen también(aquí hay un elemento mucho más de feque de argumentación racional), que losseres humanos y sus relaciones (libres y fraternas) son precisamente lo quemás ama Dios, hasta el punto de haber-les dado “a su propio Hijo”. Y saben quea todas las metas grandes se llega porsendas escarpadas o a través de puertasestrechas.

Si ese neoplatonismo donde entró elcristianismo veía sólo lo negativo delser humano, buscando la perfección hu-mana en la huída de los hombres, Jesússabe que “el impuro” es una imagen deDios que no debe ser rechazada sino res-taurada, que el enfermo no debe que-darse en la cuneta sino que debe serreintegrado en la comitiva, y que hastaal ladrón opresor como Zaqueo se le de-be dar una oportunidad… En la tercera

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parte retomaremos estas figuras. Ahorabaste con asegurar que, en ese tipo deconsejos de la tradición ascética, se de-ja sentir más la presencia del estoicismoque la presencia de Jesús.

Por otro lado, el empeño por buscarla contemplación cristiana en la mismarelación humana puede ser mucho máscoherente con la antropología modernaque insiste en que el ser humano (y elser en general) queda mucho mejor de-finido como relación que como merasustancia: la visión evolutiva del mun-do –en la biología, y en la filosofía y teología que brotan de ella– va concep-tuando «la realidad como un proceso in-terdependiente y relacional». Toda la realidad es ontológicamente relacionaly, naturalmente, mucho más la realidadpersonal, en pálida analogía con el serde Dios donde la persona se define co-mo relación8. La «imagen y semejanzade Dios» que define al hombre (Gen1,26ss) tiene que ver, entre otros rasgos,con la consistencia y la densidad del aspecto relacional en la definición de lapersona.

1.3.2. Una teología más cristianaY no sólo es más coherente con la an-tropología sino también con la teología:si Dios es “Comunión Absoluta” y nomeramente “el ser absoluto” (y ése esuno de los significados más primarios

del dogma de la Trinidad), sumergirseen Dios, como forma privilegiada decontemplación, no es meramente ane-garse en un misterio metafísico, sino en-volverse en una atmósfera de relación:en un misterio interpersonal donde lapersona se define como relación: dona-ción y unión.

Todo eso convierte nuestro ser hu-manos en “una tarea relacional”: comoenseña el psicoanálisis, somos “seresseparados” desde nuestro nacimiento.Esa separación, que queda sellada alcortar el cordón umbilical, es la raíz denuestra inagotable capacidad de deseoque nos convierte en seres deseantes enpos de esa fusión total que supere nues-tra separación: primero con el pechomaterno, después con todo lo que nosllevamos a la boca, más tarde con los ce-los, los protagonismos las posesivida-des la búsqueda de una fusión sexual absoluta…, «siempre buscando al todoentre la niebla», si vale la parodia de unverso de Machado9. Hasta que aprende-mos que esa totalidad ansiada es impo-sible y que nuestro crecer como perso-nas consiste en poner en su lugar laalteridad y aprender a relacionarnos conella10.

Establecida así la centralidad e im-portancia teórica de nuestro tema, va-mos ahora a intentar acercarnos a él enuna especie de introducción o de guíaexperiencial (mistagogía).

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2.1. El misterio humano y elMisterio divinoSi las cosas son así, el cristiano debe irhabituándose poco a poco a mirar cadapersona que le sale al paso en la vida,como un miembro de Cristo y un hijo deDios “igual que yo”: tanto si se trata deun amigo como de un desconocido, unmendigo, un banquero, un terrorista, unpariente, un monarca, un enemigo, unateo o un obispo. Ser cristiano es acos-tumbrarse a mirar así a todos, como pri-mer calificativo. Y convertir esa mirada

en un factor decisivo de mi conducta pa-ra con cada persona.

Sólo desde aquí, se puede llegar fun-dadamente a lo que cada persona tienede único y de irrepetible, más allá de suscondicionamientos de cultura, clase so-cial, familiar, historia médica o evolu-ción personal... Si no recuerdo mal,Jacques Leclerq escribió años atrás, ha-blando del amor humano: «el que dicede veras ‘te amo’ dice algo completa-mente nuevo aunque, antes de él, hayandicho eso mismo millones de perso-

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2. INICIACIÓN A LA CONTEMPLACIÓN Y AL MISTERIO

Según acabamos de ver, la fe cristiana toma muy en serio que el serhumano es imagen de Dios: mucho más que la hermosura de la natu-raleza, la inmensidad del mar y el desierto, el misterio oculto del cieloestrellado, o todos esos “flashes” que parecen hablarnos de Dios. Yesa seriedad no se quiebra, sino que más bien se incrementa, aunquese trate de «Tu imagen empañada por la culpa» como cantan los cris-tianos o, a veces, mucho más que empañada: destrozada y hecha añi-cos. Esta fractura puede crear dificultades a nuestro propósito. Pero…

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nas»11. El animal macho que copula conla hembra no hace algo completamentenuevo o inédito. Y esta perenne nove-dad de la persona humana, que es refle-jo de lo dicho en el capítulo anterior yfuente de su dignidad sacrosanta, valepara todos los hombres y mujeres, nosólo para los de la propia familia, patria,religión o raza.

Pero llegar hasta ahí, conseguir esamirada y esa postura, no es nada fácil, escomo un horizonte que nunca se alcan-za. Sin embargo, y aunque el horizonteno se alcance nunca, caminar en esa di-rección lleva la vida humana hacia pa-rajes desconocidos y sorprendentes.

El verdadero objeto de lo que la tra-dición llamó «ascética»12 es la capacita-ción de la voluntad y la sensibilidad hu-mana para ese modo de ver y de situarseen el mundo. La ascética cristiana no esun esfuerzo dedicado a la propia cirugíaestética, sino una capacitación para des-cubrir la insospechada riqueza y el te-soro escondido que puede caber en lasrelaciones humanas. Por ahí van transi-tando nuestras relaciones en una espe-cie de maratón interminable, desde el“hombre (o mujer)-objeto” al “hombre(o mujer)-misterio”. Y así se compren-de la observación de Egide van Broeck-hoven: «el desprendimiento más pro-fundo sólo tiene sentido como una etapahacia el apego más profundo»13.

El cristiano acomete este esfuerzoascético desde la profunda convicción y experiencia de su incapacidad. Perocontando con que su pequeño y duro tra-bajo, dirigido por el que la fe cristianallama «el Aliento (el espíritu) de Dios»,puede llevarle a metas insospechadas y

muy de agradecer. En ese esfuerzo con-fiado se le irán recolocando y enrique-ciendo muchas de las dimensiones pre-sentes en toda relación, contradictoriastantas veces en una primera experiencia,pero capaces de ser armonizadas con-forme maduran las personas.

Como único ejemplo veamos la sor-prendente dualidad entre las dos formasmás bellas de relación y las más espon-táneamente contemplativas: la amistady el amor. El amor anhela siempre másfusión y percibe que se ha quedado amedias en colmar su anhelo; mientrasque en la amistad, el gesto más “pobre”y más sencillo abre un trasfondo inmen-so de unión. Ahí percibe el ser humanoque amistad y amor, las dos cumbres detoda relación humana, no son simple-mente contrarias: ambas son, sí, parcia-les y tienen su campos y sus momentosen lo que toca a la materialidad de la re-lación; pero son armónicas, y sumanmás que restan, en lo que es el elemen-to formal de la relación. Por eso, ambaspueden hablar de Dios y remitir a Él.

Por eso también, nada de lo dicho eneste apartado significa que el ser con-templativos en la relación no necesiteratos y horas de soledad y contempla-ción personal. Lo único que significa esque esa oración personal debería ser enbuena medida una escuela y una prepa-ración para esa otra contemplación másdifícil, y que no brota espontáneamen-te. Los otros han de ser materia de mioración muchas veces: lo cual empalmacon aquella enseñanza de un viejomaestro del espíritu: orar no es mirar aDios sino «mirar al mundo con los ojosde Dios».

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2.2. Del Dios atisbado al Diosrevelado

En la vida humana hay experiencias quesugieren trascendencia o, al menos, in-vitan a adentrarse en ellas buscando al-go más: son experiencias de belleza ygratuidad, de inmensidad en el desiertoo ante el mar, de grandeza en las cum-bres de las montañas, o de profundidaden una relación humana, de plenitud opaz (en la música), de amor (sensaciónde fusión junto a la del placer)...

En realidad todas esas experienciasbrotan de la vivencia misma del ser, yde la conciencia de ser que se percibetan real como infundada: «Asombro deser: ¡cantar!», cantaba Jorge Guillén14,de manera tan escueta como trinitaria:el ser, la conciencia asombrada de ser (elLogos) y la dicha de ser (el canto)15.

Todos esos atisbos de trascendenciaestán en la base de muchas actitudes re-ligiosas, y con frecuencia se ha habladodel “sentimiento oceánico” como basede la búsqueda de Dios, mucho más queel miedo, que sólo sabe forjar ídolos.

Pues bien, lo específico del cristia-nismo a nivel de actitudes (no precisa-mente de contenidos) se sitúa en la in-vitación a escuchar que, a esos atisbosde trascendencia, Dios les responde: «loque atisbas está más a tu alcance de loque crees, pero está ahí donde no lo bus-cas: en los pobres y enfermos..., vacia-do de sí y anonadado». De modo que silo específico del eros religioso brota del«busca más arriba» que creía escucharAgustín, lo específico del eros cristianosería un «busca más abajo». Esa con-versión el eros religioso es imperativapara un cristiano; y aquí cabe evocar

una frase de la tradición ignaciana: «lodivino es ser inabarcable para lo máxi-mo y caber en lo mínimo»16. Como tam-bién se entiende desde ahí el lema queaglutinó toda la experiencia creyentedescubierta por Etty Hillesum: «ayudara Dios»17. Ayudar a Dios a no morir enmí (cuando Le acojo en su rostro desfi-gurado), y a nacer o crecer (o renacer)en los demás.

La sorprendente paradoja cristianareside ahí, en que el adorar a Dios seconvierte en ayudar a Dios, y ayudar alhermano se convierte en adorar a Dios.Además de Etty Hillesum, DietrichBonhoeffer y otros testigos cristianosdel pasado siglo testificaron de mil va-riadas formas esa paradoja, que parecedar contenido a lo que Jesús recomen-daba a la samaritana: adorar a Dios, noaquí o allá, sino «en espíritu y verdad…porque Dios es espíritu y así quiere quesean los que le adoran» (Jn 4, 23).

Curiosamente, los testigos citadostestifican que esa actitud acaba convir-tiéndose en algo que cabría designar co-mo “experiencia de resurrección”. Entestimonios de curas obreros, o de mu-chos misioneros (a veces mártires) deltercer y cuarto mundo, es frecuente esaexperiencia de resurrección en la muer-te, a la que Msr. Romero aludió una vezen una entrevista: «si me matan resuci-taré en mi pueblo». No se trataba ahí denegar la resurrección futura sino de an-ticiparla en esa resurrección de Cristoque se actualiza cuasi sacramentalmen-te en toda humanidad oprimida, maltra-tada o ninguneada que se libera y se hu-maniza.

Por eso, para una mística auténticaque nos haga contemplativos en la rela-

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ción, es importante recordar que el cris-tianismo no es una religión de muerte,ni tampoco una religión de resurrección.Es una fe de resurrección en la muerte.Y en ese proceso, la muerte no es pro-piamente buscada sino sobrevenida, co-mo le sucedió a Jesús. Y la resurreccióntampoco es buscada sino regalada y (entodo caso) esperada. También como lesucedió a Jesús.

Finalmente, en este paso del Diosatisbado al Dios revelado, el ser huma-no acaba descubriendo su propia impo-tencia. Esa impotencia propia le remitede otra manera a Dios que, Infinito, In-manipulable e Inobjetivable como es, nodeja de ser por ello su Roca, su Alcázary su Refugio como cantan los salmos in-finidad de veces.

2.3. Del Dios revelado a la realidad rebelde

Para no salirnos de la paradoja cristia-na, es precisamente esa total referenciaa Dios la que lleva al creyente a ponertodos los medios humanos a su alcance(en análisis, discernimiento, entrena-miento y paciencia) para recibir la ayu-da de Dios «que nos enriquece con supobreza», nos hace crecer con su debi-lidad y está con nosotros en su abando-no.18

Ello nos obligará a añadir a estas re-flexiones una tercera parte, para buscarcaminos prácticos y pautas de acción ycrecimiento en ese programa de ser con-templativos en la relación. Como ya di-je, esta última parte puede ser útil tam-bién para el no creyente que, a pesar delo que él cree ser su falta de fe, adivina

quizás algo de verdad y de belleza encuanto llevamos expuesto, y desea obusca también una cierta mística de lasrelaciones humanas.

Pero, en esta última parte de nuestrorecorrido, el autor del Cuaderno deberáir desapareciendo, empequeñeciéndoseo bajando la voz cada vez más: porqueno existen recetas prefabricadas y cadacual ha de acabar siendo el maestro desí mismo, que va aprendiendo de sí y en-contrando su propio camino. En un len-guaje que quiere ser general ya no cabeafirmar sino sugerir, no imponer sinoorientar, ni exponer sistemas o cons-trucciones teológicas sino sólo conden-sar o procesar experiencias humanas.

Eso intentaremos en la parte si-guiente “con la boca chiquita”. Antes,para suplir la falta de recetas concretas,irá bien, a modo de transición, enmar-car las páginas que siguen en una refle-xión sobre el amor, que parece ser elmarco y la cumbre de todas las relacio-nes humanas, hacia la que apuntan to-das ellas.

2.4. De la realidad al amor “quees de Dios”

De manera general podemos definir alamor como la entrega de uno mismo,hecha desde la más absoluta libertad,para hacer crecer a la otra parte. Esasería como la cumbre de todo un proce-so general de “querer el bien del otro”,que culmina en las formas más particu-larizadas (amor de pareja, amistad), pa-ra las cuales podemos mantener la defi-nición dada, pero hablando ahora deentrega mutua.

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Partir de esa definición permite po-ner de relieve las deficiencias o defor-maciones del amor, tan frecuentes e inacabables entre nosotros, y que en-contraremos en otras muchas relacio-nes.

a) Comencemos por la segunda delas características descritas: la libertaden la entrega: muchas veces sucede quela entrega no se hace “desde la más ple-na libertad”, sino por engaño, seduc-ción, falsa necesidad… La libertad sue-le tener mil falsificaciones entre loshumanos, sin que esto signifique abdi-car de ella, sino buscarla cada vez másauténtica.

b) Esa falta de auténtica libertad enla entrega suele desfigurar la meta de és-ta que era el bien de la otra parte: unopuede entregarse no para hacer crecer alotro sino para conseguir la rendición delotro. O puede entregarse, pero pasar lue-go facturas por el propio don, contabili-zar las respuestas, etc.

c) Y por estos dos desvíos se falsifi-ca el sustantivo que define al amor: laentrega. Si la fuente y la meta del donestán falseadas, la entrega puede ser si-mulada, calculada, inferior a la medidajusta, etc.

Y hablo expresamente de “medidajusta” porque, naturalmente, no en todarelación humana se exige una entregaplena y absoluta, cosa absolutamenteimposible. Sólo en determinadas rela-ciones (de pareja o familiares o de amis-tad íntima) la entrega podrá aspirar a di-versas formas de plenitud. En muchosotros casos, el amor al prójimo será sim-plemente el deseo libérrimo de su cre-

cimiento; deseo que podrá requerir in-cluso determinados grados o gestos deentrega, o se limitará, por las circuns-tancias que sea, a mantenerse en actitu-des de respeto profundo.

En cualquier caso, y prescindiendoahora de las mil concreciones prácticasposibles, esta última forma de amor (eldeseo desinteresado del bien del otro)suministra una base para el enfoquecontemplativo de la relación. Y esa ba-se coincide con la fórmula clásica de al-gunos místicos: «amar a Dios en todosy a todos en Dios».

Amar a Dios en el prójimo es amarlo mejor de él, presente o latente, amarla presencia del Espíritu de Dios en él,que es lo más íntimo y lo más profun-damente suyo. Amar al otro en Dios esamarlo como Dios le ama: para ayudar-le a que dé lo mejor de sí, para que ha-ga rendir ese capital de su filiación di-vina, sinónimo de libertad y fraternidad.

2.4.1. Posible objeciónDesaparece así un falso dilema que oímos plantear a veces: «si se ama alprójimo por Dios, no se le ama por símismo, con lo que ese amor queda de-valuado». Quien arguye de este modosigue pensando a Dios y al hombre deuna manera competitiva y no desde unarelación «posibilitante e impelente» (X.Zubiri). Por eso no ha comprendido que,precisamente amar al otro por Dios, esla manera más intensa de amarlo por símismo: porque nada hay más profundani más valiosamente suyo que la pre-sencia de Dios en él. Al revés de lo queocurre en la experiencia –más imper-fecta– de nuestros amores humanos, el

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amar al otro por Dios y amarlo por símismo, no son magnitudes inversamen-te proporcionales, sino que crecen am-bas en la misma proporción. Y cuandoesto no se dé así (si Dios fuese real-mente el único resorte en nuestra rela-ción con el otro), podemos sospecharque no hemos llegado todavía a amar,sino a “soportar” (o quizás perdonar)pacificadamente al otro. Cosa que no se-rá infrecuente en la trama de nuestras re-laciones.

Aquí se vuelve a insinuar la gran di-ficultad que este tema nos plantea en lapráctica: todo lo expuesto, por diáfanoy verdadero que pueda parecer, sirve depoco porque, en la realidad, se encuen-tra con infinidad de lastres y de choques,derivados de las limitaciones, propias yde los otros, de las deformaciones pre-sentes en ambos, o de circunstancias omomentos poco compatibles en el tiem-po de la relación.

Efectivamente, lo que hemos inten-tado describir era un modelo más queuna realidad. Y un modelo del que lamás mínima dosis de lucidez nos haráver cuán lejos estamos de él: comocuando Jesús decía «sed misericordio-sos19 como lo es vuestro Padre celes-tial». De ahí que un punto de partida im-prescindible para ser contemplativos enla relación es la plegaria que pide cons-tantemente al Señor eso tan fácil de de-cir, tan aparentemente cercano y tantasveces distante de nosotros: «enséñamea querer: haz que aprenda a amar comoTú amas». No cabe concebir vida cris-

tiana donde esta forma de plegaria noesté insistente y cotidianamente pre-sente.

Cada uno de nosotros posee una va-riedad llamativa de registros y de teclas.Y los demás constituyen para nosotros,a pesar de tantas semejanzas y rasgoscomunes o universales, un inmenso caleidoscopio de colores móviles queno podemos fijar ni generalizar total-mente. Por eso, el aprendizaje del amornos obliga también al rigor y al análisis,precisamente por la mayor responsabi-lidad del amor en el ser humano. Losbuenos sentimientos y la buena volun-tad son necesarios e imprescindibles,pero no bastan: pues el amor implicauna donación personal; y la persona esmás que voluntad y sentimientos: estambién inteligencia y capacidad decaptar lo real. Pasión y rigor dan lo me-jor de sí cuando están hermanados, pe-ro pueden correr graves riesgos si estándivorciados.

De ahí que nos veamos llevados aseguir con un pequeño catálogo y aná-lisis de actitudes propias a buscar, y devariantes humanas que podremos en-contrar, y que nos llevarán a preguntar-nos cómo mira Dios a las personas conlas que trato, para acercarnos así a lapregunta de cómo debemos nosotrosmirarlas primero, y tratarlas después.

Así podemos pasar a la tercera par-te antes anunciada, recordando lo dicho:aquí no valen recetas mecánicas sino sólo orientaciones, y cada cual deberárealizar estos análisis por sí mismo.

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Pero difícilmente conseguiremos esaactitud, si no cultivamos una forma demirar toda la realidad. Una forma demirar en la que se encierra una profun-da teología dialéctica.

a) Por un lado un claro “pan-en-teís-mo”: esta palabra (que no debemos con-fundir con el panteísmo) significa quetodas las cosas están y subsisten enDios y, por eso, no pueden abarcarlo.Por eso también, Dios no es un simpleinterlocutor por privilegiado que lo ima-ginemos.

b) Y, a la vez, si se me permite la ex-presión, un claro “teo-en-pasismo“, quesuele olvidarse cuando se explica el pa-nenteísmo: Dios está en todas las cosas,(Theos en pasi) aun en las más peque-ñas y en lo más profundo de ellas. Poreso puede convertirse en interlocutorprivilegiado para los seres personales.

Dios es antes una especie de mar, ode atmósfera, que un mero interlocutor.No obstante podemos, y debemos, diri-girnos a él como a un interlocutor. Re-encontramos así, y explicamos un poco

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3. ORIENTACIONES PRÁCTICAS

A nivel creyente, ya hemos apuntado que la actitud a buscar en las rela-ciones humanas es aquella que describía san Ignacio: «a Dios en todasamando y a todas en Dios».

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más, el axioma antes citado sobre Dios:lo más grande no puede abarcarlo, ypuede caber en lo más pequeño.

Esta manera general de asomarse almundo, debe ser fomentada en la ora-ción personal superando así la visión deDios como individuo particular (limi-tado por tanto a pesar de su grandeza).Aunque pueda, y deba ser invocado,Dios no es interlocutor particular sino elinterlocutor-oceánico o el océano inter-locutor.

3.1. Actitudes de fondoEsa visión global de la realidad se des-dobla, cuando nos acercamos a los de-más seres humanos, en otras actitudesque podemos calificar como respeto,sonrisa, cercanía igualitaria y capacidadde escucha.

3.1.1. RespetoEn primer lugar, el profundo respeto quedebe inspirarnos la sacralidad de la per-sona, como un modo de apertura a losdemás, que englobe todas nuestras re-acciones posteriores.

Cuando entramos en una iglesia nopor meras razones de curiosidad o de tu-rismo, nos predisponemos con una acti-tud de respeto ante el clima tranquilo ysilencioso que pretende invitarnos a lacontemplación. Pues bien, eso tan sen-cillo y que tantas veces habremos pro-curado hacer mecánicamente, deberíaacrecentarse con cada persona que nosencontremos, y que es un verdadero“templo de Dios”. Juan Crisóstomo yotros padres de la Iglesia reñían a vecesa sus fieles con este argumento: «os pre-

ocupáis por vestir con un damasco lasparedes de la iglesia o las imágenes deCristo y luego, al salir, encontráis unverdadero templo y un rostro de CristoVivo que está desnudo en la calle… ypasáis de largo».

Pero no sólo los Padres de la Iglesia.E. Lévinas se hizo famoso por sus pro-fundas reflexiones sobre “el rostro”: detodas las realidades a que acceden nues-tros sentidos, el rostro es la única que noes un mero “fenómeno” (un mero obje-to)20, sino una interpelación, una llama-da al respeto, a la ayuda, a la comu-nión… Y el rostro es lo más distintivode la persona.

Podrá ser que, en la práctica, esa in-terpelación sea engañosa (por eso elamor está obligado a ser inteligente),pero esa posible deformación no invali-da la calidad suprema del rostro: es elúnico objeto que no me permite ser su-jeto sino que me llama a ser interlocu-tor y hermano21. En el rostro hay una es-pecie de “infinitud” que me impideatraparlo y que destroza mi pretensiónde “totalidad”. Por eso, la contempla-ción ante el rostro trasciende la meraconstatación que proporciona el sentidode la vista, y se convierte en llamadaque pide escucha: «si oís su voz no en-durezcáis el corazón», rezaba el salmis-ta22.

Ésta es la verdad-raíz de nuestro uni-verso relacional, que deberíamos acti-var y recordar cada mañana –casi comoquien conecta el teléfono móvil al des-pertar– para pedir a Dios esa actitud derespeto casi religioso, con cada “imagende Dios” que nos encontremos a lo lar-go del día.

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Y desde esta fuente brota una doblevariante en la que debería desplegarse elrespeto que reclama el rostro.

3.1.2. AcogidaSi antes hablábamos del “rostro” comoexpresión de la interpelación del otro,ahora cabe añadir que la sonrisa es elrostro de la acogida, y expresión de unencuentro humano.

El encuentro con cada persona quenos sobreviene a lo largo del día, es en-cuentro con Cristo o con un «vicario deCristo»23. Como encuentro con alguiena quien amamos, debe producirnos ale-gría y sonrisa. Y el regalo de la sonrisaincuba un talante bien humorado.

Todos hemos experimentado hastaqué punto el buen humor es aceite en lasrelaciones humanas, hasta qué puntouna sonrisa cálida puede cambiarnos,hasta qué punto las personas, cuando es-tamos de buen humor, sacamos lo me-jor de nosotros mismos ante los demás.Hace años aludí a la sonrisa, como po-sible forma moderna de santidad, si noestuviese tan falseada por todas las son-risas artificiales e insinceras, ensayadasen mil castings o ante mil espejos, sim-plemente para vender y explotar más alotro. Todo ello es una pena, pero es tam-bién una prueba del poder de la sonrisa.

El contemplativo en la relación de-bería prepararse para ser persona deacogida sonriente y bien humorada. Poreso, la oración cotidiana del cristianonunca debería olvidar esta doble peti-ción: una actitud general de respeto an-te los templos del Espíritu con que voya encontrarme aquel día, y una dispo-sición de sonrisa acogedora ante los

Cristos que me van a salir al encuentro.De san Alonso Rodríguez, portero du-rante varios años en el colegio de los je-suitas de Mallorca, ha quedado la res-puesta que le brotaba, estuviese dondeestuviese, cada vez que oía llamar a lapuerta: «Ya voy, Señor». Aunque tuvie-ra que arrastrarse hasta la portería conunos pies cargados por los años y unasllaves pesadas por la escasa tecnologíade la época.

Al respeto y la acogida se sumaráuna tercera petición, que debería empa-par también la oración y la contempla-ción del cristiano: una actitud de cerca-nía fraterna ante todos los hermanos(por hijos de Dios) que se cruzarán enmi camino cada día.

3.1.3. Igualdad fraternaDe manera rápida, y casi de pasada,aconsejaba san Pablo a sus cristianos«mirarse unos a otros como superiores»(Flp 2,3), añadiendo que eso sería tener«los mismos sentimientos de CristoJesús».

Si el consejo parece excesivo ayu-dará pensar que, proponiéndonos eso, ¡aduras penas lograremos mirarlos comoiguales! Es como la bala del chiste, queha de apuntar un poco más arriba de lameta, porque tiende hacia abajo en sutrayectoria, debido a la ley de la grave-dad (y el cabo que explicaba eso a lossoldados añadía que, aunque no hubie-ra ley de la gravedad, la bala tendería acaer igualmente «por su propio peso»).Quizás es este propio peso nuestro elque san Pablo tenía ante los ojos cuan-do daba su consejo. Y el olvido de esteconsejo paulino puede dar razón del fra-

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caso, o escaso logro, de dos ideales dela Modernidad (igualdad y fraternidad)cuya astenia ha contribuido a falsificar,a veces monstruosamente, el grito de lalibertad.

A partir de este consejo paulino, yusando sesgadamente la jerga freudianapodríamos decir que los otros constitu-yen nuestro “super-ego”, no en sentidopsicoanalítico de exigencia orgullosa si-no en sentido de respuesta a la llamadadel rostro antes vista. Y que Dios vienea ser el “Ello” supremo (y con mayús-culas): tampoco en el sentido freudianode exterioridad al propio ego, sino en elsentido de la objetividad total, el “ver-dadero todo” frente a nuestras subjetivi-dades parciales y minúsculas que sonfalsas todas.

Respeto profundo, sonrisa acogedo-ra y fraternidad igualitaria deberíancomponer la página inicial de nuestraapertura a la relación interhumana. Unaentrada plenamente cristiana y plena-mente humana. Esa actitud global, ha-brá de modelarse y tejerse después demodos muy diversos según la inacaba-ble variedad de personas, psicologías ysituaciones, y de acuerdo con lo dichoantes sobre la necesidad del análisis y lainteligencia, también para el amor.

Porque abordar contemplativamentenuestras relaciones humanas implicauna doble convicción: la profunda in-manencia de Dios en su Trascendencia,pero también la autonomía de la reali-dad, que pide a estas actitudes globalesuna “inculturación” en cada personaparticular y en cada relación concreta.Porque lo que existe no son hombres nipersonas en general, sino Fulano yMengana en particular. Y así, habrá per-

sonas a las que una sonrisa pueda desar-mar y predisponer para una buena rela-ción; pero hay otras (o hay momentosen la vida de una persona) hoscamentemalhumoradas, a las que una sonrisapuede irritar más y quizá nos devolve-rán una mirada crítica y despectiva denuestra simpleza.

3.1.4. Capacidad de escuchaDe estas tres actitudes brota una cuartaque me parece fundamental para unasrelaciones ancladas en la contempla-ción: la capacidad de escucha. No merefiero con este título a escuchar a aquelque nos necesita y viene a pedirnosorientación o consuelo. Esto puede re-sultar más fácil aunque, a veces, el in-terlocutor pueda ser pesado.

Pero ahora me refiero a la capacidadpara escuchar a aquél que nos desarma,que rompe nuestras seguridades. Locual alguna vez podrá ser «obra del malespíritu» (como decían los clásicos de laespiritualidad), pero otras veces podráser una llamada a nuestra puerta delDios que nos busca.

¿Cuándo puede suceder esto último?Cuando la escucha parezca un atentadoa nuestra seguridad, y el miedo nos ha-ga cerrar los oídos ante toda posibilidadde prestar atención. Suelo decir quenuestra necesidad de seguridad es unade las mayores tentaciones de la fe, quela convierte en pura superstición o enfundamentalismo. Porque, como escri-bió hace años R. Bultmann «la fe cris-tiana consiste en hallar la seguridad allídonde no puede verse la seguridad»24.

Hay personas, o etapas de la vida, enque la necesidad de seguridad puede ser

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tal, que sacrificamos a ella nuestra inte-ligencia, nuestra capacidad de racioci-nio y nuestra capacidad de escucha.Ante lo que pueda amenazarnos tene-mos respuestas prefabricadas de ma-nual, o de catecismo, que proferimos rápidamente sin haber llegado a com-prender al otro. Éste es un rasgo carac-terístico de todos esos grupos o movi-mientos cerrados sobre ellos mismos ycon tendencia a la secta. Damos res-puestas prefabricadas a cada preguntasin habernos dejado penetrar por ella, ni mucho menos por lo que ella trans-mite de la situación de nuestro interlo-cutor.

Para hacerlo gráfico con un ejemplo,evocaré la película bosnia, En el cami-no, precisamente porque, dado que serefiere a un fundamentalismo islámicoy no cristiano, podemos mirarla con másobjetividad y sin que nos amenace deentrada. La directora, no obstante, dejaclaro que ella no ha querido criticar alislam sino reflejar algo de psicologíahumana y de la religión en general. Yese algo es lo siguiente: el protagonista,acabado de salir de la catástrofe de laguerra, ha perdido el sentido de la vida.En este contexto busca salida en el al-cohol y sólo consigue perder su puestode trabajo. Es en este momento cuandocae en manos de un grupo musulmán: lafe de los compañeros le devuelve paz,seguridad, confianza… y le libra del al-cohol. Que esto implique transigir conalgunas costumbres que antes hubieradespreciado (como el rostro cubierto delas mujeres, etc) le importa muy poco allado de la seguridad recobrada. Pero es-ta obstinación en su propia seguridadacaba volviéndole incapaz de escuchar

y comprender a su pareja (con la que alcomienzo de la película mantenía unarelación bonita). Para cada explicaciónde ella tiene una respuesta preparadaque saca como de un depósito y repitemecánicamente, quedándose tranquiloél pero desesperada ella. Hasta que la re-lación de la pareja se rompe. Es el pre-cio de no haber sabido escuchar. Y esaincapacidad para escuchar la ha creadoel blindaje en su propia seguridad.

Se ve en seguida que esto no es ex-clusivo del mundo musulmán. En elcampo católico se dan también (y a ve-ces entre obispos), fundamentalismosdolorosos que sacrifican toda la com-prensión del mundo que les envuelve, alídolo de su propia seguridad. Por esaidolatría, el fundamentalismo lleva o ala secta y al gueto, o a la violencia agre-siva que busca eliminar al otro. Quienesasí reaccionan nunca se han planteadoque aquel interlocutor molesto es tam-bién una criatura querida por Dios, quetambién él tiene sus búsquedas y suspreguntas; y, al no saber ver esto, se in-capacitan para la escucha y la compren-sión. Una relación más contemplativales habría llevado a poner la confianzaen Dios por encima de su propia segu-ridad y a no confundir ésta con aquélla.Mientras que su miedo les ha incapaci-tado para la relación y para el creci-miento que podrían haber conquistadosi hubiesen invertido los talentos de suseguridad en lugar de enterrarlos bajotierra. Como el apóstol Pedro, se hanhundido al percibir que estaban andan-do sobre las aguas y que esto les hacíaperder seguridad. Y merecerían el mis-mo reproche que el apóstol: «hombre depoca fe».

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En cambio, de haber invertido cui-dadosamente el talento, habrían cose-chado uno de los más difíciles y más va-liosos capitales humanos: la capacidadde conjugar la máxima fidelidad a laspropias convicciones con la máxima ca-pacidad de acogida de lo distinto, y deigualdad fraterna.

Y tras estas cuatro actitudes genera-les, es hora de pasar por fin al análisisantes anunciado de la variedad de rela-ciones humanas. Con la boca chiquita,como ya dije, y sin pretensiones de ex-haustividad. Sólo podremos apuntar al-gunos ejemplos aclarando que, aunquehablemos de los otros (objetivándolos),la dificultad reside más bien en las dife-rentes sensibilidades y reacciones quebrotan en nosotros ante cada tipo de per-sonas.

3.2. Variedad de personas3.2.1. «Con vosotros está y no leconocéis». Las víctimasEl texto entrecomillado lo cantaban ha-ce tiempo los cristianos, y es una penamuy significativa que ese canto hayapasado a un segundo plano en nuestrasliturgias. En él se nos describe una acti-tud contemplativa ante el colectivo queson las víctimas del sistema humano:ver en ellas a Cristo que «clama por laboca del hambriento» o del que «estápreso, está enfermo, está desnudo».Sentir y escuchar el clamor de Dios enellos.

Invirtiendo la revelación inicial delprimer relato bíblico («he oído el clamorde mi pueblo y voy a bajar a liberarlo»:Ex 3,7.8), ahora se nos pide a nosotros

que oigamos el clamor de nuestro Diosy nos aprestemos a liberarlo. Esa inver-sión es fruto de toda la obra de Dios enla historia, con la «recapitulación de to-das las cosas en Cristo que es Su Pa-labra» (Ef 1,14), y con el «envío de SuEspíritu sobre toda carne» (Hchs 2,17).Por ella, cuando Ignacio Ellacuría per-cibe a las masas maltratadas de El Sal-vador como la personificación actualdel Siervo de Yahvé (de Isaías 53), ocuando las define como «pueblo cruci-ficado», o cuando la asamblea episcopalde Puebla habla de «rostros de Cristo»para designar a una variada lista de víc-timas de nuestra sociedad (mujeres, jó-venes en paro, inmigrantes…), nos es-tán proponiendo una verdadera actitudcontemplativa en nuestro modo de rela-cionarnos con ellos.

Es incomprensible que todavía mu-chos que se dicen cristianos sientan quese persigue a Dios cuando se quema unedificio religioso o se critica a una ins-titución eclesiástica (que, en definitiva,son ambos “obra de manos humanas”)y no sientan eso mismo cuando se mal-trata y se asesina a un hijo de Dios. Porfortuna, esta mentalidad ha ido cam-biando durante los últimos años, y la actitud que aquí se propone ha ido cua-jando o, al menos, volviéndose com-prensible. Pero subsiste el peligro deque ese cambio se dé sólo a niveles no-cionales, teóricos; y que sólo escuche-mos un clamor genérico de “hambrien-tos, pobres o enfermos…” que son sólopalabras abstractas. La fuerza contem-plativa, y el valor del canto citado, se in-tensifican y se radicalizan cuando esosabstractos cobran rostro concreto ynombre individual: cuando dejan de ser

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“el” pobre o “el” parado, y pasan a serFulano o Mengana.

No obstante, y aunque quede muchopor hacer, demos por asentado este pun-to (pobres y víctimas, enfermos, foras-teros, enemistados…, quizá desconoci-dos pero cuya realidad es innegable einmensa), y pasemos a otro tipo de ejem-plos: conocidos, compañeros o amigos,amores, maestros, santos... ¿Qué ver, ycómo, en cada cuál?

Analicemos algunos ejemplos.

3.2.2. «Ni éste pecó ni sus padres»(Jn 9,3). Los enfermosUna mirada auténticamente contem-plativa me llevará a fijarme más en eldaño real del enfermo que en posiblesdefectos suyos que me liberarían de res-ponder a su dolor. Ante los enfermos de-bemos eliminar todo juicio. Es induda-ble que, a nuestros ojos, hay buenos ymalos enfermos y que la enfermedadpuede volver a los humanos egoístas omaniáticos. Pero es cierto también, cris-tológicamente hablando, que su en-fermedad les da como un derecho ante nosotros los sanos: el derecho a no serjuzgados ni condenados, aunque a vecespor su propio bien, tengan que ser for-zados, con la mayor dulzura posible.

Es además enriquecedor contemplarla ternura y la paciencia que a veces ins-piran esos enfermos, por su desvali-miento, a personas que tratan con ellos,enfermeras, cuidadores, médicos…, yque sacan ante ellos sus mejores tesorospersonales sin esfuerzo casi, y sin nece-sidad de una explícita referencia alCristo de Dios. Y además es posible que(como se suele decir que “los pobres nos

evangelizan”), la inmersión en el mun-do de la enfermedad se convierta paranosotros con el tiempo, en un factor deconversión, o de cambio de muchos denuestros modos deformes de ver: ¿porqué él y no yo? Es la verdadera pregun-ta contemplativa que invierte la reac-ción espontánea de nuestro ego: ¿qué hehecho yo para merecer esto?

3.2.3. «Sonriendo has dicho mi nombre». Relaciones gratificantesSi hay algún tópico cargado de verdades que toda la felicidad que cabe en es-te mundo radica en unas relaciones humanas de calidad, acompañantes yunificadoras. Precisamente por eso, ennuestra obsesión por conquistar esa me-ta, las personas tendemos a matar «lagallina de los huevos de oro», y pode-mos volvernos egoístas y estropear larelación.

Por eso, cuando la vida nos dé estosregalos, hay que aprender a paladear to-do lo gratificante que proporciona la re-lación personal en amor, amistad, etc., yvalorarla no como un mérito o conquis-ta propia, sino como la más profunda ex-periencia de gratuidad. Toda relacióngratificante es un regalo que debemosagradecer y que nos obliga a dar másporque hemos recibido más. Precisa-mente al vivir esas experiencias esplén-didas como dones gratuitos y no comoméritos propios resultan infinitamentemás gratificantes y menos amenazadas.Y nos abren hacia aquellos (tantísimosy tantísimas) a los que la vida ha nega-do hasta unas monedas de cariño.

Parece obligado evocar aquí el mis-terio de la atracción sexual con todo lo

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que tiene de experiencia de alteridad, depromesa y sorpresa (cf. Gén 2,23ss). Vi-virla así genera a la vez respeto, asom-bro y sensación de indignidad. Y hablode la atracción sexual global, no mera-mente de la atracción corporal (distintaaunque casi inseparable de la otra) lacual puede llevar a una reducción geni-tal de la sexualidad y, por su carácterpulsional, puede volver opaca la sexua-lidad y convertir la comunión en po-sesión, la alteridad en dominio y el mis-terio de la alteridad en objeto deconsumo25. Lo gratificante de esa atrac-ción quizá reside en que es pálido esbo-zo del mismo Dios cuyo ser es darse(Padre), perderse en esa entrega (Pala-bra) y recuperar su ser plenificado enella (Espíritu).

3.2.4. «¿Por qué me hieres?» (Jn18,22). Las ofensasTodos soportamos en la vida momentoso experiencias de humillación o mal tra-to. No siempre es posible calibrar enellos el grado verdadero de ofensa. Y to-dos tendemos a juzgar la intención delotro por la reacción que provoca en mí.Semejante juicio es equivocado en lamayoría de los casos. Por eso, muchosmaestros de la vida interior recomien-dan el camino de no responder a la de-sautorización sufrida, y no pensar que,cuando respondo, lo hago “sólo por de-fender la verdad” y no por dejarme a míen buen lugar. A la larga, muchos hanexperimentado que, de esa actitud de novindicar, acaba brotando una paz que re-sulta aceptadora del otro y puede remi-tirnos al último misterio de un Diossemper maior (siempre más grande).

Así puede comprenderse tambiénpor qué Ignacio de Loyola se empeña enpedir en la oración «humillaciones yofensas». No se trata de un masoquismomorboso que se complace en la propiaherida (el mismo Ignacio trabajó poraclarar la verdad cuando estaba en jue-go un bien mayor de la Iglesia o delevangelio). Se trata de un camino difí-cil hacia la máxima libertad interior, quesigue la dialéctica de Juan de la Cruz:«para venir a tenerlo todo has de ir pordonde no tienes nada». Yque cuenta conel ejemplo y el destino del Jesús a quienseguimos como fuerza y apoyo en esashoras duras.

3.2.5. «¿Cómo cantar el cántico delSeñor en tierra extraña?» (Sl 137,4).Los malosA pesar de cuanto llevamos dicho, losmalvados existen; la maldad es comouna amenaza “genética” que nos afectaa todos. Y, en algún momento de nues-tras vidas podemos tropezarnos con losgrandes sinvergüenzas que pueblan elplaneta o, al menos, con sus obras.

Éste es el punto en que resulta másimposible dar juicios generales, porqueocurre como ante el cáncer: hay que di-lucidar en cada caso si son sólo célulasneoplásicas, si es ya un tumor maligno,de qué tamaño y gravedad, si afecta o noa los ganglios, si hay otras metástasis…

Me limitaré a exponer sólo el proce-so ideal, evocando la escena de Zaqueoque narra Lucas: un perfecto canalla quese ha hecho riquísimo y que se benefi-cia de una estructura piramidal graciasa la cual las iras que debe desatar caenmás sobre sus subordinados que sobre

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él. ¿No es un paradigma repetido infini-dad de veces en la historia humana?Pero en aquel hombre quedaba todavíauna rendija entreabierta: es quizá el úni-co caso que cuentan los evangelios enque alguien de los enemigos de Jesús seacerca a él por curiosidad y no con agre-sividad que pretende «cogerle en algu-na palabra» (Mt 22,15). Y ese resquiciova a convertirse en su salvación.

Jesús se comporta ante él como uncontemplativo en la relación. Sabe que«también éste es hijo de Abrahán» y que «el Hijo del Hombre vino a buscarlo que estaba perdido» (Lc 19,9.10). Zaqueo encuentra así una acogida quenunca hubiera sospechado; y eso locambia hasta extremos que, a cualquie-ra de su casta, le parecerían impensa-bles. Porque también Dios sufre en elmalvado y, en cierto sentido, más aúnque en la víctima. Por eso «no quiere lamuerte del pecador sino que se convier-ta y viva» (Ez 33,11).

Éste es un caso ideal que no servirápara todos pero debería orientarlos: por-que desde él se abre una panorámica queilumina muchos aspectos de la justiciahumana. Por ejemplo, nuestros afanesde justicia buscan demasiadas veces unasatisfacción propia por el castigo delotro, lo cual, se quiera o no, acerca de-masiado la justicia a la venganza. Elcastigo no debe ser para la propia satis-facción sino porque hay que apartar lospeligros públicos que podrían seguir dañando a más gente. Y además, la ver-dadera y plena justicia no es tanto el cas-tigo cuando la transformación y reha-bilitación del criminal: ésta es la grandiferencia entre la justicia humana y la

justicia de Dios, como explicaba K.Barth comentando la carta a los roma-nos. Y es lo que se ha propuesto en mu-chas declaraciones teóricas sobre nues-tras cárceles que luego, por la inercia de las cosas, se quedaron en papel mo-jado.

3.2.6. «Las flaquezas del prójimo»Sin llegar ni mucho menos a esas cotasde maldad, en todas nuestras relacioneshay personas difíciles: gentes que sólosaben hablar de sí mismas y de sus ba-tallitas o sus éxitos, criaturas con un malgenio rápido e insultante al que revistende “decir sólo la verdad” (confundien-do la verdad con su propia adrenalina);o que, allí donde tienen algo de autori-dad, tratan a los demás con prepotencia(confundiendo otra vez su dureza con suresponsabilidad…).

Éstos son los casos más difíciles pa-ra nuestro tema. Difícilmente podremosreaccionar contemplativamente anteellos, si antes no hemos pensado en ellosante el Señor. Y podemos pensar cosasde este tipo: a) con seguridad, es mayorel mal que ellos soportan por ser así, queel daño que pueden hacerme a mí (y máscuanto menos cuenta se den de lo inso-portables que son); b) si el mismo malme enferma a mí y no a otros, es señalde que mi propia salud espiritual no esdel todo buena. Y c) nosotros descono-cemos la lucha secreta de muchos sereshumanos consigo mismos y, si la cono-ciéramos, ello nos volvería más com-prensivos. En cualquier caso, son tam-bién personas de las que puede sacarseun monstruo o una pequeña obra de ar-te, aunque ésta no esté construida con

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mármol de Carrara sino con piedra ba-rata.

3.2.7. «Acogeos como Cristo os acogió» (Rom 15,7). Los contactoscotidianosLos ejemplos anteriores tienen todospinceladas intensas y extremas: blancaso negras. Sin embargo, la mayoría denuestras relaciones se parece más a unapaleta de pintor con una gama infinitade grises, los cuales constituyen nues-tros contactos cotidianos, domésticos,pasajeros unas veces y más prolongadosotras, pero no intensos ni primordialespor lo general.

En mi opinión, quien mire a todo serhumano de acuerdo con el consejo pau-lino que intitula este apartado, procurarásinceramente estas dos cosas: aparecerante cualquier persona como inspirandoconfianza, no como competidor o do-minador. Y además, no atender ante to-do a los defectos del otro (como modode sentirme superior a él), ni a los pun-tos débiles (que me permitirían sacarprovecho de él), sino más bien mirar alhermano como un montón de posibili-dades, unas ya en juego, otras a medioactivar, otras quizá casi inéditas, con lasque Dios trabaja y quiere trabajar a tra-vés de mí.

El esfuerzo por ser así contemplati-vos en la relación ayudaría a dos cosas:a) evitar el “pecado original” que ten-demos a introducir en todas nuestras re-laciones: o mirar sólo los rasgos buenosdel interlocutor, para acabar “enamo-rándonos” de un ser que no existe en larealidad, sino sólo en la ficción que noshemos construido. O mirar sólo los de-

fectos del otro para acabar negando “elpan y la sal” al que quizá no es más queun pobre infeliz como todos nosotros,con sus aspectos positivos que han que-dado filtrados por nuestra mirada. Estaforma de “pecado original” esteriliza deentrada muchas de nuestras relacionesporque no hemos mirado al otro “conlos ojos de Dios” sino con nuestra mio-pía no reconocida.

Y b) nos ayudaría además, no sólo aedificar la relación sobre la verdad, si-no además a construir unas relacionesfluidas y suaves. La verdadera contem-plación es aquélla que nos saca de nues-tro ego. Aplicando esto a las relacioneshumanas cotidianas, nos llevaría a nohablar demasiado acaparando siemprela palabra y a que, cuando hablamos, nosea nuestro yo el tema de la conversa-ción. Consciente o inconscientemente,el 90 % de las veces que los seres hu-manos hablan de sí mismos es para jus-tificarse. Y esta necesidad de reconoci-miento lleva con frecuencia a quitar lapalabra a los demás, o a reivindicar pro-tagonismos cuando sentimos que la otraparte ocupa un espacio “nuestro” («yotambién he visto eso»; «yo también es-tuve allí»…: siempre el «yo también»).La relación humana cuaja mucho mejorcuando procuramos decir aquello quepuede ser útil o agradable al otro, noaquello que me refuerza a mí… Peroaclaremos que lo dicho vale sólo, siem-pre y cuando se haga desde la esponta-neidad, no desde un falso imperativomoral o legal, que nos volvería mudoso retraídos o artificiales. Y esa esponta-neidad sólo se adquiere cambiandonuestros registros interiores.

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Nada de esto significa ingenuidad:Jesús decía bien claro que, además desencillos como las palomas, hemos deser sagaces como las serpientes. Esteconsejo multiplica su importancia en unsistema económico perverso, montadosobre el imperativo categórico del má-ximo beneficio, que lleva a afrontar alotro como alguien a quien engañar o ex-plotar, y a querer vincular después nues-tro beneficio económico con nuestra necesidad de afecto: lo cual es el peorcamino para conseguirlo.

3.2.8. En conclusión «Quien no quiere el ‘nuestro’, no quie-re el ‘Padre’» (san Juan de Ávila co-mentando el Padrenuestro).

Caben otros ejemplos, pero su enu-meración sería casi interminable. Diga-mos sólo como resumen que debería-mos afrontar cada relación humana coneste tipo de preguntas: qué del otro esregalo de Dios para mí; qué espera Diosdel otro; qué empatías son posibles (consu dolor, con su amor...); qué puedo per-donar y de qué tengo que ser perdona-do... Preguntas como éstas deben ser lle-vadas a nuestra oración –o nuestrameditación– de cada día.

En una palabra, preguntarse ante ca-da interlocutor (personal o social) cómole trataría Dios, para procurar tratarle yo del mismo modo. Pero además, de-sear y procurar que en el interlocutoraparezca al máximo esa imagen de Diosque, a la vez, le constituye y está des-trozada o borrosa en él, como en todosnosotros.

Hemos trazado así una especie depinceladas actitudinales que caben to-

das en dos: buscar a Dios en el otro (conlo que Dios será más llamada o interpe-lación que “objeto”), y mirar al otro des-de Dios (como un campo de posibili-dades abiertas más que como objetocerrado). En eso consiste el ser contem-plativos en la relación. Ahora podemosenumerar algunas fuentes (o terrenos)que pueden cultivar y regar esas actitu-des.

3.3. Invocar a Dios como madre

Dirigirse a Dios en femenino puede ser,para nosotros varones, un acceso fácil ala alteridad de Dios. Pero en la materni-dad de Dios hay algo todavía más pro-fundo.

En efecto, una de las preguntas mástorturadoras o una de las necesidadesmás hondas del ser humano (dada nues-tra necesidad de reconocimiento), es elpoder decir que su vida ha sido queriday deseada por alguien, y no es un meroproducto del azar o de una combinacióncasual de partículas, semejante a lascombinaciones que hacen las nubes enel cielo y que a veces tienen la forma dealguna figura que dura poco. Todo serhumano quiere, y necesita saber, que suvida es algo más que eso. Y la psicolo-gía conoce cuán difícil es cuajar comopersona y capacitado para la relación, en aquellos que sienten no haber intere-sado nunca a nadie, ya desde su oríge-nes.

Precisamente por eso, la sabiduríapopular ha convertido la expresión «hi-jo de puta» en el insulto más grande yla mayor ofensa que podemos infligir aotra persona, y que es la que brota con

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más fuerza cuando estamos, o nos sen-timos, necesitados de venganza. Es co-mo decirle al otro que su vida es un me-ro producto del azar, que no vale nadapara nadie y nunca hubo una voluntadde que él existiera26. Pues bien, ante es-te dilema crucial para todo ser humano:si debo mi existencia a un mero azar queno se sostiene o a una voluntad expresade que yo existiera, la primera palabrade la buena noticia cristiana excluye elprimer miembro del dilema y asegura elsegundo. Invocar a Dios como madretiene entonces unos tonos de agradeci-da confianza en la acogida que hemosrecibido ya antes de ser. Unos tonos quedan reciedumbre y dignidad a nuestraconciencia de ser, y nos capacitan parala relación.

Además, el recurso a Dios como ma-dre abre nuestros ojos a un Dios que es(como la madre en la familia) el proto-tipo de la reconciliación y de una mira-da más contemplativa sobre todos susmiembros. En efecto, la madre trata deponer paz, suaviza relaciones agrietadas(«ten en cuenta que tu hermano»…; «re-cuerda que tu padre»..., etc.). Invocar aDios como madre puede ser entoncesuna forma sencilla de predisponernos aunas relaciones más reconciliadas. Lafrase de Juan de Ávila que acabamos decitar («si no hay ‘nuestro’ no hay ‘Pa-dre’»), gana intensidad si nos conven-cemos de que si Dios no es madre de to-dos, tampoco lo es mía.

Desde esta óptica (y aprovechandoque su autor declara expresamente nohablar como Papa sino como teólogo, yacepta que los colegas le discutan), qui-siera expresar mi extrañeza por la ro-tundidad con que J. Ratzinger en su li-

bro sobre Jesús, niega que podamos di-rigirnos a Dios como Madre arguyendoque, en la Biblia, «Madre nunca es untítulo de Dios», que las invocaciones só-lo hablan a Dios como Padre, y que lareferencia materna sólo se usa en imá-genes descriptivas27. Temo que Ratzin-ger haya descontextuado aquí el len-guaje bíblico, cayendo en la genialformulación de Xavier Alegre: «un tex-to sin contexto se convierte en un pre-texto». La Biblia rehúye la invocaciónfemenina de Dios porque, en aquel ám-bito histórico, las “diosas” sólo fungíanen contextos de prostitución sagrada ode adoración de la fertilidad28. Natural-mente, ambos contextos eran inadmisi-bles para el sentido judío del monoteís-mo y de la trascendencia de Dios. Peroesos contextos no son hoy los nuestros.

Resumiendo, la mujer marca al serhumano mucho más que el varón en al-go decisivo que puede ser pálida analo-gía de nuestra relación con Dios: adeu-darle el ser. Por eso también puede sermás fácilmente aglutinadora y unifica-dora de todos los hermanos. Encararsecon cada ejemplar de todos los tiposdescritos en el apartado anterior, comocon un hermano (porque es hijo de mimisma Madre), ayudará a cambiar losojos con que le miramos, cuando sea ne-cesario ese cambio.

3.4. Guardar en el corazónPero estas actitudes no se improvisan.Han de ir caldeándose cotidianamenteen ese “baño de María” de nuestra ple-garia. Y la expresión baño de María hasido intencionada porque nos permiteun salto lírico verbal inesperado.

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Newman, en su escrito sobre el de-sarrollo del dogma, decía con cierta in-genuidad que María de Nazaret debíaser modelo para los teólogos, porque ca-si lo único que nos dice de ella el evan-gelio es que «guardaba estas cosas dándoles vueltas en su corazón». Esadebería ser, según Newman, la actituddel teólogo, y yo creo que la de todocristiano, a la hora de encarar la relacióncon sus hermanos.

Y aún cabe añadir que el evangelis-ta aplica esa frase a María en dos mo-mentos contrapuestos (Lc 2,20.51): elprimero de alegría y positividad, cuan-do la visita de los pastores en la nocheoscura del establo. El segundo de triste-za y negatividad cuando la pérdida delniño (aunque tiene también la pequeñaluz positiva de la reacción de los docto-res ante aquel chaval). Ese saber guar-dar, dar vueltas, asimilar y convertir ensustancia propia lo mejor, lo prometedory lo positivo que aflore en cada relación,digiriendo y eliminando lo negativo sinconvertirlo en el rasgo único (muchasveces obsesivo) de nuestros recuerdos,me parece un ejercicio indispensablepara llegar a ser contemplativos en la re-lación.

3.5. Pensar pacificadamente en lamuerte cada día Nuestra época escribe, vende y disertamucho sobre la felicidad, como vere-mos en la conclusión. Y es que nuestrafelicidad parece tener mucho que vercon la calidad de nuestras relaciones hu-manas. En este contexto, se hace com-prensible una nueva paradoja: el pensa-miento, frecuente y reposado, sobre la

muerte, ayuda mucho a no perder o mal-baratar la poca felicidad que aquí cabe(y que son esas experiencias aludidas depaz y de sentido). Por estas razones:

Primero, porque puede impedirnoscometer locuras que sólo nos harán másinfelices: aunque fuese verdad el apo-tegma del Zaratrusta de Nietzsche: «to-do placer pide eternidad», es bueno sa-ber que nosotros no se la podemos pedir.Segundo, porque nos avisa para invertirdel mejor modo posible el capital de vi-da que se nos va acabando. Pero sobretodo (tercero): porque cabe pensar en lamuerte apostando que no es derrota si-no meta, no es despedida sino parto, nimotivo de luto sino de confianza. Comoversificó intuitivamente Leopoldo Pa-nero: «te miro y pienso en las cosas / queno se acaban jamás / porque Dios las hamirado / y no las puede olvidar... / Unanoche cerraremos / nuestros ojos. Lo de-más / es del viento y de la espuma / pe-ro el amor vivirá»29.

Para esto último es muy recomen-dable no perder la relación con, o la presencia ausente de, los seres queridosque ya se fueron: apostar porque no senos han quedado en la cuneta de la his-toria, sino que han llegado allí dondenos esperan; recordar lo que sus vidastuvieran de ejemplares y de entrañablespara nosotros y (sin dejar correr la ima-ginación en diálogos con ellos o en lle-varles flores y demás que no necesitan,o en visitas a cementerios donde no es-tán y donde deberíamos escuchar la vozdel ángel en los evangelios: «¿por québuscáis al vivo entre los muertos?»)...,en lugar de todos esos vanos intentos,evocarlos ante el misterio de Dios comointercesores nuestros y apostar por la

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posibilidad (la seguridad para un cre-yente) de nuestro reencuentro transfor-mado con ellos. De modo que no seráverdad aquello de los tiempos «que ale-gres pasaron y no volverán», sino al re-vés: volverán, pero liberados de todo lofalso que había en ellos, y cargados contodo el amor que en ellos supimos po-ner.

Esa memoria esperanzada nos per-mite imaginar al ser querido y perdido(esposa, padres, hermanos, amigos…),en esa “porción de Dios” (valga la ex-presión) en que ahora vive y en dondese convierte para nosotros (igual queDios) en una “presencia ausente”. Saberque ahora son aquello que ya en el sigloII definía san Ireneo como «carne res-plandeciente» que ha vencido la opaci-dad de nuestra carne. Carne resplande-ciente como el Padre porque está«poseída por el Espíritu de Dios» que laconfigura a la Palabra de Dios. Y portodo ello son esa «carne olvidada de símisma» que se vuelve «resplandecien-te»30.

Los seres queridos perdidos han pa-sado a formar parte de la Trinidad divi-na que, al cerrarse el tiempo, deja de serTrinidad para convertirse en “multipli-

cidad divina” en esa especie de panteís-mo que la Biblia describe como «Diostodo en todas las cosas». Allí, la relaciónque brotaba de nuestro ser “seres sepa-rados” se convierte en relación “subsis-tente” como las personas divinas, cul-minando la trayectoria de nuestracreaturidad en la plena “imagen y se-mejanza divina”. Esa meta que es nues-tra verdad ha de iluminar hoy todasnuestras relaciones en la dimensión cre-atural, convirtiéndolas en un pequeñosacramento o señal de nuestro ser todosen Dios (con palabra técnica en teolo-gía: de nuestra “circuminsesión” enDios). Así nos abrimos, sorprendidos ysilenciosos al último misterio del cris-tianismo que es el misterio de la “co-munión de los santos” (o mejor: “de loSanto”).

Vivir esto facilita mucho la relaciónque vamos tejiendo con los todavía vi-vos. Puede evitar eso que tantas vecessucede: que al morir una persona queri-da sintamos remordimientos por no ha-berla tratado mejor o aprovechado másmientras estaba con nosotros. Pues nosanimará a mirar y tratar a todas las per-sonas como querríamos haberlas trata-do cuando mueran ellas o nosotros.

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CONCLUSIÓN

En un resumen muy rápido digamos que hemos visto las raíces quetiene en las fuentes cristianas el llamamiento a ser «contemplativos enla relación». Hemos enmarcado esos resultados en los contextos de lareligiosidad en general y de la idea general de Dios, que quedan como“puestos del revés” por ellos: desde mis primeros pasos teológicosvengo sosteniendo que el cristianismo es un horizontalismo que sefunda no en la sustitución de Dios por el hombre sino en la sustenta-ción del hombre por Dios.

Hemos descubierto también la riqueza humana de nuestro tema: unariqueza accesible, por tanto, a todos, aunque brote de unas raíces queson cristianas: las del ser humano como «imagen de Dios» y como«recapitulado en Cristo». Y hemos tratado de atisbar cómo esta difícilmeta podría ser escalada desde nuestra cotidianidad vulgar y precipi-tada.

Podemos ahora cerrar estas reflexiones retomando la alusión anteriora una de las mayores modas de nuestra hora: nuestro paisaje históricoestá lleno de búsquedas de la felicidad, de recetas sobre ella, y de bestsellers que deben su éxito sólo a que abordan este tema.

Sobre esta moda tan nuestra, un poco ridícula en mi opinión, he hechoen otros momentos estas observaciones:

a) Es un síntoma claro de lo infelices que nos sentimos, aunque luegoun respeto humano, que nos impone también el ambiente, nos obliguea declararnos felices a la hora de las encuestas.

b) La felicidad es una de esas dimensiones humanas que sólo seencuentra (en la medida en que eso sea posible) precisamente cuandono se la busca.

c) La felicidad no pertenece a esta dimensión nuestra, como no sea deforma “sacramental”. No existe aquí ni el orgasmo perenne ni el éxta-

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sis eterno. Sí existen en cambio experiencias de paz y de sentido, yatisbos de plenitud que nos pueden remitir a un más allá que ellas pare-cen anticipar. Y quizá el más rico de esos atisbos sea éste: que, en unaexperiencia profunda de comunión, se da, paradójicamente, la mayorafirmación de uno mismo. Pero ahora se trata de una autoafirmación“por añadidura”, no pretendida, ni siquiera paladeada egoístamentecomo tal: simplemente recibida al percibir que no necesitamos más.

d) En esta vida, la dicha que quepa ha de coexistir con una cierta aflic-ción ineliminable, viendo cuántos y cómo sufren en el momento en queyo me encuentro bien. Porque: o somos todos felices o no puedo serloyo, en una ciudad afectada por la peste. Es la gran pregunta que nosdejó Albert Camus.

Pues bien, en este contexto, podemos concluir con la tesis (o, si no,con la sospecha) de que el ser verdaderamente «contemplativos en larelación» puede resultar una de las fuentes más seguras de esa relati-va felicidad que es el destino de nuestra dimensión temporal.

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1. «Quaere super nos», Confesiones, 10,9.2. Autores que defendían la autoría inmediata (v.

Schlier) recurrían precisamente a esa alusión aexperiencias personales. Hoy se piensa queEfesios no es de la mano de Pablo. Pero acep-tando eso por razones de lenguaje y empaqueestilístico (que pueden distinguirse como untexto de Delibes y otro García Márquez…), esmuy probable que estas cartas, llamadas deu-teropaulinas, recojan enseñanzas directas dePablo que no fueron dadas por escrito y queluego fueron transcritas por algún discípuloque les dio forma epistolar y las mezcló conotras páginas propias. Lo innegable es que eneste texto habla alguien de manera muy direc-ta y personal. Pero dejo la cuestión a los espe-cialistas en Biblia.

3. José I. GONZÁLEZ FAUS, La Humanidad Nueva.Ensayo de cristología, Santander, Sal Terrae,1994, pg. 278.

4. Egide VAN BROECKHOVEN, Diario de la amistad,XXVI, 32:367 y XXV, 85:536 (las cifras indi-can: cuaderno, número del comentario y pági-na). El diario ha sido traducido, con una exce-lente introducción, por J. Mª RAMBLA (Dios,la amistad y los pobres; Santander, Sal Terrae,2009). Egide aclara que va a la fábrica no paraadquirir más conocimientos sino para «entraren la vida de la gente: a partir de una actitudcontemplativa, encontrarme con ellos con laesperanza de que así encuentren a Dios en mí»(XII, 20:160). Por eso escribe que, para él, «elsalto a este medio es como el salto a la cartu-ja o a la trapa» (XXVI, 50:375); y que «en estemedio… descristianizado, duro hasta agotar yembrutecer, es donde encuentro mi medio devida contemplativa» (XXII: 154).

5. Ver la anécdota en J. M. JAVIERRE, Juan de laCruz. Un caso límite, Salamanca, Sígueme,1991, pg. 1062. Una respuesta similar a unareligiosa que se quejaba cuando lo desterrarona La Peñuela. «Hija, entre las piedras me hallomejor que entre los hombres» (en G. BRENAN,San Juan de la Cruz, Barcelona, Plaza&Janés,

1974, pg. 93: «los hombres» parece ser unaalusión discreta a N. Doria y su camarilla).

6. T. KEMPIS, La imitació de Crist, Barcelona,Proa, 1992 (Clàssics del Cristinisme, 31), pg.6 (libro 1, capítulo 20, núm. 6).

7. Séneca, Ad Lucilium, Epist 1,7.8. Ver, por ejemplo, D. EDWARDS, El Dios de la evo-

lución, Santander, Sal Terrae, 2006, pg. 34-35.9. El verso original de Antonio Machado dice:

«Siempre buscando a Dios entre la niebla» yes del poema Era una tarde cenicienta y mus-tia.

10. Ver, para todo esto, C. DOMÍNGUEZ, Los regis-tros del deseo, Bilbao, 2001, sobre todo capí-tulos 4 y 5.

11. Jacques LECLERQ, El matrimonio cristiano,Madrid, Patmos, 19523, (subrayado mío).

12. Del verbo griego askeô que significa modelar.13. BROECKHOVEN, Diario..., XIII, 2ª parte, 7.14. En el poema: «El cielo que es azul» de Cánti-

co… El poeta sabe también, no obstante, que“este mundo del hombre está mal hecho”.

15. Una tríada sorprendentemente similar al otroesquema trinitario del hinduismo: “sat-cit-ananda”: ser, conciencia de ser y alegría de ser.

16. Non coerceri máximo, contineri tamen a mini-mo, divinum est.

17. Ver su diario, Etty HILLESUM, Una vida con-mocionada, Barcelona, Anthropos, 2007; y mi comentario: Etty Hillesum. Una vida queinterpela, Santander, Sal Terrae, 2008, dondese analiza la expresión «ayudar a Dios».

18. La frase entrecomillada es una cita bíblica de2Cor 8.9. Las otras son expresiones de D.Bonhoeffer.

19. «Perfectos en vuestro ser», según la versión deMateo 5,48.

20. En la jerga filosófica, fenómeno es aquello queaparece ante nosotros (del verbo griego phai-nomai: aparecer), al margen de la realidad quetenga eso que se nos aparece.

21. Por la fecha en que redacto esta página, resul-ta inevitable evocar esa gran falsificación delvalor del rostro, que se da en las caras retoca-

NOTAS

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das, sutilmente embusteras y emperifolladasde los carteles de nuestras campañas electora-les (y de casi toda la publicidad). En ellas yano queda “ni rastro del rostro”: el rostro haperdido la interpelación o la ha degradado enmanipulación y objetivación del que mira. Sonsíntomas del grado de autenticidad de unademocracia. Y sin embargo, o quizá por eso, nien épocas de crisis económica seria se deja deinvertir en ellas.

22. Cf, E. LÉVINAS, Totalidad e infinito, Salaman-ca, Sígueme, 1977.

23. La expresión «vicarios de Cristo» (que luegodesgraciadamente se reservaron para sí lospapas) designaba en la primera edad media elencuentro con alguien distinto, principalmen-te con los pobres.

24. Jesus Christ and mythology, Londres, 1966,pg. 39-41.

25. Escribo estas líneas en el año centenario delgran poeta que fue Luis Rosales. Por eso meatrevo a citar estos versos suyos, precisamen-te porque no provienen de ninguna autoridadeclesiástica célibe: «y sabes que el orgasmo esun autismo / que tienen el amado y el amante/ y sientes su terror participante / que te hace

resbalar hacia ti mismo. / Doy todo lo quetengo y lo que soy / y de mi propia entregadesconfío / quizá no he dado nunca nadamío»… (Poesía reunida, Barcelona, SeixBarral, 1983, pg. 85).

26. Y eso a pesar de que el insulto es intolerable-mente machista, y, con algo más de sensibili-dad, debió ser formulado como “hijo de clien-te de prostituta”. Ahí sí que la vida que broteno fue de ningún modo querida. A lo mismoapuntan expresiones como las de “un hijo deOgino” (por un fallo de este método), o de unpreservativo en mal estado.

27. Ver pg. 132-133 de la edición catalana.28. Al primer punto se refirió expresamente Rat-

zinger en su primera encíclica.29. Leopoldo PANERO, Escrito a cada instante,

Madrid, 1963, 142-43. Igualmente, en catalán,el magnífico libro de M. MARTÍ POL, Llibred'absències, Barcelona, ed. Empúries, 1997,sobre todo «Lletra a Dolors» (pg. 23).

30. Adv. Haer. IV, 20, 2 y V, 9, 3. En otro momen-to habla de que la persona humana ha de dejarde ser creatura para convertirse en “hechura”(“progenies” que es el mismo término que Ire-neo aplica al Hijo de Dios).

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Este cuaderno invita a prestar atención más a la calidad que a la cantidad denuestras relaciones personales. Invita a ir más allá, tanto del círculo íntimo co-mo del círculo amplio de “amigos, conocidos y saludados” que pueblan nues-tras redes sociales. Invita a una reflexión meditada sobre la manera con que tra-tamos a los otros, considerando esta cuestión como una cuestión vital, verdaderotermómetro de la calidad de nuestra fe y de nuestra relación con Dios. Estaspreguntas pueden ayudar, personalmente o en grupo, a sacar más fruto de es-te texto.

1. Elegiremos algún párrafo para comentar, compartir y enriquecerlo conexperiencias personales. Por ejemplo, un texto como el que sigue:

«Hoy quizá vivimos una época histórica de particular deterioro de las re-laciones humanas y de constantes desavenencias en todos los campos:crecen los racismos y los nacionalismos excluyentes, crecen las dife-rencias de clases, las culturas prefieren chocar en vez de encontrarse,fracasan las parejas y aumenta la violencia de género, los partidos po-líticos prefieren mirarse como totalidades y no como “partidos”; y el au-tismo cultural que respiramos nos induce a mirar a los demás como me-ros objetos o estímulos, pero no como sujetos de dignidad absoluta…

Creyentes o no creyentes, todos deberíamos hacer un esfuerzo por en-grasar las junturas de nuestra convivencia, si no queremos deslizarnospor una pendiente que podría terminar en una catástrofe sin preceden-tes, como si no tuviéramos bastante con todas las catástrofes que he-mos ido provocando a lo largo de la historia.» (Contemplativos en la re-lación, pg. 5-6)

2. Ser contemplativos en la relación nos ayudará acercarnos a los demásseres humanos desde el respeto, la sonrisa, la acogida, la capacidadde escucha y otras actitudes nuevas. ¿Hasta qué punto experimenta-mos esto como cierto, o bien cómo un ideal inalcanzable?

3. Haz un repaso de las personas con las que te relacionas. ¿Qué grupode los que el cuaderno enumera predomina más? ¿Qué grupo está to-talmente ausente?

4. En la relación con los otros, ¿qué sentimiento es el que predomina (lairritación, la necesidad, la alegría, la disponibilidad…)? ¿Desde dóndevives estas relaciones (desde la fe, desde el humanismo…)?

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CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN