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La Bella y la Bestia es un cuento dehadas tradicional europeo. Explicadoen múltiples variantes cuyo origenpodría ser una historia de Apuleyo,incluida en su libro El Asno de Oro.

La versión de madame LeprinceBeaumont, elegida para estaedición, fue publicada por primeravez en 1756 y cuenta la historia deBella, hija de un rico mercader quepor azares del destino ha de irse avivir al castillo de una Bestia quepretende matarla. Sin embargo,Bestia se enamora perdidamente deBella y no sólo le perdona la vida

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sino que le propone matrimonio.

Llevada al cine en infinidad deocasiones, esta versión ilustradarecoge los originales realizados parauna edición inglesa por el granWalter Crane, artista dotado de unafuerza y una gracia especiales quehan convertido su aportación gráficaal cuento en uno de los grandesclásicos de la literatura infantil.

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Jeanne Marie Leprince deBeaumont

La Bella y laBestia

ePUB v1.0Nipen 18.06.13

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Título original: La Belle et la BêteJeanne Marie Leprince de Beaumont,1756.Traducción: Luis Alberto de Cuenca.Ilustraciones: Walter Crane.

Editor original: Nipen (v1.0)ePub base v2.1

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Suspiró entonces mío Cid, depesadumbre cargado, y comenzó ahablar así, justamente mesurado:«¡Loado seas, Señor, Padre queestás en lo alto! Todo esto me hanurdido mis enemigos malvados».

ANÓNIMO

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Introducción

La historia de La Bella y la Bestia hacirculado durante siglos por todaEuropa, tanto en forma oral comoescrita, y, mucho más recientemente, enadaptaciones cinematográficas. Muchosexpertos han señalado similitudes entreeste cuento e historias clásicas de laGrecia antigua, como Cupido y Psique,Edipo o El Asno de Oro de Apuleyo,hacia el siglo segundo de nuestra era.

Una primera versión escrita de La

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bella y la bestia se atribuye a GiovanniFrancesco Straparola, aparecida en sulibro de cuentos Le piacevoli notti, en1550. Una temprana versión francesapresentaba al padre como un rey, y a laBestia como una serpiente. CharlesPerrault popularizó este cuento en surecopilación Contes de ma mere l’oye(Cuentos de mamá ganso), en 1697.Otros autores como Madame d’Aulnoy,con su cuento Le Mouton (La oveja) oGiambattista Basile, en el Pentamerone,también escribieron variaciones de lamisma historia.

La primera versión escrita que yadesarrolla el cuento tal como lo

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conocemos hoy fue publicada en 1740por la escritora francesa Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, en Lajeune américaine, et les contes marins.Era una serie de relatos explicados poruna anciana durante un largo viaje por elmar. Villeneuve escribía cuentos dehadas basados en el folclore europeo,para distracción de sus amigos yconocidos en bailes y salones.

La aristócrata francesa Jeanne-MarieLeprince de Beaumont (1711 - 1780)había emigrado a Inglaterra en 1745,donde empezó a trabajar como profesoray escritora de libros sobre educación ymoral. Habiendo leído la novela de

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Villeneuve, la abrevió en gran medida yla publicó en 1756 como parte de lacolección Magasin des enfants, oudialogues entre une sage gouvernanteet plusieurs de ses élèves. Tomando loselementos clave de la historia original,Beaumont omitió muchas escenas de losorígenes o las familias de losprotagonistas y modificó la escena de latransformación de la Bestia, que en eloriginal de Villeneuve acontece tras lanoche de bodas. Escrito comocomplemento educativo para susalumnos, muchos de los detallesescabrosos o subversivos del originalfueron suprimidos.

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La tradición francesa de esta épocaconsistía en elaborar historiascotidianas, con una tendencia adesarrollarlas sobre un trasfondo deemociones humanas en lugar de azares odesignios mágicos. Eliminaban todo loque era sangriento o cruel; escribían deforma directa y concisa, con un estilosobrio y sin adornos. Los cuentistasfranceses adaptaron sus historias a supropio gusto clásico, lógico y hastaracional. Perrault inició una tendenciaque se apartaba de esta formatradicional de narrar cuentos, y lasmujeres que le siguieron, Lhéritier,Madame d’Aulnoy y Beaumont, fueron

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aún más lejos. El más humilde de loshombres, en sus cuentos, era uncaballero; los pastores eran príncipesdisfrazados y la mayoría de losprotagonistas siempre son reyes oreinas.

Estas influencias en la historiaexplican las diferencias existentes entrela versión actual de La bella y la bestia,a través de estos escritores franceses, ylas versiones más tradicionales.

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LA BELLAY LA BESTIA

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Había una vez un mercader muy rico quetenía seis hijos, tres varones y tresmujeres; y como era hombre de muchosbienes y de vasta cultura, no reparaba engastos para educarlos y los rodeó detoda suerte de maestros. Las tres hijaseran muy hermosas; pero la más jovendespertaba tanta admiración, que depequeña todos la apodaban «la bellaniña», de modo que por fin se le quedóeste nombre para envidia de sushermanas.

No sólo era la menor mucho másbonita que las otras, sino también másbondadosa. Las dos hermanas mayoresostentaban con desprecio sus riquezas

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ante quienes tenían menos que ellas; sehacían las grandes damas y se negaban aque las visitasen las hijas de los demásmercaderes: únicamente las personas demucho rango eran dignas de hacerlescompañía. Se lo pasaban en todos losbailes, reuniones, comedias y paseos, ydespreciaban a la menor porqueempleaba gran parte de su tiempo en lalectura de buenos libros.

Las tres jóvenes, agraciadas yposeedoras de muchas riquezas, eransolicitadas en matrimonio por muchosmercaderes de la región, pero las dosmayores los despreciaban y rechazabandiciendo que sólo se casarían con un

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noble: por lo menos un duque o conde.La Bella —pues así era como la

conocían y llamaban todos a la menor—agradecía muy cortésmente el interés decuantos querían tomarla por esposa, ylos atendía con suma amabilidad ydelicadeza; pero les alegaba que aún eramuy joven y que deseaba pasar algunosaños más en compañía de su padre.

De un solo golpe perdió el mercadertodos sus bienes, y no le quedó más queuna pequeña casa de campo a buenadistancia de la ciudad. Totalmentedestrozado, lleno de pena su corazón,llorando hizo saber a sus hijos que eraforzoso trasladarse a esta casa, donde

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para ganarse la vida tendrían quetrabajar como campesinos.

Sus dos hijas mayores respondieroncon la altivez que siempre demostrabanen toda ocasión, que de ningún modoabandonarían la ciudad, pues no lesfaltaban enamorados que se sentiríanfelices de casarse con ellas, no obstantesu fortuna perdida. En esto se engañabanlas buenas señoritas: sus enamoradosperdieron totalmente el interés en ellasen cuanto fueron pobres.

Puesto que debido a su soberbianadie simpatizaba con ellas, lasmuchachas de los otros mercaderes y susfamilias comentaban:

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—No merecen que les tengamoscompasión. Al contrario, nos alegramosde verles abatido el orgullo. ¡Qué sehagan las grandes damas con las ovejas!

Pero, al mismo tiempo, todo elmundo decía:

—¡Qué pena, qué dolor nos da ladesgracia de la Bella! ¡Ésta sí que esuna buena hija! ¡Con qué cortesía lehabla a los pobres! ¡Es tan dulce, tanhonesta!… No faltaron caballerosdispuestos a casarse con ella, aunque notuviese un céntimo; mas la jovenagradecía pero respondía que le eraimposible abandonar a su padre endesgracia, y que lo seguiría a la campiña

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para consolarlo y ayudarlo en sustrabajos. La pobre Bella no dejaba deafligirse por la pérdida de su fortuna,pero se decía a sí misma:

—Nada obtendré por mucho quellore. Es preciso tratar de ser feliz en lapobreza.

No bien llegaron y se establecieronen la casa de campo, el mercader y sustres hijos con ropajes de labriegos sededicaron a preparar y labrar la tierra.La Bella se levantaba a las cuatro de lamañana y se ocupaba en limpiar la casay preparar la comida de la familia. Alprincipio aquello le era un sacrificioagotador, porque no tenía costumbre de

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trabajar tan duramente; mas unos mesesmás adelante se fue sintiendoacostumbrada a este ritmo y comenzó asentirse mejor y a disfrutar por susafanes de una salud perfecta. Cuandoterminaba sus quehaceres se ponía aleer, a tocar el clavicordio, o bien acantar mientras hilaba o realizaba algunaotra labor. Sus dos hermanas, en cambio,se aburrían mortalmente; se levantaban alas diez de la mañana, paseaban el díaentero y su única diversión eralamentarse de sus perdidas galas yvisitas.

—Mira a nuestra hermana menor —se decían entre sí—, tiene un alma tan

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vulgar, y es tan estúpida, que se contentacon su miseria.

El buen labrador, el padre, encambio, sabía que la Bella eratrabajadora, constante, paciente ytesonera, y muy capaz de brillar en lossalones, en cambio sus hermanas…Admiraba las virtudes de su hija menor,y sobre todo su paciencia, ya que lasotras no se contentaban con que hiciesetodo el trabajo de la casa, sino queademás se burlaban de ella.

Hacía ya un año que la familia vivíaen aquellas soledades cuando elmercader recibió una carta en la cual leanunciaban que cierto navío acababa de

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arribar, felizmente, con una carga demercancías para él. Esta noticiatrastornó por completo a sus dos hijasmayores, pues imaginaron que por finpodrían abandonar aquellos camposdonde tanto se aburrían y además loúnico que se les cruzaba por la cabezaera volver a la ociosa y fatua vida en lasfiestas y teatros, mostrando riquezas; porlo que, no bien vieron a su padre yadispuesto para salir, le pidieron que lestrajera vestidos, chales, peinetas y todasuerte de bagatelas. La Bella no dijo unapalabra, pensando para sí que todo eloro de las mercancías no iba a bastarpara los encargos de sus hermanas.

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—¿No vas tú a pedirme algo? —lepreguntó su padre.

—Ya que tienes la bondad de pensaren mí —respondió ella—, te ruego queme traigas una rosa, pues por aquí no lashe visto. No era que la deseaserealmente, sino que no quería afear consu ejemplo la conducta de sus hermanas,las cuales habían dicho que si no pedíanada era sólo por darse importancia.

Partió, pues, el buen mercader; perocuando llegó a la ciudad supo que habíaun pleito andando en torno a susmercaderías, y luego de muchos trabajosy penas se halló tan pobre como antes. Yasí emprendió nuevamente el camino

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hacia su vivienda. No tenía que recorrermás de treinta millas para llegar a sucasa, y ya se regocijaba con el gusto dever otra vez a sus hijas; pero erró elcamino al atravesar un gran bosque, y seperdió dentro de él, en medio de unatormenta de viento y nieve que comenzóa desatarse.

Nevaba fuertemente; el viento eratan impetuoso que por dos veces loderribó del caballo; y cuando cerró lanoche llegó a temer que moriría dehambre o de frío; o que lo devoraríanlos lobos, a los que oía aullar muy cercade sí. De repente, tendió la vista porentre dos largas hileras de árboles y vio

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una brillante luz a gran distancia.Se encaminó hacia aquel sitio y al

acercarse observó que la luz salía de ungran palacio todo iluminado. Seapresuró a refugiarse allí; pero susorpresa fue considerable cuando noencontró a persona alguna en los patios.Su caballo, que lo seguía, entró en unavasta caballeriza que estaba abierta, yhabiendo hallado heno y avena, el pobreanimal, que se moría de hambre, se pusoa comer ávidamente. Después de dejarloatado, el mercader pasó al castillo,donde tampoco vio a nadie; y por finllegó a una gran sala en que había unbuen fuego y una mesa cargada de

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viandas con un solo cubierto. Quizáspecaría de atrevido, pero se dirigióhacia allí. La tentación fue muy grande,pues la lluvia y la nieve lo habíancalado hasta los huesos; se arrimó alfuego para secarse, diciéndose a símismo: «El dueño de esta casa y sussirvientes, que no tardarán en dejarsever, sin duda me perdonarán la libertadque me he tomado».

Se quedó aún esperando un ratolargo, observaba hacia los otros recintospara tratar de ubicar a algún habitante enla mansión, pero cuando sonaron oncecampanadas sin que se apareciese nadie,no pudo ya resistir el hambre, y

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apoderándose de un pollo se lo comiócon dos bocados a pesar de sustemblores. Bebió también algunas copasde vino, y ya con nueva audaciaabandonó la sala y recorrió variosespaciosos aposentos, magníficamenteamueblados. En uno de ellos encontróuna cama dispuesta, y como era pasadala medianoche, y se sentía rendido decansancio, entumecido y aturdido de laaventura pasada hasta encontrar estecobijo, decidió cerrar la puerta yacostarse a dormir.

Eran las diez de la mañana cuandose levantó al día siguiente, y no fuepequeña su sorpresa al encontrarse un

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traje como hecho a su medida en vez desus viejas y gastadas ropas. «Sin duda»,se dijo, «o no he despertado, o estepalacio pertenece a un hada buena quese ha apiadado de mí». Miró por laventana y no vio el menor rastro denieve, sino de un jardín cuyas bellasflores encantaban la vista. Entró luegoen la estancia donde cenara la víspera, yhalló que sobre una mesita lo aguardabauna taza de chocolate.

—Le doy las gracias, señora hada—dijo en alta voz—, por haber tenido labondad de albergarme en noche taninhóspita y de pensar en mi desayuno.

El buen hombre, después de tomar el

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chocolate, salió en busca de su caballo,y al pasar por un sector lleno de rosasblancas recordó la petición de la Bella ycortó una para llevársela. En el mismomomento se escuchó un gran estruendo yvio que se dirigía hacia él una bestia tanhorrenda, que le faltó poco para caerdesmayado.

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—¡Ah, ingrato! —le dijo la Bestia convoz terrible—. Yo te salvé la vida alrecibirte y darte cobijo en mi palacio, yahora, para mi pesadumbre, tú mearrebatas mis rosas, ¡a las que amosobre todo cuanto hay en el mundo! Serápreciso que mueras, a fin de reparar estafalta.

El mercader se arrojó a sus pies,juntó las manos y rogó a la Bestia:

—Monseñor, perdóname, pues nocreía ofenderte al tomar una rosa; espara una de mis hijas, que me la habíapedido.

—Yo no me llamo Monseñor —respondió el monstruo— sino la Bestia.

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No me gustan los halagos, y sí que loshombres digan lo que sienten; no esperesconmoverme con tus lisonjas. Mas tú mehas dicho que tienes hijas; estoydispuesto a perdonarte con la condiciónde que una de ellas venga a morir enlugar tuyo. No me repliques: parte deinmediato; y si tus hijas rehúsan morirpor ti, júrame que regresarás dentro detres meses.

No pensaba el buen hombresacrificar una de sus hijas a tan horrendomonstruo, pero se dijo: «Al menos mequeda el consuelo de darles un últimoabrazo». Juró, pues, que regresaría, y laBestia le dijo que podía partir cuando

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quisiera.—Pero no quiero que te marches con

las manos vacías —añadió—. Vuelve ala estancia donde pasaste la noche: allíencontrarás un gran cofre en el quepondrás cuanto te plazca, y yo lo haréconducir a tu casa.

Dicho esto se retiró la Bestia, y elhombre se dijo: «Si es preciso quemuera, tendré al menos el consuelo deque mis hijas no pasen hambre». Volvió,pues, a la estancia donde había dormido,y halló una gran cantidad de monedas deoro con las que llenó el cofre de que lehablara la Bestia, lo cerró, fue a lascaballerizas en busca de su caballo y

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abandonó aquel palacio con una grantristeza, pareja a la alegría con queentrara en él la noche antes en busca dealbergue. Su caballo tomó por sí mismouna de las veredas que había en elbosque, y en unas pocas horas se hallóde regreso en su pequeña granja.

Se juntaron sus hijas en torno suyo y,lejos de alegrarse con sus caricias, elpobre mercader se echó a llorarangustiado mirándolas. Traía en la manoel ramo de rosas que había cortado parala Bella, y al entregárselo le dijo:

—Bella, toma estas rosas, que biencaro costaron a tu desventurado padre.

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Y enseguida contó a su familia la funestaaventura que acababa de sucederle. Aloírlo, sus dos hijas mayores dierongrandes alaridos y llenaron de injurias ala Bella, que no había derramado unalágrima.

—Mirad a lo que conduce el orgullode esta pequeña criatura —gritaban—.¿Por qué no pidió adornos comonosotras? ¡Ah, no, la señorita tenía queser distinta! Ella va a causar la muertede nuestro padre, y sin embargo nisiquiera llora.

—Mi llanto sería inútil —respondióla Bella—. ¿Por qué voy a llorar anuestro padre si no es necesario que

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muera? Puesto que el monstruo tiene abien aceptar a una de sus hijas, yo meentregaré a su furia y me considerarémuy dichosa, pues habré tenido laoportunidad de salvar a mi padre ydemostraros a vosotros y a él mi ternura.

—No, hermana —dijeron sus treshermanos—, tampoco es necesario quetú mueras; nosotros buscaremos a esemonstruo y lo mataremos o pereceremosbajo sus golpes.

—No hay que soñar, hijos míos —dijo el mercader—. El poderío de esaBestia es tal que no tengo ningunaesperanza de matarla. Me conmueve elbuen corazón de Bella, pero jamás la

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expondré a la muerte. Soy viejo, mequeda poco tiempo de vida; sóloperderé unos cuantos años, de los queúnicamente por vosotros sientodesprenderme, mis hijos queridos.

—Te aseguro, padre mío —le dijo laBella—, que no irás sin mí a esepalacio; tú no puedes impedirme que tesiga. En parte fui responsable de tudesventura. Como soy joven, no le tengogran apego a la vida, y prefiero que esemonstruo me devore a morirme de lapena y el remordimiento que me daría tupérdida.

Por más que razonaron con ella nohubo forma de convencerla, y sus

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hermanas estaban encantadas, porque lasvirtudes de la joven les había inspiradosiempre unos celos irresistibles. Almercader lo abrumaba tanto el dolor deperder a su hija, que olvidó el cofrerepleto de oro; pero al retirarse a suhabitación para dormir su sorpresa fueenorme al encontrarlo junto a la cama.Decidió no decir una palabra a sus hijosde aquellas nuevas y grandes riquezas,ya que habrían querido retornar a laciudad y él estaba resuelto a morir en elcampo; pero reveló el secreto a la Bella,quien a su vez le confió que en suausencia habían venido de visita algunoscaballeros, y que dos de ellos amaban a

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sus hermanas. Le rogó que les permitieracasarse, pues era tan buena que lasseguía queriendo y las perdonaba detodo corazón, a pesar del mal que lehabían hecho.

El día en que partieron la Bella y supadre, las dos perversas muchachas sefrotaron los ojos con cebolla para tenerlágrimas con que llorarlos; sushermanos, en cambio, lloraron de veras,como también el mercader, y en toda lacasa la única que no lloró fue la Bella,pues no quería aumentar el dolor de losotros. Echó a andar el caballo hacia elpalacio, y al caer la tarde apareció éstetodo iluminado como la primera vez. El

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caballo se fue por sí solo a lacaballeriza, y el buen hombre y su hijapasaron al gran salón, dondeencontraron una mesa magníficamenteservida en la que había dos cubiertos. Elmercader no tenía ánimo para probarbocado, pero la Bella, esforzándose porparecer tranquila, se sentó a la mesa y lesirvió, aunque pensaba para sí: «LaBestia quiere que engorde antes decomerme, puesto que me recibe de modotan espléndido».

En cuanto terminaron de cenar seescuchó un gran estruendo y el mercader,llorando, dijo a su pobre hija que seacercaba la Bestia. No pudo la Bella

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evitar un estremecimiento cuando vio suhorrible figura, aunque procuródisimular su miedo, y al interrogarla elmonstruo sobre si la habían obligado osi venía por su propia voluntad, ella lerespondió que sí, temblando, que eradecisión propia.

—Eres muy buena —dijo la Bestia—, y te lo agradezco mucho. Tú, buenhombre, partirás por la mañana y nosueñes jamás con regresar aquí. Nunca.Adiós, Bella.

—Adiós, señor —respondió lamuchacha.

Y enseguida se retiró la Bestia.—¡Ah, hija mía —dijo el mercader,

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abrazando a la Bella— yo estoy casimuerto de espanto! Hazme caso y dejaque me quede en tu sitio.

—No, padre mío —le respondió laBella con firmeza—, tú partirás por lamañana.

Fueron después a acostarse,creyendo que no dormirían en toda lanoche; mas sus ojos se cerraron apenaspusieron la cabeza en la almohada.

Mientras dormía vio la Bella a unadama que le dijo:

—Tu buen corazón me hace muyfeliz, Bella. No ha de quedar sinrecompensa esta buena acción dearriesgar tu vida por salvar la de tu

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padre.Le contó el sueño al buen hombre la

Bella al despertarse; y aunque le sirvióun tanto de consuelo, no alcanzó a evitarque se lamentara con grandes sollozos almomento de separarse de su queridahija.

En cuanto se hubo marchado sedirigió la Bella a la gran sala y se echóa llorar; pero, como tenía sobradocoraje, resolvió no apesadumbrarsedurante el poco tiempo que le quedasede vida, pues tenía el convencimiento deque el monstruo la devoraría aquellamisma tarde. Mientras esperaba decidiórecorrer el espléndido castillo, ya que a

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pesar de todo no podía evitar que subelleza la conmoviese. Su asombro fueaún mayor cuando halló escrito sobreuna puerta:

Aposento de la Bella.

La abrió precipitadamente y quedódeslumbrada por la magnificencia queallí reinaba; pero lo que más llamó suatención fue una bien provistabiblioteca, un clavicordio y numerososlibros de música, lo que reunía todo loque a ella le hacía la vida placentera.

—No quiere que esté triste —se dijoen voz baja, y añadió de inmediato—:

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para un solo día no me habría reunidotantas cosas.

Este pensamiento reanimó su valor, ypoco después, revisando la biblioteca,encontró un libro en que aparecía lasiguiente inscripción en letras de oro:

Disponga, ordene, aquí es ustedla reina y señora. Todas las

cosas que aquí hay laobedecerán.

—¡Ay de mí —suspiró ella—, nadadeseo sino ver a mi pobre padre y saberqué está haciendo ahora!

Había dicho estas palabras para sí

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misma: ¡cuál no sería su asombro alvolver los ojos a un gran espejo y verallí su casa, adonde llegaba entonces supadre con el semblante lleno de tristeza!Las dos hermanas mayores acudieron arecibirlo, y a pesar de los aspavientosque hacían para aparecer afligidas, seles reflejaba en el rostro la satisfacciónque sentían por la pérdida de suhermana, por haberse desprendido de lahermana que les hacía sombra con subelleza y bondad. Desapareció todo enun momento, y la Bella no pudo dejar dedecirse que la Bestia era muycomplaciente, y que nada tenía quetemer de su parte.

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Al mediodía halló la mesa servida, ymientras comía escuchó un exquisitoconcierto, aunque no vio a personaalguna. Esa tarde, cuando iba a sentarsea la mesa, oyó el estruendo que hacía laBestia al acercarse, y no pudo evitar unestremecimiento.

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—Bella —le dijo el monstruo—,¿permitirías que te mirase mientrascomes?

—Tú eres el dueño de esta casa —respondió la Bella, temblando.

—No —dijo la Bestia—, no hayaquí otra dueña que tú. Si te molestarano tendrías más que pedirme que mefuese, y me marcharía enseguida. Perodime: ¿no es cierto que me encuentrasmuy feo?

—Así es —dijo la Bella—, pues nosé mentir; pero en cambio creo que eresmuy bueno.

—Tienes razón —dijo el monstruo—, aun cuando yo no pueda juzgar mi

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fealdad, pues no soy más que una bestia.—No se es una bestia —respondió

la Bella— cuando uno admite que esincapaz de juzgar sobre algo. Los neciosno lo admitirían.

—Come, pues —le dijo el monstruo—, y trata de pasarlo bien en tu casa,que todo cuanto hay aquí te pertenece, yme apenaría mucho que no estuviesescontenta.

—Eres muy bondadoso —respondióla Bella—. Te aseguro que tu buencorazón me hace feliz. Cuando pienso enello no me pareces tan feo.

—¡Oh, señora —dijo la Bestia—,tengo un buen corazón, pero no soy más

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que una bestia!—Hay muchos hombres más

bestiales que tú —dijo la Bella—, ymejor te quiero con tu figura, que a otrosque tienen figura de hombre y un corazóncorrupto, ingrato, burlón y falso.

La Bella, que ya apenas le teníamiedo, comió con buen apetito; perocreyó morirse de pavor cuando elmonstruo le dijo:

—Bella, ¿querrías ser mi esposa?Largo rato permaneció la muchacha

sin responderle, ya que temía despertarsu cólera si rehusaba, y por último ledijo, estremeciéndose:

—No, Bestia.

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Quiso suspirar al oírla el pobremonstruo, pero de su pecho no salió másque un silbido tan espantoso, que hizoretemblar el palacio entero; sinembargo, la Bella se tranquilizóenseguida, pues la Bestia le dijotristemente:

—Adiós, entonces, Bella —y salióde la sala volviéndose varias veces amirarla por última vez.

Al quedarse sola, la Bella sintió unagran compasión por esta pobre Bestia.«¡Ah, qué pena», se dijo, «que siendotan bueno, sea tan feo!».

El palacio estaba lleno de galerías,salas y habitaciones conteniendo las más

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bellas obras de arte. En una habitaciónhabía una jaula con pájaros exóticos yno lejos de ella, La Bella encontró unatropa de monos de todos los tamañosque avanzaban hacia ella haciéndolegrandes reverencias. A La Bella legustaron tanto que pidió quedarse conunos cuantos para hacerle compañía.Instantáneamente, dos monitos jóvenes yaltos vestidos con trajes elegantes de lacorte, avanzaron y se colocaron, congran ceremonia, junto a ella. Y dosmonitos pequeños y espabiladosrecogieron la cola del vestido como sifueran pajes. Desde ese momento, losmonos siempre la esperaban y atendían

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con el esmero que los oficiales realesdan a las reinas.

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Tres apacibles meses pasó la Bella en elcastillo. Se sentía como una reina, peroestaba sola todo el día. Todas las tardesla Bestia la visitaba, y la entretenía yobservaba mientras comía, con suconversación llena de buen sentido, perojamás de aquello que en el mundollaman ingenio. Cada día la Bellaencontraba en el monstruo nuevasbondades, y la costumbre de verlo lahabía habituado tanto a su fealdad, quelejos de temer el momento de su visita,miraba con frecuencia el reloj para versi eran las nueve, ya que la Bestia jamásdejaba de presentarse a esa hora, Sólohabía una cosa que la apenaba, y era que

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la Bestia, cotidianamente antes deretirarse, le preguntaba cada noche siquería ser su esposa, y cuando ellarehusaba parecía traspasado de dolor.

Un día le dijo:—Mucha pena me das, Bestia. Bien

querría complacerte, pero soydemasiado sincera para permitirte creerque pudiese hacerlo nunca. Siempre hede ser tu amiga: trata de contentarte conesto.

—Forzoso me será —dijo la Bestia—. Sé que en justicia soy horrible, peromi amor es grande. Entretanto, me sientofeliz de que quieras permanecer aquí.Prométeme que no me abandonarás

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nunca.La Bella enrojeció al escuchar estas

palabras. Había visto en el espejo quesu padre estaba enfermo de pesar porhaberla perdido, y deseaba volverlo aver.

—Yo podría prometerte —dijo a laBestia— que no te abandonaré nunca, sino fuese porque tengo tantas ansias dever a mi padre, que me moriré de dolorsi me niegas ese gusto.

—Antes prefiero yo morirme —dijoel monstruo— que causarte el pesar máspequeño. Te enviaré a casa de tu padre,y mientras estés allí morirá tu Bestia depena.

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—¡Oh, no —respondió la Bella,llorando—, te quiero demasiado paratolerarlo! Prometo regresar dentro deocho días. Me has hecho ver que mishermanas están casadas y mis hermanosen el ejército. Mi padre se ha quedadosolo. Permíteme que pase una semana ensu compañía.

—Mañana estarás con él —dijo laBestia—, pero acuérdate de tu promesa.Cuando quieras regresar no tienes másque poner tu sortija sobre la mesa a lahora del sueño. Adiós, Bella.

La Bestia suspiró, según sucostumbre, al decir estas palabras, y laBella se acostó con la tristeza de verlo

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tan apesadumbrado.Cuando despertó a la mañana

siguiente se hallaba en casa de su padre.Sonó a poco una campanilla que estabajunto a la cama y apareció la sirvienta,quien dio un gran grito al verla. Acudiórápidamente a sus voces el buen padre, ycreyó morir de alegría porque recobrabaa su querida hija, con la cual estuvoabrazado más de un cuarto de hora y secontaron sus andanzas durante el tiempoque la Bella estuvo ausente. Luego deestas primeras efusiones, la Bellarecordó que no tenía ropas con quevestirse, pero la sirvienta le dijo que enla vecina habitación había encontrado un

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cofre lleno de magníficos vestidos conadornos de oro y diamantes. Agradecidaa las atenciones de la Bestia, pidió laBella que le trajesen el más modesto deaquellos vestidos y que guardasen losotros para regalárselos a sus hermanas;pero apenas había dado esta ordendesapareció el cofre. Su padre comentóque sin duda la Bestia quería queconservase para sí los regalos, y alinstante reapareció el cofre dondeestuviera antes.

Se vistió la Bella, y entretantoavisaron a las hermanas, que acudieronen compañía de sus esposos. Las doseran muy desdichadas en sus

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matrimonios, pues la primera se habíacasado con un gentilhombre tan hermosocomo Cupido, pero que no pensaba sinoen su propia figura, a la que dedicabatodos sus desvelos de la mañana a lanoche, menospreciando la belleza de suesposa. La segunda, en cambio, tenía pormarido a un hombre cuyo gran talento noservía más que para mortificar a todo elmundo, empezando por su esposa.Cuando vieron a la Bella ataviada comouna princesa, y más hermosa que la luzdel día, las dos creyeron morir de dolor.Aunque la Bella les hizo mil caricias noles pudo aplacar los celos, que serecrudecieron cuando les contó lo feliz

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que se sentía. Bajaron las dos al jardínpara llorar allí a sus anchas.

—¿Por qué es tan dichosa esapequeña criatura? ¿No somos nosotrasmás dignas de la felicidad que ella?

—Hermana —dijo la mayor—, seme ocurre una idea. Tratemos deretenerla aquí más de ocho días: esaestúpida Bestia pensará entonces que haroto su palabra, y quizás la devore.

—Tienes razón, hermana mía —respondió la otra—. Y para conseguirlola llenaremos de halagos.

Y tomada esta resolución, volvierona subir y dieron a su hermana tantaspruebas de cariño, que la Bella lloraba

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de felicidad. Al concluirse el plazocomenzaron a arrancarse los cabellos ya dar tales muestras de aflicción por supartida, que les prometió quedarse otrosocho días. Sin embargo, la Bella sereprochaba el pesar que así causaba a supobre monstruo, a quien amaba de todocorazón, y se entristecía de no verlo. Ladécima noche que estuvo en casa de supadre, soñó que se hallaba en el jardíndel castillo, y que veía cómo la Bestia,inerte sobre la hierba, a punto de morir,la reconvenía por sus ingratitudes.Despertó sobresaltada, con los ojosllenos de lágrimas.

«¿No soy yo bien perversa», se dijo,

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«pues le causo tanto pesar cuando de talmodo me quiere? ¿Tiene acaso la culpade su fealdad y su falta de inteligencia?Su buen corazón importa más que todolo otro. ¿Por qué no he de casarme conél? Seré mucho más feliz que mishermanas con sus maridos. Ni la bellezani la inteligencia hacen que una mujerviva contenta con su esposo, sino labondad de carácter, la virtud y el deseode agradar; y la Bestia posee todas estascualidades. Aunque no amor, sí le tengoestimación y amistad. ¿Por qué he de serla causa de su desdicha, si luego mereprocharía mi ingratitud toda la vida?».Con estas palabras la Bella se levantó,

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puso su sortija sobre la mesa y volvió aacostarse.

Apenas se tendió sobre la cama sequedó dormida, y al despertarse a lamañana siguiente vio con alegría que sehallaba en el castillo de la Bestia. Sevistió con todo esplendor por darlegusto, y creyó morir de impaciencia enespera de que fuesen las nueve de lanoche; pero el monstruo no apareció aldar el reloj la hora. Creyó entonces quele habría causado la muerte, y exhalandoprofundos suspiros, a punto dedesesperarse, recorrió la Bella elcastillo entero, buscando inútilmente portodas partes. Recordó entonces su sueño

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y corrió por el jardín hacia el estanquejunto al cual lo viera en sueños.

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Allí encontró a la pobre Bestia sobre lahierba, perdido el conocimiento, y pensóque había muerto. Sin el menor asomode horror se dejó caer a su lado, y alsentir que aún le latía el corazón, tomóun poco de agua del estanque y le rocióla cabeza. Abrió la Bestia los ojos ydijo a la Bella:

—Olvidaste tu promesa, y el dolorde haberte perdido me llevó a dejarmemorir de hambre. Pero ahora morirécontento, pues tuve la dicha de verte unavez más.

—No, mi Bestia querida, no vas amorirte —le dijo la Bella—, sino quevivirás para ser mi esposo. Desde este

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momento te prometo mi mano, y juro queno perteneceré a nadie sino a ti. ¡Ah, yocreía que sólo te tenía amistad, pero eldolor que he sentido me ha hecho verque no podría vivir sin verte!

Apenas había pronunciado estaspalabras la Bella vio que todo elpalacio se iluminaba con lucesresplandecientes: los fuegos artificiales,la música, todo era anuncio de una granfiesta; pero ninguna de estas bellezaslogró distraerla, y se volvió hacia suquerido monstruo, cuyo peligro la hacíaestremecerse. ¡Cuál no sería susorpresa! La Bestia había desaparecidoy en su lugar había un príncipe más

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hermoso que el Amor, que le daba lasgracias por haber puesto fin a suencantamiento. Aunque este príncipemereciese toda su atención, no pudodejar de preguntarle dónde estaba laBestia.

—Aquí, a tus pies —le dijo elpríncipe—. Cierta maligna hada meordenó permanecer bajo esa figura,privándome a la vez del uso de miinteligencia, hasta que alguna bellajoven consintiera en casarse conmigo.En todo el mundo tú sola has sido capazde conmoverte con la bondad de micorazón; ni aun ofreciéndote mi coronapodría demostrarte la gratitud que te

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guardo y nunca podré pagar la deuda quehe contraído contigo.

La Bella, agradablementesorprendida, tendió su mano al hermosopríncipe para que se levantase. Seencaminaron después al castillo, y lajoven creyó morir de dicha cuandoencontró en el gran salón a su padre y atoda la familia, a quienes la hermosadama que viera en sueños había traídohasta allí.

—Bella —le dijo esta dama, que eraun hada poderosa—, ven a recibir elpremio de tu buena elección: haspreferido la virtud a la belleza y a lainteligencia, y por tanto mereces hallar

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todas estas cualidades reunidas en unasola persona. Vas a ser una gran reina:yo espero que tus virtudes no sedesvanecerán en el trono. Y en cuanto austedes, señoras —agregó el hada,dirigiéndose a sus hermanas—, conozcosus corazones y toda la malicia queencierran. Conviértanse en estatuas,pero conserven la razón adentro de lapiedra que va a envolverlas. Estarán a lapuerta del palacio de la Bella, y no lespongo otra pena que la de ser testigos desu felicidad. No podrán volver a suprimer estado hasta que reconozcan susfaltas; pero me temo mucho que nodejarán jamás de ser estatuas. Pues uno

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puede recobrarse del orgullo, la cólera,la gula y la pereza; pero es una especiede milagro que se corrija un corazónmaligno y envidioso.

En este punto dio el hada un golpe enel suelo con una varita y transportó acuantos estaban en la sala al reino delpríncipe. Sus súbditos lo recibieron conjúbilo, y a poco se celebraron sus bodascon la Bella, quien vivió junto a él muylargos años en una felicidad perfecta,pues estaba fundada en la virtud.

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JEANNE MARIE LEPRINCE DEBEAUMONT. (Ruan, 26 de abril de1711 - Chavanod, 8 de septiembre de1780) fue una escritora francesa, famosapor ser autora de la versión másdifundida del cuento de La bella y labestia.

Trabajó como institutriz en la corte

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de Lorena donde desempeñó funcionesde dama de compañía y de profesora demúsica, hasta que se casa con M.Beaumont. Comenzó a escribir desdemuy joven, tras separarse de su marido(su matrimonio con Beaumont seríaanulado), viajó a Londres donde fundóun periódico para jóvenes donde setrataban temas literarios y científicos yuna escuela para niños. Escribió más desetenta libros: el primero fue unanovela, El triunfo de la verdad(publicada en 1748), aunque se hizocélebre principalmente por sus libros decuentos. En uno de ellos, El almacén delos niños (publicado en 1757) aparece

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su versión sobre La bella y la bestia. Secasó de nuevo y tuvo seis hijos. Regresóa Francia en 1776, concretamente aSaboya, donde pasó los últimos años desu vida.