La Clase Social y Su Recusación Etnográfica Revisado

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Etno gral lasCo ntemporá neas 1 1 117-138 L L SE SO I L Y SU RE US iÓN ETNOGRÁFI laudia  onseca  i propuesta en este artículo es fruto de una doble preocupación. Por un lado, l que emite a una antropología qu e se define por el método etnográfico y p o r otro lado la d e un enfoque analítico que pone a la clase como categoría de relevancia fundamental para l comprensn de l sociedad contemporánea, al lado de género, generación, etnia  nación Esta formulación del problema surge d e una cierta incomodidad por lo que percibo com un silencio o, por lo menos, un murmullo mal articulado e n el campo del análisis antropológico actual donde e n fuerte contraste con otras áreas temá[jcas, las investigaciones orientadas po r el recorte de clase han quedado pulverizadas. Esto último es preo- cupante en l medida en que la perspectiva etnográfica aporta a l dis- cusión de l s sociedades contemporáneas una contribución singular, l tenrativa de entender otros modo de vida a través d e  subjetividad del investigador  su confrontación con lo d ferente como instrumento principal de conocimiento. En estos términos, l negación etnográfica de l clase iguala, suprime la diferencia,  l proscribir ciertos grupos o categorías del campo de análisis o  l definir su cosmovisión como des- provista de cualquieroriginalidad y po r lo tanto pasible d e  aplicación de conceptos preestablecidos, previos a  o directamente sin l investi- gación d e campo Enrre los antropólogos las consideraciones sobre clase se desarrollan bajo diferentes formas, en los estudios de otras áreas tem ticas género, et- nicidad, religión, etcétera .  so s estudios se enriquecen  ganan en su Profesora del Pograma d e Pos Graduar:ao e m Antropología Social de la Universidade Federal do Rio  r nde do Sul Entre suspublic ciones se encuentran los libros Caminhos  y Família fofoca e honra: a emogr fi d e violencia e relar: es d e genero e m grupos populares 1 1 7

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Discusión sobre la categoría de clase en el estudio antropológico y etnográfico de los mundos populares

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EtnograllasContemporáneas 1 1 117-138

L

L SE

SO I L YSU RE US iÓN ETNOGRÁFI

laudia

 onseca

  i

propuesta en este artículo

es

fruto de una doble preocupación. Por

un lado,

l

que remite a una antropología

que

se define por

el

método

etnográfico y por otro lado la de

un

enfoque analítico que pone a la

clase como categoría de relevancia fundamental para

l

comprensión de

l

sociedad contemporánea, al lado de género, generación, etnia

 

nación Esta formulación del problema surge de una cierta incomodidad

por lo que percibo como un silencio o, por lo menos, un murmullo mal

articulado en

el campo del análisis

antropológico

actual donde

en

fuerte contraste con otras áreas temá[jcas, las investigaciones orientadas

por

el

recorte de clase han quedado pulverizadas. Esto último

es

preo-

cupante en

l

medida en que la perspectiva etnográfica aporta a

l

dis-

cusión de l s sociedades contemporáneas una contribución singular,

l

tenrativa de entender otros modos de vida a través de   subjetividad del

investigador

  su

confrontación con lo

d ferente

como instrumento

principal de conocimiento. En estos términos,

l

negación etnográfica

de

l

clase iguala, suprime la diferencia,

 l

proscribir ciertos grupos o

categorías del campo de análisis o

 l

definir

su

cosmovisión como des-

provista

de

cualquier originalidad

y

por

lo tanto pasible

de

 

aplicación

de conceptos preestablecidos, previos a

 o

directamente sin

l

investi-

gación de campo

Enrre los antropólogos las consideraciones sobre clase se desarrollan bajo

diferentes formas, en

los

estudios de otras áreas temáticas género, et-

nicidad, religión, etcétera .

 sos

estudios se enriquecen   ganan en

su

Profesora del Pograma de Pos Graduar:ao em Antropología Social de la

Universidade Federal do Rio

 r nde

do Sul Entre

sus public ciones

se

encuentran los libros Caminhos

 

y Família fofoca e honra:

a emogr fi de violencia e relar: es de genero em grupos populares

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rileza

por

la

incorporación del

factor clase

pero mamienen

el norte

definido en

función

de sus

respectivas áreas. Son raros los

antropólogos

que

centran

sus análisis en el recorte ele clase Los que   hacen

tien-

den a

apoyarse

en conceptos

y

abordajes analíticos desarrollados en las

disciplinas

menos etnográficas

 sociología

y

ciencia

política .

Se

inspi-

ran, también, en

los sugerentes

paradigmas desarrollados para

el estu-

dio

antropológico

de los

recortes

de raza,

etnia, género,

etcétera. Sin

embargo, al contrario de sus colegas de ot[as áreas, rarameme

se

definen

en función de Su

objeto

y, en general, no traban discusiones entre ellos

ni l legan a formar

escuelas.

De este modo, el estudio antropológico de

clase,

en cuanto

área temática,

prácticamente desaparece elel

mapa.

 n Brasil, encontramos

algunas notables excepciones

a esta

tendencia.

Creo,

por

ejemplo,

que

en

el

medio

urbano, investigadores inspirados

en

la

reflexión

de

Gilberto Velho

 1981,1994

ocupados

generalmente

en

las capas

medias han formado últimamente una escuela de pen-

samiento importante.

En

la actualidad, estudiantes

de esa línea, a

base

de

sólida etnografía,

se concentran en

los llamados brokers

personas que

viven

en

el

margen,

sirviendo como mediadores entre

un

grupo y

otro

 ver,

por ejemplo,

Velho

y

Kuschnir, 2001 . Está implícito,

en

el

uso

del

término

mediación,

el

axioma

de que

existen fromeras

simbólicas para

ser negociadas,

incluso de

clase. Sin

embargo,

cuando se trata

de

suje-

tos

de

origen modesto,

tiende

a

ponerse

el

énfasis en

las trayectorias

individu es

 de

algún

músico

o artista

popular ,

dejando

la

estructura

de clase como telón de

fondo.

Cuando

el enfoque

se desplaza

hacia

categorías

sociales

 empleadas domésticas y

sus

patronas, por ejemplo

el

punto de

vista

del

análisis

favorece

el territorio

de

los

dominantes, es

decir,

la

casa

de

las patronas.

ASÍ, no obstante

sus valiosas

contribuciones

a

la

reflexión

antropológica, la

preocupación

de

esos

investigadores

no

es,

en general,

el análisis

de

la

mediación

vista

desde

abajo

hacia arriba.

Sin

embargo

existe otra posibilidad:

la de

estudiar el tema

desplazando

el foco de análisis hacia el territorio de las escalas inferiores de la sociedad

de

clase.

Aunque

tal

perspectiva

haya

sido aplicada en

relación a

otros

tiempos y otros

lugares, me

parece que en la actualidad está poco tra-

bajada.  a falta de

articulación y

el

escaso

impacto

político

de los estu-

dios etnográficos

que

siguen esta

línea

dejan

un

vacío

que resulta

cubierto por

visiones menos sofisticadas, que encuentran sospechosa

la

aplicación de nociones antropológicas

a

la sociedad

de

clases  por

ejemplo, la

hipÓtesis

de universos

simbólicos

variantes y que

llegan a

negar

enteramente

esa posibilidad en

el

caso

ele

grupos

subalternos.

 n

este

artículo

quiero observar

más

de

cerca

algunos

de

los

argumen-

tos que, en los hechos, reniegan de la

perspectiva etnográfica

aplicada

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a los

grupos

populares de

l sociedad

contemporánea. Está implícita

en

mi

perspectiva l importancia de

 trabajar

en

los

márgenes ,

flujos

y en-

tre-lugares

para

evitar

l

reificación de este objeto Pero,

también

tengo

en cuenta

l

posibilidad

de

l

existencia

de

especificidades en

las ma-

trices

simbólicas de

los

grupos subalternos, especificidades que sólo

el

método etnográfico, con su énfasis en l experiencia vivida, consigue dis-

cernir. Esta propuesta

se

remite a

una

tradición que considera que

l

carac-

terística

del

análisis

etnográfico

es el hallazgo de

elementos que

sorprenden l

lógica

dominante

o el

sentido

común.

Autores

en

esta línea

(Bourdieu,

1992;

Williams;

1977; Sean, 1992;

Geertz,

1999)

acogen con

escepticismo

el

argumento de que no

existe

nada nativo que no sea

ex-

plicado por

l

influencia de las fuerzas dominantes  o, si existe, cierta-

mente no

es

digno de l atención de los investigadores). Trabajan, al

contrario, en el espíritu

de

lo

afirmado

por

Ortner que,

en

respuesta

a

ese

argumento, sugiere

que los antropólogos deben,

en

todo caso, man-

tener

l

hipótesis

de

algo

no

explicado inmediatamente por ese

impacto.

 La

tenta(iva

de ver otros sistemas de abajo

hacia arriba

 from t egroulld

leve/

es

l base,

tal

vez l

única

base, de

la

contribución

dis(inliva

de

 

antropología

a las

ciencias

humanas.  s nuestra capacidad, elaborada en

gran medida por

la

investigación de campo, de asumir

la

perspectiva

del

pueblo en

el litoral

 

que nos permite aprender cualquier

cosa

 inclu-

so

en nuestra propia cuhura) además de aquello que ya sabenlOs

COnner, 1994: 388,

traducción

del inglés al

portugués

por la

amora).

 n

Brasil, para

sostener

esta posición,

encontramos elementos en

los

de-

bates de otra

área

temática de

l antropología,

aparentemente muy le-

jana al

área urbana:

l de las sociedades indígenas.

 n

ese

terreno,

Viveiros

de

Castro

 999),

al tratar

l

vida social y

simbólica de

los

pueblos amazónicos, es criticado por no centrar sus análisis en l influen-

cia de la sociedad dominante brasilei ia.

Como respuesta, inspirado

por

Florestan

Fernandes, sugiere

que

su

abordaje,

al

mismo

tiempo

que

no

tiene

pretensión de ser

el

único

adecuado, tiene l

ventaja

de provocar

 un giro de perspectiva

en

relación

con

los

modelos

analíticos usuales,

un giro

de perspectiva que permite encarar

los

mismos procesos

des-

ele

el

ángulo ele

los factores

dinámicos

que operan a partir de las insti-

tuciones y organizaciones sociales indígenas .

 n ese esquema

l situación

colonial

es sólo  un contexto

de realización entre otros 0999, 115). Y

continúa:

 Es

obvio

que se puede

estudiar

a los

indios

desde

otras

perspectivas;

la

antropología no tiene derechos de

exclusividad

sobre

ésta o

cualquier otra

parte

de la

humanidad.

 l problema

comienza

sólo cuando se pre tende

sustituir

globalmente el abordaje distintivo

y la

agenda variada de

la

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etnología por una doctrina monolítica que toma

el

 contacto

interétnico

como piedra filosofai de

ia

discipiina (1999,115-116).

Salvaguardando

las inmensas

diferencias

entre las sociedades

indígenas

y

los

grupos

populares urbanos, me gustaría sugerir

que

los investigadores

de ambos

grupos enfrentan

persistentes demandas de analizar sus daros

empiricos en términos del impacto de la sociedad dominante y, al no acep-

tar ese

objetivo como

el

principal

o el excluyente reciben el more

de

 cul-

turalistas . Esa especie de censura

que

ya

pesa

en otras

áreas

temáticas

(ver Ortner, 1997),

encuentra

su apogeo en

la

discusión sobre grupos po-

pulares, amordazando, de cierta forma, la ponderación etnográfica en ese

campo.

 a

tensión

entre

los

antropólogos clásicos

 los

que

buscan algo

tan

i lusorio como

la visión nativa

del

mundo y lo que

  iveiros de

  as

tro llama los contactualistas (los que enfatiü 1n las fuerzas de dominación

e

integración)

refleja un debate académico de gran valor. Sin embargo,

este debate se contamina fácilmente por lo

que

Bourdieu  I992) llama

sociología

espontánea, estereotipos y preocupaciones surgidos del

sen-

ticlo común sobre la supuesta pureza de los rústicos intocados por la ci-

vilización  indios, campesinos, remanentes

de quilombos

en contraste

con la

miseria social

y

moral de

la

ralea o los degenerados. Los

grupos

populares

urbanos,

en

general, al no

parecer puros en

absoluro,

podrían

clasificarse fácilmente

del

lado de los degenerados.  a hiposlIficiencia

cultural así como

la

carencia afectiva, moral y cultural constan

entre

las

acusaciones

aplicadas igualmente

a

pueblos

indígenas

corrompidos

por

la

sociedad de

consumo y

pobres

urbanos.

Frente

a ese cuadro, hablar

de  ultur entre los variados grupos

ele bajos

ingresos sirve como con-

trapeso a la tendencia a estereotipar ese

sector

de la población como

perteneciente a un nivel precultural de existencia.

 s de fundamental importancia recordar que nuestras investigaciones (por

lo menos, buena parte de

ellas)

están dirigidas simultáneamente hacia

dos

auditorios, el

académico y

el lego,

de

forma

que

las

consideraciones

intelectuales

y

teóricas

se

confunden

inevitablemente con inquietudes

políticas.  as energías

consumidas en

torno del primer eje son de un gran

provecho.  as acusaciones, por ejemplo, en cuanto a la reificación

de

nuestro

objeto

han impulsado un saludable

interés

por la sllbaltern

pr ti e theory y otros abordajes procesualistas  Connell, 1987; Ortner,

1996).

 l

eje

político

que

se

lOma

más evidente en

las

llamadas

investi-

gaciones aplicadas también ofrece desafíos estimulantes

para

el inves-

tigador. No obstante, en el encuentro con sectores extra-académicos no

siempre es fácil resistir la tent.ación de adherir a las actitudes típicas del

sentido común que empobrecen

la investigación. Como

producto de

las

tendencias

internas

de

la

academia,

como

de

este

encuentro

con

el

público surgen actitudes que, a mi

modo

de ver, dificultan

el

estudio etno-

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gráfico

realizado

con grupos

urbanos de bajos

ingresos, 1)

No debería

haber pobres; 2) si existen

pobres,

el trabajo del investigador debería di-

rigirse exclusivamente   remediar su situación hacerlos ricos y 3 si no

es posible mejorar su situación, sólo le cabría al investigador denunciar

su

explotación por

pane

ele

la

sociedad dominante.

No debería haber

pobres

En primer lugar, deberían

considerarse

las

palabras

que son

usadas

para

describir   los sectores más bajos de l jerarquía social.  n los

últimos

tiempos, se ha

puesto

el acento

en

el término

excluidos

enfatizando el

tratamiento

discriminatorio que

los

sectores dominantes

les

reservan

a

aquellos. Sin

pretender

cuestionar la

importancia

de estudiar los meca-

nismos de discriminación, quisiera decir que ese término rae inserta cier-

ta

trampa. En

la

lógica

de

algunos

militantes,

se

desliza sutilmente

la

idea

de que la

exclusión no

debería existir

y de que

no debería haber

excluidos

 y, por extensión,

pobres .

De allí hay un paso muy corto hacia

la

con-

vicción de que

la

vida de

esas

personas está

desprovista

de interés, 10

que justifica la negligencia con la cual son

tratadas

comúnmente.

La

tendencia

a negar cualquier positividad al modo de vida de la

población

económicamente inferior y

políticamente

débil no

es

mo-

nopolio de

los militantes ni

de

los

brasileños. Ortner

 991 ,

entre

mu-

chos otros,

ha

constatado

la tradicional

aversión que

los

antropólogos

norteamericanos tienen

para con el

tema

de clase, actitud queJoan Vin-

cent expl ica

como un tipo de mistificación inherente a

la

ideología

norteamericana. La existencia de un

subproletariado,

vista desde el pun-

to de vista de esa

autora

como

elemento indispensable de

la

economía

capitalista, sería incompatible con la

creencia generalizada

de que los

diferentes sectores de

la

sociedad viven una integración justa y armoniosa:

 ... una economía capitalista exige la división del trabajo, el desplazamiento

de la mano de obra

y

la existencia de un ejército industrial de reserva,

por ejemplo una

underclass;

la sociedad

capitalista también exige

una

co-

munidad política, la representación de lo real como la

interdependen-

cia armoniosa de sectores especializados de trabajo y encargos recíprocos

de trabajo - y

todo

eso torna la aceptación de una   mderclassideológi-

camente imposible 1993: 216

traducción

elel inglés al portugués por la

autora).

Por

supuesto que

Brasil

no es

los Estados Unidos. Al finalizar la dictadura

militar y con

la

apertura democrática tuvimos, al comenzar los años 1980,

un

período

de

impresionante producción antropológica

sobre

los sectores

desposeídos de la

sociedad,

una

serie

de investigaciones

reunidas

bajo

el

signo de

lo

popular

Los

más

brillantes

estudiantes se dirigieron

a los

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barrios de la periferia urbana

para

estudiar las

dinámicas

culturales

propias de

este

contexto: la música, los circos, los

clubes

de fútbol, la

organización

familiar, las formas de participación política, etcétera. Se -

inspiraron, en gran

parte,

en la escuela

inglesa: los

historiadores

al

estilo

de

E P

Thompson

 998)

 

los

adeptos

a

la

escuela

de

Birmingham. Los

términos

marxistas fuerzas

de producción ,

 capitalismo , clase

obre-

ra )

que

durante la

época de

la dictadura significaban

una postura

políti-

ca

de oposición,

cedieron lugar a

una discusión sobre

lo popu r  la

cultura popular los grupos populares los harrias populares . De ello re-

sultaron innumerables debates

sobre

la

definición

 

las implicaciones del

término ver

Sader  

Paoli,

1986; Duarte   al. 1993;

Schuch) . Sin em-

bargo, justamente cuando una producción antropológica sobre

los gru-

pos populares

en Brasil

pareció levantar

vuelo, los

vientos

intelectuales

y

políticos cambiaron.

En los años 1990, en un clima de

creciente

conciliación entre partidos

políticos

de

derecha

  de

izquierda, así

como ante

el

incentivo dado por

agencias de

Financiamiento

internacional

a la

investigación dedicada

a

problemas de género,

etnia

 

otras instancias

de

identity po/itics  Turner,

1994; Ramos; 1991; Scott, 1992), la

cuestión de clase

y

junto con

ella,

la

de

los grupos populares,

pareció retroceder

a

un

segundo o tercer

plano. Aquellos elen lentos

del

panorama

popular que tienen

claro im-

pacto sobre

la

política institucional tales

como

el

presupuesto

partici·

pativo

O el

Movimento dos

Sem Terra)

aún

suscitaban

el

interés de

investigadores,

pero

salvo raras

excepciones  ver

a Alencar, 2002; Borges,

2003),

la lente

analítica

dejaba de lado la posibilidad de entendimientos

diferentes del proceso

político

que pudieran ser

remitidos,

por

lo

menos

en parte, a la

cuestión de

clase.

Ciertamente

las

investigaciones sobre

género

  etnia aportaron reflexiones

fundamentales

sobre

desigualdad

 

dominación, cubriendo,

incluso, evidentes vacíos

en

las discusiones

clásicas

sobre

clase. Pero, justamente, esas investigaciones que dejan de

lado el sujeto intencional

O

reducen

la

realidad a

la

negociación discursiva

de identidades

 especialmente

las variantes

posestructuralistas), tienden

a

soslayar justamente

el material

más asociado

al

método

etnográfico

 pdcticas   experiencias

compartidas cotidianamente en

el ámbito de un

determinado

modo o

patrón ele

vida).

Las nociones que describen

la

globalización

de ter ritorios marchan junto

a las

que

describen la

fragmentación de la identidad individual frente a la sociedad de consumo.

En este caso, lo popular está subsumido

en

la idea de cultura de masas,

dejando pocas brechas para pensar otras lógicas asentadas en experiencias

concretas

de

vecindad,

por

ejemplo,

donde

la

segregación socio-económi-

ca

es capaz de dictar

gustos

 

estilos

de

vida

particulares

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Algunos investigadores sostienen que lo que cambió es la realidad, que

los grupos populares

no

son más lo

que

eran. Sin

embargo,

es igualmente

posible

que la desaparición de lo popul r refleje un cambio de las for-

mas

de

organización política y

de

las ideologías políticas

que

las acom-

pañan. Durame

los

años

1980,

en

la

época de

efervescencia

de

los

movimientos sociales surgidos para resistir las presiones de

un

estado

ilegítimo, lo popu/arera una referencia

de

buen tono  lo popular

en cuan-

to noción, en cuanto campo ético-político producido por las fuerzas

unidas de los

intelectuales

de izquierda, de los agentes de la Iglesia y

ele las organizaciones

no

gubernamentales   Doimo, 1995; Landim, 2001 .

Ya se comentó

ampliamente cómo,

en

esa

época,

el

exceso discursivo

lle-

vaba a los investigadores a ver la cultura popular inclusive allá donde

no existía. Sin

embargo,

en el actual clima

de

conciliación neoliberal cabe

preguntarse

si los

investigadores no hacen

lo

opuesto,

al

interpretar

el

silencio discursivo

en torno

ele

este tema

como prueba de

la ausencia

de

cualquier realidad distintiva de los sectores populares. ¿Es que esos

se LOres dejaron

de

existir, es

que

esos individuos dejaron

de

compar-

tir experiencias y un

modo particular de

vida

cuando

los sectores

dom-

inantes

redefinieron

el objeto de sus atenciones?, ¿no

es

más probable

que, con la caída del Muro

de

Berlín y el cambio

del

clima político mundi-

al,

se haya

afirmado

la inclinación apumada por Grtner y Vincent de que

simplemente no se ven aquellas dimensiones de la

realidad

que chocan

con la ieleología

hegemónica

Aun cabría preguntarse

sobre

las consecuencias políticas del abandono

del recorte analítico

popular.

Sin duda,

la

investigación

académica de

los

años 1980 ejercía   junto

con

los movimientos

sociales  

las

ONG)

una

cierta influencia sobre la realidad de los grupos a los cuales atribuía el

título

de populares. De la

misma forma

que

el movimiemo

black

is

be utiful agilizó

un cambio retórico

 bl ck

en

lugar

de nigger

tornan-

do

relevante

una categoría estigmatizada, es

posible

que la

sustitución

del

término

pobre por

popul r haya contribuido,

durante algunos

años,

a

una representación

prestigiosa

de

los

pobres urbanos.

¿Entonces,

cuáles

serían

las consecuencias del abandono de este término? En el ám-

bito intelecrual ele hoy, ¿cuál es el

espacio que

se otorga a los individuos

de bajos ingresos que

no

encajan en las categorías políticamente correctas

del

momento

  negro, mujer, niño ... ? ¿En el

panorama contemporáneo

existe

otro término que no sea exclu.idos categoría

definida casi

en-

teramente en

términos

de sus características negativas?

Si

los

pobres existen, nuestra tarea

es

transformarlos

 l

apartarse de

la

hipótesis de dinámicas populares,

los análisis realiza-

dos

en

los últimos tiempos tienden a asociar a la población

de

bajos in-

gresos

con

asuntos

 

problemas particulares:

personas

sin techo,

jóvenes

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en

conflicto

con l

ley, tráfico

de drogas y

otras categorías subsumidas

en

la categoría de violenci urb n De allí

surge

el

segundo

obstácu-

lo

para

el

desarrollo de

una

reflexión etnográfica en torno de

los gru-

pos populares: el ansia

de

intervenir

para

transformarlos.

 n

este

caso

la idea es: si tenemos que reconocer la existencia de los

pobres,

todo lo

que

hacemos en relación con ellos la propia motivación

de

investigación)

debe

ser remediar

su

situación.

Se trata de una preocupación hasta cierto punto válida (que de alguna

forma

nos concierne  

todos

que surge lógicameme en función de l s

innumerables

demandas

hechas

por O G Yagencias del gobierno al in-

vitar al antropólogo a participar de la

consultoría, definición, ejecución

de pol ít icas

de

  sistenci

Ahora bien:

s bemos

que

serí

imposible

hacer abstracción de

l

escandalosa distribución de

l

renta

en

Brasil,

que

condena

a

buena

parte

de l

población a

vivir en

condiciones

de

extrema

pobreza. Sin embargo, sin l preparación

adecuada, el

investigador

cede

fácilmente a las trampas

de l

sociología

espontánea  l

buscar

en

los datos

etnográficos no sólo las soluciones de l miseria sino también,

sus

causas.

Estoy persuadida

de

que existe

una conexión

funesta entre el ansia de

ayudar

y

l

aspiración

de

esrudiar etnográfica

mente

a los

grupos popu-

lares. Hay

un t l

entre

un

análisis que encuentra

en l

política económi-

ca global las causas estructurales de l

desigualdad y

una investigación

etnográfica que toma

como

punto de partida determinados individuos

y

sus sensibilidades. Con

un

eclecticismo

poco convincente,

el

investi

gador denuncia las estructuras capitalistas

como

causa última de la po-

breza al mismo

tiempo que

busca, a

tr vés de

su etnografía, mecanismos

educ tivos

(obstáculos

culrurales a superar,

palancas

a accionar..J, ca-

paces

de

provocar una transformación liberadora

de v lor s

entre los pro-

pios

pobres.

¿Esto no sería imputarle a los hallazgos etnográficos algo

que se

origina

y

se resuelve en un nivel de lo social que

queda

fuera del

foco de la

etnografía

En l mejor de las hipótesis, el investigador busca darle una oportunidad

a aquellos elementos inherentes a

l

cultura local

que

resisten a las fuerzas

de

dominación. Ese

abordaje tiene

el mérito

de poner

a los sujetos es-

tudiados

como

agentes

de su

propia

historia, siendo el investigador un

[ipo

de

auxiliar

en

el

proceso

de

transformación histórica del

grupo.

Sin

embargo,

aún

acechan dos

peligros:

1)

el

de l resisten i reifi d

cuan-

do

se reduce el modo de

vida

de la población estudiada a sus aspectos

reactivos,

ignorando

lo que los Comaroff  1992)

llaman

l

historicidad

endógena de

mundos

locales

y

2) el del

idealismo

romántico

en

el cual,

admitida l posibilidad de algo

 endógeno ,

ese modo de vida

sea

re-

124

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alzado a tal

punto de que no

se divisen

más

los conflictos, las de-

sigualdades O las formas

de

dominación inherentes a las dinámicas in-

ternas del grupo. De una forma u orra, se produce una imagen

caricaturesca del

grupo en

cuestión

que poco contribuye

a

la

 etnografía

densa de la realidad.

Sin embargo, es más

preocupante

el uso del método antropológico

por

cieltos investigadores de áreas

conexas

 selvicio social,

educación

...)

que,

inclusive habiendo trabado

contacto

personal con

sus

n tivos no

con-

siguen ver nada más allá de la miseria.   nuna descripción absolutamente

llana, pero portadora de la autoridad de la investigación llamada etno-

gráfica, se documenta la

carencia

moral

y

espiritual que parece acom-

pañar

fatalmente la carencia material en la

conciencia

del investigador.

Las reiteradas críticas al análisis culturalista ejemplificada

en

la obra

de

Oscar Lewis y su reflexión sobre  la cultura de la pobreza ,

que

ac-

tualmente

parecen  de rigor

en

todo trabajo sobre

pobres,

permanecen

al nivel de la retórica. Las

actitudes

ignor ntes lien d s o  tr s d s

de los pobres son

tácitamente

presentadas como causa principal de su

miseria y con eso, el problem se desplaza

de

la pobreza hacia el po-

bre. Con

un

resultado analítico que difiere

poco

del

amiguo

 ulp r l

víctim

se abre

el

camino

a

programas

de

intervención que, hacen

más

por

disciplinar a las poblaciones

incómodas,

que por

alterar sus condi-

ciones objetivas

de

vida.

De ninguna manera

es

mi

intención

menospreciar los innumerables

programas

de investigación-acción entre poblaciones

pobres.

Enviar

agentes

de

intervención para dialogar frente a frente a su público

de

des-

tino y descubrir elementos inesperados

de

su realidad es una política que,

sin dudas, da resultados positivos. Pero es posible que esos resultados

sean debidos

a

la

transformación

de

la

mentalidad

de

los

propios

téc-

nicos

de

intervención y no a

la de

los

n tivos

 blanco explícito del proyec-

to). En fin, conforme

con

una noción

de

cultura

como

proceso, que

implica constante mutación   negociación de fronteras,

sería

imposible

concebir

un

lado de la intervención separado del otro. Sería aún más pro-

blemático imaginar

cualquier transformación

que no englobase a los di-

versos agentes involucrados. Sin embargo,

parece que

muchas veces los

proyectos de intervención se desarrollan

con ese

espíritu misionero, de

cambio

unilateral la

verdad

llevada por nosotros para ellos), usando

una

versión

pobre

de

la investigación

etnográfica

para legitimar el

esfuerzo.

Si

la

etnografia no sirve para remediar la

situación

del pobre, por

lo menos s irve para denunciarla

Existen etnógrafos

que

postulan causas estructurales para la pobreza,

pero

tienen el

buen tino de

no buscar

la

llave

de la

transformación social en

125

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sus

datos

etnográficos. En ese caso, sin embargo, aún resta una última

trampa.   lconcluir que no

es

posible remediar

la condición

del

pobre

a través

de

estudios etnográficos, el

investigador decide usar

su estudio

para denunciar la miseria. Una vez más: existe cierto mérito en esa

perspectiva.

pues

resaltar los

deterioros inherentes

al

sistema vigente

po-

dría servir como estímulo para encauzar políticas públicas fallidas. Sin

embargo,

mi impresión es

que

eso raramente

ocurre

y que la

denuncia,

ostensiblemente formulada

para

ayudar a

la

causa de los subalternos, con-

tribuye muchas veces a una lectura maniquea de la realidad. Con el mun-

do

dividido entre verdugos malvados y víctimas indefensas, los pobres

explotados

parecen pasivos, apáticos, casi

subhumanos

... a

la espera

de

la emancipación traída desde fuera por

personas

menos embrutecidas.

Se trata, irónicamente, de una

imagen

no muy diferente de la presenta-

da

por

teorías

conservadoras

ya

ampliamente

criticadas.

El

ejemplo

más claro de los peligros de esta perspectiva

se encuentra

en

el trabajo de la antropóloga norteamericana

Nancy

Scheper-Hughes,

abogada de la   investigación militante .

En

un artículo (995), al obser-

var atentamente las manifestaciones

más chocantes de

dos localidades

en las que realizó sus

investigaciones

-la muerte por abandono de

niños

enfermizos en el Nordeste brasileño, el linchamiento   ejecución por fuego

de

jóvenes acusados

de

robo en África

del

Sur-, subraya la manera en

que

ella, literalmente,

ayudó

a salvar

la

vida

de

algunos

de

sus

infor-

mantes. Inclusive, de forma sistemática, ella apunta

con

el dedo del análi-

sis etnográfico a quien sea

culpable ele esas

atrocidades. Así,

la

culpa de

la muerte de los niños brasileños no solamente es atribuida a los médi-

cos de

la

salud pública,

cómplices

del sistema capitalista que

sólo

ad-

ministran tranquilizantes

para

calmar el hambre de los

que

agonizan sino,

también, a las propias

madres

supuestamente lobotomizadas por la mi-

seria. En el

caso

del

linchamiento

de los jóvenes sudafricanos,

apunta

a

la indiferencia de los blancos locales (incluso de los antropólogos), así

como

a

la

crueldad

de

los

hombres

n tivos

En

ese

tipo

de

narrativa, nos

induce

a

reconocer

en

la

antropóloga un

símbolo

de

la sensatez

hu-

manitaria, pero aprendemos

poco

sobre el complejo juego

de

fuerzas  

las variadas sensibilidades que l levaron a

la

situación descripta.

La investigación militante de

Scheper-Hughes

ya fue

ampliamente

criti-

cada tanto en Brasil Sígaud, 1995) como en el exterior (d Andrade, 1995),

lo que nos dispensa de detenernos en ello. Existe, sin embargo,

otro

tipo

de

abordaje etnográfico (también construido en el tono

del que

privi-

legia la

pobreza espectacular)

que goza en este momento de gran po-

pularidad

 

por

tanto

merece

nuestra atención,

el

de

Lo ic

Wacquanr.

Del mismo

modo

que muchos trabajos

de

Scheper-Hughes ver, por ejem-

plo, 1992), las consideraciones de Wacquant sobre el gueto

negro

de

Chicago son,

en ciertos momentos,

de

una

gran riqueza. En artículos de

126

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7/17/2019 La Clase Social y Su Recusación Etnográfica Revisado

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cuño sociológico aporta un

análisis

comparativo

a

la discusión,

al yux-

taponer con gran

provecho

 

cinturón rojo periferia) de

París y el cin-

turÓn negro gueto) de Chicago Wacquant, 2001). En esos análisis, evita

las

aClIsaciones

fáciles contra los culpables locales, optando,

al

contrario,

por la descripción

de

los procesos macroestrucrurales

que

aceitan los

mecanismos de

opresión.

Además,

Wacquant

produjo por lo

menos

un

libro etnográfico

de

gran fuerza, Cuerpo y alma: anotaciones etnográficas

de   aprendiz de boxeo  2001). Lleno de fotos

 de

él, de su entrenador,

de los otros boxeadores del

gimnasio

que él

frecuentaba

en el gueto de

Chicago), el libro parece

dirigido

a un público amplio, posiblemente el

 regalo que él le da a sus informantes, muchos de ellos semi-analfabetos,

para retribuidos

por

su

colaboración.

De este diálogo con sus nativos

Wacquant

produce una etnografía

rica

y

sutil, en

la

que las

interpreta-

ciones

 

la

moda

de

Geertz- no

se apartan

de

los

hechos.

Sin

embar-

go, en los

artículos

que Wacquant

hace

circular en revistas académicas,

en el diálogo con sus pares

vemos un

uso desconcerrante de sus

daros

de campo.  s justamente

el

contraste, entre la gran sensibilidad en

cier-

tas

obras del autor y

los

inexplicables tropiezos

en otras, que

torna la

crítica de

estos textos

tan

productiva

en el

plano didáctico.

Consideremos, por ejemplo,  n mariage dans l ghetto  996). En éste,

el aLltor

presenta

una descripción sensible

y

reveladora de su interacción

con

los

variados

personajes

y

acontecimientos

del escenario.

 l

mismo

tiempo introduce

el material

con

frases que

se deslizan

de

enunciados

fácticos

hacia interpretaciones altamente

valorativas.

De constataciones

sobre el

deterioro

de las

condiciones

económicas de

la población

esta

cionada en el gueto

durante

los

años

1980, el

autor

salta a

pronuncia-

mientos sobre la pobreza

del

universo

social: el  encogimiento de las

personas en  un universo de fachadas y juegos de

espejo

donde cada

uno se

esfuerza

por

mostrar que, diferente

de los

otros , es alguien

que

vale más que

lo

poco que es o lo

poco

que posee

0996,

63 . Según

\Vacquant, los

habitantes

del

gueto,

al satisfacerse

con

 copias

inferiores

de bienes

y ritos de esa

sociedad

que los

rechaza

no osan resistir, pero

 simplemente existen en los términos

que

esa sociedad se los concede

996).

 l artículo termina con una

visita

del autor

al departamento

de un

ami-

go, boxeador

aficionado, recién

casado.

Wacquant dice

estar  alucina-

do por la escena

y

hondamente perturbado por la

 incoherencia

total

de su amigo. Vale la pena considerar los detalles etnográficos que inspiran

tamaña

incomodidad. Luego

de pasar

por

entre medio de

la basura

en

la calle, los graffitis en los

muros

y las rejas

de

hierro

en

las puertas, el

autor

penetra en el

deparramento

de

su amigo

en

donde encuentra:

127

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7/17/2019 La Clase Social y Su Recusación Etnográfica Revisado

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...pafedes

desnudas

una

cama

de

niño

en el suelo I...   ropas dobladas

en el

suelo. colocadas en pequeñas pihls encima

de

sacos

de plástico.

En

el fondo de la sala de visita, los dos niños duermen   en un sofá de es-

puma

bajo una leve

mama 0996:83 .

Incomodado

por

el  mbiente

tropic l

 su anfitrión cal ienta el departa-

mento con

agua calieI1le de la

ducha

ya

que

la calefacción no

funciona)

y el griterío de los niños, \Xfacquant se muestra cada vez más frustrado

a

medida

que

su

amigo se

aparra

ele la

entrevista

planeada y

toma cuen-

ta ele la charla.

Su

anfitrión,

según

el autor,

deriva

en

un

 lOrrenre ver-

bal interrumpido por

c1en10straciones

ele boxeo

y

ele taekwonclo)

alimentado

por

recuerdos

de juventud

y juicios sobre un

amigo

e el

boxeo,

la fábrica Fard, el kara[C, los

jóvenes

de

hoy,

su barrio

,

la cre-

ciente inmoralidad, los estragos de la

droga entre

sus amigos de

cia... Frente a

esa profusión

de informaciones, actitudes y otros elementos

simbólicos, Wacquant

no arriesga

un

análisis.

Ames vuelve, ahora

en

un

registro más personal, al mismo tono calamitoso con el cual abrió el anÍCulo:

 Afectado por tanto tormento mental y sonoro siento al mismo tiempo pe-

na y disgusto.

Dios

mío, mi

Anthony,

tan cariñoso y simpático, ¿cómo acep-

tar verte

condenado

a esa vida

de

nada

 sic

y estallando en tantos

proyectos ilusorios?

V

agotado, desorientado.

horrorizado

f rente a tanto

sufrimiento

e inseguridad 1...1 Wacquant termina la entrevisla en migajas

1996, 84 .

Aquí

encontramos la

denuncia

de una situación considerada por el au-

tor

como

chocante. Sin

embargo, como

en el

artículo

ele

Scheper-Hugh-

es, la denuncia nos enseña más sobre las pre-nociones del autor y su

deseo

ardiente

ele salvar a sus informantes

 o,

por lo

menos

incluirlos

en

el

nivel

de

los humanos

...),

que sobre

las

ambivalencias

y

pondera-

ciones

de

sus

informantes

frente

a los densos procesos sociales

y

políti-

cos

de

su existencia.

El análisis de un segundo artículo escrito

por

Waequam,

y

publicado en

la

 iseri

del  uudo  1999), volumen

organizado

por P

Bourdieu y

con

inmensa circulación, revela perspectivas semejantes a las del

primero.

Se

trata de la

transcripción

y comentarios ele una emrevisla

con

Rickey,

que

nació

y

creció en el

gueto. En

este caso, el autor

orienta

sus

preguntas

casi exclusivamente sobre los aspectos penosos de la vida del informante,

conduciéndolo a la reflexión

sobre

su

familia pobre

su

infancia dura

su

barrio duro asesinatos, peleas y todo lo demás. Enseguida, construye

los contornos de ese

personaje

presentándolo como el prototipo del

 hustler

Imalandrín], una

figu.ra genérica una

especie de

tipo ideal vivo

que ocupa un lugar central en el espacio del gueto negro norteamericano.

128

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¿ uál sería nuestra objeción a

ese

proceder analítico?

El

lector nos recor-

daría, con razón, que

estructurar

el análisis en torno

de

un caso ejem-

plar

es un

artificio clásico del

texto etnográfico

y que, por lo

tanto, no

suscitaría normalmente

grandes objeciones. El

problema es

que,

en el

artículo

de

Wacquant, el

argumento

se desliza sutilmente

e el

malandrín

como

uno

 

los tipos

hacia  l tipo del barrio.

El

autor concluye, a par-

tir de ese relato, que el

guero

posee una lógica propia ... casi

carcelaria

organizada según el

principio de la

guerr e lodos cotllra todos

La

declaración

de

Rickey se

presenta

como una descripción objetiva

de

la

realidad que le permite al autor fundamentar conclusiones sobre las

condiciones

generales

del barrio:

la explotación

generalizada de las

mujeres

por

sus

amigos hombres,

la

rareza

de

verdaderas amistades,

la

poca solidaridad

entre

parientes. No parece haber mucho lugar para am-

bigüedades en

este

mundo del malanelraje que  se opone punto por

pun-

to

al

del trabajo asalariaclo , Es difícil encontrar en ese relato cualquier

perspicacia n tiv que pudiese llevar al auror a revisar

sus

propios

conceptos.

La

agencia está

claramente

del

lado

del investigador que

percibe todo lo que su informante

no

ve. Lo extraño es que, en vez de

l imitarnos a las

palabras

de Rickey, cuando

miramos

hacia los v:uiados

datos

etnográficos presentados

en otro

lugar

por

el

propio autor

 véase,

por ejemplo,

las

diversas

formas

de

sociabilidad

y

solidaridad

en

··Un

mariage elans le gueuo ),

vemos posibilidades

para

una interpretación

muy

diferente.

En los dos artículos analizados aquí, Wacquant comete muchos errores

ya descritos por antropólogos

 y

en otro lugar, por el propio \Vacquant,

2001) en las críticas a

la

literatura

sobre

las underclasses: homogeneiza

la variedad de personas

en

el gueto, pinta sus estrategias como meramente

compensatorias

o

 pobremente

adaptativas

y

privi legia el

recorte

económico como si

la

única preocupación del

pobre

debiera lógicamente

ser la supervivencia   la mejora financiera). Irónicamente, tales inter-

pretaciones

parecen chocar contra

las conclusiones de

la

pequeña

obra

maestra del mismo autor,

Cuerpo

y

alma

Sin embargo,

en

muchos

medios

profesionales se

lisa el trabajo ele Wacquant indiscriminada-

mente

o inclusive haciendo énfasis en los análisis más pobres como pa-

trÓn

ideal ele etnografía

entre pobres

ele la sociedad compleja.

Sería

esclarecedor

hacer una

comparación

elel

trabajo

de

\X acquant

con

la

de Pil. Bourgois

 999)

sobre los

moradores

de otro gueto

norteame-

ricano, en este caso, en Nueva York. Bourgois, a diferencia de \Xlacquant,

aprovecha el torrente verbal

de

uno

de sus

interlocutores  que también

se

atreve a hacerse cargo

de

la entrevista) para, justamente, mostrar la

pluralidad de visiones en el

gueto

y las

ambigüedades

vividas por algunos

129

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moradores. Muestra cómo su informante Ramón, a pesar de traficar

con

drogas, nunca dejó

de

tener un empleo str ight asalariado. Paga impuestos

y

cuando

recibe

la devolución, invierte el

dinero en

la compra de dro-

gas

para

vender. Bourgois, al contrario

de

Wacquant,

en

el corto espa-

cio de ese

artículo

no

se

arriesga

a

analizar

los

valores

de

Ramón. Antes

bien,

se contenta con la descripción

detallada

de la trayectoria de su in-

formante negociaciones con la esposa, contacto con el juez, problemas

de

vivienda, inestabilidad laboral,

ayudas

recibidas

de

la asistencia

pública, etcétera). Por

ese

artificio, el lector es llevado a

sentir

que,

aden-

tro

de

aquel

campo de

posibilidades, Rarnón, a

pesar de duros

esfuer-

zos

y

gran perspicacia, difícilmente alcanzará el éxito  la vida respetable)

que tanto

desea.

En

otras

palabras,

el autor, al llevar al

lector

hacia el

interior

de

la experiencia

de

vida

de

su protagonista, realiza la

denun-

cia

de

las condiciones injustas

que

éste

enfrenta,

sin moralismos. Ramón

aparece como

analista

agudo de

su propia situación, un

agente

históri-

co

que

enfrenta,

a lo largo de su

camino,

obstáculos casi

insuperables.

Los

comentarios ele

Bourgois

no se despegan de

los

datos

etnográficos.

No hay hiatos lógicos en la

conclusión.

La

consideración

de esos

diferentes textos

no

tiene como

objetivo

es-

tablecer una jerarquía

de

autores.

En otros

textos, Wacquant contribuye

a

la

reflexión socio-antropológica

con

intuiciones brillantes. Bourgois,

por su

parte,

ya produjo

textos

tan planos como los de Wacquant co-

mentados aquí

 ver

por ejemplo Bourgois, 2002, así como las críticas ela-

boradas por Semán, 2002). Antes

que

eso estamos intentando ejemplarizar

diferentes estilos

de

análisis

 unos

más y otros

menos

Fieles a

la agen-

da

etnográfica,

con

su forma

particular de

empirismo).

G

Marclls,

en

su

reciente

tratado sobre

los

deseos

políticos elel etnógrafo,

presenta

preo-

cupaciones semejantes a las mías:

 Cierta parcela

de la

etnografía contemporánea está guiada por conceptos

teóricos y

sentimientos

con los cuales

la etnografía

es

incapaz de

lidiar

de

forma

coherente.

El

problema

de

cualquier

etnografía particular

es

enunciado

y

pensado en

términos

que la

etnografía,

como género y

méto-

do,

no

fue tradicionalmente equipada para investigar. O entonces, el et-

nógrafo L ] no hizo el trabajo difícil e incierto

de

tr du cir tr vés de

l investig ción

de campo

los términos teóricos para

un

proyecto

ele

in-

vestigación.

El

resultado es la superficialidad

que

caracteriza a tanta etno-

grafía del

campo

ele los estudios culturales,

y

a decir verclad, caela vez

más,

la del campo ele la etnografía antropológica

también Marcus

1998:18, el

destacado pertenece

a la autora).

Continúa

afirmando

el

autor que

el discurso

de compromiso

moral, hoy

reconocido como parte integrante del

análisis

etnográfico, no debe

 3

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7/17/2019 La Clase Social y Su Recusación Etnográfica Revisado

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jamás servir

como

disculpa por una descripción  rala , una descripción

que hace abstracción

de

la

historia,

que

ignora las

ambigüedades

del sis-

tema o

que

reduce el abanico inmenso de personajes a uno o

dos mode-

los formularios.

La

etnografía

mi ro

debe, sí, llevar a generalizaciones

y,

para

tener

sentido en

 

contexto

contemporáneo,

debe

orientarse

a

los múltiples

nexos

entre lo local

y

lo global. Sin embargo, bajo

pena

de

derivar en una

visión

enl t d

del

sistema

munclial

(evocando, por

ejemplo, un marxismo estereotipado),  los términos del análisis propia-

mente

etnográfico

deben ser contestados y reconstruidos  de abajo

ha-

cia arriba , es

decir,

a

partir de la

experiencia

de la

investigación

Marcus, 1998, 40, traducción del inglés al portugués por

la

autora).

Creo

que

la

gran

popularidad

de

ciert p rcel de l etnogr fí

se debe

en

parte

a las

conclusiones rimbombantes

que suenan

políticamente co-

rrectas. En muchos trabajos supuestamente etnográficos sobre los pobres

la

investigación

encuentra

su justificación en

la

denuncia del estado casi

subhumano

al cllalla sociedad capitalista y consumista redujo a esas per-

sonas. Observando los textos de Wacquant citados aquí, debemos re-

conocer, sin embargo, que tales conclus iones son muchas veces

inadecuadas

en términos metodológicos  ya

que elaboradas independi-

entemente de los

datos

etnográficos)

y

aun dudosas

desde

 

punto

de

vista político.

Si

un

autor encuentra en todo lugar,

de

Nueva York a Chica-

go

y

de

Nicaragua

al Brasil, fuerzas

idénticas

de

dominación,

actuando

como

un  hiper-actor

sobre

víctimas pasivas, podemos

deducir

con bas-

tante tranquilidad

que este autor no está aplicando la mirada

etnográfi-

ca. Pues en ésta, a través

de

los múltiples ajustes

provocados

por el

ejercicio comparativo, los conceptos preestablecidos, tales como  violencia

estructural o neoliberalismo ,

asumen contornos

inesperados,

revelando

la singularidad de

cada contexto (ver

Semán, 2002).

 onsider ciones

fin les

Nuestras reflexiones sugieren que es difícil, sino imposible, organizar una

discusión

sobre

las implicaciones puramente políticas o, al contrario, pu-

ramente académicas)

de

una investigación. Ambas marchan juntas, en jue-

gos variados de interacción. Fue en gran

medida,

que, a final de los años

1980, y debido a las críticas políticas

dentro de

la

disciplina, que se

comenzó a declarar

la

muerle del concepto de cultura. Legado

de

la

época

colonialista,

éste

pecaría de una visión a-histórica de pueblos aislados,

valores homogéneos

y sociedades

equilibradas  ¿quién

no

conoce   li-

breto ).

Ciertamente el

concepto de  ultur que subyace en

la etnografía

de hoy

es muy diferente del de la época de nuestros padres fundadores o, in-

clusive, de lo que fue aplicado originalmente por Geertz. En esos últi-

 

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mas tiempos algunos investigadores hicieron algo más que atravesar

fronteras

para hablar del

otro

Decretaron como sospechosas las nociones

de frontera

 

alteridad.

Asumieron la complejidad de la

realidad con-

temporánea y se empaparon de

los

más variados fenómenos del sistema

mundial. Rompieron con

los

términos del paradigma de una cultura

cerrada reglas, estructuras, códigos y modelos) e instiruyeron en

su

lu-

gar un vocabulario

que

habla

de flujos y

procesos,

de fabricación y ne-

gociación de sentidos. Pasaron a concebir al investigador y lo investigado

como una relación de

este

mundo

 

no en algún espacio místico

 de

cam-

po )

y abrieron la complicidad

entre

sujeto y objeto a sus dimensiones

políticas. Finalmente, incorporaron a la etnografía una epistemología an-

tipositivista que incluye el

posicion amiento

del autor y

su

relación con

los

 variados) lectores como parte integrante

de

la verdad

del texto

 Marcus, 1998; Abu-Lughod, 1999; Ortner, 1999).

Todo esto

en

una

línea

teórica

que se presenta, como en el título de

un

artÍCulo de Abu-Lughod

 1991), contra

la noción

de cultura .

Sin

embargo, quizá

sea

el momento de ir

más

allá

 e los

tÍ[ulos llama-

tivos  e   debate para reconocer que, salvo raras excepciones, ni

los

críticos

más

vocingleros del concepto de cultura recomiendan deshacerse

de la perspectiva nativa arraigada en un trabajo de campo etnográfi-

co

intensivo.

Ya se

trate de Abu-Lughod 1999), que

defiende una

 etno-

grafía de lo particular para entender mejor

el

impacto de

las

telenovelas

producidas en

  leairo

en

la vida

de

las

egipcias del

interior del país, o

de

Marcus 1998)

que propone

una etnografía multisituada

para dar

cuen-

ta

del lugar del rey en el minúsculo país oceánico de Tonga,

los

grandes

profesionales hoy se lamentan no del exceso, sino de la escasez de des-

cripción densa.  o critican la hipótesis de la diferencia en

sí,

sino la sim-

plificación de esa hipótesis y su traducción en la dicotomía reificante:

 nosotros investigadores modernos) versus ellos nativos tradi-

cionales). Al cubrir los vacíos y al atravesar las fronteras ¿ilusorias? o

por el contrario, ¿omnipresentes?), tenemos ahora dialogia, reflexividad

y experiencia.

  P

Thompson

 1998) apona esta línea de reflexión que incorpora

la

ma-

teria prima de la experiencia de vida para

los

grupos populares. Aunque

haya trabajado principalmente con fuentes históricas, sus reflexiones

so

bre

la

cultura

plebeya de la Inglaterra

decimonónica han

inspirado a al-

gunos antropólogos contemporáneos que buscan incorporar el conflicto

al

mismo tiempo que escapan de una visión

esencialista

en el estudio

de

grupos

subordinados. Thompson dice

que él:

 r ] dudaría

antes

de describir

esa

cultura plebeya como una cultura de

clase

en

el sentido

en que

se

puede hablar

de una

cultura

de clase tra-

132

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bajadora en el siglo XIX en el cual los niños eran socializados en un sis-

tema de valores con códigos de clase diferentes. Pero no se puede com-

prender esa cuilura, en términos

de experiencia, en su resistencia a la

homilía religiosa, en

su

burla picaresca de

las

prudentes virtudes burguesas.

en su preslO recurso del desorden

y

en

sus actitudes irónicas con

la

ley.

a menos que se emplee

el

concepto de los antagonismos. ajustes y a ve-

ces) reconciliaciones dialécticas

de

clase 0998: 69).

Grimsoll 2004) suministra otro ejemplo

de

ese

paradigma

al

proponer

una  concepción experiencialista , no

de

lIna

clase

sino

de la

propia

nación. Procurando evitar los extremos del esencialismo clásico   del cons-

tructivismo posmoderno, su análisis

elel

caso argentino pasa por

la

 se-

dimentación de una

experiencia

histórica que incluye, entre otras cosas,

la

hiperinflación  

el

genocidio

de

las

dictaduras.

Irónicamente,

a

pesar

de

tratarse

de

experiencias

negativas

que minaron

la

legitimidad políti-

ca y

económica

del Estado, contribuyeron a

la

identificación de

la

nación. Según

Grimson.

 La paradoja es que justamente un conjunto

de

personas que comparten

básicamente experiencias disgregadoras tienen en común haber vivido

esos procesos y estar atravesados por ellos Grimson, 2004).

Trasponer esta perspecliva en el eswdio de grupos populares contem-

poráneos apunta a las in1plicaciones ele vivencias particulares. Pueele ser

que los habitantes de los morros, villas   periferias de las grandes ciu-

clades reciban muchas

de

las mismas influencias que sus contemporáneos

más ricos la televisión   en particular, la red Globo son las que más se

citan). ¿Pero quién podría pretender que tienen las mismas experiencias

cotidianas, los mismos horarios para comer, los mismos recursos para com-

batir el frío del invierno, el mismo dormitorio, el mismo éxito en la es-

cuela,

la

misma relación con la policía  

?

Justamente,

son

esas experiencias

cotidianas  muchas de ellas

no

tan positivas) las que capta el método etno-

gráfico. Y es en esa

sellslt lS

human pr x s  Hall, 1994, 527), con sus

luchas   contradicciones implícitas, que enCOntramos

elementos

para

hablar de

un

recorte interpretativo

que

privilegia la óptica de clase. Es

en el

  experientialpu/r0994

528) que

encontramos

pistas promisorias

que

pueden

llevarnos

más allá

del

reduccionismo económico

 

e1el de-

bate estéril

de

esencialismo versus constructivismo. Colocar la experiencia

en el meollo de la teoría de cultura es

una

manera de introducir no so-

lamente

carne   hueso sino,

también,

conflicto,

movimiento

y

ambiva-

lencia

dentro

elel an{¡lisis. En suma:

presentar

 diferencias sin reificarlas.

Comenzamos este artículo aprovechando los

avances teóricos en

el área

de los estudios indígenas; apelamos al final a

un debate en otro

polo

temático, el

de

la antropología

ele la nación. El punto que

estamos in-

]33

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tentando exponer es que

las

cl ses sub ltern s no es un objeto

particu-

larmente privilegiado de estudio.   elección de ese objeto no implica

por

parte del investigador ninguna nobleza de espíritu especial ni un nece-

sario

compromiso político

... Sin embargo, tampoco

existe ningún

moti-

vo para

que ese

recol1e

sea considerado menos

noble,

menos

re l

o

que

sea pospuesto en

favor de otros recortes posibles. Hace mucho

tiempo,

los antropólogos llegaron a

l

conclusión

de que

no existe, entre las pobla-

ciones humanas, ningún  grado cero debajo del cual no existe cultura.

Demostrar

el paralelismo

entre

el análisis de

sociedades

indígenas, de

capas

medias,

de grupos populares

y

del

Estado-nación

es subrayar

lo

que,

en

términos

teóricos,

aceptamos

todos:

que éstos

son

todos

obje-

tos

bons

 

penser

En

conclusión,

reafirmamos

l

necesidad

de

mantener

abierta

l hipóte-

sis de clase como uno de los organizadores significativos de ideas y com-

portamientos en

la

sociedad

contemporánea, junto

con

sexo, etnia y

generación. Sugerimos que,

en

manos de

investigadores

precavidos,

que saben navegar entre los ardides metodológicos del tema, l etnografía

de

grupos

populares dará resultados ricos

en

el

plano

teórico y políti-

co.

No

se orientará al diagnóstico o a

l corrección de

mentalidades

retrógradas, tampoco se constituirá exclusivamente en denuncia  ya sea

contra

los técnicos

ele

una política disciplinaria

del

Estado o contra las

fuerzas

de

un

capitalismo

reificado). Sin

embargo,

no

será

por

eso

menos

relevante políticamente  al final l etnografía de calidad,

por

ser

uno

de los vectores

por

los cuales encuentran

espacio

de

expresión

vo-

ces e ideas

que desentonan

en relación

con

las

narrativas hegemónicas,

posee un papel

político

fundamental, sea

cual

sea

su

objeto de

estudio).

Finalmente, es de

esperarse

que, manteniendo el norte de l descripción

densa,

no

solamente

haya una contribución a

l

reflexión

académica

so-

bre procesos sociales

sino,

también, disponible para planificadores

y

agentes

de intervención

que,

a través del d iálogo

con

los múltiples

agentes de

l

sociedad

contemporánea

 lo que

implica

necesariamente

l revisión de sus propios paradigmas preconcebidos), procuran

instru-

mentos

para combatir la

desigualdad

política y

económica,

desigualdad

que refuerza

diariamente

las fronteras de clase.

Traducción: Carlos Alberto Pasero

134

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