La biblioteca borgiana EL OTRO...

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123 www.utadeo.edu.co • Revista La Tadeo No. 65 - Primer Semestre 2001 • Bogotá, D.C. - Colombia Una cosa entre las cosas Como los tigres, los espejos y los laberintos, las biblio- tecas y los libros son imágenes recurrentes y arquetípicas en la literatura de Borges, cosa que puede fácilmente conectarse con los hechos simples de su vida: fue bi- bliotecario, profesor, conferencista, fundador y colabo- rador de revistas y editoriales, escritor tenaz y amigo de escritores, que acumuló obras parejamente con los años. Retrocediendo al principio, se observa que nació y se educó en una familia de ambiente marcadamente inte- lectual y libresco. En una obra de juventud, disculpán- dose por atreverse a escribir sobre temas de los que sólo puede confesarse principiante, como la vida del bajo mundo y los arrabales, admite: Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses. 2 La Biblioteca Nacional de Argentina, de la que fue primero visitante asiduo y después director, y su pro- pia biblioteca que, según cuentan sus biógrafos, Borges EL OTRO UNIVERSO “NUESTRAS NADAS POCO DIFIEREN, ES TRIVIAL Y FORTUITA LA CIRCUNSTANCIA DE QUE SEAS EL LECTOR DE ESTOS EJERCICIOS, Y YO SU REDACTOR”. 1 por ANDRÉS LONDOÑO La biblioteca borgiana acrecentó codiciosamente con los años, no fueron para él más que simples prolongaciones o ampliaciones de la biblioteca paterna. Casi cincuenta años después, Borges insiste en ratificarlo: Como ciertas ciudades, como ciertas per- sonas, una parte muy grata de mi destino fueron los libros. ¿Me será permitido repe- tir que la biblioteca de mi padre ha sido el hecho capital de mi vida? La verdad es que nunca he salido de ella, como no salió nun- ca de la suya Alonso Quijano. 3 Puede decirse que Alonso Quijano no salió de su biblioteca si se considera que, cuando emprendió sus correrías, sus ojos obstinadamente siguieron viendo lo que describían con tanto detalle los libros que había leído en ella. De otra manera, Borges llegó también a sustituir el mundo por la biblioteca, pero sus ojos se hicieron paulatinamente diferentes, circunstancia que significó un contundente aunque quizá no insuperable obstáculo para su insaciable hábito de lectura, a la vez

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www.utadeo.edu.co • Revista La Tadeo No. 65 - Primer Semestre 2001 • Bogotá, D.C. - Colombia

Una cosa entre las cosasComo los tigres, los espejos y los laberintos, las biblio-

tecas y los libros son imágenes recurrentes y arquetípicas

en la literatura de Borges, cosa que puede fácilmente

conectarse con los hechos simples de su vida: fue bi-

bliotecario, profesor, conferencista, fundador y colabo-

rador de revistas y editoriales, escritor tenaz y amigo de

escritores, que acumuló obras parejamente con los años.

Retrocediendo al principio, se observa que nació y se

educó en una familia de ambiente marcadamente inte-

lectual y libresco. En una obra de juventud, disculpán-

dose por atreverse a escribir sobre temas de los que sólo

puede confesarse principiante, como la vida del bajo

mundo y los arrabales, admite:

Lo cierto es que me crié en un jardín,

detrás de una verja con lanzas, y en una

biblioteca de ilimitados libros ingleses.2

La Biblioteca Nacional de Argentina, de la que fue

primero visitante asiduo y después director, y su pro-

pia biblioteca que, según cuentan sus biógrafos, Borges

EL OTROUNIVERSO

“NUESTRAS NADAS POCO DIFIEREN, ES TRIVIAL Y FORTUITA LA CIRCUNSTANCIA

DE QUE SEAS TÚ EL LECTOR DE ESTOS EJERCICIOS, Y YO SU REDACTOR”.1

por ANDRÉS LONDOÑO

La biblioteca borgiana

acrecentó codiciosamente con los años, no fueron para

él más que simples prolongaciones o ampliaciones de

la biblioteca paterna. Casi cincuenta años después,

Borges insiste en ratificarlo:

Como ciertas ciudades, como ciertas per-

sonas, una parte muy grata de mi destino

fueron los libros. ¿Me será permitido repe-

tir que la biblioteca de mi padre ha sido el

hecho capital de mi vida? La verdad es que

nunca he salido de ella, como no salió nun-

ca de la suya Alonso Quijano.3

Puede decirse que Alonso Quijano no salió de su

biblioteca si se considera que, cuando emprendió sus

correrías, sus ojos obstinadamente siguieron viendo lo

que describían con tanto detalle los libros que había

leído en ella. De otra manera, Borges llegó también a

sustituir el mundo por la biblioteca, pero sus ojos se

hicieron paulatinamente diferentes, circunstancia que

significó un contundente aunque quizá no insuperable

obstáculo para su insaciable hábito de lectura, a la vez

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La lectura, el fenómeno que hace del libro ese objeto singular y valioso que es, queincluso lo dota de cierto carácter mágico, opera en el espíritu

de quien la realiza una transformación, al permitirle apropiarse de ideasy experiencias ajenas a las que ha experimentado personalmente,

y de esta manera ser otro y otros.

que hizo a su destino equiparable al de poetas como

Homero y Milton. Su condición trágica de bibliófilo ciego,

director de una biblioteca con preciosos e ilimitados volú-

menes disponibles para su lectura, pero que ya no puede

acariciar con su mirada, es evocada por Borges en su recor-

dado “Poema de los dones”.4

Nadie rebaje a lágrima o reproche

esta declaración de la maestría

de Dios, que con magnífica ironía

me dio los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños

a unos ojos sin luz, que sólo pueden

leer en las vastas bibliotecas de los sueños

los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día

les prodiga sus libros infinitos,

arduos como los arduos manuscritos

que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)

muere un rey entre fuentes y jardines;

yo fatigo sin rumbo los confines

de esta vasta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente

y el Occidente, siglos, dinastías,

símbolos, cosmos y cosmogonías

brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca

exploro con el báculo indeciso,

yo, que me figuraba el Paraíso

bajo la especie de una biblioteca.

La biblioteca es, aquí, una prefiguración del Cielo;

más adelante veremos cómo puede serlo también del in-

fierno, y cómo es, en fin, una suerte de desdoblamiento

del mundo que termina por sustituirlo. De la posición

esencial que ocupaban los libros en su vida, dice en otro

lugar:

Pocas cosas me han ocurrido y muchas he

leído. Mejor dicho: pocas cosas me han ocu-

rrido más dignas de memoria que el pensa-

miento de Schopenhauer y la música verbal

de Inglaterra.5

La vida de Borges parece ser, en fin, el epítome de

una vida cifrada en letras escritas, que, como veremos,

son la negación del tiempo, de la personalidad y la crea-

ción. Es a un lector ejemplar, a un lector por excelencia

como Borges, a quien hay que preguntarle en qué consis-

te la grandeza y el poder inherente al libro, que hizo de

los libros el eje imprescindible y el componente más sig-

nificativo de su vida. Entre las diversas ocasiones en que

Borges dilucida la naturaleza del libro, recordemos aquí,

en primer lugar, la definición general formulada en una

conferencia:

De los diversos instrumentos del hombre,

el más asombroso es, sin duda, el libro. Los

demás son extensiones de su cuerpo. El mi-

croscopio, el telescopio, son extensiones de

su vista; el teléfono es extensión de la voz;

luego tenemos el arado y la espada, exten-

siones de su brazo. Pero el libro es otra cosa:

el libro es una extensión de la memoria y la

imaginación. […] Porque, ¿qué es nuestro

pasado sino una serie de sueños? ¿Qué dife-

rencia puede haber entre recordar sueños y

Puede decirse que Alonso Quijanono salió de su biblioteca si seconsidera que, cuando emprendió susviajes, sus ojos obstinadamente siguie-ron viendo lo que describían con tanto

detalle los libros que había leído.De otra manera, Borges llegó tam-

bién a sustituir el mundo por labiblioteca, pero sus ojos sehicieron paulatinamentediferentes.

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recordar el pasado? Esa es la función que

realiza el libro.6

Unos versos nos evocan un libro particular, que pue-

de ser cualquier libro:

Apenas una cosa entre las cosas

pero también un arma. […]

[…] Encierra

sonido y furia y noche y escarlata. […]

Ese tumulto silencioso duerme

en el ámbito de uno de los libros

del tranquilo anaquel. Duerme y espera.7

La quietud de éste y de todo otro libro es sólo aparen-

te; es una mera latencia que en cualquier momento pue-

de dar paso al despertar. Y este despertar, esta realización

del libro como libro, se produce en el momento en que es

leído por alguien.

Un libro es una cosa entre las cosas, un volu-

men perdido entre los volúmenes que pue-

blan el indiferente universo, hasta que da con

su lector, con el hombre destinado a sus sím-

bolos. Ocurre entonces la emoción singular

llamada belleza, ese misterio hermoso que

no descifran ni la psicología ni la retórica.8

La lectura, el fenómeno que hace del libro ese obje-

to singular y valioso que es, que incluso lo dota de cier-

to carácter mágico, opera en el espíritu de quien la reali-

za una transformación, al permitirle apropiarse de ideas

y experiencias distintas a las personales, y de esta ma-

nera ser otro y otros. El libro ensancha nuestra noción

del mundo, permitiéndonos escapar, siquiera en forma

provisional, de las esclavizantes coerciones e insisten-

cias del aquí y el ahora. Por medio de la escritura, de los

libros, de la lectura, nuestro espíritu se desplaza a través

del tiempo, del espacio y del pensamiento, superando

barreras infranqueables para nuestras limitadas individua-

lidades físicas. Aun así, el libro no se agota con la lectu-

ra que de él hagamos una vez. Puede despertar innume-

rables veces, tantas como lectores encuentre (y cualquiera

es, en cada ocasión, un nuevo lector), que harán cada

uno su propia lectura, realizando así un libro siempre

diferente.

[…] un libro es más que una estructura ver-

bal, o que una serie de estructuras verbales;

es el diálogo que entabla con su lector y la

entonación que impone a su voz y las cam-

biantes y durables imágenes que deja en su

memoria. Ese diálogo es infinito […]. La li-

teratura no es agotable, por la suficiente y

simple razón de que un solo libro no lo es.

El libro no es un ente incomunicado: es una

relación, es un eje de innumerables relacio-

nes. Una literatura difiere de otra, ulterior o

anterior, menos por el texto que por la ma-

nera de ser leída […].9

Como se verá, cada libro es un mundo que se desplie-

ga a su lector, y la biblioteca otro universo que sustituye

al universo.

¿Quién le teme a una biblioteca?Quizás ha sido la constatación del carácter mágico de la

escritura y los libros lo que les ha traído a éstos tan enco-

nados detractores. Ni Buda, ni Jesús, ni Sócrates pusieron

por escrito sus doctrinas, lo que puede entenderse como

un mudo gesto desaprobatorio, teniendo en cuenta que

los días de sus vidas pertenecen a los de la escritura; por su

parte, Platón le reprochaba a los libros el ser como esta-

tuas, que permanecen mudas cuando se les pregunta algo.

Más severos y restrictivos con la escritura llegaron a ser

algunos patriarcas de los primeros tiempos del cristianis-

mo, quienes desaconsejaron categóricamente su enseñan-

za y práctica, en parte temerosos de que fuese usada para

la propagación doctrinas diferentes de la sostenida por ellos,

como las de los gnósticos, pero con más temor aun de que

la verdad pudiese divulgarse para servir a propósitos im-

píos.

El maestro elige al discípulo, pero el libro

no elige a sus lectores, que pueden ser mal-

vados o estúpidos; este recelo platónico per-

BIBLIOTECAS DEL MUNDO

Gentofte Public Library

Copenhagen, Dinamarca

Foto: Stüwing/HLTa/s

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Para el cristianismo, por su parte, la Biblia, esto es,las Sagradas Escrituras, no son el único Libro atribuible a Dios:ya en el siglo XIII decía san Buenaventura que el universo enterono es más que un libro en el que se lee por doquier la Trinidad.

dura en las palabras de Clemente de Alejan-

dría, hombre de cultura pagana: “Lo más

prudente es no escribir, sino aprender y en-

señar de viva voz, porque lo escrito queda”

(Stromateis), y en éstas del mismo tratado:

“Escribir en un libro todas las cosas es dejar

una espada en manos de un niño”.10

Éstos y otros recelos contra el libro, acaso no total-

mente exentos de alguna justificación, han hecho que en

ocasiones se haya buscado su exterminio masivo; quie-

nes sucesivamente destruyeron la Biblioteca de Alejan-

dría jamás dudaron de tener buenas y sobradas razones

para hacerlo.

El fuego, en una de las comedias de Bernard

Shaw, amenaza la biblioteca de Alejandría;

alguien exclama que arderá la memoria de la

humanidad, y César le dice: Déjala arder. Es

una memoria llena de infamias.11

No ha habido quizá, sin embargo, una tentativa de

destrucción de libros más sistemática y emblemática que

la de Shih Huang Ti, primer emperador de la China, que

también fue el iniciador del proyecto de construcción de

la legendaria Gran Muralla:

Leí, días pasados, que el hombre que ordenó

la casi infinita edificación de la muralla china

fue aquel primer emperador, Shih Huang Ti,

que asimismo dispuso que se quemaran to-

dos los libros anteriores a él. […] Tres mil años

de cronología tenían los chinos (y en esos

años, el emperador amarillo y Chuang Tzu y

Confucio y Lao Tzu) cuando Shih Huang Ti

ordenó que la historia empezara con él. Shih

Huang Ti, según los historiadores, prohibió

que se mencionara la muerte y buscó el elíxir

de la inmortalidad y se recluyó en un palacio

figurativo, que constaba de tantas habitacio-

nes como hay días en el año; estos datos su-

gieren que la muralla en el espacio y el incen-

dio en el tiempo fueron barreras mágicas des-

tinadas a detener la muerte. […] Herbert Allen

cuenta que quienes ocultaron libros fueron

marcados con un hierro candente y condena-

dos a construir, hasta el día de su muerte, la

desaforada muralla. Esta noticia favorece o

tolera otra interpretación. Acaso la muralla

fue una metáfora, acaso Shih Huang Ti con-

denó a quienes adoraban el pasado a una

empresa tan vasta como el pasado, tan torpe

y tan inútil. […] Acaso Shih Huang Ti amura-

lló el imperio porque sabía que éste era de-

leznable y destruyó los libros por entender

que eran libros sagrados, o sea, libros que en-

señan lo que enseña el universo entero o la

conciencia de cada hombre. Acaso el incen-

dio de las bibliotecas y la edificación de la

muralla son operaciones que de un modo

secreto se anulan.12

El poderoso emperador, en infructuosa lucha contra

su propia muerte, arremetió contra los libros, porque en

ellos perduraba un pasado que él no protagonizaba y del

cual ni siquiera hacía parte. La quema de todos los libros

equivale, sin duda, a la abolición de la historia. Por otra

parte, significa también la pérdida irremediable de las ad-

quisiciones de la memoria, que son el material básico de

la imaginación. Destruir los libros es como erigir paredes

alrededor del espíritu, negarle el acceso a otras experien-

cias posibles sobre las cuales proyectarse.

Libros sagradosHasta ahora nos hemos limitado a considerar el carácter

sagrado de todo libro; otra cosa es hablar del Libro Sagra-

do, o de los que han sido tenidos por tales.

Para los musulmanes, el “Alcorán” (también

llamado El Libro, Al Kitab) no es una mera

obra de Dios, como las almas de los hom-

bres o el universo; es uno de los atributos

de Dios como Su eternidad o Su ira. En el

capítulo XIII, leemos que el texto original,

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La Madre del Libro, está depositado en el

Cielo.13

Acaso sea más precisa la noción que tienen los

cabalistas del Pentateuco, que para ellos es un texto abso-

luto producto de una mente absoluta:

El Tratado Sefer Yetsirah (Libro de la Forma-

ción), redactado en Siria o en Palestina hacia

el siglo VI, revela que Jehová de los Ejércitos,

Dios de Israel y Dios Todopoderoso, creó el

universo mediante los números cardinales que

van del uno al diez y las veintidós letras del

alfabeto. El segundo párrafo del segundo ca-

pítulo reza: “Veintidós letras fundamentales:

Dios las dibujó, las grabó, las combinó, las

pesó, las permutó, y con ellas produjo todo

lo que es y todo lo que será”.14

El alfabeto hebreo es, así, anterior al mundo, ya que

sirve como herramienta de su creación; además, el texto

producto de la manipulación de dicho alfabeto por parte

de la inteligencia del Creador habrá de ser rigurosamente

fatal y necesario. En otro lugar leemos:

Imaginemos ahora esa inteligencia estelar,

dedicada a manifestarse […] en voces escri-

tas. Imaginemos […] que Dios dicta, pala-

bra por palabra lo que se propone decir. Esa

premisa (que fue la que asumieron los

cabalistas) hace de la Escritura un texto ab-

soluto, donde la colaboración del azar es

calculable en cero. […] Un libro impenetra-

ble a las contingencias, un mecanismo de

infinitos propósitos, de variaciones infalibles,

de revelaciones que acechan, de superposi-

ciones de luz ¿cómo no interrogarlo hasta

lo absurdo, hasta lo prolijo numérico, según

hizo la cábala?15

Para los cabalistas, ningún esfuerzo basta en el mo-

mento de encontrarle significados e implicaciones de se-

gundo, tercer y enésimo orden a los enunciados de la

Palabra Divina. Suponen que hay en los textos bíblicos

una escritura cifrada, criptográfica, que permanece vela-

da para una lectura obvia, es decir, que entiende las pala-

bras según sus significados evidentes y directos. Ensayan

así diversas leyes para leerla de forma no obvia; por ejem-

plo, considerar cada letra del texto como la inicial de

una palabra y leer esa palabra, y repetir el procedi-

miento con cada letra de cada palabra; dividir en

dos el alfabeto: un grupo de la a a la m, y el otro

de la n a la z, y establecer que las letras de

arriba equivalen a las de abajo; atribuirle a

cada letra un valor numérico, etc. Los resul-

tados a que de este modo se llegue son sin

duda dignos de atención, ya que tienen

que haber sido previstos por la inteligen-

cia infinita de Dios.

Para el cristianismo, por su parte,

la Biblia, esto es, las Sagradas Escritu-

ras, no son el único Libro atribuible a

Dios: ya en el siglo XIII decía san Bue-

naventura que el universo entero no

es más que un libro en el que se lee

por doquier la Trinidad.16 El libro

gemelo o complementario de la Bi-

blia es el mundo mismo, testimonio y

efecto del poderío divino.

A principios del siglo XVIII, Francis

Bacon declaró en su Advancement

of Learning que Dios nos ofrecía

dos libros, para que no incurrié-

semos en error: el primero, el

volumen de las Escrituras, que

revela Su voluntad; el segun-

do, el volumen de las criatu-

ras, que revela Su poderío y

que éste era la llave de

aquél.17

La afirmación de Bacon alu-

día a la posibilidad de determi-

nar científicamente nuestro co-

BIBLIOTECAS DEL MUNDO

Harvey S Firestone Library

Universidad de Princeton,

New Jersey, USA

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Libro y lector no dejan de transformarse recíprocamente,y no sólo Menard reescribe el Quijote, sino cualquiera que en su personal,

limitada y presente circunstancia, lee la novela de Cervantes,reescribiéndola cuando inevitablemente la confronta con lo que en ese momento vive.

nocimiento del mundo a partir de formas esenciales (tem-

peraturas, pesos, colores) que constituirían, en número

limitado, un abecedarium naturæ. Más explícito había

sido Galileo Galilei:

“La filosofía está escrita en aquel grandísi-

mo libro que continuamente está abierto ante

nuestros ojos (quiero decir, el universo), pero

que no se entiende si antes no se estudia la

lengua y se conocen los caracteres en que

está escrito. La lengua de ese libro es mate-

mática y los caracteres son triángulos, círcu-

los y otras figuras geométricas”.18

El hecho de considerar al mundo un libro comple-

mentario o alternativo, en el que no con menos claridad

que en la Biblia se hallan consignados los designios divi-

nos, no impide que ésta siga siendo para los cristianos un

libro tan total como el de los cabalistas:

Orígenes atribuyó tres sentidos a las pala-

bras de la Escritura: el histórico, el moral y

el místico, correspondientes al alma, al cuer-

po y al espíritu que integran el hombre; Juan

Escoto Erígena, un infinito número de senti-

dos, como los tornasoles del plumaje de un

pavo real.19

Por otra parte, si bien es cierto que poca autoría se le

puede reconocer a personajes como Salomón –presunto

autor del Cantar de cantares, entre otros textos de la Bi-

blia–, si suponemos que escribieron bajo los efectos de la

inspiración divina, tampoco se considera que Dios Padre,

ni mucho menos el Hijo, hayan tenido algo que ver con

la producción de los textos bíblicos:

El concepto de la inspiración mecánica de la

Biblia hace de evangelistas y profetas secre-

tarios impersonales de Dios que escriben al

dictado […]. Hay teólogos luteranos que no

se arriesgan a englobar la Escritura entre las

cosas creadas y la definen como una encar-

nación del Espíritu. Del Espíritu: ya nos está

rozando un misterio. No la divinidad gene-

ral, sino la hipóstasis tercera de la divinidad,

fue quien dictó la Biblia. […] Si el Hijo es la

reconciliación de Dios con el Mundo, el Es-

píritu –principio de la santificación, según

Anastasio; ángel entre otros, para Macedo-

nio– no consiente mejor definición que la

de ser la intimidad de Dios con nosotros, su

inmanencia en los pechos. […] Lo cierto es

que la tercera ciega persona es el autor de

las Escrituras. Gibbon, en aquel capítulo de

su obra que trata del Islam, incluye un cen-

so general de las publicaciones del Espíritu

Santo, calculadas con cierta timidez en unas

ciento y pico […].20

Si no restringimos los esfuerzos del Espíritu a un pro-

pósito religioso y los desligamos de sus funciones en el

seno de la Santa Trinidad, quizá podríamos estar de acuer-

do con Bernard Shaw cuando le preguntaron una vez si

creía que el Espíritu Santo había escrito la Biblia, y él

contestó:

“Todo libro que vale la pena de ser releído

ha sido escrito por el Espíritu”.21

Acaso es esta premisa la que da lugar a una fe no

menos apasionada por la escritura, que es la de los cultores

infatigables de la obra literaria.

Este concepto místico [del libro como fin,

no como instrumento de un fin], trasladado

a la literatura profana, daría los singulares

destinos de Flaubert y de Mallarmé; de

Henry James y de James Joyce.22

De Mallarmé proviene la frase que resume la esencia

de esta doctrina: El mundo existe para llegar a un libro.

Acaso podríamos añadir: y ese libro está todavía por es-

cribirse…

Más fascinante, sin embargo, llega a parecerle a Borges

la intuición de Leon Bloy, para quien el universo es un

inextricable libro sagrado, del cual cada uno de nosotros

hace parte, aunque todos ignoremos por completo la ver-

dadera función que sin querer cumplimos en él:

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Leon Bloy escribió: “No hay en la tierra un

ser humano capaz de declarar quién es. Na-

die sabe qué ha venido a hacer a este mun-

do, a qué corresponden sus actos, sus senti-

mientos, sus ideas, ni cuál es su nombre

verdadero, su imperecedero Nombre en el

registro de la Luz… La historia es un inmen-

so texto litúrgico, donde las iotas y los pun-

tos no valen menos que los versículos o ca-

pítulos íntegros, pero la importancia de unos

y de otros es indeterminable y está profun-

damente escondida”. (L’ame de Napoleon,

1912). El mundo, según Mallarmé, existe

para un libro; según Bloy, somos versículos

o palabras o letras de un libro mágico, y ese

libro incesante es la única cosa que hay en

el mundo: es, mejor dicho, el mundo.23

Ser todos y nadieLa misma idea expresada por Bernard Shaw en cita ante-

rior, la encuentra Borges en otros autores o, como habría

que llamarlos, “amanuenses de espíritu”:

“La historia de la literatura no debería ser la

historia de los autores y de los accidentes de

su carrera o de la carrera de sus obras sino la

Historia del Espíritu como consumidor o

productor de literatura. Esa historia podría

llevarse a término sin mencionar un solo

escritor”. No era la primera vez que el Espí-

ritu formulaba esta observación; en 1844,

en el pueblo de Concord, otro de sus

amanuenses había anotado: “Diríase que una

sola persona ha redactado cuantos libros hay

en el mundo; tal unidad central hay en ellos

que es innegable que son obra de un solo

caballero omnisciente” (Emerson, Essays, 2,

VIII). Veinte años antes, Shelley dictaminó

que todos los poemas del pasado, del pre-

sente y del porvenir, son episodios o frag-

mentos de un solo poema infinito, erigido

por todos los poetas del orbe (A Defense of

Poetry, 1821).24

Admitir esta noción de marcado sesgo panteísta es

como decir que todos los autores están, sin proponérse-

lo, de acuerdo; que todos, en el fondo, remiten a unas

mismas verdades esenciales; que el sello característico, la

personalidad de cada autor y lo que lo hace distinto, es

poca cosa en comparación con lo que tiene en común

con todos los otros. De hecho, se escribe para llegar a

otro, el acto de la escritura depende en buena parte en la

capacidad de transformarse en otro, ser escritor consiste

en saber situarse en el lugar y punto de vista de muchos

otros. De este escritor hombre-múltiple no hay mejor

paradigma que Shakespeare:

Acosado, dio en imaginar otros héroes y otras

fábulas trágicas. Así, mientras el cuerpo cum-

plía su destino de cuerpo, en lupanares y

tabernas de Londres, el alma que lo habita-

ba era César, que desoye la admonición del

augur, y Julieta, que aborrece la alondra, y

Macbeth, que conversa en el páramo con

las brujas que también son las parcas. Na-

die fue tantos hombres como aquel hom-

A principios del siglo XVIII, FrancisBacon declaró en su Advancement ofLearning que Dios nos ofrecía dos li-bros, para que no incurriésemos enerror: el primero, el volumen de lasEscrituras, que revela Su voluntad; elsegundo, el volumende las criaturas, que revelaSu poderío y que ésteera la llave de aquél.

BIBLIOTECAS DEL MUNDO

Kansai University Central Library

Osaka, Japón

Foto: Tohru Waki

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Borges piensa con Leon Bloyque el mundo es un libro del que hacemos parte

y cuyo significado acaso nunca habremos de descifrar.

bre, que a semejanza del egipcio Proteo pudo

agotar todas las apariencias del ser. La histo-

ria agrega que, antes o después de morir, se

supo frente a Dios y le dijo: Yo, que tantos

hombres he sido en vano, quiero ser uno y

yo. La voz de Dios le contestó desde un tor-

bellino: Yo tampoco soy; yo soñé el mundo

como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y

entre las formas de mi sueño estás tú, que

como yo eres muchos y nadie.25

Bernard Shaw resume más sintéticamente en una

carta la condición del escritor, creador:

Yo comprendo todo y a todos y soy

nada y soy nadie.26

Sin embargo, como ya se ha dicho, el

libro sólo se realiza al ser leído. De hecho,

el lector es co-autor del libro, y puede

decirse que leer una obra escrita equivale

a volver a escribirla de principio a fin.

Esta ardua empresa no es tan extraña

como se podría inicialmente creer; para

mayor claridad de todos los lectores,

Borges inventa en alguno de sus relatos

encubiertos un personaje para que acome-

ta esta tarea:

Esa obra, tal vez la más significativa

de nuestro tiempo, consta de los ca-

pítulos noveno y trigésimo octavo

de la primera parte del Don Quijo-

te y de un fragmento del capítulo

veintidós.27

Se trata de Pierre Menard, un lector

del Quijote que, no contento con leer la

obra de Cervantes, la reescribe hacién-

dola contemporánea de su circunstan-

cia como lector.

Ser, de alguna manera, Cer-

vantes, le pareció menos ar-

duo –por consiguiente, me-

nos interesante– que seguir siendo Pierre

Menard y llegar al Quijote, a través de las

experiencias de Pierre Menard.28

En realidad, cualquiera se halla en la obligatoria situa-

ción de Pierre Menard; libro y lector no dejan de transfor-

marse recíprocamente, y no sólo Menard reescribe el Qui-

jote, sino cualquiera que en su personal y limitada circuns-

tancia, lee la novela de Cervantes, reescribiéndola cuando

inevitablemente la confronta con su acervo de vivencias y

es de este modo como el Quijote mismo sigue vivo. Mejor

dicho: cualquiera es Pierre Menard. Y cuando hablamos

del Quijote nos referimos, por supuesto, a cualquier obra

escrita por el espíritu humano:

Cada vez que leemos un libro, el libro ha

cambiado, la connotación de las palabras es

otra. Además, los libros están cargados de

pasado. […] Hamlet no es exactamente el

Hamlet que Shakespeare concibió a princi-

pios del siglo XVII, Hamlet es el Hamlet de

Coleridge, de Goethe y de Bradley. Hamlet

ha sido renacido. Lo mismo pasa con el

Quijote. […] Los lectores han ido enrique-

ciendo el libro. Si leemos un libro antiguo

es como si leyéramos todo el tiempo que ha

transcurrido desde el día en que fue escrito

y nosotros.29

Por eso, cabría equiparar a la idea de un autor arquetí-

pico como Shakespeare, la de un lector arquetípico, y si

duda al propio Borges no le faltan méritos para desempe-

ñar este papel. Borges es el perfecto lector, que sabe siem-

pre derivar sus escritos de lecturas precedentes; el autor

que se proclama incapaz de palabras y discursos propios

y originales, pero que acierta a encontrar sentidos cada

vez originales en las lecturas de siempre. Con gran mo-

destia está dispuesto a advertirlo desde el primero de sus

libros de relatos:

[Estas páginas] son el irresponsable juego de

un tímido que no se animó á escribir cuen-

tos y que se distrajo en falsear y tergiversar

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(sin justificación estética alguna vez) ajenas

historias.30

Y también:

En cuanto a los ejemplos de magia que cie-

rran el volumen, no tengo otro derecho so-

bre ellos que los de traductor y lector. A ve-

ces creo que los buenos lectores son cisnes

aun más tenebrosos y singulares que los

buenos autores.31

Con lo que da a entender que, por paradójico que

parezca, resulta más difícil alcanzar la condición de buen

lector que la de buen escritor. No tiene reparo en alardear

en unos versos:

Que otros se jacten de las páginas que han

[escrito;

a mí me enorgullecen las que he leído.32

Para Borges, en suma, escribir no es más que redactar

–como lo dice el epígrafe de su primer libro, Fervor de

Buenos Aires, a la vez epígrafe de este escrito–, y todo

texto es sólo un palimpsesto, es decir, sobre- y reescritura.

No existen textos originales, sencillamente porque todo

texto se escribe enmarcado en un universo preexistente

de cosas ya dichas (escritas), que ese texto contesta, repi-

te o varía en mayor o menor grado. Todo texto cita, desa-

rrolla, refuta o parodia otros textos, a los que les sirve de

lugar de encuentro y diálogo. Como si esto fuera poco, a

los textos complementarios que cada texto trae involu-

crados, hay que añadir los que el lector pone: el bagaje de

lecturas del lector es un filtro catalizador y potenciador

de las lecturas subsiguientes.

Hasta ahora, nos hemos referido a los precedentes

que dan lugar a la idea borgiana del libro como mundo y

del mundo como libro. Borges piensa con Leon Bloy que

el mundo es un libro del que hacemos parte y cuyo signi-

ficado acaso nunca habremos de descifrar. Por otro lado,

razona que cada libro guarda el significado del mundo

entero (cada libro es una cifra del mundo), o al menos de

un trozo de él; también, que cada libro es como un com-

pendio del mundo que lo origina. El resultado es que,

como lo dice Maurice Blanchot, “el mundo y el libro se

devuelven eternamente sus imágenes reflejadas”. En esta

circunstancia, ya no puede considerarse que el uno sea

copia o derivado del otro, porque “allí donde hay un do-

ble perfecto se borra el original e incluso el origen”.33

El mundo como bibliotecaEl planteamiento de un libro que se hace tan vasto

como el mundo, hasta llegar a sustituirlo, aparece desa-

rrollado por extenso en el relato en el que se plantea la

creación, desarrollo y ulterior predominio sobre el mun-

do real, de una enciclopedia que nos enseña otro mundo

no menos vasto, llamado Tlön:

A principios del siglo XVII, en una noche de

Lucerna o de Londres, empezó la espléndi-

da historia. Una sociedad secreta y benévola

(que entre sus afiliados tuvo a Dalgarno y

después a George Berkeley) surgió para in-

ventar un país. En el vago programa inicial

figuraban los “estudios herméticos”, la filan-

tropía y la cábala. […] Al cabo de unos años

de conciliábulos y de síntesis prematuras

comprendieron que una generación no bas-

taba para articular un país. Resolvieron que

cada uno de los maestros que la integraban

eligiera un discípulo para la continuación de

la obra. Esa predisposición hereditaria pre-

valeció; después de un hiato de dos siglos la

perseguida fraternidad resurge en América.

Hacia 1824, en Memphis (Tennessee) uno

de los afiliados conversa con el ascético mi-

llonario Ezra Buckley. […] Bukley sugiere una

enciclopedia metódica del planeta ilusorio.

Les dejará sus cordilleras auríferas, sus ríos

navegables, sus praderas holladas por el toro

y por el bisonte, sus negros, sus prostíbulos

y sus dólares, bajo una condición: “La obra

no pactará con el impostor Jesucristo”.

Bukley descree de Dios, pero quiere demos-

BIBLIOTECAS DEL MUNDO

Joensuu Library

Joensuu, Finlandia

Foto: Jussi Tiainen

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“El mundo es tal vez el bosquejo rudimentario de algún dios infantil,que lo abandonó a medio hacer, avergonzado de su construcción deficiente;

es obra de un dios subalterno, de quien los dioses superiores se burlan;es la confusa producción de una divinidad decrépita y jubilada, que ya se ha muerto”.

trar al Dios no existente que los hombres

mortales son capaces de concebir un mun-

do. Bukley es envenenado en Baton Rouge

en 1928; en 1914 la sociedad remite a sus

colaboradores, que son 300, el volumen fi-

nal de la Primera Enciclopedia de Tlön.34

La creación de Tlön es, como corresponde no sólo a

su magnitud sino también al espíritu del que está imbui-

da, obra colectiva y anónima. Por otra parte, la mayor

contundencia en la formulación de la idea del espíritu

como único e impersonal autor la encontramos en el re-

cuento de ciertas doctrinas comunes entre los idealistas

pobladores de ese mundo imaginario. Según ellas,

Todos los hombres, en el vertiginoso instan-

te del coito, son el mismo hombre. Todos

los hombres que repiten una línea de Shakes-

peare, son William Shakespeare. […] En los

hábitos literarios es también todopoderosa

la idea de un sujeto único. Es raro que los

libros estén firmados. No existe el concepto

de plagio: se ha establecido que todas las

obras son de un solo autor, que es intemporal

y es anónimo.35

Tlön no es otra cosa que un desdoblamiento, una ima-

gen especular distorsionada de nuestro mundo, en la que

se conservan contornos generales equiparables a los de éste

–hay una historia y una geografía, sus habitantes profesan

unas creencias, practican una cultura–, pero que en el deta-

lle resulta siendo su simulacro paradójico, su réplica en

negativo, un mundo idealista desarrollado, como inversión

del conocido y construido por el hombre a lo largo de su

violenta historia, determinada por el ímpetu de voraces y

atávicos apetitos que no domina. Así describe el protago-

nista su primer encuentro con la enciclopedia de Tlön:

Ahora tenía en las manos un vasto fragmen-

to metódico de la historia total de un plane-

ta desconocido, con sus arquitecturas y sus

barajas, con el pavor de sus mitologías y el

rumor de sus lenguas, con sus emperadores

y sus mares, con sus minerales y sus pájaros

y sus peces, con su álgebra y su fuego, con

su controversia teológica y metafísica. […]

Se conjetura que este brave new world es

obra de una sociedad secreta de astrónomos,

de biólogos, de ingenieros, de metafísicos,

de poetas, de químicos, de algebristas, de

moralistas, de pintores, de geómetras… […]

Ese plan es tan vasto que la contribución de

cada escritor es infinitesimal. Al principio

se creyó que Tlön era un mero caos, una

irresponsable licencia de la imaginación;

ahora se sabe que es un cosmos y las leyes

íntimas que lo rigen han sido formuladas,

siquiera en modo provisional.36

En un tiempo muy inferior al que habría que supo-

ner, dada la magnitud del cambio cualitativo implicado,

el mundo sucumbe fascinado por la imagen de Tlön, y se

transforma en Tlön.

Manuales, antologías, resúmenes, versiones

literales, reimpresiones autorizadas y reim-

presiones piráticas de la Obra Mayor de los

Hombres abarrotaron y siguen abarrotando

la tierra. Casi inmediatamente, la realidad

cedió en más de un punto. Lo cierto es que

anhelaba ceder. […] ¿Cómo no someterse a

Tlön, a la minuciosa y vasta evidencia de

un planeta ordenado? Inútil responder que

la realidad también está ordenada. Quizá lo

esté, de acuerdo a leyes divinas –traduzco: a

leyes inhumanas– que no acabamos nunca

de percibir. Tlön será un laberinto, pero un

laberinto urdido por hombres, un laberinto

destinado a que lo descifren los hombres.

[…] Entonces desaparecerán del planeta el

francés y el inglés y el mero español. El

mundo será Tlön.37

La causa para que Tlön predomine sobre el mundo

real, y termine superponiéndose a éste, apropiándoselo

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así, es que Tlön es, aunque un proyecto vastísimo, de

dimensiones humanas, al contrario del mundo real en el

que nos hallamos inmersos, ignorando enteramente qué

profundos designios, indiscernibles para nuestra humana

comprensión, vienen a realizarse mediante nuestros des-

tinos. La alternativa contraria a la del ideal e idealista

mundo Tlön, es imaginar una infernal biblioteca com-

puesta por todos los libros posibles, inclusive –o más bien

mayoritariamente– por libros absurdos o carentes de sen-

tido (mera “basura informativa”).

Lewis Carroll observa en la segunda parte

de la extraordinaria novela Sylvie and Bru-

no –año de 1893– que siendo limitado el

número de palabras que comprende un idio-

ma lo es asimismo el de sus combinaciones

posibles, o sea, el de sus libros. […] A fuerza

de simplificaciones análogas, llega Kurd

Lasswitz a veinticinco símbolos suficientes

(veintidós letras, el espacio, el punto, la

coma) cuyas variaciones con repetición abar-

can todo lo que es dable expresar: en todas

las lenguas. El conjunto de tales variaciones

integraría una Biblioteca Total, de tamaño

astronómico. Lasswitz insta a los hombres

a producir mecánicamente esa Biblioteca in-

humana, que organizaría el azar y que eli-

minaría a la inteligencia. […] Todo estará en

sus ciegos volúmenes. […] Todo, pero por

una línea razonable o una justa noticia ha-

brá millones de insensatas cacofonías, de fá-

rragos verbales y de incoherencias. Todo,

pero las generaciones de los hombres pue-

den pasar sin que los anaqueles vertigino-

sos –los anaqueles que obliteran el día y en

los que habita el caos– les hayan otorgado

una página tolerable. Uno de los hábitos de

la mente es la invención de imaginaciones

horribles. […] Yo he procurado rescatar del

olvido un horror subalterno: la vasta Biblio-

teca contradictoria, cuyos desiertos vertica-

les de libros corren el incesante albur de cam-

biarse en otros y que todo lo afirman, lo

niegan y lo confunden como una divinidad

que delira.38

Trasladando la idea de Lasswitz a los linderos de la

ficción, Borges elabora su relato La Biblioteca de Babel,

en el que parece compendiar en una sola ficción fantásti-

ca distintas ideas asombrosas sobre los libros entresaca-

das de las que ha conservado la memoria de los hom-

bres, enmarcándolas en un ambiente de pesadilla. Según

el relato, una divinidad acaso aficionada a los libros ha

creado un mundo consistente en una biblioteca infinita y

caótica, poblada por bibliotecarios que la administran sin

desentrañar nunca su secreto. Como en nuestro mundo

finalmente inescrutable, en la Biblioteca de Babel abun-

dan las doctrinas que de algún modo pretenden redimir a

los hombres del misterio del mundo:

También sabemos de otra superstición de

aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En

un anaquel de algún hexágono (razonaron

los hombres) debe existir un libro que sea la

cifra y el compendio perfecto de todos los

demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y

No existen textos originales porque todo texto seescribe enmarcado en un universo preexistente de co-

sas ya dichas (escritas), que ese textocontesta, repite o varía enmayor o menor grado. Todo textocita, desarrolla, refuta o parodiaotros textos, a los que les sirvede lugar de encuentro y diálogo.

BIBLIOTECAS DEL MUNDONational and University Library

Göttingen, AlemaniaFoto: Christian Richters

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“La historia del universo –y en ella nuestras vidas y el más tenue detallede nuestras vidas– es la escritura que produce un dios subalterno

para entenderse con un demonio”.

es análogo a un dios. […] No me parece in-

verosímil que en algún anaquel del universo

haya un libro total; ruego a los dioses igno-

rados que un hombre –¡uno sólo aunque sea,

hace miles de años!– lo haya examinado y

leído. Si el honor y la sabiduría y la felici-

dad no son para mí, que sean para otros.

Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el

infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado,

pero que en un instante, en un ser, Tu enor-

me Biblioteca se justifique. / Afirman los

impíos que el disparate es normal en la Bi-

blioteca y que lo razonable (y aun la humil-

de y pura coherencia) es una casi milagrosa

excepción. […] Quizá me engañen la vejez y

el temor, pero sospecho que la especie hu-

mana –la única– está por extinguirse y que

la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria,

infinita, perfectamente inmóvil, armada de

volúmenes preciosos, inútil, incorruptible,

secreta.39

Desde luego, la gran biblioteca que es el universo, y

la proteica biblioteca que los hombres incesantemente

construyen parecen obedecer a unos propósitos no me-

nos inescrutables que los de la biblioteca de Babel. En la

gran biblioteca humana abundan los mensajes copiosos,

inútiles y equívocos. Ocultos poderes en pugna conspi-

ran detrás de telones de banalidad, y por momentos pare-

ce que el caos gana terreno. No deja de parecer a veces

tan vana la empresa humana de imponer un orden, como

la de aquella lejana enciclopedia china citada por

Borges, que con su candorosa clasificación pre-

tende abolir de un solo golpe el caos:

En sus remotas páginas [las de cierta

enciclopedia china] está escrito que los

animales se dividen en (a) pertenecien-

tes al emperador, (b) embalsama-

dos, (c) amaestrados, (d) lecho-

nes, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g)

perros sueltos, (h) incluidos en esta clasifi-

cación, (i) que se agitan como locos, (j) in-

numerables, (k) dibujados con un pincel fi-

nísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m)

que acaban de romper el jarrón, (n) que de

lejos parecen moscas. El Instituto Bibliográ-

fico de Bruselas también ejerce el caos: ha

parcelado el universo en 1.000 subdivisiones,

de las cuales la 262 corresponde al Papa; la

282, a la Iglesia Católica Romana; la 263, al

Día del Señor; la 268, a las escuelas domini-

cales; la 298, al mormonismo, y la 294, al

brahmanismo, budismo, shintoísmo y

taoísmo. No rehusa las divisiones hetero-

géneas, verbigracia, la 179: “Crueldad con

los animales. Protección de los animales. El

duelo y el suicidio desde el punto de vista

de la moral. Vicios y defectos varios. Virtu-

des y cualidades varias”. He registrado las

arbitrariedades […] del desconocido (o apó-

crifo) enciclopedista chino y del Instituto Bi-

bliográfico de Bruselas; notoriamente no hay

clasificación del universo que no sea conje-

tural. La razón es muy simple: no sabemos

qué cosa es el universo. “El mundo –escribe

David Hume– es tal vez el bosquejo rudi-

mentario de algún dios infantil, que lo aban-

donó a medio hacer, avergonzado de su cons-

trucción deficiente; es obra de un dios sub-

alterno, de quien los dioses superiores se

burlan; es la confusa producción de una di-

vinidad decrépita y jubilada, que ya se ha

muerto” (Dialogues Concerning

Natural Religion, V, 1779). Cabe

ir más lejos; cabe sospechar que

no hay universo en el sentido

orgánico, unificador, que tie-

ne esa ambiciosa palabra. Si

lo hay, falta conjeturar su

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propósito; falta conjeturar las palabras, las

definiciones, las etimologías, las sinonimias,

del secreto diccionario de Dios. La imposi-

bilidad de penetrar el esquema divino del

universo no puede, sin embargo, disuadir-

nos de planear esquemas humanos, aunque

nos conste que éstos son provisorios.40

Así, la certeza que prevalece en Borges es la de la

irredimible vanidad del conocimiento intelectual, la de la

imposibilidad de comprender de alguna forma la signifi-

cación última del mundo. Como afirma Emir Rodríguez

Monegal, tal vez el mundo coherente en el que creemos

vivir no es sino el vano fruto del esfuerzo conjunto de

todos los hombres, la ilusión sobre la que asientan sus

vidas, superponiéndola a la realidad esencialmente caóti-

ca y absurda; una forma de luchar contra el caos es a

través de la escritura de ficciones de factura rigurosamen-

te geométrica, delicados artificios verbales a través de los

cuales es posible reinventar, al menos provisionalmente,

un orden.

Los metafísicos de Tlön no buscan la ver-

dad ni siquiera la verosimilitud: buscan el

asombro. Juzgan que la metafísica es una

rama de la literatura fantástica. Saben que

un sistema no es otra cosa que la subordina-

ción de todos los aspectos del universo a

uno cualquiera de ellos. […] [Una de las es-

cuelas filosóficas de Tlön declara] que la his-

toria del universo –y en ella nuestras vidas y

el más tenue detalle de nuestras vidas– es la

escritura que produce un dios subalterno

para entenderse con un demonio.41

Acaso la realidad de los hombres no pueda ser más

que esa infatigable búsqueda del centro de un laberinto

ambivalente que fluctúa entre orden y desorden, placer y

dolor, razón y sinrazón.

NOTAS

1 Fervor de Buenos Aires, “A quien leyere”, epígrafe inicial, OC [Obras com-pletas] I, 15.

2 Evaristo Carriego, Prólogo, OC I, 101.3 Historia de la noche, Epílogo, OC III, 202.4 El hacedor, “Poema de los dones”, OC I, 809.5 El hacedor, Epílogo, OC I, 854.6 Borges, oral, “El libro”, OC IV, 165.7 Historia de la noche, “Un libro”, OC III, 181.8 Biblioteca personal, Prólogo, OC IV, 449.9 Otras inquisiciones, “Nota sobre (hacia) Bernard Shaw”, OC I, 747-8.10 Otras inquisiciones, “Del culto de los libros”, OC I, 713.11 Otras inquisiciones, “Del culto de los libros”, OC I, 713.12 Otras inquisiciones, “La muralla y los libros”, OC I, 633-4.13 Otras inquisiciones, “Del culto de los libros”, OC I, 715.14 Otras inquisiciones, “Del culto de los libros”, OC I, 715.15 Discusión, “Una vindicación de la cábala”, OC I, 209.16 Étienne Gilson, La filosofía en la Edad Media, Madrid, Gredos, pág. 413.17 Otras inquisiciones, “Del culto de los libros”, OC I, 715.18 Otras inquisiciones, “Del culto de los libros”, OC I, 716.19 Discusión, “Una vindicación de la Cábala”, OC I, 211.20 Discusión, “Una vindicación de la cábala”, OC I, 209-10-11.21 Borges, oral, “El libro”, OC IV, 167.22 Otras inquisiciones, “Del culto de los libros”, OC I, 714.23 Otras inquisiciones, “Del culto de los libros”, OC I, 716.24 Otras inquisiciones, “La flor de Coleridge”, OC I, 639.25 El hacedor, “Everything and nothing”, OC I, 803-4.26 Otras inquisiciones, “Nota sobre (hacia) Bernard Shaw”, OC I, 749.27 El jardín de senderos que se bifurcan, “Pierre Menard, autor del Quijote”,

OC I, 446.28 El jardín de senderos que se bifurcan, “Pierre Menard, autor del Quijote”,

OC I, 447.29 Borges, oral, “El libro”, OC iv, 171.30 Historia universal de la infamia, Prólogo a la edición de 1954, OC I, 291.31 Historia universal de la infamia, Prólogo a la primera edición, OC I, 289.32 Elogio de la sombra, “Un lector”, OC I, 1016.33 Maurice Blanchot, El libro que vendrá, Caracas, Monte Ávila, 1979, pág.

111.34 El jardín de senderos que se bifurcan, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, OC I,

440-1.35 El jardín de senderos que se bifurcan, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, OC I,

438-9.36 El jardín de senderos que se bifurcan, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, OC I,

434-5.37 El jardín de senderos que se bifurcan, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, OC I,

442-3.38 Emir Rodríguez Monegal, Borges por él mismo, “La biblioteca total”, 139-40.39 El jardín de senderos que se bifurcan, “La Biblioteca de Babel”, OC I, 466-7140 Otras inquisiciones, “El idioma analítico de John Wilkins”, OC I, 708.41 El jardín de senderos que se bifurcan, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, OC I,

436-7.

ANDRÉS LONDOÑO,titulado en filosofía y letras.

Departamento editorial, UJTL.

BIBLIOTECAS DEL MUNDO

Sandton Library

Sandton, Gauteng, Sur África

Foto: Dennis Gilbert