La Conciencia de Muerte Como Origen Del Exterminio _ Revista Replicante

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La conciencia de muerte como origen delexterminio

La paradoja de la vida y la muerte

Por Efraín Trava[1] el 11 diciembre, 2011

La abominación de la muerte origina y fomenta los peores conflictos entre loshumanos y, contradictoriamente, estos conflictos no tienen como objetivoprimordial preservar la existencia, sino terminarla.

© Harold Lloyd

Epicteto, filósofo griego de la escuela estoica, afirma que la fuente de todas las

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miserias humanas no es la muerte, sino el miedo que ésta imprime debido a suinexorabilidad. La conciencia de muerte nos separa racionalmente del resto de losmortales. El ganado que se inclina a beber agua en un lago cundido de lagartos no esconsciente de que puede morir. Su avistamiento instintivo únicamente le permitepresentir el peligro, mas no el fin de su existencia. Su afán por sobrevivir es un actoreflejo que rebasa su capacidad cognitiva.Muy temprano en la vida, probablemente durante la infancia, los humanoscomenzamos a transitar el mundo, sabedores de que en algún momento dejaremos devivir. Esta revelación adquiere dramatismo debido a la imprevisibilidad del evento. Sinánimo de ceñir mis afirmaciones a algún tipo de atadura moral, me atrevo a pensarque, en la psique humana, la muerte adquiere un valor inversamente proporcional alde la vida. Si la vida es un túnel ciego en el que desesperadamente estamos abocados abuscar placer —sobrevivir es una forma de placer—, la muerte es un enigmático feticheposeedor de un encanto que se acumula con el transcurso del tiempo. Un conceptofascinante que, a medida que la vida avanza, se va nutriendo de lo terrible que hay enesa idea del final de la existencia.

El humano es el animal más destructivo habitando la Tierra. Su instinto competitivorebasa en todo sentido su capacidad racional. La competitividad natural del homosapiens no podría estar mejor citada en las célebres palabras de Nicolás Maquiavelo:“El fin justifica los medios”. Ningún replicante que se respete moral y filosóficamentepodría refutar esta frase. Aquí, Maquiavelo más allá de conceder una directriz política,nos está describiendo como especie. El triunfo máximo del ser que compite implicaacabar con el enemigo, derrotarlo certeramente. La victoria suprema es quitar la vida,liquidar.

A continuación, expongo las cuatro principales consecuencias que conlleva laconciencia que el humano tiene de la muerte. Asimismo, intento dejar claro por quécada una de ellas constituye una estrategia en sí misma para llevar a cabo el objetivoprimordial: el exterminio.

La guerra

Los sistemas y métodos que como civilización hemos creado para satisfacer nuestrasnecesidades, en primera instancia de competitividad y en segunda de depredación, sonvariados y efectivos. El proceso, por supuesto, no escapa a nuestra capacidad deinnovación y sofisticación. El sistema por antonomasia es la guerra. El combate frontalen el que el molesto lastre de la legalidad se relativiza pasando a un segundo término.Nada supera a la guerra cuando de sublimar nuestros instintos más poderosos se trata.En la guerra, la naturaleza humana alcanza su cenit: el de sus pasiones y el de sus

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exigencias tanto físicas como emocionales. Es probable —no lo sé— que el placer queun soldado promedio siente al ejecutar al enemigo sea, en el plano instintivo-emocional, comparable al orgasmo. Acaso sea su propio inconsciente el que efectúeesa suerte de transmutación perceptiva como una medida urgente para preservarse enmedio del caos.

Pareciera que la frustración que nos produce la conciencia de un final ineludiblenos llevara a odiarnos a nosotros mismos por encontrarnos incapaces decompetir contra este sino. La vida es un desafío que desde que nacemostenemos perdido.

En la guerra y a través de ésta hemos logrado lo otrora impensable en lo que a avancestecnológicos corresponde. La inversión física, intelectual y económica que en mayorgrado los hombres —pero también las mujeres— han realizado en pos de la afrentabélica es macabra, no obstante, asombrosa. Cualquier forma de humanismo se encogehasta el punto de la invisibilidad bajo una revisión somera de nuestro pasadobeligerante. No ha habido muro filosófico que detenga nuestro fanatismo por ladestrucción del otro, esa alteridad en la que siempre veremos la figura del enemigo.

Pareciera que la frustración que nos produce la conciencia de un final ineludible nosllevara a odiarnos a nosotros mismos por encontrarnos incapaces de competir contraeste sino. La vida es un desafío que desde que nacemos tenemos perdido. Al ser la vidaun hecho finito, navegamos en la derrota desde el inicio. Es una empresa que siempreestará destinada a fracasar, una misión permanentemente inconclusa. Bajo elsupuesto de este odio hacia nosotros mismos —en el que el suicidio es un actodemasiado valiente para el humano promedio—, lo más viable para sobrellevar estafrustración es matar a la entidad semejante. Así nos vengamos de nuestra propiaineptitud para sortear el reto de la vida. Al matar al otro lo que se busca es la muertede uno mismo. El homicidio es una manera simbólica de satisfacer la aversión hacianuestra propia carne.

La religión

Compañera fiel de la diosa Guerra es la fe en seres imaginarios superpoderosos que, enun contexto de divinidad y gloria, ofrecen a precios variables la inmortalidad.Curiosamente, el precio que paga el sujeto en cuestión por hacerse de un lugar en elparaíso de la eternidad consiste en una especie de donativo voluntario. Es decir, cadaquien, haciendo uso de sus facultades mentales, elige de qué manera debe rendirleculto al fantasma justiciero de su elección para que éste valore si nuestro héroeterrícola goza del perfil necesario para acceder al mundo de los siempre vivos.

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El terror a la muerte es tan viejo como la vida humana en la tierra. Los primeros seresque utilizaron el pensamiento mágico para entender mejor fenómenos inexplicablesfueron homínidos de hace aproximadamente treinta mil años, en la era conocida comoel Paleolítico Tardío. La creencia religiosa surge, pues, como una explicaciónmitológica a los eventos que escapaban a la razón humana. Existen evidenciasarqueológicas de que tribus neandertales enterraban a sus muertos de manera ritual.

Docenas de milenios más tarde, las tres principales religiones del mundo fundamentansu dogma sobre los supuestos de una gloriosa inmortalidad. La muerte vista bajo laóptica monoteísta de judíos, cristianos y musulmanes es un lugar mucho más amable yapacible que la miserable vida en la Tierra. Los tres dogmas muestran y predican eldesprecio por la vida. En el mundo de los vivos hay que sufrir, si es necesario tambiénse debe aprender a ser humillado —incluso disfrutarlo—, evitar los placeres querebasen la moralina mediante la cual los mandos cupulares ejercen el poder, así comoaceptar la aplicación selectiva de penas —mortales, en algunos lugares y si el caso lodemanda— sin importar que surjan en éstas desavenencias que contradigan su propiadoctrina. Cualquier razonamiento pasa a una segunda instancia cuando en elindividuo religioso existe algún indicio de amenaza que le impida alcanzar la“verdadera” trascendencia, su salvación: el tránsito hacia la eternidad idílica, moradade seres inmaculados: ¡Hosanna, hosanna!, cantan algunos aturdidos.

La crisis del catolicismo ha producido decenas de sectas disidentes. De igual forma, enel islamismo existen múltiples interpretaciones del Corán que derivan en escisiones ygrupos con ideas contrapuestas. Los ex católicos, que ahora se hacen llamarorgullosamente cristianos —como si el catolicismo no lo fuera— son en realidad unaversión recargada del protestantismo europeo: se rebelan contra el poder de la iglesiapapal, pero siguen ciegamente los dogmas evangélicos, cuya principal característica esy será siempre, bajo cualquier interpretación, el culto fanático de la inmortalidadcelestial en detrimento de la vitalidad biológica humana.

El capitalismo

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© E. Eugene Smith

El capitalismo es el sistema humano ideal por excelencia. La cumbre de su evolución.Permite satisfacer prácticamente todos sus instintos particulares, así como enmarcarsu competitividad en un contexto de legalidad y moralidad: el capitalismo es elmomento en la historia de la humanidad en el que la depredación y el exterminio sonaceptados democráticamente y difundidos como métodos para el progreso y laevolución. El sistema capitalista nos ha permitido tecnologizar nuestracompetitividad. A través de éste hemos logrado humanizar el salvajismo al tiempo queconservamos celosamente su esencia. El capitalismo es la racionalización delsalvajismo. Cuando nuestra primigenia actitud depredadora se volvió racional nosvolvimos capitalistas. El capitalismo, reitero, es el punto más álgido de la evoluciónhumana, por ello es éste el sistema que llevará a la especie a su extinción.

Como mencioné anteriormente, sostengo la hipótesis de que nuestra conciencia demuerte nos orilla hacia un desesperado afán de posesión. En este sentido, es fácilcomprender por qué un sistema que basa sus teorías en el consumo es tan exitoso.Vivimos para acumular. Las nuevas tecnologías están enfocadas a que el consumidoracumule cada vez más cosas en menores espacios. Nuestra era se inscribe en unaespecie de barroquismo emocional, donde productos, imágenes, sonidos y signos seatiborran a nuestro alrededor. Una atmósfera donde nuestra mente no alcanza adecodificar ni la tercera parte de lo ofertado, y sin embargo, mantiene el deseo deposeerlo todo.

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El suicidio

Se ha hablado aquí de las diversas formas en las que el afán autodestructivo semanifiesta como un rasgo inherente a la especie humana. En este sentido, el suicidioconstituye el culmen de la desilusión por la vida. La expresión más tangible de laconciencia de muerte. Un paso extremadamente racional (aun en la locura) pero queha sido satanizado por los principales dogmas religiosos, los que han predicado hastael hartazgo la maldad que existe en el hecho de que el ser humano ejerza la voluntadde poder sobre su propia existencia.

Sin embargo, la conveniencia hipócrita con que históricamente se han manejado losmonoteísmos, ha dado lugar a que —contradictoriamente— no en pocas ocasiones laidealización de la muerte también arroje como resultado la muerte voluntaria. Elimpulso de muerte, entonces, se manifiesta a conveniencia no como un movimientocontrario a la moral, sino como una demanda de encuentro con una realidad absoluta,una exigencia de una vida más plena a través de la experiencia mortal (véase elnutrido historial tanto de suicidios colectivos como de inmolaciones en el nombre deDios y sus múltiples alias).

El impulso de muerte, entonces, se manifiesta a conveniencia no como unmovimiento contrario a la moral, sino como una demanda de encuentro conuna realidad absoluta, una exigencia de una vida más plena a través de laexperiencia mortal (véase el nutrido historial tanto de suicidios colectivos comode inmolaciones en el nombre de Dios y sus múltiples alias).

Philipp Mainländer (seudónimo de Philipp Batz, a quien Borges rescató del olvido)escribió uno de los máximos tratados de la corriente pesimista de la filosofíaoccidental, La filosofía de la Redención, publicada el 1 de agosto de 1876, un día antesde que el autor se volara los sesos. Según este tratado, la verdadera liberación radicaen el suicidio. La conciencia advierte, a través de los tráfagos de la vida, que la noexistencia es mejor que la existencia, y este conocimiento, que lleva a que el hombrese niegue a perpetuarse y tienda a autoaniquilarse, consuma finalmente el gran ciclode la redención del ser: todos somos fragmentos de una entidad absoluta, que en el BigBang del principio de los tiempos se destruyó. Una suerte de avidez de no ser. Lahistoria universal es la oscura agonía de esos fragmentos y la destrucción del mundotendría como objetivo recuperar ese absoluto.

Carlo Michelstaedter, filósofo italiano, elaboró un pensamiento filosófico-poético enDialogo della Salute (1912), según el cual la vida aspira siempre a algo distinto de sí, yal no conseguirlo, experimenta una raigal desilusión, que es a su vez fuente deimpulsos que trascienden la propia existencia hacia un absoluto.

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La irracionalidad del vivir y la desilusión del fracaso dan origen a la racionalización deilusiones que eventualmente llegan a tener una existencia y valor propios. En ciertamedida, Michelstaedter anticipó ideas de Heidegger, rescatando el existencialismomás primigenio del danés Søren Kierkegaard. No es casualidad que su obra constituyala par italiana de Del sentimiento trágico de la vida de Unamuno, con la cual —por cierto— comparte el año de publicación.

El suicidio tiene raíces tanto en la antigua Grecia como en las religionesbrahamánicas, chinas y japonesas. En la cultura helénica fueron portavoces elfundador de la escuela cínica Antístenes y el del estoicismo, Zenón de Citio, quieninclinó la balanza cuando tropezó y se rompió un dedo: “Para qué uno debe seguirviviendo con alguna molestia, por más pequeña y pasajera que sea, cuando la vida y lamuerte son indistintas para el hombre inteligente”. Alrededor del año 250 a.C.,Heguesías de Cirena fue apodado “abogado de la muerte” por predicar el suicidio anteaudiencias que terminaban por cometerlo, hasta que el rey Ptolomeo prohibió sulectura para “restablecer el orden”.

En varios clásicos asoma una defensa del suicidio, como el Fedón de Platón, elEnquiridión de Epicteto y poemas de Lucrecio. Ya en plena modernidad, Cioran, sinánimos laudatorios, hablaba de que lo más importante del suicidio es saber quepodemos cometerlo.

Epílogo

La capacidad intelectual no es suficiente para asimilar la existencia y menos aún paraaceptar nuestra condición mortal. Somos seres predestinados biológicamente a laautodestrucción. Un animal transitorio, cuyos avances tecnológicos son posiblesgracias al trabajo en equipo, a la asociación inteligente. La unión de cerebros puedeproducir las mejores máquinas, pero un solo cerebro todavía no es capaz de aceptar ycomprender la vida y la muerte. Quizá el humano sea sólo un eslabón hacia unaespecie superior, con un cerebro más desarrollado, con una capacidad mejorada paracontrolar las emociones o al menos estar conscientes y en poder de ellas. Por lopronto, en un plano general, y en comparación con el resto de las especies, loshumanos sólo hemos aprendido a paliar el desahucio: contaminamos sin parámetrosprecisos, matamos por placer, nos hemos inventado el dinero para ponerle una metaconcreta a nuestra competitividad. Todo ello es acaso una reacción desesperada,derivada de nuestra conciencia de muerte. Deseamos todo lo posible en el cortoperiodo de vida, puesto que sabemos que después no habrá nada, tan sólo ese vacíoterrible que implica la desaparición de nuestro cuerpo en el mundo. Los másvulnerables son los que más desean, puesto que son los más inseguros a la hora de

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enfrentarse con el fin. Su debilidad se ve reflejada en la ambición material yeconómica, en su afán sexual (posesión del otro, originado por el vacío existencial), enla obsesión fálica y muscular (en el caso del hombre), en la talla de senos y glúteos (enel caso de la mujer), en la lucha obsesiva por alcanzar y conservar una aparienciajuvenil. Todos son síntomas del temor a morir.

La capacidad intelectual no es suficiente para asimilar la existencia y menosaún para aceptar nuestra condición mortal.

Los individuos en cuyas conciencias pesa aún más la idea de la muerte sonracionalmente más frágiles, no pueden manejarla. Hay quienes buscandesesperadamente la perpetuación de la existencia a través de la tecnología(criogenia, clonación, retraso del envejecimiento a través de modificaciones químicasy genéticas). Los avances en torno al mapa genómico humano constituyen un reflejode la necesidad psicológica de hacer a un lado, de una vez por todas, la idea de lamuerte. La consigna es prolongar la vida lo más que se pueda. En la sistemáticaprohibición de las drogas psicotrópicas es fácil constatar que todo el sistema estávolcado a preservar la vida como lo más valioso. Y lejos de hacer un encomio banal delas drogas, lo que parece criticable es la coartación metódica del libre albedrío quetodo sujeto en mayoría de edad y sano juicio debe ejercer. En ello hay, por un lado,una drástica subestimación de la capacidad que el sujeto tiene para tomar decisionessobre su cuerpo y, por otro, una idea oscura que pervierte la idea de que la muerte essimplemente algo a lo que estamos expuestos por el hecho de estar vivos. En otraspalabras, estamos ante una obsesión crónica por condenar el óbito como lo peor quepuede sucedernos, cuando en realidad, éste podría ser visto como una etapa más —laúltima— de la vida, su final ineludible.

La abominación de la muerte origina y fomenta los peores conflictos entre loshumanos y, contradictoriamente, estos conflictos no tienen como objetivo primordialpreservar la existencia, sino terminarla. La paradoja, entonces, radica en que estaaparente conservación a ultranza de la vida termina siendo una suerte de apologíapragmática del exterminio, la cual tiene como último fin facilitar el ejercicio del poder,imponiéndolo.

De su libro En las cimas de la desesperación, de 1933, se extrae esta reflexión de EmileCioran:

Una de las mayores ilusiones es olvidar que la vida se halla cautiva de la muerte.Siendo la muerte inmanente a la vida, ¿por qué la conciencia de la muerte haceimposible el hecho de vivir? La existencia del hombre normal no es turbada porella, porque para esa clase de seres humanos normales sólo existe la agonía

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1. http://revistareplicante.com/colaboradores/efrain-trava/

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