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Recibido: jul. 28 / 06Aprobado: ago. 11 / 06

OSCAR MEJÍA QUINTANA*

* Filósofo, Universidad Nacional de Colombia. Magíster y Doctor en Filosofía Política yFilosofía Moral, Pacific Western University, Los Angeles. PostDoctorado en Filosofía delDerecho, Universidad Nacional de Colombia. Autor de los libros: El humanismo críticoLatinoamericano; Justicia y democracia consensual; Derecho, legitimidad y democraciadeliberativa; La problemática iusfilosófica de la obediencia al derecho y la justificaciónconstitucional de la desobediencia civil y Teoría política, democracia radical y filosofíadel derecho. Profesor Titular, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales,Universidad Nacional de Colombia. [email protected] ensayo contó con el apoyo, como asistente de investigación, de la profesora PaolaRodríguez.

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RESUMEN

El presente ensayo busca mostrar elorigen de la crisis política colombiana enel proceso constituyente de 1991. LaConstitución es considerada no como elproducto de un amplio consenso nacionalsino como un mecanismo de las elitespara imponer un acuerdo que deja delado a los protagonistas armados delconflicto. Las figuras del Estado Socialde Derecho y de la DemocraciaParticipativa, han demostrado su inefectividad y revelado el carácterinstrumental y de dominaciónhegemónica con el que fueronconcebidas y son utilizadas incluso hoyen día en el marco del consenso deguerra ambientado por las elites contralos sectores disidentes. La categoría desociedad civil completa el trípode de estenuevo esquema de enajenaciónideológica del neogamonalismocolombiano, escudado en las falaciasjurídicas, sociales y políticas de laConstitución del 91. A través de losmarcos normativos de la filosofía políticapuede entreverse que no se trata de unfenómeno nuevo. El Estado autoritarioactual, puede ser explicado a partir delos análisis que en su tiempo realizaranapologistas y críticos del autoritarismo.Por esta razón resulta innegable utilidadque ofrece la obra de Carl Schmitt parael análisis de la situación presente.

Palabras clave: Constitución, Rawls,Schmitt, Estado autoritario.

ABSTRACT

CONSTITUTING POWER,POLITICAL CRISIS ANDAUTHORITARISM INCOLOMBIA

This essay pretends to show the origin ofthe Colombian political crisis in theconstitutional process of 1991. TheConstitution is considered, not as theproduct of an ample national consensus,but as a mechanism of the elites to imposean agreement that leaves out side thearmed protagonists of the conflict. Thefigures of the Social State of Law andthe Participative Democracy, havedemonstrated their infectivity andrevealed the instrumental character andof hegemonic domination with which theywere conceived and are used even todaywithin the framework of the warconsensus acclimated by the elites againstthe dissident sectors. The category of civilsociety completes the tripod of this newscheme of ideological alienation of theColombian neogamonalism, shielded in thelegal, social and political fallacies of 1991Constitution. Through the normativeframes of the political philosophy it canbe seen that it is not a new phenomenon.The present authoritarian State can beexplained from the analyses that in theirtime defenders and critical of theauthoritarianism made. For that reasonthe utility offered by Carl Schmitt’s workfor analysis of the present situation isundeniable.

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Key words: Constitution, Rawls,Schmitt, Authoritarian State.

INTRODUCCIÓN

La Constitución del 91 se nos hapresentado, no sin justas razones, comouna Constitución progresista,antiformalista y vanguardista, tanto porlos derechos fundamentales queconsagró, por la figura del Estado Socialde Derecho que los respalda y por elesquema de democracia participativaque propiciaba. Todos esos elementosle han servido, sobretodo al espíritujurídico, aunque también al político, paradefender la idea de una Constituciónsustancialmente emancipatoria –los másoptimistas incluso la definen comocontra-hegemónica– (GAVIRIA, 2002:19-28), (UPRIMNY, 2002: 55-72), sinduda el producto más acabado de laconciencia jurídico-políticalatinoamericana, que nuestrosjurisconsultos, además, desprecian –abuena parte del resto de esa concienciajurídica en América Latina– porconsiderar que Colombia es una potenciajurídico-teórica en el continente.

Obviamente, esa conciencia jurídicaasume la Constitución como un productoacabado y le es indiferente el procesoprevio que le dio origen. Preguntas sobresu legitimidad, el contexto político quela generó, las tensiones internas que sedieron a su interior, son factores que eljurisconsulto considera menores frenteal resultado final que él no puedereconocer sino como bloque, sin

consideración de fisuras, aristas ocontradicciones previas.

Pero no es sólo por deformaciónprofesional que se da esta hipostatizacióndel Texto Constitucional [Negri utiliza eltérmino “hipóstasis jurídica” en unsentido idéntico (NEGRI, 1994: 276)] enel espíritu jurídico colombiano. Tambiénhay que reconocer que en un país tanconservador como Colombia en susestructuras jurídico-políticas, laConstitución del 91 le permitió a unanueva generación de científicos sociales(incluidos, por supuesto, los profesionalesdel Derecho y de la Ciencia Política) y,en general, de sectores progresistas,lograr por fin un instrumento de“oposición democrática” dentro delsistema que les posibilitara ampliarespacios y reivindicar expectativaseconómicas, sociales y políticas que elbipartidismo había cerrado desde supacto excluyente en la década del 50(VALENCIA, 1997).

Pero fue el corazón y las ansiasreprimidas de una Colombia mejor lo queno le permitieron, precisamente, a todosesos sectores tanto tiempo esperanzadosen alguna salida que no fuera violenta –opción que la realidad también mostrabaimplausible– ver la trampa que seescondía tras la Constitución del 91. Laselites colombianas (económicas, políticase intelectuales), una vez más, habíanlogrado constitucionalizar la mentira ydisfrazar su esquema histórico dedominación hegemónica con los ropajesseductores de un Estado Social de

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Derecho y una democracia participativa(URIBE, 2002: 191-208), (PINILLA,2002: 237-260), (VALENCIA, 1997).Con esos anzuelos nos tragamos lacarnada de un ordenamiento que, dehecho, era la constitucionalizaciónpolítica de la exclusión y que, en loprofundo de su texto, escondía lasimiente de la guerra y la periferizacióny deslegitimación de todo conflictofrente a ella.

1. Las expectativasfrustradas de laConstitución

Es necesario comenzar por reconocerque la Constitución del 91 no cumplió laprincipal expectativa para la que fueconvocada, una de las cuales, la másimportante, era el logro de la paz y, através de ella, la garantía de la vida. Y,sin duda, como ya se ha reconocido porvarios comentaristas, más allá de susaciertos y fortalezas en la defensa dederechos fundamentales, tampoco logróconcretar lo que era otra de sus grandesaspiraciones: la de una auténtica y eficazdemocracia participativa. LaConstitución no logró consolidar lascondiciones de posibilidad de lareconciliación nacional, como era la paz,ni de respeto a los derechos humanosmínimos, como podía ser el respeto a lavida. Ese fue el gran fracaso y eso es loque constituye la gran debilidad de laConstitución de 1991, que hoy en día noscoloca de nuevo en la necesidad dereplantear un proceso constituyente.

La Constitución de 1991 es un pacto quenace muerto, tanto en términos delcontractualismo más ortodoxo, como elhobbesiano por ejemplo, para el que lapaz es básicamente un principiofundamental del orden social, como delliberalismo clásico en términos de unaauténtica participación popular. Nacemuerto porque el día en que se vota laconformación de la Asamblea NacionalConstitucional, el 9 de diciembre de 1990,se desata la ofensiva contra Casa Verde,que había sido el símbolo de los diálogosde paz durante más de diez años, lo cualno puede ser tomado como un hechoirrelevante, pues simbólicamente signóel nacimiento de la Constitución del 91como un pacto de guerra más que comoun pacto de paz. Se cerraron los caucespara un diálogo nacional, no solamentecon las FARC, sino con todos los gruposalzados en armas que no se integraronal proceso y ésa no era la intención ni eldeseo por los cuales los colombianoshabían abierto las puertas para laconvocatoria de una nueva Constitución(AHUMADA, 1996: 174-218).

Así que si hablamos en términos deHobbes, la Constitución de 1991 nocumplió el principal postulado por el cualun ordenamiento jurídico-políticogarantiza la legitimidad del pacto deunión. Y si lo hacemos en términos deLocke o Rousseau, la menguadavotación que la Constituyente alcanza,horada su legitimidad procedimental yno permite, efectivamente, consolidarlacomo expresión de una voluntad general

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1 En general sobre el contractualismo ver (MEJÍA, 1997: 13-34).2 Entendiendo por “patriotismo constitucional” la única forma de integración y solidaridad social decarácter postconvencional que las sociedades complejas pueden admitir hoy en día, acudiendo, ya noa tradiciones comunes (estadio preconvencional) o a intereses comunes (estadio convencional) sinoa la determinación consensual de principios normativos, morales, jurídicos y políticos, que posibilitenla convivencia de las diferentes eticidades y sujetos colectivos que buscan compartir un mismoterritorio y constituir una organización societaria común. (HABERMAS, 1996: 211-250).3 Ver el ilustrativo estudio de (REYES, 1999).

mínimamente unificada1.

Podría decirse que, en buena parte, laConstitución del 91 se juzga como sihubiera sido un pacto mesiánico, unpacto utópico, para los que algunosconsideran ahora que no fue creada. Elproblema, de nuevo, es que si se explorael imaginario colectivo por el cual fueconvocada se verá que, en efecto, eranmás esos elementos mesiánicos yutópicos los que nos llevaron a apoyarlaque los propiamente pragmáticos. Y enese punto, de nuevo, hay que reconocerque el Constituyente del 91 fallóestruendosamente: perdimos unaoportunidad histórica por resimbolizar,por remitologizar nuestra identidadnacional, por reconstruirlasimbólicamente, por reinventarla y,desde esa recreación, consolidar esepatriotismo constitucional que nuncahemos podido concretar2.

Recordemos la definición y el significadodel mito: mito significa modelo ético yliberación estética, modelo deconvivencia, recreación, eso era lo queperseguíamos con la Constitución de1991, de ella queríamos renacer, resurgir(LOSEV, 1998). Pretendíamosconstruir un pacto que nos permitieravolver a recuperar la convivencia

nacional y no lo logramos(FITZPATRICK, 1998: 196-226). Y esohace que la Constitución de 1991 sehaya convertido en unaconstitucionalización del engaño, porhaber prometido lo que no podía cumplir,por haberse perdido en las nubes (comoAlicia en el País de las Maravillas) yno haber bajado a la realidad. Y en larealidad colombiana el primer imperativono era volver a concebir unaConstitución para ángeles, como en elsiglo XIX, sino lograr la paz y garantizarla vida de los asociados. Y eso, onceaños después, es claro que no lologramos, cuando el nivel de violaciónde derechos humanos es el más alto enla historia del país y la confrontación alEstado de Derecho colombiano abarcaprácticamente todo el territorionacional3.

No se puede, por tanto, endilgarle alconflicto armado el origen de lasdebilidades de la Constitución cuandofue un proceso constituyente excluyentela causa del recrudecimiento delconflicto. No fue la antinomia entreparticipación y conflicto armado lacausa de la ineficacia de la Constitución.La Constituyente creyó que ideando unesquema irreal de participación resolvíael problema del conflicto armado sin

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acudir a los actores armadosprotagonistas del mismo. Pero elproblema del conflicto tenía que serresuelto directamente con los actoresde este. Al no hacerlo así, laConstitución del 91 de convirtió en unrecurso ideológico de las elites parajustificar un nuevo esquema dedominación que ofrecía, en lugar de lapaz, una democracia participativa sin laparticipación de los actores disidentesy un Estado social sin los sectoressociales que reclamaban la inclusión.

2. CONSTITUCIÓN YFILOSOFÍA POLÍTICA

Pero hay una segunda instancia desdela que sale igualmente mal librada laConstitución del 91: desde la filosofíapolítica, entendida esta en el marco dela tradición radical, es decir, teniendocomo propósito dar razón de la totalidaddel fenómeno político, y no en el marcode la tradición de la filosofía analítica,es decir, pretendiendo simplementeexplicar metateóricamente lascategorías del discurso político4.

Es aquí donde vale la pena acudir a lapropuesta filosófico- política de JohnRawls. La propuesta rawlsiana, engeneral, se desarrolla en tres momentos:el dialógico-moral que, con la figura dela posición original, supone la obtenciónde un consenso moral donde lasdiferentes concepciones de justiciapresentes en una sociedad son asumidas,

contrastadas y discutidas; el político-contractual, donde tal concepciónconsensual de justicia se revela como elresultado de un amplio consensoentrecruzado de los diversos sujetoscolectivos de la sociedad, construyendo,a partir de ello, cooperativamente, elespacio de lo público; y, por último, elético-contextual, a través del cual talessujetos colectivos, como expresión deuna comunidad y tradición concretas,subsumen o no tal concepción políticade justicia y el ordenamientoconstitucional que se ha derivado de ella,haciendo de la disidencia un criterionormativo no sólo moral sino delegitimidad política.

El planteamiento rawlsiano se desarrollaen dos de sus obras principales. Primero,en la Teoría de la Justicia donde Rawlsredondea su crítica al utilitarismo, alacoger la tradición contractualista comola más adecuada para concebir unaconcepción de justicia como equidad –en línea kantiana– capaz de satisfacerpor consenso las expectativas de iguallibertad y justicia distributiva de unasociedad. En esa línea concibe unprocedimiento de consensualización delque se derivan, en condicionessimétricas de libertad e igualdadargumentativas, unos principios dejusticia social que orientan laconstrucción institucional de laestructura básica de la sociedad, a niveljurídico, político, económico y social(RAWLS, 1979).

4 Sobre el papel de la filosofía política en la tradición radical ver (RAWLS, 2001: 1-5), (QUESADA,1997: 11-16), (RUBIO, 1990: 13-37).

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La reacción a este primer planteamientode Rawls tiene como consecuencia loque se conoce como la polémica liberal-comunitarista de Nozick (1988) yBuchanan (1975), por un lado, yMacIntyre (1981), Taylor (1989), Walter(1983) y Sandel (1982) por el otro, dandoasí origen a una de las más interesantesdiscusiones filosófico-políticas del sigloXX (MULHALL – SWIFT, 1992), y lacual explica en parte los cambios deRawls en su segunda obra, PoliticalLiberalism (1993). En ella Rawls abjuradel liberalismo clásico procedimental,planteando una nueva visión que enadelante denominará concepción políticade la justicia. El libro formula varioscambios de fondo, siendo uno de los másimportantes el planteamiento, frente alconstructivismo kantiano, de unconstructivismo político cuyo objetivo esposibilitar un pluralismo razonable entrelas diferentes visiones omnicomprehen-sivas de la sociedad (HÖFFE, 1988).

Además de otras reformulaciones,Rawls introduce una nocióndeterminante sobre la que se funda, enúltimas, esa concepción política de lajusticia: la del consenso entrecruzado(overlapping consensus). Esteconsenso se concibe en dos etapas: unaque Rawls define como consensoconstitucional cuyo objetivo es moderarel conflicto y abrir el poder a los actoresdel mismo, logrando un clima deconvivencia pacífica y reciprocidadentre estos. Y una segunda, el consensopolítico propiamente dicho (un consensode consensos) que proyecta

colectivamente el ideal de sociedad alque todos aspiran, basado en laconcepción consensual de justiciaconcertada por todos los sujetoscolectivos que se han comprometido conla realización de un ideal concertado yrazonable de sociedad en la cual todossean protagonistas.

La propuesta rawlsiana permite derivarvarias conclusiones pertinentes para elproceso constituyente del 91. En primerlugar para señalar que la Constitucióndel 91 fue un acuerdo de mayorías y noun consenso, como a veces intentapresentarse, y que, al no haberlo sido,carece de la justificación moral y de lalegitimación política universal querequeriría para lograr una validez yeficacia suficientes que le dieran laestabilidad social deseable. Sólo desdeun consenso político amplio adquiere unordenamiento, no sólo legitimidad sinoeficacia social y validez jurídica(RAWLS, 1979 – 1996).

En efecto, hay que recordar que elPartido Liberal, Salvación Nacional y elMovimiento Democrático M-19 –que seprestó para ese juego– sumado alGobierno neoliberal de Gaviria,impusieron a la Constituyente unacuerdo sobre el texto básico de laConstitución, a un mes largo del final.Sin duda, el acuerdo recogía gran partede lo concertado en las deliberacionesprevias pero imponía una disposicióninstitucional que no era gratuita y quelos artículos transitorios revelaron en todasu extensión (AHUMADA, 1996: 175-

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218). Un acuerdo que se firma, además,por fuera de la Constituyente, en elPalacio de Nariño, violando así suautonomía y, por tanto, su soberaníacomo cuerpo institucional5.

En Teoría de la Justicia Rawls muestraque un proceso constituyente modernodebe partir de un consenso mínimo quedetermine los principios de justicia socialsobre los que todos los sectores puedanconverger, y es a partir de ellos que lasinstituciones se conciben y construyen,y es su carácter consensual el que puedeconferirle estabilidad a un ordenamientojurídico-político. La ingenieríaconstitucional, que no es sino técnicaconstitucional, se vuelve impotente si nohay un pacto político sólido que larespalde. Al no existir un consensopolítico amplio que le diera sustento a laConstitución del 91 y al imponerse a suinterior un acuerdo de mayorías, el pactoque pretende convalidarlo estádoblemente muerto y esa es parte de ladebilidad de la Constitución (SARTORI,1996: 211-219).

Pero si no es Rawls, quien puedeexplicar la dinámica del procesoconstituyente del 91 en cuanto no huboun consenso universal a su interior, encambio sí podemos acudir a los otros dosneocontractualistas para comprender laConstitución del 91: Nozick y Buchananque, según Van Parijs, son losrepresentantes más lúcidos de lo que

denomina el “neoliberalismo filosófico”(PARIJS, 1993: 178).

El planteamiento de Nozick, que intentaser una relectura del contractualismo deLocke, tiene como objetivo principaljustificar la existencia de un Estadomínimo, garante de la dinámica demercado, en un esquema donde lajusticia social se limita a la convalidaciónde la inequidad que se deriva de aquella.Buchanan, por su parte, siguiendo elmodelo hobbesiano, va a reivindicar elcarácter absoluto del estado denaturaleza inicial, en cuanto lo que en élse gana no puede posteriormente serdesconocido por el Estado político. Elcontrato constitucional, de donde surgeel orden estatal, sólo puede convalidarlo que los actores ya han adquirido dehecho –por la fuerza o por su capacidadcompetitiva– en el estado de naturaleza,potenciando la optimización de susutilidades futuras a través delestablecimiento de un marco de derechosconstitucionales que así lo propicien.

Desde esta perspectiva toma sentido loque sucedió en 1991. El procesoconstituyente fue usufructuado por laselites bipartidistas (encabezadas por elPartido Liberal y el Movimiento deSalvación Nacional), imponiendo –en lalínea de Buchanan– la lógica de losvencedores sobre la de los vencidos: elacuerdo de los tres grupos mayoritariosal interior de la Constituyente respondió

5 Me refiero al Acuerdo del 7 de Junio de 1991 entre el Partido Liberal, el Movimiento de SalvaciónNacional y el Movimiento AD M-19, patrocinado por el Gobierno de César Gaviria y con la presenciadel expresidente López Michelsen.

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6 Por gamonalismo y neogamonalismo hago alusión a los viejos y nuevos sectores de las elitesenraizados en una eticidad de carácter premoderno y mimetizados bajo diferentes “ropajes(seudo)modernos” (profesiones liberales, sectores de pequeña burguesía alta y burguesía nacional,intelectualidad, etc.) pero que realmente representan los sujetos colectivos que ostentan la dominaciónhegemónica de nuestra sociedad. Ver (SANCHEZ - MEERTEENS, 1985).

a esa estrategia. La AlianzaDemocrática M-19 que era expresión,supuestamente, de los sectoresprogresistas que depositaron en elmovimiento todas sus esperanzas, noresistió la inercia neogamonal de granparte de sus representantes –reclutadosen las filas del paleo y neogamonalismo6

bipartidista y la intelligentsiaintelectual– y sucumbió a la trampa dela elite criolla que, en últimas, sí teníaclaridad en lograr dos propósitos:primero, imponer el esquema neoliberalde internacionalización de la economíay, segundo, afianzar un proceso dereconciliación nacional sin los actorespolíticos del conflicto. Ambos propósitosliderados por el Presidente de entonces,César Gaviria, que con ello nos daba sutriste y paradójica “bienvenida al futuro”.

El contrato constitucional, en la lógicabuchaniana, entendido como laimposición de los vencedores sobre losvencidos, introdujo constitucionalmenteel hegemón neoliberal en el país,suavizándolo con dos figuras, la delEstado Social de Derecho y la de lademocracia participativa, que, en todocaso, eran ya los dos objeto decontroversia universal dada laimposibilidad del primero en el contextode un mundo global (eso sin tener encuenta el agudo diagnóstico deHabermas de que aquella ha sido la

forma institucional que mayorjuridización del mundo de la vida haoriginado en cinco siglos de desarrollocapitalista [HABERMAS, 1989: 502-520)], y la implausibilidad de la segundaen un contexto de conflicto armadocomo el que el país vivía desde hacía 40años. La faz progresista de laConstitución sólo fue el instrumento paracatalizar el modelo económico neoliberalcon mínimas resistencias a su interior,en una dinámica de negociación que lossectores progresistas a su interiorcreyeron cándidamente se inclinaba asu favor cuando la realidad era laambientación institucional de unesquema de exclusión neoliberalconvalidado constitucionalmente.

La Constitución del 91 fue un rizoma.Esta categoría, con la cual se ha queridoexplicar y justificar la Constitución, pesea su sofisticación conceptual, intentaponer en evidencia la realidadcontradictoria y convergente del Textodel 91. El concepto proviene de lafilosofía política francesa y es unplanteamiento de dos de sus máximosrepresentantes, Gilles Deleuze y FélixGuattari, en el libro Mil Mesetas(DELEUZE - GUATTARI, 2000: 9-32),continuación de su famoso Antiedipo(DELEUZE - GUATTARI, 1974).Aunque la aplicación de la categoría anuestro contexto no se compadece

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con la definición que ofrecen de lamisma, no deja de ser significativo quela conciencia académica local hayaacudido a ella para dar razón delsentido y proyección de la Constitucióndel 91 (URIBE, 2002: 191-208). Pesea las distancias, la definición queofrecen permite comprender sueventual analogía:

“… el rizoma conecta cualquier puntocon otro punto cualquiera, cada uno desus rasgos no remite necesariamente arasgos de la misma naturaleza. El rizomapone en juego regímenes de signos muydistintos e incluso estados de no-signos.El rizoma no se deja reducir ni a lo Unoni a lo Múltiple…. No está hecho deunidades, sino de dimensiones, o másbien de direcciones cambiantes. Notiene principio ni fin, siempre tiene unmedio por el que crece y desborda…[E]l rizoma sólo está hecho de líneas:líneas de segmentaridad, deestratificación, como dimensiones, perotambién línea de fuga o dedesterritorialización como dimensiónmáxima según la cual, siguiéndola, lamultiplicidad se metamorfosea alcambiar de naturaleza” (DELEUZE -GUATTARI, 2000: 25).

En su acepción etimológica rizomasignifica “tallo horizontal y subterráneo”,y su sinónimo más conocido es el de“raíz”. Rizoma es, pues, una raízhorizontal como, por ejemplo, la raíz dellirio común. Quisiera explorar una

traducción al contexto sociocultural delaltiplano cundiboyacense –que en eseaspecto es del país entero– y apostarlea una posible comparación entre esa raízhorizontal y esos tubérculos monstruososque, excepcionalmente, se extraen de latierra: esas papas pegadas unas conotras, deformes, yuxtapuestas, que noalcanzaron a madurar su proceso ysurgen de la tierra como testimonio deuna especie de frustración genética.

Afirmar que la Constitución del 91 fueun rizoma sería, para nuestra eticidadmás primitiva7, alejándonos de Deleuzey Guattari por supuesto, lo mismo quedecir que fue una papa monstruosa. Unacuerdo de mayorías articulado desdefuera de la Constituyente que esta se veobligada a subsumir y que terminaimponiéndole al país una Constitución quesin duda tiene sus bondades pero que, dehecho, fue la fórmula de recambio quelas elites colombianas utilizaron para noacudir a una negociación de paz amplia einstrumentalizar una reconciliación amedias, sin los actores reales delconflicto, regateando parcelas de laConstitución sin tocar los grandesproblemas nacionales. Fue, pues, unaCarta Política que no logró ser el frutode un consenso político nacional, ni serel producto de convergencia de todoslos sectores, no sólo para lograr la paz,sino para concebir, con criterio realista,un país con las estructurasinstitucionales necesarias paraconsolidarla.

7 Sobre el concepto de eticidad ver (WELLMER, 1996: 77-101).

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8 Ver los apartados Cultura de viñeta y La historia universal desde la Sabana de (GUTIÉRREZ,1980: 447-536).

La maldición piedracielista “sacrificarun mundo para pulir un verso” sigueproyectándose en el destino colombianocon una nueva y dramática paráfrasis:“Sacrificar un país para pulir unaConstitución”. Una vez más, respondera las exigencias de la realidad se volviómenos importante que redactar laConstitución perfecta, “paradigma”colombiano para toda Latinoamérica. Lacultura de viñeta de la que hablabasarcásticamente Gutiérrez Girardot yesa “filosofía de la historia” concebidadesde la Sabana de Bogotá como sifuéramos el centro del mundo (típicaestructura mítica que gravitapesadamente en nuestra eticidad) seproyectó con igual fuerza a la concienciajurídica que se extasió con el ideal deuna Constitución paradigmática,olvidándose de los requerimientospragmáticos a los que tenía queresponderle al país8.

Sólo que esta vez, tras la sublimaciónretórica que históricamente hacaracterizado a nuestras elites, seescondía la perversa intención deperpetuar un esquema de dominación sinimportar que para ello tuvieran queacudir a dos promesas de tantatrascendencia para un paísdesesperanzado que, al no ver cumplidaslas mínimas aspiraciones que lasinspiraban, no sólo acentuó sufrustración histórica sino que aceleró un

proceso de deslegitimación institucionalque hoy por hoy parece quererresolverse, como en los tiempos delnacionalsocialismo, con la invocación másvisceral a la autoridad perdida. Losacuerdos a puerta cerrada de nuestraselites han terminado siempre birlándole eldestino al pueblo colombiano: el calor delos “escoceses” en las rocas y el “finohumor inglés” del paleo y neogamonalismocriollos en sus reuniones cerradasexcluyentes ha tenido siempre esosefectos vaporosos (consecuencias de los‘malignos’ espíritus etílicos) en la historiade Colombia.

3. LA ESTRATEGIA DE LASELITES

¿Cuál fue la estrategia que las elites,empotradas en la Constituyente, leofrecieron al país para hacer convergerla pluralidad de posiciones y conciliar, almenos coyunturalmente, laextrapolación existente? Lo lograron através de la figuras del Estado Social deDerecho y de un neo-republicanismotibio, concretado en una democraciaparticipativa sin participación popular.Las elites quisieron reemplazar elconsenso político que no permitieronrealizar a través de estos espejismosjurídico-políticos, en la confianza de queellos convocaran el apoyo de laciudadanía por su aparienciaemancipatoria y progresista que, en todo

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caso, quedaba supeditado a la intenciónde dominación excluyente y hegemoníaideológica que aquellas buscabanperpetuar (UPRIMNY, 2001: 55-72).

De nuevo, la filosofía política permitefundamentar una visión crítica delproceso constitucional. En efecto,Habermas ha mostrado cómo la figuradel Estado Social de Derecho tienecuatro supuestos: un estado-nación conpresencia territorial homogénea. unestado-fiscal, fundado en lo anterior, quegarantice una viabilidad económicamínima sin la cual no es posible, unestado-democrático fundado en unalegitimidad popular suficiente, y,finalmente, una concepción simbólica depueblo que garantice la solidaridad dela población en general. Sólo sobre unabase tal puede desplegarse la figura delEstado Social. La pregunta que seimpone es: ¿cuando no existen esascondiciones, qué es lo que en realidadse está propiciando? Lo que se propiciaes la imposición de una estructuraideológico-represiva de control, unafigura de manipulación política paralograr el apoyo ciudadano que unaConstitución de mayorías, no deconsenso político nacional, requería paraser mínimamente legitimada por elconjunto de la ciudadanía.

Pero la fórmula jurídica tenía que sercomplementada con una fórmula

política. Al no pensar en la realidad, enla paz política que el país buscaba, seacudió, de nuevo, al camino más fácilcomo era pensar, no en el ciudadano realy sus necesidades, sino en un ciudadanovirtuoso, por no decir que un ciudadanovirtual, que pudiera salvar el esquema.El Constituyente del 91, alucinado porsu propio espejismo ideológico, concibióuna democracia participativa, deraigambre republicana, que, a través deuna participación que desde la mismaConstitución nació restringida y que laregulación legal estatutaria terminó porasfixiar, sólo buscaba convocar elsoporte forzado de determinadossectores minoritarios –su únicaalternativa frente a la falta de consensopolítico real– ante la ausencia de losgrandes protagonistas del conflictoarmado colombiano.

Esa democracia participativa se fundabaen una visión neorrepublicana del sigloXIX que estuvo presente en nuestrocontexto y que tenía sus orígenes tantoen el ethos hispánico como en lasrecepciones que se hacen de él en elsiglo antepasado en Colombia9. Pero esarecepción, como la del Estado Social,una vez más retomó lo menos indicadoque el estado del arte universalrecomendaba, olvidándose de las doslecturas que el republicanismo admite ennuestros tiempos. De una parte, un neo-republicanismo, de corte anglosajón, que

9 Sobre la tradición democrática en Latinoamérica ver (MEJÍA - TICKNER, 1992).

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10 Al respecto consultar la puntual distinción de (FERRY, 1991: 118-136).11 Sobre el republicanismo ver (MESURE - RENAUT, 1999: 317-359); sobre la versión anglosajona,(PETTIT, 1999); e igualmente (HERNÁNDEZ, 2002).

básicamente se concibe como unreformador del liberalismo,imprimiéndole las virtudes cívicas de lasque parece carecer. Y, de otra, el post-republicanismo, de ascendenciafrancesa, que, recuperando sus raíces,intenta ser una alternativa a la posturaliberal (y también socialista10) generandolo que hoy se denomina en la filosofíapolítica como una propuesta dedemocracia deliberativa11.

El neogamonalismo constituyente optópor la interpretación anglosajona delrepublicanismo, la meramente reformistadel liberalismo y, por tanto, coyuntural ymanipulatoria, dando como producto esademocracia participativa insulsa que noscaracteriza, una democracia sinparticipación popular efectiva, sinciudadanos virtuosos, un híbrido entredemocracia representativa yparticipación sin ciudadanía cuya únicaconsecuencia sólo podía ser elmantenimiento de los hilos del poder enlas élites económicas, políticas, y ahoratecnocráticas, de siempre. El resultado,pues, fue una democracia que no esrepresentativa ni participativa, que cargalos vicios de ambos sistemas, que nopermitió que nos reconociéramos en untipo de democracia acorde a nuestraidentidad, como podía serlo un modelode democracia contestataria ydisputatoria que es la que mejor seidentificaría con nuestra eticidad y quele diera paso al poder deliberativo de una

sociedad civil políticamente plural ymulticultural como es la colombiana(VILLA, 2001: 89-102).

De tal suerte, el Estado Social deDerecho y la democracia participativase convirtieron en un instrumento dereciclamiento de la dominaciónexcluyente de las élites, un proyecto enel cual el neogamonalismo que se habíahecho presente en la Constitución de1991 –porque la mitad eran paleo yneogamonales- impone una conciliaciónforzada a los sectores sociales quereclamaban otro tipo de sociedad. Y deallí el rizoma, el tubérculo monstruosoque terminó siendo la Constitución del91: un Estado Social sin condiciones deposibilidad, una democracia participativasin participación, junto a un esquemaeconómico neoliberal, ese sí homogéneo,hegemónico y eficaz (ESTRADA, 2001:159-174). Una Constitución dondequedaba todo junto, de manera deforme,una colcha de retazos cocida por laselites en contra del sentimiento del paíspor una Constitución para la paz, laconciliación política nacional y la justiciasocial efectiva.

Sin pretender resucitar esquemasdogmatizados de análisis jurídico ypolítico, no pueden dejarse deconsiderar, en este punto, dosperspectivas de suma relevancia parauna interpretación plausible de laproyección real de tales figuras en

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nuestro contexto. Althusser, retomandoesa radical sospecha sobre lo jurídico dela tradición marxista que, sin duda, conPashukanis alcanza una de susexpresiones más elaboradas, denunciael derecho tanto como “aparatorepresivo de estado” así como “aparatoideológico de estado” (ALTHUSSER,1988). Podríamos decir que, aunque nolo supiera ni lo buscara, el Constituyentedel 91 –obviamente por la manipulaciónde la que fue víctima por parte delneogamonalismo criollo– terminóhaciendo del Estado Social y de lademocracia participativa un “aparatoideológico de Estado” con el cual sepretendió legitimar una Constitución quenace –pese a su intención– comosímbolo de guerra. Posteriormente, elneogamonalismo, disfrazado detecnocracia neoliberal, hace de eseEstado Social sin sociedad y de esademocracia participativa sinparticipación, pese a los esfuerzos ybuenas intenciones de la CorteConstitucional, un “aparato represivo deEstado”, como el modelo neoliberalimperante y, ahora, el Plan Colombiaclaramente lo muestran12. Ante esto sólopuede oponerse, una vez más, la radicalfórmula pashukaniana: la del nihilismojurídico frente a esa lectura pseudo-emancipatoria de la Constitución quesólo refuerza su papel ideologizante ymimetiza su rol como instrumento decontrol y exclusión social de todadisidencia que no se pliegue a su texto(PASHUKANIS, 1976: 61-72).

4. CRISIS POLÍTICA YSOCIEDAD CIVIL

La crisis política en Colombia, en elmarco descrito, puede aducírsele portanto a dos causas. De una parte a quela Constitución definitivamente norespondió al contexto socio-político quereclamaba soluciones concretas. Esdecir, no se constituyó en un instrumentode pacificación y reconciliación nacionalpara lo cual fue convocadaoriginalmente, tal como se lo plantea elmovimiento de la Séptima Papeleta. Lacrisis comienza entonces o, mejor, seprolonga desde entonces, imponiéndose,más que abriéndose, un paréntesis decalma con el proceso constituyentemismo que a la postre no lograconsolidarse y que, en este momento,catalizado por un movimiento globalantiterrorista, intenta ser reciclado porlas elites en términos autoritarios y nodeliberativos, recogiendo el mandatofrustrado de pacificación que le dieraorigen al proceso. La crisis se originaahí: en esa frustración no sólo históricasino social y política que significó laConstitución como pacto de paz. En estepunto es inevitable retomar, de nuevo, aRawls cuando sostiene que un consensoentrecruzado no puede confundirse conun modus vivendi pero tampoco puededesconocerlo. Nosotros lo desconocimosal querer concebir una constituciónpolítica como si fuéramos un país ya enpaz cuando de lo que se trataba era degarantizar ello como primera condición

12 Ver, entre otros, (LIBREROS, 2001: 93-106).

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13 Ver, al respecto, el ilustrativo texto de (HABERLE, 2002).14 También consúltese, (BRUNNER, 1994: 48-82 – 1999: 151-200).15 Ver (NEGRI, 1993: 306-346 – 1994: 17-46). En general, ver la Introducción de Fabian Acosta, a(NEGRI - HARDT, 2001).

de un pacto social sólido y proyectivo(RAWLS, 1993).

Pero una segunda causa, más allá deesa falacia política de la Constitución,fue lo que podríamos denominar lafalacia social. Como se anotó antes, aquíhay que considerar hasta donde laConstitución del 91 fue congruente connuestras eticidades. No sólo si fueexpresión de la totalidad de sujetoscolectivos en conflicto –que no lo fue,como ya vimos- sino si tuvieron juegotodas las eticidades, todas las formas devida o , al menos, las más significativas,de esta nación nunca consolidada quees Colombia13. Como es claro cuandouno recorre el país, gran parte denuestros ethos no se identifican con laConstitución, no ven reflejadas susformas de vida en ella, no la consideranfruto de un proceso que convocó suparticipación y concretóconsensualmente sus puntos mínimos deconciliación con el resto de eticidadesque comparten esta tierra. La crisispolítica hunde sus raíces en esa falaciasocial de que la Constitución nosrepresentó a todos cuando no fue así,no lo ha sido nunca y sigue sin serlo,máxime en un contexto culturalpolarizado en torno no sólo a dos o tres,sino a cuatro o más, temporalidadessimultáneamente: somos a un tiempopremodernos, modernos, transicionales,postmodernos, yuxtapuestos, traslapadosy entremezclados en todas ellas, sin

tener claridad de que tipo deConstitución necesitamos frente a talpluralidad de tiempos, espacios yeticidades disgregadas, contradictoriasy conflictivas existentes que somos y nosomos en un mismo territorio (GARCÍA,1989: 65-94)14.

Aquí, como se planteó más arriba, lasospecha que se impone es que la crisispermanente en la que hemos vivido todanuestra historia ha sido, precisamente,concebir constituciones e imponer marcosconstitucionales que no logran recoger nicaptar la complejidad de toda esa riquezasocio-cultural que nos compone. Esa esla misma sospecha de Negri: laincongruencia existente entre un poderconstituido y un poder constituyente queno logra armonizarse15. La historiaconstitucional colombiana es la historiade la desarmonía entre el poderconstituyente, social y político, de suseticidades y sujetos colectivos, y su poderconstituido jurídico-político. Nuestropecado ha sido partir siempre de lo queno somos, concibiendo constitucionespara lo que no éramos (ZEA, 1976: 17-41), (MIRÓ, 1981: 141-180): el resultadono podía ser sino la tensión irreconciliablee irreconciliada entre la realidad y lainstitucionalidad, entre la facticidad de lavida y la normatividad del ordenamiento.

En últimas, el derecho no ha servido sinopara alejarnos de esa reconciliación bajola forma de constituciones y leyes que

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poco o nada tenían que ver con nuestrarealidad (HABERMAS, 1998: Epílogo).Quedaba, sin duda, la olímpica esperanzade que la conciencia política nosofreciera una salida. Pero aquella enbuena parte ha seguido los pasos de suhomóloga jurídica. Si la concienciajurídica clama como alternativa a la crisispor la constitución y el derecho en lasfiguras constitucionales del EstadoSocial y la democracia participativa, lasque incluso definen comoemancipatorias, la conciencia políticareclama la participación de la sociedadcivil como panacea de la gobernabilidad.Pero la ciencia política es tan cándidacomo la ciencia jurídica e hipostatíza lanoción de sociedad civil sin adentrarseen sus diferentes lecturas einterpretaciones y en las consecuenciaspolíticas de ello, sin mencionar elcarácter absolutamente ideológico quela categoría de ‘gobernabilidad’ connotay los efectos de dominación hegemónicaque entraña.

En efecto, son varias las lecturas quepueden hacerse de la sociedad civil,como, desde la filosofía política, lo hapuesto de relieve Habermas (1998: 407-439). Reclamar que la crisis puedesuperarse si logramos que la sociedadcivil medie en el conflicto es un lugarcomún que, al no evidenciar desde quetradición se emplaza su interpretación,lo que propicia de hecho es elafianzamiento del esquema ideológico dedominación hegemónica consolidado ya

jurídicamente. La tríada queda, final yfinamente, completada: Estado Social deDerecho, democracia participativa ysociedad civil constituyen el trípode dela dominación neogamonal con lacomplicidad involuntaria de laconciencia jurídica y la concienciapolítica progresistas en su afán dejustificar, más que de dar razón, delstatu quo.

Son dos las aproximaciones quepodemos hacer frente a la categoría de‘sociedad civil’, como lo planteaHabermas retomando críticamente lareflexión de Cohen & Arato (COHEN- ARATO, 2000). Una es la lecturakantiana de sociedad civil que reduceesta a sujetos jurídicos einstitucionalizados. Y otra es la lecturahegeliana que ve la sociedad civilmediada por eticidades concretas, esdecir, por las formas de vida específicasque anteceden a las entidades jurídicas.La primera es la lectura liberal-burguesa que la concibe en términosformales y limita sus actores a losreconocidos jurídicamente (gremios,partidos, ONG’s, sindicatos,universidades, instituciones, medios decomunicación, etc.). Y la segunda seríauna lectura republicano-comunitaristaque reivindicaría, frente a la anterior,la existencia de una multiplicidad desujetos colectivos, no reconocidosjurídicamente, pero existentes en cuantoa formas de identidad y concepcionesde vida buena cotidianas.

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Interpretar el conflicto colombianodesde una u otra tiene efectos políticostotalmente contrarios. Desde la primera,la mediación de la sociedad civil es,básicamente, la mediación de lasociedad burguesa (en sentidosociológico) reconociendo sólo susactores formales y desconociendo lossujetos colectivos periféricos. Desde lasegunda, el énfasis se coloca, por elcontrario, en los segundos –sindesconocer los primeros- reconociendola legitimidad de ambas periferias ytratando de balancear la ecuación entrelas dos instancias.

Habermas propone un modelo de políticadeliberativa con la intención deequilibrar los diferentes pesos que unsistema político supone. Tal es el sentidode su ‘metáfora de exclusas’ que, sinocultar sus simpatías por lainterpretación hegeliana, va a concebiruna relación de complementariedad –por decir lo menos– entre los diversosniveles del sistema político, lo que lepermite oponer un Estado Democráticode Derecho al Estado Social deDerecho, asi como un modelo dedemocracia deliberativa al dedemocracia representativa y su muletafuncional, la participativa(HABERMAS, 1999: 231-246). Elsistema social gravita en torno a dospoderes: el poder administrativo delEstado que articula los subsistemaspolítico-administrativo y económico y unpoder comunicativo (categoría queHabermas retoma de Hanna Arendt[ARENDT, 1973]) anclado en los

procesos de comunicación pública queinformalmente constituyen las diversasformas de vida de una sociedad. Ladinámica de poder no puede centrarseen una u otra, excluyentemente. Elpoder administrativo, que Habermas sefigura en el centro, y el podercomunicativo, que ubica en lo quedenomina la ‘periferia externa’ sonconectados, a través de esta ‘ficciónhidraúlica’, por unas esclusas (enúltimas, los procedimientosdemocráticos institucionalizados) quecanalizan los procesos deliberativos deformación y voluntad de la opiniónpública.

Entre el poder comunicativo de laperiferia externa (la sociedad civilentendida en términos hegelianos) y elpoder administrativo, está lo queHabermas denomina la ‘periferiainterna’, es decir, la sociedad civilentendida en términos kantianos. Elpoder comunicativo pasa por estaperiferia interna pero no se origina enella: su origen es la periferia externa ysus expresiones son múltiples y no-institucionales (como por ejemplo ladesobediencia civil). Si el podercomunicativo quedara reducido a laperiferia interna no sería sino unaexpresión usufructuaria de la opiniónpública, subordinada a los actoresformales de la sociedad civil burguesa,y no discursivo-deliberativa, es decir,originada en los procesos decomunicación pública, tanto espontáneacomo mediatizada, de las diversasformas de vida que componen la

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periferia externa, es decir, la sociedadcivil comprendida en términoshegelianos.

Proponer la mediación de la sociedadcivil sin esclarecer el marco, kantiano ohegeliano, de su interpretación es obviarla mitad del análisis y, en cualquiera delos dos casos, ofrecer una visiónideológica, es decir, parcial y dicotómica,de la problemática colombiana. Peroreivindicar sólo la interpretaciónkantiana, aunándola a las figuras deEstado Social de Derecho y democraciaparticipativa es, sencillamente, unatoma de partido por una opción frentea la otra. Y pretender reclamar paraello el estatuto de un análisis neutral yobjetivo –si no emancipatorio, como lohace igualmente la conciencia jurídicaprogresista– cuando, así no se quieray no se sepa (recordemos la famosasentencia de Marx: “No lo saben, perolo hacen”) se está con elloconvalidando la interpretaciónideológica de dominación hegemónicade las elites neogamonales, esinsostenible en su pretensión de‘cientificidad’. El desconocimiento detales presupuestos es también parteestructural de la crisis políticacolombiana.

5. ESTADO AUTORITARIO YCONSTITUCIÓN DEL 91

Visto el germen elitista de laConstitución del 91 así como sucarácter instrumental y de dominaciónhegemónica, no es difícil encontrar los

cimientos del Estado Autoritario en laColombia actual. En efecto, y sin negarlas fortalezas del Texto del 91, lo ciertoes que ha servido para que hoy por hoyse consolide un nuevo acuerdo intra-élites para levantar la CartaConstitucional como bandera de guerray presentarla como fundamento de unEstado Autoritario. La reforma políticaen ciernes, así como la laboral ypensional, y en general toda la políticadel gobierno claramente se orientan afortalecer sus eventuales proyeccionesantidemocráticas y recortar el marcopolítico y legal de las reivindicacionessociales. Apoyado, además, por todoel aparato paramilitar que, aunque aveces obre como un Golem sin control,no deja de prestarle sus servicios.

A través de los marcos normativos dela filosofía política puede entreverseque no se trata de un fenómeno nuevo.Como el de los años 30, el Estadoautoritario actual, puede ser explicadoa partir de los escritos que en su tiemporealizaran apologetas y críticos delautoritarismo. De allí la innegableutilidad que nos ofrecen la obra de CarlSchmitt para el análisis de la actualcoyuntura colombiana.

5.1. Schmitt y los modelos deEstado autoritario

La obra de Carl Schmitt se inscribe enel contexto de dos crisistrascendentales, de un lado, la crisis delpositivismo jurídico, cuya insuficienciametodológica fuese denunciada por la

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16 La concepción positivista del derecho presume la eliminación de la carga ético-política de las categoríasjurídicas, de suerte que su discusión constituye una dimensión jurídico-pública autónoma. Para los juristascríticos, en cambio, resulta fundamental develar los presupuestos políticos del concepto jurídico, de formatal que todas las discusiones jurídicas adquieren en última instancia un carácter político. Para ampliar ladiscusión entre Positivismo Jurídico y Derecho político véase, (TRIEPLEL, 1974).17 Schmitt considera aquí la represión como uso de la violencia física, descartando el empleo de mecanismosideológicos o jurídicos de persuasión. Para autores como Estévez, esta falta de atención a los mecanismosideológicos es una de las causas de la pobreza y esquematismo de la dinámica schmittiana de lo político.Véase, (ESTÉVEZ, 1989: 258).

corriente crítica del derecho políticoalemán a la cual perteneció Schmitt16,y de otro, la crisis del Estadoparlamentario burgués en la Alemaniade Weimar. Schmitt encara ambascrisis formulando dos modelos jurídico-políticos de afianzamiento de laautoridad estatal para el mantenimientodel orden: la dictadura comisarial y ladictadura plebiscitaria, los cualescorresponden a etapas diferenciadas dela crisis de la República. En el presenteacápite se expondrán los rasgosfundamentales de ambos modelosdestacando los elementos queatraviesan la producción jurídico-política schmittiana: antagonismo,autoridad y decisión.

La crítica a la neutralidad del derechoes extendida por Schmitt al análisis delEstado. Una vez evidencia el carácterantagónico de la sociedad, Schmittcuestiona la presunción agnóstica delEstado de Derecho liberal presentandolas dificultades que tal estatus implicapara la morigeración del conflictosocial. Tal carácter imparcial, insisteSchmitt, incapacita al Estadoparalizándolo y llevándolo a sudesgajamiento. A tal situación, se sumael carácter siempre inestable de lospactos sociales, que aumenta las

posibilidades de enfrentamiento armadoy resquebrajamiento del orden social.

En este estado de cosas, el Estadodebe garantizar el orden social a travésde la violencia17. Dada la inestabilidadde los pactos, “sólo la victoria armadade una de las partes sobre la otra, obien la represión por el Estado de unade las partes pueden sentar las basesde un orden social relativamenteestable” (SCHMITT, 1999: 257). Estaconcepción autoritaria de la funciónestatal se enmarca en la nociónfundamentalmente conflictiva delespacio político de Schmitt, para quienla relación amigo- enemigo constituyeel criterio de definición de la arenapolítica (SCHMITT, 1999: 60).

En escenarios de crisis, las solucionespropuestas por Schmitt pasan por unarestricción del acceso al poder políticoy por la imposición de una voluntadsoberana autoritaria, polémica y fáctica,que tras neutralizar a los órganos dedecisión y control políticos (elParlamento en el caso alemán),entronice la autoridad del Ejecutivocomo instancia última de decisión,capaz de violar el derecho y dictardisposiciones con fuerza de ley.

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5.1.1. El modelo de dictaduracomisarial

El modelo de dictadura comisarial buscafortalecer al Estado para encarar laamenaza revolucionaria. En este sentidotiene por objeto el reforzamiento de lasatribuciones del jefe del Ejecutivo(presidente del Reich), a partir de unareformulación del concepto de soberaníay un fuerte cuestionamiento a losintentos del derecho liberal para hacercalculable y previsible toda acciónestatal.

Schmitt retoma la noción bodiniana dela soberanía orientada al caso deexcepción, esto es, al caso en que elpríncipe debe faltar a las promesashechas al pueblo o a los estamentos envirtud de un estado de extremanecesidad o urgencia, que lo faculte paraviolar el derecho vigente. La situaciónexcepcional como situación de extremanecesidad, de peligro para la existenciadel Estado o de vacío constitucional, espresentada por Schmitt como unasituación en la que se plantea elproblema de quién es competentecuando no hay prevista competenciaalguna, de a quién corresponde lapresunción del poder ilimitado y de aquién corresponde la toma de decisionesen última instancia. Y será esta mismasituación de excepcionalidad la quedefina el concepto de soberanía

schmittiano: “Soberano es quien decidesobre la situación excepcional”(SCHMITT, 1995). En estascondiciones, la noción de soberanía sedefine en términos de la actuación estatalen ausencia o en contra de la norma.

Schmitt expone una segunda forma decaracterizar la soberanía, esta vez comodecisión con valor jurídico autónomo quese constituye en el fundamento últimode validez del ordenamiento jurídico. Elargumento de Schimtt se dirige aquí ademostrar que las decisiones de losórganos estatales sobre casosconcretos, tienen un valor jurídico propioque no procede de su remisión a normasgenerales y abstractas, dado que elpresupuesto y el contenido de lacompetencia del soberano sonilimitados18.

Una tercera dimensión de la soberaníaes derivada por Schmitt de la capacidadpara crear y garantizar el orden. En suTeología Política, Schmitt, afirmaráesta tercera esfera aunándola a lacapacidad de la autoridad para crear elderecho sin necesidad de atender alorden jurídico preestablecido. En otraspalabras, es la capacidad de crear ygarantizar un orden lo que dota delegitimidad al soberano y confiere validezjurídica a sus decisiones. Ahora bien, nose trata de un orden objetivo, muy alcontrario, se trata de un orden subjetivo

18 Se ha criticado a Schmitt la validez de su teoría del valor jurídico autónomo de la decisión, toda vezque no tiene considera suficientemente las diferencias entre decisión judicial y decisión soberano.Sobre éste tópico véase, (ESTÉVEZ, 1989: 183 y ss.).

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determinado por el soberano, quiendefine en qué consiste el orden y eldesorden. De esta suerte, el ordenconsiste en que haya una instancia quedecida en último extremo y que seacapaz de imponer sus decisiones.

Si la soberanía descansa en una decisiónautoritaria, en el ámbito interno laprincipal función del Estado residirá enla declaración de hostis, esto es, en ladefinición del enemigo interno, suexpulsión de la comunidad de paz y ladefinición de medidas para suenfrentamiento, a fin de lograr lapacificación del territorio y elmantenimiento de la paz, la seguridad yel “orden”. La declaración de enemistadalcanza mayores dimensiones si se tieneen cuenta que es justamente la relaciónamigo- enemigo la que define el ámbitode lo político. Desde este punto de vista,el soberano tiene la facultad de decidirqué asuntos tienen relevancia política ycuál debe ser su tratamiento. De aquíse infiere que al individuo no se lereconoce ningún ámbito de actuaciónautónomo, dejando cualquier tipo departicipación al margen de laintervención del soberano.

La teoría de la soberanía expuesta hastaaquí, se sumará a una crítica del estadode sitio liberal, para justificar el modelode dictadura comisarial schmittiano.Según el autor, el estado de sitio se erigecomo una situación regulada de hechoque no precisa declaración alguna porparte de la autoridad pero que ademásimpone limitaciones a las atribuciones del

soberano en situaciones de extremanecesidad. Esta regulación secontrapone a un empoderamientoefectivo, la dictadura, para acabar sincontemplaciones con el enemigo interno.La dictadura según Schmitt, es uninstrumento al que el Estado no puederenunciar si desea mantener el poder,mientras que el estado de sitio, artificiodel derecho liberal, convierte la actuaciónestatal en un ejercicio limitado yprevisible.

La línea argumentativa de Schmitt seextiende desde aquí hacia laconfiguración de un modelo de dictaduracomisarial como aquel que, a partir dela reinterpretación del artículo 48.2 dela Constitución de Weimar, permite alpresidente del Reich: “adoptar cuantasmedidas considere necesarias para elrestablecimiento del orden y de laseguridad públicos, aunque estasmedidas constituyan una violación deotras disposiciones constitucionalesdistintas de las enumeradas en el mismoartículo” (SCHMITT, 1978). La lecturade Schmitt sugiere que el apoderamientodel presidente le faculta no sólo paraadoptar las medidas necesarias pararestablecer el orden sino también parasuspender determinados artículos de laConstitución. Con esto, Schmitt justificael apoderamiento general que convierteal presidente en un dictador comisarioen circunstancias de crisis.

No obstante las atribucionesdesorbitadas del presidente, la dictaduracomisarial se reserva algunos límites: “el

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presidente no puede abolir laconstitución, no puede atentar contra elmínimo organizativo que constituye elpresupuesto de su propia existencia, estoes, no puede atentar contra el Gobierno,no puede abolir la propia instituciónpresidencial, ni puede atentar contra laexistencia del Reichstag” (ESTÉVEZ,1989: 242 – 244). Hasta aquí la dictaduracomisarial limitaría la acción presidencialal mantenimiento del statu quo. Unmatiz importante es introducido porSchmitt al restar al presidente laspotestades legislativas y judiciales. Eneste orden de ideas, “el presidente nopuede crear derecho ni en la forma denormas generales y abstractas quederoguen las leyes promulgadas por elparlamento, ni en la forma de decisionessobre los casos concretos” (ESTÉVEZ,1989: 247- 249). Así las cosas, en ladictadura comisarial el presidente puedeviolar el derecho pero no crearlo.

5.1.2. El Modelo dedictadura plebiscitaria

Continuando con su idea dereconstrucción autoritaria de la unidadestatal, Schmitt plantea un modeloalternativo al parlamentarismo burguésde la Constitución de Weimar. Éste nose erige exclusivamente en situacionesde excepción y crisis como la dictaduracomisarial, sino que constituye un tipode Estado diferente que habrá deadquirir un carácter permanente. Elmodelo conocido como dictaduraplebiscitaria del presidente del Reich, se

nutre de unas concepciones particularesde la democracia, la Constitución y elpueblo, tendientes a fundamentar lasatribuciones ilimitadas del presidente enlos órdenes Ejecutivo y Legislativoademás del control constitucional.

Como pudo observarse, el modelo dedictadura comisarial prescindía decualquier alusión al pueblo. Lalegitimidad del soberano se fundaba ensu capacidad para mantener el orden, locual no incluía el consentimiento popular.El modelo de dictadura plebiscitaria,representa un giro democrático en lateoría de Schmitt, aunque, como se verámás adelante se trata de una concepciónautoritaria de la democracia.

En este segundo modelo, Schmitt centrasu atención en el papel del puebloconcebido como “una entidad integradapor individuos sustancialmentehomogéneos” (ESTÉVEZ, 1989: 208).Schmitt rescata así el principio de laigualdad, pero no en el sentidodemocrático-liberal, sino en su versiónautoritaria: como el hecho de que todoslos individuos que componen el pueblotienen en común un determinado tipo decualidades. No se trata pues de la nociónde igualdad universal de los hombres,sino de un tipo de identidad quehomogeniza a unos hombrespermitiéndoles distinguirse de unenemigo externo, una igualdad que essustancial dentro de un círculo de iguales,pero que presupone y permite ladesigualdad frente a los desiguales.

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Tampoco se trata de una igualdadjurídica, política o económica.

Adicionalmente, Schmitt se aparta deadoptar el principio de la libertad comovalor democrático, con lo que abona elterreno para una homogenizaciónautoritaria de la sociedad encaminada afundamentar la distinción amigo-enemigo: “a la democracia le es propio,pues, en primer lugar, la homogeneidady en segundo lugar –en caso necesario–la segregación o aniquilación delheterogéneo”19. Así las cosas, laconfiguración autoritaria de lahomogeneidad no se contradice con lanoción schmittiana de la democracia. Porextensión, democracia y dictadura no sonincompatibles: “ante la democraciainmediata, no sólo en sentido técnico sinotambién en sentido vital, el Parlamentodel pensamiento liberal aparece comoun mecanismo artificial, mientras que losmétodos dictatoriales y cesarísticos (…)pueden ser expresiones inmediatas dela sustancia y fuerza democráticas”(ESTÉVEZ, 1989: 211).

Siendo el Parlamento, y en general lasformas liberales de representación,obstáculos para la relación entregobernantes y gobernados, la propuestade Schmitt se encaminará a eliminar ladistancia entre el soberano y el pueblo.En Teoría de la Constitución intentacombinar las ideas de identidad yrepresentación como principiosfundamentales de la organización política

y de todas las formas de Estado(SCHMITT, 1982). “La identidad aludea la presencia real de un pueblo que escapaz de expresar la voluntad política.Cuando el pueblo es incapaz de expresaruna voluntad política clara, entonces éstanecesita ser representada” (ESTÉVEZ,1989: 213). Se da así una relacióninversamente proporcional entreidentidad y representación: a mayoridentidad menor representación yviceversa.

Si la voluntad popular no adquiere vidasino por medio del representante, laconcepción schmittiana adquiere uncarácter perverso cuando se produceuna escisión entre el representante yla voluntad representada, de suerte queéste adquiera una vida propiaindependiente de aquello querepresenta. La idea de encarnación delos valores, ideales y voluntad delpueblo en un líder conducen a lapersonalización de la política, fenómenoque permitió a Hitler desplazar alParlamento y a los partidos paraerigirse en líder plebiscitario, jefe de lasfuerzas armadas y presidente del Reichsimultáneamente.

Hasta este punto el objetivo de lademocracia plebiscitaria es claro:desplazar el centro de decisión del Staatal Reich, de los órganos representativosa la cabeza del presidente, concentrandolas funciones ejecutivas y legislativas.La legitimidad también sufre un serio

19 Schmitt citado por Estévez (1989: 210).

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desplazamiento: deja de residir en elprocedimiento democrático del sufragio,para manifestarse en la aclamaciónpopular. Pero esta no supone la iniciativade los ciudadanos en la política, bien alcontrario, la participación popular esconstreñida a la mera refrendación dela decisión autoritaria: al si o al no, peronunca al contenido de las propuestas.Se produce así una identificación verticalentre el pueblo y el presidente del Reich,donde este último no sólo representa unaidentidad, sino que interpreta y decidesobre esta.

El círculo autoritario del modelo dedemocracia plebiscitaria se cierra conla función presidencial de Guardia de laConstitución. Si bien en un comienzo,Schmitt afirma que la validez ylegitimidad de la Constitución derivan delhecho de ser una decisión del pueblo, yque la Constitución debe ser interpretadacomo si fuera la decisión de una voluntadunitaria y coherente que permita que elEstado adopte decisiones firmes yunívocas, la crítica al TribunalConstitucional y el traslado de lasfunciones del parlamento al presidentedel Reich, terminan por delegar a esteúltimo como guardián de la Constitución.Schmitt es cuidadoso al distinguir lafunción del Tribunal Constitucional comoórgano encargado de velar por laadecuación de las leyes ordinarias a laConstitución (control deconstitucionalidad) de la función delGuardián de la constitución comoinstancia encargada de contrarrestar los

efectos paralizadores y disgregadores dela combinación de sociedad pluralista yEstado agnóstico- parlamentario(ESTÉVEZ, 1989: 231- 232).

En este sentido el guardián de laConstitución es considerado un terceroimparcial con suficiente independenciarespecto al parlamento y con tal gradode vinculación con el pueblo que lepermitan a partir de una decisiónmanifestar la voluntad de un pueblohomogéneo y políticamente unido, quees en últimas lo que le da fundamento ala Constitución. Adicionalmente , elGuardián de la Constitución debe estaren posibilidad de dotar al Estado de unavoluntad clara, cuando el Parlamento enmedio de la división tiende a paralizar yentorpecer la acción de gobierno.

La confianza depositada por Schmitt enla figura del presidente del Reich develael trasfondo de su propuesta política: eltránsito de un sistema parlamentario auno presidencialista que hiciera frentea las amenazas reales y potenciales alorden social. Si bien en un comienzoSchmitt apela al sentimiento deidentificación entre el pueblo y elpresidente del Reich para justificar sumodelo, llegado a cierto punto reconoceque el vínculo plebiscitario es demasiadodébil para mantener el orden. Derruidoel componente democrático, ha deacudirse entonces al componenteautoritario: la represión. Legalidad ylegitimidad condensa la propuestaautoritaria de Schmitt, donde se

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abandona el componente simbólico-carismático del presidente para exhortarsu carácter arbitrario, parcial yexcluyente (SCHMITT, 1971).

5.2. Vigencia del pensamientoschmittiano

Hasta aquí resulta innegable laestrechísima relación, por no deciridentificación, entre la mayor parte delos postulados schmittianos y las políticasadelantadas actualmente en nuestropaís. Uribe parece reunir las condicionesdel presidente del Reich: apelaciónconstante a la autoridad como respuestaa la crisis, carácter arbitrario, parcial yexcluyente de sus políticas, recurrenciaa métodos plebiscitarios (referendo),definición de la política en términosamigo-enemigo, supresión de derechosy libertades constitucionales por razones“excepcionales” (estatuto antiterrorista),etc. En general, la política de gobiernose presenta como un instrumento quebusca superar la ‘forma incorrecta’ dehacer política por medio de laimplementación de la ‘forma correcta’de ejercer la política. El gobierno seautosimboliza como el ‘padre educador’que busca inculcar en el pueblo y susdirigentes la ‘forma virtuosa’ de hacerpolítica. Con ello se afianzan en la políticasus sesgos premodernos y de allí queexpresamente defienda, como núcleobásico, un espectro de valorestradicionales (en gran parte de origenantioqueño) con el que se quiere que se

identifique la “nación”, esa que nuncaha logrado consolidarse en Colombia.

Pero más significativo que lo anteriores la identificación que se busca entreEstado y sociedad cuya separación fueuna conquista de la modernidad. La redde informantes, primera acción militarde gobierno, lo que de hecho proyectaes una acentuada etitización de la vidapública donde la sospecha comoinstrumento de intimidación pronto seextenderá no sólo a los sectorespolíticos y sociales en conflicto sino atoda forma de vida disidente.‘Bienvenidos al pasado’ pudo ser elremate de Uribe en su discurso deposesión, sin querer defender el ‘futuroesplendoroso’ de Cesar Gaviria quenunca llegó.

No deja de ser relevante observar queesta tendencia hacia un EstadoAutoritario, que constituye unaconstante en el desarrollo políticocolombiano, ha sido liderada porgobiernos liberales más que porconservadores en los últimos 20 años,alcanzando el conflicto sus puntos másálgidos en los periodos liberales. Desdelos oscuros tiempos de Turbay, las elitescolombianas empotradas en elliberalismo se han inclinado más porformas totalitarias de gobierno que lasmismas conservadoras. No sin razón laafirmación tajante del adagio popular:“Pa´ godo, un liberal”. El gobierno deUribe es la muestra fehaciente de ese

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carácter que hoy adquiere sus contornosdefinitivos20.

El Estado Autoritario que las elitescriollas están consolidando tiene, portanto, el doble propósito inconfundiblede fortalecer un modelo económiconeoliberal y aceitar el aparato represivodel Estado para la guerra. En esaintención han contado con los mejoresaliados: la estrategia antiterrorista delImperio (que incluye a USA perotambién a Europa y a Japón) y la propiaradicalización de la acción guerrilleraque a veces parece no comprender losnuevos escenarios y dinámicas de poderdespués del 11 de septiembre del 2001y con acciones desproporcionadascontinúa dándole al ordenamiento todaslas justificaciones para realizar sucometido.

La guerra internacional contra elterrorismo y la mano dura contra laguerrilla, en el caso colombiano,parecen confirmar la plena vigenciadel pensamiento schmittiano. Lapolítica se aleja cada vez más de la“romántica” deliberación democráticapara definirse en términos de ladecisión autoritaria. La principalfunción del Estado reside en ladefinición del enemigo interno, suexpulsión de la comunidad de paz y ladefinición de medidas para suenfrentamiento, a fin de lograr lapacificación del territorio y elmantenimiento de la paz, la seguridad

y el “orden”.

Vale decir, para terminar, que la guerrillay, en especial, las FARC le han puestola música a los argumentos legitimatoriosdel Estado Autoritario, acrecentando supropia deslegitimación en los sectoresurbanos que parecen haber perdidodefinitivamente. En ese marco, esnecesario, desde una perspectiva críticay una posición de izquierda, defender elproyecto utópico que quiso simbolizar laConstitución inicialmente, concibiéndolacomo un proyecto inacabado que tieneque cerrarse, no en términos de un pactode guerra, como las elites pretendenimponerlo, sino como pacto de justiciasocial, reconciliación y paz nacionales.Aunque eso no sea sino una intenciónimpotente a la sombra del ‘buen EstadoAutoritario’ que ahora nos cobija.

CONCLUSIÓN

La Constitución de 1991, cuyapretensión original fue ampliar el pactodefinido por la Constitución de 1886 yreducido drásticamente por el Plebiscitode 1957 que dio nacimiento al FrenteNacional, se revela hoy como el productode un contrato parcial que debe serextendido (VALLEJO, 2001: 13-29).Ampliación tanto en la letra misma dela Constitución como en la adecuaciónde su espíritu a unas circunstancias queexigen que se le dé cabida en el manejodel Estado y las estructuras básicas dela sociedad a sujetos colectivos que

20 Ver (GUTIÉRREZ, 2002).

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quedaron por fuera del contrato del 9121.

Por supuesto, la Constitución del 91posee grandes fortalezas que no puedenser desconocidas. La creación denuevas instituciones como la Defensoríadel Pueblo y la Corte Constitucional, ladefensa y desarrollo de DerechosFundamentales consagrados por elnuevo texto constitucional sin dudaconfiguran productos rescatables pormantener, consolidar y profundizar(GAVIRIA, 2001: 19-28).

Pero también hay que reconocer, denuevo apoyándose en los marcosnormativos de la filosofía política, que laConstitución del 91, precisamente por elacuerdo de mayorías impuesto alConstituyente de entonces violando susoberanía, que aquella no fue refrendadapor la ciudadanía. Una ConstituciónPolítica tiene que ser ratificada por elpueblo para darle la legitimidad definitivaque le confiera a las instituciones queha creado la estabilidad que la sociedadrequiere y le reclama, como se infiereclaramente de la lectura política delequilibrio reflexivo en la teoría de Rawls.

Pero, de hecho, once años deperpetuación del conflicto pone enevidencia, a pesar de todas susfortalezas y sus avances, que laConstitución no ha sido refrendada y que,por tanto, sigue siendo un proceso nocerrado (ESTEVEZ, 1994). De ahí seinfiere, como lo plantea Habermas, la

necesidad de concebir normativamente(en términos político-morales) el textoconstitucional como un proceso falible,abierto, en construcción (HABERMAS,1990 – 1998). Un proceso que al tenerque ser refrendado popularmente leimpone el reto a la ciudadanía demantenerlo abierto, haciendo de laConstitución un pacto por la paz y lareconciliación, sentimiento por el cualfue originalmente convocada laConstituyente, y no un pacto para laguerra, como el consenso de las élitespretende instrumentalizarlo en estosmomentos (VALLESPÍN, 1997: 199-223).

Esta paradoja dilemática podría serconciliada a través de lo queHabermas denominaprocedimentalización de la soberaníapopular. Pero, ¿cómo seprocedimentaliza la soberanía popularen un sistema en crisis como elnuestro? En Colombia se presentan dosobstáculos estructurales a estapretensión: el texto constitucional estáen muchos de sus apartes, por lasrazones expuestas, en contravía de suespíritu participativo y la soberaníapopular fue restringida y maniatada –en la ambiguedad del propio texto–estableciendo formalismos que lacercenan y la hacen imposible. Eltribunal constitucional se ve, pues,imposibilitado para poder conciliarconstitución y soberanía popular alquedar preso de esas dicotomías que

21 Ver (MEJÍA – FORMISANO, 1998).

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su propio reglamento interno no lograequilibrar22.

Como lo he sostenido en otros escritos(MEJÍA, 2000), la Corte no cuenta consensores adecuados para considerar laopinión pública y sólo puede orientarsemonológicamente para tomar decisionessobre las cuales la sociedad civil nopuede pronunciarse, como primeraafectada por sus decisiones. La guardade la Constitución queda garantizada alprecio mismo de la soberanía popularcuya perspectiva deliberativa no estenida en cuenta plenamente por elencargado de velar el proceso deadecuación entre ambas instancias.

Al no contemplar espacios estructuralesdesde donde incorporar el punto de vistade la ciudadanía en sus decisiones, alinterpretar la Constitución sin establecerdiálogos con la sociedad civil (sobretodoentendida esta en terminos hegelianos),al hacerlo desde la letra ambigua de unaCarta que, en muchos puntos, restringióla participación misma, el JuezConstitucional no logra traducir elespíritu participativo de la Constitucióndel 91 a los requerimientos mundo-vitales de la ciudadanía, constituyéndoseasí en el apuntalador de un perversocierre autopoiético del sistema jurídico(MEJÍA, 2000). De ahí que la opciónde una Asamblea Constitucional quereforme la Constitución, o incluso una

Constituyente que cree una nueva, sonposibilidades igualmente plausibles paracerrar el proceso inacabado de laConstitución del 91 y garantizarla comopacto de paz y no pacto de guerra comoel consenso de las élites lo estápropiciando23.

Adicionalmente, hay que tener encuenta que la Constituyente de 1991 nofue representativa de la totalidad de‘formas de vida’ que se encuentran enColombia, y de allí por qué elacrecentamiento del conflicto armadoes también sintomático delinconformismo y la discriminación socialy cultural que se han generado. Al notener en cuenta a un gran número desujetos colectivos, al no sentirse estosrepresentados ni cobijados por laConstitución, al dar testimonio, en susituación de exclusión vital, social ypolítica, de las falacias y del esquemade dominación ideológica yperiferización hegemónica querepresenta ese poder constituido del 91,el poder constituyente popular que talessectores encarnan no puede sinoreclamar, para superar laconstitucionalización de la mentira quela Constitución representa, pese a ella,su ampliación irrestricta hasta cuandoen ella quepan y se vean reflejadastodas las formas de vida que no hanpodido sentirse parte de este país y para

22 Ver del Magistrado Ciro Angarita, Aclaración de un Voto al Reglamento Interno de la CorteConstitucional (Acuerdo 002 del 92).23 Sobre el papel del juez constitucional en una democracia deliberativa ver (GARGARELLA, 1996),(NINO, 1997).

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quienes supuestamente fue concebidaesta Constitución.

Este supuesto tiene dos consecuenciaspara enfrentar la crisis colombiana: laprimera es reconocer la legitimidad delas diversas expresiones dedesobediencia civil, la que tendría queser interpretada por el TribunalConstitucional como una defensa activade los derechos fundamentales. Inclusode la aceptación, en un contexto deexclusión institucionalizada como elnuestro, de que la disidencia y resistenciaciudadanas –en todas sus expresioneslegales y subversivas– estaríaconstitucionalmente justificada24, pese ala paradoja que ello representaría.

Y, segundo, que si la Constitución del91 no recogió todas las perspectivasciudadanas, todas la eticidades quecomponen este país, se impone lanecesidad ineludible de explorar y definircuál es el modelo de poder constituyenteque mejor se adapta a la idiosincrasia, ala identidad, al ethos colombiano parano repetir el error de concebirconstituciones ideales que no se adaptenal ser de nuestra población y a larealidad de nuestro país. De lo contrario,institucionalmente, seguiríamosprolongando la constitucionalización delengaño, la hegemonía ideológica y ladominación histórica que las elitescolombianas quisieron hacer con una

Constitución que quiso ser la esperanzade un renacer y una reconciliaciónnacionales y que, por no poderconcretarlo, terminó perpetuando elesquema de subordinación que pretendiósuperar, profundizando la crisis de la queno parece que podamos salir.

24 Ver, en general, (MEJÍA, 2001 – 2002).

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