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1 La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos entre el decadentismo europeo y el superrealismo Americano PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES CARRERA DE SOCIOLOGÍA BOGOTÁ, D.C. 2015

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La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos entre el decadentismo

europeo y el superrealismo Americano

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

CARRERA DE SOCIOLOGÍA

BOGOTÁ, D.C. 2015

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La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos entre el

decadentismo europeo y superrealismo americano

Laura Peña Rodríguez

Trabajo de grado para optar al título de socióloga

Director

Samuel Vanegas Mahecha

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

CARRERA DE SOCIOLOGÍA

BOGOTÁ, D.C. 2015

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A Daniela

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Agradecimientos

A todas las personas que he conocido en el recorrido de mi carrera y espero que

continúen en mi directorio de amigos; a mis padres y hermanos, por su compañía, por

aguantarme, y por quererme tanto a pesar de eso; a mis profesores, por cultivar en mí un

inagotable banco de curiosidad; a Samuel Vanegas por su comprensión y por guiar los

excesos de una principiante; a Carlos por su paciencia, por las horas escuchándome, por las

discusiones, y por su desbordante cantidad de ―energía emocional‖; a mis amigas, tercas

como yo, por contradecirme siempre; a todos ustedes les debo esta tesis.

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TABLA DE CONTENIDO

1. INTRODUCCIÓN ............................................................................................................ 6

2. LA CRISIS Y SU TIERRA NUTRICIA ...................................................................... 12

2.1 Descripción del problema: La crisis y el sentimiento de angustia ........................ 14

2.2 Santander, entre la decadencia y el impulso cultural ............................................ 18

I. Sociabilidad intelectual, literatura y publicaciones periódicas de El Socorro ....... 19

II. Desintegración de la Hacienda y el orden tradicional ........................................... 29

III. Tradición y transformación en el escenario de la vida pública ............................. 35

3. LA ACCIÓN, LA NOVEDAD Y LA ELABORACIÓN DE UN REALISMO

RENOVADO ....................................................................................................................... 44

3.1 La esfera religiosa: el individuo activo y la orientación a la vida mundana ...... 45

I. La literatura de Vargas Osorio ante la muerte ............................................................ 46

II. Anticlericalismo........................................................................................................ 50

III. Crítica y planificación ............................................................................................ 56

3.2 La esfera literaria: El realismo renovado .............................................................. 59

I. La novedad ................................................................................................................. 60

II. Búsqueda del modo de ser latinoamericano ............................................................. 61

3.3 Una conclusión provisional y una nueva pregunta ............................................... 71

4. LA CRISIS Y EL EFECTO ORIENTADOR DEL DECADENTISMO EUROPEO

.............................................................................................................................................. 73

4.1 Pretensiones universales de un intelectual marginal ............................................. 73

4.2 Europa “vieja” y América superreal en formación ............................................... 77

4.3 Un problema nacional: ¿“civilización mecánica” o desarrollo espiritual? ......... 81

5. CONSIDERACIONES FINALES ................................................................................ 89

BIBLIOGRAFÍA………………………………………………………………………...92

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La crisis de Tomás Vargas Osorio en un cruce de caminos: Decadentismo europeo

y Superrealismo americano

(La muerte de Vargas Osorio entre los sucesos mundiales y nacionales. Tomado de: El

Tiempo, 22 de diciembre de 1941)

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1. INTRODUCCIÓN

En el presente trabajo de grado se busca reconstruir la emergencia de la reflexión sobre

la cultura en la obra literaria del escritor santandereano Tomás Vargas Osorio. La obra de

este autor, a pesar de haber transitado por varios géneros –fragmento periodístico, la poesía,

el ensayo, el cuento y la novela (o intentos de una)-, mantiene una unidad temática que

versa sobre el problema de la cultura contemporánea, el individuo y el paisaje. Entre estos

elementos, que ya habían sido identificados por Torres Duque (2010), se puede trazar un

hilo que teje las temáticas de la obra del santandereano. Se trata de la crisis que enfrenta el

hombre moderno, o contemporáneo1. Vista desde los ojos de Vargas Osorio, un escritor de

la generación de la década del 30, la cultura contemporánea está atravesando por una crisis

generalizada que demanda una reflexión inmediata por parte de los intelectuales. En sus

textos, el autor hace explícita su renuncia a los ejes que habían marcado la pauta en el

pensamiento del siglo XIX, ya que en su diagnóstico la razón, la ciencia, e incluso la

religión en su forma tradicional, son herramientas agotadas en la medida en que no logran

ofrecer al hombre contemporáneo una respuesta a la pregunta por lo que es el ser humano y

una explicación del sentido de su existencia.

Vargas nació en 1908 en la parroquia santandereana de Oiba, y murió 33 años después

en el año 41 en la ciudad de Bucaramanga. A los nueve años, por recomendaciones de un

Sacerdote a su madre, Vargas se traslada al Socorro a la casa de su tía con el fin de iniciar

sus estudios en el colegio del Socorro y luego en el colegio Universitario del Socorro. Si en

Oiba Vargas había experimentado la vida urbana, es en el Socorro en donde se involucra

con los oficios y forma de vida de un intelectual urbano. Siendo el Socorro una ciudad de

tradición liberal como intelectual, que desde el siglo XIX había consolidado una prensa

estable, unos grupos de socialización dentro de las logias masónicas como La Estrella de

Saravita y el Club de Soto (luego se convirtió en el Club del Comercio de Bucaramanga), y

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En el ensayo La Familia de la Angustia de 1941, Vargas Osorio utiliza las nociones de hombre

contemporáneo u hombre moderno sin diferencia alguna. Dentro de esta categoría de hombre contemporáneo

o moderno, el autor identifica al ser humano que experimenta la vida social de las primeras décadas del siglo

XX. Específicamente, se refiere al ser humano contemporáneo a él mismo, cuya trayectoria de vida está

enmarcada en los acontecimientos de las décadas del 30 y el 40. Al día de hoy, la estricta referencia del autor

al ―hombre‖ requiere una explicación más. Si nos abrimos a la totalidad de la obra de Vargas, es evidente que

en el hombre contemporáneo el autor incluye allí a mujeres y a niños que experimentan por igual la crisis de

su tiempo. El desarrollo del presente trabajo se aferra a esta aclaración.

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además un Colegio Universitario importante para Santander, proponía una intensa vida

intelectual para un joven estudiante.

En su corta vida, Vargas hizo parte del círculo de escritores y periodistas que nació en

la década del 30 alrededor de publicaciones periódicas de indudable importancia para las

letras colombianas como El Tiempo y la Revista de las Indias; también participó en

diferentes diarios de Bucaramanga y de El Socorro desde muy joven, y llegó a ser conocido

dentro de los poetas de piedracielistas por la publicación de su poemario Regreso de la

muerte en 1939 en los Cuadernos de Piedra y Cielo. A esto se suma la publicación de otros

tres libros más Bucaramanga: Vidas menores de 1937 publicado por La Cabaña, Huella en

el barro de 1938 y La familia de la angustia de 1941, publicados por la Imprenta del

Departamento de Santander. Vidas, fue una colección de cuentos en los que se resalta la

elaboración de unos personajes profundamente reflexivos que transcurren por escenarios

cotidianos para cualquier sujeto colombiano de los años 30, quien se mueve constantemente

entre la ciudad y el campo; en Huella nos encontramos con un conjunto de textos de

diverso tipo que se mueven entre del ensayo, la descripciones de paisajes, la crítica y las

notas sueltas o Divagaciones; por último, La familia2, está compuesto por un ensayo y un

estudio crítico de la obra poética de Guillermo Valencia. La familia es un texto central para

los propósitos de este trabajo, en éste el autor santandereano hace una elaboración detallada

de su reflexión sobre la cultura, la crisis y la angustia del hombre contemporáneo, de

manera que es el ensayo que da unidad a la totalidad de su obra literaria.

Como intelectual del siglo XX, con una plena conciencia mundial, Vargas se ubicó en el

cruce de caminos entre una la realidad social colombiana en plena transformación y una

Europa de entreguerras, y entre un optimismo modernista que viraba hacia el americanismo

y un pesimismo decadentista que confirmaba con las guerras europeas el fracaso de la vía

de la civilización y el progreso. En este quiebre sus lecturas intercalaron autores europeos

con latinoamericanos, así las referencias en sus textos van de Max Scheler a Germán

Arciniegas, de Friedrich Nietzsche y Karl Marx a Pablo Neruda, o de Dostoievski a José

Eustasio Rivera, León de Greiff o Eduardo Carranza. La muerte le llegó en 1941, antes de

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Vidas, Huella y La familia serán las abreviaciones con las que se citarán las obras de Vargas a lo largo del

presente trabajo.

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la rendición de Alemania; sin embargo, logró intuir el problema social que se gestaba para

Europa como para este lado del Atlántico.

Traer a colación en un mismo párrafo tanto las ideas que ―flotaban en el aire‖ como los

detalles ineludibles de la ―realidad social‖ no es un simple capricho de ―contextualización‖

de la obra. En primer lugar, la creación literaria no se produce en un genio aislado y

ahistórico, porque el escritor es ante todo un sujeto social, y como tal es un fiel participante

de un proceso histórico que lleva años de elaboración que lo preceden. Por esto, la creación

no se produce sobre la nada, y utilizando una expresión coloquial, el escritor se asienta

sobre los hombros del pasado, en un juego que intercala las formas de la tradición, el canon

estético y las formas novedosas. En segundo lugar, es preciso afirmar que un trabajo que

hoy pretenda hablar sociológicamente de la emergencia y la creación de las ideas o el

pensamiento, entendiendo allí tanto al ensayismo social como la ficción, debe partir del

problema que se traza en la relación entre pensamiento y realidad del cual se deducen se

dos presupuestos: ni el pensamiento nace en el vacío, ni la realidad determina al

pensamiento, aunque se reconozca que están estrechamente relacionados.

Esta inquietud propia de la sociología del conocimiento, ha sido ineludible para la

sociología de la literatura, ya que la primera al igual que la segunda han partido de la

polaridad que distanciado lo ―extratextual‖ de lo ―intratextual‖, las ideas de la realidad, y

la obra de la vida social. Antonio Candido, en su balance sobre el modo en que ha operado

la sociología de la literatura se acerca a este problema y concluye que el camino está

―fundiendo texto y contexto en una interpretación dialécticamente íntegra, en que tanto el

viejo punto de vista que se explicaba por los factores externos, cuanto el otro, norteado por

la convicción de que la estructura es virtualmente independiente, se combinan como

momentos necesarios del proceso interpretativo‖, porque lo externo o contextual,

desempeña un ―cierto papel en la constitución de la estructura‖ (2007, 26).

El empeño de Candido por querer superar la dicotomía sirve para aclarar las condiciones

de juego en la discusión; sin embargo, el fundir texto y contexto requiere una redefinición

del problema. La idea de la fusión que propone Candido, tiene como presupuesto la plena

existencia de la polaridad que entre texto y contexto. Abonar en la superación de la

discusión no está en el ejercicio de fundir simplemente lo interior con lo exterior, o el texto

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con el contexto, pues en el proceso de creación de una obra no existe tal separación. Por

ello, la vía de superación requiere de una redefinición teórica subyacente a tal polaridad que

cuestione en principio, la distancia entre obra y contexto, y que permita comprender las

ideas entretejidas a la realidad a la vez que la realidad entretejida a las ideas.

Volviendo sobre la forma que ha tomado la discusión en la sociología del conocimiento,

en ―Sociology of Knowledge: New Perspectives‖, Norbert Elias explica que la relación

entre conciencia y sociedad ha ocupado tanto a la antigua filosofía como a las nuevas

ciencias sociales, y cada una por su parte ha esquivado el problema al partir de dos

presupuestos esencialistas que han ahondado la distancia entre un individuo que piensa y la

sociedad que lo construye. En un lado, la filosofía suele caer en la certeza de que el ser

humano ―descubre‖ o ―devela‖ una verdad que es absoluta y por tanto única, lo cual es

posible gracias a el don especialmente humano del entendimiento, es decir, a ciertas

categorías esencialistas que le permiten comprender como ser humano.

Al otro extremo del absolutismo, pero con la misma distancia respecto al problema, las

ciencias sociales han preferido el relativismo. Elias, afirma que la nueva sociología del

conocimiento (la que parte del siglo XX después de Karl Mannheim), queriendo alejarse

del dogmatismo desarrollista del positivismo, ha renunciado a toda noción de un desarrollo

estructurado del conocimiento a largo plazo, y en su deseo de bajar el hombre a la tierra y

teñirlo completamente de lo que se ha llamado ―realidad social‖ ha llegado a plantear una

extrema dependencia del pensamiento a la situación, al grupo social, al periodo, o a la

cultura, relativizando con ello la elaboración de las ideas.

Entre absolutismo y relativismo, la conclusión de Elias nuevamente advierte la dificultad

del punto de partida: el estatismo de la polaridad sujeto y objeto que ha separado el sujeto

de conocimiento del objeto de conocimiento, o el pensamiento de la realidad. El resultado

ha sido la comprensión de un individuo eterno y estático a pesar de verse históricamente en

un escenario en movimiento, lo cual es de por sí una contradicción. A partir de la

evaluación de estas dificultades la pregunta por la elaboración del conocimiento requiere,

según Elias, de un paradigma más flexible con el cual se pueda pensar un individuo

dinámico que ha seguido un proceso de transformación históricamente estructurado a la

igual que la sociedad. Con ello, en la amplitud de la historia humana, además de

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transformarse la forma en la que una sociedad se organiza, en tal proceso también ha

variado la forma en la que el individuo comprende el mundo que observa. Esto quiere decir

que en el proceso histórico el individuo como sujeto no sólo ha conocido esos objetos del

mundo que hoy distinguimos fácilmente, sino que también se ha transformado el modo en

que conoce los objetos del mundo, o lo que es lo mismo, la visión que el individuo tiene del

mundo.

Con estos problemas en juego, la comprensión de la emergencia del pensamiento, y en

este caso de una obra literaria, busca entender cómo Vargas Osorio se comprendía a sí

mismo en relación con el mundo que lo rodeaba, sin desligarse de su participación como

sujeto social en una realidad en movimiento. Lo que hay en la base de esta pregunta es la

idea de que el pensamiento y realidad están entrelazados en la vida de las personas, puesto

que las ideas no nacen en el vacío, sino que se van elaborando a la vez que el individuo se

construye en relación con los otros individuos que lo rodean.

Entender el diagnóstico de crisis con el que Vargas Osorio define el estado de la

sociedad que observó, requiere de la comprensión de este cruce de caminos que se juega

entre la realidad social y unas ideas que no pertenecen a otro mundo que al de la realidad,

de manera que son vividas en la experiencia de las personas. La visión de mundo de Vargas

no se limita a su condición de santandereano que vivió el periodo de transformaciones que

se desarrollaron en la primera mitad del siglo XX colombiano, afirmar esto significaría

volver sobre un determinismo que ha caminado en círculos. El camino que se propone en

este trabajo parte de entender que la forma en la que Vargas Osorio observaba el mundo, la

imagen que él tenía de una cultura americana en formación, y una Europa en decadencia

tiene el efecto de guardagujas que direcciona su visión de mundo. Max Weber, queriendo

abrirse campo fuera de las determinaciones materialistas de su época, y cuidándose de no

caer en el idealismo, plantea que si bien ―son los intereses, materiales e ideales, no las ideas

quienes dominan inmediatamente la acción de los hombres […] las imágenes del mundo

creadas por las ideas, han determinado, con gran frecuencia, como guardagujas, los raíles

en los que la acción se ve empujada por la dinámica de los intereses‖ (1998, 204)

En este orden de ideas, el recorrido que desarrolla este trabajo se ha fraccionado en tres

capítulos que guardan tras de sí un orden intencionado. En el primer capítulo, La crisis y su

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tierra nutricia, hace una reconstrucción histórica de El Socorro de la primera mitad de siglo

a partir de publicaciones periódicas como la prensa y las revistas de la época. Esta primera

parte busca ser lo más descriptiva posible con el fin de hacer explícitos los elementos que

emergieron en la vida social de El Socorro de este periodo a la vez que crecía Tomas

Vargas Osorio. Con tal escenario en transformación el segundo capítulo, La acción, la

novedad y la elaboración de un realismo renovado, reconstruye la visión de mundo de

Vargas a partir del enlace entre la creencia religiosa y la orientación de la literatura hacia el

conocimiento de la cultura nacional forjada en el superrealismo que nació en la definición

del conflicto del hombre americano consigo mismo y con el paisaje. Estos dos aspectos

están presentes en la totalidad de la obra de Vargas, y son la base para la definición de la

crisis del hombre contemporáneo, la cual se profundizará en el tercer capítulo, La crisis y el

efecto orientador del decadentismo europeo. Este capítulo final, analiza la trama de

relaciones que se teje en la obra de Vargas Osorio entre la corriente del decadentismo

europeo, la tradición literaria latinoamericana y la experiencia de ser un socorrano que, por

un lado, es espectador de una sociedad europea en guerras y por otro, es participante de una

serie de transformaciones. Más que conclusiones, este trabajo finaliza con el planteamiento

de nuevas preguntas que surgieron en el recorrido de entender el desarrollo de la literatura

colombiana en relación al mundo americano y al mundo europeo. Además, como propuesta

teórica y metodológica, es el ensayo de un camino que sigue en construcción, con lo cual

este trabajo no pretende ofrecer una última y única afirmación, sino suscitar, si es posible,

nuevas preguntas alrededor de la relación entre las ideas y la realidad.

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2. LA CRISIS Y SU TIERRA NUTRICIA

El escritor más que crear personajes necesita contar hechos, y estos hechos tienen raíces,

consistencia, son nudos de carne y sangre. Transformar los hechos en palabras no quiere

decir ceder a la retórica de los hechos. Quiere decir poner en las palabras toda la vida que

se respira en este mundo, comprimirla y martillarla. La página no debe ser un doble de la

vida, esto sería, por lo menos, inútil; eso sí, debe tener su mismo valor. (Valverde, 2010,

5)

El diagnóstico con el cual el escritor santandereano describe la primera mitad del siglo

XX, visto desde el momento de su producción, es sugerente si se recuerda que en el periodo

de entreguerras, mientras la literatura europea insinúa un sentimiento pesimista que pesa

sobre el futuro del ser humano y la sociedad occidental3, en la literatura latinoamericana la

crisis del modelo del progreso en el cual se había resguardado la ―civilización occidental‖

del siglo XIX propone una mirada más prometedora frente al futuro. Tal optimismo

americano se percibe tanto en el Modernismo del Ariel de José Enrique Rodo de fin de

siglo, como en el americanismo4 de los primeros años del siglo XX.

Sin embargo, no es justo afirmar que la crisis que menciona Vargas Osorio es la misma

crisis europea, pues en una reflexión sobre la literatura latinoamericana después del

Modernismo sería una trampa homologar la llamada crisis del hombre contemporáneo que

Vargas menciona con el sentimiento europeo, como también lo sería si nos encerramos en

la particularidad latinoamericana. En cualquier caso, se obviaría el hecho de que el

Modernismo de fin de siglo instaló la figura de la literatura latinoamericana en el plano

universal, con lo cual se reconoce cierta independencia de esta frente a la tradición europea,

3 La nóvela y el cine Noir (1930-1950) con la relativización de la idea de justicia, el existencialismo sartreano

(1940-1950) a partir del cuestionamiento de la naturaleza humana, y el criticismo y compromiso de la escuela

de Frankfurt en las ciencias sociales (1933-1950) que ponía en tela de juicio la objetividad de la ciencia, por

citar algunos de los ejemplos más conocidos, confluyeron en el cuestionamiento de la idea del progreso del

siglo XIX. 4 Según Hugo Achugart (1994) el americanismo fue una corriente del modernismo que se inclinó por el

problema de lo social. Este se empezó a gestar luego de la reforma universitaria de Córdoba de 1918, la cual

logró un impacto continental que como afirma Arbeláez (Tesis no publicada: ―Germán Arciniegas: un

americanismo por correspondencia‖, 2014) planteó las bases para la comunicación entre los intelectuales de

toda Latinoamérica. En el Americanismo se formuló la pregunta por el ―espíritu‖ particularmente

latinoamericano, a la vez que se ensayaron proyectos culturales y educativos que en Colombia tuvieron lugar

en la década del 30 y el 40 (durante el periodo conocido como la República liberal) con proyectos como la

Biblioteca Aldeana de Colombia (1935-1937) y la Biblioteca Popular de Cultura Colombiana (1942-1952).

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sin que esto signifique - por lo menos para la primera mitad del siglo XX- la reducción a un

sistema de pensamiento cerrado al interior del continente.

Con estas acotaciones, en este capítulo se partirá de la descripción y el análisis de la

estructura de la sociedad santandereana y las transformaciones que se vivían en ella. Con

ello, se quiere lograr comprender ese ámbito local en el que vivió Vargas Osorio, y que le

abrió la posibilidad de pensar una crisis contemporánea que tiene pretensiones de ser

universal. La descripción de la realidad se abordará en un esfuerzo por entender la forma en

la que el mismo autor pensaba y entendía el mundo en el que vivía. Hoy se sabe que la

forma como los seres humanos piensan es inseparable de la forma en que viven; sin

embargo, el carácter de la relación que hay entre el pensamiento y la vida social no está

definido. Debido a esto, se ha querido hacer uso de la metáfora tierra nutricia utilizada por

Karl Marx en la Introducción a la crítica de la economía política de 1857, ya que su

ambigüedad abre un camino para enlazar el pensamiento y realidad social más allá de la

noción de determinación de uno sobre otro5.

¿A qué crisis se refería este escritor santandereano y cuál es la definición de lo que él

entiende como hombre contemporáneo? Con esta pregunta no se quiere escindir eso que

aparece como intertextual de lo extratexual, de manera que El Socorro, Santander, y en

5 Es común la idea de que en la concepción marxista las ideas y el pensamiento, o, usando su la terminología

de Marx, la superestructura está determinada por las condiciones materiales o la infraestructura. Tal

interpretación inclinada hacia el determinismo materialista de Marx no es errada; sin embargo, es incompleta

pues no expone la complejidad del problema que plantea Marx y Engels en la definición de la relación entre

las ideas y la realidad material. Elias (2009), rescata la ambigüedad de Marx en este tema, y afirma que

mientras en unos casos Marx parece aceptar un determinismo material de las ideas, en otros, el materialismo

se doblega ante la superestructura llegando al límite de lo comprensible. En este trabajo, el Marx ambiguo que

describe Elias puede llegar a ser más provechoso que el determinista, pues en metáforas como la de tierra

nutricia, es en donde se logra entender la complejidad de la relación entre la superestructura y la

infraestructura. A continuación, es pertinente citar el fragmento de la Introducción a la crítica de la economía

política en el que Marx se refiere a la tierra nutricia:

―En cuanto al arte, se sabe que períodos de florecimiento determinados no están absolutamente en relación

con el desarrollo general de la sociedad, ni en consecuencia, con la base material, el esqueleto, digamos, de su

organización. […] La dificultad no estriba sino en la formulación general de tales contradicciones [entre el

desarrollo material y desarrollo artístico]. Se sabe que la mitología griega no ha sido sólo el arsenal del arte

griego, sino su tierra nutricia. […]El arte griego supone la mitología griega, es decir la naturaleza y las

formas sociales moldeadas ya de una manera inconscientemente artística por la fantasía popular. Estos son sus

materiales. No cualquier mitología, es decir, no cualquier elaboración inconscientemente artística de la

naturaleza (el término implica aquí todo lo que es objeto, así pues, también la sociedad). La mitología egipcia

no hubiera podido ser nunca el terreno o el seno materno del arte griego. Pero, en todo caso, hacía falta una

mitología. En ningún caso, en consecuencia, el arte griego podía nacer en un desarrollo social que excluye

toda relación mitológica con la naturaleza, toda relación productora de mitología con ella; que, lógicamente,

demandaría al artista una imaginación independiente de la mitología.‖ (1989, 153-54).

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general lo que estaba sucediendo en la vida social colombiana no es el telón de fondo frente

al cual un hombre aparece escribiendo una obra. Tras esa escena teatral que se ha

reproducido relacionando mecánicamente personajes o sucesos literarios con hechos

―reales‖ sacados de una colección de acontecimientos históricos, está toda esa vida que se

respira, que respira el escritor, que vive como nudos de carne y sangre y que martilla en

palabras.

En este orden de ideas lo que se busca en un texto literario no es la descripción de la

realidad, sino la manera como la vida social era experimentada, es decir comprendida y

sentida, por el escritor quien además no fue puesto en la escena como un hombre adulto ya

hecho para ejercer su labor de escritor, sino que su manera de comprender y sentir en su

calidad de individuo, es el fruto de la interrelación de grupos sociales compuestos por otros

individuos que como él, cargan con formas de relacionarse históricamente elaboradas. De

esta forma la obra de Tomás, en la medida en que nos hace comprensibles sus

preocupaciones más profundas, ilumina también el entendimiento de algunos aspectos del

proceso social colombiano.

2.1 Descripción del problema: La crisis y el sentimiento de angustia

Los cuentos de Vargas construyen en su narración un ambiente de inseguridad que ha

inundado la totalidad de la vida: una aldea desierta por el ataque del paludismo, la turbación

de María entre la tempestad de su viaje en el río, o el inquilinato en el que vive Eugenio

Morantes6 rodeado de personas y encerrado en su soledad, son elementos que disponen un

ritmo desolado y la sensación en el lector de ser espectadores de una vida que en todas las

esquinas desemboca al encuentro con la angustia. Pero esta angustia excede los límites de

las trágicas situaciones del escenario y del paisaje, puesto que este paisaje, más allá de ser

el telón de fondo, conforma la sensación misma de los personajes vistos como hombres de

carne y hueso, quienes experimentan las tensiones de la crisis.

6En el mismo orden de enumeración los cuentos citados son: La aldea negra, Tempestad, y la novela

inconclusa Vida de Eugenio Morantes, de la cual se conserva un fragmento. El segundo cuento apareció por

primera vez en El Tiempo en 1940 (Marzo 24). Es probable los otros hayan sido publicados antes en alguna

revista o periódico como sucedió con el fragmento La sangre y los sueños de su otra novela inconclusa

Hombre de veinte años, el cual fue publicado en Revista de las Indias Vol. 1 No. 1 (1948, diciembre).

Finalmente, los tres relatos se recopilaron en el tomo dos de Obras (1948) bajo la dirección de Jaime Ardila

Casamitjana.

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Es aún más aguda la intensidad de la crisis del hombre contemporáneo cuando este

hombre no es el representante de un grupo social como el indígena que experimenta el

vacío en la literatura indigenista, o cuando este hombre es también un personaje femenino o

un incluso, un niño. Ni la clase, ni la región, ni el género, y tampoco la recurrente mención

a la raza, son para Vargas Osorio los ejes determinantes que cierran el grupo social en el

cual se experimenta la sensación de la crisis. Tanto sus críticos como sus contemporáneos

coinciden en encontrar un elemento de universalidad que atraviesa el estilo, los temas y las

problemáticas del autor santandereano (Castillo Fuentes, 2013; Martín, 1990; Mejía Duque,

1986; Torres Duque, 2010)7.

La crisis para el santandereano es un estado general que corresponde al individuo real,

de materia y espíritu, pero también histórico; es decir, el individuo en su condición de

hombre ―profundamente humano‖, y en su forma de hombre contemporáneo que carga con

el tiempo. La crisis, entonces, adquiere dimensiones universales. Por esto Vargas se

pregunta en su ensayo Nietzsche y Marx (publicado en Huella) ―¿Hacia dónde va la

humanidad?‖ (1990a, 160). Además, la crisis es un estado vivido y sufrido en carne propia

como la enfermedad producida por el miedo que sentía Félix, o la reclusión autoimpuesta

del mismo Morantes en su desprecio por esa ―sociedad fastuosa, elegante y de rígidas

costumbres‖ (1990b, 78).

De esta forma, los personajes construidos por Vargas, entre mujeres y hombres del

campo, campesinos y obreros negros, artistas e intelectuales urbanos, cada grupo con

características distintas, experimentan por igual una sensación de soledad e intranquilidad,

que les confiere la figura de unos personajes ensimismados y reflexivos que tejen sus

conflictos en la medida en que relatan sus recuerdos. Rosalinda recuerda su infancia en el

campo antes de irse a la ciudad en donde reconoció el paso del tiempo y su pesadilla; el

7 Carlos Martín admira de Vargas su ―capacidad intuitiva para captar ondas universales‖ (1990, 37); del lado

de la crítica literaria, Mejía Duque afirma que el valor ensayístico está en la universalidad de los problemas

planteados por Vargas, así como en su lenguaje más limpio y sencillo que se aleja de la solemnidad de la

oratoria vigente en Colombia para la década del 30 (1986, 278); Castillo Fuentes, en un esfuerzo por rescatar

y ―revelar‖ -utilizando las palabras del crítico- las cualidades literarias de Vargas, construye un paralelo entre

la literatura moderna de Proust, Hemingway, y Fitzgerald con lo cual cree concluir la universalidad de las

letras de Tomás; Por último, Torres Duque explica que en la poesía de Vargas se asiste al sentido regional de

una nación pero también al sentido universal de esta (2010, 85), planteando con ello una de las tensiones que

abordó el pensamiento latinoamericano de este periodo como lo afirma Eduardo Devés Valdés (2000).

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negro de Tierra (1990b,) que entre los tragos de ron narra la muerte de Miguel, quien se

suicidó por la nostalgia de haber dejado la tierra del campo para cargar bultos en la ciudad;

o Enrique y César Monzó quienes recuerdan sus amores, el primero desde una casa de

reposo y el segundo en el lecho de su muerte.

Con todo, lo que Vargas quiere expresar con sus personajes no es una nostalgia bucólica,

ya que el recuerdo no es más que una excusa para alimentar el desasosiego de la crisis.

Recordar es el medio por el que los personajes se hacen conscientes su actual estado de

incertidumbre, pues mientras que en el pasado encuentran la fijeza de lo ya ocurrido, en el

futuro hay mancha difusa e irresuelta que los angustia. Con un tono semejante al de sus

cuentos y luego de escrutar el fondo de la discusión de la cultura moderna, el autor lanza la

queja en La familia, ―¡Si tuviera un sistema cerrado como Kant!‖(1990a, 163).

Luego de esta breve descripción cabe preguntarse ¿a qué viene tal sentimiento de crisis,

de angustia, de incertidumbre y desasosiego? Entre 1908 y 1941, esos escasos 33 años que

vivió el escritor santandereano, el panorama mundial no era muy alentador. El recorrido

histórico que había conducido al establecimiento de relaciones tanto económicas como

culturales entre las regiones de todo el globo inició el siglo con la inestabilidad política

producida por el cierre de fronteras nacionales que llevaron a una guerra mundial, en la cual

se sembraron las condiciones que llevarían a la segunda. Lo particular de esta ―era de las

catástrofes‖ (1914-1945), como la llama Eric Hobsbawn, fueron las implicaciones globales

que tuvieron estos conflictos, entre los cuales se pueden enumerar la Revolución Mexicana

en 1910 y la Revolución Rusa de 1917, la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la crisis

económica de 1929, y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), además de los conflictos

orientales entre China y Japón a finales de la década del 30.

La comprensión de la amplitud de las consecuencias de estos conflictos del siglo XX es

plausible si se reconoce que tales tensiones concretas adquirieron la forma de guerras

modernas en la medida en que en ellas convergen los desarrollos técnicos de la ciencia, la

industrialización que permitía la mayor producción de maquinarias de guerra con el

aumento de la eficiencia gracias a la división del trabajo, y el carácter masivo de estas

donde se involucró la totalidad de la sociedad. Por estas razones no es extraño que la

sociedad occidental hubiera llegado a concebir los últimos días de la humanidad, y aunque

Page 18: La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos ...

18

esta haya sobrevivido, dice el historiador inglés, ―el gran edificio de la civilización

decimonónica se derrumbó entre las llamas de la guerra al hundirse los pilares que los

sustentaban.‖ (Hobsbawn, 1998, 30).

Por su parte, la pequeña ciudad de El Socorro erigida desde la Colonia entre las

ondulaciones de la cordillera oriental en el departamento de Santander, por más trabas y

distancias geográficas tampoco sobrevivió al derrumbamiento de la civilización

decimonónica. Aparentemente tan lejana del foco de la crisis, en El Socorro es posible

identificar las tensiones que hicieron tambalear las bases de la ―civilización occidental‖, y

que además jugaron un papel central en la emergencia de tal sentimiento de angustia que

sugiere la literatura de Vargas. Es llamativa la descripción que Vargas Osorio hace de la

sensación de su época en La familia cuando dice,

La sensación de soledad que, paradójicamente, se advierte en la vida moderna como su nota

espiritual más aguda, se debe a la crisis de los valores sobre los cuales el hombre descansó

por largo tiempo. La quiebra del humanismo, la disolución del racionalismo filosófico y

político, dejaron al hombre moderno sin un punto de espiritual apoyo, sin una base en qué

sustentar la razón íntima de su existencia, girando en el vacío, ciego y atormentado (1990a,

245)

¿Cómo es que un hombre nacido en Oiba, criado en El Socorro, y publicado en

Bucaramanga en la década del 30, siente la angustia e incertidumbre que ha sido

relacionada con las respuestas europeas a la crisis de entreguerras como lo es el

existencialismo, o, que incluso, se ha trazado en relación con el sentimiento postmodernista

de los años 80 como Torres Duque (2010) lo señala? La decadencia del poderío económico

y político de Santander después de la Guerra de los Mil Días, fue afín a la acentuación de la

contradicción cultural de una región que política y económicamente era ordenada por el

pensamiento liberal, mientras que en la esfera de las relaciones interpersonales estaba

orientada por una fuerte tradición católica.

Estos aspectos que delinean la particularidad del caso de Santander maduran en un

escenario de transformaciones nacionales que modificaron las relaciones sociales al

transformar la vida cotidiana. Llegando al término de la década del 40 aumentó la

Page 19: La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos ...

19

población colombiana, iniciando el proceso de transición demográfica8, trazando con ello

una ruptura en la vida cotidiana de las personas ya que el país primariamente rural se

convirtió en un país de ciudades. La ciudad como nuevo centro de numerosos encuentros

sociales incentivo la actividad política, y fue el paisaje de numerosas protestas, discursos y

hasta confrontaciones violentas, como también fue el escenario que posibilitó la

intensificación de la actividad intelectual.

En el transcurso del siglo XX, Bogotá se convirtió en el centro de encuentro de

escritores e intelectuales de las diferentes regiones de Colombia. Ya no se viajaba de la

ciudad de provincia a Europa, sino que primero se pasaba una temporada en la capital

colombiana, donde germinaron las generaciones de intelectuales ampliamente conocidas:

los centenaristas de la década del 10, los Nuevos y los Leopardos9 de los años 20, o los

piedracielistas a finales de los años 30, generación10

de poetas a la cual perteneció Vargas

Osorio. Quisiera dejar en suspenso este clima de transformaciones nacionales ampliamente

conocido en la historia nacional del siglo XX para volver sobre el caso santandereano y las

tensiones sociales que plantearon la tierra nutricia o la condición de posibilidad para la

emergencia de la reflexión de Vargas.

2.2 Santander entre la decadencia y el impulso cultural

8 Este proceso explícitamente se refiere al paso de una fase de la población a otro. Una primera fase en donde

los niveles de mortalidad y fecundidad son altos, y la esperanza de vida baja, y una segunda fase en el que

estos niveles de mortalidad y fecundidad decrecen y aumenta la esperanza de vida. Todo esto enmarcado en

un mejoramiento de las condiciones de vida. En cifras el panorama es el siguiente: para el censo de 1938

Colombia contaba aproximadamente con 8.701.800 habitantes, con una natalidad del 38,3 % y una mortalidad

del 25,1%, lo que precisaba un crecimiento poblacional del 2,2%, ya para el 64 estas cifras se habían

transformado enormemente, el crecimiento poblacional se estabilizo en 2,7% y fue decayendo hasta quedar en

1,8% en 1985, la natalidad aumento a 44% mientras que la mortalidad disminuyó al 14% (Palacios, 2002,

pág. 551) 9 Como la ―Generación del centenario‖ se conoció a los intelectuales que como Baldomero Sanín Cano,

Agustín Nieto Caballero y Tomás Rueda Vargas nacieron en el siglo XIX y vivieron el centenario de la

independencia. A los centenaristas les sigue la generación de la década del 20, la cual se dividió en dos

grupos: por un lado los jóvenes simpatizantes con las ideas liberales se llamaron ―Los Nuevos‖, allí se

agruparon Germán Arciniegas, Eduardo Santos, Rafael Maya y León de Greiff entre otros; de otro lado los

jóvenes conservadores de esta misma década se hicieron llamar ―Los Leopardos‖, y entre ellos se nombra a

Silvio Villegas, Eliseo Arango, Gilberto Álzate Avendaño. Estos últimos se reconocen en la historia de las

letras colombianas por su simpatía con el régimen hispanista del general Franco. 10

En la crítica literaria no se ha llegado a un acuerdo acerca de la definición poetas de Piedra y cielo, se ha

dicho que si bien se pueden identificar características generacionales en términos de edades de los poetas, no

se puede trazar una relación de estilo y de temas entre estos poetas. En los cuadernos de poesía de este grupo

se publicó Regreso de la muerte de Vargas Osorio, a quien algunos han llamado el poeta piedracielista menor,

mientras que otros, en el esfuerzo por rescatar su figura del olvido, han afirmado su total independencia

estilística respecto a Piedra y Cielo.

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20

I. Sociabilidad intelectual, literatura y publicaciones periódicas de El Socorro

Con sólo abrir la prensa que se publicaba en El Socorro a inicios de siglo, cualquier

socorrano que supiera leer se informaría detalle a detalle la situación de conflicto que se

sentía en Europa desde el inicio de la llamada Gran Guerra en 1914. Tanto El Patriota de

filiación conservadora, fundado en 1915, como El Fiscal de filiación liberal, fundado en

1914, además de tratar temas de importancia nacional y local daban noticia de la situación

vivida en Europa. La sección de ―cables‖ que posteriormente tomó el nombre de

―Conflagración Europea‖ en El Patriota, y la página de ―Noticias de Europa‖ de El Fiscal,

estaban dedicadas exclusivamente a informar lo que sucedía en el plano global.

El carácter global de la información se mantuvo en la década del 2011

, y con mayor

intensidad en los años 30. En este último periodo se multiplica el número de periódicos de

tal forma que en una población de algo menos de 15.926 habitantes, censados en 1938, se

publicaban cerca de cuatro periódicos y por lo menos una revista por año. Entre 1930 y

1935 se encuentran ejemplares de los periódicos Alma Libre, periódico del Centro Obrero

de El Socorro, del cual se conservan números entre 1933 y 1934; El Demócrata de filiación

conservadora con números en 1932; El Liberal de 1931-1933; El Renacimiento y Juventud

Liberal de 1935, y El Fiscal, cuyo registro llega hasta 1933. Además, aparecen las revistas

de El Jurista de 1934, El Universal de 1934 y El Universitario, órgano de los estudiantes

del Colegio Universitario, del cual se conservan unos pocos números entre 1932 y 1934.

A esto se suma la circulación de periódicos nacionales como El Tiempo de Bogotá, La

Vanguardia Liberal y El Demócrata de Bucaramanga, y revistas como Revista de Las

Indias y Revista Cromos de Bogotá, y Tierra Nativa de Bucaramanga. Las publicaciones

nacionales eran vendidas en Imprentas Unidas, como se sugiere en los anuncios publicados

en Alma Libre (1933, 20 de abril), y en la ―Agencia de Revistas de Luis Uribe Acevedo‖.

La larga lista de revistas ofrecidas por la agencia suplía diferentes intereses y gustos tanto

para hombres y mujeres como para los niños. Entre estas se mencionan la Revista

11

El Fiscal es el periódico que, según los ejemplares que se conservan en la Biblioteca Nacional, logra

mantenerse desde 1914, año de su fundación, hasta los años 30. Sin embargo, de la década del 20 sólo se

conservan unos pocos números de los meses septiembre, octubre y noviembre del año 1920. A partir de esta

fecha la numeración da un salto hasta noviembre de 1931, de manera que se pasa del no. 208 al 624 de dicho

periódico.

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21

Dominical, Cromos, Chanchito, Unirismo y El Gráfico, de Bogotá: Revista Todamérica de

La Habana, y de Argentina, la revista para mujeres Para ti, la infantil Billiken, la famosa

Revista Tipperary de literatura policial, y La Chacra, una revista dedicada al hombre del

campo (publicidad en El Universal, Enero 1 de 1934).

Con el incremento de la prensa en El Socorro aumentaron también el flujo de noticias

nacionales e internacionales que circulaban en la pequeña ciudad, y como era usual durante

este periodo los diferentes periódicos tanto liberales como conservadores, continuamente

reproducían artículos publicados en la prensa de las diferentes ciudades colombianas. De

ello se deduce que, por lo menos en lo que concierne al grupo intelectual de la ciudad de El

Socorro, este no estuvo al margen de la dinámica intelectual nacional pero tampoco de la

internacional, pues con Revista de las Indias, dirigida por Germán Arciniegas, en El

Socorro circularon artículos a la orden del día y reseñas de los últimos libros publicados en

Europa y en el continente americano. Carlos Arbeláez (2014) afirma que en esta Revista

coincidieron los intelectuales americanistas que constituyeron en estos años la red

continental americanista. En la revista, se publicaron artículos de personajes como

Fernando Ortiz, Germán Arciniegas, Waldo Frank, Alberto Miramón, Baldomero Sanín

Cano, Rafael Maya, Bejamín Carrión, Alfonso Reyes, entre otros.

Por otra parte, no es insignificante la importancia de las revistas bumanguesas que

circularon en El Socorro. Desde 1904 la Sociedad Pedagódica de Santander, a través de la

revista Lecturas que se extendió hasta 1912, publicaba poetas franceses traducidos por

Francisco Paillie y Emilio Pradilla. Asimismo, se reimprimian artículos de revistas como

La Gaceta de Guadalajara, El Cojo Ilustrado de Caracas, o el Fonógrafo y la Unión

Católica de Maracaibo. Haciendo referencia a lo anterior, España Arenas & Palencia Silva

comentan que ―Lecturas intercalaba traducciones diversas del francés y del inglés, cuentos

de Tolstoi, artículos de Rodó, prosas de José Asunción Silva y poesías de José Santos

Chocano con artículos de moral, materias científicas y glosas pedagógicas‖ (2010, 13).

Además, en las librerías de Bucaramanga, como la del señor Daniel Martínez, no faltaron

revistas como Mercure de France y Les nouvelles littéraires.

Años después la revista Tierra Nativa, fundada en 1926, y Selección, de 1930,

demuestran que tal cosmopolitismo permaneció. En la primera revista, los artículos y las

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22

cartas que provenían de revistas extranjeras son una prueba de las relaciones que los

editores mantenían con revistas extranjeras, y en el segundo caso, Díaz Vázquez (2005)

asegura que los editores de la revista llegaron a distribuir algunos números en Nueva York.

La prensa conservadora tampoco quedó fuera de esta dinámica. En la Hojita Parroquial de

Bucaramanga se tradujeron y publicaron artículos que provenían de Nueva York en contra

del protestantismo y la masonería (―El triangulo rojo‖, 11 de julio de 1932).

Esto no quiere decir que no existiera una preocupación regional y nacional. Como lo

muestra Díaz Vásquez, tanto el progreso de la región y la cultura santandereana como el

―patriotismo‖ fueron ejes transversales que trataron las revistas de letras en Santander desde

durante las tres primeras décadas del siglo XX (16). Lo que se quiere hacer notar es que en

términos informativos El Socorro estaba lejos de ser un pueblo aislado y limitado a los

márgenes de su región. Tampoco se deduce de ello la emergencia de la crisis como

asimilación de la crisis europea. Sin embargo, la pista que se puede seguir hasta aquí es la

existencia de un grupo de personas que en El Socorro estaban interesadas por

acontecimientos globales que excedían su rango de visión, y por esto sus preocupaciones

más inmediatas.

Esta situación bastante fructífera de la prensa local responde a la importancia que había

tenido tradicionalmente la prensa en El Socorro desde antes de la Guerra de los Mil Días

que finalizó en 190212

. Diez años luego de la guerra que dejó devastada la región

santandereana, ya eran evidentes los frutos de un proceso de renovación y refundación de la

prensa local que en el nuevo siglo abrió una posibilidad para la profesionalización de la

labor del escritor. Como lo expone Ricardo Arias (2007), durante la década del 20 el

periodismo en Bogotá se convirtió en una empresa económicamente sólida, lo cual hizo de

las letras un oficio, y del escritor un trabajador.

En el caso de El Socorro no se sabe hasta qué punto la prensa constituyó una seguridad

económica para los escritores. Lo que se evidencia en la revisión de prensa es que se usaron

diferentes mecanismos para sostener económicamente las publicaciones periódicas. Esto es

12

Durante la existencia del Estado soberano de Santander (1857-1886) la imprenta del Estado estuvo ubicada

en el Socorro, esto explica la abundancia de impresos que se mantuvo desde el siglo XIX hasta la segunda

mitad del siguiente siglo. En las últimas décadas del XIX se resalta la importancia de El pestalozziano (1875),

La Reivindicación (1882) y el Boletín del Opón.

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23

un índice de la dificultad con que subsistían las publicaciones periódicas13

. Lo cierto es que

aunque Vargas Osorio en dos ocasiones tuvo puestos burocráticos y políticos, la mayor

parte de su vida vivió de la prensa mediante la dirección de periódicos como El Liberal de

El Socorro en 1933, La Vanguardia liberal de Bucaramanga en 1936, o enviando artículos

a El Tiempo de Bogotá, y a Revista de las Indias de quienes recibía un pago14

.

Es probable que en Bucaramanga las dificultades económicas que sufría la prensa

socorrana, y por lo tanto Vargas, se minimizaran. En el transcurso del siglo XX se redujo la

importancia de las pequeñas ciudades y con ello la organización departamental centró el

poder en ciudades como Medellín, o Bucaramanga en el caso de Santander. De tal forma,

con el crecimiento del nuevo centro administrativo y político santandereano, se trasladó

también la actividad intelectual profesional logrando mayores posibilidades de desarrollo

allí.

A pesar de las difíciles condiciones económicas que vivía la región santandereana que

obstaculizaron de cierto modo la profesionalización del escritor, es sugestivo el hecho de

que los escritores santandereanos de este periodo quisieran vivir del oficio de escritor, y

más aún, que lo lograran hacer. Se sabe que una buena parte de las revistas de este periodo

fueron financiadas por los mismos escritores que las fundaban. Díaz Vázquez, asegura que

en medio de tal furor por las letras Jaime Barrera Parra, quien sería parte del grupo de El

Tiempo de Bogotá fundó y financió en 1908 Vida y arte, y en 1924 dirigió en Bucaramanga

la revista literaria Motivos; Juan Cristóbal Martínez, afamado cronista amigo de Luis

Tejada, dirigió Paréntesis en 1937; y entre los escritores jóvenes de los años 30 Jaime

13

El Liberal aludía a la solidaridad del partido, El Fiscal ofrecía con insistencia a los lectores un espacio para

promocionar su negocio, y en general casi todos los periódicos enviaban por correspondencia los números y si

no se devolvían en el momento daban por hecho que se habían vendido, con ello forzaban a los lectores a

pagar. 14

Por una anécdota contada por la Sra. Lucila Socorro Dueñas, quien vivió en el inquilinato en el que se

hospedó Vargas Osorio en Bogotá, se sabe que el escritor debía cumplir con el envío de artículos para el

periódico El Tiempo (22 de junio del 2014). Por otra parte, no es un secreto que Eduardo Santos, director de

El Tiempo y amigo del escritor, financió a Vargas Osorio y fue una gran ayuda económica en el clímax de su

enfermedad. En cuanto a la Revista de las Indias, los documentos que existen acerca de la administración de

la revista revelan que a los escritores se les pagaba un monto de dinero por artículo publicado. Entre la lista de

escritores de esta revista, aparece el nombre de Tomás Vargas Osorio junto a un valor de 10 pesos pagados

por unos versos para el no. 27 de Revista de las Indias (BNC, FGA, caja 25, carpeta Revista de las Indias,

pieza 64 C y D).

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24

Ardila Casamijtana, fundó y dirigió revista literaria Intenciones en 1936 y Jesús Zarate

Moreno dirigió entre 1939 y 1942 la revista Rumbos.

El mismo Vargas Osorio, cuando se lamenta de la actividad política a la que se vio

forzada su generación y él mismo para suplir sus necesidades económicas, afirma con ello

las ansias del escritor y artista profesional. En una nota titulada Una generación que hace

parte de la sección ―Divagaciones‖ de Huella, Vargas Osorio comenta que

El primer problema con que se encuentra el escritor simplemente literario en el país es que

carece de lectores; a la nación no le interesa sino la política; la virtud, la inteligencia, el

carácter, todos los atributos del hombre superior sencillamente representativo, no son

reconocidos sino a condición de que tales atributos se realicen en función política; el

escritor, que comprende este fenómeno y que, por otra parte, tiene que vivir, se lanza en

esta dirección. Se traiciona a sí mismo a cambio de no perecer. (1990a, 233)

Esta situación pone al descubierto el revés de la hoja, y no sólo para Santander sino para

Colombia en general. Mientras que entre 1920 y 1930 se hacía cada vez más numeroso el

grupo de personas interesadas en las letras, había otro tanto, inmensamente mayor, que no

sabía leer ni escribir. La dinámica de los cafés y la sociabilidad en Bogotá descrita por

Ricardo Arias evidencia la amplitud del grupo de intelectuales de clase media provenientes

de la provincia que en los años de la década del 20 llegaban a Bogotá para participar en la

prensa y las revistas que circulaban en la capital.

Las numerosas novelas, poemas y ensayos que se publicaron eran leídos por aquel

pequeño grupo que conformaba la supuesta ―Atenas Suramericana‖. Más allá de tal morada

ideal del pensamiento, Alcides Arguedas en su diario de viaje de 1929, se encuentra con la

insalubridad, la pobreza, la enfermedad y la marginalidad que abundaba en la ciudad de

Bogotá (citado en Arias, 2007, 14). Así también queda retratada la otra cara de Bogotá en la

―Novela Social‖ escrita en estas mismas décadas -llamada así por Vargas Osorio en La

novela en Colombia en lo que va corrido del siglo actual (1990b, p 177-82)-. En este tipo

de novela se deja a un lado la ensoñación apacible y el elogio del espíritu nacional, para

dejar fluir “un irrestañable pesimismo social, amargo y desilusionado, y en ocasiones hasta

pestilente […]” (Curcio Altamar, 188).

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25

En el caso de Santander, a esta contradicción se le sumaron otros aspectos. La vida en

Santander muestra que la inestabilidad que propiciaron las numerosas guerras civiles del

siglo XIX y la constante presencia de violencia, habían disminuido logrando cierto estado

de pacificación que mantuvo un mayor grado de estabilidad durante el desarrollo de las

primeras cuatro décadas del siglo XX. Santander había sido un foco de violencia importante

en el conflicto político que se desató en los Mil Días, y si bien se mantuvo un porcentaje

alto de criminalidad durante los siguientes años, esto se debió más a homicidios por robos y

hurtos motivados por a la grave situación económica15

que a un régimen sistemático de

violencia partidista.

Martínez Botero (2009) y España Arenas & Palencia Silva (2010), coinciden en que

después de la guerra se vivió un ambiente más pacífico motivado por la idea del hombre

civil16

soportada en el recuerdo traumático de las batallas pérdidas por los liberales durante

la guerra. En el féstejo del centenario de la independencia en 1910, recopilado en una

crónica publicada en la revista Lecturas (20 de julio de 1911), las palabras del gobernador

Antonio Barrera hacen evidente esta deseo de pacificación cuando afirma:

¡Santandereanos! Sostenga cada cual sus opiniones dentro del acatamiento y respeto a las

ajenas. Proclamemos hasta la saciedad que la paz de un pueblo es la resultante de sus

virtudes cívicas puestas en armónico ejercicio. En lo sucesivo no serán nuestros caudillos

sino los que en el campo del trabajo y de la industria claven los primeros la bandera de la

concordia autentica (Martínez Garnica (Transcrip.), 2010, 17)

De ello no se deduce que hayan concluido los problemas que agobiaban la región,

tampoco se anularon de los juzgados los hechos violentos, es un hecho innegable que las

confrontaciones entre los conservadores y los liberales persistieran en la prensa y cada vez

15

Johnson (1995) afirma respecto al periodo entre 1899 y 1910 que, dado el Tratado de Wisconsin que dio fin

oficialmente a la guerra en 1902, la intranquilidad no cesó en Santander hasta 1905; sin embargo, después de

este año los datos que se registran corresponden con el aumento de robos y hurtos, los crímenes pasionales

son una constante, y en cuanto a los crímenes políticos, estos resultan ser ambiguos en su clasificación, puesto

que muchas veces correspondían con odios personales que se disfrazaban de oposiciones políticas. 16

Frente a esto es bastante elusivo el artículo que se publico en Tierra Nativa en 1926 citado en España

Arenas y Palencia Silva donde el autor invita a los santandereanos a dejar de llevar consigo siempre un

revolver, puesto que considera que en el periodo de pacificación que se vive por esta época, la costumbre

típicamente santandereana es una evidencia de su ánimo agresivo que ya no resulta pertinente para el ―hombre

civilizado‖. Decía el escritor del artículo que ―La violencia ha sido proscrita. Y en lugar de las bayonetas

pretorianas, que destruyen, cala el pensamiento por medio de la imprenta, que crea y estabiliza‖ (citado por

España Arenas & Palencia Silva, 2010, 23).

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26

con mayor intensidad a medida que pasan los años que se alejan de los Mil Días. En la

prensa se registran muertes adjudicadas a confrontaciones políticas y como sucedió a nivel

general en la prensa colombiana la censura no cesó. Sin embargo el clima corriente que se

vivió en estos años no corresponde con una presencia constante de violencia y de guerra

como el que se desarrollará en el transcurso de los años 40 en Santander, en especial en la

provincia de García Rovira, como lo señalan Guevara Cobos & Parra Ramírez (2013) y a

partir del 48 en toda Colombia.

En estos términos se puede decir que Vargas, entre 1908 y 1941, vivió uno de los

periodos más pacíficos en la historia de Santander, lo cual, para algunos estudiosos, incidió

en el desarrollo de la tradición literaria regional que prosperó en las décadas del 20 y el 30

en la región. Esto es lo que creen España Arenas y Palencia Silva, quienes explican que en

Santander hubo un importante impulso cultural en manos del tradicional arrojo de los

proyectos privados. Tanto en la fundación de parroquias en el siglo XVIII, como en la

contrucción de caminos, la fundación de centros educativos como el Colegio Universitario

de El Socorro17

y el Universitario de Guanentá en San Gil y la fundación de industrias, la

iniciativa privada ha sido una pauta repetitiva en el desarrollo de la historia santandereana.

Esto favoreció la empresa editorial santandereana en la primera mitad del siglo XX.

Además de la Imprenta Departamental, se cuentan en Bucaramanga otras tres imprentas

privadas de notable importancia; entre ellas la de los hermanos Uribe resulta ser la de

mayor actividad editorial. La familia Uribe, que provenía de una tradición familiar trazada

por el trabajo en la imprenta18

, funda a inicios del siglo la casa editora La Cabaña. Allí se

publicarán novelas, crónicas y cuentos por iniciativa de sus propios autores, quienes

pagaban por la impresión de sus textos. El primer libro de Tomás, Vidas, es publicado por

esta La Cabaña. Así también, las revistas literarias como Tierra Nativa (1926), Intenciones

17

En la fundación del CUS familias de El Socorro, Chima, Simacota, el Hato, El Palmar, Oiba, Gunacua,

Culatas, Confines, Guapotá, El Paramo y Palmas de El Socorro, participaron con su contribución económica.

Gómez Rodríguez afirma que en el recaudo participaron tanto familias ricas como pobres, y citando al

historiador Horacio Rodríguez Plata dice que ―el origen del financiero fue totalmente patriótico‖ (1185). 18

No hace falta recordar la fuerte tradición artesanal de Santander que explica tal cantidad de periódicos que

se publicaban en El Socorro al mismo tiempo. En esta ciudad, en los años 30 se cuentan tres imprentas:

Imprentas Unidas, Imprenta Diocesana, y la Imprenta de los Comuneros. Por otra parte, la fundación de la

Escuela de Artes y Oficios Damazo Zapata en el siglo XIX, probablemente también impulsó el desarrollo de

los talleres tipográficos en Santander (Díaz Vásquez, 2007, 5).

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27

(1937) y Sagitario (1933) se imprimieron en esta casa editorial con el financiamiento de sus

respectivos fundadores.

(Portada de N°. 15 de La Novela Breve de Bucarmanga, Tomado de: Academia de

Historia de El Socorro)

La Cabaña también publicó La Novela Breve en 1923 bajo la dirección de Luis Reyes

Rojas. Esta publicación, paralela a La Novela Semanal bogotana de Luis Enrique Osorio,

fue un proyecto del grupo de intelectuales santandereanos del Rosedal. Los dos proyectos

quisieron publicar novelas cortas de autores nacionales que se venderían como magazines

literarios. Con ello, el género novelístico cobró su lugar de importancia en la literatura

nacional, y después de La Voragine (1924) de José Eustasio Rivera, mostró una fuerte

preocupación por el conflicto de ―la naturaleza típicamente americana‖ (Curcio Altamar,

1975, 186) con un tono de denuncia que la alejaba de la exotización del costumbrismo.

En este sentido, estos proyectos son inaugurales de un proceso de desarrollo de la

literatura colombiana en el que la novela, a la vez que desplazaba la importancia de la

poesía, reducía el carácter noble y aristocrático que la literatura tenía en un país en el que

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28

los grandes políticos eran también grandes poetas. Pues bien, como explica Hilda Pachón,

en los años 20 la novela empezó a predominar sobre la poesía, aunque fuera este último

género el vehículo de prestigio en las letras de la agonizante ―Atenas Suramericana‖ (32).

No quiere decir esto que la poesía se estancó. La sola existencia de poetas como León de

Greiff y Luis Vidales lo negarían. Lo que sucedió es que en el país de elegantes poetas,

profetas del lenguaje elevado y cantores a la grandeza de la patria, la religión, y la cultura

clásica, la novela ganó terreno. A diferencia del poema modernista, en la novela la ausencia

del revestimiento de un aura de nobleza, permitió que los conflictos concretos y, por esto

mundanos, de la vida en la selva, en la ciudad o en los campamentos de petróleo

encontraron un espacio oportuno en la literatura. Tal fue el sentido que tomó la ―Novela

Terrígena‖, en los terminos de Curcio Altamar (175), la cual fue ocupando el panorama de

las letras colombianas en el desarrollo de la década del 20.

Con la publicacion de La Novela Breve se advierte que la intelectualidad santandereana

no sólo mantenía estrechas relaciones con la bogotana, sino que desarrollaban una misma

línea de intereses en la creación literaria que se seguía en la literatura nacional. Díaz

Vásquez explica que en las tertulias del Café Inglés y en los recitales del Teatro Garnica de

Bucaramanga reunirán a intelectuales como Aurelio Martínez Mutis, el uruguayo Ernesto

O. Palacios, Porfirio Barba Jacob, la poetisa venezolana Teresa de la Parra y la argentina

Alfonsina Storni con escritores santandereanos entre lo cuales se destacan Manuel Serrano

Blanco, Juancé y Jaime Barrera Parra (65).

El Socorro era un paso obligado para quienes quisieran viajar de Bogotá a Bucaramanga,

de manera que recibió a estos intelectuales en las veladas literarias de los clubes sociales y

literarios de El Socorro. El Fiscal en 1916 anuncia la llegada del poeta caucano Reinaldo

Aguilar (1916, junio 17); en 1918 este mismo periodico anuncia la velada literaria que

recibirá al poeta Carlos Torres Durán en El Socorro (1918, enero 3); Aurelio Martínez

Mutis visitaría la ciudad en 1932 y fue recibido con honores por el Centro literario del

Colegio Universitario (El Liberal, 1932, junio 16); por último, Agustín Nieto Caballero

pasaría por la ciudad de El Socorro siendo reconocido por la prensa por ser fundador del

Gimnasio Moderno de Bogotá.

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Vargas pudo haberlos escuchado desde sus años de estudiante en el Colegio

Universitario en el Teatro Manuela Beltrán, fundado en 1911, en el salón de Lectura

Murillo Toro, que había sido inaugurado por El Fiscal para los ―admiradores del

periodismo‖ (1915, dic 23); también pudo haber asistido a las salas de lectura del Club La

Tropical de finales de los años 10, o en el Club de El Socorro durante la década del 20. Por

lo demás, no eran solamente intelectuales los que subirían al escenario del Manuela

Beltrán: casi todas las semanas los periódicos anuncian alguna obra de teatro, algún

concierto, confernecias o la lectura de disertaciones de grados de estudiantes entre mujeres

y hombres.

Todo esto comprueba que la actividad intelectual y cultural de la época en la que creció

Vargas tenía un activo movimiento en El Socorro y en Santander. El auge editorial, la

multiplicación de centros de socibilidad, y las redes ya establecidas entre los intelectuales

santandereanos y los bogotanos, le permitió a Vargas introducirse sin dificultad en el

mundo de las letras y participar de movimientos literarios a la orden del día como lo fue

Piedra y Cielo, o de entablar una amistad con Eduardo Santos, quien lo recibió como

escritor en el grupo de El Tiempo y además le ofreció una pensión para poder saldar sus

gastos sin abandonar su oficio de escribir.

Con todo, no hay que olvidar ese revés de la hoja del florecimiento cultural. Si para los

grupos intelectuales y literarios que germinaban durante los años 20 y 30 en Colombia la

contradicción fue un país más rural que urbano, y de más iletrados que lectores, el revés de

la hoja del florecimiento cultural santandereano fue el paisaje de declive de la región

santandereana. Esto suma un elemento más a la comprensión del sentimiento de angustia de

Vargas y es la combinación que se presenta en este periodo entre una decadencia

económica y política de Santander y un importante desarrollo de la tradición literaria de

esta región. Como Vargas Osorio lo hace notar con gran agudeza en una reseña a la novela

Garabato de José Antonio Osorio Lizarazo, al parecer el desarrollo del pensamiento, el arte

y la literatura no necesariamente es dependiente o correspondiente con el desarrollo

económico de la región en la cual se produce tal incremento y cualificación del arte. A

continuación, vale la pena transcribir parte de esta reseña escrita por Vargas Osorio,

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Muchas veces he tratado de internarme en este vasto y viejo problema de la novela en

Colombia. He pensado que su ausencia casi absoluta de nuestra producción literaria en este

siglo se debe a que la sociedad colombiana no ha alcanzado todavía la profundidad y la

extensión que requiere un género de tan hondo calado humano como es la novela. Pero me

he preguntado después por qué, dentro de otras sociedades americanas que no pueden estar

más desarrolladas que la nuestra, la producción novelística alcanza una cifra considerable

en relación con los intentos esporádicos verificados en Colombia. La respuesta a este

interrogante me ha llevado a ubicar las causas del problema, no en el plano social sino en el

literario exclusivamente: carencia de vocación para el relato, reacción negativa ante las

dificultades de la novela, diletantismo intelectual que busca los caminos ya allanados -

poesía, crónica, historiografía-para llegar más rápidamente al éxito y al nombre. (Revista

de las Indias, Octubre de 1939)

Cabe replantear lo dicho por Vargas a propósito de la comprensión de su obra misma,

¿Por qué la decadencia de Santander, las dificultades económicas que se vivieron durante

estos años y que son retratadas en los diarios de Bartolomé Rúgeles (2005), no impidieron

la multiplicación de revistas culturales y proyectos editoriales, y sobre todo, el nacimiento

de una literatura de una calidad, como lo fue la escritura de Vargas Osorio, Jesús Zarate

Moreno, Ernesto Camargo Martínez o la de un Juan Cristóbal Martínez?

Tal duda plantea una cierta independencia de la literatura respecto a otras estructuras que

moldean la vida social. Sin embargo habrá que dejar planteada la pregunta pues aún hay

aspectos de la situación vivida en Santander durante este periodo por aclarar antes de

anticipar una respuesta. Lo cierto es que Vidas, Huella, El Regreso de la muerte, La

familia, y por lo tanto la crisis y la angustia como experiencia pertenecen a este clima

contradictorio de la vida social de El Socorro, aunque superen estos mismos límites

temporales y geográficos en su calidad de obra literaria, que no se agota dadas las

transformaciones sociales y económicas que se han gestado desde entonces.

II. Desintegración de la hacienda y el orden tradicional

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Además de la existencia de una basta capa iletrada19

, la otra cara del impulso cultural de

Santander fue el ocaso del prestigio y la importancia nacional de la región liberal. El flujo

de información actualizada, la red tanto nacional como internacional en la que se vieron

envueltos los intelectuales y las revistas de letras, la consolidación de una sociabilidad

intelectual de tipo burgués, con el café y las salas de redacción, la inclinación hacía las

letras de las generaciónes de jovenes santandereanos de la primera mitad del siglo XX y

todos los aspectos que dibujan el florecimiento cultural santandereana se gestaron en una

profunda depresión regional visible desde distintos ángulos.

En un plano superficial se reconocen las precarias condiciones de acceso que sufría la

región santandereana y la imposibilidad económica de solucionar tal dificultad. Con los Mil

Días, la construcción y reparación de caminos se suspendió (Jhonson, 14), de manera que si

los caminos fueron un obstáculo para Santander desde hace siglos la situación se agudizó

en el siglo XX. El problema de los caminos constituye un tema predominante en la prensa

de estos años, en 1909 se lee en Bandera Blanca de El Socorro, bajo el título ―Camino de

«pan de azúcar»‖, que ―El camino de los productos de nuestras tierras calientes con las frías

del antiguo Departamento de Boyacá, es la única fuente de nuestra subsistencia; y sin

embargo, por un abandono incalificable, no poseemos hoy, para sostenerlo, sino las

malísimas trochas (…)‖ (1909, Octubre 21). En otra ocasión se aduce a la idea de Progreso,

afirmando que la construcción de vías es la ―redención económica, fiscal, política y

civilizada‖ (El Fiscal, 1916, septiembre 14).

Un hecho notable de este atraso es la tardía construcción del Ferrocarril de Wilches20

. La

idea de su construcción nació en 1870 con motivo del transporte de café de Santander a la

costa atlántica, sin embargo, la guerra y las dificultades económicas que la sucedieron

retardaron su construcción que se terminaría hasta en 1941, mismo año en el que murió

19

Se sabe que en 1938 el país era en su mayoría rural, menos del 30% de la población residía en las ciudades

(Rueda González & González, 1974, pág. 165). Si se mira el departamento de Santander, en donde el 19% de

la población vivía en ciudades (Rueda González & González, 1974, pág. 162), menos de la mitad de la

población que sumaba a esta fecha 615.710 habitantes sabía leer y escribir, y de estos 209.148 que lo hacían

7.705 vivían en el Socorro. 20

Acerca de la historia del Ferrocarril se puede consultar el libro ―La construcción del Ferrocarril de Puerto

Wilches a Bucaramanga: 1870-1941‖ (Olarte Carreño, 2006). En este libro se pone en evidencia cómo una

región que había iniciado tempranamente el proyecto de modernización de las vías (Robert Agusto Joy

presentó el proyecto en 1869 a la Asamblea Legislativa) dilató la construcción del ferrocarril más de

cincuenta años.

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Vargas. Por ello, durante las primeras décadas del siglo, muchos de los caminos que

comunicaban las ciudades de la región sólo eran transitables en animales. En los diarios de

Bartolomé Rúgeles (2005) queda registrado cómo este comerciante llevaba a cabo sus

negocios en Bucaramanga y los poblados aledaños en su caballo. Asimismo, Pierre

Raymond menciona irónicamente cómo el proyecto industrial de San José de Suaita de

inicios de siglo quiso sustentar el transporte de sus mercancías sobre la arriería (2002, 780).

Esta ambivalencia del desarrollo cultural santandereano en el seno de una decadencia es

visible en la descripción narrativa de esos pueblos santandereanos de Vargas en ―Cuadernos

de paisajes‖ (Huella, de 1938), que han quedado como estancados en el tiempo.

No, no se extienden ni se ensanchan estos pueblos. Al contrario, han disminuido. En los

alrededores, y ya sumergidas entre una vegetación parásita, se ven ruinas de solares

antiguos. La urbe ha ido extinguiendo la vida de estos burgos que se esconden como

avergonzados de su hidalga y linajuda pobreza. No se siente aquí la trepidación fogosa de la

vida moderna. No se defienden, no atacan a los elementos que lentamente los han ido

destruyendo: se han abandonado a su destino y agonizan dulcemente inmersos en esa

quietud filosófica sobre la cual el tiempo proyecta su sombra larga y sutil. (1990a, 171)

Desde la década del 20, entre los límites de la ciudad de El Socorro se veían las últimas

películas francesas. Había quienes iban al cine Gloria del teatro Manuela Beltrán, y había

quienes iban al Centro Obrero. Se tenía el lujo de escoger entre cuatro periódicos, y todos

sin excepción informarían las noticias del mundo. Si el deseo era leer otros libros o revistas

de otras ciudades se podía asistir al Club de El Socorro o al Salón de Lectura para obreros,

y si no se sabía leer se podía escuchar radio desde la casa en el caso de las familias

adineradas, o en el Centro Obrero. Sin embargo, salir de El Socorro para Bogotá, para

Bucaramanga o para Barranquilla les implicaría a los viajeros un largo y riesgoso trayecto.

Por lo demás, viajar al siglo XIX era más fácil, bastaban unas horas sobre un caballo, en

cualquier dirección a la que apuntaran los caminos de herradura y se llegaba.

En cuanto a la importancia política ésta también se redujo, una mirada sobre los

presidentes de Colombia en el transcurso de su historia muestra que en el siglo XIX

llegaron a la presidencia cinco santandereanos (contando aquí a Norte de Santander, que se

separaría 1909) mientras que en el XX ningún santandereano del sur ha llegado a la

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presidencia. Este dato curioso solo es el preámbulo que sugiere una mirada profunda sobre

una región de innegable importancia para los procesos políticos y sociales del país durante

el siglo XIX, que quedó relegada en el desarrollo del siglo XX.

Una de las explicaciones que se insinúa es la división política del país durante los años

de la Hegemonía Conservadora que se extendió hasta 1930, y que dejó paralizada a la

región histórica del liberalismo. Sin embargo, el comienzo de la Republica Liberal no

devolvió la importancia política a Santander. De tal situación se deduce que, si bien los

factores económicos y políticos son importantes como descripción de la situación en la que

quedó la región después de los Mil Días, no resuelven la totalidad de la cuestión. Lo que

queda sugerido es que la decadencia de Santander tiene un sentido profundo que yace en en

seno de la crisis del regionalismo santandereano. En este sentido, una pista para entender el

declive de la región se encuentra en el derrumbe de los elementos en los que se soportaba el

prestigio regional de las familias liberales de Santander, dado el avance de una serie de

transformaciones que trastocaron la vida social en la primera mitad del siglo. La

organización que propone la hacienda21

y la sociedad señorial en la que se basaba la

autoridad de las clases altas santandereanas se empezó a quebrar con las transformaciones

que estaba viviendo el conjunto del país. De esta forma, en el desarrollo de los procesos

sociales que matizaron la sociedad santandereana, ni las prebendas otorgadas por

nacimiento, ni las grandes extensiones de tierra constituyeron un símbolo de autoridad.

Frente a esto las familias santandereanas de antaño prestigio respondieron buscando en

su árbol genealógico un origen noble o por lo menos ibérico. Esta tragedia de la sociedad

señorial se sintetiza en la historia del extraño hacendado José María Rueda Gómez o El

Conde de Cuchicute. Este hombre estrambótico, poseedor de una vasta extensión de tierras

entre San Gil y El Socorro, no sólo se vestía a la moda del dandi ya bien entrado el siglo

XX, sino que también se hacía llamar el Conde de Cuchicute debido a un título que había

adquirido en un viaje por Europa. Años atrás, José María con su título de Conde hubiera

pasado inadvertido en El Socorro, o por lo menos hubiera merecido cierto respeto, sin

21

Se ha dicho que Santander era una región de pequeños propietarios y artesanos, sin embargo, Pierre

Raymond en ―Hacienda tradicional y aparcería‖ (2007) demuestra que si bien existió históricamente una capa

de artesanos también hace presencia en la región la hacienda tradicional. Igualmente el caso del conde de

Cuchicute narrado por Gómez Rodríguez en ―El solitario: el Conde de Cuchicute y el fin de la sociedad

señorial‖ (2002) lo confirma.

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embargo para 1930 su corte señorial parecía algo grotesca, así que no le fue difícil

permanecer en la historia gracias a su locura que le fue reconocida por todo el pueblo.

Con todo lo extraño que este hombre pudiera parecer a sus contemporáneos, su locura no

provenía exactamente de un anacronismo. Según el historiador Rodríguez Gómez (2003),

en la escritura del conde y en muchas de sus posturas se revela su carácter contemporáneo.

De esto, dice el historiador que el Conde era un hombre

de avanzada en muchas posturas, en otras se ubicó como reaccionario. Librepensador y

ateo pero en ocasiones preocupado por la corrección extrema del lenguaje. Inquieto

promotor de proyectos empresariales y comerciales y, a la vez, impenitente lector de los

clásicos griegos y latinos. Miembro de la muy discriminatoria aristocracia local, pero

convivió públicamente con mujeres de humilde origen social. Para estar por encima de esa

encumbrada sociedad de provincia que lo relegó, se inventó un título de nobleza y como tal

se le reconoció. (573)

La incoherencia de José María Rueda es el retrato de la fragmentación de la autoridad de

la sociedad señorial, es por esto que al final de sus días el gran emporio del Conde de por lo

menos mil hectáreas había quedado reducido a 430, su título y su porte de dandy arrogante

darían inicio a un mito popular más cómico que decoroso, y su muerte a manos de un

campesino es la perfecta excusa que enlaza su anacrónica existencia con los procesos de

transformación de la sociedad colombiana.

Entre anticuado y moderno, el Conde de Cuchicute, ilustra perfectamente las

contradicciones en las que emergió la vida social que cultivó a Vargas Osorio. La autoridad

de la hacienda reducida a la nominación de algunos sectores22

y a los restos de grandes

casonas de bareque coincidió, por una parte, con el descrédito del héroe liberal y militar de

la guerra, y por otra, con la organización de una capa de obreros que provenían de las

industrias de cerveza, de tabaco, y de textiles que nacieron en El Socorro y en sus

alrededores.

22

Es pertinente mencionar que algunos sectores de El Socorro mantienen el nombre de antiguas haciendas

familiares a pesar de que la propiedad está totalmente fragmentada, entre estas la Hacienda Majavita y la de

Morros designan dos áreas de este poblado.

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La combinación de estos factores en la ciudad de El Socorro daría el punto final que

propiciaría la decadencia de la decimonónica región santandereana, decadencia que es

homologable al agotamiento de la tradición de las familias que habían defendido los ideales

liberales durante la guerra de los Mil Días, y que verían amenazadas, además de sus

extensas propiedades, la autoridad que subyacía a su prestigio, su honor y su abolengo.

El ocaso del héroe militar liberal se manifiesta desde el discurso dictado por el

gobernador durante el centenario de la independencia, en donde plantea que en el nuevo

siglo ―los nuevos próceres de 1910 serían los de la ciencia y la industria […]. La mecánica,

la electricidad, la fragua y la aeronavegación serían los nuevos escenarios de las luchas

patrióticas‖ (Martínez Garnica (transcrip.), 2010, 15). Con esto, entierra a los héroes

liberales caídos en la batalla de palo negro, como cerrando una ―era de desatinos […], la de

nuestras matanzas‖ (Martínez Garnica (transcrip.), 11)23

.

Efectivamente, en el siglo XX ni en Santander, ni en ninguna región del país, se cuentan

héroes militares del tipo de Rafael Uribe Uribe, ya que estos pasaron a ser apilados como

adornos de la historia familiar, y tal vez con el mismo ánimo de ennoblecer el origen

familiar. Con esto en juego en la primera mitad del siglo XX, Vargas escribió el poema ―Un

Héroe familiar‖, haciendo evidente la recuperación de su parentesco con el noble militar

liberal Plutarco Vargas como legitimando su linaje. Sin embargo, se admite al final del

poema que este heroísmo es ―un retrato [que] se extenúa‖, y después de describir su porte

de militar liberal de ―potro blanco, blanca ruana‖, de ―mano segura‖ y de figura de macho

que ―enamora a las hembras y las deja abandonadas‖, escribe:

Ya en el patio de mi casa

donde la hierba ha crecido,

donde ya no canta el agua,

no se oye a la media noche,

no se oye a la madrugada

galope de potro blanco

al son de estribos de plata,

23 La cita completa es la siguiente: ―¡Pluguiera a Dios que la losa que va a cubrir estos restos de nuestros

malogrados hermanos cerrara también, para siempre, como losa sepulcral, la era de nuestros desatinos y,

sobre todo, la de nuestras matanzas!‖.

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que entre las sedas antiguas

y en los cajones del arca

un retrato se extenúa

y se enmohece una espada. (2008, 47-48)

Tomás provenía de una familia que para su generación ya recurría al pasado para forjar

las ruinas de abolengo y la nobleza del linaje en sus apellidos. Vargas era el apellido de una

familia de liberales de El Socorro, y Osorio de una de hacendados de Oiba, sin embargo,

los Vargas Osorio no eran un matrimonio adinerado. Como relatan sus familiares

(González Vargas, 11 de Septiembre de 2014), el padre de Vargas, Joaquín Vargas, era un

músico que fue desheredado por rebelarse contra su familia optando por la filiación

conservadora. Por ello, el noble linaje liberal de Vargas Osorio quedó limitado a su

histórico apellido, y recordando el romancero santandereano que dice “Tu nombre señor

hidalgo, es como el del algodón, primero tuviste el algo, y luego tuviste el don‖ (Citado por

Gutiérrez de Pineda & Vila de Pineda, 40), ya sin el algo, la hidalguía del don y su

prestigio habían desaparecido para el escritor.

Más que hacer una genealogía de la nobleza de Vargas Osorio, lo que se quiere es

comprobar el agotamiento en Santander de los elementos de la tradición de la sociedad

señorial desde la propia experiencia vital del escritor. De manera que, además de

enmohecerse la espada del héroe, se envejeció con ella la autoridad que ostentaba el

apellido en la organización social santandereana. En este punto es pertinente mencionar

que, veinte años después de la muerte de Vargas, las investigaciones de Gutiérrez de Pineda

en torno a la familia santandereana que concluirían en su libro ―Honor, familia y sociedad

en la estructura patriarcal‖ publicado en 1988, comprueba que en la familia santandereana

de mediados de los años 60 aún persiste como tendencia estadística el mecanismo de

control del código de honor, la nobleza y pureza del linaje, y la autoridad patriarcal propias

de la estructura de la sociedad señorial. La vigencia de estos elementos en el ámbito de lo

privado constata el peso de ellos en el proceso histórico de sociedad santandereana.

III. Tradición y transformación en el escenario de la vida pública

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La creciente aparición de la mujer en estas primeras décadas del XX en la vida pública

de El Socorro, en donde ella pertenecía a las labores del hogar, es una de las

transformaciones que se efectuaron en la vida pública. La prensa muestra la doble cara que

también caracterizó tal situación novedosa de la mujer en esta ciudad, así es como luego del

artículo ―Homenaje a Murillo Toro‖ publicado en la primera página y firmado por OLGA

en el No. 67 de El Fiscal (1915, Dic. 30), se lee ―¿Cuáles son las mujeres más

desgraciadas?‖.

En este segundo artículo se escribe un listado de comportamientos reprobables en la

mujer entre los que se afirma que son desgraciadas ―las que no saben coser sus ropas,

remendar, zurcir, barrer, fregar, guisar, ni confeccionar un simple plato de frisoles‖. En otro

caso se le aconsejaba a la mujer ―escudriñar mejor los misterios de la casa y menos los

chimes de salón, repasar las camisas y las medias y no hacer majaderías‖ (El Fiscal, 1915,

agosto 5), y mientras que en Junio de 1916 se invitaba a los ciudadanos de El Socorro a

asistir a las conferencias dictadas por las estudiantes que dirige María Josefa Garcés (El

Fiscal, 1916, junio 22), un mes antes se les escribía a las mujeres, entre otras notas, que si

no querían disgustar a nadie ―no la echéis de literatas, siendo unas.. Sabias. No importunéis

a los sacerdotes con preguntas frecuentes y necias‖ (El Fiscal ,1916, mayo 4).

Con todo, el disgusto notable en una nota de 1915 en donde se critica la adhesión de las

mujeres en las discusiones públicas, por el caso de las firmas algunas señoras de El Socorro

que intervinieron en las luchas políticas, muestra que la intimidad de ―los misterios‖ del

hogar dejó de ser la única preocupación de las mujeres, con lo cual según la nota se rompía

con ―[…] una tradición muy bella establecida en todas la sociedades de Colombia: la

tradición de recato, de neutralidad natural; de ignorancia completa y necesaria de nuestras

amables señoras en todo lo que se refiere a nuestras luchas políticas y sociales agitadas

siempre por la pasión y el odio, que, si en pechos varoniles es imposible imprimir‖24

(El

fiscal, 1915, 21 de febrero).

24

Para ilustrar mejor esta controversia vale la pena citar el conjunto de la nota: ―Hace días que viene

poniéndose en práctica en esta ciudad un sistema de protestas y de adhesiones que ya causa verdadera alarma.

Nos referimos a las firmas de las señoras puestas generalmente sin conciencia, aunque si con menoscabo de

una tradición muy bella establecida en todas la sociedades de Colombia: la tradición de recato, de neutralidad

natural; de ignorancia completa y necesaria de nuestras amables señoras en todo lo que se refiere a nuestras

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Asimismo, las lecturas públicas de los ensayos escritos por las estudiantes, quienes

exponían sus ideas en el Manuela Beltrán, la publicación no sólo de poemas, novelas y

cuentos sino también de artículos de opinión escritos por mujeres en Tierra Nativa o El

Fiscal, y la conferencia sobre ―El feminismo y sus ideales‖ dictada por Ofelia Uribe de

Acosta en 1932 (El liberal, 1932, abril 4), en donde se apuesta por la educación superior de

la mujer, son evidencias que además de sugerir el ingreso de la mujer en la vida pública de

El Socorro, confirman el agotamiento de un orden tradicional que se veía amenazado en la

misma experiencia de las personas.

A la vez que la mujer ganaba terreno en el ámbito de lo público, en el transcurso del

siglo XX los intercambios sociales se volvían cada vez más impersonales. Si se miran las

publicaciones periódicas de El Socorro durante el periodo estudiado, se comprueba que en

cuanto a las sanciones y el orden definido en las relaciones personales, empieza a

prevalecer el orden legal no porque este se impusiera sino porque tuvo cabida en tal clima

de transformaciones.

La fundación de El Jurista de El Socorro en 1934, una revista exclusivamente encargada

de los temas jurídicos de la ciudad, anunciaba en sus publicaciones desde las últimas

actualizaciones y reformas en el sistema de leyes, hasta la explicación jurídica de delitos,

junto con el seguimiento de casos que ocurrían en El Socorro. Por otra parte, El Fiscal

desde su fundación en 1914 se encargo de publicar una lista de los presidiarios

especificando los motivos de su captura.

A diferencia de El Jurista, el segundo periódico mencionado no estaba especializado en

la difusión del tema legal, de manera que la sanción hecha pública responde a las

exigencias de justicia por parte de los habitantes de la ciudad. Todo esto demuestra que el

luchas políticas y sociales agitadas siempre por la pasión y el odio, que, si en pechos varoniles es imposible

imprimir, en el generoso y sencillo corazón de la mujer colombiana es una anacronismo.se le canta la tabla a

una sociedad de beneficencia; se sacan al sol los cueros de un reverendo; se hace un meeting ferrocarrilero; se

eleva una petición al ejecutivo […] En fin, se ocurre cualquier tópico de la vida ordinario masculina y al día

siguiente viene infaliblemente la consabida adhesión de las señoras (…) Qué saben ellas de nuestras luchas,

de nuestras ambiciones, de nuestras necesidades? "la mujer honrada, la pierna quebrada y en casa" este adagio

no se refiere solo a la presencia de la mujer fuera del hogar; se refiere también, naturalmente, a su

intervención en asuntos que no son de su incumbencia. (El Fiscal, 1915, febrero 21)

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revólver, el cuchillo y los demás tipos de armas que portaban los santandereanos en su

cotidianidad, fueron siendo desplazados en las afrentas personales por la acción legal.

La emergencia de una forma legal impersonal que prevaleció sobre el código de honor,

fue históricamente afín a la ampliación y organización de una nueva capa social compuesta

por los obreros de fábricas de El Socorro. Durante este periodo aumentó el número de

fábricas y con ellas, el número de obreros25

, que empezaron a organizarse a través de la

prensa y de un centro. La institucionalización del movimiento obrero se produjo en los años

30, sin embargo, antes de la fecha la organización obrera presentaba ya ciertas ventajas. En

1917 se registra a través del El Fiscal la fundación del periódico obrero El industrial (El

Fiscal, 1917, Sept. 18). Otro claro indicio de ello fue la temprana aparición de luchas

obreras a pocos kilómetros de El Socorro en la nueva ciudadela de San José de Suaita. Esta

ciudadela fue creada para la fábrica de tejidos de los Caballero, y desde 1914 fue escenario

de conflictos entre los trabajadores y los empresarios de la fábrica (Raymond, 2009).

Luego de las elecciones de 1930 que dieron apertura a un periodo liberal, el movimiento

obrero se intensificó, de esta manera se fundó el Centro obrero en 1931 en manos de los

líderes Roque Covelli, Juan B. Ortiz, Juan Esteban Casa entre otros, allí se instaló el cable y

un cinematógrafo (Gómez Rodríguez,251). Además, se funda en 1927 Alma libre, y se

reabre en 1933 como el periódico que se autodenominará el Órgano del obrerismo. Estos

órganos que convocaron especialmente a obreros y campesinos, fortalecieron el

movimiento obrero a lo largo del territorio de Santander en donde se fundaron en el 33

nuevos centros en Guadalupe (―Alma Libre‖, 1933, 12 de Octubre), en San José de Suaita y

en Bucaramanga (―Alma libre‖, 1933, 26 de Octubre).

Como lo hace notar Raymond, es bastante sugerente que la prensa tradicional liberal que

inicialmente se situó del lado de los obreros, haya sido la misma que celebró el final de la

25

En 1938 el censo contaba en el Socorro la existencia de 625 peones y obreros, entre hombres y mujeres, en

industrias varias; en edificaciones y construcción el total de obreros y peones era de 423, y en agricultura y

ganadería sumaban 1.433. En cuanto a las industrias creadas en el transcurso del siglo XX muchas luego de

fundadas quebraban fácilmente, ese fue el caso de la fábrica de tejidos de 1907 y el de las cervecerías que

nacieron en el siglo XIX. Sin embargo, para el directorio creado por El Liberal (1932, sep 22) se enumeran

las siguientes empresas: Sociedad Industrial Franco Belga, Oficina de Teléfonos, Correo Rápido, Compañía

colombiana de Seguros, The Sun Life Insurance of Canada, Compañía Colombiana de Tábaco, Empresa de

Tejidos Samacá, Fábrica de Gaseosas El papagayo, Fábrica de Gaseosas Clausen, Fábrica de Gaseosas Pinto,

Cervecería Imperial, Cervecería La Victoria.

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huelga de San José de Suaita (2009, 301). Cuando vio afectados los miembros más

cercanos al partido, es decir, los dueños de las empresas, Vanguardia Liberal de

Bucaramanga se inclinó por favorecer a los patronos.

De igual forma, Vanguardia a inicios de los años 30 parece atentar contra el Centro

Obrero de El Socorro. Como lo menciona el articulo ―Alucinaciones mentales‖ publicado

en Alma libre, el periódico bumangués ―venía «haciéndose la ilusión» de que el Centro

Obrero de esta ciudad había sido clausurado […] Magnifico rato de ocio se dieron quienes

por un momento de alucinación mental creyeron ver desaparecer la Institución proletaria

más perfectamente organizada de Santander‖ (1933, Abril 20). Igualmente sucede con El

liberal de El Socorro. Hasta Julio de 1933, ―Alma libre‖ lo declara su colega (1933, Julio

6), incluso El liberal celebran las acciones del centro obrero con la inauguración del Salón

de Lectura (1931, Nov. 5), sin embargo, para Septiembre de 1934 el periódico obrerista de

El Socorro responde a la editorial publicada por El liberal donde se atacaba al movimiento

de conservador‖ (Alma libre, 1934, 7 de Septiembre).

Queda con esto planteada la incomodidad que representaba la organización obrera en

Santander para los liberales, cosa que fue sentida por los obreros de Alma libre como una

traición, como lo insinúa el dicho citado entre comillas al final del artículo de

―Alucinaciones mentales‖: ―Así paga el diablo a quien bien le sirve‖. Por otra parte, desde

el ángulo de los patronos la autonomía adquirida por el movimiento obrero también fue

sentido como una traición: a partir de la caridad, las familias de abolengo en Santander se

habían encargado de amparar las necesidades de sus trabajadores como a su prójimo, y en

expresión de su liberalismo Loaiza (2011), afirma que las familias ricas liberales desde el

siglo XIX habían motivado la politización de los trabajadores y artesanos mediante la

adhesión de este grupo a los espacios de sociabilidad masculina. Con el tiempo, a medida

que el movimiento obrero tomaba forma autónoma, parecía que a los liberales éste ―se les

salía de las manos‖.

En los años 20 quienes organizaban los festejos del trabajo el primero de Mayo con

misa, desfile cívico, bazar de caridad y cine, eran los mismos patronos y sus familias, y

según lo relatado en los diarios de Bartolomé Rúgeles, parecía más una celebración de los

patronos que de los obreros, a quienes se les suplicaba su asistencia. Estos últimos

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participaban en eventos ―obsequiados‖ por los patronos, incluso fueron los patronos que en

1921 organizaron un obra de caridad que las obreras ofrecían ancianos e indigentes, lo cual,

de acuerdo al ferviente catolicismo, sugiere una especie de agradecimiento religioso por el

trabajo (Martínez Carreño (Transcrip.), 209 y 225).

Una década después, toda la benevolencia del patrón que dibujaba una relación paternal

se debilitaba. Con una organización obrera más madura, el primero de Mayo era ya una

celebración con conferencias políticas organizada por una junta que provenía de los Centros

Obreros existentes (Alma libre, 1933, Ago. 3), y con la nota promovida en 1934 que

convocaba a la unión entre trabajadores fuera de adhesiones políticas, el movimiento obrero

ya no se identificó ni con el liberalismo, ni con el conservadurismo, marcando una fuerte

distancia política con las clases tradicionales. La nota publicada por Alma libre este mismo

año ilustra perfectamente la posición del movimiento:

obreros y empleados y campesinos de Santander: Si queremos sintetizar el sentido que se

propone el presente manifiesto, tenemos que manifestar enfáticamente que nuestro fin

fundamental es alejar las masas trabajadoras del tradicionalismo político, y po eso en este o

mejor dicho dentro de este movimiento el conservatismo, el liberalismo, el comunismo y

todos los demás rótulos banderizos no pueden cotizarse, porque ellos nos dividen como

trabajadores para colocarnos en el campo de los odios políticos y servir de instrumentos

manuales de los comerciantes de los tesoros públicos.(…) (1934, Mayo 24).

Esta posición se mantuvo en 1935 en El Renacimiento, periódico que reemplazó a Alma

Libre después de su cierre. La página de fundación del nuevo semanario obrero de El

Socorro, advierte a sus lectores ―No somos electores‖, pero más allá de entender con esto

un periodismo alejado de la política, lo que plantea es una negación de la labor y la actitud

del político ―calculador‖ de ―apetitos desordenados‖ (El Renacimiento, 1935, Ago. 1). De

esta manera se logró cierto grado de independencia de los obreros respecto de sus patronos,

quienes los empezaron a ver como una amenaza al ver quebrantada la legitimidad de su

autoridad.

Con estos elementos que el siglo XX pone sobre la mesa queda sugerida una serie de

contradicciones del liberalismo tradicional santandereano: motivaron el movimiento obrero,

pero lo desacreditaron cuando su autoridad ya no tenía alcance allí, o cuando sus mismos

Page 42: La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos ...

42

miembros se vieron afectados. Se presentaban como los aliados del progreso, la

modernización, y la inclusión política de la extensa capa de trabajadores urbanos pero

querían mantener relaciones paternales en el trabajo, y sobre todo su prestigio heredado

familiarmente.

En el nudo de esta contradicción, Vargas Osorio defiende la democracia en las últimas

páginas de La familia de la angustia, y a la vez sepulta la masa, que en sus términos es

―más torpe, más ciega, más irredimible que el hombre, impulsada por un indefinible anhelo

mesiánico que la hará aspirar, aún en los países en donde todavía disfruta de una libertad

relativa, a la esclavitud de la dictadura‖ (1990a, 277). Igualmente, se muestra hostil ante la

solemnidad de vieja data del elegante hombre santandereano26

, crítica esta sociedad pulcra

y de ―rígidas costumbres‖ (Vargas Osorio, 1990b, 78), pero escribe un poema a su

antepasado heroico con la nostalgia de los viejos tiempos. Como no es una apología, este

trabajo tampoco es una crítica a la persona misma de Vargas. Simplemente, son estas dos

caras de la moneda las que hacen posible pensarlo como el mismo lo quería, como un

Hombre de carne y hueso, sujeto a las contradicciones y a las incoherencias de la vida

social de la que es un personaje vivo.

Retomando, la sociedad santandereana en el desarrollo del siglo XX pasó de ser la

gloriosa del liberalismo a caer en una profunda decadencia, su declive no se limita al plano

económico ni al aislamiento geográfico, que por lo demás, es contrarrestado por el auge

editorial y ese ánimo de estar siempre vinculado con Bogotá y con los últimos sucesos del

mundo. En esta línea, lo que se quebró en Santander en el tránsito de siglo fueron los

elementos en los que se soportaba el prestigio regional, lo cuales son correspondientes con

la base de la autoridad de la sociedad señorial.

Por una parte, la fragmentación de la hacienda por la herencia o por el empobrecimiento

de las familias, debido a la guerra y a la reducción de las exportaciones de tabaco, quina y

café que prosperaron en el siglo XIX redujeron del poder y el prestigió al perder el soporte

26

En una carta a Juancé (Juan Cristóbal Martínez) publicada en el segundo tomo de Obras escribe que

―Mientras que en Europa se orientan las modas hacia la simplicidad y sencillez, nosotros concurrimos todavía

a los bailes, dentro de una temperatura de treinta grados, con cuello alto, pechera dura y leotina de oro

cruzando el chaleco de etiqueta. El periodismo nacional sigue estas mismas costumbres. Se escribe con un

estilo solemne. En todos los actos públicos y privados de la vida nacional aparece la solemnidad con su ancha

cola de pavo‖ (1990b, 137).

Page 43: La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos ...

43

visible del don. En segundo término, la imagen héroe militar liberal emparentada con el

ejercicio del código de honor y el abolengo del apellido, perdió vigencia en la vida pública

en donde prevalecieron las relaciones despersonalizadas bajo un orden legal emergente.

Esto último se produjo paralelamente con el crecimiento de la ciudad que posibilitó el

encuentro y participación de diferentes grupos sociales, como también la aparición de la

mujer en el espacio público como el cine, el teatro, las conferencias y las celebraciones

cívicas. Finalmente, la organización de los trabajadores que antes estaban amparados por el

patrón, y que en el transcurso del siglo y en el panorama político de la Republica liberal,

ganarían autonomía respecto a los partidos tradicionales.

Todos estos aspectos fueron afines a la relajación de la forma de autoridad tradicional

que propicio la decadencia de Santander en el siglo XX, y por su puesto atravesaron la

existencia de un personaje como Vargas Osorio. Carlos Martín (1990) escribe, a propósito

de la vida de Vargas Osorio formada en la ciudad de El Socorro, que esta

ciudad no por ilustre menos provinciana, burgo típicamente castellano, donde su infancia

se impregnó del ambiente tradicional, austero, en contendía actitud de rebeldía, alimentada

por leyendas guerreras que culminaron en el alzamiento de los Comuneros. Ciudad que

guarda la leyenda heroica (…) Ciudad que a través de los tiempos no pierde su austera y

cordial fisionomía. Ahí nació, en Vargas Osorio, el anhelo de libertad, el aire ligeramente

melancólico, la inclinación irrevocable por el cultivo de las bellas letras. Allí, halló la

provechosa compañía de libros. Ahí, se impuso la seriedad del hombre, escribió sus

primeros artículos y pronunció sus primeros discursos (5-6)

Es en el espacio social de El Socorro, que no se limita a sus márgenes geográficos, en

donde nace Tomás Vargas Osorio y desde donde va construyendo su análisis de la crisis del

hombre moderno y tal sentimiento de angustia e incertidumbre. Con todo, la emergencia

del pensamiento no se reduce a la asimilación de una crisis europea recibida mediante el

flujo de información de las prósperas publicaciones periódicas de El Socorro, pero tampoco

al evidente derrumbamiento del prestigio santandereano. Estos, son elementos esenciales

para reconstruir la experiencia de vida desde la cual el escritor santandereano narra su

versión de la crisis, que es ante todo su propia crisis y su propia angustia, que lo abarca

como intelectual y como persona, tal y como él mismo lo afirma en La familia:

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44

Yo no me formulo esta cuestión como intelectual -como ser que razona- sino como un

hombre cualquiera, como un hombre que siente. Porque el hombre contemporáneo no cree

ya en la filosofía ni en la ciencia y de continuo se pregunta, al ver que no puede evadirse al

círculo de angustia dentro del cual se agita desesperado, para qué sirven la ciencia y la

filosofía. Un hombre que interroga qué hay más allá de la muerte y se le responde que la

materia no muere sino que se transforma, ¿quedará satisfecho? (1990a, 254)

3. LA ACCIÓN, LA NOVEDAD Y LA ELABORACIÓN DE UN REALISMO

RENOVADO

En la obra de Vargas Osorio se traza un sentimiento generalizado de angustia que él

mismo explica a partir de la crisis de las creencias en las que el ser humano se había

apoyado por largo tiempo27

. Entre estas creencias perdidas están, por una parte, la

incredulidad respecto a la visión de mundo que ofrecía la religión católica a sus creyentes, y

la otra, la duda de si el ser humano era comprensible en la clave europea del Progreso y la

Civilización, es decir, en clave de ciencia y razón. De la primera duda, Vargas esbozó el

problema de la muerte y la salvación, y con la segunda duda concibió la necesidad de

comprender el ser humano desde su ―alma humana‖, lo cual lo llevó a pensar el modo de

ser colombiano en la poesía, la literatura y el arte.

Teniendo en mente estos aspectos presentes en El Socorro y en la obra de Vargas

Osorio, cabe preguntarse ¿Por qué este joven escritor pensó de la forma en que lo hizo?

Partiendo del presupuesto de que el pensamiento y las ideas no nacen en el vacío, sino que

se van elaborando a la vez que el individuo se construye en relación con los otros

individuos que lo rodean, forjando así una visión del mundo que es coherente y lógica para

cierto grupo de individuos, comprender la crisis de la creencia y la angustia del hombre

contemporáneo en los términos de Vargas Osorio exige reconstruir tal visión del mundo. De

27

Para ilustrar la relación de la angustia y la crisis, es pertinente citar una frase de La familia: ―La sensación

de soledad que, paradójicamente, se advierte en la vida moderna como su nota espiritual más aguda, se debe a

la crisis de los valores sobre los cuales el hombre descansó por largo tiempo. La quiebra del humanismo, la

disolución del racionalismo filosófico y político, dejaron al hombre moderno sin un punto de espiritual apoyo,

sin una base en qué sustentar la razón íntima de su existencia, girando en el vacío, ciego y atormentado‖

(1990a, 245).

Page 45: La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos ...

45

esta forma, se reconoce que el escritor no era un sujeto aislado, pero tampoco un reflejo que

reproduce una instantánea de su grupo social, sino un individuo que a la vez que

interactuaba con otros individuos, iba forjando una forma de comprender el mundo.

La reconstrucción de tal visión del mundo requiere, por lo menos en la ciudad de El

Socorro de la primera mitad de siglo XX, la comprensión de la esfera religiosa, ya que era

la religión el modo de ver y vivir en el mundo que ofrecía la tradición. Por ello, en este

capítulo se desarrolla la relación que se construye en la literatura de Vargas Osorio entre la

esfera religiosa y la esfera de la literatura, teniendo como base la realidad social de El

Socorro.

3.1 La esfera religiosa: el individuo activo y la orientación a la vida mundana

Yo, muy conmovido, le hacía preguntas a mi tía. ¿Cuánto duraba el infierno? ¿Cuánto se

podía estar allí? Mi tía replicaba, ahuecando la voz solemnemente, que duraba toda la

eternidad. No comprendía bien aquello. Lo que más me mortificaba era pensar que

aquellas pobres gentes desnudas, entre las llamas retorcidas y rojas de la estampa,

padecieran insufribles dolores. (1990b, 17)

En este breve pasaje del cuento ―Infancia‖ (recopilado en la sección de ―Cuentos

Santandereanos‖, de Obras Tomo II) el hombre que recuerda lo aterrador del infierno y lo

incomprensible de los castigos católicos experimenta con angustia el agotamiento de una

creencia religiosa heredada por tradición. La comprensión de la esfera religiosa será

entendida en los términos de Max Weber, quien afirma que la religión, más allá de ser un

sistema de ideas externo que se impone al individuo como normas de un decálogo, es una

visión de mundo racionalizada que brota del fondo mismo de los individuos. Según Weber,

la religión ofrece a sus creyentes una explicación lógica del mundo que da sentido a su

acción, y que tiene implicaciones tanto pragmáticas como psicológicas en los individuos, lo

cual hace de la creencia un modo de conocer el mundo que procura seguridad al individuo.

Bajo esta comprensión, tras la impresión que le causa la religión al personaje de ―Infancia‖,

se funde el declive de una forma particular de ver el mundo que operaba en la ciudad de El

Socorro, y no sólo eso, a la vez se producen ciertas transformaciones tanto en el modo de

vida como en la forma de concebir al ser humano, que llegan a trastocar la seguridad de los

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46

individuos. Esta crisis de la creencia religiosa será abordada desde el problema de la muerte

y la idea de la ―salvación‖ en la obra de Vargas. Luego se ampliará la mirada de esta crisis

con la comprensión de una serie de procesos de una sociedad en transformación.

I. La literatura de Vargas Osorio ante la muerte

Los críticos han relacionado la recurrencia del tema de la muerte en la literatura de

Vargas Osorio con una preocupación del autor por enfrentar el fin de sí mismo (Mejía

Duque, 1986, 248), o lo que es lo mismo, una preocupación por trazar el linde o límite que

separa la vida de la muerte (Torres Duque, 1992; 2010). Lo problemático y angustioso que

parece el fin del ciclo de vida en este autor ha sido resaltado por Mejía Duque como una

―obsesión‖ del autor por el transcurrir del tiempo que guarda allí cierto parentesco con las

preocupaciones del hombre moderno. A esta explicación, Torres Duque ha agregado en las

últimas páginas de La poesía como idilio (1992) que la presencia de la muerte, al ofrecerle

la idea de medida al hombre moderno, construye una imagen del destino que se aleja de la

utopía cristiana orientada a un mundo supramundano del ―más allá‖. En este sentido, la idea

del tiempo, la muerte y el destino del hombre en la obra de Vargas cuestiona la ―salvación‖

católica sin marcar una ruptura total con la creencia, pues la visión de mundo de la religión

católica está presente en la literatura de Vargas Osorio y constituye su reflexión de la crisis,

y esto el crítico lo reconoce afirmando la contradicción del autor santandereano: ―A pesar

de su cristianismo unamuniano, trágico, vacilante, pero quizá más arraigado que el otro,

libre de conflictos, la concepción del mundo en la obra de Vargas es esencialmente pagana‖

(1992, 73).

Lo que Torres Duque ha identificado como concepción pagana del mundo en la

literatura de Vargas es el rompimiento con la idea de la ―salvación‖ católica que asegura la

vida en el más allá después de la muerte y que trae consigo un estado de crisis puesto que la

visión del mundo tradicional se vio trastocada. Cuando, en La familia, Vargas Osorio se

cuestiona por la salvación y duda de la eternidad del hombre, afirmando que son estos

elementos las entrañas de la crisis del hombre contemporáneo, asegura la pérdida del

sentido de trascendencia que le había sido heredada a través de la tradición religiosa:

Page 47: La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos ...

47

A lo que el hombre aspira con todas sus fuerzas y ansias es a salvarse. El sentimiento de su

salvación es lo que lo ha hecho engendrar la historia. Esta no es, en todas las épocas, sino el

trágico esfuerzo por acallar y vencer esa recóndita conciencia de culpabilidad que hay en él

y que durante algunos periodos humanos se recrudece, se hace más concreta y sensible. ¿De

dónde le viene al hombre esta conciencia de culpabilidad? No puede provenirle sino de la

constatación del hecho inmodificable de su fugacidad en el mundo, de su orgullo que se

rebela contra el tránsito efímero sobre la vida. Ni las civilizaciones ni las culturas han

podido desarraigar del hombre de todos los tiempos este terror atávico, que es lo que lo

hace agitarse y moverse en todas direcciones buscando su salvación, que para él no es otra

cosa que dominar el temor de la muerte, inmunizar contra su poder, poder creer, al fin, en

una vida eterna. (1990a, 266)

La conciencia de la perennidad y de ese límite natural al que está sujeto el ser humano,

al comprobar ―el hecho inmodificable de su fugacidad en el mundo‖, y la idea del tiempo

que en palabras de Torres Duque es la ―idea de la medida‖ (1992, 63), contradicen la

tradición en la medida en que se despoja de la utopía religiosa supramundana basada en el

perdón de los pecados y la salvación en la vida eterna. Con ello la visión teleológica del

mundo propia del católico que orienta su vida a un ―más allá‖ se pone un duda, puesto que

ese ―más allá‖ no existe y la muerte es la prueba de su inexistencia.

Sin embargo, el ser humano no puede morir y comprobar así la inexistencia del mundo

más allá pero si lo puede imaginar, y esto lo realiza el poeta en un acto de creación en el

que se anticipa al hecho de su muerte y la recuerda como en ―Regreso de la muerte‖ y ―La

muerte es un país verde‖, donde acaba por igual el mundo imaginado de la muerte con el

mundo concreto:

¿De qué trémula linde

retornó, el corazón maravillado? (―Regreso de la muerte‖ : 2008, 30)

Me parece haber habitado hace mucho tiempo

Este país y esta suave pradera.

Pero ahora soy un hombre con corazón y memoria

Y me acuerdo de todo, entre nieblas, como un desterrado

Recuerda el aire de la patria vagamente (―La muerte es un país verde‖: 2008, 29)

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48

Tal anticipación de la propia muerte ya estaba presente en la poesía latinoamericana de

la primera mitad de siglo. César Vallejo, como Vargas, se adelanta al hecho de su muerte

cuando recuerda en un poema el día en que morirá en París en medio de un aguacero28

. La

confluencia no se reduce a una coincidencia de forma, ella aparece en cierto periodo

histórico en el que el declive de la autoridad religiosa en el mundo terrenal era cada vez

más notoria. Con la anticipación de su muerte, Vallejo vuelve sobre su vida, advirtiendo

con ello la revelación de la nada que es la imposibilidad del armónico paraíso de la

salvación católica, que lo hace volcarse sobre la vida mundana siendo la ―única vida

vivida‖ (Gutiérrez Girardot, 2006, 231). Igualmente, con el Regreso de la muerte a Vargas

se le revela el mundo al que ya estaba habituado a vivir, y de esta forma el ―más allá‖ como

mundo eterno y perfectamente armónico en donde se está en comunión con Dios, pierde su

sentido sagrado, y es por esto que en el poema ―Diálogo‖ el escritor pregunta:

¿Y mis deseos?

¿Y mi sangre?

¿Y mi espíritu?

¿Y lo que yo creía eterno?

¡Bah, Volanderas cenizas! (1939)

¡Bah, Volanderas cenizas! Es la expresión despreciativa de Vargas frente a la tradición

que sacraliza un mundo ―más allá‖ que es eterno. En este sentido, el ser humano en la

mirada de Vargas se entiende dentro de un único mundo posible de vivir, tal y como

Vallejo lo menciona con la ―única vida vivida‖. Por esto, la muerte es un linde, un borde

del abismo, o el límite natural de la vida para el hombre, que le revela la finitud de su

propio cuerpo: ―Una tierra seca, / sin nombre acogerá nuestros huesos.‖ (―Voz‖: 2008, 13),

y con ello también le revela que la única vida posible es la vida en el mundo concreto,

sentido y experimentado.

Tal negación del más allá enfrenta la autoridad de la visión de mundo de la religión

católica que pierde su importancia para la vida en un mundo terrenal. Con ello, el individuo

28

La primera estrofa de ―Piedra negra sobre una piedra blanca‖ dice :

Me moriré en París con aguacero,

un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París —y no me corro—

tal vez un jueves, como es hoy, de otoño. (citado en: Gutiérrez Girardot, 2006, 204).

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para Vargas deja a un lado su pasividad católica que alimenta un ―espíritu‖ para un mundo

inexistente, y lo que busca es afirmarse en su mundo terrenal. Cuando Vargas sacraliza el

oficio del ―poeta auténtico‖ en “Iniciación a la poesía de De Greiff‖ (publicado en Huella

junto a otros textos de crítica), lo hace en la medida en que el poeta, al sumergirse en la

angustia de lo que Vargas llama su autovaloración, llega a la afirmación del ―yo existo‖.

Esto quiere decir que el contenido sacro de poeta no se deduce del canto solemne a la patria

o a la religión, ni en el estrambótico uso del lenguaje, sino en el camino reflexivo por el

cual asegura su propia y llana existencia29

.

En este mismo tono, en las últimas páginas de La familia, el autor santandereano

especifica la crisis del hombre contemporáneo en la necesidad de volver sobre el individuo:

―Pero al terminar, formulamos una última creencia: creemos –aún cuando no hayamos de

verlo- en la resurrección del hombre como señor de un mundo armonioso regido por la

verdad y la justicia‖ (1990a, 278). El sentido de la palabra ―salvación‖ a la que recurre

Vargas en La familia, tiene el sabor de lo que Torres Duque denominó su ―concepción

pagana del mundo‖, puesto que tal salvación no es ya una liberación de los pecados, sino

una liberación del orden moral tradicional y de una lógica científica que restringe el

conocimiento del ser humano. Con todo, Vargas no perdió su ―cristianismo unamuniano‖,

que es también socorrano, y este, es expresado en el sentimiento de angustia que abarca al

ser humano cuando éste ve derrumbarse ante sí las bases de su creencia. Por más aterrador

e incomprensible que le parezcan el infierno y los castigos para el pecador católico,

experimenta la tragedia de la pérdida de la trascendencia religiosa como el mejor de los

creyentes.

Las confluencias que se pueden intuir aquí entre Vallejo y Vargas no es una simple

cuestión de casualidad, sobre todo si se recuerda que al igual que, en la angustia de Vargas,

en los ―desgarramientos‖ de la poesía de Vallejo está presente la tensión de la creencia

religiosa en la pérdida de la trascendencia. El declive de la idea de ascendencia religiosa

29

En el ensayo crítico sobre De Greiff Vargas escribe: ――¿y aquí pensé encallar?‖ Pregunta desolada, puerta

dorada del escepticismo que es un permanente buscar ¿qué? Acaso la imagen de uno mismo, siempre fugitiva,

siempre inasible‖. Más adelante afirma, ―El poeta autentico, el poeta genial se encuentra irremediablemente

dentro de dos puntos opuestos de referencia para su autovaloración, para el hallazgo siempre renovado e

insaciado [sic] de ese ―yo existo‖ en que estriba la obra de pensamiento y la obra de arte‖ (Vargas Osorio,

1990, 196)

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desacralizó la utopía religiosa de la salvación, y al hacerlo, orientó al individuo sobre la

vida concreta. Este rompimiento con la visión de mundo del catolicismo no solo afectó el

modo en que Vargas entendió al ser humano en su ―destino‖ terrenal, sino que también tuvo

implicaciones en la vida práctica. En la literatura de Vargas se construye esta tensión, y

aunque su obra no es un ―reflejo‖ que ilustra la vida social que se vivía en El Socorro, esta

tensión no nace en el vacío sino que se teje en la experiencia de transformaciones sociales

que emergió con los individuos que como Vargas sintieron agotada la autoridad de lo

religioso.

II. Anticlericalismo

Si se vuelve la mirada sobre la vida social de El Socorro, el anticlericalismo profesado

por liberales y la emergencia de un nuevo grupo de trabajadores que se organizaba en El

Socorro de la primera mitad del siglo XX, permiten reconstruir el fondo de la contradicción

que se gestaba en Santander. En principio, el antagonismo político bajo el que se ha

explicado el anticlericalismo, se expresaba claramente contra personas concretas, curas y

párrocos ―politiqueros‖ (El Fiscal, 1917, 12 de diciembre) y en contra de la ―falsa

educación‖ conservadora (El Fiscal, 1917, 26 de abril). Las polémicas entre la prensa

liberal y la conservadora nunca faltaron en la prensa diaria. En 1917 el director de El Fiscal

acusa a la Hojita popular por incumplir las leyes de la prensa al no poner el nombre del

director sino ―el cura de la catedral‖ (1917, marzo 29). Por su parte, la Hojita Popular de El

Socorro, La Hojita Parroquial o El Firmamento de Bucaramanga, acusaron constantemente

a la prensa liberal de ateos y prohibieron su lectura. Con tono irónico El Fiscal publicó la

siguiente nota en 1917 desafiando los dictámenes religiosos sobre la prohibición de la

prensa liberal: ―Suplicamos a nuestros colegas, los periódicos, malos prohibidos con

excomunión mayor, prohibidos bajo pecado grave y de lectura peligrosa nos correspondan

al canje para hacer propaganda de ellos, antes de que a esta tierra de los comuneros se le

entre el fanatismo predicado en la conferencia episcopal.‖ (1917, 15 de marzo).

Estas confrontaciones se limitaban a avivar odios entre las adhesiones políticas que

nacían como antagonismos entre personas concretas o periódicos concretos. Sin embargo,

el cuestionamiento del orden tradicional legitimado por la religión que se nutrió durante

estos años trasciende el plano de la simple rivalidad política. En algunos fragmentos de la

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prensa, es notable cómo las críticas exceden la referencia concreta para dirigirse en contra

del estatismo de la tradición religiosa y la jerarquía eclesiástica, que, según un artículo de

El Fiscal, mantiene la sumisión de sus fieles y ―corta[n] el vuelo al pensamiento‖30

(1917, 4

de abril).

Aunque la diatriba vuelve finalmente sobre los curas, la resistencia a creer en el

catolicismo es una afirmación que desafía la autoridad de la religión. En este tono, en un

artículo del periódico liberal (El Fiscal) firmado por A. Conde Henao se lee:

Todas las religiones que se dicen verdaderas, y fuera de las cuales no hay salvación, han

salido a detener o entorpecer el paso; y sus pontífices y sus superiores jerárquicos, ayudados

por sus más ardorosos e inconscientes creyentes que con su oscuro y estrecho criterio

quisieran que en cada hogar hubiera un inquisidor, en cada pueblo un verdugo, y en cada

nación un soberano absoluto, sometidos a las decisiones de los superiores eclesiásticos para

exterminar, torturar y atormentar eternamente a los enemigos de dios y de su santa religión

[…] (1917,15 de Febrero)

Al desafiar la autoridad de la religión, se cuestionó la rigidez de las jerarquías

eclesiásticas, la sumisión del creyente a la palabra divina, y sobre todo su carácter

desactualizado, que, como se afirma en el mismo artículo, es opuesto ―a la ciencia de la

libertad y el progreso humanos‖. Con todo, las fuertes críticas a la religión no implico que

tal anticlericalismo promoviera un ateísmo, de hecho la tendencia más general era que los

liberales eran tan creyentes como los conservadores. Incluso, los liberales negaban los

ataques enunciados por la prensa conservadora cuando ella los tildaba de ―enemigos de

Dios‖ o de ―ateos‖31

.

30

En 1917 se publica un poema, firmado por F. Álvarez Henao, que luego de criticar a los curas a los que

llama ―negros fantasmas pervertidos, cubiertos con la mugre y el harapo‖, afirma el lugar de la religión pero

le niega su valor como creencia:

―hermosa fue la religión de Cristo,

y superó a la religión pagana;

pero a creer en ella me resisto.

De vitanda venganza estoy sediento,

porque estos curas con sus almas vanas

quieren cortar el vuelo al pensamiento‖

Álvarez Henao (El Fiscal, 1917, 4 de Abril) 31

Varios artículos de El Fiscal (de la década del 10 hasta los años 30) y de El Liberal (de los años 30),

estuvieron dedicados al problema del clero, la religión y la política. En particular, llama la atención la

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52

Sin embargo, la religión tal y como era profesada había perdido credibilidad, y una de

las razones de ello fue el descrédito de la imagen pasiva de los fieles católicos. En El Fiscal

se afirmó que la religión ofrecía un compendio de deberes pero nunca de derechos, pues

mantenía al pueblo en la ignorancia de los ―derechos del hombre por ser este conocimiento

un pecado tan nefando como abominable, y que solo se perdona teniendo al pueblo entre

rodillas para merecer y recibir la santa bendición‖ (1917, 15 de feb). En otra ocasión se

publican en el mismo diario liberal los siguientes versos:

Tomar la cruz para seguir a Cristo

No es llevar el crucifijo sobre el pecho […]

Y no es tampoco, como lo hemos visto,

Al prójimo negarle su derecho,

Vivir en los santuarios en acecho,

Y en todo tiempo hacia el engaño listo (El Fiscal, 1917, Marzo 22)

Estas citas anticlericales indican que la creencia cristiana no era un problema, lo que

aparecía como conflictivo era la forma práctica de la vida defendida por la religión católica,

lo que quiere decir que el anticlericalismo no era una negación de Dios sino la negación del

modo de vida austero y pasivo del catolicismo, que para los anticlericales debía ser

reemplazado por la acción individual que se sostiene en la afirmación de los derechos del

hombre. De esta manera, la negación del mundo y su estado de quietud, sustentado en la

teodicea de redención cristiana, dejó de corresponder con las necesidades de la vida

concreta de las personas. Por lo menos esto es cierto para cierto grupo social de El Socorro,

para quienes el sufrimiento de la vida mundana, del hambre, el frío y la pobreza ya no tenía

el consuelo de ser el camino a la vida eterna, sino que eran un ―obstáculo para la

civilización y el progreso‖ (El Fiscal, 1917, 12 de abril). Con el objeto de preguntarse por

el futuro de Colombia, en un artículo publicado en El Fiscal se sintetiza esta versión del

anticlericalismo afirmando lo siguiente:

La moral se marchita cuando no muere en el corazón del que tiene el estómago vacío […] la

virtud es un mito para aquel que languidece por la inacción y siente el mordisco del frío en

sus carnes desnudas; el presidio es morada regia para el que en escueta choza vive de un

publicación n°. 116 de El fiscal (marzo de 1917), pues sus páginas se dedicaron al debate sobre el tema de la

religión y la política, concluyendo en la defensa del catolicismo liberal ausente de fanatismos.

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53

jornal de hambre; la honra y la fama nada valen para el paria, para el proscripto que lucha a

brazo abierto contra la inclemencia de los suelos y contra la tiranía de los hombres; la

civilización y progreso nada significan para el que lleva el alma oscura y el cuerpo envuelto

en harapos, la vida misma nada vale para el desheredado, y por eso, por las pendientes del

suicidio, va descendiendo lenta, segura, pausadamente la enorme legión de vencidos. […]

Así esta Colombia! despoblada, porque con pordioseros y comunidades religiosas no se

levanta un pueblo; humillada, desmembrada y ultrajada por el extranjero, porque el valor de

sus hijos murió en las sacristías, en los conventos y en las escuelas, lugares donde el

colombiano pierde la vergüenza y encallece las rodillas practicando la triste y lamentable

actitud de los esclavos. […] somos un pueblo ignorante y supersticioso que creyéndonos

larvas caídas del cielo, nos asimos al tronco del fanatismo religioso, donde inmóviles y

estáticos pasamos la vida soñando en que somos crisálidas que mañana romperán su saco

para metamorfosearse en ángeles; para creerlo, nos importa poco el desconocimiento

absoluto que tengamos sobre esas mariposas empíreas. Somos un pueblo demasiado

católico, y eso nos basta para tener todas las miserias y todos los vicios; (1917, 12 de

abril)

La importancia de la acción emergió cuando la vida concreta en el mundo terrenal

adquiría un sentido en la vida de las personas. La aparición en la primera mitad del siglo de

grupos sociales en El Socorro como la corriente feminista y las organizaciones obreras que

buscaban transformar sus propias condiciones de vida revelan el peso que adquirió la

acción en la vida práctica. Entre otras cosas, esto posibilitó que la imagen del futuro, antes

limitada a la utopía de salvación en la vida eterna, adoptara una forma material en el mundo

guiada por la utopía del progreso material de su sociedad, idea que en principio parecía ser

la fuente del bienestar y la felicidad.

Visto desde este ángulo, el anticlericalismo más allá de ser una estrategia política para

atacar al partido conservador, era un síntoma de la pérdida de vigencia del orden social

legitimado por la religión, cuya palabra sagrada quedó ensamblada a un mero formalismo,

perdiendo todo contacto con la vida concreta. La incongruencia entre el orden religioso y la

vida práctica experimentada en El Socorro, lejos de ser una particularidad de esta ciudad, es

una característica que se va elaborando a lo largo del siglo XX en las sociedades modernas.

Por ello, no es forzado relacionar la crisis de El Socorro con el diagnóstico sobre la

Page 54: La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos ...

54

situación europea que describe Karl Mannheim en 1944 (Diagnóstico de nuestro tiempo).

El aire de familia que se intuye, tiene su lugar en un periodo en el que se reconoce un

mundo cuyas regiones están en constante contacto cultural y económico, reforzando la

interdependencia de las sociedades que en estas regiones se constituían.

Volviendo sobre el libro de Mannheim, este sociólogo húngaro afirma que en los

espacios en los que la religión se escindió del mundo concreto, ésta perdió su sentido como

fuente integradora de la sociedad, pues tal separación convirtió la religión en algo

meramente litúrgico que no concernía a la vida práctica de las personas (1946, 139).

Además, siendo la religión en su sentido sociológico una ética económica, ésta provee un

sistema de reglamentación de la vida que configura el marco de referencia y la motivación

de las acciones de los sujetos; por tanto, orienta la vida práctica de los individuos (Weber,

1998).

Tal diagnóstico propone sobre la mesa una sociedad en transformación, en donde

madura la tensión entre el Volk y el orden tradicional y lo moderno con sus nuevas formas

emergente que empiezan a operar en la vida social. A la luz de este marco analítica, se

podría concluir que en cuanto a la esfera de lo religioso, el desvanecimiento de la

correspondencia entre ley y vida material provocó la pérdida de vigencia del modo de vida

católico en El Socorro, convirtiendo la autoridad religiosa en un modelo arcaico que se

sumó a las viejas casonas, ruinas de la organización de la vieja hacienda.

Tal transformación se produjo lentamente, por esto, a pesar de haber sido expresada esta

tensión en la vida misma de los habitantes de El Socorro, las prohibiciones y censuras

provocadas por la moral católica no dejaron de operar en el escenario social de El Socorro.

Inclusive, los ejemplos citados por España Arenas y Palencia Silva evidencian que la

censura logró desarrollar mecanismos legales modernos dado el avance de ciertas

transformaciones en el nivel de las relaciones sociales. Si en 1923 Juan Cristóbal Martínez

recibió personalmente una llamada del párroco, quien le anunció que había sido

excomulgado debido a la publicación de su libro El último pecado, para 1953 Guillermo

Reyes es citado a juicio por la publicación de La ciudad tiene dos caminos, pues atentaba

contra lo que ahora se denominaba ―la moral pública‖, por lo que también fue excomulgado

en San Gil.

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55

Estos hechos confirman nuevamente las contradicciones que envolvieron la vida social

de El Socorro de estas décadas, lo cual hace posible que la prohibición moral del

catolicismo permaneciera vigente, mientras que el modo de vida de la ética católica se

presentara en contradicción con las necesidades de la vida práctica. El mismo epígrafe con

que se inició este apartado es bastante ilustrativo de tal conflicto: la explicación teleológica

de la vida permanece en la imaginación de ese niño que le pregunta a su tía por el infierno,

y, sin embargo, no comprende por qué alguien merece tal destino cuando le afirma ―No

comprendía bien aquello. Lo que más me mortificaba era pensar que aquellas pobres gentes

desnudas, entre las llamas retorcidas y rojas de la estampa, padecieran insufribles dolores‖

(17).

Este personaje del cuento ―Infancia‖ es apenas un niño cuando se obsesiona con la idea

de Dios y los castigos infligidos después de la muerte. La idea de la salvación con el perdón

de los pecados, no lo tranquiliza, todo lo contrario le produce miedo y una sensación de

duda que lo lleva a afirmar la inexistencia de Dios y la inutilidad de los rezos. ―–¿No

duermes?, [le preguntan al personaje], –No rezamos esta noche –Le respondí. –¿quieres que

recemos? –volvió a preguntar. Nos arrodillamos juntos en el lecho y rezamos. Pero Dios ya

no estaba allí.‖ (1990b, 24).

Igualmente con la figura de Eugenio Morantes, un pianista que ocupa una habitación en

esa vieja casona de Bogotá convertida en inquilinato que aún conserva en las salas y

salones, en los ganchos de hierro donde colgaban lámparas lujosas y ―en las habitaciones

superiores las ruinas del antiguo esplendor […] [que se resisten] como pueden a las

necesidades y gustos de los nuevos habitantes‖ (1990b, 77), se percibe la vivencia de esta

tensión, que además de componer el espacio de su vivienda configura los conflictos que

tienen efectos en la manera de sentirse en sí mismo.

Cruzó las piernas –lo que hacía muy raramente– porque hay que decir que Eugenio

Morantes había sido educado en un ambiente conservador y religioso, en donde estaba

prohibido terminantemente cruzar las piernas, fumar cigarrillo y otras cosas que suelen

proporcionar insignificantes, pequeñísimos, inadvertidos placeres. Muchas veces había

pensado el señor Morantes al ver cómo alguien cruzaba una pierna sobre la otra con

Page 56: La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos ...

56

desenvoltura y casi con elegancia: ―ese hombre está seguro de sí mismo. Tiene confianza en

la vida‖ (90)

El conflicto que se identifica en Morantes entre la norma conservadora y religiosa y los

placeres materiales llega afectar la tranquilidad y la seguridad del individuo como lo

sugiere el pasaje citado. Así como Morantes, Silvina32

, una mujer adulta que sólo conocía

la sensualidad del paisaje del campo, luego de comprender el placer sexual al encontrar una

pareja entre los matorrales, reconoció en el placer la vida que además la condujo a

descubrir las marcas del tiempo en su cuerpo.

Para estos personajes la autoridad religiosa se presentaba como aterradora,

incomprensible, inútil o engañosa, puesto que como individuos experimentan el declive de

una forma tradicional de ver pero también de vivir en el mundo terrenal. Con ello

experimentar el placer cotidiano como el de cruzar la pierna, fumarse un cigarrillo, la

satisfacción sexual, o la acción sobre el mundo con el fin de transformarlo renuevan el

conflicto entre tradición y transformación. De esta forma, al igual que los personajes de

Vargas, cierto grupo social de El Socorro, que escribió en contra de la jerarquía

eclesiástica, dejó de ver en el mundo terrenal un mundo teñido por la impureza; todo lo

contrario, la mundanidad para ellos se sacralizó en la medida en que llenó de sentido la

existencia de estos individuos que buscaron actuar sobre el mundo con una utopía terrenal

trazada por el desarrollo de su sociedad.

Ya conociendo las contradicciones de El Socorro durante este periodo, es de esperar que

esta línea de transformación no haya sido un proceso homogéneo. Lo cierto es que en la

reconstrucción analítica de la experiencia social en El Socorro es posible ver que en el seno

de esta ciudad emergieron una serie de tensiones y transformaciones asociadas a la forma

en la que las personas comprendían el mundo que las rodea. Como la forma de comprender

es inseparable de la forma de vivir, la acción despojada de la lógica religiosa, situó sus

consecuencias en el ámbito de la vida concreta, la cual era regulada por la ley y no por la

justicia divina.

III. Crítica y planificación

32

Del cuento ―Entre los pastos‖ publicado en Revista de las Indias un año después de su muerte en 1942.

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57

Siguiendo lo dicho por Mannheim, en las sociedades del siglo XX que atravesaron por

este proceso en el que el mundo terrenal adquiere importancia, la predicción de las

consecuencias más inmediatas de la acción fue una exigencia social, pues sobre la base de

las consecuencias, y no de las intenciones (ética de convicción kantiana), se evalúa la

acción individual (1946, 153). Así, para el individuo del siglo XX orientado a la vida

práctica, el futuro de su sociedad depende de su acción misma, con lo cual el ser humano es

un conductor del futuro de su sociedad.

La esfera de la literatura no quedó ausente de este giro, por esto, durante este periodo la

reducida crítica literaria que se hizo en Colombia se vio en la tarea de planificar el curso

que seguirían las letras. Aunque, el estado de la crítica de la década del 20 a la del 50 no es

muy favorable, ya que, a juicio de algunos intelectuales de la época como Rafael Maya,

Hernando Tellez, Baldomero Sanín Cano, Jorge Zalamea, se la considera casi inexistente

en el panorama de las letras colombianas (Jiménez Panesso,1992), las características que se

pueden encontrar en la reducida crítica resultan ser iluminadoras con respecto a ciertos

detalles ya delineados de este periodo. Por una parte, las causas de los problemas de la

crítica en Colombia son diagnosticadas desde distintos ángulos por los intelectuales de la

época. Para ilustrar esto, vale la pena citar un fragmento sintético que escribe Jiménez

Panesso de la posición de los intelectuales:

Para Rafael Maya, los problemas de la crítica son básicamente doctrinarios. Para Sanín

Cano, pedagógicos. Para Téllez y para Zalamea, son sociales. Téllez los ve anclados en el

subdesarrollo, Zalamea en el desarrollo capitalista. Maya intenta religar otra vez la crítica a

un sistema de verdades ―solidas‖, trascendentes, que le den piso más allá de las veleidades

del momento histórico. Sanín Cano quisiera verla asentada en un humanismo terreno, de

amplitud universal. (195)

La opinión de Téllez expone la contrariedad del periodo entre tradición y

transformación, planteando la necesidad de una crítica neutral. Jiménez Panesso explica

que según Téllez la inexistencia de la literatura como una institución mantenía el mundo de

la literatura bajo el régimen de las relaciones sentimentales del salón, esto perjudicó la

crítica en la medida en que se volvió un problema que afectaba las relaciones sociales de

los intelectuales del salón (195). Por esta razón, Téllez mismo llega a ubicar la crítica como

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58

una empresa de la razón que debe despojarse de toda relación sentimental que mantenía

estancado el desarrollo de la crítica literaria.

En cuanto a Vargas Osorio, se puede decir que su crítica literaria33

se basó en una

―empresa de la razón‖, puesto que así como elogió a León de Greiff no dejó de afirmar la

necesidad de superar la novela social (―La novela colombiana en lo que va corrido del siglo

actual‖) o, la de ubicar a Guillermo Valencia en un época cultural que ya había concluido

(―Guillermo Valencia ante la crítica‖). Más aún, la noción que Vargas tenía de la crítica se

puede acercar a la que años más tarde, Jorge Gaitán Durán enunciaba cuando afirmaba que

―[…] nuestro oficio es comprender o intentar comprender el encadenamiento de la historia,

deberemos explicar sin reposo y afrontar la tragedia de las sociedades capitalistas de

nuestros siglo‖ (citado por Jiménez Panesso, 196).

Como crítico literario, Vargas comprendía las obras literarias dentro de una época

cultural que se caracteriza por una ―manera de ver propia, es decir, [con] su propio sistema

de valoración y estimación‖ (1990a, 291); fuera de esta particular manera de ver, no es

comprensible para Vargas la obra de Guillermo Valencia. Con todo, ubicar las obras dentro

de su propia lógica no le impide a la crítica, según la mirada de Vargas, evaluar ―el

significado que ella pueda tener dentro de la cultura y mida su proyección en el tiempo y en

el espacio‖ (1990a, 291).

Bajo tal comprensión del oficio crítico, la crítica literaria también está orientada al

desarrollo de la misma creación literaria, y en este sentido Vargas busca en la crítica una

evaluación y guía, es decir, una forma de planificación de la literatura. En ―Iniciación a la

poesía de de Greiff‖, y especialmente en ―La novela colombiana en lo que va corrido del

siglo actual‖, el crítico recorre analíticamente las obras literarias para usarlas como

materiales que guíen la superación de estas en el desarrollo de la literatura colombiana. En

33

Aunque, por ahora no se conoce ningún texto de Vargas que estudie la crítica en Colombia, sus textos de

crítica publicados en ―El Tiempo‖, en ―Revista de Indias‖ y en una sección de ―Huella en el Barro‖, permiten

intuir la noción que este escritor tenía de la crítica literaria. Para el caso del presente estudio las anotaciones

que se harán en torno a la crítica literaria del autor santandereano tendrán como objetivo concluir el giro que

se dio en la forma de ver el mundo en cuanto a las tensiones que emergieron en la esfera religiosa. Sin

embargo, es claro que este aspecto poco trabajo del escritor santandereano y rescatado por Baldomero Sanín

Cano en ―Actualidades de la poesía colombiana‖ (1978, 366), merece un estudio con mayor detenimiento.

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59

cuanto a la poesía, busca orientar al poeta hacia la ―genialidad‖, que es la búsqueda

reflexiva de ―formas más puras y eternas‖, lo cual permite un equilibrio de la seducción de

la retórica engañosa (1990a, 120). Por otra parte, orienta al novelista a plantearse el

―conflicto con la naturaleza exterior y la suya propia‖, y escribir la ―novela bárbara‖

(1990b, 181).

Es de esperar que Vargas Osorio no fuera el único en usar la crítica en su versión

planificadora. En 1936 Fernando Alegría, poeta y crítico chileno, escribió en Revista

Atenea un artículo en el que daba a la crítica el lugar de guía futura para la producción

literaria, afirmando que en ―Tiempos como los nuestros, en que críticos y comentaristas

juegan un rol de tanta importancia como los propios creadores de arte, nos están indicando

el carácter de nuestra ubicación social‖, y luego escribe que la tendencia actual de la

literatura de plantearse el problema del paisaje ―no viene a ser sino la base movilizable de

toda una producción literaria que ha necesitado de las visiones primeras de la crítica para

sustentarse en su desplazamiento futuro‖ (64). En este mismo tono, Gaitán Durán escribe

en 1959: ―Nunca habíamos tenido tan grande oportunidad de operar eficazmente en nuestro

país‖ (citado por Jiménez Panesso, 196).

Con esto, es claro que el declive de la visión de mundo de la religión católica sacralizó el

mundo terrenal y con ello situó a los individuos en la tarea activa que los comprometía con

el desarrollo de su sociedad, lo cual significó para Vargas Osorio el desarrollo de la

literatura colombiana. En este sentido, la importancia que tuvo la elaboración de una crítica

literaria neutral para la generación de intelectuales de los años 20 y 30, emergió debido al

lugar que adquirió la literatura y las artes cuando se cuestionaron los soportes de la

existencia dado el agotamiento de la religión, del Progreso, de p mayúscula, y de la ciencia.

Para comprender tal importancia en la comprensión que Vargas tenía de la literatura y su

relación con el mundo, antes es necesario reconstruir ciertos aspectos y problemas que

estaban presentes en la tradición literaria colombiana que el autor santandereano conoció.

En lo que sigue del capítulo se explicarán estos elementos que emergían en la tradición

literaria colombiana, y su enlace con las tensiones de la creencia religiosa.

3.2 La esfera literaria: El realismo renovado

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60

I. La novedad

Con el Modernismo, la literatura finaliza el siglo XIX en todo el mundo occidental.

Técnicamente el término con el que se designó este periodo en las artes y las letras, quiere

hacer referencia a lo nuevo, lo que rompe los esquemas de la tradición e inaugura la

novedad. La ruptura como una sensación de agotamiento de los viejos modelos explicativos

fue transversal a toda expresión modernista en el mundo occidental, y por supuesto la

intelectualidad latinoamericana no fue la excepción. En esta latitud el deseo de ruptura del

Modernismo estuvo trazado por la esperanza en la transformación. Así intelectuales como

José Enrique Rodó con el Ariel, José Martí con Nuestra América, o La raza cósmica de

José Vasconcelos, despojados de los formalismos teóricos del siglo XIX, pensaron el siglo

XX como el siglo del desarrollo de la cultura de América Latina.

Esta corriente de ideas, que unió la ruptura con la utopía fue la guía para los intelectuales

latinoamericanos de todo el siglo XX. Como Devés Valdés (2000) lo afirma, constituyeron

la base para pensar América Latina tanto en las épocas orientadas a la modernización como

las orientadas a la identidad. De esta manera, los intelectuales colombianos de los años 20

animados por tal ―espíritu de renovación‖ y ruptura del modernismo, poco a poco

reemplazaron ese ―espíritu de moderación y timidez‖ que menciona Silvio Villegas (citado

por Arias, 2007, 129) y que, según Gutiérrez Girardot fue la característica más notable de

los intelectuales colombianos de las primeras décadas del XX.

Es cierto que el movimiento de las Vanguardias latinoamericanas de los años 20, tuvo

en reducido desarrollo en Colombia tanto en la incapaz ―rebeldía de los Nuevos‖ (Gutiérrez

Girardot, 1982, 495) como en la dificultad de las artes plásticas, por extender la creación

como ―inspiración intima‖ sobre esa veneración academicista del neocostumbrismo hispano

(Medina, 2014, 341). A pesar de ello, en Colombia la utopía de la transformación con la

renovación fue un sentimiento que se extendió más allá de las adhesiones políticas. Por más

retrógrados que nos parezcan hoy los ―Leopardos‖, Ricardo Arias demuestra que para los

años veinte su conservadurismo era tan renovador como el de los liberales de ―Los

Nuevos‖. Es bastante ilustrativa la declaración que hace Eliseo Arango, uno de los

leopardos, cuando afirma que ―lo que nos animó a unirnos en grupo fue el prejuicio, muy

difundido en la universidad, de que las ideas conservadoras eran atrasadas, mandadas a

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61

recoger. Queríamos, entonces, darle una fisionomía intelectual al partido conservador

presentándolo como amigo del progreso, de la cultura, de la civilización‖ (citado por Arias,

114).

Ni Luis Tejada y León de Greiff en la renovación de la poesía, ni Pedro Nel Gómez y los

demás jóvenes de la exposición de arte de 1924, son casos aislados de la vida social

colombiana y por esto, a la vez que fueron la fiel figura del intelectual pedante de una

sociedad aristocrática, constituyeron con los mismos materiales que les ofrecía esta

sociedad, su propia contradicción en términos artísticos. Sin embargo, no fue simplemente

una cuestión de estrategia y voluntad de ruptura lo que llevó a ciertas transformaciones

formales y conceptuales en la literatura y el arte, tras esa intención de querer ―cambiar‖ el

curso de la literatura y las artes buscando con ello la utopía de la cultura propiamente

latinoamericana, se encuentra ese giro en la forma de concebir el mundo.

Además de concebirse como individuos de acción que pueden planificar el curso de las

letras y las artes, la conciencia del fluir del tiempo se orientó por la idea de la ―actualidad‖,

lo que significó estar continuamente al borde de lo nuevo. Mannheim explica que esta

conciencia de la actualidad en el pensamiento de la primera mitad del siglo XX deviene de

la preservación de ciertos elementos de la idea de progreso del positivismo del siglo XIX,

sin embargo, estos intelectuales ya no concebían un desarrollo teleológico puesto que la

novedad se planteó en la reinterpretación del pasado apelando a ―la intuición y a la

imaginación creadora‖ (Mannheim, 167).

En una corta descripción de su generación, Vargas Osorio narra esta correlación

espontánea entre la nueva generación de intelectuales colombianos y la conciencia de la

actualidad que se experimentaba en la ―vida nacional‖, de esto dice:

Repentinamente el tiempo se había hecho sensible en la vida nacional, que antes, hasta

pocos días antes, fuera un estuario pálido y quieto. Y con esta conciencia del tiempo nuevo

apareció, por fin la historia nueva. […] Muchachos de 20 años, fascinados por lo que, de

manera confusa, presentían en la perspectiva del tiempo nuevo. (―Una Generación‖: 1990b,

231)

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62

Asistir a la quietud aplastante de algunos pueblos de Santander (narrados en las

―Descripciones de paisajes‖, en Huellas) no le impidió a Vargas vivir en carne propia,

como uno de sus personajes, ―el naufragio de las cosas arrojadas por la turbia marea de las

horas y de los minutos […]‖, experimentando como cronista la ―más íntima entraña de

comedia y tragedia de la vida contemporánea […]‖ (1990b, 149)34

.

II. Búsqueda del modo de ser latinoamericano

En América Latina, esta búsqueda de la ruptura y la renovación estética se produjo en

contrapunto con la búsqueda de la realidad social, que identificaba la especificidad de la

cultura propiamente latinoamericana. Es decir que, a la vez que estos intelectuales se

afanaron por situarse a la vanguardia de las formas estéticas universales, queriendo superar

esa imagen de ―atraso‖ y ―provincianismo‖ con la que se había pensado el arte

latinoamericano, se plantearon el problema de la identidad y con esto, buscaron definir el

carácter nacional y la forma de ser específica del hombre latinoamericano.

En este sentido, los primeros cuarenta años del siglo XX, periodo que Devés Valdés ha

caracterizado como un periodo identitario35

(2000), no se reduce a un énfasis en la

identidad puesto que preguntarse por lo autóctono para estos intelectuales significó, por una

parte, la reivindicación de lo social entendiendo por esto ―[…] el problema del campesino,

del indio, del interior, de la sierra‖ (97), y por otra, el problema del desarrollo de las artes y

34

El párrafo completo de una nota sobre el periodismo dice: ―En las redacciones de los diarios, playas donde

los teléfonos y las máquinas de escribir recogen el naufragio de las cosas arrojadas por la turbia marea de las

horas y de los minutos, la existencia del periodista está dividida siempre por un máximo denominador que es

la emoción. En vano querrá evadirse a la garra del suceso. No hay nadie, ni siquiera el médico, que esté tan

vinculado a la más íntima entraña de comedia y de tragedia de la vida contemporánea como el cronista que en

cinco minutos tiene que urdir un reportaje sobre la caída de un gabinete o sobre el suicidio de una modistilla‖.

(1990b, 149) 35

Devés Valdés plantea en su libro, ―El pensamiento latinoamericano en el siglo XX entre la modernización y

la identidad‖ (2000) que la historia del pensamiento latinoamericano ha oscilado entre dos ejes que han

orientado, en diferentes periodos el conocimiento sobre esta región. Estos ejes son el afán modernizador y la

reivindicación de la identidad. El primero identifica aquellos periodos en los que los países más avanzados en

términos de productividad y eficiencia, y de desarrollo científico y tecnológico, se han ajustado como modelo

para los países latinoamericanos, con lo cual el pensamiento latinoamericano ha girado en torno a la

modernización. El segundo, se refiere a los periodos en los que se ha hecho énfasis en la reivindicación de una

cultura propia, económicamente independiente y con un destino autónomo. Como el mismo Valdés lo explica,

estas dos tendencias son una guía para entender el desarrollo del pensamiento latinoamericano en el siglo XX,

más no son tendencias estrictas, lo cual quiere decir que un periodo modernizador también se plantea

problemas de la tendencia identitaria.

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63

la letras latinoamericanas, el cual era evaluada en términos de semejanzas o diferencias

teniendo como punto de referencia a Europa.

Es así como los intelectuales de este periodo, al tomarse a sí mismos como objetos del

pensamiento y de la renovación, se introducen en el nudo de la tensión entre localismo y

universalismo. Ésta orientación hacia la identidad y la definición de una cultura autóctona,

no fue un aspecto al que desembocó el pensamiento latinoamericano por sí mismo. Como

lo insinúa brevemente R-H Moreno-Durán, lo que sucedía del otro lado del océano tuvo

efectos que encaminaron en cierto sentido los problemas del pensamiento latinoamericano

de las primeras décadas del XX. El autor colombiano afirma en su recuento histórico sobre

la literatura latinoamericana:

Sabido es que Europa dio por sentada desde siempre su universalidad. El hombre por

excelencia era europeo. Todas las pretensiones que no estuvieran signadas por el marco de

esta cultura debían acceder a su universalidad o perecer. Sin embargo, las crisis del

racionalismo –el existencialismo y el historicismo, entre otras- pusieron en evidencia los

supuestos y errores de una cultura que usufructuó siempre los privilegios de ser a la vez

única e integral, excluyente y totalitaria. Con esta profunda fisura en el pensamiento

moderno se acentuó la preocupación de América Latina por la definición de su modo de ser,

de su expresión, de su identidad ante el mundo. (2002, 49)

A partir de la anterior anotación, se complejiza la tensión entre lo local y lo universal ya

que, que en el proceso de conocimiento, ni la cultura europea, ni la latinoamericana es

perfectamente autónoma. Si bien la cultura europea no tuvo el efecto de ―influencia‖ en el

pensamiento latinoamericano, como idea si tuvo un efecto orientador de las preguntas que

se empezaron a hacer estos intelectuales en torno al conocimiento de sí mismos. Lo que se

quiere hacer notar, es que la imagen o la idea de Europa y de la cultura europea que tenían

los intelectuales latinoamericanos, actuó como punto de referencia y de comparación más

no como punto de llegada, con lo cual es un elemento más que suscita y alimenta

reflexiones que ya estaban plantadas, o como diría Unamuno ya flotaban en el ambiente36

de los latinoamericanos.

36

Esta referencia de Miguel de Unamuno se encuentra en el ensayo ―Pirandello y yo‖ en donde el escritor

propone la pregunta por las confluencias que se producen en la literatura. La cita completa dice: ―Es un

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64

Tal efecto orientador se hace evidente en la reformulación del modo en el que se

comprende el ser humano vista a través de la ―indagación por cuenta propia‖ propuesta por

los artistas de la exposición de Bogotá de 1924, una de las pocas exposiciones

vanguardistas en la Colombia de los años veinte según Medina (341), y en el conflicto

interior de los personajes construidos en La vorágine, novela inaugural en la literatura

colombiana debido a la forma en la que problematiza la relación del ser latinoamericano y

el paisaje. Desde estos dos ángulos, el arte y la literatura, se advierte la inconformidad que

hace explícita Vargas Osorio frente al modo en que la cultura occidental ha querido

explicar al ser humano, cuando señala que a pesar de los desarrollos en medicina, química,

y las demás ciencias, el ser humano es aún un ser desconocido para él mismo:

Sostiene Carrel, que nada sabemos del hombre. A medida que han ido progresando

prodigiosamente las ciencias de la materia inerte -la física, la química, la mecánica- no se

ha dado un solo paso en las ciencias de la vida. La ciencia y la filosofía han seguido el

mismo camino, separándose del hombre, sustituyéndolo por medio de representaciones

relativas y accidentales que cambian y se transforman constantemente. (1990a, 256)

Las ciencias que habían liderado el conocimiento de lo humano en el siglo XIX

aparecían a los ojos de Vargas y los intelectuales de la época, como sistemas abstractos que

rodeaban al individuo pero no lo entendían en su sentido total de hombre de carne y hueso.

Tales sistemas totales perdieron fuerza cuando resultaron ser esquemas que forzaban la vida

misma para ser explicada bajo sus términos, y no era específicamente porque la ―mágica‖

realidad latinoamericana no fuera aprehensible por medio de la razón, tal y como lo creía

Germán Arciniegas37

, sino porque en el esfuerzo de explicar la vida social científicamente y

de manera holística bajo ciertas categorías, se había dejado de lado la vida humana misma.

Así lo expone Nieto Arteta cuando afirma que ―El sistema destruye la vida, la hace

esquemática, la aniquila. Es como una férrea camisa de fuerza aplicada imperiosamente a la

realidad‖ (citado por Cataño, 2013, 172). Por su parte Vargas Osorio en la misma dirección

fenómeno curioso y que se ha dado muchas veces en la historia de la literatura, del arte, de la ciencia o de la

filosofía, el que dos espíritus, sin conocerse ni conocer sus sendas obras, sin ponerse en relación el uno con el

otro, hayan perseguido un mismo camino y hayan tramado análogas concepciones o llegado a los mismos

resultados. Diríase que es algo que flota en el ambiente. O mejor, algo que late en las profundidades de la

historia y que busca quien lo revele.” (Unamuno, 2012, 290) 37

Esta es la impresión que deja Arciniegas en ―La cita de las magias‖ en El continente de los siete colores

publicado en Editorial Sudamericana de 1965.

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65

afirma en La familia de la angustia que ―La quiebra del humanismo, la disolución del

racionalismo filosófico y político, dejaron al hombre moderno sin un punto de espiritual

apoyo, sin una base en qué sustentar la razón íntima de su existencia, girando en el vacío,

ciego y atormentado‖ (1990a, 245).

Frente a la rigidez teórica del Positivismo del XIX, estos intelectuales reaccionaron por

medio del ensayo y la reflexión. Nieto Arteta escribía en una carta en 1938 a Samuel de

Sola Roncallo, que quería huir de toda sistematización y comprender los hechos

sencillamente, sin ideas preconcebidas, ―(…) sin la torturante camisa de fuerza del sistema‖

(citado por Cataño, 2013, 171), y Vargas afirmaba el necesario retorno de los ―próceres del

espíritu‖ respondiendo a esta dificultad del cientificismo por explicar la existencia humana

más allá del proceso natural de la materia (Vargas, 1990, pág. 245). Teniendo esto en

mente, no es una simple cuestión de casualidad que los dos intelectuales además de

desarrollar su pensamiento en la forma de ensayo, también hayan sido poetas.

Diez años atrás esta inconformidad ya causaba efectos, y fueron la literatura y el arte de

ruptura de los años veinte los formatos que sustituyeron a la ciencia para hablar, de lo que

Curcio Altamar designa como lo ―entrañablemente humano‖. Con ello, el crítico

colombiano caracterizó las obras literarias que propusieron un camino hacía la experiencia

interior de los personajes, eludiendo ―[…] los vahos ensoñadores utilizados por el

costumbrismo romántico así como los devaneos de la literatura pura al uso de los

modernistas‖ (213). En esta misma dirección corría el arte de ruptura. La consigna de los

jóvenes artistas de la exposición de 1924 realizada en Bogotá, es la fiel expresión de la

importancia que adquirió la interioridad humana. En el discurso de inauguración de la

exposición dictado por Arciniegas, éste celebra la rebeldía de estos artistas, que al huir de

las academias encontraron la libertad que dio sinceridad a sus obras, pues ―Era preciso

obrar de acuerdo con las propias vibraciones, era preciso ser sinceros.‖, luego afirma que en

las academias clásicas no hay sinceridad, ―porque el clásico no pone a nivel sus

concepciones con su propia alma, sino con la opinión o con la teoría de otro, con algo que

está afuera de la conciencia personal‖ (Citado por Medina, 2000, 341).

A pesar del fracaso de las vanguardias artísticas durante estos años, lo expuesto por

Arciniegas en el discurso sugiere que para cierto grupo de intelectuales y artistas, el

Page 66: La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos ...

66

individuo como experiencia interior fue objeto inspirador del arte, y no sólo eso, este arte

producido de acuerdo a sus ―propias vibraciones‖ se asumió como lo verdadero, y por esto

―real‖: no es un ―recorte de arte para que meditéis, sino un recorte de vida‖, afirmaba

Arciniegas (Citado por Medina, 2000, 342).

Tal idea de la creación artística, coincidió con el proyecto cultural e identitario que había

nacido a partir de las rupturas que formuló el Modernismo respecto al sistema teleológico y

empirista del positivismo. Sin embargo, distanciándose por igual de la corriente modernista,

estos intelectuales buscan acabar con todo idealismo para acercarse, mediante la literatura,

a la realidad social y a la vida tal como es. De esto se sigue que, si el ser humano no era

reducible a un sistema preconcebido, su futuro desarrollo estaría marcado por una esencia

propia, o un espíritu propio que lo identificaría como ser latinoamericano, pero esta

autenticidad sólo era comprensible en la vida misma latinoamericana, que no era sólo un

cuadro de costumbres sino una especificidad interior, un modo de sentirse y ser en relación

al paisaje. En esta lógica, ni el empirismo positivista ni el espíritu idealista daban

soluciones a estos intelectuales, de manera que pusieron la mirada sobre lo

―entrañablemente humano‖, y desconocido por el mismo hombre, entendiendo por esto

aquello ―espiritual‖ que, en el flujo de la vida diferenciaba al europeo del latinoamericano,

y que motivaría a estos intelectuales a pensar la cultura y el ser nacional en la interpretación

de la realidad social.

Con estos elementos en juego, la literatura colombiana, a partir de la novela terrígena de

los años veinte, escrita con un nuevo tipo de realismo, desarrolló la tensión experimentada

psicológicamente por el ser humano con el paisaje latinoamericano. Respecto a esto, Curcio

Altamar afirma que la novela terrígena fue el primer logró de la búsqueda de una

autoexpresión americana en la medida en que ésta se despojó de todo romanticismo e

idealismo, lo que le permitió situar su mirada en la vida concreta de los personajes en

donde se reconstruyó el conflicto con el paisaje típicamente latinoamericano y consigo

mismos como seres humanos.

Con la reconstrucción de estos dos conflictos que involucran al ser humano y al paisaje

en comunión se quiso comprender el modo de ser latinoamericano desde la vida misma:

para Arturo Cova la selva no es un telón de fondo, ni es visible en su totalidad, en ―La

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67

Vorágine‖ (1924) la selva es narrada según la medida de la experiencia psicológica del

personaje que la vive. Es por esta razón, que Curcio Altamar afirma que

No envuelve despropósito alguno suponer en esta penetración onírica y subconsciente de la

selva, y en el animismo poético, un intento –preconcebido o no- de alcanzar, más allá de las

apariencias, un mundo selvático superreal, reflejado en las zonas oscuras y profundas de la

conciencia ilógica. (181-82).

Se resaltó a propósito la palabra superreal, pues en ella se condensa el nuevo sentido

que adquirió de la relación paisaje y ser latinoamericano. Si el realismo costumbrista que

detallaba un paisaje y unos personajes exóticos fue afín a las corrientes filosóficas del siglo

XIX, el superrealismo con la que el crítico caracteriza este tipo de realismo de la novela

terrígena, será correspondiente con los nuevos problemas que se plantearon alrededor de la

interioridad humana, la vida concreta y el ser nacional.

Siguiendo esto, el paisaje exótico que había sido la manifestación de lo auténticamente

latinoamericano tanto en las crónicas de indias, las expediciones botánicas, los relatos de

viajeros y en el realismo costumbrista del siglo XIX, permaneció en el superrealismo. Con

todo, obras como ―La Vorágine‖ se evidencia como la novela terrígena renovó el

tratamiento literario de la relación ser y paisaje de forma tal que el escenario de la

naturaleza invadió a los personajes situándolos en el conflicto humano que en esencia

expresa la ―tragedia americana‖ (Curcio Altamar, 176). A partir de esto ―La Vorágine‖ fue

una ruptura en la narrativa hispanoamericana, pues además de ser una novedad en su forma

superrealista, sembró el camino para comprender el modo de ser latinoamericano, y lo hizo

mediante la reformulación de elementos que marcaban una pauta en la tradición literaria

latinoamericana. De esta forma, los críticos y escritores de este periodo dirigieron su

atención al tratamiento del paisaje, que como Mario Llerena (1949) lo afirma, fue la

herramienta que permitió la independencia de las ―influencias‖ europeas puesto que al unir

el aspecto humano y geográfico abrió camino a la producción de personajes propiamente

americanos.

Vargas fue un intelectual comprometido en todo sentido con la búsqueda del ser

nacional. Este joven liberal participó de la efervescencia política que inició la República

Page 68: La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos ...

68

Liberal, incluso se adhirió al escuadrón de ―Galanteadores de la muerte‖, nombre con el

que se autodefinieron grupo de jóvenes nacionalistas e intelectuales que se propusieron

como voluntarios dispuestos a recibir instrucción militar para la guerra con Perú38. Por otra

parte, perteneció al grupo de poetas de ―Piedra y cielo‖, que mostraron un especial interés

por recuperar la tradición de poesía nacional enlazada a la poesía hispana. En un artículo de

―El tiempo‖ titulado ―Jorge Rojas y el piedracielismo‖ (1950, 2 de septiembre), José

Hurtado García escribe que los piedracielistas volvieron sobre la generación española del

98, a la vez que admiraron a Rafael Pombo, José Eusebio Caro, Porfirio Barba Jacob y a

Gregorio Gutiérrez González. Asimismo, Carlos Martín señala que la poesía

latinoamericana de Cesar Vallejo, Vicente Huidobro, Carlos Pellicer, Pablo Neruda,

Gabriela Mistral entre otros poetas, también coincidió en las lecturas de los piedracielistas,

y continúa diciendo:

Así nos despertamos a la nueva conciencia americana de autodefinición y de anhelo por

conocer y definir la tierra y su habitante. Conciencia que constituye nuestro gran hallazgo,

el descubrimiento de la inmensa cantera de materiales autóctonos, efectuado por primera

vez, en forma colectiva, después de algunos pasos perdidos, en tal sentido, dentro de la

evolución lírica de la patria. (1993, 97)

38

Esta anécdota se puede corroborar en las páginas del diario bogotano ―El tiempo‖ (1932, 18 de Septiembre),

donde se lee: ―Un numeroso grupo de jóvenes intelectuales residentes en Bogotá, acaba de constituir un

pelotón de voluntarios bajo el nombre "Galanteadores de la muerte" con el objeto de solicitar del ministerio

de la guerra se proceda a darle instrucción militar para marchar aceleradamente hacia las fronteras

amazónicas. El pelotón está compuesto por las siguientes plazas: Falminio Lombana Villlegas, […] Tomas

Vargas Osorio, Jorge Ramírez, Luis Enrique Cabrera, Darío Samper, Miguel Serrano, Leopoldo Gil Jaramillo

[…] Eduardo Zalamea Borda […].Hoy a las tres de la tarde, se organizara el pelotón por escuadrones en el

parque Santander, de donde desfilara hacia el ministerio de la guerra a poner en manos del ministro la

solicitud de instrucción y armamento adecuado para sus ejercicios. Allí permanecerán hasta que su solicitud

les sea sustanciada. Según nos lo manifestó un núcleo numeroso de sus miembros, el pelotón ha designado

como madrinas de guerra a las señoritas Lucia Olaya Londoño, Leonor Camargo Patiño y señora Gloria

Rodríguez de Echeverri Cortés. Estas distinguidísimas damas estregaran al Galanteadores de la muerte el

pabellón nacional que ha de acompañar al cuerpo."

Page 69: La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos ...

69

(Imagen tomada de El Tiempo: 1964, 26 de Octubre)

Vargas no ignoró la importancia de La vorágine en la literatura hispanoamericana, y

coincidió con los demás intelectuales en afirmar que ―Por primera vez vemos aparecer al

hombre –―de carne y hueso‖- en La vorágine‖ (Vargas Osorio, 1990b, 180), en íntima

relación con el paisaje pero también con su propia naturaleza humana, incomprensible

dentro de los estrechos esquemas racionales y lógicos. Junto a esto, también admitió que

tales conflictos, con el paisaje y consigo mismos, eran temas imprescindibles de la novela

colombiana, ya que son estos los problemas del hombre americano y de la cultura

americana, la cual está en proceso de modelación según el escritor santandereano. En esta

línea, escribe Vargas Osorio:

Por mucho tiempo, la novela colombiana no podrá conocer otro ámbito, ni otro conflicto,

que los anteriores. Es el nuestro un mundo elemental en que las fuerzas no han encontrado

todavía su caz, su cauce, su lecho. Elementales la flor y el alma. No podría ser la nuestra

una novela proustiana, morosa, de lentos matices, de internas y musicales modulaciones que

circulan como una sangre vaga a través de innumerables páginas; ni podría ser tampoco una

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70

novela huxleiana, eminentemente cerebral, fina, sutil como un binomio algebraico. Tiene

que ser necesariamente una novela de conflicto cósmico en que entren en juego fuerzas

primordiales, caóticas y confusas, sentimiento y pasiones que no han sido todavía domados

por la cultura. No hay que olvidar que el hombre americano se encuentra en su primer día.

Yo abogo por una novela bárbara (1990b, 181).

Esta comprensión del paisaje no sólo orientó la obra de crítica de Vargas, también marcó

la pauta de su narración literaria. Torres Duque y Mejía Duque, ya habían señalado la

presencia indudable de este tema en la obra de Vargas Osorio. El primero señala que la

relación ser y paisaje configuró la reflexión sobre la cultura, encontrando una especial

atención de Vargas por la cultura y el ser santandereana39

. En cuanto a Mejía Duque, éste

expone cómo la comprensión del lazo conflictivo entre ser y paisaje construye la

descripción narrativa sin escindir la acción de los personajes de su entorno. De esta forma

el paisaje en la obra de Vargas se va formando en la narración a medida que se elaboran las

sensaciones más humanas, permitiéndole al lector seguir la desolación de La aldea negra,

en donde ―Todos los días el agua subía un poco. Por las noches los hombres y las mujeres

de la aldea la oían rugir como una bestia hambrienta‖ (Vargas Osorio, 1990, 53); o la

incomodidad de un trabajador con paludismo que espera su muerte en un día soleado del

campamento para la construcción del ferrocarril, ―Las horas eran largas, y por entre las

rendijas de las tablas se podía ver el sol, un sol que penetraba en todas partes ardiéndolo

todo (…) El día era interminable, el día de fuego abrasador y terrible‖(1990, 71).

Por último, cabe mencionar el proyecto de Geografías literarias que realizó Vargas en

compañía de Eduardo Carranza, y que fue publicado en diferentes entregas de la Revista de

las Indias en 1941. En esta serie, varios escritores elaboraron descripciones del paisaje de

las diferentes regiones colombianas, planteando un contrapunto entre el paisaje y los

hombres y mujeres que lo habitan, tal y como Vargas lo hizo en sus cuentos. Basta citar un

ejemplo más que se encuentra en el cuento ―Riel‖ de Vidas menores:

―El tren descendía a buena marcha, despedazando el paisaje, cortándolo en dos, como hace

un río. (…) De debajo de la tierra honda, venían vahos cálidos que encendían las mejillas y

39

En esta misma línea se desarrolla la tesis de grado de Francis Elena Goenaga, ―El hombre y el paisaje en

Vargas Osorio‖ (1989), quien concluye que en el problema del paisaje Vargas busca entender al hombre

contemporáneo, con lo cual ofrece un cuadro interpretativo de la cultura contemporáneo.

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71

engrosaban un poco los dedos de las manos. (…) El Magdalena estaba cercano. Esto se

conocía en la mayor estatura de los hombres y de los árboles que sostenían en troncos

robustos cubiertos de polvillo dorado sus cabezotas bamboleantes. Los hombres eran

delgado, cerreros, de caderas enjutas. Había para estar tranquilo. Los hombres deben ser

delgados y fibrosos, con los rostros poblados por barba oscura y abundante. Se iban todas

las filosofías sobre el hombre, en presencia del hombre. Felix apostaría a que ningún

filosofo ha visto nunca a un hombre‖ (Vargas Osorio, 1990, 58-59)

3.3 Una conclusión provisional y una nueva pregunta

En la vida social de El Socorro se experimentada una tensión entre tradición y

transformación que se vio expresada en el seno de la experiencia humana con el giro de un

modo de vida pasivo y orientado por fines religiosos, hacía un modo de vida activo y

orientado a la realización práctica. En el fondo de esta transformación se expuso el declive

de la creencia en la ―salvación‖ y el mundo armónico ―más allá‖ del terrenal que también

cuestiono el destino o la utopía religiosa de la ascendencia y redención. El ser humano que

vivió como participante y no como reflejo esta transformación, la experimentó en su

tensión y conflicto.

Vargas como ser humano se sumó a estos participantes del conflicto, y como intelectual

reflexionó sobre tal tensión. En el esfuerzo por pensar en los términos en que Vargas pensó,

es decir, desde su visión de mundo, la comprensión del sentimiento de angustia emergió con

el declive de la utopía religiosa que Vargas construyó desde la literatura con la noción de

linde que le permite anticipar su muerte. Con un individuo limitado y efímero, tal individuo

bajo del paraíso religioso y se situó como hombre de carne y hueso en el mundo terrenal, y

con la ausencia de un ―alma‖ pura, este hombre de carne y hueso fue un ser desconocido

para el mismo ser humano.

En un camino paralelo, la literatura latinoamericana se había preguntando desde el

costumbrismo por la definición particular del ser humano latinoamericano marcando una

importancia en la especificidad del paisaje, y en la década del veinte la ―novela terrígena‖

había trazado una nueva marcha en la definición de tal humano abriendo la grieta de lo

interior, que era la misma abertura que exponía los conflictos del ―hombre con el hombre‖.

Vargas leyó este proceso que seguía la literatura colombiana bajo la nota de una pregunta

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72

existencial que venía de la decadencia de la creencia religiosa. En este sentido la

sacralización del mundo terrenal que también sacralizó el placer de lo mundano, dejó al ser

humano sin su ―alma sagrada‖ pero lo volcó sobre un ―espíritu‖ que se entendió en la

compleja relación del hombre y el paisaje que venía tratando la literatura. De esta forma, la

angustia religiosa que había abierto una grieta en Vargas se entrelazó con el proceso de la

literatura, siendo está última el vehículo que el escritor encontró para ahondar en el

conocimiento del hombre de carne y hueso.

En medio de este proceso, que llevó a darle un lugar sagrado a la literatura como fuente

de respuestas existenciales, fueron recibidos por los escritores y lectores colombianos los

personajes de una notable profundidad psicológica creados por las novelas de Dostoievski,

la exaltación del hombre de Nietzsche, la definición existencial del hombre de carne y

hueso de Unamuno, y otros más escritores europeos que, como Bergson, Spengler y Ortega

y Gasset, confrontaron la razón occidental y el positivismo, planteando la decadencia de

occidente que inclinó la balanza hacía lo cultural y aquellos aspectos irracionales del ser

humano. La familia y otros textos de crítica escritos por Vargas Osorio están escritos

―sobre los hombros‖ de los autores que trataron la decadencia europea, no sólo por la

constante referencia a estos nombres en sus libros, sino porque la formulación de la crisis y

el modo en que Vargas intuye el futuro de América Latina contiene la idea de la

decadencia.

Hasta ahora el texto ha ignorando el carácter universal y la presencia del Decadentismo

europeo que conforman la definición de la crisis del hombre contemporáneo. Su

importancia es innegable, pues además de permitir una comprensión abarcadora de la obra

del autor, permite entender la tensión permanente en el pensamiento latinoamericano entre

lo ―local‖ y lo ―universal‖, planteando así el problema de la ―influencia‖, la copia o el

―pensamiento dependiente‖.

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73

4. LA CRISIS Y EL EFECTO ORIENTADOR DEL DECADENTISMO

EUROPEO

Este capítulo busca explicar la emergencia del diagnóstico de crisis del escritor

santandereano con base en los elementos de la realidad social y la tradición literaria que

estaban en juego en el periodo en el que vivió Tomás Vargas Osorio. Una breve mirada

sobre textos como el libro La familia de la angustia, el ensayo ―Nietzsche y Marx‖,

publicado en Huella, y el conjunto de reflexiones sobre la literatura europea, demuestra que

en la formulación de la crisis del hombre contemporáneo enunciada por Vargas Osorio

habían claras pretensiones universales, que excedían el campo particular del escenario

latinoamericano. Con ello, se plantean la necesidad de abordar la manera en que el escritor

santandereano hace una recepción de la literatura decadentista, y el efecto orientador que tal

lectura causo en las cavilaciones de Vargas. La pregunta que guiará la lectura se puede

resumir en ¿cómo las ideas decadentistas, o más aún, la idea que Vargas Osorio tiene de la

realidad y la cultura europeas de entreguerras, orientó sus reflexiones y el planteamiento de

la crisis del hombre contemporáneo?

4.1 Pretensiones universales de un intelectual marginal

Los escritos de Sören Kierkegaard, André Gide, Paul Verlein, Fiódor Dostoievski,

Miguel de Unamuno, Gabriele D’Annunzio, Friedrich Nietzsche, e incluso Aldous Huxley

y el médico Alexis Carrell, fueron lecturas de primera mano del escritor santandereano

Tomas Vargas Osorio. Sus ensayos que trazan una reflexión acerca del hombre y la

sociedad moderna, llevan el sello de esta corriente antiracionalista y antilógica, a la que él

mismo llamó ―la familia de la angustia‖. A pesar de las enormes diferencias que pueden

encontrarse entre algunos de ellos, el tema transversal a estos autores fue la afirmación de

la decadencia de los valores de la civilización europea que los llevó a replantearse tanto la

figura de la ciencia como base del progreso humano y la armonía social, como la imagen

del individuo civil que es capaz de controlar sus pasiones.

Tales lecturas tuvieron un efecto orientador en las reflexiones de Vargas, alimentando

así la comprensión de la crisis que, según el escritor, se desencadenaba, afectando no sólo

en el hombre americano, sino también en el hombre contemporáneo occidental. Tal y como

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74

lo hicieron los intelectuales de su generación, el escritor santandereano escribe sus obras en

la tensión entre localismo y universalismo ya que, a la vez que se cuestiona por el modo de

ser latinoamericano, sus ensayos están escritos con la pretensión de definir las condiciones

universales para el hombre de la época.

El diagnóstico de crisis general de Vargas Osorio emerge en un ambiente intelectual

preocupado por la producción de una ―cultura propia‖40

, junto a ello, en el fondo de la vida

nacional de la década de los años 30 se está produciendo un sentimiento nacionalista que

tendrá su esplendor después de los años 40 en todos los países latinoamericanos. Vargas

Osorio se refiere a esta ―cultura propia‖ como una ―Cultura de barro‖, y planteando el

problema de la formación de una identidad latinoamericana que brota de diferentes raíces

escribe:

La cultura rudimentaria del indio, hacia la cual se vuelven algunos ojos, no puede ser la

nuestra, porque no la hemos creado nosotros y en verdad estamos tan distantes de ella como

lo estamos realmente de la cultura occidental. Esa es la tragedia espiritual del americano.

[…] el americano no cree. No puede creer en el sol, en esa conmovedora mitología de

museo del indio, ni puede creer tampoco de modo sincero, profundo, radical, en esa otra

mitología que constituyen los ―valores‖ de la cultura europea que aparenta aceptar pero que

desde lo íntimo de su ser repugna. (―Cultura de Barro‖: 1990a, 226)

Más allá de las críticas que hoy se le puedan hacer en cuanto a su comprensión de lo

indígena, lo que nos interesa hacer notar es que en la pregunta por lo americano ni lo

indígena ni lo europeo responden a esa especificidad americana. Con ello, la tragedia

americana se resume en que no puede creer en ninguna de las dos culturas ya que ―está

equidistante de las dos culturas entre las cuales le ha tocado nacer y existir‖ (226). Con esta

definición que realiza Vargas Osorio de ―lo americano‖, el formato universal en el que el

autor expone la crisis contemporánea exige desechar toda concepción que lo juzgue de

europeizante o dependiente.

40

Los ensayos de crítica sobre la literatura nacional, las descripciones del paisaje nacional, la definición de

una ―novela bárbara‖ como novela americana y su preocupación por la modelación de lo que él llamo una

―cultura de barro‖ (ensayo que hace parte del libro Huella), son ejemplos que comprueban tal orientación

hacia una cultura propia.

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75

Otro camino para explicar esta pretensión de universalidad es el que propone Gutiérrez

Girardot (1983) al evaluar en su contexto cultural e histórico el modernismo

latinoamericano de fin de siglo. El crítico colombiano explica, en un libro que lleva el título

de esta corriente, que el Modernismo instaló a la literatura latinoamericana en el panorama

universal de las letras, constituyendo el punto sobre el cual se apoyaron escritores europeos

para realizar su obra. Con esta apertura universal, que según el autor es surcada por el

proceso de homogeneización del capitalismo y la desmitificación del mundo debido al

avance de la secularización, las especificidades evidentes de las metrópolis

latinoamericanas, ―oscuramente originales‖, usando las palabras que cita de José Luis

Romero (citado en Gutiérrez Girardot, 22), contradijeron la idea de que estas metrópolis

eran mediocres imitaciones europeas. Aún más, Gutiérrez Girardot explica que con el

Modernismo se esbozó la existencia de un ―espíritu latinoamericano‖ que no sólo era

diferente al europeo sino que también lo igualaba en complejidad y contenido. Sobre esta

base se tuvo la pretensión, como en la Raza Cósmica de José Vasconcelos, de constituir la

síntesis novedosa y por tanto, superadora de la ―vieja‖ cultura europea.

En este sentido, el Modernismo forjó un puente que permitió pensar tanto lo universal

como lo propio, ya que no negó las raíces europeas, y con el indigenismo y la

―mestizofilia‖, como la llama Déves Valdés (109), tampoco negó las raíces indígenas.

Como hijos del modernismo, para la generación de intelectuales colombianos de la década

del 30, el vuelco que se realizó sobre la interpretación de la realidad y la cultura nacional,

no implicaba una escisión total con el desarrollo del pensamiento occidental. Incluso no es

absurdo decir que su nacionalismo partía de una concepción universal del desarrollo de la

vida humana, por lo tanto no resultaba contradictorio citar a René Maunier para llegar al

nativismo, tal y como lo hizo Arciniegas, o entablar una crítica a la filosofía del derecho

alemana para entender el origen de la norma allá y en Colombia como lo hizo Nieto Arteta,

o sobre la base de una disertación acerca de la crisis del humanismo renacentista y la

decadencia de los valores europeos, comprender la posición existencial en la que se

encuentra el colombiano del cuarenta, como lo hizo Vargas Osorio.

Por otra parte, pasando al plano de la vida social, una mirada sobre la prensa y las

revistas que circulaban en El Socorro de la primera mitad del siglo XX confirma que el

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76

histórico poblado santandereano, a pesar de estar atado desde muchos flancos al siglo XIX,

permanecía al tanto de las noticias y las ideas que circulaban en todo el continente

americano y del otro lado del Atlántico. De modo que es comprensible la naturalidad con la

que Vargas Osorio reconstruía la historia de la civilización europea, opinaba sobre André

Gide, Senancour, Leopardi y otros más, y sin ningún obstáculo explicaba la disputa entre

Nietzsche y Marx, disputa que, según el santandereano, había formulado la contradicción

que enfrentaban los seres humanos del siglo XX.

A partir de lo anterior, es plausible concluir que el escritor santandereano se sentía tan

igual al europeo como diferente de éste: tan igual como para evaluar su experiencia

histórica y su cultura, y tan diferente como para saber que el desarrollo futuro americano no

se dibuja en clave europea. ―Teoría y sentimiento de lo colombiano‖ es el ejemplo que

mejor ilustra esta posición desde la que pensaba el santandereano; allí, escribe que ―Hay un

gran engaño óptico al juzgar a Colombia desde sus más grandes ciudades‖, pues las

ciudades colombianas, según Vargas, ya están de algún modo ―fuera de lo nacional íntimo

y auténtico […] porque estas ciudades nuestras podrían ser trasladadas a cualquier parte sin

que fuertes rasgos distintivos las diferenciaran de las ciudades del mundo […]‖ (1990b,

185). En el corto pasaje es claro que tal ―complejo de inferioridad‖ con el que Gutiérrez

Girardot caracteriza a los intelectuales latinoamericanos cuando se relacionan con Europa41

no opera en Vargas Osorio, no sólo porque el escritor iguala las ciudades colombianas a las

del mundo, y conciba la idea de una particular ―alma nacional‖, también porque su

nacionalismo no ignora la filosofía, la historia y la experiencia europeas.

Los ensayos de Vargas pueden ser acusados de carecer de precisión histórica y no están

exentos de errores que para un conocedor de la filosofía moderna serían imperdonables; sin

embargo, estos detalles no son el centro de interés del presente trabajo ya que estas

imprecisiones y errores no le impidieron hacer una reflexión sobre lo que este escritor

latinoamericano concebía como la crisis de su época, y es precisamente este último punto el

que se quiere llegar a comprender. Con esta claridad, su lectura de la filosofía, la historia y

41

Ver por ejemplo: Gutiérrez Girardot, R. (1985) El problema de una periodización en la historia literaria

latinoamericana En Pizarro, A (coord.) La literatura latinoamericana como proceso. Buenos Aires: Centro

editor de América Latina.

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77

la literatura europea constituyen un interés en tanto que son herramientas de las que Vargas

Osorio se vale para pensar y evaluar el mundo que lo rodeaba.

4.2 Europa “vieja” y América superreal en formación

A finales del siglo XIX en el mundo occidental tuvo resonancia la idea de que Europa

era el continente viejo, con una cultura ―senil‖, ―anticuada‖, ―moribunda‖ y ―decadente‖

(Arthur Herman, 1998, 53). Por el contrario, América era el continente de la novedad y de

la juventud, que se encaminaba a su esplendor. Herman explica que la idea de decadencia

de la cultura europea en su sentido de ocaso y caída provenía de la idea del ―Progreso‖ y la

―Civilización‖, es decir, de la misma idea que antes le permitió concebirse como la cultura

superior y más ―avanzada‖ que otras culturas inferiores y ―atrasadas‖. Esto sucedió puesto

que la sociedad, al igual que todo organismo, después de llegar al equilibrio armónico de su

maduración, descendería a su decadencia, de modo que si en el siglo XIX se asistía al

último estadio del desarrollo social, el estadio científico, lo que vendría luego era la

declinación de la cultura.

En medio de tal pesimismo en gestación nació una corriente que desde las artes y las

letras se opuso a la idea del progreso y la civilización resumida en la triada verdad, belleza

y bondad. Con visos de romanticismo, elogiaron el pasado pre-moderno y volvieron sobre

la magia y el misticismo, acabaron con la racionalidad y la simetría para refugiarse en los

sentimientos, las pasiones y los instintos. La hermandad revolucionaria de los artistas

prerrafaelistas de mitad del siglo XIX expresó tal descontento en sus pinturas retratando los

excesos de amor de William Shakespeare o la ―primitiva fe‖ de escenas religiosas que

obviaron las convenciones para retratar a los personajes bíblicos con un sentido más

humano42

.

No pasó mucho tiempo para que los conocidos ―poetas malditos‖ también expresaran su

descontento frente a la idea de la civilización desde la poesía, género que aún guardaba el

aura de solemnidad destinado a los espíritus más elevados. Estos poetas franceses

injuriaron la belleza, elogiaron la carroña y la podredumbre de París, la perversión humana

42

Acerca de este tema: Gombrich, E. (2008) ―Revolución permanente: el siglo XX‖. En La historia del arte

(págs. 499-533) Nueva York: Phaidon.

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78

y la maldad, se opusieron a toda institución y convencionalismo, y con ello desafiaron la

Academia de las Letras Francesas. A partir de este movimiento, la idea de la decadencia

configuró un movimiento artístico que se llamó el decadentismo, y siguiendo lo dicho por

Laura Uscátegui (2012), con el ocaso elevado a arte le atribuyeron a la décadence un (175).

De esta forma, el juicio negativo que asediaba la noción de decadencia y que provenía del

Progreso quedó anulado, el ser humano ya no caminaba en dirección a su perfección y esto

no paralizó la creación artística.

La constitución de la noción de decadencia como un estilo artístico, según lo dicho por

Uzcátegui, envolvió una nueva noción de arte que lo separó de la idea de la civilización con

el lema del l’art pour l’art. Tal lema escindió el arte de la belleza y la armonía de la

naturaleza y el orden natural, situándose en contra de la literatura como mimesis de lo real

vigente en los naturalistas y realistas; además, rompió el esquema de una literatura escrita

para el lector. En este sentido es ilustrativa la posición de Charles Baudelaire (escritor

inspirador del decadentismo) cuando rechaza la literatura de folletín escrita para divertir al

lector, ya que para él el escritor escribe con la inspiración de sí mismo y por esto escribe

con la agonía y el hastío que le produce la sociedad. Con ello, el lector más que adorarlo,

debe experimentar la misma sensación de asco del poeta.

Lo que sigue después del decadentismo en el siglo XX exige entender las rupturas de los

decadentistas. Tal y como lo explica Arthur Herman, tanto el superhombre de Nietzsche,

las novela moderna europea, como el psicoanálisis de Freud, tienen su raíz en la idea de la

decadencia del siglo XIX43

. El estallido de la Primera Guerra Mundial que en pocos años

concluiría en regímenes totalitarios que abrirían paso a una Segunda Guerra, tampoco son

hechos ajenos a este pesimismo europeo de fin de siglo. Por otra parte, las letras americanas

no obviaron la decadencia, el dandismo aristocrático de De sobremesa de José Asunción

43

Herman, incluso, llega a trazar la relación entre la crisis decadentista del XIX y el completo desencanto de

los años 80 que dio nacimiento a las corrientes postmodernas y posestructuralistas actuales. Para el presente,

trabajo el amplio rango histórico de Herman resulta ser bastante interesante, ya que los especialistas en la obra

Vargas Osorio han relacionado el sentimiento de angustia y crisis con las ―deconstrucciones‖ y la crisis de la

modernidad de la segunda mitad del siglo XX. De lo anterior no se concluye que Vargas Osorio sea un

posestructuralista (Torres Duque, 73). Como se ha querido mostrar, sus características como escritor y

pensador tiene lugar en los problemas del pensamiento latinoamericano de la primera mitad del siglo XX. Sin

embargo, lo que tal relación advierte es la importancia de estos primeros años del siglo XX para la

comprensión de la crisis y el nuevo desencanto frente a la modernidad que nacería a finales del siglo pasado,

y que aún hoy, mantiene su vigencia.

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79

Silva en Bogotá o su mismo poema de El mal de siglo son una muestra de este paralelo que

se vivía en los dos continentes. Ya entrado el siglo XX en la obra de Tomás Vargas Osorio

sea hace evidente su simpatía con el Decadentismo europeo. Las numerosas citas de autores

de esta corriente son índice de ello, y aún más, en sus reflexiones se percibe el influjo de

esta corriente que alimenta su concepción del ser humano ―a espaldas de la ciencia‖ y su

comprensión de la crisis. En La familia de la angustia Vargas se refiere al estado que se

vive en su época de esta forma:

La anarquía espiritual, mental y ética en que se encuentra actualmente el hombre -y que

tiene en la historia contemporánea su más sensible y exacto reflejo- proviene precisamente

de su divorcio de los valores del humanismo. No encontrando en ellos respuesta a sus

preguntas, no hallando en él la verdad, su propia verdad, se ha replegado sobre lo que siente

que hay más verdadero en sí mismo, es decir, sobre sus instintos y pasiones primarias. La

razón, la fidelidad, el amor, la voluntad, la tolerancia -dice Ramón Fernández- no tiene ya

fuerzas coercitivas sobre el hombre. (1990a, 258)

Vargas compartía con los decadentistas la negación del molde racional bajo el que se

había explicado al ser humano y sobre esta base plantea una cultura contemporánea en

crisis, ya que el individuo ha perdido el soporte sobre el cual sostenerse, y -usando una de

sus metáforas- ha quedado cara a cara frente al abismo. El pasado y la tradición son figuras

angustiosas, pues estos son la fotografía de los restos de ideas abstractas y de sistemas

explicativos rígidos y vacíos de realidad. De esta forma, ni la fe católica, ni la razón, ni la

ciencia responden las preguntas del sentido de la existencia y la vida humana, es por esto

que el ser humano se ha replegado sobre sus instintos y pasiones, volviendo sobre lo

primitivo que persiste en el hombre contemporáneo y que contradice la idea de la

civilización.

La angustia del hombre contemporáneo, y la de Vargas mismo como voz de este, tiene

su raíz en el esfuerzo por virar la orientación del pensamiento en dirección a ―nuevos

horizontes humanos‖ que le permitan al ser humano afirmar su propia existencia porque, en

palabras de Vargas, ―El hombre contemporáneo no cree ya en la filosofía ni en la ciencia y

de continuo se pregunta, al ver que no puede evadirse al círculo de angustia dentro del cual

se agita desesperado, para qué sirven la ciencia y la filosofía‖ (La familia: 1990a, 254). La

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necesidad de volver sobre lo humano más allá de la ciencia y la razón es una tarea

inaplazable para el individuo del siglo XX. Este hombre contemporáneo de Vargas Osorio,

no tiene de dónde aferrarse para explicar el sentido de su existencia porque se encuentra en

pleno desconocimiento de lo que él mismo es.

La creación poética en la lógica de Vargas parte de esta necesidad del hombre

contemporáneo de afirmar su existencia, y para esto investiga en el misterio del sí mismo,

en lo que es parte de la incertidumbre y lo desconocido. En este camino Vargas explica que

el poeta moderno cae en la angustia porque lo que existe, lo dado y lo conocido no basta,

―los valores no son suficientes y a veces ni la vida misma […]‖ (―Iniciación a la poesía de

León de Greiff‖: 1990a, 196). Pero el poeta no utiliza la ―razón‖, ni la ―lógica‖, ni la

creencia religiosa, se sitúa en contra de la ciencia y de la técnica y por esto se despoja de la

artificialidad de la retórica, rompiendo con ello el lazo que lo une a la tradición de la

poesía. De esta forma, el poeta queda al borde del abismo de lo que no se conoce. Entonces

el poeta debe dudar y, como los profetas y sacerdotes, se enfrenta a lo desconocido

ejerciendo un ―oficio divino‖. Esto hace del poeta moderno un ―hombre de las cavernas, un

anticivilizado en la manera de percibir el mundo y comprenderlo‖ tal y como lo dice

Vargas Osorio en ―Naturaleza y dirección de la poesía «moderna»‖ (1990a, 183).

La locución ―pienso, luego existo‖ con la que Descartes afirmó la existencia individual

en el siglo XVII, para el poeta moderno es entonces un enunciado vacío y errado que no le

dice nada de sí mismo. Una aserción más cercana a Vargas diría: ―sufro, siento, vivo, luego

existo‖. Situándose en contraste con el padre del racionalismo y sujetándose a la familia de

la angustia, Vargas escribió

Karamasov no dice como Descartes: ―pienso, luego existo‖. No. ¡Y qué iba a decirlo! La

idea, la razón, la lógica, no son la vida. Karamazov no llegó a la conciencia plena y

maravillosa de su existir por el puente falso de la lógica, ni del conocimiento científico, ni

de las matemáticas, sino por los mismos caminos misteriosos de la vida, llenos de meandros

sombríos, de acantilados, de contradicciones abismales. ―pienso, luego existo‖ es un

silogismo estúpido. (…) ¡Existo! Y nada más. (1990a, 269).

Sin la filosofía, sin la ciencia y sin la religión, Vargas busca en la sacralización del

oficio del poeta una base en que sustentar la existencia: ―[…] la poesía es pues

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primordialmente, un oficio divino‖ (1990, 184). Este lugar sagrado que ocupa la literatura

para Vargas nos devuelve a la idea del l’art pour l’art del Decadentismo, puesto que con

este lema el eje de la inspiración pasó al escritor mismo en su experiencia vital

despojándose de los convencionalismos de la moral y el deber ser. De esta forma, el

Decadentismo alimentó la idea de la creación como inspiración del ―alma humana‖ y, en

este sentido, fue la literatura y no la religión ese refugio que permitió forjar el sentido de la

existencia humana. Respecto a este aspecto, Gutiérrez Girardot (1997) anota que los poetas

piedracielistas –y aquí, Vargas es indesligable del grupo de 1939- marcan un antes y un

después en la historia de la poesía colombiana, ya que al enfrentarse y retar la poesía

solemne y retórica de Guillermo Valencia construyeron el camino que haría posible una

poesía por la poesía, o un arte por el arte.

Hay que decir además, que lo particularmente latinoamericano del influjo decadentista

en la poesía de Vargas Osorio y en el Piedracielismo colombiano se comprende en la

afinidad que se construyó en el santandereano entre la idea de la inspiración vital del

escritor y la orientación hacía la búsqueda del modo de ser latinoamericano que motivó la

recuperación de la tradición de poesía nacional y de la española que llevaron a cabo los

piedracielistas. De esta forma, escribir con la inspiración del ―alma humana‖ significó para

Vargas Osorio expresar el alma nacional en el conflicto del hombre latinoamericano

consigo mismo y con el paisaje, de ahí que una de sus preocupaciones puntuales fuera la

definición de la geografía literaria santandereana, en donde se comprende el paisaje a la vez

que el ser santandereano, tal y como lo explica Torres Duque (2010).

En esta lógica, el decadentismo surtió un efecto orientador que se amplió hacía la

dirección de lo nacional en Vargas Osorio sin que la literatura perdiera su lugar sacralizado.

Con ello el novelista colombiano busca en el conflicto del hombre con el paisaje y del

hombre con el hombre, el modo de ser colombiano o argentino, ya que la razón, la

medicina, la química y la física no le han bastado para conocer eso particular de sí mismo

que construye la diferencia cultural entre el latinoamericano y el europeo, pero también

entre el colombiano y el peruano. En la obra de Vargas la búsqueda del modo de ser

latinoamericano (un elemento recurrente en la tradición literaria colombiana y

latinoamericana) está enlazada con el desprecio decadentista por la ciencia y la razón, que

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forjó un camino para pensar la realidad latinoamericana con tintes de novedad y dio

apertura a la nueva verosimilitud del ―superrealismo‖. Y así la poesía y la literatura ―de

espaldas a la ciencia‖ son un camino que para Vargas devuelve al ser humano el sentido de

su existencia, no sólo para el latinoamericano sino también para Unamuno, Gide, Valéry,

Mallarmé y los otros escritores contemporáneos que compartieron con Vargas el

sentimiento de la angustia.

En la vida de Vargas Osorio confluyó el declive de la creencia religiosa que se vivió en

el modo de vida del socorrano, el fracaso de la idea del ―progreso‖ y la ―civilización‖ que

motivó la esperanza de una nueva cultura americana en formación, y por último la

orientación del decadentismo a explorar lo ―entrañablemente humano‖ en lo que se

comprendió lo irracional, lo primitivo, los sentimientos y las pasiones. En este cruce de

caminos el escritor santandereano observa desde El Socorro una Europa en guerra que

viene de un profundo pesimismo frente al futuro, en contraste con una América en la que

avanzaba la industrialización, el crecimiento de las ciudades y de la población, y que viene

de la convicción de ser una cultura en formación, por lo tanto es optimista frente al futuro.

Con estos aspectos en juego el decadentismo europeo se reconfigura bajo la mirada del

escritor santandereano, quien lee la historia y la experiencia europea en clave de una

preocupación por el futuro nacional.

4.3 Un problema nacional: ¿“civilización mecánica” o desarrollo espiritual?

Mientras las noticias de guerra que llegaban a los periódicos socorranos desde el otro

lado del Atlántico expresaban el derrumbe del Progreso de Europa, en Colombia se vivía un

periodo más pacífico que confluyó con el avance de un proceso de transformación tanto en

las condiciones materiales de vida como en las relaciones sociales. El Socorro de la década

del 10 que Vargas conoció en sus primeros años de vida era casi irreconocible treinta años

después, cuando los carros, los buses públicos y las avionetas habían reemplazado los

caballos y las mulas de carga. Para la época en la que Vargas dirigió El Liberal¸ en 1933, el

declive de la hacienda y del heroico liberalismo santandereano ya se hacía notar, de manera

que los apellidos hispanos que revestían de honor a las familias quedaban reducidos a mitos

del pasado.

Page 83: La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos ...

83

Vargas reflexionó sobre la experiencia de estas trasformaciones y advirtió la rapidez que

regía la sociedad moderna en una nota sobre los periodistas, se sintió más conmovido por

observar el paisaje desde un tren que en los versos de Virgilio44

, y en las ―Notas sobre el

Obermann‖ afirmó la imposibilidad de comprender la naturaleza con tal romanticismo

como lo hacía Senancour. Sobre el periodista dijo que estaba más expuesto a la crisis

contemporánea, y de los viajes en tren y el paisaje expresó la nostalgia de no poder

sorprenderse ante nada y encontrar entre la naturaleza y el hombre el obstáculo del ―invento

mecánico‖ (1990b, 178). En estos comentarios acerca de la vida contemporánea Vargas

Osorio se mueve entre el pesimismo y el optimismo frente a la transformación. Esta doble

cara que expresa la lectura del autor santandereano pone sobre la mesa la dificultad y la

duda que emergen al evaluar el ―progreso‖ o desarrollo de la modernización en la sociedad

colombiana.

―¡Si tuviera un sistema cerrado como Kant!‖ (1990a, 163), si el desarrollo material

asegurara la felicidad y el desarrollo del espíritu a través de las artes, si la química hubiera

encontrado el elixir de la vida, o si por lo menos pudiera creer sin dificultades en la

salvación cristiana, el hombre contemporáneo no se ahogaría en la duda y en la angustia de

no creer en nada. Entre las notas recopiladas en Obras tomo II en la sección de ―Bitácora‖

se lee:

Lo mejor es quedarse en casa. Ver amanecer todos los días desde la misma ventana.

Destruir los ferrocarriles, los barcos y aviones. Así el mundo volvería a recobrar su antiguo

prestigio de cosa lejana y desconocida, y el hombre podría tener nuevamente el anhelo de

los ferrocarriles, de los barcos y de los aviones, para ir a descubrirlos. (1990b, 142)

Con este mismo tono, en La familia afirma:

Quiérase o no, el hombre necesita descansar sobre ciertos dogmas. Su felicidad depende de

la fuerza con que se aferre a una creencia cualquiera. Bien que crea en la belleza y en la

divinidad del mundo ―en sí‖ como pagano, o que crea en la inmortalidad del alma como

cristiano, el hombre es feliz -o ha sido feliz- mientras tuvo estas creencias. Pero la razón lo

divorció de ellas. Al dogma pagano de la belleza del mundo, de su unidad y simplicidad, la

44

Vargas Osorio escribe en una nota sobre un texto de Julio Camba que reflexiona sobre el turismo

contemporáneo: ―Jamás he podido leer una estrofa de Virgilio hasta el fin, y en cambio me siento

perfectamente instalado en un tren, a ochenta kilómetros por hora‖ (1990b, 141)

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84

razón opuso la concepción científica del universo; al dogma cristiano de la inmortalidad del

alma, la razón opuso la tesis (ya profundamente revaluada -¡hasta eso!- por la química y la

biología modernas), de la inmortalidad de la materia. No puede el hombre reposar dichosa y

confinadamente sobre tales postulados. (1990a, 257-58)

Pero no es así, el hombre contemporáneo no encontrará en la tradición o en el pasado el

alivio porque la historia para Vargas no se repite, se ―actualiza‖, y al hacerlo renueva

―antiguas experiencias‖ que han trazado la historia de la humanidad45

. Estas experiencias

son para el autor santandereano las que se derivan de la oposición ―Naturaleza‖ y ―Espíritu‖

que se origina en el tránsito histórico de la Edad Media al Renacimiento, periodo en el que

se opusieron las dos grandes tradiciones de occidente, Cristianismo y Paganismo: de una

negación espiritualista del mundo se pasa a una afirmación de este y de una negación del

cuerpo humano se pasa a una afirmación de este.

Siguiendo la reconstrucción histórica realizada por Vargas, después del Renacimiento la

lucha entre cuerpo y espíritu como dos sistemas de valores contrapuestos deja como residuo

la dualidad del ser humano entre la naturaleza y el espíritu de la cual es hijo el pensamiento

moderno y con esto el ―drama que encontramos en el fondo de nuestra cultura‖ (1990a,

250). Tal dualidad cuerpo y espíritu configura las ―dos familias‖ de ideas en conflicto: ―De

un lado, los hijos de la naturaleza con su ciencia, su humanismo, su arte plástico, sus

valores ―divinos‖; del otro, lo hijos del espíritu con su intuición, con su humanidad, su

sabiduría y sus valores místicos‖ (Vargas Osorio, 1990, 252).

La ―familia de los hijos de la naturaleza‖ con su orientación a la ciencia, el progreso y la

armonía o el orden, deja de lado los sentimientos más profundos, ese misterio de lo humano

que lo hace irracional, y aquello ―entrañablemente humano‖ que Dostoievski expresó sin

recurrir a los esquemas racionales y lógicos. Tal familia fue la guía durante el siglo XIX, y

45

En el capítulo anterior se explicó la noción de tiempo histórico que se desarrolla en Vargas, para quien el

ser humano está constantemente al borde de la novedad que construye la idea de futuro. En una artículo de

crítica sobre la literatura de Miguel de Unamuno (―Unamuno‖, en Huella), Vargas sintetiza esta idea del

tiempo como ―actualización‖, la cita dice:

―La eternidad es una circulación del espíritu a través de todos los hemisferios del tiempo, es una calidad

transferible. De ello proviene aquel concepto popularísimo de que la historia se repite; pero no es que se repita

propiamente, sino que la historia posee la virtud de actualizar antiguas experiencias: lo mismo la historia

social y política que la historia literaria y estética.‖ (1990a, 188)

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85

a esta respondieron los intelectuales que conforman la ―familia de la angustia‖, que en

palabras de Vargas conforman una ―[…] familia de atormentados y antirracionalistas, de

antilógicos. La vida, el hombre, es el binomio filosófico de este grupo de locos y profetas,

que alcanzaron el más alto grado de la sabiduría a espaldas de la ciencia (1990a, 207).

La tensión entre estas familias de ideas madura en el desarrollo del siglo XX hasta

desembocar en la crisis contemporánea, donde el hombre ya no se puede concebir, o no

puede ―creer‖, en los términos de Vargas, en su unidad. Con el conflicto de familias, el

autor santandereano toma distancia respecto a estas dos experiencias y duda de ellas como

posibilidades de superar la crisis, y en esta lógica se pregunta por cuál camino seguir, si el

del espíritu o el de la naturaleza:

Ha llegado para el hombre contemporáneo el momento de la opción entre una y otra de

estas dos grandes familias de la cultura. Conviene, pues, tomar posiciones previas.

¿Retornará el hombre moderno al humanismo, al racionalismo filosófico y político,

descansará al fin sobre una concepción científica del mundo y de sí mismo, o bien, escogerá

la ruta de los valores contrarios? (1990a, 253)

Luego de esta pregunta, afirma que existe una incapacidad en el hombre para elegir entre

estas dos opciones, por tanto debe ser la cultura quien elija el camino por él y guiarlo en

una decisión: ―El sentido trágico de la vida actual reside en la incapacidad del hombre para

decidirse en uno y otro sentido. La misión de la cultura debe ser por ello, la de obligarlo a

una decisión radical, ya sea en la dirección de la naturaleza o en la del espíritu‖ (1990a,

253).

De esta forma, con La familia, su último ensayo publicado como libro, Vargas Osorio

vuelve sobre el problema que había tratado antes en sus notas periodísticas y que se centra

en la dificultad de evaluar el progreso material y la modernización sintiéndose tan parte de

los ferrocarriles, los teléfonos, los relojes y los carros. Ahora bien, al adjudicarle tal

―misión‖ a la cultura queda en el eco la idea del fracaso de la cultura europea en

contraposición a la joven cultura en formación.

Si las lecturas decadentistas entrelazadas con la búsqueda del modo de ser

latinoamericana encarnado en el ―alma humana‖ alimentaron en Vargas el replanteamiento

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86

de lo que es el ser humano en términos de civilización y barbarie, esta misma idea de la

decadencia y el agotamiento de la cultura europea, leída desde la década del 30, coincidió

con la innegable imagen de fracaso espiritual de una Europa transformada por el desarrollo

material y el avance de la ciencia, pero sumida en guerras. Europa no sólo había salido de

una guerra y pasaba a la segunda, sino que además las masas de trabajadores y obreros que

aparecieron en las ciudades luego del acelerado desarrollo industrial, científico y técnico

del siglo XIX europeo, habían desembocado en la implantación de regímenes autoritarios

que en toda Europa dominaban con ―el látigo, el sable y el terrón de azúcar‖, como escribió

Vargas usando las palabras de Max Scheler en las últimas páginas de La familia (1990a,

278).

Lo que el autor santandereano veía desde su ángulo era el fracaso de la experiencia

europea que no logró mantener la libertad y el amor al individuo, propios del modelo ideal

del humanismo renacentista, con la arremetida de las masas del siglo XX que ya sentían la

angustia de la decadencia. Con esta lectura, Vargas identificó la decadencia y el

agotamiento de la cultura europea, haciendo una relectura del decadentismo a la luz de una

realidad histórica que había cambiado, y no sólo eso, a la luz de una ―cultura de barro‖

americana que estaba en proceso de formación y que debía mirar a su antigua madre ya no

para imitarla como fue el caso del positivismo, sino para aprender de su experiencia. Con

esta forma de ver, América ya no corría a destiempo sino paralela a Europa, y, como lo

explica Hugo Achugar (1994) en el periodo de entreguerras el intercambio cultural entre las

dos orillas del Atlántico pareció un intercambio de iguales:

Lo que parece ser común a todo el periodo de entreguerras es la consolidación de una nueva

conciencia mundial. Es decir, el surgimiento de la conciencia de que la realidad económica,

política, artística e ideológica se ha vuelto un fenómeno de carácter mundial, donde los

diferentes países y pueblos tienen tareas asignadas de modo preciso. La misma

modernización y revolución tecnológica, tanto de los medios de producción como de los

medios de comunicación masiva como de transporte, empiezan a hacer realidad cotidiana la

experiencia de la simultaneidad, la interdependencia y la cercanía espacial del mundo. Una

catástrofe económica fuera de América Latina tiene consecuencias inmediatas o casi en la

región, un pronunciamiento político en Europa inspira o repercute en el discurso político

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87

local, un manifiesto artístico es rápidamente respondido o asimilado por nuestros artistas.

(640)

En la prensa Vargas leía cómo las masas de obreros europeos constituyeron los

conflictos sociales del siglo XX, a los que se unieron los intelectuales, pero en su vida

cotidiana fue participante de tal crecimiento demográfico y excitación política tanto en las

calles de El Socorro, como en las de Bogotá y Bucaramanga. El crecimiento de las ciudades

colombianas fue una transformación que atravesó la vida de Vargas. La Bogotá de la

década de 1910 que mantenía toda una estructura colonial, y seguramente, la ―vida de

convento, de chismes y de distancia del mundo‖ con la que José Asunción Silva describe la

Bogotá de finales de siglo en una carta a Sanín Cano (citado por Carranza, 1995), a finales

de los años 20, con la intensificación de la migración y la modernización cambió

notablemente. De 100 mil habitantes, que se calcula aproximadamente vivían en Bogotá en

1910, al inicio de los veinte había aumentado a 120 mil mientras que para finalizar esta

década ya eran más de 240 (Arias, 12). De esta forma, el crecimiento demográfico empezó

a adquirir una dimensión exponencial y Vargas asistió como un participante más a tal

escenario.

Tales cambios llevaron a que la sociabilidad intelectual que Vargas conoció en Bogotá y

Bucaramanga se concentrará en el espacio público de los cafés, con lo cual dejó de ser un

espacio de un pequeño grupo de elite. Ricardo Arias explica que en los años veinte, el

espacio de la sociabilidad intelectual paso de las salas y comedores de las grandes casonas

del centro de Bogotá, que caracterizó las relaciones de los intelectuales y poetas de fin de

siglo como José Asunción Silva y a la generación de los Centenaristas, al espacio público

de las librerías y cafés de la calle 12. Nuevos intelectuales de la provincia llegaron a Bogotá

para ingresar a la Universidad Nacional o encontrar un lugar en la prensa, según Arias esto

dio un carácter más móvil al espacio social de los intelectuales, de manera que las

discusiones políticas, artísticas e intelectuales que se daban en la prensa inauguraron

nuevos apellidos y nombres desconocidos antes. Por su parte, el espacio del café propició el

encuentro de contertulios de diferente ―talla‖ en el campo intelectual, como también de

diferente origen social, lo que permitió el nacimiento de un nuevo tipo de intelectual en los

términos de Hilda Pachón (1993).

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Además de estudiantes y hombres de letras, masas de trabajadores se movieron hacia las

ciudades ocupando los puestos de trabajo de las nuevas empresas e industrias. Con una

capa de trabajadores y obreros que crecía cada vez más en los centros urbanos la agitación

política se agudizó, lo que hizo que las calles de las ciudades además de ser escenarios de

procesiones religiosas, celebraciones patrias y encuentros intelectuales fueran el espacio

favorable para manifestaciones políticas y marchas sociales. A su vez, las políticas

liberales que iniciaron la década del 30 dieron legitimidad a la organización de centros

obreros, y poco a poco su autonomía respecto a los partidos políticos tradicionales fue

ineludible.

Con esta realidad ante sus ojos, un intelectual liberal que conocía perfectamente la

experiencia europea como lo fue Vargas, advirtió el peligro que la ―masa‖ representaba

para la construcción de la democracia y del ―hombre libre‖, pues la ―masa‖ también estaba

presa de la crisis, y en palabras de Vargas, presa del ―[…] universal resentimiento contra

las instituciones de la civilización y la cultura que no pudieron proporcionarle al hombre la

radical solución de sus conflictos espirituales y vitales. Las masas vengativas –esclavas

pero poderosas- se revuelven vengativas contra todo aquello que un día cifró el ideal y la

esperanza del espíritu‖ (La familia: 1990a, 278).

Sin embargo, América no es Europa, ni está en camino de serlo ¿Seguir el camino del

desarrollo material o buscar el desarrollo del espíritu? ¿Seguir el camino del utilitarismo o

encontrar uno nuevo en la particularidad del ―alma nacional‖ que sea correspondiente con

la realidad superreal americana? En esta lógica, la experiencia y la idea de una Europa en

decadencia leída desde Vargas Osorio orienta como guardagujas la definición de sus

problemas que son los problemas sociales que se empiezan a presentir en América Latina.

Weber ya había hecho explícita esta relación entre las ideas y la llamada realidad diciendo

que ―Son los intereses, materiales e ideales, no las ideas quienes dominan inmediatamente

la acción de los hombres. Pero las imágenes del mundo creadas por las ideas, han

determinado, con gran frecuencia, como guardagujas, los raíles en los que la acción se ve

empujada por la dinámica de los intereses‖ (1998, 204).

Vargas sabía que América no está obligada por ley histórica a repetir el esquema

europeo, pero sí advierte que hay procesos paralelos en los dos lados del Atlántico, y en ese

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sentido para esa ―América en formación‖ que imagina Vargas, el periodo que se vive es

crucial para definir el camino hacía su propia utopía, que es el camino hacia la democracia

y la revitalización del individuo ―como señor del mundo armoniosos regido por la verdad y

la justicia‖ como conclusión de la angustia (La familia: 1990a, 278). Para finalizar, es

interesante anotar que 10 años más tarde, ya muerto Vargas y con numerosas dictaduras

gobernando en los países latinoamericanos, Germán Arciniegas, quien como Vargas creció

en el furor de la identidad que trazó la preocupación por un proyecto social y cultural

nacional, pero también en el ―cambio de paradigma‖ que según Devés Valdés (2000) volvió

la orientación hacia la independencia económica y una modernización propiamente

latinoamericana, advirtió en Entre la libertad y el miedo la necesidad que tiene el individuo

de actuar sobre su realidad, a pesar del miedo a la muerte, todo con miras a reconstruir,

guiando intelectualmente a la masa, lo que para él era el edificio derrumbado de la libertad

y la democracia.

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5. CONSIDERACIONES FINALES

El desarrollo del texto estuvo trazado por el objetivo de plantear la emergencia del

pensamiento sin separar la forma de pensar de la forma de vivir, ya que esos mundos que

parecen estar separados como dos ―funciones‖ diferentes que ejecuta el ser humano, en el

plano de la vida están entrelazados determinándose el uno al otro. El esfuerzo por

entrelazar unas corrientes de pensamiento que estaban en juego con ciertos elementos

emergentes en la realidad social, ha sido también un esfuerzo por entender al autor

santandereano en sus propios términos, y poder seguir su lectura del decadentismo europeo

o del Modernismo latinoamericano a partir de su visión de mundo. El resultado de ello fue

entender estas corrientes como elementos orientadores de las cavilaciones de Vargas y no

como ―influencias‖, para así poder resaltar la particularidad de este autor.

Con la comprensión de la crisis de Vargas se comprobó que su visión del mundo se forjó

en la afinidad que enlazó unas imágenes del mundo creadas por las ideas, con un proceso

de transformaciones que se venían gestando en la sociedad colombiana. Con ello, la

emergencia de su diagnóstico de crisis, se produce en el cruce de caminos entre la

modernización de las ciudades colombianas el crecimiento de la población, pero también en

desarrollo de la duda frente a la autoridad de la creencia religiosa que coincidió con la idea

optimista de una cultura americana en formación, que a la vez observaba una Europa de

entreguerras afirmando su decadencia con gobiernos totalitarios soportados por una enorme

masa.

Este encuentro de diferentes elementos en juego dio emergencia a una lectura de la crisis

que mezclaba una tensión cristiana por la pérdida de trascendencia humana con una

preocupación por el futuro político y social de la sociedad. En síntesis, la crisis de Vargas

fue la situación de una sociedad y unos individuos que se proyectaban al futuro sin el

soporte de una sólida utopía, pues sus creencias y sus mundos ideales heredados por la

tradición eran cuestionados. La utopía religiosa de la ―salvación‖ perdió su sentido para

unos sujetos regidos por el tiempo y el límite que este impone con la muerte, pero también

lo había perdido la utopía del progreso que veía sus últimos frutos en las efectivas

máquinas de muerte de las guerras del siglo XX. Santander, y en general la sociedad

colombiana, estaba por experimentar los cambios del progreso técnico y la modernización

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91

en el transcurso de vida de Vargas Osorio, de manera que con la imagen de la experiencia

europea tal utopía fue cuestionada en la obra del autor santandereano.

Con todo, la cultura americana seguía mirando optimista al futuro. Su idea de ser una

cultura en formación que mostraría su modo de ser a través del arte y la literatura fue un

camino que para Vargas logró ir al fondo del problema: el conocimiento del ser humano.

Sus esfuerzos en el plano literario de la crítica y la ficción estuvieron marcados por la

búsqueda de entender los sentimientos y la irracionalidad del ser humano ubicado en el

paisaje colombiano del Magdalena, de las ciudades o de los pueblos santandereanos. Con

esto, su apuesta literaria se definió a partir de un deseo de renovación del realismo que

tomó la forma de superrealismo, pues se concibió la realidad desde el interior caótico del

ser humano alejándose de los moldes tradicionales, pero con el cuidado de no hacer un

relato de fantasía.

La particularidad de su lectura Decadentista se sugiere en la persistencia de su

cristianismo santandereano. Y es probable que esta característica pueda hacer comprensible

la forma en la que concibieron el mundo buena parte de los intelectuales de este periodo. La

ciencia y el progreso técnico que ella había traído para Europa, estaba por ver su desarrollo

en América Latina. Por el contrario la religión católica era una referencia existencial para

los latinoamericanos de manera que la crisis religiosa fue sentida hondamente por estos.

Nicolás Gómez Dávila, un intelectual contemporáneo a Vargas, y que como Vargas fue un

ávido lector de Nietzsche, escribió años después: ―Grave socialmente es la desaparición de

convicciones religiosas porque la pérdida del sentido de la transcendencia desequilibra y

perturba todos los actos humanos‖ (citado por Mejía Mosquera, 2000, 102). En esta línea,

un camino que queda abierto con este trabajo es el análisis del cristianismo que en el grupo

de escritores e intelectuales latinoamericanos de este periodo jugó un papel importante en

su manera de comprender el mundo.

Este trabajo se limitó a reconstruir la trama de relaciones que dieron emergencia a la forma

en la que Vargas Osorio comprendió el mundo que lo rodeó. Teniendo en cuenta que

pensamiento y realidad material están entrelazados, el siguiente paso que se podría seguir a

partir del presente trabajo es plantear cómo esta visión del mundo vuelve sobre las acciones

de los sujetos planteando cursos de acción y transformación. Un camino posible estaría en

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92

el análisis de las políticas culturales de la Republica Liberal a la luz la visión del mundo que

se describió aquí, buscando plantear la forma en que las ideas se tradujeron en proyectos de

acción estatales que involucraron a los intelectuales.

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El Renacimiento (1935) Socorro, Santander

Revista el Universitario (1932-1934) Socorro, Santander

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Fondo Germán Arciniegas, Biblioteca Nacional:

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Entrevista

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Rodríguez, Entrevistadora)

Socorro Dueñas, L. (22 de junio del 2014). Entrevista. No. 2 (L. Peña Rodríguez,

Entrevistadora)