La campana

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El objeto más singular de nuestro querido Patronato suele mencionarse de pa- sada, creo que nunca ha sido comentado en pro- fundidad, y ese olvido no debiera haber sucedido. Sin darnos cuenta, ese elemento nos marcaba una impronta de puntualidad, tanto a la entrada y salida del horario escolar. Mañana y tarde es- taba incansable desde su situación estratégica, como celador vigilante de nuestros movimien- tos infantiles al son de sus toques con un soni- do que se nos hizo familiar… Poseía una per- sonalidad propia, un eco diferente, un lenguaje distinto respecto a las de otros lugares. Como habréis supuesto es LA CAMPANA, ese viejo bronce que cuelga de una viga del techo de la segun- da planta, dando su cara al patio del colegio, ese espa- cio cerrado que vio pasar varias generaciones de alumnos desde su funda- ción en 1900. Muchos de ellos “premiados” con dar los toques en las horas adecuadas, caso del Ange- lus, y numerosas veces se- rian envidiados pensando “cuando me tocará a mi”. Este instrumento de percusión cumplía una función simbólica pa- ra todos los alumnos, su voz era entendida por todos, quien no ha estado a la espera de que “toque la campana” señalando el fin de la clase o del recreo. Podía haber sido un timbre quien hiciera esa función de llamada, pe- ro estamos en un colegio religioso, y la imagen acústica de la llamada cristiana es la del repicar de una campana. A finales del pasado mes de septiembre, me acerqué al Patronato para poder fotografiarla. La consideraba una parte imborrable de mis recuerdos tras el paso por el colegio. Subido en la alta escalera, me sentía un poco emocio- nado, por primera vez en mis 65 años iba a poder tocarla. Busqué alguna marca o grabado que pudiera indicarme sus orígenes, ¿quién la fabricó? ¿cuántos años tendrá?. Mientras aca- riciaba su borde buscando algún dato, me da- ba cuenta de su aspecto, estaba sucia, aban- donada, con restos de pintura marrón de la percha que la sostenía. El verdín, ese óxido verde del bronce, la cubría por completo. Esta- ba en un estado lastimoso, me dio pena. El único grabado que tiene, en forma de arco, estampado en su parte media, mirando al pa- tio, pude leer COVENTINA. Es el nombre de la diosa celta de las aguas, que representaba la abundancia y la fecundidad, estando las fuen- tes en la época pagana dedicadas a ella. Tal vez fuera, pensé, el nombre del fabricante, o se aplicó a la campana, con la idea de atraer a la lluvia. Hay una leyenda flamenca del siglo XVIII, don- de las campanas tienen va- riadas funciones, como alabar a Dios, reunir al pueblo, llamar al clero, pla- ñir por los difuntos, alejar las pestes, contener las tempestades, alegrar las fiestas, atraer la lluvia en época de sequía, aplacar los vientos, etc. Es decir, era la voz de la comunidad, y un medio de comunica- ción muy importante en aquella sociedad. No pude localizar documentación, referente a si la campana se com- pró o fue una donación, último ex- tremo que comparto. D. Abel Portilla, un afamado cam- panero de Cantabria, por las fotos que le envié me escribe “…es una campana moldeada por una fun- dición industrial, por tanto el autor es desconocido. Esto es algo normal y creo que tiene poco valor económico e histórico. Las cam- panas hechas artesanalmente por fundidores de campanas, tienen el nombre del fundidor, dónde se fa- bricó y el año de fabricación…”. En una cosa yerra D. Abel, para mí si tiene his- toria, al ser desde su atalaya, tantos años tes- tigo (y no precisamente mudo), de variados acontecimientos de nuestro querido Patronato. Son recuerdos, y no podemos deshacer el pa- sado, al igual que no se puede deshacer el ta- ñido de una campanaJuan Almarza Pozuelo

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El objeto más singular de nuestro querido Patronato suele mencionarse de pa-sada, creo que nunca ha sido comentado en pro-fundidad, y ese olvido no debiera haber sucedido. Sin darnos cuenta, ese elemento nos marcaba

una impronta de puntualidad, tanto a la entrada y salida del horario escolar. Mañana y tarde es-taba incansable desde su situación estratégica, como celador vigilante de nuestros movimien-tos infantiles al son de sus toques con un soni-do que se nos hizo familiar… Poseía una per-sonalidad propia, un eco diferente, un lenguaje distinto respecto a las de otros lugares. Como habréis supuesto es LA CAMPANA, ese viejo bronce que cuelga de una viga del techo de la segun-da planta, dando su cara al patio del colegio, ese espa-cio cerrado que vio pasar varias generaciones de alumnos desde su funda-ción en 1900. Muchos de ellos “premiados” con dar los toques en las horas adecuadas, caso del Ange-lus, y numerosas veces se-rian envidiados pensando “cuando me tocará a mi”. Este instrumento de percusión cumplía una función simbólica pa-ra todos los alumnos, su voz era entendida por todos, quien no ha estado a la espera de que “toque la campana” señalando el fin de la clase o del recreo. Podía haber sido un timbre quien hiciera esa función de llamada, pe-ro estamos en un colegio religioso, y la imagen acústica de la llamada cristiana es la del repicar de una campana. A finales del pasado mes de septiembre, me acerqué al Patronato para poder fotografiarla. La consideraba una parte imborrable de mis recuerdos tras el paso por el colegio. Subido en la alta escalera, me sentía un poco emocio-nado, por primera vez en mis 65 años iba a poder tocarla. Busqué alguna marca o grabado que pudiera indicarme sus orígenes, ¿quién la

fabricó? ¿cuántos años tendrá?. Mientras aca-riciaba su borde buscando algún dato, me da-ba cuenta de su aspecto, estaba sucia, aban-donada, con restos de pintura marrón de la percha que la sostenía. El verdín, ese óxido verde del bronce, la cubría por completo. Esta-ba en un estado lastimoso, me dio pena. El único grabado que tiene, en forma de arco, estampado en su parte media, mirando al pa-tio, pude leer COVENTINA. Es el nombre de la diosa celta de las aguas, que representaba la abundancia y la fecundidad, estando las fuen-tes en la época pagana dedicadas a ella. Tal vez fuera, pensé, el nombre del fabricante, o se aplicó a la campana, con la idea de atraer a la lluvia. Hay una leyenda flamenca del siglo XVIII, don-

de las campanas tienen va-riadas funciones, como alabar a Dios, reunir al pueblo, llamar al clero, pla-ñir por los difuntos, alejar las pestes, contener las tempestades, alegrar las fiestas, atraer la lluvia en época de sequía, aplacar los vientos, etc. Es decir, era la voz de la comunidad, y un medio de comunica-ción muy importante en aquella sociedad.

No pude localizar documentación, referente a si la campana se com-pró o fue una donación, último ex-tremo que comparto. D. Abel Portilla, un afamado cam-panero de Cantabria, por las fotos que le envié me escribe “…es una campana moldeada por una fun-dición industrial, por tanto el autor es desconocido. Esto es algo normal y creo que tiene poco valor económico e histórico. Las cam-panas hechas artesanalmente por fundidores de campanas, tienen el nombre del fundidor, dónde se fa-

bricó y el año de fabricación…”. En una cosa yerra D. Abel, para mí si tiene his-toria, al ser desde su atalaya, tantos años tes-tigo (y no precisamente mudo), de variados acontecimientos de nuestro querido Patronato. Son recuerdos, y no podemos deshacer el pa-sado, al igual que no se puede deshacer el ta-ñido de una campana…

Juan Almarza Pozuelo