Jullien, Francois - LA PROPENSIÓN de LAS COSAS Para Una História de La Eficacia en China

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    François Jullien

    La propension de las cosas

    Para una historia de la eficacia en China

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    François Jullien

    LA PROPENSIÓNDE LAS COSAS

    Para una historiade la eficacia en China

    Presentación de Reyes Mate Traducción de Alberto Sucosas

     Esta obra se beneficia del apoyo del Sen’icio Cultural de la Embajada   de Francia en España y del Ministerio francés de Asuntos Exteriores, en el marco 

     del programa de Participación en la Publicación (P.A.P. Ga r c í a  L o r c a )

     Publicada con la ayuda del Ministerio francés  de Cultura - Centro Nacional del Libro

     A

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    PENSAMIENTO CRÍTICO/PENSAMIENTO UTÓPICO

    Colección dirigida po r José M. Ortega

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    Pensar de Nuevo

    Proyecto editorial realizado en colaboración entre la Embajada  de Francia en España, el Collège International de Philosophie 

    y Anthropos Editorial

    Dirigido por Reyes Mate (Insto, de Filosofía) y François Jullien (Collège International de Philosophie)

    Títulos aparecidos

    Paul RICOEURDe otro m odo. Lectura de De otro modo que ser  

    o más allá de la esencia de Emmanuel Levinas, 1999

    Alain BADIOUSan Pablo. La fundac ión del universalismo, 1999

    Franço is JULLIENLa propensión de las cosas.

    Para u na h istoria de la eficacia en China, 2000

     De próxima aparición

    Alain DE LIBERAPensa r la Edad Media

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     A m i madre, el último verano

    Guillestre, 1990

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    La prop ens ión de las cosas. Para un a historia de la eficacia en China /François Jullien ; presentación de Reyes Mate ; traduc ción de Alberto Sucasas.

     — R ubí (Barce lona) : Anthropos Editorial, 2000

    XVI p. + 271 p. ; 20 cm. — (Pensam iento Crítico / Pensamiento Utópico ;

    113. Pe nsa r de nuevo)

    Tít. orig.: «La propension des choses. Pour une histoire de l’efficacité en Chine»ISBN 84-7658-582-9

    I. Sinología 2. Filosofía y cultura china 3. Cl término che  I. Mate, R., près.II. Sucasas, A., tr. III. Título IV. Colección

    130.2(51)

    Título original: La propensión des choses. Pour une histoire  de l'efficacité en Chine

    Prim era edición en Anthropos Editorial: 2000

    © Editions du SeuiJ, 1992© Anthropos Editorial, 2000Edita: Anthropos Editorial. Rubí (Barcelona)ISBN: 84-7658-582-9Depósito legal: B. 32.254-2000Diseño, realización y coordinación: Plural, Servicios Editoriales

    (Nariño, S.L.), Rubí. Tel. y fax 93 697 22 96Impresión: Edim, S.C.C.L. Badajoz, 147, Barcelona

    Impreso en E spañ a - Printed in Spain

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, enninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquimico, electrónico, magnético, elec-troóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

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    PRESENTACIÓN

    1. Se tra ta de nosotros, de Europa , de la filosofía europea, pero pasando por China. «Si se pasa p or China es para mejo r leerel griego», dice François Jullien. ¿Acaso no es demasiado desvío?,se preguntarán muchos. Si de lo que se trata es de comprenderm ejor la filosofía, que es la joya de la corona de la cultura euro

     pea, ¿por qué ir tan lejos?Por tres razones, dice el autor. En prim er lugar, pa ra ten er un

     punto de observación distanciado que perm ita hacerse una ideacabal de lo europeo en su conjunto. Ese pu nto de vista no puedeestar en el interior, no puede formar parte de la cultura matrizindo-europea. En segund o lugar, p ara pod er salir de la historia,de la propia historia y de la visión histórica de las cosas, todo ellotan europeo. Para este menester, culturas m arginadas por Eu ro

     pa, pero relacionadas con ella, como son la árabe o la judía , noserían tan eficaces como la cultura china, tan fuera de nuestra

    historia occidental y de nues tra visión histórica de las cosas. Finalmente, p or ser un a cultura originaria y docum entada. La china, a diferencia, po r ejemplo, de la japonesa , es un a cultura originaria con un pensam iento fijado en testimon ios escritos que la

     perm iten ser visitada por otros pensadores o filósofos y no sólo por antropólogos.

    François Jullien es un filósofo francés que se ocupa, pues, delas cuestiones que ha n in quietado a la filosofía occidental, desde

    los griegos hasta Foucault, deteniéndose en Sto. Tomás, Descartes, Hegel o Sartre, pero, eso sí, pasando p or China. Cada una desus obras se plantea u n pro blem a concreto, la insipidez, la sabiduría, la historia, la estética, y lo ilum ina pro yectando sobre él elm odo chino. Al final de libro, el lec tor sab rá no sólo algo más sino

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    algo distinto del tema, distinción que tiene que ver con una visiónmás delimitada —y, por tanto, más modesta— de la definiciónoccidental del problema.

    2. China queda lejos de Europa y el pensam iento chino es, parala filosofía occidental, una fruta exótica, a medio cam ino entre lasconsejas campestre-revolucionarias de Mao y el misticismo del Ti bet. Esa distancia, rayana a la indiferencia, ha quedado fijada canónicamente po r Hegel cuando, en su Filosofía de la Historia, adjudicaa la China «una historia no histórica» (!), esto es, que sólo la podemos relacionar con la historia «en la medida en que ha sido objetode búsqueda y explotación por parte de los otros países». La China

    sólo ha conocido la historia por haber sufrido las consecuencias desu relación con los pueblos con historia, es decir, por haber sidoobjeto de pueblos históricos. Si recordam os que en ese tablero de lahistoria, donde se juega el destino de la hum anidad, Europa ocupael proscenio porque es el «espíritu universal», esto es, la punta delanza de la marcha de la hum anidad hacia su realización, entenderemos el desinterés o, mejor, la indiferencia de la filosofía europea por una cultura cuya inmadurez la obliga a seguir disciplinadamente la estela occidental.

    Ese prejuicio eurocéntrico, sólidam ente asen tado en la filosofía, qued a definitivamente pulverizado con la lectura de FrançoisJullien. El lector, en efecto, tomará conciencia de que existenotras form as de inteligibilidad o de lectura de la realidad que no pasan por el cedazo del verbo ser, ni resultan de la superación delmito p or el logos. Gracias a la alianza entre la palabra logos y elverbo ser, la filosofía ha creado conceptos geniales com o los deser, Dios, libertad, individuo, etc. El pensamiento chino, s in em bargo, que desconoce el verbo ser y el dram a mito-/ogos, no haenm udecido ante la realidad sino que la ha entend ido e interpretado de otro manera, según otros «pliegues», recurriendo, porejemplo, a la lógica del proceso, del mundo como dispositivo o elideal de la regulación.

     No es la in tención del autor la de colocar el pensamiento chi

    no jun to al europeo y declarar luego solemnemente el principiodel relativismo cultural, como si todo valiera lo mismo. Repitoque François Jullien no es un antropólogo sino un filósofo y,com o tal, no puede renu nc iar a la pretensión de universalidad. Elque ese principio fuera descubierto po r Grecia, precisam ente al

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     pasar del rela to mítico, como princip io explicativo, a la argum entación del logos, no implica que haya que resignarse a las explicaciones concretas que la filosofía occidental ha dado de esa universalidad. Una cosa es reconocer la validez del principio de uni

    versalidad, y otra m uy distinta es acepta r que tal o tal explicaciónde ese principio sea realmente universal. Ya hemos insinuadoque el «espíritu universal» hegeliano, por muy entronizado queesté en el santo ral filosófico, no es universal.

    3. El problem a de la universalidad está, pues, abierto y lo queel autor plantea es abordarle mediante una estrategia que tienedos momentos. E n prim er lugar, el de la deconstrucción, tanto de

    los universalismos particularistas com o de los relativismos perezosos. Los universalismos particularistas son legión en nuestrahistoria filosófica, pues sistemáticamente hemos identificado loracional con lo occidental. Hasta el sabio Max W eber se pregunta

     ba, en un gesto retórico, tan ciego como grandilocuente, «¿por quéen Europa, y sólo en Europa , ha habido ciencia?». Y ya sabemosque hab lar de ciencia es hab lar de razón tout court. Los relativis

    mos perezosos serían aquellos que, sabiéndose diferentes de larazón occidental, renuncian a toda pretensión de universal y serefugian en el cómodo rincón de «lógicas provinciales», que aca

     ban siendo «lógicas provincianas».El segundo momento de la susodicha estrategia consiste en

     plantearse la universalidad no sumando lo chino a lo griego, sinorecurriendo a lo chino p ara hacer ver a lo griego que existe todo uncontinente de la realidad impensado, que está po r pen sar y que da

    qué pensar... al logos. Jullien lo lleva a cabo provocando, a la horade tra tar un tema específico, discretos desplazam ientos analíticosque por tan al pensam iento de una clave a otra, de suerte que nuestras representaciones establecidas sobre esa cuestión empiezan acambiar, a transform arse y a enriquecerse.

    En la medida en que aceptamos una crisis de los cánones inter pretativos modernos, estamos obligados, para seguir avanzando,a deconstruir y deshacer las entretelas de unas reglas de juego muy

    arraigadas en nuestra trad ición filosófica. Lo que Jullien añade esque la deconstrucción tiene que hacerse desde el exterior de esacultura, pues cualquier deconstrucción desde el interior (aunque sea remitiéndose a las fuentes judías) no po drá rom per los límites de una dialéctica de la razón —de una dialéctica de la ilus

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    tración—, en cuyo caso difícilmente podrá hablarse de deconstrucción. «Sólo China —escribe— puede constituir otra  fuente(distinta de la heleno-judía), tan original como aquélla.»

    4. El m étodo adoptado no es, pues, el de invocar algún tipode razón transcendental que pueda am pa rar las distintas racionalidades que en el mundo han sido, sino el de iluminar problemas que son los nuestros, pero «inter-calando» (una expresiónque apa rece con frecuencia), es decir, haciendo calas para abrir elcampo de lo pensable, mostrando lo todavía impensado por larazón occidental.

    En el libro Le détour et l’accès, la cala se efectúa en el campo deldiscurso y del sentido. Ni el discurso ni la búsqueda de sentido se

     plantean igualmente en la filosofía europea y en el pensamientochino. Para los occidentales, la lógica del discurso tiene una estrategia sem ejan te a las de las legiones griegas: formación en línea,dispuesta al choque frontal, a la luz del día y mirando de frente alenemigo. La estrategia china es como su propia arte militar. Loque im porta es el dispositivo de los elementos que pueden llevar a

    la victoria, incluso antes de que se produzca el choque. Todo seaventura previamente, un momento antes de que los acontecim ientos tengan lugar. El secreto está en el funcionamiento de lasdeterminaciones. El autor remite este modo de ser al término che, que evoca la potencialidad que emerge de la oportuna disposiciónde los elementos que entran en el juego de la acción. Frente a lafrontalidad occidental, una cierta distracción. Esta diferencia enla estrategia bélica tam bién se refleja en la lógica del discurso. Si la

    filosofía cifra la verdad en una especie de asedio a la realidad, el pensam iento chino la mantiene a distancia, una «distancia alusiva» ya que ese trecho entre la realidad y el acompañante es lo que perm ite acceder a ella.

    En otro de sus libros, Éloge de la fadeur,  la cala se hizo en elcam po de la estética, m ostrando cómo la insulsez puede cam biarde signo y ser altamente positiva. Lo «insípido» es lo que puedeser a la vez lo uno y lo otro. Estam os lejos del princip io de identi

    dad o de no contradicción. Aquí, lo concreto no excluye ninguna posib ilidad y esa apertura es una dicha.

    En Fonder la morale, el lugar del análisis y de la confrontaciónes la moral. Desde que la razón adulta, la Ilustración, se hizocargo de la moral, no ha cesado de preguntarse por qué ser bue

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    no. Ya no tiene sentido la moral en tercera persona (hay que ser bueno porque Dios lo quiere) sino que hay que recurrir a la razóny a la libertad. ¿Es posible fundar la moral de otra manera? Sí,responde el pen sam iento chino, si reconocemos una comunidad

    de experiencia com pasiva y de exigencia.El concepto de eficacia es otro lugar privilegiado para la dife

    rente óptica de una y otra cultura. En su Tratado de la eficacia, Jullien contrasta la estrategia occidental basada en la relaciónentre medios y fines al «potencial situacional» de la estrategiachina para la que lo decisivo es la relación en tre condicionante yconsecuencia. Si Occidente busca el logro del objetivo por el camino m ás rápid o y lógico, China concibe el efecto com o el fruto

    maduro de las circunstancias.Un sage est sans idée, tiene como tem a de reflexión a la filoso

    fía misma. Europa está orgullosa de su filosofía, pero, vista lacosa desde China, se la invita a que tome conciencia del precio pagado. La pregunta por el ser del ente supone perder de vista loque es próximo, las evidencias de la vida, los fondos de inmanencia. Para el filósofo, todo eso es calderilla, accidentes, contingencias; para el sabio chino, es lo que da qué pensar.

    El texto presente, L a p r o p e n s ió n DE l a s c o s a s . P a r a u n a h i s t o r i a DE LA EFICACIA EN CHINA, tiene valor de introducción generalal pensamiento de François Jullien. Siguiendo las huellas de untérmino esquivo e inquietante — che — que se si túa allende lo estático y lo dinám ico, el ser y el estar, pues significa tan to la disposición de las cosas (es decir, lo relativo a la es tru ctura y a la configuración de las cosas) como la fuerza y movimiento que de ellas se

    desprende, Jullien nos invita a visitar distintas áreas de la actividad humana: la estrategia militar, el poder, la estética, la historiao la naturaleza .

    Para el conocimiento de todas esas áreas, el pensamiento chino recurre a un esquem a fundamental: habérselas con la realidadcomo si ésta fuera un dispositivo cuyo seguimiento nos desvelarasu verdad. La sabiduría consiste en sacar el máximo provecho dela fuerza o propensión que surge de la realidad misma. El autor

    aísla el núcleo duro del modo de pensar chino, aplicándolo congracia y agilidad a los campos arrib a indicados.

    5. A lo largo de ese inusual viaje po r el m icromundo del pensamiento, algunas cosas van quedando claras.

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    En primer lugar, las constantes del pensamiento occidental.Visto desde la orilla china, la larga y compleja h istoria de la filosofía europea apa rece m ucho m ás hom ogénea y continuista que loque noso tros imaginamos. P ara nuestros contemporáneos, la dis

    tancia entre el mundo secular m oderno y el teocrático medievales insalvable. El chino descubre que la distancia en tre conceptosteológicos y secularizado s (en tre Dios y la Razón) no es insalva

     ble. El ideal m oderno de libertad, sin ir m ás lejos, se em parentacon la idea de Dios y ésta con el desdoblam iento de la realidad enser y ente.

    E n segundo lugar, la diferencia en tre filosofía y pensam iento. No se puede reducir todo p ensar a la filosofía occidental. Visto el pensam iento chino desde la filosofía, podría caer en la tentació nde clasificarle como un cóctel exótico con una buena dosis deheracliteísmo (po r su lógica del devenir), más unas gotas de sofística (por «pasar» del ser), otras de escepticismo (por la desconfianza frente a la verdad), sin que falte el toque estoico (por elgusto de la inm anencia).

    Sería un lam entable error o, peor aún, una imperdonable fuga

    de energ ía cognitiva, pues sería tanto como verte r en odres viejosel vino nuevo, es decir, sería tanto com o reducir lo hasta ahoraimpensado a categorías de lo ya pensado. El pensamiento occidental sólo pued e acercarse al impulso que viene de oriente recu

     perando la frescura y capacidad de sorpresa que los pio neros jónicos co locaron com o el princip io del filosofar.

    Sería nar ra r, finalmente, el objetivo del libro si, al final, colocáram os en un estante el sab er que viene de Grecia, y en otro el

    que viene de China. Son dos mundos o, mejor, dos maneras deaproxim arse a la realidad y lo que nos perm ite la lengua, pese a su plu ralidad, es la traducción de u na en o tra y, por tanto , la inte rpelación y, en definitiva, un conocimiento menos limitado de la realidad. Hay que pa rti r de la diferencia, de la existencia de distintos

     pliegues del conocim iento de la realidad, pero para enseguidaafirm ar la «com unidad del pensable» (de lo que puede ser pensado y del pen sam iento que lo piensa).

    El libro está jalonado de casos en los que el abordaje chino dela realidad está a años luz del abordaje occidental. Lo que cabeentonces preguntamos es, por ejemplo, por qué el instrumentalteórico griego, polarizado en el conocimiento lógico, no ha logradover —o si lo ha visto, no ha logrado conservar— ese tipo de «inteli

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    gencia avispada» que se adapta a las circuns tancias sin tener quedeshacerse de ellas para decir lo que las cosas son. Y, viceversa, porqué en China no prendió el conocimiento lógico o no fueron cultivados sus prim eros brotes, y haya habido que esperar al siglo XX para

    que esa operación fuera realizada con éxito. Ni siquiera habría que reducirlas diferencias cognitivas al «genio» de un pueblo, m ás o m enos determinado por circunstanciasnaturales, sino que, según el autor, habría que hablar de legibilidad, de distintas lecturas de la realidad, de suerte que la preferencia por un a vela la otra, dejándola en el olvido o en la ignorancia.La lectura china de la realidad habría ilum inado el proceso de larealidad, es decir, los aspectos transitivos de la realidad, mientras

    que la filosofía europea se habría fijado en la transform ación de larealidad, en la reducción de la realidad a modelos ideados por elhombre para someter esa misma realidad.

    Pero esas distintas lecturas de la realidad no son vasos incomunicados. La visita al pensam iento chino no es un viaje de aventuras, sino la ocasión pa ra recategorizar  el pensamiento. Si tenemos presente que el conocimiento filosófico —y, por tanto, elcientífico— se ha estru cturado a part ir de la experiencia occidental, un a tom a en consideración de la experiencia de otros pueblosobligará a categorizar de nuevo el conoc imiento enriquecido. Lalejanía y consistencia del pensar en chino permite también unaoperación que desborda las posibilidades de la autocrítica occidental. El au tor la denom ina descarrilamiento de la filosofía, estoes, obligar a la filosofía occidental a salirse de los cánones establecidos y someterse a preguntas que h asta aho ra no se habían podido form ular desde dentro.

    Esa desestabilización conceptual no puede pretender sum arnuevas categorías a las ya conocidas, sino d escub rir que nuestrofilosofar supone desentenderse de toda u na m asa pensable, peroque hasta aho ra no ha sido pensada. Se trataría, pues, de resituarla actividad filosófica en u n m om ento previo al socrático, en ese punto en el que se sitúa lo pre-ordenado, pre-interrogado, pre-ca-tegorizado por el logos. Ese mundo, a nterio r a nuestras gramáti

    cas indoeuropeas, no es pas to de misticismos, sino que ya ha sidoobjeto de otro pensamiento. P or eso resulta tan absurdo el convencimiento occidental de que «la mística viene de oriente y larazón, de occidente».

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    6 . La obra filosófica de Franço is Jullien perm ite redimen- .sionar la filosofía y percib ir la d istancia entre filosofía y pensamiento.

    De la arrogancia de la razón occidental, identificando filosofía

    con pensamiento, hay sobradas pruebas. Se suele considerar parte de ese elenco de arrogancias, la reflexión de un cierto Heidegger que venía a decir que sólo se puede pensar filosóficamente engriego y en alemán. Pero, qu izá no haya que verla así, como unaboutade chauvinista o eurocèntrica. Europa, según Heidegger, nohabría en contrado otra m anera de estar en el m undo que preguntán do se po r el ser del ente, es decir, «haciendo filosofía». Por eso,añadía, hablar de «filosofía occidental» es una redundancia: no

    hay más filosofía que la occidental. Esa manera de entender laexistencia es una suerte y ima desgracia, es una g ran tarea y unterrible destino, tiene algo de grandeza y también de limitación.Es una desgracia porque nos limita a una forma de abordar larealidad, ya que hay otras m aneras de abrirse al mundo , de acercarse a él, de escucharle y de responderle, distintas a la que consiste en «la pregunta por el ser del ente». Esa limitación tiene,adem ás, u n sólido respaldo teórico: de acuerdo con su teoría de laverdad, tod o desvelam iento es un ocultamiento. La luz de la filosofía ha ocultado otras luces, nos ha cegado para otras visionesdel m undo .

    Lo que seguram ente Heidegger pretendía con su, a primeravista, arrogante dicho —«sólo se puede filosofar en griego o enalemán»— era reducir a sus justos límites el, po r otros, celebrado«genio europeo». Lo propio del famoso «genio» europeo sería la

     penetrante pregunta p or el ser del ente, que no es la única. Fuerade la preg un ta filosófica quedaría un continente de sentido. Heidegger habría pretendido, con su exabrupto, reconducir el «genio» europeo a sus justos límites, a los de la filosofía, llamando laatención sobre otras formas de pensar, que no son filosóficas,

     pero perm iten apro ximarse a la realidad. La  PROPENSIÓN DE LASc o s as . P o r u n a h i s t o r i a d e l a e f ic a c ia e n C h in a es una logradadem ostrac ión p ráctica de lo que puede valer filosóficamente otra

    forma de pensar.

    R e y e s  M a t e

    x v i

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    INTRODUCCIÓN

    I. Por un lado, pensam os la disposición de las cosas: condición, configuración, estructura; p or otro, lo que es fuerza y movimiento. Lo estático, por una parte; lo dinámico, por otra. Pero

    esa dicotomía, como cualquier dicotomía, es abstracta; no esmás que un recu rso m ental, u n m edio provisional —esclarece-dor, pero simplifícador— de representarse la realidad: ¿quéhay, entonces —deberemos preguntamos—, de aquello que,aban don ado en el intervalo, es condenado a la inconsistenciateórica y permanece, en consecuencia, am pliamente impensado, pero en lo que, sin embargo, está en juego —bien lo sabemos— lo único que realmente existe?

    La pregunta, reprimida por nuestro equipamiento lógico,no deja, sin embargo, de planteársenos: ¿cómo pensa r el dinamismo  precisamente a través  de la disposición? O también:¿cómo puede percibirse cualquier situación, simultáneamente, com o curso de las cosas?

    II. Una palabra china (che)*  nos servirá de guía en esta reflexión. Se trata, no obstante, de un térm ino relativam ente co

    * Shi  en  p in y in .  Mantendremos la transcripción che  en la exposición, porqueconcuerda mejor con nuestra pronunciación, m ientras que el pinyin   será utilizadouniformemente en las notas y referencias, así como en el glosario.

    El término che,  es el mismo que la palab ra vi, que se supon e que representa

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    mún, al que, de ordinario, apenas se atribuye alcance filosóficoni general. Pero esa palabra es, en sí mism a, fuente de confusión; y de esa confusión ha nacido este libro.

    Los diccionarios, por su parte, traducen el término tanto por «posición» o «circunstancias» como p o r «poder» o «potencial». En cuanto a los tradu ctores y exegetas, con la excepciónde un dom inio preciso (en política), la m ayo r parte de las vecescompensan su imprecisión al respecto con una nota a pie de

     página que se lim ita a d eja r constancia de la polisemia, s in atri buirle m ayor im portancia. Com o si sólo estuviésemos ante unade las num erosas imprecisiones del pensam iento chino (insuficientemente «riguroso»), a las que hay que resignarse y a lasque uno se acostum bra. Simple término p ráctico, forjado originalm ente pa ra las necesidades de la estrategia y la política, utilizado la mayoría de las veces en frases hechas y glosado casiexclusivamente por algunas imágenes recurrentes: en efecto,nada hay en él que pueda asegurarle la consistencia de unaautén tica noción —tal y como formuló su exigencia la filosofíagriega— con un a finalidad descriptiva y desinteresada .

    Ahora bien, lo que me ha atraído del término es, precisamente, su ambivalencia,  en la medida en qu e perturba de m anera insidiosa las antítesis consolidadas so bre las que se apoya

     —descansa— nuestra representación de las cosas: dado que esetérmino oscila ostensiblemente entre los puntos de vista delestatismo y el dinam ismo, se nos ofrece un hilo con duc tor paradeslizam os tras la oposición de planos en que se deja encerrarnuestro análisis de la realidad. Pero también invita a la refle

    xión el propio estatu to del término. Pues, a la vez que se constata que esa palabra, en los diversos contextos en que la encontramos, escapa a un a interpretación unívoca y sigue estando insuficientemente definida, nos damos cuenta de que juega un pa

     pel dete rm inante en la articulación del pensam iento: función lamayoría de las veces discreta, raramente codificada y muy

     poco comentada, pero cuyo ejercicio parece subtender, y fun

    una mano sosteniendo algo, símbolo del poder, y al que se añadió posteriormente elradical diacrítico de la fuerza. Lo así sostenido es considerado por Xu Shen unterrón, y éste podría simbolizar un emplazamiento, una «posición». Como tal, la

     palabra che corresponde, p ara el espacio, a la palabra che,  , tiempo, tomado en elsentido de oportunidad u ocasión, e incluso llega a darse el caso de escribir estaúltima para expresar aquélla.

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    dam entar racionalmente, algun as de las m ás imp ortantes reflexiones chinas. Así pues, también me he interrogado sobre ladisponibilidad  propia de semejante término.

    De ese modo, hay una prim era apuesta en el origen de este

    libro: la de que esa pa labra desconcertante, po r estar escindidaentre perspectivas en apariencia demasiado divergentes, sea,sin embargo, un a palab ra posible, cuya coherencia pueda describirse. Mejor, cuya lógica nos ilustra. No sólo debe ilustrar, yhacerlo según el más amplio espectro, el pensamiento chino,del que se sabe que se entregó, desde sus orígenes, a pen sar loreal en transformación. También debe ilustrar, superando lasdiferencias de óptica propias de las diversas culturas, aquellosobre lo cual el discurso tiene, por lo general, tan poco ascendiente: la eficacia que no tiene su origen en la iniciativa hu m ana, sino que resulta de la disposición de las cosas." En vez deimponer siempre a lo real nu estra a spiración de sentido, abrámonos a esa fuerza inm ane nte y aprendam os a captarla.

    m . He optado, por tanto, por aprovechar el sesgo de un a

     palabra que sirve de herram ienta sin, no obstante , corresponder a un a noción global y definida (cuyo m arco estaría ya dis puesto y su función señalada de antemano), viendo ahí unaocasión de desb arata r el sistema categorial en el que siemprecorre el riesgo de atascarse nu estro espíritu. Pero esa oportunidad también tiene su reverso. Dado que semejante términonunca dio lugar, por parte de los propios chinos, a un a reflexiónde conjunto, en la forma general y unificadora del concepto

    (incluso en Wang Fuzhi, en el siglo xvii, que es, con todo, quienmás lejos fue en ese sentido), y ni siquiera forma parte, comohem os dicho, de las grandes nociones (la «Vía», Tao\  el «princi

     pio organizador», li, etc.) que sirvieron para tem atizar sus concepciones, estamos obligados, en orden a cap tar su pertinencia,a seguirlo de un terren o a otro: del de la guerra al de la política;o de la estética de la caligrafía y la pintura a la teoría de laliteratura; o, también, de la reflexión sobre la Historia a la «filosofía primera». Nos vemos así llevados a considerar sucesivamente esos diversos modos de cond icionamiento de lo real y enlas direcciones apa rentem ente m ás diversas: en prim er lugar, el«potencial que su rge de la disposición» (en estrategia) y el carácter determinante de la «posición» jerárquica (en política);

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    luego, la fuerza en acción a través de la forma del carácter caligrafiado, la tensión que emana de la disposición en p intura o elefecto resu ltan te del dispositivo textual en literatura; finalmente, la tendencia que, en historia, deriva de la situación y la pro

     pensión que gobierna el gran proceso de la naturaleza.De paso, y m ediante ese término, nos vemos conducidos a

    inter rog ar la lógica de todos los grandes dom inios del pensam iento chino. De donde resultan preguntas de un interés gene-ra l/¿ P or qué, por ejemplo, la reflexión estratégica de la Chinaantigua, al igual que una vertiente de su pensam iento político,evita qüe intervengan las cualidades personales (el valor de loscom batien tes o la moralidad del gobernante) pa ra alcanzar unresultado establecido?*^, también, ¿a qué obedece, para loschinos, la belleza de un trazado de escritura, qué justifica dis

     poner una pintura en rollo o de dónde procede, para ellos, elespacio poético? O, finalmente, ¿cómo in terpretan los chinos el«sentido» de la Historia y por qué no necesitan plantear la existencia de Dios pa ra justificar la realidad?

    Haciéndonos pasar de un dominio a otro, esa palabra nos

     perm ite, sobre todo, identificar m uchas intersecciones. De ladispersión inicial procede una serie de convergencias. Temascom unes se imponen: el de potencialidad, en acción en la configuración (ya se trate de la disposición de los ejércitos sobre elterreno, de la que hacen visible el ideograma caligrafiado y el

     paisaje pin tado, o de la que instituyen los signos de la litera tura...); el de bipolaridad funcional (sea entre soberano y súbditosen política, entre arriba y abajo en la representación estética,

    entre «Cielo» y «Tierra» como principios cósmicos...); o, tam bién, el de una tendencia  engendrada sponte sua,  por simpleinteracción, y que se desarrolla por alternancia (ya se trate, tam

     bién ahí, del curso de la guerra o del desarro llo de la obra, de lasituación histórica o del proceso de la realidad).

    Otros tantos aspectos que, corroborándose, se vuelven significativos de la tradición china. Pero, ¿puede hablarse aún tansimplemente —tan ingenuamente— de «tradición», cuando se

    sabe que u na corriente importante de la reflexión sobre las ciencias hum anas, sobre todo desde Foucault, ha vuelto sospechosatal represen tación? ¿Estaríamos demasiado influenciados por la

     propia civilización china, que recurre tanto a la referencia al pasado y presta tanta atención a las relaciones de transmisión?

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    ¿O será que la civilización china h a sido m ás un itaria y continuaque otras? (Pero tam bién sabem os que la impresión de «inmovi-lismo» que puede d ar no es más que un a ilusión, pues tambiénha evolucionado intensamente.) ¿O será, más bien, que nuestro

     punto de vista exterior  respecto a esa cultura —el punto de vista«heterotópico» que, precisamente, evocaba Foucault al comienzo de Les tnots et les choses [Las palabras y las cosas]— nos permite percibir, com parativamente, m odos de perm anencia y homogeneidad que no aparecen con tanta nitidez pa ra quien considera desde dentro las «configuraciones discursivas» que nodejan de sustituirse unas a otras?

    Hay, por tanto, una segunda apuesta en el origen de estelibro: la de que, m ás b ien decepcionante desde el pun to de vistade un a historia conceptual del pen samiento chino, el estudio desemejante término resulta, po r el contrario, precioso por servirde revelador   de aquél. Pues, en la intersección de todos esosdominios, presentimos la misma intuición básica que parecevehiculada, en gran medida, y du ran te siglos, a título de evidencia adquirida; la de la realidad —de cualqu ier realidad—^£once-1

     bida como un) dispositivo  en el que hay que apoyarse y que esnecesario poner en marcha; el arte y la sabiduría, tal y como losconcibieron los chinos, son, entonces, capaces de explotar estratégicamente la propensión que em ana de él, y según un máximo de efectividad. / ,

    IV. Sem ejante intuic ión de la eficacia está dem asiado comúnmente extendida, en China, como para invitar a reflexio

    nar de un modo abstracto, demasiado diseminada tambiéncomo para resultar aisladamente perceptible. Permaneciendohundida en la lengua, constituye allí un fondo de acuerdo tantomás sólido cuan to que no necesita, en el inter ior de aquélla, sercomentado. Siempre retirad a en relación a las explicitacionesdel discurso, no aflora íntegramente en ningún término particular, pero la deja entrev er—de paso, pero de un modo significativo— la p alab ra che, que la refleja en cada ocasión a partirde un dominio propio, com o un ejemplo privilegiado: no la ex

     presa to ta lm ente por sí sola, pero nos perm ite detectar su presencia y descubrir su lógica.

     Nos corresponde, por tanto , a partir de esa palabra, rem ontando a través de ella —y ése será mi esfuerzo— , in ten tar repre-

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    senta m os esa intuición, sacarla de su silencio, desplegarla teóricamente. Sin duda, también en lo que a nosotros respecta,ningu na noción dada será suficiente para cap tar lo que de esemodo se desliza, com o algo de suyo evidente, a través del discurso chino. E n modo alguno po r tratarse, como en China, deun consenso del pensamiento, sino, al contrario, porque esaintuición requiere, para ser comprendida, que no se disocienlos plan os cuya oposición es, sin em bargo —para nosotros—, loque nos permite pensar (y cuyo síntoma característico es ladifracción de la palabra che entre los punto s de vista del estatismo y el dinamism o, desde el m om ento en que la traducimos anuestras lenguas). Para entablar el diálogo, no hay, por tanto,otro recurso que em pezar por descentra r nuestra visión, atacarsesgadamente y recurrir a conceptualizaciones que —habiendo sido ha sta aho ra secundarias— no po r ello ofrecen menos,

     por lo que esbozan, u n nuevo punto de partida posible. Precisam ente p ara eso serán aquí útiles, p or las nuevas relaciones quecontraen entre sí, acoplándose,*los términos «dispositivo» y«pro pensión»: tomados en el borde de nuestra propia lengua

    filosófica, establecerán el marco conceptual a partir del cualhacerse cargo, progresivamente y de una cultura a otra, de ladiferenc ia enjuego. ,y

    V. Evidencia, po r un lado; impensado, po r otro. Al mismotiem po que se desprende, de los efectos de intersección, un m odelo co m ún —implícito a toda u na cu ltura—, el de una disposición que ac túa p or oposición y correlación, y sirve de sistema

    de funcionam iento, vemos n uevam ente puestas en entredicho, por deja r de ser pertinentes, m uchas categorías que sirvieronde zócalo pa ra la elaboración de nuestro propio pensamiento:en especial, la de medio-fin; o, también, la de causa-efecto.Cierto prejuicio de la filosofía occidental, cuyo carácter «tradicional» tam bién parece, desde ese m om ento —percibido desdeel exterior—, tanto más marcado, surge ante los ojos: se basam ás en la hipótesis y la pro babilidad que en la automaticidad;

    se orienta más en función de una polarización única y «trascendente» que en base a la interdep end enc ia y la reciprocidad; antepone, finalmente, la libertad a la espontaneidad .

    Respecto al desarrollo del pen sam iento occidental, la originalidad de los chinos resulta de que no se han p reocupado por 

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    ningún télos,  como desenlace de las cosas, y han inten tado interpretar la realidad únicam ente a partir de sí misma, desde el punto de vista de la exclusiva lógica inherente a los procesos encurso.'Liberémonos, pues, definitivamente del prejuicio hege-

    liano según el cual el pensam iento chino se habría quedado enla «infancia» por no haber sabido evolucionar, a parti r del pu nto de vista cosmológico común a las civilizaciones antiguas,hacia los estadios m ás «reflexivos» y, por tan to, superiores dedesarrollo que representarían la «ontología» o la «teología».Reconozcamos, por el contrario, la extrem a coherencia subyacente a ese modo de pensamiento, aun qu e £ 13, absoluto haya privilegiado la form alización conceptual, y valgámonos de ella para descifra r desde el exte rior nuestra propia historia intelectual —que ya no alcanzamos a leer por sernos tan familiar— y para mejor descubrir nuestros a priorí  mentales.

    VI. Sin du da , la pro pia filosofía occidenta l se propusocomo vocación, ya desde su origen, h acer de la libre interrogación el principio de su actividad (encaminada, como está, en

     pos de un pensam iento cada vez más emancipado). Pero tam  bién sabemos que, al lado de las p reguntas que nos planteamos,que podemos planteam os, está también todo aquello a partir de lo cual nos interrogamos y que, precisamente por ello, no somos capaces de interrogar: ese fondo de nues tro pensam ientoque h a sido tejido po r la lengua indoeuropea,^configurado porlas divisiones implícitas de la razón especulativa y orientado ■*

     por una expectativa particular de la «verdad ».*

    La excursión a través de la cultura china que proponemosaquí también tiene como objetivo que captem os con mayor am  plitud el alcance de semejante condicionamiento . En modo alguno, tranquilicémonos, po r un deseo ingen uo de evasión y fascinación por el exotismo —o para servir de a rgum ento tanto a lamala conciencia occidental com o apios nuevos dogm as del relativismo cultural (mero reverso del etnocentrismo)—, sino tansólo para intentar, median te el sesgo de ese rodeo, rem ontar más

    arriba en nuestra aprehensión de las cosas. Y, gracias a ello,renovar nuestra interrogación y recupe rar un impulso —vivo yalegre— para la reflexión.

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    ADVERTENCIA AL LECTOR 

    Este libro es continuación directa de mi anterior ensayo,

    Procès ou Création [Proceso o Creación] (Éd. du Seuil, col. «Destravaux», 1989) y, más en particular, de su último capítulo(XVH: «Un m ismo m odo de inteligibilidad»). La perspectiva deataque, en cambio, es casi la inversa: m ientras que, en el trabajo

     precedente, partía del pensamiento de un único autor, WangFuzhi (1619-1692), pa ra a naliza r su coherencia, el térm ino chino del que in tento dar cuenta a lo largo del presente estudio nos

     paseará, de un dominio a otro, a través de m ás de una cincuente

    na de nom bres (que se escalonan desde la Antigüedad hasta elsiglo XVn). No obstante, en lo que al espíritu del trabajo respecta,sigue siendo el mismo: sea a propósito de una ún ica obra o de la

     palabra che, siempre se trata de recuperar, como un concentrado, los lineamentos lógicos, pero subyacentes, de toda una cultura. ̂ Además, también en este estud io está el pensam iento deWang Fuzhi en el horizonte de mis preocupaciones.*

    Asimismo, la ambición sigue siendo la misma: entre el esco

    llo de un a especialización sinológica —que, po r cerrarse sobre símisma, ya nada tiene que pensar y se vuelve estéril— y, a lainversa, el de la vulgarización —que, so pretexto de hacerlo accesible, desnaturaliza su objeto y lo vuelve inconsistente—, laúnica vía posible es, en su estrechez, la de un esfuerzo teórico.Habiendo de conjugarse las exigencias del filólogo y del filósofo,conviene, a la vez, leer lo más cerca (descendiendo a la individualidad del texto y de su trabajo) y lo más lejos (sobre un fondo

    de diferencia y median te perspectivización) posible. Con vistas asuperar ésas dos formas, tan comunes, de ilusión^ la asimilacióningenua, según la cual todo se traspone ̂ directamente de unacultura a otra; y el compara tismo simplista que procede como si

     poseyese a priori los marcos que perm itiesen aprehender la alte-

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    ridad en cuestión. Con mayor prudencia, el proceder es aquí —mediante interpretación progresiva— eTde u na apertu ra pro-

    t blemática.De ahí algunas decisiones que han presidido la concepción

    de esta obra. En la presentación de cada uno de los dominios dela cultura china invocados, siem pre se respeta —y sirve de fundamento para la exposición— la filiación histórica, pero no podría desarrollarse por sí misma: eso para de jar actuar de lleno alas articulaciones lógicas, al m ismo tiempo que para decan tar almáximo el discurso sinológico (siendo trasladadas las referencias contextúales a las notas) y facilitar la lectu ra al no-especialista. Asimismo, las comparaciones no se proponen, de entrada,en forma de paralelismos, sino que más bien intervienen, a títulode hipótesis de conclusión, para servir de referencias e indicios dela diferencia investigada: la posición china se vuelve, así, mássignificativa, incluso si el reparto resulta desigual entre las dostradiciones (pues se ha considerado, por principio, que las referencias a China estaban por descubrirse, mientras que las referencias a la filosofía occidental eran ya familiares y podíanmencionarse alusivamente).

    Algunas láminas, en el centro del libro, intentan hac er sensi ble al lector no iniciado la dim ensión estética del che; un glosario de expresiones chinas, al final del volumen, debe perm itir allector sinólogo verificar en el texto a lgunas ocurrenc ias ca racterísticas del término.

    La ausencia de index, finalmente, es voluntaria.En efecto, he tendido, prioritariam ente, a este placer: seguir

    una idea.

    En la continuación del texto, — las cifras exponenciales remiten a las notas y referencias que figuran al final del volumen: pp. 223 ss.;

     — las letras que las preceden al glosado de las expresiones  chinas, también al final del volumen: pp. 253 ss.

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    EL POTENCIAL SURGE DE LA DISPOSICIÓN

    (en estrategia)

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    La reflexión sobre el arte de la guerra que floreció en China al

    final de la Antigüedad (del siglo V al m a.C., en la época de los«Reinos combatientes») excede am pl iam ente su  p ro p io objeto:no sólo la sistematización particular que la caracteriza constituye una innovación relevante desde el punto de vista de la historiageneral de las civilizaciones, sino que también el tipo de inter pretación al que da lugar proyect^ su form a de racionalizaciónsobre el conjunto de la realidad. Con frecuencia, la guerra ha

     parecido el dominio privilegiado de lo imprevisible y el azar (o la

    fatalidad); ahora bien, los pensadores chinos pronto creyeron percibir en ella, por el contrario, que su desarrollo obedece a ,unanecesidad puram ente interna, que puede preverse de un modológico y, por tanto, administrarse a la perfección.^Concepcióndemasiado radical com o para no traicionar un fructífero traba

     jo de elaboración: g racias a él, el pensamiento estratégico aclara ,de forma ejemplar, cómo se produce la determinación de lo realy proporciona u na teoría general de la eficacia. ̂

    I. La intuición inicial es Ja. de un proceso que evolucionaexclusivamente en función de la relación de fuerza que pone en

     juegOj.Es propio del buen estratega calcular p or adelantado, ycon exactitud, todos los factores implicados con vistas a hacer 

    Sunzi a. iVa.C.

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    evolucionar constantemente la situación de tal forma queaquéllos le resulten lo más favorables que sea posible: l a victoria ya no es, entonces, m ás que la consecuencia necesaria —y eldesenlace previsible— del desequilibrio, que jueg a en su favor,

    al que ha sabido llevarlosM'ío hay, a este respecto , «desviación» posible: un resultado ventajoso resulta, ineluctablemente , delas medidas apropiadas.31  Todo el arte del estratega consiste, por tanto, en llevar hacia allí las cosas antes de que el verdaderoenfrentam iento tenga lugar: percibiendo con la suficiente antelación —en su estado inicial— todos los indicios de la situación,de forma tal que pueda influir sobre ella incluso antes de quehaya tom ado forma y se haya actualizado. Pues, cuanto antes

    se adop te e^a orientación favorable, con m ayo r facilidad actúay se realiza. E n su estado ideal, la «acción» del buen estratega nisiquiera se trasluce: el proceso que conduce a la victoria está ental medida determinado de antemano (y su desarrollo es tansistemáticamente progresivo) que parece caer por su propio

     peso, y no como consecuencia del cálculo y la manipulación.^Lafórmula, por tanto, sólo en apariencia es paradójica : el yerdad e-

    - ro estratega^sólo obtiene victorias «fáciles»^2 Entendámoslo:victorias que parecen tales porque ya no requieren, en el momento mismo en que se producen, ni proeza táctica ni granesfuerzo humano.^Las verdaderas cualidades estratégicas pasan desapercibidas; el mejor general es aquel cuyo éxito no esaplaudido: no hace que la mayoría «alabe» su «valor», ni siquiera su «sagacidad». //

    Sunzí   El punto fuerte de este pensamiento estratégico está en redu

    cir al mínimo   la acción armada. Hasta llegar a esta expresiónlímite: «las tropas victoriosas [te ., a las que ag uard a la victoria]sólo buscan el enfrentamiento en el combate tras habe r ya triun fado; m ientras que las tropas vencidas [i.e., que están abocadas ala derrota] sólo intentan vencer una vez entablado el com bate».3Quien sólo busca la victoria en la etapa, definitiva, de la luchaarmada, por dotado que esté, siempre correrá el riesgo de serderrotado. Todo ha de jugarse, por el contrario, previamente, en

    un estadio an terior de la determinación de los acontecimientos,cuando disposiciones y maniobras, que todavía dependen únicamente de nuestra iniciativa, pueden ser espontáneamenteadaptadas y, encadenándose y reaccionando lógicamente, sonsiempre eficacesv'(«espontaneidad» o «lógica» del proceso: am-

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     bos térm inos significan lo mismo —como comprobaremos porextenso en lo que sigue— bajo perspectivas diferentes). Eso es loque perm ite el dominio efectivo del curso posterior de los acontecimientos, llegando incluso a darse el caso de que ya no sea

    necesario entablar realmente com bate:4 u¿jbuen estratega —senos asegura— «no es belicoso». Pero, no nos equivoquemos, eseideal de no-enfrentamiento no resulta de una preocupación m oral: tan sólo se trata de actu ar de m anera que Ja)propia victoriasea absolutamente segura por estar predeterminada; tampocodepende de una concepción abstracta: pues la atención se dirige,

     por el contrario, al modo en que procede con la máxima precisión, tanto en el estadio más insignificante como en el más decisivo, la orientación venidera*Lo más lejos posible de cualquier  j  utopía, se trata, «sencillamente», de hacer actuar en su propiosentido, y por su cuenta, al efecto operante, y aprem iante, quecaracteriza cualqu ier situación dada.* /,

    II. En función de esta perspectiva emerge, po r vez prim eray de forma significativa, la concepción de ur^potencial surgido * 

    de la disposición  que denota las m ás de las veces, en este con texto, el térm ino che.5 Todo el arte de la estrategia puede expresarse de nuevo, y con m ayo r precisión, a través de él: decir que la«destreza» en la guerra «descansa en el potencial surgido de la sunB¡ndisposición» (che)06   significa que el estratega ha de tender a SIVaCexplotar en su favor, y según la m áxima efectividad, las cond iciones que encuentra. Como imagen ideal del dinam ism o quederiva de la configuración y que es preciso conseguir, la del

    curso del agua: si se abre u na brecha en un depósito elevado de sunzí  agua, ésta sólo puede precipitarse hacia abajo;7 y, en su im pulso impetuoso, arras tra incluso guijarros.8Dos rasgos ca racterizan, en función de ello, semejante eficiencia: por una parte,sólo se produce a título de consecuencia, implicada por unanecesidad objetiva; y, po r otra, resulta irresistible, habida cu en ta de su intensidad.

    Pero, ¿qué conten ido dar, desde un punto de vista estratégi-

    * Estamos ante un a concepción com ún en la China de la Antigüedad. El  Laozi, texto fundacional de la tradición taoísta, comparte, particularmente, la idea de que«resulta fácil hacerse cargo de una situación mientras sus síntomas no son manifiestos» (§ 64); y también afirma, com o principio, que «el buen guerrero no es belicoso» yque ay«capaz de derro tar al enemigo» quien «no entabla com bate con él» (§ 68).

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    co, a la «disposición» de la que nace ese potencial? Pues no cabeinterp retarla únicam ente, como en la com paración precedente,en relación a la configuración del relieve, incluso si ésta tambiéninterviene, como factor determinante, en tanto que terreno de

    operaciones: un estratega ha de sacar el mayor partido de sucarác ter distante o cercano, hacia abajo o sobreelevado, accesi

     ble o accidentado, al descubierto o cerrado.9 También cuenta ladisposición m oral de los protagonistas, según estén m uy animados o desalentados; al igual que todos los demás factores «cir-

     Huainanzi  cunstanciales»: según sean favorables o desfavorables las condi-s'na C' ciones climáticas, y según estén las tropas en correcto o rden o

    dispersas, en plena forma o agotadas.dl0Sea cual sea el aspectoafectado, el carácter coercitivo de la situación puede y debe jugar en los dos sentidos: a la vez positivamente, llevando a las

    SunBin  propias tro pas a emplear todas sus fuerzas en la ofensiva;e" ynegativamente, privando a las tropas enemigas de cualquier iniciativa y reduciéndolas a la pasividad. Por num erosas que sean,ya no estarán en condiciones, habida cuenta del che, de resis-tir .f12 El mero recurso numérico cede frente a los grados supe

    riores —m ás determinantes— de condicionamiento^Se sabe que el uso de (a) ballesta, invento chino (alrededor de400 años antes de nuestra era), revolucionó, en amplia medida,el comportam iento bélico: a la vez por la precisión de su trayectoria rectilínea y por la formidable fuerza de su impacto."Así pues, la «activación» de su «m ecanismo» sirvió con gran n aturalidad pa ra simbolizar el súbito desencadenam iento de la energía

    Sunzí   potencial de un ejército:13 una «ballesta tensada al máximo», así

    es el c h e P 4 Además de la pertinencia propia del motivo (siendoexpresado el potencial po r la imagen de la tensión), la innovación que constituía la ballesta en el plano técnico, debió sin dudarepre sen tar un progreso decisivo que era análogo a la capacidadde explotar rigurosamente el che,  en el plano estratégico. Laimagen puede, en efecto, desarrollarse de un modo aún más

    SunBin preciso: la ventaja propia de la ballesta se debe a que, «m ientrasque el pun to del que parte el disparo está próximo (entre el hom

     bro y el pecho), puede matarse a gente a más de cien pasos, sinque los demás ni siquiera adviertan de dónde salió el disparo».15

    fAhora bien, así ocurre con el buen estratega que, utilizando elche,  logra un efecto máximo —a distancia (temporal y espacial)—- con el menor gasto, a través de la m era explotación de los

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    factores en juego, sin que la opinión común perciba, sin em bargo, de dónde proviene el resultado y se atribuya el mérito. ̂

    Última imagen, que fija definitivamente los diversos aspec

    tos del che y le servirá de motivo privilegiado: si se recogen leños sumo  piedras sobre un suelo llano, se mantienen estables y, porende, inmóviles, m ien tras que, sobre un suelo en declive, se ponen en movimiento; si son cuadrados, se detienen, mientrasque, si son redondos, ruedan cuesta abajo. «Para el experto en lautilización de sus tropas, el potencial surgido de la disposiciónes, por así decirlo, capaz de hacer que piedras redondas ruedencuesta abajo desde la m ás alta cumbre.»16Cuentan, a título de su

    disposición, la configuración propia del objeto (redondo o cuadrado) a la vez que la situación en la que está implicado (sobreun suelo llano o inclinado); el máximo potencial, en lo que a élrespecta, se expresa m ediante el carácter extremo del desnivel. 4

    m . Esa comparación también revela otra cosa: que las piedras redondas así dispuestas a roda r con tanta fuerza, desde loalto de la pendiente, sirvan como imagen de las tropas mejormanejadasfídando a en tend er que cuenta menos la calidad per-sonal del com batien te que el dispositivo en el que se ve llevado a :actuar^El m ás an tiguo tratado de arte m ilitar lo indica abiertamente: el buen estratega «reclama la victoria ̂ p o te n c ia l surgi- sun-d  do de la disposición y no a los hombres que están bajo su m ando »^17 Es la propensión objetiva lógicamente resultan te de lasituación, tal com o ésta es dispuesta, lo que es determ inan te, yno la bu ena volun tad de los individuos. Fo rmu lación aún másradical: «valentía y cobardía son cosa de che»} El comentarioañade: «Si las tropas obtienen el che [Le.,  sacan provecho del

     potencial surg ido de la disposición], entonces los cobardes sonvalientes; si lo pierden, entonces los valientes son cobardes»; ytambién: «valor y cobardía son variaciones del che».Si  Otrastan tas expresiones lacónicas, que sólo intervienen a título de indicación práctica, pero cuya incidencia filosófica es, pa ra nos

    otros, conside rable.implican, nada menos, la idea vigorosa según la cual las virtudes hum anas no se poseen in trínsecam ente, puesto que el hom bre no tiene la iniciativa sobre ellas ni lasdom ina, sino que son el «producto» (incluso en el sentido materialista del término) de un condicionamiento exterior que estotalmente m anipu lable.y/

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    Sólo al precio de una racionalización máxim a, g uiada p or elmás riguroso de los imperativos, el de la eficacia práctica, ha

     podido construirse sem ejante punto de vista/ La época de los«Reinos com batientes» (siglos V-m a.C.) se caracte riza p or unaexacerbación de la guerra, desarrollada a u n nivel inédito entre

     principados rivales que aspiran a la hegemonía, y la lucha am uerte a la que se entregan —en perfecto acuerd o con el princi-

     —“>pio del «desarrollo al máximo» al que recurrieron nuestros teóricos m odernos para concebir la guerra «absoluta»— no podíadejar el menor lugar a la mera creencia, ni siquiera a una posición m ínimam ente «idealista »/Al menos en este dom inio pa rti

    cular; pe ro la tendencia es, precisam ente entonces, que la guerra deje de poder ser considerada un dom inio «particular», adquiera una im portancia cada vez más exorbitante (y eso du rante dos siglos), lo invada todo y se convierta en lo único enjuego .Resulta lógico, en esas circunstancias, que la/reflexión es traté-gica haya contribuido a precip itar una evolución, más general,del pensamiento y que su empeño por penetrar, más allá detodas las ilusiones posibles, la naturaleza real de los determi-

    nismos implicados haya logrado, llevado a ese pu nto extremo,hacer de la concepción del che, como potencial surgido de ladisposición, el punto crucial de la teoría.

    Téngase en cuenta, en efecto, que, en la época inmediatamente an terior (hacia el año 500 antes de nu estra era), la guerrano sólo era aún concebida, ante todo, como un ritual, regulado por un código completo del honor y ejecutado en campañas estacionales que evitaban cualquier exterminio radical, sino tam

     bién que no se emprendía empresa alguna sin que los adivinosse hubiesen pronunciado sobre su carácter fasto o nefasto. Pero

     Huaimuizi  ahora resulta que no sólo «el che  se impone al hombre»,J19 eldispositivo táctico a las cualidades morales, sino que también seelimina cualquier determinación trascendente o sobrenaturalen provecho de la exclusiva iniciativa estratégica. De todos losfactores tenidos en cuenta, el che es el único realmente decisivo.20Quien coge un hacha para cortar madera no tiene que preocuparse por saber si la fecha cae bien y si el día es favorable; encambio, si la persona no tiene un mango en la mano para impri-

     I mir su fuerza, el resultado seguirá siendo nulo, a pesar de losmás favorables augurios .2 ̂1  ejemplo se propone aquí para ilustrar que sólo el che  proporciona un dominio   efectivo sobre el

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     proceso de la realidad.JDel mismo modo, elegir una maderamuy preciosa p ara hacer una flecha, o decorarla artísticamente,no añade absolutam ente nada a su alcance. Sólo imp orta que la

     ballesta esté tensa . Sólo del che cabe esperar un efecto real.

    IV. Queda prec isar de una forma más concreta cóm o procede ̂ $a) eficacia, En general, la estrategia ab riga la am biciónde determinar, en función de una serie de factores, los princi

     pios estables de acuerdo con los que evaluar la relación de fuerza y concebir de antemano las operaciones. Pero también sesabe que la gue rra —que es acción y, además, está regulada p or

    la reciprocidad— es el dominio, po r excelencia, de lo imprevisi ble y del cambio, y por ello siempre queda rela tivamente fuerade las previsiones teóricas ̂ Incluso se ha tendido a ver en ello, y jcomo u n rasgo de m era sensatez, el límite práctico de cualqu ier \estrategia?'Ahora bien, los teóricos chinos de la guerra no pare- Icen inquietarse po r esa aporía, justamente en la m edida en quese basan en la concepción del che p ara resolver su contradicción. La fórmula ha de leerse con mucha precisión: «Una vez swm 

    determinados los principios que nos resultan ventajosos, hayque cre ar para ellos disposiciones favorables [dotadas de eficacia: che], con vistas a secundar aquello que [en el mo mento delas operaciones] se revela exterior [a esos principios]».k22De ahíla definición que volverá a encontrarse aplicada a muchos otrosdom inios de la tradición china: «gic/ü [en tan to que dispositivoconcreto] consiste en gob ernar lo circunstancial en función del I v* ' beneficio».1t n el centro del capítulo que sirve de obe rtura al

    más antiguo tra tad o chino de estrategia, esas expresiones desem peñan el papel de transición entre la determinación preliminar de elementos abstractos y constantes («cinco factores» y«siete valoraciones») y la descripción subsiguiente de un a táctica que, basada en la sim ulación/debe toda su eficacia a que seadap ta perfectam ente a la evolución de la situación y tanto me-

     jor somete al enemigo cuanto más logra adaptarse continua-

    mente a él: a través del che,  aquello que, dependiendo de lacoyuntura, aparentemente debía escapar a los cálculos iniciales vuelve a ser d om inado p or ellos con la m ayor naturalidad.¿

    Pero la riqueza de la intuición estratégica china no consistetanto en proporcionar un concepto intermediario que haga posible una mejor articulación de lo constante y lo cam bian te (teo-

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    ría y práctica, principios y circunstancias...) cuanto en dem ostra r pertinentemente cóm o^ ev olu ció n ciccunstanciair inseparable del curso de cualquier guerra, constituye la baza táctica

     _* m ayor que perm ite renovar el potencial y, por ende, la eficaciadel dispositivo estratégico. El arte del militar consiste en llevar alenemigo a adoptar una disposición relativamente fija y, porende, reconocible, que lo hace vulnerable, al tiempo que en renovar constantem ente la propia disposición táctica con vistas adesconcertar sistemáticamente al adversario —engañándolosiempre y cogiéndolo a contrapié— y, así, despojarlo de cualquier dominio.23 Volviéndose entonces tan insondable como el

     Huaincuizi  gran proceso del propio Mundo, tom ado en su infinitud (el Tao), que, por no inmovilizarse jam ás en una disposición particular,normalmente es lo único que no ofrece indicio alguno de surealidad.™2? Volvamos, por tanto, a la imagen del agua, pero esta

    sunzí vez considerada en su curso horizontal y tranquilo. «Así com o ladisposición del agua consiste en evitar cualquier elevación paraten der hacia abajo, también la de las tropas [bien dirigidas] consiste en evitar los puntos fuertes del enemigo para atacar sus

     punto s débiles; así como el agua determ ina su curso en funcióndel terreno, también las tropas determinan la victoria en función del enem igo»;25 así, el agua, como motivo con trario a la rigidez, es, precisamente en virtud de sujextrema variabilidad (función de su disponibilidad máxima), erigida, de rechazo, en s ím

     bolo de la fuerza más penetrante y resuelta.¡ Por lo tanto, una disposición obra eficazmente y puede servir

    de dispositivo en la justa medida en que se renueva^ Pues decir

    de ese modo que el che, com o dispositivo estratégico, h a de sertan móvil como el agua en su curso," y que es>transformándoseen función del enemigo como se obtiene la victoria»,26 significaalgo más que la necesidad, propia del mero sentido común, desaber adaptarse. La intuición es, a mayor profundidad, que la

     potencialidad se agota en el seno de una disposición que se fija. Ahora bien, ¿no es el objetivo fundamental de cualquier táctica

     precisamente asegura r en provecho propio la continuidad deldinamism o (vaciando al otro de su iniciativa y reduciéndolo a la parálisis)? Y, para reactivar el dinamismo inherente a la disposición, ¿hay otro medio que abrir ésta a la alternancia y practicaren ella la reversibilidad? Aquí es donde la teoría estratégica alcanza la concepción más central de la cultura china, ba sada en

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    la eficacia, en perpetua renovación, del curso de la naturaleza yque ilustran el encadenamiento del día y la noche, o el cicloestacional. En el estadio supremo, la eficiencia absoluta que

    constituye el Tao, la «Vía», nunca se atasca y se mantiene inagotable po r no inmovilizarse en ninguna disposición particular.

    V. Inscribiéndose en el corazón del pensam iento estratégico de la China antigua, la concepción de un potencial surgidode la disposición ha llegado a servir de representación común*y toda la tradición ulterior jam ás se ha apartado de ese pun to devista.27 En el siglo XX, Mao Zedong todavía recurre a ella con

    total naturalidad p ara evocar la táctica m ás oportun a en la guerra de resistencia —guerra «prolongada»— entablada contraJapón:028 una táctica que sabe m antenerse en constante «alerta», reaccionando espontáneamente tanto ante la ocasióncomo ante la situación, tanto m ás eficaz cuan to que nu nca sedeja reificar por inmovilización y «bloqueo» —rápidam ente enfalso— en un a disposición determ inad a.29

    La perspectiva en acción es, por tanto, la de un proceso en el

    que basta con utilizar oportunam ente ¡sujpropensión pa ra que pueda evolucionar en nuestro provecho.. Leyendo la literaturachina de la Antigüedad que trata de la estrategia, nos damoscuenta de hasta qué punto el tipo de representación que encarna se opone totalmente a cualquier visión a la vez heroica ytrágica (y de por qué la China antigua permaneció tan ajena asemejante visión). El enfrentamiento está en el corazón deaquélla, llevado hasta el paroxism o de un a situac ión sin salida.

    Pero, para quien sabe explotar estratégicamente el potencialsurgido de la disposición, el antagonismo es llevado a resolverse

     por sí mismo en función de una lógica interna que puede dom inarse a la perfección. Mientras que el hombre trágico chocairrevocablemente con potencias que lo superan y resiste parano ceder (eikein, la palabra clave del tea tro sofocleo), el hom brede la estrategia se hace fuerte po r ser capaz de adm inistra r todos los factores en juego, porque sabe ab razar su lógica y adap

    * Los tratados del juego de yo recurren particu larm ente a él pa ra da r cuenta dela relación de fuerza inscrita en el damero y que evoluciona en el curso de la paínda. Pero, com o se sabe,

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    tarse a ella. Uno descubre fatalmente demasiado tarde lo que letoca en suerte, como «destino»; el otro sabe descubrir p or adelantado la propensión en acción pudiendo disponer de ella.

    Desde un punto de vista m ás estrictamente militar, la oposición también es diametral en tre la teorización china basada enel che y el «modelo occidental de la guerra» que nos h an legadolos griegos (y sobre el cual, Jo hn Keegan y Víctor Davis Hansonhan proyectado recientemente un a luz nueva). H emos visto queel objetivo de la estrategia china consistía en modificar en provecho propio, y por todos los medios, la tendencia que e m an a de larelación de fuerza, incluso antes de que la acción real haya dado

    com ienzo y para evitar que ésta represente el mom ento decisivo,siem pre arriesgado. Ahora bien, ¿no ha sido el ideal griego, porel contrario , y una vez pasado el tiempo del conflicto consistenteen escaramuzas o combates singulares que nos describe Hom ero, el «todo o nada» de la batalla campal? Otorgando la prioridad a la infantería masiva de los hoplitas antes que a las formaciones m ás ligeras de los peltastas o caballeros, dando así másimportancia al uso inm ediato de las fuerzas alineadas frente a

    frente en el campo de batalla que al arte del hostigam iento o lafinta y a todas las m aniobras de desgaste, los griegos del siglo Vdesem bocaron en una concepción de la guerra donde el choque 

     frontal de las dos falanges, deliberadamente esperado por una yotra parte, constituye el elemento determinante. Combate directo y a plena luz (recuérdese a Alejandro, quien, según QuintoCurdo, se negaba a lograr la victoria «mediante una astuc ia pro

     pia de bandoleros y ladrones cuyo único deseo es pasar desapercibidos»). Combate tam bién relativamente breve, que consisteíntegramente en su carga destructiva y no tiene otra salida que laderro ta o la muerte.

    «Ganar una batalla incluso antes de que haya dado com ienzo —nos dice Hanson— era permitir [...] a una de las partes“ha cer tram pas” en una victoria obtenida por otros medios queel arrojo de los prop ios hombres durante el com bate.»30La lan

    za es la herram ienta, y el símbolo, de ese enfrentam iento heroico. Las armas de tiro, por el contrario, normalmente son des

     preciadas, en la Grecia antigua, pues m atan a distancia y sinrespetar el mérito personal de los combatientes: estamos a lam áxim a d istancia de la valoración del che, al que la ballesta, elarm a de tiro más perfeccionada, sirve de imagen.

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    Pero el enfrentamiento directo, y decisivo, de la ba talla vuelve a aparece r en el centro de las concepciones m od ernas de laguerra en Europa, en p articular en Clausewitz. Su ce lebridad

    se debe, como se sabe, a haber sido el p rim er pen sador occidental que intentó dar una explicación global de la realidad de laguerra de forma teórica: reaccionando, a la vez, co ntra los «pedantes» que acumulan saber militar tan sólo a partir de lascuestiones prácticas relativas al armamento y los suministros;contra quienes creen que puede concebirse la guerra como unaciencia exacta a partir de cálculos angulares y en base a p rinci

     pios inmutables (los más célebres de la época: von Bülovv y de

    Jomini); y, también, contra quienes, en el otro extremo, nieganque la guerra, considerada una mera función humana y, porende, del todo «natural», pueda constituirse en objeto de la teoría. Para «pensar» realmente la guerra, Clausewitz, por su pa rte, no tiene otra posibilidad que concebir su acción en términosde arte. Y, concibiéndola en términos de arte, se la representalógicamente de acuerdo con la relación aristotélica, que se convirtió en tradicional en la filosofía occidental, medio-fin, Mittel y

     Zweck o Ziel (Zweck  com o m eta final y Ziel com o objetivo intermedio): como la utilización de los medios más apropiados convistas a un fin predeterminado, pudiendo ese último objetivorepresentar una etapa intermedia con vistas a un a m eta m ásgeneral que es, en su estadio último, de orden político (según laregla enunciada desde su juventud a la manera de una máximakantiana: «Te propondrás la meta más importante y decisivaque te sientas con fuerzas pa ra alcanzar; elegirás para ese fin el

    camino más corto que te sientas con fuerzas para seguir »).31Pero, como pudimos constatar, en el pensam iento estratégicode la China antigua, esa relación medio-fin no es tá explicitada;las nociones de dispositivo y eficaciap hacen sus veces.

    Por concebir la guerra desde el punto de vista de la finalidad, Clausewitz no sólo se ve conducido a conceder un a im portanciamáxima al enfrentamiento directo (al que se apunta como obje

    tivo), sino que también debe reconocer la importancia intrínseca de los factores morales, no cuantificables, com o el valor y ladeterminación, y, por tanto, pensar la guerra en términos de

     probabilidad Oos medios a utilizar sólo son los que tienen mayores oportunidades de conducir a un resultado deseado). Ahora

     bien, hemos visto que la cosa era del todo dis tinta entre los teóri-

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    eos chinos de la guerra, precisamente en la medida en que laconciben desde el punto de vista de la propensión y de un condicionamiento del efecto: se ven llevados a privilegiarlo que Clause-

    witz, po r su parte, aborda con desdén como u na «mera destrucción indirecta», previa y que procede median te parálisis y subversión (mientras que la batalla campal  —die Schlacht  —, querepresen ta lo esencial pa ra Clausewitz, no es a sus ojos más queun m ero resultado). Aún más: también se ven lógicamente llevados a considerar las cualidades morales, esenciales a la guerra,como m eramente implicadas por la situación; en absoluto, a lam anera de Clausewitz, como factores propios. Lo que les perm i

    te concebir, a p artir de ahí, el proceso bélico ya no en térm inosde probabilidad, sino de «ineluctabilidad» y «automaticidad».Finalmente, nos consta el papel que desem peña, en la refle

    xión de Clausewitz, su teoría de la fricción, precisamen te concebida para intentar dar cuenta del foso que atormenta desdesiem pre nuestra reflexión estratégica al sep arar el plan establecido de antem ano , bajo la impronta de la idealidad, y su realización práctica, que lo vuelve aleatorio; ahora bien, precisam ente

    la concepción china del che,  intercalándose entre lo que nosotros hem os escindido, en tanto que «práctica» y «teoría», y disolviendo, por tanto, cualquier oposición entre esos términos,orienta la concepción de la ejecución en el sentido de aquelloque, en función de la propensión en acción, a ctúa desde siem

     pre en total so ledad y sponte sua, sin incertidu m bre ni pérdida posibles: tanto sin desgaste como sin «fricción».

    Por una parte, el che; por otra, «medios» y «fin»: de esa dife

    renc ia implícita de las categorías enjuego, resulta una diferencia de conjunto, que puede estructurarse. En particular, el contras te de las concepciones estratégicas no puede deja r de refle

     ja rse, en ambas partes, en el dominio de lo político. La opción po r el choque frontal de la batalla de hoplitas se correspondíaestrictamente —en tanto que manera directa, inmediata e inequívoca de ob tener la decisión— con esa otra invención griegaque es el voto en la asamblea. Asimismo, la atención prestada ala propensión, com o modo de eficacia que deriva de la disposición, volverá a encontrarse, de un modo aú n más patente, en laconcepción ch ina de la autoridad.

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    LA POSICIÓN ES EL FACTOR DETERMINANTE 

    (en política)

    2

    I. Estrategia y política remiten al m ismo prob lem a fund a

    mental: ¿de dónde procede la eficacia que nos perm itirá gobernar el mundo en el sentido deseado? ¿De la intervención de lascapacidades individuales o de la relación de fuerza en juego?¿Del empeño subjetivo —moral o intelectual— o de la tendencia objetivamente imp licada por la situación? El pensam ientochino del final de la Antigüedad (en los siglos iv-m a.C.) nosconduce a pen sar ambas opciones como contrarias, excluyéndose m utuamente ; tan lejos ha llevado la radicalización teórica:

    en particula r en lo que concierne al segundo térm ino de la alternativa, el de una de term inación del curso de las cosas exteriora la personalidad.

    Se trata, en prim er lugar, de una vía trazada por la sabiduríaen su forma m ás general (en términos taoístas): de jar que actúela propensión de las cosas, fuera de uno mismo, en función desu propia disposición; no proyectar sobre ellas valores ni deseos, sino sintonizar constantemente con la necesidad de su

    evolución. Pues de la propia disposición de las cosas resultauna orientación que nunca vacila ni se desvía, que no hay que«elegir» ni «instruir »:1las cosas «tienden» por sí mism as, infali

     blemente, s in nunca «tener dificultades».a Respecto a eso, cualquier intervención de la subjetividad constituye siempre una

     ZJiuangzi s. IV a.C.

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    Shen Daos.IVa.C.

    injerencia que representa un obstáculo, al introducir suputaciones y cálculo, para el carácter impecable de la tendencia. Losdos términos se revelan, así, mutuamente, a través de su incom patibilidad recíproca: frente a la actividad de la conciencia,

    la espontaneidad natural (cuando la imposición opera inmediata e íntegramente, p or m era reacción). La iniciativa corres ponde, por tanto , comple tamente al mundo, como en otra parte se fue capaz de volverse completamente pasivo y disponible

     para Dios: en lugar de quere r gobernar imperiosam ente elm und o mediante la propia acción, dejémonos llevar a mercedde las cosas; en lugar de desear imponerle nuestras preferencias, dejémonos ir siguiendo la corriente de los seres, ab razan do la línea de m enor resistencia. «Sólo avanzaba si era em pujado, sólo venía si se le hacía venir.» «Como rem olinea el viento»,«como da vueltas la pluma» o «como gira la muela»...

    Traduzcam os al plano político esa reducción de la realidadal juego de sus implicaciones funcionales: la disposición  de lascosas de la que procede infaliblemente la tendencia, com o cu rso del m undo, se recupera, a través del cuerpo social, en tanto

    que «posición» jerárq uica .2 Vuelve a intervenir aqu í el términoche pa ra designar, por analogía con el dispositivo estratégico, eldel poder. Y, al igual que la sabiduría pu do concebirse com o elideal de dejar actuar a la propensión inscrita en la realidad,sponte sua  y según su máxima efectividad, también el orden político puede ser lógicamente pensado como algo que procede«necesariamente» —en virtud de una determinación p uram ente objetiva— de la relación de autoridad.

    Dos aspectos caracterizan inicialmente la capacidad de surtir efecto que deriva de la posición jerárquica: por una parte, esindependiente del valor personal, en particular el moral, dequien se vale de ella; por otra, tanto puede uno utilizarla com oesta r privado de ella, pero n unca arreglárselas sin ella. Interviene como soporte, a título puram ente instrum ental. A la vez quede modo absolutamente decisivo. Carro, droga, adorno: po r diverso que sea su registro, todos los ejemplos alineados expresan

    el carácter indispensable de aquello que, a p rim era vista, sólo parece algo coadyuvante .3 Tómese a las más hermosas m ujeres, se nos propone también como ejemplo, y revístaselas de losmás hermosos atavíos; atraerán todas las miradas. Pero, si selas priva de ese adorno y se las recubre de oropeles, provocarán

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    la huida de la gente. Se privilegia otro motivo para evocar esafunción de soporte dotado de efectividad, el del viento: es sosteniéndose en él como el cuadrillo de la ballesta puede sub ir muyarriba por los aires; es dejándose arras trar po r él como la briz

    na de hierba puede ser llevada a distancia. Trasposición m íticadel mismo motivo: el dragón echa a volar majestuosamentecabalgando las nubes; pero, si éstas se dispersan, vuelve a encontrarse, como un gusano, a ras de tierra: ha perdido el che enel que se apoyaba en su impulso.

    Interpretemos esas imágenes en términos políticos: si nodisfruta del soporte de una posición {che), u n hombre, por sabioque sea, no puede ejercer con seguridad influencia sobre los

    demás; ni siquiera desde cerca. Si, a la inversa, el peor golfodisfruta de un soporte semejante, puede reducir a la obedienciaa los mayores sabios.b Al igual que, en estrategia, no cuentatan to el elevado núm ero de las tropas, m ero dato bruto, com o laexplotación del potencial surgido de la disposición, del mism omodo, en política, el gobernante no se apoya en su «fuerza»sino en su «posición».04La oposición entre esos términos, quenormalmente creeríamos asociados, no deja de ser significativa: sin duda, la noción de fuerza parece aún demasiado em pañada por la im pronta personal, no estando lo bastante liberadade cualquier capacidad innata; mientras que únicamente laidea de posición puede dar cuenta del carác ter absolutamenteextrínseco de la determinación .

    Dado que la argumentación filosófica se desarrolló menosen China que en la Grecia an tigua, podríamos creer —indebidamente— que no tuvo lugar allí. Pero, más allá de todos losejemplos que permiten ilustrarlo, la concepción política de la

     posición como soporte dotado de efectividad ha propic iado eldebate teórico, tesis contra tesis.5 La refutación de la tesis inicial, la del carácter determinante de la posición, procede poretapas progresivas que cabe resum ir así: 1.° aunque intervengacomo factor, no puede se r un factor suficiente, y tamb ién cuenta, paralelamente a ella, el valor personal. Invirtiendo el ejem

     plo precedente: por densas que sean las nubes, un gusano detierra no podría —a diferencia del dragón— apoyarse en ellas para elevarse; 2 ° dado que tanto puede juga r negativa como positivam ente, el factor de la posición se revela neutro y, portanto, indiferente: tanto permite al buen soberano ejercer un

    ShangYangs.IVa.C.

    Hanfcizi s. III a.C.

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    dom inio benéfico como al mal soberano llevar a efecto la peortiranía; 3.° habida cuenta de que la naturaleza humana es, engeneral, m ás mala que buena, la baza que p roporciona la posición corre el riesgo, en resumidas cuentas, de ser más perjud i

    cial que útil. De ahí la conclusión: todo depende, a fin de cuentas, de la capacidad de la persona. El E stado es com o u n carro,y la «posición de autoridad», el tiro que lo arras tra :6 en manosde un buen cochero, irá veloz y lejos; en manos de un mal cochero, el resultado es el contrario.

    Esa refutación parece brotar del sentido común, independientemente de las opciones culturales particulares. A partir deahí, la crítica sistemática a la que da lugar no hace sino ganar

    en interés, haciendo original, po r su radicalización, la concep- Hanfüzí   ción del che aquí preconizada .7 Pero esa refutación de la refu

    tación sólo es posible porque prim ero intervienen u n desplazamiento de lo que está enjuego, así como un a distinción sem ántica: el orden político al que aquí se hace referencia no es elorden m oral ideal con el que sueñan tod os los utopistas, sino elde la m áqu ina estatal, en su funcion amiento regular;d por otrolado, hay que distinguir entre el che  entendido como disposición natu ral y el que se entiende como relación «institucional»de autor idad .e Pues el segundo ha de desprenderse del prim ero

     para p erm itir instaurar un marco propiam ente político. De hecho, el primero sólo actúa h istóricamente a fondo en situaciones del todo extremas, para bien o para m al —y, po r ello, excepcionales: edad de oro o tiempos de calam idades—, y desposeeentonces al hombre del margen de maniobra que ordinaria

    mente le perm ite la gestión de los asuntos: pero, incluso en eseestadio, santos o tiranos no deben su aparición a sus buenas omalas cualidades, sino al condicionamiento de la necesidad. Y,en épocas normales, es la posición jerárquica, instituida en poder positivo, la que se basta como determinación suficiente

     para hacer que reine el orden en la humanidad.Pretender, como al comienzo de la tesis precedente, que,

     para lelamente al factor de la posición, coexiste el de la capaci

    dad personal ni siquiera es posible. Ambas determ inaciones seexcluyen, según la concepción china de la «contradicción» pen-

     Hanjazi  sada a imagen de quien, vendiendo «lanza» y «escudo», cele- bran'a la una como algo que puede atravesarlo todo, a la vez queal otro como algo que no puede atravesarse... Por lo tanto, no

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    hay que esperar a un sabio salvador, cuyo reino sólo llegará unavez de cada mil, sino hacer actuar desde ah ora a la posición deautoridad según su máxima efectividad, p ara a segu rarla buenam archa del Estado: la existencia de la relación jerárqu ica basta,

     por sí sola, p ara generar el orden. De donde resulta que la com paración del carro del Estado merece ser invertida: si el carro essólido y el tiro bueno —ilustrando este último, al igual que anteriormente, la capacidad de surtir efecto atribuida a la posición—, resulta inútil esperar un cochero superdotado; bastacon establecer postas a una distancia regular para que cualqu ier cochero, au n siendo vulgar, pueda ir rápido y bien. Postasque, de un lado a otro, permiten m anten er toda la capacidad

    del tiro: el gobernante tampoco tendrá o tra tarea —si explicita-mos la lógica de la imagen— que disponer, desde su posicióndom