La Crisis Que Viene-TdS

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Un análisis económico, social y político sobre el declive del neoliberalismo, firmado por el Observatorio Metropolitano.

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    formacin de las metrpolis contemporneas. Se trata de una labor des-

    graciadamente abandonada por la mayor parte del trabajo acadmico e

    institucional pero que resulta extremadamente urgente para emprender

    cualquier accin poltica democrtica digna de tal nombre. Entre sus

    principales publicaciones se deben mencionar: Madrid la suma de to-dos? Globalizacin, territorio, desigualdad (Trafi cantes de Sueos, 2007) y Fin de ciclo. Financiarizacin, territorio y sociedad de propietarios en la onda larga del capitalismo hispano (Trafi cantes de Sueos, 2010).

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    2011, Observatorio Metropolitano. 2011, de la edicin, Trafi cantes de Sueos.

    Primera edicin: 2000 ejemplares. Marzo de 2011Ttulo:La crisis que viene. Algunas notas para afrontar esta dcadaAutor:Observatorio MetropolitanoMaquetacin y diseo de cubierta: Trafi cantes de Sueos.taller@trafi cantes.netEdicin:Trafi cantes de SueosC/ Embajadores 35, local 628012 Madrid. Tlf: 915320928e-mail:editorial@trafi cantes.netProduccin grfi ca: Grfi cas Lizarra948 556410ISBN: 978-84-96453-58-6Depsito legal:

  • La crisis que viene Algunas notas para afrontar esta dcada

    Observatorio Metropolitano

    lemurLecturas de Mxima Urgencia

  • ndice

    Introduccin ____________________________________________

    I. Cinco formas de no entender nada... o de justifi car a aquellos

    que ms provecho obtienen de la crisis ____________________

    Primera: La economa obedece a leyes propias.

    Las polticas econmicas deben ser diseadas

    segn estas reglas __________________________________

    Segunda: Si los empresarios no obtienen sufi cientes

    benefi cios no se genera empleo. Lo prioritario es generar

    un escenario propicio para que haya inversin y,

    por lo tanto, empleo __________________________________

    Tercera: El empleo es demasiado caro. Hemos vivido

    por encima de nuestras posibilidades: ahora hay que

    ajustarse el cinturn para que la economa se recupere_____

    Cuarta: El gasto social supone una carga creciente

    que la economa ya no puede soportar. O tambin:

    hay que transmitir confi anza a los mercados y

    reducir lo antes posible el dfi cit pblico ________________

    Quinta. La crisis acabar. Volveremos a crecer __________

    II. Cuando se dice crisis se debera decir... ____________________

    El fi n del espejismo de la clase media ____________________

    Los derechos sociales en situacin terminal ____________

    La ecologa de la crisis: la destruccin del medio ambiente _

  • III. La crisis que viene ____________________________________

    La guerra entre pobres ____________________________

    Competencia entre territorios ________________________

    El miedo y el gobierno de las pasiones ________________

    El cierre del reformismo y el problema de Europa __________

    La crisis de la representacin__________________________

    La izquierda en ruinas o el fi n de la socialdemocracia ___

    Las tareas inmediatas ________________________________

    A modo de eplogo: a por el gran reparto____________________

  • Introduccin

    Hace ya tres aos que nos vimos asaltados por las primeras noticias de una crisis slo comparable a la de 1929. Tres aos de brotes verdes, pomposas promesas de recuperacin y grandes reformas. Tres aos en los que cada anuncio de una recuperacin, que slo estaba a la vuelta de la esquina, se ha truncado ante unos hechos siempre tozudos. La intervencin pblica a nivel global ha evitado, desde luego, un desmoro-namiento de la estructura econmica tan catastrfi co como el que sigui al crack del 29, pero ha sido incapaz de generar un nuevo ciclo de crecimiento que se asemeje, siquiera m-nimamente, a una expansin econmica. A la vista de estos resultados, el panorama internacional de la prxima dcada no parece otro que el de un largo estancamiento, quizs pun-tuado por estallidos fi nancieros regionales y por convulsiones, ms o menos regulares, que podran volver a poner en tensin todo el sistema econmico.

    Y sin embargo, lo ms signifi cativo, desde el punto de vista poltico, es la rpida adaptacin de los grandes agen-tes econmicos. Frente a una izquierda internacional que en 2008 sentenci la muerte del neoliberalismo antes mismo de comprender totalmente en qu consiste, permanentemente atascada en la demanda de una reanudacin del crecimiento y el empleo, los centros del poder capitalista, liderados por un sector fi nanciero que ha mantenido intacta su capacidad po-ltica, han presionado de forma exitosa para exigir su rescate por parte de los Estados y para relanzar luego una alucinan-te y ambiciosa contraofensiva. Por supuesto, esta estrategia

  • La crisis que viene

    comn de las elites globales, nacionales, regionales y locales ha prescindido en gran medida de toda consideracin acerca de los soportes del crecimiento econmico a largo plazo. De forma descarada y sin ninguna responsabilidad para con el futuro, han puesto las garantas de los benefi cios fi nancieros por delante de cualquier otro aspecto (ya sea ste social o econmico). Como ha venido ocurriendo desde los inicios de la contrarrevolucin conservadora y del auge del neoliberalis-mo en los aos ochenta, el Estado es aqu slo la instancia decisiva a conquistar y, en este caso, la herramienta poltica para trasladar los costes de la crisis a los sectores sociales ms dbiles.

    En ningn lugar se ha sentido con ms fuerza esta lnea ofensiva de los poderes fi nancieros que en la Unin Europea. Apoyados en un entramado jurdico que eleva el dogma neo-liberal a poco menos que norma constitucional, los agentes fi nancieros se han agazapado detrs de la crisis de la deuda pblica de pases como Grecia, Espaa, Irlanda o Portugal, para conquistar la tutela del gasto pblico, sancionando cual-quier desviacin de la ortodoxia con fuertes recargos en los tipos de inters. Restringidas as sus opciones, los Estados han basculado entre garantizar los intereses a medio plazo de los mercados fi nancieros mediante reformas del mercado de trabajo, programas de austeridad, desmantelamiento de las pensiones pblicas y privatizaciones o entregar inmediata-mente grandes sumas de dinero pblico a los bancos y fondos tenedores de bonos estatales. En el momento en el que se escriban estos prrafos, cuando todava no se haba salido de esta fase de la crisis, marcada por la ofensiva fi nanciera sobre la deuda pblica, ya se poda intuir cul iba a ser la prxima estacin. Como ya sucediera en 2007, los fl ujos fi nancieros se han refugiado en los mercados de futuros del petrleo y de las materias primas. Esto es lo que explica las fuertes alzas de los carburantes desde mediados de 2010 y progresivamente tambin de algunos productos agrcolas. No tardaremos en ver cmo estas subidas repercuten sobre los tipos de inters, multiplicando la presin sobre unas poblaciones ya altamente

  • Introduccin

    endeudadas, precarizadas y desahuciadas por el paulatino desmantelamiento del Estado de bienestar. Baste recordar que los tipos de inters se han mantenido en niveles cercanos a cero desde 2009, en gran medida para garantizar la paz social en unos momentos en los que los niveles de endeuda-miento privado en todo el continente, y muy especialmente en Espaa, superan todos los niveles conocidos.

    En defi nitiva, los acontecimientos han dejado atrs a la gran mayora de la poblacin que est encajando la medicina de los ajustes, pero siempre con dosis muy diferentes segn una particular y cruel jerarqua de posiciones salariales y de propiedad, de diferencias de edad, nacionalidad y gnero. Bajo esta perspectiva, la crisis, guiada antes por decisiones polticas que por una abstracta e inapelable urgencia econ-mica, se ha convertido en la gran ventana de oportunidad de las oligarquas de todo pelaje para reforzar las lneas de domi-nio construidas durante las ltimas dcadas. Al contrario que en otros pases de la UE, como Francia, Italia o Reino Unido, o ms an en los pases norteafricanos, lanzados a un nuevo ciclo de protestas, en Espaa todava nos cuesta situarnos en la nueva coyuntura; tomar nota de la fragilidad de las prome-sas de crecimiento econmico y de que la poltica electoral y los mecanismos de la democracia representativa simplemente no cuentan con nosotros ms que para que asintamos a nues-tra desposesin.

    Es por todo ello, por lo que este pequeo libro ve la luz, con el propsito de servir para situar las dimensiones de un confl icto social inevitable. Su esquema es sencillo. Hemos querido empezar con un repaso a las principales lneas ideol-gicas que utilizan los gobiernos, los economistas y los medios de comunicacin para justifi car las polticas que favorecen a las distintas elites capitalistas: rescates bancarios, recortes de derechos y del gasto pblico, reformas del mercado de trabajo y de los sistemas pblicos de pensiones, etc. Veremos que ninguna de ellas se sostiene ante un anlisis serio; sin embargo, los poderosos contra-argumentos que podran situar

  • La crisis que viene

    la discusin econmica en otro lugar estn todava fuera del debate pblico. Tambin hemos querido poner encima de la mesa aquellos efectos de la crisis social que precisamente por no pertenecer a la agenda poltica ofi cial permanecen b-sicamente ocultos como la creciente polarizacin social, los impactos a largo plazo de una crisis social que todava est en estado de gestacin, los mecanismos reales de desmante-lamiento del Estado de Bienestar o una crisis ecolgica ga-lopante. Por ltimo, no podamos dejar de tratar el aspecto quiz ms decisivo para, esta vez s, superar la crisis. Se trata naturalmente del mbito poltico y de la necesidad de reacti-var las luchas sociales que aspiren a revertir el actual modelo de reparto de la riqueza y, de una vez, nos liberen de la rapia del capitalismo fi nanciarizado.

    En este trabajo se ha prescindido de la mayor parte del material bibliogrfi co y de las referencias a las fuentes. Para una revisin exhaustiva de los argumentos aqu contenidos se puede leer el trabajo tambin del Observatorio Metropolitano, fi rmado por Isidro Lpez y Emmanuel Rodrguez: Fin de ci-clo. Financiarizacin, territorio y sociedad de propietarios en la onda larga del capitalismo hispano (1959-2010), Madrid, Trafi cantes de Sueos, 2010, disponible en edicin digital en la pgina de la editorial: www.trafi cantes.net

  • I. Cinco formas de no entender nada...o de justifi car a aqullos que ms provecho obtienen de la crisis

    Desde que se declarara ofi cialmente la crisis, la excepcin y la urgencia han marcado los tiempos polticos. Los cambios de rumbo y las reformas legislativas se han ido sucediendo al mismo ritmo que las noticias econmicas iban anunciando la irrupcin de nuevos fenmenos y la cada progresiva en la depresin. A nivel internacional, la bancarrota de los grandes bancos de inversin estadounidenses (Bear Stearns, Lehmans Brothers, o la aseguradora AIG) fue seguida de rescates, aba-ratamientos de los tipos de inters y generosos programas de ayuda fi nanciera por medio de la compra de los famosos ac-tivos txicos el caso ms sonado fue el del Troubled Assets Relief Program (TARP) del gobierno Obama que entre 2008 y 2009 dedic ms de 700.000 millones de dlares a este fi n. Iniciado 2010, el tiempo de las intervenciones pblicas a gran escala pareci, no obstante, tocar a su fi n; especialmente en Europa, donde las prescripciones de Maastricht y el control del dfi cit han dado paso a amplios programas de ajuste y a la crisis de la deuda soberana de los llamados pases perifricos o PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y Espaa) segn el ocurrente acrnimo acuado por las revistas fi nancieras internacionales, con un retintn colonial apenas disimulado.

    En Espaa esta secuencia tiene su propia cadencia. En los primeros momentos se neg la mayor: La crisis es una crisis fi nanciera internacional, no tiene causas internas. Pero en poco ms de un ao (entre fi nales de 2007 y prin-cipios de 2009), la cada de los promotores inmobiliarios, el espectacular aumento del paro y el descenso general de

  • La crisis que viene

    la actividad econmica plantearon el problema en trminos muy distintos: la crisis tena races locales y anunciaba un periodo de estancamiento prolongado e incierto. Des-concertado por la resaca de los aos de prosperidad, el gobierno tom toda clase de medidas, a cada cual ms in-congruente: subvenciones indiscriminadas al sector inmo-biliario, subvenciones al consumo de electrodomsticos y automviles, supresin del impuesto de patrimonio, devo-lucin de los 400 euros del IRPF, aumentos del IVA, etc. En este marasmo de iniciativas contradictorias, quizs la nica lnea consistente del periodo fue la particular versin de los rescates corporativos internacionales: la aceleracin de la obra pblica dirigida a apoyar el nivel de negocio de las grandes constructoras espaolas y los apoyos al sector fi nanciero espaol muy expuesto al crdito hipotecario y a los promotores. Para este ltimo, adems de la concesin de generosos avales pblicos y las facilidades a la obtencin de liquidez del Banco Central Europeo, el gobierno estable-ci dos gigantescos fondos generosamente fi nanciados: el primero (octubre de 2008) dotado de 50.000 millones de euros estaba dirigido a comprar activos fi nancieros de las entidades en difi cultades; y el segundo (junio de 2009), dotado con hasta 99.000 millones de euros fue creado para prestar a las cajas de ahorro en proceso de fusin: el FROB, Fondo de Reestructuracin Ordenada Bancaria.1 Las dos

    1 Se supone que en el caso del primero, el Fondo de Adquisicin de Activos Financieros, el Estado compraba activos fi nancieros de calidad de las entidades fi nancieras en difi cultades, que por cierto exigieron guardar el anonimato a cambio de las ayudas. A fecha de enero de 2011 se haban gastado ya 19.300 millones de este fondo. Por su parte, el FROB presta a las cajas de ahorro en proceso de fusin, con un inters no especialmente bajo. Por eso, los apolegetas de los rescates bancarios argumentan, que adems de ser imprescindible para evitar un colapso econmico de mayores proporciones, estas operaciones no suponen prdidas a largo plazo para el Estado. Lo cierto, sin embargo, es que las garantas de devolucin son en muchos casos endebles, que estas medidas no suponen ningn cambio en la estructura de propiedad y en el modo de funcionamiento del sistema fi nanciero y que obviamente no se ha hecho un esfuerzo, ni de lejos comparable, por rescatar a las familias ms expuestas al endeudamiento. Irnicamente, esta ltima posibilidad hubiese hecho llegar el mismo dinero a los bancos, pero sin los 200.000 desahucios de 2010, una cifra similar prevista para 2011 y una enorme tensin econmica y social para un gran nmero de familias y personas.

  • Cinco formas de no entender nada...

    cifras sumadas se acercan a la mitad de los presupuestos del Estado para un ao. A nivel europeo las cantidades que se han dispuesto para el rescate del negocio fi nanciero han sido de 4,5 billones de euros, el 40 % del PIB de la UE.

    Como en la mayor parte de los pases europeos, esta fase de confusin termin a fi nales de 2009 a toque de bocina de la UE y con un llamamiento generalizado al ajuste econmico. La salida de la crisis ya no deba ser fi nanciada con recurso al gasto pblico. En mayo de 2010, en paralelo al anunci del rescate griego y el consiguiente plan de ajuste, el gobierno espaol decret una reduccin del salario de los funcionarios de un 5 %, la congelacin de las pensiones, la supresin de algunas prestaciones sociales as como los primeros recortes en obra pblica. En diciembre de 2010, a caballo del rescate irlands, se public un nuevo paquete de medidas: se privati-zaba el trfi co areo (AENA) y la Lotera Nacional, adems se suprima la ayuda de 426 euros a los parados que acabasen de agotar sus prestaciones. Las otras dos grandes lneas de in-tervencin, como no poda ser de otra manera, se han dirigido a las reformas del mercado de trabajo y el sistema pblico de pensiones. Dicho en pocas palabras, en menos de un ao, se ha desarrollado el mayor ataque a los derechos sociales y al gasto social de toda la historia de la democracia; en paralelo, el dinero pblico dedicado al rescate de los sectores fi nancie-ro e inmobiliario, y que suma cantidades astronmicas, no ha sido objeto de ninguna restriccin reseable. La despropor-cin entre el tratamiento del gobierno a los grandes agentes corporativos y los graves problemas sociales que est gene-rando la crisis puede ser sufi ciente para no tener necesidad de saber ms. No obstante, para aquellos interesados en el detalle, en las prximas pginas se analizan los principales argumentos que han servido para defender primero los gran-des rescates y luego los severos ajustes sociales.

    Como casi siempre ocurre, la nica manera de entender la crisis es poltica: basta saber quin tiene el poder de decisin y a quin benefi cian esas decisiones. El resultado de ms de

  • La crisis que viene

    tres aos de crisis es que el benefi cio de unos pocos se ha puesto por delante de cualquier otro criterio, social o parad-jicamente tambin econmico.

    Primera: La economa obedece a leyes propias. Las polticas econmicas deben ser diseadas segn estas reglas

    Que la economa tenga necesidades, o incluso leyes, es ya de por s una aberracin que sita las formas de produccin y distribucin de riqueza en un lugar que no admite crtica. O lo que es peor, en un lugar separado de la discusin y la voluntad de los propios humanos que, segn este tipo de prescripciones, slo parecen invitados como autmatas de la produccin y el inter-cambio econmico. La naturalizacin de la actual organizacin econmica, que por simplifi car llamamos capitalismo si bien hay muchos tipos de organizacin capitalista, se ha instalado en casi todas las formas del discurso hegemnico. Cuando en los medios de comunicacin aparece un economista o un ex-perto fi nanciero, ste se presenta investido automticamente de una posicin de autoridad, que se expresa bajo la forma de un lenguaje y una jerga con pretensiones cientfi cas. Su discurso se vuelve as una cuasi-verdad, al menos para aqullos que no son expertos. Pero cunto de rigor y cuanto de ideologa se esconde detrs de los anlisis y las predicciones de los economistas?

    En primer lugar, es preciso reconocer que la economa en el dudoso caso de ser ciencia, a semejanza de las llamadas ciencias naturales, lo es en un sentido muy restringido. Como la sociologa, la antropologa, la historia y otras ciencias socia-les, la economa trata de explicar fenmenos en los que inter-vienen una multitud de factores humanos, sociales e incluso naturales, que hacen muy difcil la elaboracin de leyes a par-tir de unas regularidades siempre asaltadas por multitud de excepciones. Como consecuencia de la imposibilidad de ela-borar leyes cientifi cas en sentido pleno, una de las principales

  • Cinco formas de no entender nada...

    diferencias entre las ciencias duras y las ciencias sociales reside en la difi cultad de estas ltimas para elaborar predic-ciones solventes. A diferencia sin embargo de los dems sa-beres sobre la sociedad, la economa ha tratado de explicar la realidad econmica de nuestras sociedades a travs de simpli-fi caciones con base matemtica. Estas simplifi caciones son lo que en la jerga experta se llaman modelos econmicos. La llamada ley de la oferta y la demanda, las distintas formas de relacin entre tasa de empleo y salario, son algunos ejemplos conocidos de estas modelizaciones econmicas.

    El principal problema de los modelos econmicos reside en que para ser operativos tienen que simplifi car, en muchos casos ad absurdum, el funcionamiento de los factores que operan en la realidad. Por ejemplo, uno de los elementos ms conocidos que sirven de base a muchas modelizaciones eco-nmicas es el tipo antropolgico que emplean. Se trata del clebre homo conomicus, funcin esquemtica del compor-tamiento econmico de los sapiens sapiens, segn la cual si la informacin que reciben los sujetos humanos es completa, decidirn siempre de la forma ms racional posible con el fi n de maximizar su utilidad. Y cuando se dice utilidad se esta pensando, fundamentalmente, en benefi cio monetario calcu-lable. No hace falta ser un experto para encontrar, con slo un repaso mental, una multitud de excepciones y de otros factores que determinan el comportamiento econmico. En la realidad social existen familias, responsabilidades grupales, clases sociales, gustos y estilos de vida defi nidos culturalmen-te que hacen poco operativo este tipo antropolgico ideal de la rational choice. Incluso los caprichosos movimientos de los mercados fi nancieros y sus olas mimticas de pnico o eu-foria, al igual que las estrategias de venta de las empresas, se ajustan mal a este modelo. De hecho, el marketing y la publicidad centrales e imprescindibles en nuestras econo-mas se han vuelto determinantes a la hora de operar con esa multitud de elementos irracionales, culturales, incons-cientes que parecen funcionar debajo de la mayor parte de las decisiones econmicas de los sujetos humanos. En cualquier

  • La crisis que viene

    caso, el homo conomicus sigue siendo, con una tenacidad envidiable, la base de explicacin de la mayor parte de las modelizaciones econmicas.

    Pero qu sucede cuando este tipo de explicaciones con fuerza de ley se aplican a la economa, tal y como sta se presenta en toda su complejidad. En cierto modo, tiene una fuerte relacin con lo que hemos conocido en estos aos: la cri-sis fi nanciera no puede explicarse sin el efecto de auto-engao que producen las modelizaciones econmicas. Desencadenada por el colapso del mercado hipotecario estadounidense, la cri-sis encontr en las llamadas hipotecas subprime su umbral cr-tico. Como se sabe, estas hipotecas iban dirigidas a los hogares de menor renta. Segn el sentido comn, la concesin de este tipo de crditos se debera considerar como un enorme factor de riesgo. A fi n de conjurar los peligros asociados a este mo-dus operandi, se construy una compleja ingeniera fi nanciera, que a pesar de su sofi sticacin es extremadamente sencilla de entender. Se trataba de dividir las hipotecas subprime en tro-zos llamados MBS (Mortage Backed Assets) para mezclarlas en paquetes fi nancieros llamados CDOs (Credit Debt Obligations). stos eran luego vendidos a bancos e instituciones fi nancieras de medio planeta. En la medida en que los CDOs incluan seg-mentos de las hipotecas subprime pero combinados con otros fragmentos de deudas y activos ms seguros como hipotecas de familias de clase media, y en que adems cada uno de estos paquetes tena un seguro de riesgo (llamado CDS o Cre-dit Default Swap), pareca que el producto era completamente seguro. Al mismo tiempo, la base cientfi ca del modelo vena proporcionada por las series estadsticas de comportamiento de los precios de la vivienda en los ltimos treinta aos. De una lectura apresurada y poco rigurosa de estas series se extrajo la conclusin de que los precios de todas las modalidades de vivienda hipotecada no podan caer al mismo tiempo.2

    2 Otro de los criterios de cientifi cidad de estas prcticas era la increble sofi sticacin matemtica de los modelos utilizados para separar y reunir activos hipotecarios y, sobre todo, para ponerles un precio. Una vez ms la economa y los economistas confundan los criterios de cientifi cidad (causalidad, leyes, universalidad) con la sofi sticacin matemtica.

  • Cinco formas de no entender nada...

    Durante un tiempo nada pareci perturbar el idilio entre agen-tes fi nancieros y economa academica. Los mejores analistas del mundo, contratados por los llamadas agencias de rating o de evaluacin de riesgos, afi rmaron por activa y por pasi-va que estos instrumentos fi nancieros compuestos por bue-nas cantidades de hipotecas subprime estaban blindados al riesgo. Pero lo que realmente ocurri fue justo lo contrario a lo previsto: la disolucin del riesgo en paquetes fi nancieros compuestos que se vendan a agentes de medio mundo pro-dujo un contagio generalizado de la crisis en todo el sistema fi nanciero internacional. Como en la simplifi cacin popular de la teora del caos, el aleteo de una mariposa, o la incapacidad de un 10 % de las familias estadounidenses de hacer frente a sus hipotecas, provoc la mayor crisis fi nanciera de los lti-mos setenta aos. Prcticamente nadie haba visto o predicho este riesgo sistmico. En este caso, como en muchos otros, la modelizacin, las predicciones y los aparatos tericos de los economistas sirvieron para legitimar y asegurar modos de funcionamiento econmico sobre los que en realidad se tena una capacidad de control y explicacin relativamente peque-as. El uso de las matemticas apenas sirvi para satisfacer la propia pretensin de autoridad de la disciplina.

    Pero incluso si, a pesar de todo, se admite que las mode-lizaciones y los aparatos tericos de los economistas puedan ser tiles para describir la realidad, es preciso reconocer que la economa no es una disciplina unitaria, hecha de consensos inquebrantables y puntos de no retorno. Como en casi todos los campos del saber que tienen que ver con la sociedad y precisamente porque no son ciencias en un sentido pleno la economa es el escenario de una apasionada batalla entre paradigmas y modelos tericos completamente contrapuestos. Existen distintas escuelas que pelean entre s por determinar cul o cules son las mejores maneras de explicar los asuntos econmicos. As hay neoclsicos y liberales, siempre partida-rios del llamado principio de los mercados autorregulados; pero tambin keynesianos, neokeynesianos y postkeynesiansos que de muy distintas maneras sealan que el mercado no tiende

  • La crisis que viene

    al equilibrio, y que en determinados momentos es necesario un suplemento o ayuda extra que puede provenir del sector pblico.

    Conviene que nos detengamos un momento en estas po-lmicas porque en ellas se resume buena parte del debate contemporneo acerca de lo que es y debe ser la economa. Para el pensamiento econmico dominante, la economa tiene una increble capacidad de autorregulacin, esto es, de perfeccionarse y mejorarse sin ningn tipo de interven-cin externa. Es un sistema autosufi ciente y el mecanismo que permite esta suerte de perfeccin autorregulativa se llama mercado. En el mercado concurren los productores con distintos bienes y servicios y los consumidores con una cierta cantidad de dinero destinada a obtener los productos que satisfacen sus necesidades. Lo que permite el inter-cambio es precisamente el precio de los productos, y ste viene determinado por las variaciones en la demanda y en la oferta del mismo. El mercado ser ms efi ciente y justo en la medida en que ningn vendedor o comprador indivi-dual o asociado en un grupo pueda modifi car el precio de los productos. La justicia del juego se encuentra en que ningn agente individual tenga un excesivo peso en el mer-cado o una posicin de privilegio que le permita intervenir en el valor de los precios. A esta situacin se le llama com-petencia perfecta, y en un mercado de competencia perfec-ta el precio funciona como un simple dato o informacin sobre el que tanto vendedores como compradores ajustan sus decisiones econmicas.

    Las ventajas de este modelo son tales para sus apolegetas, que el nico objetivo de la poltica econmica debe consistir en garantizar que el mercado funcione solo y bajo condiciones de competencia. Todo aquello que intervenga en los precios deber ser eliminado, incluida la propia intervencin pblica. sta es por ejemplo la opinin de la mayor parte de la prensa econmica y de los altos cargos de instituciones como el Ban-co de Espaa, el Banco Central Europeo o el FMI, y resulta

  • Cinco formas de no entender nada...

    tan vlida para el mercado de bienes de consumo, como para el mercado de trabajo, o los mercados fi nancieros. Incluso los servicios pblicos, como la salud o la educacin, deben funcionar cada vez ms segn mecanismos de mercado. Por as decir la economa funciona sola, basta con dejarla en paz y no querer introducir ideas que le son extraas.

    El problema de este modelo, como de tantos otros, es que es puramente terico. Tal y como demuestran multitud de economistas a partir de colecciones de ejemplos con las que se podran llenar bibliotecas enteras, la economa real e incluso lo que compone las bases de nuestro sistema econ-mico se empean en funcionar de una manera radicalmen-te distinta. Las crticas son demasiado largas y exhaustivas como para resumirlas aqu. Se ha dicho que los precios de mercado no incorporan gran cantidad costes las llamadas externalidades por los que la empresa no se ve obliga-da a pagar. Por ejemplo, el hecho de que buena parte de nuestra energa sea tan barata se debe a que no incluye los costes que tiene o tendr que pagar la sociedad y el planeta en forma de contaminacin y regeneracin ambiental en los prximos siglos. Igualmente, hay sectores que son conside-rados monopolios naturales, como la distribucin elctrica y la telefona por cable, y en los que como sabemos todos a la hora de pagar la factura siempre de los mismos proveedores, la competencia slo es una mera fi ccin. Por otra parte, en una sociedad en la que todos los bienes y servicios fueran provistos por el mercado, y no existiese ningn mecanismo redistributivo por ejemplo el llamado Estado de bienes-tar, la educacin y la salud seran privilegio de unos pocos, esto es, de aqullos que realmente pudieran pagrsela.

    Pero quizs la crtica ms radical provenga del hecho de que el concepto mercado no entiende y explica lo que sostiene nuestro sistema econmico: el benefi cio empresarial, que es en defi nitiva lo que anima las inversiones y la creacin de nuevas industrias. De hecho, nuestro sistema econmico puede estar funcionando, de forma normal, justamente a partir de una

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    distorsin constante del mercado y la competencia. Buena parte de los economistas estaran incluso de acuerdo en afi rmar que slo hay benefi cio (o benefi cio extraordinario) en aquellas situa-ciones en las que existe alguna forma de monopolio u oligopolio. En una situacin de competencia perfecta, el benefi cio tendera efectivamente a cero y los ingresos del productor quedaran re-ducidos a la reproduccin simple de sus costes de produccin. La competencia le obligara a ajustarse a ese nivel de precios en el que el benefi cio es nulo.

    Afortunadamente (para los grandes agentes capitalistas), la mayor parte de nuestras economas funcionan sobre po-siciones de monopolio y oligopolio. El acero, el petrleo, la energa, los automviles, los medicamentos y una largusima lista de mercancas son producidas por un puado de grupos empresariales que en algunos sectores y regiones se cuentan con menos dedos que los que tiene una sola mano. Pero inclu-so en situaciones en las que podra parecer que hay multitud de empresas en concurrencia, como el textil, las estrategias de venta pasan por generar formas de distincin del producto dirigidas a convertirlo en una mercanca exclusiva lo que permite a esos productores benefi ciarse de una posicin de minimonopolio. Esto, y no otra cosa, es lo que se consigue cuando se crea una imagen de marca. As se pueden vender unas zapatillas llamadas Nike a cinco o diez veces el precio de otra zapatilla de similares caractersticas y parecidos cos-tes, pero sin una marca reconocible.

    Ms grave an, la idea de los mercados autorregulados y la crtica a los monopolios tampoco entiende la innovacin tecnolgica, y por ende el cambio econmico. Las innovacio-nes tcnicas y organizativas slo interesan, al menos en tr-minos capitalistas, si generan posiciones de monopolio que permitan obtener benefi cios extraordinarios. Algunos econo-mistas nada sospechosos de radicalismo han reconocido y de-fendido esta idea: el benefi cio monopolista es necesario para la innovacin econmica, y por lo tanto es del todo justifi cable y benefi cioso. Es el caso de Schumpeter y de su explicacin

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    del desarrollo econmico. Segn Schumpeter, el empresario innovador es el verdadero campen del cambio econmico slo porque a travs de su genio pone en circulacin nuevos productos o nuevos mtodos de produccin o de organizacin del trabajo. Y es esto, y slo esto su posicin de monopolio sobre una ventaja econmica, aunque sea temporal lo que le permite obtener be-nefi cios imposibles en una situacin de competencia perfecta. As lo reconoce nuestra actual legislacin cuando protege y legiti-ma los benefi cios que se derivan de este tipo de innovaciones por medio de monopolios legales temporales (a veces abusi-vos) tales como las patentes y los derechos de autor.

    En el mercado de trabajo tambin nos encontramos con po-siciones de partida completamente desiguales que no funcio-nan segn un mecanismo de competencia perfecta. Por ejem-plo, una empresa que contrata al 10 o al 15 % de la poblacin activa de una regin, algo bastante comn en casi todas las ciudades medias, tiene una posicin de fuerza extraordinaria en la defi nicin de las condiciones de contratacin y de trabajo de sus empleados, lo que resulta del todo asimtrico con la posicin de los trabajadores en solitario. Una empresa puede tambin trasladarse con cierta facilidad de un pas con sala-rios altos a otro en el que estn por los suelos y quizs sean mantenidos as por un rgimen policial y autoritario. En este sentido, aunque experimentos, como la Directiva Bolkenstein de 2006 en la UE, traten de convertir la movilidad del trabajo en una herramienta dirigida a abaratar los salarios y los costes por medio de la aplicacin de la legislacin laboral del pas de origen, pueden en general los trabajadores de un pas con salarios bajos migrar a otro con altas remuneraciones con la misma facilidad que tienen las empresas y el capital? Por su-puesto que no. Ah est para impedirlo esa provechosa forma de intervencin publica sobre los mercados de trabajo que son las leyes migratorias!

    Lo mismo podramos decir de las complejas cadenas de produccin internacional en las que muchas veces una gran empresa (por ejemplo, Ikea o Zara) subcontrata las labores

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    de produccin a una mirada de pequeas empresas, stas s, sometidas a una fuerte competencia por parte de su nico cliente: la empresa matriz. De este modo, la multinacional obtiene benefi cios extraordinarios por medio del abaratamien-to abusivo, a partir de su posicin monopolista, de sus costes de produccin, ahora externalizados en una gran cantidad de subcontratistas.

    Tampoco los mercados fi nancieros funcionan en rgimen de competencia. Pensemos en el ejemplo anterior de las em-presas de rating o de evaluacin de riesgos. Buena parte de la informacin que dirige las inversiones fi nancieras de todo el planeta, y que es fundamental a la hora de que esa multi-tud de homo conomicus que llamamos brokers y agentes fi nancieros tomen sus decisiones, es elaborada por slo tres empresas (Standar&Poors, Moodys y Fitch). Se trata de una situacin de oligopolio perfecto de la informacin, y sin em-bargo sus informes dirigen los fl ujos especulativos y de inver-sin de la economa mundial. Demasiado poder para slo tres empresas. Incluso los grandes fl ujos de inversin del planeta son dirigidos en realidad por un pequeo grupos de grandes intermediarios fi nancieros con una enorme capacidad para gestionar las masas de liquidez a su capricho.3

    Dicho claramente, el mercado es simplemente el lugar donde se encuentran posiciones de desigualdad previas al in-tercambio econmico, y que un intercambio siempre desigual ha contribuido a crear y reforzar. Cuando se dice as que el mercado es el mecanismo econmico ms justo y efi ciente, y sobre todo cuando se dice que nuestra economa es una economa de mercado y que se hace todo lo posible para que funcione como tal lo que de hecho se quiere es justi-fi car el actual sistema de diferencias y desigualdades econ-micas, al tiempo que se legitiman las posiciones de benefi cio

    3 As, por ejemplo, ms del 50 % del ahorro fi nanciero de residentes espaoles en instituciones de inversin colectiva (fondos de inversin y de pensiones) est gestionado por tres grandes grupos bancarios: Santander, BBVA y La Caixa. Fuente: Inverco, 2010.

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    extraordinario que obtienen los grandes agentes econmicos del planeta. Por lo tanto, cuando hoy hablamos de mercado estamos hablando en realidad de estrategias de poder y cuan-do hablamos de mercados autorregulados slo estamos par-ticipando de la fi ccin imaginaria de un determinado modelo de dominio capitalista.

    En defi nitiva, lo que se descubre detrs de las defi nicio-nes y prescripciones de la economa no es tanto posiciones cientfi camente fundadas, como afi rmaciones ideolgicas que en muchos casos tienen poca o ninguna base real. En lti-ma instancia, es legtimo pensar que la economa es slo la forma en la que se produce y se distribuye la riqueza en una sociedad. Y esto tiene mucho ms de poltico que de cien-tfi co o natural. Lo que veremos en las siguientes pginas es precisamente que las explicaciones y recetas que hoy se aplican a la crisis son en realidad afi rmaciones ideolgicas. En muchos casos estas afi rmaciones estn orientadas por una determinada visin de la economa en la que lo importante no es tanto resolver los problemas sociales que acompaan a la crisis, como recuperar los anteriores niveles de benefi cio de los grandes agentes econmicos. Desde una perspectiva dis-tinta, la economa real las formas de produccin, las reglas del reparto de la riqueza, etc. se deben convertir no tanto en materia de expertos como en objeto de discusin poltica. Se trata en defi nitiva de algo demasiado importante como para dejarlo en manos de expertos.

    Segunda: Si los empresarios no obtienen sufi -cientes benefi cios no se genera empleo. Lo prio-ritario es generar un escenario propicio para que haya inversin y, por lo tanto, empleo

    ste es quizs el argumento, que en distintas formas, ms se repite a la hora de ajustar las polticas de salida a la crisis. En primer plano est el benefi cio y la inversin y slo luego se

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    produce la recuperacin, especialmente de aquello que ms preocupa, el empleo. Las corrientes dominantes en economa entienden que la inversin es la pieza central de toda la acti-vidad econmica. Ms inversin signifi ca ms produccin, y por lo tanto ms empleo. De acuerdo con esta perspectiva, la variable que de forma primaria determina el volumen de inver-sin es el porcentaje til que le queda al empresario despus de hacer frente a todos los gastos necesarios para completar un ciclo productivo salarios, capital, materias primas, etc... Como se puede adivinar, este porcentaje til despus de pa-gos coincide otra vez con los benefi cios. De este modo, la ecuacin podra ser tan sencilla como: a ms benefi cios ms dinero til para inversin.

    Este teorema tiene, sin embargo, severos agujeros tericos y prcticos. El primero, y ms fl agrante, es que los benefi cios no tienen porqu acabar necesariamente en inversiones pro-ductivas. Esto es lo que sucedi en la crisis de 1929 cuando las clases propietarias decidieron conservar sus ahorros, antes que destinarlos a ninguna aventura empresarial. Y esto mismo fue lo que J. M. Keynes bautiz la trampa de la liquidez para sealar la necesidad de aumentar el gasto pblico como nico resorte para animar el consumo y las expectativas de crecimiento, y por lo consiguiente la inversin. Por otra parte, y quizs mucho ms importante a la hora de entender nuestra actual coyuntura, puede que los benefi cios e incluso la in-versin no produzcan empleo en absoluto; o ms an, que no tengan nada que ver con ningn proceso que ni lejanamente se asemeje a lo que podramos llamar produccin de riqueza. De hecho, ste es el caso en economas altamente fi nanciari-zadas como la nuestra.

    Efectivamente, en los pases occidentales, o al menos en buena parte de ellos, la forma cannica del benefi cio empre-sarial no se produce a travs de la produccin de bienes y servicios por ejemplo coches, o zapatos, o una experiencia en el parque de atracciones que una vez vendidos retornan a los empresarios en forma de una suma de dinero mayor que

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    la que emplearon para la produccin de esas mercancas. En estas economas, la forma del benefi cio es ya mayoritariamen-te fi nanciera. En este caso, lo que se intercambian son ttulos de propiedad de muy distinto tipo por ejemplo, acciones, bonos de deuda pblica u opciones sobre el valor futuro de otras acciones, as como oro, suelo o viviendas en los que la inversin en dinero retorna fi nalmente en forma de ms dine-ro. Aqu no hay necesariamente produccin de mercancas o prestacin de servicios de ningn tipo.

    Se calcula que en la principal economa del planeta, EEUU, los benefi cios fi nancieros habran superado de largo a los benefi cios empresariales no fi nancieros, desde mediados de la dcada de 1990. Si dentro de los benefi cios fi nancieros se incluyen las plusvalas generadas en operaciones inmobi-liarias que al fi n y al cabo funcionan como un mercado especulativo, la evolucin de las cifras espaolas es similar a la de EEUU. Baste decir que las grandes corporaciones in-dustriales obtienen buena parte de sus ingresos por medio de instrumentos fi nancieros como la refi nanciacin a travs de la emisin y compra-venta de sus propias acciones, o de las de otras empresas.

    Las razones de esta progresiva fi nanciarizacin de las eco-nomas ms desarrolladas son complejas. Existe, desde luego, todo un conjunto de factores institucionales que tiene que ver con la progresiva liberalizacin de los movimientos de capi-tal a nivel internacional y la aceleracin de las innovaciones fi nancieras en un marco progresivamente desregulado. El ele-mento central de este desplazamiento del capital productivo por el capital fi nanciero se encuentra, no obstante, en una crisis del benefi cio podramos decir una crisis del capita-lismo que subyace a las principales economas industriales desde los aos setenta. En efecto, la llamada crisis del pe-trleo de 1973-1979 manifest a las claras que ya no sera tan fcil obtener benefi cios por la va de la produccin de bienes y servicios. La creciente competencia internacional en las principales lneas de produccin como el automvil,

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    la siderurgia, los astilleros, los aparatos elctricos, etc., al igual que la resistencia de una clase obrera no dispuesta a dejarse explotar a cualquier precio, redujeron rpidamente los mrgenes de benefi cio industrial. Desde los aos setenta y ochenta, buena parte de los pases industriales vieron as cmo sus fbricas e instalaciones o bien cerraban, o bien se iban a otros pases con menores costes. Al mismo tiempo, el nmero de los trabajadores industriales en los antiguos pases centrales se estanc o incluso declin.

    Lo cierto es que esta larga crisis, que se arrastra desde los aos setenta, no se puede dar por superada. La debili-dad de los benefi cios obtenidos por medio de la produccin de bienes y servicios, todava persiste en las economas ms maduras. Y de hecho se ha visto agravado por la entrada en el mercado internacional de nuevos gigantes industriales como China o India, que cada ao acaparan un poquito ms de la produccin total del planeta. En principio, y desde una pers-pectiva no comprometida con el problema de los benefi cios capitalistas, el escenario podra considerarse ptimo: cada vez se produce ms con menos trabajo y menos dinero, por lo tanto cada vez hay bienes ms baratos y asequibles para todo el mundo, incluso para los poblaciones de los pases ms pobres del planeta, siempre y cuando se aplique una poltica de reparto mnimamente equitativa. Desde la perspectiva de los principales centros de mando de la economa mundial, el problema es sin embargo otro: se trata de recuperar los niveles de benefi cio a cualquier precio. En ltimo extremo, no otra cosa defi ne al capitalismo

    Durante las dcadas de 1980 y 1990, una de las vas principales para aumentar los benefi cios consisti, como se ver en detalle, en reducir los costes, especialmente los cos-tes salariales; se buscaron pases y regiones donde materias primas y empleo fuesen ms baratas y las legislaciones am-bientales fueran ms laxas; se incentiv la automatizacin y la incorporacin de nuevas tecnologas a la produccin indus-trial con el fi n de obtener ventajas competitivas y tambin

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    se persiguieron las legislaciones fi scales que cargasen menos costes sobre las tasas de benefi cio. Tambin se empez a con-siderar que haba una gran cantidad de recursos y mbitos sociales que haban quedado parcialmente fuera de la esfera mercantil como la educacin, la cultura, los bienes natu-rales y que podan dar lugar a distintas formas de negocio que, aunque a la larga destruyesen o empeorasen la calidad del servicio o del bien que antes se obtena por medios no directamente capitalistas, podran generar empleo y alguna forma de benefi cio, por marginal que ste fuese. Sin embar-go, la principal solucin al problema del benefi cio pas por lo que hoy se llama fi nanciarizacin, esto es, por convertir el control de las enormes masas de dinero que se haban gene-rado en las dcadas pasadas en una increble fuente de poder y control sobre el conjunto de la economa global. Se trataba ahora de obtener rentas fi nancieras de las ms variadas for-mas. El ascenso del neoliberalismo como ideologa hegemni-ca a nivel de Estado y de las elites dirigentes no ha sido sino la expresin poltica de esta necesidad de relanzar los niveles de benefi cio por vas fundamentalmente fi nancieras.

    A fi n de darnos cuenta del enorme poder que supone el capital fi nanciero respecto al conjunto de la economa, basta compararlo con el PIB real. Justo antes de la crisis, en 2007-2008, se calculaba que el PIB mundial poda rondar los 60 billones de dlares (aproximadamente un 2,5 % era la parte espaola), sin embargo el valor de los activos fi nancieros de todo el planeta era cerca de ocho veces ms. Ahora bien, para que estas enormes masas fi nancieras generen benefi cios, ha sido preciso establecer una serie de condiciones que en las tpicas economas industriales de las dcadas anteriores te-nan un desarrollo muy escaso. Por un lado, se requiri que el movimiento y la circulacin de capitales no estuvieran some-tidos a demasiadas trabas. Esto implicaba que estos capitales pudiesen comprar un montn de cosas como empresas, re-cursos naturales, deuda que antes no se podan adquirir, y sobre todo vender, con facilidad y rapidez. Para ello, desde la dcada de 1980, se ha animado una oleada de privatizaciones

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    de bienes pblicos en todas las economas del planeta, pero especialmente en las ms vulnerables siempre necesitadas de fi nanciacin, que en muchos casos destinaban, de forma irnica, a hacer frente a las deudas contradas previamente.

    Tambin era preciso que estas masas de liquidez mantu-vieran un crecimiento constante. En buena medida esto se ha conseguido implicando a una parte creciente de las clases medias y altas del planeta en la circulacin fi nanciera. La expansin de las llamadas instituciones de inversin colecti-va fondos de inversin, seguros, pero especialmente fondos de pensiones es quizs la mejor prueba de su xito. Pero incluso para que una parte creciente de las clases medias de Occidente colocasen sus ahorros en productos fi nancie-ros, se requeran cambios sustantivos de la organizacin de esas sociedades. Por ejemplo, ha sido preciso que el Estado abandonase algunas de sus antiguas funciones, por ejemplo que las pensiones gestionadas por instituciones pblicas se deteriorasen o incluso en algunos pases (como Chile) fuesen completamente privatizadas; o tambin, como en Espaa, que se subvencionase fi scalmente la contratacin de fondos pri-vados de pensiones.

    Por ltimo, la reconstruccin del benefi cio por vas fi nancie-ras requera poder jugar y traer al presente benefi cios que slo se iban a producir en el futuro. Dicho de otro modo, una parte importante del proceso de fi nanciarizacin se ha jugado en su capacidad para traer al presente un fl ujo siempre mayor de ren-dimientos futuros. Y esto por medio de mecanismos muy distin-tos. Por ejemplo, una hipoteca permite a un trabajador comprar una vivienda a partir de los ingresos futuros de su trabajo; o un Estado adquiere fi nanciacin vendiendo deuda pblica que se pagar con los ingresos fi scales que obtendr en un futuro; o un inversor se asegura una parte de las rentas futuras que se esperan de una accin o un bien vendiendo a un tercero los sobrebenefi cios, pero tambin los riesgos de prdida del valor, que efectivamente se obtengan del mismo en un plazo deter-minado sta es la base del mercado de futuros. Todas estas

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    frmulas y muchas ms permiten, a aqullos que realizan o fi nancian estas operaciones, obtener benefi cios presentes sobre rendimientos (fi nancieros, productivos, salariales) que slo se pueden producir en un futuro.

    Lo ms curioso de este tipo de mecanismos es que, en la mayor parte de los casos, el benefi cio se produce a partir de la gestin y control de grandes cantidades de dinero cuyos pro-pietarios ltimos no son las instituciones fi nancieras. As, por ejemplo, en el reciente episodio de las burbujas fi nancieras de EEUU y Espaa, los bancos y cajas de ahorro concedieron crdito a partir del dinero que obtenan de los depsitos de sus clientes; o del dinero que les prestaban otras instituciones fi nancieras; o incluso del dinero que obtenan vendiendo a otros bancos del resto del mundo la deuda que haban contrado los acreedores de las hipotecas. Este procedimiento se llama titulizacin y es central en la explicacin de la crisis fi nanciera que se desencaden tras el colapso del mercado inmobiliario estadounidense basado en las hipotecas subpri-me.4 De forma parecida podramos explicar el funcionamiento de las instituciones de inversin colectiva: stas operan con dinero que pertenece a pequeos ahorradores, pero una parte, muchas veces muy signifi cativa, de los benefi cios obtenidos con ese dinero se queda en manos de los gestores de las mis-mas en forma de comisiones y primas. Para que se entienda la asimetra de este tipo de mecanismos conviene recordar que aunque los benefi cios se repartan entre los ahorradores y los gestores, los ahorradores, esto es, las clases medias de todo el planeta, asumen la totalidad del riesgo de sus inversiones. Es as que lo que asegura el benefi cio fi nanciero no es tanto la concentracin de la riqueza en un grupo ms o menos pe-queo de entidades fi nancieras, como el control y la gestin de la riqueza fi nanciera por parte de estas mismas entidades.

    4 Toda la mecnica de la formacin de benefi cios a partir de la concesin de hipotecas subprime estaba defi nida por los circuitos de titulizacin de hipotecas. La titulizacin opera mediante la venta de la gestin de los benefi cios de las hipotecas a otros agentes fi nancieros que tambin asumen los riesgos de impago. sta fue una de las principales formas de creacin de benefi cios fi nancieros durante la fase fi nal del ciclo expansivo que estall en 2007.

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    Esto implica tambin un cambio en la funcin econmica de las fi nanzas, e incluso como sealan algunos autores una des-naturalizacin de su funcin. En los modelos clsicos basados en la circulacin monetaria de las economas industriales, los bancos e instituciones fi nancieras recogan el ahorro de los empresarios y de las familias ms pudientes, y lo dirigan a travs del crdito a aquellas inversiones que podan ser ms productivas. Cuando se crearon los mercados fi nancieros, el propsito era tambin que las empresas obtuvieran fi nancia-cin directa a travs de inversores que compraban una parti-cipacin (accin) en la misma. Sin embargo, en economas como la estadounidense, la britnica o la espaola, la funcin de las fi nanzas es mucho ms parecida a una labor extracti-va: se trata de maximizar los benefi cios fi nancieros, sin que importe si en ellos se produce riqueza real, se destruya la posicin econmica de un pas, o se subordine a poblaciones enteras a los intereses de una deuda contrada bien por el Estado o bien por ellos mismos como es el caso del fuerte endeudamiento hipotecario en Espaa.

    Esta posicin central del capitalista en dinero, frente al capitalista industrial, explica de igual modo que el poder de las grandes entidades bancarias y de los mercados fi nancie-ros sea en nuestra poca mucho mayor que el de las grandes corporaciones industriales. O tambin, que stas ltimas ha-yan adoptado un funcionamiento cada vez ms parecido al de las entidades fi nancieras, haciendo imposible toda distin-cin entre economa real y economa fi nanciera.

    Ahora bien, si el benefi cio se produce cada vez ms por vas financieras. Y la mayor parte de este beneficio ya no se dirige a inversiones productivas, sino a movimientos que muchas veces slo podramos considerar especulativos, por qu esa insistencia en la necesidad de reconstruir el beneficio a fin de generar inversin y por lo tanto empleo? Quizs por nostalgia de un modo de funcionamiento de la economa que hace ya tiempo no se puede reconocer en la realidad? La respuesta puede ser mucho menos ingenua.

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    En una economa progresivamente fi nanciarizada, en la que el benefi cio se confunde cada vez ms con algn tipo de renta fi nanciera, los cimientos de la legitimacin de las fun-ciones del propietario de capital podran estar entrando en una fase de erosin terminal.

    Para los economistas clsicos, el benefi cio era el justo salario del empresario que arriesgaba su tiempo y su di-nero. Era la remuneracin de las labores de coordinacin, o lo que es ms importante, de la capacidad del empresa-rio para introducir innovaciones tecnolgicas u organizati-vas que agilizaban los procesos productivos o al menos los hacan menos costosos. Pero qu ocurre cuando la fi gura del empresario y la del capitalista se escinden en favor de este ltimo? Cuando el benefi cio deja de ser el salario del empresario y se identifi ca ya plenamente con la renta fi nan-ciera del capitalista?

    Histricamente, la promesa capitalista se ha cifrado en su capacidad y efi ciencia para poner en el mercado mercan-cas y servicios cada vez ms baratos. Sobre esta promesa de la permanente revolucin de las fuerzas productivas se han construido la mayor parte de las hiptesis de progreso que han animado los programas de reforma del ltimo siglo y medio, y esto tanto por parte de los crticos al capitalismo como de la parte ms reformista y renovadora de sus elites. La fascinacin por la produccin de riqueza por medios capitalis-tas, y la estricta subordinacin de las fi nanzas a la economa productiva, fue una de las principales preocupaciones de los economistas clsicos. En la misma medida en que ni aada, ni aportaba nada realmente til a la produccin de riqueza, para muchos de ellos, la fi gura del rentista se consideraba un puro parsito. Keynes habl incluso de la necesaria y deseable eutanasia del rentista. Tendramos que pensar lo mismo del actual capitalismo rentista, y obrar en consecuencia?

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    Tercera: El empleo es demasiado caro. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades: ahora hay que ajustarse el cinturn para que la economa se recupere

    O segn la jerga de los economistas: el mercado de trabajo es demasiado rgido, o poco fl exible, o los salarios son muy altos. Se trata, en realidad, de una variante del argumento anterior que considera que el benefi cio es la ley y el motor de la economa, pero esta vez en relacin con lo que lo provee y tambin lo impide: el trabajo asalariado.

    Para la economa dominante la relacin entre capital y trabajo es un simple intercambio. Pero, tal y como se har-taron de decir los economistas clsicos desde Adam Smith a Marx, por debajo de este intercambio aparentemente neu-tral, la fuerza productiva de una sociedad se pone a dispo-sicin del capital, o lo que es lo mismo, se subordinan las necesidades y las capacidades sociales, nuestras vidas, al benefi cio capitalista. En consonancia con la visin dominan-te del mercado de trabajo como un simple intercambio, el problema del desempleo es una simple variante de la ley de la oferta y la demanda. Si no hay trabajo es porque ste no es lo sufi cientemente barato. Por extrao que parezca, esta simpleza es la base de la mayor parte de las modelizacio-nes econmicas del funcionamiento del mercado de trabajo: el desempleo involuntario esto es, aquel que se produ-ce porque no hay oportunidades de empleo para quien las busca es siempre una anomala temporal. Al cabo de un tiempo, los mecanismos de mercado actan creando nuevas oportunidades laborales que pueden ser aprovechadas por aqullos que realmente quieren trabajar. Si esto no ocurre es porque los mecanismos de ajuste automtico del merca-do han dejado de funcionar. Las razones de este desajuste pueden ser varias. Una de las ms esgrimidas, y tambin combatidas, es que los desempleados pueden no tener sufi -cientes incentivos para buscar trabajo o para desplazarse a

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    aquellos lugares y sectores que generan estas oportunidades. Otra es que el Estado es excesivamente proteccionista con los trabajadores, por ejemplo, haciendo muy difcil el des-pido, o gravando excesivamente a las empresas, lo que las desanima a invertir y a generar empleo. Una ltima fuente de distorsin puede provenir de la existencia de una fuerza sindical que impida que los trabajadores acepten salarios ms bajos. Todas estas afi rmaciones se pueden traducir, en cualquier caso, por algo mucho ms reconocible y sencillo: nuestras vidas son todava demasiado cmodas como para animarnos a trabajar segn las condiciones que la economa es capaz de ofertar.

    A los ojos ingenuos de un lego en economa, este tipo de argumentos pueden resultar, desde luego, algo extraos, cuando no un atentado contra el sentido comn, en una situa-cin como la actual en la que hay ms de veinte millones de desempleados en Europa y ms de cuatro slo en Espaa. No parece que la crisis haya sido generada por las demandas ex-cesivas de los trabajadores, unos altos niveles salariales o un ciclo de confl ictos y huelgas que haya hecho imposible a unos empresarios, siempre benevolentes, seguir contratando a nue-vos trabajadores. Pero a pesar de las evidencias, uno de los principales objetivos de las reformas econmicas en Europa y en Espaa es de nuevo el mercado de trabajo. Para generar empleo, se nos dice: primero, que los salarios son demasiado altos y que stos tienen que estar sometidos a controles ms estrictos; segundo, que hay que facilitar la contratacin y el despido a fi n de que los empresarios contraten a los trabaja-dores con ms facilidad, y los ajustes del mercado de trabajo sean cada vez ms rpidos; y tercero, que hay que incentivar la bsqueda activa de empleo, de tal modo que sea cada vez ms difcil vivir sin el recurso a un trabajo asalariado por ejemplo, por medio de prestaciones sociales.

    No obstante, cuando se observa con cierta profundidad histrica el problema del desempleo y las funciones econ-micas del salario, el anlisis se vuelve necesariamente ms

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    complejo. Lo primero que sorprende es que la remuneracin de los asalariados no ha sido siempre enemiga de la buena marcha econmica. Los salarios pueden ser vistos de dos ma-neras: como un coste para las empresas, pero tambin, y esto es lo interesante, como la fuente principal del gasto en consu-mo. Paradjicamente si los salarios son excesivamente ba-jos y los benefi cios excesivamente altos, puede ocurrir que el gasto en consumo no aumente de forma sufi ciente como para que los empresarios puedan vender en el mercado toda su produccin, y por lo tanto garantizar su benefi cio. A esta situacin, que ha sido recurrente en numerosas crisis econ-micas a lo largo del siglo XIX y de buena parte del XX, se la co-noce como subconsumo, o tambin sobreacumulacin dado que hay gran cantidad de capital que no encuentra inversio-nes rentables en la produccin de mercancas y servicios que se puedan vender.

    La solucin histrica a este grave problema vino dada, como ya se ha dicho, por John Maynard Keynes. En sus ob-servaciones de la crisis de 1929, el lord ingls atac encar-nizadamente las teoras econmicas del desempleo volun-tario y sostuvo, en su lugar, que toda salida efectiva de la crisis pasaba forzosamente por elevar los niveles generales de consumo de la sociedad, o lo que en economa se llama demanda agregada. La mejor forma para hacerlo era a tra-vs de programas de gasto pblico que relanzasen el proceso econmico; este tipo de intervencin deba ser prolongado y deba venir reforzado por medio de una poltica de moderado incremento de los niveles salariales. La razn se encontraba en lo que Keynes llamaba la diferente propensin al consu-mo de las clases trabajadoras y propietarias. A diferencia de lo que ocurre con los ricos, los trabajadores tienden a gastar la mayor parte de su salario en gastos de consumo corriente; de esta manera, al elevar el nivel de los salarios se eleva-ba el consumo general. Se consegua as vender una mayor cantidad de la produccin potencial, y al mismo tiempo se estimulaba una nueva ronda de inversiones que fi nalmente generaba ms empleo.

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    Este tipo de recetas animaron el pacto social que en EEUU se conoce como New Deal (o Nuevo Acuerdo). Durante los aos treinta del siglo XX, el New Deal estadounidense es-tableci un amplio programa de reformas e intervenciones por parte del Estado que incluan grandes proyectos de obra pblica, inversiones en educacin, facilidades para que las familias accedieran a la vivienda e incluso un cierto est-mulo a la sindicacin de los trabajadores a fi n de que pre-sionaran al alza sobre sus salarios. Estas polticas permitie-ron que ese pas pudiese sortear mejor que el resto la mayor crisis econmica del siglo XX, y al mismo tiempo evit tanto derivas polticas de tipo autoritario o fascista como las que precisamente se produjeron en buena parte del suelo europeo, como es el caso de la Alemania nazi, la Italia fas-cista o la Espaa de Franco como la expansin interna del gran enemigo ideolgico a largo plazo: el comunismo.

    El keynesianismo no es, por lo tanto, ms que una forma de reformismo capitalista que redunda en una mayor efi cien-cia de ese sistema econmico. Y precisamente por eso se convirti en la teora dominante de las polticas econmicas de los pases occidentales despus de la II Guerra Mundial. En cierta forma, los treinta aos que van desde 1945 hasta la llamada crisis del petrleo de 1973-1979 vinieron mar-cados por el mismo tipo de pacto social que hemos visto en EEUU. Los trminos eran los siguientes. Por un lado, los empresarios y los propietarios de dinero aceptaban que las ganancias que se obtenan por las constantes mejoras en la produccin industrial repercutieran, aunque fuera de una forma mnima, en los salarios de los trabajadores. A cambio, los propietarios de capital garantizaban que su pro-duccin tuviera compradores, y que incluso, por medio del gasto pblico, la salud (sistemas pblicos sanitarios) y la productividad (gasto en educacin) de sus trabajadores fue-se creciente. Por su parte, los trabajadores, a travs de los sindicatos, aceptaban que el incremento de sus salarios y su consumo no fuera mayor que el de la productividad a fi n de no mermar las ganancias de los capitalistas. En el mismo

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    paquete de negociacin se estableca tambin el abandono de todo horizonte de transformacin radical de la economa capitalista.

    Este pacto se mantuvo relativamente intacto hasta los aos setenta. Y las instituciones a las que dio lugar, recogi-das en lo que llamamos Estado de bienestar, aunque estn en abierto retroceso y sujetas a ataque continuo, siguen con-fi gurando en gran medida el modo en el que se reproducen las sociedades capitalistas avanzadas. Tal y como ya se ha dicho durante los aos setenta, dos episodios de rpida su-bida de los precios del petrleo, unidos a una creciente com-petencia internacional, as como a una presin salarial cada vez ms fuerte por parte de unos trabajadores cansados de un pacto en el que sencillamente eran la parte que ms apor-taba y menos ganaba, puso fi n a la trayectoria econmica de las dcadas anteriores. Las estrategias de los empresarios y de los gobiernos fueron muchas y muy distintas, pero casi todas ellas compartieron un mismo diagnstico: los salarios se haban convertido de nuevo en causa principal de los pro-blemas econmicos. La terapia pasaba por el control salarial. El objetivo ltimo consista en bloquear la presin sobre los benefi cios y por lo tanto sobre la inversin y/o que las al-zas salariales repercutiesen sobre los precios lo que produ-ca infl acin. El triunfo Reagan y Thatcher en EEUU y Reino Unido sancion esta nueva lnea poltica con un feroz ataque a toda movilizacin sindical. Como haba ocurrido histrica-mente, los salarios volvieron a ser, fundamentalmente, un coste para los empresarios.

    El resultado econmico de las polticas de control de ren-tas y del ataque al trabajo fue, en todo caso, muy distinto al esperado. El bloqueo al crecimiento de los salarios e inclu-so su reduccin no produjo mayor crecimiento econmico, ni tampoco la creacin de un nmero signifi cativo de empleos. Antes al contrario, durante las dcadas de 1980 y 1990, el crecimiento econmico de los pases occidentales fue modera-do, y en algunos casos insignifi cante, al menos si se compara

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    con la de 1960. Al mismo tiempo, el desempleo se estabiliz en unas cifras que hubieran sido consideradas inaceptables unos aos atrs. Aunque las razones de esta relativa atona econmica tenan que ver con los problemas de realizacin de los benefi cios capitalistas que hemos comentado en el epgra-fe anterior, uno de los escollos fundamentales se encontraba, otra vez, en que con altos niveles de paro y salarios estanca-dos era muy difcil estimular el consumo de las familias, y con ste la inversin. El resultado eran unas economas ms bien anmicas, con crecimientos dbiles e inestables.

    La solucin a este problema, ensayada en un buen nmero de pases, entre ellos Espaa, vino de la mano de la ingeniera fi nanciera. El problema se encontraba de nuevo del lado de la demanda: si las familias no pueden gastar ms a partir de unos fl ujos menguantes de renta salarial, quizs se puedan elevar sus niveles de gasto por medios fi nancieros. Los instrumentos fi nancieros que sirven a este propsito son bsicamente dos, y casi siempre aparecen combinados: por un lado, el recurso al crdito (endeudamiento) y, por otro, las burbujas fi nancieras e inmobiliarias que operan sobre ttulos de propiedad (como acciones, fondos de pensiones o viviendas) que estn en manos de una proporcin signifi cativa de los hogares.

    Sobre estos preceptos, desde las dcadas de 1980 y 1990, se ha aplicado una compleja batera de polticas que ha introducido a una creciente masa de hogares en los circuitos fi nancieros. Propiamente, cuando una persona ad-quiere acciones o un fondo de pensiones, o compra vivien-das o suelo pensando sobre todo en los rendimientos futuros y no tanto en su utilidad como bien de uso, esta persona est operando segn lgicas fi nancieras. Cuando este tipo de operaciones est al alcance de muchas familias y lo que es ms importante, cuando una parte creciente de sus ren-tas y tambin de sus riesgos se deriva de las plusvalas fi nancieras, se puede decir que las economas domsticas se fi nanciarizan. Esto es sencillamente lo que ha ocurrido en los ltimos 20 aos.

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    Pero, cmo la fi nanciarizacin de las economas domsti-cas, o lo que algunos han llamado el triunfo del capitalismo popular, puede dar lugar a ese milagro econmico de elevar el consumo sin hacer lo propio con los salarios? El circuito que bombea renta desde los mercados fi nancieros al gasto en consumo de las familias se tiene que cerrar, necesariamente, por medio de un crecimiento espumoso de las acciones y los activos fi nancieros en sus manos. Las grandes subidas burs-tiles que se vienen produciendo desde la dcada de 1980 han permitido que una parte de las ganancias producidas por ac-ciones y fondos de inversin se dirigiesen a gastos corrientes. A este mecanismo se le llama efecto riqueza.

    Lo curioso de los efectos riqueza es que se pueden ge-nerar tambin por medio de burbujas inmobiliarias. De hecho, el ltimo gran ciclo econmico (el de los aos 2000) se ha visto animado por una serie de explosiones inmobiliarias ani-dadas a escala internacional y protagonizadas por un nutri-do grupo de pases: Reino Unido, EEUU, Irlanda, Australia, Nueva Zelanda y tambin Espaa. Todos ellos con mercados de trabajo muy precarizados y salarios estancados. En estos pases, el objetivo principal de las polticas econmicas5 ha sido convertir la vivienda en un bien de inversin que sopor-te crecimientos signifi cativos de su precio y con ellos de la riqueza nominal que propiamente dicen tener las familias. El mecanismo tiene una base tan sencilla como que el creci-miento de los precios, y las consiguientes plusvalas inmobi-liarias, o tambin la capacidad de acceder a nuevas rondas de endeudamiento avaladas por unas propiedades inmobiliarias de valor creciente, permitieran a las familias aumentar sus gastos, aunque no creciesen sus salarios. De este modo, el acceso al crdito para nuevas inversiones inmobiliarias es-pecialmente de los sectores de mayor renta retroalimentaba en crculo nuevos crecimientos del precio de la vivienda y, a su vez, nuevas oleadas de endeudamiento.

    5 Quiz la principal arma poltica que se ha utilizado para este fi n ha sido la reduccin de los tipos de inters. Por ejemplo, entre 1990 y 2007 los tipos de inters medios en Espaa bajaron desde el 13 % al 2 %.

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    Naturalmente, este tipo de estrategias basadas en el valor de los patrimonios de las familias y la extensin del crdito ha producido una particular inversin de las funciones econmi-cas que haban mantenido el Estado y los hogares desde al menos los aos treinta del siglo XX. Por un lado, el Estado se ha ido ajustando a las prescripciones neoliberales de reduc-cin de gasto, abandonando progresivamente mbitos sociales que antes eran de su competencia, como las pensiones y la vivienda. Por otra parte, las familias, que tradicionalmente eran consideradas las principales proveedoras de ahorro, se han visto cada vez ms presionadas tanto por el abandono del Estado, como por el continuo recorte de los ingresos salaria-les. De hecho, en Espaa, incluso en los aos de prosperidad, entre 1995 y 2007, los salarios decrecieron un 10 % de me-dia. Es as como los hogares se han visto forzados a mantener sus niveles de consumo a travs del recurso masivo al crdito (y de las revalorizaciones de los ttulos de propiedad). De este modo, el exceso de gasto que segn los modelos keynesianos era sostenido por el Estado, ha pasado ahora a las familias. Por eso, algunos hablan de un particular keynesianismo de corte fi nanciero, o basado en el precio de los activos en manos de las economas domsticas.

    El doble crculo virtuoso de esta sofi sticada ingeniera fi -nanciera consiste en elevar el consumo de las familias sin elevar los salarios, y sostener la curva creciente de los benefi -cios fi nancieros sin aumentar el gasto del Estado, y por ende los impuestos sobre esos mismos benefi cios. La contrapartida est, por supuesto, en que la mayor parte de los riesgos de estos complejos circuitos econmicos ha sido transmitida a las familias, por medio de su creciente exposicin al endeu-damiento. Dentro de este esquema, estamos muy lejos de una retirada del Estado de la esfera econmica.

    El caso espaol se puede considerar un ejemplo pa-radigmtico de este tipo de estrategias inmobiliario-fi nan-cieras dirigidas al doble objetivo de elevar los benefi cios fi nancieros y reconstruir la demanda sin elevar los salarios.

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    De hecho, el ciclo inmobiliario espaol que se extiende de 1995 a 2007 ha sido probablemente el ms profundo y extenso del planeta. Entre esos aos los precios de la vi-vienda se multiplicaron por 2,9, al mismo tiempo que se construan ms de siete millones de viviendas (el 30 % del parque construido). La riqueza nominal de las familias, que est soportada en un 80 % por el valor de la vivienda, creci en ms de tres veces, llegando a suponer en 2007 nueve veces el valor total del PIB, lo que en trminos re-lativos es una cifra mayor que la de cualquier otra de las grandes economas occidentales. Segn el mecanismo an-tes descrito, esto permiti que aunque entre esos aos el salario medio decreciese en un 10 %, el consumo total por persona creciese en un 60 % y el consumo total de toda la poblacin en ms de un 90 %, una cifra de nuevo superior a la de EEUU y a la de cualquier otro de los grandes pases de la Unin Europea.

    En defi nitiva, en Espaa como en EEUU o Reino Unido, la bonanza econmica no se ha producido repartiendo la riqueza por vas salariales, sino por medio del crecimiento del valor de la vivienda en un pas mayoritariamente propietario, donde ms del 80 % de los hogares tiene una vivienda en propiedad. Como en estos pases, esto slo ha sido posible por medio del recurso masivo al endeudamiento que permiti a muchas familias acceder a su primera vivienda y a otras muchas com-prar segundas o terceras residencias. Baste decir que en esos aos el crdito hipotecario se multiplic por doce y por siete la deuda total de las familias.

    Curiosamente la bonanza econmica slo se produjo, tal y como se sealaba en el epgrafe de este captulo, porque buena parte de la poblacin vivi por encima de sus posibili-dades segn los parmetros de sus ingresos salariales. Fue este irresponsable derroche lo que permiti mantener niveles de consumo que de otra manera hubieran sido imposibles o hubie-ran dado pie a nuevas formas de reparto de la riqueza. Y tambin fue esto lo que permiti que la economa contabilizada en

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    el Producto Interior Bruto (PIB) creciera a unos ritmos su-periores al 3 %, mayores que los de las grandes economas occidentales. En defi nitiva, porque se recurri masivamente al crdito y porque un bien de primera necesidad se convirti en el objeto de una devoradora burbuja fi nanciera, se produjo un importante crecimiento econmico, al tiempo que los benefi -cios fi nancieros crecan incluso a mayor ritmo, tal y como ma-nifestaban reiteradamente los ejercicios contables de bancos, constructoras e inmobiliarias. Y todo ello sobre la base del decrecimiento de los salarios y la asuncin por la poblacin de niveles de endeudamiento insostenibles!

    Enfrentados ahora a una situacin de depresin, con un paro estancado en cuatro millones y medio de trabajadores, uno de los principales objetivos de las reformas, y a la postre de la salida a la crisis, parece pasar de nuevo por el abarata-miento del empleo (y el despido) y una mayor fl exibilidad (pre-carizacin) de las condiciones de trabajo. El principal objetivo de la reforma aprobada el verano de 2010 fue, como sabe, facilitar el despido: reducir el nmero de das de indemniza-cin por ao trabajado, equiparando en la prctica el despido de los asalariados con contrato indefi nido, al de aquellos con contrato temporal. Resulta difcil pensar como una reforma que agiliza los trmites y abarata los costes del despido puede estimular la contratacin. De hecho, todos los estudios pare-cen sealar que el volumen de contratacin no depende ms que de las expectativas de crecimiento de la actividad econ-mica. Aparentemente, la reforma slo permite que ante una nueva coyuntura de crisis los empresarios puedan deshacerse ms rpidamente de sus excedentes laborales. Algo que ya hicieron en un tiempo rcord entre 2009 y 2010 dejando en la calle a cerca de 1,5 millones de contratados temporales. En futuros aos, simplemente lo harn sin atender a distinciones de contrato y quizs tambin en menos tiempo.

    De todas formas, no hay algo de perverso y falso en esta abusiva atencin al empleo como nico medio socialmente legtimo de acceso al ingreso, y por lo tanto al consumo, cuando

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    ste pasa cada vez ms por mecanismos de revalorizacin fi nanciera o inmobiliaria? No es del todo abusivo condenar a la mayor parte de la poblacin a unos empleos cada vez peor remunerados y precarizados, en una sociedad que sin embargo es mucho ms rica que hace 10, 20 30 aos? Y sobre todo, no es absolutamente tramposa la ecuacin empleo = trabajo socialmente til? Buena parte del trabajo ms til y de mayor valor social en nuestras sociedades no est reconocido en trminos salariales y en muchas ocasio-nes ni siquiera es visible. Es el caso del trabajo de atencin y cuidado a nios, ancianos y enfermos, realizado sobre todo por mujeres; o tambin de buena parte del trabajo cultural y creativo realizado por comunidades sociales de distinto tipo que no reciben ningn tipo de remuneracin; o del trabajo de formacin que sirve para que los trabajadores sean ms productivos y capaces, y que lejos de ser recono-cido como tal, es cada vez ms una responsabilidad exclu-siva de los propios estudiantes y sus familias, que tienen que hacer frente a los gastos que supone. Al mismo tiempo, una parte importante del trabajo reconocido en trminos salariales no parece tener una funcin social til, o sta es tan pequea que se podra realizar por otros medios: es el caso de la infi nidad de puestos de control, cargos polticos innecesarios o la infl acin de los aparatos empresariales en funciones puramente burocrticas o competitivas como la venta, la publicidad, etc.

    Una contabilidad sobre el trabajo til en trminos socia-les comprendera rpidamente que lo que llamamos empleo no corresponde ni por asomo con el trabajo digno de recono-cimiento social. Desde una perspectiva algo ms amplia que la que estamos habituados a escuchar y a atender, tanto en los medios de comunicacin como en boca de los expertos, el empleo debera dejar de considerarse como un horizonte social insuperable. Quizs convenga simplemente hablar de distribucin de la riqueza.

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    Cuarta: El gasto social supone una carga cre-ciente que la economa ya no puede soportar. O tambin: hay que transmitir confi anza a los mer-cados y reducir lo antes posible el dfi cit pblico

    En los pases con economas desarrolladas, pero tambin en la mayor parte de las economas emergentes, el Estado ha tendido a hacerse cargo de un conjunto de servicios de primer orden como la educacin desde los primeros niveles has-ta la Universidad, la salud en muchos pases de toda la poblacin, las pensiones de vejez, los seguros de enferme-dad y paro, las polticas de proteccin contra la pobreza, etc. Como se sabe este tipo de polticas componen lo que tradicio-nalmente se conoci como Estado del Bienestar.

    Para los liberales de ayer al igual que para los neoli-berales de hoy este tipo de polticas no tiene ninguna jus-tifi cacin econmica. Antes al contrario, la intervencin del Estado, por medio de una fi scalidad excesiva y de medidas de redistribucin, es considerada como algo ms bien nocivo para el funcionamiento de los mercados. De hecho, antes de la formacin institucional del Estado del bienestar muchas de sus actuales atribuciones eran asumidas por asociaciones de trabajadores, que ponan en comn una parte de su sa-lario para atender a viudas, ancianos, enfermos y hurfanos. Eran las llamadas mutuas laborales.

    El crecimiento de los movimientos sindicales y de los partidos obreros, el estallido de la Revolucin Rusa en 1917, las dos Guerras Mundiales, en defi nitiva, todo lo que constituye la larga y confl ictiva trama del siglo XX, obligaron, muy a pesar de los economistas liberales, a reconsiderar las funciones y responsabilidades del Estado, e incluso de una parte del empresariado. Los acuerdos sociales que siguieron al fi nal de la Segunda Guerra Mundial y el propio modelo de regulacin econmica inspirado en las ideas de Keynes, sellaron la estructura bsica del Estado de bienestar en los

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    principales pases europeos. Desde ese momento, se recono-cieron una serie de derechos salud, educacin, vivienda o cierto nivel de renta en periodos de difi cultad que deban ser fi nanciados por medio de una fi scalidad progresiva y un conjunto de instituciones especiales como las servicios de salud, la red pblica de educacin o la Seguridad Social. De este modo, entre los aos que van desde el fi nal de la II Gue-rra Mundial hasta la crisis de los setenta, la creciente inver-sin en educacin, cultura o sanidad permiti mejorar casi todos los indicadores bsicos de bienestar de al menos una parte muy signifi cativa de la poblacin: desde la esperanza de vida hasta los niveles de educacin, desde la reduccin de la pobreza hasta la erradicacin de algunas de las plagas y enfermedades que haban azotado a las sociedades euro-peas de los siglos anteriores.

    Incluso dentro de una perspectiva estrechamente capi-talista, el Estado del bienestar gener innumerables efectos positivos: aument la productividad y la salud de la pobla-cin, contribuy a crear nuevos mercados y productos des-tinados a satisfacer las necesidades derivadas del creciente poder adquisitivo de los trabajadores, permiti dedicar mu-chos ms recursos a labores de investigacin e innovacin, o a infraestructuras de transporte y comunicacin. Todava a da de hoy, los pases con mayor inversin en polticas so-ciales son los que presentan los mayores ndices de produc-tividad y riqueza. De hecho, en los pases con sistemas de redistribucin y de desarrollo social ms acabados, el coste de las polticas sociales ha llegado a suponer hasta el 35 y el 40 % del PIB, y en muchos pases consume ms del 75 % del gasto pblico en el caso espaol esas cifras se deben rebajar sin embargo al 25 % y el 55 % respectivamente. En cualquier caso, y como ya se ha destacado, estas cantidades, aparentemente enormes, slo refl ejan en realidad una parte del trabajo y de los recursos que se destinan a lo que es ms importante en toda sociedad: su propia reproduccin. Desde esta perspectiva, estos volmenes de gasto se pueden consi-derar incluso pequeos.

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    A partir, sin embargo, de la crisis de 1970 una de las letanas ms escuchadas dice as: El Estado debe delegar una parte de estas polticas sociales a manos de sus propios benefi ciarios. Los autodenominados neoliberales declaran, efectivamente, que el Estado debe reducirse y que el dbil crecimiento de las ltimas dcadas se debe, en ltima instancia, a la nociva y perniciosa distorsin de los mercados por parte de un sector pblico sobredimensionado. O dicho de otro modo, la idea de corregir artifi cialmente las desigualdades a travs de meca-nismos distributivos, y que ha sido el caballo de batalla de los proyectos de reforma social de todo el siglo XX, slo genera mecanismos malvolos que a la larga producen ms problemas que soluciones. Por ejemplo: los seguros de desempleo y las al-tas prestaciones sociales desincentivan la bsqueda de em-pleo, la infl acin administrativa obstaculiza un funcionamiento gil del Estado, los sistemas pblicos de salud y educacin son rgidos, excesivos e inefi cientes, las polticas contra la pobreza crean una casta de subvencionados pasivos, etc.

    El problema de la pobreza, la precariedad o la falta de renta han pasado a ser as, cada vez ms, un problema perso-nal, y no el residuo de una estructura social que arroja por-centajes ms o menos crecientes de poblacin en situacin de pobreza o con distintos grados de exclusin. En lnea con esta nueva forma de hegemona social, los sectores sociales de rentas altas de algunos pases han practicado el sabotaje fi scal o ms bien el fraude fi scal, alegando que los ms tiles y fuertes (los triunfadores) no tienen porqu pagar el bienestar de los menos capaces (los perdedores). La hege-mona poltica de este tipo de ideas es tal que algunas de las sntesis crticas a los excesos del Estado del bienestar proce-den del interior de los viejos partidos socialistas; stas han dado lugar a nuevos criterios de poltica social basados en un curioso principio: Ayudar a que se ayuden.

    El argumento ms fuerte en