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Carlos César Horcasitas Olvera* E ste ensayo se desarrolla en torno a la ciudad, sus espacios públicos y sus habitantes, quienes se apropian de ellos por medio del uso y la signi- ficación. Es un acercamiento antropológico a la ciudad, pero en particular a los espacios públicos urbanos. El estudio de las urbes cobra hoy una fuerza descomunal, sobre todo en América Latina, donde resulta de vital importancia comprender las par- ticularidades de este tipo de núcleos sociales, en especial a raíz de que entre 1950 y 2005 el por- centaje de la población urbana en América Lati- na y el Caribe pasó de 41.9% a 77.6%. Tomando en cuenta las estimaciones del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la Organiza- ción de las Naciones Unidas, para el año 2030 esta cifra aumentará a 84.6%, por lo que se vuelve in- dispensable entender a la ciudad como uno de los principales escenarios presentes de cambio so- cial. Y cabe notar que en la actualidad la mayoría de la población en América Latina, así como en el Caribe, es urbana, más que la población europea (73.3%) y un poco menos que la norteamericana (80.8%). 1 La ciudad imaginada: un acercamiento antropológico a la semióca urbana * Licenciado en Antropología Social por la Universidad Veracruza- na, creador y organizador del Fesval de Cine Inerante Pata de Perro y codirector del documental El sueño converdo en lluvia que obtuvo el primer lugar en el Fesval de Cine Lanoamerica- no de FLANDES 2009, categoría BeNeLano, su principal tema de invesgación es la transformación urbana vista a través de los es- pacios públicos de las ciudades. 1 Populaon Division of the Department of Economic and Social Affairs of the United Naons Secretariat. World Populaon Prospects: The 2004 Revision and World Urbanizaon Prospects: The 2003 Revision. hp://esa.un.org/unpp/. Cada ciudad puede ser tantas como amorosos la recorren. MARIO BENEDETTI Litoral e 20

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Carlos César Horcasitas Olvera*

E ste ensayo se desarrolla en torno a la ciudad, sus espacios públicos y sus habitantes, quienes

se apropian de ellos por medio del uso y la signi-ficación. Es un acercamiento antropológico a la ciudad, pero en particular a los espacios públicos urbanos.

El estudio de las urbes cobra hoy una fuerza descomunal, sobre todo en América Latina, donde resulta de vital importancia comprender las par-ticularidades de este tipo de núcleos sociales, en especial a raíz de que entre 1950 y 2005 el por-centaje de la población urbana en América Lati-na y el Caribe pasó de 41.9% a 77.6%. Tomando en cuenta las estimaciones del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la Organiza-ción de las Naciones Unidas, para el año 2030 esta cifra aumentará a 84.6%, por lo que se vuelve in-dispensable entender a la ciudad como uno de los principales escenarios presentes de cambio so-cial. Y cabe notar que en la actualidad la mayoría de la población en América Latina, así como en el Caribe, es urbana, más que la población europea (73.3%) y un poco menos que la norteamericana (80.8%).1

La ciudad imaginada: un acercamiento antropológico a la semiótica urbana

* Licenciado en Antropología Social por la Universidad Veracruza-na, creador y organizador del Festival de Cine Itinerante Pata de Perro y codirector del documental El sueño convertido en lluvia que obtuvo el primer lugar en el Festival de Cine Latinoamerica-no de FLANDES 2009, categoría BeNeLatino, su principal tema de investigación es la transformación urbana vista a través de los es-pacios públicos de las ciudades.1 Population Division of the Department of Economic and Social Affairs of the United Nations Secretariat. World Population Prospects: The 2004 Revision and World Urbanization Prospects: The 2003 Revision. http://esa.un.org/unpp/.

Cada ciudad puede ser tantascomo amorosos la recorren.

MARIO BENEDETTI

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¿Qué tiene que decir la antropología sobreel espacio público?

Existe un tema que en lo particular llama mi aten-ción y sobre el que poco se ha profundizado en la academia: me refiero al espacio urbano. Pero, ¿cómo delimitar este difuso concepto?

El espacio público urbano podría entenderse por oposición a lo privado, juego interminable de la ciudad; el control selectivo individual de acce-so a uno mismo: control de la propia interacción, control de la información ofrecida durante la inte-racción. El espacio privado es aquel que pertenece a una persona específica y cuyo uso se encuentra restringido. La privatización de la ciudad es uno de los fenómenos que los urbanistas han atacado con mayor ferocidad en los últimos años,2 tendiendo

al desvanecimiento del espacio público; así vemos cómo los espacios, por sus excesivos

aparatos de seguridad, se convierten en lugares literalmente inutilizables; pensemos por ejemplo en la cada vez más grande cadena de centros co-merciales, sitios cuasi-públicos donde se reservan el derecho de admisión: domos del simulacro.

En una interesante obra, Malcom Miles se plan-tea como fundamental la pregunta “¿qué es una ciudad?”, y responde (a través del trabajo de Le Corbusier y Simmel) que ésta es un lugar de en-cuentros determinados por racionalidades econó-micas, encuentros impersonales y desprovistos de lazos sociales significativos.3

Ante dicha postura, el espacio público urbano —parques, plazas, estaciones, calles, etc.— podría entenderse como un lugar de encuentro, de inter-cambio y de comunicación; por tanto, sería un re-

2 Véase Jordi Borja, Espacio público, ciudad y ciudadanía, Madrid: Alianza, 2002; Manuel Delgado, El animal público, Barcelona: Anagrama, 1999; Amalia Signo-relli, Espacio público y reconstrucción de ciudadanía, México: Porrúa, 2004.

3 Robert Rotenberg y Gary McDonough (eds.), The cultural meaning of ur-ban space, Westport, Connecticut: Bergin & Garvey, 1993.

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ferente de la vida social, polí-tica y cultural, en términos de Marc Augé. Sin embargo, el concepto y el propio espacio público son mucho más com-plejos de lo que parecen.

La dimensión dialéctica en-tre lo público y lo privado tie-

ne una gran carga histórica que, no obstante, puede resultar demasiado tajante e inclusive maniqueísta.

El derecho a la ciudad, para hablar en términos de Lefebvre,4 no es tan sólo el derecho a usarla, sino también el derecho a interpretarla, a identifi-carnos con ella, a apropiarnos (aunque sea simbó-licamente) de sus espacios. Una simple oposición a lo privado reduce las dimensiones del polifacético espacio urbano. Se encuentra entonces por fuera del individuo que lo recorre a diario en busca de satisfacciones. En su acepción más fundamental, sí que engloba al individuo, mas lo pone del lado con-trario, del lado de las repercusiones (el individuo es quien recibe el espacio público). Una misma ca-lle puede ser dos lugares completamente distintos, incluso para la misma persona.

Por tanto, entiendo la ciudad no sólo como es-pacio físico dado y construido, sino también como resultado de una construcción mental de quienes la utilizan, la perciben y la configuran. La ciudad, en cuanto atañe a su urbanidad, aparece entonces como un proceso primordialmente vivencial y so-cializado.

El derecho a la ciudad, para hablar en términos de Lefebvre,

no es tan sólo el derecho a usarla, sino también el derecho a interpretarla, a identificarnos

con ella, a apropiarnos (aunque sea simbólicamente)

de sus espacios. Una simple oposición a lo privado reduce

las dimensiones del polifacético espacio urbano.

4 Véase Henri Lefebvre, El derecho a la ciudad, Barcelona: Península, 1975.

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La dimensión simbólica del espacio público desempeña un papel fundamental en la vivencia de los espacios. Lynch, en su tra-bajo La imagen de la ciudad, habla-ba de la forma en la cual las ca-racterísticas arquitectónicas y los juegos entre las unidades del diseño urbano son capaces de crear en el urbanista una “imagen” o una representación mental; la capacidad creativa simbólica de los in-dividuos, la ciudad imaginada, sobrepuesta, soña-da, experimentada. Definitivamente, la conclusión a la que llego al preguntarme qué es una ciudad sería ésta: la respuesta depende de quién formula la pregunta. Después de todo, “la autoría de las re-presentaciones específicamente urbanas responde a la división entre quienes construyen la ciudad y quienes la habitan”.5

El concepto de espacio urbano que se emplea reside en esta idea que acabo de bosquejar. Ambas posturas hacen referencia a dos niveles distintos de un mismo sitio. Por un lado, el lugar y el sitio geométrico expresan el espacio físico construido, claro y objetivo; y, por otro, el espacio se refiere al carácter vivencial del mismo, al ordenamiento mental del lugar, al ordenamiento social, a la ex-periencia que empapa al transeúnte y que lo lleva a reconfigurar su espacio.6

En esta analogía el espacio apa-rece como aquél en el que referen-tes históricos y sociales confluyen para darle los atributos que resi-den en el imaginario colectivo, de allí que sea vivencial y experimen-

tal, no en un sentido de construcción inmediata, sino en un proceso acumulativo.

El espacio público urbano, en el sentido que se reclama de aquella polis griega, sería aquel “lugar común” tanto física como mentalmente: aquél don-de los lugares comunes del pensamiento (espacio) tienen correlato en la contigüidad física de sus ha-bitantes (lugar).

La ciudad es la calle; es allí donde se da el interjue-go de los distintos actores urbanos, donde los ha-bitantes experimentan la ciudad y al “otro”. Y no se me malinterprete, no quiero decir que la calle sea el único exponente de la vida en la ciudad, pero su observación sí nos puede dar una buena panorámi-ca acerca de las dinámicas urbanas.

A partir de estas ideas me propuse realizar una lectura de las dinámicas sociales que se desenvuel-ven en Cholula, a través del conjunto de espacios que conforman el actual zócalo de la ciudad. Di-5 Natalia Milanesio, “La ciudad como representación”, en Anuario de es-

pacios urbanos, Georg Leidenberger (ed.), México: Universidad Autónoma Metropolitana, 2001, p. 26.6 Maurice Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción, Barcelona: Península, 1975. 7 Natalia Milanesio, op. cit., p. 26.

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El imaginario urbano […] remite […] a un aspecto básica-mente material como es la espacialidad. Lo que define al imaginario urbano no es otra cosa que la representación y consiguiente construcción de sentido que tiene como objeto la apropiación simbólica del espacio de la ciudad.7

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ciones de los usuarios del espacio; utilizando este planteamiento como puente para volver al escena-rio regional y de esa manera explicar dinámicas que no son propias de la ciudad, sino particularidades de procesos mucho más amplios. La perspectiva re-gional aparece como importante para mostrar más allá de la localidad, la profundidad de la ciudad: sus relaciones con otras localidades en un entramado mucho mayor, y las implicaciones de su conurba-ción con una ciudad que aspira a ser una metrópoli en veinte años —según lo contempla el plan Pue-bla 2032.

Retomo las posturas teóricas del “sistema mun-do”, incorporando a las ciudades en un complejo tejido de redes de intercambio económico a esca-la mundial en una relación desigual entre centro y periferia. La ciudad hoy día está entrecruzada por factores externos que la determinan constan-temente: migración, procesos económicos e inclu-so políticos. Las urbes no son enclaves únicos e inalcanzables, sino más bien piezas dentro de un rompecabezas que se interconectan e interrelacio-nan; de ahí que los procesos económicos, políticos, sociales y ambientales, aunque distantes, desem-peñen un papel importante en el desarrollo de los asentamientos urbanos de nuestro tiempo. El espa-cio se ve también entrecruzado por proyectos eco-nómicos, políticos y culturales muchas veces pro-movidos por grupos hegemónicos que modifican su estructura.10 Lo público es cada vez más objeto de vigilancia para el Estado. Los intereses econó-

chos procesos antes mencionados bien pueden resumirse en los siguientes: la inminente conurba-ción de Cholula con la capital del estado, Puebla; la reestructuración de la ciudad tanto física, como económica y socialmente; la migración; la transfor-mación de los patrones de uso del espacio; y las po-líticas públicas referentes al uso de la ciudad.

Para esta finalidad cabe traer a cuenta que varios autores8 mencionan la decadencia de los centros his-tóricos en las ciudades latinoamericanas en pos de la formación de múltiples focos de desarrollo y creci-miento. Lo cual ocurre desde tiempos coloniales.

La plaza hispanoamericana ha sido identificada como un espacio público preeminente, fuente y símbolo de poder cívico, con una larga tradición como centro cultural de la ciudad. En su interior y alrededores se localizan los jardines y edificios más básicos para la vida social de la comunidad: la iglesia, representando el poder religioso, y los edificios gubernamentales, representando el poder político. Tradicionalmente, el comercio estaba separado en otra área céntrica, donde tenían lugar las transaccio-nes impersonales; sin embargo, con el tiempo los bancos y negocios, así como los teatros y restoranes, han rodeado finalmente la plaza.9

Así pues, me propuse indagar las dinámicas que in-fluían en la transformación del espacio público y la manera en que repercutían en los usos y concep-

8 Florencia Quesada Avendaño, Imaginarios urbanos, espacio público y ciudad en América Latina, en http://www.oei.es/pensariberoamerica/ri-c08a03.htm, 2006. Jordi Borja, “Ciudadanía y globalización”, en Reforma y Democracia, núm. 22, Caracas: CLAD, 2002; Richard Sennett, El declive del hombre público, Barcelona: Anagrama, 1995.9 Setha Low, “Transformaciones del espacio público en la ciudad latinoa-mericana: cambios espaciales y prácticas sociales”, en Bifurcaciones, 2005, http://www.bifurcaciones.cl/005/Low.htm#titulo.

10 Emilio Duhau y Ángela Giglia, Las reglas del desorden, México: UAM, 2008.

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micos y políticos son elementos centrales en la reestructuración del espacio; y uno se pregunta: ¿espacios públicos para qué y para quién?

¿Hasta qué punto las políti-cas públicas y económicas di-señadas por el Estado para una ciudad repercuten en sus espa-cios?, ¿de qué forma influye en la vivencia del espacio?, ¿quiénes tienen acceso a él y de qué forma?

En esta vivencia del espacio se construye lo co-tidiano. Las dinámicas cobran vida y la ciudad se mueve. Sin embargo, su movimiento no es errático ni caótico. La ciudad tiene un orden, a veces poco claro, por medio del cual funciona, aunque no lo parezca.

Un acercamiento teóricoen torno al espacio urbano

Siguiendo algunas de las disciplinas que se han dado a la tarea de aprehender el estudio de las ciudades, como la antropología y el diseño urbano, perfilo este espacio como un lugar dado y claramente construi-do que facilita o disminuye la capacidad de la crea-ción de una imagen urbana en el imaginario colectivo de los usuarios, con base en características espacia-les y arquitectónicas, como lo propusieran Lynch11 y Albers.12 Sin embargo, se desestructura para re-

Lo público es cada vez más objeto de vigilancia para el Estado. Los intereses económicos y políticos son elementos centrales en la reestructuración del espacio; y uno se pregunta: ¿espacios públicos para qué y para quién?

11 David Lynch, The image of the city, Massachusetts: The MIT Press, 1960.12 Josef Albers, La interacción del color, Madrid: Alianza Editorial, 1975.

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Esta propuesta me permite dar cuenta del proceso simbólico de la representación del es-pacio y la ciudad, pero por otro lado me aleja de mi objeto real de estudio, puesto que la ex-

periencia del espacio urbano que describe y ana-liza Delgado está desprovista totalmente de un contexto socio-histórico y socio-espacial preciso; en la abstracción de su propuesta no da cuenta que habla de formas específicas —las europeas— de ciudad y sociedad.

Tomando como premisa que los espacios públi-cos urbanos promotores y reproductores de proce-sos de socialización y de construcción de ciudada-nía completamente abiertos no existen, y asimismo que no existe un espacio público absolutamente libre, planteo que estos espacios no sólo expresan una buena parte de la urbanidad sino que también son objeto de distintas expresiones de las dinámi-cas de poder.

El espacio físico urbano permite al individuo tanto el acceso visual (posibilidad de experimen-tar el entorno inmediato), como la exposición vi-sual (posibilidad de exponerse a la vista de otros). En este mismo sentido retomamos la postura de Michel Foucault, quien en su obra Vigilar y cas-tigar,16 muestra cómo una adecuada tecnología

construirse en la vivencia y percepción que obtienen de él sus habitantes. Tal como lo propusiese en un interesante trabajo sobre la ciudad y su condición espacial, el francés Merleau-Ponty13 sugiere la ana-logía lugar geométrico/lugar antropológico para diluci-dar una diferenciación entre los espacios físicos y los espacios mentales o simbólicos. Dicha analogía sería después retomada por De Certeau (quien la caracterizó en una analogía lugar/espacio) y años más tarde postulada de vuelta por Augé, a partir de la cual establece las características antropológicas del no lugar, “un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como his-tórico”.14 Delgado15 propone que los espacios públi-cos son el principal generador de lo que podríamos delimitar como lo urbano, entendido como el tipo de dinámicas y relaciones específicas que los habitan-tes construyen en el marco de un territorio simbóli-co denominado ciudad. En su propuesta plantea un énfasis en lo fluido, lo móvil y lo plural que caracteriza, según su postura, la experiencia del espacio público en la ciudad contemporánea.

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16 Michel Foucault, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, Barcelona: Siglo XXI, 2001.

13 Maurice Merleau-Ponty, op. cit.14 Marc Augé, Los no lugares, España: Gedisa, 2005, p. 83.15 Manuel Delgado, op. cit.

La ciudad como la entiendo tiene varios niveles que se relacionan: es concentración de población y es a la vez cultura. Pero es también lugar de poder, de la política como organización y representación de la sociedad, lugar donde se expresan los grupos de poder, los dominados, los marginados y los conflictos.

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del saber aplicada al espacio puede ser utilizada como forma de poder, dominación y control. La referencia al panóptico deviene un paradigma de la aplicación de las ideas de exposición y acceso visuales al servicio del poder. El panóptico, pues, refleja de manera extrema los principios de acceso y exposición, es decir, mínimo acceso y máxima exposición. Este sistema como forma de control y poder puede resultar desfasado, decimonónico y hasta absurdo. Sin embargo, lejos de haberse pres-crito, se encuentra presente y además justificado bajo el mismo principio que entonces: garantizar el orden público. Un ejemplo mordaz son las cá-maras de video situadas estratégicamente en las calles. El efecto se encuentra así plenamente vi-gente: “inducir un estado consciente y permanen-te de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder”.17

A partir de estas posturas, la ciudad como la en-tiendo tiene varios niveles que se relacionan: es con-centración de población y es a la vez cultura. Pero es también lugar de poder, de la política como organi-zación y representación de la sociedad, lugar donde se expresan los grupos de poder, los dominados, los marginados y los conflictos. La ciudad como espacio urbano no es solamente representación, sino tam-bién escenario del cambio socio-político.

Otra de las dimensiones del poder en el espa-cio es el acceso a dichos lugares; el reordenamiento espacial de las ciudades obedece a dinámicas muy específicas, aplicadas por grupos hegemónicos. Así lo muestra Berman a través de un ilustrativo pa-saje en el que hace referencia a la reforma urbana de París hecha por Hausmann, que drásticamente alteró la geografía social de la ciudad. Los pobres, que no recibieron ninguna de las bendiciones que Haussmann prometió a la burguesía que llegarían a través de los bulevares, hallaron sus barrios de-

molidos y fueron obligados por el gobierno a mu-darse a las afueras de la ciudad. Marshall Berman encuentra una referencia clara al poder hegemóni-co en este hecho: “Haussmann, al destruir los viejos barrios medievales [ubicados en el centro de Pa-rís],18 rompió […] el mundo herméticamente sella-do y autoexcluido de la pobreza tradicional urbana […] Los bulevares de Haussmann transformaron lo exótico en inmediato; la miseria, que había sido un misterio, es ahora un hecho”.19

De este modo, el surgimiento de un cierto orden espacial, o dicho de manera más general, un orden urbano, ya sea por la influencia de las nuevas clases medias o como producto de reformas urbanas decididas desde arri-ba, no fue el resultado de la voluntad de crear un espacio público democrático sino de la voluntad de producir un cierto orden encaminado a constreñir a las clases subalternas.

En relación con lo anterior, el discurso de De Certeau es paralelo al de Foucault. Junto a él sostiene que el espacio es siempre expresión de relaciones de poder y de do-minación por parte de los discursos hegemónicos, pero cuestionando las conclusiones de este último. Sostiene que en cualquier espacio, sus usos y condi-ciones son discutidos por los discursos subordina-dos, lo han sido en el pasado y lo serán en el futuro.

De Certeau expresa la misma preocupación de Foucault hacia las formas microscópicas que organi-zan a la sociedad,20 pero mientras la reflexión de éste se centra en la dimensión mínima del poder, De Cer-

17 Idem, p. 204.

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18 Nota del autor que presenta este trabajo.19 Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire, Madrid: Siglo XXI, 1997, p. 127. 20 De Certeau, Michel, La invención de lo cotidiano, Barcelona: Siglo XXI, 1992.

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te en cuanto al futuro del espacio público en las ciudades latinoamericanas, pero a través de

este apartado final quiero abrir la perspectiva ha-cia una visión un tanto más optimista.

Primero que nada, quiero resaltar la noción de cultura que he manejado, no explícitamente, a tra-vés de este ensayo. La concepción de cultura que se resalta en este punto reside justamente en tér-minos de heterogeneidades y conflictos, no tanto de homogeneidades y consensos. Entiendo la cul-tura no como un todo indiferenciado que se esta-blece por consenso en la sociedad, sino más bien una pugna por la construcción de significados que dan sustento a las acciones sociales. Así pues, que-da implícito también que la cultura no es perpetua, sino que se encuentra dispuesta al cambio por me-dio de la confrontación. La comunidad nunca es un todo indiferenciado y sus productos culturales, en cuestión de lo imaginario, o de cualquier otro tipo, están más signados por la diferencia y la división que por la homogeneidad.

De este supuesto parto para hacer la asevera-ción de que las distintas apropiaciones del espacio no deben entenderse en términos de una compe-tencia entre dos proyectos alternativos, sino como el resultado de interacciones sociales que ocurren en el espacio vivido y que pueden dar lugar a diver-sos significados y propósitos.

El imaginario tiene una relación directa con la práctica social como actividad y resultado de los comportamientos colectivos. Aquí encontramos entonces el sustrato del concepto de realidad: una articulación lógica entre práctica social y cultural por un lado, y la representación simbólica del acto. Es entonces necesario privilegiar las relaciones so-

teau se aboca a la dimensión mínima de la resis-tencia, la cual está presente en todo contexto social y por ende en todo espacio. De Certeau argumenta:

Si es cierto que la malla disciplinaria se hace en todas par-tes más clara y extensa, es entonces más urgente descu-brir cómo la sociedad en su conjunto resiste, qué proce-dimientos populares (también minúsculos y cotidianos) manipulan los mecanismos de la disciplina para ajustarse a ellos y al mismo tiempo evadirlos, y finalmente qué for-mas de operar utiliza la contraparte, los consumidores en el silencioso procedimiento de configurar un orden so-cioeconómico.

Estas formas de operar constituyen las innumerables prácticas a través de las cuales los usuarios se reapropian del espacio organizado por la producción cultural.21

Dicho argumento choca con una de las premisas centrales del discurso de Foucault, para quien el poder viene de todas partes.

En términos espaciales, esta argumentación se traduce en una constatación del poder de los ciu-dadanos en cualquier situación social y estructural para transformar críticamente los usos y significa-dos del espacio propuestos por los productores. El argumento de De Certeau constata la existencia de prácticas alternativas, pero ciertamente les pone límite, así como también a la diversidad de usos que puede adoptar el espacio.

El futuro del espacio urbano en Latinoamérica

Es verdad que en cierto punto la perspectiva que abordamos cobra un tono por demás desilusionan-

21 De Certau, op. cit., p. 162.

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ciales como un elemento organizador clave del espacio urbano para su estudio; en la medida en que los espacios se transforman y cambian su localización relativa en la ciudad, se asiste claramente a cambios en las prácticas socio- espaciales.

Ciertamente, la com-plejidad social de las ciudades modernas conduce a que numerosos grupos con diversas motivaciones y necesidades espa-ciales deban coexistir, convivir y compartir el espacio urbano. Es precisamente esta diversidad la que hace de este espacio un entor-no altamente dinámico, vivo, plu-rifuncional y fascinante. Pero tam-bién, a menudo, un lugar donde el conflicto de intereses y actividades se refleja bajo manifestaciones más o menos explícitas, donde las di-versas interpretaciones del entor-no, las diversas manifestaciones te-rritoriales, los diversos significados ambientales entran en competen-cia. El espacio público es radical-mente un espacio para todos, pero el significado espacial es radical-mente idiosincrático de las perso-nas y grupos que se relacionan con

él. Y, obviamente, no todas las personas y grupos interpretan de igual forma el espacio urbano.

Múltiples iniciativas e innovaciones de diversos actores privados, desde los grandes desarrollado-res inmobiliarios hasta los comerciantes en la vía pública y las organizaciones civiles, frente a un sector público débil, se difundieron rápidamente, imponiendo sus propias reglas de uso, apropiación y organización del espacio. A partir de este hecho surgen los conflictos derivados de la reestructura-ción de la ciudad.

Aunque en este ensayo me enfoqué en las prác-ticas sociales de apropiación de los espacios, és-tas de ninguna manera son las únicas productoras del espacio urbano. Los centros históricos, luego de haber sido creados por las políticas públicas, llegaron a construir el producto sintético de un sistema de fuerzas sociales que incluye los usos, prácticas y representaciones de distintos actores colectivos. En esta perspectiva la reapropiación es un elemento más en este sistema productor del es-pacio humanizado.

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