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1 LA CELAC 2021 EN MÉXICO: AVANCES EN EL PROCESO DE INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA Ignacio Medina Núñez https://ignaciomedina.info “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación… Situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América” (Bolívar, S., 1815: 29). Introducción La última reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) del mes de septiembre 2021 ha representado una gran reactivación del proceso de integración de esta región latinoamericana, a la que asistieron 33 naciones con sus representaciones o jefes de Estado, ante el llamado del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en la Presidencia pro Tempore. Por ello, nos permitimos hacer un análisis sobre las grandes etapas de este proceso que culminaron con la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) el 18 de septiembre de 2021 en la ciudad de México. Se exponen primero algunas propuestas del surgimiento originario de esta idea de unión a través de lo que fue el sueño de Simón Bolívar durante los procesos de independencia en los inicios del siglo XIX y cómo se fue perdiendo este proyecto con la creación de múltiples naciones en lo que algunos han denominado los “Estados Desunidos de Sudamérica” (Carrión, en UNAM, Vol. II, 1986: p. 835). frente al poderío y dominación de los Estados Unidos de Norteamérica. En segundo lugar, abordaré precisamente la reactivación del proceso de integración a mediados del siglo XX a partir de la creación del Mercado Común Centroamericano. Finalmente, mostraré los datos fundamentales de la creación de la CELAC en el siglo XXI y cómo su auge se mostró en el impulso de los gobiernos progresistas de la región; posteriormente decayó el proyecto con la llegada de gobiernos de derecha y ultraderecha durante la segunda década y, finalmente, me interesa resaltar cómo se acaba de reactivar la fuerza del sueño bolivariano con la nueva etapa de la CELAC en el 2021.

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LA CELAC 2021 EN MÉXICO: AVANCES EN EL PROCESO DE INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA

Ignacio Medina Núñez

https://ignaciomedina.info

“Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación… Situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América” (Bolívar, S., 1815: 29).

Introducción

La última reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños

(CELAC) del mes de septiembre 2021 ha representado una gran reactivación del

proceso de integración de esta región latinoamericana, a la que asistieron 33

naciones con sus representaciones o jefes de Estado, ante el llamado del presidente

mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en la Presidencia pro Tempore.

Por ello, nos permitimos hacer un análisis sobre las grandes etapas de este proceso

que culminaron con la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y

Caribeños (CELAC) el 18 de septiembre de 2021 en la ciudad de México.

Se exponen primero algunas propuestas del surgimiento originario de esta idea de

unión a través de lo que fue el sueño de Simón Bolívar durante los procesos de

independencia en los inicios del siglo XIX y cómo se fue perdiendo este proyecto

con la creación de múltiples naciones en lo que algunos han denominado los

“Estados Desunidos de Sudamérica” (Carrión, en UNAM, Vol. II, 1986: p. 835).

frente al poderío y dominación de los Estados Unidos de Norteamérica. En segundo

lugar, abordaré precisamente la reactivación del proceso de integración a mediados

del siglo XX a partir de la creación del Mercado Común Centroamericano.

Finalmente, mostraré los datos fundamentales de la creación de la CELAC en el

siglo XXI y cómo su auge se mostró en el impulso de los gobiernos progresistas de

la región; posteriormente decayó el proyecto con la llegada de gobiernos de derecha

y ultraderecha durante la segunda década y, finalmente, me interesa resaltar cómo

se acaba de reactivar la fuerza del sueño bolivariano con la nueva etapa de la

CELAC en el 2021.

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1. Origen y fracaso del sueño de Bolívar en el siglo XIX

La idea de una gran patria americana o una unión de repúblicas surgió en el

momento mismo de la independencia de los países latinoamericanos a principios

del siglo XIX con el libertador Simón Bolívar. Años antes, encontramos el primer

antecedente del proyecto en Francisco de Miranda, comprometido con la lucha

independentista desde finales del siglo XVIII, pero pensando en una unidad global

para la Nueva España convertida de colonia en una nueva nación con el nombre de

Colombia, como lo manifiesta en su Proclamación a los pueblos del continente

Colombiano, alias Hispano América, en 1801. Ciertamente la independencia fue el

primer objetivo de Bolívar desde que junto con Simón Rodríguez, el 15 de agosto

de 1805, se reunieron en Roma para hacer aquel gran juramento en donde se

comprometió a romper “las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder

español”1. Años después, en 1815, en su Carta de Jamaica, Bolívar aseguraba que,

una vez lograda la independencia, había otro peligro que acechaba: “El velo se ha

rasgado, ya hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas; se han roto las

cadenas; ya hemos sido libres y nuestros enemigos pretenden volver a

esclavizarnos” (Bolívar, 1815: 11). Para ese año, Bolívar ya contemplaba “la

creación de diecisiete naciones” (Bolívar, 1815: 25) y, en ese sentido, a pesar de la

aspiración hacia una gran nación con el nombre de Hispano América, veía poco

posible en la práctica la idea de un proyecto continental: “Es una idea grandiosa

pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que

ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas

costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que

confederase los diferentes estados que hayan de formarse” (Bolívar, 1815: 29), pero

era consciente de las grandes dificultades por la remota geografía y los intereses

opuestos. A pesar de ello, nunca dejó de plasmar su sueño: “yo deseo más que otro

1 En un lugar histórico como Roma y recordando el escenario de tantos hechos y acontecimientos tan variados que han dejado el recuerdo de la herencia del pueblo romano, Bolívar y Rodríguez asisten juntos en l momento previo de la explosión de la independencia de las colonias de la Nueva España. En ese año 1805, Bolívar comprometió su vida. http://www.memoriapoliticademexico.org/Textos/1Independencia/1805%20–SB.JR.html

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alguno ver formar en América la más grande nación del mundo por su libertad y

gloria” (Bolívar, 1815).

Varios años después en 1838, ya conseguida la independencia en la mayoría de los

países y muerto Bolívar, el mismo Simón Rodríguez siguió recordando el siguiente

paso de las nuevas naciones americanas: “los pueblos no pueden dejar de haber

aprendido, ni dejar de sentir que son fuertes; poco falta para que se vulgarice, entre

ellos, el principio motor de todas sus acciones” (Rodríguez, S., 2010: 34). Pero la

aspiración a la unidad de toda la región que antes constituía la Nueva España solo

quedó en un nombre común, el de “América Latina”, preconizado sobre todo por

Eugenio María de Hostós (originario de Puerto Rico), Francisco Bilbao (Chile) y José

Ma. Torres Caicedo (Colombia).

La tragedia de la unidad latinoamericana fue producto de la aspiración sobre

proyectos geográficos locales donde las élites económicas criollas creían poder

ejercer un poder absoluto sin necesidad de alguna influencia o presión más allá de

sus fronteras. La formación de los Estados nacionales independientes de México en

el norte o de Venezuela, Colombia, Ecuador, Chile, Argentina, etc. fueron resultado

de la pulverización de intereses locales, situación que fue aprovechada de manera

inmediata por el proyecto del presidente James Monroe, gobernando ese país del

norte de 1817 a 1825 y enunciando su idea de “América para los Americanos” en

su mensaje anual al congreso estadounidense el 2 de diciembre de 1823.

Todavía Simón Bolívar hizo el intento de convocar a un congreso panamericano, el

llamado congreso anfictiónico de Panamá, en 1826, donde pudieron asistir algunos

representantes de las nuevas naciones pero que fue boicoteado directamente por

el gobierno de Estados Unidos. El congreso fue muy importante en términos

declarativos pero un total fracaso en lo operativo por la poca asistencia de los

representantes de los nuevos países. A pesar de ello, permanecía la aspiraciónn de

Bolívar en su declaración final:

“el objeto de este pacto perpetuo será sostener en común, defensiva y ofensiva, si así fuese necesario, la soberanía y la independencia de todas y cada una de las potencias confederadas de América contra toda dominación extranjera y asegurarse, desde ahora para siempre, los goces a una paz

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inalterable y promover el afecto y la mejor armonía y buena inteligencia, así entre sus pueblos, ciudadanos y y súbditos respectivamente, como con las demás potencias con quienes deben de mantener o entrar en relaciones amistosas” (Congreso de Panamá2, 1826).

Un ejemplo trágico de esta dispersión y división se dio en la región centroamericana.

Ahí se recuerda mucho todavía a Francisco Morazán como el artífice y defensor de

la unidad de la Federación Centroamericana, la cual se había independizado de

España en 1821, se había unido a México en ese mismo año pero se había

separado todavía en bloque en 1822 con la caída de Agustín de Iturbide en México.

Morazán fue presidente de la nueva Federación independiente pero fue sufriendo

lentamente un proceso de desintegración de 1822 a 1842 por el deseo de

autonomía de los caudillos militares hasta la formación definitiva de cinco naciones

independientes en ese pequeño territorio: Guatemala, El Salvador, Honduras,

Nicaragua y Costa Rica, quedando fuera en ese tiempo Panamá al ser parte de

Colombia en todo el siglo XIX.

El gran peligro para la integración ya lo señalaba con claridad Bolívar al ver la

injerencia manifiesta del presidente Monroe de obstaculizar cualquier intento de

unión o coordinación de las nuevas naciones independientes: “los Estados Unidos

que parecen destinados por la providencia para plagar América de miseria en

nombre de la libertad” (Bolivar, 1829). Años después de la muerte de Bolívar, se

mostraba con claridad la visión imperialista sobre Norteamérica cuando a México le

fue arrebatado más de la mitad de su territorio en 1848 y cuando el norteamericano

William Walker se paseó con facilidad por la región centroamericana y se hizo

presidente de Nicaragua por un tiempo.

A pesar de todo este proceso de divisiones en territorios geográficos como naciones

diferentes, permaneció la aspiración declarativa de un proyecto de unidad. Decía el

2 “Reunión de Repúblicas hispanoamericanas, con asistencia de observadores de otras naciones, convocada por Simón Bolívar, que se celebró en la ciudad de Panamá del 22 de junio al 15 de julio de 1826. Asistieron los delegados de cuatro repúblicas: Colombia (la Grande); Guatemala (Centro América); México, y Perú. En realidad, equivalían a las siguientes naciones actuales: Colombia, Ecuador, Panamá, Venezuela, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, México, Perú: 11 en total. Las cuatro repúblicas firmaron un tratado de unión, liga y confederación perpetua. El tratado constaba de 31 artículos más un artículo adicional”. Esta cita corresponde al artículo segundo para especificar el propósito general del evento (Congreso de Panamá, 1826).

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panameño Justo Arosemena, queriendo resucitar el nombre que había propuesto

Francisco Miranda: “nos llamaremos colombianos; y de Panamá al Cabo de Hornos

seremos una sola familia, con un solo nombre, un gobierno común y un designo.

Para ello,… lo repito, debemos apresurarnos a echar las bases y anudar los vínculos

de la Gran confederación Colombiana” (Arosamena, en Guerra y Maldonado, 2000:

p. 37). Con este mismo nombre insistía José María Samper, de la Nueva Granada,

cuando hablaba hablaba del proyecto de la Confederación Colombiana en 1859:

“Las repúblicas denominadas Bolivia, Buenos Aires, Chile, Costa Rica, Ecuador,

Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, San Salvador, Santo

Domingo, Uruguay y Venezuela, bajo el nombre de Confederación Colombiana, una

asociación de Estados independientes pero aliados y mancomunados…” (Samper,

en Guerra y Maldonado, 2000: pp. 37-38).

Sin embargo, el nombre que llegó a unificar toda la nueva región emanciapada de

España fue el de América latina. Si bien, las raíces de esta denominación ya se

encuentran en los escritos de Alexander von Humboldt en su Viaje a las regiones

equinocciales de 1825, la primera aparición explícita de este nombre se encuentra

en la formulación que hizo Michel Chevalier en 1836 cuando se refiere a toda la

región dividida en dos pueblos de raíces del viejo continente: la Europa latina y la

europa teutónica; señala que las raíces europeas latina y germana se habían

reproducido en el Nuevo Mundo produciendo en el Norte una población protestante

y aglosajona mientras que en el sur se encontraba una población latina y católica a

la que definió por primera vez de manera explícita con el concepto de América latina.

Sin embargo, no fue Chevalier quien difundió la identidad de las nuevas naciones

independientes con este nuevo nombre sino José María Torres Caicedo, Francisco

Bilbao y Eugenio Ma de Hostórs.

Bilbao empleó el término “latinoamericano” en 1856 y seguirá hablando de la “raza

latino-americana” y sus deseos de integración y, más tarde, en 1861, dio a conocer

en París lo que llamó las bases para la Unión Latinoamericana, retomando el

pensamiento de Bolívar para formar una Liga Latinoamericana hablando de su

origen y desarrollo; Torres Caicedo insistía el mismo año de 1856 en la división de

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todo el continente en dos Américas y cómo se había formado en el sur la raza de

América latina e incluso fundó en Francia en 1879 la “Sociedad de la Unión

Latinoamericana” para seguir promoviendo la unión; Hostós publicó en 1865 un

texto explícito con el título de “La América latina” señalando geográficamente a

todos los países que iban del río Bravo hasta la Patagonia. Con el mismo contenido,

el cubano José Martí prefirió el concepto de “Nuestra América”. Estos pensadores

fueron los que difundieron un solo nombre para la antigua Nueva España a pesar

del fracaso del sueño de Bolívar.

De esta manera, aunque permanecía la idea de una unidad cultural en lo que había

sido la Nueva España, el fracaso de la integración latinoamericana se expresó de

manera clara en la múltiple división de países independientes no solamente

separados sino también opuestos en muchos casos. Decía Francisco de Bilbao en

1856:

“la idea de una Confederación de América del Sur, propuesta un día por Bolívar, intentada después por un congreso de Plenipotenciarios de algunas repúblicas y reunido en Lima, no ha producido los resultados que debían esperarse. Los estados han permanecido desunidos” (Bilbao, en UNAM, 1986: p. 54).

Además, de una manera más dolorosa, sucedieron las guerras abiertas entre varios

países hermanos como ocurrió, por ejemplo, en la Guerra de la Triple Alianza donde

se enfrentaron Brasil, Uruguay y Argentina para someter a Paraguay de 1864 a

1870, o la Guerra del Pacífico en donde se enfrentaron Chile, Perú y Bolivia de 1879

a 1884 para dividir territorios cuando despojaron a Bolivia de su salida al mar, etc.

Por otro lado, a finales del siglo XIX, también se manifestó abiertamente el proyecto

económico de dominación de Estados Unidos sobre la región a través de la

convocación a la primera Conferencia Panamericana3 en 1889-90 (de la cual

surgieron otras más hasta la X que se realizó en Caracas en 1954) con dos

lineamientos principales: la idea del libre comercio para abrir las economías

latinoamericanas a los grandes excedentes de la producción industrial

3 Sobre esta primera Conferencia Panamericana se encuentra el extraordinario texto de Salvador Morales publicado en 1994, quien nos ofrece con todo detalle el proyecto de intervención norteamericana en la economía del continente, punto de partida de lo que sería el panamericanismo a partir de la doctrina Monroe (Morales, 1994).

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norteamericana y la propuesta de combatir al enemigo ejemplificado en el

comunismo internacional en el contexto de la guerra fría. Este panamericanismo

obstaculizó y eclipsó aún más todo intento de coordinación entre las mismas

naciones latinoamericanas.

2. La reactivación de los proyectos de integración

En el siglo XX persistieron con fuerza los proyectos del panamericanismo como una

herencia de la doctrina Monroe y se expresaron con dos instrumentos

institucionales: por un lado, la elaboración y firma del Tratado Interamericano de

Asistencia Recíproca (TIAR) o Tratado de Río en 1947 como un acuerdo defensivo

donde prácticamente Estados Unidos se comprometió a ser la policía del continente

frente a todo intento de subversión o movimiento de insurbordinación frente a sus

intereses nacionales; por otro lado, la creación de la Organización de Estados

Americanos (OEA) en 1948 después de la segunda guerra mundial, que sigue

cumpliendo hasta hoy, a través del actual secretario general de la OEA, Luis

Almagro, desde 2015, esas funciones de subordinación hacia la potencia del Norte

y de injerencia indebida en los asuntos internos de diversos países.

Junto con estas instituciones, el presidente George Bush padre elaboró durante su

gobierno la llamada Iniciativa de las Américas, la cual se concretó en el gobierno de

Bill Clinton en la Cumbre de las Américas en Miami en 1994 con el nombre de

Alianza del Libre Comercio de las Américas (ALCA). Esto último no era más que la

resurrección del panamericanismo a finales del siglo XX donde de nuevo se

convocaba a todos los países del continente a abrir sus fronteras al libre comercio

para permitir una mejor exportación de todos los productos norteamericanos. Son

los esfuerzos permanentes de la potencia del Norte para fortificar más su poder

frente a una región con naciones dispersas que no parecían tener un proyecto

común; se trataba de una relación asimétrica en donde, como mencionaba

Benjamín Carrión, se relacionaban “los Estados Unidos del Norte y los Estados

desunidos de América Latina” (Carrión M. B., en UNAM, Vol. II, 1986: p. 835).

Sin embargo, en el siglo XX tuvimos el primer momento en que se recobró la idea

de integración autónoma con los planteamientos de Augusto César Sandino, quien

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fue asesinado en 1934 por el iniciador de la dictadura de Somoza. Sandino4

planteaba en 1929 que ya no se podía aplazar

“la alianza de nuestros estados latinoamericanos para mantener incólume esa independencia frente a las pretensiones del imperialismo de los Estados Unidos de Norte América, o frente a cualquier otra potencia a cuyos intereses e nos pretneda someter… nada más lógico, nada más decisivo ni vital que la fusión de los 21 Estados de nuestra América en una sola y única nacionalidad latinoamericana” (AUNA, 29 marzo 1999).

La propuesta de Sandino fue solamente un proyecto declarativo pero que

posteriormente fue encontrando concresiones en alianzas regionales a partir de

mediados del siglo XX, por ejemplo, con la primer experiencia en la creación del

Mercado Común Centroamericano (MCCA) en 1960, centrado en un mejor

intercambio de mercancías entre los mismos países del itsmo. Guatemala, El

Salvador, Honduras, Costa Rica y Nicaragua crearon un instrumento jurídico para

un mejor intercambio comercial horizontal, con la pretensión de una zona de libre

comercio entre ellos y con un arancel uniforme. Más allá del mercado

norteamericano que era el principal atractivo para la exportación se empezó a

pensar en el mercado interno para un mejor desarrollo de los habitantes. Sin

embargo, esta propuesta fue destrozada por las situaciones de guerra civil y

contrainsurgencia en varios de los países de Centroamérica en las décadas de 1960

y 70 que obstaculizaron todos los intercambios comerciales del itsmo. El apoyo

regional contribuyó a distencionar el conflicto bélico a través del Grupo de

Contadora (México, Colombia, Venezuela y Panamá) en 1983, el cual luego fue

ampliado con el Grupo de Apoyo a Contadora en 1985 integrando a países como

Argentina, Brasil, Uruguay y Perú. El espíritu del MCCA se transformaría después

con las negociaciones para los Acuerdos de Paz en el Sistema de Integración

Centroamericana (SICA) en 1991, donde también se integró Panamá,

Conn objetivos más ambiciosos había nacido la Asociación Latinoamericana de

Libre Comercio (ALALC) en 1959-1960, que luego se trasformó en Asociación

4 Los 21 países en los que pensaba Sandino como una posible unidad de naciones eran los siguientes: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Haití, México, Nicaragua, paraguay, Perú, Panamá, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. Es interesante que, aunque no son países de habla hispana, ya se pensaba dentro de la concepción de América latina a países como Haití y Brasil con los idiomas francés y portugués.

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Latinoamericana de Integración (ALADI) en 1980, la cual actualmente tiene como

miembros a 13 países (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador,

México, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela) y todavía pretende un

mercado común latinoamericano.

Otras experiencias regionales con cierta similitud y proyectos más específicos han

sido el Pacto Andino y el Mercado Común del Sur (MERCOSUR).

El Pacto Andino fue firmado por países alrededor de los Andes (Perú, Bolivia,

Ecuador, Colombia, Chile) en 1969 con el Acuerdo de Cartagena; luego se unió

Venezuela en 1973, aunque en 2006 durante el gobierno de Hugo Chávez este país

salió de este cuerpo por los acuerdos económicos que habían suscrito Colombia y

Perú con Estados Unidos. Se puede observar que Chile está en la región andina y

por eso fue incluido, pero luego salió del acuerdo durante la dictadura de Pinochet

y volvió sólo como miembro asociado en el 2006. El nombre internacional más

conocido fue la Comunidad Andina de Naciones (CAN) con pretensiones más allá

del libre comercio para llegar a mejores niveles de desarrollo, llegando también a

adoptar el nombre de Sistema Andino de Integración (SAI).

Por su parte, el MERCOSUR fue creado en 1991 con el Tratado de Asunción, y

reunía a Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay en un solo proyecto no sólo para

crear un mercado común sino para avanzar en mejores actividades de colaboración

en lo político y en lo cultural. El avance de este proyecto de integración regional

atrajo después también a Venezuela y Bolivia. Junto al intento de mercado común

para el intercambio de mercancías, hubo grandes proyectos culturales, la

reafirmación de los principios de la democracia, la creación del Banco del Sur, etc.

Incluso posteriormente en 1998 se hizo el intento de integrar el MERCOSUR y la

Comunidad Andina en 1998 en un solo acuerdo, el cual se firmó en el intento de

formar una zona de libre comercio entre los integrantes de ambos bloques. Sin

embargo, después de muchos conflictos y confrontaciones entre los gobiernos de

los países, en la actualidad quedan como miembros plenos solo Ecuador, Bolivia,

Colombia y Perú; como miembros asociados están Argentina, Chile, Paraguay,

Uruguay y Brasil. Actualmente sólo persiste el énfasis en la integración económica

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y la libre circulación de bienes y servicios, tratando de unificar las políticas

económicas y monetarias y buscando nuevas formas de colaboración facilitando la

circulación de personas.

En la región del mar Caribe se creó en 1973 la Comunidad del Caribe (CARICOM),

sustituyendo una anterior Asociación Caribeña de Libre Cambio que ya existía

desde 1965. Actualmente tiene su sede en Georgetown, en Guyana, y cuenta con

15 países miembros, 5 asociados y 8 países observadores; tiene la pretensión

general de integración económica para facilitar los intercambios comerciales

explicitando también su intención de mejorar el desarrollo económico de la región y

elevar el nivel de vida de sus habitantes con proyectos tanto en el ámbito productivo

como en los niveles educativo y cultural.

En otros niveles de integración se ha planteado la creación de una figura

parlamentaria entre varios países como ha sido el caso de Centroamérica y la

Comunidad Andina de Naciones, e incluso con el llamado Parlamento

Latinoamericano y Caribeño (PARLATINO), creado en 1964 con la Declaración de

Lima y que cuenta actualmente con 23 países, con grandes objetivos como fomentar

el desarrollo económico y social, promover la justicia social, el ejercicio de la

democracia y el respeto a los derechos humanos y en oposición a toda forma de

imperialismo. Sin embargo, estos parlamentos (el latinoamericano, el

centroamericano, el andino) están muy lejos de establecer legislaciones valederas

para todos los países miembros aunque funcionan como instancias diversas de

diálogo y negociación.

En el contexto de todas estas instancias regionales se puede valorar la importancia

que tuvo en su momento la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América

(ALBA) promovida desde Venezuela en 2004, que se enfocaba prioritariamente a la

lucha contra la pobreza y la desigualdad social, coordinando particularmente a las

políticas públicas de los gobiernos progresistas (Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador,

Nicaragua y, en un momento dado, Honduras con el presidente Zelaya). Además,

es importante resaltar también el proyecto de la Unión de Naciones Sudamericanas

(UNASUR) en 2008, que intentaron también explícitamente crear programas más

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alla de los acuerdos de libre comercio horizontal entre naciones latinoaemericanas

con proyectos de desarrollo social y cooperación; lo integraron inicialmente 12

países (Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Guyana, Paraguay,

Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela). Estas dos instancias -ALBA y UNASUR-

proponían ya no un modelo de integración basado únicamente en el libre comercio

bajo los principios del consenso de Washington sino que estaban inspirados

también por las políticas públicas de los gobiernos progresistas surgidos en los

inicios del siglo XXI en el marco de las democracias electorales, con una agenda

más clara de desarrollo social para las mayorías.

Todos estos proyectos de integración regional han sido muy importantes en el

período de finales del siglo XX y principios del XXI, pero es importante señalar que

el auge de ellos coincidía con el ascenso en el número de gobiernos progresistas

en la región sobre todo de 1998 a 2010, los cuales eran paralelos con ese deseo de

mayor colaboración económica y social para superar los simples acuerdos de libre

comercio entre las élites con una búsqueda de mayor autonomía frente a los

lineamientos dominantes de los Estados Unidos.

Sin embargo, varias de estas instituciones con un proyecto de integración diferente

al panamericanismo de Washington se debilitaron cuando en la segunda mitad del

siglo XXI los gobiernos conservadores volvieron a tomar fuerza debilitando los

esfuerzos de cooperación regional y fomentando la subordinación al poder imperial

norteamericano. El gran proyecto del ALBA y la UNASUR perdieron fuerza cuando

Venezuela empezó a sufrir una grave crisis económica y con la injerencia de los

estadounidenses para alentar la oposición interna; en Ecuador, el gobierno de Lenin

Moreno abandonó en 2017 los ideales de la revolución ciudadana de Correa, y junto

con otros gobiernos abandonaron ambos proyectos; Lenin Moreno incluso llegó a

clausurar la sede de UNASUR, cuando en 2019 sucedió el golpe de Estado en

Bolivia y el nuevo gobierno abandonó también los proyectos de integración

progresistas. Se puede ver también el desmembramiento del MERCOSUR cuando

la derecha y la ultraderecha llegaron a los gobiernos de Paraguay, Brasil y Uruguay

y, por unos años también se incluyó Argentina con el gobierno de Mauricio Macri.

Por su parte también la CAN pierde sus impulsos iniciales con los gobiernos de

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derecha de Colombia y luego en Ecuador desde el 2017. Finalmente se crea el

llamado Foro para el Progreso e Integración de América del Sur (PROSUR) cuando

el presidente de Colombia lo impulsó para acabar de hundir el proyecto de UNASUR

y promover una institución alternativa pero solamente centrada en el libre comercio;

este PROSUR promovía el modelo neoliberal propiciado por los gobiernos

derechistas de Colombia y Chile en 2019 y no tenían otro fin más que oponerse a

la UNASUR; lograron conjuntar en su momento a Brasil, Argentina, Ecuador,

Paraguay y Perú para profundizar una profundización del modelo neoliberal.

De manera complementaria al PROSUR y en un intento de fortificar en el ámbito

político la ofensiva contra los gobiernos progresistas -especialmente contra el

gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela- se creó el Grupo de Lima en 2017,

integrando en un principio a 12 países5, que firmaron la Declaraciónn de Lima,

apoyados por la OEA y la Unión Europea, dando su reconocimiento explícito a la

oposición venezolana artificial representada por Juan Guaidó que era sostenida por

los Estados Unidos. Sin embargo, la evolución de las situaciones políticas en cada

páis han reducido las aspiraciones de este grupo: el nuevo gobierno de México a

partir de 2018; las nuevas elecciones en Bolivia que dieron el triunfo a Luis Arce en

2020 dieron un giro radical a la inclusión que de este país en dicho grupo tal como

lo había propuesto el gobierno de Jeanine Añez después del golpe de Estado en

2019; el nuevo gobierno de Alberto Fernández en Argentina salió del Grupo.

Finalmente, el triunfo de Pedro Castillo en Perú en el 2021 han vuelto insisgnificante

el peso político de este movimiento.

En contraparte, también se había formado el Grupo de Puebla (por la reunión de

sus fundadores en la ciudad de Puebla, México), creado en 2019 como un espacio

de coordinación y confluencia de las diversas tendencias progresistas para articular

mejor sus ideas, proyectos y programas de desarrollo. Asistieron 6 11 ex presidentes

5 Los doce países que le dieron origen fueron los siguientes: Perú, Brasil, Argentina, Chile, Costa Rica, México, Honduras, Paraguay, Panamá, Colombia, Guatemala y Canadá. 6 Entre los ex presidentes estuvieron Lula da Silva (Brasil), Dilma Roussef (Brasil), Evo Morales (Bolivia), José Mujica (Uruguay), Fernando Lugo (Paraguay), Rafael Correa (Ecuador), Leonel Fernández (República Dominicana), Ernesto Samper (Colombia), José Luis Rodríguez Zapatero (España), Martín Torrijos (Panamá), Luis Guillermo Solís (Costa Rica). Entre quienes habían sido candidatos presidenciales estuvieron Fernando Haddad, Verónika Mendoza, Cuauhtémoc Cárdenas, y otros.

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y 6 ex candidatos presidenciales que coincidían en lo general en sus planteamientos

progresistas nacionales y con gran simpatía por una integración latinoamericana

más autónoma.

La situación regional de la integración tiene sus variaciones permanentes al correr

de los años porque los gobiernos se suceden sean de derecha o de izquierda.

Puede uno considerar que en la primera década del siglo XXI se marcó con claridad

un ascenso de una izquierda heterogénea en numerosos países, pero en el inicio

de la segunda década hubo regresión en algunos países. Como señalan Schuster

y Stefanoni

“a mediados de la década de 2010, los gobiernos del denominado giro a la izquierda latinoamericano comenzaron a mostrar signos de agotamiento. Estos se explicaban por diversas razones: desgaste por los años en el poder, dificultades de renovación de los liderazgos, cambios económicos globales, insosistencias de las agendas reformistas, etc” (Schuster y Stefanoni, 2021: p. 2).

Volvió la fuerza de los gobiernos conservadores aliados del poderío de

Norteamérica también en países como Brasil, Paraguay, Uruguay y

momentáneamente en Argentina (con el presidente Mauricio Macri) y Bolivia (con la

presidente Jeanine Añez). La misma CELAC tuvo que suspender sus Cumbres de

2017 a 2021 por la oposición de numerosos gobiernos hacia los planteamientos de

una integración autónoma. Solo el nuevo proyecto proyecto de México con el

presidente López Obrador, quien asumió la presidencia pro tempore de este

organismo en 2020, pudo reavivar el proyecto latinoamericano al convocar a una

nueva reunión en la ciudad de México en el 2021. La tercera década del siglo XXI,

entonces, representa una nueva coyuntura política global para la región; incluso en

el presente surge la pregunta sobre un segundo giro a la izquierda aunque en otras

condiciones con respecto de los años de principios del siglo:

“La llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador en México y el retorno del pernoismo en Argentina se sumaron a la caída y el regreso al gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) en bolivia, al ascenso electoral de la izquierda chilena, al triunfo de Pedro Castillo en Perú y, más recientemente, a la recuperación de la izquierda brasileña… Desde las instituciones como desde las calles, parece pavimentarse el camino a una suerte de segundo

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giro a la izquierda. Las victorias de la izquierda se producen, en todo caso, en un clima diferente” (Schuster y Stefanoni, 2021: p. 2-3).

Estamos ciertamente en la segunda década del siglo XXI en un nuevo ciclo político

donde ambas tendencias, progresistas y conservadoras, se enfrentan y miden

fuerzas pero con la perspectiva de volver al diálogo y la negociación en una bien

reconocida diversidad ideológica pero en donde pueden tener convergencia de

lineamientos comunes.

Podemos entonces ver que dentro de los gobiernos de Latinoamérica, las pugnas

electorales ponían tanto a gobiernos progresistas como neoliberales, en un contexto

regional donde chocaban también visiones diferentes sobre los modelos de

integración.

Por su parte, Estados Unidos apoyaba la Alianza de Libre Comercio de las Américas

(ALCA) con una visión panamericanista donde todo se subordinaba al poder

económico del Norte, propiciando también la formación de bloques regionales como

el Tratado de Libre comercio de América del Norte (TLCAN: México, Estados Unidos

y Canadá) en 1994, como la Alianza del Pacífico (Colombia, Chile, México, Perú)

en 2011, como el tratado centroamericano llamado Central America Free Trade

Agreement (CAFTA) que unía también a la República Dominicana, y con numerosos

tratados bilsterales (USA-Chile, USA-Colombia, USA-Perú, etc.). Por otro lado, con

la visión de una integración con repercusiones en el desarrollo social de los pueblos

se planteaba el proyecto del ALBA y de la Comunidad Sudamericana de Naciones,

que luego se transformó en UNASUR, enfatizando una autonomía significativa

respecto de Estados Unidos.

3. El desarrollo de la CELAC

En el ámbito continental, ciertamente la ALADI fue en 1980 el primer intento de

abarcar todo el continente con un mercado común. Lo integran 13 países y la

membresía está abiertá a la posible adhesión de otros más. Sin meterse en disputas

de tipo ideológico, esta institución con sede en Montevideo ha permanecido con los

objetivos de quitar trabas al comercio entre sus miembros y promoción del desarrollo

económico de la región. Sin embargo, es la Comunidad de Estados

15

Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) la que ha resaltado con un gran proyecto

declarativo de integración para todos los países del continente, donde no son

invitados los gobiernos de Estados Unidos y Canadá.

El llamado Grupo de Río surgido en 1986 fue un antecedente importante, que se

había formulado como un mecanismo de consulta y concertación permanente para

todos los países de la región. Pero fue el gobierno de Brasil con el presidente Lula

da Silva quien propuso a 33 países la instancia de una Cumbre de América Latina

y el Caribe (CALC), la cual se realizó en 2008 en Salvador de Bahía. La declaración

final de este encuentro con compromisos para fortalecer la cooperación y

negociación entre los gobiernos específicamente en el contexto de enfrentar la crisis

financiera internacional originada en ese año tuvo buena acogida en todos los

gobiernos. Con ello, se le dio seguimiento en la reunión de Ministros de Relaciones

Exteriores de todos los gobiernos de la CALC que tuvo lugar en Montego Bay,

Jamaica, en 2009. Este proceso llegó a culminar en la llamada XXI Cumbre del

Grupo de Río y II de la CALC sucedida en febrero de 2010 en el sureste de México.

Ahí mismo se estableció la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos

y Caribeños (CELAC) en su declaración final con el objetivo de

“realizar esfuerzos con nuestros pueblos, que nos permitan avanzar en la unidad y en la integración política, económica, social y cultural, avanzar en el bienestar social, la calidad de vida, el crecimiento económico y promover nuestro desarrollo independiente y sostenible, sobre la base de la democracia, la equidad y la más amplia justicia social” (CELAC, 2010).

Es muy interesante notar el entusiasmo por esta nueva instancia casi continental en

donde los gobiernos latinoamericanos y caribeños se sintieron representados, a

pesar de la diversidad ideológica y programática en sus ámbitos nacionales, sin

tener entre ellos la presencia de los Estados Unidos. Por eso, al año siguiente, en

el 2011, se llegó a la Declaración de Caracas, en donde se reconoció que la CELAC

era el “único mecanismo de diálogo y concertación que agrupa a los 33 países de

América Latina y el Caribre” y era

“la más alta expresión de nuestra voluntad de unidad en la diversidad, donde en lo sucesivo se fortalecerán nuestros vínculos políticos, económicos, sociales y culturales sobre la base de una agenda común de bienestar, paz

16

y seguridad para nuestros pueblos, a objeto de consolidarnos como una comunidad regional” (CELAC, 2011).

Una vez constituida la CELAC y, reconociendo sus antecedentes en el Grupo de

Río y en las reuniones de la CALC, se procedió formalmente a la realización de las

Cumbres posteriores para dar seguimiento a los Acuerdos con nuevas

declaraciones. De esta manera, hasta 2021, aquí tenemos el cronograma de las

diversas Cumbres de la CELAC:

Cumbres de la CELAC

Lugar Fecha Anfitrión I.Santiago de Chile 27-28 enero 2013 Pdte. Sebastián Piñera II.La Habana, Cuba 28-29 enero 2014 Pdte. Raúl Castro II.San José, Costa Rica 28-29 enero 2015 Pdte. Luis Guillermo Solís IV.Quito, Ecuador 27 enero 2016 Pdte. Rafael Correa V.Punta Cana, República Dominicana

24-25 enero 2017 Pdte. Danilo Medina

VI.CDMX, México 18 septiembre 2021 Pdte. Andrés Manuel López Obrador

Las diversas declaraciones finales de las Cumbres de la CELAC han surgido del

consenso de todos sus gobiernos a pesar de la diversidad de sus tendencias

ideológicas, promoviendo siempre el diálogo, la negociación y la búsquda de

acuerdos comunes. Pero es precisamente el hecho de que todo dependa de las

posturas de sus gobiernos y de las contradicciones entre ellos lo que constituye su

talón de Aquiles, su gran problema original. El hecho mismo de que en la segunda

década del siglo XXI haya ocurrido el fortalecimiento de gobiernos de tendencia

conservadora hizo más difícil la posibilidad de llegar a los acuerdos en las

declaraciones finales cuando gobiernos como el de Colombia (Iván Duke), el de

Paraguay (Abdo Benitez), el de Argentina (Mauricio Macri) en el período 2015-2019,

el de Bolivia (Jeanine Añez) en el período del golpe de Estado 2019-2020, el de

Ecuador (Lenin Moreno) y continuado por Guillermo Lasso, el de Brasil (Jair

Bolsonaro), el de Uruguay (Luis Lacalle Pou) y otros han sido tan afines con los

lineamientos del neoliberalismo y con fuertes lazos de subordinación hacia los

Estados Unidos han hecho muy difícil que la CELAC pueda plantear por ejemplo

una posición fuerte de autonomía frente al poder del Norte y que se pueda extender

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la influencia de la integración más allá de los acuerdos de libre comercio hacia otros

ámbitos de desarrollo social. Por ello, incluso, se puede explicar que, habiéndose

realizado las cumbres año con año desde su nacimiento en 2013, las reuniones se

suspendieron en 2017 y solamente pudieron retomarse con la presidencia pro

tempore de México, bajo el gobierno de López Obrador en 2018 para lograr la VI

Cumbre en la CDMX.

Esta VI Cumbre puede considerarse como exitosa por varias razones. En primer

lugar, se reactivó la discusión sobre la posibilidad de un proyecto global de

integración de todos los países latinoamericanos, algo que había perdido fuerza

desde el 2017. En segundo lugar, aunque no pudo salir un punto de acuerdo en la

declaración final, ha sido muy importante la propuesta del gobierno mexicano de

transformar la OEA, al haberse convertido ésta en un instrumento interventor en los

asuntos internos de los países siguiendo los lineamientos de Washington. En tercer

lugar, la convocatoria tuvo un gran éxito por la asistencia de la mayoría de los jefes

de Estado.

Sin embargo, quedan muy explícitas las contradicciones internas y obstáculos para

este proyecto en el futuro cercano, porque los instrumentos trasnacionales en

detrimento de las facultades de los estados nacionales no son fáciles de construir.

Si bien a finales del siglo XX se pudo pensar que decaía el poder de los Estados-

nación en favor de la globalización, esto no es tan simple ni tan fácil; tenemos que

volvernos también a las coyunturas nacionales en donde uno de los elementos

constitutivos del Estado, el poder ejecutivo, tiene enorme influencia para definir el

rumbo de cada país durante el período de tiempo que le toca ejercer su mandato.

“Los esfuerzos actuales por reubicar al Estado mediante teorías de transnacionalidad o globalización tienden a recuperar al Estado nación tradicional, con frecuencia como parte de una noción de internacionalismo, como su base, y por tanto reevalúan la forma Estado como el horizonte indispensable de toda cuestión política, ya sea para trastocarlo o para aceptarlo. Es como si la forma Estado tuviera la misma influencia sobre la política que la metafísica tiene sobre la filosofía: el instante mismo en que un proyecto se libera del Estado es el momento en que más firmemente cae entre sus garras” (Levinson, B., 2004: p. 123).

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Los mecanismos de integración seguirán dependiendo en gran medida de la

voluntad de los gobiernos en turno. Esto es importante tenerlo en cuenta porque ello

marca una gran diferencia ante el proyecto de integración más avanzado a nivel

mundial que es la Unión Europea (UE). Ciertamente ésta no encuentra exenta de

problemas como lo vemos en la salida de Inglaterra con el Brexit y con el problema

reciente en octubre de 2021 con Polonia cuando su Tribunal Constitucional acaba

de declarar inconstitucionales para su país varios artículos de los tratados de la UE.

Sin embargo, en su origen y desarrollo hay un acuerdo original que se ha

institucionalizado más allá de los cambios de orientación gubernamental en los

períodos electorales de cada país.

En América latina, la fuerza de la CELAC va a estar sujeta siempre a los cambios

políticos al interior de cada país; y básicamente su orientación va a ser diferente en

el énfasis que se dé en relación a dos modelos de integración: uno más basado en

facilitar solamente el libre comercio entre las élites económicas de cada país con

una vinculación subordinada a los intereses norteamericanos, y otro más enfocado

al crecimiento económico junto con el bienestar social de sus poblaciones buscando

tener una mayor autonomía en relación al poder del norte. De cualquier manera, el

hecho de que sea un espacio de diálogo entre puros latinoamericanos sin USA y

Canadá, ya es algo positivo al reconocerse una identidad histórica en lo cultural que

podría tener posibilidad de caminar hacia un mejor proyecto económico y político.

En ambos casos, de lograrse un mayor intercambio económico horizontal entre

países latinoamericanos siempre será un avance cuando anteriormente la

economía de todas las naciones solamente ha buscado penetrar el mercado

estadounidense; es por ello, que ha sido interés de todos los gobiernos,

independientemente de su ideología, mantener y aumentar una colaboración entre

latinoamericanos.

El que la CELAC pueda plantearse ser algo parecido a lo que hoy es la UE es un

camino muy largo aunque está abierto el proceso, y las posiciones guerreristas de

algunos gobiernos conservadores están a la vista impulsando no solo presiones

políticas sino llegando incluso a golpes de Estado.

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Para la Cumbre en la CDMX con López Obrador como anfitrión, la convocatoria

resultó exitosa. Sin embargo, no acudió el gobierno de Bolsonaro en Brasil por

decisión propia. Duke, el jefe de gobierno de Colombia, no quiso asistir en persona

pero mandó representante; los gobiernos de Uruguay (Lacalle) y Ecuador (Lasso)

estuvieron presentes y firmaron la declaración final pero se posicionaron en su

defensa de la OEA y en su ataque a los gobiernos de Cuba y Venezuela. El gobierno

de Argentina tampoco pudo asistir pero fue debido a la coyuntura de la crisis política

interna después de haber perdido las elecciones primarias llamadas PASO

(Primarias, Abiertas, Simultáneas, Obligatorias). Sucedió también un grave

enfrentamiento entre los gobiernos de Nicargua y Argentina cuando el primero se

opuso a que el segundo ocupara la presidencia pro tempore de la CELAC. De

cualquier manera, los 44 puntos de la Declaración de la CDMX del 18 de septiembre

de 2021 son consensos muy importantes para seguir adelante con este complejo

proyecto de la integración latinoamericana, como son el llamado a democratizar la

producción de las vacunas anti-Covid19, el énfasis en el multilateranismo, lucha

contra la corrupción, compromiso sobre la erradicación de la pobreza, el rechazo de

medidas coercitivas unilaterales sobre determinados países, promoción de la

igualdad de género y el respeto a los derechos humanos, rechazo a la

criminalización de la migración, la lucha contra el cambio climático, condena del

terrorismo y de todo tipo de injerencia en los asuntos internos de otros países, etc.

Todos los puntos son acuerdos extraordinarios de consenso. Sin embargo,

tendremos que ver en la práctica la manera de operativizarlos mediante una efectiva

cooperación entre los gobiernos de las diferentes naciones latinoamericanas.

También tenemos que reconocer que el camino hacia la creación de un instrumento

jurídico de integración supranacional como la que tiene la UE es uno de los retos

más difíciles.

Consideraciones finales

Retomamos esta visión que se tenía por investigadores argentinos en 2017 y que

ahora ha tomado más fuerza en 2021:

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“la CELAC encuentra dificultades para constituirse en un verdadero mecanismo de integración regional que pueda derivar en una forma superior de institucionalidad y le impide, de alguna forma, convertirse en una organización internacional con objetivos precisos. Entre los obstáculos que existen para ello destaca, sin duda, uno de carácter histórico: América Latina y el Caribe han sido reacios tradicionalmente a integrarse en organismos jurídicos supranacionales y han optado usualmente por fórmulas más flexibles de integración Además, lo esquemas de integración, cuyos orígenes más remotos debemos situar en las posiciones que adoptó bolívar al hilo de la convocatoria del Congreso de Panamá, en 1826, se han visto entorpecidos por múltiples factores. Esto se debe al propio desarrollo histórico de la región en relación con las pretensiones hegmeónicas de los Estados Unidos sobre el continente desde el siglo XIX” (Díaz y Bertot, 2017: p. 58).

Se puede ver que actualmente ya no estamos en el escenario de la doctrina Monroe

del siglo XIX, pero constatamos que se ha querido sustituir el panamericanismo bajo

el dominio norteamericano por el esquema del neoliberalismo y el libre comercio: la

autonomía latinoamericana ha ido creciendo pero con una gran heterogeneidad de

posiciones nacionales que ahora dependen de la democracia electoral en los

períodos específicos de gobierno de cada país. Hemos avanzado mucho en el

mundo de la globalización y del poder de las fuerzas supranacionales, pero es

evidente que sigue siendo grande el poder de los Estados nacionales, el cual está

determinado por la orientación y proyecto de cada gobierno en turno.

“La hegemonía aún debe ser ganada o perdida a nivel del Estado nación y/o del Estado local. En otras palabras: la hegemonía aún debe pasar por el Estado nación en algún momento u otro” (Beverley, J., 1999: p. 152).

Aparte de la revitalización del proceso de integración con la realización de la CELAC

en el 2021 también podemos ver que seguirán las pugnas y contradicciones en los

esquemas regionales que han existido anteriormente: el SICA, por ejemplo, seguirá

estancado en la medida en que no confluyan los gobiernos centroamericanos en

consensos básicos para su desarrollo económico; el MERCOSUR sigue ahora

también estancado porque a los actuales gobiernos conservadores de Brasil,

Paraguay y Uruguay no les interesa constituir un bloque unificado; el Foro Progreso

e Integración de América del Sur (PROSUR), propuesto inicialmente en 2019 por

los gobiernos conservadores de Chile y Colombia para reemplazar la UNASUR más

progresista, tuvo bastante éxito inicialmente porque parecía crecer con claridad una

posición conservadora pero ahora también afortunadamente ha decaído con una

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mayor pluralidad de posiciones cuando han llegado Alberto Fernández a Argentina,

Luis Arce a Bolivia y Pedro Castillo a Perú; con ello, su proceso ha decaído lo mismo

que el Grupo de Lima.

El camino hacia una integración latinoamericana autónoma con proyectos de

desarrollo social para el bienestar de los pueblos se ha reactivado con gran

entusiasmo en la tercera década del siglo XXI, pero todavía es un sendero muy

abierto con posibilidades diversas de rumbo. Lo que podemos constatar es que la

CELAC ciertamente se está convirtiendo en la mejor alternativa para reactivar el

sueño bolivariano del siglo XIX sobre una unión de repúblicas.

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