Juan David Nasio - Los Gritos Del Cuerpo (Faltan 4 Paginas)

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xisten dos anatomías -expresa Juan David Nasio-: ima real y una psíquica. De la primera da cuenta la medicina, y la otra es lo que se forma gracias a nuestra percepción interna. Vamos del rigor de la ciencia a la ficción. Cada uno de nosotros tiene, así, su propia teoría psíquica del objeto-cuerpo y crea una imagen psíquica del cuerpo, compuesto por un gran conjunto de pequeñas imágenes de alto valor afectivo." El autor avanza una hipótesis completamente novedosa para comprender los fenómenos psicosomáticos: las formaciones del objeto a. Cada una de las formaciones psíquicas del objeto, como por ejemplo el sueño, el acting-out, un síntoma psicosomático o una alucinación, constituye la creación de una realidad nueva y estrictamente local. "Supongamos la existencia de una psoriasis, y llamémosla 'realidad psoriasis' en el sentido de los mecanismos que la organizan y las consecuencias que se producen. Cuando decimos 'realidad psoriasis' nos referimos, ante todo, a la realidad psíquica que se abre y se cierra con la aparición de esa lesión de la piel." Juan David Nasio, psiquiatra y psicoanalista argentino residente en Francia, es autor de numerosos libros que son clásicos en la literatura psicoanalítica, entre los cuales se cuentan El dolor de la histeria (1991) y Cómo trabaja un psicoanalista (1996), ambos de nuesfaro fondo editorial. LIBRERIA GIRASOL Paidós Psicología Profunda 2 0 0 BOLIVAR 983 ISBN iSD-ia-Msao-s 10200 9'789501 242003" ca asió

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“Existen dos anatomías -expresa el autor-: una real y una psíquica. De la primera da cuenta la medicina, y la otra es la que se va formando en la percepción interna del sujeto. Vamos del rigor de la ciencia a la ficción. Cada individuo tendrá, así, su teoría psíquica del objeto-cuerpo, su imagen psíquica del objeto que debe seguir una ley, una serie de leyes respecto de la estructura del yo, compuesto por un gran conjunto de imágenes psíquicas de valor afectivo para ese sujeto.” El autor parte del presupuesto de que cada una de las formaciones de objeto como el sueño, el acting out, un síntoma psicosomático, una alucinación, constituye la creación de una realidad nueva y estrictamente local. “Supongamos la existencia de una psoriasis, y llamémosla ‘realidad psoriasis’, en el sentido de las consecuencias provocadas por la aparición de esa afección dérmica. Cuando decimos ‘realidad psoriasis’ nos referimos, ante todo, a la realidad psíquica que se realiza, se clausura, se cierra con la aparición de una psoriasis. La realidad es una creación que se cierra con la aparición, por ejemplo, de la manifestación psicosomática.

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xisten dos anatomías -expresa Juan David Nasio-: ima real y una psíquica. De la primera da cuenta la medicina, y la otra es lo que se forma gracias a nuestra percepción interna. Vamos del rigor de la

ciencia a la ficción. Cada uno de nosotros tiene, así, su propia teoría psíquica del objeto-cuerpo y crea una imagen psíquica del cuerpo, compuesto por un gran conjunto de pequeñas imágenes de alto valor afectivo." El autor avanza una hipótesis completamente novedosa para comprender los fenómenos psicosomáticos: las formaciones del objeto a. Cada una de las formaciones psíquicas del objeto, como por ejemplo el sueño, el acting-out, un síntoma psicosomático o una alucinación, constituye la creación de una realidad nueva y estrictamente local. "Supongamos la existencia de una psoriasis, y llamémosla 'realidad psoriasis' en el sentido de los mecanismos que la organizan y las consecuencias que se producen. Cuando decimos 'realidad psoriasis' nos referimos, ante todo, a la realidad psíquica que se abre y se cierra con la aparición de esa lesión de la piel."

Juan David Nasio, psiquiatra y psicoanalista argentino residente en Francia, es autor de numerosos libros que son clásicos en la literatura psicoanalítica, entre los cuales se cuentan El dolor de la histeria (1991) y Cómo trabaja un psicoanalista (1996), ambos de nuesfaro fondo editorial. LIBRERIA GIRASOL

Paidós Psicología Profunda

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BOLIVAR 983 ISBN i S D - i a - M s a o - s

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Juan David Nasio

LOS GRITOS DEL CUERPO con intervenciones de Fierre Benoit y Jean Guir

Texto establecido por

Ana María Gómez

•' I PAIDOS Buenos Aires

Barcelona México

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Traducción de Jorge A. Balmaceda y Sergio Rocchietti Cubierta de Gustavo Macri

150.195 Nasio, Juan David CDD Los gritos del cuerpo ; psicosomática.- 1' ed.

4 ' reimp.- Buenos Aires : Paidós, 2006. 193 p. ; 22x14 cm." (Psicología profunda)

iSBN 950-12-4200-5

1. Psicoanálisis 1. Título

1' edición, 1996 J" reimpresión, 1997 2" reimpresión, 2001 3° edición, 2004 4" reimpresión, 2006

A

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

de todas las ediciones en castellano Editorial Paidós SAICF Defensa 599, 1065 Buenos Aires-Argentina e-mail: [email protected] www.paidosargentina.com.ar

Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

Impreso en Gráfica MPS, Santiago del Estero 338, Lanús, en mayo de 2006 Tirada: 1250 ejemplares

ISBN 950-12-4200-5

ÍNDICE

Introducción 9

I

Qué es l a real idad para Freud 18 L a real idad a p a r t i r de Jacques Lacan 23 E l esquema R.: el ternar io imaginar io 24 E l esquema R.: el t e m a r i o simbólico 28 La real idad: insatisfacción y ombligo 32

I I

L a posición del analista y los preconceptos. L a frontera 39

Superación de la polar idad "dentro-fuera" 42 Realidad y pulsión 49 S ingular idad y ombligo 50 E l esquema R.: plano proyectivo y topología 53 Estatutos del objeto a 60

I I I

Las formaciones del objeto a y el hacer 63 E l objeto a, sus característ icas y estatutos 64 Formaciones de objeto a y rea l idad forclusiva .... 68 Observaciones 74 ¿Qué es u n a dolencia psicosomática? ¿Qué es

una lesión de órgano? 77 Respuestas a preguntas 80

I V

L a real idad del análisis Hn Forclusión local, rea l idad local H7

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#

. fu a ,..1 - . :

Ja-

E l l lamado §9 L a elección de órgano y l a lesión objeto

de la pulsión 93

E l mimet ismo. L a relación filiación-lesión..... 96

V

Afecciones psicosomáticas: inconsciente y goce... 103 E l cuerpo en psicoanálisis 121

L a holofrase. L a función del anal is ta 124

V I

Las formaciones de objeto a 131 La transferencia analítica homeomorfa

al inconsciente 132 L a renuncia al goce: el deseo 133 Estatutos del objeto 135 E l espacio: la vía del retorno 137 L a posición del analista : la pregunta 143

V I I Las lesiones de órgano y el narcisismo 147 E l l lamado 151 E l t r a u m a y la disposición a la escucha 154 E l sujeto "en" l a lesión de órgano y el sujeto "de"

la lesión de órgano 159

V I I I

Las lesiones de órgano y l a forclusión del Nombre del Padre 167

Las lesiones de órgano y el autoerotismo 169 Las determinantes simbólicas e imaginar ias

en el esquema R 172 Paranoia, h is ter ia y lesión de órgano 179

INTRODUCCIÓN

Los conceptos, pilares y fundamentos de las teorías no conocen l a diacronía: no envejecen a través del t iempo, sino C O N el t iempo cuando sincrónicamente, en u n corte E N ese t iempo, vienen a decirse y l lamarse de otro modo. Cuando persisten, en tanto designan dinámicamente algo semejante a pesar de los calendarios, t ienen plena v i ­gencia. Son los pensadores quienes los hacen nacer y los n u t r e n a l sostenerlos y retomarlos . Es i m p o r t a n t e para quienes siguen de cerca la labor de u n autor con­t r a s t a r las variaciones, las persistencias, las modif ica­ciones de sus ideas porque dan noción de l a lógica de su pensamiento.

E n su seminario de 1983, dictado en Par ís y cuyo texto se retoma en este l ibro , J u a n D a v i d Nasio af irmaba lo siguiente:

[...] no creo que las afecciones psicosomáticas y las dolencias en general sean las mismas hoy que las de la Edad Media, por ejemplo, y que la única diferencia sea que en aquella época no se las descubría. Por el contrario, el cuerpo en general y la lesión de órgano en par­ticular son exactamente correlativos a la aparición del instrumento hecho para detectarlas o de los medicamentos destinados a tratarlas. Quiero decir que hay una dolencia propia de cada época de la ciencia.

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Un cáncer de esófago, por ejemplo, constituye, tal vez, una afección desconocida de ese mismo órgano mil años atrás. La ciencia no es sólo experimentación, cálculo, ecuación, escritura; la ciencia es también aparatos, instrumentos, productos, drogas, en una palabra, objetos que estorban y violentan el cuerpo y cada cuerpo tiene una época correlativa a la época de la ciencia. Piensen, por ejemplo, en los rí­ñones, en los ojos, en los pulmones artificiales, piensen en las voces que inundan el espacio sonoro [..,] Quiero decir que el cuerpo está como estallado; este cuerpo no es el mismo que aquel de mil años atrás. Nuestro cuerpo no es más el mismo, aunque tenga la misma forma. Mi idea es que la lesión de órgano hoy, por lo menos para determinadas circunstancias, no existía antes; son lesiones propias de una determinada época.

Si bien la cronología marca doce años de distancia, el mismo autor, en 1995, a f i r m a lo siguiente:

Ana María Gómez: ¿Cómo plantear íamos hoy las va­r iantes que, a través de las modificaciones del lazo so­cial y a p a r t i r de cien años de psicoanálisis, podrían ha­berse producido en las manifestaciones de los cuadros clínicos? ¿Cuáles serían las diferencias apreciables entre, por ejemplo, las histerias de la época de Freud y la expre­sión fenoménica de una his ter ia en el mundo actual? ¿Han variado las patologías a medida que han variado los tiempos?

Juan David Nasio: ¿Se han modificado los cuadros, las formas clínicas de los grandes cuadros psicopatológicos en los últimos cien años? Sí ; los cuadros clínicos, las for­mas clínicas de ellos, se h a n modificado en este siglo.

A.M.G.: ¿Se mant ienen las estructuras o también ellas h a n cambiado?

J.D.N.: Los cuadros clínicos comportan una estructu­r a y una forma clínica. Ambas se h a n modificado. Pero antes de hablar de ello quisiera i r a l campo preponderan-temente somático y recordar la referencia de Lacan, m u y u t i l i z a d a y j a m á s p r o f u n d i z a d a de " f a l l a epistemo­somática".

A.M.G.: Comenzaríamos entonces por el cuerpo en lu­gar de hacerlo por el psiquismo.

J.D.N.: Así es. Lacan decía -yo lo leo así- que las en­fermedades del cuerpo se modif ican según la teoría con la que se avanza para conocerlo y curarlo. E s a teoría modifica l a real idad de ese cuerpo. Desde ya que ea la teoría y también los ins trumentos que la reflejan. Ésta es u n a posición enteramente nominal i s ta , o sea que el nombre no sólo designa l a cosa sino que cambia la cosa designada.

A.M.G.: ¿Se t ratar ía de una modificación del cuerpo en sí mismo o de la visión del cuerpo?

J.D.N.: Esto es m u y impor tante : no es u n cambio sólo en l a visión. Es que el cambio de las visiones del cuerpo ha modificado su rea l idad concreta, carnal , mater ia l . Ciertas enfermedades de hoy, tomemos u n ejemplo, el cáncer de esófago, no existían en la época del Imperio Romano. E n ese t iempo no había cáncer de esófago. Ésto corresponde a una época en l a que l a teoría de la medi­cina -quizás a principios de este s ig lo - empieza a cono­cer el cuerpo en el n i v e l celular, t i su lar . Aparecen Ra­món y Cajal , Pasteur, etcétera.

A.M.G.: Surge u n mundo celular y microscópico. J.D.N.: T a l cual . Y esa teoría nueva del cuerpo hará ,

casi como por arte de magia, que se creen las condicio­nes de u n a enfermedad celular, como por ejemplo, el cáncer.

A.M.G.: Seríamos nominal istas al punto de decir que lo que no se nombraba no existía y a p a r t i r del momento en que se nombra, existe.

J.D.N.: Exacto. Yo digo "como por arte de magia". Este "arte de magia" sería: existe el objeto, l a cosa, y existe el nombre de la cosa. Y el nombre cambia la cosa desig­nada. No sólo la hace exist ir sino que la cambia, la mo­difica en su real idad. Es decir que el símbolo es má» potente que lo real porque es capaz de modificar lo real.

10 11

f A C , D£ PSiCOLOGl/''-

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A.M.G.: Lo real existe por sí pero el símbolo es el que opera sobre lo real .

J.D.N.: Opera y lo modif ica . É s t a es u n a posición psi ­coanalítica y lacaniana. Pero, aclaremos: ¿por medio de qué mecanismo lo simbólico, el nombre de una cosa es apto o capaz de modif icar la cosa que nombra? Allí es necesaria la teoría de l a representación. Conocer el cuer­po, nombrar lo , teorizarlo , producen u n a teoría i n t e r i o r a l sujeto. Es decir que la teoría médica, científica, v e r i -ficable...

A.M.G.: ...se torna conocimiento personal, i n d i v i d u a l , ' subjetivo. ;

J.D.N.: Y se caricaturiza en el in ter ior psíquico del sujeto. Hablemos de histología. E l nac imiento de l a histología t iene u n a cara car icatural , popular , casi gro- l sera, falsa, imprecisa, vaga, que será la que surgirá en ' la psique, en el yo del sujeto. I

A.M. G.: U n a deformación necesaria: la doxa como u n a ! car icatura de la episteme. l

J.D.N.: Y esto me hace acordar lo que dice Freud sobre \ la representación de partes de cuerpo en la his ter ia . 1

A.M.G.: Que él subraya como l a caricatura de una obra ) de arte, que sería la anatomía. 5

J.D.N.: U n a caricatura de la anatomía. Existen dos i anatomías: u n a real y una psíquica. De l a p r i m e r a da i cuenta la ciencia de la época, la medicina, y la otra es la | que se va formando en l a percepción i n t e r n a del sujeto. |

A.M.G.: Iríamos del r igor de la ciencia a la ficción. ^ J.D.N.: Totalmente : del r igor de la ciencia, que toma

el objeto exterior, a la ficción o a la caricatura, el fantas­ma, de ese objeto real . Y es subrayable que cada i n d i v i - | dúo tendrá, así, su teoría psíquica del objeto-cuerpo, su imagen psíquica del objeto que debe seguir u n a ley, u n a serie de leyes respecto de l a es tructura del yo, compuesto | por u n g r a n conjunto de imágenes psíquicas de valor | afectivo para ese sujeto. I

A.M.G.: O sea u n mundo consti tuido. J.D.N.: Es u n mundo consti tuido de modo car icatural

respecto de la imagen teórica y científica y, a l mismo t iempo, es u n mundo ficticio, fantasmático y cargado de afectividad. Hay que aclarar que esa imagen psíquica refleja a l objeto de forma parc ia l , en tanto que l a imagen científica t r a t a de hacerlo lo mejor posible, de forma to­t a l . L a imagen psíquica no sólo no es fiel a l objeto sino que es parcial : sólo toma u n detalle del objeto real .

A.M.G.: Produce u n efecto deformante. J.D.N.: Exacto. Y digo que será la imagen psíquica del

sujeto la que invest ida afectivamente crea modificacio­nes en el cuerpo del sujeto habitado por ella.

A.M.G.: ¿Qué niveles alcanza esa modificación, ana­tómica, fisiológica, funcional?

J.D.N.: Ser ía , sobre todo, una modificación de la diná­mica del cuerpo, de la energía que está funcionando. Vuelvo a subrayar la idea de fa l la epistemosomática de Lacan - q u e me parece una hipótesis esencial y revolu­c ionar ia - , pero allí hace f a l t a u n in termediar io entre la teoría científica y el cuerpo para que podamos entender cómo ese cuerpo va a modificarse; y ese in termediar io es l a imagen, la representación.

A.M.G.: A l modificarse el cuerpo a través de su repre­sentación hay u n cambio en l a economía l i b i d i n a l .

J.D.N.: Pero, además, esa representación es impres­cindible, como si el sufr imiento del cuerpo no pudiera exist ir sino a condición de que el cuerpo fuera represen­tado.

A.M.G.: U n cuerpo que se da a conocer a p a r t i r de ese sufr imiento , porque ese "esófago" sólo se toma en cuenta en tanto per turba .

J.D.N.: No puede haber sufr imiento de u n cuerpo que no sea de u n cuerpo representado.

A.M.G.: ¿Estar íamos en condiciones de extender esa fa l la epistemosomática a una " fa l la epistemopsíquica"?

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J.D.N.: Empezamos por el cuerpo para l legar a la i n ­vención de ese término que me había reservado para hoy: epistemopsíquico. O sea l a teoría psicoanalítica de l a v i d a anímica está cambiando esa m i s m a vida .

A.M.G.: Y el h i t o simbólico de ese cambio sería Freud. J.D.N.: Ser ía Freud. E l psicoanálisis no sólo revela la

v ida psíquica sino que está cambiando el funcionamien­to del psiquismo. U n ejemplo m u y banal es que, desde que existe el psicoanálisis, los lapsus provocan sonrojo y pudor. Algo destacable, enormemente destacable que dice el psicoanálisis, es que todo acto humano no inten­cional tiene un sentido sexual. Esto es lo más impor tante que dice el psicoanálisis, lo que debería figurar en el f ron­tispicio del gran palacio psicoanalítico. Por allí tenemos que ent rar . Nos expresamos, decimos, comunicamos, hablamos, pero hoy sabemos - t o d o hombre advert ido sabe- que no todo lo que decimos es lo que realmente decimos y pensamos.

A.M. G.: También el profano reconocería e l poder de l a sobredeterminación.

J.D.N.: Y eso e s t á cambiando nues t ra m a n e r a de v i v i r , n u e s t r a v i d a psíquica y ello a causa de l psicoa­nál is is .

A.M. G.: Esto configura u n a cuestión fundamenta l por­que, en consecuencia, las manifestaciones de l a patolo­gía tendrían que encontrar nuevas coartadas para ocul­tar sentidos ya develados.

J.D.N.: Exactamente. Y aquí se t r a t a de u n problema de l ímites: modif icar u n a cosa real es cambiar el lugar de los l ímites. Cuando hablo de la no existencia del cán­cer de esófago en el Imper io Romano y de su existencia en el siglo XX, me refiero a que los límites del cuerpo han cambiado, están modificados.

A.M.G.: Lo impor tante es que a l a vez que esos límites se modif ican se mantiene cierto equi l ibr io . L a ciencia avanza y e l imina patologías y a l a vez...

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J.D.N.: ... aparecen otras. A.M.G.: Y se mantiene u n s ta tu quo. ¿Pero no sería

esto francamente tanático porque l a ciencia avanza, des­t i t u y e patologías pero a la vez se crean nuevas formas patológicas?

J.D.N.: Sí , pero hay también u n equi l ibr io , algo del orden de u n sistema cerrado con u n equi l ibr io interno.

A.M.G.: Entrópico. J.D.N: Y retornando a lo "epistemopsíquico", habría

que pensar que el psicoanálisis no sólo ha revelado la psique, no sólo ha creado u n contexto o elementos psíqui­cos nuevos, sino que ha creado enfermedades psíquica» nuevas. Pienso que la h is ter ia de hoy no es la miamu his ter ia de l a época de Charcot.

A.M.G.: ¿Ser ía estructuralmente diferente? J.D.N.: Es t ruc tura lmente es d i s t in ta . Y quiero decir

que el fantasma ha cambiado. A.M.G.: Por ejemplo, ¿han cambiado los grados do con­

versión en el cuerpo? J.D.N.: Se h a n modificado pero siguen existiendo re­

ducciones de campo visual - m á s que cegueras histéri­cas-, parestesias - m á s que parál is is - . Lo que ocurre es que en época de Pierre Janet o Charcot ésos eran CHHOS princeps.

A.M.G.: ¿ Y cuáles ser ían las nuevas vest iduras y mascaradas, las diferentes caricaturas que va tomando la histeria?

J.D.N.: Pr imero que nada, la forma clínica de la hÍH-t e r ia que vemos en análisis, que viene al consultorio, ya es una forma disuelta, impregnada de la problemática psicoanalítica. Otro elemento es que la v i d a sexual de lu histérica no es la misma. Y aquí tendríamos que diferen­ciar variedades de l a h is ter ia : la h is ter ia depresiva, lu his ter ia en l a que el sufr imiento está l igado a la vidj i sexual y o tra en la que el sufr imiento está ligado al cuer­po. Tres variedades: conversiva, erótica y depresiva <»

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melancólica. Y en esas tres variantes hay que tener en cuenta que la hister ia es una ent idad clínica camaleónica, que se adapta con extraordinar io mimet i smo al discur­so, la opinión, los colores, las formas del ambiente y las palabras del decir ambiente. H a y dos factores que mo­di f ican las patologías psíquicas: uno es la teoría de la v ida psíquica y otro el factor ambienta l en el n i v e l de la palabra, las formas, etcétera.

A . M . G . : ¿Qué es lo esperable, entonces, en este fin de mi lenio , en este contexto de la posmodernidad, en térmi­nos de patologías del psiquismo?

J.D.N.: Pienso que van a cambiar. Como decía K a n t , que hablaba de "enfermedades del alma". Pienso que esas enfermedades del a lma de K a n t eran diferentes en su época, son diferentes hoy y v a n a ser diferentes en el f u t u r o .

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I

He elegido el tema de l a real idad y lo Real como u n modo de introducirnos en l a cuestión, ya delineada an­ter iormente , de las formaciones del objeto que son las formaciones psíquicas a las que no se apl ican las leyes significantes de sucesión y sustitución, en las cuales no percibimos las mismas leyes significantes que pueden ser aplicadas a las formaciones del inconsciente. Hemos intentado antes constatar si el mecanismo de la forc lu­sión podía dar cuenta de su lógica, o sea de qué modo se constituyen. Así abordamos el tema de la alucinación e hicimos mención al caso del síntoma psicosomático.

Pero, ¿por qué el tema de l a realidad? Porque p a r t i ­mos del presupuesto, que necesitaré conf irmar o no, de que cada u n a de esas formaciones del objeto -como por ejemplo el sueño, el acting out, u n síntoma psicosomá­tico, u n a a luc inación- const i tuye l a creación de u n a rea l idad nueva y estrictamente local. Supongamos l a existencia de u n a psoriasis , y l lamémosla " r e a l i d a d psoriasis". É s t a no es la rea l idad que se ins taura a p a r t i r del momento en que alguien la sufre; no quiero decir "real idad psoriasis" en el sentido de las consecuencias provocadas por la aparición de esa afección dérmica. Cuando decimos "real idad psoriasis" nos referimos, ante

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todo, a l a real idad psíquica que se realiza, se clausura, se cierra con la aparición de u n a psoriasis. L a rea l idad es una creación que se cierra con la aparición, por ejem­plo, de la manifestación psicosomática. Queremos decir que la formación de objeto a sería l a creación de una nueva real idad local, pero que ésta irá a cerrarse con la aparición de aquella formación. El lo impl ica y comporta la idea de que la rea l idad es u n a cuestión de l ímite, de borde, y agregaríamos que es u n a cuestión de nudo, no en el sentido de u n nudo borromeo sino de algo que se cierra con u n nudo.

Qué es la realidad para Freud

Comenzaremos recordando qué es la real idad para Freud; qué es, por lo tanto , la real idad para el psicoaná­lisis y en qué dif iere de lo Real.

F reud siempre conservó u n a concepción empírica de la real idad, u n a real idad que estaba por fuera, que cir­cundaba a l sujeto y que, en últ ima instancia, era tangi ­ble. Y es así como en el "Proyecto de una psicología para neurólogos" F r e u d comienza a someter la real idad al placer. Para él, en aquella época, la real idad no era más que el medio necesario, el medio de desvío necesario para l legar a la obtención de placer, o sea para llegar a la obtención del reposo, y se definía el placer como u n re­t o m o a la ausencia de tensión. Pero hay una real idad anter ior a aquélla, una especie de real idad mítica que está dada por el hecho de que, en u n determinado mo­mento, el sujeto, el niño, se satisface con u n objeto. Por lo tanto , para "cronologizar" l a situación tendríamos: p r i m e r a real idad mítica de u n objeto real que llegaría a produc i r satisfacción rea l ; segunda concepción de l a real idad, cuando el sujeto i n t e n t a reencontrar esta p r i ­mera experiencia de satisfacción con u n objeto real y

18

j I fracasa; recurre entonces a medios indirectos, in terme-j dios, para obtener aquella satisfacción. Por lo tanto , la l real idad p r i m e r a es objeto p r i m i t i v o , or ig inar io , mítico. I E l segundo sentido de la palabra real idad es que es u n i medio, o sea que el sujeto se sirve de la real idad para

obtener el placer. E l tercer sentido de la palabra rea l i -I dad es cuando Freud integra el concepto de la real idad ) al sistema percepción-conciencia del yo. Y procediendo ; así pensará todavía que l a real idad está sometida al

i pr incipio del placer, porque el yo, como representante de ? la real idad, será a su vez investido por la Hbido. É s a s j son, por lo tanto, las tres acepciones freudianas de la i palabra " rea l idad" con matices y cambios que más tarde

1 retomaremos. í Quisiera ahora agregar que la inclinación por la rea­

l idad en Freud - y él mismo lo dice- es el desprecio por la vida. Él dice: "Debo confesarlo - y me incomoda hacer-

I lo: aconsejo a los analistas despreciar la real idad; no se I pregunten si u n acontecimiento i n f a n t i l , traumático, que •< el paciente cuente, es verdadero o falso".

A l comienzo, F r e u d pensó que eran acontecimientos í verdaderos; luego que eran falsos; después, que eran una

I mezcla de verdadero y falso. F inalmente - y esto es lo que me in teresa - inventa . Del desprecio pasa a una inven-

I ción: el concepto de real idad psíquica. No se t r a t a ya de una real idad m a t e r i a l , que él desprecia. A pesar de todo, fija allí u n a especie de impasse; de hecho, para él, la

J real idad extema continúa existiendo. Y es como que dis­tinguirá rea l idad psíquica y rea l idad mater ia l .

Les leeré una ci ta de Freud que es m u y bella y m u y I clara. Se encuentra en uno de los textos que les aconsejo ; leer este año: "Formulaciones sobre los dos principios del I funcionamiento menta l " . No es éste u n texto ordenado

sino compuesto de varios parágrafos numerados. Es apasionante leerlo y he aquí lo que expresa en su última

I parte:

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Nunca se derjen llevar a introducir el patrón de la realidad en las í formaciones psíquicas reprimidas. Así se arriesgaría a subestimar I el valor de las fantasías en la formación de los síntomas, al invocar, | justamente, que no son realidades, o a hacer derivar de otro origen :¡ un sentimiento de culpabilidad neurótica; porque no se puede pro- I bar la existencia de un crimen realmente cometido. En otras pala- I bras, no usen el patrón de la reahdad para medir las fantasías } psíquicas.

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Freud queda allí capturado en la a l te rnat iva de que hay una real idad externa al sujeto, porque él dice que hay real idad psíquica pero que también hay rea l idad . mater ia l . La segunda señal de esta impasse es que, a pesar de todo, cuando se pregunta de dónde extraen los neuróticos l a rea l idad psíquica, da dos respuestas: una - y a no se habla de eso pero es una respuesta de F r e u d -que dice que las fantasías const i tuyen l a real idad psí-quica, en general las tres fantasías principales: la de la escena p r i m o r d i a l , l a de l a seducción por u n adulto y la de castración, o sea la visión del sexo femenino de la madre, y dirá que estas tres fantasías son extraídas de las fantasías filogenéticas óseas que no se sabe de dónde vienen, que provienen del in ic io de l a h i s t o r i a de l a : h u m a n i d a d , que los seres humanos t r a n s m i t e n , y no se sabe cómo luego, prisioneros de esa impasse, en deter- | minados momentos, a l querer procurar u n a razón, hasta ^ se l legará a pensar que ciertas afecciones psíquicas re­sul tan de problemas orgánicos. Y, como ustedes saben, ! Freud, a veces, dice que en el f u t u r o existirán hormonas s que nos permitirán dar cuenta de afecciones que hoy no i sabríamos considerar mejor. |

Pero surge u n a pregunta : ¿de qué natura leza está hecha esa r e a l i d a d psíquica? ¿Con qué m a t e r i a es tá '. tramada? Pues bien: está hecha de sexo. E l m a t e r i a l de j la real idad psíquica es sexual; se t r a t a del deseo. Del deseo, pero no sólo de él sino de la insatisfacción. L a ' real idad psíquica es como u n tejido t ramado y envuelto ,

por deseo insatisfecho. No sólo t ramado y envuelto por el deseo - y esto es lo más difícil de pensar y aceptar- sino que es, también, u n a rea l idad que es capaz de producir efectos.

Es difícil aceptar que haya una fantas ía de escena p r i m a r i a , y esta afirmación ya plantea u n problema en tanto Freud, como nosotros, va a sostener que no sólo existe u n a fantasía de escena p r i m a r i a sino que ella es razón de u n sufr imiento actual . Quiero decir que, para Freud, l a real idad psíquica era también u n a real idad que provocaba efectos a pesar de no ser tangible, o sea no m a t e r i a l . E n lo que concierne al mismo Freud, habría muchas más cosas que decir, que dejo para la discusión, por ejemplo, la cuestión del pr incipio del placer-princi­pio de rea l idad o la concepción que él plantea al final de su obra, en tanto la real idad externa es la proyección del aparato psíquico, etcétera.

Dejando a Freud, vayamos a l a cuestión de cómo se piensa hoy la real idad. H a y u n l ibro publicado reciente­mente, Diez años de psicoanálisis en USA - q u e es una antología de los mejores artículos publicados en el Dia­rio de la Sociedad Psicoanalít ica Norteamer icana- , en el cual hay u n artículo de Roberto Var lenste in , ex presi­dente de esa sociedad, que se l l a m a " E l estudio psicoa­nalítico de la real idad" . Pensé que iba a encontrar allí lo que los norteamericanos decían sobre la real idad en 1980. Es p r o f u n d a m e n t e decepcionante en t a n t o p e r m i t e ironizar o crit icarlos de alguna manera astuta. Para ese autor, l a real idad es psicosocial, externa y const i tuida por el conjunto de fenómenos sociales actuales. Su pre­ocupación es que el psicoanálisis esté de acuerdo con las modificaciones actuales de la sociedad, esto es, el femi­nismo, la importancia de la j u v e n t u d , etcétera. Me h u ­biera gustado haber leído u n texto m á s consistente. Parecería que hay uno - q u e él mismo cri t ica consideran­do que su autor va m u y lejos en relación con el concepto

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de rea l idad como rea l idad i n t e r n a - , de Lovald , t i t u l a d o " E l yo y la real idad" , de 1951, pero no lo pude encontrar.

Después, variando el eje, decidí constatar qué dicen los físicos actuales sobre l a rea l idad. Se realizó u n colo­quio sobre el tema "Las implicancias conceptuales de la física cuántica", publicado en la Revista de Física. E x t r a ­je varias cuestiones, pero lo que me interesa hoy es, pr imero, que para ellos l a real idad no es lo tangible . Segundo que, para que haya rea l idad - y es allí donde está el talón de Aqui les , porque l a r e a l i d a d no es lo tangible n i tampoco lo operatorio, o sea los medios pues­tos en acción para t r a n s f o r m a r l a - es preciso que exista, a pesar de todo, u n acuerdo intersubjet ivo. Textualmen­te: "Las dif icultades conciernen a l acuerdo intersubje t i ­vo". Uno de los part icipantes t e r m i n a diciendo - y me complace haber encontrado esta c i ta porque ello me impulsa a decir que no hay u n patrón de concepción de la rea l idad a la cual sería preciso adherirse, que debiera seguirse y de ello surge que tenemos, a l i g u a l que los fi'sicos, el mismo problema, o sea que necesitamos defi­n i r u n concepto apropiado de rea l idad:

La física no parece estar, en absoluto, en vías de proveer una descripción de lo real, ni siquiera en el cuadro de un realismo remoto -en tanto para los físicos la realidad es siempre algo remoto- y queda suspendido hasta tanto no sea capaz de hacerlo. Tal vez fuese nece­sario concluir que lo real es no físico.

¡Son los físicos quienes dicen que sería preciso con­c luir que lo real es no físico! E n cuanto a nosotros, con nuestra intuición l lena de preconceptos, siempre pensa­mos que la real idad es lo físico más puro . Y los físicos vienen a decirnos que t a l vez esa rea l idad no sea física. Agregaríamos, entonces, que quizá lo rea l sea no físico o, t a l vez, que esté velado. E n cualquiera de los dos casos es u n a l iv io . Convoca a la vo luntad de traba jar por cuen­ta propia, in tentando tantear por nosotros mismos, sa­

biendo que hasta los físicos t ienen dificultades en des­cubrir de qué se t r a t a .

La realidad a partir de Jacques Lacan

¿Cuál es entonces nuestro modo de i n t e n t a r ese t r a ­bajo y cómo avanzamos? Proponemos dos acepciones de real idad, a p a r t i r de la teoría de Jacques Lacan: una, que sería u n a "real idad efectiva", en el sentido de efectuante, y otra, u n a "real idad superficie", superficial . Esta dis­tinción aparece en los años '60. E n aquel t iempo, Jean Laplanche presentó en las Jornadas Provinciales de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis una ponencia sobre la real idad que provocó una discusión cuyo test imonio traté de procurarme, en el cual Pierre Kof fman intervino para decir que se ha de conservar una distinción muy nítida entre una concepción de real idad efectiva y otra como real idad psíquica. E l orden de efectividad sería, por lo tanto, la pr imera acepción del término realidad, o sea la real idad como el conjunto de los efectos producidos. E n otras palabras, la real idad es lo que acontece, lo que acon­tece efectivamente. Mejor, la real idad es el lugar donde eso cambia, donde eso se transforma, se modifica.

Destaco aquí que es en relación con esa real idad que se planteará la diferencia con respecto a lo Real como aquello que no cambia. Pero efectividad no quiere decir m a t e r i a l i d a d . E l psicoanálisis nos demuestra que los efectos más decisivos en la h is tor ia de u n sujeto pueden ser producidos por causas no materiales n i tangibles n i aparentemente externas.

Para nosotros hay dos órdenes de determinaciones fundamentales de la real idad: lo simbólico y lo imagina­rio. Dir ía que, hasta nueva orden, ésos son los dos tipos de causas que producen efectos: palabras e imágenes. Esto quiere decir que, finalmente, el psicoanálisis pien-

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sa que lo que produce u n efecto o es u n significante o es i una imagen. U n a imagen que, por más v i r t u a l y por más : pasiva que sea, es capaz de t rans formar u n cuerpo, es : capaz de m a t a r o de hacer nacer otro cuerpo. Quiero decir ; que la reproducción sexual y , por lo tanto, el nacimiento i de u n ser, comienza con u n a imagen. Se es tá en lo ima- | ginario y se t e r m i n a teniendo u n hi jo . Y todo esto está ! unido, siempre va j u n t o . ¡

Estas dos determinaciones, simbólico e imaginar io , ; constituirán una especie de montaje que define la real i - i dad. L a real idad efectiva es, finalmente, como u n montaje de la dimensión imaginar ia y de la dimensión simbólica. * Pero luego decimos: para que haya real idad es necesario ¡ algo más que significantes e imágenes. Para que haya í reahdad es preciso que los significantes hayan hecho daño, | hayan realmente realizado daños en el sujeto. Volvere- : mos a la cuestión de la real idad como superficie. i

No nos demoraremos en la dimensión i m a g i n a r i a y l en la dimensión simbólica. S implemente marcaremos | lo que parece ser la articulación clave para la deter- í minación i m a g i n a r i a y l a articulación clave para l a de- | terminación simbólica. \

i i

E l esquema R.: el ternario imaginario j

Esta rea l idad como u n montaje de lo simbólico y lo | imaginar io fue presentada por Jacques Lacan bajo la i forma del esquema R que encontramos en los Escritos. ] E l esquema R - l a R no se refiere a Real pero sí a rea l i - ^ d a d - está destinado, en m i opinión, a comprender no lo | que es la real idad en la neurosis sino lo que es la real idad j en la psicosis. E n otros términos, se t r a t a de establecer i el esquema R para luego observar cómo var ía en el caso | de la psicosis. Lo que haremos hoy es sólo el esquema R í en su estado neurótico o n o r m a l . ¡

Debemos decir que, para Lacan, este esquema R re­presenta las condiciones del perceptum. Este era su len­guaje en aquella época. Diríamos que el esquema R es el conjunto de las condiciones del objeto a. Y esto cons­t i tuye la relación clave en l a dimensión imaginar ia .

Deseo hacer dos observaciones: pr imero , que para lo que decimos con respecto a la dimensión i m a g i n a r i a en Lacan hay dos referencias en Freud, ambas concernien­tes a l yo. U n a que piensa a l yo definido por F r e u d como cuerpo propio . A l respecto recordamos que el cuerpo propio es u n a expresión del vocabulario re lat ivo a las psicosis. Tausk, en su artículo sobre la máquina de i n ­fluir, dice que aquello que es proyectado por el sujeto psicótico es el cuerpo propio. Lacan, por lo tanto , se apoya en la referencia a l yo como cuerpo propio y , además, en la referencia al yo como lugar de las identificaciones, dejando de lado la tercera referencia de Freud, l a tercera concepción f reudiana del yo, como sistema percepción-conciencia. Lacan deja de lado esa tercera referencia y se apoya en la p r i m e r a para establecer l a dimensión imaginar ia .

E n relación con lo imaginar io sólo destacaremos que el personaje pr inc ipa l del enredo en la escena imagina­ria no es la imagen n i tampoco el yo. E n la dimensión imaginar ia el personaje p r i n c i p a l es la l ib ido. Toda vez que se escucha hablar de lo imaginar io se debe pensar en la l ib ido y no en la imagen. L a imagen debe concebirse t a n sólo como u n medio para que l a l ibido circule. Y lo decimos para destacar mejor que en lo imaginar io no se t r a t a de espejo. Considero que la incorporación del espe­jo en la teoría de Lacan fue más per judic ia l que útil, pues a p a r t i r de allí se creyó que toda l a cuestión sucedía en el espejo. E n lo imaginar io , las imágenes se ref le jan y se refractan en el cuerpo, o sea lo más opaco que tenemos frente a nosotros. N i espejo n i ojos son necesarios: u n ciego vive absolutamente la dimensión imaginar ia sin

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necesidad de ellos. Basta sentirse visto y él lo siente. Esto lo sabemos cuando nos aproximamos a él para a3aidarlo a cruzar l a calle; lo extraordinar io es que sien­te perfectamente nuestra presencia, no sólo el ru ido sino también que estamos ahí, y eso no le agrada. Lo imagi ­nar io se juega, fundamenta lmente , en l a dimensión de las imágenes que no son las vistas o las reflejadas. Y la relación entre uno y otra , entre el yo y l a imagen, se sustenta en la l ib ido.

Lacan establece l a relación entre esos tres términos - e l yo, la imagen y l a l i b i d o - a p a r t i r del estado, del espejo, y en verdad que es en ese texto donde mejor se ve cómo surge la l ib ido : como el producto de la discordan­cia radical que hay entre el cuerpo fragmentado del niño y la imagen unif icadora. Es por la distancia que existe entre u n cuerpo disperso y u n a imagen global que apa­rece la l ib ido. E l mejor ejemplo para entender este pro­blema es la cuestión de l a energía. E n ese texto Lacan define l a l ibido como energía. Tomaremos u n ejemplo m u y simple de la física: para que haya energía potencial es necesario que se pueda t rans formar en electricidad una distancia, una diferencia, u n a discordancia entre dos planos: el plano donde está el agua y el plano donde está el suelo. E l agua caerá de modo regulado y así se produce en la física básica lo que se l l ama "energía po­tencial" .

Se t r a t a aquí de la m i s m a cuestión: la diferencia se produce entre dos planos: el yo como cuerpo fragmenta­do y la imagen como elemento unif icador. L a caída de la l ib ido surge como energía en tanto se establezca esa discordancia, esa distancia, esa separación.

E n el caso del estadio del espejo, la hbido toma la forma que todos conocemos: el júbilo del niño ante el espejo. E n cuanto existe esta separación entre la imagen y el cuer­po propio, la l ib ido tiene u n impulso constante como aquella energía potencial de la física. Volveremos a este

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tema a raíz de u n teorema de l a física - e l teorema de Stocks- al cual se refiere Lacan para explicar cómo fun­ciona el carácter constante de la pulsión. Esto nos inte­resa para t r a t a r las formaciones de objeto ct, en par t i cu­lar la formación psicosomática, pues allí nos encontra­remos con l a cuestión del impulso no constante de la l ibido.

Tenemos, entonces, u n ternar io imaginar io , la pr ime­ra determinación i m a g i n a r i a que se juega entre tres términos: el yo, la imagen y l a l ib ido. Pero esa l ibido es también u n órgano, a l que l lamaremos "órgano fálico", que no es el pene sino la l ib ido como órgano fálico. Esto lo encontramos en el cuadro siguiente, donde ' m ' es el yo (moi), ' i ' l a imagen unif icadora y (p la l ib ido.

Es necesario precisar que cuando se habla de l ibido fálica, se t r a t a del estadio del espejo: o, en otros térmi­nos, el decir que el júbilo del niño es sexual, no deja de ser una interpretación retroact iva de ese fenómeno. Se t r a t a de la incidencia retroact iva del falo.

Debemos recordar que l a cuestión del s ignif icante

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fálico se ha de entender como teniendo una incidencia > retroact iva sobre todas las manifestaciones l ibidinales del sujeto, a p a r t i r de los primeros momentos de su vida. J Así, ese júbilo, para el psicoanálisis, no es otra cosa que u n a manifestación l i b i d i n a l fálica. De allí que designe- ' mos a l a l ibido con l a l e t ra (p minúscula. Tenemos, por lo tanto, tres términos: 'm' , el yo, cuerpo fragmentado del ' niño; ' i ' como imagen unif icadora del estadio del espejo, l y 9 como la l ibido surgida de la discordancia entre el yo y la imagen.

E l esquema R: el ternario simbólico

Con respecto al ternar io simbólico, no basta a f i r m a r ' que la real idad está const i tuida por significantes orga­nizados en redes y que el pensamiento es una armadura significante. Podemos decirlo y pensarlo, pero esta red i significante que define la rea l idad -estamos todavía en el n i v e l de la rea l idad efect iva- comporta también tres personajes entre los cuales uno es el pr inc ipa l . E n t r e los tres personajes del t e rnar io simbólico, la madre se defi­ne ella m i s m a por tres posiciones: como el p r i m e r Otro, j o sea como el p r i m e r elemento que permite al niño, por : su sola presencia o ausencia, in tegrar qué es lo simbó- | lico. Basta con que una madre esté o no esté para que, j desde ya, ella sea el p r i m e r objeto p r i m o r d i a l simbólico.

E n segunda instancia, la madre es también el p r i m e r | pequeño otro, o sea el p r i m e r semejante. Es por ello que, i en el esquema la le t ra 'a' está debajo de la l e t ra ' M ' . Pero, | por sobre todo, se t r a t a r á de u n a madre deseante. Para i el psicoanálisis, para nosotros, la madre es, en p r i m e r j lugar , una madre que desea, es decir que no m i r a hacia :i el niño. U n a madre que desea es la que tiene al niño en : sus brazos y m i r a para otro lado. ¿Mira qué, a qué lugar? No forzosamente a su compañero sino hacia el s igni f i - •

cante de su deseo. Y que m i r e hacia otro lugar significa que su deseo está marcado por el falo. M i r a r hacia otro lugar no significa que mire algo precisamente sino que lo que i m p o r t a es que su m i r a r , su deseo, se dir igen hacia otro lugar , y que este deseo es significado por el falo.

Entonces, con respecto a la madre hay tres posiciones, y es por ello que colocamos una recta desde M hacia la letra P a lo cual podemos agregar O.

La madre, entonces, es el pr imer objeto simbólico, el pr imer objeto como semejante y p r i m e r otro deseante, lo cual significa que es u n Otro que m i r a hacia el s igni f i ­cante fálico. A p a r t i r de la madre como Otro , el trazo va a ser marcado. H a y dos modos de concebirlo: uno es que la madre en tanto Otro l leva, dentro de sí, el trazo que permitirá a l sujeto identif icarse de forma simbólica, y no imaginar ia , o sea que se t r a t a de una identificación con el ideal del yo. E l Otro , diríamos, está marcado por u n trazo con el cual me identif ico. E l segundo modo de decirlo es que el ideal del yo es el trazo que se mantiene regular a pesar de la repetición incesante de lo diferente en la vida de u n sujeto.

Siempre recurr imos al ejemplo dado por Freud, quien dice que, finalmente, en todos los objetos de amor, idos o perdidos en la v ida de u n ser, se encuentra algo en común que se desplaza, y que es siempre lo mismo; hay u n trazo común y propio en todos los objetos. Es ese trazo con el que el sujeto t e r m i n a por identif icarse, y también existe algo que procede del yo (moi) que viene, a su vez, a regular sus identificaciones imaginar ias .

Por lo tanto , tenemos el ternar io simbólico constituido por M en sus tres posiciones referidas, con el trazo de referencia de una identificación simbólica para el sujeto que es L y tendremos también 'P', significante del N o m ­bre del Padre, tercer personaje, el más impor tante . Con respecto a este elemento observaremos que su función es mantener vivo el deseo de l a madre o, si quieren, separar

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a l a madre del hi jo o dar la posibi l idad de que el deseo de la madre sea significado, en tanto es él que lo va a nombrar . Por lo tanto , el Nombre del Padre, ese s igni­ficante, está fiiera de lo simbólico pero asegura su con­sistencia. E s t á fiiera del conjunto de l a r e d significante y a la vez la t o m a consistente. Es el significante excluido que torna consistente al conjunto. Lo l lamaríamos la ex-sistencia: u n significante ex-siste para hacer que los otros consistan. Destacamos que este significante es t a n ex­t e m o como la l ib ido . Decíamos que l a l ibido es el perso­naje pr inc ipa l del t e m a r i o imaginar io . A h o r a agrega­mos que el N o m b r e del Padre es el personaje pr inc ipa l del ternar io simbólico. Estos dos protagonistas son los que sustentan, d a n consistencia, a los dos ternarios y, a l mismo t iempo, son dos elementos excluidos.

E n el esquema R pueden ser unidos por detrás. ¿Por qué subrayamos lo anterior? Explicamos antes

que l a l ib ido no sólo es fimdamental en el t e r n a r i o i m a ­g inar io sino que también e s t á excluida de él en t a n t o no aparece en el espejo. Sustenta la relación del yo con l a imagen, pero no aparece en l a imagen. L a l ib ido no t iene imagen, no es especularizable. Y éste es el p u n t o a l cual quería a r r i b a r : l a r e a l i d a d es el monta je de dos dimensiones, de dos determinaciones: l a i m a g i n a r i a y la simbólica. Esa firanja de la rea l idad , en el esquema, es u n montaje de imágenes y signif icantes a l cual po­dríamos dar u n a c i r c u l a r i d a d par t i cu lar , u n m o v i m i e n ­to que part ir ía de la imagen, i , que podríamos suponer como l a p r i m e r a en el espacio del espejo en tanto ima­gen completa, has ta l legar a l a constatación por parte del sujeto de l a m a d r e como deseante. Luego, otro m o v i m i e n t o : e l idea l del yo v in iendo a regular las iden­tificaciones imaginar ias del yo (moi). E n otras palabras, podemos ident i f icarnos con el otro semejante s in que haya u n referente externo, u n Otro simbólico que regu­le esas identif icaciones.

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Tenemos, por lo tanto , el cuerpo del niño, el yo, cuer­po fragmentado d i r ig ido a la imagen unificadora, imá­genes que se sucederán hasta llegar al Otro como Otro deseante, aquel con el trazo que le permite establecer identificaciones simbólicas sobre el término del ideal del yo, y finalmente ese ideal del yo que regula las relaciones del yo con la imagen. E n otras palabras, la f ran ja de l a r e a l i d a d es l a sucesión de identificaciones imaginar ias que v a n constantemente del yo a la ima­gen. E l yo ve l a imagen, l a imagen t r a n s f o r m a al yo, ese yo t ransformado da otra imagen y así sucesivamente hasta l legar a comprobar que la madre es u n Otro que desea.

Ahora que establecimos l a naturaleza de esa franja de la real idad, agregaríamos que ella no es consistente sino en la medida en que hay u n a exclusión de la l ib ido y del

Nombre del Padre. Y allí se encuentra lo que l lamába­mos "real idad superficie".

Éste es el punto adonde necesitábamos l legar: la rea­l i d a d está hecha de significantes que se repi ten , de iden­tificaciones simbólicas y de significantes que determi­n a n el lugar que tenemos. Pensemos en el ejemplo del

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m i n i s t r o de " L a carta robada": basta que él posea la carta en determinado momento para que ocupe el lugar que ella determina. Concretamente, cuando el min i s t ro t ie ­ne la carta en sus manos procede como una mujer , toma u n a posición femenina. Es u n ejemplo simple para mos­t r a r que u n significante de termina nuestro lugar .

La realidad: insatisfacción y ombligo

Pero l a r e a l i d a d es algo más que eso; también es imágenes reflejadas en el Otro que hasta pueden degra­darnos - p o r ejemplo, l a degradación del amor como lo muestra Freud, en la degradación de la vida amorosa, de la v ida i m a g i n a r i a - . Todo ello no basta para def inir l a real idad para el psicoanálisis. Es preciso que el complejo de imágenes y significantes se t rame alrededor de u n punto decisivo: el de la insatisfacción que el sujeto reen­cuentra cada vez que repite . Cada vez que repite, hay insatisfacción y ésta es necesaria para que haya rea l i ­dad. Diríamos que l a propia insatisfacción es u n frag­mento de l a rea l idad.

Nos detenemos en este p u n t o para poder v i sua l izar el recorrido que hemos hecho: comenzamos pensando l a rea l idad como el objeto que procura satisfacción; con­t inuamos diciendo que l a r e a l i d a d está const i tuida por los medios para obtener esa satisfacción y ahora t e r m i ­namos por a f i r m a r que l a r e a l i d a d es l a insatisfacción m i s m a . Es por eso que decía en el in ic io que la r e a l i d a d es u n a cuestión de borde, de l ímite, de punto t e r m i n a l . Es preciso que el sistema, el monta je de l a rea l idad, encuentre u n l ímite bajo l a f o r m a del objeto que se le escapa. L a r e a l i d a d se mant iene no sólo por l a presen­cia del N o m b r e del Padre, no sólo porque l a l ib ido esté excluida, también se sostiene porque hay una pérdida. Es preciso perder para que haya rea l idad . N o hay rea-

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;̂ l idad si no existe pérdida, s i no hay residuo, si no hay ; resto. Toda rea l idad comporta una cicatriz , y diríamos

que no se puede hablar de ella si no se hace referencia , a la cicatriz de u n a pérdida. Es por eso que decía que,

en el pr inc ip io , en el l ímite de la reahdad, és ta t iene forma de nudo, no como agujero sino de algo que sería

i la combinación de ambos, y a esta mezcla de nudo y agujero, en anatomía se le da u n nombre : ombligo. Para

I hablar de rea l idad se necesitan ombligos; no hay rea­l i d a d s in ellos. Y es por eso que anticipo esta fórmula:

ij la rea l idad se define por el ombligo de lo Real, agregan-j do u n término no mencionado hasta ahora. Ese ombligo

viene, en determinados casos, a c lausurar y poner lími­tes a la rea l idad ; es, en cierto modo, local y casi refe-rencial .

Pensemos ahora en los casos de los fenómenos psico-j somáticos; por ejemplo, cuando el ombligo se apodera I de toda l a rea l idad. Es como si la c lausura de l a r e a l i -

i dad y l a pérdida no se ref i r iesen a algo local, re la t ivo 1 a u n ori f ic io propio y n a t u r a l del cuerpo, sino que toda I la r e a l i d a d fuese u m b i l i c a l , como si u n ombl igo l a

englobara. Freud, en el capítulo VTI de La interpretación de los

i sueños, habla de algo s imi lar , de la m i s m a imagen: la de . u n t ipo de hongo que llega a englobar la base que lo I sustenta. E l ombligo al que nos referimos es del mismo i t ipo , y conf igura una " rea l idad superf ic ie" , r e a l i d a d j umbi l i ca l , o sea marcada por la pérdida de u n objeto. i

i =íí * *

4 Su pregunta toca, exactamente, una de las cuestiones I que intento t r a t a r : ¿cuál es la diferencia entre u n sínto-I ma y lo que l lamo "ombligo de lo Real"? Esta expresión i es una paráfrasis de la de Freud -ombl igo del sueño- . ; E l síntoma resulta , necesaria y lógicamente, del hecho i de que u n elemento significante remite a otro. U n sín-

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toma es siempre, desde ese punto de vista, la producción ^ de u n nuevo signif icante. Siempre, a pesar del hecho de i repetirse, es una metáfora, algo nuevo. E n el caso del j objeto es necesario pensarlo como perdido. Pero también | como l a p u n t a de insatisfacción de l a cual hablé hace u n i momento.

* * * )

¿Se t r a t a r á de que la insatisfacción aparece cuando ] los significantes se r e m i t e n unos a otros? Siempre lo [ pensé así, ya que la fórmula lacaniana clásica dice que ] el objeto cae cuando hay u n a relación de significantes; | por lo tanto, no hay relación entre significantes si no 1 existe pérdida o caída del objeto. S in embargo, quizás i ahora har ía u n planteo diferente : en ciertas afecciones j no se debería pensar en caída de objeto en tanto los sig- \ nificantes se ar t i cu lan , o sea que el objeto, en ciertas j afecciones aparece sólo en el momento en el que el sig- j nificante excluido, el s ignif icante del Nombre del Padre, i no se produce.

Por lo tanto , encuentro que existe u n a sutura diferen- = te. E n otras palabras, el ser hablante tiene dos medios ! para defenderse de lo Real: uno es el significante y otro i el objeto; uno es el síntoma y otro l a fantasía . L a cuestión es que el síntoma no separa, no corta de la misma forma que el objeto. L a pérdida del objeto impl ica una separa­ción. E l síntoma impl ica u n corte. E l síntoma es el corte. L a pérdida del objeto es l a separación que resulta de ese corte. Esto nos l leva a decir que en el síntoma hay siem­pre algo relat ivo a la pérdida de objeto. No se puede hacer ' una distinción nítida. Hasta para Freud, detrás del sín­toma siempre había u n a fantas ía . S in embargo, debería­mos hacer u n a distinción de t ipo lógico.

Respondiendo a o tra p r e g u n t a , hay tres variantes de la relación significante-objeto. Dos p a r t e n de l a p r e m i -

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sa de que el sistema de sucesión s ignif icante es consis­tente, o sea que el N o m b r e del Padre está ahí o, en otras palabras, que el s istema de los signif icantes es consis­tente en t a n t o hay u n s ignif icante fuera . E n este caso pueden tener dos var iantes en relación con el objeto: o el objeto cae cuando el s ignif icante es r e m i t i d o a otro, o el propio objeto es l a caída del s ignif icante . L a tercera var iante part ir ía del hecho de que no hay consistencia del sistema s ignif icante , y es aquí donde colocamos las formaciones del objeto a. E l objeto no sólo cae sino que domina en correlación con el hecho de que el sistema signif icante no es ya consistente, o sea que no se r e m i ­ten unos a los otros, no hay más significación n i equí­voco, en tanto que, por naturaleza , el s ignif icante es siempre equívoco.

E n el tercer caso, cuando fa l ta el Nombre del Padre, o sea en el caso de l a forclusión, los significantes no se remiten ya unos a otros, no existe más equívoco s igni f i ­cante: hay u n objeto y luego u n a l lamada significante que no obtiene respuesta del mismo tipo significante sino una respuesta objeto.

Para retomar el caso de la alucinación - q u e ya hemos tratado en otro t i e m p o - diremos que ésta es la respuesta objeto a u n a l lamada significante. Es porque el Nombre del Padre - q u e daba consistencia al conjunto signif ican­t e - está excluido, forcluido. Por ejemplo, en la transfe­rencia de Schreber con Fleschig, aquél no respondía por medio de sueños, síntomas, en fin, significantes, sino por medio de delirios y alucinaciones. E n el lugar del s igni­ficante está el del ir io y ya no hay remisión de u n s igni­ficante a otro sino de u n significante a u n del ir io o a una úlcera o a u n a psoriasis.

Por ejemplo, para que aparezca una psoriasis es ne­cesaria u n a apelación significante que haga responder al sujeto a través de u n a afección dérmica. Esa apelación significante no es necesariamente una apelación de u n

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otro, de u n tercero. Puede ser u n sueño. E n el caso de Schreber, él piensa, a l despertar, qué hermoso sería ser una m u j e r durante el coito. U n a apelación puede, per­fectamente, ser tanto u n a palabra que se le ocurre a l sujeto, como u n sueño o u n acto fa l l ido . j

L a cuestión no está sólo en la apelación que es siempre significante, sino en l a respuesta que puede ya no r e m i -t i r a nada sino quedar congelada, helada. Esta palabra, "helada", pertenece al vocabulario de Winnico t t . E l de­seo está helado, congelado, cristal izado, y es allí donde • la respuesta es otra, no significante. Lo que l lamo "for­maciones de objeto a" son producciones psíquicas donde no hay referencia signif icante. Í

i * íK *

[ . . . ] Lo que se dice me hace pensar en la cuestión del horizonte. E n el caso de la rea l idad entendida como la rea l idad neurótica, hay siempre u n horizonte con u n punto de fuga: u n a figura del N o m b r e del Padre. E n el caso de las formaciones de objeto a s iempre hay u n ; horizonte pero no hay punto de fuga, no hay más destino i tomado en ese sentido. 3

A l hablar de horizonte se impone u n a aclaración: para | Lacan el esquema R es u n plano proyect ivo, o sea que ] no es u n s imple cuadrado sino la representación d i b u - í j a d a de u n plano proyectivo topológico, esto es u n plano | t a l que a cada p u n t o del borde corresponde u n punto i antípoda. Esos puntos antípodas son los puntos i n f i n i - ; tos que se agregan a u n a recta. ¿Por qué esta observa­ción topológica? Para decir que l a rea l idad t a l como es . def in ida por el esquema R puede verse de u n modo d i - ' ferente del de u n monta je de lo simbólico y lo imagina- : r i o . Puede ser v i s ta como una r e a l i d a d que no tiene ' dentro n i fuera . ,

Para concluir, diría que la real idad, t a l como la hemos :

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trabajado hoy, comporta tres característ icas: es local, l i m i t a d a por u n ombligo y no t iene dentro n i fuera. Su carácter local no impide que pueda tornarse global e i n v a d i r toda la reahdad del sujeto. Es por ello que hablé de l a imagen ombligo-hongo. Para retomar el ejemplo dado de la psoriasis, ésta se torna toda la real idad del sujeto que está , allí, en la psoriasis, vinculado a ese fenómeno que aparece en su pie l .

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^MISLIOTECA DE PSÍCOLOGÍ/

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I I

Dividiremos nuestro trabajo en tres partes: pr imero intentaremos d is t inguir Real y real idad, volviendo al esquema R. Luego, retornaremos a los mecanismos de las formaciones del objeto a y, por último, haremos a l ­gunas observaciones prel iminares sobre el tema que me ocupa, que es el de las afecciones psicosomáticas.

Se t r a t a de saber dónde trabajamos, en qué lugar ocu­rren ciertos hechos de la experiencia analítica y hasta algunos que no están necesariamente en esa experiencia pero sí vinculados a ella. E n otras palabras, en qué lugar ocurre la cefalea, la jaqueca de u n paciente repetida durante el transcurso de los años. E n qué lugar ocurre un suicidio, cuando u n paciente, por ejemplo, padecien­do u n impulso del irante se arroja por una ventana, y qué posición debemos adoptar ante tales acontecimientos.

i La posición del analista y los preconceptos. - La frontera 'i

\ esa posición a adoptar como analistas depende de 1 muchas cosas y, en m i opinión, entre las más impor tan -I tes, de dos en especial; del lugar que el paciente deter-

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Lo comprenderíamos de este modo: el psicoanálisis es la real idad en tanto límite, esa zona fronter iza entre el sujeto y lo Real. •

Hace u n momento hablábamos de preconceptos; Freud i no escapó de uno de ellos - a l cual hicimos mención la j última v e z - y quedó preso de él a lo largo de toda su obra, i Ese preconcepto fue pensar que hay u n exterior y u n inter ior , u n adentro y u n afuera; y responde perfecta- | mente a l modelo de cámara negra, cuando se supone que | u n indiv iduo es u n a cámara negra agujereada por u n I orificio que corresponde a los ojos. E l in te r i o r es t o t a l - s mente opuesto y diferente del exterior. Habría, enton- • ees, entre lo in terno y lo externo una superficie que sería ,| l a pie l . E l postulado que sustenta este modelo de cámara * negra, esa idea de que hay u n adentro y u n afuera, es el \ siguiente: sólo se puede conocer lo que está fuera de | nosotros a través de representaciones, y ellas no existen | fuera sino que sólo pueden estar en nuestra cabeza. Como I sólo se puede conocer el afuera a través de representa- I clones, éstas sólo pueden ser internas , pues su n a t u r a - } leza y su consistencia son diferentes de las de ese afuera | que representan. Este postulado tiene u n a base pro fun- 5 damente ideal ista, detrás del cual está Berkeley, quien, | con toda fuerza, sustenta que existe u n adentro y u n | afuera. ^

Superación de la polaridad "dentro-fuera"

E n el psicoanálisis, sostenemos lo contrario . No pen­samos que, en determinados momentos de una cura, entre nosotros y e l paciente exista u n adentro y u n afue- | r a sino que ha de aceptarse la idea de que, en determi - | nados momentos del t ra tamiento , y no siempre, la reía- I ción entre el anal is ta y el analizante no está separada | por la p ie l n i por l a distancia del espacio i n t u i t i v o , que |

puede considerarse que se produce entre los objetos. Allí no hay dentro-fuera.

Decía, empero, que Freud quedó cautivo de ese pre­concepto. E l suponía dos mundos, reales y desconocidos. Antes de olvidarlo , debemos tener en cuenta que para Freud " r e a l " y " rea l idad" son u n a sola cosa en tanto cuestión de palabras, de vocabulario. No encontré n i n ­gún texto donde haga diferencia entre ambos términos. Pero para Lacan esa diferencia es decisiva. Volvamos, entonces, a l modo como Freud habla de lo real . Para él hay dos reales, y los dos son desconocidos. Uno es exter­no y el otro, psíquico, interno. Apoyándose en K a n t , se regocijaba a l concluir que de los dos reales sólo el interno tenía posibilidades de ser cognoscible. L a cita exacta se puede encontrar en "Lo inconsciente".

H a y una doble observación realizada por Freud mis ­mo al final de su vida, que modificará el preconcepto del adentro y el afuera. L a pr imera es que el aparato psíqui­co tiene una extensión en el espacio, y dirá, también en la misma época, que el espacio es una proyección del aparato psíquico. Por lo tanto , comienza a e l iminar la distancia.

Segunda observación, par t i cu larmente hecha en el Esquema del psicoanálisis: el real interno es cognoscible, más que el externo, pero no es aprehensible por medio de conceptos, de palabras n i por una imagen. Ese rea l interno es aprehensible por l a experiencia del análisis. E n otras palabras: el real in terno es aprehensible sólo por lo real interno del analista.

Luego de plantearse el dispositivo analítico como mo­do de aprehender el rea l interno , nos encontramos con u n t ipo de ida y vuel ta entre lo real interno del anal izan­te y lo rea l in terno del anal ista -usando los términos freudianos- , lo que hace que la f rontera entre uno y otro sea empujada, cuestionada, alcanzada.

Diríamos, a l respecto, que Lacan conserva perfecta-

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mente esa idea. De hecho, para él, y para el trabajo que estamos haciendo, hay algo semejante. Lo he dicho e insisto en ello: el deseo del anal ista es el deseo del pa­ciente, se j u n t a n en u n solo y único punto. Imagino el deseo del analizante como u n triángulo, y el deseo del anal ista como otro triángulo, ambos tocándose por sus vértices, como una corbata de moño.

Para Lacan, el problema se ubica de u n modo t o t a l ­mente d is t into . Primero, dist ingue Real y real idad; se­gundo, el límite no pasará entre lo interno y lo externo n i entre dos instancias referidas al espacio n i a l tiempo, sino entre dos instancias que no t ienen representación adecuada en el espacio i n t u i t i v o , lo cual quiere decir que es difícil que se tornen tangibles. Si me pidiesen que demostrase dónde están esas dos instancias -o sea el sujeto por u n lado y lo Real por el o t r o - no podría darles la más mínima prueba.

Decíamos, entonces, que en Lacan hay una diferencia entre lo Real y l a real idad, como también que el límite no pasa entre u n adentro y u n afuera sino entre el sujeto y lo Real. Pero ése es u n límite que muerde lo Real y que muerde a l sujeto. Es u n límite que abarca los dos térmi­nos que separa. Y, para dar una explicación más precisa, lo veríamos en el esquema R. Allí l a real idad asimila completamente a l sujeto y muerde sólo u n poco de la playa de lo Real.

¿Cuál es, entonces, la diferencia entre lo Real y la rea­lidad? Entre l^s diversas respuestas posibles elegí ésta: lo Real es lo que no cambia, lo que siempre queda igual .

Podemos morder la p laya de lo Real , pero éste se desplaza y queda intacto. Este Real, para los analistas - ins is to en esta diferencia porque pienso que hay u n Real para l a ciencia, u n Real para el análisis, u n Real para el amo y uno para la U n i v e r s i d a d - , ese Real, para el análisis es el sexo. Y cuando decimos "sexo" no se t r a t a de sexo geni ta l n i de lo que es pregenital , pulsional , sino

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de u n sexo al cual no tenemos acceso, de u n sexo que está más allá de nuestro cuerpo, que no es sabido n i conocido, inaprensible que, además, no somos capaces de tolerar n i de conocer en tanto hablamos. Desde el momento en que hablamos colocamos tantas intermediaciones entre nosotros y ese sexo que no conseguimos ya aprehenderlo. Por lo tanto , sexo, en ese sentido, como algo intangible , significa goce. Este es el término que parece más adap­tado y adecuado.

Si la experiencia del análisis ocurre en el límite; si ese límite es la real idad, y si esta real idad separa lo Real del sujeto, no habrá Real en esa experiencia del análisis. Lo Real en la experiencia del análisis se encuentra afuera. Y lo que acabo de decir es redundante en tanto todo Real siempre se encuentra afuera. Lo Real es, entonces, lo que siempre se encuentra afuera, lo que no cambia, lo que permanece siempre igua l .

Por el contrario, la real idad es mutable , pulsátil, se abre y se cierra. L a real idad es algo - ins ist iendo en el punto de vista psicoanalítico- que se abre con una pa­labra, con u n gesto, con una decisión, con u n acto, y que se c ierra con algo que se pierde. L a real idad cambia y, a diferencia de lo Real, es local. Lo Real no es local; si no fuese abusivo, diría que lo Real es del orden de lo global. Por el contrario, l a real idad es del orden de lo local y luego explicitaremos qué se entiende por "local". Ade­más, la real idad es consistente, o sea que es una t r a m a bien te j ida de significantes e imágenes.

Cuando decimos "bien te j ida" se plantea el problema de las psicosis, de los pacientes psicosomáticos, de los pasajes al acto, de las alucinaciones. No sostendremos la hipótesis de que en las psicosis la real idad se pierde. E n las psicosis o en los pacientes psicosomáticos o, por ejem­plo, en el caso de una alucinación, l a real idad cambia de consistencia. No es que se pierda sino que es otra.

E l trabajo que debemos hacer en los años venideros

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t a l vez sea pensar u n a teoría de las psicosis y colocar, como en u n rompecabezas, las diversas concepciones sobre l a consistencia diferente, nueva, que l a real idad tiene para u n psicótico. Y cuando digo "psicótico" es necesario d i s t i n g u i r esquizofrénico o paranoico de parafrénico, por ejemplo.

Para considerar las cosas de u n modo más part i cu lar , más local, pregúntemenos: ¿qué consistencia tiene la real idad en el momento de u n suicidio? No es que no exista real idad. Ésta está allí, pero es otra. Quiero decir que tiene otra consistencia y que se cierra de otro modo que el de l a real idad, t a l como la venimos describiendo hasta ahora, por ejemplo, con el esquema R.

Para explicarnos mejor: nos hemos detenido antes en el concepto de rea l idad definido, en u n p r i m e r t iempo - y era la pr imera manera de concebirla-, como la super­posición de dos triángulos: el imaginario y el simbólico. Dijimos que la real idad era el armazón de significantes e imágenes, u n armazón que se mantiene, que es consis­tente. Dibujemos en el cuadrángulo el campo sombreado.

E n esta pr imera definición podemos decir que el ar­mazón de las palabras y las imágenes es una t r a m a bien consistente. Pero podríamos hacer v i v i r esa t r a m a d i -

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ciendo que, de hecho, la real idad es una serie de i d e n t i ­ficaciones que se suceden en el transcurso de la v ida de u n sujeto. Serían todos los vaivenes entre el yo y la imagen, y todas las modificaciones que se producirán a p a r t i r de la pr imera imagen completa, del estadio del espejo, hasta aquel lugar de la madre - M - , entendida en tres sentidos, imo de los cuales - e l Otro que desea- parece ser el más importante . Esto significaría que el yo se identificará con una imagen completa, con imágenes parciales, hasta encontrar al Otro como u n Otro que desea. Y podemos decir que la real idad, en la v ida de alguien, es l a sucesión de encuentros identificadores y de encuentros de deseo del Otro .

Pero esto no basta para def inir l a real idad; es preciso algo más. Hemos dicho que son necesarias dos condicio­nes más: pr imero , que de esta real idad algo caiga, que se pierda. O sea que sólo hay real idad después que algo se perdió. Para decir "real idad", es preciso perder algo. Y una segunda condición: se necesita algo absolutamen­te p u n t u a l en el exterior de esa real idad. Es necesario u n punto opaco, excéntrico a esa real idad, algo que sea a la vez p u n t u a l y externo.

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E n una p r i m e r a versión lo figuramos con l a exclusión, l a eliminación de l a l ib ido - recuerden que di j imos que en el triángulo imaginar io compuesto por el yo, l a imagen del espejo y l a l ib ido , el personaje pr inc ipa l no era el yo n i los ojos que m i r a n n i l a imagen en el espejo, pero sí la l ibido que sustenta todo eso-. Ahora , este personaje central , la l ib ido , no aparece por estar excluida.

E l segundo elemento excluido es el significante N o m ­bre del Padre: Lo habíamos situado como el significante S I que ex-siste a l conjunto de los significantes S2. Ex-siste significa que es exterior a l conjunto pero que lo hace depender de él.

¿Qué queremos decir? Que la real idad no es sólo pa­labras e imágenes, aunque éstas nos atraviesen y aqué­l l a comporte, sobre todo, una dimensión pulsional . L a real idad se sitúa exactamente en lo más íntimo de la relación -como decía F r e u d - , entre lo psíquico y lo orgá­nico. Éstos son términos de Freud que no usaré por cuen­ta propia, pero que marcan bien ese carácter íntimo que querría que percibiesen.

Tomemos u n ejemplo típico de la época de Freud: el ataque histérico. ¿Qué es u n ataque histérico? ¿Es fan­tasía? ¿Es realidad? E l desmayo histérico es el ejemplo de algo profundamente fantasmático, es fantasía incons­ciente y, a l mismo t iempo, de hecho, hay u n cuerpo en el piso desmayado. Esto quiere decir que estamos delan­te de una fantasía inconsciente mater ia l i zada en u n cuerpo que está tendido, inerte , en el piso.

L a fantasía no es u n a imagen en la cabeza; es algo m a t e r i a l que se manif iesta por una act iv idad motora, u n a parálisis, por algo en el cuerpo. L a real idad es que no fue sólo el signif icante lo que indujo a desmayarse a la histérica, no son sólo las imágenes que sustentan su identificación. L a real idad, para la histérica, es más que todo ese circo que g i ra en torno de ella, que ella misma insta la . La real idad para l a histérica se sitúa allí donde

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ella cae desmayada. Para hablar de real idad es preciso esto.

Realidad y pulsión

E n otras palabras, la real idad sigue, acompaña, co­rresponde, es equivalente a l corte que significa el movi­miento de la pulsión para separar el objeto. E n el caso de este ataque histérico, el objeto puede tanto ser el m i r a r como l a acción motora del músculo. E n "Las pulsiones y sus destinos", para constatar la pulsión sádica, Freud habla del objeto muscular y sobre todo en relación con el dolor. Quiero decir que la reahdad es imágenes, es significantes, pero también es pulsión, ejercicio de pu l ­sión, es la acción de la trayectoria de la pulsión. Y esta trayectoria de l a pulsión tiene u n movimiento bien des­crito por Freud bajo la forma de la gramática. Él usaba para describir la pulsión la gramática del verbo. Por ejemplo, para l a pulsión escoplea colocaba tres términos que describían u n mov imiento doblemente c i r cu lar : m i r a r , ser mirado , mirarse .

MIRAR

m

m-m m m m m m

SER MIRADO

Hablar de pulsión significa, entre otras cosas, hablar de ese movimiento de dos vueltas que ejemplificamon con esos tres movimientos. Como percibirán, estamos

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saliendo progresivamente de la idea de que la real idad t es el exterior. Estamos diciendo que es "exterior" en tanto • significantes e imágenes y al mismo t iempo l a estamos - [ colocando en lo más íntimo del cuerpo del sujeto. l

Singularidad y ombligo i

Retornamos a la posible relación externo-interno en ; tanto tiene l a forma de u n ombligo, o sea de una línea | y u n punto . Es u n a línea que podríamos suponer que | horada l a superficie pasando por una s ingular idad t a l que u n organismo-hijo se separa de u n organismo-pa- ( renta l . Ésta es la definición dada por Rene T h o m en el ;! texto que t i t u l a "Estab i l idad y morfogénesis". Allí él ' f ormula l a teoría de las catástrofes y se dedica par t i cu - ' larmente a la cuestión del ombligo. E l ombligo es una ! s ingular idad, o sea u n punto opaco, irrepresentable. E n I relación con la s ingular idad, no se puede sino g i rar en j torno a ella. Expresa ese autor que, pasando por una j s ingular idad, o sea girando alrededor de la s ingu lar i -dad, u n organismo-hijo se separa de u n organismo-pa- í r enta l . E l ombligo, entonces, es u n a línea más, u n punto i s ingular , u n punto opaco. Este término "ombligo" se .|* encuentra en La interpretación de los sueños, en una de sus frases más bellas:

Los sueños, por mejor interpretados que sean, conservan, frecuen­temente, u n punto ciego. Se alberga allí u n nudo de pensamientos " que no puede ser deshecho pero que no aportaría nada más al con­tenido del sueño. E s el ombligo del mismo, e l punto en que él se vincula a lo desconocido [...]. E l deseo del sueño surge de un punto más espeso de este tejido, como el hongo de su micelio.

Esta frase merecería u n seminar io , porque F r e u d plantea esa idea, difícil de hacer entrar en los esquemas lógicos, de que el punto de u n sueño difícil de in terpre tar

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no es nada más que u n punto opaco, u n racimo, u n haz, u n nudo de pensamientos. H a y allí muchos de ellos, entrelazados entre sí y - s i entiendo b i e n - es el punto más espeso del tejido. Esto es curioso, a pesar de todo, ya que habitualmente se diría que u n punto irrepresen­table es u n punto opaco y s ingular.

U n a s ingular idad sería u n punto irrepresentable en torno al cual se gira. Para Freud es diferente. Él dice que allí hay muchas cosas dentro, que es muy espeso y que no sabemos desenlazarlo. Ot ra observación interesante a propósito de esta frase: es desde ese punto de donde surge el deseo del sueño; por lo tanto , está ligado a u n punto opaco, el punto umbi l i ca l del sueño.

¿Dónde estará ese punto en el corte que antes dibuja­mos? E l corte se entiende claramente en tanto los dos lazos dibujados, pero no se ve bien dónde está el punto opaco. Ese punto opaco podría apenas representarse, de modo grosero, por el entrecruzamiento de los dos lazos. Pero insistimos en decir que se t r a t a de una pr imera aproximación grosera, porque este doble lazo, desde el punto de v ista topológico, corresponde a u n círculo. Es como u n elástico que diese vuelta para formar dos lazos, mas no por ello sería necesario que las dos ramas de los dos lazos se tocaran. Por lo tanto , no es una buena re ­presentación del punto opaco. Lo retomaremos cuando volvamos a l esquema R.

Algunos part ic ipantes del seminario h a n mostrado interés por el l ibro de Dulaure . Como a mí también me entusiasmó haré dos referencias más a él. U n a es anec­dótica: el texto fue editado en 1805 y habla de forclusión a l hablar de frontera. Dice que foris, forum, es lo exter­no, y que estas dos palabras der ivan de fur, de la lengua tudesca, fors en nuestra ant igua lengua y en los dialec­tos meridionales o fors de la expresión/br interieur - fuero interior , conciencia-, etcétera. Llega a decir que forus, for, significan ley, costumbre munic ipa l , for, four, sede

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m C ; D H P S I C O L O G I A . X B I B L i G T E O A ••

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o extensión de una jurisdicción, de u n ter r i t o r i o donde son atados los cuerpos de los criminales condenados por l a jus t i c ia . F inalmente , toma las palabras forc luir , for­clusión, o excluidos del t e r r i t o r i o , de donde provienen furbau - r enegado - o t a l vez fourbe - p i l l o - que tiene el mismo origen. ¡Es curioso que esto ocurriera en 1805!

Después hay otra cita, no anecdótica, que sería una representación mítica, completamente i n t u i t i v a de lo que estamos diciendo, de manera t a l vez u n poco ardua, hablando de doble lazo, de punto opaco de la real idad. Ese doble lazo comporta u n trazado y u n punto opaco que no se ve en el esquema que hicimos hace poco. Ese punto opaco es, obviamente, el significante del Nombre del Padre, o sea u n significante externo. Aceptémoslo por ahora y más tarde lo precisaremos mejor.

Existiría, por lo tanto , una relación entre el trazado pulsional que viene a cortar algo del cuerpo y el Nombre del Padre. Verán que más tarde podremos arr ibar a una relación correlativa, preposicional, para entender algu­nos fenómenos a los que l lamo "formaciones de objeto".

Vayamos ahora a esa cita de Dulaure. Habla de Saturno y dice:

S i descomponen las diversas partes de la palabra Saturno encuen­tran: " S a t " que significa padre, " U r " que en todas las lenguas de E u r o p a y A s i a significa borde, derredor, y resta " A n u s " que expresa el círculo. Saturno podría así ser traducido como: " e l padre del borde del círculo",

¿Por qué no usarlo como figura mítica, mitológica de la relación que percibimos entre el corte y el punto opaco?

Respondo a una pregunta: no hay in ter i o r n i exterior tratándose de la reahdad desde el punto de v ista psicoa­nalítico. No digo que u n paseo por la calle sea interno o externo; no digo que debamos pensar que una revolución no sea i n t e r n a o externa. Digo que para el psicoanálisis, a p a r t i r de su experiencia, en el trabajo con nuestros

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pacientes, la real idad en cuestión no tiene in ter i o r n i exterior. Y esto se verif ica en todo momento. ^

L a realidad es local, lo cual quiere decir que es variable: |^ se abre en determinados momentos y se cierra en otros. Hasta diríamos que en algunos momentos no existe esa ^ realidad. Como si no estuviésemos en análisis. Pero, en # r general, la realidad es absolutamente local. ^

Decía que la real idad es asimilada al corte y que este corte es u n trazado, que comporta u n punto opaco y -diré ^ m á s - que éste regula el trazado. Se representa según la f p " versión freudiana como u n trazado pulsional : m i r a r , ser ^ mirado, mirarse . ^

Proponemos, más adelante, otros tipos de corte no a •> la manera de ese doble lazo, y que corresponderían a ciertas formaciones o producciones psíquicas de algunos momentos de la cura, como, por ejemplo, una lesión, una ^ acción i n a u d i t a -como u n su ic id io - o una alucinación. % r Pienso que para ciertos episodios el corte no se produce de la misma forma; en otras palabras, la real idad no

topológico.

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tiene la misma consistencia, o el corte no se traza con dos lazos cerrados.

E l esquema R: plano proyectivo y topología %it

Veamos pr imero el corte normal y retomemos el es­quema R. All í tenemos que u b i c a r dos cuestiones ^ topológicas. Lo haremos no ya como dos triángulos con una f ran ja de superposición sino como u n plano proyec- ^ t ivo . Ésta es u n a propuesta de Lacan en los Escritos, en u n texto de 1956, ant iguo. Diez años después, Lacan, %3 en una nota, dirá que ese esquema R es, en verdad, u n ^ plano proyectivo. Se diría que an ima el esquema que antes era inerte. Decir que es u n plano proyectivo es darle vida, movimiento, hacerlo v i v i r , convertirlo en u n ser

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¿Qué es u n plano proyectivo? Es u n conjunto de p u n ­tos en el cual todas las rectas de la misma dirección, o sea todas las paralelas, se v a n juntando para cortarse en el i n f i n i t o . E n consecuencia, es u n plano con una p a r t i ­cu lar idad que no t ienen otros planos, por esas dos rectas paralelas que se van a cortar en el in f in i t o . De ello re ­sulta que toda recta de este plano proyectivo es absolu­tamente part i cu lar , ya que si suponemos que tiene dos extremos, éstos se encontrarán en u n punto en el in f in i t o y se cortarán. Y de allí surge el término "proyectivo". De hecho, a l ver dos barcos que se alejan podemos imag inar que se v a n a encontrar en el i n f i n i t o ; en una perspectiva vemos el punto de fiiga de aquélla como si los dos barcos que se a le jan f u e r a n a encontrarse en el hor izonte . Entonces, si consideramos u n extremo de l a recta lo percibirán como cortándose en el i n f i n i t o y el otro extre­mo también. Esto hace que ambas rectas de ese plano proyectivo no sean rectas r igurosas como ya pueden imaginar , sino círculos, líneas que se c ierran. Y se cie­r r a n en u n punto en el i n f i n i t o .

Este plano no puede representarse t a l como es, no puede ser figurado. Quiero decir que no se puede d i b u ­j a r lo que acabamos de describir : no se puede d ibu jar una recta con u n punto en el i n f i n i t o . Esto signif ica que el p lano proyectivo es i rrepresentable en tres dimensio­nes; en consecuencia, no se puede representar median­te u n dibujo que pretendiese i l u s t r a r esa supuesta re ­presentación t r i d i m e n s i o n a l . Para l l evar a cabo esa re ­presentación se procede por una serie de t rans fo rma­ciones, se hace u n a torsión y se l lega a u n a figura i r r e ­gu lar l l amada cross-cap, que es una figura topológica clásica.

E l plano proyectivo también puede dibujarse -pero esta vez de forma más grosera aún que el cross-cap- como u n cuadrado con vectores orientados todos en la misma dirección.

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Éste es sólo i m esquema que muestra la importancia de la orientación de los vectores en el mismo sentido. Es el punto al cual quería llegar, el punto en el inf ini to donde las rectas van a encontrarse, con el cual la misma recta se va a encontrar como en u n círculo cerrado, estando representado - e l punto en el i n f i n i t o - en este cuadrado por dos puntos opuestos, por u n desdoblamiento en dos puntos exactamente opuestos, correspondiendo ambos al punto en el in f in i to en el cual la recta se va a encontrar.

Llegamos ahora al plano proyectivo, al esquema R. Considerarlo como un plano proyectivo significa que todos los puntos de sus lados son opuestos y antípodas.

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' i ' se opone a T ; ' m ' a ' M ' . Cuando decimos "se opone", estamos expresando que se t r a t a del mismo punto . 9 y 'P' son u n único y mismo punto y ambos son elementos excluidos, como ya lo hemos dicho: l a l ib ido está ex­c lu ida de lo i m a g i n a r i o y P, s igni f i cante del Nombre del Padre, está excluido de lo simbólico, lo que s i g n i ­fica - i n s i s t i m o s - que está fiiera pero hace consistente al conjunto.

S i unimos ' i ' con T y ' m ' con ' M ' t ransformamos esta banda, ese campo de la rea l idad , en banda de Moebius: plegando el cuadrángulo, imprimiéndole una torsión y j u n t a n d o los extremos, obtenemos una c inta de Moe­bius. Así, el esquema R deja de ser u n a cosa iner te y lo animamos, lo ponemos en movimiento . Y poner en mo­v imiento signif ica dos cosas: pr imero , y sobre todo, que cortamos ese esquema. Tomemos las t i jeras y cortemos el esquema siguiendo el trazado de esas dos líneas del cuadrángulo de l a rea l idad -de ' m ' a ' i ' y de ' M ' a T - . Corto, pego los dos bordes, los dos lados, o sea ' i M ' y ' m i ' , hago una torsión y los l igo para f ormar una banda de Moebius. H a y por lo tanto , allí, dos cosas: corte y torsión.

Tercero - y éste es el punto que me interesa - , todo lo que es simbólico e imaginar io se pierde, se va. E n otras palabras, si hacemos u n corte del esquema R, como pla ­no proyectivo, obtenemos una banda, u n disco que es lo que resta de lo simbólico y lo imaginar io , y u n agujero. E l objeto a es también u n disco que se separa.

E l interés de la banda de Moebius es que no tiene inter ior n i exterior, derecho n i revés; es siempre la mis ­ma superficie. Obtenemos, entonces, una banda. Des­pués queda el resto y de él hacemos u n disco que puede tener diferentes formas.

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Ese disco corresponde exactamente al estatuto resi­dual del objeto. E l objeto a es aquello que se separa una vez que se hace el corte para const i tu i r l a banda de Moebius. Por lo tanto , si hiciéramos ese doble lazo, re­sultarían, por u n lado, una banda y, del otro lado, un disco informe que encarna y presentifica a l objeto a. Hay una gran diferencia entre l a banda y el disco, en tanto l a banda pertenece a las superficies uni laterales que t ienen u n solo borde y carece de derecho y de revés, mientras que el disco es b i la tera l , o sea que puede tener u n anverso y u n reverso.

¿Cuál es el interés de todo esto? Esta es una cuestión muy importante . E n efecto, cuando trabajamos estas cosas estamos dentro del texto mismo de la construcción; hay algo del orden del goce cuando se t raba jan cuestio­nes de topología e insisto de manera bien precisa que estamos ante una opción: o consideramos que trabajar la topología es una sofisticación teórica, u n capricho teórico - ex i s ten personas que así lo consideran-, o lo tomamos como una práctica que, de realizarla, daría otras

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formas de preconceptos. Es a ese punto adonde quiero llegar. Esto quiere decir que no se t r a t a de excluir la intuición sino de cambiarla. Pienso que si los analistas no t raba jan la topología de cualquier forma que sea, la institución que tendrán nuestros hijos, dentro de veinte o t r e i n t a años, no será la misma que ahora tenemos con respecto al espacio. Hagan que u n niño de tres años vea la batal la de los planetas; es extraordinario cómo l a visión de los objetos que pasan por encima de nuestras cabezas tiene una perspectiva totalmente nueva que nosotros no conocemos. Creo que ese niño no tendrá, de aquí a veinte años, la misma intuición que hoy tenemos nosotros, que existen intuiciones que quedan enraizadas en nosotros por mucho t iempo, por el único hecho, la única razón de que nuestro cuerpo se l iga a l espacio a través de relacio­nes motoras y visuales. E n tanto vivimos el espacio a través de esas relaciones, habrá una consecuencia en el n ive l imaginar io , en el n ive l de las intuiciones imagina­r ias . Diría que t raba jar la topología es una posibil idad; no hay certeza a l respecto, es una apuesta. T a l vez ha­cerlo pueda procurar placer, hasta pueda hacer sufr ir , quizá para algunos const i tuya u n a ostentación, pero considero que hacerlo hoy significa u n a posibi l idad, u n desafío de que algo del orden de l a intuición se modifique en el anal ista, y que no quedemos más con la idea de que él es él, yo soy yo, que el cuerpo es diferente de lo psí­quico, que l a rea l idad que acontece ahí es diferente de la real idad que pasa afuera, que hay u n adelante y u n atrás, o que el t iempo es el t iempo del reloj , etcétera.

E l hecho de haber trabajado el plano proyectivo -esto es l legar a la idea de que u n a recta pueda cerrarse en u n punto en el i n f i n i t o y transformarse en u n círculo- i m ­plica u n esfuerzo, una torsión. Para hablar en términos lacanianos diremos que se debe hacer una torsión en el semblante, pues el semblante se opone a ello, en tanto está m u y ligado a nuestro cuerpo, a l falo imaginar io , a

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todo aquello que es relación fálica con respecto a l espacio desde el punto de vista motor y, sobre todo, desde el punto de vista v isual . Trabajar l a topología es una posibi l idad, una apuesta, que tiende a provocar modificaciones de ese semblante.

Pero ha de admit irse que hacer topología no es hacer ciencia. No porque los analistas hagamos topología ten ­dremos que pensar que hacemos ciencia. Si recurriése­mos a u n topólogo para hablar de la topología que él hace, si nos oyera hablar de la banda de Moebius, de cross-cap o de plano proyectivo, c iertamente entendería, pero hace mucho tiempo, en verdad, que él no trabaja con esas figuras. Hace cálculos, escribe, todo lo basa en topología algebraica. Lo que para nosotros es vanguardia , para los topólogos es prehistórico. Todavía hay algo que esperar de este trabajo.

O t r a observación precisa en relación con la topología y el psicoanálisis: ayer pregunté a una persona cómo era posible que aceptásemos acordar con el concepto de i n ­consciente al revés y a l derecho, que hiciésemos nuestro ese concepto, que a veces trabajásemos seriamente, que se dijese que el inconsciente está estructurado como u n lenguaje, etc., pero cuando se t r a t a de figurarlo, de tener una intuición sobre él, estemos t a n lejos del punto con­ceptual al que se llegó. O sea que hemos aceptado el término "inconsciente", pero desde el punto de v ista de la representación estamos m u y atrás. E n otras palabras, si ustedes t ienen u n a idea de qué es el inconsciente, si reconocen ese concepto, es necesario todavía aceptar que no puede tener una representación l inea l . Esto quiere decir que la geometría eucl idiana no corresponde, en absoluto, a lo que es el proceso inconsciente.

Lo mismo ocurre con la pulsión. Si me preguntaran qué imagen tengo de la pulsión, respondería que es lo que acabamos de hacer: l a pulsión t raba ja en espiral , perfora. E l movimiento pulsional es u n movimiento en

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giros. Esto corresponde a u n a representación geométri­ca de la pulsión y también a u n a cuestión física de ella, porque conlleva u n movimiento pero también u n i m p u l ­so constante. Allí nos encontramos con algo del orden de l a energía.

Estatutos del objeto a

E l punto a l que quería l legar es el que enuncia que el objeto a - e l disco que se separa- , el célebre objeto a, tiene dos estatutos: el topológico y el físico. ¿Qué signi­fica el hecho de que tenga u n estatuto topológico? Que este estatuto sólo puede dársele, en relación con otras instancias, otros términos, al conjunto. Decir que el objeto a t iene u n estatuto físico significa que tiene que ver con u n fenómeno de flujo. Son los dos estatutos que d i s t i n ­guimos para el objeto a: el topológico - e n tanto u n deseo que cae- y el físico.

E n el caso del estatuto físico hay una fórmula muy interesante de Lacan: "el objeto a es el condensador del goce". Sería preciso trabajar esa cuestión del condensa­dor, pero es como si el objeto a, en relación con el goce, fuese algo que regulase esa dimensión de goce.

Entonces, ¿qué es el objeto a? Es el representante del goce en el inconsciente. Esto quiere decir que es la única muestra de u n goce al cual no tenemos acceso. E l objeto a representa, en parte , lo que es el gozar. Para que se entienda mejor: perder el pecho materno para u n niño es la representación local de aquello que sería u n goce imposible, significado por el hecho, por ejemplo, de de­vorar no sólo una parte sino a toda la madre . Gozar localmente de u n poco de ese cuerpo es la representación de aquello que sería gozar de todo el cuerpo.

Por lo tanto , el objeto a es u n a muestra de goce, un testimonio del goce, y es res idual .

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t í

Si dijésemos que aquel disco que caía pudiese equipa- ^ j rarse a u n paño sucio, ese paño bien sucio sería el repre-sentante más nítido del hecho de que hay goce. Los seres ^ hablantes no t ienen otros representantes del goce -es ^ por lo menos a lo que nos l leva el psicoanálisis-. No hay ^ goce sino después que todo acabó, que todo se perdió. Y el goce se refiere a pedazos de cosas locales y, por lo tanto, |4 el objeto a t iene que ver con lo local. ^

Lo retomaremos, pero quiero observar que si el objeto a es todo lo que acabamos de decir, lo que resulta des-pues de u n corte normal , nos preguntaríamos sobre el estatuto del objeto a en el caso de una lesión l lamada ^ psicosomática. E n otras palabras, u n eccema, u n episo-dio asmático, jaquecas reiteradas, allí donde hay u n %í sufr imiento local, una perforación local, hay también ^ separaciones locales que suponemos t ienen que ver con el objeto a.

¿Cuáles son las condiciones propias de estas lesiones? ¿Cuá- %jt les son las condiciones propias de la acción que significa un ^w-pasaje al acto? ¿Habría también objeto a si todo el cuerpo , se t o m a r a tal? ¿Cuáles son las condiciones diferentes %í v entre lo que estamos proponiendo y la fantasía de un ^ neurótico?

E n tanto es el punto que trabajo actualmente, dire­mos más acerca de ello. ^

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' X B I B L I O T ^ . . . , -

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I I I

Las formaciones del objeto a y el hacer

Con el nombre de "formaciones de objeto a" intento ubicar el problema de esos momentos en la cura en los cuales el paciente hace s in saber lo que hace. Son mo­mentos en los que el paciente actúa, hace. Las formacio­nes del inconsciente, por otra parte , son aquellas en las que el paciente dice s in saber lo que dice. E l acento en las formaciones de objeto a está puesto en el hacer; en las formaciones del inconsciente está puesto en el decir. E n el conjunto de las formaciones del objeto a, el proto­t ipo es la fantasía, y su articulación m a t r i c i a l es la re­lación del sujeto con el objeto. E n este punto habíamos quedado. Usamos l a topología, el esquema R, para mos­t r a r cómo, después del corte, se separan u n sujeto y un objeto. U n sujeto que es una banda - l a banda de Moe­b i u s - y u n objeto que es u n disco.

¿Qué podemos decir de esto? Que esta relación de sujeto con el objeto define l a real idad de u n análisis. Que l a realidad no son sólo significantes e imágenes, sino mucho más: es la conjunción de u n sujeto y u n objeto.

Lo hemos formulado de modo diferente: para que exista

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real idad es necesario que algo del cuerpo se pierda, se separe. O t r a condición es que haya u n punto opaco ex­ter ior a esa real idad. Esta es el equivalente de la fanta ­sía, a t a l punto que podríamos perfectamente decir que la rea l idad , en psicoanálisis, es l a fantasía. Además, esta rea l idad debe ser colocada en el límite, o mejor, el la es el límite. No vuelvo sobre esto que ya ha sido tratado. Es el límite lo que significa que la real idad, finalmente, siga el corte que pasa entre el sujeto y lo Real. L a forma clásica de este corte es el trayecto de l a pulsión, y ese trayecto tiene la forma de u n doble lazo. Recordemos lo que se dijo cuando dimos el ejemplo de la pulsión escoplea en tanto mirarse , m i r a r y ser mirado.

Lacan propone que en lugar de decir "mirarse , m i r a r y ser mirado" podría decirse "mirarse es m i r a r el cuerpo, m i r a r el miembro geni ta l , m i r a r el sexo". L a pulsión t e r m i n a así: miramos , somos mirados y terminamos mirando hacia nosotros mismos, miramos nuestro om­bligo. L a t r a m p a está en que cuando miramos nuestro ombligo nos tornamos mirada , lo que quiere decir que mirarse es equivalente a ser mirada .

Lacan propone l a siguiente fórmula para señalarlo: hacer-se. ¿Hacer-se qué? Hacer-se mirada , hacer-se voz, hacer-se excremento, hacer-se seno, etcétera. Por lo t a n ­to, la real idad fantasmática es u n a real idad de hacer; es el hacer, pero entendido como hacer-se. Insisto en este 'hacer' porque es allí donde se decidirá la cuestión de las formaciones de objeto a.

E l objeto a, sus características y estatutos

Retomemos algo que quedó pendiente: ese corte que finalmente separa u n disco que es objeto y una banda de Moebius que es sujeto. Ese objeto c t iene tres esta­tutos ; le vamos dando definiciones diferentes. Ahora

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proponemos caracterizarlo bajo tres aspectos: en re la ­ción con el corte, en relación con el goce y en relación con el deseo.

Con relación al corte, el objeto a es lo que se separa, es el m i r a r en cuanto va afuera, es la voz en cuanto agoniza, es el seno en tanto que se pierde, en tanto destetado, y las heces en tanto caen. E l objeto a en su estatuto topológico impl i ca que no puede hablarse de objeto s in que haya u n corte que lo separe.

Con relación al goce, debemos primero recordar que hay tres, pero nos referiremos sólo a dos de ellos. Hay u n goce en tanto lo Real, del cual estamos separados, y, además, hay goces locales, parciales. E l objeto a, en relación con el goce en tanto goce Real, en tanto goce in f in i t o , es u n a muestra. ¿Será algo más que una mues­tra? Ese disco que quedaba tras la separación es una muestra de que se gozó. A lgu ien gozó y ese disco lleva los restos de ese goce.

Pero lo que parece más importante es que el objeto a en relación con el goce no tiene u n estatuto topológico, pero sí físico. L a expresión que se me ocurre es "conden­sador de goce". Imagino al objeto a como algo que regula l a relación que tenemos con u n goce in f in i t o . Entre el goce in f in i t o y yo están los restos. Estos restos regulan la relación que tengo con ese goce otro.

Desde el punto de v is ta físico puede aplicarse la idea de condensador, o sea l a idea de algo que se carga pro­gresivamente, en ciertas condiciones, y en u n de termi ­nado momento, súbitamente, se descarga. H a y una cues­tión de urgencia, de velocidad, de la que hablaremos luego. Este sería el estatuto físico del objeto con re la­ción al goce. Además, el objeto en ese estatuto físico es lo que resulta del hecho de que el flujo de la pulsión sea constante t a l como supone la teoría f reudiana. Esto quiere decir que cuando l a pulsión interv iene gracias a su c ircuito , el flujo es constante alrededor del orificio de

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la zona erógena. Por ejemplo, es u n flujo constante a l ­rededor del ano. E n física el teorema de Stocks habla del flujo constante que hace u n a rotación. Por lo tanto , hay tres referencias desde el punto físico con relación al goce: como condensador, como resu l tante del flujo constante de l a pulsión y como test imonio , muestra , de ese goce.

Luego tenemos el tercer estatuto del objeto como fa l ta , como agujero, con relación no al goce sino a l deseo. ¿Qué signif ica decir que el objeto a es u n objeto que fa l ta a l deseo? Quiere decir que cada vez que en l a v ida del adulto in terv iene l a pulsión, que algo se separa ten ien ­do que ver con l a pulsión, con el objeto pu ls iona l clásico, con las especies que fácilmente reconocemos - e l seno, la voz, la m i r a d a , etc . - , cada vez que uno de esos objetos se separa, se t r a t a en verdad de una reactualización, de una renovación de u n a f a l t a p r i m e r a . Ocurre que cada vez que la voz se pierde volvemos a l a p r i m e r a f a l t a , no en el n ive l cronológico sino a una especie de f a l t a an ­tecedente desde el punto de v is ta lógico. Esta f a l t a es por haber nacido m o r t a l . Con la v ida , el feto se encon­trará enfrentando también a la m u e r t e , y esta f a l t a es l a que se reactualizará cada vez que l a pulsión esté en juego. Es por ello que se dice que toda vez que una pulsión parc ia l , local, está en juego, es l a pulsión de muerte l a que se reactual iza .

Pero esta separación pulsional , local, actual , que re­nueva una fa l ta pr imera , sólo se cumple con una condi­ción: que el sujeto encuentre el deseo del Otro . E n otras palabras, cuando el bebé es destetado se le recuerda que nació m o r t a l y que u n día morirá. Pero este destete sólo se puede hacercon la condición de que también haya una madre deseante. Entonces tendríamos este c ircuito :

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Hay una fa l ta pr imera : el deseo del Otro. E l sujeto encuentra el deseo del Otro y se produce la fa l ta de la pulsión. L a fa l ta p r i m e r a es: somos mortales; el deseo del Otro se mani f ies ta también bajo l a forma de u n agujero: l a madre desea y está insatisfecha. Por ejemplo, es en la medida en que el sujeto encuentra la insatisfac­ción de la madre que él podrá destetarse. E l objeto a es esta fa l ta .

Esta cuestión que parece t a n abstracta es difícil de vivenciar con relación a la experiencia del análisis, pero entra constantemente enjuego en ella, p a r t i c u l a r m e n ­te por el hecho de que si el ana l i s ta no toma el lugar de aquel que desea, no habrá medio para que el sujeto haga su propia experiencia de presentarse con la fa l ta . Si ustedes me p r e g u n t a r a n dónde hay deseo en la expe­riencia de análisis, respondería que desde que en el inicio hay deseo en el analista. Veremos, cuando hablemos de las formaciones del objeto a en el n i v e l de las lesiones de órgano -esto es de las afecciones psicosomáticas-, que se planteará l a cuestión de saber si hay allí deseo del Otro .

Reiteramos los tres estatutos del objeto a: topológico, físico y de fa l ta . Pero este objeto precisa de tres condi­ciones para separarse y ocupar esos tres estatutos: una real , una imag inar ia y una simbólica.

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L a condición real es que haya en el cuerpo zonas eró-genas, esto es orificios; se precisan bordes. Para hablar de objeto a en el n i v e l del trabajo de la pulsión es preciso hablar de las condiciones reales de los orificios, sea la hend idura palpebral , l a lar inge , el ano, l a vagina o l a boca.

L a segunda condición, imaginaria, cuenta, sobre todo, en lo que dije respecto al seno y a las heces pero no con relación a l a voz y l a mirada . L a condición imag inar ia es el paisaje orográfico del cuerpo, el relieve. Para ser se­parable es preciso que el objeto a presente u n a forma recortable, que se pueda asir con l a mano; u n seno, u n pene y hasta las heces. Algo que se recorte, que tenga t a l pregnancia que haga l a l lamada a l a mano, a l tesoro, para ser arrancado. E n el cuerpo no hay tantas cosas así, pero esto cuenta part icularmente para el seno y las heces.

H a y u n a tercera condición: l a simbólica que ya desa­rrollé. Esa condición posibilitará el trayecto en el que u n objeto se recorta, sigue paso a paso l a manera en la cual fue recortado el pene. Quiero decir que l a condición s im­bólica de la separación del objeto a es, finalmente, la castración; es el trazo patrón, la medida de todo corte del cuerpo, es el falo simbólico.

Formaciones de objeto a y realidad forclusiva

H a y una real idad y ella está compuesta por u n sujeto y u n objeto con todas las condiciones que acabamos de def in ir y eso toma consistencia, a condición de que haya u n elemento externo a l a real idad. Es preciso u n punto umbi l i ca l , u n punto negro fuera de l a real idad. Se nece­sita u n significante excluido, que es el Nombre del Pa­dre. Éstos son los prel iminares para poder hablar , ahora de manera más precisa, de las formaciones del objeto a, y part i cu larmente de las afecciones psicosomáticas.

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Part imos de l a idea de que entre las formaciones del objeto a existen aquellas para las cuales f a l t a esta con­dición p r i m e r a de u n signif icante que se encuentra fue­ra . E l signif icante está separado como elemento exter­no a la cadena; no vio la luz en lo simbólico. Se t r a t a aquí de aquello que definimos a nuestro modo como for­clusión.

Dist inguimos dos tipos de formaciones: las formacio­nes del inconsciente -donde el Nombre del Padre define la consistencia-y las formaciones del objeto a, entre las cuales habría dos subtipos: aquellas donde la condición del Nombre del Padre se mantiene - l a fantasía- y aque­llas donde la condición del Nombre del Padre no se mantiene. He dado tres ejemplos: l a alucinación, la le­sión de órgano y el pasaje a l acto.

Decimos forclusión pero, en verdad, la expresión que Lacan u t i l i z a cuando da cuenta del caso psicosomático es masificación del par significante S I y S2 con ausencia de represión pr imord ia l . Esto quiere decir que en nues­t r o caso el significante necesario para que l a real idad se mantenga - u n significante f u e r a - no está ahí. No hay significante externo, no hay Nombre del Padre, no hay significante que ex-sista para que l a real idad consista.

Empero, aquellas formaciones del objeto a en las cua­les el Nombre del Padre no arribó, está excluido, donde algo queda aglomerado en l a cadena, estas formaciones donde hay forclusión, también son realidades. Es por ello que hemos iniciado este trabajo a p a r t i r de los temas de Real y real idad, y querría que percibiesen que forma­ciones como u n pasaje al acto, una alucinación o también una afección psicosomática t ienen una real idad que les es propia, que es totalmente consistente pero que carece de esa condición del significante externo. Por ello habla­remos de patología del límite, de patología de l a fronte­ra. L a cuestión que debemos plantear es saber cuál es la posición del anal ista ante esas formaciones, ante esas

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producciones psíquicas que sobrevienen en el curso de la cura y que dicen respecto a l hacer, a la acción, a la lesión, a l a alucinación.

Reconozco, entonces, tres formaciones del objeto a que t ienen como presupuesto la fa l ta , la exclusión del N o m ­bre del Padre ; tres formaciones donde estaría como mecanismo conductor la forclusión: l a alucinación, el pasaje a l acto y l a lesión de órgano. Podríamos también l lamar las : reahdad alucinator ia , reahdad de órgano y real idad de acción.

Hago u n a digresión para responder a u n a pregunta : ofrecerse para ser visto es ofrecerse en t a n t o se t r a n s ­forma uno mismo en m i r a d a , en tanto se t rans forma, se ident i f i ca con el objeto en juego ahí, en l a pulsión. Toda fantasía es una fantasía perversa; no hay fanta ­sía que no sea perversa. Lo que no signif ica que el sujeto que fantasea sea, él mismo, perverso. E n general , el sujeto que fantasea es u n neurótico que sueña con ser perverso. L a perversión en la fantasía consiste, sobre todo, en tornarse el objeto que está en juego en l a f a n ­tasía. L a perversión es l a identificación del sujeto con el objeto enjuego. L a fantasía es una acción. Si ustedes hab laran de u n caso y t u v i e r a n que ex t raer de él l a fantasía en u n determinado momento de l a cura, sería preciso u n verbo. Pero este hacer, esta acción, acaba siempre l levando a l sujeto a identi f icarse con el objeto en juego en l a acción. Tomemos el famoso caso del Hombre de los lobos. Él m i r a los lobos subidos a l árbol. Este sueño, entre paréntesis, es tomado por Lacan como u n ejemplo de fantasía -hago esta precisión porque en o t ra o p o r t u n i d a d me p r e g u n t a r o n cómo entender el hecho de que inc luya el sueño en el conjunto de las formaciones del objeto a, en tanto normalmente se d i ­ría que el sueño es u n a formación del inconsciente- . E n todo caso, es u n ejemplo por el cual Lacan, para i l u s t r a r la fantasía, t o m a el sueño del Hombre de los lobos para

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concluir que el objeto en juego en l a fantasía es el m i r a r ; el Hombre de los lobos es el propio m i r a r , es el m i r a r único resul tante de él mismo mirando los lobos y de los lobos mirándolo. E n t r e él y los lobos se destaca u n solo y único m i r a r con el cual se ident i f i ca el sujeto. Es así como se debe comprender el "hacer-se", queremos decir hacer-se objeto, hacer-se heces, hacer-se m i r a d a , ha ­cer-se voz, etcétera.

E n el caso del suicidio, ¿qué podemos decir del sujeto? ¿Se hizo qué? E n el caso de una lesión de órgano, ¿se hizo qué? U n paciente está en análisis y después de dos años comienza a decir que tiene u n eccema en las manos; después, este eccema se extiende al rostro; más tarde viene con u n aposito en l a mano porque el eccema le produjo una infección. E l dermatólogo no sabe qué res­ponder. Pregunta, ¿qué t ipo de formación psíquica será ésta? ¿Cuál es aUí el lugar del sujeto? ¿Cuál es el lugar del objeto? ¿Estamos frente a una fantasía? ¿Estamos frente a una formación psíquica que no es fantasía? Y además, ¿qué se debe decir y qué hacer como analista? Es lo que planteé respecto del "hacer-se". Pienso que este "hacer-se" es típico de la fantasía y que ahí se encuentra el aspecto perverso, pero en las tres formaciones del objeto a (pasaje a l acto, alucinación y lesión de órgano) hay otra cosa que este "hacer-se", hay algo más que eso. Lo reto­maremos.

Tratemos de ponernos de acuerdo, ahora, con el voca­bular io para responder a otra pregunta: la pulsión de muerte tiene dos formas. L a pulsión de muerte en Freud llevaba a lo inanimado. Con Lacan es exactamente lo inverso: la pulsión de muerte imphca la vida, lo más v i t a l que existe. Pulsión de muerte en Lacan, bajo su pr imera figuración, significa que eso se repite, que no cesa de repetirse, que no cesamos en tanto vivimos, de hablar , de simbohzar y de repetir . Y a sea que repitamos creacio­nes o que repitamos síntomas. La pulsión de muerte es

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lo que nunca se detiene. Diría que es lo que mejor se puede def inir como vida.

L a segunda figuración de l a pulsión de m u e r t e no es sólo "eso no cesa de repet i rse h a s t a l a última gota" -como se dice, "beber hasta la última gota" - , pues la pulsión de muerte también tiene separaciones locales, pérdidas parciales. Cada pérdida parc ia l es una reactua­lización de la pulsión de muerte . Esto, por el contrario, es m u y fireudiano. Freud decía que l a pulsión de muerte se reducía al conjunto de las pulsiones parciales, repre­sentando cada pulsión parcial , por su parte , a la pulsión de muerte . Podemos retomar esta figuración de otro modo. E n l u g a r de decir que cada pulsión p a r c i a l reactualiza l a pulsión de muerte , prefiero decir que cada objeto que se separa reactualiza el hecho de que somos seres sexuados y, a l mismo tiempo, mortales. Pero no somos sólo seres sexuados y mortales - también lo son los a n i m a l e s - sino que somos seres sexuados, mortales y sabemos que lo somos. Cada vez que hay u n a separación del cuerpo, alguna cosa de este orden se renueva.

E l ejemplo más extraordinario para esclarecer lo que estamos diciendo es el suicidio. No nos apresuremos: hay varios tipos de suicidio. Hablamos aquí del suicidio de tipo del irante . Se cree que u n suicidio se decide y existen suicidios que no son en absoluto decididos. E n estos casos sólo existe algo para el sujeto que es sal ir del cuerpo, irse afi iera, dejar ese cuerpo. Diríamos que u n suicidio puede ser pensado, premeditado, como u n a vue l ta b r u t a l , vio­lenta , a aquella pr imera fa l ta que se constituyó por el hecho de que hemos nacido mortales, o sea que con la vida allí está l a muerte ; tenemos l a v ida pero con ella está la muerte ; ambas van juntas . Es u n a figura que nos sirve para marcar la presencia de la pulsión de muerte cada vez que hay una separación. "Fa l ta or ig inar ia" no es exactamente l a mejor forma de decirlo. Es por ello que decíamos que no se t r a t a de una pr imera fa l ta cronoló-

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gica. Es una fa l ta que sostiene, una fa l ta de procedencia lógica; es pr imera lógicamente. No se t r a t a de u n suici ­dio por volver al útero.

E n relación con esa fa l ta , decíamos que para que ella sea reactualizada en una separación parcial y actual del cuerpo hay una condición necesaria: que haya alguien j u n t o a uno que desee. E l caso típico es el del niño que descubre que su madre está impotente , insatisfecha, etcétera. Todo aquello que pueda ser dicho en relación con el Otro deseante. Es en la medida en que el niño descubre que el Otro desea que podrá a su vez desear bajo la forma de u n objeto que le retornará como falta. Fa l ta or ig inar ia que no es la pr imera , fa l ta del Otro en tanto deseante y constitución de una nueva falta aue HH la del deseo actual del sujeto. Lacan l lama a esto "aupor-posición de dos faltas": la del sujeto y la del Otro.

E n la perspectiva que dimos hace un momento, con­sideramos el caso de las afecciones psicosomáticuH, lo que l lamo " la real idad de órgano". Preciso que nos OHIII-mos interesando por la real idad de órgano en la medida en que nos parece ejemplar para ubicar el problomii d(» una nueva consistencia y no de una fa l ta de consistencia, Habi tua lmente , cuando se t r a t a de psicosis o de dolen­cias psicosomáticas, surge inmediatamente la idea da que hay u n déficit, una fa l ta , una disociación. Insisto porque creo que se debe pensar a la inversa, tanto para las psicosis como para las dolencias psicosomáticaH. Deben ser pensadas como algo creativo, como algo nuevo que toma consistencia.

L a segunda razón por la cual estas afecciones psico­somáticas nos interesan es el hecho de que, a pesar de surgir como límite, como realidades límite de la expc riencia analítica, aparecen con mucha más frecuencia de lo que se cree. De paso respondemos así al reproche ijuc nos hace la Escuela Psicosomática de París, que nos aciiHH de ev i tar hablar de afecciones psicosomáticas con (-1

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ma de u n medicamento. Este cuerpo es mal t ratado por lo simbólico, y los mejores representantes actuales de los objetos que v i o l e n t a n y m a l t r a t a n a l cuerpo, que lo marcan por medio de este goce, son los objetos de la ciencia. Es la parte que molesta de la ciencia, como si los progresos científicos se hubiesen enloquecido.

Tercera observación: desde el momento en que se t r a ­t a de goce, t a l como lo concibe el psicoanálisis, estamos, s in saberlo, en l a dimensión ética. Esto es obvio con la dolencia en general y con las somatizaciones en par t i cu ­lar . Ustedes me oyeron hablar , desde el inicio, de sepa­ración, de desapego, de pérdidas, de goce, de gasto; todo eso no es defecto, no es negativo, no es agujero en menos; todo eso, esos goces, los considero en el sentido de algo productivo, en el sentido de fa l ta , sí, pero de fa l ta en tanto lo que se destaca. U n a lesión de órgano no es u n déficit o u n defecto: es u n engendramiento. Lacan mues­t r a que la palabra "separación" viene de parirse, crear algo nuevo, engendrar. Algunas veces, este engendra­miento es monstruoso, ya sea que se t rate de u n delir io o de una alucinación, pero siempre positivo, no negativo. L a teoría de Lacan no es una teoría de lo negativo. Es m i manera de pensarla, de concebirla, de t raba jar la . E l negativo que se encuentra en Lacan es excéntrico, y desde que es u n negativo excéntrico es productivo, es algo que sale, que avanza, que deja rastro . Repito, una dolencia no es siempre déficit o defecto.

Para explicarme mejor me sirvo del concepto de saber a p a r t i r de u n ejemplo: una mujer de cuarenta años a la que acaba de descubrírsele una hipertensión esencial. E l médico declara que eso es frecuente en l a mujer , part i cu larmente alrededor de los cuarenta años.

Se denomina "hipertensión esencial" porque se desco­noce su etiología. L a hipertensión esencial, desde que se t r a t a de clasificar las dolencias psicosomáticas, es una de las más clásicas, j u n t a m e n t e con el asma y la úlcera.

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¿Qué es una dolencia psicosomática? ¿Qué es una lesión de órgano?

Me pregunto: ¿qué es una dolencia psicosomática, por ejemplo, una hipertensión esencial? ¿Será una forma de saber? Tomemos, para aclarar, el ejemplo de u n lapsus. Es más fácil de aceptar. ¿Un lapsus es una forma de saber? U n lapsus es u n decir que el sujeto dice sin saber lo que dice. Y es a p a r t i r de esta constatación que se construyó l a noción de inconsciente como saber. ¿Por qué saber? Porque el sujeto dice s in saber lo que dice, pero con este dicho él mismo remite a otro lapsus; quiero decir que el sujeto, con este dicho, dicho sin saber, hace tres cosas: pr imero , anuncia, s implemente, que hará otro lapsus, que habrá otra formación del inconsciente, anun­cia que vive, que lo inconsciente de la transferencia está puesto en acto. Segundo: con este lapsus él aprende; si alguien está en una impasse en el transcurso del análi­sis, comete u n lapsus que viene a quebrarla; es como abr i r el inconsciente. E l lapsus, la palabra que dice s in saber lo que dice, sabe relanzar l a cadena. Tercero: ese lapsus sorprende al sujeto y le enseña algo. Esto es lo que permite decir que u n lapsus, si realmente es u n dicho que el sujeto dice s in saber lo que dice, comporta en sí el reverso o el anverso de u n saber inconsciente.

Hablemos ahora de la lesión de órgano. ¿Podemos decir lo mismo de ella? ¿Una lesión de órgano comporta u n saber? Diría que si tomáramos esta formación como sobrevenida en una coyuntura par t i cu lar , por ejemplo, en l a cual el Otro encierra y al iena al Sujeto, entonces sí l a lesión de órgano es, de hecho, una forma de saber, saber del El lo , como Groddeck habría dicho. ¿Saber qué? Responderíamos: saber separarse justo a t iempo. U n a paciente viene a verme porque t iene una parálisis fa­c ial en la m i t a d izquierda del rostro. Se ve poco este t ipo de cosas. Es u n ejemplo de conversión histérica, no

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l lamada que el sujeto olvidó en otro momento de su v ida y que reaparece allí en ciertas condiciones, en una co-3runtura part icular? Quiero decir: ¿cuál es ese t ipo de l lamada que hace que el sujeto no sea llevado a fanta­sear o a hacer u n síntoma y sí a hacer u n pasaje a l acto, una alucinación o una lesión de órgano?

Respuestas a preguntas

Comienzo a responder a algunas preguntas que se f ormulan : digo, con más precisión, que el ejemplo que d i de la parálisis del lado izquierdo del rostro no es u n buen ejemplo de parálisis histérica. Ello depende de en qué coyuntura de deseo se produjo. Si aparece y desaparece, por ejemplo en ciertas ocasiones, cuánto t iempo duró y de qué manera desapareció. Cuando decimos "de qué manera" es preciso entender "¿con quién?". E n los textos de psicosomática está constantemente en fa l ta l a a l u ­sión a l a transferencia. Y debemos i n s i s t i r en que, en este momento, nos estamos ocupando de las dolencias psicosomáticas que surgen o desaparecen en el transcur­so de la cura. No excluimos otras opciones, pero si que­remos avanzar sobre ellas debemos recordar primero una condición esencial: l a de la transferencia. E l único modo de dar u n paso más es pensar constantemente en la relación del anal is ta con el paciente, como ya lo hemos hecho en otras oportunidades.

Justamente, l a hipótesis de las formaciones del objeto a es u n modo de oponer los medios diferentes que tene­mos para gozar. Tenemos dos medios para gozar: con palabras, significantes, símbolos, y esos son síntomas, o se goza con partes del cuerpo y a eso lo l lamamos " fan­tasía". S in embargo, existe u n tercer modo de gozar - l o que me interesa part i cu larmente en este m o m e n t o - que son esas formaciones que no se l i m i t a n a los objetos de

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l a pulsión que enumeré recientemente, sino que, a l encontrarse otra aproximación al cuerpo, se requiere que no sean necesariamente esos objetos de la pulsión. E n otras palabras, el deseo llevó más lejos la barrera del goce. Entonces, tendríamos tres instancias: el síntoma -planteamos el ejemplo del acto fal l ido, que aunque no sea totalmente u n síntoma, es u n ejemplo de formación del inconsciente-, la fantasía - teniendo en cuenta en ella la afánisis del su je to - y, finalmente, las tres forma­ciones del objeto a: la lesión, la alucinación y la acción, en las cuales el sujeto no tiene l a misma relación con ol objeto que en el caso de la fantasía. E l síntoma es p r i ­mero u n decir, la fantasía es u n hacer y el pasaje al acto es una acción.

A lgu ien de entre ustedes cita l a frase de Lacan: " K l acto qui ta a la angustia lo que ésta tiene de certeza" y a ella sigue otra que les recuerdo: "La angustia es lo qm; no engaña". Pero hay u n acto que qui ta esa certeza dt> l a angustia y entonces el que no engaña es el acto. Esto está perfectamente de acuerdo con m i modo de pensar, con la diferencia de que no uso la palabra "acto". Prefiero resguardar esa palabra que me parece muy adecuada, sobre la cual he trabajado mucho, que he uti l izado mucho y que representa u n cierto privilegio. Prefiero, como decía, preservar esa palabra "acto", extrañamente, para un dicho. Para mí el mejor ejemplo de u n acto es u n decir bien dicho, en el momento cierto, cuando es preciso; buen ejemplo de ello es la interpretación. Diría que, por el contrario, se t r a t a en aquella frase de la acción: ésta qui ta a la angustia lo que tiene de certeza. TomamoH aquí la acción en el sentido de u n actuar. Diríamos qu(( el análisis podría definirse como el lugar donde los pro­cedimientos, donde el actuar, están en suspenso. Lo qu(! no quiere decir que no haya hechos del orden del actuar. Pero la regla fundamenta l l leva a que se aplique el "aquí no se actúa". Lo que no impide, algunas veces, ver ai

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paciente actuar; este procedimiento no es negativo n i crit icable n i peyorativo. Queremos decir que no debe afirmarse a u l t r a n z a que los acting-out sean algo per ju ­dic ial para el análisis. Existen siempre en las curas.

* * * ' \

Sigo respondiendo a preguntas. Decía que u n a lesión de órgano es el punto más alejado donde el deseo l leva l a barrera contra el goce. Para la sublimación, esta de­finición no está equivocada en última instancia , salvo que no usaríamos el término "barrera" . Podría también j decirse que el deseo lleva más lejos la posibil idad de gozar. j E l tema de la. sublimación podría servir, de hecho, para ! mostrar el contraste entre las formaciones del objeto y j l a sublimación. L a fórmula que les propondría es: l levar más lejos l a barrera contra el goce, fórmula que puede traducirse como " l levar más lejos el modo de gozar". Se ve que usamos el término "goce" con u n doble sentido, porque esa barrera contra el goce es también u n modo | de gozar localmente. E n efecto, el mejor obstáculo contra el goce es gozar de forma local y parcial .

* * *

L a pregunta que se me plantea ahora es l a siguiente: ¿qué es lo que hace que el deseo haga ese movimiento de i r más lejos y cuál es, en este caso, el lugar del deseo del Otro? Si tuv ie ra ya u n a buena respuesta a esa pregunta habríamos avanzado mucho. Es como si se me pregun­t a r a , ¿qué es lo que hace que esa persona produzca una hipertensión esencial? Si nos hacemos esa pregunta en posición de analistas, se podría detectar u n a coyuntura propia. Pr imero , una co3aintura l igada a la transferen­cia, del mismo modo que si alguien me dijese: "¿Por qué no pensar que esta hipertensión esencial es el retorno en

lo Real de u n llamado del Otro hecho cuando se era niño?" "¿Los analistas podemos perfectamente hacer esa hipó­tesis?". Diríamos que t a l vez sí. Pero el punto de par t ida a l cual me apego es, sobre todo, en qué intervenimos en l a transferencia . Sería l a p r i m e r a respuesta que me daría. L a segunda sería, por ejemplo, hablar de la acción de l a angustia. O sea, ¿hubo o no angustia en el lugar del desencadenamiento? Esto nos remite a la cuestión del deseo del Otro. Resta por ver, y ésta es la cuestión final, cuál es l a forma que toma ese Otro, por qué medio hace la l lamada. No es una l lamada propia de la fantasía. Supongamos una fantasía en la cual está en juego el m i r a r : la l lamada fundamenta l del Otro es que él está mirando . E n el caso de u n a lesión de este t ipo no hay u n tercero que esté mirando . Es esto lo que constituye el problema: no hay u n Otro que se haga el l lamado bajo l a f o r m a de u n m i r a r , o bajo l a f o r m a de u n m u r m u ­l l o , de u n pensamiento , el m u r m u l l o de u n a voz. No es u n a voz, no es u n m i r a r , no es algo necesariamente a n a l - a u n q u e podamos hacer interpretaciones, como se hacen en ciertas concepciones, diciendo que, por ejem­plo, el origen de una úlcera es oral , etc.- . No creo que una úlcera tenga origen oral , pero sí creo que no tiene nada que ver con l a pulsión oral . Si vemos los textos clásicos sobre las dolencias psicosomáticas, pensadas y trabaja­das por psicoanalistas, veremos que todos hacen refe­rencia a l a madre, a la pulsión ora l , etcétera. No tengo aún respuesta precisa para dar; aquélla no me satisface. E n otras palabras, por ahora preferiría que nos quedá­semos con estas preguntas: ¿cuáles son los objetos que no son pulsionales? y ¿cuál es el t ipo de l lamada que el Otro formula?

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IV

Dejaremos de lado, a propósito, las reacciones s o m á ­ticas permanentes o no, pero sí ligadas a una emoción sentida por el sujeto, y sólo examinaremos, como lesio­nes de órgano, aquellas que aparecen repentinamente, que no son percibidas por ese mismo su j e to , y no noH preocuparemos por d i s t ingu ir si son f u n c i o n a l e s , t r a n s i ­torias o permanentes. Si tomamos el e j e m p l o de la h i p u r -tensión esencial, no son las situaciones h i p e r t e i i H i v u H las que nos interesan y sí la propia d o l e n c i a .

La realidad del análisis

O sea que sólo nos interesa la real idad, el campo d(i la real idad en el cual la lesión de órgano es el elemento separado que cayó, separación y caída que se inscriben como clausura de esa real idad, a l modo de u n ombligo que la vincularía con lo Real.

Vemos que estamos usando los conceptos de realidat! y Real para evitar todas las dificultades en las qu<( no incurre cuando se quiere abordar la cuestión psicosotniV tica bajo el ángulo de la a l ternat iva función-lesión, ¡ilniii cuerpo, psique-soma, etcétera. Preferimos ut i l i zar el l .r i i

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bajo que ya hicimos para decir que lo que nos interesa es la real idad, pero u n a rea l idad en la cual la lesión de órgano es el elemento caído y se inscribe como el ombligo propio de esa real idad. E l ombligo designando el punto por el cual la real idad se l iga a lo Real. Pensarlo de ese modo es lo contrario de decir que, por ejemplo, en la h i ­pertensión se encuentra u n a lesión a r t e r i a l , o sea u n desplazamiento de m a t e r i a orgánica. Diríamos que lo Real es mordido y que l a mordedura constituye, el la misma, l a real idad.

U t i l i z a r el término "real idad" t iene otra ventaja -aquí retornamos a las observaciones prel iminares que h i c i ­mos antes - , porque si uso el término real idad lo incluyo o lo torno equivalente a la real idad del análisis.

E n otras palabras: la lesión de órgano es l a separación o l a caída de l a real idad en cuanto es caída y separación dentro del análisis.

E n las cuatro observaciones pre l iminares que hicimos anter iormente había u n a que decía: nos interesamos por las lesiones de órgano sólo en la medida en que ellas se presentan en el marco de l a transferencia analítica. Necesitamos este preámbulo para mantener u n eje, s in el cual nos perderíamos, enmarañados en la cuestión psicosomática. L a hipertensión nos interesa en el lugar donde la escucho, donde el paciente nos habla.

Digámoslo de otro modo: ¿qué di j imos hasta ahora sobre la realidad? Que el la es unívoca, local y siempre nueva. Esto es, renovada por c l imax, se abre con u n significante y se cierra con l a caída de u n objeto. Ahora bien, ésta es l a real idad psicoanalítica, que se desarrolla en el marco del análisis. Necesitamos, por lo tanto , es­pecificar esa real idad donde l a caída no es u n m i r a r o una voz enjuego en l a experiencia del análisis, no es u n regalo en el sentido del objeto anal , sino una lesión de órgano.

Nos interesa destacar en qué difiere l a consistencia de

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esa real idad, por ejemplo, de la real idad de la neurosis. Necesitaremos, así, interrogarnos sobre el orden simbó­lico, sobre el orden imaginar io y después sobre el corte, el objeto y, finalmente, sobre el sujeto.

Comencemos por lo simbólico y lo imaginar io . Podría­mos habernos conformado con decir, como Lacan: "Las reacciones psicosomáticas están a nive l de lo Real" en el Seminario I I de enero de 1955.

Podríamos haber ido más adelante y precisar que lo que no arribó a l a luz de lo simbólico - n o estoy diciendo rechazado de lo simbólico- reaparece en lo Real bajo la forma de una lesión de órgano. Intentaremos i r más lejos y precisar mejor esta frase.

Part imos, en efecto, de la hipótesis de que la forc lu­sión, en par t i cu lar la forclusión del Nombre del Padre, es el mecanismo de la lesión en el organismo. Se puede, de manera más general, considerar también la forc lu­sión del Nombre del Padre como una lógica determinan­te de la alucinación y del pasaje a l acto. Alucinación, lesión de órgano y pasaje a l acto son las tres formaciones que yo l lamo "formaciones del objeto a".

Forclusión local, realidad local

Cuando decimos que la forclusión del Nombre del Padre es el mecanismo de una lesión de órgano, esto no significa que la real idad sea caótica y que el sujeto sea psicótico. Percibirán bien que estamos localizando la forclusión.

E n efecto, en estos iíltimos tiempos se ha tornado para mí cada vez más claro que es preciso localizar el me­canismo de la forclusión. Destacamos así, como lo hacía Freud, u n mecanismo que no excluye otros: puede haber forclusión del Nombre del Padre que provoque una le­sión de órgano, lo que no excluye que haya represión,

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F A C ; D E P S ! G O L O S ! f t í

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denegación, etcétera. E n otros términos, hablar de la forclusión como mecanismo local es u n modo de decir que la real idad que abordamos y la real idad de la lesión de órgano son realidades locales.

Esa persona hipertensa desde hace año y medio, por ejemplo y s in motivo aparente, ve con espanto que le diagnostican una hipertensión importante cuyo origen no puede determinar . Esta es una real idad local que no impide que haya otras realidades, neuróticas, perver­sas, etcétera.

L a forclusión del Nombre del Padre s ign i f i ca -y es otra manera de dec i r l o - que en el caos de la realidad-lesión de órgano no hay significante excéntrico a la cadena en el punto singular, opaco, alrededor del cual se ordenaría la nueva real idad. Este significante, que no es excéntri­co, en este caso está amalgamado, solidificado en la cadena. Es la expresión que ya trabajamos como masi ­ficación del par S1-S2.

Se nos plantean dos cuestiones importantes y difíciles. L a pr imera es: ¿cómo se traduce clínicamente esa forclu­sión determinante de una lesión de órgano? Con dos hechos clínicos. E n pr imer lugar , si tenemos presente lo dicho acerca del padre y el Nombre del Padre se entenderá que el pr imer hecho clínico, fácilmente observable en la expe­riencia, es que para esta lesión de órgano la genealogía del paciente no asciende n i desciende conforme a las r a ­mificaciones del árbol de l a filiación significante. Quere­mos decir que no hay filiación según los encadenamientos significantes. L a filiación circula en el nivel de las lesio­nes orgánicas. E n i m a palabra: la filiación del Nombre del Padre se t o m a filiación de objeto.

Retomemos el caso de la hipertensión. Esa persona no sólo habló del hecho de que su madre también era hipertensa desde la misma edad que ella sino que t a m ­bién lo que atrajo m i atención fue que había sido criada durante toda su j u v e n t u d por la abuela paterna a quien

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ella vio, en una escena horr ib le , casi m o r i r a causa de un espasmo de glotis . Es como si entre l a visión de esa horr ib le escena y l a hipertensión hubiese u n vínculo que pudiese ser comprendido, a p r i m e r a v is ta , como una relación de espasmo a espasmo. Por lo tanto , el pr imer hecho clínico es una filiación de objeto que sustituye a la filiación del Nombre del Padre.

E l llamado

Vayamos a l segundo hecho clínico que se refiere a la coyuntura desencadenante de la lesión de órgano. Re­cordarán que en algún momento distinguimos la repre­sión de l a forclusión ut i l i zando l a diferencia entre el l lamado y el retorno. E l l lamado, en el caso de la forclu­sión, tiene una consistencia heterogénea a la del retor­no. Aquí el retomo es la lesión, o sea una variación brusca, súbita, inscr i ta en u n órgano, s in r e m i t i r a nada sino a ella misma. Volveremos a esto.

Pero, ¿qué l lamado es capaz de induc ir , desencadenar, la lesión? Fue con esta cuestión que terminamos la úl­t i m a vez. ¿Cómo entender la lesión de órgano, a p a r t i r de qué l lamado del deseo del Otro y de qué objeto? Kl l lamado es el significante que abre la real idad y la le­sión; el objeto es el que las cierra.

Este l lamado no es u n significante en el sentido de un elemento discreto, asociado a otros de su misma natura ­leza. Se t r a t a de u n l lamado de t ipo informe, macizo, tanto en el n ive l del sonido como de la imagen. Se t rata de una p u r a enunciación en la cual el sujeto está implí­cito. No hay enunciado n i shifter en el enunciado; enU) es no hay enunciado en el cual se oiga decir "yo" o " t i i " n i hay shifter relacionado con el lugar n i con el tiempo, Se t r a t a de enunciaciones puras, o sea sin sujcito del enunciado.

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E l ejemplo más claro de una pura enunciación es u n gr i to , y part i cu larmente u n gr i to de dolor, u n pedido de socorro, una inyunción, o sea una orden precisa, formal , perentoria, una intimación, condensada en una o dos palabras, o más aún, emisiones de sonido entrecortadas, inéditas, ruidos extraños o inquietantes , frases que se repi ten , s in sujeto. Hace poco, una madre completamen­te neurótica decía haber percibido que en el transcurso de u n día repitió veinte veces a su hi jo "¡Apresúrate!". Eso es para mí una enunciación tipoinyunción. E l sujeto no está allí y esa frase no está destinada a ser oída.

Freud pensaba que la fantasía se constituye, precisa­mente, con cosas oídas y el sueño, con cosas vistas. D i ­ríamos que nuestro caso es algo del mismo orden, salvo que esas cosas oídas o vistas no son elementos recorta­dos sino macizos y extraños. Lacan les da el nombre de holofrases, frases condensadas.

E n el Seminario I expresa: "Hay frases, expresiones, que no pueden ser descompuestas y que dicen respecto a u n a situación en su conjunto. Son las holofrases".

Agregaríamos que estas holofrases están ligadas a las necesidades, a l cuerpo; es por ello que dimos el ejemplo del gr i to , del pedido de socorro. Es preciso que haya una relación nítidamente establecida con una necesidad.

Pero para hablar de los l lamados que pueden provocar lesiones de órgano, no basta con hab lar de llamados macizos, condensados, de sonidos e imágenes. No basta decir que i n t i m i d a n o amenazan. Es preciso decir, sobre todo, que son l lamados fascinantes, capaces de pasmar y paral izar a l sujeto. E l ejemplo más conocido de esto es l a parálisis ante los ojos penetrantes de Medusa.

También podemos i l u s t r a r l o desde la etología: hay mariposas capaces de asustar y paral izar a los predado-res, abriendo las alas sobre las cuales se d ibujan mag­níficos y fascinantes ocelos, o sea formas de pequeños ojos.

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Roger Caillois, en su l ibro Medusa y Compañía, des­cribe de m a n e r a magnífica uno de esos fenómenos miméticos. Los ocelos no fascinan tanto por su semejan­za con los ojos sino por su forma de círculos concéntricos atrapantes. E l insecto no fascina al predador porque tenga ojos como la lechuza, sino que paral iza con esas formas de círculos concéntricos de colores contrastados. Se t r a t a , por lo tanto , en su opinión, de una estructura. Es la estructura del círculo la que es capaz de ejercer u n a acción sobre el organismo del otro.

Esto nos pos ib i l i ta r e m i t i r n o s a l texto lacaniano del estadio del espejo, que considero m u y i m p o r t a n t e por su r iqueza para entender el fenómeno de las lesiones orgánicas. Se observa en ese texto que el estadio del espejo es el l u g a r de u n d r a m a que consiste en que hay u n impulso que va desde l a insuf ic iencia orgánica del niño p r e m a t u r o hasta l a imagen ant i c ipadora . Eso lo sabemos. Pero a l es tud iar b ien ese texto y pensar en pensar las lesiones de órgano nos preguntamos : ¿por qué no lo inverso , por qué no decir que este impulso es de doble sentido y que una imagen ant i c ipadora , pasando más allá de las posibi l idades receptivas del sujeto, puede provocar u n a insuf ic ienc ia orgánica, sea u n a parálisis, u n a incoordinación motora , u n a lesión ulcerosa o u n a hipertensión? E n este p u n t o nos que­damos en la conocida tesis de que las dolencias ps i ­cosomáticas son u n daño en el n ive l del narcisismo. Pero ésta me parece una afirmación demasiado general que propongo detal lar mejor. No cualquier imagen opera; es necesaria una imagen maciza, anticipadora, y esto no quiere decir que el sujeto tenga que ser u n niño pequeño. Esa imagen también puede ser ant ic ipadora para el adulto .

Resumiendo: el l lamado macizo, fascinante, mezcla de sonidos e imágenes, introduce una lesión de órgano que tiene su misma consistencia.

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Se di jo que p a r a l a represión neurótica, el l l amado es simbólico así como el r e t o r n o , y que para l a r e p r e ­sión del N o m b r e del Padre , pensando en la a l u c i n a ­ción, el l l a m a d o es simbólico y el r e to rno Real . H o y diríamos que, considerando de cerca sus caracterís­t icas de macizo, fascinante y ant i c ipador , este l l a m a ­do t iene la m i s m a consistencia que l a lesión. Quere­mos decir que el l lamado y el re torno t i enen ambos u n a consistencia no simbólica n i r e a l sino fantasmá-t i ca . Volveremos sobre esto; ahora respondo a u n a p r e g u n t a que p l a n t e a , p r e c i s a m e n t e , e l s i g u i e n t e problema: antes pensaba que el l lamado era o una pa­labra , o el síntoma de a lguien, o el nombre de alguien, y que con este l lamado, bajo esa forma, se provocaba u n retorno de o t ra consistencia. No vuelvo a l a palabra "consistencia"; es preciso entenderla , pensarla en el nudo borromeo. Lo que ahora me parece impor tante es ver que, frente a u n a lesión de órgano, no sólo se deben buscar esos tres t ipos de l lamados eminentemente s i m ­bólicos, sino también otro. Habrá lesión de órgano siem­pre que se t r a t e del mismo l ina je . Doy aun una mayor precisión: no se t r a t a de encontrar la misma dolencia, se t r a t a de fantasías.

De las tres cosas que acabamos de decir de los l l a m a ­dos eminentemente simbólicos, fantasmáticos, absolu­tamente idénticos en el retorno, es el último t ipo de l l a ­mados el más importante .

E n el ejemplo de la mujer hipertensa, lo más s igni f i ­cativo no es que su madre haya sido hipertensa sino percibir aquella escena en el curso de la cual la abuela gr i taba que se atragantaba. Esta escena y aquellos g r i ­tos t ienen más que ver con su hipertensión que la dolen­cia de la madre.

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La elección de órgano y la lesión objeto de la pulsión 9^-

No se t r a t a simplemente de u n l lamado macizo. Es ^ preciso que el sujeto esté estupefacto por algo que se ha ^ ligado al deseo del Otro , aun si este deseo se manifiesta 0 r bajo la forma de una fantasía. Digo fantasía para hacer entender que se t r a t a de algo del mismo orden que la ^ lesión de órgano.

Para dar otro ejemplo; una lesión de órgano puede sor el retomo de t m llamado que fue u n pasaje al acto. Vol- — veremos después sobre este problema de desplazamiento " del l lamado y del retomo de la misma consistencia.

Se t r a t a ahora que sepamos dos cosas: pr imero , ¿quó es lo que hace que u n órgano hasta entonces indiferonl,<; a la pulsión, y consecuentemente al deseo, se constituya como sede de una lesión? Es en psicosomática el anticuo | ^ ; problema de la elección de órgano. ^ ^

E n otros términos: ¿cómo u n órgano o una parte (1<>1 ¡ órgano que no tiene lugar definido en el campo imaj^ina- 0 - * r io , y no es tampoco una superficie de borde de orificio, puede estar atravesado por la pulsión? '

Segunda pregunta : ¿en qué es l a lesión - u n espasmo, 9 ^ una necrosis, una h e m o r r a g i a - u n objeto que incluiría-mos en la serie de los objetos pulsionales recortados con-forme a determinadas características, que ya hemos dt»- ' sarrollado, o sea conforme a ciertos trazos de borde, p(!n) sobre todo conforme a una gramática del verbo? DirnoH el ejemplo del m i r a r y el objeto-mirar sólo se separa conforme a la gramática del verbo m i r a r .

Para cont inuar con las diferentes partes de la pulsión, 0 ¿cómo entender lo que sucede con el impulso de ella? 1'!m ^ la pulsión, el impulso es constante a condición de (juc la ^ superficie sobre la cual el flujo c ircula sea una HU[)<ir- # ^ ficie de borde cerrado; por lo tanto , que no existan orí ^ ficios. E n el caso de l a lesión, la superficie no cum pU' o.stn ^

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condición y el impulso no parece ser constante; por el contrario , parece estar más de acuerdo con los cambios de r i t m o biológico.

No sólo se plantea l a cuestión de saber si la lesión es u n objeto. Existe también el problema del dolor, pues éste es u n objeto, u n tipo de objeto a. Pero es u n tipo de objeto cuya fuente no es i m órgano orif ic ia! sino i m tejido.

Para retornar a la cuestión de l a lesión como objeto, sería necesario inventar una especie de gramática de la lesión y, t a l vez, para cada una de las lesiones haya u n verbo que se pueda trans formar para ver si esa lesión responde a la condición con la cual caracterizamos el objeto de la pulsión. Esta es una idea para ser conside­rada y experimentada.

¿Cómo responde Freud a la pregunta acerca de la elección de órgano? Sólo se interesa por l a cuestión de la lesión de órgano a l hablar de la h is ter ia . E n principio , los textos de Freud que se refieren a la psicosomática son l imitados y pobres. Para dar cuenta de la elección de órgano, propone que puede haber u n incremento eróge-no de u n órgano que ya estaba a disposición de las p u l ­siones sexuales hasta tornarse u n órgano genita l . E l ejemplo típico que da es el del ojo en la ceguera histérica, donde el órgano sufre tales modificaciones humorales, que l a estasis o l a inflamación recuerdan las de u n ór­gano genita l en estado de excitación. Estamos allí ante u n órgano que ya es, en sí, la fuente de u n objeto pulsio-na l b ien definido: el m i r a r .

L a cuestión se plantea para los órganos que no están habi tualmente a disposición de las pulsiones sexuales. Freud postula, pensando todavía en l a h is ter ia , la expre­sión "zona histerógena", atípica o a r t i f i c i a l , para dar cuenta de lugares del cuerpo, sean o no órganos, que se encuentran erotizados. Da como ejemplo, entre muchos otros, el dolor de los muslos de El izabeth von R. Hace una interpretación en l a cual no nos detendremos y define

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ese dolor en los muslos como el ejemplo típico de una zona histerógena art i f i c ia l . E n Freud es constante l a idea de que estas zonas histerógenas artif iciales son creadas por exacerbación, por intensificación, por una exagera­ción de l a l ibido. Eso llevó a algunos hasta a hablar de exceso de l ib ido , expresión con l a cual no concuerdo.

¿Cómo sale Lacan de esta cuestión? Hace dos obser­vaciones que pueden guiarnos. Por una parte propone, en el Seminario 11, concebir los fenómenos de erogeni-zación de u n órgano inédito, como u n sincretismo, una no diferenciación entre la fuente de la pulsión y el objeto. Dice que se t r a t a , entonces, en estos casos, de autoero­t ismo: el objeto y la fuente son idénticos. Luego adopta otra posición. Diríamos que desdramatiza la cuestión. Nos propone que las otras zonas que no son erógenas pulsionalmente definidas, que se reconocen como tales y que Freud había l lamado "art i f ic ia les" , son lugares desexualizados, pero también sometidos al deseo. Y nos preguntamos por qué no.

De esta respuesta de Lacan podemos extraer u n coro­lar io importante : si decimos que l a zona erógena está sometida al deseo pero desexualizada, podemos pensar de inmediato que ella está sometida al deseo del analis­ta . Sería u n modo de decir que poco importa que la zona o el órgano sean o no sexuales, pero que a p a r t i r del momento en que esta lesión se plantea - l o mismo si fuese u n órgano inédito, a r t i f i c i a l - dentro del análisis, ella está consecuentemente sometida al deseo del analista.

Toda l a cuestión se plantea así: ¿hay l lamado, hay retorno, y qué hacemos como analistas? ¿Cómo debe recibir el anal ista la lesión de órgano? Vemos cómo se produce, intentamos recorrer sus circuitos, pero queda la pregunta acerca de saber cómo recibir la .

Daremos a las cuestiones que planteamos hace u n momento dos respuestas totalmente provisorias pero que después podrán ser reintroducidas. Primero una respues-

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t a abstracta pero que t a l vez nos haga pensar: cuando tenemos u n órgano existen obligaciones para con él, por ejemplo, se lo debe usar. Si me pidiesen que definiera u n órgano, respondería que es l a parte del cuerpo que nos embaraza y para l a cual no hay o t ra solución que hacerla trabajar . ¿Por qué no pensar que lo que está de más, en exceso, es el órgano y que es preciso encontrarle una fimción, aunque ésta no sea en absoluto necesaria y hasta pueda ser nociva? Lo que propongo es cambiar los tér­minos de ese sistema de regulación entre l ibido y órgano, y en lugar de decir, como haría Freud , que hay u n exceso de l ibido en u n órgano que debe ser drenado, expresar lo inverso: que hay u n exceso de órgano que exige l ibido. Por detrás de esta proposición que les hago está la cues­tión del condensador, el concepto de condensador en el electromagnetismo.

La segunda respuesta con respecto a la elección de órgano retoma aquello que dij imos antes a propósito del l lamado y el retorno. Af i rmamos que es u n desplaza­miento, una transmisión fantasmática de u n cuerpo a otro dentro de u n mismo l inaje . Esto quiere decir que el objeto extraído del cuerpo de u n sujeto se desplaza y se in jer ta en el cuerpo de otro. Empero, enunciar las cosas de este modo es erróneo, porque nos hace pensar el cuerpo como una ent idad i n d i v i d u a l . Digamos mejor que la le­sión de órgano es el objeto único que cierra la real idad de u n entre-dos pulsional .

E l mimetismo. La relación filiación-lesión

E n este punto quisiera hacer algunas observaciones. E n pr imer lugar , que las leyes de esos desplazamientos y, en consecuencia, las de la elección de órgano y de la lesión deben ser pensadas, t a l vez, u n a vez más, toman­do el ejemplo del mimet ismo, pero como si éste sucediese

dentro de una fami l ia del mismo género o de una misma especie. Roger Caillois y Lucien Chopar toman el"ejem­plo de una mariposa hembra que adopta la misma for­ma, el mismo color y el mismo comportamiento que Otra mariposa hembra que pertenece a otro género de la misma especie, engañando así a las mariposas machot y hasta a los científicos que intentaban estudiarlas.

Roger Caillois describe tres tipos de mimetismo; el disfraz, el camuflaje y la intimidación. Con respecto ul disfraz, que es el caso que acabamos de comentar, dice - l o que me parece m u y importante para lo nues t ro - que se t r a t a de toda una transformación del cuerpo del a n i ­m a l . Con respecto a esta transformación nos podomoH preguntar , finalmente, para qué sirve. Aparentemonto, para nada.

Hay u n gran debate entre las personas que tral»i,jiui este problema; algunas a f i rman que el mimetismo tiono ut ihdad en la lucha por la vida, en la selección natural o hasta para espantar a los predadores, etcétera.

Segunda observación: l a fihación del Nombre del Pudni se transforma en filiación de objeto a. Esto quiere decir que, en el lugar del Padre, aparece la lesión y, si t rans ­formamos los términos, si pensamos en la confusión quo habría entre el Padre y la lesión, o sea entre el s igni f i ­cante del Nombre del Padre y el objeto a, ello nos remito a aqueUa confusión que habría entre el ideal del yo y ol objeto a que define al fenómeno hipnótico. E n efecto, Freud, en Psicología de las masas y análisis del yo, des­cribe y analiza la hipnosis como una amalgama entro ol ideal del yo y el objeto de ]a pulsión. E n el caso que estoy comentando, decir que la filiación del Nombre del I 'adrc se transforma en filiación de órgano, en filiación de objeto, tiene una razón y una resonancia comunes con la cues­tión de la hipnosis.

E n fin, la relación Padre-lesión recuerda la hipótesis de Pankow. Gisella Pankow escribió dos textos sobro

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psicosomática. L a hipótesis es l a siguente: habría en los pacientes psicosomáticos u n a correspondencia entre zonas de destrucción en l a imagen del cuerpo y zonas de destrucción en l a estructura fami l ia r . Pienso que para ella l a imagen del cuerpo no es sólo i m a g i n a r i a sino también simbólica. Se aproxima más a nuestro concepto de real idad efectiva - imágenes y pa labras - que a la mera imagen del cuerpo como habi tualmente la entendemos. E l l a habla de zonas de destrucción de l a imagen del cuerpo, lo que podríamos t raduc i r por zonas de destruc­ción de la real idad. Habría, por lo tanto , una correspon­dencia entre los agujeros de la real idad y l a fa l ta del Nombre del Padre, o sea los agujeros en la estructura fami l iar .

A l decir que hay u n desplazamiento, una errancia, u n in jer to del objeto dentro de l a m i s m a descendencia, evidentemente estamos marcando u n cuadro simbólico en el cual t r a n s i t a este desplazamiento.

Cuando hablamos de descendencia queremos decir que, para ciertas ramificaciones, el Nombre del Padre se mantiene. Hacemos el siguiente esquema: u n sujeto, en términos pulsionales, es u n conjunto de realidades que lo componen. H a y una m u l t i p l i c i d a d de realidades, una maraña de realidades, como también de pulsiones; o sea que, para t a l act iv idad, t a l ejercicio puls ional , hay una masificación del significante o, si quieren, u n a forc lu­sión. Pero el paciente reconoce que su madre es su madre y conoce m u y bien su h is tor ia . No es el caso del paciente esquizofrénico con quien es necesario hacer todo u n t r a ­bajo sobre su ascendencia, haciéndolo retroceder en su his tor ia y rehaciéndola con él. E n la lesión de órgano, el mapa genealógico está perfectamente establecido; em­pero, ha habido algo del orden de u n l lamado de t ipo fantasmático en el origen de esa lesión que considera­mos de la m i s m a naturaleza .

Respondo a u n a pregunta : la fórmula que empleamos

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fue que el deseo l leva lo más lejos posible l a barrera contra el goce. Decir, por ejemplo, que la dolencia psicosomática o la lesión de órgano es Real, es falso. No hay en toda la rea l idad de u n sujeto ningún Real a l cual tenga acceso.. Cada vez que se toca lo Real, éste cambia. E l Real tocado se t o rna real idad y lo Real se desplaza. Por lo tanto , una lesión de órgano no es Real, es u n a real idad; una rea l i ­dad s ingular , local, propia, pero, a pesar de todo, u n a real idad.

Si trocamos el término Real por el término goce, goce del Otro , goce in f in i t o , nunca alcanzamos el n ive l de este goce. E n el n ive l del goce in f in i t o pienso, sobre todo, en el problema de la sublimación, del éxtasis. Pero dejemos eso de lado y quedémonos en la lesión de órgano. La lesión de órgano es l a barrera más le jana en l a cual u n deseo puede ser defensa contra el goce. Pero no es el goce i n ­finito, es aún y siempre u n goce local, totalmente dife­rente del goce local que se encuentra en una fantasía perversa, por ejemplo, o en u n a actuación perversa.

Es la misma diferencia que existe entre el acting-out y el pasaje a l acto. E l acting-out dice respecto al mostrar. Para explicarlo, Lacan usa la metáfora del teatro : en el acting-out el sujeto sube a l escenario, se muestra y así t ransforma a los espectadores y también a sí mismo en objetos. E n el pasaje a l acto, el sujeto sube a l escenario, pero e l escenario quema, el teatro está en l lamas o, es más si ustedes quieren, u n caballo verdadero atraviesa el escenario o Mol iere muere en escena, escupiendo sangre verdadera. E l pasaje a l acto es sangre verdadera, son l lamas verdaderas. O, para retomar el ejemplo de Lacan: el sujeto sube al escenario y cae en el foso del apuntador. E n el otro caso, el sujeto sube a l escenario y se muestra . Quiero decir que en l a conversión histérica y para la lesión de órgano, estamos presenciando algo que tiene que ver con el mostrar. Es una cuestión s im­bólica, pero sobre todo está hecha para ser mostrada. E n

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tanto que en el pasaje a l acto se atraviesa el escenario, el mismo se escinde, no hay más teatro. E n la lesión eso quema, también, de verdad.

Es por ello que el acting-out corresponde más a la articulación de l a fantasía, y el pasaje a l acto a una articulación que se le asemeja pero que no es la de la fantasía. Dist inguimos tres instancias: el síntoma, la fantasía y las formaciones del objeto a. E l síntoma se define por el hecho de ser tanto u n signo como u n s igni ­ficante, u n significante que remite a otro. L a fantasía, por el hecho de que el sujeto se ident i f i ca con el objeto del cual se separa. Y las formaciones de objeto a - u n a acción, una lesión o una alucinación-, por el hecho de que el sujeto no se separa de la misma manera de este objeto como en el caso de la fantasía; el corte no es el mismo. E n el caso de l a acción, la alucinación o l a lesión, aún más que con la fantasía, sitúo las cosas, mínima­mente, entre dos cuerpos, entre dos sujetos. Quiero decir que pienso que estas tres instancias psíquicas son el retorno, en u n sujeto, del deseo en otro, y que el corte no es el mismo que en el caso de l a fantasía.

L a posición del sujeto, por lo tanto , no es la misma en el síntoma, en la fantasía o en las formaciones del objeto a. E l sujeto, en el síntoma, se divide entre ser este sín­toma y, a l mismo tiempo, el sujeto por llegar a ser en todos los síntomas que se v a n a repet ir . E l sujeto en la fantasía se eclipsa, se esconde detrás del objeto, se iden­t i f ica con el objeto del cual se separa y se esconde. E l ejemplo más extraordinario de esto es l a vergüenza, el pudor. E n el caso de las formaciones de objeto a, el sujeto no está borrado n i eclipsado, es u n sujeto atrincherado en l a lesión, es el sujeto-lesión. L a posición del sujeto es totalmente inédita, es otra , como en el caso de la alucina­ción, donde lo que i m p o r t a es que el objeto que el sujeto alucina, la voz que él oye, es una voz que le está d ir ig ida ; no se t r a t a tanto de una falsa percepción como del hecho

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de que el objeto no lo m i r a sino a él. Es en este t ipo de amalgama, de ident idad entre el sujeto y el objeto que le concierne sólo a él, que está lo propio de las formacio­nes de objeto a.

H a y u n a pregunta acerca de la relación entre tres enunciados: el deseo del anal is ta , el deseo que lleva lo más lejos posible l a b a r r e r a contra el goce y la cues­tión del exceso de órgano. Yo resumo las tres en una m i s m a p r e g u n t a , que también les hago a uatedos; ¿cómo, en tanto anal istas , r e c ib i r l a lesión de ór^íano? ¿Esto es, re c ib i r aquellas formaciones en las cuales <il sujeto es el sujeto del Ello, el sujeto del silencio do IHH pulsiones, el sujeto del retorno?

L a frase "donde ello era, yo debo advenir" implica ol circuito que va del l lamado al retorno. Es como si <(Hl.a frase debiese ser traducida por "donde había un MH|OI,(I puro , el sujeto de las pulsiones, el sujeto s i n n i n ^ t h i elemento que venga a designarlo, ahí yo doho n d v o n i r " , E l destino es retornar al lugar del sujeto dol Kilo, Fl« un poco lo que pretendía decir cuando hablamos do sopara ción y de la pulsión de muerte. Toda separación <IH un modo de poner en juego la pulsión de muert<\i la separación de u n órgano lesionado parecería l l o v a r al sujeto a su punto de part ida , "donde El lo e r a " , q i i o no os u n verdadero punto de part ida . E n otras palabras, ado lecer de u n órgano es una manera de apresa ra rso a cumpl i r el destino. "Donde Ello era. Yo debo advcMiir" pon» de prisa, y "de prisa" significa "con urgencia", y con uryon cia significa "con enojo". ¿Cómo?, con el cuerpo. Ks u n poco esto lo que debemos entender en tanto analistas c i a m d o alguien dice: " E l médico me diagnosticó una hiporU>tiHÍón" Se t r a t a de alguien que se apresura por volv(>r,

¿Cuál es el lugar del analista? ¿Qué es, para iM, i n l o r venir? Es cambiar la barrera, o sea dar u n n o m b r o a la lesión y así r e m i t i r l a hacia otra cosa. Esta (!S la p n n i o r a de las intervenciones de u n anal ista tanto on ol Moiilldo

>Ac;DePsicoij!<ii'

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cronológico como en el de importanc ia , ante una afección de órgano. Darle u n nombre significa amoldarla, otor­garle una h is tor ia , por ejemplo, r e s t i t u i r l a en una des­cendencia. Hacer que la barrera no sea más una lesión y sí u n nombre. Eso sólo se hace a condición de que tengamos deseos y no angustia.

¿Qué es el deseo del analista? H a y m i l respuestas a esta pregunta. Hoy sólo daré una: el que se manif iesta por el hecho de que el anal is ta es a lguien que dice de t a l modo que ese decir no es n i demanda - e n el sentido de obstruir u n agujero, de tener una función paterna con relación a l sujeto, de mostrarse preocupado por é l - n i tampoco callarse totalmente . E l deseo del anal ista se da ahí, en esa f ran ja t a n fina, t a n estrecha, que va entre no decir una demanda y no callar sino nombrar .

H a y u n a pregunta que se refiere a la diferencia entre interpretación y holofrase: u n a interpretación, a l con­t r a r i o de una holofrase, es u n a palabra cortada que remite a otra. Quiero decir que la interpretación abre cadenas mientras la holofrase c ierra o, en todo caso, provoca retornos que se c ierran sobre sí mismos.

L a pr imera descripción analítica de una dolencia psi­cosomática sería que es una lesión que no remite a nada, que se cierra sobre sí misma. L a interpretación es exac­tamente lo opuesto; el la no puede nombrar , puede inter ­pre tar la fantasía. L a interpretación es algo que remite a otro significante. Sólo es interpretación después que ha provocado l a repetición de una palabra en el paciente.

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V

Fierre Benoit y Jean Gui r , dos psicoanalistas de for­mación médica, aceptaron colaborar con nosotros en la interrogación de las afecciones l lamadas psicosomáticas, mucho más frecuentes de lo que se cree en el transcurso de u n análisis.

H a y una cuestión pre l iminar que no debemos dejar de plantear en el inicio de nuestro trabajo , que es l a siguien­te: esas afecciones, que l a medicina rechaza en tanto entidades clínicas m a l definidas, no son por ello inme­diatamente aceptables en el campo del análisis.

Afecciones psicosomáticas: inconsciente y goce

Queremos decir que no es porque esas afecciones sean frecuentes en el transcurso de u n análisis que, automá­ticamente, dependan del campo freudiano; esta cuestión debe tenerse en cuenta. No es cierto que las afecciones psicosomáticas pertenezcan a l dominio del análisis. Recordemos que Freud trató el tema de modo indirecto y en rarísimas ocasiones. Luego, el propio Lacan lo hizo sólo en tres oportunidades a lo largo de sus t r e i n t a años de seminario.

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Tres veces no es mucho. Se t r a t a de saber cómo esas afecciones se sitúan en relación con los dos ejes funda ­mentales que d i r i g e n el análisis: el eje del inconsciente y el eje del goce del cuerpo. De reconocer en qué me­dida esas lesiones de órgano pueden ser consideradas fracasos l igados a lo sexual y a lo inconsciente o, si ustedes quieren, como fracaso propio de u n ser sexuado que sufre por el hecho de que es también u n ser que habla. Si estamos hoy aquí es porque pensamos que esas afecciones dependen del campo del análisis pero ésta es u n a hipótesis que es necesario ver i f i car . Y creo que el hecho de ref lexionar sobre las afecciones psicosomáti­cas podría, t a l vez, modi f icar los propios ejes del campo f r e u d i a n o .

E l interés que tenemos por esas manifestaciones ps i ­cosomáticas no se debe sólo a lo que ocurre en l a clínica, sino también a u n a preocupación teórica.

E l pasaje a l acto, la alucinación y l a lesión de órgano dependen de una misma lógica que l lamo "formación de objeto a". E n los tres casos, el cuerpo obra de u n modo diferente, ya sea que se t ra te de u n síntoma o de u n a fantasía, y el goce surge de modo diferente, el sujeto sufre de otra forma y las leyes de lo simbólico obedecen a otra lógica.

Las formaciones de objeto a se equiparan a u n desbor­de de goce, u n goce en más; de ahí el nombre de " forma­ciones de objeto a". Las formaciones psicosomáticas sólo nos interesan en el marco de la experiencia del análisis, u n camino que nos sirve para no extraviarnos.

Fierre Benoit: E n pr imer lugar, agradezco a Juan David Nasio por haberme inv i tado a este impresionante semi­nario , y pido me disculpen si mis orígenes médicos apa­recen con demasiada frecuencia en lo que voy a decir.

Lo que pretendo exponer l leva como título: "His tor ia y perspectiva de salida de u n círculo vicioso".

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O

r ) « )

Comienzo con una anécdota. E n los años '70, en una * ̂ sesión de Grupo B a l i n t , u n médico que part ic ipaba en él * í desde el inicio y a quien todo el mundo estimaba, u n | j buen profesional, toma l a palabra para decirnos que dejará de asist ir a l grupo, pero que antes quiere presen- *^ t a r su última observación. Nos cuenta la siguiente his - %í tor ia : estaba en el consultorio de u n médico, perito de »x una compañía de seguros, donde tenía que someterse a u n examen para garantizar u n préstamo que había te-nido que pedir , situación que lo enojaba mucho. Nos ^ cuenta que no esconde nada al perito. Y pensamos en los hechos de su vida que suponemos conocer. En real idad. t i lo que no esconde al médico y sí nos había escondido a t|á nosotros es que sufría de psoriasis desde hacía diez años y que durante ese tiempo esa afección creció y se desa­rrolló. Percibe entonces que el perito está muy interesa- ^ do pues, además de perito, en sus horas de ocio hacía ||¿ algo de dermatología. E l perito le pregunta qué hacía él por su psoriasis. Responde que no mucho, que usa poma-das cuando los clientes que t ienen psoriasis le dicen que %i son eficaces. E l médico-perito se asombra y le señala que no es eso lo que se debe hace;.- en u n caso de psoriasis y que debería saber que hay cosas interesantísimas para ^ t r a t a r l a , como por ejemplo, el licor de Fouler, que aun- ||t que sea u n remedio peligroso -es ácido arsénico- bien manejado es realmente eficaz. Y continúa diciendo que "hay u n factor psíquico muy importante en la psoriasis", a lo que nuestro amigo responde que en mater ia de psiquismo conoce algo, ya que hace diez años que está en u n Grupo B a l i n t y varios que hace psicoterapia. Esto cambia radicalmente la situación y hace que el médico-perito se torne el consultante y nuestro amigo el consul­tado. Pasa al consultorio, se qui ta la ropa y se somete al examen. Vestido de nuevo, a l volver al gabinete ve al perito redactar una receta que le da, diciéndole: "No es m i papel, pero no lo puedo evitar: le receto licor de Fouler".

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Nuestro amigo comenta que tomó l a receta s in hacer demasiado caso y l a dejó en u n bolsillo donde quedó durante largo tiempo. De vez en cuando l a encontraba y sólo hacía poco que l a había t i rado a la basura, bastan­te descolorida. Pero ocurrió que desde entonces no tuvo más psoriasis. Por lo tanto , terminaba su participación en el Grupo B a l i n t .

Les propongo que recuerden esta h i s tor ia y también esa presencia cierta del licor de Fouler, ese veneno. Creo que puede i l u s t r a r , s in duda, muchas cosas de las que hablaremos hoy.

Dicho esto, muestro el color -parafraseando el juego de na ipes - evitando blanquearlo, como dirían los derma­tólogos que i n t e n t a n calmar una psoriasis con una po­mada.

Para mí, l a psicosomática en cuanto define una cate­goría par t i cu lar de dolencias, categoría que encontraría una definición posit iva de sí misma en su naturaleza o en su etiología, t a l como una dolencia infecciosa o de carencia, no existe. Claro, la psoriasis existe, pero decir que se t r a t a de una dolencia psicosomática no es sino una manera i lusor ia y criticable de hablar , a no ser que se considere que la única definición viable del psiquismo humano es el vínculo donde una real idad -sea cual fue­re, una lesión de órgano, por e jemplo - se da para ser reconocida. Toda dolencia reconocida, que se produce para que sea reconocida, es psicosomática. L a única cuestión que cuenta es saber en qué medida el psiquismo que reconoce es el del doliente o el de sus prójimos, el del médico o el del anal ista.

E n real idad, t a l como se u t i l i z a el vocablo "psicosomá­tica" es para mí una máscara, y detrás de el la encuentro dos cosas en part i cu lar : u n sector m u y l imi tado de pa­tologías, correspondiente a enfermedades dejadas de lado o dolencias que, a l menos temporariamente , sólo pueden definirse de forma negativa, esto es, más por lo que no

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son que por lo que son. N i eso n i aquello; entonces la psicosomática tiene su posibil idad. Después se perfi la, detrás de esa máscara, una gran tentación: proseguir en ese l imi tado sector con el mismo discurso mi lenario que t r a t a las relaciones entre el cuerpo y el alma. No es preciso ser u n gran sabio para reconocer que, cuando se t r a t a de este discurso, el pensamiento obsesivo de la muerte nunca está m u y lejos. Pero para que tuviese alguna credibi l i ­dad en la medicina contemporánea era mejor, en lugar de alma, hablar de aparato psíquico, intentando ar t i cu ­lar allí una teoría que no tornase t a n incompatible el lugar de las oraciones donde se plantean tradic ionalmen-te las cuestiones del a lma y el laboratorio donde en Occidente, hasta nuestros días -digamos desde el Rena­c imiento hasta E i n s t e i n - nacía el p r i m e r estado del pensamiento científico, del cual proviene, en nuestro mundo moderno - y es de notar su mayor florecimiento-la medicina tanto como las ciencias de la vida.

Es así como la teoría psicoanalítica -reconocida por F r e u d como u n a especie de teoría del a l m a - se encon­tró anexada, agregada a l a etiología de las dolencias somáticas, tornándose en enésimo capítulo, el de los factores psíquicos, que el propio F r e u d se negó a ha­cer. N i el término "psicosomático" n i el de "somatiza-ción" f o r m a n verdaderamente parte del vocabulario f reudiano . E l cuerpo allí no in te rv i ene sino para , en el fondo, f u n d a r pulsiones y ser el t eatro de las conver­siones histéricas.

Para entender la importanc ia de lo que digo no es del a lma que hay que p a r t i r sino del cuerpo. Pues fue él, en pr imer lugar , e l que cambió en nosotros en los tiempos modernos, otorgando la idea de órgano en el sentido de ins trumento para u n trabajo, con u n fantástico suple­mento de carga en relación con otro órgano, el pr imero , que es el ins trumento de música: el órgano de la voz, si ustedes quieren.

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E n el t iempo de F r e u d este cambio cap i ta l no era rea lmente p r e m a t u r o ; todavía existía toda la fuerza, todo el impacto del estado naciente que hizo que el cuerpo se tornase aquello que es hoy para nosotros. Fue en l a medida en que, ins id iosamente , el cuerpo se tornó sinónimo de aquel lo que designa el moderno concepto de "organismo" - i n i c i o s del siglo X X - , o sea la idea de u n a máquina v i v a , en l a cual cada elemento const ituye u n a e n t i d a d en sí, u n poco como las d iver ­sas piezas de u n motor que nosotros, los hombres , comenzamos a cons t ru i r .

Sin entrar en todos los detalles de esa s u t i l sus t i tu ­ción, limitémonos hoy a decir que es totalmente insepa­rable de u n pensamiento normativo y de la búsqueda de las causas, pensamientos éstos cargados de consecuen­cias en relación con nuestro tema.

U n a afección l lamada psicosomática, en la medida en que está acompañada por una lesión de órgano, trae algo de la anatomopatología, por ejemplo l a psoriasis, que no puede ser considerada normal . Desde que hay, por lo tanto , una anomalía somática, es n o r m a l que se l a haga corresponder con una anomalía del a lma. A p a r t i r de la idea de anomalía del a lma se hace el nudo del círculo vicioso de la psicosomática, en el cual todos estamos hoy, más o menos,! encerrados.

E n lo que ejs nuestro tema - l a s formaciones psicoso­máticas y su| relación con el psicoanálisis- creo que debemos i n t e n t a r entender por qué Freud , verdadera­mente, no ca^ó en este círculo vicioso. Es, s in duda, porque estaba lo suficientemente maduro como para entender que el pensamiento dual i s ta , donde estaba situado y del cual no se podía desprender, no le permitía poner de pie u n proceso psicosomático que pudiese sus­tentarse en u n discurso teórico serio. Y esto es, en efecto, exactamente lo que le fa l ta a l discurso psicosomático contemporáneo.

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Por lo tanto , lo pre l iminar era salir del dualismo, lo que Groddeck hacía tan sólo por intuición, y es lo que explica • por qué Freud le tenía tanto respeto. Pero después de |fc Freud y Groddeck, y el relativo fracaso de la segunda tópica -que me atrevería a calificar de "groddeckiana" si se con- ^ sidera que caminaba en u n sentido más un i tar i o que la p r i m e r a - t r a n s c u r r i e r o n años s in que el dua l i smo caricatural fuese discutido. De u n lado el alma, que entró ^ _ en el campo de la ciencia con el nombre de "aparato psíquico", y del otro el organismo, de naturaleza p u r u -mente a n i m a l , cuyo func ionamiento supuestamente) _ está programado por necesidades genéticas o p e r t u r -bado por u n accidente que afecta esas normas, y Lodo ello correspondiendo a u n dual ismo conceptual. Dos lugares de profesionales absolutamente d is t intos : por ~ u n lado, los verdaderos médicos, puros especialistas del cuerpo, veter inar ios , y del otro , los "ps i " , especia- 0 l i s tas del a lma, encargados de hacer admisible a los _ hombres la d u a l i d a d e s t r u c t u r a l de su ser. Centauro ^ o s irena, a elegir. ^

Es en el seno de esta situación de dualismo coaguladi> ^ donde la medicina psicosomática funcionó muy rápida mente con u n montaje imaginar io , cuya razón profunda 9 - e n m i opinión- fue la conservación del penaamionto ro-ligioso dual ista , como una herencia de tiempos antorio- ^ res. U n a lma y u n cuerpo separados por puntos do pa ^ saje, separados por una fi-ontera, y en los puntos de pasigo una estricta regulación, custodiada por los psicosomiiti-eos, a quienes sólo osaban b u r l a r los contrabandistas curanderos. Pero hoy, en 1983, encuentro conveniiuiU» ^ reconocer que más de medio siglo después de la segunda tópica, el dualismo está terminado, tanto del lado dol _ público como de los más diversos médicos.

L a frontera que acabo de evocar se torna cada voz imis 0-porosa, menos vigi lada y, sobre todo, menos l ineal ; os una frontera en extensión, que de línea se transforma on

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superficie y hasta toma volumen, y en este fenómeno de extensión parece, cada vez más, que las dolencias psico­somáticas l lamadas "clásicas" sólo t u v i e r a n u n papel de vanguardia , comparado a l de l a v a r i l l a de cr istal que provoca la cristalización acelerada de u n a solución sal i ­na sobresaturada.

Es así como disminuye el campo de los estados mór­bidos para los cuales los conceptos de la medicina cien­tífica objetiva continúan conservando plenamente su ca­rácter operatorio, incomprobable y exclusivo, el mismo que tenían hasta hace poco t iempo.

Como corolario, del lado de los "ps i " se torna cada vez más imposible no encarar l a hipótesis de que en la t r a n s ­ferencia hay u n proceso en acción que no deja de tener relación o parentesco con aquellos que operan en l a i n ­t i m i d a d más profunda de las células, de los tejidos, de los tumores , de los sistemas biológicos. ¿Quién sabe si no se l lega a i n c l u i r allí hasta la propia genética? A l fin de cuentas, los psicoanalistas y los médicos necesita­rán mucho t iempo para a d m i t i r en sus áreas lo que los físicos ya h a n a d m i t i d o en l a suya, o sea una c ier ta equivalencia o correspondencia entre l a m a t e r i a , la m a t e r i a m a t e r i a l - p a r a nosotros las es tructuras orgá­n i c a s - y los procesos energéticos, relaciónales, l igados a la r ea l idad .

Para nosotros, analistas, y especialmente para aque­llos que pasaron por l a Escuela Freudiana de París, eso podría traducirse como que en una cura psicoanalítica el Sujeto supuesto Saber funciona - y no sería yo quien d i ­jese lo contrario- , pero más allá de eso está la presencia de lo Real.

E n todo caso, fue el conocimiento oscuro -que a través de m i propia trayector ia obtuve m u y t e m p r a n o - de l a efectividad de las relaciones entre esos dos registros, relaciones t a n energéticamente ligadas por el conformis­mo menta l relat ivo a u n cierto estadio de la ciencia, lo

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que me aproximó a la enseñanza de Lacan. Fue así como oí hablar de lo real al lado del orden de lo simbólico y de lo imaginar io . Y , en efecto, creo que se puede reconocer hoy que la insistencia creciente sobre lo Real, hecha por el entorno de Lacan, lanzó algo esencial. Es necesario decirlo.

L a sal ida f u r t i v a del dual ismo freudiano se tornó posible, tanto en el n ive l conceptual como en el de la práctica, por afirmaciones consecuentes a l a naturaleza del objeto a. Son ellas, en efecto, las que permiten dar cuenta de una reahdad cada vez menos comprobable, a saber: que no es el objeto en su real idad biológica, por más incomprobable o eficiente que sea, el que desde el punto de v ista de la vida de los humanos ocupa el lugar dominante y sí, realmente, su representación, llevada t a n lejos como se pueda, en los límites mismos de lo irrepresentable y lo indecible. Y eso, tanto en lo que dice respecto del objeto para curar -recordemos la presencia del l icor de F o u l e r - como del objeto que es dado para ser reconocido en todas las dolencias, en todas las lesiones de órgano.

Digo que una lesión de órgano es u n objeto. Está claro que cuando esa lesión se transforma en lo que está en juego en u n psicoanálisis, habiendo o no preexistido, es realmente - c r e o - esta primacía de la representación y del objeto sobre la cosa lo que se debe entender, sin mayores precisiones, como lo que Lacan anunciaba cuan­do prefería la unión epistemosomática a la unión psico­somática. Afirmación que tendrá su pleno efecto si ha­cemos e n t r a r el Real lacaniano en nuestro modo de pensar.

¿Uno de los medios más directos para conseguirlo no será reflexionar más sobre lo que hoy nos ocupa? Las realidades orgánicas, la manera como ellas inter f ieren con la problemática del sujeto, la real idad orgánica del cuerpo están, desde los primeros años de v ida , en el

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primerísimo plano de las interrogaciones del ser h u m a ­no, resintiendo en su cuerpo, ya sufriendo, ya gozando. No es por nada que u n a de las pr imeras teorías del niño es sobre el sexo, porque l a interrogación sobre el sexo es una de las pr imeras formas de cuestionarse acerca de lo Real.

Antes de no seguir, haré u n corto paréntesis sobre la cuestión de lo Real en general. Lo Real lacaniano, que es sólo u n aspecto par t i cu lar para uso de los psicoana­listas -ustedes saben que lo Real interesa a mucha gen­te, en especial a los físicos, basta con leer algunos de los libros que acaban de aparecer-, lo Real no es del orden de las diversas realidades, endógenas o exógenas, en las cuales nos movemos. Lo Real es lo que subtiende nues­tras preguntas sobre esas realidades, y así las empuja­mos hacia su forma última, una forma última como l a de Sísifo, u n empujar más lejos, sabiendo que las respues­tas que resultarán de ello nunca pasarán de ser t r a n s i ­tor iamente verdaderas.

Se puede decir que lo Real está hecho de todas las realidades, suma de cuestiones que t ienen que ser nue­vamente empujadas más lejos; cuestiones que el hombre se plantea sobre dicha rea l idad , in tentando siempre determinar -como se d i ce - l o que realmente sucede. Pero el desequilibrio que allí introducen las ciencias tiende todavía a hacerlo esperar y sufr ir , o sea en los dos sen­tidos del término. L a prevalencia del "¿quién soy yo?" tiende, en efecto, a r e p r i m i r algo en lo simbólico, ligado a la ident idad del ind iv iduo . Estoy convencido de que muchas lesiones de órgano corresponden a l a vuel ta de ese r e p r i m i d o en lo Rea l que, de c ier to modo, los "umbil ica" . Y t a l vez podamos decir lo mismo de ciertos estados psicóticos que algunos reconocen como equiva­lentes de lesiones. Y t a l vez lo sean; aún no lo sabemos.

Sí sabemos re inventar , para uso de nuestro tiempo, u n estatuto que restaura , en el dominio de la ident idad

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del sujeto, l a preeminencia del orden simbólico, que revela capaz de tener peso ante una temible trampa; da u n lado las identi f icaciones gregarias y del otro la cosificación biológica de la carne de nueatroa ouarpoii Doble objetivo que debe ser trabajado, an mi opinión, como el propio objeto del psicoanálisis,

Jean Guir: Agradezco que m e hayan invitad© a a i t i seminario para hablar de los fenómenos pHicoMomáiloOl, en el marco de la clínica del objeto a,

Y a les h a n dicho acerca de las tres formuclonail df l objeto a: l a alucinación, la lesión de órgano y el paa^a a l acto. Mejor dicho, la clínica verifica quo la alucinaelán y el pasaje a l acto pueden preparar la losión d « órgano,

S1/S2; es importante destacar estos dos poIoH. 81/8a¡ ustedes saben: S I , el significante a m o ; S2, «I nnbar,

S I es también el trazo unario y el ideal do l yo. Hll oh j i to a cae.

S in desarrollarlo mucho hablaré de la fainoHM "holo­frase". Lacan dice que en los fenómenos psicoNomátioon habría u n fenómeno de "holofrase" do S I y H2, Todo a) problema consiste en cortarlo para que aparozca MÍ ob­jeto a y que, haciéndolo, abordemos la íantaHia, H O a,

Recordaré algunas afirmaciones de Laciui poeto d» estos fenómenos: "La inducción significanto <ui ol i i lvsl del sujeto se plantea de u n modo que no pono on j u a g o la afánisis del mismo".

S2: una necesidad llegará a estar interesada on la I b i i -ción del deseo. E l eslabón deseo estará aquí consorvado a pesar de todo. No hay intervalo entre S1 y S2. Kl (¡riaiMr par de significantes se holofrasea. Podemos, (Mit,(Ma'o«. hacer la siguiente pregunta: ¿Qué es lo quo sucocUt con ol objeto a en esta historia? Pienso que el objeto a s<« onca r n a materialmente en el cuerpo. Por otro lado, no hii.y ni lac lOn con el objeto, y esto es fundamental .

Hablamos de autoerotismo, de narcisismo pr in iarhi

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E l problema es, justamente , pasar del narcisismo p r i ­mario a l secundario a través del espejo. Los fenómenos psicosomáticos escapan a las construcciones neuróticas, y esto es m u y importante . No t ienen nada que ver con las conversaciones histéricas, t ienen que ver con lo Real. Son u n pedazo de Real. No son u n síntoma en el sentido analítico del término. E n m i opinión, esos fenómenos se sitúan en l a frontera entre lo Real y lo Imaginar io , en el n ive l del goce del Otro . T a l vez se t r a t e de una efracción de lo Imaginar io en lo Real, lo contrario de la angustia. Esto se presenta en la escr i tura de Joyce o de Samuel Beckett , escr i tura que viene a pal iar la forclusión de uno de los Nombres del Padre.

Ustedes saben que hay varios Nombres del Padre, y t a l vez uno de ellos sería el imag inar i o . Joyce y Beckett tenían dolencias psicosomáticas cuando cesaban de es­c r ib i r . Nos podríamos preguntar , en el plano de esas dolencias, si no habría allí u n t ipo de escr i tura especial, u n a forma de equivalente que plantearía o l a una o las otras. E l propio Lacan dice: " E l objeto a puede ser ase­mejado a una l e t r a , u n a l e t r a que habría retornado a l cuerpo del sujeto bajo l a f orma de u n a inscripción par­t i c u l a r " . Se podría decir que se t r a t a de u n a perversión especial. No en el sentido de F r e u d y sí como lo dice Lacan , de una versión nueva del Nombre del Padre. Entonces el plus de goce no existiría. Eso sucede porque hay colisión entre S I y S2. No par del goce, con emer­gencia del objeto a, causa del deseo; de allí la d i f i cu l tad de la transferencia . ¿Cómo queremos que l a t rans feren­cia pueda i n s t i t u i r s e en cuanto no se está en posición, o sea s in síntoma? ¿Será u n sinthome en el sentido de que hab la Lacan? O sea, el cuarto elemento del nudo borromeo en el nudo de cuatro. Yo no lo creo porque, como en l a fobia, en la psicosomática se t r a t a de sup l i r u n a carencia de uno de los Nombres del Padre. Me gustaría decir que hay algo que sustituiría a l significan-

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te indecible SC^), que justamente encarna l a distancia entre S i y S2.

Hablaré ahora de tres cosas para al imentar la discusión. U n a : no hay afánisis del sujeto. Ustedes saben que u n

significante representa al sujeto para otro significante. ¿Qué es, entonces, lo que pasa aquí? S i representa al sujeto para otro significante, el ve l de l a alienación no funcionó. E n m i opinión, este significante que se impone no está forcluido n i repr imido . Para Lacan, la alienación está inextricablemente l igada a l proceso de separación, que se efectúa por la metáfora paterna, proceso del cual resulta la emergencia del objeto causa del deseo. E l sujeto está representado por u n significante, pero no para otro significante; en este caso ello no funciona como u n sig­nif icante.

Tomemos el ejemplo de Freud de los dos fonemas fort y da en el cua l vemos encamarse el propio mecanismo de la alienación. No hay fort s in da, s in dasein, para apelar a l ser-ahí heideggeriano. E l sujeto se ejercita en este juego fundamenta l de l a alienación con el carretel. Pero no hay dasein con el fort. Entonces, para entender que no hay emergencia del objeto a, tomemos u n ejemplo del l ibro de Zorn , el de ese joven de Zur i ch que murió de cáncer. M a r t e .

E n una palabra de la madre tenemos ima metáfora de la alienación; una de las palabras preferidas de la madre es "o.. .o". Ejemplo: "Partiré el próximo lunes a las 10.30 hacia Zurich, o me quedaré en casa". Como dice el propio Zorn, cuando se habla mucho de "o.. .o", las palabras pierden todo su peso, todo su sentido. L a lengua se descompone.

E n una masa informe de partículas desprovistas de significación, nada es sólido y todo se torna i r r e a l . E n las palabras de l a madre no hay intervalo posible para que llegue u n significante y represente a l sujeto para otro significante. H a y u n mecanismo de exclusión, de aboli­ción. Entonces, si el deseo del hombre es el deseo del

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Otro, aquí el deseo del hombre no puede constituirse. No hay aparición de la fa l ta significada por el pr imer par de significantes en el intervalo que los une.

Pero es allí donde surge l a d i f i cu l tad : es allí donde en S I y S2 - l o cual es dificilísimo de entender- , como dice Lacan, el eslabón del deseo está presente a pesar de todo. U n a necesidad volverá a interesar la función del deseo, que es lo que Zorn expresa en su l ibro . Continuemos con las palabras de la madre: "Partiré hacia Zur ich , o...o"; ella dice esta vez: "A la noche habrá fideos o una ensa­lada con salchichas". E n este ejemplo vemos que una necesidad, a l imentar , está interesada en la función del deseo. Observemos también que l a perversión materna parece significar como equivalentes dos significantes: fideos o ensalada con salchichas. Lacan indica que el sujeto encuentra normalmente la vía del vel de la al ie­nación por el proceso de separación, es decir del pasaje, en tanto se habla del proceso de separación en la clínica. Se percibe en l a dinámica de las afecciones que, en ge­nera l , se encuentra u n a separación que se hace en la infancia, una separación real . Después hay u n segundo turno donde esta separación retorna y eso será, desde el punto de vista significante, equivalente de la pr imera , o sea el significante de la separación en lo Real. Por la separación, el sujeto constituye el punto débil del par p r i m i t i v o de la articulación significante en cuanto esen­cia alienante.

Entonces, la fa l ta que yace entre S I y S2, constituida por los deseos desconocidos de l a madre - e n este caso, p a r a Z o r n l a m a d r e no m a n i f i e s t a ningún deseo -recubrirá la fa l ta constituida por la f ami l i a .

Lo que podemos decir de los fenómenos psicosomáti­cos es que l a ausencia de afánisis engendrará una i n t e ­rrupción en el proceso de separación. Es difícil de enten­der, porque hay dos tiempos y de forma simultánea están unidos. Se forma u n esbozo de aquello que explicaría

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este enigma de la holofrase de S I y S2. Hay, por lo tanto , una apertura en el campo del Otro. H a y algo congelado, helado, como dice Lacan.

Segunda cuestión. Nasio ha hablado del mimet ismo, Haré algunas observaciones al respecto. La localiza­ción de los fenómenos psicosomáticos es un problema también difícil de entender. Pero en numerosos casos, las localizaciones anatómicas alcanzadas remi ten , en u n encadenamiento mimético aún no resuelto, al cuor-po de u n miembro de la f a m i l i a o al cónyuge. La zona corporal manejada por l a lesión l l a m a , invoca, a otro cuerpo que presenta en el mismo l u g a r una marca observable. A veces, l a zona del cuerpo del otro no presenta nada visible , pero aprehendemos en el discur­so del paciente que esa parte del cuerpo del otro podría haber sido m u t i l a d a o extraída. Lo que parece funda­m e n t a l es que este mimet ismo , cuando algo puodo sor localizado, sobre todo en las dolencias de la piol , aun­que también es válido para otros órganos, casi nunca está en espejo. U n a lesión directa en u n paciente ro in i -te a otra lesión directa en otro miembro de la f ami l i a , por ejemplo, i zquierda- i zquierda . Tenemos allí al^o previo a l estadio del espejo, o sea anter ior a los sois meses.

L a inscripción corporal reproduce, def init ivamente, la histor ia del cuerpo del otro y, con frecuencia, notable­mente en las dolencias de la piel - p o r ejemplo, psoriasis existe u n pol imimetismo: el sujeto se hace el represen­tante orgánico de la h is tor ia de los cuerpos de su l iniyo , en eco con la inscripción aberrante de los significantes de su filiación, decía Nasio.

No hay más filiación de los Nombres del Padre y sí filiación por sí misma. Entonces el órgano alcanzado por los fenómenos psicosomáticos funciona como u n órgano robado a otro e intenta gozar como si perteneciera a aci u(>l otro. Es u n in jerto imaginar io cuya implantación Ibrza-

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da crea lesiones que expresan l a impos ib i l idad de pene­t r a r , en el goce, el cuerpo de otro.

Se fuerza de esta manera la entrada en el goce del cuerpo del otro, como si debiera ex ist i r el Otro de Otro .

Ver, respirar , d iger ir , con el ojo, los pulmones, el tubo digestivo de su pariente, provocan una patología de los órganos en cuestión. E l sujeto afectado por una pertur ­bación psicosomática funciona, por lo tanto , con u n pe­dazo de cuerpo de otro; es, evidentemente, u n in jerto de órgano imaginar io .

L a experiencia clínica prueba que el objeto de la mí­mica es, con frecuencia, una persona de l a cual el sujeto, justamente , fue separado en l a infancia -clínica de la separación-. Esta persona muchas veces es u n abuelo o u n a abuela. E l sujeto será forzado a transformarse en u n emparentado. E l fenotipo trazado por l a lesión, bajo la forma de escr i tura de l a carne, lo identificará a esa per­sona. Se podría decir que, en el límite, el sujeto psicoso­mático se presenta con su dolencia orgánica, que t r a d u ­cirá u n a nueva filiación con sus ascendientes, y creo que se puede i r más lejos. Los fenómenos psicosomáticos da­rían, en negativo, la solución para las estructuras ele­mentales de parentesco que aún no conocemos bien.

No es por nada que existen poquísimas dolencias psicosomáticas en las regiones o los pueblos que no fue­ron contaminados por l a c u l t u r a europea o biologizados.

Tercera cuestión: pude poner en evidencia, en el t rans ­curso de curas analíticas, que en esas afecciones había cuatro órdenes de significantes part iculares que in te r ­venían en esos fenómenos. P r i m e r orden: significantes datables, en el sentido de fecha.

Se pueden subrayar, en ciertos sujetos, las cifras de los sucesos de su v ida como u n punto de fijación de lo Real por las cifras sobre su propio cuerpo, lo que s igni ­fica que N O se adolece en cualquier fecha. Por ejemplo, estudié casos de colitis en adultos con Noelle Korjemme,

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y percibimos que la explosión del fenómeno en el adulto se producía cuando la niña amada por el sujeto alcanza­ba una edad idéntica a la del paciente cuando ocurrió su pr imera separación.

No puedo dar todos los ejemplos, pero es notable que existe una numeración part icular que remite a u n episo­dio part i cu lar de uno de los miembros de la fami l ia , como si fuese necesario retomar la historia , otra historia.

E n los casos de leucemia i n f a n t i l , el proceso maligno se desencadena en el momento en que otro niño de la fami l i a alcanza la edad del padre en u n episodio muy preciso y part i cu lar de su histor ia . Si ustedes quieren, esa ci fra remite a algo tempora l en la h i s to r ia de l a fami l ia . Por ejemplo, en u n neoplasma de seno algo es indicado por u n guarismo, que remite en prácticamente el 90 % de los casos verificados.

Se puede, en u n neoplasma de seno, calcular el p r i n ­cipio del t u m o r y, a l hacerlo, se encuentra algo unido al nacimiento del padre. No se t r a t a de cabala. De todo ello se da cuenta en la situación clínica.

Nos objetarán que la marcación de estos significantes, en el momento de la eclosión de los fenómenos psicosomá­ticos, no tiene nada de específico y que es posible encon­t r a r siempre, en l a secuencia de los sucesos familiares, una nmneración part icular que se podría referir a ellos. Pero no olvidemos que esos guarismos están integrados en una constelación de otros significantes, igualmente implicados en l a eclosión del fenómeno psicosomático. Es por la cristalización de estos significantes que el sujeto sufrirá en determinado momento de su historia .

H a y u n suceso (estructural que sólo se explica por la coherencia i n t e r n a de los vínculos privi legiados, que conservan entre sí los diferentes parámetros responsa­bles por la emergencia del fenómeno psicosomático. E l cuerpo responde con u n efecto de "sólo después" a una toma par t i cu lar de estos parámetros.

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Hay algo que se ejerce sobre u n significante par t i cu ­lar . Es el nombre propio. Hay , pues, u n a degradación, una desacralización del nombre propio, una devaluación de éste en una lectura corriente que va a desmarcar a l sujeto. Pensemos en el efecto perturbador y desagrada­ble que surge en cada uno de nosotros cuando se equi­vocan con nuestro apellido. E l nombre también tendrá su importancia .

E n muchos casos, el apellido y el nombre harán eco a significantes de lugares, designados en el desencadena­miento de los fenómenos psicosomáticos. Así, les daré u n ejemplo tonto : "el señor Delpuente va a atravesar el puente", poco antes del desencadenamiento de una le ­sión orgánica. Trasposición del espacio de su apellido.

Observemos que, en otra lengua, por ejemplo en i n ­glés, l a resonancia es diferente: "Mis ter Delpuente walks across the bridge". No funciona.

También diría que en los fenómenos alérgicos, en las alergias clásicas, el nombre alérgico es muchas veces metafórico del apellido del sujeto. Esto es extremada­mente frecuente. Está claro que se necesita u n tiempo prolongado de cura para poder señalarlo, pero es bastan­te sorprendente. Sucede que el nombre propio contiene en parte u n l lamado al órgano correspondiente. Obser­ven el nombre Joyce: allí tenemos "oy", los ojos, fantasías alrededor del órgano.

E l tercer orden de significantes me parece muy impor­tante. Es que hay ciertos significantes que atravesarán al sujeto, y que son inyunciones, significantes injertados, que dicen respecto a una mujer, si se t r a t a de u n hombre; a u n hombre, si se t r a t a de una mujer. ¿Esto significa que allí estamos en presencia de la pregunta: soy hombre o mujer? Muchas veces se ha exigido al sujeto que sea de u n sexo biológico opuesto al de su nacimiento. A esta demanda de producir u n nuevo sexo, el sujeto responde por el goce de i m órgano, autoerotismo tomado en el sentido de sizfrimien-

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to que pone a disposición de otro, sin saberlo. Tenemos allí una forma de transexualismo particular. E l órgano afecta­do funciona, como si fuese necesario estar en la fantasía del sexo del otro. Esto es muy frecuente.

E n último lugar, el cuarto orden de significantea: la i holofrases particulares que se encuentran en el discurao da estos pacientes. E n una palabra se encuentra toda una fraaa. Podemos señalarlas en las entrevistas preliminares, cuan­do se pregunta al sujeto la explicación natural de su dolen­cia. No se le pregunta lo que dice su médico, sino por qué tiene esa afección, y en la explicación, ingenua o atormen­tada, él producirá significantes holofraseados.

Los encontramos también en la segunda otapa dt» la cura -como dice L a c a n - , en ciertos sueños quo so torna­rán insistentes, frecuentes, durante años; ol dosoo dol anal ista es allí m u y importante .

Estos sueños son particulares, pues se acercan por HU ombligo a holofrases particulares que lo rodean, l'¡l om­bligo es lo más próximo a aquello que en el loriKuajo HO engancha a lo Real.

Juan David Nasio: No deseo hacer una exposición formal de lo que pienso de los fenómenos psicosonifUiccís. Sólo quería hacer la pr imera intervención para lanza r la discusión.

E n relación con lo comentado por Pierre Benoit, rno gustaría observar u n punto importantísimo, un punto en el que acentúo lo que él propone, y otro en ol i\m señalo m i desacuerdo.

E l cuerpo en psicoanálisis

Lo que quiero acentuar es el trabajo que tenemos (|iit' hacer en psicoanálisis, como también hacerlo d(i un modo general, o sea enterrar el dualismo cartesiano do cuorpo

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y alma. E n psicoanálisis tenemos otra manera de pensar el cuerpo.

Para nosotros, el cuerpo no es carnal . E l cuerpo es u n cuerpo que pasea, u n cuerpo estallado, que nos es ex­ter ior . E l cuerpo, para el psicoanálisis, en relación con lo psíquico, es e l que el sujeto l l eva en sus brazos. Tenemos que aceptar esta imagen. Y a este cuerpo lo perdemos y lo recuperamos. Es u n cuerpo del "entre-dos", del intervalo . Y es necesario hacer u n gran esfuerzo para habituarse a l a idea de que el cuerpo del paciente acostado no es ése que se encuentra en el diván. E l cuerpo del paciente acostado se encuentra entre el sillón y el diván. Si ustedes ya consiguieron hacer esta l lar ese cuerpo, nosotros haremos estal lar esta ent idad a lma-psique, haciéndola sal ir de los límites de una ent idad i n d i v i d u a l , como l a noción de inconsciente. Esto si con­seguimos lograr que, finalmente, el inconsciente no sea el de alguien. E l inconsciente es una cadena. Pero a lerta : eso no es el inconsciente colectivo. E l inconsciente se da, estrictamente, en una transferencia de dos. E l incons­ciente, en tanto condena, pasa por encima de las cabezas de los sujetos presentes. Y me detengo aquí con este trabajo de desmontaje.

Si logramos desmontar l a noción de cuerpo en sí; si hacemos perder a l a noción de psique esa idea de masa psíquica, nos encontraremos con una idea diferente de la relación del cuerpo con el a lma.

Si este cuerpo es u n objeto y esta cadena está formada por elementos discretos, no se t r a t a ya de hablar bajo l a norma de u n dualismo.

Pr imera observación sobre este aspecto que Pierre Benoit desarrolló y que existe en la obra de Freud . L a dual idad existe en Freud .

Segundo aspecto: Benoit insiste sobre la cuestión de lo Real. E n determinado momento, en efecto, encontré que para poder pensar las lesiones de órgano -como l a

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hipertensión de aquel paciente que aparece en el t r a n s ­curso de l a c u r a - había que ref lexionar en estos térmi­nos: " E n el espasmo de las arter ias hay algo de lo Real". ¿Se puede decir que es algo de lo Real? Hoy prefiero no a f i r m a r más qué es algo de lo Real. E n otro momento, en otras ocasiones, en otro contexto, eso me habría sa­tisfecho. Hoy prefiero decir: "Es u n Real que fue mor­dido; es u n borde". Algo de lo rea l es una playa mord ida pero no es estr ictamente algo de lo Real. Dejó de ser algo de lo Real. Estamos en el n ive l de u n a rea l idad , claro que perfectamente s ingular , empero, rea l idad a pesar de todo.

Hago entonces la diferencia entre Real y rea l idad y, a p a r t i r de ahí, pienso desde el punto de v i s ta teórico y encuentro que es i m p o r t a n t e de f in i r con precisión nuestros términos cuando se t r a t a de abordar estas difíciles cuestiones psicosomáticas -pre f i e ro decir que esta lesión de órgano es u n objeto, como lo señalaba Benoit , pero no es necesariamente algo de lo Real. Es algo del objeto que viene a cerrar c ierta real idad. Lo Real, en ese momento, se desplaza u n a vez más. Lo Real se desplaza cada vez que se i n t e n t a a t rapar lo . Ustedes le arrancan u n trozo de su playa y lo Real se desplaza u n espacio más.

Estas son las dos observaciones que quería hacer en relación con la intervención de Benoi t . M e gustaría abordar ahora lo que dijo Guir . Insisto en que quisiera lanzar la discusión.

Deben haber registrado la cant idad de datos que nos t ra jo , datos para ser pensados, verificados, ref lexiona­dos. Tengo l a sensación de poseer u n archivo para ve­r i f i car en cada punto , ver si en el trabajo y en las ex­periencias con pacientes psicosomáticos eso se confir­ma o no.

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La holofrase. La función del analista

Querría señalar dos cosas: una, l a idea de la holofrase de S I y S2 proviene de una frase de Lacan del seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, donde dice que "Los significantes S1/S2 se solidifican, están masificados". Esa es u n a afirmación teórica; co­rresponde a l registro de la teoría. Gu i r hizo del proceso de la holofrase otra cosa que u n indicador teórico; lo transformó en u n índice clínico. Entonces es necesario d i s t ingu ir bien dos registros:

1. S I y S2 están unidos y solidificados. 2. Ot ra cosa es pensar que hay frases condensadas en

una palabra, que vienen a ser el origen del desenca­denamiento de una lesión de órgano.

E n los dos casos, y en pr imer lugar en la situación teórica, S I y S2 están solidificados. Lacan quiere dar cuenta de u n hecho clínico con el cual el anal is ta se encuentra confrontado cada vez que hay una formación psicosomática. E l hecho clínico es el siguiente: cada vez que hay una lesión de órgano, esa lesión no remite a nada. No hay nada que se art icule con ella. ¡Esa es la d i f i cu l tad ! E l paciente dice: "Es algo que está completa­mente fuera de mí". Y haciendo la pregunta que creo se debe hacer, no sólo a este t ipo de pacientes sino a todo el mundo, o sea: "¿Qué es lo que usted piensa de lo que le está sucediendo?", "¿Cuál es la teoría de su sufr imien­to?", o mejor "¿Cómo concibe su sufrimiento?", es en l a respuesta que el paciente dará donde se p lantean los elementos más favorables para que emerja el inconscien­te, para que haya acto. L a di f i cul tad es que cuando se t r a t a de u n a lesión, el sujeto no sabe qué decir y el analista menos aún. Ninguno puede decir nada. Se pro­duce el silencio.

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Hablamos de una situación pura . Seguramente Gu i r tiene cosas para decir y ser pensadas frente a estas s i ­tuaciones. Pero el anal ista ante u n paciente que suft'e una parálisis en la m i t a d del rostro está en el centro del fuego. No sabe nada. Es eso lo que se puede l l a m a r "solidificación de la masa". Es el no remi t i r , "Masifica­ción del significante" quiere decir que un significante no remite a otro significante. Y eso lo vemos clínicamenta: una lesión no remite a otra.

Llegamos al punto que quería abordar y que es In cuestión del analista, su posición de analista. Se recan sobre el punto central , que es l a necesidad do nombrar esas formaciones. Me explico: esto no quiero decir qun el analista ponga un nombre. Él no dirá "Eso se rnnerw a su abuelo" -es verdad que puede suceder, poro on la transferencia no es el punto i m p o r t a n t e - . Dar un Donr bre a la lesión es hacer que el paciente puoda roton\nr una palabra de algo compacto, decir para quo ol otro diga, el otro nombre. Vayamos más allá; no so t rata dti que el paciente encuentre una nueva teoría, poro sí (jíio encuentre u n nuevo síntoma en lugar de la lesión. ¿Kk esperar mucho? ¡Es esperar demasiado! Esa tnasillcfl-ción no puede desbloquearse de u n día para «I otro.

F inalmente , esa lesión de órgano en el transcurso fi<i u n análisis es tota lmente diferente de una losión do órgano en u n consultorio médico. Por esta razón os (jiio, en la cura, el paciente es invitado a nombrar la losión, a simbolizarla. Fue por eso que les comenté al coinioií/t> que sólo hablamos de la lesión de órgano en el transen rso de una cura.

U n a palabra más sobre la función del analista. Nom­brar sí, pero el analista sabe la palabra que falta. MI representa las palabras que fa l tan . Su simple presencia br inda las condiciones para que el paciente nombro su lesión.

¿Cómo art i cu lar lo que acabo de decir sobre la palabra

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que fa l ta y el deseo del anal is ta del cual Gu i r hablaba hace poco? Es por el hecho de la válvula de presión, por el hecho de que existe el habla . Se podría pensar que la lesión de órgano en el transcurso de u n a cura se reduce a una conversión histérica. Lo que quisiera a f i rmar es que hace fa l ta que la lesión se torne palabra a pesar de que el la está dentro de u n a relación con el deseo de alguien que, a su vez, constantemente, representa u n l lamado.

Jean Guir: E n la cura se encuentran síntomas histé­ricos o fóbicos de l a infancia que h a n sido ligados a sín­tomas corporales. Cuando estos síntomas cesan, los sig­nificantes que en ellos operan vuelven, y cuando vuelven no p lantean síntomas histéricos o fóbicos y sí lesiones de órgano. Es necesario que ese órgano, homeostáticamente, haya sido implicado en l a infancia.

lEn el transcurso de u n a cura puede haber retorno de u n mismo síntoma de la infancia , y se está ahí en el camino del fin de l a cura.

Pregunta: Recuerdo lo que Dolto escribe: "La imagen del cuerpo se organiza". Y usted dice que eso tiene que ver con el padre. ¿Cómo articula eso con la madre? ¿Por qué insiste más en el padre?

Jean Guir: E n el ejemplo de Zorn, lo que sucede está en el dúo madre-hijo. No hay intervención del padre. Hay privación del ideal del yo, no hay castración. E n la cura se puede dar otro eje a las palabras de la madre. E n la clínica se percibe que hubo juegos sexuales de los abuelos con el niño. Más allá de eso, si usted habla de incesto hermano-hermana está dando en el blanco. Lévi-Strauss habla de incesto, y realmente con bastante frecuencia se encuentran relaciones hermana-hermano y hermano-hermano; el psicoanálisis no t r a t a mucho esta cuestión.

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Pierre Benoit: Me sorprende la aper tura de Nasio cuando habla de psicosomática. Se habla de dolencia en el curso de una cura. ¿Y el cáncer de Freud en relación con su cura?

Si pudiésemos abandonar el dualismo que subtiende a la psicosomática podríamos hablar de l a transferencia, de lesión de órgano en una cura, que preexista o aparez­ca durante la cura y de cómo se ar t i cu la con la transfe­rencia. Eso me parece fundamental .

Del mismo modo podríamos volver a lo que se dijo hace poco, insistiendo sobre el hecho de que existen durante la cura. H a y u n enclave en el cuerpo -a r t ros i s de rodi l la , cart i laginosis - , ¿por qué una psoriasis a los ochenta años y no antes? H a y u n problema epistemológico. Es una cuestión de pesquisa.

Admi to que existen afecciones l lamadas clásicas. Pero son emisarias de u n cambio que se está produciendo más allá del psicoanálisis, en el mundo donde estamos, en la medicina, sobre el concepto de dolencias. Y es sólo así como se puede entender lo que significa "epistemoso­mática", o sea una relación que existe entre lo que se habla, se ar t i cu la , se analiza de los fenómenos de la vida, con las dolencias que sobrevienen en t a l o cual ocasión.

Los pacientes nos hablan de lesiones de órganos en los análisis. Las personas dicen "tengo cáncer". Para que la transferencia exista, no debe ser considerada una t rans ­ferencia médica para curar el síntoma. No se debe ha­blar más de psicosomática. Y al decir "lesión de órgano" en la práctica analítica se deben v incular y entender las cosas de la misma manera que hacen puente, vínculo, con lo que se dice en otras áreas.

No es sólo en el psicoanálisis que se habla de lesión de órgano. Si se entiende esto se comprenderá lo que Lacan decía cuando hablaba de epistemosomática. Con respec­to a u n cáncer de esófago, por ejemplo, no se t rataba de la misma lesión de hoy, cuando aún no se sabía, o se

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comenzaba a saber, que existía el esófago. No se t ra taba de la misma dolencia. Hoy tenemos el psicoanálisis y los esófagos, y se debe saber localizar las cosas, pero s in a is lar las . L a psicosomática es u n a recuperación del psicoanálisis hecha por los médicos, y es por eso que no podemos hablar más de psicosomática.

Juan David Nasio: Quisiera decir tres cosas. Pr imero retomo lo que dice Benoit . Esta concepción del psicoaná­lisis del cuerpo a l a deriva, como u n cuerpo que pasea, corresponde perfectamente a la situación del cuerpo humano actual , en la sociedad. E l cuerpo humano no es sólo ese hombre que anda, se sienta, etcétera. Es t a m ­bién el pulmotor , es u n bastón, es la prótesis dental , son los anteojos, los guantes. E l cuerpo humano perdió sus límites, su t e r r i t o r i o . F inalmente , el cáncer de esófago no era desconocido, existía. Pero prefiero pensar que en la Edad Media no existía, en tanto esta dolencia es con­temporánea de los instrumentos que conocen el esófago, contemporánea de la ciencia actual y también del psi ­coanálisis.

Segundo: el psicoanálisis hace a l a lesión de órgano. Guir nos propone hipótesis para ser verificadas. Dice que el psicoanálisis no habla de los incestos. Por el con­t r a r i o , sólo habla de eso, nació con eso y el problema hoy es que cuando se t raba ja en eso se piensa que es una cuestión difícil. Tratando de conservar cierto h i lo , esta­mos en l a cuerda floja.

Conservar los ejes del psicoanálisis, preguntarse si la psicosomática interv iene o no en este campo, ¿qué hacer con todo eso en tanto analistas? Lean lo que se escribe al respecto: es pobre. L a cuestión es no caer en pensar en una psicogénesis. Se hace todo u n trabajo es tructura l y está todo bien en tanto se habla de S I , S2 y forclusión. Pero el problema es dar cuenta de la lesión s in caer en lo filogenético. Si decimos incesto, estamos en el inicio.

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como Freud , y él lo traspasó. Es la fantasía. ¿Será ver-dadero o falso? Poco importa , pero él toma en cuenta la fantasía de seducción. ¿Cuál es el mecanismo deaenca-denante? ¿Cuál es el trauma? Y también el trauma aa sospechoso, se debe desconfiar de él.

No me decido, pero subrayo la d i f i cul tad del trabajo.

Pierre Benoit: ¿Qué es lo Real? Ya que se habla de ombligo.. .

Juan David Nasio: Prefiero pensar que lo Real enjuego es el t r a u m a . U n Real inexistente, previo, una «Mpocie de sujeto supuesto saber. No la lesión de órgano.

Jean Guir: Todo esto nos lleva a e s t u d i a r los concoptím más difíciles del psicoanálisis y los probUmias óticoH qii» son fundamentales.

Pierre Benoit: Ya d i una definición de lo l ioa l : "l-o Hmü es lo que subtiende nuestras cuestiones aobro laH roatl-dades desde que las llevamos hasta sus ú l t imas lormaM".

E l t rauma, sacrilegio, robo de un objeto sagrado. No o« el t r a u m a de una historia ind iv idua l como el quo s(» busca en una psicogénesis. Es u n t r a u m a epistemosomático.

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V I

Quisiera retomar el h i lo que ya se ha comenzado a tejer y just i f i car con mayor r igor el uso del término "for­maciones de objeto". Este es el nombre de u n grupo de configuraciones clínicas hasta hoy dispersas en la teo­ría, consideradas como experiencias límite, s in embar­go, más presentes en la cura de lo que se cree.

Las formaciones de objeto a

Se hace necesario, primero, volver brevemente a nues­tro punto de par t ida , def inir la experiencia analítica y exponer la tesis que ha servido de disparador de este trabajo sobre la formación de objeto. Habíamos comen­zado por d i s t ingu ir bien la experiencia del análisis de la marcha de u n análisis o de su resolución.

L a experiencia analítica es u n acontecimiento único, repetido en el curso de ese segmento de vida que es la cura analítica. U n a cura es u n recorrido balizado de experien­cias sucesivas y poco ft-ecuentes, siendo cada una, una singularidad, u n punto de explosión, de variación brusca y decisiva de la relación entre el psicoanalista y su pacien­te. Local y rara , la experiencia constituye, con todo, el

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único acontecimiento de donde son extraídos los dos principios fundamentales del psicoanálisis: el del incons­ciente estructurado como u n lenguaje y el del goce como lugar de lo Real.

L a transferencia analítica es homeomorfa al inconsciente

E n lo que concierne a l inconsciente, recordemos l a pr imera proposición que nos introdujo en nuestras con­sideraciones actuales sobre el objeto: si el inconsciente está estructurado como u n lenguaje, esto es si debemos pensarlo como una red signif icante, en ella vienen a inscribirse cada uno de los partenaires del análisis. Esa red se desplaza a través de los dos partenaires analíticos sin que ellos lo sepan, y sólo se actualiza cuando hay u n acontecimiento; éste es tanto una palabra discordante en la boca del paciente como una interpretación en la del anal ista. No hay, entonces, u n inconsciente del ana l i ­zante y otro propio del anal ista. No hay sino u n solo inconsciente, aquel del "entre-dos", entre el sillón y el diván. O mejor todavía, aquel que se abre cuando hay acontecimiento. Y esto nos l leva a l a siguiente propo­sición: l a transferencia analítica es homeomorfa al i n ­consciente. Planteada así l a equivalencia entre incons­ciente y transferencia , surge, entonces, una m u l t i p l i c i ­dad de cuestiones. A u n a de ellas es preferible mante ­ner la s in respuesta: ¿hay inconsciente fuera del análi­sis? O l a que nos interesa aquí: ¿cuál es el lugar geo­métrico de este "entre-dos" del inconsciente? Pero no es sólo para el inconsciente esta última cuestión. E l l a se plantea de nuevo para e l goce que también debe s i t u a r ­se "entre-dos".

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L a renuncia a l goce: el deseo

Digamos pr imero que el goce es una ficción, n u t l t r a ficción. Es una línea en el horizonte, la linea da) acón* tecimiento en l a cura. Es la ficción de u n lugar impo i ib le y temible. Imposible, porque no es posible que al manos dos representaciones signif icantes se ar t i cu l en para nombrarlo , y temible, porque el ser parlante y sexuado que somos, no lo quiere. Nada caracteriza mejor ni nnu-rótico que su rechazo del goce, de satisfacer plonamiinte el deseo. Pero el verdadero dolor, el verdadero paíhoit, no reside ahí, en renunciar a l goce, sino en el ofocto do v i t a renuncia.

Entre nosotros y la ficción de una satisfuccirtf) Mbaolu-ta , entre el sujeto y lo Real, está la realidad, no una, alna muchas, u n a m u l t i p l i c i d a d de realidadtm, todn« localaa, cada una de ellas con su propia consistencia imaginar la y significante. N inguna se consagra como tal sino con la condición expresa de una separación. Lu roalidadnMabra con una palabra y se cierra con u n objeto (jiat HO Nopara, No hay r e a l i d a d s in que hayamos atravowado por la experiencia de la separación y sin quo (*l objoto. aii MU separación, no haya dejado para siempro ol vostlglo dw u n ombligo.

REALIDAD 1 REALIDAD 2

No ut i l i zaremos más el término " rea l idad" sino la palabra "deseo". Diremos que entre el sujeto y ol Koal do goce se extiende la escala de las satisfacciones parcialow y sust i tut ivas del deseo, y que cada uno do los grados do esta escala, cada una de esas satisfacciontis, os una ha

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r r e r a contra ese gozar absoluto. Es la gran diferencia entre goce y deseo. E l deseo se debe s i tuar entre el sujeto y el goce -goce con el pr imer sentido de goce absoluto-. Empero, la escala no es i n f i n i t a y el deseo se contenta finalmente con pocas cosas: con significantes - que son las formaciones del inconsciente-, con el objeto, y de allí resu l tan lo que propongo l l amar "formaciones de objeto".

FORMACIONES Nombre del Padre

Forclusión del Nombre del Padre

Consideremos ahora el objeto una vez más. Freud se servía de este término, "objeto", para designar al parte-naire, o sea la persona que se constituye en blanco de la tendencia sexual.

Desde este p r i m e r empleo y hasta hoy con Lacan , el término "objeto" recibió var ias acepciones. Pero hay u n h i l o representado por esta l e t r a a -autre, o t r o - que lo acompaña y permanece in tac to : a no es l a p r i m e r a l e t r a del alfabeto sino l a p r i m e r a l e t r a de l a palabra autre, o t ro . Y con esa l e t r a a L a c a n no resuelve el problema, pero lo nombra . U n prob lema que se puede r e s u m i r en esta pregunta : ¿quién es ese otro , m i par-tenaire, que parece pro longar m i cuerpo?, ¿quién es él? Como decía u n paciente hace poco t iempo: "¿Quién es usted para mí? ¿Qué signif ica su presencia en m i vida?". Se lo podría haber nombrado objeto "p" , de partenaire pues, psicoanalíticamente hablando, nuestro único y verdadero partenaire es, como lo veremos, u n pedazo de cuerpo.

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Estatutos del objeto

Esquemáticamente, se puede t r a t a r a l objeto a según cuatro abordajes posibles, situándolo cada uno en u n estatuto determinado. E n este momento trabajaremos el último y sólo haré referencia a los tres primeros:

1) Estatuto topológico: el objeto es u n agujero que t i e ­ne por función ser la causa de la repetición significante.

2) Estatuto físico: con dos var iantes . U n a , pensar el objeto a a través de la teoría de los fluidos y demostrar que el trayecto de la presión puls ional en torno a l o r i ­ficio es equivalente a l objeto de la pulsión. E n otros términos, por ejemplo, el objeto ora l es equivalente a l a presión puls ional en torno a l a boca; l a pulsión ora l no se l l a m a así porque el objeto sea e l seno, sino porque el orif icio es la boca, y lo que debemos ver allí es, sobre todo, que se t r a t a de u n goce de la boca; es el orif icio y la presión en torno a él lo que cuenta. Es lo que demues­t r a el teorema de Stockes, a l cual ya he hecho referen­cia: una presión en torno a la boca es equivalente a l objeto de esa pulsión.

La segunda variante del estatuto físico es pensar el objeto, basados en el viejo concepto de descarga, y servir­se, entonces, de la teoría, bien conocida en física, de los osciladores armónicos. H a y una concentración, una acu­mulación progresiva de energía y una rápida y súbita descarga. Piensen aquí en el pasaje a l acto, por ejemplo.

3) Estatuto epistemológico: para mí, el objeto del ps i ­coanálisis es, epistemológicamente hablando, el deseo del anal ista.

4) E l cuarto estatuto, en el que nos detendremos. Ya no se t r a t a más del objeto como agujero, sino como ex-

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ceso, como algo destacado. Si utilizásemos el vocabulario de Freud , por ejemplo el del "Proyecto", habríamos dicho que cuando el t r a u m a es seguido por una inhibición de l a descarga motora , queda a la der iva u n exceso de energía. Esta noción de exceso de energía es, si ustedes quieren, una figura fi"eudiana del objeto.

Encaremos, por lo tanto , el objeto como exceso, como algo destacado. ¿Como algo destacado de qué? Destaca­do del cuerpo, cuando éste es alcanzado, y es alcanzado cuando hay t r a u m a y repetición del t r a u m a , cuando t a l coyuntura v i t a l no cesa de repetirse u n a y otra vez en la h is tor ia de u n sujeto. Resumiendo: el cuerpo es alcanza­do y el objeto se separa de él cuando l a repetición s igni ­ficante hace su lazo y mantiene su consistencia de cade­na. H a y otra palabra más precisa para decirlo y es la palabra "corte", corte cerrado y circular.

Destaquemos que también hay xma cuestión de tiempo. Es justamente uno de los aspectos que abordaremos más adelante con respecto a las lesiones de órgano, donde lo que propongo es que hay u n tiempo preciso en el trauma, que será resuelto por i m a lesión psicosomática. Hay u n tiempo en la separación que hace que el objeto sea muy rápida­mente reencontrado. E l objeto se destaca siempre en su urgencia, en tanto que el tiempo de goce es demasiado cor­to, es un tiempo intolerable. Es ante lo intolerable del t i em­po de goce que el objeto se destaca en su urgencia.

E l objeto es, por lo tanto , u n más, u n exceso, u n fiiera-cuerpo, pero hecho de l a misma mater ia que él, o sea de goce, u n exceso de goce. Éste es u n punto m u y difícil, es una de esas cuestiones que me costó aprehender. Decir "cuerpo" en psicoanálisis es designar el cuerpo visto como u n a ficción y allí se encuentra el lugar del goce absoluto. ¿Cómo designar el cuerpo: como u n pedazo de cuerpo, como u n fiiera-cuerpo y que eso llegue a const i tuir u n objeto? Nos explicaremos mejor.

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E l espacio: la vía del retorno

Vayamos ahora a nuestra cuestión central, aquella que para mí define el eje de las formaciones de objeto: ¿en qué espacio caen? ¿Cuál es el destino del exceso? E n u n mo­mento pensé hacerme eco de Freud y t i t u l a r esta exposi­ción "Del objeto y del destino del objeto". ¿Cuáles son esos destinos? Habría dos: uno epistemológico, en tanto que el objeto a l permanecer agujero es, para siempre, un destino clínico. Es de este destino del que nos ocuparemos.

Decir que el objeto es u n agujero, como decimos en general - cada vez que se t r a t a del objeto se dice que es una f a l t a , u n agujero o hasta u n exceso, como lo acaba­mos de d e c i r - nó es suficiente; no es allí donde debe ponerse el acento. E l acento debe colocarse en el hecho de que el objeto como agujero o residuo es excéntrico al sujeto, se ubica fuera de él, a su lado. Diré, por lo tanto , que el destino de este objeto es re tornar al sujeto como viniendo de lo Real, bajo la forma de diferentes forma­ciones clínicas de las cuales el prototipo es l a fantasía.

Detengámonos u n instante y retomemos lo que acabo de decir en cuatro momentos:

1. E l objeto es u n poco de goce.

2. " M i " goce - t a l dolor o t a l m i r a r - no lo experimento sino ofuscado en tanto cuerpo tocado.

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3. Este goce no es "mío", sólo lo encuentro fuera y a la deriva.

4. Este goce es errático hasta que, como sujeto, me con­fundo en él, tornándome, por ejemplo, todo m i r a r .

Supongamos, como lo quería Freud, que hay una per­cepción endopsíquica. E l re tomo del objeto que viene

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desde fuera, de lo Real en dirección al sujeto, sería per­cibido por éste como el agujero de una alucinación nega­t i v a , o sea alucinando que no está ahí el objeto que sí está.

A l respecto tengo u n ejemplo que me parece m u y cla­ro: se t r a t a de u n sueño relatado en la p r i m e r a página de u n l ibro que se U a m a L c aventura inmóvil, de Monelle Arnodas. Se refiere a una mujer paralítica desde hacía veinte años, a raíz de u n accidente de motocicleta su­fr ido con su mar ido . E l l o ocurrió después de su casa­miento . Es, por lo tanto , la h i s tor ia de a lguien que tiene que v i v i r a pesar de su parálisis. Hay , en par t i cu lar , algo m u y i m p o r t a n t e que es el nacimiento de sus dos hijos. E l pr imero nace muer to y luego el la t iene otros dos. Cuenta el sueño s iguiente - q u e para mí sirve perfectamente de ejemplo para lo que quiero decir - : "Soñé que empujaba el sillón sobre el cual estoy senta­da desde hace años. E r a para mí inconfesable. Simón [el mar ido ] estaba allí, era u n a presencia v i r t u a l " . Este es u n m u y buen ejemplo para comprender que el goce de esta mujer es parc ia l y Hgado a l andar . Es u n goce de andar y no u n placer, como aquel que podemos tener a l caminar por u n a montaña. Este goce de andar está dado por el hecho de que e l la sueña hacerlo. Es u n goce parc ia l que se ref iere t a n sólo a l andar , relacionado con sus pies y sus piernas. Dicho de otro modo, si no sabe­mos lo que es el goce de andar , esta mujer lo sabe por­que es paralítica, como si se necesitara s u f r i r de pará­l isis en las piernas para ver re tornar , bajo l a forma de u n sueño, o sea desde afuera, el goce parc ia l del andar. E l objeto aparece siempre de este modo, bajo l a forma de u n sueño, de u n a fantasía, de u n pasaje a l acto, de u n acting-out. E l objeto nunca está en el i n t e r i o r del sujeto. Reaparece siempre desde afuera, con diferentes formas clínicas, y son éstas las que denomino " forma­ciones de objeto".

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Llamo "formaciones de objeto" no a las causadas por el objeto -que sería el caso, justamente , de las formacio­nes del inconsciente- sino a las formas que u t i l i z a este goce parcial , que retorna al sujeto como viniendo de lo Real. E l término mismo "formación" busca establecer una i n v a r i a n t e que nos p e r m i t a correlacionar diferentes entidades clínicas como la fantasía, el acting-out, el pa­saje al acto, la lesión de órgano o hasta la alucinación. Este es u n conjunto de formaciones cuya operación sub­yacente es el retorno de ese objeto que no existe sino afuera, excéntrico al sujeto. Y si es que hay una ley -que quedaría por establecer-, caracterizaría este retorno como una cristalización de palabras e imágenes que en­vuelven al objeto, t a l como está recubierto u n quiste.

Es cierto que Lacan ya nos propuso una articulación escrita para dar cuenta de l a fantasía, pero prefiero hablar de formaciones de objeto a fin de acentuar en su operación const i tut iva no la separación sino el retorno del objeto, con el fin de d i s t ingu i r dos vías posibles.

Dos grupos de formaciones serían entonces especifica­dos según que la vía de retorno sea típica, y tendremos la identificación fantasmática, en la que el sujeto acoge al objeto transformándose en él o llevando el deseo más lejos todavía de su límite contra el goce, esto es satisfa­ciéndose de otra forma que con significantes - s ín toma-0 fantasías. Y así el objeto reaparecería en lo Real, pero insertado en el cuerpo de u n otro con la forma de una alucinación, de una acción -pasaje al acto- o de una lesión de órgano. Uno desea, pero es el otro el que alucina o sufre. Uno está tomado en el deseo parr ic ida , pero es el otro el que mata . Parafraseando el dicho lacaniano, adelantaré que el deseo forcluido en uno es realizado por el otro. Digo deseo forcluido porque aquí la filiación que fa l ta no es más aquella del significante del Nombre del Padre, sino la del objeto errando.

E n el ejemplo que Freud anal iza en su bello texto

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"Dostoiesvski y el parr ic id io" , Iván desea hacer desapa­recer al viejo Karamazov, pero es Smerdiakow quien comete el cr imen. Lo que se destaca en ese texto es cómo podemos seguir, paso a paso, no sin tensión, el despla­zamiento cada vez más lejos del límite contra el goce absoluto. Freud hizo uso de tres célebres figuras - E d i p o , Hamlet y los hermanos Karamazov- , cada una reencon­trando, s in saberlo, su deseo en la realización cada vez más distanciada de u n a acción: Edipo desea y realiza él mismo su deseo de m a t a r a su padre; H a m l e t también lo desea, pero es u n extraño quien comete el asesinato y, en fin, los Karamazov son tomados por el mismo de­seo, pero es el hi jo adoptivo quien lo perpetra. Cada uno ve re tomar , como viniendo de afuera y bajo l a forma de u n acto c r i m i n a l , la parte de goce local y sus t i tu t iva del deseo parr ic ida . E l objeto retorna al sujeto bajo la som­bra o la máscara de u n asesinato cometido por otro. Freud toma sus ejemplos de la l i t e r a t u r a pero esos desplaza­mientos se veri f ican en nuestra experiencia. Cuando el paciente desea, es el anal is ta quien sueña o, ¿por qué no?, hasta alucina.

E n "Construcciones en el análisis", Freud no es r e t i ­cente para reconocer que las intervenciones del analista hacen alucinar al paciente. Él no dice que lo inverso sea verdadero, pero ¿por qué excluirlo? H a y otro texto al cual nos remitiríamos para esta cuestión que es "Análisis terminable e interminable" , en part i cu lar , el capítulo H L De hecho, cuando digo que uno desea y el otro alucina, estamos ante una transmisión del orden de la fantasía y no del significante.

U n profano se preguntaría, quizá, si allí habría brujería. Recordemos el modo como Freud califica la metapsicolo-gía. Preocupado en cómo se domeña la pulsión, escribe: "Ante esta di f icultad es necesario l lamar a la braja - a saber-, la b ru ja metapsicología". S in l a especulación me-tapsicológica y s in l a teorización -yo diría casi fantas-

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mática- no se avanzará siquiera u n paso. Desdichada­mente, las informaciones de la bru ja no serán esta vez muy claras n i m u y detalladas.

Ahora , antes de i n t e n t a r caracterizar mejor las for­maciones de objeto y de d is t inguir las de las formacionai del inconsciente, me gustaría detenerme u n instante para dar una pr imera conclusión re la t iva al problema de) espacio de la experiencia analítica.

Dos observaciones se imponen. Pr imero , utilicé el término "afuera", o en m i definición de las formacionen de objeto, la expresión "viniendo de lo Real". Con el operador "retorno", se plantea el p r o b l e m a de esto "afue­r a " y uno puede interrogarse sobre el l u g a r de donde proviene este retorno. Freud m i s m o t u v o que reconocer que para el sueño, la fantasía u o t r a s f o rmac ionoH clíni­cas, la frontera dentro/fuera - p a r a él, el s i s t e m a porcop-ción-conciencia- estaba desconstruida, y llamó entoncoH a estos retornos "efracciones narcisistas", como si p e n ­sara en una patología de frontera. Claro, la f r o n t e r a «Mtil enferma en tanto se persista en conservarla y q u e d a r prisionero -como F r e u d - de la ant inomia dentro / fuora ,

No pienso que sea preciso mantener la e n t r e e l a d o n t r o y el afuera. Cuando les decía "viniendo de lo Real" no so t rataba de una trasposición de la palabra " a f u e r a " por la palabra "Real".

Lo Real , e l goce i n t a n g i b l e , no es u n afuera d i s f r a ­zado; es o t r a cosa que u n a fuera . Les p r o p o n g o no i m a g i n a r más lo Real como u n a extensión i m p o s i h l o o u n hor i zonte i n t a n g i b l e , s ino proceder a una r e d u c ­ción de ese Real - como se reduciría una cabeza , considerar lo como el conjunto de los puntos al i n l i n i l . o reunidos en una recta : l a recta de los puntos al i n i i n i to del plano proyectivo. U t i l i z a n d o la figura topológica del cross-cap, imag inar ese Real como una r a n u r a por donde se ent ra o se sale, s in jamás, de hecho, s a l i r o entrar .

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r A C r O E P S I C O L O O ! , * .

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A f i r m a r que el objeto re toma de lo Real equivale a decir que el trayecto de corte que destaca pasó al menos dos veces a través de la estrecha y enorme puerta de lo Real.

Segunda observación. Si retomamos lo que adelantaba al inic iar nuestra intervención concerniente al inconscien­te, colocándolo entre el sillón y el diván o considerándolo como una cadena significante en la cual se inscribirán, indist intamente , analista y analizante, y si agregamos que, tratándose del objeto, no hay sino errancia, una errancia que atraviesa sin obstáculo los límites naturales del cuerpo de los partenaires presentes, y si, en fin, j u n ­tamos esos elementos, significante y objeto, en u n plano exterior a los sujetos que viene a cortar l a cura en ciertos momentos - l o que llamamos "acontecimiento analítico"-, llegamos a la siguiente conclusión: tanto el analista con una interpretación, como el paciente con u n síntoma, una fantasía o una alucinación, ponen en acto, sin saberlo, " u n aparato psíquico con proyección espacial", diría Freud. E l dominio de lo psíquico no debe ser l imitado a algún lugar dentro del individuo -como se d i c e - y el mundo de afuera. L a experiencia del análisis, cuando de ella efectivamente se t r a t a , no es nada más que engendrar una psique "afue­r a " que, a l modo de una cabeza psíquica, envolvería sin discriminaciones a analista y paciente.

Volvamos a las formaciones de objeto en las cuales habíamos dist inguido dos especies: aquellas donde el retorno del objeto constituye una identificación fantas­mática, y aquellas donde el objeto, en su retomo, se i m ­planta, se in jer ta en el cuerpo del otro bajo la forma de una lesión, de una acción o de una alucinación. E l opera­dor "retorno" nos sirvió de invar iante , pero no es suficien­te. Así f u i conducido a referirme a la consistencia de la red significante, y a pensar en u n segundo operador, o sea el del corte. Existirían, entonces, dos especies de formacio­nes de objeto: aquellas que se hacen con consistencia de la red significante, teniendo como prototipo la fantasía o

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el acting-out, y las formaciones de objeto, donde hay una falta del Nombre del Padre, que tienen como prototipo el pasaje al acto, las lesiones de órgano y la alucinación.

E n el pr imer grupo de formaciones, el corte cerrado es trazado pasando por el punto a l in f in i to que determina l a consistencia de l a red significante.

E n el segundo grupo, hay una fa l ta o forclusión de este punto exterior, y el corte tiene otro trayecto, que todavía para mí se ha de determinar mejor. E n todo caso, pre­fiero mantener la hipótesis de que l a forclusión del Nombre del Padre es el mecanismo específico de aque­llas tres formaciones con la condición, claro, de l i m i t a r l a estrictamente a una fa l ta local.

Hab lar de forclusión no impl ica , de ningún modo, y a m i entender, hablar de psicosis. O, si lo prefieren, no impl ica la frontera neurosis-psicosis; es por eso que antes hablé de muchas realidades, cada una con su consisten­cia propia. Esto nos hace comprender que alguien pueda padecer, por ejemplo, una hipertensión a r t e r i a l -esto tiene que ver con una real idad donde fa l ta el Nombre del Padre, es decir que hay forclusión para esa r e a l i d a d - y no por ello pueda decirse que el sujeto está loco.

Que alguien haga una alucinación impl i ca una rea l i ­dad en la cual la consistencia comporta una fa l ta del Nombre del Padre, esto es una consistencia enteramen­te part i cu lar , donde la cadena comporta una incoheren­cia por el hecho de que no hay Nombre del Padre, que no hay significante exterior. Es allí donde reside el interés en u t i l i z a r el término "real idad" : para poder t raba jar con fenómenos locales, necesitamos hablar no de una rea l i ­dad global, sino de una m u l t i p l i c i d a d de realidades.

L a posición del analista: la pregunta

No me gustaría concluir s in hacer in terven i r a l ana-

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l i s ta , pr imero a través de una observación y luego por la vía de una pregunta. L a observación es la siguiente: a diferencia de las formaciones del inconsciente, las de objeto, con excepción t a l vez de las fantasmáticas, son formaciones terminales. Ellas no resultan n i forman parte de n inguna combinatoria. U n síntoma, por el contrario , está no sólo formado por desplazamientos y sustitucio­nes significantes, sino que se tornará, en tanto produci­do, en u n nuevo eslabón entre otros en l a red signif ican­te , constitutivo de otro futuro síntoma. E l hecho de que las formaciones del inconsciente resul ten de u n a combi­n a t o r i a y tengan que ser tomadas en el proceso forma-dor de otras, las t o r n a accesibles a l a introducción de nuevos eslabones, esto es a la interpretación del ana­l i s t a .

Lo que especifica las formaciones del inconsciente es el modo de operar con ellas. Son descifrables, en tanto las formaciones del objeto no lo son; son signos y se las t r a t a como tales, sustituyéndolas unas por otras.

Descifrar no quiere decir develar el sentido oculto sino permutar u n signo por otro, in t roduc i r una nueva cifra y componer u n a nueva secuencia de signos. Ins is to , descifrar no es construir n i reconstruir una h is tor ia , sino hacer h istor ia , part i c ipar de el la s in saberlo.

Se ve que l a intervención del anal ista , frecuente y determinante con u n síntoma, lo mismo posible con la fantasía, se verifica difícil, en verdad imposible, con u n pasaje a l acto suicida, por ejemplo. E n este caso el ana­l i s t a queda al margen. E l objeto, bajo l a forma de una acción intempest iva, no se inscribe en n inguna relación signif icante. No es cuestión de descifrar; es preciso vol­ver a l comienzo, a u n comienzo ficticio, a una cuestión i n f a n t i l , a la pr imera de todas: "¿por qué?". Se t r a t a de convertir el silencio de las pulsiones en u n enigma: p lan­tear una cuestión que haga signo.

Para t e r m i n a r , les dejo m i última interrogación: si

retomamos la tesis bastante conocida de Lacan, ya t r a ­tada en otro lugar , según la cual el lugar del analista es el del objeto a y que, en general, la experiencia del aná-Usis es dominada por ese objeto, de ello resu l tar la que las formaciones t a l vez más relacionadas con el hecho pulsional , t a l vez las más límite de nuestra experiencia, están estructuradas como esa misma experiencia. ¿Qué sucede? Por u n lado, afirmamos que el psicoanálisis se desarrolla en el campo de la palabra y del lenguaje, pero por otro, concluimos que es u n a experiencia de goce, figura excesiva de la pulsión. E n resumen; una forma­ción de objeto.

* * * Se me pregunta si fuera el análisis una formación d»!

objeto, dónde está el parentesco con el pasaje al acto, Esta es m i propia interrogación, como habrán perci­

bido. Hacer esta aproximación es dar u n pr imer paso, que cambia enormemente l a cuestión.

Concretamente, si decimos que el discurso analítico es una formación de objeto, entonces el lugar del analis­t a como quien escucha es totalmente derivado hacia un lugar, como, por ejemplo, el de la alucinación. No habló de pasaje al acto sino de acting-out; considero que ol análisis tiene más que ver con el acting-out que con ol pasaje a l acto.

U n a cosa es decir que el a n a l i s t a está en el lugar de escucha y o t r a que se va a l a n a l i s t a porque él oyó y escucha. Se podría precisar mejor diciendo que el ana­l i s ta está en el lugar de Otro de l a demanda, de Otro dol saber o de Otro del goce. Hagamos u n rodeo: el analista está en el lugar de objeto; ésa es la fórmula de Lacan y todo el mundo la acepta. Pero si decimos eso, hay varias cosas por precisar: primero, que jamás el analista ostii

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en el lugar del objeto sino confrontado con él. Si nos quedamos con esta idea de las formaciones del objeto, llegamos a hacer todavía u n pequeño cuarto de vuelta para decir que sustentar que el anal ista está confronta­do con el lugar del objeto equivale a decir que, en ciertos momentos de la cura, retorna al paciente bajo la forma de una alucinación. Esto, para mí, t iene u n valor clínico m u y importante . Cuando aquel paciente me preguntaba "¿Quién es usted?", lo hacía con el acento de estar cap­turado por l a pregunta. Me digo s i el "usted", del cual él hablaba, no es casi del orden de l a alucinación. Esto se comprende por l a vía de las formaciones de objeto, esto es siguiendo la idea de que el anal is ta no es u n agujero, tampoco u n agujero excéntrico, sino que retorna al su­jeto desde afuera bajo la forma de una alucinación. Sien­do así, insisto en que no hago más que plantear el pro­blema; aún no puedo i r más lejos.

U n a de las mayores dificultades del anal ista frente a las afecciones psicosomáticas, para recoger esa forma­ción de objeto a que es una enfermedad psicosomática, viene del hecho de que el objeto retorna a l sujeto en otro lugar , como si el lugar del anal is ta le fuera sustraído.

Surge una pregunta en relación con el objeto t rans i -cional de Winnicot t . Supongamos que ese objeto sea el chupete. Podría decirse, en una p r i m e r a aproximación, que l a relación del bebé con el chupete es una fantasía, pues, a m i entender, la fantasía no es u n imaginar io interno desarrollándose en la cabeza; no es u n devaneo sino algo que se da en una acción, en u n espacio t r i d i ­mensional . Pegarle a u n chupete es u n buen ejemplo de fantasía. Ahora , desde ese punto de v is ta , se podría decir que el chupete es el retorno del objeto bajo la forma de u n chupete.

E l objeto transic ional de W i n n i c o t t constituiría, en­tonces, u n ejemplo de lo que sería u n objeto que retorna a l sujeto bajo la forma de chupete, dedo, etcétera.

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V I I

Hoy retomaremos y concluiremos, por lo menos pro­visionalmente, l a elaboración metapsicológica de la le­sión de órgano. Pr imero quisiera corregir ciertas pro­puestas hechas anteriormente, para después t r a t a r l a cuestión del sujeto.

Las lesiones de órgano y el narcisismo

Veamos los puntos alcanzados en todas las elaboracio­nes analíticas hechas actualmente acerca de las afeccio­nes psicosomáticas: todos los autores concuerdan en que esas afecciones psicosomáticas -o como yo las l lamo, "lesiones de órgano"- deben ser incluidas en e l cuadro de la teoría del narcisismo y, más precisamente, considera­das u n a perturbación de l a identificación narcisista. E l paradigma, el mayor ejemplo de perturbación narcisis­ta , es la paranoia; como decía Freud , l a parafrenia. E n la época de Freud , l a parafrenia era una ent idad que agrupaba la paranoia y otros delirios crónicos. Hoy no se diría ya que l a parafrenia y la paranoia son l a misma cosa; la inf luencia norteamericana complicó, en Francia , las clasificaciones gnoseológicas.

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Les recuerdo, en dos palabras, cómo concibe Freud el narcisismo. L a mayor parte de ustedes lo sabe, aunque lo que no se sabe bien, de modo general, es s i tuar sus diferentes fases y etapas. Dos casos, el de Schreber y el de una mujer con neurosis obsesiva, enseñaron a Freud cómo pensar el narcisismo o, en todo caso, cómo pensar las diferentes fases del desenvolvimiento l i b i d i n a l .

L a pr imera fase es autoerótica en l a cual las pulsiones parciales están separadas - n o intr incadas como sucede con el sujeto neurótico- y cada una procura satisfacción sobre el cuerpo propio. Me parece importante observar que este término, "autoerotismo", impl i ca l a satisfacción autoerótica.

H a y otra fase, l a última, que debo mencionar ahora, donde todas las pulsiones están concentradas sobre una elección de objeto, o sea sobre u n partenaire sexual. Lo importante es que en esta fase todas las pulsiones ac­túan, operan, se ejercen sobre el objeto, bajo la égida del falo o, como diría Freud , de los órganos genitales.

E n este punto , las cosas se complican porque, a causa de Schreber, Freud inserta una nueva fase entre las dos que acabo de mencionar, y l a l l ama "estadio narcisista" - n o fase-, caracterizado por el hecho de que fue realiza­da l a elección de objeto. Todas las pulsiones parciales están concentradas en u n objeto exterior, extraño, pero al mismo t iempo ellas retornarán sobre el yo, se ejercen sobre el yo, que se torna el p r i m e r objeto sexual. Es por eso que cada vez que se oye la palabra "narcisismo" se debe agregar "posterior", o sea secundario. No hay sino narcisismo secxmdario - luego hablaremos del p r imar i o - , que es el narcisismo clínico por excelencia. Algo m u y importante en relación con l a teoría lacaniana es que este narcisismo secundario se constituye bajo el dominio del falo, esto es de una elección que ya fue hecha sobre u n objeto sexuado, o para hablar en nuestros términos, el significante fálico recubre l a operación narcisista.

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Finalmente , l a cuarta etapa. E n 1913, Freud estudia el caso de una mujer estéril, obsesiva, pero que en el inicio no lo era. Freud se sorprende al constatar que asta mujer mani f iesta síntomas obsesivos muy nítidos, muy claros, de tendencia sádico-anal, después del regreso da su marido de u n viaje. Plantea entonces otra hipóteiis, según l a cual se debe agregar todavía otro estadio, antes de la fase final, que no es secundario, pero donde laS pulsiones se ejercen sobre un objeto que exige la égida fálica, s in que se t rate de objetos genitales. Par» resu­m i r : tenemos una pr imera fase autoerótica; una l i ltlma, en la cual se hace una elección de objeto genital ; una segunda, cronológicamente posterior, que os el narcisis­mo en el caso de l a paranoia y, finalmente, una fase en la cual las pulsiones se ejercen sobre una nioccirtn de objeto pregenital . Sugiero la lectura, al respecto, do un pequeño texto de Freud , poco leído, que explica bion »mto, mejor que la Introducción al narcisismo: "La disposición a la neurosis obsesiva-una contribución al problema do l a elección de neurosis".

E n lo que nos interesa, que es la lesión de órgiuio, querría indicarles la manera como Lacan, en un toxto antiguo de alrededor de 1950, t r a t a la hipertensión ar­t e r i a l mal igna, para aplicar su esquema de la matr iz dol estadio del espejo. E l estadio del espejo es la traducción de la teoría del narcisismo de Freud , con la diferencia do que Lacan inventa u n elemento decisivo, u n arti f ic io nxuy importante que, en m i opinión, provocó muchos problo-mas en nuestras instituciones y, a l mismo tiempo, pn« senta una ventaja notable: el espejo. E n lugar de ufi rtna r que hay una elección de objeto, se quita la palabra "ob jeto" y se coloca u n "espejo", se qu i ta el partenaire sexual y se coloca el espejo. Esto significa que, para Lacan. la cuestión se plantea entre u n yo y u n espejo o, con nuis precisión, entre u n pequeño cuerpo prematuro , que no so sostiene m u y bien - e l n iño - y una imagen ideal que pod ra

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aprehender. L a más importante característica del esta­dio del espejo es que se t r a t a de u n drama que se desa­r r o l l a entre u n cuerpo prematuro y u n a imagen tota l idealizante que lo traspasa, pero que el niño sabrá apre­hender. E l cuerpo no estará a la a l t u r a de esa imagen, pero "él" sabrá aprehenderla l ib id ina lmente .

Les dije a l comenzar nuestro trabajo que, en el trián­gulo imaginar io , entre el yo y la imagen, el personaje pr inc ipa l no es n i la imagen n i el yo y sí la l ib ido . Es el elemento fundamenta l de lo imaginar io . Se debe pensar la l ibido como una energía de t ipo potencial, o sea que surge, que se desenvuelve cuando hay una distancia. E l ejemplo más claro de energía potencial es el de la cata­rata . Baste con que haya dos niveles, y aun otras contra­dicciones, para que la energía surja. E n el caso que nos ocupa, los dos niveles sobre el cuerpo prematuro y una imagen idealizante.

Dos textos de Lacan hablan sobre el estadio del espejo: uno, de 1936 y otro, de 1948. E n u n texto m u y i m p o r t a n ­te sobre l a agresividad Lacan hace t raba jar de modo clínico el estadio del espejo; les recomiendo especialmen­te para pensar la cuestión psicosomática y entender qué es l a lesión de órgano, l a lectura de " E l estadio del espe­jo" y " L a agresividad en psicoanálisis". Lacan hace dos aplicaciones clínicas de esto: una , para la psicosis y otra, para la lesión de órgano y, en part i cu lar , para la hiper­tensión a r t e r i a l .

Con respecto a las psicosis, reúne u n conjunto muy extenso y diverso de formas diferentes, de conductas del paranoico, que van desde el sentimiento de persecución, resentimiento, gestos agresivos, actos nocivos, envenena­miento, etc., hasta llegar a l suicidio. No se t r a t a de una serie de organizaciones típicas de la paranoia en part icu­lar , pues él las había estudiado para su tesis de la para­noia de autopunición. Formula la hipótesis de que todas esas formas hablan de u n estancamiento (stagnation)

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formal, una fijación formal de la distancia entre el yo y la imagen.

No lo aplica sólo a la paranoia; también intenta hacer­lo con la hipertensión a r t e r i a l mal igna. H a y dos formas: una roja y una blanca. Esta última es le ta l , y aparece en las jóvenes grávidas. Lacan dice que se reconoce que este estancamiento formal del yo en la relación con la imagen se produce en determinados momentos de la vida. Sos­tiene la idea de una evolución temporal ; l l ama a estos momentos "de crisis" y describe cuatro: a los dos, ocho, dieciocho y t r e i n t a y cinco años. E n cada una de esas crisis hay una cristahzación, una fijación de la distancia entre el yo y la imagen, bajo una forma agresiva. Según él, se t r a t a de la del andamio sobre el cual se sustenta la agresión. Observo, entre paréntesis, que cuando trabaje­mos el pasaje al acto retornaremos a esta cuestión de la agresión considerada como \m estancamiento formal entre el yo y la imagen, con la diferencia de que Lacan considera -acercándose a l a posición clásica de los analistas de esa época entre los cuales se encuentra Alexander - que en la hipertensión arter ia l hay inhibición de la agresión a la cual sustituye la lesión arter ia l . Propone, entonces, hacer curvas sinusoidales para mostrar lo que se produciría en varios momentos, en el transcurso de la vida.

E l llamado

Volvamos a nuestra posición. Estudiamos el esquema del l lamado y del retorno. E l pr imero provoca el retorno bajo la forma de una lesión; es u n llamado fantasmático que se caracteriza por tres rasgos: es macizo, esto es que se hace bajo la forma de sueños e imágenes; es ant i c i ­pador, traspasa la capacidad de acogimiento del sujeto y, por último, es fascinante.

Decimos, entonces, que no es u n l lamado significante.

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Prefiero pensarlo como u n l lamado fantasmático, como, por ejemplo, u n gr i to de dolor. D i el ejemplo de esa mujer que vio, cuando era niña, a su abuela casi m o r i r a t ra ­gantada por u n espasmo de glotis , y por una especie de t rans i t i v i smo , le provocó i m espasmo en sus arterias. Esta forma de l lamado bien podría considerarse el t i e m ­po del t r a u m a .

Vayamos a la cuestión, precisamente, del tiempo. Decir que este l lamado es anticipador - o sea que está más allá de las condiciones de acogimiento físicas y psíquicas del n i ñ o - no basta para caracterizar las especificidades propias del t r a u m a que puede determinar una lesión de órgano.

F r e u d se inc l inaba a presentar como típico de la na­turaleza h u m a n a el hecho de que el yo siempre está más allá de sus elecciones de objeto, o mejor, que sus eleccio­nes están siempre a contratiempo con el yo, siempre hay u n a distancia. Y Lacan no propugna nada más que eso: la distancia de l a cual acabo de hablar entre el yo y la imagen es exactamente del mismo orden. E n lugar de ser traumática, es una distancia que fundamenta toda l a es tructura psíquica y no sólo en el n ive l imaginar io donde ella es condición necesaria para pensar los fenó­menos de la paranoia o, por ejemplo, de la lesión de órgano. E n efecto, esta distancia explica fundamental ­mente y da lugar a la castración: ¿Y qué es la castración sino el hecho de que el niño no está capacitado para to lerar el deseo del Otro? Esto quiere decir que, para nosotros, no es posible tolerar el deseo del Otro. E l niño no t iene u n órgano o una cabeza suficiente para respon­der a l deseo de la madre. Él no puede, es impotente y s imboliza, pone significantes en ese lugar . Eso es la castración: colocar palabras en el lugar de u n órgano incapaz de responder al deseo del Otro . No fornica con la madre pero dice: "Yo te amo". A m a r es una manera extrema de simbolizar, inventar una solución, una sal i -

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da para la impotencia, para la impasse. Este esquema, el significante nacido de la impasse, es constante, per­manente en toda l a teoría lacaniana, y diría que también en la freudiana.

E n otros términos, la castración es el hecho da simbo­l i zar cada vez que el cuerpo no responde. E l mayor ajam* pío de esta simbolización es el falo: en el lugar del órgano peniano está el significante fálico. E l proceso de simbo­lización del falo se aplica como un molde a todos los objetos que t ienen que ver con el cuerpo; la castración a i el engaño allí donde no se puede hacer.

E n otras pa labras , caracter izar el l lamado como anticipador no basta para especificar el t rauma propio de la lesión de órgano. Es una pregunta que le hice a Rene Thom, a quien le explicaba esta cuestión. IjH res­puesta está extraída de Más allá del principio dvl plncur. No renuncio a la idea de que el l lamado es macizo, fas­cinante y anticipador, pero agrego que llega ul siyoto sin que esté preparado para recibirlo, o sea sin quo haya angustia.

L a definición que da Freud de u n impacto traumáti­co, s in angust ia , a l que él l l a m a pavor, es la dol senti ­miento que u n peligro despierta en u n sujeto no pnipa-rado. Se podría pensar, si tomamos los tres tiempos d« Lacan - e l ins tante de ver, el t iempo para comprtMuior y el momento de conc lu i r - , que no hubo instante do vor, Tenemos la impresión de que se produce pavor on (d n i v e l de u n órgano local del cuerpo del niño, del hígado, del cuello, de los cabellos, etcétera. Esto quiere decir que el impacto del l lamado provoca pavor orgánico.

Más tarde descubrí que Margare t M a h l e r tiunbiOn habla de "pavor orgánico". Pienso que ella también tomó como fuente este texto de Freud, porque si él no habla de las lesiones de órgano psicosomáticas, constata t>in pero lo que l l ama "neurosis actuales" y describo tros do ellas: la hipocondría, la neurosis de angustia y las non

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rosis traumáticas. S i seguimos la clasificación de Freud, pueden ubicar en las psiconeurosis a la h is ter ia , la fobia, la neurosis obsesiva y l a paranoia. Freud , en su época, l lamaba a la paranoia "neurosis narcisista".

Las neurosis actuales se caracter izan por el hecho - y eso me hizo pensar en l a lesión de órgano- de que se t r a t a de síntomas que aparecen inmediatamente des­pués del impacto traumático, esto quiere decir que son síntomas donde el pavor está inmediatamente presente y el mismo síntoma aparece de inmediato . Esto i n t r o d u ­ce una cuestión: esta neurosis es provocada por u n sín­toma inmediato como si el peso de l a rea l idad fuese excesivo. Pero se t r a t a todavía del vocabulario freudia­no. E n cuanto a nosotros, diríamos que nos interesan las neurosis actuales no por el hecho de la aparición inme­diata del síntoma de modo transparente y visible, sino porque el impacto que provocan esas neurosis es el pa­vor, o sea u n impacto s in angustia.

E l trauma y la disposición a la escucha

Para volver a l a lesión de órgano, diríamos que ese pavor, ese impacto, ese momento traumático, es desper­tado por u n grado de real idad, esto es por u n l lamado significante. Me explico. L a última vez hablé de u n único l lamado , macizo, ant ic ipador , fascinante; esta vez lo desdoblo y distingo dos elementos: por u n lado, el l l a m a ­do traumático que provoca el pavor, y por el otro, una ocasión, una condición ocasional que vendría a desper­t a r , a reanimar , el t r a u m a .

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1. trauma (x) 2. hecho ocasional

3. lesión

Detengámonos aquí para precisar u n punto : recorda­rán la respuesta que d i a Jean Gui r en tanto no se t r a t a de hacer psicogénesis, porque él planteaba los hechos como si fuese necesario procurarse los acontecimientos part iculares en la h i s tor ia del sujeto que después se presentan bajo la forma de una lesión de órgano. Creo que m i forma de hablar da la impresión de que los incito a escuchar a aquellos que hab lan para constatar si en determinado momento en l a vida del paciente no acon­teció algo pavoroso que explicaría la aparición de una parálisis facial , una lesión en u n ojo o una hipertensión. Esto es algo que no hago; no me dispongo a l a escucha para procurarme antiguos hechos. Por el contrario, me dispongo a escuchar y procuro una explicación para esas lesiones de órgano. Esto quiere decir que el cuerpo es u n lugar de goce y que una lesión de órgano es u n modo par t i cu lar de gozar. Intentaré explicar, para ustedes y para mí, su metapsicología. E l pr imer elemento metap-sicológico es l a noción de t r a u m a . Este término que parece t a n vivo es, en real idad, absolutamente metapsicológico. E l t r a u m a es una invención, una suposición, una infe­rencia absolutamente indemostrable. No hay nada más sospechoso que u n t rauma . Y esto no impide sustentar la tesis según la cual el t r a u m a es t a l o cual, si es t o ta l ­mente sospechoso.

Esto me conduce a una segunda corrección. Dije que

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el t r a u m a , o sea el l lamado que da lugar al retorno de la lesión de órgano, no es significante sino fantasmático. De hecho, desde que el t r a u m a en algún momento se relata en l a vida como u n elemento antiguo, es significan­te. Lo que no impide que intentemos descubrir su propia consistencia. Retomo el ejemplo del sueño que discutía­mos el otro día. E n aquella oportunidad nos preguntába­mos si el sueño es siempre u n relato; a p a r t i r del momento en que alguien dice "Yo soñé", cuenta, y así marca al sueño como u n significante, lo torna elemento en una cadena. Seré más preciso: el acontecimiento ocasional despertará el t r a u m a originario y entonces aparecerá la lesión.

E l t r a u m a es sospechoso porque nuestra posición i n i ­cial es m i r a r la lesión. Pienso que " i n i c i a l " no es u n tér­mino bueno para los analistas, pero sucede que no tene­mos más que la lesión; el resto es totalmente una recons­trucción nues t ra . .

E n el caso preciso de u n paciente no sólo la reconstruc­ción sino l a misma concepción del t r a u m a y la idea de que sea despertado por u n acontecimiento son metapsi -cológicas o, si ustedes prefieren, teoría freudiana.

No sólo el t r a u m a es sospechoso desde el punto de vista del t iempo, sino también desde el punto de v ista de quien lo experimentó. Cuando en el transcurso de u n análisis aparece u n t r a u m a , no sabría decir si fue experimentado por el anal is ta o por el analizante. L a madre o el niño: no sé quién experimentó el t rauma . Si ustedes concuer­dan con lo que digo, a propósito de la formación de objeto, comprenderán que el t r a u m a , como el objeto, se da "en­tre-dos".

Veamos ahora lo que me gustaría corregir en relación con el l lamado traumático. Vuelvo a l a cuestión del re­torno, esto es l a cuestión del objeto y del sujeto.

Retomemos la cuestión del estadio del espejo y corrí-jamos luego una idea que forma parte de malentendidos de l a teoría, de l a lectura de ese tema. Cuando se lee el

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texto sobre estadio del espejo se destaca la cuait ito dt} júbilo del niño ante el espejo, ante su imagen. E l * JÜbilO es de la l ibido y, para nosotros, también del ofaJttOl • • una forma que adopta el objeto. Pero, si retomamOi U idea del t rans i t iv i smo , parece importante decir qut t i júbilo del niño no es por su imagen, sino que debería I t r el júbilo del otro, o sea el júbilo de la imagen. Es la imagen la que debería regocijarse por ser total , y no el niflo. En otros términos, cuando se piensa en el estudio del eap^jo se debería decir que estamos frente al júbilo de la especularidad en el otro y a la insuficiencia del yo en el niño. E l otro se muestra completo, pero soy yo quien He regocija. Y si seguimos el t rans i t iv ismo do Wallon, tal como él lo estudió, es el niño quien cae y otro quien l lora, el niño se cae pero es otro quien sufre el dolor en MU cuerpo.

Este es, exactamente, el t rans i t iv i smo, ya no inwigina-rio sino simbólico, que se da entre los seres hablantuM, Uno esboza el gesto i n i c i a l de una acción qu(* sord reconducida y completada por el gesto de otro. Eu cinrto modo se podría decir que, en lugar de estar alienado por el campo del Otro como batería signif icante, so osl.rt cercado por una red no percibida de actos posibles osbo zados, que comienzan en nosotros y son concluidos por otro. Es, ¿por qué no?, u n modo de def inir la rod (pío significa el campo del Otro . A este movimiento do rotor no, de t rans i t iv i smo imaginar io en los niños, Lacan lo saca del orden imaginar io y lo lleva hasta el nivel dol orden simbólico, inspirándose en el automatismo nion-t a l de Clérambault. Es lo que dice la famosa frustc " K l emisor recibe su propio mensaje de forma invert ida" . Si la trasponemos a lo que estamos tratando, quedaría: " l ' l i emisor recibe su propio mensaje no más con la forma do u n mensaje, sino transformado en una lesión orgánica en el otro".

E n términos freudianos diremos que hay una relación

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entre paranoia y lesión de órgano, con una diferencia esencial, pero en los dos casos reconocemos una forclu­sión del Nombre del Padre. Lacan dice, en u n texto del Seminario "...o peor", que l a forclusión es siempre for­clusión de u n decir. Puede ser ese decir, t a l vez el gesto que no me vuelve del Otro , t a l vez el instante de ver que faltó en el impacto traumático, t a l vez el Nombre del Padre, esto es, algún significante re lat ivo a la filiación del sujeto. Lo que i m p o r t a es que hay forclusión en los dos casos, y que en ambos l a forclusión del Nombre del Padre no separa, no permite separar, el goce del objeto del cuerpo entero. No vuelvo a la distinción entre goce del Otro y plus de goce. Forclusión del Nombre del Padre quiere decir que no hay distancia entre el goce local re lat ivo a l objeto y el goce del Otro . E n términos más freudianos, hablar de forclusión del Nombre del Padre y ver que el goce no está ya normativ izado por el falo, significa que es a eso a lo que Freud l l a m a "ret i ro de la l ibido hacia el yo".

E n otros términos, la lesión de órgano es el re t i ro de la l ibido hacia el yo con u n estancamiento formal . Dicho de otro modo, este retorno de l a l ibido hacia el yo impl ica una identificación del objeto - l i b i d o - con el yo, lo que nos l leva a pensar que el sujeto de la lesión es el "sujeto-lesión". E n este caso, el exceso de goce y el yo constituyen una única formación, una lesión local. Es así como com­prendería la lesión de órgano en tanto que es autoeró­tica. ¿Por qué autoerótica? Porque habría una ident idad entre l a fuente y el objeto, o entre el yo-cuerpo-fuente y el objeto de satisfacción local y autoerótica.

Se me acaba de señalar que no se comprende bien dónde s i tuar , en l a concepción freudiana, o sea en el cuadro de la teoría del narcisismo, la lesión de órgano. Si respondo a esa pregunta lo hago al mismo tiempo a la cuestión del sujeto de l a lesión. Pr imero - t a l como antes describí los cuatro momentos del desarrollo l i b i d i ­

na l y situé el narcisismo secundario luego del autoero­tismo y antes de las dos fases de la elección de objeto, una pregenital y otra g e n i t a l - , concibo la lesión de órga­no como comprendida en una etapa autoerótica, esto es en esa etapa en la cual la pulsión parcial obtiene placer del propio cuerpo, lo que equivale a decir que la fuente de la pulsión es idéntica a su objeto. L a fuente de la pulsión es el yo; en los dos vectores generales que se dan entre el yo-cuerpo y el objeto, es el yo-cuerpo el que constituye la fuente. Ahora , el yo es la fuente y es el objeto. AIK está l a diferencia con la paranoia, en la cual el yo es también fuente y objeto, pero todo el yo es una fuente, esto es, u n retomo hacia el yo, tomado globalmen-te; en la lesión de órgano es una toma local, parcial , de­l imi tada . Esto es el autoerotismo, y es así como pienso que se puede situar el autoerotismo de la lesión de órgano.

E l sujeto "en" la lesión de órgano y el sujeto "de" la lesión de órgano

Eso nos lleva a d is t inguir al sujeto en el caso de la paranoia y en el de la lesión de órgano. E n el caso de la lesión de órgano, el sujeto es local, suplementario, no está dividido, no es el sujeto dividido del inconsciente, no está dividido, por la clara razón de que él resulta de la forclu­sión del Nombre del Padre, pues falta u n significante; por lo tanto, no hay distancia entre u n significante a l cual pueda amarrarse, fijarse, ligarse, y la cadena de signif i ­cantes en la cual el sujeto hace afánisis. Este sujeto, el de la paranoia o de l a lesión de órgano, no hace afánisis en la medida en que hay forclusión del Nombre del Padre. Cuando señalamos que no hay afánisis queremos decir que es u n sujeto Ubre. E l loco es l ibre como lo es aquel que sufre de algo en su cuerpo. Hasta si sufren hay algo del orden de una l ibertad que nosotros no tenemos. Esta l i -

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bertad consiste en el hecho de que el loco y el enfermo psicosomático no t ienen que alienarse en u n destino por venir, no t ienen que seguir, esperar, apagarse en una cadena, en una histor ia , en una repetición. No se apagan, no se produce afánisis: ellos son. Soy donde no pienso, ellos son ahí. Uno es, en l a lesión, compacto, local, parcial ; el otro también, pero diferente, porque es allí, con el goce de Dios en el caso de l a paranoia, donde domina el goce del Otro . E n los dos casos hay forclusión del Nombre del Padre; por lo tanto , no hay significante fálico que regule el goce. A p a r t i r de ese momento, el goce se encuentra a la deriva, salvo que en el caso de l a paranoia domina el goce del Otro, y en el caso de l a lesión de órgano, domina u n goce local, que llamaría autoerótico, parcial . E l sujeto no hace sino seguir, porque él es el efecto de l a experiencia de u n goce autoerótico o de u n goce del Otro. E n ambos casos hay yo, "yo soy", fuerte, intenso, hay una convicción, una certeza de ser. E l sujeto de la lesión de órgano es u n "yo soy l a lesión", y el otro, u n "yo soy el goce".

Ese es el problema con los pacientes que sufren una lesión de órgano y con los locos. Lo difícil con este último es que no demanda porque t iene consigo su objeto. Lacan dice, en alguna parte, que tiene el objeto en el bolsillo, y entonces no precisa demandar: es esto lo que angustia. Lo que angustia con ciertos pacientes graves o con los que t ienen una lesión es que no nos l l a m a n , no contamos para nada, ya es mucho que estemos allí para escuchar­los, pero aunque nos hablen, no se d i r igen a nosotros y es esto lo que angustia. Este objeto que ellos poseen en sí es lo que nosotros l lamamos, hace u n momento, el " re t i ro de l a l ib ido hacia el yo", esto es l a incorporación del objeto. Incorporar el objeto no quiere decir sólo que se lo posea sino también que se incorpora la l ibido que investía a l otro, lo cual también impl i ca que el otro ha sido devorado. Dicho de otro modo, cuando u n paciente tiene una lesión no es sólo que no nos l l a m a porque tiene

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su objeto, sino que este objeto somos nosotroi. Qultro decir que la lesión de órgano no es nada máa qua al resultado de u n objeto incorporado que somoi noaotroi, Es por eso que decía que la hipertensión de mi paciente me robó el lugar de analista. ¿Por cuánto tiempo? No lo sé, pero el la me lo robó. L a dominancia del objeto no eatá en el l u g a r del anal ista sino inscr i ta en el cuerpo. De este modo, para las formaciones de objeto -lesionea de órgano, pasajes a l acto, alucinaciones- será necesario permutar la fórmula SOa por aSO, o sea colocar la "a" en el lugar dominante, aun si no lo es del todo, ya que el losange es equivalente de u n lado y del otro.

Por lo tanto , e l sujeto de l a lesión de órgano no o» el sujeto dividido del inconsciente n i el sujeto que so equi­voca; es allí donde se equivoca cuando surge el Hujoto del inconsciente. Éste es el efecto del lenguaje cuando hay u n error, cuando el sujeto dice s in saber lo quo dict»,

E l sujeto de l a fantasía es el que se tornó objoto, ci(»rl,(), pero que se esconde bajo l a sombra del objeto, puos, on el caso de la fantasía, e l objeto tiene una sombra, ol imaginar io está ahí.

E l sujeto de la lesión no es el sujeto dividido ni ol su,joto escondido tras la sombra del objeto: es la propia losión sin imagen. No hay imagen v i r t u a l en el caso de la losión de órgano. Tomemos por caso u n a perturbación m la visión; por ejemplo, u n espasmo reactivo permanonto, Kl sujeto de este ojo doliente no es el de la fantasía do mirar la escena p r i m a r i a en l a cual él mismo se confundo con el m i r a r . E l sujeto de la lesión de órgano no es el sujoto-m i r a r sino el sujeto-espasmo. Éste es el problonin; no estamos ya más en las especies habituales de los objotos pulsionales, mirada , voz, etcétera. Por lo tanto , a la prt» gunta "¿En qué estadio sitúa usted la lesión de órgano?", respondo que es situable en el autoerotismo o en (d niu' cisismo pr imar io .

Hace poco decía que cuando se habla de narcisismo

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se t r a t a s iempre de narcis ismo secundario, porque el narcisismo p r i m a r i o es u n a ficción y esta idea de auto-erotismo también lo es. E l narcisismo secundario pue­de ser pensado igua lmente para las neurosis . E l para ­digma del problema es l a paranoia , pero ello no impide que observemos el narcisismo secundario en el caso de la h i s t e r ia en l a cual el yo es el p r i m e r objeto sexual, t a l como en el caso de l a paranoia . Para el resto, la cosa cambia completamente: hay u n re t i r o l i b i d i n a l hacia el yo en el caso de l a h i s t e r i a como en el de l a paranoia , con l a diferencia de que en l a p r i m e r a se t r a t a de su­misión al s ignif icante fálico -es el falo lo que i m p o r t a -, en tanto que en el caso de la paranoia hay forclusión del falo.

* * * Respondo a u n a pregunta . Utilicé el término "pavor" porque es el que emplea

Freud , pero efectivamente él también usaba l a palabra "sideración".

Yendo a otro punto : Más allá del principio del placer es u n texto apasionante, pues es en él donde F r e u d for­m u l a una teoría de la angustia m u y part i cu lar . Dice allí que l a angustia es una paraexcitación, esto es que pro­tege, atempera, prepara ; también en los casos en que ha habido u n t raumat i smo seguido de sueños traumáticos, se puede pensar que los sueños t o m a n el lugar de la angustia. Los sueños, del mismo modo que l a angustia, i n t e n t a n atemperar el t r a u m a sufrido. L a angustia es, por lo tanto , u n elemento de defensa completamente contrario a l pavor, que es u n impacto del t r a u m a . E n real idad, esto no resuelve l a cuestión de saber s i viene del exterior o si es u n impacto psíquico. Lo que lo carac­teriza, en todo caso, es que es u n impacto de pavor que

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atrapa a l sujeto s in que éste tenga l a más mínima pre­paración posible para percibir lo .

Esta no es, claro, l a teoría de Lacan. E l sostiene, sobre todo, l a teoría de la angustia desarrollada en Inhibición, síntoma y angustia, donde la angustia es una señal que l l a m a a l a fantasía. Habría tres tiempos: deseo into lera­ble del Otro , angustia y fantasía.

H a y u n pequeño texto m u y antiguo de Freud , de 1898, donde señala que el sujeto puede no percibirse. Segura­mente se está en u n nive l m u y ambiguo, ya que se dice por u n lado que hay pavor, y señala por otro que el sujeto no se percibe. Me gustaría agregar algo -comprendiendo la d i f i cu l tad que representa el modo como presento las cosas-: a f irmo, resalto, que no se debe hacer de ello una real idad, esto es que es preciso pensarlo, trabajar lo sin i n t e n t a r representarlo en u n escenario. A l i gua l que Freud él hacía metapsicología y a l mismo tiempo nos hace sentir en sus escritos que a l menos estuvo durante una época en la pesquisa de hechos traumáticos. Fue así como llegó a l a concepción de l a real idad psíquica, que es para él l a comprobación final de que el hecho de que hayan o no existido los acontecimientos traumáticos no tiene n inguna importancia; poco importa si son verda­deros o falsos.

Vayamos a u n punto oscuro que surge de una pregun­t a y en todos aquellos que se ponen a t raba jar en esta cuestión. D i una indicación diciendo que es preciso cam­biar de orientación: en lugar de pensar que hay u n ex­ceso de l i b i d o que elige u n órgano, pensar en u n a hiperte l ia , o sea, en l a h iper tro f ia de u n órgano que l l a ­m a a la l ib ido . Sólo puedo darles esta indicación que está muy l igada a la idea de considerar el t r a u m a como u n pavor orgánico.

No respondí a la hipótesis de Rene Thom, a quien hablé del pavor orgánico. E l sostenía que los fenómenos de la pie l , ya que el la se constituye de hecho a l mismo tiempo

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que el cerebro -es su concepción y es así como él trabaja hoy l a anorexia m e n t a l - , deberían ser pensados en tér­minos de embriología, o sea en referencia a la const itu­ción biológica del feto.

Respondo a otra cuestión: se puede hablar de herencia, de filiación de órgano como lo hice cuando hablé de m i paciente que sufría hipertensión, donde el punto común era el espasmo; pero se puede pensar también en series complementarias. No estoy dando una versión completa de la cosa. Lo que Freud habría hecho sería hablar de series complementarias, de constitución, de herencia y también de los hechos ocasionales y de una filiación.

Se me pregunta cómo s i tuar l a agresividad en relación con el esquema trauma-hecho ocasional-lesión.

L a referencia que hice a la agresividad es part i cu lar ­mente de Lacan. Su tesis es que la cristalización, l a fi­jación de esta distancia entre el yo y la imagen toma l a forma de agresividad, que a su vez se mani f iesta en diferentes series de entidades clínicas, que t ienen que ver con l a paranoia, por ejemplo. Detrás del resent imien­to , la persecución, el suicidio, el pasaje a l acto, los rece­los, él encuentra l a agresividad en la base, como el pa­radigma mismo del estancamiento f o rmal de la d is tan­cia entre el yo y la imagen. E n este texto, Lacan propone pensar que el pasaje al acto resuelve el del ir io del para­noico; busca referencia en su tesis sobre l a paranoia de autopunición, y concluye que el del ir io paranoico cesa con u n acto inmot ivado , invo luntar io y explosivo. Por lo tanto , para él, l a agresividad no es sólo u n a de las pa­siones posibles, sino que constituye el paradigma mismo del estancamiento formal .

Ahora querría volver a l a ética del problema, a l abor­daje ético de la cuestión. Es u n tema extremadamente difícil por dos razones. Pr imero , porque eso angustia cuando se es anal ista. Me relataban el otro día el caso de u n anal i s ta m u y experimentado y considerado de

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París: una de sus pacientes le COmUAlOI I , t i caron tuberculosis. E l anallett U (ÜM imposible y la envía a u n e s p e d t U l t l ^ firma la dolencia. ¿Qué hace entonOM Ú mm angust ia , como nos habríamos i n f U l t i l A t ' experimentados o no. I n t e r r u m p e , tntOAONt' y propone a su paciente que retorne Cuando t i E l l a volvió, sí, pero casi u n afto después. Doy I, pío porque amplía la cuestión, on tanto la t u t es u n a dolencia bastante grave y porque la ÍAg««ti m u y manif iesta en el anal ista, y o» lo que a O O n t t t m M W vez que aparece u n problema somático en u n p i ^ i l l i ^ Es, por lo tanto , u n a cuestión muy dlIKcil, porfijUf t f t l l ^ práctica misma este hecho es muy frecuente, y i l M I M U ^ tiempo, escapa; es del orden do límite del a n A l l l l l i

E n relación con el tema gencirnl, doHde el punl@ d f vista teórico de Freud no tenemos casi nadit, Loque t q u l decimos son las únicas cosas que Froud nos ha d<lJadlQ como pistas: la cuestión del narcisismo, do las neuroi l l actuales y de la paraexcitación, sólo oso. Un Lacan fcent» mos algo más: el concepto de objeto pensado corno ||tiea parcial . Encuentro que esto nos puedo p e r m i t i r Ir mds adelante, porque el concepto de objeto nos da la Idea de que el cuerpo no es una entidad entera sohro la cual vendría a abrirse una parte de él. El concepto do ohjwto nos da la idea de u n cuerpo que pasen, y osto cuorpo puede ser, propiamente él, la lesión. Es ol punto do vista general.

Veamos ahora las cosas de manera más precisa ,y toflw l a cuestión ya planteada y abordada. F^lantoo una cium tión previa desde el p r i m e r día. Precisé (Mitoncos ipio trataríamos el asunto sólo en el marco dol análisis, pta' que de otra forma se caía en la concepción do la inodicina psicosomática, con l a cual nada tenemos (]uo vor. La cuestión es precisamente ésta: primero, una losión do órgano, cuando es hablada, entra en el campo sind)óliru

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a u n cuando el sujeto tenga el objeto en su bolsillo. De cualquier modo, el hecho simple de que el analista esté ahí y el paciente hable, la hace ent rar en la dimensión simbólica en tanto l a re la ta ; a p a r t i r de ahí se clasifica, se hace eslabón de una cadena. Esto no impide que haya algo inanalizable. Pero no basta decir que lo inanal iza ­ble es lo Real; ésta es una proposición que hubiera hecho antes. Empero, a l t raba jar las formaciones de objeto llego a decir que lo Real no es lo inanal izable . Lo inanalizable es una formación en el límite, entre lo Real y el sujeto. U n a lesión de órgano f o rma parte de l a rea l idad , es real idad no Real. Prefiero no cerrar la cuestión diciendo que es Real, y así lo dejo como u n agujero opaco, para i n t e n t a r de l imi tar lo , cercar sus bordes.

Quiero agregar algo para t e r m i n a r : cuando viene u n paciente con una lesión de órgano, no me siento respon­sable. Cada vez más diría que funciono de otra manera, escucho de otro modo y tengo la sensación de que es como si se redujese a ser su ar ter ia . Quiero decir que esta lesión de órgano es l a transferencia, bajo l a forma compacta de una lesión en el cuerpo. Es eso lo difícil de teorizar. No es sólo que l a transferencia haya dado lugar a ello: cuan­do se produce es la transferencia. Es así como entiendo que Lacan haya colocado en el lugar dominante del dis­curso analítico la posición del objeto. No es ya el silencio del anal ista y sí el silencio del cuerpo doliente, enfermo. T a l vez haya sucedido algo en l a transferencia para que se llegue a eso; de todos modos es como si la transferen­cia hubiera cambiado de registro.

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V I I I

M e pareció impor tante que recapitulemos lo dicho hasta ahora a propósito de las lesiones de órgano. Les recuerdo que l a problemática de l a lesión de órgano, l lamada "psicosomática", se encuentra contenida en una problemática más general, que intento desbrozar, cer­car, que es lo que l lamo las "formaciones de objeto a". Nuestro interés por esta formación en part i cu lar es ver si podemos decir, a p a r t i r de ella, algo más acerca de las formaciones de objeto en general.

Ya señalamos los grandes ejes que deben tenerse en cuenta a propósito de la lesión de órgano. Uno se define en el n ive l de lo simbólico por la forclusión; otro, en el n ive l de lo imaginar io por el narcisismo.

Las lesiones de órgano y la forclusión del Nombre del Padre

E n lo que concierne a l a forclusión, part imos de la suposición de que u n a lesión de órgano, l l amada psico­somática, que se produce en el contexto de l a experien­cia de u n análisis - i n s i s t o en que nosotros no hacemos psicosomática n i m e d i c i n a - , comporta u n mecanismo

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que sería el de la forclusión del Nombre del Padre, com­prendido como u n a forclusión local, esto es s in excluir otras realidades en el sujeto. Allí reside el interés en haber ut i l i zado , a l comienzo, l a distinción entre r e a l i ­dad y Real , l a cual ahora nos es útil para t raba jar lo local, lo parc ia l .

Les recuerdo que no considero la forclusión como el rechazo de u n significante de lo simbólico que reaparece­ría en lo Real. Me parece más adecuado encararía des­de el ángulo de l a fa l ta de u n significante exterior a la cadena, es decir exterior a la real idad del sujeto. ¿Por qué? Porque, para mí, lo simbólico no es sólo una red de unidades discretas ligadas entre sí sino que es necesario también agregarle - y es el punto c lave - u n elemento fuera de l a cadena para p e r m i t i r que el conjunto se sustente. Es una hipótesis general de la teoría lacaniana que u n conjunto no se sustenta, no es consistente, sino a condición de que u n elemento ex-sista. L a forclusión es, por lo tanto , la fa l ta de ese elemento exterior.

Para abordar la cuestión nos servimos de los axiomas de Peano y del concepto del sucesor; si consideramos ese significante exterior a l a cadena como el elemento que ocupa el lugar del sucesor, se debe ver l a cadena en movimiento y el elemento exterior como aquel que espe­r a para encadenarse. Por lo tanto , forclusión local i m p l i ­ca la fa l ta de ese elemento exterior, la fa l ta de ese lugar del sucesor.

Habíamos abordado también l a cuestión desde el ángulo de lo que Lacan l l a m a "masificación del par sig­nif icante S1/S2". Si tomamos la cadena - S 2 - y el sig­ni f icante en el exter ior de l a cadena - S I - , estos dos elementos se encontrarían compactados, no más d i v i d i ­dos n i alejados uno del otro sino como solidificados. Se plantea, entonces, u n a cuestión: si e l sistema de red simbólica está roto, esto es si fa l ta u n elemento en el exterior de la cadena, ¿qué pasa con el sujeto, cuál es su

lugar, cuál es su posición en la lesión d« órgtAO? IH|9> mos esta cuestión para el final.

U n a palabra más: esta forclusión del NoRlbrt dtl flÉPI nos l leva, en el caso de un paciente que l u f r t \UM i f c l > ^ ción psicosomática, a concluir que no hay flUidte éá" Nombre del Padre y que en el lugar de esa flliidM 9t' posible proponer una filiación de órgano, una flllloiÓR i l objeto a, y nosotros hablamos de errancia de objttO dtB* t r o de u n a misma descendencia. Es allí donde vemOl M I fórmula, que en el momento nos ronda y que aún A l llegamos a t raba jar en el n ive l de nuestra experiinoil clínica: "uno desea y el otro alucina; uno desea y el otro cae enfermo; uno desea y el otro hace un pastaje al aotO*. "Uno y otro" pueden a lud ir tanto al analizante y el ana­l i s ta , como a la madre y el niño, a una mu,ior y su suefra (como uno de mis casos clínicos). E r a eso lo quo tenemos para el campo simbólico.

Las lesiones de órgano y el autoerotismo

L a segunda dimensión es lo imaginario. La últinai voy, recordamos la tesis clásica, en tanto la mayor parto do los analistas concuerdan en que la lesión de órgano corroH-ponde a una satisfacción de tipo autoerótico, os docir a una cierta perturbación de la identificación narcisista. I ÍÍ'K recuerdo que "satisfacción autoerótica" significa q\u< ol objeto con el cual l a pulsión se satisface es la propia l iamto de la pulsión. Por ejemplo, la boca es la fuente de la pulsión oral. Satisfacción autoerótica significaría que la pulsión oral se satisface con la propia boca; el ojo se satisfaría consigo mismo. Le preguntaba a u n matemático (luo con­sulto con frecuencia s i topológicamente se puedo t«'n«>r una representación adecuada de una boca quo so bosa a sí misma. Hablando de eso, creo que esto es algo para sor trabajado; se lo podría pensar en el campo de la on\t)rio

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logia, esto es preguntarse qué t ipo de dinámica y de to­pología embriológicas permitiría pensar esta cuestión de una boca que se besa a sí misma. Está claro que en el embrión no hay una boca constituida, pero es de los textos sobre l a relación entre topología y embriología que se desprende que sí debe de haber fenómenos semejantes a aquellos de los cuales intento dar una imagen o u n sopor­te i n t u i t i v o . No vuelvo sobre lo que dijimos esta última vez en tanto el modo de s ituar el autoerotismo. Quisiera plantear en este momento i m a cuestión fundamental : ¿qué relación existe entre el mecanismo de forclusión y el autoerotismo, sabiendo que se t r a t a de dos dimensiones completamente heterogéneas?

Algo más sobre el autoerotismo, porque esta expre­sión exige una observación. Se podría decir que en toda satisfacción el otro no interviene. Me explico: o def ini ­mos el autoerotismo como hicimos hace poco, como que el objeto y la fuente de l a pulsión son una sola y misma cosa, o lo definimos como u n a satisfacción que excluye a l otro. Si tomamos este segundo aspecto, se torna muy problemático, ya que toda satisfacción de deseo es una satisfacción parc ia l , sus t i tu t i va , local y evidentemente autoerótica. U n síntoma impl i ca u n a satisfacción au­toerótica. ¿Por qué? Porque en la concepción de Freud "aloerótico" comporta el objeto - e l o t r o - y "autoerótico" impl ica una r u p t u r a con el objeto, una separación del otro. Pero con Lacan, en el lugar del semejante colocamos u n espejo, una imagen, y la cuestión del otro se torna enton­ces u n enigma, i m a incógnita l lamada objeto. E l objeto a es l a incógnita de quién es el otro. N o es t a n simple dis­t i n g u i r una satisfacción autoerótica de otra aloerótica.

Para responder a esta relación entre forclusión y narcisismo, esto es entre forclusión y autoerotismo, me gustaría re fer irme a dos citas de Freud . Ambas se en­cuentran en "Nacimiento del psicoanálisis".

L a p r i m e r a destaca u n a cuestión interesante que no

había percibido: la forclusión, mecanismo evidentemen­te simbólico, en tanto se t r a t a de la fa l ta de ese s igni f i ­cante exterior -podría decir que es u n mecanismo en el dominio de lo simbólico- comporta la misma energía, la misma fuerza, la misma tenacidad -dice F r e u d - que el amor por el del ir io . U n paranoico emplea t a n t a fuerza para rechazar - e n el sentido de la forclusión- la repre­sentación irreconcil iable, como para aferrarse narcisís-ticamente a su delirio. E l problema de l a tenacidad queda, entonces, como cuestión por trabajar .

E n todos estos casos esa tenacidad con l a cual el sujeto se prende a su idea de l i rante es i gua l a aquella que desarrol la para expulsar de su yo cualquiera otra idea intolerable . Estos enfermos a m a n su del ir io como se aman a sí mismos. Allí reside todo el secreto.

Por lo tanto , la pr imera relación es de tenacidad en la forclusión y en el apego narcisista, que se ve claramente en términos de estancamiento formal del yo -recorde­mos que ésta es u n a expresión de Lacan para def inir l a agresividad y de l a cual nos servimos para decir que l a lesión de órgano es una var iante de ese estancamiento formal , de la relación del yo con su imagen, un estanca­miento de la l ibido.

L a segunda cita es más precisa y plantea dos tipos de problema: el problema del sujeto y el del goce. Se t r a t a de una carta a Fliess del 9 de diciembre de 1899:

E n t r e los estratos sexuales, el más bajo es el del autoerotismo que no tiene ninguna meta psicosexual y no exige más que u n a sensación capaz de satisfacerlo localmente. [...] L a histeria , como también la neurosis obsesiva, son aloeróticas y se manifiestan principalmente por u n a identificación con l a persona amada. L a paranoia - q u e nos interesa por la relación que intentamos elucidar entre forclusión, autoerotismo y n a r c i s i s m o - vuelve a deshacer las identificaciones, restaura las personas amadas en la infancia [...] y todavía disuelve al yo en varias personas extrañas. Así he llegado a concebir l a para­noia como el impulso de una corriente autoerótica, como u n retorno a l a situación de otrora.

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Éste es el sentido preciso de lo que queremos expre­sar. Luego hay u n a frase m u y bel la que no comprendo bien y l a dejo en suspenso para t raba jar la :

L a formación perversa correspondiente sería lo que se denomina demencia p r i m a r i a . L a s relaciones part iculares del autoerotismo con el "yo" primitivo esclarecerían bien el carácter de esta neurosis . Aquí el hilo se rompe de nuevo.

Éste es el modo como Freud t r a t a esos dos ejes: por u n lado, l a forclusión, y por e l otro, e l autoerotismo. S i hablo de paranoia es porque pienso que debe de haber en ella una relación semejante para l a lesión de órgano; seme­jante , no idéntica. H a y u n a diferencia, justamente : l a que concierne a la posición del sujeto.

Las determinantes simbólicas e imaginarias en el esquema R

Retomemos ahora al n ive l simbólico, a l a forclusión. Recordarán que, para estudiarla, utilizamos el esquema R.

E l esquema R comprende u n triángulo imag inar io , l imi tado por el falo, la imagen y el yo, y u n triángulo simbólico l imi tado por el Nombre del Padre, el ideal del' yo y M , que podría ser la madre, pero es preciso compren-1 der que, desde el punto de v ista simbólico, es considera­da como u n significante que Lacan denomina "primor­dia l " . E n t r e los dos triángulos se encuentra la banda de la real idad, que es u n perpetuo ida y vuelta , una cons­titución constante entre el yo y su imagen, la madre y el ideal del yo. Hicimos ya la aproximación topológica que i m p l i c a esta banda; vimos qué es una banda de Moebius.

L a forclusión del Nombre del Padre concierne o P, Tomaremos el esquema I de Lacan, con modificaciones que le realicé pensando en nuestro problema de la enfer­medad psicosomática. Lacan construyó el esquema al ocuparse de la paranoia de Schreber.

E l esquema está compuesto por u n a diagonal y doH semiparalelas. L a l e t r a P se coloca como si la punta dol triángulo del esquema R estuviese adentro. L a forclu­sión del Nombre del Padre provoca, por lo tanto , un cambio de consistencia de la rea l idad . E l l a no es más, como en el esquema R, u n campo cuadrangular . Toma otra f o r m a . Por lo t a n t o , el triángulo simbólico so adentra del mismo modo que el triángulo imaginar io . Todo esto t iene para Lacan u n valor i l u s t r a t i v o , i n t u i ­t ivo , para representar el estado t e r m i n a l de la estruc­t u r a del sujeto en los fenómenos psicóticos de Schreber. Notarán que para u t i l i z a r este esquema y re fer ir lo a nuestro propósito, he sust i tuido M e I , por S i y S2.

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A b r i m o s u n paréntesis. F r e u d nos dice que en l a paranoia se produce u n a perturbación de l a i d e n t i f i ­cación del sujeto , del yo; éste se escinde en var ias personas -agregaría que en el sentido de F r e u d - , y que estas personas corresponden a una especie de satisfac­ción autoerótica. No se t r a t a ya de decir que existen el yo y el objeto sexual n i que después de haber amado a l objeto la l ibido re torna al yo, tesis que él construirá en 1911, justamente a propósito de Schreber. Ahora se t r a ­ta del retorno de la l ibido y de u n yo parcelado, como si hubiese varios yoes. Freud dice que el yo se escinde en varias personas, que hay u n estallido en varias perso­nas. E n nuestros términos diríamos que ocurre u n esta­l l ido del sujeto.

Objeto Objeto

Por lo tanto , ¿qué t ipo de identificación provoca la forclusión del Nombre del Padre? E n Freud queda claro: el yo se ama en varios lugares diferentes y, a l hacerlo, se escinde en varias personas. Existe , entonces, u n a p lura l idad de yoes, u n yo escindido en la terminología freudiana concerniente a l sujeto.

Podríamos agregar otro aspecto. L a forclusión del Nombre del Padre hace que la l ib ido , que mantenía la tensión entre el yo y su imagen, no esté más excluida. Recuerden que el personaje p r i n c i p a l del triángulo i m a ­g inar io es l a l ib ido y que ella está excluida. Insisto : en lo imag inar i o no es el yo n i la imagen lo que i m p o r t a sino lo que sustenta la relación entre ambos, o sea la l ib ido en cuanto excluida. Ahora , en el caso de l a for­clusión, se podría pensar que esa l ib ido no está exc lui ­da, está más presente que nunca, capta a l yo y a la imagen.

Tendría muchas dificultades para explicar las razo­nes por las cuales sustituí ' M ' e T por S i y S2. Pr imero , cuando pensábamos en la idea de la masificación del significante exterior y de la cadena, decíamos "masifica­ción de S i y S2". Trabajando el esquema I se me ocurrió sus t i tu i r a la madre por el S2. Ya el hecho de l l a m a r a la madre significante p r i m o r d i a l es u n problema. Por otro lado, comprendo m u y bien que T esté puesto allí; T' e ideal del yo son unas de las variantes del trazo unar io

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y es propio de él que sea uno, que mantenga el carácter unario del elemento que siempre está en el exterior de la cadena. Si ustedes quieren, u n a de las variantes del elemento que está en el exterior de l a cadena es el trazo unar io . Decir "trazo unario" , decir "ideal del yo", decir "uno" o " S I " son diferentes modos de nombrar u n mismo elemento según diversos ángulos, variadas avenidas conceptuales por las cuales lo abordamos. Por lo tanto , como el ideal del yo tiene por naturaleza el lugar del uno, pensé que sería compatible con el S I , y quedó el otro lugar , ' M ' , para colocar S2.

Las dos curvas dibujadas por Lacan están construidas de u n lado y del otro de una recta diagonal, que es una asíntota; no tocan nunca la recta a no ser en el in f in i t o : son hipérboles. E n el principio , el esquema se construyó del siguiente modo:

A p a r t i r de esta figura Lacan desplazó l a abscisa de u n lado y la ordenada de otro. Lo importante es que Lacan u t i l i z a el esquema I para Schreber, y este desplazamien­to de la asíntota hor izontal tiene la intención de mostrar que se t r a t a de una curva que no alcanza nunca, salvo en u n punto en el i n f i n i t o , la asíntota hor izontal o la vert ical . Lacan dice allí que existe xma relación del yo schreberiano con el dios divino, y que la real idad está reducida a esa f ranja que l iga a ambos. Pero no quisiera decir, en este momento, que S2 esté constantemente alejado de S I . Sí hay una reducción de la real idad en l a lesión de órgano. L a f ran ja de l a real idad, entonces, ya

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no debe ser pensada como la relación entre el yo deliras^ te y el dios divino en Schreber, sino como I t realidad propia de la lesión en la cual la forclusión implica la predominancia de la libido,

Resumamos para que las cosas no queden d i i p t r i M ! quis iera ade lantar que la problemática de la Itllón da órgano impl i ca , a su vez, dos nuevos problemas diftran* tes: uno en el n i v e l de lo simbólico; otro, en el nivel d t lo imaginar io . Lo que se refiere a lo simbólico es una forclusión del Nombre del Padre, o bien una solidi­ficación, una masificación de los dos significantes, B l y S2, y todas las consecuencias que esto acarrea para el sujeto. Todavía no hemos hecho mención del si^ato, pero eventualmente hablaremos de él. l i s ta masifica­ción de los dos significantes se debe a lu forclusión del Nombre del Padre.

L a segunda dimensión, imaginar ia , debe comprender­se como u n fenómeno de autoerotismo, o sen l i i l ibido que r e t o m a sobre el yo, pero de una manera parcial y p lura l ! secundariamente, hay una exacerbación do la l ibido que hace que no esté excluida sino que, por el contrario , capture a l yo y la imagen. E n lugar de estar excluida, como en el triángulo imaginar io , l a l ibido tomo la do lnn ' tera, absorbe, amontona, une al yo y la imagen. La losión sería, por lo tanto , una acumulación de l ibido. Sobro este punto existe una contradicción con algo que había dicho antes, en tanto esa idea acerca de la relación quo la l i ­bido establece entre el yo y la imagen es una posición m u y freudiana. E n otra ocasión propuse algo difoninte: en lugar de pensar que hay una sobrecarga l ib id ina l sobrp u n órgano, ¿por qué no pensar que u n órgano (*strt oun cerbado y atrae la libido?

Ustedes recordarán que habíamos situado los cuatrn tiempos del desarrollo l i b i d i n a l . Tomé volunt.arianutnio el vocabulario freudiano. E n una cita do ÍH{)!), l'Voud dice que la paranoia tiende a deshacer coniplol.aaa«nlp

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las identificaciones, y que la l ibido retorna de t a l modo que el yo se aferra a una p lura l idad de personas cono­cidas en la infancia, lo que hace que el yo se escinda en varias personas.

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autoerotismo Objeto sexual - otro

Destaquemos que para F r e u d el objeto es siempre sexual y siempre el otro. Es verdad que no tiene la misma posición para l a paranoia cuando se t r a t a de Schreber, en 1911. E n esa época dice que el yo separa l a l ib ido del objeto sexual y l a t rae de nuevo para sí. E n ese momento todo el yo es u n objeto sexual. Allí pode­mos hablar , preferentemente, de narcis ismo secunda-

n o . 1911

narcisismo secundario Objeto sexual - otro

Dos precisiones: pr imero , persisto en decir que en l a época del texto de Schreber, aproximadamente, Freud dice que l a l ibido se retrae hacia el yo que se toma como objeto sexual. Entonces, el yo se torna el p r i m e r objeto sexual en la psicosis, en l a paranoia. No es lo mismo que

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la referencia al texto de 1911 que se evoca y no es la misma cita que leímos antes. Existe, por lo tanto , una diferencia en la concepción de Freud de la retracción de la l ibido hacia el yo, en la paranoia. Por nuestro interés en la lesión de órgano, prefiero quedarme con la idea de que hay una retracción de la l ibido hacia yoes parcela­dos. Pienso que la lesión de órgano es una retroacción hacia u n yo escindido; esto corresponde bien a l a idea de Freud de u n yo corporal, u n yo cuerpo-propio.

Pero hay una cuestión en la h i s ter ia : ¿qué diferencia hay entre la neurosis histérica y l a paranoia, ya que en estos dos casos la l ib ido se dir ige hacia el yo y lo torna el p r i m e r objeto sexual? L a diferencia que encontré es que, en el caso de la h i s ter ia , esto no se hace s in i n t e r ­mediación de la imagen del otro, en tanto que en el caso de la paranoia se produce s in imagen v i r t u a l .

Paranoia, histeria y lesión de órgano

Retomando este tema de h is ter ia y paranoia, en los dos casos el objeto nos plantea u n problema, sea que haya retorno de yoes escindidos o de u n yo único objeto sexual. Es ahí donde Lacan pone u n espejo. No se t r a t a ya del estadio del espejo; no se t r a t a del espejo plano. Espejo cóncavo y espejo plano; esto es lo que hace Lacan. Complica l a relación que era simple en Freud al poner dos espejos, y establece entonces el esquema óptico en el cual el trazado de la reflexión del rayo luminoso forma u n movimiento en zeta. E l otro, para Lacan, está figu­rado por i' (a). Ahora bien, este i ' (a) es l a imagen v i r t u a l reflejada en el espejo plano que se debe completar con u n agujero en la imagen del otro. Este agujero es la libido que no aparece, o sea -cp.

Es m u y importante que agreguemos estas precisiones concernientes a la lesión de órgano. L a remisión de la

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l ib ido hac ia e l yo imp l i ca que el objeto sexual es una imagen i ' (a), y además está el hecho de que, en la imagen que el otro me dé, haya u n agujero (-(p). Este agujero quiere decir que la l ib ido no se ve, es decir según la expresión de A b r a h a m , "Se ama al otro con l a exclusión de los genitales o los genitales con la exclusión del otro". De todos modos, hay una separación de l a imagen del otro, ya sea por más o por u n agujero. Este agujero, menos o más (p, es l a imagen del otro, y corresponde a lo que Lacan l l a m a el "ágalma", que no es el objeto a sino la versión i m a g i n a r i a del falo en l a imagen del otro. Esto es m u y i m p o r t a n t e para l a histérica en tanto el la ve s in ver. E l l a m i r a a l otro, pero son los genitales lo que el la m i r a ; ve los genitales pero es a l otro a quien m i r a . H a y siempre u n contraste entre l a imagen del otro y (p.

Siguiendo esta hipótesis, diré que en l a paranoia l a imagen i'(a) y -(p están abolidos. Dicho de otro modo, el otro no cuenta más, l a imagen del otro no es ya u n ele­mento intermediar io en la relación l i b i d i n a l del yo con­sigo mismo.

E n la h is ter ia , el yo se ama mediante l a imagen del otro. E n l a paranoia, el yo ama s in la intermediación de la imagen del otro y de -(p; es a esto a lo que se denominó "absorción de la l ibido" . Pienso que esta absorción, esta desaparición de la imagen del otro, como el agujero -<p, se debe a l hecho de que el otro no cuenta más como imagen, que es conducido completamente por l a relación l i b i d i n a l exacerbada del yo consigo mismo. Es lo que quería decir colocando (p dentro del esquema. Dicho de otra forma: en el esquema R, (p está excluido en l a extre­midad del triángulo, presente pero excluido, y éste es el soporte de la relación del yo con T .

E n el caso de l a paranoia, y pienso que también en l a lesión de órgano, no está excluido; por el contrario , está en pr imer plano y absorbe también la imagen del otro.

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Agregaría que es exactamente el caso del pasaje a l acto y l a alucinación. O sea, y allí generalizo, que en el caso del pasaje a l acto, de la alucinación y de la lesión peleo- ^ somática hay una ausencia de imagen virtual del Otro y, correlativamente, de l a impotencia del otro -(p. E n efecto, ^ clásicamente, en Freud , el objeto es sexual; en Lacan, el HH^ objeto es u n espejo. Cuando ret iramos i'{a) + (menoS <p), queda entonces 'a'. E n una var iante de la misma cues-tión podría decirse que la l ibido es t a l que toma, captura, l a imagen del otro y de menos p h i (-(p) y es entonces cuan-do el objeto viene a ocupar completamente el lugar de esa imagen del otro.

Aclaro ante una pregunta: traduje yoea escindidos por sujetos escindidos. E n efecto, retorno a la hipótesis del sujeto del inconsciente. Éste es u n sujeto barrado entre ^ , u n significante que lo representa y loa otros on los cuales se disuelve.

Existe otro estado del sujeto: también dividido ptiro ligado al objeto: es el caso de l a fantasía.

E n el p r imer caso, el sujeto dividido está en afánis is , o sea desaparecido bajo la cadena S2.

E n el segundo caso, el sujeto está identificado C(a\l objeto, borrado tras el objeto.

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borrado tras el objeto

Habría u n tercer estado del sujeto en el cual está cercenado, y pienso que es propio de la alucinación, del pasaje a l acto y de la lesión de órgano.

0

cercenado alucinación pasaje ai acto lesión de órgano

Cuando hablamos de retorno de l a l ib ido hacia el yo de u n modo p l u r a l , pienso sobre todo en ese estado del sujeto cercenado. Me explico. Si hay forclusión o masi ­ficación de S I y S2, tenemos dos posibilidades: sea u n lugar compacto, S I , masificado con S2, esto es o bien que domina el uno o, a l a inversa, es S2 el que domina y tenemos u n estado p l u r a l , desgarrado de la cadena. Podemos, por lo tanto , comprender la masificación de S I y S2 de dos modos: por l a primacía del uno - y entonces se t r a t a de u n lugar compacto- o bajo l a primacía de S2 - y se t r a t a de una p l u r a l i d a d de signif icantes- . Se per­cibe que este estado de diseminación, de dispersión de significantes, correspondería a una escisión del yo en varios yoes parciales, y desde el punto de v ista del goce, diríamos que esto correspondería a l goce del Otro . E l caso típico de esto sería l a esquizofrenia.

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SI S2

Goce suplementario * Goce del Otro

<'

plus de gozar

lesión del órgano

Esquizofrenia autoerotismo

E n cuanto a la variante de l a misma cuestión, de u n uno compacto, el goce podría ser pensado no como del Otro , no más fálico, pues creo que el goce fálico se debe comprender como regulado por el significante fálico; en el caso de encontrarnos con una forclusión del Nombre del Padre, la consecuencia es la forclusión de la s igni f i ­cación fáhca. Es éste, entonces, u n goce de tipo suple­mentar io , o sea del orden del objeto. Sería, por lo tanto , del orden de la lesión de órgano.

Resumiendo: existe en el dominio simbólico una ma­sificación de u n significante exterior a l a cadena. Hay , por lo tanto , algo compacto y una masificación de la fuente de l a pulsión y de su objeto. Habría dos especies de ma­sificación: una de significantes y otra de l a fuente y el objeto de la pulsión, lo que podría considerarse como autoerotismo.

Tenemos la h ister ia , la paranoia y la lesión de órgano. E n la h i s ter ia , el yo está tomado como objeto sexual

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- " - i

mediante la imagen v i r t u a l del otro más l a sombra en esta imagen. L a histérica, por lo tanto , ama su yo como su pr imer objeto sexual: el yo de la histérica es su órgano sexual. Es por ello que Lacan, en el discurso histérico, pone el sujeto en el lugar dominante, lo que traduzco, a m i modo, diciendo que el sujeto corresponde al yo.

E n la paranoia hay asimismo u n retorno hacia el yo, que es también tomado como objeto sexual, pero s in imagen v i r t u a l in termed iar ia . Por lo tanto : retorno de la l ibido sobre el yo s in mediación del imaginar io v i r t u a l .

E n l a esquizofrenia es l a misma cosa, pero con p l u r a ­l idad de yoes parciales, lo que quiere decir que interpre ­to la cita de Freud de hace poco como propia de la esqui­zofrenia, preferentemente. E n tanto que en l a paranoia el yo queda, a pesar de todo, tomado como objeto único. Pienso que, para Freud , el amor del objeto como amor del yo era megalomanía. E n fin, l a lesión de órgano, donde el retorno se hace hacia u n yo compacto y también s in imagen y sin -(p. L a diferencia con la paranoia es que el retorno no se hace sobre todo el yo, sino sobre u n yo parcelado, sobre u n a parte del yo, pero en u n nive l com­pacto.

HISTERIA ^ l i'(a) + (-(p) objeto sexual

l i'(a) + (-(p)

> : PARANOIA @ — _

objeto sexual

ESQUIZOFRENIA 1 1 r 1 1 1 * Yo -

LESIÓN © . ' Yo

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Verán que citamos preferentemente a Preud. Quadi^Jj^ pendiente ver todo esto en Lacan, utilizando el OOgtío^^ cartesiano; Lacan tiene una teoría del cogito qua i t r i ' m u y útil para de l imi tar la comprensión da l i Ifilta dt órgano, la posición del sujeto en la lesión de ófgino. Rtitt otra cuestión para trabajar , que es el retorno dal 0h|jit0,*5\ Finalmente , lo que hicimos fue aplicar la tesii 'ÉP** según l a cual la lesión de órgano es una forma del ritOf» no del objeto a.

* * íi<

Para t e rminar , respondo a una pregunta con respeeto a l El lo . Se t r a t a de comprender que oí objeto a no se constituye sino como consecuencia de un cierto trata* miento del El lo . Para resumir preguntaré qué relación existe entre l a forclusión del Nombre dol Padro, o la masificación de los significantes y de la fuonto con el objeto; uno en el registro de lo simbólico y otro on ol registro de lo imaginario . L a cuestión que podríamos plantear en una perspectiva diferente sería: ¿(juó reía-ción existe entre la forclusión del Nombre del í'adro y el Ello? No hablar ya en términos de autoerotismo on Kreud, sino hablar de la definición de El lo , no entendido desdo u n punto de vista freudiano, esto es como una bolsa, un receptáculo, u n reservorio de pulsiones, sino considera-do de otro modo por la teoría lacaniana. Quizá podamos retomar este tema en otro momento.

J » A C : D E P S I C O L O G I A

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