LA BIBLIOTECA DE ACADEMIA

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Sesión Inaugural del Curso 1966-1967 LA BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA (Un capítulo de su pequeña historia) P. MARTÍ.'-'EZ G ARCÍA Por imperat ivo del Reglamen to de la Academia, me veo obligado a encargarme de desarrollar ante ustedes el Discurso Inaugural del Cur- so 1966·67. Una sesión inaugural viene a ser como el pórtico o entrada a tareas plurales más trascendentes que la que en ella se desarrolla. Como en muchos otros casos, la sencillez del vestíbulo no hace presumir la grandeza del interior, de lo que se guarda tras él. Esto sucede en grado máximo con el acto de hoy. Nadie presumiría, después de esta conferencia preliminar, el valor de las ulteriores; tras el paup erismo de mi labor, la riqueza de la ajena que, ulteriormente, ha de desarrollarse esta Academia. Y es oportLlno que sei1alemos esto porque etimo- una ·inaugwraci6n presupone un augurio y tiene, por ende, cte rto carácter de p1·esagio. IIe de apresunu:me a decir que aunque el preludio sea tan modesto el pronóstico de la labor de l próximo futuro de nuestra Sociedad es lo suficiente brillante para permitirme -con toda t'Onfianz.'l- emplazaros a que lo con vuestra preciada asis- a las sesiones científicas que han de seguir a ésta que -más que lodo- <¡uiere tener un valor simbólico de saludo. 1 :le dudado mucho al escoger tema para esta lectura inau&•ural. Dado 0 eterogéneo del público que acostumbra asistir a estas Sesiones, no me parecía adecuado un tema estrictamente médico. Afortunadamente en nuestra profesión la solución es fácil, pues son abundantes los lemas paraméd· . bo d' ICOs atractivos e interesantes para el público profano, aunque 1 :. 6 ya casi no se puede hablar de profanos en medicina, esta pro- aut: 11 la no lo hoy sino de siempre, es moda hablar mal, 10 Y clta pasamos una intonsülcación de la malevolencia, señal -dig n Yal cabo- del interés que por ella se siente, derivado de que •anti lo que digamos- no podemos prescindir de ella ni de su la CO.• representante: •el médicon. s posible que si hubiera podido poner el título de la conferencia

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Sesión Inaugural del Curso 1966-1967

LA BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA (Un capítulo de su pequeña historia)

P. MARTÍ.'-'EZ G ARCÍA

Por imperativo del Reglamen to de la Academia, me veo obligado a encargarme de desarrollar ante ustedes el Discurso Inaugural del Cur­so 1966·67. Una sesión inaugural viene a ser como el pórtico o entrada a tareas plurales más trascendentes que la que en ella se desarrolla. Como en muchos otros casos, la sencillez del vestíbulo no hace presumir la grandeza del interior, de lo que se guarda tras él. Esto sucede en grado máximo con el acto de hoy. Nadie presumiría, después de esta conferencia preliminar, el valor de las ulteriores; tras el pauperismo de mi labor, la riqueza de la ajena que, ulteriormente, ha de desarrollarse e~¡ . esta Academia. Y es oportLlno que sei1alemos esto porque etimo­l~g¡camen tc una ·inaugwraci6n presupone un augurio y tiene, por ende, cterto carácter de p1·esagio. IIe de apresunu:me a decir que aunque el preludio sea tan modesto el pronóstico de la labor del próximo futuro de nuestra Sociedad es lo suficiente brillante para permitirme -con toda t'Onfianz.'l- emplazaros a que lo comprobéi~ con vuestra preciada asis­t~ncta a las sesiones científicas que han de seguir a ésta que -más que lodo- <¡uiere tener un valor simbólico de saludo.

1 :le dudado mucho al escoger tema para esta lectura inau&•ural. Dado 0 eterogéneo del público que acostumbra asistir a estas Sesiones, no

me parecía adecuado un tema estrictamente médico. Afortunadamente en nuestra profesión la solución es fácil, pues son abundantes los lemas paraméd· . bo d' ICOs atractivos e interesantes para el público profano, aunque 1:.6

1~ ya casi no se puede hablar de profanos en medicina, esta pro-aut:

11 ~ la ~ue, no sólo hoy sino de siempre, es moda hablar mal, -af~e 10

Y clta pasamos una intonsülcación de la malevolencia, señal -dig n Y al cabo- del interés que por ella se siente, derivado de que •anti a~os lo que digamos- no podemos prescindir de ella ni de su la CO.• representante: •el médicon.

s posible que si hubiera podido poner el título de la conferencia

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166 At'IALES. SECCIÓN MEl>lCINA

después de terminar su rl'dacdóu -que hubient IH·c..:ho siguiendo IM

sugerencias de cada momento sin ligarme a un tema prefijado rígidt.

mente-, éste y, por ende, el título de la conferencia hubiera sido ot

siguiendo el rumbo libre de la inspiración, con lo que esta confereiXÍI

hubiera podido llamarse como una obra de Emerson: ocConsideraci:

nes hechas de paso". Los títulos de las obras literarias, generalmente,~

deciden al Rnaliza1· éstas. Vulgar es oír o leer: «Tengo escrita una okl

sin título aún. • Y, sin embargo, no por ello había dejado de escrib~

Pero en estas lides académicas, por motivos burocráticos, era preci;.

adelantar el título. Entonces pensé en que buena cosa para glli:lfll:

en la elección sería escoger un tema exclusivo de la Academia l' ~'

me afectara mucho, también, a mí, y así fue como decidí exponer a:.

ustedes este intrascendente capítu]o de la pequeña historia de la Art

demia con interés, es posible, sólo para nú que lo viví intensamCI'?.

por lo que mi decisión me aparece, quizá, como inconsciente e~-pre9:

de aquel egoísmo intelectual -de que hablaba el ensayista lusitano f.

delino de Figuereido- de udar importancia a un rumbo en la acti1id1.

hacia la cual se siente cierta propen!>'iÓn•. Hay que dorar la vida lf

recuerdos que valga la pena de conservar y éstos lo son para mí¡

ser de la Academia, a la que tanto quiero, y por ser de juventud, aiP

rada juventud que ---.como dijo el poeta- se va para no volver. r tema primordial, el leit-motif será -como ya lo indicamos en el fli;

lo- la Biblioteca, pero aunque es nuestro principal objetivo, no eH

todo en este pequeño discurso, sino que hemos creído oportuno silt

tanear con él otros temas menores o simpíemente anécdotas que Oll

cerezas imbricadas se nos han cogido al t ema principal y nos recl;un;

les dediquemos algunas palabras que -quizá como pago- nos pre$.

interés y mayor amenidad a esta exposición, que al dar mayor signi~

y ejemplaridad a las anécdotas les dieran mayor categoría en el seolii

tan caro a Eugenio D'Ors. Sigamos, pues, confiando en que las p~lr' traen las palabras y en que el anda1· hace el camino.

Ingresé en esta Sociedau allá por los años 1912-13, a poco de~·

menzar mi carrera. Residía, por entonces, esta entidad en el níunett

de la calle Puertafenisa, muy próxima a La Rambht de las Flores. 1.

altura, por tanto, de la entrada de la calle del C<wnen. Como vr~

punto verdaderamente estratégico para un centro de reunión de ~

diantes de Medicina. De estucliantes por lo vistoso, alegre y céntri~~

lugar, pues Barceloua no había emprendido todavía su despluzanuen~

hacia las alturas y lo que era entonces la Diagonal viene a ser a]J()lll

Plaza de Cataluña o Avda. de José Antonio, y como médicos ptt,

proximidad del Hospital de la Santa Cruz, alojado eu la inmediata~;'!.~ del Carmen. Eran muchos los médicos ocupados en aquel nosoCI)!Ilil

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MARTÍNEZ CARCÍA. ],A BlBLlOTECA DE LA ACADEMIA 167

aún más los alumnos internos del Ho!>pital que en él realizaban las pri­meras prácticas de ~1l carrera.

La •Academia i Laboratori de Ciencies Mediques de Catalunya», como se llamaba entonces nuestra entidad, ocupaba un gran principal de tm caserón que hacía esquina a una calle patJpérrima, calle de Roca, callejón oscuro que por su fama estaba pl'ácticmnente vedado a la cir­culación. El amplísimo portal estaba ocupado, en su fondo, por la Or­topedia Cabré, que aún existe, y un taller de sombreros de señora.

Cuando yo ingresé lo hice en calidad de socio agregado, lo que Te­presentaba el abonar mensualmente dos pesetas, con lo cual teníamos derecl1o a utilizar la Biblioteca que, por entonces, nos parecía magní­fica; contar con cuartillas para apuntes y disponer de teléfono y de más de un amplio salón donde reunirnos en amigable tertulia o para estudiar fuera del salón de la Biblioteca. Y todo ello atendido por un modelo de conserje, el querido e inolvidable señor Juan Sánchcz, ejem­plo de caballeros por su educación, seriedad y espíritu de dísciplina. Dentro de su esfera era el alma de la Academia; se encargaba de que todo estuviera en orden y marchara adecuadamente, controlaba la lim­pieza del local, atendía a cuantas preguntas o solicitudes se le hacían )', no rara vez, ponia orden, con ejemplar delicadeza, en los desmanes inofensivos de la joven grey estudiantil. que a veces no reprimía lo su-6ciente los impulsos de sus años mozos. Por si ello fuera poco, él era el que en realidad se encargaba de la Biblioteca, cuidando de los libros, de su vigilancia y ordenación, y hasta su archivo eran funciones de las cuales, prácticamente, se encargaba él solo.

En un salón contiguo al hall (ng. 1) habia unas vitrinas en las cuales, además de un verdadero pequeño Museo de Piezas Anatómicas y de preparaciones procedentes de trabajos realizados cu el mismo Labora­torio de la Academia, existían colecciones muy completas, convcnicn­teme~te repetidas, de huesos que nos facilitaban exh·aordinariamente el l'Siudio de los mismos. Recuerdo también, un famoso uHombre clásti­~o· en el que comprobábamos l;s relaciones musculares y viscerales, lo 11~1e originaba tm descum·tizamient,o imponente del «hombreciton de car­t~~1· Y esto era U!l<t Je las pocas cosas que sacaban un poco de sus ca­~~ as a nuestro buen conserje, debido a que cada noche había de per­l er bas!ante tiempo para reponer en su justo lugar los numerosos múscu­os Y Vlsceras que nosotros habíamos dejado desordenadamente sobre la mesa. En esta m· h b' ·' di' ll M · 1sma a ttac10n que pu eramos amar " useo sm ~~ete~~iones de tal "• ~e guardaban, como hemos aludido, preparaciones ~ 0t~~ elnl tes de trabajos realizados por socios de la Academia. Recuerdo 0

lt- e as -por 1· · · ' d li 1 e' b. a gtacwsa anec ota a que e o ugar- unas prepara-Iones so re tiña dí ·~ b . b di. h s que correspon an a un magmnco tra a¡o que so re e o lt>ma h b' 1' d aug 0

' a Ja roa 1za o el Dr. RICAtmo MoRAGAS, que, ya entonces, um a el famoso bacteriólogo que lnego fn<;>.

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168 ANA l, ES. SECCIÓN MEDICINA

Jo'1c. l. - Pequeiio 'Museo de A-natomía.

Llevado de su afición al estudio y a la enseñanza, organizb ur

cursillos de bacteriología (fig. 2). A uno de estos cursillos hubo de m1·

tricularse un médico joven no demasiado esh1dioso y que por ello dr jaremos en el anónimo.

Después de asisw· a las dos primeras lecciones, y cuando el hijo O! conserje de la Academja le reclamó, amjgablemente, los honorarios cll Curso, desapareció como alumno. Como socio siguió asistiendo a la A •• clcmia en distraída terhilia con otros compañeros. En una de estas 1}

,_J I

sitas fue visto por el Dr. Moragas, el cual lo interpeló prcgunt;~nu cómo era que aún no había abonado el importe de la matrícula. 'TOO

los presentes cambiamos de color al ver el compromiso en que se" contraba el compañero, que fue el único que no se inmutó y respor~l rápidamente:

-¿Qué matrícula? -La del Curso de Bacteriología. - ¡Pero si yo no he hecho ninguno l Nosotros no salíamos ele n11 eslro asombro; y el De Morag1~~ hubo (ll

insi ~ti r :

-¿U slccl no se llama fu lano de t·al. .. ? -AlJ! Aquest és el meu germa bessó. (¡Ah 1 Ése es mi hermano

gemelo.)

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MARTÍNEZ CAHCÍA. LA DffiLlO'l'ECA DE LA AOADE~fiA 169

Ya no cabía sino la agresión personal... ¡Y no valía la pena 1 Éste es el tipo de médico para quien parece escrito .el magnifico so­

neto del poeta argentino Fcrnández Moreno, que, sin duda por ser mé­dico, a la vez, supo describirlo tan bien. No puedo resistir la tentación de leéroslo.

Escúchenlo :

UN MttDICO

Naturalmente, fue mal estudiante. De 1Iip6crates prestado el juramento se vino a esta CÍ'lidad lo más contento. baio el brazo su título flamante. Ahora, pasada ya la cvarentena, 1'0ttmdo abdomen, colosal cadena, de arr-iba abajo en 1·ígu1'0so negro, está jugando ·un dominó imponente con ttn rábula, un cnm y un teniente. Mie11tras espera que se muera el sueg1·o.

Ftc. 2. • Autig\lo L:dl<lratorio de Eac<eriología.

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170 ANA LES. SECCIÓN MEO!ClNA

Tras la que hemos llamado habitación Musco, venía el gran Sal6c tan

de Sesiones (flg. 3). Bien instalado y cómodamente dispuesto para su &, de esta habitación daba ya a la calle a través de unos balcones que abaJ. mí caban toda la fachada del piso doble que constituía nuestra AcademJ~ do Estos balcones permanecían casi siempre cerrados para evitar el polw cot y, sobre todo, para amortiguar los ruidos tan intensos como heterogé-neos procedentes de calles tan populosas y abigarradas como la de Puer· cll taferrisa y la Rambla. tac

F1c. 3. -Antiguo Salón de Sesiones. L~ llecba indica el aparato de proyeccíon<'

eh sal co· mt cic Bi

Por eso, cuando en lo más duro del verano el conserje no podíl negarse a abrirlos, era uHa fiesta para los jóvenes socios salir a ellos a

refrescarse y, especialmen te, a rlisfr11lar del espectáculo ducladano tan

llamativo y variopinto de las calles próximas. . . 1 En el extremo opuesto de la casa estaba el Salón B1bhoteca (fig. ~- F

tema principal de nuestra divagación ele hoy. Su instalación ern otO}

modesta en calidad de mobiliario, pero cumplía para el fin a que est.~~ destinado. Cada día, claro es, más desbordado por las nuevas adc¡u111

:

clones de libros que, mt\s o menos lcmporalmeutc, iban R ocupar algunoo

rincones estratégicos vacíos de alguua otra habitación y cuyo controlt llevaba cuidadosan,cntc por nuestro modélico conserje. La Biblioteca: mi habitación predilecta. Desde 1111 principio se llevó todas mis P t­

rencias. En ella se [\lcron hjpertrnfi uudo mis a6ciones bibliofíJicn~ que

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MARTÍNEZ CAUCÍA. LA UJl'll..lOTECA DE L.A ACADEMIA 171

tanto me han dominado luego y pasaba largas horas entre sus estantes,

de contenido no demasiado abundante y selecto, entonces, pero que a

mí me parecía el arca de las maravillas, leyendo o simplemente hojean­

do todo lo que encontraba con una curiosidad nunca saciada, sino, al

contrario, avivada por los h01izonLes que iba descubriendo. La Biblioteca carecía, entonces, no tan sólo de bibliotecaria, sino, in­

cluso, de un buen catálogo. El equivalente de bilbiotecaria era el ci­

tado conserje y el sustituto del catálogo eran unos pequeños libros-ar­

chivos en los que el citado conserje iba anotando los lib1·os que ingre­

saban. ¡Había que ver el cuidado, el celo, la buena voluntad de aquel

conserje insuperable que fue el señor Juan Sánchez, de tan grata me­

moria para todos cuantos socios llegamos a conocerlo, que ponía en la aten­

ción, vigilancia y registro de cuantos libros poseía o ingresaban en la

Biblioteca! Aún recuerdo mi curiosidad ante unas intrigantes C. R. o

Flc. 4 -Saló B·br un lib~ es el ¡:¡. 1d 1

1otCtca. El io"en que aparece subido eu una escalera de mano entregando

JO e onserje, y éste el de cabello blanco que 3p3recc sentado en el centro.

~-. 1\ que figuraban en la etiqueta colocada en el envés ele las cubicr­t<ts e() los libros, en la que :6o-maba además el nt'1mcro de orden co-rrespondiente. "' ' '

me ~:?d.O d~spués de bastante tiempo creí teuer confianza suficiente,

tant tdt_ a ~terrogar al señor Sinchez sobre el pequeño detalle que 0

me J.ntngaba, ri:l lo aclaró inst<lnttÍneamenlo ,d revelarme (jl J<' ello

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172 ANALES. SECCIÓN MED!CINA

significaba: «Comprado-Registrado• y •Donativo-Registrado•, con lo¡ ..

se separaban los libros comprados de los procedentes da donatioos.

Como hemos dicho, no existía bibliotecaria. La primera que tmilJr

fue la señorita Luisa Ribas, para la que siempre hemos guardado

gran recuerdo por SLl inteligencia y gran labmiosidad, a la que, en L

año 1930, sucedió la señorita NP Concepción Calal'ineu, que es la~

bliotecaria actual, cosa que habla mucho eo favor de ellas y de la A,¡.

demia, pues en más de 40 años sólo se han tenido dos bib1iotccrui!41

prueba de su disciplina y trabajo, por un lado, y corrección y buen t¡,

lo, por el otro. Los socios utilizábamos los libros de la Academia o bien porque~"

bido a su frecuente uso ya conocíamos su situación, o bien acudit l

a la orientación que pttdiera darnos el señor Sánchez, catálogo viWtJ~:

de nuestra entidad durante muchos años. Al cabo de unos cuantt\1 11.1

mis continuas pesquisas por estantes y anaqueles me dieron un cru··

miento absoluto de todo cuanto a la Biblioteca se refería y de la 1jl'

tenía no sólo un recuerdo mental, sino visual. Me refiero a que l'!l

momento dado, al preguntarme por un libro dcte1minado, no s&l

nocía su existencia, sino que me representaba su situación topogr.lb

en el Salón de la Biblioteca y los caracteres de su formato l' ent'J

dernación. El conserje apercibió pronto estas posibilidades mías Y e~ •

el aumento de libros puso en grave aprieto su labor ele bibliotero•

recuerdo vivamente cuando recurría a mi preguntándome si conoc~ li

o cual obra que un socio acababa de pedirle, y como yo, despue

breve merutación, Je respondla : u Sí, lo tenemos entrando a la dereco1

en un estante a la altura de su cabeza, poco más o menos. Es un l·o

alargado de lomo fino y rojo .. . " No me negarán ustedes que la 1~

puesta era un tanto pintoresca y un mucho detalJista. ¡Feliz época ar­

lla en que podía ocuparme de tales minucias!

Estas aficiones ele mi tiempo ele estudiante, es decir, de mi éf'1·

de socio agregado, o sea de socio de dos pesetas habían de llevarme '

mi principal cargo durante los primeros años el~ socio numerario L

Biblioteca aumentaba rápidamente sn contenido; las demandas in~.

tes de una juventud más estudiosa y la riqueza bibliográfica, cada 1

más notable, en los principales países, iba haciendo no sólo dificil.~. imposible seguir sin un buen ínruce, perfectamente ordeundo, del (11

tenido de aquélla y sin un capacitado director de la misma. Por eol((l

ces fue cuando fuimos nombrado bibliotecario.

Apenas posesionado del cargo procedimos a enriquecer cuanto ~· mos el número de revistas que se recibían y hacer construir un mtr'

acl lt.oc (fig. 5), especie de fichero, para tener ordenados Y a b ~1'. los distintos números del aito en curso y facilitar su consulta. Al tlll.~¡ tiempo expusimos a la directiva de la Academia la absoluta nece~

de disponer de una bibliotecaria capacitada para llevar con el ord(ll

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.\JARTÍNJ::Z CARCÍA. l.A BIDLIOTECA lJE U ACADEMIA 173

la atención debidos todo el material bibliogní6co que en progresión rá­pidamente creciente ingresaba en nuesb·a Biblioteca.

De aquella época lejana es, también, la adquisición del libro de demandas, en que los socios podían dejar constancia de sus deseos de

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174 .\NALES. SECCiÓN ~I:E:OICINA

compra de nuevas obras. Sus características persisten en el que hoy r;o.

necéis. Mi conocimiento antiguo de la Biblioteca y mi afición por todo CU3!!·

to a libros se refería, hizo que mi designación como bibliotecario no m no constitu}rera una carga para mf, sino una agradable ocupación. La tJ·

casez de mi clientela, en aquellas épocas de inicios profesionales, 11"

permitía pasar largas horas en la Academia, dedicado especialmente procurar lodo lo posible el enriquecimiento de su Biblioteca, pues ~ parecía estar en lo cierto cuando auguraba - para mí- la rápida d · aparición, por insuficientes e innecesarios, de los distintos labomton que ya sólo por tradición, casi sentimental, funcionaban en la Acad, mia y el predominio absoluto que aquélla iba a tener en la util'dad 1

eficacia de nuestra Agrupaci<Ín. Poco perspicaz era necesario ser pJil

ello, pues aquellos laboratorios que habían integrado el nombre priuú· tivo de nuestra Sociedad, sólo tenían como razón ele ser la insuficientil de los de la antigua Facultad de Mddicina, para una enseñanza prok­tica conveniente, por lo que al mejorar mucho esta circunstancia se ha· cían innecesarios.

Carente de lodo otro mérito, fue, sin duda, sólo esta asiduidad Y

cariño míos por nuestra Biblioteca, lo que hizo que fuéramos reelegid·~ cuatro veces consecutivas para el citado cargo, al término de cuyo pi~ , renunciamos a continuar en él, creyendo que durante aquellos 8 aom habíamos podido dejai bien sentadas las bases de la reorganizaci!Ín 0: aquélla.

Había conseguido la ordenación de sus libros según la clasificaci~• decimal de Bruselas y la formación de catálogos muy completos en q11<

se agrupaban las obras por orden alfabético de autores y de materi2J. cosas que no se habían conseguido del todo hasta entonces en la At' demia, y dejar un núcleo de revistar; muy superior en número )' cal: dad a las que había encontrado.

Todo ello representó, en aquellos comienzos, mucho tiempo )' 1tr

dadora devoción. De ambas cosas disponíamos entonces y las dedic~UIII" con entusiasmo a la obra que habíamos emprendido. Entre mis furri liares. se comentaba que yo estaba en la Academia más tiempo que"' mi casa, y era verdad, porque en aquélla pasaba m;Ís horas que en nr propio hogar. Parodiando al clásico, podría decir que nada ele la Rl· bliof'eca me era a;eno.

La habitación Biblioteca constituía la última estancia del piso qm' ocupaba la Acndt•mia, es deci r, la que ocupaba el extremo opucslo.al Salón de Ses.ioncs, r1uc, como dijimos, se abda a la calle lJuertnf~~s.l por unos amplios balcones. Dnrante mucho tiempo ignoré si la Bthho: teca comunicaba con alguna ob·a habitación, aunque era 16gico ~ue ?( fuera, pues en la pare<] del fn1H'l0 oe veían dos aberturas que parecran

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MARm'EZ C.\RCÍA. LA BIBUOTEC.\ DE L\ M' \DE\11.\ 175

corresponder u dos halcones que por permanecer hcrméli<:attH.:nlc ccrr.t­dos no dejaban ver <1116 podia existir al otro lado de los ulismos. Como la hora del estudio acostumbraba ser por la larde, yo había visto siempre la Biblioteca iluminada con luz artificial. Pero un día, al salir temprano del Hospital de la Santa Cruz, decidi ir un rato a la Acadeaúa para leer alguna revista . Era una mañana muy calurosa y cuando enb·é en la Biblioteca la vi iluminada con luz natural. Estaban haciendo un poco de limpieza y los adustos balcones estaban abiertos de par en par. F'ue para mí. una sorpresa ver, al salir a una estrecha galeria descu­bierta que rodeaba un patio, enterarme de la existencia de un pequeño jardín que nunca había sospechado. Así, pues, el Salón Biblioteca no era el auténtico final del piso que ocupábamos, como yo creí durante varios años, y que me hizo llamarle i(El Finisterre» ele la ,Academia.

La orientación de ésta hacía muy difícil que el sol pucliera dar en aquel verde jarclincillo, que por lo sombrío, silencioso y triste bien pudiera aplicársela el nombre de aquella hermosa obra de VaJle-Inclán: Jardín umbrío . Hasta a pesar de su absoluto silencio en aquel día pa­recía brotar de él aquel murmullo de un viejo jardín abandonado de que nos habla el propio Valle-Inclán. La Academia, pues, como mu­chas almas, tenía un patio interior que parecía destinado, también, a ser un tlido de intimidades y ensueíios, pero aquel que descubrí era mucho más prosaico que todo esto. Sin embargo, de él hubo de salir la gota de poesía que alegrara un poco la monótona vida de una Academia de Medicina. _ En efecto, comuniqué mi inocente descubrimiento a unos campa­neros de estudios que, llevados por la cw·iosidad, se asomaban frecuen­temente a la galería que lo circundaba, y un día, con sorpresa, nos pareció oír 1111 débil susurro ele conversaciones femeninas del que ya no dudamos al ser entrecortado por una juvenil carcajada. Nuestra sorpre­sa aumentó: el jardín no nos parecía ya ni tan triste ni tan solo, ni tan pr~saico como el día en que lo descubrí. Era preciso averiguar el mis­Iono de los insospechados huéspedes que tan cerca teníamos sin pre­sentirlo. La cosa quedó pronto aclarada al preguntar por todo ello a la ~uera del t'Onserje, la que nos informó que se trataba de unas modistas ~ sombreros que ~.:orrespoudíau a uua Lie:wda de los bajos de la Acade­

;nm, que, si bien tenía una espléndida salida a la calle, al zaguán de b; casa sólo comunicaba por una pequeña ventana enrejada que no ha­tmos sa?i?o descubrir en nuestras subidas y bajadas al piso principal onde res1día la Academia .

. 6

Iban demasiados estucliantes a la Academia y eran ellas demasiado l venes para que pronto no surgieran entre unos y otras algunos escar­~s amorosos ... ; pero esto ya no seda pequeiia l1istoria de la Biblia­e~ de la Academia, ~in o, todo lo más, n historia Rngida u, como lla­ma a Bacon a la poesía.

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116 AN,\l.l::s. SI::CClÓN ~llW i t: I NA

Si lo he citado ha sido por Lluitar un poco de .-úde;¿ a estas disqUI·

sieiones y por creer que, como dijo I. A. Bichards: «la poes:ía es caJllll

ele salvarnos». Incluso sin querer ha resbalado entre estas líneas la pa·

labra poesía, a pesar de que he hecho todo lo posible para rehuirla por

no estar de moda, pero en un descanso en la redacción de este trabajo,

eu el que he revivido tiempos antiguos y ya perdidos, leí una frase de

un gran pedodista en un ;oven semanario catalán. Al flnal del artícuh

"Toruada a l'envelatu, escribe Sempronio: uPoesia al cap i a la fi. Olm

ho és tota recerca del temps perdut. • Y esta pequeña historia no ~

ob·a cosa que eso. Ya veis que no me callo ni mis cursilerías, pues como l¡isforiadilr

- siquiera sea accidental- tengo la obligación de ser veraz y completo.

Espero que no se tome a vanidad (sería estúpida) la exposición d!

estos detalles de la que creo podernos llamar -como yo lo he hecho­

pequeña historia de la Biblioteca de la Academia, pequeña historia qUé

quizás interese conocer al posible futu1·o autor de su gran hjstoria, que

bien se merece que alguien realizara por el gran bien que ha hecho a

múltiples generaciones de médicos y que, con nombres como los de Tu·

rró, Botey, Pi Suñer, Bellido, Fargas, Barraquer, FreLxas, Swíer Molisl,

Gallart, Trías Pujol.. ., citando sólo unos pocos y en desorden, tan horxll

raigambre tiene en Cataluña y tanto ha representado en nueslra cullum

médica. Bien entendido que incluso, además de la gran rustoria a q

hemos aludido, quedan aún más pequeñas historias que creo sería tam· ¡

bién interesante conocer y que podrían tener su autor adecuado. Pen­

semos, por ejemplo, en la pequeña historia del llamado uAgrupament Es­

colar• asociación juveni.l, fecunda y e6caz, que tanto contribuyó a m~

jorar nuestro ambiente estudiantil y de la que tanto podría contamos un

conwcio cuyo anonimato qujero romper: el Dr. Alfonso Trías Maxench>

uno ele los socios de la Academia que más la ha querido y más ~

hecho por ella, sin ruido, sin alharacas y con el mayor desinterés.

Si recordar estos hechos nimios pero muy sign.ificativos de la hi~

toria de esta Academia, de la que estamos inaugurando un nuevo Curso,

es vanidad, acepto el reproche, aunque yo creo que, por lo modesto de

mi nombre, sólo puedo pagar la deuda de gratitud que con ella coo·

traje, por lo que en ella aprendi, con la expresiÓI' pública de la miSlnl

y de mi ferviente adhesión. Y esto es lo que he querido hacer en 11

acto de hoy.

Cuando se percibe la solemnidad de esta Sesión, la distinci6u dcl

público que nos honra con su asistencia, la brillantez, en fin, de cslt

acto y del marco en que se ha desarrollado, se da uno cuenta dr .la

diferencia de aquella Academia de que os he hablado, modesta e u~

completa -pero no menos entusiasta y laboriosa-, con ésta rica )' mo-

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~IARTÍNEZ GARCL4. . T~t\ lHBT.lOTECA !)E l .A ACAD.EMU. 177

déUca que ho)' nos acoge, r valora mejor el tiempo que separa una de otra y el esfuerzo y la inteligencia de los que han seguido en la labor directiva durante medio siglo, y para los que este discw·so quiere ser

JI un testimonio de gratitud.

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Hemos escrito no menos entusiasta y laboriosa, y, en efecto, a pesar de la mayor modestia de medios de la Biblioteca, no sólo funcionaba ma1íana y tarde, como ahora, sino también por la noche, de lO a 12, y, por cierto, con bastantes asistentes, especialmente méclicos, que por es­tar ocupados casi todo el día en sus quehaceres profesionales, apenas les quedaban unas horas de la noche para el estudio, por lo que veían con mucho agrado la posibilidad de estudio que les brindaba aquel horario de actividad de la Biblioteca.

Con frecuencia se había echado de menos entre los asi1.tentes a ella que no se pudiera servir en la Academia alguna bebida, especialmente

1 café, que tanto apetecía a los estudiosos que asistían a la misma. Esto daba lugar a algunos diálogos pintorescos entre los socios y el hijo del conserje, que era contrru:io a aquel legítimo deseo. Alegando que ha­bda discusiones sobre el pago de las consumiciones, sobre todo con el público cstndianUl. Ante la insistencia de la demanda y de las puyas con que los estndiantes acogían esta resistencia de] joven conserje, éste pareció ceder cierto día, diciendo:

-Bueno, les serviré café en jeringa. -¿Qué quiere decir con esto? -,Está claro. Cargaré una gran jeringa metálica con café caliente.

Al que lo desee, con un empujón del émbolo le llenaré la taza y re­clamaré el importe. Al que empiece con excusas o demoras, con la misma jeringa y con w1 movimiento opueslo del émbolo le aspiraré el café servido y todo en paz . . Al mismo tiempo que así se expresaba, dcmosb:aba con gestos la rna­

n~~bra de inyección y aspiración del café en la supuesta taza y la opera­CJOn resultaba verdaderamente graciosa. Éste fue e] célebre ucafe arnb x:ringa. del joven Juan Sánchez, que por entonces ya era conserje efec­til'll de la Academia, por jubilación de su padre.

ah A ~soerar. nucs, que la brillantez de las Sesiones Científicas que o~a mauguramos borre el recuerdo ele ésta tan insignificante que ya

e~ ora de que la terminemos, pues de Jo malo cuanto menos mejor, y

que, como elijo nuesh·o Baltasar Gracián : "Crueldad es, que arte, .condenar uoa hora entera al que oye.)) La historia, la pequeña historia, pequeña en todos los sentidos, está

tos contada. Para ello he tenido que hacer revivir recuerdos y sentimien­que me han hecho pensar si será verdad lo de que ''a nuesh·o pare-

cer, cualq · · Uler trempo pasado fue mejor•. Por lo menos lo que fue mejor

Page 14: LA BIBLIOTECA DE ACADEMIA

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fuimos nosotros, por una juventud que lo hacía ver Lodo con oplimi y que ahora alegraría la añoranza de los años idos. Luis Rosab unos deliciosos « Decires y Donaires,, ha escrito :

•El recuerdo se teje con doble hilo, y, de cuando en cuando, se recuerdan cosas que no han sucedido. •

Pensemos que éstas sean sólo las malas. Así os lo deseo coo punto de emoción, pues como, siguiendo la costumbre, estos discUJ· inaugurales van por orden de antigüedad en el ingreso ele la Acudcrr y, por tanto, muchos años alejados de la fecha de aquél, esle acto, q si pam la Academia es un discurso inaugural, para el actuante viene ser una oración de clausura. Y ahora ya sólo resta una sola cosa,~ pero importante: Agradecer vuestra impagable atención: Gracias.