La comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro

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Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales 48ª JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES La comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro Mensaje del Santo Padre Queridos hermanos y hermanas: Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más «pequeño»; por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes. Sin embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global vemos la escandalosa distan cia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres. A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas. Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas. En este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos. Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos. Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. Los medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios. Sin embargo, también existen aspectos problemático s: la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informacio nes que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos. El mundo de la comunicaci ón puede ayudarnos a crecer o, por el contrario , a desorientarn os. El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social -por tantos motivos-, corren el riesgo de quedar excluidos. Estos límites son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el mundo digital? Por

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Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales

48ª JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

La comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro 

Mensaje del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más «pequeño»; por lo tanto, parece que debería

ser más fácil estar cerca los unos de los otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la

comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes. Sin

embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global vemos la

escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres. A menudo basta

caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente

de las tiendas. Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre

numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan

causas económicas, políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.

En este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de

los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la

solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos. Comunicar bien nos ayuda a

conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos. Los muros que nos dividen solamente se pueden

superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las

diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La

cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros.

Los medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la

comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En particular, Internet puede ofrecer

mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios.

Sin embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con la que se suceden las

informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y

correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza,

pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que sólo correspondan a

nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos. El mundo de la

comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital

puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que

quienes no acceden a estos medios de comunicación social -por tantos motivos-, corren el riesgo de

quedar excluidos.

Estos límites son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos

recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces,¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el mundo digital? Por

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ejemplo, tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y

capacidad de guardar silencio para escuchar. Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es

distinto de nosotros: la persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente tolerada, sino

cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos el genuino deseo de escuchar a los otros,

entonces aprenderemos a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como

se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero también sabremos apreciar mejor los grandes

valores inspirados desde el cristianismo, por ejemplo, la visión del hombre como persona, el matrimonio y

la familia, la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, los principios de solidaridad y

subsidiaridad, entre otros.

Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? Para

nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun

a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca los unos de los otros? Estas preguntas

se resumen en la que un escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi

prójimo?» (Lc. 10,29). La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de proximidad.

Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la «proximidad» en el uso de los medios de comunicación y

en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital? Descubro una respuesta en la parábola del buen

samaritano, que es también una parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo,

cercano. El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que

encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi

semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar

conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta definir este poder de la comunicación como

«proximidad».

Cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las

personas, nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por los

bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita y el sacerdote no ven

en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les condicionaba

eran las leyes de la purificación ritual. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos condicionen

hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo real.

No basta pasar por las «calles» digitales, es decir simplemente estar conectados: es necesario que la

conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotrosmismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no

garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación

no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también

ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas

humanas. La neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en

 juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de

la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede

alcanzar las periferias existenciales.

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Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de

autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive,

donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles también se encuentran las digitales,

pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una

esperanza. Gracias también a las redes, el mensaje cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra»

(Hch. 1,8). Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para que

la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda

cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos.

Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos. ¿Somos capaces de comunicar

este rostro de la Iglesia? La comunicación contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda la

Iglesia; y las redes sociales son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza

de la fe, la belleza del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia

que logre llevar calor y encender los corazones.

No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse a

los demás «a través de la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y

sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana» (BENEDICTO

XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2013).

Pensemos en el episodio de los discípulos de Emaús. Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres

y las mujeres de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el

Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos del pecado y de la

muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a la vida, sensibilidad espiritual. Dialogar significa

estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas.

Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y

absolutas.

Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, versando sobre ellas

aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino

bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de

acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino. No tengan miedo de

hacerse ciudadanos del mundo digital. El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la

comunicación son importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo: una

Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos. En este contexto, la revolución de

los medios de comunicación y de la información constituye un desafío grande y apasionante que requiere

energías renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás la belleza de Dios.

 Vaticano, 24 de enero de 2014, memoria de san Francisco de Sales