La conquista del Polo Sur

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Conquista Polor Sur, Amundsen

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LA CONQUISTA DEL POLO SUR

En 1911 dos hombres se jugaron la vida en la conquista del Polo Sur: el explorador noruego Roald Amundsen y el capitán inglés Robert Falcon Scott. Al segundo lo apoyaba el imperio británico que vivía uno de sus momentos de mayor esplendor; al primero no lo apoyaba nadie y además estaba arruinado. Sin embargo, Amundsen ganó y Scott murió en el intento. ¿Por qué?

Amunden partió el 19 de octubre de 1911 con 4 trineos, 52 perros de raza groenlandesa liderados por Etah, una hembra samoyedo extraordinaria y 4 hombres. Marcharon a través de la nieve durante 35 días. El éxito y la fama que Amundsen obtuvo le hicieron ganar mucho dinero pero lo donó a la familia de Scott y los hombres que con él murieron.

Vamos a conocer un poco mejor esta historia y los hombres que la protagonizaron, por qué uno venció y el otro murió.

La conquista del polo fue uno de los grandes logros en la historia de las exploraciones. No obstante, la reacción de Amundsen fue mesurada. "La meta había sido alcanzada, se había llegado al término del viaje", escribiría más tarde. "No puedo decir, aunque sé que sonaría mucho mejor, que hubiera alcanzado el objeto de mi vida. Sería novelar demasiado descaradamente. Más me valdrá ser honesto y aceptar con sencillez que no he sabido nunca de un hombre que se encontrara en una posición tan diametralmente opuesta al objeto de sus deseos como yo en aquel momento. Los alrededores del polo Norte -el polo mismo, digamos de una vez- me habían atraído desde la infancia, y allí estaba yo, en el polo Sur. ¿Puede imaginarse mayor desatino?"

Estas reflexiones eran los pensamientos de un hombre de firme voluntad, que no había llegado a explorador por casualidad. "Mi carrera", explicó una vez, "ha sido una marcha continua hacia una meta definida desde que tenía quince años. Todo lo que he realizado ... ha sido fruto de una vida de planificación, de cuidadosa preparación y de trabajo concienzudo y duro.”

La imaginación y la chispa de la ambición de Amundsen se encendieron cuando, de muchacho, leyó una narración del gran explorador ártico inglés sir John Franklin. Aquel relato de valentía ante la adversidad, decía Amundsen, "me emocionaba más que todo lo que había leído hasta entonces".

Amundsen tenía decidido antes de acabar su infancia que la suya sería una vida de aventuras en el Ártico. Primeramente siguió leyendo todo lo que encontraba acerca de las expediciones polares, pero además el muchacho empezó a dormir con las ventanas abiertas de par en par, aun en pleno invierno. Su madre le regañó pero él le dijo que le gustaba el fresco. Más tarde explicaría: "Claro que en realidad era parte de mi proceso consciente de endurecimiento." Siempre que podía escaparse de la escuela, se iba a las colinas y montañas cercanas a Oslo, "a aumentar mi habilidad para caminar por el hielo y la nieve y para endurecerme los músculos, pensando siempre en la gran aventura venidera".

Amundsen consideró que servir en el ejército noruego era el siguiente paso lógico de su adiestramiento. Sabía que su mala vista le impediría pasar el reconocimiento físico del ejército, pero con su determinación característica decidió intentarlo a pesar de todo. Entonces le valieron sus años de ejercicio. En el centro de reclutamiento, el médico quedó tan impresionado por el físico de

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Amundsen que se olvidó de mirarle la vista. “En su entusiasmo por el resto de mi dotación física", contaba Amundsen, divertido, "el bueno y anciano médico olvidó examinarme los ojos. En consecuencia, pasé con todos los honores y recibí mi instrucción militar."

Amundsen observa y aprende de los errores de los otros. Por ejemplo, le había llamado la atención lo que denominó "un fatal defecto común a muchas de las expediciones árticas anteriores": el hecho de que quienes las mandaban eran pocas veces capitanes de navío. De esto resultaba que, no bien empezaban a navegar, el mando de la expedición quedaba dividido. Amundsen dedujo la conveniencia de obtener una licencia de marino, y en 1894 se enroló como marinero en un barco ballenero y se preparó para patronear un barco.

Tres años después, a los 25 de su edad, llegó a primer piloto del Bélgica, nave de una expedición antártica patrocinada por los belgas. Con una tripulación formada por individuos de varias nacionalidades y animado de las mejores intenciones, el grupo zarpó de Amberes en agosto de 1897 para lo que debía ser un breve recorrido por la costa de la Antártida. El resultado fue un desastre. Inexpertos como exploradores polares, los guías de la expedición permitieron que los sorprendiera el invierno antártico y que el hielo atrapara el barco. El Bélgica no tardó en ser una mota negra rodeada de un desierto blanco aparentemente interminable.

Dos meses después, en mayo, de quedar aprisionados en las tenazas de aquel campo de hielo, los hombres vieron ponerse el sol antártico. Empezaba el invierno. No volvería a salir el sol hasta fines de julio. Sin víveres para arrostrarlo ni ropas de abrigo, tanto marineros como científicos temieron por sus vidas. Dos hombres enloquecieron en los meses siguiente al quedar prisioneros y a todos menos a tres los atacó el escorbuto. Cuando también el capitán cayó mortalmente enfermo, Amundsen se halló de repente al mando del barco, en apariencia perdido. Tranquila y metódicamente, envió partidas a cazar focas y pingüinos y puso a los hombres a hacer ropa de abrigo con mantas y los obligó a comer hígado crudo de foca para evitar que murieran de escorbuto.

Por fin, después de meses de trabajo agotador, los pocos tripulantes aún con fuerzas consiguieron abrir, con palas, picos y explosivos, un camino a través del mar polar helado hasta un canal de agua abierta.

En 1903 Amundsen consigue preparar una expedición científica lo más cerca posible del Polo Norte, su gran sueño desde niño. En Noruega compró el Gjoa, barco pesquero de 47 toneladas. Escogió una tripulación de seis expertos marinos y científicos. Seleccionó instrumentos, ropas, alimentos y aparejos. Para entonces, Amundsen debía tanto dinero a tanta gente, que se halló ante "una crisis suprema". El 16 de junio de 1903, el acreedor a quien más debía lo amenazó con hacerlo encarcelar si no le pagaba en 24 horas. Desesperado, Amundsen tomó una decisión drástica: convocó presurosamente a la tripulación y a medianoche se hizo a la vela. Al amanecer, el Gjoa ya estaba en alta mar y se había iniciado la gran aventura. Esta expedición que duró varios años le permitió aprender muchas lecciones de los amigables esquimales.

Amundsen aprendió a guiar un tiro de perros, experiencia que lo convenció de que éstos eran inapreciables para la exploración polar. También observó con especial atención las ropas que llevaban los nativos y reunió una colección completa de objetos esquimales. Armas, alimentos, vestimenta, todo era interesantísimo para Amundsen, pues consideraba a aquellos hombres maestros de la supervivencia en las regiones polares.

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Los dos años de labor científica dieron por fruto unas observaciones tan precisas y completas que los datos recogidos y llevados a Europa suministraron a los expertos en magnetismo polar material para 20 años de evaluación, hecho que nunca dejó de enorgullecer a Amundsen.

Completados su paso por el noroeste y sus proyectos acerca del polo magnético, Roald Amundsen, a los 36 años empezó a prepararse para la aventura ártica suprema: la conquista del polo Norte. En vista de que era ya un hombre célebre, reunir fondos no era para él un problema. Planeaba dejarse arrastrar al polo en un barco atrapado en el hielo que cubre el océano Ártico, hazaña que a mediados de la última década del siglo pasado había intentado el ilustre explorador noruego Fridtjof Nansen. Incluso hizo arreglos para usar el fuerte e histórico barco de Nansen, el Fram.

Y entonces, a fines de 1909, los planes árticos de Amundsen se vinieron abajo. Aquel año, el tenaz estadounidense Robert Edwin Peary telegrafió la noticia de que había llegado al polo Norte. "En el mismo instante", escribe Amundsen, "vi claramente que ... si había de salvarse la expedición, era preciso actuar con presteza y sin vacilación. Con la misma rapidez que había pasado el mensaje por los cables, yo decidí mi cambio de frente: volverme ... al sur", ya que para entonces el polo Sur era la única conquista polar que seguía en pie.

Era sabido que el inglés Robert Falcon Scott se estaba preparando para tratar por segunda vez de llegar al Polo Sur, así que Amundsen no reveló su cambio de plan ni a los que lo respaldaban económicamente, ni a los miembros de la tripulación. No bien el Fram cruzó el ecuador, se participó a los hombres que iban rumbo a la Antártida y que quien quisiera podía hacerse desembarcar en la tierra más cercana. Amundsen correría con los gasto de repatriación. Ninguno de sus hombres lo abandonó. Amundsen envió a Scott un telegrama por el camino: “Me permito informarle de que el Fram se dirige a la Antártida. Amundsen. “

El sol salió en agosto, pero durante casi dos meses el tiempo fue demasiado frío para viajar. Por último, en octubre de 1911 se inició la carrera al polo. Provistos de esquís, Amundsen y cuatro compañeros se lanzaron hacia el sur a través de llanuras y montañas de hielo. Llevaban cuatro trineos ligeros, tirado cada uno por 13 perros.

El capitán Scott llevaba una impedimenta mucho más compleja y pesada. El todopoderoso Imperio Británico le proporcionó todo lo que consideró necesario, incluidos los ponies siberianos que hubo que mandar traer en un barco especial. Pero Scott no aprendió de los errores de su primer viaje, que fracasó, e insistió en llevar ponies siberianos en el segundo intento de conquistar el Polo Sur, lo que dificultaba enormemente el transporte, ya que había que alimentarlos y cargar con los piensos. Scott no tuvo nunca interés por aprender de los inuit, los esquimales, y consideraba una salvajada matar unos perros para alimentar a otros. Pero los caballos se le hundían en la nieve blanda y finalmente tuvo que matarlos, lo cual supuso que sus hombres y él tuvieron que arrastrar con su esfuerzo tiendas y provisiones, esto es, gastar muchas más calorías de las que estaban previstas en las raciones. Esto los llevó a un estado de debilidad que finalmente los mató. Cuando Scott llegó al polo encontró allí hondeando la bandera noruega y una carta de Amundsen que decía:

Querido Capitán Scott:

Como usted probablemente es el primero en alcanzar este área después de nosotros, le pediría amablemente expedir esta carta al Rey Haakon VII. Si usted quiere usar cualquiera de los artículos abandonados en la tienda no deje de hacerlo. El trineo dejado

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fuera puede ser empleado por usted. Con saludos cordiales, le deseo una vuelta segura. Cordiales saludos, Roald Amundsen.

Con esa inteligencia con que los ingleses han sabido convertir en héroes a gentes más bien mediocres o directamente impresentables como Raleigh, Scott fue transformado en el mayor héroe de la Royal Navy detrás de Horacio Nelson hasta tal punto que casi llegó a olvidarse que quien había conquistado el polo sur fue un noruego con tendencia a arruinarse, solterón con dos hijas esquimales adoptadas y una vocación aventurera absolutamente invencible. Amundsen amaba el hielo, el riesgo y la gloria, y nunca se preocupó por el dinero. Ni siquiera se arrugó cuando tuvo que saltarse las leyes y afrontó este riesgo cuando tuvo que hacerlo. El capitán Scott era un hombre de origen humilde, que había llegado al máximo que podía en su carrera militar. La aventura antártica era para él un modo de promoción social y profesional que de otro modo no podía alcanzar. Como era de esperar, la única canción que se hecho sobre la aventura antártica tiene como protagonista a Scott y sus hombres y se debe a un grupo español, Mecano. Es una canción muy bonita por cierto.

CANCIÓN DE METANO “HÉROES DE LA ANTÁRTIDA”

Varias semanas después de salir del campamento base, desde la cima de las montañas de hielo, Amundsen y sus hombres vieron abrirse una meseta amplia, que ascendía suavemente. Había pasado lo peor del trabajo de transporte y ya no eran necesarios todos los perros. En un campamento que los hombres llamaron la Carnicería, Amundsen hizo matar a tiros a unas dos terceras partes de los animales, para proveer y guardar carne para los hombres y los perros sobrevivientes. Fue un episodio desagradable, pero era parte del plan de Amundsen.

El 7 de diciembre, el grupo alcanzó los 88' 23' S, el máximo sur a que había llegado Ernest Shackleton en 1909. Amundsen, que esquiaba delante de los demás, había dado orden de desplegar la bandera noruega en el momento de alcanzar aquella latitud. Oyó de pronto una gran aclamación, se volvió y vio la bandera ondeando al viento. "Ningún momento del viaje me conmovió como aquél", confesaba. "Se me llenaron los ojos de lágrimas, y todos mis esfuerzos por reprimirlas fueron inútiles. Aquella bandera me conquistaba a mí y a mi voluntad. Por fortuna, tuve tiempo de componerme y dominarme antes de reunirme con mis camaradas". Los hombres estaban a 156 kilómetros de su meta reducidos a 17 perros y 3 trineos.

Escribe Amundsen: “hemos clavado estacas negras en los alrededores del depósito de abastecimiento número 10 para estar seguros de encontrarlo al regresar. Sé que falta poco para llegar pero no podemos ya cargar con tanto peso. Escucho el tictac incesante del cuenta kilómetros como si fuera un corazón que avisa, como un reloj que marca el tiempo que nos falta”.

Para el 13 de diciembre sabían que les faltaban pocos kilómetros: "Fue como la víspera de un gran festival, aquella noche en la tienda y yo tenía la misma sensación que recuerdo, de niño, la noche anterior a Nochebuena: la tensa espera de lo que iba a pasar". Conseguido el objetivo pasaron en el polo casi cuatro días, alternando celebraciones con observaciones científicas. Alzaron una pequeña tienda con un mástil donde ondeaba la bandera noruega, y dejaron dentro dos notas, una para Scott y otra para el rey de Noruega, que pedían a Scott que recogiera por si acaso ellos no volvían.

El 25 de enero de 1912 estaban de vuelta en su base. Habían recorrido 3000 kilómetros en 99 días. Les quedaban 11 perros y los hombres habían padecido heladuras, quemaduras por el viento, ceguera por el resplandor de la nieve y agotamiento. Pero habían triunfado y todos estaban vivos.

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Paradójicamente, Amundsen no puedo nunca llegar al que fue el gran amor de su vida, el Polo Norte, sólo sobrevolarlo. Cuando con más de 40 años pudo por fin preparar una expedición al Polo Norte, fracasó estrepitosamente. Una vez más, su plan consistió en repetir el intento de Nansen de hacer que el barco fuese arrastrado por el hielo hasta el polo. Como le incomodaba la tarea de reunir fondos, decidió gastar su dinero en sufragar la empresa. En cuestión de provisiones, equipo, perros, ropas, quería lo mejor. Incluso planeó y construyó su propio barco, el Maud. El destino del Maud habría de ser un desencanto tras otro. Primero pasó los dos primeros inviernos irremediablemente atrapado en el hielo costero. Lo abandonaron muchos tripulantes, no tardó en necesitar grandes reparaciones y dondequiera que iba sufría accidentes. Amundsen volvió a Noruega y allí el médico le aconsejó abandonar la exploración antes de que le costara la vida.

El viaje del Maud ya le había costado su fortuna, pero Amundsen no iba a dejar así las cosas. Su nueva idea era volar en aeroplano sobre el polo Norte. Pero ya no tenía dinero, y en los dos años siguientes sus finanzas empeoraron. Tenía 52 años, estaba en quiebra y tan endeudado que estimaba que necesitaría otros 52 años para reunir todo el dinero que necesitaba.

Tras varios fracasos con aviones que a punto estuvieron de costarle la vida, Amundsen estaba convencido de que era posible un vuelo de continente a continente pasando por el polo, pero en dirigible. Lo intentó en mayo de 1926. Iban a bordo Amundsen, Lincoln Ellsworth y Umberto Nobile, piloto y autor de los planos del dirigible. Consiguieron su objetivo y dejaron caer jubilosamente las banderas noruega, estadounidense e italiana en el polo Norte. Habían volado 5457 kilómetros en 72 horas y habían sido los primeros en viajar por aire de Europa a América del Norte. Hubo luego no pocas discrepancias entre ellos y su amistad se enfrió. Especialmente la relación entre Nobile y Amundsen se rompió por completo. A pesar de todo en mayo de 1928, cuando Amundsen, que tenía ya 56 años, supo que el Italia, nuevo diseño de Nobile, había caído en el Ártico, se lanzó sin vacilar al rescate de su antiguo colega. Meses después se halló un flotador de su hidroavión en el mar de Noruega septentrional, pero Amundsen jamás fue encontrado. Nobile y su expedición fueron rescatados el 22 de junio. El destino fue amable con Amundsen dándole un final que él mismo hubiera deseado.