La Crisis de La Universidad

39
Educación Superior en Colombia Compilación Fuente: Texto Lectura: LA CRISIS DE LA UNIVERSIDAD La universidad en el proceso de la Sociedad Colombiana. Editores – Colombia Ltda. , 1985 Autor. ANTONIO GARCÍA Los modelos de universidad en el proceso histórico de la sociedad colombiana El método de análisis adoptado —de naturaleza dialéctica ha centrado el enfoque y la caracterización de los modelos en una estricta delimitación de los ciclos históricos: en consecuencia, un modelo de educación o de universidad no se toma como simple formulación de un cierto esquema teórico e ideológico, sino —fundamentalmente como expresión de la manera como funciona la práctica histórica y como ésta define los rasgos esenciales, las formas de operación, los marcos ideológicos e institucionales de un cierto aparato educacional. Desde esta perspectiva dialéctica y totalista, se han establecido diversos modelos de universidad correspondientes a seis grandes ciclos históricos de la sociedad colombiana, desde la época de dominación hispano colonial hasta el ciclo de conformación definitiva de un cierto modelo específico de capitalismo dependiente. El proceso histórico de la sociedad colombiana — al vertebrarse en el juego dialéctico de los ciclos históricos con un sentido reformista o revolucionario o con una dirección conservadora o contra revolucionaria— permite definir la naturaleza, el papel y los alcances de los modelos de universidad y de educación superior. Estos seis grandes ciclos de la dialéctica histórica, pueden enunciarse así: 1. Ciclo de la dominación hispanocolonial, en el que el modelo de universidad medieval de estilo eclesiástico tiende a transformarse, a finales del siglo XVIII, en un modelo europeo de tendencia racionalista y pragmática; 2. Ciclo posterior a las guerras de Independencia—el correspondiente a la Primera República Liberal—de organización nacional y de establecimiento de relaciones directas con el mercado mundial, en el que se implanta un modelo liberal europeo de universidad—en la primera República—y posteriormente se tiende hacia un modelo liberal de educación superior desescolarizada, en la medida en que se radicaliza la formulación de la democracia política (abolición del ejército permanente, ampliación del voto universal, extinción legal de las relaciones esclavistas y serviles, reducción de las facultades del gobierno central, reforzamiento de las autonomías locales, desamortización de bienes de manos muertas, etc.). 3. Ciclo de la contrareforma, del aniquilamiento de los fundamentos mismos de la República Liberal de restauración de los patrones culturales y eclesiásticos de la Colonia Española y de configuración de un modelo de universidad tradicional, elitista y escolástica. 4. Ciclo de la moderna apertura capitalista a partir de la Primera postguerra mundial, de integración física del país (vías carreteables y ferrocarrileras), de configuración de un sistema nacional de mercado y de instauración de la

description

Educación Superior en ColombiaCompilaciónFuente: TextoLectura:LA CRISIS DE LA UNIVERSIDADLa universidad en el proceso de la Sociedad Colombiana.Editores – Colombia Ltda. , 1985Autor. ANTONIO GARCÍA

Transcript of La Crisis de La Universidad

Page 1: La Crisis de La Universidad

Educación Superior en Colombia Compilación Fuente: Texto Lectura: LA CRISIS DE LA UNIVERSIDAD La universidad en el proceso de la Sociedad Colombiana. Editores – Colombia Ltda. , 1985 Autor. ANTONIO GARCÍA

Los modelos de universidad en el proceso histórico de la sociedad colombiana

El método de análisis adoptado —de naturaleza dialéctica ha centrado el enfoque y la caracterización de los modelos en una estricta delimitación de los ciclos históricos: en consecuencia, un modelo de educación o de universidad no se toma como simple formulación de un cierto esquema teórico e ideológico, sino —fundamentalmente como expresión de la manera como funciona la práctica histórica y como ésta define los rasgos esenciales, las formas de operación, los marcos ideológicos e institucionales de un cierto aparato educacional. Desde esta perspectiva dialéctica y totalista, se han establecido diversos modelos de universidad correspondientes a seis grandes ciclos históricos de la sociedad colombiana, desde la época de dominación hispano­ colonial hasta el ciclo de conformación definitiva de un cierto modelo específico de capitalismo dependiente. El proceso histórico de la sociedad colombiana — al vertebrarse en el juego dialéctico de los ciclos históricos con un sentido reformista o revolucionario o con una dirección conservadora o contra­ revolucionaria— permite definir la naturaleza, el papel y los alcances de los modelos de universidad y de educación superior. Estos seis grandes ciclos de la dialéctica histórica, pueden enunciarse así: 1. Ciclo de la dominación hispano­colonial, en el que el modelo de universidad medieval de estilo eclesiástico tiende a transformarse, a finales del siglo XVIII, en un modelo europeo de tendencia racionalista y pragmática; 2. Ciclo posterior a las guerras de Independencia—el correspondiente a la Primera República Liberal—de organización nacional y de establecimiento de relaciones directas con el mercado mundial, en el que se implanta un modelo liberal europeo de universidad—en la primera República—y posteriormente se tiende hacia un modelo liberal de educación superior desescolarizada, en la medida en que se radicaliza la formulación de la democracia política (abolición del ejército permanente, ampliación del voto universal, extinción legal de las relaciones esclavistas y serviles, reducción de las facultades del gobierno central, reforzamiento de las autonomías locales, desamortización de bienes de manos muertas, etc.). 3. Ciclo de la contra­reforma, del aniquilamiento de los fundamentos mismos de la República Liberal de restauración de los patrones culturales y eclesiásticos de la Colonia Española y de configuración de un modelo de universidad tradicional, elitista y escolástica. 4. Ciclo de la moderna apertura capitalista a partir de la Primera post­guerra mundial, de integración física del país (vías carreteables y ferrocarrileras), de configuración de un sistema nacional de mercado y de instauración de la

Page 2: La Crisis de La Universidad

Segunda República Liberal y de un modelo de universidad democrática y profesionalista. 5. Ciclo de la contra­revolución oligárquica y del desmantelamiento de las reformas liberales, en el proceso de aguda concentración del poder económico y político, de internalización de las corporaciones transnacionales como vértebras del mercado interno, y de instauración de las formas modernas de absolutismo político y de transfiguración cesarista del estado de derecho. 6. Ciclo final de la modernización capitalista a través de la plena definición histórica de un sistema urbano­industrial, de la adopción de los patrones norteamericanos de sociedad de consumo, de la instauración de una hegemonía oligárquica compartida sobre la totalidad de aparatos del Estado— por medio de dos partidos oficiales, políticamente conservadores y económicamente liberales—de la expansión de las formas del absolutismo político y de plena articulación del modelo específico de capitalismo dependiente: dentro de estos marcos históricos—correspondientes a las décadas de los años sesenta y setenta o sea, en las que es decisiva la influencia de la Alianza para el Progreso y de la ofensiva ideológica de la Guerra Fría se implantó, llegó a su apogeo e hizo crisis el modelo de universidad tecnocrática­desarrollista o más exactamente, el modelo desarrollista educacional.

El ciclo de la dominación hispano­colonial

Usualmente se considera que la dominación hispano­colonial se fundamentó en un modelo único de universidad cerrada, confesional, escolástica, más orientada hacia el reforzamiento de los cuadros directivos de la iglesia católica y de la administración pública—en su objetivo de explotación de la población indígena—,negra y de “color quebrado” a través de las relaciones de esclavitud y servidumbre, de colonialismo cultural y de capacitación en el esquema absolutista del perfecto vasallo que hacía el conocimiento y la utilización económica de los recursos naturales del Nuevo Reino. En realidad, no existió uno sino dos modelos de universidad: uno, en el período de la conquista y de la expoliación más brutal de la mano de obra indígena y negra, cuando fue más necesaria la acción misional de la iglesia en la represión cultural y en la incorporación de las organizaciones tribales indígenas en la nueva estructura político­social de la Colonia Española; y otra, cuando a través del comercio de contrabando y de las relaciones con los corsarios ingleses, franceses y holandeses, se generó un cierto desarrollo capitalista interno, se ampliaron los talleres y los obrajes, la burguesía criolla de comerciantes inició el debate contra el mercantilismo peninsular a través de las Sociedades Económicas de Amigos del País y los Virreyes Ilustrados—en la época afrancesada de los Borbones— abrieron las puertas de la universidad a las ciencias naturales, a las matemáticas y al pensamiento racionalista. El primer período se inició con la fundación de la Universidad de Santo Tomás, en 1573, como institución universitaria del convento de Nuestra Señora del Rosario de Santafé, con cátedras de artes, humanidades y estudios generales y facultad de otorgar grados académicos como las universidades de la península española 1 . De este hecho deducen los historiadores de ideología hispanizante 2 que “de un golpe, la cultura que florece en Salamanca y sus

Page 3: La Crisis de La Universidad

colegios mayores trata de transplantarse a la balbuciente Colonia Indiana”. Semejante idealización de este tipo embrionario de universidad escolástica y conventual, no se compadece con la indigencia cultural de este ciclo de la dominación colonial española,­pese a la participación en las cátedras de algunos doctores salmantinos­. En 1575 se fundó la Universidad de San Nicolás de Bari, de la orden de ermitaños de San Agustín, si bien sólo empezó a funcionar en 1695, cuando el capítulo agustiniano aceptó la erección universitaria, definió sus constituciones en 1708 y se clausuró treinta años después 3 . La Universidad Javeriana se constituyó en 1622, con facultades para otorgar grados y tomando como base el Colegio Máximo de la Compañía de Jesús fundado en 1604. Pese a que las luchas con los dominicos por el privilegio de otorgar grados de bachilleres, maestros y doctores, y a que todavía en la séptima década del siglo XVII esos grados no tenían categoría universitaria y carácter permanente, la Universidad Javeriana pudo ampliar sus facultades y abrir cátedras de cánones y leyes, hasta el cierre definitivo y la expulsión de los jesuitas a finales del siglo XVIII por Carlos III 4 . Este modelo de universidad se caracteriza porque es parte de un aparato conventual (dominico, agustiniano o jesuita), porque profesa dogmáticamente la teología tomista, porque consta de unas pocas facultades de las llamadas artes, cánones y teología, porque nunca gana el carácter de universidad pública­pese a la existencia del régimen de Patronato y a los privilegios de las instituciones eclesiásticas—porque su dirección es autónoma y con frecuencia se confieren ciertas facultades a los claustros de profesores y porque se aplican, estrictamente, las reglas exclusivistas y discriminatorias que exigen limpieza de sangre, tradición católica, pertenencia a familias con títulos de nobleza y radical exclusión de indios, negros y gentes de oficios viles o de color quebrado 5 al carácter cerrado y eclesiástico de este modelo de universidad y al hecho de que sólo excepcionalmente se establecían cátedras de medicina o se admitían profesores seculares en la enseñanza del derecho, se agregaba la carencia de textos, no sólo por la tardía instalación de imprentas en la Nueva Granada como por el agresivo celo inquisitorial. Desde el siglo XVII la Real Audiencia de Santafé formuló la necesidad de fundar una universidad pública directamente dependiente de la Monarquía, quebrando el monopolio ejercido por las comunidades religiosas. Esta tendencia se reforzó al tomar auge el movimiento progresista de la ilustración en la Metrópoli, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, alentada por la influencia de Feijoo y Campomanes y por la penetración clandestina de la filosofía racionalista, en las colonias americanas. La revolución francesa de 1789—y dentro de la Nueva Granada la insurrección de los Comuneros de 1781, con el rango histórico de pre­revolución de Independencia—penetró hondamente en las nuevas generaciones de la aristocracia criolla de Popayán, Santafé, Tunja y en la burguesía de Cartagena heredada de la oligarquía de comerciantes que ejercía el monopolio legal sobre el comercio con la Metrópoli. En 1761, José Celestino Mutis estableció las primeras cátedras de ciencias naturales, matemáticas y astronomía, organizó la Expedición Botánica con el objeto de investigar e inventariar los recursos naturales de la Nueva Granada y sentó las bases para la ruptura con el modelo escolástico­ medieval de universidad eclesiástica. Corresponde al arzobispo­Virrey de la Nueva Granada Antonio Caballero y Góngora, la abierta crítica oficial al tipo de universidad

Page 4: La Crisis de La Universidad

dominicana 6 y la erección de una universidad pública, no sólo en sustitución de la dominicana sino de la universidad javeriana extinguida como consecuencia de la expatriación de los jesuitas ordenada por la Corona desde 1768. La reforma educacional promovida por el Arzobispo Virrey comprendía a los colegios reales del Rosario y de San Bartolomé, si bien el segundo fue incorporado al Seminario, desatando un conflicto de competencias entre el Virrey y el Arzobispo y una confusión entre estudios civiles y eclesiásticos 7 . No siempre ha conservado la mejor armonía, y alguna vez ha llegado la discordia a términos demasiado escandalosos; y siendo muy distintas las rentas del Seminario de las que el Colegio tiene como Real, no encuentro dificultad en que se haga la separación material de edificios; pues fuera de las competencias que se cortarían de raíz, podría arreglarse mejor la educación de la juventud, porque deben ser muy distintos las ciencias y conocimientos que adquieren los que aspiran a la Abogacía y cargos de la República, de los que deben poseer los que se destinan al servicio de la iglesia; y con motivo de hallarse juntas las Cátedras de Teología y Derecho, se ha introducido (a pesar de las providencias del Gobierno) el gravísimo abuso de estudiar los alumnos al mismo tiempo ambas facultades, y sin saber ninguna optan grados en la Universidad. “En el plan de Universidad y Estudios Generales propuesto en 1787 a la Corona, se define tanto la orientación académica de la enseñanza como la sustitución del régimen de dirección autónoma de la universidad eclesiástica por los claustros de conciliarios y catedráticos. “El estudio de ciencias inútiles dice el plan de Universidad 8 —no ha causado mal tan grave como el método que se observa en la educación de la juventud. Se ha adaptado ésta a las fatuas máximas de aquellas, y en lugar de la educación civil que tanto influye sobre la felicidad del hombre y de las naciones, de aquella que prepara los jóvenes a llenar con suceso las diferentes profesiones de la Iglesia y del Estado, se practica la que sólo es propia a formar vasallos ociosos, inútiles a sí mismos y acaso gravosos a la humanidad”. En este modelo de universidad pública y orientaciones racionalistas y pragmáticas, no sólo se plantea la necesidad de formación profesional de los cuadros burocráticos del Estado y de la Iglesia, sino la superación de una grave limitación idiomática para el estudio de las ciencias naturales y sociales en cuanto el latín se había constituido en el idioma oficial de la universidad, “Si es muy justo que la sagrada Teología y Escritura se traten en el idioma latino— afirma el Plan de reforma universitaria— 9 que se ha santificado con su estudio, no lo es menos que las facultades relativas a la humanidad y a la sociedad política se aprendan y expliquen en nuestra lengua nativa escogiendo los autores que la traten con más pureza, propiedad y energía. En consecuencia de esta constitución y para que los jóvenes aprovechen el tiempo con conocimientos que les sean más provechosos, no serán obligados a cursar las Aulas de Latinidad los mayores de quince años que a su alivio se dediquen al estudio de artes y ciencias profanas. “La orientación teórico­ideológico de este proyecto de universidad pública, fue explicada con la mayor claridad y coherencia, en la Relación de Mando del Arzobispo Virrey 10 : “Todo el objeto del Plan se dirige a sustituir las útiles ciencias exactas en lugar de las meramente especulativas, en que hasta ahora lastimosamente se ha perdido el tiempo; porque un Reino lleno de preciosísimas producciones que utilizar, de montes que allanar, de caminos que abrir, de pantanos y minas que desecar, de metales que depurar, ciertamente necesita más de sujetos que sepan

Page 5: La Crisis de La Universidad

conocer y observar la naturaleza y manejar el cálculo, el compás y la regla, que de quienes entiendan y crean el ente de razón, la primera materia y la forma substancial”.

NOTAS 1. “Universidad Tomista de Santafé en el Nuevo Reino de Granada”, en “Historia de las Universidades Hispanoamericanas”, Agueda María Rodríguez Cruz, período Hispánico, Tomo 1, Bogotá, Edic. Instituto Caro y Cuervo, 1973, pg. 374. 2. “Panorama de la Universidad en la Colonia”, Revista de las Indias, Bogotá. No. 6, 1973, pg. 74, Guillermo Hernández de Alba. 3. “Historia de las Universidades Hispanoamericanas”, ob. cit. pg. 580­58 1. 4. “Universidad Javeriana de Bogotá”, en “Historia de las Universidades Hispanoamericanas”, ob. cit. pg. 426­445. 5. Desde la época de la Conquista, la Corona concedió ciertos privilegios a los nobles indígenas, asegurando su más fácil manipulación político­religiosa en el sistema de dominación colonial. 6. “Universidad pero solamente en el nombre, porque no teniendo más cátedras que de Latinidad, Filosofía, Peripatética y Teología eclesiástica (que las mismas mantienen los demás religiosos, y acaso en mejor pie), se ha visto el gobierno en la precisión de habilitar para la colación de grados los cursos que se ganan en los colegios de las Cátedras particulares que en ellos se han fundado, declarando compuesto el claustro o cuerpo de universidad del Padre Rector y los Catedráticos de ambos colegios”. (“Relación del estado del Nuevo Reino de Granada”), que hace el Arzobispo de Córdoba a su sucesor el Exmo. Sr. Dn. Francisco Gil Lemos, 1789, en “Antonio Caballero y Góngora”, Virrey y Arzobispo de Santa Fe 1723­1796, “José Manuel Pérez Ayala”, Bogotá, Edic. Concejo Municipal, MCMLI, pg. 340. 7. “Esta concurrencia de jurisdicciones” —dice en su Relación de mando el Arzobispo Virrey, ob. cit. pg. 339. 8. Ob. cit., pg. 273. 9. Ob. cit., pg. 275. 10. Ob. cit., pg. 341.

El ciclo de la integración nacional y de la Primera República

La historia nacional—esto es, el esfuerzo colectivo por lograr una incorporación político­social de unas partes dispersas y por ganar unos elementos de identificación y de cohesión interna—se inicia con la insurrección de los Comuneros de 1781 y con las Guerras de Independencia: éstas constituyen las primeras expresiones fundamentales de una voluntad de constituirse en nación y de unas manifestaciones embrionarias pero enérgicas, de tomar forma política e institucional la soberanía de los pueblos, proyectada primero en las Capitulaciones (la primera carta constitucional de Colombia, conquistada por medio del levantamiento armado de los Comuneros, en 1781) y luego en la organización de la Primera República y de la primera forma de Estado Nacional. No obstante que las capitulaciones o acuerdos negociados entre las autoridades coloniales y los altos mandos de los Comunes alzados en armas, fueron luego brutalmente desconocidos por el Arzobispo­Virrey Caballero y

Page 6: La Crisis de La Universidad

Góngora y que la aristocracia latifundista criolla no alcanzó a sospechar sus alcances revolucionarios, es indudable que esta movilización popular tiene el rango de una pre­revolución de Independencia. Entre 1781 y 1810 existe un hilo conductor de mayor importancia práctica—en el sentido de práctica histórica— que el generalmente señalado entre 1789 —año de la revolución francesa— y 1810, si se define esta última fecha como la iniciación no sólo de una insurgencia de aristocracias o burguesías letradas (alimentadas ideológicamente con el enciclopedismo francés y la Carta de los Derechos del Hombre y del Ciudadano) sino de una guerra popular. El problema esencial que se plantea la primera República es el de que —roto el sistema de dominación colonial y, fracturados los aparatos que expresaban la presencia del Estado Español en las Indias— desaparece el único vínculo y la única fuerza cohesiva de unos desarticulados e inconexos territorios. La Primera República no sólo hereda de la Colonia Española una estructura social profundamente estratificada y anclada en las relaciones serviles y esclavistas, sino un archipiélago de regiones enclaustradas e insulares. Con frecuencia se olvida que la explotación colonial originó sólo un capitalismo parasitario de la Metrópoli ibérica, el que ni tuvo capacidad de promover la revolución industrial con el enorme saqueo de metales preciosos realizado en las Indias, ni de desatar en éstas un proceso generalizado de desarrollo capitalista. Los centros urbanos en los que pudo desarrollarse una verdadera burguesía y funcionar unos patrones de actividad económica regulados por unos nuevos conceptos de acumulación capitalista, fueron aquellos, como Cartagena de Indias, alimentados con el monopolio comercial en las relaciones con la Metrópoli o los que—en el siglo XVIII— operaron como nudos o plazos de intermediación del comercio clandestino con las nuevas potencias capitalistas del occidente europeo. El núcleo del nuevo Estado Nacional es, de una parte, el aparato militar emergente de las Guerras de Independencia y de otra, los órganos político­ administrativos heredados de la Colonia Española, como los Cabildos Municipales. Pero los Cabildos que aparecen en las Guerras de Independencia no sólo tienen un carácter absolutamente local, sino que se advierte en ellos la naturaleza de instrumentos de un poder oligárquico, ya sin parentesco con las antiguas formas democráticas del municipio castellano. Dentro de estos marcos históricos y casi simultáneamente con el esfuerzo por dar forma político­institucional a un Estado republicano, se inicia la reestructuración de la universidad y la definición de un modelo liberal de educación superior. Este modelo irá refinándose y transformándose a lo largo de medio siglo—desde 1826 hasta 1875 aproximadamente—dentro de unas grandes líneas o tendencias de orientación teórico­ideológica: a). Hacia un tipo de educación superior o de enseñanza universitaria impartida en su totalidad por el Estado, en contraste con el carácter privatista y eclesiástico de las universidades tradicionales de la Colonia Española; b). Hacia una conformación inmediata de los cuadros profesionales de la Primera República—esto es, del proyecto de nación colombiana—y de las élites constituidas en núcleos rectores de una clase política; c). Hacia una fundamentación de la enseñanza superior en las nuevas conquistas filosóficas y científicas de la Europa Racionalista, liberal y burguesa (Economía Política Inglesa, derecho utilitarista de Bentham, Filosofía Jurídico­ política de Montesquieu y Rousseau, etc.);

Page 7: La Crisis de La Universidad

d). Hacia una asignación —a la universidad— del altísimo rango de vanguardia secular y laica de la Primera República, liberada de la tutela eclesiástica o militar; y e). Hacia la creación de una red descentralizada de establecimientos de enseñanza media y superior, en centros urbanos de tanta influencia económica y política como Popayán y Cartagena. Es sorprendente el hecho de que este proyecto de universidad no fue sólo expresión de las capas letradas y sin rangos castrenses, sino de los generales salidos de las guerras de Independencia como Francisco de Paula Santander o José Hilario López. Desde luego, este modelo de universidad pública, racionalista abierta a las nuevas profesiones y en trance de conquistar niveles superiores de autonomía, nace en contradicción flagrante con el tipo de Estado políticamente posible, centralista y vertical. En los propios albores de la Primera República, se reestructura la universidad en el ámbito de la Confederación Gran Colombiana—en Quito, en Caracas y en Bogotá­y se organiza en esta ciudad una primera Universidad Central, con las facultades de literatura y Bellas Artes, Filosofía y Ciencias Naturales, Medicina, Jurisprudencia y Teología, con miras a conformar un sistema universitario con una enseñanza impartida totalmente por el Estado. 1/2 Elementos claves de la reforma universitaria son la sistematización de los estudios de las ciencias naturales y de la medicina, la introducción de la Economía Política liberal­burguesa, la fundamentación del derecho en la concepción utilitarista de Bentahm o en la doctrina clásica de Montesquieu y del enciclopedismo francés, y la sustitución del latín como lengua oficial de la universidad medieval y escolástica por el francés y el inglés, las nuevas lenguas de la sociedad capitalista europea.

Sin embargo, este tipo de universidad—en el ciclo conflictivo y contradictorio de la Primera República—, cuya vigencia histórica se extiende hasta el proceso contra­revolucionario que culmina en la Constitución autoritaria de 1886 y el Concordato colonialista de 1887 no pierde el carácter elitista, en una sociedad colombiana en la que las masas populares son analfabetas, en la que el voto universal se restringe a una minoría de varones, alfabetos mayores de edad y propietarios de tierras, en la que la esclavitud subsiste hasta la mitad del siglo XIX y la servidumbre (en las haciendas señoriales de colonato) se extiende hasta las postrimerías de la Segunda República Liberal (1934­1946). Las relaciones internacionales de intercambio descansan, hasta finales de la Primera República liberal, en una exportación inestable y errática de productos forestales, mineros y agrícolas (quinas, añil, gomas, palos, tintoreos, algodón y tabaco), en una importación de manufacturas inglesas y en un pago de las cuentas deficitarias con oro y plata: el control inglés sobre la comercialización externa del tabaco o sobre la economía extractiva de las quinas o de los metales preciosos—así como sobre las líneas más valiosas del comercio de importación—hicieron posible el que las firmas inglesas construyeran (a cambio de enormes concesiones y de privilegios fiscales) de tierras baldías, tramos ferrocarrileros a integrar—con el río Magdalena—un sistema de transporte orientado hacia los nudos portuarios del litoral atlántico y el comercio exterior. Sin embargo, la carencia de una estructura agraria exportadora de carácter nacional—como la del café, instalada en las laderas medias de las tres cordilleras andinas que constituyen la vértebra geográfica del país—podría en cierta manera explicar la tremenda inestabilidad económica de la Primera

Page 8: La Crisis de La Universidad

República Liberal, las desquiciadoras oscilaciones de sus exportaciones, el débil desarrollo capitalista de las economías urbanas y, finalmente, la gravitación de las economías locales y la conservación de la antigua imagen de una nación constituida como un archipiélago de regiones insulares. Este panorama económico tiene por objeto explicar las limitaciones estructurales de la Primera República Liberal, no a negar el proceso de crecimiento económico, la expansión de los talleres artesanos—al liberarse de las trabas impuestas por los Cabildos y las cofradías—la formación de un peonaje aluvional en las ciudades o aldeas con mayor posibilidad de desarrollo comercial y las crecientes necesidades de mano de obra de parte de la nueva clase terrateniente salida de las Guerras de Independencia. Hacia la mitad del siglo XIX, confluyen tres grandes corrientes de liberalización: una primera, originada en las universidades y orientada en el sentido de ampliar libertades de enseñanza, de organización educacional y de otorgamiento de títulos universitarios; una segunda, asociada con los movimientos políticos de profesionales, estudiantes y artesanos, enderezada a propugnar la radical abolición de los títulos de sangre, de los abolengos señoriales y del ejército permanente, en procura de una sociedad abierta y sin estructuras concentradoras y autoritarias de poder; y una tercera, vinculada con la demanda de los Beneméritos de las Guerras de Independencia que habían obtenido grandes adjudicaciones de tierras—baldías o abandonadas por los antiguos propietarios españoles—y no disponían de mano de obra para explotarlas. En este clima político se desarrolla el explosivo movimiento de las Sociedades Democráticas—formadas por artesanos, estudiantes, profesionistas liberales y militares revolucionarios, identificados en ciertas líneas ideológicas del socialismo blanquista que tan singular importancia tuvo en la revolución francesa de 1848—se produce la abolición de la esclavitud (por la vía burguesa de la compra de los esclavos a los propietarios a través de Cajas Públicas encargadas de la Manumisión) y se consagra, desde 1842, la plena libertad de enseñanza y de ejercicio de las profesiones. La Universidad pública—víctima de estas corrientes liberales de auto limitación y autodestrucción—pasa a un segundo plano y emergen de nuevo las universidades e instituciones religiosas de enseñanza, si bien la de los jesuitas desaparece con la expulsión de éstos en 1861 y con la posterior aplicación de la política de Desamortización de Bienes de Manos Muertas. La represión que sigue a la toma del Gobierno por las Sociedades Democráticas y las Guardias Nacionales, en 1854, desvertebra las fuerzas de transformación de la sociedad colombiana, abriendo una profunda brecha entre el artesano y las élites universitarias, las que desempeñan un papel central en el desarrollo del federalismo, en la proyección de la desamortización de Bienes de Manos Muertas, y en el diseño del nuevo modelo liberal de universidad. La reforma agraria liberal se orienta en el sentido de incorporar las tierras vinculadas—no sólo de propiedad de comunidades religiosas y ayuntamientos sino también de comunidades indígenas—en la economía capitalista de mercado, completando la reforma enderezada a transformar los esclavos y siervos en peones y colonos libres. A más de la significativa reducción de la matrícula estudiantil en la universidad pública—en los Distritos universitarios de Bogotá, Cartagena y Popayán— resulta notable el cambio de rumbo profesional del estudiantado:

Page 9: La Crisis de La Universidad

Memorias de los Ministros del Interior, Francisco Javier Zaldúa y Antonio del Real, Bogotá, sin fecha de edición.

1848.49 1952­53

Facultad de Literatura y Filosofía 402 186

Facultad de Jurisprudencia 190 89

Facultad de Ciencias Físico­matemáticas 74 91

Facultad de Medicina 56 37

Facultad de Teología 48

La impronta cultural de la facultad de Filosofía y Letras no sólo puede medirse por la elevada proporción de su matrícula—en un proceso de radicalización en el que no sólo se formula la libertad de enseñanza sino la abolición de los títulos profesionales—sino por el más amplio espectro de cátedras: mientras las facultades de Jurisprudencia, Medicina, Teología y Ciencias Físico­ Matemáticas, apenas disponen de 13.5 y 4 cátedras, respectivamente, la de Literatura y Filosofía alcanza a 19. Este esquema universitario corresponde a un proceso en el que, de una parte se tiende a la desescolarización de la enseñanza superior y de otra el esfuerzo del Estado se orienta hacia la creación de una universidad estatal, única, centralizada, orientada ideológicamente por el positivismo y el utilitarismo, libre de la tutela eclesiástica. En 1867, el Gobierno liberal funda la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, con absoluta autonomía operacional, gobierno democrático y plenas libertades académicas, con el objeto de restringir el desarrollo de la universidad privada de tipo confesional y religioso. La Universidad Nacional se constituye con un cuadro de seis unidades académicas—Derecho, medicina, Ciencias Naturales, Ingeniería, Filosofía y Literatura, Instituto de Artes y Oficios—funcionando con absoluta autonomía por una década, con un currículum de transición que recogía las líneas del profesionalismo liberal clásico de la Primera República y las demandas técnico­ industriales formuladas por Mariano Ospina Rodríguez, en coincidencia con los movimientos artesanales y las exigencias de protección industrial de parte de las Sociedades Democráticas. Este fugaz resurgimiento de la universidad pública—que no alcanzó a realizar la concepción de una universidad “como escuela de método y centro de investigación nacional” 3 se ahoga en la dinámica de las guerras civiles, en la ocupación militar de los establecimientos universitarios y en la destinación exclusiva del presupuesto nacional al financiamiento de la guerra. Entre 1870 y 1875 desaparece todo vestigio de organización en los estudios profesionales y universitarios. Pese a estas contradictorias tendencias hacia la creación de una universidad Nacional de gran envergadura académica o hacia la desescolarización de la enseñanza superior, este periodo de ascenso de las fuerzas sociales que

Page 10: La Crisis de La Universidad

promovieron las reformas liberales entre 1840­1870, se caracteriza por un replanteamiento de los problemas de la organización social y política por un audaz propósito de analizar, críticamente las condiciones de existencia histórica de la sociedad colombiana. Es en este proceso cuando la inteligencia filosófica o científico­social de esas capas sociales con acceso a la universidad pública, inicia el contacto con las corrientes del pensamiento socialista europeo y da forma a las primeras interpretaciones coherentes acerca de esa realidad histórica llamada nación colombiana: a este período de conmoción ideológica y de auge del pensamiento crítico, corresponden los más logrados esfuerzos de análisis de José M. y Miguel Samper, Manuel Murillo Toro, Manuel M. Madiedo, Aníbal Galindo, Florentino González, Manuel Ancízar, José Eusebio Caro, filósofos sociales y precursores de una ciencia social que sólo encuentra de nuevo una atmósfera propicia en la Segunda República Liberal de 1934. La radicalización de semejante proceso conlleva el germen de su propia destrucción posibilitando el golpe de Estado del Presidente Rafael Núñez, en 1884, al desconocer, por sí y ante sí, la Constitución Nacional de 1863. El liberalismo político estimuló y propagó una atmósfera de libertades, pero al debilitar orgánicamente el Estado Central, al nacionalizar las tierras de la iglesia haciendo posible su transferencia a los más conspicuos representantes de la naciente burguesía liberal, al romper agresivamente con las organizaciones políticas del artesanado y al centrar sus tendencias hegemónicas en una oligarquía político­militar abrió las puertas no sólo a un federalismo apoyado en el poder irreductible de los caciques y de los señoríos locales, sino a un vasto proceso de desintegración 1 . La Constitución de 1863 se caracteriza por la unidad ideológica, en razón de que fue hecha por la élite intelectual del liberalismo político —antes que por un partido—y su objeto no era instrumentar un esquema de organización social, económica y política, sino todo lo contrario: desmontar la maquinaria tradicional del poder—más o menos intacta en el sistema latifundista y señorial vigente a lo largo de casi todo el siglo XIX—y reducir a su mínima expresión Nacional al Estado, de manera que no tuviese capacidad alguna de intervención social y ni siquiera pudiese ser un árbitro eficaz en las guerras civiles libradas entre los Estados de la Federación. La garantía constitucional del libre tráfico de armas y del “sagrado derecho de insurrección de los pueblos” se constituye en la cobertura necesaria para hacer de la guerra civil el medio fundamental de la acción política y para acelerar el proceso de desintegración nacional y de crisis—por agotamiento histórico—del esquema político del liberalismo como partido de gobierno.

NOTAS 1. Consultar “El comercio y la navegación entre España y las Indias en la época de los I­Iabsburgos”, C. H. Haring, París, Edit. Desclée, 1939; y “El Estado Español en las Indias”, José M. Ots Capdequi, México, Edic. El Colegio de México. 2. “La universidad colombiana en la búsqueda de sí misma”, ob. cit. pg. 4. 3. “Algunos puntos de vista sobre el problema de la investigación universitaria en nuestra época”, 1. Mora Osejo, Bogotá, 1975, edic, Mim. Vice­Rectoria Académica, pg. 6.

Page 11: La Crisis de La Universidad

El ciclo de la contra­reforma y del modelo contemporáneo de universidad tradicional

La contra­reforma es un movimiento que se articula a partir de la sexta y séptima década del siglo XIX y que tiene como vértebras nacionales—en un país en proceso de desintegración—a la Iglesia Católica, a la antigua y nueva aristocracia latifundista y a un renovado partido conservador. El punto de partida de la contra­reforma es el desconocimiento—por el Presidente de la República— de la Constitución de 1863 y la convocatoria de una Asamblea de Delegatarios compuesta por mandatarios del gobierno, no del pueblo, bajo el control de una alianza entre el partido conservador y una disidencia táctica y conservadora del partido liberal. El objetivo de última instancia de la Constitución de 1886 y del Concordato de 1887 no era tanto el enfrentamiento al proceso de desintegración por medio de la organización de un auténtico Estado Nacional, sino la instauración de un modelo absolutista de organización estatal que sirviese para restaurar la hegemonía de las viejas fuerzas sociales, religiosas, políticas, cerrando herméticamente las puertas a las posibilidades de la insurgencia popular, de la revolución o de la reforma. De allí que no obstante reivindicar la bandera de la integración de las regiones y de la sustentación del Estado en una nueva perspectiva nacional, su práctica estaba orientada en el sentido de asegurar el control hegemónico de las fuerzas sociales más reaccionarias, de asignar a la Iglesia Católica el rango político de religión oficial del Estado—a imagen y semejanza de la Colonia Española—y de contribuir por todos los medios a la perpetuación de la vieja sociedad instituyendo el control directo sobre los mecanismos e instancias electorales, negando el derecho de las minorías a la representación política y transformando el Congreso en una dependencia vicaria o burocrática del Gobierno, o más exactamente, del Presidente de la República. Se cerraron tan brutalmente las puertas de la reforma o de una mínima expresión política de la oposición, que a finales del siglo la vida política no pudo continuar haciéndose por medio de elecciones sino de guerras civiles. En razón de que el Concordato de 1887 entrega a la Iglesia Católica y al vaticano el control ideológico y la suprema inspección sobre la educación, las misiones y el régimen familiar, el nuevo modelo de universidad nacional que se constituye tiende a inspirarse en el craso confesionalismo de la universidad monástica anterior a la reforma de Caballero y Góngora así como en el estrecho cuadro de las profesiones liberales, clásicas. Este modelo de universidad elitista, cerrada, confesional, autoritaria, limitada a la formación de una delgada capa de profesiones liberales (Derecho, Medicina, Ingeniería Civil), desconoce tanto la investigación científica como la libertad de pensamiento y de cátedra, y su objetivo finalista e ideológico es el mismo que el adoptado por la universidad monástica dos siglos antes: impedir que la juventud respire la atmósfera del contaminado pensamiento universal, expulsando de las aulas o bloqueando el acceso a ellas de todos los grandes valores de la filosofía y de la ciencia social considerados heréticos como Descartes, Darwin, Kant, Hegel o Marx. Este es el mismo tipo de petrificada universidad que se encuentra en 1924—con la excepción de las dos universidades privadas fundadas por una élite de intelectuales racionalistas o Positivistas de la Oposición liberal—contra la que irrumpe una nueva generación conmocionada por las transformaciones de la postguerra, por la

Page 12: La Crisis de La Universidad

revolución rusa de 1917 y por el intempestuoso asalto de las nuevas ideologías que invaden el escenario mundial: el socialismo marxista, el anarco­ sindicalismo, el nacionalismo reaccionario y el fascismo.

Modelo de Universidad Tradicional (Anexo 1)

En este modelo de universidad tradicional, están descartadas las fuerzas— externas o internas de transformación: las Escuelas de Medicina, Derecho e Ingeniería Civil operan como unidades enclaustradas e insulares, sin urgencias de expansión lineal o de mejoramiento Cualitativo, ya que no existen otras presiones externas que las de una restringida clientela tradicional, reclutada de la oligarquía gobernante y de su estratificada clase política y depurada a través de los selectivos mecanismos de la educación media. Desde el punto de vista de las capas medias particularmente de las originadas en una provincia eminentemente rural—la importancia de la universidad consiste en que es para aquélla el único mecanismo de ascenso social. En este ciclo, no existe ninguna presión popular sobre la Universidad o sobre la educación media, ya que las grandes mayorías campesinas son analfabetas (en un país con cerca de las ocho décimas partes de la población en el campo) y las capas artesanales y obreras apenas pueden aspirar a la escuela primaria o a la escuela de artes y oficios. El funcionamiento de este modelo tan cerrado y elitista, exige ­como condición político­social­ una absoluta separación o dicotomía entre las tres fases del sistema educacional: el primario, el secundario y el superior o profesional. Por medio de este mecanismo, quedan bloqueadas todas las vías de ascenso social y las posibilidades de cuestionamiento crítico de este tipo de sociedad, de cultura y de Estado. La estructura interna de semejante modelo histórico corresponde a las aspiraciones y patrones ideológicos del sistema absolutista de Estado: riguroso ordenamiento vertical, sistemática exclusión de cualquier forma de representación del profesorado o del alumnado, carencia absoluta de investigación científica, adopción de una ideología oficial de acuerdo con las normas del confesionalismo católico, transmisión autoritaria del conocimiento, ortodoxia del texto único, imposibilidad no sólo del diálogo vertical entre profesores y alumnos (dada la vigencia del principio escolástico del magiester dixit) sino del diálogo o de la comunicación horizontal entre alumnos y alumnos. Dentro de este esquema, la docencia no es una profesión y el ejercicio de la cátedra no se fundamenta en investigación alguna sino en la capacidad de reproducción de textos, sobre un alumnado inerme y condenado a la pasividad, al monólogo profesoral y a un sistema de evaluación académica armado de dos inflexibles instrumentos: el control formal de la asistencia y la capacidad de reproducción literal de las enseñanzas o textos magisteriales. En un país que en la década de los años veinte pasa de los siete millones u ocho millones de habitantes, los egresados de la universidad en el período 1920­1929 apenas llegan a 393 personas, 210 en Medicina, 109 en Ingeniería, 45 en Derecho y 29 en Agricultura 2 . La dialéctica de la historia demuestra que—después de medio siglo de Estado absolutista y de aislamiento cultural de la sociedad colombiana el modelo de universidad elitista, escolástica, confesional, segregada del país y de las nuevas corrientes de la cultura universal, no podía sustentarse una vez desencadenados los fenómenos de la integración nacional del mercado, de la

Page 13: La Crisis de La Universidad

plena articulación histórica de una estructura agrario­exportadora, del ascenso de las nuevas fuerzas sociales, de la modernización institucional del Estado y de la poderosa gravitación de los nuevos y agresivos mecanismos de comunicación social. La historia misma se había encargado—después de la trágica amputación territorial de Panamá y de los cambios profundos ocurridos en la postguerra de los años veinte de desmantelar (no simplemente allanar) los muros de una fortaleza que el antiguo bloque de clases dominantes había considerado invulnerables.

NOTAS 1. “La historia de la decadencia de una nación”, dice Ortega al comentar la Historia Romana de Mommsen (“Incorporación y desintegración”, en “España Invertebrada”, José Ortega y Gasset, Madrid, Edic. Revista de Occidente, 1963, pg. 28), es la historia de una vasta desintegración. “En última instancia, la crisis histórica de la Primera República Liberal aparece asociada con el proceso de desintegración nacional en la sexta y séptima década del siglo XIX. 2. “Trayectoria histórica de la Universidad colombiana”, Fernán Torres León, Bogotá, Edic. ICOLPE, 1975, pg. 13. Un elemento característico de este modelo de universidad tradicional es el de la exclusión absoluta de la mujer en la educación superior, limitando drásticamente su acceso a los planteles de educación media. “Jamás podrá igualarse —se afirmaba oficialmente en los Andes de la Instrucción Pública de Colombia, Educación de la mujer”, Bogotá, febrero, 1891, pg. 138. “La posición social del hombre y de la mujer”. “No llevemos a los hogares la revolución del progreso materialista, porque se corre el riesgo de apagar la llama del amor de familia, única cosa quizás que nos queda ya en este cataclismo universal de principios y sentimientos”.

El ciclo de la apertura capitalista y de la Segunda República Liberal

La historia contemporánea de Colombia se inicia con esos imprevistos y rápidos cambios ocurridos en la coyuntura de la primera postguerra en el sistema capitalista de mercado mundial—cuyo centro dinámico se desplaza de Inglaterra a los Estados Unidos—así como en las transformaciones internas ocurridas en la fulminante crisis de la república señorial y autoritaria, en la estructura de clases característica de un país eminentemente rural y latifundista, en el tipo esclerosado de hegemonía política y en la configuración—entre la primera y la segunda postguerra mundiales de un nuevo modelo de capitalismo subdesarrollado, y dependiente 1 . Nunca antes, en la historia de la sociedad colombiana, se habían producido, en tan corto tiempo, cambios tan acelerados, complejos y profundos como efecto de la plena inserción en la economía capitalista de la estructuración del mercado interno y dentro de nuevos patrones monetarios e institucionales y de iniciación de un proceso de modernización capitalista que ha de extenderse por varias décadas y ha de comprender las diversas dimensiones, fases y componentes de la sociedad colombiana. Ni siquiera las guerras de Independencia lograron provocar un semejante reacomodo espacial y económico de la sociedad colombiana por lo mismo que las viejas fuerzas sociales y políticas pugnaron por preservas la vigencia de la estructura agraria y social originada en la dominación colonial española. El acontecimiento fundamental en las últimas

Page 14: La Crisis de La Universidad

décadas del siglo XIX—que en cierta manera compensa la acción desquiciadora y aniquilante de las guerras civiles—es la colonización antioqueña de la hoya del río Cauca por medio de la plantación cafetalera, la pequeña finca operada por la comunidad familiar y la ocupación progresiva de las vertientes andinas por una enérgica y espontánea movilización de campesinos sin tierra. A diferencia de lo ocurrido con la agricultura tabacalera, la plantación y la cultura del café se desarrollan en las tierras baldías y boscosas de las laderas andinas, esto es, en un vasto cinturón subtropical que a lo largo del siglo XIX bloqueó la comunicación entre las economías locales de los valles y regiones de altura y los valles bajos, los abandonados litorales, las despobladas llanuras del oriente y el enorme y desconocido bosque amazónico. La dinámica de la economía cafetalera—al determinar el poblamiento de las laderas andinas, provocar la integración física del país por medio de un sistema de vías ferrocarrileras y carreteables y generar las fuerzas de sustentación de un mercado nacional interno—rompe el esquema tradicional en que se había sustentado la geografía de archipiélago y crea las condiciones del nuevo proceso de acumulación y modernización capitalistas. El nuevo proceso de apertura capitalista se inicia en la postguerra con una notable expansión del mercado internacional del café, que origina la duplicación de la superficie sembrada—entre 1923 y 1928—el cambio de posición colombiana en la producción mundial—del 5.7% en 1909 a cerca del 9% en 1925­26—y el aumento del valor anual del comercio exterior desde 61 millones de dólares a más de 200 millones de dólares en 1929, incluyendo las exportaciones desnacionalizadas correspondientes al moderno tipo de enclave neo­colonial (petróleo, bananos y platino). Entre 1920 y 1930 el país exporta en total 1.100 millones de dólares, mientras que en el decenio 1909­1919 apenas había llegado al nivel de los 360 millones de dólares: la capacidad importadora generada en esa corriente de exportaciones físicas sobre­pasa en la década los 1.000 millones de dólares, correspondiendo cerca de las tres cuartas partes a las compras en Estados Unidos y el 28% a la adquisición de maquinaria y equipo. Es en esta década de los años veinte cuando se inicia la primera fase de la industrialización sustitutiva y cuando se crean las condiciones materiales para la modificación de la imagen física de la sociedad colombiana en cerca de medio siglo, desatándose el proceso de urbanización que, al nivel histórico de la segunda postguerra, ha de expresarse en la plena configuración del triángulo metropolitano Bogotá­Medellín­Cali y del sistema urbano­industrial. La integración del país al mercado capitalista mundial a través del sistema norteamericano de canales y de manipulación comercial, implica la inmediata implantación de las formas, instituciones y métodos de modernización característicos del nuevo tipo de dominación imperialista. De ahí que simultáneamente con la operación de la primera Misión Norteamericana que emprende la tarea de modernización del aparato bancario del sistema de financiamiento y de la organización presupuestal y administrativa del Estado— la Misión Kemmerer, que en la década de los años veinte participa directamente en el diseño de reformas financieras y fiscales en Ecuador, Bolivia, Perú y Chile y en la introducción del sistema norteamericano de banca central—fluyen en gran escala los recursos metropolitanos de inversión, en la forma de empréstitos públicos o de transferencias directas a través de los resguardados canales del enclave neo­colonial. Entre finales de 1923 y de 1928, los empréstitos norteamericanos se incrementaron de US$24 a US$203

Page 15: La Crisis de La Universidad

millones, provocando la integración de la infraestructura física, la transformación de la carretera en el eje del moderno sistema transportador y la rápida apertura del mercado interno de automotores y energéticos 2 . Se inaugura así el ciclo en el que las Misiones Norteamericanas toman parte directa en la proyección teórica, ideológica y técnica, de las grandes reformas (bancarias, financieras, fiscales, comerciales, laborales, educacionales o administrativas), a través de las cuales se promueve y realiza la modernización capitalista, desde los años veinte hasta los años sesenta, cuando Colombia es declarada plan piloto de la Alianza para el Progreso. En este escenario social y económico aparece el proletariado, en la industria manufacturera concentrada en las incipientes ciudades metropolitanas, en los enclaves neocoloniales del petróleo y de la minería, en las plantaciones de banano, en los sistemas transportadores del río Magdalena y del Ferrocarril al Océano Pacífico, en los puertos y en los nudos del tránsito comercial. En el nuevo tipo de mercado capitalista del trabajo se aplica la política mercantilista de bajos salarios como condición de la acumulación originaria—no las normas salariales del mercado del trabajo en los Estados Unidos— definiéndose los rasgos característicos de la política laboral en un Estado absolutista: carencia de salarios mínimos fijados estatalmente, disociación entre productividad y remuneración del trabajo, inexistencia de prestaciones sociales y de una mínima cobertura de seguridad social, radical diferenciación entre salarios urbanos y rurales, tratamiento de los conflictos laborales como problemas de orden público y sistemática ilegalización de las luchas sociales y de las formas clasistas del sindicalismo. Enfrentado a una burguesía que tempranamente se asocia en grupos de poder y divorciado del sistema tradicional de partidos políticos que aún en la década de los años veinte conserva los perfiles ideológicos, y la naturaleza aluvional y los tipos de caudillismo de la sociedad colombiana del siglo XIX, el movimiento obrero irrumpe como una fuerza revolucionaria y verticalmente enfrentada al absolutismo del Estado, a la intransigencia de las clases patronales y a la ruda hegemonía de la moderna nación imperialista. A diferencia de lo acaecido en las naciones australes de la América del Sur—de inmigración europea—el proletariado colombiano no conoce la ideología socialdemócrata y nace bajo el signo de una práctica revolucionaria del sindicalismo y de una concepción radical del socialismo que veía en la revolución rusa de 1917 el comienzo de la revolución mundial. Dentro de este contexto histórico llega a Colombia el marxismo en los años veinte, más como una expresión de la voluntad de lucha de la clase obrera y de la pequeña burguesía de intelectuales y estudiantes que como una forma superior de la ciencia social y del pensamiento crítico, dada la tradición absolutista y escolástica de la educación colombiana reabierta en el proceso contra­revolucionario de 1884. Es en esta década cuando se plantea —por las fuerzas sociales y por las nuevas generaciones en estado de insurgencia— el conflicto vertical entre las necesidades de inmediata apertura cultural e ideológica y el esclerosado aparato de la educación colombiana. En la universidad confesional de la época, aún por 1930 no se enseña ninguna doctrina herética o heterodoxa, excluyéndose radicalmente no sólo el conocimiento de Marx, Engels, Fourier o Proudhon, sino el de Darwin, Descartes, Hegel o Kant. Este hecho explica el que las juventudes rebeldes de post­guerra hubiesen tenido la capacidad de adherir a consignas revolucionarias del nuevo evangelio pero no de pensar teóricamente y de

Page 16: La Crisis de La Universidad

crear—de cara a los problemas específicos de su sociedad y de su tiempo— una ideología revolucionaria, una capacidad de reflexión crítica acerca del proceso histórico de la nación colombiana. Pero el hecho es que ese pensamiento revolucionario penetró hondamente en una élite del estudiantado, rompió de golpe el petrificado hermetismo de la universidad tradicional y abrió el camino a una alianza política, cuya peligrosidad ya había sido experimentada en el movimiento de las sociedades democráticas de 1850: la alianza entre el estudiantado de izquierda y el galvanizado movimiento obrero. En los días finales de la hegemonía conservadora, la vanguardia política de su oposición estuvo desempeñada por la Federación Nacional de Estudiantes, así como por el sindicalismo de clase y los audaces destacamentos del socialismo revolucionario. En este período de deshielo y de movilización simultánea del estudiantado y de la clase obrera, se produce el reacomodo de los partidos tradicionales, posibilitando los cambios políticos en el gobierno—precisamente en la coyuntura de la gran depresión de 1930—y la instauración de la Segunda República Liberal, cuya mayor victoria consiste en la capacidad de transformar la movilización revolucionaria de la clase obrera, del campesinado y de las élites intelectuales de la clase media, en una fuerza institucionalizada y reformista. El cambio de gobierno tuvo la apariencia de una transformación revolucionaria, lográndose la desmovilización del estudiantado y la incorporación de la clase obrera en los cauces de un socialismo pragmático y reformista. Sobre estos soportes sociales, se acometen las grandes reformas inspiradas en una ideología liberal­populista: la modernización institucional y operativa del Estado, creándose las condiciones y los mecanismos para el nuevo proceso de expansión, en la línea de los servicios asistenciales o en la del nuevo sistema de empresas articuladas de acuerdo con los patrones del capitalismo estatal; la transformación del sistema tributario, centrándolo en el impuesto directo sobre el patrimonio y los ingresos; la adopción de un régimen jurídico de protección y regulación de sociedades, tanto las de capital como las de personas; la modificación de las relaciones laborales, en procura de una generalización del salariado y de una mínima racionalización del mercado capitalista del trabajo; la regulación de las formas de adjudicación de tierras baldías de propiedad fiscal, y de los derechos adquiridos por colonos, arrendatarios y cultivadores directos, estableciéndose las primeras vallas a las formas tradicionales del acaparamiento latifundista; la reestructuración de los bloqueados mecanismos electorales y del sistema de identificación ciudadana; la plena institucionalización del sindicalismo y del cooperativismo; y una notable apertura del aparato educacional en todas sus instancias y niveles. En líneas gruesas, el esfuerzo de la República Liberal se orienta en varios sentidos: el de ampliar sus bases de sustentación social, asegurando una mínima autenticidad a la democracia política y logrando—entre 1939 y 1943— un aumento de la cedulación de 1.85 millones a más de 2 millones 3 ;el de crear mecanismos institucionales de negociación en los agudizados conflictos de clases; el de eliminar las relaciones señoriales en el campo; el de mejorar las condiciones de distribución social del ingreso; el de estimular la expansión y ascenso de las clases medias, por medio de la universidad, las instituciones de intermediación política y la burocracia. Y el de sentar las bases institucionales y económicas del intervencionismo pragmático y del capitalismo de Estado.

Page 17: La Crisis de La Universidad

Dentro de estos marcos institucionales y políticos de la Segunda República Liberal, se produce la reorganización de la Universidad Nacional, en 1935, como centro rector de un modelo Universitario de Carácter profesionalista y pragmático “La universidad colombiana —decía el Presidente Alfonso López Pumarejo, en este momento inicial de la reforma deberá preocuparse muchos años por ser una escuela de trabajo más que una academia de ciencias. Es urgente ponernos al día en el manejo elemental de una civilización importada, cuyos recursos ignoramos y cuyos instrumentos escapan a nuestro dominio. Mientras ello no ocurra, no habrá autonomía nacional, no habrá independencia económica no habrá soberanía”. En realidad, este modelo universitario inicia el proceso de modernización de la educación superior por medio de la integración de Facultades e institutos dentro de sistemas con cierta coherencia académica, diversifica las profesiones clásicas existentes (Medicina, Ingeniería, Derecho, Agronomía y Medicina Veterinaria) y proyecta nuevas carreras profesionales, abre la posibilidad del libre examen de las ideas y establece formas de participación democrática del profesorado y del estudiantado en el Gobierno de la Universidad Nacional. Si bien la universidad depende de los aportes presupuestales del Estado; la autonomía que se consagra va hasta el nivel del co­gobierno, por lo menos en el brevísimo auge de la República Liberal. A diferencia de lo ocurrido en el ciclo final del modelo desarrollista de universidad colombiana, la característica más notable de la reforma universitaria liberal, es la consagración de la Universidad Nacional como centro motor y paradigma del sistema, concentrándose en él no sólo los recursos del presupuesto público sino la facultad estatal de control académico de la educación superior y del otorgamiento de títulos profesionales. Entre 1934 y 1946 se triplica el número d estudiantes pasando la matrícula de 1.159 a 3.673 alumnos 4 — y se cuadruplica, en términos reales, los aportes del gobierno a la Universidad Nacional 5 . A comienzos de la década de los años cuarenta se inicia la diversificación de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, al fundarse —en 1943— la primera institución de enseñanza profesional de la ciencia económica y al aparecer más tarde de otras ramas de las ciencias sociales. La Etnología y la Antropología (nacen) asociadas con la actividad académica de la Escuela Normal Superior y del Instituto Indigenista de Colombia. El afloramiento de la universidad privada —de tan alto rango académico como la Universidad Javeriana de la Compañía de Jesús o como la Universidad de los Andes, la primera inspirada en la moderna filosofía humanística del catolicismo y la segunda en los patrones universitarios norteamericanos— no expresa, en este ciclo de alta tensión social y política, una simple forma de expansión de las instituciones de enseñanza superior, sino una reacción frontal de las comunidades religiosas y de las nuevas corporaciones capitalistas contra la reforma liberal. Tanto la universidad estatal como la privada no sólo se orientan hacia la formación de un nuevo elenco de profesionales por la vía de la diversificación de las carreras clásicas o del diseño de las nuevas carreras— sino hacia la renovación de la clase política, respondiendo a la exigencia de una estructura social cada vez más estratificada y conflictiva y a la expansión de las nuevas formas de intervencionismo y de capitalismo de Estado. Pese a las importantes transformaciones ocurridas en este efímero ciclo de la Segunda República Liberal, resulta evidente —desde una perspectiva histórica

Page 18: La Crisis de La Universidad

de las condiciones de vida de la sociedad colombiana— la limitadísima escala de los cambios ocurridos en la educación superior y la carencia de una concepción coherente y totalista del problema educacional. Si bien la matrícula en la escuela primaria pasa de 569 mil alumnos en 1939 a 623 mil en 1943, en 1946 sólo llega al nivel de los 675 mil estudiantes: en un país cercano a los once millones con las tres cuartas partes de la población en el campo, el 44% de la población en edad escolar no tiene acceso a la escuela, el 54% de los alumnos matriculados corresponde al sector urbano (en su mayor parte concentrado en los centros metropolitanos de Bogotá, Cali y Medellín) y la población analfabeta se incrementa, entre 1937 y 1947, de 3.3 millones a cerca de 4 millones. 6 La educación secundaria se caracteriza por un crecimiento extremadamente parsimonioso, una notable prevalencia de los establecimientos privados —en una elevada proporción adscritos a comunidades religiosas y con subvención estatal— y una pobrísima instalación para la enseñanza tecnológica: de 450 establecimientos existentes en 1939 con una matrícula de 35.000 alumnos, se pasa a 514 establecimientos con 40.400 alumnos en l943 7 y a 637 establecimientos con una matrícula de 45.678 alumnos.

Matrícula en los establecimientos públicos y privados de educación media

1939 1943 1946

Establecimientos:

Total 450 514 637

Públicos 75 130 146

Privados 375 384 491

Alumnado:

Total 34.599 40.361 45.678

Privados 24238 25.228 26.354

Fuente: “Síntesis Estadística de Colombia­1939­1943”, ob. cit. y “Bases de un Programa de Fomento para Colombia”, ob. cit. Datos de 1946.

Los mecanismos selectivos que operan en el nivel de la educación secundaria —la orientada hacia el bachillerato clásico y el ingreso a la universidad— eliminan toda presión sobre los aparatos de la educación superior en l946, 8 2.500 estudiantes terminan bachillerato, apenas cubriendo la capacidad física de la universidad colombiana.

Page 19: La Crisis de La Universidad

El débil desarrollo tecnológico de las pequeñas industrias y de los talleres artesanos —así como el hecho de que sólo en la década de los años cincuenta se inicia el proceso de modernización capitalista de la agricultura determina el dimensionamiento de las instituciones de capacitación industrial (incluyendo las escuelas de artes y oficios), así como la indigente escala de la educación agrícola media y superior. En 1946, la matrícula en los establecimientos de educación industrial y de artes y oficios (típicamente artesanal), apenas llega a 4.253 alumnos, incrementándose a 4.858 en 1943. En 1939 sólo existen 19 establecimientos de enseñanza agrícola con 981 alumnos; en 1949, 23 escuelas agrícolas vacacionales (iniciadas en 1941) registran una matrícula de 800 alumnos y tres facultades universitarias (Agronomía y Medicina Veterinaria) capacitan un minúsculo grupo de 300 estudiantes. Desde luego, este hecho revela la inexistencia de un verdadero mercado de servicios profesionales en una estructura agraria aún no incorporada activamente al proceso de modernización capitalista y en la que se conservaba —en líneas gruesas— el esquema latifundista clásico de acaparamiento extensivo de la tierra, de distribución global y de extremo subempleo de la superficie agrícola una décima parte localizada en las laderas erosionables de la cordillera andina, destinada a la agricultura y operada preferentemente por economías campesinas; y nueve décimas partes, acaparada por una delgadísima capa de grandes propietarios latifundistas, situadas en los valles, altiplanos y litorales con mayores posibilidades de valorización comercial y de explotación intensiva, y destinadas económicamente a una rudimentaria ganadería de pastoreo 9 . Posiblemente los dos hechos más relevantes en este desajustado aparato educacional, sean la singular escala de la enseñanza religiosa y de la comercial: la primera, asociada con el papel desempeñado por la Iglesia Católica en el medio siglo de la contra­reforma y de la vigencia del Concordato de 1887; y la segunda, estrechamente vinculada con los cambios en la estructura y en las formas de operación del mercado interno, a partir de la integración física de las regiones y de la progresiva inserción de la economía colombiana en el mercado mundial. Entre 1939 y 1943 —en pleno auge de la República Liberal— los establecimientos de enseñanza religiosa aumentan de 29 a 35 y el alumnado de 1.657 a 2.107 10 : o sea que el nivel de matrícula en este tipo de instituciones, es más alto que el existente en la educación superior privada y representa más del 40% de la matrícula total en la educación superior, en 1943. Entre 1943 y 1946, los establecimientos de enseñanza comercial se incrementan de 132 a 188, pero el alumnado disminuye de 9.346 a 6.527: sin embargo, la matrícula en los establecimientos de enseñanza comercial es tan importante, cuantitativamente, como la registrada en la totalidad de instituciones de educación superior 11 .

NOTAS 1. “Colombia: Medio Siglo de Historia Contemporánea”, A. García, en “América Latina: Historia de medio siglo”, México, Edit. Siglo XXI, 1977. pg. 180 y s.s. 2. “La moneda y las instituciones bancarias en Colombia”, Robert Tríffin, Bogotá, Suplemento de la Revista del Banco de la República, No. 202, 1944, pg. 14. 3. “Síntesis Estadística de Colombia 1939­1943—”, Bogotá, Edic. Contraloría General de la República, Impuesto Nacional, 1944, pg. 176.

Page 20: La Crisis de La Universidad

4. “Memoria del Ministro de Educación Nacional al Congreso de 1946”, Germán Arciniegas, Bogotá, Imp. Nacional, 1946, pg. 210. 5. “Trayectoria Histórica de la Universidad colombiana”, ob. cit. pg. 37. 6. “Bases de un Programa de Fomento para Colombia”, Informe de la Misión del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, Lauchlifl Currie, Bogotá, Edic, Banco de la República, 1951, pg. 275. 7. “Síntesis Estadística de Colombia —1939­1943—”, Bogotá, Edic. Contraloría Nacional, 1944, pg. 176. 8. “Bases de un Programa de Fomento para Colombia”, ob. cit. pg. 283. 9. En 1948, los cultivos ocupaban un poco más de 2 millones de has. mientras la ganadería de pastoreo 43 millones: pg. 71, Currie: “En las regiones más densamente pobladas del país, la tierra se utiliza en forma singular. Por lo general, las extensiones planas, situadas en fértiles valles, se dedican a la ganadería mientras que para la agricultura se emplean las faldas de las montañas. De todas maneras, el ganado engorda en las planicies mientras que la gente lucha en las montañas para lograr una subsistencia apenas suficiente” pg. 72. 10. “Síntesis Estadística”, pg. 145. 11. “Bases de un Programa de Fomento para Colombia”, ob. cit. pg. 288.

El ciclo de la contra­revolución y desmantelamiento de la reforma liberal

En vísperas de la segunda guerra mundial, no sólo se ha acelerado el proceso de concentración de la riqueza y de organización corporativa de las clases burguesas y terratenientes, sino que han tomado forma histórica tres grandes tendencias del desarrollo capitalista: la de estructuración oligárquica de las sociedades de capital y de los partidos políticos tradicionales, la de confrontación irreductible entre las formas de concentración del poder económico y las formas de democratización del poder político y la de transformación cualitativa del partido conservador en el epicentro de un vasto movimiento contra­revolucionario en que se reagruparon las fuerzas sociales no sólo hostiles a la revolución sino a la reforma. En esa nueva fase de la sociedad colombiana —en la que se insertan en el mercado interno las corporaciones transnacionales, se desarrolla la segunda fase de la industrialización dependiente, se inicia la modernización capitalista de la agricultura y empieza a tomar forma el sistema urbano­industrial— el objetivo estratégico del movimiento contra­revolucionario no se limita al desmantelamiento del esquema liberal de Estado de Derecho sino que tiende, agresivamente, hacia la absoluta ruptura de las organizaciones populares, el aplastamiento del sindicalismo de clase y la desmovilización de las clases trabajadoras. Este proceso de desmovilización popular, de apresurada expansión de los aparatos de fuerza y de institucionalización y empleo sistemático de la violencia, se inicia con el gobierno de Alberto Lleras, se articula con el de Mariano Ospina Pérez y llega a su más alto nivel con el de Laureano Gómez, el caudillo de la oposición contra­revolucionaria que se inspira en los modelos ibéricos de corporativismo, de acción represiva y de

Page 21: La Crisis de La Universidad

identificación confesional del Estado, no obstante su pertinaz identificación con el liberalismo político en la conmocionada década de los años veinte 1 . Ospina Pérez, inaugura, en 1946, el ciclo de los gobiernos de minoría, que por su misma naturaleza no pueden funcionar dentro de las reglas del Estado Liberal de Derecho, obligándose a regularizar el estado de sitio, la suspensión de las garantías constitucionales y la llamada legalidad marcial 2 . Una contrapartida necesaria de este proceso del absolutismo político es la degradación paulatina de la institución parlamentaria, no sólo a través de la constante concesión de facultades extraordinarias al Gobierno sino de la abdicación que hace el Congreso, por medio de la reforma constitucional de 1968, de todas sus facultades primarias en materia de iniciativa económica, fiscal, administrativa y financiera. El proceso contra­revolucionario se inicia en 1946 como un reagrupamiento político de fuerzas dentro del bloque de clases dominantes —a través de una alianza del patriciado y de sus élites intelectuales, en la cima de los partidos liberal y conservador—, se afirma luego como una coalición gubernamental que transfiere el centro de la toma de decisiones a los mandos del partido conservador e inicia, la institucionalización de una violencia destinada a vertebrar la movilización popular y sus instrumentos sindicales y políticos (gobierno Ospina Pérez); y finalmente culmina con la instalación —en el gobierno— de los destacamentos fascistas del partido conservador, con el desmantelamiento del Estado Liberal de Derecho y con la implacable ejecución de una estrategia de aniquilamiento de aquellas fuerzas sociales y políticas real o potencialmente revolucionarias (Gobierno de Laureano Gómez). Son estos los elementos que definen la naturaleza de la contra­revolución preventiva y el rango que se asigna a la violencia como una categoría institucional desempeñando en una coyuntura histórica en que se consolida la concentración oligárquica del poder y la instalación de las corporaciones transnacionales en los centros más dinámicos del aparato productivo y de la economía capitalista de mercado. Este papel esencial de la dictadura de Gómez en el proceso inicial de la transnacionalización del mercado, permite comprender la posibilidad del trasbordo político realizado en la coyuntura de post­guerra, desde el apoyo al alineamiento político­militar del fascismo hasta la participación en la línea norteamericana de la Guerra Fría y de las Fronteras Ideológicas. No podría afirmarse que en este ciclo contra­revolucionario en el que se ejecuta desde el Estado una estrategia de aniquilamiento—, se defina un nuevo modelo de universidad colombiana, ya que de una parte se intenta regresar a las antiguas formas confesionales de la universidad hispano­colonial, y de otra, se concentra la actividad estatal en el desmantelamiento sistemático de las conquistas hechas en el ciclo de la reforma. Sin embargo, es necesario observar que en este ciclo se sientan las primeras bases del modelo desarrollista (en cuanto al Estado confesional propicia la transformación de la enseñanza en las ciencias sociales en ciencias instrumentales) y se articulan las dos tendencias históricas que presiden el desarrollo de la sociedad contemporánea una, hacia el absolutismo político y la incesante reducción del ámbito de los derechos y las libertades de las personas; y otra, hacia el liberalismo económico y la ampliación del ámbito de garantías públicas a la propiedad privada, la empresa privada, la libre acumulación, la libre distribución social del ingreso y la libre acumulación de ganancias.

Page 22: La Crisis de La Universidad

Dentro de estos marcos históricos, la política universitaria del Estado absolutista se centra, en la primera fase del proceso, en la demolición de las conquistas de mayor trascendencia ideológica y política de la república liberal, a imagen y semejanza de los arquetipos fascistas ibéricos (España y Portugal): se arrasa cualquier tipo de autonomía en las universidades del Estado, se eliminan las formas ya consolidadas de participación y de co­gobierno, se instaura el confesionalismo católico, se expulsa al marxismo y al liberalismo racionalista de los programas académicos, se aplasta toda forma de oposición o de libre examen, así como las organizaciones de profesores, investigadores y estudiantes. En una segunda fase y ya desmantelada la Universidad Nacional como centro rector del modelo liberal de universidad colombiana, el Estado orienta su actividad política y sus recursos al fomento de la rápida expansión de la universidad privada ­particularmente de aquella operada por comunidades religiosas, predispuesta al confesionalismo y a la dirección vertical— a la introducción de las fundaciones norteamericanas en el postgrado de la universidad pública y a la adopción de patrones tecnocráticos en la enseñanza de las ciencias sociales consideradas oficialmente como ciencias subversivas, heréticas o revolucionarias.

NOTAS 1. El liberalismo político de Laureano Gómez está expresado en dos obras de particular significación: “Interrogantes sobre el progreso de Colombia”, Bogotá, Edit. Minerva, MCMXXVIII y “El Cuadrilátero” (Mussolini, Hitler, Stalin, Gandhi), Bogotá, Editorial Centro, sin fecha. Desde luego, el liberalismo político de Gómez en las décadas de los años veinte y treinta— estuvo atemperado por su formación ortodoxamente católica. 2. Entre 1944 y 1949 se duplica la masa de hombres armados y el presupuesto del Ministerio de Defensa representa cerca de la quinta parte del presupuesto de gastos del Estado.

El ciclo de apogeo y crisis del modelo desarrollista de universidad

Al generalizar y profundizar el conflicto social, militar y político, más allá del límite tolerable por el sistema, la doctrina contra­revolucionaria de Gómez estaba conduciendo al país a las formas más agresivas y revolucionarias de la lucha de clases. Las fuerzas armadas se habían modernizado a partir de la participación colombiana en la guerra de Corea, pero estaban formadas en la doctrina de la guerra de posiciones y carecían aún de adiestramiento para la lucha militar anti­subversiva. El hecho de que cerca de una tercera parte del campesinado hubiese sufrido en carne propia el impacto de la violencia y hubiese contribuido con una enorme cuota de doscientos mil muertos y ciento cincuenta mil exiliados en los países vecinos, no sólo da una medida de la naturaleza y alcances de la contrarrevolución inspirada en las líneas ideológicas del fascismo ibérico, sino explica el carácter insurreccional de la movilización armada del campesinado y su progresiva transformación en una amenaza revolucionaria sólo comparable a la de 1781. Esa amenaza sumó las

Page 23: La Crisis de La Universidad

fuerzas sociales y políticas adversas a la dictadura de Gómez, —las corporaciones económicas, las élites liberalizantes del partido conservador, el patriciado del liberalismo, y finalmente, las fuerzas armadas— provocando el vacío de poder que generó el golpe de Estado de 1953 y la instauración de un gobierno militar­populista. El papel histórico del gobierno militar era debelar la amenaza insurreccional de la movilización campesina y bloquear la posibilidad de que la dinámica de la lucha guerrillera pudiese transformarse en una revolución social. El campo de maniobra del gobierno militar estaba circunscrito, además, al restablecimiento de las condiciones materiales, económicas y políticas que posibilitasen la restauración de la hegemonía bipartidista y el restablecimiento de las normas jurídico­políticas de dominación social. De allí que la importancia práctica del armisticio entre los dos partidos tradicionales —esto es, entre sus mandos oligárquicos, su patriciado, sus más inquebrantables clientelas— así como la integración nacional de la desarticulada red de comunicaciones y transportes (carreteras, ferrocarriles, aeropuertos, puertos marítimos, modernos mecanismos de comunicación social), la formación de esos nuevos servicios asistenciales sin los cuales sería intolerable la presión de las masas urbanas y la organización apresurada de ese elenco de empresas sin el cual resultaría ineficaz y anacrónico el capitalismo de Estado. Aún por 1954 y 1955, la dirigencia de los partidos liberal y Conservador se identificaba en el apoyo irrestricto al gobierno militar y lo consideraba una vía de regreso al orden democrático, en cuanto se limitase a restablecer el sistema tradicional de dominación política. “Saludamos la presencia de las Fuerzas Armadas al frente de los destinos nacionales —declaraba Alfonso López en el primer aniversario del golpe militar que derrocó el gobierno de Laureano Gómez 1 — como una inequívoca reafirmación del sentimiento popular en defensa del regreso al Orden democrático, del cual fueron constantes defensoras nuestras colectividades históricas. El 13 de junio (fecha del golpe) marca para nosotros el principio de una revolución. Ciertamente, las Fuerzas Armadas no representan delante del liberalismo una tercera fuerza política, diferenciada ideológicamente de las corrientes de opinión que desde los primeros años de nuestra independencia se disputaban la dirección del Estado Colombiano. La historia nuestra nos enseña, por otra parte, que en corto lapso y en nuestro medio, no cabe la posibilidad de organizar nuevos partidos”. Era esta la primera, astuta y perentoria notificación del patriciado liberal al gobierno de las Fuerzas Armadas acerca de cuales eran, exactamente, los límites políticos y temporales de su mandato. El gobierno militar fue derrocado en junio de 1957 —por medio de un paro patronal organizado por las corporaciones de industriales, comerciantes y banqueros, con el apoyo irrestricto y pugnaz de la alta jerarquía católica ­ cuando intentó independizarse de los partidos tradicionales formulando un proyecto político sustentado en la reclasificación partidista de las clases trabajadoras y en la drástica restricción del omnímodo poder de la oligarquía industrial y financiera. El nuevo esquema jurídico­político —caracterizado por una distorsión absolutista de la democracia representativa y una drástica limitación del Estado Liberal de Derecho— fue diseñado inicialmente por Laureano Gómez y Alberto Lleras, legitimado mediante el sorpresivo plebiscito de 1958 e institucionalizado finalmente, por medio de las reformas constitucionales de 1968 y 1979. En este sofisticado modelo de democracia

Page 24: La Crisis de La Universidad

aparente, no representativa y sin mecanismos de participación popular —en el que el bloque de clases dominantes ha ejercido la hegemonía bipartidista y el irrestricto control sobre la totalidad de aparatos del Estado, y desde luego, sobre aquellos directamente relacionados con la emisión y escrutinio de votos en los registros electorales— pudo consolidarse un sistema de gobiernos de minoría, cuya legalidad no ha sido cuestionada en cuanto aquel sistema se sustenta en la forzosa abstención electoral de las mayorías populares 2 . Desde luego, la abstención del 60 o del 70% de la masa de ciudadanos inscritos ha sido no sólo un riesgo calculado sino un requisito operacional del sistema, ya que el instalarse el condominio oligárquico de los dos partidos oficiales sobre los aparatos representativos y operacionales del Estado y al declararse oficialmente nula la elección de ciudadanos no afiliados a los partidos liberal y conservador, 3 se estaba negando el derecho a la representación política y al voto, precisamente a las clases sociales y a las nuevas generaciones enfrentadas a ese artillado sistema de dominación política. Además, el llamado plebiscito de 1958 anulaba las posibilidades de expresión democrática de la oposición, obligándola a operar por fuera de los marcos institucionales y de las reglas de juego de ese heterodoxo tipo de Estado absolutista y a ser reprimida como subversión por los aparatos policiaco­militares que instrumentan el autosuficiente sistema de legalidad marcial. Obviamente, semejante estructura jurídico­política fundamentada en el monopolio bipartidista sobre el poder del Estado y en la abusiva limitación de los contenidos, formas y alcances de la democracia representativa, sólo ha podido funcionar, desde 1948, dentro de un régimen de permanente estado de sitio y de suspensión virtual e indefinida de las garantías constitucionales. Las reformas constitucionales de 1968 y de 1979 han aportado elementos nuevos para lograr una plena articulación del sistema de representación de las minorías con exclusión sistemática de las mayorías: la abdicación, por el Congreso, de sus facultades esenciales de iniciativa en materia económica, fiscal, administrativa y financiera, transfiriéndolas al Gobierno y haciendo posible la concentración unipersonal del poder en la Presidencia de la República; el establecimiento de la norma de que las Corporaciones representativas (Congreso Nacional, Asambleas Departamentales, Concejos Municipales) pueden funcionar y legislar válidamente con un quórum legal de la tercera parte de sus miembros, consagrándose jurídicamente la facultad decisoria de las minorías en el funcionamiento de los llamados órganos de representación popular; y la atribución, al Presidente, de la irrestricta facultad de libre nombramiento y remoción no sólo de los Ministros y Gobernadores sino de los directores de establecimientos públicos entre los que se incluyen las Universidades del Estado. A través de esta estructura, ha podido configurarse un encubierto y disfrazado sistema de cesarismo presidencial y ha quedado anulada, virtualmente, cualquier posibilidad de autonomía de la universidad pública o la ha limitado a las formas más inocuas de co­administración de un presupuesto asignado por las agencias políticas del Gobierno. Dentro de estos marcos institucionales y políticos fue definiéndose el nuevo modelo de modernización capitalista, hecho a imagen y semejanza de los patrones, normas y objetivos del existente en la Metrópoli. No podría comprenderse la naturaleza del modelo tecnocrático­desarrollista de universidad y de educación media y superior sin haber precisado el rumbo de la modernización capitalista en la sociedad colombiana, entre la primera y la

Page 25: La Crisis de La Universidad

segunda post­guerras: en la articulación de la estructura primario— exportadora, apoyada en el café, el banano, el platino y el petróleo: en la estructuración de la banca central y de la nueva constelación de bancos comerciales, sin los cuales no podría funcionar adecuadamente la moderna economía de mercado, el esquema de agroindustrialización y el aparato de financiamiento; en la organización contable del presupuesto y de los controles fiscales y administrativos del Estado, creándose las mínimas condiciones del intervencionismo estatal y del endeudamiento público; en las formas de constitución y ordenamiento de las sociedades de capital —particularmente en relación con la sociedad anónima, arquetipo de las formas asociativas de modelo norteamericano— así como de las sociedades de personas; en los mecanismos tributarios destinados a regularizar y aumentar los ingresos del Estado y a mejorar las condiciones de la inversión y del gasto público; y, finalmente, en la estructuración del aparato educacional (en sus aspectos teóricos, técnicos e ideológicos) y en particular en el tramo relacionado con la educación media y superior, esto es, el de más directa vinculación con el modelo de crecimiento económico y con la operación de la economía capitalista de mercado. En cada uno de los eslabones de este proceso reformista, ha estado presente una misión norteamericana—gubernamental, universitaria o privada desde la Misión Kemmerer de 1924 hasta la Misión de la Universidad de California de 1964, punto de partida del Plan Básico de la Educación Superior y del diseño de modernización de la universidad colombiana. Dentro de estos parámetros históricos fue desarrollándose el proceso de modernización capitalista en las esferas de la industrialización básica, de la economía de mercado, del sistema de empresa, de los medios de comunicación social y de transporte, de los órganos y empresas que en los últimos decenios fueron constituyendo un cierto tipo específico de capitalismo de Estado. El núcleo de la segunda fase del proceso de modernización capitalista —a partir de la segunda posguerra— fue la corporación transnacional, la que promovió y asumió el control sobre la industria productora de bienes intermedios y de capital (y más tarde sobre la agroindustria), definiendo la naturaleza de tres fenómenos característicos del proceso histórico de modernización: la implantación colonial del modelo tecnológico transnacional, el cambio de composición de las importaciones sustituyéndose progresivamente los bienes de consumo por manufacturas más complejas y con una más elevada densidad de valor— y la plena inserción — en el mercado interno— de los patrones culturales y de la ideología consumista de la Metrópoli 4 . Un fenómeno clave —dentro de este proceso del capitalismo dependiente ha sido el relacionado con el carácter de la industrialización satelizada o periférica, en cuanto se ha fundamentado en un transplante colonial de tecnología, en cuanto ha determinado unas ciertas corrientes de importación de bienes de capital (equipos, repuestos, materias primas, definidos en última instancia como recursos tecnológicos) y en cuanto ha tendido a manipular la sustitución de importaciones industriales por medio del control de su producción y venta en el mercado interno, así como del flujo de patentes y marcas 5 . La denominación de transplante colonial de tecnología o de colonialismo tecnológico, se fundamenta en el hecho de que las operaciones comerciales de transferencia las realizan unilateralmente las corporaciones transnacionales, de acuerdo con los patrones tecnológicos e intereses de la Nación dominante y con la

Page 26: La Crisis de La Universidad

estrategia global de las transnacionales enderezada tanto a maximizar la tasa de ganancia en términos planetarios o hemisféricos como a transformar la naturaleza de las transacciones internacionales (especialmente entre la Metrópoli y la constelación de países dependientes) en transacciones entre partes de una misma estructura empresarial 6 . La unilateralidad de este tipo de transferencia colonial no sólo se explica por las formas de operación de las corporaciones transnacionales en el control selectivo de la industria manufacturera y en la implantación del modelo tecnológico, sino por la extrema debilidad de la infraestructura científica de América Latina, incapaz de disponer de esa masa crítica necesaria para un desarrollo tecnológico autónomo para participar eficazmente en el comercio internacional de tecnología o para adaptar y absorber las tecnologías importadas 7 . A diferencia de lo ocurrido en la primera fase de la industrialización sustitutiva (entre la primera post­guerra y el apogeo de la república liberal), en la segunda fase ya no fue la burguesía interna la que desempeñó un papel protagónico sino la corporación transnacional, no fue la tecnología más simple y asimilable la que se incorporó al aparato productivo sino la más sofisticada y compleja y no fue el tipo incipiente de mercado interno sino un mercado en el que entraban a operar los procesos simultáneos de concentración, centralización y transnacionalización. Fueron estas condiciones históricas las que promovieron la integración de las transnacionales en esta nueva economía de mercado y la implantación de las modernas formas del capitalismo monopolista, antes de que el país hubiese podido articular una política científica y tecnológica y antes de que hubiese podido experimentar algún período de libre concurrencia. Esta es la razón histórica de que el nuevo proceso de concentración y centralización de la industria manufacturera y del aparato de financiamiento, hubiesen exigido un sistema de control político que no conllevase los riesgos de la contra­ revolución acaudillada por un sólo partido o del populismo militar enfrentado al sistema tradicional bipartidista pero no apoyado en un partido de masas como el peronismo argentino o el varguismo del Brasil: ese fue el papel asignado al sistema de hegemonía compartida, por medio del cual se redefinieron e identificaron ideológicamente los partidos liberal y conservador y se integraron a sus mandos los más conspicuos y directos representantes de la oligarquía burguesa y terrateniente. Estos cambios profundos en la fisonomía y el carácter de los partidos a través de los cuales ha operado tradicionalmente el sistema de control político, hizo suponer a algunos observadores como Alfonso López Michelsen 8 que “los partidos habían sido sustituidos por los grupos de presión”. En realidad, lo que había ocurrido era otra cosa: que los partidos tradicionales se habían reestructurado sobre nuevas bases, alrededor de nuevos núcleos oligárquicos y aceptando la necesidad de una estrategia de cogobierno, de hegemonía compartida y de distribución paritaria del sistema de control político dentro o fuera del Estado. Precisamente en el período de despegue del nuevo sistema hegemónico —entre 1957 y 1972 9 — la pequeña industria disminuyó su participación en la producción manufacturera desde el 10% hasta el 4.8%, la mediana industria desde el 32.4% hasta el 20%, en tanto que la gran industria aumentó su gravitación desde el 56.9% hasta el 75.2% de la producción total. En la cúpula de la gran industria, 387 establecimientos aportaron cerca del 61 % de la producción manufacturera del país. Pero semejante proceso de concentración, de conglomeración y de centralización en el triángulo metropolitano Bogotá­Medellín­Cali, no sería comprensible, críticamente, si no

Page 27: La Crisis de La Universidad

se descompusiese en ramas industriales y no se señalase el papel de las transnacionales en las ramas de tecnología más compleja, de equipo más moderno, y de producción manufacturera con más elevada densidad de valor. En el mismo período de 1957 a 1972, las cuatro ramas más dinámicas de la industria manufacturera fueron la metalmecánica, la de pulpa y papel, la de productos químicos y la de minerales no metálicos, incrementándose su participación desde 25.8% del total hasta cerca del 42% y disminuyendo la participación de las ramas sobre las que se había asentado el despliegue industrial del país (alimentos, bebidas y tabaco, textiles y confecciones, maderas y derivados) desde el 69% hasta el 54.4% 10 . En este modelo de industrialización desnacionalizada y monopolista (correspondiente al nuevo esquema de división internacional del trabajo y al redespliegue industrial agrícola de las naciones contraloras del mercado mundial de manufacturas, de productos primarios y de alimentos), la tecnología debía importarse unilateral­ mente desde la Metrópoli (en forma de patentes o de bienes intermedios y de capital), la empresa privada ni siquiera se planteaba el problema de la investigación y el Estado —políticamente absolutista pero económicamente liberal— carecía en absoluto de una política científica y tecnológica. Así el país resultaba dependiendo de las transnacionales para el conocimiento, la evaluación y el aprovechamiento de los recursos energéticos, marítimos, fluviales, forestales o mineros, alejándose cada vez más la posibilidad de tomar iniciativas y de conquistar una mínima autonomía en el campo de la investigación, del comercio, de la adaptación o de la creación de tecnología. Lo que equivale a decir que en el proyecto nacional 11 del sistema bipartidista, no ha existido una verdadera y coherente preocupación por la autonomía tecnológica, definiéndose el desarrollo en los mismos términos positivistas y lineales en que lo ha hecho la Alianza para el Progreso 12 . Si bien a partir de la segunda post­guerra se aceleró la concentración del capital a escala mundial, desde la década de los años sesenta se consolidó el poder de las grandes corporaciones transnacionales y se hizo notorio el agotamiento tanto del sistema clásico de relaciones internacionales de intercambio como del esquema de crecimiento interno fundamentado en la industrialización sustitutiva. El tránsito de la internacionalización del capital a la internacionalización del proceso productivo como rasgo preponderante de la economía contemporánea 13 , se expresó en un cambio sustancial en el esquema clásico de división internacional del trabajo (manufacturas industriales productos primarios) y en una redefinición de los términos de inserción de la América Latina en la economía mundial. En el conjunto de economías subdesarrolladas, la proporción de las manufacturas en el total de exportaciones (precios constantes de 1970) pasó de 19.3% en 1970­72 a 28% en 1975 y a 31% en 1977, disminuyendo la proporción de alimentos y materias primas desde 46% a 40% y a poco más de 36% en el mismo periodo; sin embargo, la participación de ese conjunto de países en el comercio mundial, disminuyó —en los años registrados— desde casi 33% a 26% en la línea de alimentos y materias primas. En América Latina, los productos manufacturados incrementaron su participación en las exportaciones totales, desde 13.2% en 1970­72 a 23.4% en 1975. “La motivación central (de este proceso) —dice el economista chileno Pedro Vuskovic 14 ­ radica en el propósito de utilización industrial de la mano de obra de los países subdesarrollados en producciones destinadas al mercado mundial”. “Declinación de la tasa de ganancia y

Page 28: La Crisis de La Universidad

requerimiento de grandes inversiones se constituyen así, en las condiciones actuales, en una contradicción interna del mundo capitalista que viene a cuestionar los patrones esenciales de acumulación que lo caracterizaron en las últimas décadas. Y es en este cuadro que adquiriría importancia creciente, como sustentación de nuevos esquemas de acumulación, el aprovechamiento más intenso y más directo de los enormes contingentes de fuerza de trabajo barata de los países subdesarrollados y dependientes, la relocalización de actividades productivas orientadas al mercado mundial, la extensión de las “zonas libres de producción” y en definitiva, los cambios que presenciamos en la división internacional del trabajo. “Desde este punto de vista, los cuantiosos contingentes de población desempleada o subocupada existentes en los países subdesarrollados (33 millones y 250 millones, respectivamente, de acuerdo con los cálculos de la OIT para 1975), representan alrededor de 3.5 veces el número de personas que trabajan en la industria manufacturera en los países desarrollados de occidente y se constituyen, por lo tanto, “en un enorme ejército industrial de reserva de la economía capitalista mundial” 15 Dentro de estos marcos coyunturales no sólo se produjo la internalización de las corporaciones trasnacionales especialmente en las líneas de los bienes intermedios y metalmecánjcos — sino se definieron los términos del nuevo estatuto de asociación dependiente: asociación entre las transnacionales en proceso de abordaje y control monopolista de cierto tipo de aparato productivo y de mercado interno y las empresas locales en procura de moderna tecnología y de recursos externos de financiamiento; y asociación entre las empresas privadas y el Estado, definiendo los rasgos del capitalismo estatal, al alcance de sus inversiones (especialmente en líneas como la siderurgia, la química pesada o la industria automotriz) 16 y el papel en el nuevo proceso de monopolización y extranjerizacion de la actividad económica. Este nuevo estatuto de asociación hizo viable, política­ mente, la nueva fase de industrialización no sólo orientada hacia el mercado interno sino hacia las exportaciones al mercado mundial, especialmente en aquellas líneas manufactureras caracterizadas por un más elevado contenido en trabajo. La ventaja comparativa del trabajo barato —desde el punto de vista de las exigencias del nuevo modelo de acumulación y del nuevo esquema de relaciones internacionales de intercambio— ha podido preservarse en las décadas de los años sesenta y setenta mediante una estrategia global que combina una serie de factores: a). la superpoblación relativa y la decisiva gravitación de un contingente laboral de reserva que comprende, aproximadamente, a la mitad de la población activa (15% desempleada y un poco más del 35% subempleada, en las economías urbanas y rurales); b). la desorganización del grueso de las clases trabajadores, alcanzando la tasa nacional de sindicalización apenas al 16.79% de la población económicamente activa, en 1974 17 ; c). la desarticulación sistemática del movimiento obrero y campesino, minimizando su capacidad de negociación al estar fraccionada en cuatro centrales la sindicalización obrera (UTC. CTC. CGT y CSTC) y en tres confederaciones a la sindicalización de trabajadores rurales (obreros y campesinos): d). la regularización jurídico­política detestado de sitio y la creciente ilegalización de las luchas sociales, transfiriéndose a la justicia militar los

Page 29: La Crisis de La Universidad

conflictos del trabajo considerados como subversivos o violatorios del orden público 18 ; y e). la utilización de la presión inflacionaria sobre los precios de las manufacturas como un mecanismo de re­distribución del ingreso nacional en favor de las clases patronales y de continuo deterioro de los salarios reales (el poder adquisitivo de los salarios se redujo en más de una cuarta parte — 25.6%— durante 1975, comparado con los niveles del salario promedio real de 1970). El resultado de esta combinación estratégica de factores ha sido la participación decreciente del trabajo en el Producto Interno Bruto (descendiendo del 41.2% en 1970 al 35.7% en 1976) 19 y la reducción de la participación de los salarios en el producto industrial del 25.1% en 1970 al 20.4% en 1974, cercano al nivel existente en 1959 20 . Pese a este nuevo cuadro de condiciones favorables al modelo de industrialización, Colombia se revela como uno de los países latinoamericanos en el que es más débil la participación porcentual del producto manufacturero en la generación del producto interno bruto:

Grado de Industrialización de América Latina y de Colombia Tipos de Países 1950 1960 1970 1980

1. Total América Latina 20.0% 22.4% 25.1 % 25.9%

II. Países con mayor grado de

industrialización:

a. Argentina 26.2 29.2 33.1 32.9

b. Brasil 21.6 26,8 28.9 30.0

c. México 18.8 18.9 22.9 23.4

III. Países con grado intermedio

de industrialización:

a. Colombia 12.6 15.0 16.1 17.7

b. Chile 22.9 24.5 26.9 —­

c. Perú 16.4 19.7 23.8 24.7

IV. Países con menor grado de

industrialización:

a. Bolivia 13.8 12.9 14.3 15.7

b. Ecuador 14.9 14.7 16.4 20.4

Page 30: La Crisis de La Universidad

Fuente: CEPAL, sobre la base de estadísticas oficiales, los datos de 1978 son provisionales. El PIB ha sido calculado sobre la base de valores a precios de 1970.

El colonialismo tecnológico no es, entonces, ni una expresión figurada ni un estado de excepción, ya que constituye una característica esencial del modelo de industrialización en los países de capitalismo dependiente y que determina —en el plano de la educación superior o en la esfera de la empresa capitalista privada la mínima o nula posibilidad de desarrollo de la investigación científica o técnica. Esta incapacidad de iniciativa tecnológica —originada en el hecho de que la investigación carece de espacio propio y de fuerzas motoras tanto en la universidad como en la empresa estatal o privada— no solamente expresa el estado de subdesarrollo, sino la existencia del subdesarrollo como una situación autosostenida 21 . Esta caracterización de los efectos negativos del colonialismo tecnológico como estado de inercia y como incapacidad de iniciativa, se confirman con el hecho de que el país apenas gasta el 0.2% de su producto nacional bruto en investigación o con el de que —a orden— sólo se destina el 12.9% a investigación propiamente dicha y un 12.6% a difusión 22 . La modernización capitalista de la agricultura ha consistido en una transferencia masiva de insumos industriales producidos por las corporaciones transnacionales dentro o fuera del espacio nacional —de acuerdo con los patrones tecnológicos de la agricultura norteamericana provocando un nuevo tipo de concentración selectiva de la tenencia agraria y una profundización de la brecha—Tecnológica y social— entre las empresas latifundistas modernizadas y la enorme polvareda de economías campesinas: esta es, desde luego, una brecha semejante a la que ha existido entre la industria manufacturera que opera con la mayor escala y la más refinada tecnología y las pequeñas empresas, industriales o artesanales, que en 1966 constituían el 77% de los establecimientos con el 9% de la producción bruta y apenas el 7% de los salarios pagados. La modernización capitalista ha sido entonces, una política sustitutiva de los cambios estructurales y un proceso característico del modelo de crecimiento económico sin desarrollo (el llamado por algunos científicos sociales latinoamericanos el otro desarrollo): sin embargo. implica cambios sustanciales en los niveles de utilización de nuevos insumos (fertilizantes químicos, alimentos concentrados para el ganado, plaguicidas, semillas genéticamente mejoradas, equipos mecánicos), en la productividad de ciertos cultivos y de ciertas áreas empresariales, en el incremento del producto —no muy por encima de las tasas de crecimiento poblacional— en la expansión lineal de la frontera agrícola y en la capacidad de responder, específicamente, a la demanda efectiva en el mercado interno 23 . En esto consiste su naturaleza y su dinámica, rectificando la ingenua concepción de que el subdesarrollo es estancamiento e incapacidad de modernización tanto del aparato productivo como del sistema de mercado, pero rectificando también el concepto de que la modernización ha resuelto los problemas estructurales que han impedido el desarrollo agrario. 24 Es evidente —además— que la modernización empresarial y tecnológica de la agricultura —o más exactamente, de las grandes y medianas explotaciones— ha hecho posible que aquélla se adecue a las

Page 31: La Crisis de La Universidad

demandas, cuantitativas y cualitativas, del mercado externo y que a través de la dinámica exportadora haya obtenido recursos para financiar la primera fase de industrialización sustitutiva, la infraestructura física sobre la que descansa la integración del mercado interno, la transformación de los asentamientos urbanos, los cambios en el aparato político­ administrativo del Estado y en la red de empresas y servicios asistenciales relacionados con las personas y con las unidades productivas. Pero esa modernización no ha impulsado modificaciones en la estructura misma del sistema de relaciones internacionales de intercambio y en el Orden Económico Internacional de los que son principales beneficiarios las grandes potencias y ha utilizado como ventaja comparativa, no un alto nivel de desarrollo tecnológico sino un bajo nivel de remuneración del trabajo en el campo, tan estrechamente vinculado con la aglomeración de un enorme contingente de mano de obra —subempleada en las áreas de minifundio. El censo agropecuario de 1970­71 registraba tanto la persistencia del acaparamiento latifundista de la tierra agrícola (24.738 explotaciones con 17.4 millones de hectáreas o sea, el 2% de las unidades con el 56% de la superficie censada) como la aceleración del proceso de minifundización expresado en el hecho de que las tres cuartas partes de las explotaciones —el 73%, con promedio de 2.6 hectáreas— apenas disponía del 2.6% de la superficie, localizada, predominantemente, en áreas marginales. Estos datos no expresan, desde luego, ni los cambios cualitativos operados en el tipo de concentración y acaparamiento de recursos (físicos, culturales, tecnológicos y financieros), ni la nueva naturaleza y el papel desempeñado por los procesos de minifundización en el modelo de modernización sin desarrollo. La concentración agraria ha sido estudiada, generalmente, como un fenómeno simplemente lineal y cuantitativo, ocultándose el tránsito entre las formas señoriales y las capitalistas en el proceso de modernización, en el curso de tres grandes ciclos: el de acaparamiento extensivo de los recursos físicos (tierra, agua, bosque); el de acaparamiento selectivo de la tierra con más intensa valorización comercial, apoyada en la expansión de la infraestructura física relacionada con la capacidad productiva (riegos y drenajes) o con la inserción en la economía de mercado (vías de comunicación); y el de control no sólo de la tierra agrícola y de la infraestructura, sino de los recursos de crédito y financiamiento, del comercio de tecnología y de los canales de acceso a la economía de mercado: han sido estas nuevas formas de la concentración agraria —articulada a los procesos de expansión del mercado interno y a la inserción de las transnacionales en la agricultura y en la agroindustria— las que han hecho más precarias las condiciones de subsistencia de las economías campesinas, las que han provocado el reacomodo espacial de las áreas de minifundio (desde el punto de vista del proceso de sobrevaluación comercial de la tierra) y las que han determinado el que las economías minifundistas entren a desempeñar una función de reserva laboral no sólo de unos latifundios sino del conjunto de la estructura, o más exactamente, de aquel elenco específico de explotaciones modernizadas, cuya operación es estacional y cuya organización ya no requiere de una planta de trabajadores permanentes y adscritos a la tierra sino de asalariados de temporada. La naturaleza de reserva laboral o de contingente laboral de reserva, explica también el papel que las áreas minifundistas —o las economías campesinas, en el más amplio sentido— desempeñan en la producción de aquellos alimentos básicos que deben

Page 32: La Crisis de La Universidad

ingresar directamente en los mercados locales de consumidores, sin valor agregado y a un nivel de precios tan bajo como el de los salarios rurales en aquellas áreas críticas de la estructura. Estos han sido los nuevos marcos estructurales del minifundismo, que han definido su naturaleza y los rasgos modernos de la pobreza o de la indigencia en el ámbito rural, según pueda disponerse o no de ciertos accesos al mercado agro­industrial de mano de obra y de cierta capacidad de movilizar la fuerza de trabajo de la familia campesina, pudiendo obtener —en fuentes externas— ingresos con frecuencia superiores al de explotación de la parcela, generalmente en proceso de fragmentación pero cuya vital importancia radica en constituir el soporte material de la producción de alimentos básicos sin los cuales sería imposible la subsistencia familiar. Un común denominador de las áreas minifundistas, antiguas y modernas, consiste en que el costo de conservación y reproducción de este contingente o ejército laboral de reserva (no del todo campesino, ni del todo proletario) es asumido, íntegramente, por las propias economías campesinas, esto es, por cerca de las tres cuartas partes de las explotaciones marginales existentes en el campo colombiano. Sin la estricta definición del papel desempeñado por las economías campesinas en el modelo de modernización capitalista (tan desestimado por sectores escolásticos y autoritarios del marxismo que confunden descomposición de las economías campesinas con proletarización automática del campesina­ do), no podría comprenderse la dinámica poblacional de los países subdesarrollados, la función global del ejército laboral de reserva y la conversión del minifundismo —desde del punto de vista social— en el núcleo central del problema de la miseria o de la marginalidad social en el campo, no sólo por sus actuales niveles de vida y de trabajo, sino por su incapacidad —económica, cultural y política— de promover su propia transformación o de participar en ella, dadas sus condiciones de desorganización, incomunicación y desmovilización social. A través de la dinámica migratoria, el campo exportó a las ciudades (o a las áreas periféricas de colonización), un desordenado contingente de mano de obra que no pudo ser absorbido por la industria manufacturera (dado el modelo tecnológico de industrialización) y que debió ocuparse en actividades económicamente marginales y localizarse en los cinturones de tugurios, estableciéndose así un mecanismo de articulación entre los procesos rurales de minifundización y los urbanos de tugurización, esto es, entre las modernas formas urbanas y rurales de la marginalidad social. En la década de los años cincuenta (entre 1950 y 1960), se produjo una emigración neta de casi un millón y medio de trabajadores rurales (1.4 millones, el 17% de la población rural y cerca del 12% de la población total del país) 25 y entre 1964 y 1973 la población rural pasó de 48% a un 35.5% expresando una reducción absoluta de 858.900 personas correspondientes a la población activa rural 26 , en procura de los más altos niveles de remuneración del trabajo y de las mayores posibilidades de acceso al aparato de servicios de salud y educación característico de las ciudades metropolitanas o intermedias. De allí que, a grandes rasgos, la modernización capitalista hizo posible el que la producción agropecuaria se expandiera globalmente a un ritmo casi equivalente al del crecimiento poblacional y hubiese cubierto —en la generalidad de los casos las demandas efectivas generadas en la economía de mercado 27 : éstas han sido, precisamente, las expresiones del crecimiento agrícola, definidas en términos de incrementos del producto agrícola, de la

Page 33: La Crisis de La Universidad

inversión y de la superficie sembrada. El desarrollo agrario es otra cosa: implica una transformación y reorganización de la estructura en su conjunto, con el objeto de que su producción satisfaga, las necesidades alimenticias de la sociedad y participe eficazmente en la lucha contra la desnutrición, el subconsumo, el subempleo, el deterioro de la vida humana y las variadas y extensas expresiones del subdesarrollo rural. La dinámica de la economía capitalista de mercado se preserva y garantiza con la actual estructura agraria modernizada, pero no el desarrollo global de las sociedades, ni la calidad de la vida al nivel de ese enorme contingente de pobres de la ciudad y el campo. En la propia década de los años sesenta, se demostró la falacia de la democratización del capital a través de la sociedad anónima. 16 empresas manufactureras disponían —por esa época del 82% del capital total representado en acciones, y estimando y promedio de siete miembros por la junta directiva de las sociedades de capital, menos de 100 personas resultaban controlando la capacidad de decisión de semejante aparato económico. El análisis de la realidad existente en 1978, demuestra la continuidad del proceso de concentración realizada por la Superintendencia de Sociedades Anónimas 28 . Se descubrió el hecho de que 24 conglomerados de sociedades controlaban 324 empresas­claves manejadas por 354 personas. En esos 24 conglomerados el 0.4% de los accionistas poseía el 60% del valor de las acciones, mientras el 89% de los accionistas apenas disponía del 10.6%. Ni uno sólo de los últimos gobiernos del Frente Nacional Bipartidista, ha dejado de promover políticas convencionales de desconcentración económica y de redistribución del ingreso (constituyendo el soporte aparente de “Las cuatro estrategias de Pastrana Borrero o del Plan de Desarrollo” para cerrar la brecha de López Michelsen) y ni uno sólo ha logrado modificar el proceso de concentración capitalista o los patrones de regresiva distribución del ingreso nacional entre las clases sociales y entre las regiones económicas. El actual gobierno ha optado por denunciar la agudización de esos procesos de concentración y centración del capital accionario (expresados en hechos como el de que el 5% de los dueños de las acciones inscritas en la bolsa de valores controla un 90% del total de éstas, en tanto que el 95% apenas tiene acceso al 5% de las restantes), si bien sólo ha tomado en cuenta las sociedades anónimas inscritas en la bolsa de valores (el 4% del total) y si bien el criterio gubernamental ha persistido en explicar la gravitación de estos fenómenos en razón de que “en Colombia no hay ninguna disposición que impida la estructura monopolista de las empresas”, la formulación de “grupos económicos” 29 y la acción especulativa en el mercado de valores. El problema de la distribución del ingreso —entre las clases sociales o entre las regiones— no es el simple resultado de una negociación coyuntural entre las clases sociales o de los modos de distribución regional del poder político, sino una expresión de la estructura característica del capitalismo del subdesarrollo: en consecuencia, si bien siempre resulta posible que varíen los términos concretos, de participación de las clases trabajadoras en el ingreso nacional y los niveles temporales del salario real, no será nunca posible modificar la tendencia histórica hacia la participación decreciente y hacia la preservación de un bajo nivel de salarios reales en cuanto esto constituye la ventaja comparativa de los países subdesarrollados: mano de obra abundante y barata, recursos naturales depreciados o sin valor comercial. En la línea de preservación del bajo nivel de salarios reales, no sólo opera la capacidad de

Page 34: La Crisis de La Universidad

negociación política entre las clases, sino la facultad de manipulación de los precios a través de procesos inflacionarios inducidos en una fase del capitalismo monopolista. Exceptuando el efímero ciclo de la república liberal — en el que los trabajadores ganaron una capacidad de negociación a través de un sindicalismo integrado en una central única— no podría decirse que el país haya conocido, a lo largo de su historia, ni un mercado libre, ni un capitalismo competitivo: lo que ha existido es una sucesión ininterrumpida de diversos tipos de explotación colonial y de economía monopolista. Dentro de estos parámetros, han funcionado los patrones de distribución del ingreso, de acuerdo con la naturaleza de los ciclos históricos de reforma y contra­reforma, revolución y contra­revolución. La distribución social del ingreso nacional en Colombia, ha sido, comparativamente mucho peor que la registrada, en términos globales, en el grupo de países andinos, en el que la mitad de la población ha recibido el 15 % del ingreso (equivalente a 100 dólares anuales), el 40% ha obtenido un ingreso medio de 300 dólares y el 10% restante ha retenido el 45% del ingreso nacional con promedio anual de 1 .400 dólares. En el período de consolidación del condominio oligárquico sobre los aparatos del Estado y de plena inserción de las transnacionales en el mercado interno, el porcentaje de la remuneración del trabajo sobre el Producto Interno Bruto (al costo de factores) fue descendiendo paulatinamente del 41.2% en 1970, al 37.6% en 1973 y al 34.8% en l976 30 .

Estimaciones de la distribución social del ingreso

Países seleccionados Grupos de población con más bajos ingresos 60 %de la población

Grupos de población con más altos ingresos 5 %de la población

Participación porcentual en el ingreso nacional Colombia Ecuador Perú

15.88% 35.70 17.10

40.36% 21.50 48.30

Venezuela 28.0 23.20

Argentina Brasil 30.40 22.70

29.40 38.40

Fuente: An Anatomy of Income Distribution Patters in Developing Countries, 1. Adelman y C. T. Morris, 1971, en Finanzas y Desarrollo, Wahington, Revista del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, No. 1, 1973, pg. 19.

Ahora bien: esta tendencia histórica sería imposible si el Estado utilizase sus instrumentos tributarios con un sentido energéticamente redistributivo y aplicando las normas políticas de los países capitalistas desarrollados. El subdesarrollo es un proceso auto sostenido —en el orden económico, cultural y

Page 35: La Crisis de La Universidad

político y por lo tanto, en los países atrasados carecen de viabilidad política las reglas redistributivas —de inspiración keynesiana— que tan importante papel han jugado en países capitalistas desarrollados como Inglaterra, Suecia o los Estados Unidos. Las formas del absolutismo político han servido para amparar la práctica de la evasión fiscal de las clases ricas y la proliferación de las cargas tributarias que pesan, directa o indirectamente, sobre las clases pobres. De allí que la reforma tributaria de tipo liberal­burgués —enderezada a provocar una mínima redistribución social del ingreso y ampliar las fuentes de financiamiento del presupuesto público— frustró sus objetivos finalistas al desaparecer la movilización popular, el sindicalismo integrado, el esquema clásico de Estado Liberal de Derecho y al descargarse progresivamente la tributación sobre las clases más pobres y sobre las eufemísticamente llamadas rentas de trabajo. Otro tanto ha ocurrido con mecanismos institucionales de redistribución financiera de los empleadores o grupos patronales; en el sistema colombiano de seguros sociales ha sido del 8 ó 9% del total de contribuciones (1969), mientras representaba en Chile el 32%, el 26% en Bolivia y el 21% en Uruguay, por esa misma época. Precisamente fue durante este ciclo histórico cuando se modificó la imagen física de la Sociedad Colombiana y los patrones tradicionales del poblamiento: en 1938, apenas vivía en centros poblados —de diversa magnitud— el 29% de la población; en 1975 ese porcentaje había aumentado al 36%. Sin embargo este cambio no ha implicado ni una progresiva desruralización (por el papel sustancial que continúan desempeñando las áreas de minifundización y las pequeñas economías campesinas en la constitución y reproducción del ejército laboral de reserva), ni la introducción de una nueva escala de ascenso social para el desbordado torrente de migraciones campesinas a los centros metropolitanos. Desde luego, no es posible comparar el proceso migratorio de los años veinte y treinta —a través del mecanismo de drenaje de las obras públicas— con las torrenciales y anárquicas migraciones campesinas a finales de los años cuarenta —empujadas por la violencia que cambiaron la imagen de la antigua ciudad comercial y burocrática y desataron las más intensas presiones sobre la propiedad de la tierra, sobre el mercado de trabajo y sobre los servicios asistenciales del Estado. Mientras en el ciclo de la república liberal las migraciones rurales alcanzaron a 350 personas 31 , en la década de los años cincuenta movilizaron a cerca de millón y medio de personas o sea, casi la quinta parte de la población activa rural 32 . Fueron estos los elementos que expresaron o definieron los rasgos de las dos grandes fases de la modernización capitalista y que, en última instancia, desencadenaron las fuerzas motoras que determinaron el patrón de cultura y el modelo desarrollista de universidad colombiana. Sin la definición analítica de los factores que componen este contexto estructural, no podría comprenderse ninguno de los rasgos que tipifican —en la teoría y en la práctica­ la naturaleza y el papel del modelo desarrollista: el sentido de la privatización de la universidad, el campo de maniobra de la universidad pública, la reducción del ámbito de la autonomía, la estratificación social de las universidades, la carencia de espacio propio para la investigación científica o tecnológica, la segregación y enclaustramiento de la educación superior —al bloquearse los canales de posible comunicación entre la universidad y el mundo exterior pero en particular el mundo de las clases trabajadoras y de las fuerzas de transformación reformista o revolucionaria— la orientación implícitamente

Page 36: La Crisis de La Universidad

autoritaria de la enseñanza (al no poder alimentarse con la investigación científica y el análisis crítico), la expansión anárquica y simplemente lineal del aparato educacional, la formación de los nuevos cuadros profesionales y de las nuevas élites tecnocráticas, adecuada a las condiciones y sistema de valores implícitos en el esquema de modernización capitalista.

NOTAS 1. “El Tiempo”, Bogotá, junio 16, 1954. 2. “Elecciones 1978”, Controversia, Bogotá, Edic. CINER, 1978; “Legislación y comportamiento electorales”, Fernán González; “La oposición al Frente Nacional”, Nicolás Buenaventura, “Estudios Marxistas”, Bogotá, No. 13, 1977; “Voto y cambio social. El caso colombiano en el contexto latinoamericano”, L. A. Costa Pinto, Bogotá, Edic. Tercer Mundo, 1971, “Tendencias de la participación electoral en Colombia”, Anita Weiss, Bogotá, Edic. Iqueima, 1976; “La abstención electoral y la participación política”, Santiago Araoz, Bogotá, Edic. Mim., CID, Universidad Nacional, 1970; “Dialéctica de la Democracia”, Antonio García, Bogotá, Edic. Cruz del Sur, 1973. 3. “Decreto reglamentario del plebiscito, expedido por la Junta Militar de Gobierno: “El Consejo de Ministros, considerando: 1. Que el Art. 2 de la Reforma Constitucional aprobada por el plebiscito del 1. de diciembre de 1957, ordena que para los próximos doce años y como medio eficaz para el restablecimiento de la normalidad institucional y el afianzamiento de la paz pública, los puestos correspondientes a cada circunscripción electoral se adjudicarán por mitad a los partidos tradicionales, el liberal y el conservador; Que la inscripción y elección de candidatos a las corporaciones públicas que no pertenezcan a los partidos tradicionales y que sin embargo usen sus nombres para exclusivos fines electorales, violan el artículo 2. de la reforma constitucional. Decreta: Art, l.: será nula la elección para miembros de las Cámaras Legislativas, de las Asambleas Departamentales o de Concejos Municipales, de ciudadanos que no pertenezcan a ninguno de los dos partidos tradicionales, el conservador o el liberal”. 4. “Industrialización y dependencia en América Latina”, A. García, en “La estructura del atraso en América Latina”, Buenos Aires, Edic. Ateneo, Tercera Edición, 1978. 5. Estos cambios en la composición y estructura de las importaciones ha sido característica de la segunda fase de la industrialización sustitutiva, cuando esta se ha orientado hacia la producción de bienes intermedios y de capital. Mientras la mayoría de los países latinoamericanos son prácticamente autosuficientes en bienes de consumo (en Argentina, Brasil o Colombia estas importaciones no alcanzan al 3% de la oferta total de este tipo de bienes), se ha acentuado la dependencia en relación con las importaciones más valiosas como son las de productos químicos, derivados del petróleo, metales y sus productos, que en conjunto representan cerca del 80% del total. Siendo las ramas de bienes intermedios y de capital las que presentan un más alto contenido importado dentro de la oferta total y al mismo tiempo las que crecen más rápidamente en América Latina, son estas las que han ofrecido mayores posibilidades de sustitución y las que, por su naturaleza, han sido más fácilmente controladas por las corporaciones transnacionales, dentro de las nuevas modalidades de la división internacional del trabajo.

Page 37: La Crisis de La Universidad

6. “América Latina en el contexto mundial”, José J. Villamil, Guatemala, XII Congreso Interamericano de Planificación, 1979, pg.7. 7. “El sector privado latinoamericano y la transferencia de tecnología”, OEA, 1968, Boletín de la Integración, INTAL, No. 47, Buenos Aires, 1969, pg. 558. 8. “Posdata a la alternación”, Bogotá, Edit. Revista Colombiana, 1970, pg. 85. 9. “Los verdaderos dueños del país”, Julio Silva Colmenares, Bogotá, Fondo Editorial Suramérica, 1977, pg. 20. 10. “Los verdaderos dueños del país”, ob. cit., pg. 22. 11. Se entiende por proyecto nacional el conjunto de objetivos al cual aspiran las clases o grupos sociales que ejercen el control económicos y político de un país, en forma directa o indirecta, en desarrollo de su propio esquema ideológico y en procura de presentar políticamente sus aspiraciones, intereses y valores como los intereses, aspiraciones y valores de toda la nación. Véase, “Transferencia, adaptación y creación de tecnología en América Latina”, Amilkar Herrera, Guatemala, Edic. XII Congreso Interamericano de Planificación, 1979, pg. 8. 12. “La Alianza para el Progreso considérase como la más completa expresión de la cooperación continental. Los dos partidos apoyan los principios en que se fundamenta la Alianza, así como los planes y procedimientos de la declaración de Punta del Este”. Programa del Frente Nacional, Directorio Nacional Conservador y Directorio Nacional del Partido Liberal, “El Tiempo”, Bogotá, 5 de mayo de 1962. 13. “América Latinas ante nuevos términos de división internacional del trabajo”, Pedro Vuskovic, “Economía de América Latina”, México, CIDE, No. 2, 1979, pg. 18. 14. “América Latina ante nuevo términos de división internacional del trabajo”, ob. cit. pg. 19­21. 15. “Progreso técnico e internacionalización del proceso productivo”, Minian Isaac, México, Edic. Mim, CIDE, 1978. 16. “Auge y receso del capitalismo colombiano”, Salomón Kalmanovitz, Revista Ideología y Sociedad, Bogotá, No. 16, 1976, pg. 30. 17. “Economía política laboral: El caso colombiano”, Luis B. Flóres E., “Cuadernos de Economía”, Bogotá, Universidad Nacional, No. 1, 1979, pg. 91. Desde luego, al desagregar este coeficiente —por sectores económicos— se registran situaciones contrastadas: mientras la tasa de sindicalización alcanza al 46% en la industria y artesanía, apenas llega al 8.11% en la construcción, al 8.24% en el sector de comercio, restaurantes y hoteles y al 6.73% en la agricultura. 18. “El Estatuto de Seguridad y las grietas del sistema”, Boletín Universidad Libre de Pereira, Octavio Barbosa Cardona, Pereira, 1978; y “Auge y receso de/capitalismo colombiano”, ob. cit. pg. 33. 19. “La política industrial: ¿Hacia un nuevo modelo de desarrollo?’, Leonidas Mora Riveros, “Cuadernos de Economía”, Universidad Nacional, No. 1, Bogotá, 1979, pg. 77. 20. “Auge y receso del capitalismo colombiano”, ob. cit. pg. 33. 21. “Transferencia, adaptación y creación de tecnología en América Latina”, Amilkar Herrera, XII Congreso Interamericano de Planificación, Guatemala, 1979, pg. 7.

Page 38: La Crisis de La Universidad

22. “Recursos para la investigación científica en Colombia”, Colciencias. En “Ciencia y tecnología en Colombia”, Bogotá, Edic. Instituto Colombiano de Cultura, 1978, pgs. 318­319. 23. Dentro del concepto de modernización capitalista se incluyen aquellas políticas del Estado —como las llamadas reforma agraria integral y desarrollo rural integrado DRI— que no han perseguido, en la práctica, ni la modificación profunda de la estructura agraria, ni la redistribución de recursos y ni siquiera la alteración de los patrones de distribución del ingreso agrícola. “En Colombia — se afirma en el documento preparado por la FAO para la Conferencia Mundial de Reforma Agraria y Desarrollo Rural (“Examen y Análisis de la Reforma Agraria y e/Desarrollo Rural en los países en desarrollo desde mediados de los años sesenta”, FAO, Roma, 1979, pg. 112), existe una extrema concentración de la tierra y una marcada división entre latifundios y minifundios. Este es un país representativo de otros muchos de América Latina donde se cree que las reformas agrarias distributivas ofrecen muchas posibilidades de reducción de la pobreza rural, aun cuando este tipo de reformas no se han aplicado. Ella ofrece un buen ejemplo de la, dificultades planteadas cuando se trata de promover el desarrollo rural sin una reforma agraria anterior o simultánea y un cambio en la distribución de los otros bienes. En consecuencia —concluye el mencionado documento (ob. cit. pg. 113): “los proyectos de desarrollo rural para combatir la pobreza, a falta de cambios estructurales”, no se encuentra en condiciones de enfrentar y corregir: “a. la concentración del poder económico, que hace que más personas se empobrezcan y que empeore la situación de los pobres; b. la creciente desviación de los recursos rurales hacia el mercado de exportación por parte de los ricos, sin atender a las necesidades alimentarias de los pobres rurales; y c. la subutilización constante de la tierra en los latifundios. 24. “Desarrollo Agrario de América Latina”, A. García, México, Edic. Fondo de Cultura Económica, 1980. 25. “El hombre y la tierra en América Latina”, “Resumen de los Informes. CIDA sobre tenencia de la tierra en Argentina, Brasil, Colombia y Chile, Ecuador, Guatemala y Perú”, Solon Barraclough y Juan C. Collarte, Santiago de Chile, Edit. Universitaria, 1972, pg. 38. 26. “Auge y receso del capitalismo colombiano”, ob. cit., pg. 42 sobre datos del Censo Nacional de Población y Vivienda, DANE. 27. Entre 1950 y 1975, la producción agropecuaria se expandió globalmente en América Latina a una tasadel3.2% anual, limitándose a cubrir la demanda elictiva generada por el sistema económico o sea, no tomando en cuenta las necesidades alimentarias reales de las poblaciones trabajadoras, con más bajos ingresos. “Desarrollo social y rural en América Latina”, Reunión Técnica CEPAL­FAO sobre Desarrollo social rural en América Latina, Montevideo, 1978, Edic. Mim, pg. 26. 28. “Conglomerados de Sociedades en Colombia”, Bogotá, Superintendencia de Sociedades Anónimas, 1978; y “Los verdaderos duelos del país, oligarquía y monopolios en Colombia”, Julio Silva Colmenares, Bogotá, Edic. Suramérica, 1977, pg. 303 y SS. 29. “Turbay defiende la Comisión de Valores”, Expresión del Presidente de la República en la Escuela Superior de Guerra, “El Tiempo”, Bogotá. Mayo 10, 1979, pg. 7­B. 30. “Cuentas Nacionales de Colombia, 1970­1976”, Bogotá, Revista Banco de la República, mayo de 1978, pg. 25.

Page 39: La Crisis de La Universidad

31. “Bases de un Programa de Fomento para Colombia”, Bogotá, Edic. del Banco de la República, Misión del Banco Mundial, 1950, pg.74. 32. “El hombre y la tierra en América Latina”, Sotan Barraclough y Juan C. Collarte, Santiago de Chile, Edic. ICIRA, pg. 38.