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    Notas en torno a la

    construccin de la demandade cuidados en la intervencinsocio-sanitaria

    Artculos seleccionados

    Claudia Krmpotic*,Barrn Elsa Viviana**, De Ieso La Carla***

    Fecha de recepcin:

    Fecha de aceptacin:Correspondencia a:

    Correo electrnico:

    28 de enero de 2012

    10 de octubre de 2012Claudia Krmpotic

    [email protected]

    * Postdoctorado Interdisciplinar en Ciencias Humanas (UFSC,

    Brasil). Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones

    Cientficas y Tcnicas, en el Centro Argentino de Etnologa

    Americana/CONICET. Docente-investigador en la Universidad de

    Buenos Aires y de la Matanza.

    ** Magister en Investigacin en Ciencias Sociales (UBA). Docen-

    te-investigador en la e la Universidad de Buenos Aires y en la

    Universidad Nacional de la Matanza.

    *** Licenciatura en Trabajo Social (IUNLaM). Becaria doctoral

    del Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas y Tcnicas,

    en el Centro Argentino de Etnologa Americana. Docente-investi-gador en la Universidad Nacional de La Matanza.

    Resumen:

    El artculo procura reflexionar sobre la temtica de los cuidados desarrollando algunas

    notas fundamentales que permitan interrogarnos acerca de las condiciones de su

    emergencia, sus bases filosficas y creencias, y sus relaciones con entornos fundamentales

    como la familia. Cuidar a los que cuidan se ha transformado en leit motiv de una nueva

    generacin de intervenciones que colocan como objeto al cuidado. En tanto aspecto dela vida cotidiana, forma parte de una tendencia en torno de su visibilizacin y valoracin

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    como lmite y potencia en el desarrollo personal y la felicidad, la cura, la rehabilitacin

    y la atencin en el final de la vida. En este sentido, esta contribucin aporta guas para

    la reflexin en torno de aspectos que hacen a una filosofa del cuidado, a los cambios

    que operan en la concepcin de sujeto, y de las creencias y universos morales en el

    amplio campo de los cuidados familiares, entendiendo que ello reporta consecuenciasmediatas e inmediatas para la accin. Considera su incorporacin tanto en la agenda

    pblica como en la agenda del Trabajo Social en particular, y de las profesiones de

    cuidado en general. Ofrece una gua analtica e introductoria a los fines de incentivar la

    investigacin y sistematizacin de prcticas de cuidado en el campo de los problemas

    socio-sanitarios.

    Palabras claves:intervencin socio-sanitaria - Profesiones de cuidado.

    Resumo

    O artigo visa refletir sobre o assunto dos cuidados desenvolvendo algumas notas fundamentais quepermitam perguntarmos sobre as condies de sua emergncia, suas bases fi losficas e crenas, e suasrelaes com ambientes fundamentais como a famlia. Cuidar aos que cuidam tem se transformado emleit motiv duma nova gerao de intervenes que colocam como objeto ao cuidado. Como aspecto da vidacotidiana, parte duma tendncia em torno de sua visibilizaco e valorao como limite e potencia nodesenvolvimento pessoal e a felicidade, a cura, a reabilitao, e a ateno no final da vida. Neste sentido,esta contribuio aporta guias para a reflexo em torno de aspectos que fazem a uma filosofia do cuida-do, as mudanas que atuam na concepo de sujeito, e as crenas e universos morais no amplo campo doscuidados familiares, entendendo que isto traz conseqncias mediatas e imediatas para a ao. Consi-dera tambm sua incorporao to na agenda publica como na agenda do Servio Social em particular,

    e das profisses de cuidado em geral. Oferece uma guia analtica e introdutria aos fins de incentivar apesquisa e sistematizao de praticas de cuidado no campo dos problemas scio- sanitrios.

    Palavras-chave: cuidado - interveno scio-sanitria - profisses de cuidado.

    Condiciones para la emergenciael cuidado

    Cuidar a los que cuidan se ha transformado en

    leit motiv de una nueva generacin de interven-ciones que colocan como objeto al cuidado. En

    tanto aspecto de la vida cotidiana, forma parte

    de una tendencia en torno de su visibilizacin y

    valoracin como lmite y potencia en el desarro-

    llo personal y la felicidad, la cura, la rehabilita-

    cin y la atencin en el final de la vida. En este

    sentido, esta contribucin aporta guas para la

    reflexin en torno de aspectos que hacen a una

    filosofa del cuidado, a los cambios que operan

    en la concepcin de sujeto, y de las creencias y

    universos morales en el amplio campo de los

    cuidados familiares, entendiendo que ello re-porta consecuencias mediatas e inmediatas para

    la accin.

    Su emergencia supone una refocalizacin (Nudler,

    2004) del cuidar en tanto nocin que ha nutrido

    las acciones tradicionales de ayuda y creado las con-

    diciones de una profesionalizacin en el caso de las

    llamadas profesiones de cuidado (Abbott y Wallace,

    1990). Asimismo, se presenta como un concepto sig-

    nificativo en el sentido expuesto por Koselleck (1993)

    en la medida que se constata un contexto de experien-

    cia y significado sociopoltico en el que se usa y para

    el que se usa dicho concepto. Demandas de cambio

    en el diseo de polticas socio-sanitarias, como en el

    mbito organizacional de los servicios sociales, nove-

    dades legislativas, y distintas presiones para tornar en

    problema pblico aspectos atinentes al reparto do-

    mstico de responsabilidades y tareas, condicionan el

    desarrollo de los cuidados en general.

    Sin embargo, la reflexin en torno a los lmites

    de la satisfaccin en materia de salud y bienestar

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    proveyeron buena parte de los fundamentos para

    la emergencia del cuidado como problema (Leiss,

    1976; Illich et. al, 1987; Heller y Feher, 1995). Msan cuando se trata del papel del Estado, hay

    consenso en torno de lo que Esping-Andersen(2000) identific como la ecuacin del bienestar,

    vinculando las transacciones de carcter tangible

    como intangible entre el Estado, las familias y el

    mercado. Desde diversas perspectivas asistimos

    a un movimiento novedoso que reclama por una

    poltica de cuidados, como una dimensin que la

    sociedad como el Estado debieran articular.

    En este sentido, el aporte de los estudios de g-

    nero contribuy a una expansin de al menos

    tres campos de problemas a) la relacin de exte-

    rioridad entre gnero y Estado, b) la conciliacin

    entre mbito productivo y reproductivo, y c) la

    valorizacin de la familia como sistema de apoyo

    y cuidados en los distintos ciclos de vida (Sojo,

    2007). As en los ltimos veinte aos ha cobrado

    gran mpetu el desarrollo de teoras feministas

    que polemizan con la forma en que haba sido

    conceptuado el Estado de bienestar. Con ello,

    gan un creciente espacio el reconocimiento del

    rol constitutivo de las relaciones de gnero en lasestructuras y polticas del Estado de bienestar.

    Lejos de asumir un significado unvoco, el cuidar

    es sin dudas un concepto polismico por cuanto

    resulta de las reflexiones y aportes de mdicos,

    filsofos, telogos, psicoterapeutas, enfermeros,

    trabajadores sociales, cuidadores, pastores, mili-

    tantes religiosos y sociales, entre otros. De hecho

    congrega distintas experiencias, que recurren a

    las percepciones, las creencias, la espiritualidad

    como a la religiosidad, en tanto conjunto de pre-

    supuestos que hacen al respeto al otro que sufre

    y que necesita de atencin.

    Mientras que los cuidados en el hogar fueron

    considerados dimensin de las estrategias fami-

    liares de vida (Torrado, 1989) esa faceta es ahora

    incluida en un concepto ms vasto que involucra

    no slo la relacin con los bienes y satisfactores,

    sino que incorpora la internalizacin de valores y

    significados en la relacin de cuidado. Enfatizan-do aspectos inherentes al sujeto y la dimensin

    emocional y moral de las necesidades humanas,

    ampla el campo analtico de la reproduccin so-

    cial, en clave relacional. Efectivamente, el cuidado

    alude a un proceso interactivo en el que madre-

    hijo, abuelo-nieto, hermano-hermano, vecino-ve-

    cino, enfermera asistente social-usuario se ayu-dan mutuamente para realizarse y transformarse.

    Supone una conciencia ntima de apertura del yo

    al otro, en la experiencia de compartir emocio-

    nes, ideas, recursos, tcnicas y conocimientos.

    Por su parte, tambin hay que advertir que la

    aparicin de servicios sociales de cuidados como

    servicios de un alto valor preferente, expresa no

    slo el reconocimiento de nuevos derechos so-

    ciales de ciudadana, sino que busca dar respues-

    ta desde una perspectiva de equidad de gnero

    y solidaridad a los nuevos riesgos sociales en un

    contexto de globalizacin y de remercantilizacin

    de la proteccin social. Respecto de esto ltimo,

    tiene sentido preguntarse si esta refocalizacin

    del cuidar no colabora de alguna forma con una

    despolitizacin del problema de la reproduccin

    social. La palabra cuidados adems de ser por

    momentos inespecfica, es tambin un potente

    smbolo poltico, en el que subyace el lazo entre

    amor, altruismo y cuidados, lo que puede ocul-tar las cuestiones econmicas y polticas. En la

    medida que el amor y el cuidado no son temas

    estrictamente polticos, se convierten en recursos

    a-polticos, neutrales e incuestionables.

    Como sea, un conjunto de factores han creado un

    escenario propicio para la emergencia del cuidar,

    los que pueden atribuirse a las variaciones socio-

    demogrficas, a los cambios en el perfil epide-

    miolgico, a los nuevos problemas en la agenda

    pblica y las regulaciones jurdicas como en el

    consumo problemtico de drogas, la salud men-

    tal, la salud reproductiva, el parto humanizado, el

    encarnizamiento teraputico, los derechos de los

    pacientes, etc. Asimismo, se hacen notar las pre-

    ocupaciones en torno de la inversin en salud y

    los desarrollos en la economa del cuidado, como

    los debates al interior de la misma prctica mdi-

    ca, respecto del ejercicio profesional y el funcio-

    namiento de los servicios de salud, recuperando

    la antigua tensin cuidar-curar como aspecto dela medicalizacin en la Argentina, frente al logro

    tecnolgico y el lmite tico. Por su parte, los es-

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    1. Si nos detenemos en el caso de los cuidados paliativos, durante los ltimos 30 aos se ha avanzado fundamentalmente en la dimensin clnica como en cambios a nivel organiza-cional, con el resurgimiento de los hospices, la creacin de servicios especializados en cuidados tanto en el mbito pblico como privado; quedan pendientes las adecuaciones de latercera fase an no madurada, vinculada a la calidad del cuidado al final de la vida en los sistemas nacionales y regionales de salud (Krmpotic, 2010).

    tudios sobre las transformaciones en las familias

    han sido coadyuvantes, colocando la cuestin del

    gnero desde la faceta del cuidado y el trabajo

    reproductivo.

    Si bien el cuidado ha sido considerado histrica-

    mente una funcin familiar y por ello -en gran

    medida- del mbito privado, no ha estado ajeno

    al rgimen de empleo y proteccin tpico del

    Estado de Bienestar- en la medida que consti-

    tuye un aspecto esencial del reparto domstico

    apoyado en transferencias basadas en vnculos

    personales entre quien da y quien recibe, soste-

    nido en una solidaridad familiar y comunitaria,

    reparto que acompaa al ms conocido reparto

    econmico (salarios como contrapartida de la

    actividad productiva), y al controvertido repar-

    to social (redistribucin en prestaciones mone-

    tarias -sean subsidios, asignaciones familiares,

    renta mnima- o en servicios sociales de salud,

    asistencia social, guarderas, etc.). Estos nuevos

    marcos de anlisis y accin dan lugar a cambios

    en los sistemas de proteccin social, los que

    pueden clasificarse en tres orientaciones bsi-

    cas: a) aquellos que se concentran en la dimen-

    sin micro focalizando en la prctica clnica ysus agentes, en el paciente y su familia; b) los

    que se orientan hacia una dimensin meso ms

    preocupada por el nivel organizacional; y c) los

    que ataen a la dimensin macro, que inclu-

    ye transformaciones en el sistema de salud y las

    polticas socio-sanitarias1.

    Seguidamente, procuraremos fundamentar que

    la revalorizacin de los cuidados no responde

    apenas a una adecuacin en las tcnicas y he-

    rramientas de intervencin socio-sanitaria, sino

    que se trata de un giro significativo que atae a

    la concepcin de sujeto, a la relevancia del dilo-

    go desde un enfoque hermenutico, y la puesta a

    prueba de una racionalidad guiada por las necesi-

    dades, las normas y las creencias antes que por un

    mero sentido instrumental de la accin.

    El sujeto de los cuidados

    Frente al sufrimiento, el dolor, la dependencia,

    se ponen de manifiesto los lmites de la interven-

    cin profesional, y nada ha podido reemplazarun rol activo del paciente en el proceso de cura-

    cin, como tampoco la mano amiga, el abrazo

    y la compaa ante la enfermedad; tampoco hay

    prevencin si no hay autocuidado, ni conciencia

    del proceso de enfermedad, ni vnculos y redes

    sociales de contencin en la experiencia de enfer-

    mar, ni consideracin por el valor de la vida. En

    el valor de la vida radica la necesidad de cuidar al

    nio o al anciano, del cuidarse mutuamente en

    una pareja. En cualquier caso, se movilizan re-cursos de cuidado, sea en tiempo, saberes, dinero,

    disposicin fsica y escucha psicolgica; sean de

    carcter afectivo, cognitivo, o material.

    La poltica social tradicional as como otras al-

    ternativas ms progresistas han definido sus ob-

    jetivos en funcin de un sujeto concebido como

    racional y autnomo. Efectivamente, acompa-

    ando la vocacin disruptiva de la modernidad,

    la idea de sujeto moderno expresa esa creciente

    separacin entre racionalizacin y subjetivacin,entre lo positivo concreto y lo espiritual, en-

    tre el universo de la instrumentalidad y el de la

    identidad, entre el actor y el sistema. Si bien la

    liberacin de las coacciones y formas represivas

    previas no es total, ya que se recrean mecanis-

    mos institucionales de regulacin social -como la

    familia, el trabajo y el Estado- lo cierto es que

    se asume una nueva subjetividad en base a una

    moral interiorizada. Ello supone una responsa-

    bilidad frente a las contingencias y capacidad de

    dominio (conciencia) sobre el destino.

    De ese sujeto ahora libre y responsable se espe-

    ran conductas estables, predecibles y regulares,

    as como una actitud cooperativa sin la necesidad

    de coaccin permanente o de al menos un mni-

    mo de control. De all que las modernas polticas

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    sociales propendern a moldear lo que Lukcs

    (2007) denominara disposiciones secundarias,

    con referencia a fuerzas psquicas y sentimien-

    tos indispensables para acompaar la divisin

    social y sexual del trabajo, tanto en el orden pri-vado (sexualidad/personalidad; consumo/cultura),

    como en el orden pblico (empresa/economa;

    estado/poltica). Un usuario as concebido exhi-

    be comportamientos relativamente ordenados y

    unificados, una identidad consistente y coheren-

    te, una actuacin racional que integra la respon-

    sabilidad individual mas tambin su rol de agencia

    en la preocupacin por terceros y el entorno. Como

    contrapartida, la carencia de tales atributos nos en-

    frenta a personas que identificaremos como depen-

    dientes, impredecibles, incapaces de actuar en su

    mejor inters o en beneficio de quienes le rodean,

    con dificultades para internalizar las normas socia-

    les, etc. La libertad disponible (en tanto hombres

    libres) nos obligar a tomar las opciones que -bajo

    condiciones de autonoma- decidiremos como las

    ms convenientes. Las polticas entonces no slo

    se resumen en la distribucin de bienes o servicios,

    sino particularmente de informacin, creando con-

    diciones para una eleccin informada. Incluso, todo

    un vasto desarrollo en torno de las amenazas a laautonoma se ver reflejado en conceptos y expli-

    caciones que intentan resolver este cuello de bote-

    lla clave para la poltica social: las filtraciones, los

    costos burocrticos, el clientelismo y la corrupcin,

    como el aumento de la racionalidad y la lucha con-

    tra la dependencia de los pobres de los programas

    sociales, sern bsquedas constantes.

    Ahora bien, como sealamos con anterioridad,

    diversos estudios han puesto en duda la eficacia

    simblica de dichas intervenciones, y en general,

    el poder del aparato estatal. La ilusin ingenieril

    puede estar jugndonos una mala pasada al ha-

    cernos creer en que efectivamente la accin de las

    polticas modifica la vida de las personas segn

    lo planeado. La mirada estratgica de las ltimas

    dcadas trat de superar esa ilusin, al incorporar

    un rol activo de ese usuario ahora convertido en

    agente, que acta estratgicamente en funcin de

    su conveniencia y la de su grupo. Los fracasos en

    materia de prevencin de diversos males y caren-cias que nos aquejan cuestionan lo hecho hasta

    el momento.

    Veamos entonces la cuestin colocando en foco

    al sujeto y su vida emocional. Frost y Hoggett

    (2008) invitan a pensar en ese sentido en un su-

    jeto post-liberal. Si consideramos al sujeto con

    capacidad de relacionamiento en lugar de auto-noma, ello nos obliga a revisar la categora de

    dependencia en la medida que en cualquier con-

    dicin precisamos del otro, en nuestra precaria

    e incompleta unidad del existir. En esta perspec-

    tiva, la razn junto a las pasiones se encarnan o

    corporizan e integran (en lugar de considerarse

    opuestas) en un sujeto que no siempre se maneja

    con racionalidad; se reconoce a un ser ambivalen-

    te, conducido emocionalmente, que existe ms

    all -pero definido- en el marco del lenguaje. La

    experiencia subjetiva como intersubjetiva emerge

    como relevante para explicar la objetivacin en

    actos y materiales de la cultura; todos resultados

    no slo del pensar (racional), sino adems del

    sentir, del responder, y el actuar.

    Por su parte, si aceptamos que la satisfaccin de

    necesidades transcurre en la vida cotidiana, ello

    nos define una escala en la que resulta difcil ex-

    trapolar las pretensiones de racionalidad y auto-

    noma. Entendida como dure, la cotidianeidades un fluir de vivencias. Bergson (1900) ha defi-

    nido las vivencias cotidianas oscilantes entre dos

    actitudes: una atencin a la vida cuando en uso

    de la conciencia espacio-temporal ello nos impi-

    de sumergirnos en la dure; y otra, cuando se

    relaja la tensin psquica, dejndonos llevar por

    el fluir indiferenciado y continuo de las vivencias.

    El acto reflexivo altera la corriente de conciencia,

    y es slo entonces cuando el flujo de sucesos se

    convierte en objeto de reflexin, es decir, adquie-

    re entidad discreta y significado, y puede trans-

    formar en un sentido estabilizador como crtico.

    Los estudios sobre vida cotidiana, como los en-

    foques fenomenolgicos y constructivistas apor-

    tan argumentos suficientes para identificar unos

    lmites claros a la racionalidad impuesta desde

    la concepcin de sujeto liberal que procuramos

    problematizar.

    Entonces, que implica intervenir en las experien-

    cias de este otro tipo de sujeto? En un sentido fe-nomenolgico puede decirse que las experiencias

    sintetizan tres dimensiones de la vida: una mate-

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    rial, una actitudinal y una simblica e imaginaria,

    de modo que cualquier intervencin afectar a los

    tres aspectos. El tipo de experiencias conducir

    por momentos -en ese fluir de la cotidianeidad- al

    razonamiento acerca de las condiciones en que lavida de cada uno se inscribe. A modo de ejemplo,

    no es slo la falta de ciertos alimentos en la mesa

    familiar, o la presencia de un hijo que sufre una

    adiccin, lo que define las carencias y necesidades

    en un hogar, sino el razonamiento sobre ello, lo

    que constituye una prctica concreta, no apenas

    un significado o representacin anexa: esa es la

    experiencia de malestar. No habra solamente un

    inventario de carencias o dficits a cubrir -sea en

    las condiciones materiales de vida, sea en la con-

    formacin de la identidad o del aparato psquico

    que de alguna manera inhabilitan a los sujetos a

    valerse por sus propios medios, sino en particular

    una valoracin del malestar fsico y psquico y del

    sufrimiento social que dichas carencias provocan.

    Visto desde el desempeo del sujeto (en lugar de

    las polticas) la autonoma tendr que ver con lo

    que se define como la capacidad de formular ob-

    jetivos y estrategias consistentes, y los intentos

    de ponerlas en prctica en las actividades que se

    emprenden. Incluye dimensiones como el gradode comprensin que la persona tiene de s mis-

    ma, de su cultura y de lo que se espera de ella

    dentro de la misma; la capacidad psicolgica para

    formular opciones; y las oportunidades objeti-

    vas que les permitan actuar en consecuencia. La

    racionalidad se presenta relativizada por cuanto

    desmantelamos la creencia en las regularidades

    nomolgicas como aspecto del sujeto liberal se-

    cular y universalizable. Los requisitos para una

    eleccin racional se hacen imposibles si existen

    diferentes criterios como subproducto de las di-

    versas formas de comprensin de un malestar o

    una enfermedad.

    Hermenutica y dilogo

    Abordar el tema de lo cuidados en los diversos

    mbitos en los que se presenta, nos remite a una

    experiencia: experiencia de enfermedad, experien-

    cia de soledad, experiencia de etiquetamiento, de

    abandono, etc. Ello conlleva unos presupuestosfilosficos y epistemolgicos, en la medida que

    no hay forma de comprender tales experiencias si

    no se participa en algn sentido de ellas, si no se

    planifica y evala desde las redes interpersonales

    del sufrimiento y en el contexto local y etnogr-

    fico de accin; es desde esos espacios locales que

    debe proyectarse la accin ms general. Suponeel desafo de resignificar el lenguaje y aproxima-

    cin global, a trminos que se vinculen con la

    historia local y las biografas personales.

    Por su parte, lo que se ha dado en llamar una

    filosofa del cuidado se nutre de diversos aportes

    que desde distintas perspectivas y con diferen-

    te alcance, contribuyen a dar sentido al vnculo

    con el otro en las interacciones fundantes de la

    vida humana, entre los que podemos destacar a

    Heidegger, Husserl, Schutz, Ricoeur, Apel, Ha-

    bermas, entre otros. El nfasis en los supuestos

    filosficos es un aspecto de esta veta innovadora

    en la atencin socio-sanitaria, la que ha sido de-

    sarrollada especialmente en el campo de la salud

    procurando articular los conceptos de cuidado y

    cura. Se trata de explicar el papel de la cura como

    dispensadora pre-ontolgica del cuidado y esen-

    cial en la vida del hombre. De alguna manera se

    concibe que la historia del hombre ha sido la his-

    toria de una preocupacin continua por mante-ner unos niveles de salud, de acuerdo -por cierto-

    con la interpretacin que en cada cultura se le de

    a ese concepto.

    Retomando una reflexin reciente, Heller (2011)

    interpreta el cuidado como un aspecto de la con-

    dicin humana, del ser en el mundo. Sea desde

    el punto vista fenomenolgico de Heidegger, o

    analizando los juegos del lenguaje de Wittgens-

    tein, o considerando el anlisis del discurso y el

    cuidado de uno mismo desde Foucault, el ser en

    el mundo nos confronta con objetos, costum-

    bres, lenguajes, modos de pensar, actuar, produ-

    cir, dejando por ello en un lugar secundario, la

    preocupacin epistemolgica acerca del cono-

    cer el mundo, y del problema de la verdad y las

    certezas, etc. Nuestras experiencias ms tempra-

    nas nos confrontan con otros, en un mundo de

    mutuas dependencias, en el sentido de personas

    que nos cuidan, sin las cuales no podramos so-

    brevivir ni crecer. Asimismo, en la medida queel cuidado de uno mismo implica el cuidado de

    otros, y que toda relacin implica normas, el cui-

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    dado y la tica se hallan siempre interconectadas.

    As, son diversas las contribuciones que desde la

    fenomenologa y la hermenutica integran cui-

    dados y vida cotidiana (Siles, 1997), y desarrollan

    variantes interpretativas en el proceso de satisfac-cin de necesidades segn las diferentes culturas.

    Conceptos como identidad/alteridad, control tc-

    nico/logro prctico, tratamiento/cuidado, subjeti-

    vidad/intersubjetividad son revisitados (Carvalho

    Mesquita-Ayres, 2002).

    Es ilustrativa la alusin al hospital como una co-

    munidad y a las relaciones interpersonales como

    un factor que incide en la reduccin del dolor.

    Vasconcellos-Silva, Rivera y Siebeneichler (2007)

    sostienen que el hospital constituye una comu-

    nidad lingstica, apreciando la comunicacin y

    los diversos lenguajes que actan con capacidad

    de alivio, a partir de una crtica al modelo nomo-

    lgico en el que domina un lenguaje tcnico que

    aumenta las distancias y distorsiona la comunica-

    cin. Siguiendo la teora de la accin comunica-

    tiva de Habermas, los autores demuestran como

    los cuidados paliativos ilustran el modelo plena-

    mente comunicativo (full communicative model) a di-

    ferencia tanto del instrumentalismo del modelohegemnico, como de la perspectiva del dilogo

    estratgico que slo informa unilateralmente. As

    el cuidado hospitalario debiera integrarse a los

    cuidados informales como en el hogar, donde

    equipo de salud, cuidadores y familiares actan

    teraputicamente.

    Por su parte, mientras los recursos espiritua-

    les son ampliamente desarrollados en todas las

    religiones son dbilmente potenciados en la in-

    tervencin mdico-cientfica, prctica que en su

    bsqueda por humanizarse debe hacer esfuer-

    zos por ampliar su inventario de recursos en la

    atencin. Ya Cobo Medina (2001: 129) seal

    que las bases fundacionales de la paliacin tuvie-

    ron un claro aliento religioso, puesto que hay sin

    duda, un talante especial, de humanismo y espi-

    ritualidad sin el cual no se concibe el trabajo de

    los paliativistas. Para el caso, el hospiceexhibe sularga tradicin enraizada en la prctica religiosa y

    su actual revitalizacin. Hay que reconocer que

    el nfasis de los grupos religiosos en el cuidado

    tiene varias vertientes y races histricas. En losgrupos cristianos, una nocin clave es la de fa-

    milia de la fe. El texto bblico, en el Nuevo Tes-

    tamento presenta a la iglesia como una familia:

    la familia de la fe (Gl. 6.10) y la familia o casa

    de Dios (1 P. 4.17; 1 Ti. 3.15; He. 3.6; 10.21)2.

    Adems de los vnculos interpersonales que se

    encuadran en este sentido de familia, por lo cual

    todas las obligaciones morales propias para las

    relaciones familiares se aplican a las relaciones

    entre los miembros, durante el siglo XX surge la

    nocin de ministerio holstico o integral (Deiros,

    2009) que refiere a un renovado nfasis en que

    la iglesia atienda la totalidad de las necesidades

    de sus miembros lo que incluye enfticamente el

    cuidado en el inicio y el final de la vida. Como

    sostiene Maldonado (2007, 7), La Iglesia, en

    medio de sus desaciertos y limitaciones, ha orien-

    tado la vida familiar a lo largo de los siglos en

    los momentos ms significativos. Ha creado una

    serie de rituales y ceremonias de transicin para

    pasar de una etapa a otra y ha cuidado de susmiembros en situaciones de desamparo, vulnera-

    bilidad y necesidad.

    En la vertiente catlica, una de las nociones que

    mayor influencia ha tenido en torno al cuidado es

    la idea de sacrificio. Sacrificio entendido como la

    costosa y difcil donacin de s mismo para el ser-

    vicio de los otros, como expresin de amor; la

    vida humana ontolgicamente tiene una estruc-

    tura sacrificial. En otras palabras est estructura-

    da de tal manera que slo es verdaderamente hu-

    mana aquella vida que se abre para la comunin,

    que se autodona, que muere para-s-misma y se

    realiza en el otro. (Boff, 1978: 124). La humani-

    dad as es definida por la capacidad de sacrificar-

    se por el otro. En diferentes escritos se retoman

    las palabras de Cristo que dan fundamento a esta

    idea, acerca de la cual el sacrificio de Cristo es el

    2. En el idioma original esta palabra que se traduce como casa es la palabra griega oikos, que se refiere a personas con las que se tiene una relacin sostenida en el tiempo. Esetrmino se asocia a la idea de la familia extendida, el conjunto de personas que de alguna manera componen los vnculos cercanos de una persona, en el que se mantienen relacionesprimarias. (Deiros, 1997) El texto bblico se refiere a los cristianos primitivos como miembros de este oikos espiritual al hablar de aquellos que han venido a la fe como unidadesfamiliares, ms bien que simplemente por compromisos personales.

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    mximo ejemplo a seguir: En verdad, en verdad

    os digo que si el grano de trigo no cae en tierra

    y muere, queda l solo; pero si muere, produce

    mucho fruto. El que ama su vida la pierde, y el

    que aborrece su vida en este mundo, la conserva-r para vida eterna. (Juan 12. 24-25, La Biblia de

    Las Amricas).

    En la cosmovisin cristiana el hombre slo puede

    vivir y subsistir humanamente si se entrega al otro

    y se despoja de s mismo para poder ser llenado

    de la gracia divina. En este sentido Cristo fue sa-

    crificio por excelencia, pues l fue hasta el extre-

    mo un ser-para-los-otros. El sacrificio posibilita

    la completa hominizacin y la salvacin plena

    del hombre (Boff, 1978: 125). El amor expresa-

    do en el sacrificio hacia el otro se complementan

    con los mandatos propios hacia la familia (que

    incluyen tambin a los miembros de la familia de

    la fe). Como sostiene el pastor y telogo luterano

    Bonhoeffer al referirse a la tica cristiana:El asu-

    mir ciertas cargas en favor de los enfermos debe

    ser algo a lo que debe estar siempre dispuesto el

    que goza de buena salud, sin ir ms lejos dada la

    incertidumbre de su futuro personal, por consi-

    guiente por razones totalmente naturales (Bon-hoeffer, 2000: 156). Si bien se asocia la naturaleza

    humana a su capacidad de cuidar al otro, esto

    debe ser realizado tambin por solidaridad con el

    sufrimiento del otro. En este sentido, otra nocin

    fundamental en la teologa del cuidado es la de la

    representacin: si nadie puede sustituir a nadie

    porque el hombre no es una cosa intercambiable

    sino una singularidad personal, nica e irrepeti-

    ble, histrica y libre, puede sin embargo, en razn

    de la solidaridad universal, ponerse al servicio del

    otro, unir su destino al destino del otro y parti-

    cipar del drama de la existencia de todos. (Boff,

    1978: 131).

    Cuidados familiares, creenciasy universos morales

    Hemos argumentado que la dimensin relacio-

    nal es constitutiva de las prcticas de cuidado,

    mientras que el cuidar como el cuidado (verbo y

    sustantivo) en la vida cotidiana, no resultan con-ceptos moral y emocionalmente indiferentes. Por

    el contrario, estos son aspectos centrales en las

    discusiones contemporneas sobre las prcticas

    de cuidado que se presentan en los mltiples es-

    pacios en que los mismos pueden ser provistos-

    recibidos, dentro de los sistemas de proteccin

    social.

    El cuidado constituye una prctica social sedi-

    mentada en la cultura, y que moldea las relacio-

    nes con uno mismo, con los otros y con el en-

    torno. El cuidado se vincula con la proteccin

    afectiva de las relaciones vitales, configura una

    construccin social, dinmica y contextual, que

    incluye razonamientos, sentimientos, tradiciones,

    prcticas, imaginarios y regulaciones valorativas,

    jurdicas y polticas (Arias, 2007). Diversos estu-

    dios coinciden en afirmar que presenta diversas

    dimensiones, destacndose la dimensin relacio-

    nal y afectiva que implica el cuidar a otra persona,

    y la dimensin moral de la responsabilidad (Pa-

    lomo, 2008). Heller (1991) reflexionando sobre

    la moral sostiene que aquella es sobre todo una

    actitud prctica que se expresa en decisiones que

    conciernen a actos. La moral es la relacin entre

    el comportamiento particular y la decisin parti-

    cular, por un lado, y las exigencias genrico-socia-

    les, por otro. Dado que esta relacin caracteriza acada esfera de la realidad, la moral estar presente

    en cada relacin humana. El contenido moral de

    las acciones se encuentra en funcin de mltiples

    factores: la elevacin por encima de las motiva-

    ciones particulares, la eleccin de los fines y con-

    tenidos (valores), la constancia en la elevacin a

    partir de determinadas exigencias, y la capacidad

    de aplicar estas exigencias en el caso concreto,

    en la situacin particular, en el conflicto indivi-

    dual. La autora sostiene que se llega a la moral

    cuando la exigencia es interiorizada, cuando se

    eleva a la motivacin personal, es decir, cuando

    la exigencia de la sociedad aparece como una exi-

    gencia que el particular dirige a s mismo y que,

    evidentemente, pone de un modo espontneo

    o consciente como medio incluso frente a los

    otros (Heller, 1991: 134). Por su parte, cuando

    Wuthnow (1996) se pregunta sobre las motiva-

    ciones que llevan a los sujetos a realizar acciones

    altruistas o compasivas encuentra que aun cuan-

    do sean actos individuales, ellos siempre remitena los vnculos sociales a travs del lenguaje, y a

    nuestro legado cultural en cuyo marco, tanto los

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    motivos como los actos, se afirman y encuentran

    sentido. Komter (2005) recoge resultados de di-

    versas investigaciones desarrolladas en pases

    anglosajones, las que estudiando los aspectos de

    la solidaridad familiar, concluyen que la principalmotivacin para proveer asistencia a los padres o

    hijos adultos, parece ser la internalizacin de nor-

    mas de obligacin. Con respecto a la dimensin

    afectiva observan la continuidad de los efectos

    de la experiencia familiar temprana. Asimismo,

    reconocen que el consenso en los valores explica

    el tono afectivo, mientras el gnero permanece

    como un factor significativo de diferenciacin en

    la vida intrafamiliar.

    Consideramos relevante reflexionar sobre los

    universos morales en los que se inscriben las

    prcticas de cuidado a fin de desnaturalizar dichas

    prcticas, para comprender los posibles conflictos

    y tensiones presentes en ellas. De las investiga-

    ciones con grupos familiares, Sarti (1994) destaca

    que la familia constituye un sistema de obligacio-

    nes morales. Configura un sistema de valores que

    incide sobre el modo de pensar el mundo social y

    de colocarse frente a l. La familia interesa en la

    argumentacin de este trabajo como un tipo derelacin, en la cual las obligaciones morales son

    la base fundamental. La familia como orden mo-

    ral, fundada en un dar y recibir continuos, se tor-

    na una referencia simblica fundamental. (Sarti,

    2003: 86). Jelin por su parte tambin refiere a las

    apelaciones morales que regulan la asignacin

    de tareas a realizar dentro de la unidad domes-

    tica, en relacin con un sistema de autoridad:

    Las apelaciones morales dirigidas a los diversos

    miembros son diferentes segn su ubicacin en

    la estructura de la unidad domstica: la abnega-

    cin de la madre, la responsabilidad del padre,

    la obediencia del hijo, son valores tradicionales

    sobre los que se asientan el sistema de incenti-

    vos (Jelin, 1984: 32). En este sentido han sido

    los estudios de gnero los que han vislumbrado

    y puesto en cuestin las pautas morales que aso-

    cian los cuidados con las mujeres y ambos con

    las familias. En el caso de las familias, los valores

    e ideologas se corporizan en relaciones sociales

    altamente personalizadas, cargadas de profundosafectos y deseos. Existen patrones sociales que

    diferencian el compromiso esperado para di-

    versos miembros segn su ubicacin dentro de

    la unidad en trminos de edad, sexo y relacin

    de parentesco con los dems miembros (Jelin,

    1984: 19). Esta lgica del cuidado domesticado

    imbricado en muchas ocasiones en la lgica de laobligacin y el sacrificio (Murillo, 2000), puede

    conducir a procesos de opresin en diversas di-

    recciones, como lo han sealado varios estudios

    (Izquierdo, 2003; Murillo, 2000).

    Otro aspecto a destacar es el referido a la trans-

    misin e internalizacin de los valores que hacen

    al orden moral. Sarti (2004: 13) afirma que vista

    como un lenguaje, socialmente elaborado e inter-

    nalizado por los individuos, la familia se torna un

    campo privilegiado para pensar la relacin entre

    lo individual y lo colectivo, por lo tanto, entre mi

    y el otro; asimismo cada integrante de la familia

    cuenta esa historia a su manera: ella es reconta-

    da de maneras diferentes por y para cada uno de

    los miembros que componen la familia, depen-

    diendo del lugar a partir del cual escuchan y ha-

    blan, construyendo varias (y variadas) historias

    (18). Halbwachs, desde los estudios de la memo-

    ria, vincula la transmisin y aprendizaje con los

    sentimientos familiares, y sostiene que es so-bre todo cuando se comparan diversos tipos de

    organizacin familiar, que nos asombramos de

    todo cuanto hay de adquirido y de transmitido

    en aquellos de nuestros sentimientos que podra-

    mos creer los ms simples y los ms universales

    (2004: 179); entendiendo que adems de las re-

    glas comunes de una sociedad, existen maneras

    de pensar propias de cada familia que imponen

    igualmente, e incluso ineludiblemente, su forma

    a las opiniones y sentimientos de sus miembros.

    En cuanto a la relacin entre orden moral y el

    afectivo, Bourdieu (1997) explica que para com-

    prender cmo la familia pasa de ficcin nominal

    a convertirse en un grupo real cuyos miembros

    estn unidos por intensos lazos afectivos, hay que

    tener en cuenta toda la labor simblica y prctica

    que tiende a transformar la obligacin de amar en

    disposicin amante y en dotar a cada uno de los

    miembros de la familia de un espritu de familia

    generador de dedicaciones, generosidades y so-

    lidaridades. La crianza de hijos/as por personasprovenientes de diversos universos familiares

    trae a la luz estas diferencias de creencias, ma-

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    neras de pensar, cosmovisiones e incluso formas

    que deberan expresarse los sentimientos. El ser

    madre, implica una serie de creencias y supues-

    tos sentimientos adjudicados al rol que, adems

    de las reglas comunes de la sociedad, adquierensu forma especfica en la organizacin familiar.

    Transmitidos por personas autorizadas dentro

    de la familia, adquieren forma en prcticas con-

    cretas que de algn modo entran en la cadena

    de transmisin. Luego, otras instituciones darn

    sentido y moldearn las pautas en torno a los

    cuidados. Bustamante y Trad (2007) emplean la

    categora modos de cuidar para hacer referencia

    a prcticas vinculadas al cuidado de la salud de

    nios/as, as como la insercin de los adultos en

    dichas prcticas y los significados que las orientan

    dentro de determinados sistemas de creencias.

    Sostienen que el inters en el cuidado de nios/

    as pequeos puede ser pensando a partir de dos

    ejes: a) el sistema de creencias sobre lo que es co-

    rrecto para el nio/a, en lo que es importante la

    experiencia previa, as como los mensajes trans-

    mitidos por parientes, profesionales de la salud,

    terapeutas alternativos e instancias religiosas; y b)

    la valoracin del cuidado de los nios/as a partir

    del tipo de gratificaciones que los adultos obtie-nen, por ejemplo en calidad de reconocimiento

    social, autorrealizacin o felicidad.

    A modo de cierre

    Nos propusimos introducir al lector en la deman-

    da de cuidados en la intervencin socio-sanitaria,

    desarrollando algunas notas fundamentales que

    permitan profundizar en la temtica e interrogar-

    nos acerca de las condiciones de su emergencia,

    sus bases filosficas y creencias, y sus vnculos

    con grupos fundamentales como la familia, re-

    flexionando sobre su incorporacin en la agenda

    pblica como en la agenda del Trabajo Social en

    particular, y de las profesiones de cuidado en ge-

    neral.

    Si bien todos los seres humanos necesitan de

    algn tipo de cuidado que deber ser provisto

    por otros, las necesidades y sus manifestacio-

    nes, la definicin de quien presta los cuidados y

    la nocin de buenos cuidados son construidas

    culturalmente. El reconocimiento, comprensin

    y anlisis de estas construcciones es central enla definicin de quines, cmo, dnde y con qu

    recursos se presta el cuidado, aspectos que deben

    estar presentes en la definicin de su provisin

    en el marco de la ecuacin Estado-mercado-fa-

    milias, as como en los modos de intervencin

    particulares a las profesiones, disciplinas y agen-

    tes que contribuyen en la elaboracin terico-

    metodolgica y en su materializacin a travs de

    servicios socio-sanitarios.

    Los lmites en la satisfaccin de necesidades, la

    crtica al sujeto concebido en trminos de una

    racionalidad instrumental y guiada por la utilidad,

    un enfoque organicista, obligan a admitir la exis-

    tencia de un fondo comn compuesto por nor-

    mas morales, tradiciones, lenguaje, cultura, que

    actuando como un traductor comn dan sentido

    y valor a los intercambios materiales y simbli-

    cos. En consecuencia el diseo de polticas so-

    cio-sanitarias no puede basarse en un clculo de

    costos y recursos (financieros mas tambin en elsentido de los costes de oportunidad) externos

    de carcter tangible, sino incluir la valoracin de

    disposiciones y recursos internos a las personas

    e intangibles.

    El Trabajo Social en particular deber deconstruir

    los formatos de actuacin y revisar los criterios

    que responden a una especie de asepsia emocio-

    nal, a la racionalidad burocrtica y a una planifi-

    cacin condicional tpica de la visin ingenieril.

    La temtica del cuidado interpela a las profesio-

    nes de cuidado en lo que respecta al poder pro-

    fesional, el compromiso personal y de cuidado al

    otro. En el respeto a la otredad obliga al dilogo,

    a valorar los contextos locales de prctica, a los

    agentes y sus acciones infinitamente variadas e

    infinitamente pequeas, poniendo en evidencia

    la necesidad de humanizar las respuestas institu-

    cionales.

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