La ciudad de la alegría

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LA CIUDAD DE LA ALEGRÍA Natalia Esteve Gómez 18 de Julio de 2002

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LA CIUDAD DE LA

ALEGRÍANatalia Esteve Gómez

18 de Julio de 2002

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Azules y grises sobresalían en los hermosos paisajes. Caían las hojas de los árboles y la nieve se derretía lentamente, luego vino la primavera. Cada mañana se veía diferente, era la ciudad de los sueños. Los árboles, las vías, cada de-talle era hermoso. Se podía sentir el sonido del agua, el so-nido que produce cada gota al caer. Una hermosa fuente. También se podía sentir el silencio y el viento. Los visitantes y sus propios habitantes permanecían horas admirándola.

La arquitectura, qué podría decirse de la arquitectura; sim-plemente era una arquitectura vital. Tenía movimiento, luz propia. Una estrecha calle era el lugar de encuentro de to-dos los ciudadanos. Allí, cada mañana solía caminar una hermosa familia, aún más hermosa que la propia ciudad. Ellos caminaban hacia el Oeste y lo seguían haciendo hasta encontrarse frente a frente con una clara y colorida puesta de sol, era su hora favorita. Luego regresaban a la casa. Vol-vían a caminar bajo la luz de la luna y las estrellas.

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“Se abre la primera botella de vino, vino de la casa por supuesto.

Y así brindis tras brindis, historia tras historia todos gozaban y disfrutaban.

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Entre azules y grises podía verse un pequeño y largo ca-mino de piedra que subía por la montaña y bajaba hasta llegar a un pequeño caserío. Allí vivían antiguos habitantes de la Ciudad de la Alegría que por razones del pasado, ac-tualmente desconocidas, dejaron sus pertenencias y fue-ron a parar al caserío. El camino era largo, había que llegar a la fuente, pasar por los dos edificios amarillos, grandes, que limitaban la ciudad y continuar. Sin embargo lo hacían por diversión y básicamente por una dulce recompensa que allí encontrarían.

Lucho solía todas las tardes prender los faroles de la entra-da de la casa. Uno por uno, y poco a poco iba iluminando la gran entrada de piedra, mientras la ciudad oscurecía. Cada noche se oía el sonido que producía la madera al ajustarse a los cambios de temperatura, y el agudo silbido de la cerradura en la puerta principal.

Las noches eran oscuras y profundas. Las estrellas resplan-decían. El viento fuerte, muy fuerte. Se oía pasar por en-tre la calle cerrando con violencia las ventanas y algunas puertas que no habían sido cerradas por olvido, llegaba a la casa de la hermosa familia allí rondaba un tiempo an-tes de volver al cañón que rodeaba la ciudad. Pero un día el viento tardó, sin embargo ese día la celebración podía sentirse hasta en el caserío vecino. Se abre la primera bote-lla de vino, vino de la casa por supuesto. Y así brindis tras brindis, historia tras historia todos gozaban y disfrutaban.

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“El tiempo parecía no afectar la ciudad.

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Visitantes venían de diferentes partes, todos opinaban y reían. Cinco mujeres, un hombre y dos niños preparaban la comida mientras Lucho y dos compañeros iniciaban el fuego. El resto de los invitados entraban y salían, corrían por los corredores llevando refrescos y algunos detalles, muchos de piedra realizados en la ciudad, que habían sido obsequiados a Lucho en su gran día. Había un regalo que llamaba mucho la atención, no se sabía en realidad qué era. Tal vez un libro o un cuadro. O quizás la propia Ciu-dad de la Alegría dibujada con hermosos colores, entre ellos sobresalían azules y grises; y una vida entera llena de felicidad, relatada en un cuento. Era el regalo de una de sus hijas. Pero el regalo no parecía aún finalizado.

Algunas noches permanecía despierta, trabajaba toda la noche sin conseguir avanzar mucho, parecía que su tra-bajo nunca concluiría. Sin embargo con el tiempo podían notar algunos cambios, o por lo menos podían notar que los jardines seguían llenos de plantas y frutos, las calles limpias y las fachadas de los edificios intactas. El tiempo parecía no afectar la ciudad.

Pasaron varios años y finalizó con la pincelada perfecta. Un pequeño trazo azul celeste y la ciudad era una gran-diosa obra de arte, el momento que todos esperaban, sin embargo moría ante sus ojos, la vida de aquella bella ciu-dad llegaba a su fin.

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ALEGRÍANatalia Esteve Gómez

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