JUGUETE RABIOSOJUGUETE RABIOSO Siempre es cautivante cuando un niño juega, su despliegue en el...
Transcript of JUGUETE RABIOSOJUGUETE RABIOSO Siempre es cautivante cuando un niño juega, su despliegue en el...
JUGUETE RABIOSO
Siempre es cautivante cuando un niño juega, su despliegue en el espacio
atrapa la mirada de cualquiera que se detenga un instante a ver. Nada es estático, aunque muchas
veces podamos verlos sentados, jugando.
Un juguete rabioso, y no un niño rabioso con un juguete, o porque no ambos,
son las escenas en las que un juego puede darse a jugar.
En una oportunidad mirando la obra de Carlos Alonso, pintor argentino, de
una basta producción. Me encontré con una serie de pinturas a las que llamó Juguete Rabioso,
lejos de referirse a la novela de Roberto Arlt, ahí retrataba niños empuñando juguetes, cobrando
vida y transmitiendo lo inadecuado de una reacción, o lo incómoda de una situación en la que
eran protagonistas. Apareciendo en esas pinturas, la doxa que idealiza la infancia y esos rostros
deformes de esos niños, en los que cuesta reconocerles algún rasgo de lo infantil. Tome un
cuadro de esa serie porque creo representa el juego de un niño. En esa pintura, una niña en
cuclillas con un gesto de alegría ante el encuentro con su muñeca, extiende su brazo, su mano
abierta apoya su palma sobre el cuerpo de trapo, permitiendo que los dedos se amolden a él. El
apretón que lo prensa, la empodera, y en ese empoderamiento se yergue sobre sus piernas, el
tronco se erecta, el brazo se levanta y sosteniendo fuertemente a su muñeca la levanta unos
centímetros del suelo. Su cara pícara mirando a un ojo imaginario, hace una mueca grotesca.
La muñeca vuelve a quedar en el piso. Una fuerza intempestiva parece apoderarse de todo el
cuerpo de la niña. La muñeca es arrancada violentamente de donde la había dejado. Recorre
como estrella fugaz su cuerpo, la brisa de los pelos lanudos y lo tibio de la villela que hace al
cuerpo de la muñeca, dejan una cálida estela que roza el rostro de la niña.
Los ojos entrecerrados, la boca abierta a un abismo, el repiqueteo de los pies
zapateando el piso, acompañan el movimiento violento con el que sacó del descanso apacible a
la muñeca. Esta vuelve al regazo de lo inerte, y, todo vuelve repetirse.
Así es el juego de un niño. El amor y el odio hacen juntura, y al modo de un
oxímoron, este juguete rabioso sale no ileso pero sobreviviendo a los embates a los que es
sometido. Resistiendo. Entonces, servirá para otra batalla.
Juguete que se presta a juego, juego jugado por medio del juguete, nos
muestra que en principio un juego se juega en una escena, la escena en el sentido teatral es la
representación de un espectáculo ante un público. A toda escena la atraviesa una regla, en el
caso del teatro está el texto guionado de aquello a lo que se representa, hay actores que
representan el guion siguiendo las indicaciones del director, todos se dirigen al público que en
sus butacas esperan y sostienen con su mirada la escena que es representada. Haciendo un
paralelismo que lejos está de ser llevado a cabo punto por punto, la escena analítica en el juego
con un niño, también es atravesada por una regla, esta guionada y dirigida a un público, el guion
es el texto del niño y el público es, el propio niño (actor y publico) jugado en ese juego, y el
analista que asiste a esa escena inédita que se desarrollará, y que ambos, no saben cómo
concluirá.
El juego es un texto compuesto por significantes, lo rigen las leyes de la
composición interna, es decir, qué en ese juego jugado, hay tanto la afirmación que le permite
su existencia, como la negación concomitante que él mismo entraña.
Lo que el juego le permite al niño es repudiar la realidad para sostener su
creencia.
Regido por el principio del placer, el juego entra en conflicto con el principio de
realidad que le impone el psiquismo. Freud le da lugar a la alucinación en el aparato
planteándola en relación al deseo, si bien el juego no es estrictamente una alucinación, se
emparenta, El juego permite el armado de otra escena, una escena donde el niño despliega su
texto, sus deseos, sus fantasías. Así el juego escapa a la instancia crítica del principio de realidad
situándose en ese espacio que le permite la apertura de la realidad en otra escena, negándolo y
al mismo tiempo sometiéndose a él. Es allí, donde se le permitirá que sea.
El psiquismo le permite su existencia al juego en tanto soporta la instancia
crítica y la repudia, como resto de la operación, se juega un juego. Evitando esta crítica, se
desarrolla en otra escena, allí donde acantonada se despliega resguardada.
El juego se juega en otra escena, allí donde se monta y despliega lo que a un
niño le pasa. El despliegue es posibilitado por un juguete, que no es cualquiera, ese juguete
elegido por el niño será el que le permita recorre un espacio y un tiempo, permitiéndole ser él
y no serlo, habilitando así, que se juegue en un juego. Este juguete tiene como condición
sobrevivir a los embates a los que será sometido, es al final de la operación que sabremos si
adquirió ese estatuto. El juguete queda como resto de la operación.
Cierta distancia entre el juguete que encarna el personaje y el que protagoniza
la escena analítica debe darse para que pueda desplegarse la escena lúdica, si esto no se produce
no habrá juego, hay realidad. Esa que descarnada impide al niño su despliegue, no es un
personaje, es él mismo al que le sucede. Entonces todo se rigidiza y se torna inmóvil.
Cuando asistimos a un hecho de estas características, damos cuenta que cobra
estatuto de grave, no que es grave que no juegue, sino que es grave el padecimiento de ese niño,
que se manifiesta en su inmovilidad.
En el espacio analítico lo primero que hay que propiciar es que se arme la
escena del juego, cuando ese texto comienza a desplegarse, el analista podrá intervenir, sin él,
quedará fuera de juego.
Como todo juego para ser jugado requiere de una regla, a diferencia del juego
reglado, donde la regla es puesta por otro, en este caso la regla es la que se impone en ese juego
singular y remite al sujeto que juega, es inherente al juego mismo.
Así como la regla atraviesa al juego, este se da en un tiempo. No solo porque
se da en el espacio de una sesión que marca un comienzo y un fin. Sino que el juego se juega
en un tiempo propio, es un tiempo no apurado, como lo decía la letra de una canción infantil.
Ese tiempo en el que el juego se despliega, se despliega el tiempo del sujeto.
Cuando están presentes estas variables, tiempo, regla interna, creencia, se dan
las condiciones para que se arme otra escena, y con ella el juego. Entonces uno como analista
puede intervenir, y, asiste a los actos que no se produjeron en la vida subjetiva.
Si bien pueden darse en el ámbito analítico y no dejan de ser ganancia para el
sujeto. Son actos que no suplen lo no acontecido subjetivamente.
El juego puede leerse como acto, con lo cual tiene relación con el significante,
permite escribir lo no escrito. Sería un acto del orden escritural, que se juega (escritura) en la
escena analítica.
Daré cuenta de lo que planteamos teóricamente mediante la presentación de
una viñeta clínica. Se trata de Corina, una niña de 7 años. Sus papás consultan porque no para,
no se controla. La mamá dirá que Corina “quiere controlarse, pero no puede”. El “no
controlarse”, significa que ante una regla impuesta por los padres, no puede dejar de contestarles
o insultarlos. Con sus compañeros y amigos, el “no controlarse” implica lo mismo.
Toma como juguetes las Barbies, con ellas arma escenas donde intervienen
varias muñecas, y se disputan el amor de un hombre. Para obtenerlo son capaces de generar
cualquier artilugio para conseguir su objetivo: conquistarlo.
A su vez, los hombres engañan a las mujeres con las que tienen una relación.
Suelen tener hijos con sus parejas y con sus amantes. Genera situaciones donde se encuentra la
mujer, la amante y el hombre disputado. En esas escenas es el hombre quien profiere palabras
dolorosas a su mujer, para dar cuenta de que ya no la quiere y que elige a su amante. La escena
se continúa, este hombre vuelve con la que era su mujer, para posteriormente retornar con su
amante. En el medio se suscitan escenas de desprecio con los hijos que tiene con ambas. Todo
se torna caótico, no hay ninguna regla que regule, dejando casi sin intervención al analista.
Estas escenas se repiten durante un largo periodo, hasta que un día, en la
escena desplegada, el amante seduce a la hermana de la que iba a ser su mujer. La analista le
dice que eso no es posible, que es un gran lío, qué si eso sucediera, las hermanas se separarían
para siempre y la que era amante tendría una fuerte sanción social.
Corina dice que esa escena es verdadera, porque lo vio en una novela. Al final
de esa sesión dirá que a ella le encantan los líos.
No solo la novela le aseguraba una verdad en la que creía Corina, sino que
estas escenas eran vividas a diario en la casa de la abuela materna.
Estas historias de amores, desamores, engaños, eran las que Corina plasmaba
en cada encuentro. No estaba presente la dimensión del “dale que yo era”…, sino que ella, era.
Entre el juguete y ella no había distancia.
Se le suman también los dichos de la abuela materna para con su propia hija,
“sos una inútil”, “vos, no podes con esta chica”. Al mismo tiempo le pide que intervenga con
Corina cuando ella no puede con la niña.
Un día siguiendo la misma temática, Corina toma una de las muñecas y en un
solo movimiento engancha la cabeza en una de las ranuras de un radiador y le arranca la cabeza.
Se sorprende, no pensó que esto podía pasar, la intenta arreglar pero no es posible. Se que queda
en silencio, sentencia que ya no jugará más con las muñecas, que ella es una asesina por haberle
arrancado la cabeza.
La intervención de la analista, fue dejar en un lugar visible el cuerpo y la
cabeza de la muñeca. Este pasaje al acto debía ser subjetivado.
Durante los primeros tiempos después del hecho sucedido, Corina no reparó
en la muñeca. Un día llegó a sesión y se detuvo en ella, la tocó y apoyó la cabeza sobre el cuello.
En otra oportunidad manipuló más tiempo el cuerpo y la cabeza.
Cierto día pide las Barbies y elige otro sector del consultorio para jugar,
argumentando que como ahí no hay radiador no tiene forma de romperlas.
La analista le dirá que la Barbie mamá perdió la cabeza, entonces, Corina
comenzara a hablar, y dirá que una madre puede perder la cabeza porque una hija la hace
renegar.
Esa Barbie no es su madre, y, ella no es esa hija que hace perder la cabeza.
La intervención apuntaba a clivar a ella del objeto, pudiendo generar cierta distancia.
Si esto es posible, podrá entonces posibilitar una escritura, y, entonces una
escena de juego podrá instalarse y jugarse. Dejará de ser una niña rabiosa con su juguete para
pasar a ser el juguete rabioso de esa niña. Esa será la apuesta.
Lic María Fernanda Desac
BIBLIOGRAFIA
Agamben Giorgio, INFANCIA E HISTORIA, Edit Adriana Hidalgo, 6ta edición 2015
Beisim Marta, CONFERENCIAS Y ESCRITOS, sin publicación, 2019
Benjamin Walter, JUGUETES, Edit Casimiro, 2da edición 2016
Freud Sigmund, EL POETA Y LOS SUEÑOS DIURNOS (1907/08), Edit Ballesteros, tomo II
Freud Sigmund, PULSIONES Y SUS DESTINOS 1915, Edit Ballesteros, tomo II
Freud Sigmund, MAS ALLA DEL PRINCIPIO DEL PLACER, Edit Ballesteros, tomo III
Freud Sigmund, EL BOLCK MARAVILLOSO 1924, Edit Ballesteros, tomo III
Mannoni Octave, LA OTRA ESCENA: CLAVE DE LO IMAGINARIO, Edit Amorrortu, 4ta
reimpresión 2006
JUGUETE RABIOSO
Siempre es cautivante cuando un niño juega, su despliegue en el espacio
atrapa la mirada de cualquiera que se detenga un instante a ver. Nada es estático, aunque muchas
veces podamos verlos sentados, jugando.
Un juguete rabioso y no un niño rabioso con un juguete, o, porque no, ambos,
son las escenas en las que un juego puede darse a jugar.
Carlos Alonso lo representó en un cuadro, donde en una serie de fotografías
es retratada una niña con su muñeca, finalizando el movimiento que se inicia en esas imágenes
en la niña pintada en el óleo que compone la obra.
En esa pintura, una niña en cuclillas con un gesto de alegría ante el encuentro
con su muñeca, extiende su brazo, su mano abierta apoya su palma sobre el cuerpo de trapo,
permitiendo que los dedos se amolden a él. El apretón que lo prensa, la empodera y en ese
empoderamiento se yergue sobre sus piernas, el tronco se erecta, el brazo se levanta y
sosteniendo fuertemente a su muñeca la levanta unos centímetros del suelo.
La cara pícara mirando a un ojo imaginario, hace una mueca grotesca, la
muñeca vuelve a quedar en el piso. Una fuerza intempestiva parece apoderarse de todo el cuerpo
de la niña. La muñeca es arrancada violentamente de donde la había dejado. Recorre como
estrella fugaz su cuerpo, la brisa de los pelos lanudos y lo tibio de la villela que hace al cuerpo
de la muñeca, dejan una cálida estela que roza el rostro de la niña.
Los ojos entrecerrados, la boca abierta a un abismo, el repiqueteo de los pies zapateando el piso,
acompañan el movimiento violento con el que sacó del descanso apacible a la muñeca. Esta
vuelve al regazo de lo inerte, y, todo vuelve repetirse.
Así es el juego de un niño. El amor y el odio hacen juntura, y, al modo de un
oxímoron este juguete rabioso sale no ileso pero sobreviviendo a los embates a los que es
sometido. Resistiendo. Entonces, servirá para otra batalla.
Juguete que se presta a juego, juego jugado por medio del juguete, nos
muestra que en principio un juego se juega en una escena, la escena en el sentido teatral es la
representación de un espectáculo ante un público. A toda escena la atraviesa una regla, en el
caso del teatro está el texto guionado de aquello a lo que se representa, hay actores que
representan el guión siguiendo las indicaciones del director, todos se dirigen al público que en
sus butacas esperan y sostienen con su mirada la escena que es representada. Haciendo un
paralelismo que lejos está de ser llevado a cabo punto por punto, la escena analítica en el juego
con un niño, también es atravesada por una regla, esta guionada y dirigida a un público, el guión
es el texto del niño y el publico es, el propio niño (actor y publico) jugado en ese juego y el
analista que asiste a esa escena inédita que se desarrollará y que ambos, tanto el niño como el
analista no saben como concluirá.
El juego es un texto compuesto por significantes, lo rigen las leyes de la
composición interna, es decir que en ese juego jugado, hay tanto la afirmación que le permite
su existencia, como la negación concomitante que él mismo entraña.
Lo que el juego le permite al niño es repudiar la realidad para sostener su
creencia.
Regido por el principio del placer, el juego entra en conflicto con el juicio de atribución
que el principio de realidad le impone al psiquismo. Freud le da lugar a la alucinación en el
aparato planteándola en relación al deseo, si bien el juego no es estrictamente una alucinación,
se emparenta, El juego permite el armado de otra escena, una escena donde el niño despliega
su texto, sus deseos, sus fantasías. Así el juego escapa a la instancia crítica del principio de
realidad situándose en ese espacio que le permite la apertura de la realidad en otra escena,
negándolo y al mismo tiempo sometiéndose a él. Es allí donde se le permitirá que sea.
El psiquismo le permite su existencia al juego en tanto soporta la instancia
crítica y se la repudia, como resto de la operación se juega un juego. Evita esta crítica mediante
el repudio, se desarrolla en otra escena, allí donde acantonada se despliega resguardada.
El juego se juega en otra escena, allí donde se monta y despliega lo que a un
niño le pasa. El despliegue es posibilitado por un juguete, que no es cualquiera, ese juguete
elegido por el niño será el que le permita recorre un espacio y un tiempo, permitiéndole ser él
y no serlo al mismo tiempo, habilitando así, que se juegue en un juego. Este juguete tiene como
condición sobrevivir a los embates a los que será sometido, es al final de la operación que
sabremos si adquirió ese estatuto. El juguete queda como resto de la operación.
Cierta distancia entre el juguete que encarna el personaje y el que protagoniza
la escena analítica debe darse para que pueda desplegarse la escena lúdica, si esto no se produce
no habrá juego, hay realidad. Esa que descarnada impide al niño su despliegue, no es un
personaje, es él mismo al que le sucede. Entonces todo se rigidiza y se torna inmóvil.
Cuando asistimos a un hecho de estas características, damos cuenta que cobra
estatuto de grave, no que es grave que no juegue, sino que es grave el padecimiento de ese niño,
que se manifiesta en su inmovilidad.
En el espacio analítico lo primero que hay que propiciar es que se arme la
escena del juego, cuando ese texto comienza a desplegarse, el analista podrá intervenir, sin él,
quedará fuera de juego.
Como todo juego para ser jugado requiere de una regla, a diferencia del juego
reglado, donde la regla es puesta por otro, en este caso la regla es la que se impone en ese juego
singular y remite al sujeto que juega, es inherente al juego mismo.
Así como la regla atraviesa al juego, este se da en un tiempo. No solo porque
se da en el espacio de una sesión que marca un comienzo y un fin. Sino que el juego se juega
en un tiempo propio, es un tiempo no apurado , como lo decía la letra de una canción infantil.
Ese tiempo en el que el juego se despliega, se despliega el tiempo del sujeto.
Cuando están presentes estas variables, tiempo, regla interna, creencia, se dan
las condiciones para que se arme otra escena, y con ella el juego. Entonces uno como analista
puede intervenir, y, asiste a los actos que no se produjeron en la vida subjetiva.
Si bien pueden darse en el ámbito analítico y no dejan de ser ganancia para el
sujeto. Son actos que no suplen lo no acontecido subjetivamente.
El juego puede leerse como acto, con lo cual tiene relación con el significante,
permite escribir lo no escrito. Sería un acto del orden escritural, que se juega (escritura) en la
escena analítica.
Daré cuenta de lo que planteamos teóricamente mediante la presentación de
una viñeta clínica. Se trata de Corina, una niña de 7 años. Sus papás consultan porque no para,
no se controla. La mamá dirá que “corina quiere controlarse, pero no puede”. El “no
controlarse”, significa que ante una regla impuesta por los padres, no puede dejar de contestarles
o insultarlos. Con sus compañeros y amigos, el “no controlarse” implica lo mismo.
Toma como juguetes las Barbies, con ellas arma escenas donde intervienen
varias muñecas, y se disputan el amor de un hombre. Para obtenerlo son capaces de generar
cualquier artilugio para conseguir su objetivo, conquistarlo.
A su vez, los hombres engañan a las mujeres con las que tienen una relación.
Suelen tener hijos con sus parejas y con sus amantes. Genera situaciones donde se encuentra la
mujer, la amante y el hombre disputado. En esas escenas es el hombre quien profiere palabras
dolorosas a su mujer, para dar cuenta de que ya no la quiere y que elige a su amante. La escena
se continúa, éste hombre vuelve con la que era su mujer, para posteriormente retornar con su
amante. En el medio se suscitan escenas de desprecio con los hijos que tiene con ambas. Todo
se torna caótico, no hay ninguna regla que regule, dejando casi sin intervención al analista.
Estas escenas se repiten durante un largo periodo, hasta que un día, en la
escena desplegada, el amante seduce a la hermana de la que iba a ser su mujer. La analista le
dice que eso no es posible, que es un gran lío, que si eso sucediera, las hermanas se separarían
para siempre y la que era amante tendría una fuerte sanción social.
Corina dice que eso que ella juega es verdadero, porque lo vio en una novela
al final de esa sesión dirá que a ella le encantan los líos.
No solo la novela le aseguraba una verdad en la que creía Corina, sino que
estas escenas eran vividas a diario en la casa de la abuela materna.
Estas historias de amores, desamores, engaños, eran las que Corina plasmaba
en cada encuentro. No estaba presente la dimensión del “dale que yo era”…, sino que ella, era.
Entre el juguete y ella no había distancia.
Se le suman también los dichos de la abuela materna para con su propia hija,
“sos un inútil”, “vos, no podes con esta chica”. Al mismo tiempo le pide que intervenga con
Corina cuando ella no puede con la niña.
Un día siguiendo la misma temática, Corina toma una de las muñecas y en un
solo movimiento engancha la cabeza en una de las ranuras de un radiador y le arranca la cabeza.
Se sorprende, no pensó que esto podía pasar, intenta arreglarla pero no es posible. Se que queda
en silencio, sentencia que ya no jugará más con las muñecas.
La intervención de la analista, fue dejar en un lugar visible el cuerpo y la cabeza de la muñeca.
Este pasaje al acto debía ser subjetivado.
Durante los primeros tiempos después del hecho sucedido, no reparó en la
muñeca. Un día llegó a sesión y se detuvo en ella, la tocó y apoyó la cabeza sobre el cuello. En
otra oportunidad manipuló más tiempo el cuerpo y la cabeza.
Cierto día pide las Barbies y elige otro sector del consultorio para jugar,
argumentando que como ahí no hay radiador no tiene forma de romperlas.
La analista le dirá que la Barbie mamá perdió la cabeza, entonces, Corina
comenzara a hablar, y dirá que una madre puede perder la cabeza porque una hija la hacer
renegar.
Esa Barbie no es su madre, y, ella no es esa hija que hace perder la cabeza.
La intervención apuntaba a clivar a ella del objeto, pudiendo generar cierta distancia.
Si esto es posible, podrá entonces posibilitar una escritura, y, entonces una
escena de juego podrá instalarse y jugarse. Dejará de ser una niña rabiosa con su juguete para
pasar a ser el juguete rabioso de esa niña. Esa será la apuesta.