LA CASA DE MIS ABUELOS

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POEMARIO, NUMERO ESPECIAL DE LA REVISTA CRONICAS Y LEYENDAS MEXICANAS

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La casa de mis abuelosJERMÁN ARGUETA

LIBRO 1 DE 3

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Prólogo de Alberto Dogart

Evanescente el éxtasis

De azahar es el pensamiento

La máscara

La casa de los dioses

Alas de cielo

Al alba danza y palabra

Santa María Canchesdá

Se lleva la mano al cuello

Me acompañan las hojas

La última morada

El viejo en la sangre de la iguana

Es un rincón para los papeles

Te vas ángel mío

La casa de mis abuelos

© Jermán Argueta, LA CASA DE MIS ABUELOS

Poesía y fotografíasJermán Argueta

Diseño de cubiertas e interioresJuana Araceli Ordaz Ortiz “El Ánima Sola”

Corrección de pruebasDavid Elías Briseño

Impresión y consultoríaIMPRESÓPOLIS

Manuel M. Flores No. 63, Col. Obrera, México D.F.Tel. 55781491 / 55880057

www.impresopolis.net

© D.R. 2010, Crónicas y Leyendas Mexicanas A.C. Las Cruces 36-103, Col. Centro, D.F., México, 06090, Tel. 55 42 28 99

[email protected]

México, 2010.

Todos los derechos están reservados para nosotros, pero sí pueden reproducir esta publicación de manera total

o parcial. Y cuando así lo hagan, será gratificante que se lo hagan saber a esta casa editorial.

CERTIFICADO DE LICITUD Y CONTENIDO EN TRÁMITE. NÚMERO DE RESERVA AL TÍTULO EN DERECHOS DE AUTOR EN TRÁMITE. ISSN1665-577X

NÚMERO ESPECIAL DE LA REVISTA CRÓNICAS Y LEYENDAS MEXICANAS

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Prólogo de Alberto Dogart

Evanescente el éxtasis

De azahar es el pensamiento

La máscara

La casa de los dioses

Alas de cielo

Al alba danza y palabra

Santa María Canchesdá

Se lleva la mano al cuello

Me acompañan las hojas

La última morada

El viejo en la sangre de la iguana

Es un rincón para los papeles

Te vas ángel mío

La casa de mis abuelos

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Metamorfosis de la palabra

Narración poética serpenteada con golondrinas, pulque y barro.

Música incluida.Metáfora de la dualidad vida-muerteMetáforas de los soles y las lunasMetáforas de los colores de la vida y la existenciaDe cielos, animales, rostros y miradas…La metáfora del barco de los sueños y del eterno despertar.

el corazón de una pluma brotan tempestades de cielos abiertos que mojan las gotas de sol en el lomo de una golondrina, que prende el recuerdo vivo de los muertos con una luz mortecina, pero incandescente, sobre la nostalgia del fugaz recuerdo de la existencia humana.

De esta fuente del eterno retorno, que nos remite a las implacables dualidades de los ojos descarnados que se enjugan en miradas de infinita ternura, gozo y misterio está hecho el poemario de Jermán Argueta.

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Abrazada en intangibles tonos, Argueta constru-ye un ritmo cadencioso, silente y estruendoso de una crónica juglar presentada en una poderosa composición, capaz de penetrar el infranqueable mun-do de las mortajas, sepulturas y sudarios que animan la llegada de vírgenes, santos y naguales a la vecindad del Paraíso del Hombre.

De la entrañable metamorfosis de la palabra surge de lo más profundo de su blancura la mirada de niño, que despierta los aromas del atardecer de los montes, de los milenarios nopales, de las lunas llenas. Este infante detiene la memoria con sus dedos de tiempo y de luz, que naufraga y velea por la mar de su voz cantarina para convocar a los fantasmas avecindados en La casa de sus abuelos.

El barco de La casa de sus abuelos está anclado en una narrativa abierta al lector a la aventura esperando conducirlo a buen puerto.

Alberto DogartEn la Ciudad de México, año 2010

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MIS OJOS SON UNA RENDIJA, MIS PESTAÑAS SERPIENTES. NO SUEÑO,ES

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AGUARDIENTE Y ALCANFOR. SUDARIO EL MÍO. SE ASOMA UN MA

Jermán Argueta

Semana Santa en Milpa Alta, 2003.

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Aquí y ahorala boca me sabe a sal y a vinagre.Mis ojos se untan de sueño.No duermo, estoy en vela.No son fantasmas los que se acomodan en mi cama. Son mis dudas angustias mías, carrusel de pesadillas. Mis ojos son una rendija,mis pestañas serpientes.No sueño, estoy en vela;una sábana de serpienteses la mortaja. Gira la mortaja. No tengo miedo.Soy un dios a la diestra de dios.Evanescente el éxtasis y dios.

Evanescente el éxtasis

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La mortaja es una túnica,con ella me bajan a la sepultura. No tengo miedo. La calma del sepulcroes una dulce tranquilidad. Ahora mi boca exhala incienso;habla, no habla. No hace falta.Mis manos están sobre el pecho,hurgan en el corazón. Está muerto.

Y desde lejos se escuchanlas percusiones de la madera,de los tambores; es mi corazón. Se asoma un manantialde toronjiles aromáticos,le nacen a mi cuerpo.

La tierra está húmeda, tibia.Mi mortaja se sigue mojandode las voces que vienen de arriba.

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De los orificios de mi nariz alguien habla;se asoma el copal y el incienso.Mi abuela Clotilde Romanabaila y me habla, baila y me diceque me suba a sus nobles alas. Mi cuerpo tibio es untado de mirra,cantos, rezos, aguardiente y alcanfor.Sudario el mío.Tibia la cobija de la tierra. La mortaja es una sementeraen donde germina la semilla,por donde me mira la abuela mía. El cuenco es sepultura, cobijo, y pensamientopor donde se mira la vida toda.

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He dejado que el alma se purifique en donde las plegarias de unas gárgolas no dejan que crezca nada, ni los murmullos, ni la hierba.

Él quiere silencio en su sombra, en su soledad. Soy yo.

¿Y a dónde voy con mis madrugadas? No lo sé.Desde hace muchos ayeres la herida es una vena que en vano espera.

¿Qué espero? Sólo el agua de manantial, sólo un espejo que beba mi rostro de niño. El cielo es el reflejo de una sed insatisfechade la Xtabay, el presentimiento habla.

De azahares el pensamiento

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Se derrumba el camino, las hojas secas me han secado el corazón.

¿Quién está ahí?La puerta no es el lugar para esperar a la niña de mi infancia.

Hace tanto tiempo que no duermo.

Los grillos sí duermen, mis venas son un manantialy un enjambre de voces del novenario.

Tengo sed. El ojo de agua es la invitación que me anuncia que en la falda de colores está la güera, mi madre, con su cántaro de barro rojo. Va camino abajo y su sonrisa ilumina la noche. Del otro lado del monte habitan miles de cocuyos.

Las flores de manzanilla se adormecen a la vera del estaque. ¿Por qué he dejado que mi alma se purifique en la boca del barranco?

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Tengo sueño. De mi bolsillo de niño sale una libélula que me habla y dice que los murmullos del agua están en las alas de la madrugada.

Hace frío.Mi padre regresa del Calvario,me abraza y me dice que el corazón de un niño no llora. Sólo se bañan las mejillas de rocío y de azahar el pensamiento.

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Ángel encadenado

Cementerio de Cuernavaca, Morelos, 2008.

Jermán Argueta

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Me está viendo con esa miradade espirales oscuras.

Junto a ella,en el muro de agua,la iguana de piel milenariajuega con los coloresde los guerreros vigías.

La piedra volcánicadesde siempre está ahí,recuerda al vientre de la Tierra.

En la llanura,el jaguar camina.Baja las escalinatasdel tambor curtido.Ruge el agua a su paso,la pirámide abre la garganta.

Me está viendocon esos ojos de obsidiana.

La máscara

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Los que le nacieron en los principiosde los cinco soles.Ellos me observan en el fuego milenario.

La sangre de raícesse enmohece en el vaho sagrado.Soplo en el tiempo de la vírgula que descansa en la estera del Tata primero.

Al descender, la máscarame ataja para no olvidar.Me detengo en sus ojos,en mis ojos que aún no nacen, para mirar el portento.

Lo sé,al regresar me estará esperandoen los huesos de los hombres.

En el ascenso,por las escaleras de agua,una voz pregonael regreso del jaguar.

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Trepan a las ramas y suben a sus hojas.Alzan el velo y miranla casa de los dioses.

Una mano me tocay en ella encuentro la dimensión de la vida.

Un unicornio de pelambrede luna me acosacon sus pezuñas de dulce.

Ser otra vez infantees un regalo del dador de la vida.Y aquí estoy recogiendorosarios de estrellaspara llevárselas a mi abuela.Ella me cantará una letaníadesmadejando las perlas de su rebozo.

La casade los dioses

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Sus ojos verde-nostalgiahan empezado a bordar colorespara llenar constelacionesde ajolotes, ranas, grillos y colibríes.

Cuando busco al unicornio,el chaneque cabalga en él.Se van riendo.A su paso las golondrinas iluminanla casa de los dioses con juegos pirotécnicos.

El chaneque regresay en su sonrisa aparecela canción del viejo abejorro.

Todo se vuelve canto,mi abuela baila con Cihuacóatl.Sus vestidos despiertanla luz que baja a los tejados. Esas casas crecieron como raíz de la tierra: es el adobe el manjar que comía mi bisabuela, la que nació dentro de una hoja de maíz.

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Ahí bebió de la leche dulce en los vientos de los caracoles.

Al tomar aguael chaneque es burbuja.Ríe en la lluvia del mediodíapara refrescar la flor de los surcos.

¡Corro, corro al charcodonde la rana se baña!Extiendo la mano, se llena de luz,y de nuevo veo al chaneque y al unicornio jugando en la casa de los dioses.

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AGUARDIENTE Y ALCANFOR. SUDARIO EL MÍO. SE ASOMA UN MA

Nino angel

Semana Santa en Milpa Alta, 1998.

Jermán Argueta

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No importa cuándo el libro mágico despierta en la página 33.

En las sombras el eco persistente viene hacia mí.

La cruz blanca atenta mira al pueblo.El cerro de la Santa Cruz nace con ojos, alas de águila.

Levanto tu carta del suelo, la abro.(El correo es malo en este lugar).La tinta me lleva a murmullos lejanos; el agua que corre nunca tendrá la misma voz.

Por más que lo anhelé,ya no volví a recibir ningún correo.

Tu figura, sábelo,la dibujé pacientementeen el infinito azul-oscuro.Gocé acomodando estrellasy descubrí las líneas nebulosas de tu rostro.

Alas de cielo

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La hojarasca presagiaba tu llegada.Siempre lo creí:las hojas secas tienen en sus nervadurasel olor dulce de la piel de otoño.

Desde el miradorde adobe rojo-sangre, siempre observo los montesque se respiran en su neblina.Y la luz se llena de vida,pulsaciones peregrinas de los colores de la tierra. Arar en las remembranzas para respirar la tierra.La humedad está como fruto en el recuerdo. Los pasos cincelan los senderos,llegan a beber agua del manantial.El agua es fresca en el cuenco de las manos.Las laderas, sinuosas cadencias por el atardecer,ansiosas hurgan en los deseos.

En el crepúsculolos vientos se retuercen.

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La nostalgia cuenta ya serenadatantas remembranzas. Excava abismos.

Miro esos montes silentes de día,es el agobio de la sangre fluyendo en la lengua.Miro esos montes sosegados en la noche; ¡Ay!, se asoma el silencio. Escucho, es la voz de las almas amorosas.

Y en esas noches te haces presente.Desnudo tu cuerpo caminaba voluptuoso.Y mis manos acariciaban,extasiadas en sudor, tus rincones tibios, húmedos. Las montañas gemíany yo me ahogabaen la transpiraciónde un abrazo ausente.

Ese día, por la mañana,al repique de las campanas de la vieja iglesia,supe que habías llegado al pueblo para robar tu imagen tejida amorosamente en las alas del cielo.

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Pero el tiempo nunca es la misma manta donde la mariposa, apresurada, teje sueños, dioses.

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AGUARDIENTE Y ALCANFOR. SUDARIO EL MÍO. SE ASOMA UN MA

SacromonteAmecameca, 2004.

Jermán Argueta

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De su venia la tierra es madre, dios y diosa,canto y danza, música y palabra florida.

La ladera sujeta las peñaspara que no sean polvo y abandono.No quieren dejar pasar a la serpienteque dormita soles en su boca amarga.

Todo desde arriba se nos mete en los ojoscomo si lo omnipotente fuera privilegio.

Soy cielo y nube, papalote y águila.Soy arcángel, hijo punitivo del pecado. El Bien como expiación,es la mentira piadosa de los dioses.

Al albadanza

y palabra

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Una piedra vacía baja al fondo del almay el penitente la carga, la hace suya.

Amanece la tierra y se llena de neblina,la montaña despierta en mis ojos. Las chozas reman en la lejanía su fresca mañana.

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Huele a estiércoly a rocío untado en el pasto.

IDesde arriba de la lomaveo a las indias con huipil,resguardan con su risa el ojo de agua.

Voy en el cántarode la güera Virginia y se llena de voces,música, viento y tempestades.

IILos indios van cantandoun Ave María.Sus huaracheslevantan polvo dulce.Pies curtidos a fuerzade caminar la aridezy la hierba del invierno.

Santa MaríaCanchesdá

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Hace frío en mediode la tristeza del maíz. Ya vendrá la lluvia. —Sueñan en voz alta los grillos—

IIIEn el pozo encontréla cara sonriente de la niñaque huele siempre a manantial,su casa es de cal y adobe.

De manta, holanes y listonesse llenó mi corazón,justo cuando lanzaronsu queja las campanas.

IVDon Catarino avienta su bote al pozoy la cara huye en el oleaje misterioso.

Grito hacia abajoy regresan mis voces de niño.

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VEs la vieja casa,con los viejos rostrosy el mismo tapanco,donde los aparecidos se mudaron con Félix, el abuelo.

Sueños en la pared,se llenan de gotas en la luna llena.

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Senor de la CoronacionTemascalcingo, 1999.

Jermán Argueta

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Se toca las piernas y mira al cielo, ¿qué tengo?Los malhadados tiempos de hoy le quieren asustar los tiempos remansos de fiesta.

Siente la angustia de moverse sin retoños,la cabeza no sabe dónde girar su rehilete.Espera que el té vaporoso lo deje descansar,son los caminos sobre la duela que no dejan eco.

Se lleva la mano al cuello, se toca las venasy ahí están con la sangre caliente, siempre en los veneros.

El viaje de ida y vuelta,siempre circulando, y no se cansa.Cuando se canse de peregrinar, será sangre seca; sólo color púrpura, sin luz.

Mira la torre con San Miguel Arcángely los tendederos de ropa están grises.

Se lleva la manoal cuello

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El día, a contraluz, les quita su hamaca.Y su mano de nuevo frota la frente, quiere acomodar la vida.Esta vida es de tierra, polvos y ceniza.

Se angustia. Ya no quiere andar.Hace falta hacer un alto en el sendero y descansar el cansancio.

Sorbe el té de azahar.Azar es la vida que se mueve sola, acomoda su finita escritura.

La sangre es púrpura porque encarna en la palabra, respira en la vida.

Claroscuro pinta el té.Aromatiza los pensamientos.Se baña el pensamiento,descansa el alma...

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ME ACOMPAÑAN LAS HOJAS… los demás duermen.

Arrastro las manos en las teclas.Quisiera atrapar las fragancias de la noche.

Cansado veo el paisaje.Veo el barroco de la iglesia de Santa Maríay los querubines se esconden en el verde musgo, bajo el resguardo del lugar santo.

Esos árboles lamen la piedra sagrada.

Cuando miro al colibrídesciendo a la flor.Sus alas son cobijoen el invernadero.Despierta en el tiempo.Muere en el amuleto.

Mis ojos son los ojos de mi abuela.Nicho de las golondrinas.

Me acompañan las hojas

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Paladeo regocijado la tierra mojada.La milpa bebe la luz en sus raíces.Toco con la espiga la distancia.Cuando me dice soy tu piel,la ceniza me cubre los dedos.

En el rebozo dejo el perfumede las flores del corredor.El aguamiel despierta al mediodía.

Acaricio las espinas, las entrañas del maguey, los demás duermen.

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Rosas a perpetuidad

Cementerio de Cuernavaca, 2008.

Jermán Argueta

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He llegado a casa, he vuelto a la morada del viejo.He regresado a sus manos temblorosas, las que le nacieron en las viejas milpas.Regresé a su corazón de ojo de agua y hueso de durazno.

Maldita la enfermedad que lo metió en el delirio.Sus venas atraparon la estirpe de la ciudad que no lo parió.Él regresó para curar sus males del cuerpo, los del alma se quedaron en la tierra. Los fríos de tanto cubrirlos se nos meten en los huesos. —El viejo cura en el abismo de la noche,en el camino se asoman los que piden ayuda—.

Élllegó a los enjambres de aparadores y humos, las cenizas renacieron en su memoria.

La últimamorada

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Viejo, ¿por qué la piel se llena de penas por donde vuelven a arar los surcos de los hombres?

Dejen libre el humo del fogón, quiere llorar el hombre;los recuerdos le saben a sal.

Que hablen esos dedos y esas uñas que acurrucan temblores.

Siempre los temblores del viejo. Tiemblan las manos en el pelo que encanece.

El viejo está nostálgico.Seca sudores para alumbrar su entendimiento.

Y su fiebre le nace en el cuerpo, la que orean con sus alas ángeles y demonios.

He vuelto a la última morada del viejo,para enterrar sus temblores en las faldas del cementerio.

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Una mirada en el martirio

Iglesia de San Andrés Mixquic, 2006.

Jermán Argueta

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Tomo las espinas de la bestia, no llega la muñeca de cera.De humo es el enjambre, se envuelve en una hoja.Doblarla a la hora exacta.

Son las cinco de la tarde y no llega.La diadema brilla en sus piedras de agua.

Me duermo angustiado esperando su vuelo.Paloma frágil de vestido al viento; noche de silencio.Música para disipar las uñas llenas de tintay escribir antiguos latidos en las paredes lisas.

Es el momento de escuchar,los antiguos hablarán en el viejo.

Del reloj miro tu cara sonriendo, al punto de la media noche apago tu página.

El viejo en la sangre de la iguana

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Al tío Juan lo persiguen los aparecidos.Veo al cielo cubierto de borrachos,y al tío riendo atardeceres desdentados.

No tengo más que mi sombra en la tierra seca.La carta llegó con mis muertos salpicados de lunas.Despertar sólo cuando aúlle la mujer enlutada.

Prendan la cera y el braseroque el viejo clama por el retorno del milagro.

Suenan sonajas y no viene la flor de María.¿Qué hago para detener los cascabeles?

¿Y si el viejo lame la sangre de la iguana?

El árbol baja al charco a mojar su pelo,el viaje me regala peñascos en la mirada.En los montes se deslavan símbolos,los santos de madera martillan la roca.Cántaros para las lágrimas en sus nupcias.

El viejo se descalza de su largo viaje.Transpira el mercader hilachos para hacer muñecas.

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Al tío Juan lo persiguen los aparecidos.Veo al cielo cubierto de borrachos,y al tío riendo atardeceres desdentados.

No tengo más que mi sombra en la tierra seca.La carta llegó con mis muertos salpicados de lunas.Despertar sólo cuando aúlle la mujer enlutada.

Prendan la cera y el braseroque el viejo clama por el retorno del milagro.

Suenan sonajas y no viene la flor de María.¿Qué hago para detener los cascabeles?

¿Y si el viejo lame la sangre de la iguana?

El árbol baja al charco a mojar su pelo,el viaje me regala peñascos en la mirada.En los montes se deslavan símbolos,los santos de madera martillan la roca.Cántaros para las lágrimas en sus nupcias.

El viejo se descalza de su largo viaje.Transpira el mercader hilachos para hacer muñecas.

Ella es la de los pies desnudos para asirse al tren de la diez;piedras y más piedras durmientes.Una lagartija venera solesen la sombra de la piedra y musgo.

¡Eres tú el hombre!Detén los pasos; el viejo murió pariendo recuerdos.

La mujer enjuga sus lágrimas en la caña de azúcar para el café.Lo bebo ahumando retratos y llantos de amapola.Zopilotes en la fiesta de San Miguel.Hay que darle atolito de masa a la parturientay un villancico a la serpiente.

Esperen a que se acomoden las sombras del abismo.Pulseras y coronas de agua llevan hojas secas.

Llega un desconocido, pide leche de cabra,moja su hambre; lame la miel del adobe.

Es la doncella,lanza el último montón de tierra al viejo.Él ya tiene cobijo y viandas para su viaje.

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Del morral se quema un árbol, arando bebe aguardiente.Piloncillo para la niña cuando les da de comer a los jornaleros,todos venerables hijos de la madrugada.La tarde cuece sus alas al fogón, penas punzanlas entrañas.

Canten todos.Ha regresado el viejo en la serpiente. ¡Acaba de nacer!

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El sueno etereo

Cementerio de la carretera a Oaxtepec, 2008

Jermán Argueta

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Es el nudo de todas las noches el que me arrastra donde el agua está cortada a tajos.

Y si quiero trepar, no hay enredadera acompañándome, son sus muertes que digo que es vida. Porque de los lamentos hay uno que escala la pared del pecho.

Jadea el abrazo almas comediantes, arrastro al orfanatorio pedazos de recuerdo. No me resigno a ser yo y soy menesteroso en penitencia.

Me sumerjo en el espejo y soy yo y no me resigno a perder las noches aladas. Pero es hora de acomodar las máscaras; el ritual me ha hecho soberbio.

Es un rincónpara los papeles

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Los miedos se han acomodado con su agua y sus terrazas. Cultivan en mis adentros hierbas violetas y sueños de Edipo.

Narciso teje en su telar el encargo sobre mis días de naranjas y manos en limón y mascarillas de barro. Quiero regresar a la tierra donde ya no haya prismas para mis ojos.

Sí, la dura escalinata de piedra volcánica encendió el humor para protegerme de nadie. La pesada cobija no me deja sentir sentimientos y los invento y los llevo al umbral del barranco oscuro, fauces de soledad.

¿Qué para no dejar ir los huesos al llano estéril?Me llega el dolor. Digo que no. Ahí en el libro viejo del siglo XVII, están mis hojas de papel algodón y heridas.

La casa de lodo quiere esperar a que la costra cicatrice.

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Cementerio de Ahuacatitlán, 2008.

Jermán Argueta

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A la distancia llega el vuelo del funeral, ha muerto la golondrina. Se acabó su peregrinar. Los nichos se quedaron vacíos.En el albala nostalgia acecha.

Aquí cuántos recuerdos son retazos,memoria de ti, Romana Cleotilde.

Tus letanías, en voz cálida,cómo no recordarlas.Porque en el cielo la hermosa mañanate eleva para ser luz, canto, manantial.

Y desde lejos y en el punto finitosigues persignando cielos.

Te vas ángel mío

Para mi abuela materna, luz que habita mi memoria.

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Madre,dadora de semillas.

¿Cuántos hilos de historia bordaste en mis oídos?Eran susurros y encanto.Sombra maravillosa de adolescente,pies descalzos en las piedras del arrollo.Sombras apretujadas más allá del fogón.Saltan pingos de la leña.

¡Ay, Romana! , cómo me dueleel camino que llevas por delante.Pero el tiempo sólo es un vaho,regazo cálido de la muerte,de la vida.

Ayer tus manos recogían brazas y atizabas el fuego bajo el comal. El humo era tu vestido de novia y aparecida. Las lágrimas de tus ojos eran perlas del maíz; de ellas salían frondosas tortillas.

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Fulgores iluminanla mañana de tus ojos.La cocina huele a tierra mojaday el humo sale por las tejas. Ahí viajo con mi sonrisa,en el humo, en espirales.

Incienso de madera girando con tus faldones.

Cleotilde, vida santa,cabalgas en la yegua parda, al éter.Yaces en la sabiduría—la que habitó desde siempre tu boca—.

¿Cuántos cantos me persuadieron para amar lo divino? No sé: El viento acogió la mano a la hora.

Milpa de cañas doradas;todas juntas nos dan la bienvenida—tú eras una de ellas—.

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El jugo cae despacio,deleita al barro, a la boca.

La perpetuidad de la sangre.Los nietos cantando,poco a pocoríos desbordados.

Al fin y al cabo la vidapersuade a la vida, a la muerte.Todos en el camino.

¡Ay, Cleotide Romana!No sé cuándo las lunas te dieron hijos.El vendaval lleva senderos en el misterio.

Sorpresas tejían la servilleta que cubría el canasto. En él llegaban los duraznos, capulines, tejocotes, flores de calabaza, nabos.

La vuelta de la golondrina.Entrada triunfal a la vecindad del Paraíso.Aureola de quelites

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y amapolas te cubren.Una diadema para la reinade Santa María.

¿Hay viento?Promisoria la virgense posó en tu cama.¿Por qué entenderlo?Y nació de tu rostroUna mujer blanca.

La noche es el halopor donde bajan santos y nahuales.

La letanías hunden el corazón.La espiga bebe tu voz;se mece suave,memoria legendaria.

Nopalera y montepara la casa de lodo y paja.

Los rosales crecen,crecen espinas.

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Cementerio de Santa Ma. Canchesdá, 2009.

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Otean los puercos las amapolas.El empedrado detiene la tarde,son piedras tibias.

Las manos felices del abuelo Félixexcavaron el enjambre de la llovizna.Siempre lleno el estanque.

Desde tu mirador,orificio en el encalado muroserena la mirada para distinguirquien llega en el autobús.Todos los días del año esperas la esperanza. Las sombras también se tocan con el corazón. Mirador y observatorio,todo lo ves pasar.

Las casas se peinan con la neblina.La carretera, infinita distancia,es la que tiene vida.

Carretera, negra nostalgia.Ella se los lleva,son pasado para imaginar.

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Los regalos te enciendenlas mejillas, candor.El vestido nuevoes polen de manzanilla.Eres flor de la fiesta en el llano.

¡Ah, Cleotilde!Cómo no recordar tu vuelo de golondrina del campo a la ciudad.Tu equipaje, nudo de pensamientos;hijos, casa, nietos.Mientras el viejo Félix se quedaba solo,con sus tarde sin tí.

Pero la vida te podía más,la amabas en el umbral de la muerte;la que te perseguía obstinada.

Baja triste el coyoteal cementerio de agua,donde la crucesno tienen sombra,sino cielo.

Ahí se arropó el abuelo Félixpara descansar sus paisajes.

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Desde entoncestus alas volarona otros nidos.

Te recuerdo en la palabra. Morir cuando el sol se incendie en lo inmenso de la llanura.

¡Ay, abuela!Hoy tu piel es musgo de rocíoy tendida en la colinaabrazas cruces lejanasdel cementerio de agua.

Un suspiro en el sereno.El coyote aúlla en el hombreel vuelo del funeral.

Ha muerto la golondrina.

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El jardin de Mayahuel

Santa María Canchesdá, 2009.

Jermán Argueta

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La casa de mis abuelos no era una casa, era un barco. Porque cuando yo caminaba con mis pasos de niño miraba que siempre manaba agua por debajo de la casa.Agua que venía desde la comunidad indígena de Pastores.Enmohecidos los muros miraban el agua cantarina que corría serpenteando entre las piedras de río de la calle. La casa de mis abuelos no era una casa, era un barco.

La casade mis abuelos

En los veneros de la vida está la sangre de nuestros abuelos. La savia de la vida es la sabiduría

que nos legaron para vivirla. Nosotros, en la mirada de ellos y en la memoria

que no olvida, somos ese camino donde la tierra huele a maíz dulce.

Nosotros somos la Summa de nuestros muertos.

Para mis abuelos José y Nicolasa,que bien nos miran desde una rendija del cosmos.

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Porque yo cuando soñaba el barco levantaba su ancla.

Y el barco se elevaba en el oleaje de la noche estrellada

y desde arriba miraba las tejas alineadas esperando

la lluvia para peinarse.

Y desde los cielos veía que el pozo de agua no era un pozo

sino un espejo en donde estaban los veneros de mis vivos

y muertos.

Y en el pozo había peces de plata que besaban mis manos,

mis manos eran de luz y plata.

La casa de mis abuelos no era una casa,

era un barco.

Y en medio de la oscuridad un tímido foco apenas

alumbraba la enorme y alta habitación del dormitorio

donde estaba el ropero que guardaba la vajilla

y las siempre fragantes sábanas blancas.

Ese pequeño foco se recogía en su poca luz

porque siempre tenía miedo de que la oscuridad

se lo tragara.

Y ahí mi abuela, cuando llegaba la noche,

tomaba su crucifijo que siempre viajaba con ella

entre su pecho y corazón.

Y como si fuera un caracol, mandaba su bendición

a los cuatro puntos cardinales y bendecía a sus hijos,

nueras, yernos y nietos.

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La casa de mis abuelos no era una casa, era un barco.Y yo con mis manos de niño me trepaba lentamente al tapanco, subía las escaleras hechas con grandes troncos y subía y subía y ya arriba jugaba y nadaba sobre el túmulo de la cosecha de maíz.Y en el tapanco buscaba, con los hilos de luz entre las tejas, los misterios del tiempo entre los trebejos de labranza.Mis manos se movía entre los hilos de luz, mis dedos eran los hilos del tiempo. La casa de mis abuelos no era una casa, era un barco.Y cuando la mañana llegaba, el barco anclaba en el mismo lugar.Y yo salía con mis pies descalzos y corría entre las milpas.A mis pies desnudos los perseguía el rocío, salpicando con su luz alegre mis pantalones cortos que también jugaban en el lodo. Yo jugaba con el lodo y hacía pacientemente animalitos de barro. Mis manos eran de barro, yo era de barro. La casa de mis abuelos no era una casa, era un barco.

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A ella llegaban los indígenas a beber del pulque espumoso que se alineaba en siete barriles de barro sobre unas vigas de madera.Y por las noches muchos indios, que eran ahijados y compadres de mis abuelos, se quedaban a dormir en la habitación que daba a la calle.Y sus mujeres indígenas llevaban sus capas que tejidas tenían todos los colores de la naturaleza y de la vida toda. Y esas capas kiskemel hablaban de los cuatro rumbos de la Madre Tierra que los alimentaba.Y luego, ya por la noche, desenvolvían sus largos fondos de manta blanca y con ellos cobijaban a sus niños y se cubrían la noche y hablaban y hablaban hasta que el sueño espumoso se los llevaba a otros sueños de fiestas y santos patronos.Y su voz indígena, de centurias, era la voz cantarina que me llevaba también a soñar voces milenarias y cantarinas. La casa de mis abuelos no era una casa, era un barco.Y mi abuela echaba las tortillas al comal y nos daba un vaporoso jarro de atole de masa con piloncillo, el jarro tenía la caricia tibia de las manos de mi abuela.La leña del fogón siempre se crispaba roja y azul

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y saltaban las chispas, que no eran chispas sino pingos rojos que siempre sonreían y saltaban para que los mirara.Yo jugaba a atrapar los pingos con mis manos de niño. Yo era un pingo.

Y mi abuelo estaba ahí, cerca de las faldas de mi abuela,junto al fogón, bebiendo su pulque y sus recuerdos. Y el abuelo siempre nos platicaba de sus vivos y de sus muertos. Nos platicó tanto, tanto de sus muertos, que sus muertos empezaron a estar vivos en mi pensamiento. Y siempre el comal calentaba el rincón de los abuelos.Y en él mi abuela echaba las olorosas tortillas.En una de esas noches, una de las tortillas esponjó tanto, y creció y empezó a subir, a subir y salió lentamente por la ventana y se acomodó en medio de la noche… pero no era una tortilla, era una luna inmensamente grande que olía a maíz dulce.

La casa de mis abuelos no era una casa, era un barcoque en mis sueños de niño levantaba su ancla y navegaba en el oleaje de la noche y muy temprano por la mañana llegaba al mismo lugar, a puerto seguro,

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donde siempre el agua despertaba como neblina acariciando su barco… La casa de mis abuelos, ahora que he crecido, ya no es un barco.El agua de los manantiales de Pastores ya no mana por abajo de la casa de mis abuelos; desaparecieron las piedras de río de la calle.Ya no serpentea la luz del agua por las piedras de la calle.Hoy, la casa de mis abuelos ya no cobija a mis abuelos. Ellos ya murieron. Ahora son luz, rocío, barro, lluvia. La casa de mis abuelos ya no es un barco… pero para mis sueños de niño, la casa de mis abuelos, sigue siendo un barco.

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Donde pongo la mirada...

Cementerio de Mixquic, 2006.

Jermán Argueta

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Este libro se terminó de editar el viernes

5 de febrero del año 2010, fecha

en que festejamos a San

Felipe de Jesús, primer

santo mexicano.

Año de Dios2010

Va mi gratitud para los amig@s y familiares que son fuente de los veneros de lo imaginario

y la reinvención que me acompaña con la escritura, así como a Araceli Ordaz El Ánima Sola

y a Raúl Herrera. Todos ellos están aquí voluntaria e involuntariamente, con la palabra que viene

del rumor de la lluvia o el tatuaje del diseño.Jermán Argueta

LA CASA DE MIS ABUELOS

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