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    PRLOGO ALA SEGUNDA EDICIN

    De la Mesa de Salomn es poco lo que se sabe y algo

    menos lo que de ella pueda afirmarse con certeza. Dcese deun receptculo compuesto por un soporte de oro y piedras pre-ciosas donde, en cdigo secreto, estara incrito el ShemShemaforash, esto es el Nombre Secreto de Dios. Aunque lasEscrituras no lo mencionan de modo expreso entre los objetossagrados conservados en el Templo de Jerusaln, la tradicinposterior es persistente en este sentido: La Mesa (o Espejo) de,Salomn era uno de tales objetos de culto y su omisin se ex-plica por el hecho mismo de garantizar su secreto, toda vezque los redactores de los Libros sagrados eran los propios sa-cerdotes encargados de su sigilo.

    Es por ello que los avatares histricos de la Mesa deSalomn pertenecen a la leyenda. Los acontecimientos a ella

    atribuidos aparecen como un eco que se niega a extinguirse enlas crnicas ms variadas. Segn stas, la Mesa habra sidotrasladada a Roma, entre los dems objetos de veneracin delpueblo judo, a la destruccin del Templo por las tropas delgeneral Tito en el ao 70. Y all en Roma se habra conservado,dentro de los muros del templo de Jpiter Capitolino, hastaque en el ao 410 Alarico asola la ciudad de los csares, trans-portando a Tolosa, capital de su reino, este y otros tesoros. Unnuevo traslado sobreviene el ao 507, en que Alarico 11,pre-sionado por francos y burgundios, ha de plegarse a Hispania,

    atravesando los Pirineos. A partir de este momento, su rastrose hace cada vez ms confuso.

    La veneracin de los pueblos islmicos a la figura deSalomn (presente, en grado de esplendor, en la sura 27 de El

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    Corn) explicara la reviviscencia del tema coincidiendo conlos siglos VIII y IX en AI-Andalus. Las referencias son nume-rosas por parte de los cronistas tanto berebere s como rabes.

    Las hallamos en autores muy tempranas como Ibn Qutaiba.No est de ms consignar que sus alusones a la Mesa vienen aser inseparables del mito de la prdida de Espaa, o sea laruptura de los candados que sellaban un aposento de la cuevade Hrcules en Toledo; stos, al ser profanados por el ltimo

    monarca godo don Rodrigo, habran supuesto la ruptura de unantiguo sortilegio, accin que trajo consigo la desgracia parasus reinos., Es decir, se presenta la metfora de los candados

    como signo del riesgo de invasin latente mucho antes. Conesta fbula nos hallamos, pues, situados en el territorio de los

    ensueos ciertos, las leyendas amniticas que encubren algnhecho substancial, slo trasmisible en arquetipos. Piedra detoque en que stas se fundamentan viene a ser el talismn, cons-tituido en ttem colectivo. La Mesa de Salomn es el ms po-deroso trasmitido por las culturas semticas. Las Mil y Una

    Noches -los mil y un velos de Isis- da fe de ello (noches 202 y203). Se incluye dentro del ciclo de la ciudad de Bronce. Estemito asombroso incidir, con el tiempo, directamente en elGrial. Su significacin es patente: Si Jerusaln es el centro delmundo, la Mesa es el centro de Jerusaln; es en el eje verticaldel universo donde debe establecerse el nombre, ecuacin o

    jeroglfico que lo explica y mediante el cual fue creado.La ubicacin, por tanto, en Toledo -segunda Jerusaln-

    del palacio perdido del rey justifica que buena parte de loscronistas siten en esta ciudad el destino final de la Mesa de

    Salomn. Pero otras versiones se decantan por Ceuta y porJan. Jorge Luis Borges (Historia universal de la infcw1ia, 1935)parece ser de esta ltima opcin. Es un tema, ya para la fecha,en donde haban abundado no pocos especialistas, siendo dedestacar, por la firmeza de sus convicciones, el propioMenndez Pidal (Leyendas del ltimo rey godo, 1901). La n-mina de autores preocupados por el tema se hara redundante.Fernando Ruiz de la Puerta ofreci hace unos veinte aos una

    cuidada exgesis del mismo, en referencia a la cueva de Hr-cules y el palacio encantado de Toledo.

    Es decir, el valor de la Mesa de Salomn no radica, cla-ro est, en las materias preciosas que la componen. A semejan-za del pectoral del Sumo Sacerdote -una lmina de oro cuadra-

    da y doble, incrustada de piedras preciosas en nmero de doce,

    por las tribus de Israel, y entre ellas las denominadas Urim yTummin, mediante las cuales era creencia se comunicaba con

    Dios-, la Mesa lo era de oro encharcado de gemas por ser ma-

    terias estas que, por su alta condensacin, representan y emi-ten una fuerza misteriosa. Su valor era, en consecuencia, elShem Shemaforash, considerado el Nombre de Dios. Pertene-

    ce a nuestra cultura occidental, hereditaria en gran medida dela hebreas, atribuir 99 hombres a Dios, siendo el que hace 100absolutamente secreto. El Shem Shemaforash sera este lti-

    mo nombre. Hace referencia a una frmula primordial de lamateria de lo que puede deducirse -en este contexto- que con-tiene la clave de la ordenacin del mundo, basada no en la

    estructura de la substancia (o partculas), sino en la organiza-cin o disposicin de sus formas (u ondas). Sus letras enton-ces, vendran a ser receptculos de energa, fases vibratoriasde un mismo sonido csmico. Ello explica que tal nombre sea

    en realidad denominado Poder. En la pntigua tradicin judaslo el Sumo Sacerdote posea conocimiento exacto del mis-

    mo, al tiempo que l solo estaba autorizado a pronunciarlo,una sola vez al ao, con ocasin de penetrar en elsanctasanctrum del Templo, aquella cmara oscura donde es-

    taba la Mesa junto al Arca que recobr de los jebuseos el reyDavid.

    Estas letras ojeroglficos que componan el Nombre del

    Poder representaban en su arcana geometra un mundo prolijode atributos y esencias. Con el tiempo el Sumo Sacerdote searrog el derecho de confiar el secreto del Nombre a un acli-to, para que en el caso que repentinamente falleciera no se

    perdiese el legado. El Shem Shemaforash, esto es el Poder queno puede mirarse (de ah que a la Mesa tambin se le llameEspejo), viene a representarse en laSuh, la estrella de ochopuntas, tambin denominada ojo de Dios o estrella de

    Salomn. La Alhambra de Granada es una prolongacin

    geomtrica y espacial de la misma. Y conviene aqu decir queel fundador de la dinasta que la erigi, el gran Alhamar, eraoriundo del Santo Reino, as nombrado, santo, por alguna ra-

    Znmuy especial. Innecesario, a estas alturas de la presentedigresin, es aludir a que Juan Eslava, nacido en Arjona aligual que Alhamar el Rojo, sita en algn punto impreciso delSanto Reino la ubicacin de la Mesa de Salomn.

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    No estaba buscando Juan Eslava, entonces un joven es-

    critor motivado por la arqueologa y aficionado a los castillosmedievales, nada concerniente a la Mesa de Salomn, cuando

    penetr en el archivo episcopal jienense aquel da de julio de

    1968. Trataba de encontrar, si acaso, bulas de comunin entre

    las pginas de los libros de infolio. De pronto cay en sus ma-

    nos un libro. Nada tena aparentemente de particular: una bi-

    blia vlgata de finales del siglo XVII. Mir y remir: no esta-ba el objeto de su pesquisa. Sin embargo, antes de reintegrar el

    volumen a su lugar correspondiente, repar en que, en las p-

    ginas de guarda de la parte postrera de dicho libro, haba, en

    letra redondilla, algo filiforme, habitual de finales del siglo

    XIX o comienzos del XX, un listado de nombres. La mentada

    nmina iba encabezada de un rtulo que deca: Los que bus-

    caron la Cava. Entre sus nombres figuraban el rey Alfonso X,

    el condestable Miguel Lucas de Iranzo, el arquitecto Andrs

    de Vandelvira, el obispo Alonso Surez y el cannigo lectoral

    Muoz Garnica; todos ellos reconocidos iniciados, vinculados

    de manera directa al Santo Reino. La Cava, es decir la cueva

    sobre la que se asienta la catedral jienense, o el santuario, en

    suma, que le precedi, su oculto sentido; cueva, o campana, o

    mesa, o dolmen. Cripta, en definitiva. La nmina -compuesta

    por una veintena de nombres escuetos, sin ninguna aclaracin

    o escolio- vena a expirar en un Jos Ignacio de Carranza, del

    que Eslava supo vivi en el siglo XVIII. Por tanto, y a tenor de

    su grafia e incluso lo corrido de la tinta y su pigmentacin,

    fijada con plumn duro de pola, la lista haba sido plasmada

    posteriormente, por alguien que, de una forma u otra, estaba al

    tanto del misterio. Tal vez los que buscaron la Cava haban

    persistido hasta su propia poca, a travs de alguna logia,

    masnica o no, tan proliferantes en aquel tiempo de entre am-

    bos siglos. Sin embargo, daba la impresin de como si lo hu-

    biese escrito precipitadamente. Abunda en este pormenor la

    circunstancia de que el listado se ofrezca inverso al orden ver-

    tical del libro. Es decir, quien fuese haba cogido un libro, nada

    sospechoso, como tomado al azar, y haba estampado la nmi-

    na sin apercibirse de que lo haba abierto al revs. Tal libro,

    compacto ejemplar encuadernado en rstica, estaba all

    arrumbado con otros papeles, salpicados de humedad y aun

    deyecciones de paloma, en las galeras altas de la catedral, junto

    a una ventana que da a la calle Valparaso.

    Tal fue el comienzo, la primera simiente de El enigma

    de la Mesa de Salomn. Juan Eslava era por entonces ese es-

    tudiante de bachillerato que haca sus pinitos literarios colabo-

    rando en la prensa local de la pequea ciudad provinciana,

    segn se consigna, en novelesca tercera persona, en el primer

    captulo del presente libro.

    En los dieciocho aos que median entre la idea germinal

    y la fijacin del texto definitivo, Juan Eslava no ces de inves-tigar, hacer pesquisas, comprobarlas sobre el terreno. Se dej

    los ojos, por pura aficin, en revistas raras y curiosas entre las

    que espigar un solo dato. Nos lo imaginamos absorbido en la

    idea de contrastar, enfebrecido por el mpetu de avanzar. Fue

    reuniendo indicios, en el propsito de perfilar el ingente rom-

    pecabezas que se le presentaba. Estos, en sntesis, son:

    - Un emplazamiento sagrado conjalones megalticos en

    la corriente telrica que, en las inmediaciones de Jan, une la

    poblacin de Otar con el cerro Perulera. En tal eje se ubican

    los enclaves decisivos del manantial de La Malena, el castillo

    de Santa Catalina y la catedral, sta inequvocamente asentadasobre un dolmen dedicado al culto ancestral de la Diosa Ma-dre.

    - La bsqueda afanosa en Jan de la Mesa de Salomn

    por parte de distintas hermandades de carcter secreto y rde-

    nes de caballera: los calatravos, entre stas, herederos, como

    es sabido, de la tradicin templaria y, entre aqullas, la decabalistas denominada de Babilonia. As como determina-

    dos miembros de la nobleza -las familias Torres y Rincn- y de

    la Iglesia. Algunos de ellos llegaron a enriquecerse de manerarepentina.

    - La constatacin fehaciente de que el secreto de la Mesa

    de Salomn fue compartido, a partir del siglo XIII y desde el

    Santo Reino, por las casas dinsticas de Castilla (Trastmara)y Granada (Nazar).

    - Restos materiales de su legado: oraciones autctonas

    tradicionales, que la mencionan de manera crptica o velada, y

    a las que se crea investidas de poderes mgicos, algunas de

    ellas contenidas en grimorios perdidos, de trasmisin gitana,

    as como diversas leyendas locales extremadamente

    sintomticas, como es la del obispo a lomos del diablo; la

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    Vengo en recordar aquel 1988, fecha de aparicin del El

    enigma de la Mesa de Salomn, y no puedo por menos de re-

    parar en que constituy un hecho bastante aislado. En Espaa

    eran pocos entonces quienes pudieran aquilatar la relevanciade este libro y menos an los que, con su pertinencia en la

    materia, refrendarlo; entre stos, muy sealadamente, Juan G.

    Atienza, mximo estudioso de los monumentos sagrados es-

    paoles, en su vertiente esotrica, y Fernando Snchez Drag,

    el mejor especialista en las corrientes de pensamiento hetero-

    doxo. El primero prolog la primera edicin con su habitual

    maestra. El segundo es reiteradamente citado en las pginas

    que siguen.

    y constituy a todas luces un hecho prcticamente ins-

    lito porque nuestro pas viva an la resaca de su transicin

    sociolgica, que en lo cultural mostr su preferencia hacia un

    tipo de positivismo poco o nada proclive a supuestos ideolgi-

    cos de ndole esotrica. Es en este contexto, pacato y santurrn

    hacia el realismo estrecho, que apreci nuestro libro con sus

    enciclopdicos saberes, su descomunal aporte de datos y sus

    tesis sorprendentes. Nadie, hasta aquel instante, y en Jan, se

    haba preocupado en sistematizar tantos hallazgos, tantos ca-

    bos sueltos, como haba dispersos por boletines y estudios par-

    ciales, aunque muchos de ellos exhaustivos. Cierto es que, sub-

    terrneamente a la cultura predominante, haban ido aparecien-

    do en el mercado mltiples ttulos de ocultismo, si bien lo ms

    se ocupaban de temas externos al acervo autctono. La mate-

    ria mgica, inserta en lo antropolgico, haba dejado de perte-necer a la exclusiva minora, sobre todo si tenemos en cuenta

    xitos dibulgativos de dcadas anteriores, como fueron los de

    Jacques Bergier, Louis Charpentier, Fulcanelli y, claro est,

    Grgoris y Habidis; tambin aquella coleccin admirable de

    la Biblioteca de Visionarios, Heterodoxos y Marginados, que

    dirigi Javier Ruiz. Pero lo desconcertante en este caso era que

    el misterio planteado en El enigma de la Mesa de Salomnestaba al alcance de cualquier lector, constatables sus enclaves

    y tangibles sus pistas con tal de visitar determinada ciudad y

    su entorno, a los que el estudio hace referencia. Con modestia

    poco habitual en los pioneros de algn conocimiento especfi-

    co, el autor declara haber quedado preguntas sin respuesta, in-

    cluso tener ms dudas que al principio. Nos queda la esperan-

    za de que alguien, algn da, pueda resolverlo, aade, Hace

    ocho aos el autor de estas palabras ni siquiera poda sospe-

    char que estaba refirindose a s mismo sin saberlo. Pues si-

    gui investigando, esta vez y desde entonces, agotadas ya las

    fuentes documentales de archivos, mediante la elaboracin de

    datos muy precisos espigados en crnicas curiosas. La publi-

    cacin durante este mismo 1996 -y en los das del verano de

    san Miguel, en que esto escribo- de La lpida templara, de

    Nicholas Wilcox, lo confirma. Y es que yo mismo fui testigo

    del encuentro que en Cazorla tuvo lugar entre nuestro autor y

    el flamante novelista de origen gals, aunque nacido en Lagos

    all por el ao 1938. En el referido encuentro Juan Eslava su-

    ministr, con su habitual paciencia y entusiasmo, los datos en

    que basa su trama Nicholas Wilcox.

    Este, ornitlogo y antroplogo de fuste, que haba reco-

    rrido medio mundo trabajando en reportajes, para cadenas

    televisivas, autor l mismo de novelas de xito, escritas. msbien por entretenimiento, vena a ser una especie de alma ge-

    mela de Juan Eslava. All se estuvieron ambos horas enteras

    departiendo bajo el emparrado de la casa que una comn ami-

    ga tiene en la calle Moreno Tallada. La ocasin haba sido pre-

    cisamente sta: Haba encontrado Esperanza -que ste es su

    nombre- un huevo en las cercanas, desprendido de un rbol;

    el nido no lo hall, as es que lo recogi y llev consigo para

    cuidarlo. Esto haba sucedido meses antes, de manera que el

    sillera inicitica del coro catedralicio, con su tripleta repetidade esferas -mencin de los atributos de la Diosa Madre-, junto

    con la moldura gtica, jeroglfica, y su bafomet, en una comi-

    sa que da a la mentada calle Valparaso; el enigma que encierra

    el Santo Rostro, en realidad una efigie mariana; el caso pecu-

    liar de la capilla de San Andrs, los restos de la casa de las

    Almenas y del desaparecido palacio del Condestable.

    - Toda una geografa sagrada envolvente, signada me-

    diante castillos de alto valor inicitico o legendario; ejemplos

    (de entre 'un largo centenar): los de Martos -tercera columna deHrcules- y el prcticamente demolido de Vboras. A ello ha-

    bra que unir los octgonos o linternas de los muertos y los

    emplazamientos de Vrgenes Negras que constelan el territo-

    rio, siguiendo ejes radiales con centro en la cripta o cavacatedralicia.

    -12- ,13-

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    pjaro, que result ser nada menos que un halcn, campaba

    ahora por el huerto. No saba muy bien cmo tratarlo, dadas

    sus estrafalarias costumbres, y por ms que procur ilustrase

    en antiguos libros de cetrera. Mister Wilcox, que supo del caso,

    y que andaba por all empeado en un documental, se present

    y, a vista del plumaje deslucido de la rapaz, le dio consejos

    tales que haba que arrimarle un recipiente de agua, algo ms

    grande que su bebedero, en que chapuzarse aun en invierno

    riguroso. Es as que los cuatro coincidimos, por una casuali-

    dad no del todo ilgica. El halcn result ser una criatura cauti-vadora, de extravagancia -diramos- casi britnica. Al gals le

    tom no obstante confianza y mostraba una alarmante propen-

    sin a picotearle el lbulo de la oreja, tras trepar a su hombro.

    Es Esperanza una lectora fervorosa de Eslava, una ex-

    celente anfitriona, de manera que no tard en improvisar aque-

    lla velada, sabiendo a Eslava en Cazorla por motivos de una

    conferencia. En la referida conversacin bajo el emparrado,

    apenas yo hube de intervenir un par de veces, pues, aunque

    recurran a m para confirmar o no algn extremo, lo cierto es

    que andaban tan excitados que no terminaban de escucharme,

    razn por la cual atribu sus buenas intenciones hacia m como

    gestos afables de simple retrica. Nicholas tomaba notas ince-

    santemente. Lo que Juan deca puede y debe leerse en La lpi-

    da templaria, fiel resolucin de las interrogante s planteadas

    en El enigma de la Mesa de Salomn. Nicholas Wilcox no

    obstante advirti: en su casa de la aldea galesa de Hay On Wie

    (donde vive recluido en medio de sus libros y su vasta colec-

    cin de brjulas, con la sola compaa de un perro medio alco-

    hlico -paladeador de sus buenas maltas- y un gato que tiene lamana de meterse en los archivadores con tal que los encuentre

    medio abiertos), se dedicara a montar. un autntico bestseller

    sobre la base de datos adquirida a nuestro autor. La respuesta

    de ste fue concluyente: todos los datos haban de ser

    contrastables, nada de invencin sobre la documentacin pre-

    cisa suministrada por l. As lo acordaron con un apretn de

    manos, lo sancionaron con vino del lugar -clebre, por otra

    parte y siempre donde se asentaron los templarios, por sus vi-

    as-, as se hizo y doy yo fe. Y no volvieron ya a referirse al

    asunto concreto de la novela; s, por largo tiempo an, a los

    pormenores del enigma planteado por la Mesa. A colacin sa-

    li la logia de Los Doce Apstoles, una Piedra del Letrero

    -14-

    conocida tambin en la zona como Piedra del Miedo, varios

    monjes de la dicesis de Ossaria, la crpta de una iglesia en

    Arjona, una lpida sptima equivocada entre otras once, y mil

    cosas ms que fueron ocupando su coherencia dentro de tan

    heterclito conjunto. Terminaron, esto s, refirindose a cierto

    cuadro, famossimo entre esoteristas, de Nicols Poussin. La

    novela de Wilcox no la hubiese escrito con ms pasin y acier-

    to el propio Eslava. Supongo que, con el tiempo, as ste lo

    reconocer. Fue providencial aquel encuentro.

    01

    Por mi parte he de reconocer, entre todos los libros de

    Juan Eslava, una preferencia especial a ste. Ello es por varios

    motivos. En primer lugar porque aqu est el Eslava abundoso,

    pujante, desinhibido, independiente, libertario y cordial de su

    primera poca. De dnde le provena aquella aficin por lo

    oculto? Tal vez por exceso de rigor, por insatisfaccin ntima,

    o desconfianza, hacia la explicacin del mundo, basada en unos

    criterios ingenuamente empricos, oficiosamente dogmticos?

    No es creble la Historia, tal como nos la han contado. La Edad

    Media es brutal, todas las calamidades imaginables se abatie-

    ron sobre aquel milenio, pero nada es tan sabio ni tan bello,

    alegre incluso, como cualquiera de sus catedrales. Algo falla

    en tan rudimentario concepto, cuando lo que se nos quiere pa-

    sar por oscuro es precisamente lo claro. Juan Eslava, durante

    aquellos aos, recorri los territorios aledaos a Jan midien-

    do castillos, indagando en las iglesias y, sobre todo, conver-

    sando con todos aqullos que podan darle alguna luz, desde

    campesinos y pastores hasta esos eruditos perdidos en los pue-

    blos que son quienes realmente saben de lo suyo. Esto provo-

    c un sedimento, un silo de granos de saber, propicio a su opor-

    tuna referencia cuando se ofreciese. Y estimo que su mtodo

    fue ste: primero saber mucho para luego ir afinando en loparcial. De ello es buena prueba ese otro libro suyo, Cinco

    tratados espaoles de alquimia, publicado un ao antes a ste

    que nos ocupa.

    En segundo lugar porque, paralelamente a estas inquie-

    tudes esotricas y teosficas, Juan Eslava,junto con su forma-

    cin acadmica, iba acopiando una obra literaria de gran al-

    cance. y es esto cosa que se perfila en este El enigma de la

    Mesa de Salomn: su pasin por contar. Incluso no se le pasa-

    -15-

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    r desapercibido al lector que su novela En busca del unicor-nio, redactada en unos veinte das, tuvo su origen en este libro,

    esto es en la atenta lectura que, con ocasin de sus investiga-ciones jienenses, hubo de hacer de la Crnica del condestable

    lranzo, escrita probablemente por Juan de Olid (personaje cen-

    tral, como se recordar, de la novela que result galardonada

    con el Planeta en 1987). Y aqu la segunda clusula, en mi

    opinin, de su mtodo de trabajo: el deducir una conjetura a

    partir de datos tan lejanos en el tiempo como separados entre

    s, tanto ms firme cuando que la evolucin de tales datos apunta

    converge,ntemente a lo intuido.

    y en tercero, por lo que a este prologuista toca. Acababa

    de publicar el Tratado de la Alhambra Hermtica (1989) y

    haba quedado claro, para m al menos, la relacin arquitect-

    nica de la Alhambra con el Templo de Salomn. Pero no me

    haba sido posible documentar las relaciones entre los templa-

    rios y la dinasta nazarita. As pues El enigma de la Mesa de

    Salomn me confirmaba en lo que para m haba sido una con-

    viccin profunda. Es cierto que mi mtodo de trabajo haba

    sido algo distinto -creo- al de mi admirado Juan. Yo haba co-

    menzado por una intuicin reveladora y en apariencia absurda

    o extravagante. Al pasear da tras da por el Patio de los Arra-

    yanes, yo habasentido que aquello era el Templo de Salomn;

    no debo ocultar que la elaboracin -lentsima- del Poema de la

    Alhambra, razn por la cual suba casi todas las maanas, y la

    impregnacin fisica del monumento, me haban puesto en un

    estado permanente de hiperestesia. Como quiera que la biblio-

    grafia sobre la Alhambra es copiossima y asequible en biblio-

    tecas especializadas, deslindando el tema, slo hube de tirar de

    documentacin para ver confirmadas -o en buen camino- mis

    suposiciones. En unos cinco meses de aquel 1977 el libro esta-

    ba concluido. Ya en su segunda edicin, ha sido para m una

    l alegra poder citar a Eslava como deuda providencial.

    Y existe una cuarta razn, por la que prefiero este libroa otros -pasan de treinta- de Eslava, y es el sentido lrico que

    aqu se manifiesta gozosamente libre, tanto ms y precisamen-

    te porque se entiende que un libro de estas caractersticas ha de

    venir desprovisto de toda emocin. Y no es cierto, sino que,

    muy al contrario, sta, cuando se da, se potencia. Vase, si no,

    cuando se describe a esas aves -grajos, vencejos, golondrinas-,

    que simbolizan a la Diosa Madre. Durante siglos y milenios,

    -16-

    ,I

    ~,

    todos los aos, en su estacinpropicia,retornaronhacia eldolmen de la Diosa. No existe ya, en su lugar hay un templo.

    Pero estas aves blancas y negras la siguen venerando, aunque

    nadie lo sepa. La siguen venerando, y tal vez buscando, entre

    aquellos areos laberintos de piedra.

    Aluda al principio a copiosos saberes y a ingente apor-

    te de datos, y deseo que no se tome a hiprbole. Mientras relea

    el texto de Eslava -lo cual ha supuesto una experiencia tanto o

    ms satisfactoria que su primera lectura-, yo iba imaginando

    que el libro vena a ser un gran bosque. El autor nos lleva por

    senderos que solamente l conoce, pero en ocasiones estos sen-

    deros conducen a caminos reales, ms asiduamente transita-

    dos. Me permito verlo as. Caminos reales son los alusivos a la

    Cbala (cap.S), las Vrgenes Negras (6), Hrcules en Iberia

    (10), o el Arbol sefirtico (18), entre otros. Conforman, tales

    captulos, digresiones a la manera de estribos para impulsar la

    ascensin a las diversas conclusiones. Templan el texto, lo ro-

    bustecen y, en suma, por muy versado que se sea en estos te-

    mas, siempre viene bien su rememoracin por tal de ir ms

    seguros. En consecuencia, los captulos por as decir especfi-

    cos, que vertebran la tesis concreta del libro, constituyen, por

    acumulacin de referencias, una especie de ro, del cual pudie-

    ra decirse que, naciendo de bajo el dolmen sagrado sobre elcual se elev la catedral de Jan, atraviesa distintas comarcas

    mticas (Grial, Temple, Cbala...), como tambin emplazamien-

    tos topogrfico s constatables (casas, palacios, iglesias, cerros,

    castillos, fuentes, pueblos, todos con nombre propio). As El

    enigma de la Mesa de Salomn permite una doble lectura, se-

    gn el talante peculiar de cada lector: como una novela casi de

    intriga, asumiendo que el origen de la trama es el libro de un

    gitano que contena una oracin secreta, especie de criptograma

    que oculta en sus versculos la clave del misterio -empeo que

    Nicholas Wilcox ha plasmado sin dificultad posteriormente-,

    o bien como lo que verdaderamente es, un apasionante ensayoque revela un extraordinario, e insospechado, enigma histri-

    co-legendario.

    Dado este ltimo supuesto, entiendo, sin embargo, que

    el libro no debe leerse tanto como mostracin de una tesis -por

    otra parte yo me manifiesto convencido de ella- que como de-

    sarrollo 'de la misma. Y esto es porque su erudicin y ameni-

    dad, exhaustiva una, tluidsima la otra, rayan el lmite de la

    ~

    l

    -17-

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    r

    ex~genci.ams rigurosa. Al margen de lo que diga, lo dice conmeto do Incuestionable, y esto convierte su lectura en un ver-dadero placer. Por lo que hace a la erudicin, abarca desde los

    textos ms autorizados a los ms raros y escondidos, y en una

    escala que va desde lo antropolgico genrico a lo particular y

    monogrfico: rinde tributo aqu a esos intelectuales perdidos

    en provincias que dedicaron su vida entera a la investigacin

    de algn aspecto sea arqueolgico, arquitectsmico o histrico;

    tal vez la publicacin de sus trabajos hubieron de costearla

    ellos mismos, lo cual es una razn ms para su homenaje. Sinestas raras publicaciones aspectuales, avanzar se hace tarea

    imposible. Seguro que captulos como los dedicados al estu-

    dio de las tres esferas en los dlmenes, o a los entresijos del

    Santo Rostro, sern inolvidables. Por lo que respecta a la ame-

    nidad, los del obispo insepulto o el alusivo a la Pea de

    Martos se leern poco menos que conteniendo el aliento.

    De todas formas, y para el lector escptico -el cual nos

    merece todo tipo de atencin-, quiero insistir en que, aun en el

    caso de que la tesis central de Eslava (a saber, que la Mesa de

    Salomn fue a parar a Jan) se manifestara, corriendo el tiem-

    po, incierta, la elaboracin habra merecido el esfuerzo de in-

    ternarse en estas pginas. Demostrara que el azar se ala ma-

    gistralmente a veces con la necesidad, la espontaneidad con la

    exactitud, la tradicin con la historia, lo popular con lo secre-

    to, el cero con el infinito. Demostrara, en suma, que unos he-

    chos determinados bastan por s mismos a configurar una cris-

    talizacin semiolgica perfecta. Pues acontece que si el resul-

    tado no obedece a la suma de los factores, siendo todos y cada

    uno ciertos, la operacin por ello no sera menos vlida; tal

    vez fuera error del contable y no del autor. Lo es -vlida- en

    otro sentido. La vida, al fin, posee su propio lenguaje. Que no

    es tanto matemtico como geomtrico, lineal como dimensio-"-na!. La Mesa de Salomn -especie de Grial judo con menos

    fortunahistrica queel occidental-da paso a toda una concep-

    cin ontolgica de la materia con la que este tiempo nuestroencara el porvenir.Es, en lo profundo, una variacin sobre el

    tema de la Eternidad. Quin sabesi, al umbral de la nueva Era,

    esta ecuacin csmica del Tetragrmmaton, que Salomn

    metaforiz en un espejo, lmina o lpida, se nos revela en elfuturo como el nico lenguaje comn en un universo cada vez

    msparecido a unaaldea.En lasautopistasdel Espaciociertos

    lenguajes puede que sean conocidos. Sus letras son

    modulaciones de la luz. Brillan por s. Suenan en armona. Se

    unen y conjugan en rbitas astrales. Hubo un tiempo en que el

    lenguaje serva para algo ms que para comunicarse. Serva

    para entender el mundo, con slo utilizarlo. El mundo conce-

    bido como axis de lo que se ve con lo que no puede verse. Si

    esto se entiende, estamos ya en el camino.

    Antonio Enrique

    4 de Octubre 1996

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    PRLOGO

    EL DEVENIR HISTRICO:UNA LARGA Y MGICA CADENA

    Cadada me sientoms inquietoantela progresivay, alparecer, irrefrenable tendencia de los historiadores a especiali-zarse en el estudio de una poca determinada, de un reinado o

    de un personaje concreto del pasado. Esa acadmica especiali-zacin en perodos y edades, que marca aun la pauta de los

    estudios universitarios y los mdulos mismos que determinanla adjudicacin de ctedras, es, en s misma, bastante aberran-te; pone orejeras a una investigacin que no slo suele desco-nocer los antecedentes que marcan sin excepcin los compor-tamientos del ser humano, sino que se despreocupa de las con-secuencias a largo plazo de las mismas cuestiones en las queha fijado su atencin.

    La limitacin de objetivos es grave en cualquier disci-plina del conocimiento. Es como establecer compartimentosestancos que impiden comprobar que la bsqueda del saber nose limita al conocimiento exhaustivo de la patologa de una

    vscera o del grado de resistencia o de conductibilidad de unosdeterminados materiales. Tales fronteras podrn ser tiles enun concreto contexto cultllral --

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    campo de las disciplinas humansticas, que son precisamente

    aq.uellas por cuya mediacin podemos tener acceso al conoci-mIento profundo de nosotros mismos: de lo que realmente so-

    mos y de las metas de conciencia que podemos ser capaces dealcanzar.

    Cindonos de nuevo al campo de la Historia, se hace

    ya imprescindible contemplar el pasado de la Humanidad como

    un todo que, si por un lado evoluciona y marca distingos pun-

    tuales de pocas y perodos concretos, por otro arrastra glorio-

    samente evidencias esenciales que ninguna tendencia concretapudo jams anular. En este sentido, siempre cabr mejor com-

    prensin de nosotros mismos y de las metas de conciencia que

    nos hemos trazado si entendemos y asumimos los mdulos de

    comportamiento de nuestros ms remotos antepasados, que si

    observamos su lejano quehacer como algo que responde slo a

    hechos! y sentires muertos e inanimados, propios de unas cul-

    turas que en nada pueden contribuir a la formacin de nuestro

    actual paradigma existencial. Quermoslo o no -y ms val-

    dr que lo queramos-, somos consecuencia de nuestra his-

    toria. Hacemos esto o nos comportamos as porque el pasa-

    do marc las pautas de nuestras tendencias; y, si buscamos

    alcanzar una determinada meta, conviene que reconozca-

    mos que esa bsqueda no la hemos emprendido desde la

    nada, pues el camino que creemos haber elegido se traz

    ya, con todas sus sinuosidades, en instantes en los que la

    Humanidad ni siquiera soaba con chip s o con manipula-

    ciones genticas.

    Viene al caso esta disquisicin por el hecho, que ya co-

    menc apuntando, de que puede ser altamente peligroso para

    el investigador de la Historia el limitar el campo de sus bs-

    quedas a instantes puntuales del pasado, que no son ms que

    eslabones de una cadena ininterrumpida de acontecimientos

    que seran letra muerta si no se les incardinase con sus causas

    ~t:emotas y con sus consecuencias a largo plazo. Tal limitacinhar que claves y signos discretamente conservados a travs

    del tiempo puedan pasar desapercibidos; y que, en consecuen-

    cia, tradiciones, smbolos y posturas existenciales celosamen-

    te mantenidas a lo largo de milenios sigan siendo ignoradas,

    impidindonos acceder a modos de conciencia que, todava

    hoy, ordenan y conducen tendencias esenciales por las que nos

    regimos, sabindolo o no.

    Si reconocemos la necesidad de emprender la investiga-

    cin desde estas nuevas coordenadas metodolgicas, no cabe

    duda de que el historiador tendr que partir de un doble enfo-

    que de sus propsitos. En primer lugar, deber aceptar y hacer

    uso de su capacidad de asombro ante los hechos ms aparente-

    mente banales y cotidianos; nada podr resultarle indiferente y

    todo cuanto se le manifieste tendr que ser encajado en el

    contexto de la totalidad cultural del tiempo del que forme par-

    te. Si no encaja en los mdulos temporales al uso, o si respon-

    de a esquemas supuestamente nacrnicos, puede empezar asospechar que all existen eslabones de la ininterrumpida ca-

    dena de esa tradicin soterraa que no se gua por las coorde-

    nadas que impone la cronologa usual.

    En segundo lugar, tendr que hacer que afloren los sm-

    bolos escondidos, las intenciones que tan a menudo se expre-san entre lneas o desde los rincones ms oscuros o ms recn-

    ditos del pasado. Pues es un hecho que los seres humanos han

    tratado siempre de transmitir un mensaje que no estaba pre-

    sente tanto en las proclamas, en los discursos, en los documen-

    tos y, en general, en las tomas inmediatas de postura o en las

    declaraciones pblicas de intenciones, como en la raz misma

    de los paradigmas ideolgicos o religiosos que han regido el

    comportamiento humano, ms alla de las xigencias puntualesde cada instante histrico.

    Naturalmente, el hecho de aceptar este mtodo de In-

    vestigacin implica la necesidad de que el investigador asuma

    la idea de abarcar en su intento la totalidad del proceso histri-

    co de la Humanidad. Pero supone tambin la conveniencia de

    ahondar en otras ramas del conocimiento que, en apariencia al

    menos, son ajenas a los estrictos estudios histricos, aunque lo

    cierto es que han condicionado inequvocamente el devenir

    del hombre, marcando puntualmente sus esperanzas, sus ten-

    dencias y hasta sus terrores cotidianos.Comprendo que no he expuesto una ruta de estudio fcil

    ni cmoda. Entiendo que, en la actual situacin acadmica,

    pedir este tipo de esfuerzo a investigadores ya condicionados

    a ahondar con banalidades lo banal y superfluo puede suponer

    una exigencia inutil. Pues, sin duda, es mucho ms sencillo-

    y cumple con creces las metas impuestas por el academicismo

    imperante-trabajar sobre los p1ecios del celemin de trigo en

    la poca de la Restauracin o sobre las nimiedades espuestas

    -22- -23-

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    por una duquesa del siglo XVII en sus diarios intimas, quecalar en las intenciones trascendentales de un Felipe II, empe-ado en cuerpo y alma en establecer el Axis Mundi escurialense,o en el ideario de un oscuro obispo jienense de principios delsiglo XVI, entregado a la secreta tarea de dar testimonio decreencias y sapiencias supuestamente olvidadas desde la yaremota instauracin oficial de la fe cristiana. ste ha sido el

    punto de partida desde el cual Juan Eslava ha emprendido aqu,en este libro, una de las tareas mas apasionantes con las que

    puede tropezarse hoy en da un investigador consciente de suresponsabilidad ante la historia: la de calar en los orgenes deuna tradicin clave de la Humanidad, en su continuidad a tra-

    vs del tiempo y en su permanencia soterrana bajo los potentescimientos de unos dogmas aparentemente inamovibles que re-gan la vida y la espiritualidad de los espaoles del pasado.

    Sin lugar a dudas razonables, creo que nos encontramos

    ante un modelo perfecto de mtodo de investigacin a seguir.Un mtodo que slo cabe alcanzar cuando se camina con los

    ojos muy abiertos por los vericuetos de la Historia y por entrelos restos que nos ha ido dejando el pasado. Pues slo as, viendo

    sobre lo mirado y escuchando sobre lo odo, se llegan a hacerpatentes las claves de ese mundo que unas veces se escondipor propia voluntad esotrica y otras fue escondido concien-

    zudamente para que nadie o muy pocos fueran capaces de des-cubrir su autntico sentido, su profundidad radical.

    Pero no me he propuesto trazar aqu un prlogo de en-comios, ni Juan Eslava habra querido que as fuera. Por eso,sentados unos valores que, para m al menos, quedan ms allde cualquier reticencia acadmica, pienso que vale ms hacerel intento de analizar el esquema de trabajo seguido por uninvestigador que abre, con este estudio, un camino importantehacia el nuevo modelo de investigacin en esa materia que,

    para bien o para mal, ha venido llamndose la Otra Historia, ola Intrahistoria.

    Partiendo de una serie de descubrimientos fortuitos y

    distantes en el tiempo, realizados en su propia tierra, Jan, JuanEslava comienza confirmando la pervivencia de lugaresancestrales de culto a lo largo de la historia de aquella comar-ca. Algunos de estos lugares se mantienen vivos, enriquecidospor tradiciones seculares; otros, por el contrario, fueron co-pados en su da y re-santificados por los poderes eclesisticos.

    En cualquier caso, sin embargo, surgen claves, signos y llama-das de atencin que obligan a establecer el origen comn delas estructuras simblicas que presiden ambas manifestacio-nes: la popular y la oficial. Una y otra se han venido valiendosecularmente de los mismos signos de reconocimiento; una yotra dan, desde tales signos, cuenta cabal de creencias y deritos que se corresponden con instantes remotos y concretosen los que la Humanidad permaneci en ntimo contacto conlas energas emanadas de la tierra y del cielo.

    Las transformaciones sufridas por la evolucin huma-na, desde el predominio esencial de sus poderes naturales, re-gidos por la intuicin, hasta la progresiva desaparicin de s-tos en favor de los valores racionales, hacen que se sacralicen

    las potencias perdidas y que entren en los dominios de lo so-brenatural aquellos hechos que la inteligencia se sabe incapazde explicar. En ese instante se divinizan los elementos de losque depende la supervivencia: la tierra misma, la luna y el sol,las aguas y las estaciones, sin contar con las corrientes energ-ticas que discurren bajo el suelo y que ya resultan imposiblesde detectar por una Humanidad que dej atrs sus facultadesinstintivas.

    Con la aparicin de las distintas formas religiosas y has-ta la implantacin del cristianismo, las primitivas intuicionestienden a adecuar mitos y creencias que irn determinando losciclos vitales de los pueblos segn sus esquemas culturales.Tales adecuaciones se coronan con motivo del predominiopoltico de la Iglesia como impositora de una forma religiosaque asume creencias y las transforma conforme a sus propiosmdulos rituales y dogmticos, afectando directamente al pue-blo, que acepta en principio los esquemas que se le imponen.Sin embargo, estas transformaciones no llegan a afectar a cr-culos siempre reducidos de iniciados, adeptos secretos de unos

    saberes que han sido fulminantemente prohibidos. Estosbuscadores de la iniciacin esotrica hacen todo lo posible pordejar claves de reconocimiento que habrn de servir para man-tener la coherencia de los grupos que perviven en la clandesti-nidad, afrontando las reglas de juego del poder mientras, se-cretamente, seguirn los preceptos ancestrales emanados de lasabidura of icialmente proscrita.

    Por estas vas se desarrolla, en paralelo y a lo largo deltiempo, una doble tendencia de raz pagana, inicitica y/o

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    heterodoxa. Por un camino discurre la resurreccin visceral delas viejas creencias del ser humano, convertidas en devocio-

    nes, mitos y costumbres populares que encierran sus orgenesen la noche de los tiempos. Por el otro, la transmisin de men-

    sajes esencialmente esotricos, producto de esa bsqueda in-cesante en las profundidades de una Tradicin que tuvo accesoa saberes de los que reniegan con desprecio -y hasta violen-tanente-- tanto los poderes eclesisticos como el dogmatismoracionalista. Tanto esa busque da oculta del antiguo saber sa-

    grado como las manifestaciones populares fruto de la ms re-mota memoria colectiva se convierten, para las ortodoxias reli-giosa y cientifica, en tabes que tienen que ser perseguidoscuando no basta con despreciarlos. Por ello, el conocimientoesotrico y la base pagana del alma popular tienen que ocultar-se, disimulndose entre santidades veneradas y smboloscamalenicamete transformados en posturas estticas. Sinembargo, basta a menudo con poner al descubierto los hilosque mueven las intenciones bajo la apariencia de meras coin-cidencias para evidenciar por todas partes la presencia de eseparadigma mgico, disconforme con todos los dogmas impues-tos, que discurre en discreto silencio entre manifestacionesdogmticas y certezas decretadas como inamovibles.

    En tal situacin, el investigador consciente, cuando lle-ga a captar la presencia de esas otras devociones o la evidenciade esos otros movimientos ocultos, buscadores del conocimien-to por la va heterodoxa, no puede conformarse con expresarsu convencimiento y con sentar en el vaco las bases de lo quetal vez slo ha intuido. Por el contrario, se impone que sea msriguroso que el rigor mismo, ms objetivo que los que preten-den basar sus principios en la objetividad y ms crtico que unagnstico convencido. Tiene que pensar, ante todo, que eldogmatismo religioso imperante y el cientifismo racionalista,

    con los que inevitablemente va a enfrentarse, han tenido siglosenteros para elaborar sus posturas y para fabricar las respues-tas que las han consolidado. Demoler tal tinglado y sentar lasbases para una conciencia nueva, tanto en lo filosfico comoen lo cientfico, no es una cuestin de convencimiento ntimo,sino el fruto de una larga, seria y paciente indagacin, capazde minar con hechos y pruebas las artificiosas estructuras deunos paradigmas existenciales que ya no le bastan al ser hu-mano para razonar la evolucin del espritu en su bsqueda de

    explicaciones a la realidad que nos envuelve y de la que for-mamos parte.

    En este libro vamos a encontramos con esa postura quehace ya muchos aos que preconizo. Cada dato ha sido com-probado, cada rincn medido, visto, olido e interpretado desdetodos los ngulos posibles, se ha buscado el origen primero decada aserto y la ltima consecuencia de cada afirmacin. Sicabe, representa uno de los escassimos modelos a seguir a lahora de decidimos a dar el salto que nos libere de las ataduras

    que an siguen frenando los deseos de una investigacin real-mente independiente y objetiva de nuestro pasado y, por lotanto, de los aldabonazos ms inconformistas de nuestra con-CIenCIa.

    Es cierto que se ha partido de hechos y de claves que selocalizan en un rea geogrfica muy concreta: los alrededoresde la ciudad de Jan. No es menos cierto que las pistas halla-das parten de devociones, mitos, monumentos, restos arqueo-lgicos y documentos histricos que se ubican en unos pocoskilmetros cuadrados de territorio andaluz. Sin embargo, elhecho mismo de que tales elementos se acumulen en espaciotan exiguo y a lo largo de milenios nos descubre algo funda-mental, que tendra que ser capaz de despertar las urgencias debsqueda por parte de otros investigadores ansiosos de descu-brir la realidad que nunca nos contaron: el hecho de que cadarincn de nuestro mundo puede ser capaz de descubrimos lasclaves de esa soterraa bsquedad secular que el ser humanoha perseguido siempre, azuzado por su inagotable necesidadde conocer y asumir la realidad que le envuelve y de la queforma parte. Ningn rincn del planeta se libra de ser imagenholstica del Universo. Ninguno, tampoco, por chico que sea ypor olvidado que est, deja de reflejar en su esencia la Esenciade todo lo que existe; de ese Todo que la Humanidad ha trata-

    do de abarcar desde que le naci la conciencia.

    Juan G.Atienza

    Septiembre de1988

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    r curiosidad que acompaan a la verdadera juventud. La con-versacin entre el joven periodista y el anciano se prolongopor los derroteros de la historia y arqueologa locales, aficinque compartan, as que se les pas la tarde charlando y cuan-do se despidieron era ya de noche. Entre los muchos temas quetrataron en su conversacin estaba el de la leyenda del lagartode la Malena. Haca pocos das que el joven haba publicadoun artculo sobre la leyenda y don Ramn lo haba ledo'. Asque sali el dichoso lagarto a colacin y don Ramn refiri,

    'como curiosidad, que, en sus primeros aos de boticario. habaconocido a un gitano que, pretenda curar las llagas de las ca-balleras mediante aplicacin de cierto libro santo, acompaa-

    . do del recitado de una oracin secreta. Don Ramn tuvo oca-

    sin de examinar el libro, que no era tal sino slo parte de l:una guarda de pergamino y diez o doce hojas adheridas. Por eltipo de escritura y papel empleados le pareci que su redac-cin se remontara, como mucho, al siglo XVIII. El libro eraapenas legible, porque estaba todo pringoso y emborronado depomadas, por el oficio de emplasto mgico a que lo someta supropietario. No obstante, don Ramn pudo sacar en limpio que

    se trataba de un galimatas en el que se mencionaba repetida-mente la virtud de la Mesa de Salomn y que mayormenteversaba sobre frmulas mgicas y discursos de charlatn deferia. El gitano aseguraba que el obvio pergamino ovejuno dela portada no era sino un fragmento de la vera piel dellegenda-rio lagarto de la Malena. Entre las simbologas que contena elopsculo, don Ramn recordaba todava las dos dibujadas afuego sobre la portada que eran stas:

    tanto orsela canturrear a caballistas y tratantes. La letra de laoracin, que el joven copi al dictado, era la siguiente:

    Por la mesa del moro

    onde est el lagarto,

    que te cures pronto

    con este emplasto/pacto?

    La Tinaja la Tia

    la piedra el macho,

    ellosn del veletay el cao santo.

    Por el pen de Uribe

    que est en palacio

    el peral de la era

    se est secando,

    que se seque esta pupa

    que estoy untando.

    \t/ o

    Eran los aos en que se empezaba a descubrir los ricosyacimientos arquelgicos de la Sierra de Otar, cerca de Jan.El joven haca frecuentes excursiones a la sierra en busca de

    vestigios prehistricos. Por unos pastores le lleg noticia de laexistencia de un dolmen en la meseta del Cerro Veleta. En tor-

    no al dolmen encontr grandes amontonamientos de piedras yla cantera de donde el hombre prehistrico haba extrado losmateriales de aquel dolmen y de algunos otros.

    A un par de kilmetros del dolmen se encontraban los

    grabados y el relieve de una venus en el esplndido santuarioprehistrico del Barranco de la Tinaja.

    El joven anotaba el resultado de sus prospecciones enun diario donde iba registrando cualquier noticia de inters

    arqueolgico. A-dems sealaba los hallazgos en un mapa.

    En aquel mapa, la zona de Otar estaba marcada condos cruces, una en el Barranco de la Tinaja y otra en el CerroVeleta, que correspondan al dolmen, a las piedras y a los abri-gos con grabados rupestres. Un da tuvo una inspiracin con-templando aquel mapa. La asociacin de aquellos nombres,que haba anotado aplicadamente en tinta roja, le resultaba fa-miliar. Barranco de la Tinaja, Cerro Veleta... Tinaja, Veleta...Dnde lo haba escuchado antes? En la oracin del curandero

    de caballos. Busc en sus carpetas.

    /--' Unos das despus, el joven refiri esta conversacin aun anciano to abuelo suyo que, en sus tiempos, haba ejercidolos oficios de veterinario y herrador. El anciano le confirmque, en efecto, antiguamente se fabricaba un unguento de la-garto, que se aplicaba a las mataduras de los caballos y queserva tambin para regenerar el cabello de las personas. Losaban fabricar algunos gitanos, seguramente a partir de coci-mientos de lagartos. Este unguento se untaba al dictado de unaoracin que se tena por secreta pero que l haba aprendido de

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    ... la tinaja la TIa

    la piedra el machoellosn del Veleta...

    Ile. Estaba medio empotrado en la pared colindante. El pen

    haba sido parcialmente tallado para que asemejara un cubo y,

    en la parte de arriba, le haban labrado escotaduras. La roca

    natural, recortada para que no estorbara el trnsito de carros,

    formaba una especie de poyo o banco cerca de su base. All se

    sentaban los ancianos del barrio para hacer tertulia y all se

    suba el pregonero para decir su pregn.

    En cuanto al CalLOSanto, mencionado entre el Pen

    de Uribe y ellosn del Veleta,era evidente que se trataba de

    algn manantial. Siendo Santo bien podra tratarse del manan-tial de la Catedral. Los antiguos atribuan carcter medicinal al

    agua de la Catedral. De este Cao Santo, cuya arqueta de re-

    gistro existe todava detrs de la puertecilla de hierro que hay

    adosada al muro del testero de la Catedral, en el calle Valpara-

    so, se surtieron, hasta hace pocos aos, todas las casas del ba-rrIO.

    Ellosn del Veleta poda referirse a la piedra superior

    del dolmen del Cerro Veleta que es, en efecto, lo que podradescribirse como losn.

    La Tinaja estaba clara: era el Barranco de la Tinaja.

    La Tia poda ser corrupcin de Otar. Sera la Tinajade atar.

    Poda ser.

    Pero y lapiedra del macho? Se refera a la cantera del

    Veleta o a otro monumento megaltico todava no descubierto

    o ya destruido? Un menhir quiz?

    El Pen de Uribe era un peasco que haba existido

    hasta principios del siglo en la calle de los Uribes, barrio de la

    Magdalena, no lejos de donde estuvieron los llamados pala-

    cios de los reyes moros, que luego seran convento de santo

    Domingo.

    Este pen era popular en el barrio por haber sido testi-

    go y depositario de una leyenda. Segn los viejos del lugar que

    alcanzaron a verlo, el pen consista en un saliente rocoso

    que brotaba del suelo empedrado, a un lado de la estrecha ca-

    La alusin al Pen de Uribe donde est el palacio nos

    anim a seguir desentraando el sentido de la oracin sanadora.

    Era evidente que todos los lugares mencionados se integraban

    dentro de una lnea recta y que el sitiodonde est el lagarto se

    tena que referir forzosamente al manantial de la Magdalena,

    escenario de la famosa leyenda.

    Pero y el peral de la era?

    Nuestra hiptesis era que esteperal tena que integrarse

    con los otros topnimos de la oracin en una lnea recta que

    apuntase preferentemente hacia la parte del Norte.

    O.

    .s.+~

    el peral de la erase est secando. . .

    E.Exista un Cerro Perulera hacia-el Norte. No poda tra-

    tarse del mismo peral de laer:a de la oracin?

    Fuimos a Perulera dispuestos a escudriar cada rincn ya remover cada piedra en busca de un monumento prehistri-

    co. Pero no fJlenecesario. Lo que buscbamos se nos vino casi

    a la mano, como si la suerte quisiera compensamos por las

    dificultades pasadas.

    Cerca de la cima del cerro, medio enterrada junto a una

    aosa encina, encontramos una piedra de gran tamao, muy

    picada de crteres, que parecan ser naturales. Formaba casi

    una esfera perfecta. Por ms que la examinbamos no conse-

    DOLMEN DEL CERROVELETA

    SIERRADEPROP IOS(Jiln)

    , ~ E:I:S0

    2m.

    -32--33-

    El dolmen de CerroVeleta, en la Sierra de

    atiar.

    , ....

    J

    ..

    -. .

    . .

    .

    .-

    .,

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    Venus de Daar, en el

    Barranco de la Tinaja.

    del siglo XVI, algunos relieves representaban enigmticas fi-

    guras. Por ejemplo el que corresponde a la cada de san Pabloen el camino de Damasco...

    Pero, antes de proseguir, no estar de ms que recorde-

    mos la historia. Cuando san Pablo todava se llamaba Saulo,

    era un fantico fariseo perseguidor de los cristianos a los que

    arrastraba y metia en la crcel. Comisionado por la suprema

    autoridad religiosa juda, Saulo fue a Damasco con el encargo

    de arrancar de raz cualquier brote de Cristianismo que encon-

    trase en las snagogas. Se dispona a cumplir tal comisin cuan-do, en medio del camino de Damasco, tuvo una visin cegado-

    ra y Cristo le habl: Saulo. Saulo, por qu me persigues?.

    Llegado a Damasco, Saulo se convirti al Cristianismo y fuebautizado.

    El relieve de la catedral de Jan en el que vemos a Saulo,

    en el momento de recibir su revelacin camino de Damasco,

    muestra un exquisito gusto por el detalle. Hasta las lazadas de

    las sandalias de los criados que acompaan a Saulo pueden

    distinguirse con toda claridad. El suelo del camino de Damas-

    co est empedrado con losas bien dispuestas y niveladas, como

    solan estarlo las calzadas romanas. Pero, en medio del cami-no, sobre las losas, en el ngulo inferior izquierdo del relieve,

    aparecen tres misteriosas esferas. No son frutos, ni piedras del

    campo, ni nada parecido que pueda interpretarse como un ob-

    Sillera del e

    Catedralde

    mand tallar

    Surez a prir

    siglo XVI.

    ~

    guamos confirmar si en su origen haba sido tallada o no. Po-

    da ser obra de la naturaleza una esfera tan acabada? Limpia-

    mos el barro adherido a su superficie y encontramos al menos

    un indicio seguro de manipulacin humana: le haban vaciado

    una escotadura cuadrada de unos seis centmetros de lado y

    algunos ms de profundidad. Quin y para qu?

    Examinamos el mapa. Ahora el santuario de los Neveros,

    el Dolmen del Veleta, el Cao Santo de la catedral, el Pen deUribe, la mtica guarida del lagarto y la esfera de piedra del

    Cerro Perulera quedaban inscritos con toda exactitud en

    una lnea recta de 12 kilmetros de longitud, tendida por enci-ma de la ciudad en direccin sureste-noroeste.

    En un principio no alcanzbamos a imaginar el sentido

    ltimo de aquel curioso hallazgo.

    Al poco tiempo cremos estar de nuevo sobre la pista.

    En la sillera del coro de la catedral de Jan, obra de principios

    -34--35-

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    a cada de Saulo en el

    amino de Damasco con

    as tres enigmticas

    'sferas en medio del'amino. Detalle de un

    'e/ieve del coro de la

    ~atedral de Jan. (Foto-

    ra:fia de Joaqun Galn

    osa.)

    En otro relieve de la misma serie hay dos hombres. Uno

    de ellos debe de ser moro o judo puesto que se cubre la cabeza

    con un turbante. Le est mostrando al otro un grupo de estre-

    nas del cielo. El otro es, evidentemente, un rey cristiano pues-

    to que cubre sus hombros con una capa de armio y levanta

    una espada. En la cabeza luce una corona. En los pies de los

    hombres hay una gran esfera, tan grande que les llega a la altu-

    ra de las rodillas. Una esfera idntica a la que habamos en-

    contrado en el cerro Perulera. Sera coincidencia? Una esfera

    de piedra como aqulla, retratada en el relieve que tallaronhace cuatrocientos aos. Era evidente que alguna relacin ha-

    ba entre todos estos hallazgos, aunque todava no sabamos

    qu significado ni qu funcin podran tener.Otro relieve del coro representaba a san Martn cortan-

    do su capa para darle la mitad a un mendigo. En el ngulo

    .aparece nuevamente un objeto esfrico. Y en el relieve que

    presenta a Cristo en casa de Marta y Mara, vuelven a aparecer

    las tres enigmticas esferas, esta vez disimuladas en forma de

    tres panzudas vasijas dispuestas a los pies del Maestro. . .

    Qu significado tenan estas esferas?

    Era seguro que no haban sido colocadas all por azar.

    El tallista haba recibido instrucciones muy precisas. De quin?

    Evidentemente slo cabia una respuesta: del hombre que le

    encarg aquel trabajo. Y este hombre haba sido don Alonso

    El obispo, los tres i1

    dos y las tres Vrgef

    portadoras de esfer.

    el relieve del coro d

    Catedral de Jan. (1grafia de Joaqun G

    Rosa.)

    jeto natural. Son tres esferas aparentemente absurdas que no

    . se integran en el conjunto de la escena, por otra parte tan mi-

    nuciosamente realista, ni parecen tener funcin alguna. Claro

    que, bien mirado, alguna funcin han de tener. El tallista no

    pudo ponerlas all por casualidad o por capricho.

    Otro relieve del mismo coro representa a un obispo ves-

    tido de pontifical, con bculo y mitra, representacin exotrica

    de san Nicols. A su derecha hay una cuba y dentro de ella treshombres en actitud orante. No son mrtires echados en aceite

    hirviendo, puesto que la cuba es de madera y no se advierte

    debajo de ella representacin de fuego. Son simplemente tres

    nefitos que acaban de recibir el bautismo. A la izquierda del

    obispo tres doncellas arrodilladas parecen presentar al obispo

    sendas esferas que portan en las manos.

    Otra vez las enigmticas tres esferas.

    -36- -37-

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    El hombre del turban-

    te, el rey cristiano y la

    esfera. Relieve del

    coro de la Catedral deJan. (Fotografia de

    Joaquin Galn Rosa.)

    '-

    Surez de la Fuente del Sauce, obispo de la dicesis de Jan

    entre 1500 y 1520.

    Dirigimos nuestras pesquisas hacia este curioso perso-

    naje. Supimos que antes de llegar a Jan haba sido inquisidor

    general. Hacia el final de su mandato como inquisidor, y an

    despus, tuvo ciertos problemas derivados de su benevolencia

    en el puesto.Un inqusdor sospechoso de apiadarse de sus vcti-

    mas? De pronto el relieve de la cada de Saulo en el camno de

    Damasco pareci adquirir un nuevo sentido: san Pablo, inqui-

    sidor contra los cristianos, tuvo una revelacin y se convirti

    en el gran apstol del Cristianismo. Don Alonso Surez, inqui-

    sidor contra los herejes, tuvo una revelacin y se convirti en

    valedor de aquellos a los que antes haba perseguido o, al me-

    nos, en valedor de ciertas doctrinas que antes haba querido

    erradicar. Don Alonso Surez se sinti identificado con el Saulo

    evanglico e hizo colocar aquellas tres esferas en el relieve dela cada de Damasco.

    Tres esferas que luego se repetiran, ms o menos disi-

    muladas, en otros relieves del coro de la catedral.

    Tres esferas relacionadas con tres muchachas, porque

    en otro relieve aparecen tres muchachas que presentan sendasesferas al obispo. Tres muchachas de larga caballera que les

    llega a la cintura. En el simbolismo medieval esto significa

    que son Vrgenes. Es decir: tres esferas correspondientes a tresVrgenes...

    Comenzamos a investigar sobre las Vrgenes de la cate-

    dral, sobre las Vrgenes de la ciudad y sobre las Vrgenes engeneral. Nos topamos con un hecho chocante. Hubo una Vir-

    gen en la catedral que se llam del Soterrao, es decir, del

    -38- -39-

    San Martn partie

    capa para drselc

    pobre en el relievl

    coro de la Catedri

    jan. En el ngulc

    inferior derechoaparecer la esfera

    (Fotografia de JO

    Galn Rosa.)

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    Detalle de uno de los

    flieves del coro delbispo Surez. El tallista

    a representado a Cristo

    ?sucitadoen un paisajeleno de contenidos

    'mblicos: reiteracin

    e la esfera dentro de la

    'uta, el rbol hueco,c. (Fotografia deaqun Galn Rosa.)

    subterrneo, pero luego le fueron cambiando el nombre y aca-b llamndose Virgen de la Antigua, que es un nombre bastan-te comn entre las Vrgenes de Espaa. Cul fue la razn deeste cambio?

    Evidentemente alguien trat de ocultar algo relaciona-do con el primer nombre de la Virgen. Soterrao significasub-terrneo.A alguien no le interesaba que se recordase que aquellaVirgen haba estado primitivamente en un subterrneo. Era slouna hiptesis. Pero el hallazgo, meses despus, de un curioso

    documento en el archivo catedralicio vino a confirmrnoslo.Se trataba de una lista de nombres compuesta por una annimamano de finales del siglo XIX. El encabezamiento de la listaera: Los que buscaron la Cava.

    La Cava? Lo que atrajo nuestra atencin fue que entrelos nombres de la lista figuraba el del obispo Surez, el queorden tallar las enigmticas figuras del coro de la catedral.Pero haba otros nombres igualmente conocidos entre una ma-yora que, en un principio, no significaba nada para nosotros.

    Qu era la Cava? En su acepcin antigua la palabrasignifica cueva u hoyo. La lista de los que buscaron la Cavapareca abarcar a una serie de personas que vivieron entre lossiglos XIII y XVIII . Estaba, adems, ordenadacronolgicamente. Algunos nombres llevaban al final una leveindicacin a lpiz.

    La inclusin del obispo Surez en la lista nos hizo sos-pechar que todos ellos, a juzgar por el epgrafe, haban busca-do una cueva u hoyo, es decir, un subterrneo. ste pudo estarrelacionado con la Virgen del Soterrao y con las otras dosVrgenes portadoras de esferas que aparecan en el relieve delcoro. Supusimos, como hiptesis de trabajo, que alguna vezexistieron esas esferas relacionadas con el culto a las tres Vr-

    genes, y supusimos que estas esferas seran parecidas en di-mensiones a la que habamos encontrado en Perulera. Pasaranmuchos aos antes de.que la hiptesis viniera a confirmarseConla aparicin de una de las esferas de piedra en una excava-cin practicada al pie del muro de la catedral; de un muro queprecisamente haba ordenado levantar el obispo Surez.

    Andbamos dndole vueltas al asunto de las enigmti-cas esferas del coro cuando, en una de nuestras visitas a la

    -40- -41-

    Cristo en la casa de

    Marta y Mara.Obsrvense las tres

    esferas, distribuidas

    en los peldaos de la

    escalera, enforma derecipiente para vino.

    (Fotografia de Joa-

    qun Galn Rosa.)

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    'es Vgenes del

    e delcoro de la

    'ral de Jan. (Foto-

    , d~Joaqun Galn

    )

    catedral, tuvimos la fortuna de hacer otro curioso descubri-

    miento. Aescasos metrosde all, en lacalle Abades, haba una

    humilde hornacina que contena un crucifijo. La obra careca

    de valor artstico. Lo que nos llam la atencin fue que al pie

    de la cruz haban dibujadotres huevos, o algo muy parecido atres huevos. Preguntamos a los vecinos y, en efecto, nos con-

    firmaron que el Cristo de la hornacina se llamaba el de losTres Huevosy que eramuy milagroso. Soloen los libros apa-

    reca como Cristo de Burgos con una leyenda postiza que

    justificaba la extraa inclusin de los tres huevos. Supimos

    tambin que la imagen databa slo de 1939, pues la anterior

    haba sido destruida durante la guerra, lo que era de lamentarpuesto que era muy antigua2.

    Elinmuebleparedaose llamabaCasadel Cristo.Nos

    pareci evidente que podra haber alguna relacin entre aque-

    llos tres huevos y las tres esferas de la vecina catedral. Aque-

    llos huevos al pie de la cruz no tenan explicacin lgica, a no

    ser que simbolizaran algo. Y, evidentemente, algo de conteni-

    do religioso. No nos fue dificil averiguar el significado simb-

    lico del huevo puesto que aparece en todos los tratados de ico-

    nografa.

    El huevo es uno de los raros smbolos universales encuyo significado parecen coincidir todas las culturas antiguas.

    Es el germen del universo a partir del cual se genera toda la

    Creacin3. Paralelamente, simboliza la renovacin de la natu-

    raleza, motivo por el cual adquiere alcance funerario y aparece

    en tumbas de muchos lugares del mundo.

    Evidentemente, los tres huevos del Cristo de la calle

    Abades no era sino una pervivencia del smbolo cultural que

    en la vecina catedral representaban las tres esferas de piedra.

    -42- -43-

    El Cristo de los Tres Hue

    en la hornacina recienten

    desaparecida de la calle

    Abades. Los tres huevos

    esferas se observan a los,

    del Cristo pintado, en lacentral del travesao ver

    de la cruz. (Fotografia de

    Rafael Garca Serrano.)

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    Esas esferas eran emblema de la Virgen, pero tambin eran

    huevos, es decir, eran centros del mundo a partir de los cualesse regeneraba la Creacin4. 2

    LAS PIEDRAS DE LOS GIGANTES

    En el Barranco de la Tinaja y en el Cerro Veleta el hom-

    bre prehistrico haba dejado un mensaje para la eternidad.

    Haba esculpido en la roca, haba amontonado piedras, haba

    construido una cmara con losas que pesan varias toneladas,

    haba pintado signos enigmticos en las paredes de las cuevas

    despus de ascender hasta ellas trabajosamente por farallones

    casi verticales.

    El pen de Oribe tambin estaba esculpido. Aunque ya

    no era posible examinado, pareca razonable atribuido a la

    misma serie de piedras manipuladas por el hombre prehistri-

    co. Lo mismo caba decir de la enigmtica esfera de Perulera,

    de las esferas de la catedral y de los tres huevos de la hornaci-

    na de la calle Abades.En cuanto a la leyenda del lagarto de Malena, se trataba

    de un ltimo vestigio del mito de lucha de un hroe contra el

    monstruo, mito cuyas races ltimas tambin se hunden en la

    noche de los tiempos.

    Todo ello poda razonablemente atribuirse a los hom-

    bres primitivos, pero qu quisieron expresar? Por qu se

    embarcaron en aquellos trabajos en apariencia intiles cuando

    seguramente la necesidad de asegurar el sustento diario les daba

    ya sobrado quehacer? Qu inters tenan en aquellas obras?

    Por qu las relacionaron entre ellas y las inscribieron en unalnea recta?

    . Tenamos un puado de claves. Si eran tan absurdascomo a primera vista parecan, cmo se haban transmitido a

    lo largo no ya de siglos sino de milenios? Cmo haban so-

    brevivido al olvido y a la muerte para llegar hasta nosotros?

    Qu sentido tenan? Adnde conducan?

    Intentamos proceder de modo cientfico. Ante todo de-

    bamos buscar un denominador comn. Tena que haber un

    hilo conductor que, de algn modo, nos ayudase a desentraar

    el enigma.

    -44- -45-

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    As es que dirigimos nuestras pesquisas hacia la Prehis-

    toria. Nos resistamos a creer que la alineacin de aquellos

    lugares prehistricos y la supervivencia de una tradicin quelos relacionara fuesen fruto del azar.

    No poda ser casual. Tena que haber una razn.

    Qu dicen los arquelogos?En la zona de Jan hubo asentamientos humanos desde

    el Paleoltico. Empero, el poblamiento denso de la zona pareceque se produjo a partir del Neoltico.1

    Visitamos decenas de veces al Barranco de la Tinaja.

    Supimos que por aquel barranco desciende un caudal subterr-

    neo de unos 40 o 50 litros de agua por segundo. El Barranco de

    la Tinaja ofrece un aspecto imponente. El lugar donde estn los

    grabados es un abrigo rocoso de dimensiones catedralicias. All,

    en la roca parietal. se pueden contar hasta 27 crculos o series de

    crculos concntricos, toscamente tallados en la roca viva.2

    Adems de los grabados, y a un nivel ms bajo, hay una

    venus en relieve, preciosamente tallada y pulimentada. En ella

    slo es posible distinguir, como si brotaran de la pared, el pro-

    minente vientre y los muslos hasta las rodillas. Presenta los

    tpicos abultamientos de grasa que caracterizan a las venuspaleolticas.

    Los relieves de Otar podran datarse entre el 2000 y el1500 antes de Cristo.

    El dolmen del Cerro Veleta es como una caja compuesta

    de ocho grandes losas verticales que forman un octgono un

    tanto irregular. Sostienen otra mayor que las cubre y forma latechumbre.3

    Este dolmen puede fecharse en la Edad del Bronce. Sus

    constructores debieron ser prospectores de metales, que prac-

    ticaban el rito funerario de los enterramientos colectivos, ado-

    raban a la Diosa Madre y se encaramaban hasta los abrigos

    rocosos para dejar sus pinturas propiciatorias de fecundidad.

    En el Cerro Veleta existen otros hallazgos del perodo.

    Se han explorado un poblado neolitico y tres cuevas (llamadas

    de los Soles, del Poyo de la Mina y de los Herreros). Este cerro

    se asoma a un barranco por donde discurre el ro. En la pared

    opuesta del barranco existen otras cuevas pintadas: la del Plato

    y la de la Higuera.

    Esta rstica pinacoteca muestra una gran cantidad de

    pintura esquemtica en rojo y negro: figuras humanas, cuadr-

    pedo s, crvidos y signos abstractos tales como crculos y pun-tos.

    Las figuras humanas se han identificado con represen-

    taciones astrales.4 Curiosamente este tipo de representaciones

    abunda ms en estas cuevas que en sus otros paralelos penin-

    sulares.5 No puede tratarse de una simple coincidencia.

    En agosto de 1969 se hicieron obras en el manantial de

    la Magdalena. En cuanto se excav medio metro de suelo, se

    abri una puerta al pasado de la ciudad. Por aquella puerta

    empezaron a brotar diversos testimonios arqueolgicos. Entre

    ellos apareci una hermosa hacha neoltica, preciosamente pu-

    limentada o, para ser ms exactos, solamente una mitad de hacha

    puesto que haba sido intencionadamente partida. En elNeoltico no era infrecuente que se partieran hachas en seal

    de exvoto.6 Por consiguiente podra ser indicio de que en po-

    ca neoltica aquel lugar hubiese sido una especie de santuario.

    Esta sospecha se vendra a confirmar tiempo despus, cuando

    tuvimos noticias de que el hallazgo de este tipo de hachas es

    frecuente en lugares de la regin considerados sagrados en la

    antiguedad como, por ejemplo, Martos,7 Otar y Vboras, don-

    El Barranco de la Tinaj(

    en Otiar, lugar de los

    grabados rupestres.

    -46--47-

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    de encontramos otra hacha similar en 1980. Pero salieron a la

    luz ms cosas en aquellas excavaciones: diverso utillaje paleo-ltico, dos esplndidas estatuas romanas, una basa... Pudimos

    recoger y conservar algunos objetos que no parecan tener in-

    ters arqueolgico, particularmente un ladrillo muy desgasta-do por el agua, pero en el que se adverta claramente esta mar-

    ca: \// Era una de las que don Ramn Espinosa haba observa-

    do en el manuscrito del gitano. Volveremos sobre ella ms ade-lante.

    Aparte del manantial de la Magdalena. los yacimientos

    prehistricos explorados hasta entonces en la ciudad se redu-

    can prcticamente a dos: las sepulturas en cuevas artificiales

    de Cao Quebrado y Marroques Altos, las dos a las afueras dela ciudad antigua.8

    En Marroques Altos se encontraron cuatro cuevas arti-

    ficiales que haban servido de enterramiento. Eran de las de

    corredor que acaba en cpula, provistas de nichos laterales. El

    conjunto estaba dotado de pudridero de cadveres y de osario.

    En una de las cuevas aparecieron dieciocho esqueletos

    flexionados y colocados en crculo, con la cabeza apoyada en

    la pared. Las paredes mostraban seales de pintura roja.9 Las

    de Cao Quebrado eran cuevas naturales. 10 En una de ellasapareci una diminuta estatua femenina, una venus, que testi-

    moniaba la devocin matriarcal del pueblo que us aquellas

    cuevas. El hallazgo de esta figurilla nos traa a la memoria las

    otras venus de la regin: la de Otar, antes mencionada, y la

    de Torredelcampo. Esta ltima se encontr a principios de si-

    glo en un lugar distantetrecekilmetrosde Jan, I1dondehubo

    en la antigedad un poblado prehistrico sobre el que volvere-mos ms adelante.

    Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar.

    Pero cul era el denominador comn de todos estos

    yacimientos? En primer lugar la obsesin por el crculo: losrelieves de Otar, el dolmen y las pinturas del Cerro Veleta,

    las tumbas de corredor de Marroques Altos, la esfera dePerulera.

    En segundo lugar la presencia de agua: en el Barranco

    de la Tinaja, en el Cerro Veleta, regado por el ro Quiebrajano,

    en el Cao Santo de la catedral, en el manantial de la Magdale-na...

    Tambin coincide la fecha: todo ello puede datarse enpoca neolticay, ms exactamente,en la Edad del Bronce.

    ~

    :j-R

    ~,-.,-,,~

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    ,.

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    ...-, ...~..'.

    ......... .~

    ~

    ~.-:......

    1L1 ~I1

    Las pinturas rupestres

    la Cueva de los Soles,

    Otiar

    Nuestro prximo paso fue saber algo ms sobre la gente

    que calcul, construy, esculpi y pint este enigma encade-

    nado. Quines eran? Cules eran sus creencias?Pero antes de analizar estas creencias, mejor ser que

    digamos algo acerca de los conocimientos de aquellas gentes,

    unos conocimientos que condicionaron profundamente estascreencias.

    Las corrientes telricas

    Es un hecho generalmente aceptado que la evolucin de

    la especie humana ha supuesto al hombre una serie de sustan-

    ciosas ganancias y que estas ganancias lo han llevado a ser loque titulamos, un tanto pomposamente, rey de la creacin.

    Al evolucionar, el hombre se ha hecho aparentemente

    ms complejo. Ha ganado en capacidad craneana, ha ganado

    en habilidad, ha ganado en inteligencia. Pero, paralelamente,

    esta ganancia ha supuesto una prdida que a menudo ignora-

    mos o despreciamos. Del mismo modo en que, desde que tene-

    mos calculadora de bolsillo, hemos olvidado multiplicar, des-

    de que desarrollamos la inteligencia hemos descuidado el ins-

    -48- -49-

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    tinto. El hombre actual ha perdido su instinto. En vsperas deuna conmocin o peligro inminente permanece inalterable. Esincapaz de prevenir los reveses de la naturaleza. Pero los otrosanimales menos evolucionados que l, no han perdido el ins-tinto. Casi todos ellos barruntan el incendio, la inundacin, elterremoto o cualquier otro tipo de peligro que pueda procederde la Naturaleza. Cuando lo detectan se toman irritables y ner-viosos, intentan huir. Avisan de que algo va a ocurrir. En algu-nos casos incluso han sido capaces de barruntar la muerte pro-

    pia o ajena. Todos sabemos que existen animales capaces derecordar durante toda una vida un complicado camino que re-corrieron solamente una vez. Incluso existen especies capacesde recordar un camino que no recorrieron nunca. Nos referi-mos a los peces que trabajosamente remontan los ros desde elmar para ir a depositar sus huevos en los cursos altos, obedien-tes a un mandato inscrito en la memoria gentica de la especie.Podramos multiplicar los ejemplos para demostrar que los ani-males estn sincronizados con la Naturaleza, estn integradosen ella. El hombre, evidentemente, no lo est. Y nunca msevidentemente que ahora en que se ha vuelto un peligroso agre-sor de la Naturaleza.

    Pero hubo un tiempo en que el hombre estaba perfecta-mente integrado en la Naturaleza y era su colaborador. Aquelhombre primitivo, todava no suficientemente desarrollado,conservaba an la facultad especial que lo haca capaz de per-cibir ciertas vibraciones de la Naturaleza, de la Tierra y delCielo. Porque la Tierra no es un soporte inerte. Por el contra-rio, la Tierra est dotada de vida, es la matriz y el origen de lavida de las criaturas que sustenta, incluido el hombre. Las vi-braciones de la Tierra eran especialmente intensas en determi-nados lugares recorridos por corrientes telricas.

    Las corrientes telricas han sido definidas como fen-

    menos de origen electromagntico que recorren nuestro plane-ta ms o menos profundamente, segn el relieve, la conducti-bilidad de los terrenos y la presencia de agua.12

    De esas corrientes telricas las hay que nacen de losmovimientos de las aguas subterrneas; otras de fallas de te-rrenos que han puesto en contacto suelos de diferentes natura-lezas, que acusan diferencias de potencial en los cambios detemperaturas y otros ms que vienen de lo ms profundo delmagma terrestre.13

    -50-

    Hoy se empieza a admitir que el hombre no es ajeno alas leyes generales que afectan al universo.

    El universo est sujeto a una serie de ritmos

    interrelacionados, a manera de un gigantesco aparato de relo-

    jeria en que unas piezas regularan el funcionamiento de otras.podemos hablar de ritmos solares, lunares, planetarios e inclu-

    so galcticos.La Naturaleza toda se ve afectada por estos ritmos des-

    de su ms simple organismo, incluso desde su objeto de msinerte apariencia, hasta el ser ms complejo que llamamos hom-bre.

    El hombre est sometido a una serie de ritmos que le

    son propios:biorritmos, ritmo respiratorio,cardaco, etc. Y laconexin entre estos ritmos y los de la naturaleza exterior es

    ya un hecho aceptado por la ciencia moderna.El equilibrio de un ser exige su adaptacina los ritmos

    del lugar en que habita. En los lugares recorridospor corrien-tes telricas, la Naturaleza puede ejercer profunda influenciaen el hombre.14

    En estos lugares las personas con facultades

    supranormales vibran como arpas, captan, transmiten mensa-jes, entran en comunicacin con entidades y revelan ms cla-ramente los poderes de que gozan.15

    El dolmen es piedra de religin. Est situado en un

    lugar donde la corriente telrica ejerce en el hombre una ac-cin espiritual; est situado en un lugar donde alienta el esp-ritu. Recrea la caverna y es en el seno mismo de la tierra, enla habitacin dolmnica, donde el hombre va a buscar el donterrestre. 16

    Los antiguos santuarios y lugares de culto suelen estaremplazados en lugares donde las corrientes telricas son msevidentes. Esto presupone un cierto conocimiento de tales co-

    rrientes por parte del hombre primitivo, conocimiento que po-dra remontarse a poca paleoltica.

    Los lugares donde a causa de sus naturalezas se junta-ban las corrientes telricas y las corrientes areas, originabandragones, tarascas y Melusinas.17

    Algunas de estas corrientes eran positivas, pues favore-can la fecundidad de la tierra o de los animales. stas se sea-

    laban con piedras enhiestas o menhires que, adems, contri-buan a fijarlas y a recoger las corrientes celestes. Eran pie-

    -51-

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    dras de fecundidad, pues acumulaban las propiedadesfecundadoras de la tierra y del cielo.18

    La existencia de menhires y piedras enhiestas nos de-

    muestra que el hombre primitivo tuvo conocimiento de los fac-

    tores telricos que condicionaban su entorno natural y apren-

    di el modo de modificarlos en su provecho. Podramos com-

    parar la influencia de los megalitos con una especie de

    acupuntura terrestre. Igual que el cuerpo humano o animal,

    la tierra est recorrida por corrientes diferentes de las mag-nticas y bastante mal conocidas en su naturaleza, pero que

    no pueden permanecer inactivas en las capas geolgicas que

    atraviesan y, por 10 tanto, no pueden quedar inactivas sobre

    la vegetacin.19

    Para el campesino actual estos extraos monumentos

    prehistricos tienen la virtud de atraer la lluvia y hacer la tierrams frtil.20

    En el siglo X todava se tena conciencia en Jan de la

    existencia de una poderosa corriente telrica que recorra su

    territorio. El nombre que le daban entonces era la carrera de

    las nubes. Encontramos noticia de esta misteriosa carrera enel historiador rabe Al-HimyarL21 Este escritor menciona que

    el valor de una finca en Jan dependa de su ubicacin respec-

    to a la carrera de las nubes. Si la finca estaba comprendida

    dentro de dicha carrera, alcanzaba un precio mucho ms alto

    que si no lo estaba, puesto que su tierra se consideraba ms

    frtil. La explicacin cientfica que le daban a este hecho era

    que, por alguna razn desconocida, las nubes solan agruparse

    a lo largo de este corredor y descargaban all su lluvia. Eviden-

    temente se trata de una explicacin forzada, porque a cual-

    quier observador actual se le alcanza que a lo largo de aquella

    pretendida carrera de las nubes no llueve ms que en sus con-

    tornos. Sin embargo, el agricultor de la poca de AI-Himyari

    todava estaba dispuesto a pagar mucho ms por la tierra situa-

    da a lo largo de aquella lnea misteriosa, que iba de atar a

    Perulera. AI-Himyari no menciona estos topnimos, pero men-

    ciona la Sierra de Qastruh correspondiente a las actuales Peas

    de Castro, un curioso cerro distante unos dos kilmetros de

    Jan, al sur. Estas Peas de Castro reciben tambin el nombre

    de Silla de la Reina, denominacin que, como veremos ms

    adelante, est relacionada con la esencia misma de la corriente

    telrica que por el1as discurre.

    En el curso de nuestras investigaciones hemos ascendi-

    do algunas veces a las Peas de Castro. El cerro est partido

    cerca de su cima y forma dos ncleos rocosos parecidos a las

    tetas de una cabra. Por todas partes se descubren restos de po-

    blacin antigua, especialmente musulmana. En la cima que-

    dan ruinas de una atalaya y de un lienzo de muralla, de dos

    eras y de un molino aceitero de poca musulmana. A sus pies

    se levanta el impresionante paredn de la Torre Bermeja.

    Pero no son restos rabes los que hemos venido a buscar

    a las Peas de Castro, sino otros mucho ms antiguos, restos

    de la poca en que se pintaron los abrigos del Cerro Veleta y se

    esculpi el santuario del Barranco de la Tinaja, es decir, restos

    de poca prehistrica.

    En 1969 encontramos cerca de la cumbre del cerro, una

    diminuta hacha neoltica. No se trataba, evidentemente, de un

    til de trabajo sino de un hacha votiva, donacin de un devoto

    al santuario o lugar santo que aquel monte representaba. Con

    esta sacralizacin del lugar deben relacionarse los dos tneles

    de las Peas de Castro. Uno es artificial y est tallado en la

    roca viva al pie de la Pea, enfrente de las ruinas de TorreBermeja. En su interior se descubren restos de pinturas prehis-

    tricas del mismo tipo que las de atar y Cerro Veleta. Des-

    graciadamente slo hay cinco o seis metros de tnel que sean

    practicables. Luego un amontonamiento de tierra nos corta elpaso.

    En la cima de una de las cspides de las Peas de Castro

    hay otro tunel, ste natural y de grandes dimensiones, que tras-

    pasa la roca de un lado a otro. En una de sus paredes descubri-mos un grabado que tiene esta forma:

    \11

    Es decir los tres trazos convergentes que componan uno

    de los smbolos del libro del gitano sanador acerca de la Mesa

    de Salomn, y que luego volva a aparecer en un ladrillo del

    manantial de la Malena. Signo sobre el que habremos de vol-ver otras veces.

    Los topnimos de la oracin sanadora se localizaban,

    pues, inscritos en una lnea recta de doce kilmetros de longi-tud. Esta lnea segua, evidentemente, el trazado de una co-

    rriente telrica. En algn momento de la Prehistoria este traza-

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    do qued fijado por una serie de hitos, todos ellos de significa-do religioso. Probablemente los hombres que levantaron estos

    monumentos haban evolucionado tanto que ya no eran capa-

    ces de detectar por instinto la presencia de los fenmenos

    telricos. Eran todava conscientes de su influencia, pero no

    saban ya explicada. Por lo tanto aquella sucesin de lugares

    fue adquiriendo para ellos un significado religioso. De este

    modo se explicaba la existencia de un Cao Santo, en un lugar

    todava hoy sagrado de la catedral, y la leyenda del lagarto, unpoco ms lejos. Y no olvidemos que el lagarto no es sino el

    dragn, que resulta de la confluencia de unacorriente telrica

    y otra area.

    En cualquier caso todo ello estara relacionado con los

    cultos a la Fecundidad. Las piedras esfricas eran imagen del

    Huevo de la Creacin. La Diosa Madre o Virgen, asociada a

    estas piedras, era imagen de la Naturaleza fecunda que da vida

    a ese Huevo. Para el hombre primitivo fecundar es crear, es

    dominar la Naturaleza, es hacer que la Naturaleza le someta a

    sus leyes y evoluciones recrendose.

    La Fecundidad es el conocimiento de la clave de la Crea-cin. Es la idea central en el primer atisbo inteligente de la

    especie humana.

    3

    LA ESPIGA Y LA DIOSA

    I

    ~

    ,

    La primera revolucin de que tenemos noticia ocurri

    hace unos doce mil aos. Los arquelogos e historiadores la

    han llamado revolucin neoltica o revolucin agrcola.

    En qu consisti esta revolucin?

    Hasta entonces, y a lo largo de los muchos miles de aos

    que abarca la lenta evolucin de la especie humana, el hombrehaba basado su subsistencia en una economa recolectora.

    Coma de lo que tomaba de su entorno: frutos, semillas, races,

    o de lo que cazaba o pescaba. Socialmente se organizaba en

    hordas poco numerosas. Cuando los alimentos comenzaban

    a escasear, la horda se trasladaba a otra r