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LA CELAC 2021 EN MÉXICO: AVANCES EN EL PROCESO DE INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA
Ignacio Medina Núñez
https://ignaciomedina.info
“Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación… Situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América” (Bolívar, S., 1815: 29).
Introducción
La última reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
(CELAC) del mes de septiembre 2021 ha representado una gran reactivación del
proceso de integración de esta región latinoamericana, a la que asistieron 33
naciones con sus representaciones o jefes de Estado, ante el llamado del presidente
mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en la Presidencia pro Tempore.
Por ello, nos permitimos hacer un análisis sobre las grandes etapas de este proceso
que culminaron con la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (CELAC) el 18 de septiembre de 2021 en la ciudad de México.
Se exponen primero algunas propuestas del surgimiento originario de esta idea de
unión a través de lo que fue el sueño de Simón Bolívar durante los procesos de
independencia en los inicios del siglo XIX y cómo se fue perdiendo este proyecto
con la creación de múltiples naciones en lo que algunos han denominado los
“Estados Desunidos de Sudamérica” (Carrión, en UNAM, Vol. II, 1986: p. 835).
frente al poderío y dominación de los Estados Unidos de Norteamérica. En segundo
lugar, abordaré precisamente la reactivación del proceso de integración a mediados
del siglo XX a partir de la creación del Mercado Común Centroamericano.
Finalmente, mostraré los datos fundamentales de la creación de la CELAC en el
siglo XXI y cómo su auge se mostró en el impulso de los gobiernos progresistas de
la región; posteriormente decayó el proyecto con la llegada de gobiernos de derecha
y ultraderecha durante la segunda década y, finalmente, me interesa resaltar cómo
se acaba de reactivar la fuerza del sueño bolivariano con la nueva etapa de la
CELAC en el 2021.
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1. Origen y fracaso del sueño de Bolívar en el siglo XIX
La idea de una gran patria americana o una unión de repúblicas surgió en el
momento mismo de la independencia de los países latinoamericanos a principios
del siglo XIX con el libertador Simón Bolívar. Años antes, encontramos el primer
antecedente del proyecto en Francisco de Miranda, comprometido con la lucha
independentista desde finales del siglo XVIII, pero pensando en una unidad global
para la Nueva España convertida de colonia en una nueva nación con el nombre de
Colombia, como lo manifiesta en su Proclamación a los pueblos del continente
Colombiano, alias Hispano América, en 1801. Ciertamente la independencia fue el
primer objetivo de Bolívar desde que junto con Simón Rodríguez, el 15 de agosto
de 1805, se reunieron en Roma para hacer aquel gran juramento en donde se
comprometió a romper “las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder
español”1. Años después, en 1815, en su Carta de Jamaica, Bolívar aseguraba que,
una vez lograda la independencia, había otro peligro que acechaba: “El velo se ha
rasgado, ya hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas; se han roto las
cadenas; ya hemos sido libres y nuestros enemigos pretenden volver a
esclavizarnos” (Bolívar, 1815: 11). Para ese año, Bolívar ya contemplaba “la
creación de diecisiete naciones” (Bolívar, 1815: 25) y, en ese sentido, a pesar de la
aspiración hacia una gran nación con el nombre de Hispano América, veía poco
posible en la práctica la idea de un proyecto continental: “Es una idea grandiosa
pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que
ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas
costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que
confederase los diferentes estados que hayan de formarse” (Bolívar, 1815: 29), pero
era consciente de las grandes dificultades por la remota geografía y los intereses
opuestos. A pesar de ello, nunca dejó de plasmar su sueño: “yo deseo más que otro
1 En un lugar histórico como Roma y recordando el escenario de tantos hechos y acontecimientos tan variados que han dejado el recuerdo de la herencia del pueblo romano, Bolívar y Rodríguez asisten juntos en l momento previo de la explosión de la independencia de las colonias de la Nueva España. En ese año 1805, Bolívar comprometió su vida. http://www.memoriapoliticademexico.org/Textos/1Independencia/1805%20–SB.JR.html
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alguno ver formar en América la más grande nación del mundo por su libertad y
gloria” (Bolívar, 1815).
Varios años después en 1838, ya conseguida la independencia en la mayoría de los
países y muerto Bolívar, el mismo Simón Rodríguez siguió recordando el siguiente
paso de las nuevas naciones americanas: “los pueblos no pueden dejar de haber
aprendido, ni dejar de sentir que son fuertes; poco falta para que se vulgarice, entre
ellos, el principio motor de todas sus acciones” (Rodríguez, S., 2010: 34). Pero la
aspiración a la unidad de toda la región que antes constituía la Nueva España solo
quedó en un nombre común, el de “América Latina”, preconizado sobre todo por
Eugenio María de Hostós (originario de Puerto Rico), Francisco Bilbao (Chile) y José
Ma. Torres Caicedo (Colombia).
La tragedia de la unidad latinoamericana fue producto de la aspiración sobre
proyectos geográficos locales donde las élites económicas criollas creían poder
ejercer un poder absoluto sin necesidad de alguna influencia o presión más allá de
sus fronteras. La formación de los Estados nacionales independientes de México en
el norte o de Venezuela, Colombia, Ecuador, Chile, Argentina, etc. fueron resultado
de la pulverización de intereses locales, situación que fue aprovechada de manera
inmediata por el proyecto del presidente James Monroe, gobernando ese país del
norte de 1817 a 1825 y enunciando su idea de “América para los Americanos” en
su mensaje anual al congreso estadounidense el 2 de diciembre de 1823.
Todavía Simón Bolívar hizo el intento de convocar a un congreso panamericano, el
llamado congreso anfictiónico de Panamá, en 1826, donde pudieron asistir algunos
representantes de las nuevas naciones pero que fue boicoteado directamente por
el gobierno de Estados Unidos. El congreso fue muy importante en términos
declarativos pero un total fracaso en lo operativo por la poca asistencia de los
representantes de los nuevos países. A pesar de ello, permanecía la aspiraciónn de
Bolívar en su declaración final:
“el objeto de este pacto perpetuo será sostener en común, defensiva y ofensiva, si así fuese necesario, la soberanía y la independencia de todas y cada una de las potencias confederadas de América contra toda dominación extranjera y asegurarse, desde ahora para siempre, los goces a una paz
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inalterable y promover el afecto y la mejor armonía y buena inteligencia, así entre sus pueblos, ciudadanos y y súbditos respectivamente, como con las demás potencias con quienes deben de mantener o entrar en relaciones amistosas” (Congreso de Panamá2, 1826).
Un ejemplo trágico de esta dispersión y división se dio en la región centroamericana.
Ahí se recuerda mucho todavía a Francisco Morazán como el artífice y defensor de
la unidad de la Federación Centroamericana, la cual se había independizado de
España en 1821, se había unido a México en ese mismo año pero se había
separado todavía en bloque en 1822 con la caída de Agustín de Iturbide en México.
Morazán fue presidente de la nueva Federación independiente pero fue sufriendo
lentamente un proceso de desintegración de 1822 a 1842 por el deseo de
autonomía de los caudillos militares hasta la formación definitiva de cinco naciones
independientes en ese pequeño territorio: Guatemala, El Salvador, Honduras,
Nicaragua y Costa Rica, quedando fuera en ese tiempo Panamá al ser parte de
Colombia en todo el siglo XIX.
El gran peligro para la integración ya lo señalaba con claridad Bolívar al ver la
injerencia manifiesta del presidente Monroe de obstaculizar cualquier intento de
unión o coordinación de las nuevas naciones independientes: “los Estados Unidos
que parecen destinados por la providencia para plagar América de miseria en
nombre de la libertad” (Bolivar, 1829). Años después de la muerte de Bolívar, se
mostraba con claridad la visión imperialista sobre Norteamérica cuando a México le
fue arrebatado más de la mitad de su territorio en 1848 y cuando el norteamericano
William Walker se paseó con facilidad por la región centroamericana y se hizo
presidente de Nicaragua por un tiempo.
A pesar de todo este proceso de divisiones en territorios geográficos como naciones
diferentes, permaneció la aspiración declarativa de un proyecto de unidad. Decía el
2 “Reunión de Repúblicas hispanoamericanas, con asistencia de observadores de otras naciones, convocada por Simón Bolívar, que se celebró en la ciudad de Panamá del 22 de junio al 15 de julio de 1826. Asistieron los delegados de cuatro repúblicas: Colombia (la Grande); Guatemala (Centro América); México, y Perú. En realidad, equivalían a las siguientes naciones actuales: Colombia, Ecuador, Panamá, Venezuela, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, México, Perú: 11 en total. Las cuatro repúblicas firmaron un tratado de unión, liga y confederación perpetua. El tratado constaba de 31 artículos más un artículo adicional”. Esta cita corresponde al artículo segundo para especificar el propósito general del evento (Congreso de Panamá, 1826).
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panameño Justo Arosemena, queriendo resucitar el nombre que había propuesto
Francisco Miranda: “nos llamaremos colombianos; y de Panamá al Cabo de Hornos
seremos una sola familia, con un solo nombre, un gobierno común y un designo.
Para ello,… lo repito, debemos apresurarnos a echar las bases y anudar los vínculos
de la Gran confederación Colombiana” (Arosamena, en Guerra y Maldonado, 2000:
p. 37). Con este mismo nombre insistía José María Samper, de la Nueva Granada,
cuando hablaba hablaba del proyecto de la Confederación Colombiana en 1859:
“Las repúblicas denominadas Bolivia, Buenos Aires, Chile, Costa Rica, Ecuador,
Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, San Salvador, Santo
Domingo, Uruguay y Venezuela, bajo el nombre de Confederación Colombiana, una
asociación de Estados independientes pero aliados y mancomunados…” (Samper,
en Guerra y Maldonado, 2000: pp. 37-38).
Sin embargo, el nombre que llegó a unificar toda la nueva región emanciapada de
España fue el de América latina. Si bien, las raíces de esta denominación ya se
encuentran en los escritos de Alexander von Humboldt en su Viaje a las regiones
equinocciales de 1825, la primera aparición explícita de este nombre se encuentra
en la formulación que hizo Michel Chevalier en 1836 cuando se refiere a toda la
región dividida en dos pueblos de raíces del viejo continente: la Europa latina y la
europa teutónica; señala que las raíces europeas latina y germana se habían
reproducido en el Nuevo Mundo produciendo en el Norte una población protestante
y aglosajona mientras que en el sur se encontraba una población latina y católica a
la que definió por primera vez de manera explícita con el concepto de América latina.
Sin embargo, no fue Chevalier quien difundió la identidad de las nuevas naciones
independientes con este nuevo nombre sino José María Torres Caicedo, Francisco
Bilbao y Eugenio Ma de Hostórs.
Bilbao empleó el término “latinoamericano” en 1856 y seguirá hablando de la “raza
latino-americana” y sus deseos de integración y, más tarde, en 1861, dio a conocer
en París lo que llamó las bases para la Unión Latinoamericana, retomando el
pensamiento de Bolívar para formar una Liga Latinoamericana hablando de su
origen y desarrollo; Torres Caicedo insistía el mismo año de 1856 en la división de
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todo el continente en dos Américas y cómo se había formado en el sur la raza de
América latina e incluso fundó en Francia en 1879 la “Sociedad de la Unión
Latinoamericana” para seguir promoviendo la unión; Hostós publicó en 1865 un
texto explícito con el título de “La América latina” señalando geográficamente a
todos los países que iban del río Bravo hasta la Patagonia. Con el mismo contenido,
el cubano José Martí prefirió el concepto de “Nuestra América”. Estos pensadores
fueron los que difundieron un solo nombre para la antigua Nueva España a pesar
del fracaso del sueño de Bolívar.
De esta manera, aunque permanecía la idea de una unidad cultural en lo que había
sido la Nueva España, el fracaso de la integración latinoamericana se expresó de
manera clara en la múltiple división de países independientes no solamente
separados sino también opuestos en muchos casos. Decía Francisco de Bilbao en
1856:
“la idea de una Confederación de América del Sur, propuesta un día por Bolívar, intentada después por un congreso de Plenipotenciarios de algunas repúblicas y reunido en Lima, no ha producido los resultados que debían esperarse. Los estados han permanecido desunidos” (Bilbao, en UNAM, 1986: p. 54).
Además, de una manera más dolorosa, sucedieron las guerras abiertas entre varios
países hermanos como ocurrió, por ejemplo, en la Guerra de la Triple Alianza donde
se enfrentaron Brasil, Uruguay y Argentina para someter a Paraguay de 1864 a
1870, o la Guerra del Pacífico en donde se enfrentaron Chile, Perú y Bolivia de 1879
a 1884 para dividir territorios cuando despojaron a Bolivia de su salida al mar, etc.
Por otro lado, a finales del siglo XIX, también se manifestó abiertamente el proyecto
económico de dominación de Estados Unidos sobre la región a través de la
convocación a la primera Conferencia Panamericana3 en 1889-90 (de la cual
surgieron otras más hasta la X que se realizó en Caracas en 1954) con dos
lineamientos principales: la idea del libre comercio para abrir las economías
latinoamericanas a los grandes excedentes de la producción industrial
3 Sobre esta primera Conferencia Panamericana se encuentra el extraordinario texto de Salvador Morales publicado en 1994, quien nos ofrece con todo detalle el proyecto de intervención norteamericana en la economía del continente, punto de partida de lo que sería el panamericanismo a partir de la doctrina Monroe (Morales, 1994).
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norteamericana y la propuesta de combatir al enemigo ejemplificado en el
comunismo internacional en el contexto de la guerra fría. Este panamericanismo
obstaculizó y eclipsó aún más todo intento de coordinación entre las mismas
naciones latinoamericanas.
2. La reactivación de los proyectos de integración
En el siglo XX persistieron con fuerza los proyectos del panamericanismo como una
herencia de la doctrina Monroe y se expresaron con dos instrumentos
institucionales: por un lado, la elaboración y firma del Tratado Interamericano de
Asistencia Recíproca (TIAR) o Tratado de Río en 1947 como un acuerdo defensivo
donde prácticamente Estados Unidos se comprometió a ser la policía del continente
frente a todo intento de subversión o movimiento de insurbordinación frente a sus
intereses nacionales; por otro lado, la creación de la Organización de Estados
Americanos (OEA) en 1948 después de la segunda guerra mundial, que sigue
cumpliendo hasta hoy, a través del actual secretario general de la OEA, Luis
Almagro, desde 2015, esas funciones de subordinación hacia la potencia del Norte
y de injerencia indebida en los asuntos internos de diversos países.
Junto con estas instituciones, el presidente George Bush padre elaboró durante su
gobierno la llamada Iniciativa de las Américas, la cual se concretó en el gobierno de
Bill Clinton en la Cumbre de las Américas en Miami en 1994 con el nombre de
Alianza del Libre Comercio de las Américas (ALCA). Esto último no era más que la
resurrección del panamericanismo a finales del siglo XX donde de nuevo se
convocaba a todos los países del continente a abrir sus fronteras al libre comercio
para permitir una mejor exportación de todos los productos norteamericanos. Son
los esfuerzos permanentes de la potencia del Norte para fortificar más su poder
frente a una región con naciones dispersas que no parecían tener un proyecto
común; se trataba de una relación asimétrica en donde, como mencionaba
Benjamín Carrión, se relacionaban “los Estados Unidos del Norte y los Estados
desunidos de América Latina” (Carrión M. B., en UNAM, Vol. II, 1986: p. 835).
Sin embargo, en el siglo XX tuvimos el primer momento en que se recobró la idea
de integración autónoma con los planteamientos de Augusto César Sandino, quien
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fue asesinado en 1934 por el iniciador de la dictadura de Somoza. Sandino4
planteaba en 1929 que ya no se podía aplazar
“la alianza de nuestros estados latinoamericanos para mantener incólume esa independencia frente a las pretensiones del imperialismo de los Estados Unidos de Norte América, o frente a cualquier otra potencia a cuyos intereses e nos pretneda someter… nada más lógico, nada más decisivo ni vital que la fusión de los 21 Estados de nuestra América en una sola y única nacionalidad latinoamericana” (AUNA, 29 marzo 1999).
La propuesta de Sandino fue solamente un proyecto declarativo pero que
posteriormente fue encontrando concresiones en alianzas regionales a partir de
mediados del siglo XX, por ejemplo, con la primer experiencia en la creación del
Mercado Común Centroamericano (MCCA) en 1960, centrado en un mejor
intercambio de mercancías entre los mismos países del itsmo. Guatemala, El
Salvador, Honduras, Costa Rica y Nicaragua crearon un instrumento jurídico para
un mejor intercambio comercial horizontal, con la pretensión de una zona de libre
comercio entre ellos y con un arancel uniforme. Más allá del mercado
norteamericano que era el principal atractivo para la exportación se empezó a
pensar en el mercado interno para un mejor desarrollo de los habitantes. Sin
embargo, esta propuesta fue destrozada por las situaciones de guerra civil y
contrainsurgencia en varios de los países de Centroamérica en las décadas de 1960
y 70 que obstaculizaron todos los intercambios comerciales del itsmo. El apoyo
regional contribuyó a distencionar el conflicto bélico a través del Grupo de
Contadora (México, Colombia, Venezuela y Panamá) en 1983, el cual luego fue
ampliado con el Grupo de Apoyo a Contadora en 1985 integrando a países como
Argentina, Brasil, Uruguay y Perú. El espíritu del MCCA se transformaría después
con las negociaciones para los Acuerdos de Paz en el Sistema de Integración
Centroamericana (SICA) en 1991, donde también se integró Panamá,
Conn objetivos más ambiciosos había nacido la Asociación Latinoamericana de
Libre Comercio (ALALC) en 1959-1960, que luego se trasformó en Asociación
4 Los 21 países en los que pensaba Sandino como una posible unidad de naciones eran los siguientes: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Haití, México, Nicaragua, paraguay, Perú, Panamá, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. Es interesante que, aunque no son países de habla hispana, ya se pensaba dentro de la concepción de América latina a países como Haití y Brasil con los idiomas francés y portugués.
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Latinoamericana de Integración (ALADI) en 1980, la cual actualmente tiene como
miembros a 13 países (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador,
México, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela) y todavía pretende un
mercado común latinoamericano.
Otras experiencias regionales con cierta similitud y proyectos más específicos han
sido el Pacto Andino y el Mercado Común del Sur (MERCOSUR).
El Pacto Andino fue firmado por países alrededor de los Andes (Perú, Bolivia,
Ecuador, Colombia, Chile) en 1969 con el Acuerdo de Cartagena; luego se unió
Venezuela en 1973, aunque en 2006 durante el gobierno de Hugo Chávez este país
salió de este cuerpo por los acuerdos económicos que habían suscrito Colombia y
Perú con Estados Unidos. Se puede observar que Chile está en la región andina y
por eso fue incluido, pero luego salió del acuerdo durante la dictadura de Pinochet
y volvió sólo como miembro asociado en el 2006. El nombre internacional más
conocido fue la Comunidad Andina de Naciones (CAN) con pretensiones más allá
del libre comercio para llegar a mejores niveles de desarrollo, llegando también a
adoptar el nombre de Sistema Andino de Integración (SAI).
Por su parte, el MERCOSUR fue creado en 1991 con el Tratado de Asunción, y
reunía a Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay en un solo proyecto no sólo para
crear un mercado común sino para avanzar en mejores actividades de colaboración
en lo político y en lo cultural. El avance de este proyecto de integración regional
atrajo después también a Venezuela y Bolivia. Junto al intento de mercado común
para el intercambio de mercancías, hubo grandes proyectos culturales, la
reafirmación de los principios de la democracia, la creación del Banco del Sur, etc.
Incluso posteriormente en 1998 se hizo el intento de integrar el MERCOSUR y la
Comunidad Andina en 1998 en un solo acuerdo, el cual se firmó en el intento de
formar una zona de libre comercio entre los integrantes de ambos bloques. Sin
embargo, después de muchos conflictos y confrontaciones entre los gobiernos de
los países, en la actualidad quedan como miembros plenos solo Ecuador, Bolivia,
Colombia y Perú; como miembros asociados están Argentina, Chile, Paraguay,
Uruguay y Brasil. Actualmente sólo persiste el énfasis en la integración económica
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y la libre circulación de bienes y servicios, tratando de unificar las políticas
económicas y monetarias y buscando nuevas formas de colaboración facilitando la
circulación de personas.
En la región del mar Caribe se creó en 1973 la Comunidad del Caribe (CARICOM),
sustituyendo una anterior Asociación Caribeña de Libre Cambio que ya existía
desde 1965. Actualmente tiene su sede en Georgetown, en Guyana, y cuenta con
15 países miembros, 5 asociados y 8 países observadores; tiene la pretensión
general de integración económica para facilitar los intercambios comerciales
explicitando también su intención de mejorar el desarrollo económico de la región y
elevar el nivel de vida de sus habitantes con proyectos tanto en el ámbito productivo
como en los niveles educativo y cultural.
En otros niveles de integración se ha planteado la creación de una figura
parlamentaria entre varios países como ha sido el caso de Centroamérica y la
Comunidad Andina de Naciones, e incluso con el llamado Parlamento
Latinoamericano y Caribeño (PARLATINO), creado en 1964 con la Declaración de
Lima y que cuenta actualmente con 23 países, con grandes objetivos como fomentar
el desarrollo económico y social, promover la justicia social, el ejercicio de la
democracia y el respeto a los derechos humanos y en oposición a toda forma de
imperialismo. Sin embargo, estos parlamentos (el latinoamericano, el
centroamericano, el andino) están muy lejos de establecer legislaciones valederas
para todos los países miembros aunque funcionan como instancias diversas de
diálogo y negociación.
En el contexto de todas estas instancias regionales se puede valorar la importancia
que tuvo en su momento la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América
(ALBA) promovida desde Venezuela en 2004, que se enfocaba prioritariamente a la
lucha contra la pobreza y la desigualdad social, coordinando particularmente a las
políticas públicas de los gobiernos progresistas (Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador,
Nicaragua y, en un momento dado, Honduras con el presidente Zelaya). Además,
es importante resaltar también el proyecto de la Unión de Naciones Sudamericanas
(UNASUR) en 2008, que intentaron también explícitamente crear programas más
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alla de los acuerdos de libre comercio horizontal entre naciones latinoaemericanas
con proyectos de desarrollo social y cooperación; lo integraron inicialmente 12
países (Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Guyana, Paraguay,
Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela). Estas dos instancias -ALBA y UNASUR-
proponían ya no un modelo de integración basado únicamente en el libre comercio
bajo los principios del consenso de Washington sino que estaban inspirados
también por las políticas públicas de los gobiernos progresistas surgidos en los
inicios del siglo XXI en el marco de las democracias electorales, con una agenda
más clara de desarrollo social para las mayorías.
Todos estos proyectos de integración regional han sido muy importantes en el
período de finales del siglo XX y principios del XXI, pero es importante señalar que
el auge de ellos coincidía con el ascenso en el número de gobiernos progresistas
en la región sobre todo de 1998 a 2010, los cuales eran paralelos con ese deseo de
mayor colaboración económica y social para superar los simples acuerdos de libre
comercio entre las élites con una búsqueda de mayor autonomía frente a los
lineamientos dominantes de los Estados Unidos.
Sin embargo, varias de estas instituciones con un proyecto de integración diferente
al panamericanismo de Washington se debilitaron cuando en la segunda mitad del
siglo XXI los gobiernos conservadores volvieron a tomar fuerza debilitando los
esfuerzos de cooperación regional y fomentando la subordinación al poder imperial
norteamericano. El gran proyecto del ALBA y la UNASUR perdieron fuerza cuando
Venezuela empezó a sufrir una grave crisis económica y con la injerencia de los
estadounidenses para alentar la oposición interna; en Ecuador, el gobierno de Lenin
Moreno abandonó en 2017 los ideales de la revolución ciudadana de Correa, y junto
con otros gobiernos abandonaron ambos proyectos; Lenin Moreno incluso llegó a
clausurar la sede de UNASUR, cuando en 2019 sucedió el golpe de Estado en
Bolivia y el nuevo gobierno abandonó también los proyectos de integración
progresistas. Se puede ver también el desmembramiento del MERCOSUR cuando
la derecha y la ultraderecha llegaron a los gobiernos de Paraguay, Brasil y Uruguay
y, por unos años también se incluyó Argentina con el gobierno de Mauricio Macri.
Por su parte también la CAN pierde sus impulsos iniciales con los gobiernos de
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derecha de Colombia y luego en Ecuador desde el 2017. Finalmente se crea el
llamado Foro para el Progreso e Integración de América del Sur (PROSUR) cuando
el presidente de Colombia lo impulsó para acabar de hundir el proyecto de UNASUR
y promover una institución alternativa pero solamente centrada en el libre comercio;
este PROSUR promovía el modelo neoliberal propiciado por los gobiernos
derechistas de Colombia y Chile en 2019 y no tenían otro fin más que oponerse a
la UNASUR; lograron conjuntar en su momento a Brasil, Argentina, Ecuador,
Paraguay y Perú para profundizar una profundización del modelo neoliberal.
De manera complementaria al PROSUR y en un intento de fortificar en el ámbito
político la ofensiva contra los gobiernos progresistas -especialmente contra el
gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela- se creó el Grupo de Lima en 2017,
integrando en un principio a 12 países5, que firmaron la Declaraciónn de Lima,
apoyados por la OEA y la Unión Europea, dando su reconocimiento explícito a la
oposición venezolana artificial representada por Juan Guaidó que era sostenida por
los Estados Unidos. Sin embargo, la evolución de las situaciones políticas en cada
páis han reducido las aspiraciones de este grupo: el nuevo gobierno de México a
partir de 2018; las nuevas elecciones en Bolivia que dieron el triunfo a Luis Arce en
2020 dieron un giro radical a la inclusión que de este país en dicho grupo tal como
lo había propuesto el gobierno de Jeanine Añez después del golpe de Estado en
2019; el nuevo gobierno de Alberto Fernández en Argentina salió del Grupo.
Finalmente, el triunfo de Pedro Castillo en Perú en el 2021 han vuelto insisgnificante
el peso político de este movimiento.
En contraparte, también se había formado el Grupo de Puebla (por la reunión de
sus fundadores en la ciudad de Puebla, México), creado en 2019 como un espacio
de coordinación y confluencia de las diversas tendencias progresistas para articular
mejor sus ideas, proyectos y programas de desarrollo. Asistieron 6 11 ex presidentes
5 Los doce países que le dieron origen fueron los siguientes: Perú, Brasil, Argentina, Chile, Costa Rica, México, Honduras, Paraguay, Panamá, Colombia, Guatemala y Canadá. 6 Entre los ex presidentes estuvieron Lula da Silva (Brasil), Dilma Roussef (Brasil), Evo Morales (Bolivia), José Mujica (Uruguay), Fernando Lugo (Paraguay), Rafael Correa (Ecuador), Leonel Fernández (República Dominicana), Ernesto Samper (Colombia), José Luis Rodríguez Zapatero (España), Martín Torrijos (Panamá), Luis Guillermo Solís (Costa Rica). Entre quienes habían sido candidatos presidenciales estuvieron Fernando Haddad, Verónika Mendoza, Cuauhtémoc Cárdenas, y otros.
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y 6 ex candidatos presidenciales que coincidían en lo general en sus planteamientos
progresistas nacionales y con gran simpatía por una integración latinoamericana
más autónoma.
La situación regional de la integración tiene sus variaciones permanentes al correr
de los años porque los gobiernos se suceden sean de derecha o de izquierda.
Puede uno considerar que en la primera década del siglo XXI se marcó con claridad
un ascenso de una izquierda heterogénea en numerosos países, pero en el inicio
de la segunda década hubo regresión en algunos países. Como señalan Schuster
y Stefanoni
“a mediados de la década de 2010, los gobiernos del denominado giro a la izquierda latinoamericano comenzaron a mostrar signos de agotamiento. Estos se explicaban por diversas razones: desgaste por los años en el poder, dificultades de renovación de los liderazgos, cambios económicos globales, insosistencias de las agendas reformistas, etc” (Schuster y Stefanoni, 2021: p. 2).
Volvió la fuerza de los gobiernos conservadores aliados del poderío de
Norteamérica también en países como Brasil, Paraguay, Uruguay y
momentáneamente en Argentina (con el presidente Mauricio Macri) y Bolivia (con la
presidente Jeanine Añez). La misma CELAC tuvo que suspender sus Cumbres de
2017 a 2021 por la oposición de numerosos gobiernos hacia los planteamientos de
una integración autónoma. Solo el nuevo proyecto proyecto de México con el
presidente López Obrador, quien asumió la presidencia pro tempore de este
organismo en 2020, pudo reavivar el proyecto latinoamericano al convocar a una
nueva reunión en la ciudad de México en el 2021. La tercera década del siglo XXI,
entonces, representa una nueva coyuntura política global para la región; incluso en
el presente surge la pregunta sobre un segundo giro a la izquierda aunque en otras
condiciones con respecto de los años de principios del siglo:
“La llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador en México y el retorno del pernoismo en Argentina se sumaron a la caída y el regreso al gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) en bolivia, al ascenso electoral de la izquierda chilena, al triunfo de Pedro Castillo en Perú y, más recientemente, a la recuperación de la izquierda brasileña… Desde las instituciones como desde las calles, parece pavimentarse el camino a una suerte de segundo
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giro a la izquierda. Las victorias de la izquierda se producen, en todo caso, en un clima diferente” (Schuster y Stefanoni, 2021: p. 2-3).
Estamos ciertamente en la segunda década del siglo XXI en un nuevo ciclo político
donde ambas tendencias, progresistas y conservadoras, se enfrentan y miden
fuerzas pero con la perspectiva de volver al diálogo y la negociación en una bien
reconocida diversidad ideológica pero en donde pueden tener convergencia de
lineamientos comunes.
Podemos entonces ver que dentro de los gobiernos de Latinoamérica, las pugnas
electorales ponían tanto a gobiernos progresistas como neoliberales, en un contexto
regional donde chocaban también visiones diferentes sobre los modelos de
integración.
Por su parte, Estados Unidos apoyaba la Alianza de Libre Comercio de las Américas
(ALCA) con una visión panamericanista donde todo se subordinaba al poder
económico del Norte, propiciando también la formación de bloques regionales como
el Tratado de Libre comercio de América del Norte (TLCAN: México, Estados Unidos
y Canadá) en 1994, como la Alianza del Pacífico (Colombia, Chile, México, Perú)
en 2011, como el tratado centroamericano llamado Central America Free Trade
Agreement (CAFTA) que unía también a la República Dominicana, y con numerosos
tratados bilsterales (USA-Chile, USA-Colombia, USA-Perú, etc.). Por otro lado, con
la visión de una integración con repercusiones en el desarrollo social de los pueblos
se planteaba el proyecto del ALBA y de la Comunidad Sudamericana de Naciones,
que luego se transformó en UNASUR, enfatizando una autonomía significativa
respecto de Estados Unidos.
3. El desarrollo de la CELAC
En el ámbito continental, ciertamente la ALADI fue en 1980 el primer intento de
abarcar todo el continente con un mercado común. Lo integran 13 países y la
membresía está abiertá a la posible adhesión de otros más. Sin meterse en disputas
de tipo ideológico, esta institución con sede en Montevideo ha permanecido con los
objetivos de quitar trabas al comercio entre sus miembros y promoción del desarrollo
económico de la región. Sin embargo, es la Comunidad de Estados
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Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) la que ha resaltado con un gran proyecto
declarativo de integración para todos los países del continente, donde no son
invitados los gobiernos de Estados Unidos y Canadá.
El llamado Grupo de Río surgido en 1986 fue un antecedente importante, que se
había formulado como un mecanismo de consulta y concertación permanente para
todos los países de la región. Pero fue el gobierno de Brasil con el presidente Lula
da Silva quien propuso a 33 países la instancia de una Cumbre de América Latina
y el Caribe (CALC), la cual se realizó en 2008 en Salvador de Bahía. La declaración
final de este encuentro con compromisos para fortalecer la cooperación y
negociación entre los gobiernos específicamente en el contexto de enfrentar la crisis
financiera internacional originada en ese año tuvo buena acogida en todos los
gobiernos. Con ello, se le dio seguimiento en la reunión de Ministros de Relaciones
Exteriores de todos los gobiernos de la CALC que tuvo lugar en Montego Bay,
Jamaica, en 2009. Este proceso llegó a culminar en la llamada XXI Cumbre del
Grupo de Río y II de la CALC sucedida en febrero de 2010 en el sureste de México.
Ahí mismo se estableció la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos
y Caribeños (CELAC) en su declaración final con el objetivo de
“realizar esfuerzos con nuestros pueblos, que nos permitan avanzar en la unidad y en la integración política, económica, social y cultural, avanzar en el bienestar social, la calidad de vida, el crecimiento económico y promover nuestro desarrollo independiente y sostenible, sobre la base de la democracia, la equidad y la más amplia justicia social” (CELAC, 2010).
Es muy interesante notar el entusiasmo por esta nueva instancia casi continental en
donde los gobiernos latinoamericanos y caribeños se sintieron representados, a
pesar de la diversidad ideológica y programática en sus ámbitos nacionales, sin
tener entre ellos la presencia de los Estados Unidos. Por eso, al año siguiente, en
el 2011, se llegó a la Declaración de Caracas, en donde se reconoció que la CELAC
era el “único mecanismo de diálogo y concertación que agrupa a los 33 países de
América Latina y el Caribre” y era
“la más alta expresión de nuestra voluntad de unidad en la diversidad, donde en lo sucesivo se fortalecerán nuestros vínculos políticos, económicos, sociales y culturales sobre la base de una agenda común de bienestar, paz
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y seguridad para nuestros pueblos, a objeto de consolidarnos como una comunidad regional” (CELAC, 2011).
Una vez constituida la CELAC y, reconociendo sus antecedentes en el Grupo de
Río y en las reuniones de la CALC, se procedió formalmente a la realización de las
Cumbres posteriores para dar seguimiento a los Acuerdos con nuevas
declaraciones. De esta manera, hasta 2021, aquí tenemos el cronograma de las
diversas Cumbres de la CELAC:
Cumbres de la CELAC
Lugar Fecha Anfitrión I.Santiago de Chile 27-28 enero 2013 Pdte. Sebastián Piñera II.La Habana, Cuba 28-29 enero 2014 Pdte. Raúl Castro II.San José, Costa Rica 28-29 enero 2015 Pdte. Luis Guillermo Solís IV.Quito, Ecuador 27 enero 2016 Pdte. Rafael Correa V.Punta Cana, República Dominicana
24-25 enero 2017 Pdte. Danilo Medina
VI.CDMX, México 18 septiembre 2021 Pdte. Andrés Manuel López Obrador
Las diversas declaraciones finales de las Cumbres de la CELAC han surgido del
consenso de todos sus gobiernos a pesar de la diversidad de sus tendencias
ideológicas, promoviendo siempre el diálogo, la negociación y la búsquda de
acuerdos comunes. Pero es precisamente el hecho de que todo dependa de las
posturas de sus gobiernos y de las contradicciones entre ellos lo que constituye su
talón de Aquiles, su gran problema original. El hecho mismo de que en la segunda
década del siglo XXI haya ocurrido el fortalecimiento de gobiernos de tendencia
conservadora hizo más difícil la posibilidad de llegar a los acuerdos en las
declaraciones finales cuando gobiernos como el de Colombia (Iván Duke), el de
Paraguay (Abdo Benitez), el de Argentina (Mauricio Macri) en el período 2015-2019,
el de Bolivia (Jeanine Añez) en el período del golpe de Estado 2019-2020, el de
Ecuador (Lenin Moreno) y continuado por Guillermo Lasso, el de Brasil (Jair
Bolsonaro), el de Uruguay (Luis Lacalle Pou) y otros han sido tan afines con los
lineamientos del neoliberalismo y con fuertes lazos de subordinación hacia los
Estados Unidos han hecho muy difícil que la CELAC pueda plantear por ejemplo
una posición fuerte de autonomía frente al poder del Norte y que se pueda extender
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la influencia de la integración más allá de los acuerdos de libre comercio hacia otros
ámbitos de desarrollo social. Por ello, incluso, se puede explicar que, habiéndose
realizado las cumbres año con año desde su nacimiento en 2013, las reuniones se
suspendieron en 2017 y solamente pudieron retomarse con la presidencia pro
tempore de México, bajo el gobierno de López Obrador en 2018 para lograr la VI
Cumbre en la CDMX.
Esta VI Cumbre puede considerarse como exitosa por varias razones. En primer
lugar, se reactivó la discusión sobre la posibilidad de un proyecto global de
integración de todos los países latinoamericanos, algo que había perdido fuerza
desde el 2017. En segundo lugar, aunque no pudo salir un punto de acuerdo en la
declaración final, ha sido muy importante la propuesta del gobierno mexicano de
transformar la OEA, al haberse convertido ésta en un instrumento interventor en los
asuntos internos de los países siguiendo los lineamientos de Washington. En tercer
lugar, la convocatoria tuvo un gran éxito por la asistencia de la mayoría de los jefes
de Estado.
Sin embargo, quedan muy explícitas las contradicciones internas y obstáculos para
este proyecto en el futuro cercano, porque los instrumentos trasnacionales en
detrimento de las facultades de los estados nacionales no son fáciles de construir.
Si bien a finales del siglo XX se pudo pensar que decaía el poder de los Estados-
nación en favor de la globalización, esto no es tan simple ni tan fácil; tenemos que
volvernos también a las coyunturas nacionales en donde uno de los elementos
constitutivos del Estado, el poder ejecutivo, tiene enorme influencia para definir el
rumbo de cada país durante el período de tiempo que le toca ejercer su mandato.
“Los esfuerzos actuales por reubicar al Estado mediante teorías de transnacionalidad o globalización tienden a recuperar al Estado nación tradicional, con frecuencia como parte de una noción de internacionalismo, como su base, y por tanto reevalúan la forma Estado como el horizonte indispensable de toda cuestión política, ya sea para trastocarlo o para aceptarlo. Es como si la forma Estado tuviera la misma influencia sobre la política que la metafísica tiene sobre la filosofía: el instante mismo en que un proyecto se libera del Estado es el momento en que más firmemente cae entre sus garras” (Levinson, B., 2004: p. 123).
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Los mecanismos de integración seguirán dependiendo en gran medida de la
voluntad de los gobiernos en turno. Esto es importante tenerlo en cuenta porque ello
marca una gran diferencia ante el proyecto de integración más avanzado a nivel
mundial que es la Unión Europea (UE). Ciertamente ésta no encuentra exenta de
problemas como lo vemos en la salida de Inglaterra con el Brexit y con el problema
reciente en octubre de 2021 con Polonia cuando su Tribunal Constitucional acaba
de declarar inconstitucionales para su país varios artículos de los tratados de la UE.
Sin embargo, en su origen y desarrollo hay un acuerdo original que se ha
institucionalizado más allá de los cambios de orientación gubernamental en los
períodos electorales de cada país.
En América latina, la fuerza de la CELAC va a estar sujeta siempre a los cambios
políticos al interior de cada país; y básicamente su orientación va a ser diferente en
el énfasis que se dé en relación a dos modelos de integración: uno más basado en
facilitar solamente el libre comercio entre las élites económicas de cada país con
una vinculación subordinada a los intereses norteamericanos, y otro más enfocado
al crecimiento económico junto con el bienestar social de sus poblaciones buscando
tener una mayor autonomía en relación al poder del norte. De cualquier manera, el
hecho de que sea un espacio de diálogo entre puros latinoamericanos sin USA y
Canadá, ya es algo positivo al reconocerse una identidad histórica en lo cultural que
podría tener posibilidad de caminar hacia un mejor proyecto económico y político.
En ambos casos, de lograrse un mayor intercambio económico horizontal entre
países latinoamericanos siempre será un avance cuando anteriormente la
economía de todas las naciones solamente ha buscado penetrar el mercado
estadounidense; es por ello, que ha sido interés de todos los gobiernos,
independientemente de su ideología, mantener y aumentar una colaboración entre
latinoamericanos.
El que la CELAC pueda plantearse ser algo parecido a lo que hoy es la UE es un
camino muy largo aunque está abierto el proceso, y las posiciones guerreristas de
algunos gobiernos conservadores están a la vista impulsando no solo presiones
políticas sino llegando incluso a golpes de Estado.
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Para la Cumbre en la CDMX con López Obrador como anfitrión, la convocatoria
resultó exitosa. Sin embargo, no acudió el gobierno de Bolsonaro en Brasil por
decisión propia. Duke, el jefe de gobierno de Colombia, no quiso asistir en persona
pero mandó representante; los gobiernos de Uruguay (Lacalle) y Ecuador (Lasso)
estuvieron presentes y firmaron la declaración final pero se posicionaron en su
defensa de la OEA y en su ataque a los gobiernos de Cuba y Venezuela. El gobierno
de Argentina tampoco pudo asistir pero fue debido a la coyuntura de la crisis política
interna después de haber perdido las elecciones primarias llamadas PASO
(Primarias, Abiertas, Simultáneas, Obligatorias). Sucedió también un grave
enfrentamiento entre los gobiernos de Nicargua y Argentina cuando el primero se
opuso a que el segundo ocupara la presidencia pro tempore de la CELAC. De
cualquier manera, los 44 puntos de la Declaración de la CDMX del 18 de septiembre
de 2021 son consensos muy importantes para seguir adelante con este complejo
proyecto de la integración latinoamericana, como son el llamado a democratizar la
producción de las vacunas anti-Covid19, el énfasis en el multilateranismo, lucha
contra la corrupción, compromiso sobre la erradicación de la pobreza, el rechazo de
medidas coercitivas unilaterales sobre determinados países, promoción de la
igualdad de género y el respeto a los derechos humanos, rechazo a la
criminalización de la migración, la lucha contra el cambio climático, condena del
terrorismo y de todo tipo de injerencia en los asuntos internos de otros países, etc.
Todos los puntos son acuerdos extraordinarios de consenso. Sin embargo,
tendremos que ver en la práctica la manera de operativizarlos mediante una efectiva
cooperación entre los gobiernos de las diferentes naciones latinoamericanas.
También tenemos que reconocer que el camino hacia la creación de un instrumento
jurídico de integración supranacional como la que tiene la UE es uno de los retos
más difíciles.
Consideraciones finales
Retomamos esta visión que se tenía por investigadores argentinos en 2017 y que
ahora ha tomado más fuerza en 2021:
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“la CELAC encuentra dificultades para constituirse en un verdadero mecanismo de integración regional que pueda derivar en una forma superior de institucionalidad y le impide, de alguna forma, convertirse en una organización internacional con objetivos precisos. Entre los obstáculos que existen para ello destaca, sin duda, uno de carácter histórico: América Latina y el Caribe han sido reacios tradicionalmente a integrarse en organismos jurídicos supranacionales y han optado usualmente por fórmulas más flexibles de integración Además, lo esquemas de integración, cuyos orígenes más remotos debemos situar en las posiciones que adoptó bolívar al hilo de la convocatoria del Congreso de Panamá, en 1826, se han visto entorpecidos por múltiples factores. Esto se debe al propio desarrollo histórico de la región en relación con las pretensiones hegmeónicas de los Estados Unidos sobre el continente desde el siglo XIX” (Díaz y Bertot, 2017: p. 58).
Se puede ver que actualmente ya no estamos en el escenario de la doctrina Monroe
del siglo XIX, pero constatamos que se ha querido sustituir el panamericanismo bajo
el dominio norteamericano por el esquema del neoliberalismo y el libre comercio: la
autonomía latinoamericana ha ido creciendo pero con una gran heterogeneidad de
posiciones nacionales que ahora dependen de la democracia electoral en los
períodos específicos de gobierno de cada país. Hemos avanzado mucho en el
mundo de la globalización y del poder de las fuerzas supranacionales, pero es
evidente que sigue siendo grande el poder de los Estados nacionales, el cual está
determinado por la orientación y proyecto de cada gobierno en turno.
“La hegemonía aún debe ser ganada o perdida a nivel del Estado nación y/o del Estado local. En otras palabras: la hegemonía aún debe pasar por el Estado nación en algún momento u otro” (Beverley, J., 1999: p. 152).
Aparte de la revitalización del proceso de integración con la realización de la CELAC
en el 2021 también podemos ver que seguirán las pugnas y contradicciones en los
esquemas regionales que han existido anteriormente: el SICA, por ejemplo, seguirá
estancado en la medida en que no confluyan los gobiernos centroamericanos en
consensos básicos para su desarrollo económico; el MERCOSUR sigue ahora
también estancado porque a los actuales gobiernos conservadores de Brasil,
Paraguay y Uruguay no les interesa constituir un bloque unificado; el Foro Progreso
e Integración de América del Sur (PROSUR), propuesto inicialmente en 2019 por
los gobiernos conservadores de Chile y Colombia para reemplazar la UNASUR más
progresista, tuvo bastante éxito inicialmente porque parecía crecer con claridad una
posición conservadora pero ahora también afortunadamente ha decaído con una
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mayor pluralidad de posiciones cuando han llegado Alberto Fernández a Argentina,
Luis Arce a Bolivia y Pedro Castillo a Perú; con ello, su proceso ha decaído lo mismo
que el Grupo de Lima.
El camino hacia una integración latinoamericana autónoma con proyectos de
desarrollo social para el bienestar de los pueblos se ha reactivado con gran
entusiasmo en la tercera década del siglo XXI, pero todavía es un sendero muy
abierto con posibilidades diversas de rumbo. Lo que podemos constatar es que la
CELAC ciertamente se está convirtiendo en la mejor alternativa para reactivar el
sueño bolivariano del siglo XIX sobre una unión de repúblicas.
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