La Cultura del tejo. esplendor y decadencia de un patrimonio vital

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En el libro se repasa toda esa simbología ligada al tejo y su presencia en los pueblos y tradiciones. En el primer apartado se aborda el ciclo vital y la dinámica poblacional de los tejos silvestres e, inmediatamente después, se habla ya de las creencias y tradiciones relacionadas con el tejo. En una tercera parte se aborda su presencia en diferentes países y, por último, se recopilan historias, cuentos y leyendas sobre este árbol.

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LA CULTURA DEL TEJO

ESPLENDOR Y DECADENCIA DE UN PATRIMONIO VITAL

Ignacio Abella

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Créditos de imágenes:Árni Magnússon. Institute of Iceland (Wikipedia): 8. Fernando Fueyo, acuarela de la pág. 13. Fernando Vasco: 14. Manuel Bahillo: 15, 16, 21 dcha., 22 arriba izq., 27 abajo dcha., 30 abajo izq., 31 arriba, 32, 38, 42-43, 48, 49, 52-53, 64-65, 88, 95, 126C, 127 salvo la F, 128, 139, 141G y H, 143, 145, 146, 147 izq., 148 (salvo abajo dcha.), 149, 197, 198, 200, 209, 212 izq., 216, 225. Noceu (Miguel Ángel Díaz y Jesús García Albá): 30 arriba dcha. Gausón Fernande: 57. c2ra-Musée archéologique départemental. K. Schenck-David: 62 A. 69 B y C, fotos proporcionadas por Cecilio Testón. Germán Álvarez: 116. José Moya 147 arriba dcha. Bernabé Moya 147 abajo. Benoit Billion (enlumineur): 167. Flor de la Fuente 175, 176, 178. Christiane Dorléans: 180. c.a.u.e. de la Manche: 181. Emilio Blanco : 187. Enciclopedia Espasa : 188. Ignacio Abella: 4-5, 6, 10, 18, 19, 20, 21 izq. 22 (todas salvo la de arriba izq.), 24, 25, 26, 27 (todas salvo abajo dcha.), 29, 30 (arriba izq. y abajo dcha.), 31 abajo, 34, 36, 39, 40, 41, 44, 45, 50, 54, 55, 56, 59, 60, 61, 62A, 63, 66, 69 A, 70, 71, 74, 77, 78-79. 80, 81, 83, 85, 86, 87, 91,92, 93, 96, 97, 98, 99, 101, 102, 104, 105, 107,108, 110, 111, 112, 113, 114, 117, 118. 119, 121, 123, 124, 126 (salvo la C), 127F, 129, 130, 131, 132, 133, 134,136, 138, 140, 141 salvo G y H, 142, 148 abajo dcha. 150, 153 abajo, 155, 156, 157, 158, 159, 160, 161, 162, 163, 164, 166, 167, 168 abajo, 170, 171, 172, 174, 177, 183, 191, 194, 196, 203. 205, 206, 207. 208. 210, 212 dcha., 213, 214, 215, 222, 226. 227. Foto portada: Flor de la Fuente

© de la edición La Editorial de Urueña S.L.© de los textos Ignacio Abella.

1ª edición: diciembre 2009ISBN: 978-84-936875-8-8D L:

Maquetación: Consultoria Creativa.Impresión: Gráficas Quinzaños.

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN.………………………………………………………..…....…………………………….... 7

PARTE I – TEJOS SILVESTRES, CICLO VITAL Y DINÁMICA DE POBLACIONES ..………………. 19

Los herbívoros, clave de la regeneración...……………………………................... 23

Decadencia y regresión…………….…………………..……………………………...... 29

El árbol de la guerra…………………………………………….…....…………………………….. 32

Acoso y exterminio………………………………………………....…..………………………….. 33

Toxicidad………………………………………………………….…..…………………………….... 39

Problemas de regeneración de la especie..…………………………….....………………….. 43

Nuevas amenazas para las poblaciones silvestres..………………………….. 44

Yamadori, bonsái “recuperado”………………....…...…………………………… 46

PARTE II – ALREDEDOR DEL TEJO, COSTUMBRES Y CREENCIAS 51

El ramo…………………………………………………………....…..……………………... 56

Bajo el signo del Tejo…………………………………………...…....……………………………. 59

Árbol de la Vida y de la Muerte………………………...…….……..……………………………. 66

La Ley del Tejo……………………………………………….……....…………………………….... 67

Pérdida y decadencia del patrimonio de tejos “cultos”……...……..…………………….... 68

PARTE III – LOS PAÍSES DEL TEJO……………………………………………..…………………………….. 75

ALEMANIA…………………………………………………………………..………………………… 76

ESPAÑA…………………………………………………...……………….....……………………..... 77

Asturias………………………………………………………..….…...……………………………... 77

Cantabria……………………………………………………………...…………………………….... 125

Castilla y León……………………………………………...………..……………………………... 142

Galicia……………………………………………………………..…………………………………... 149

Mallorca………………………………………………………...…………………………………….. 156

País Vasco y Navarra……………………………………………….……..………………............ 159

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FRANCIA……………………………………………………………..…………..…………………..... 163

Bretaña…………………………………………………………...………..…………………............ 164

Normandía………………………………………………...………..……..…………………............ 170

INGLATERRA………………………………………………………...….…..…………………......... 182

IRLANDA………………………………………………………………….……..…………………...... 185

PORTUGAL………………………………………………….....………….……..………………….... 187

PARTE IV – HISTORIA, CUENTOS Y LEYENDAS……………………….………..………………….......... 193

RELATOS LEGENDARIOS…………………………………………...………..………………….... 193

RELATOS “HISTÓRICOS”……………………………………………………..………………….... 211

CITAS BREVES………………………………………...………………….……..…………………... 216

APÉNDICES……………………………………………………………..………....……..………………….......... 221

1. PROTECCIÓN Y CUIDADOS DE LOS “TEJOS CULTOS”...….....……..…………………....... 223

2. PROTECCIÓN DE LOS TEJOS SILVESTRES……………………..……..…………………........ 225

3. MULTIPLICACIÓN DEL TEJO……………………………………..……..…………………............ 228

Bibliografía, Fuentes..……………………………………….……………………………..…………………..... 233

Agradecimientos………………………………………………..…………………...……..…………………..... 235

Para más información se puede consultar el blog del autor: http://memoriadelbosque.blogspot.com/ o la web de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente: www.ruralnaturaleza.com donde encontrarás información práctica sobre el tejo y otros árboles monumentales: Reproducción, buenas prácticas con los viejos árboles y muchos otros temas de interés.

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Dedicado a:

Ana María (Sotres), David (Santibáñez de la Fuente), Amable (Melendreros), Giordano y Bernabé (ambos de la Millariega), Manuel (Selorio), María Luisa y Covadonga (Lebeña)… A to-dos los paisanos que conservan la memoria y continúan cuidando y plantando tejos. Cultivando aquella tradición ancestral, hermosa y plena de significado. Aportando serenidad, sabiduría y sentido común a un mundo que se precipita.

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D esde tiempo inmemorial, nuestros abuelos se re-unieron al pie de los tejos para celebrar concejos y reuniones, juicios, fiestas y rituales. A lo largo

de los siglos, desde el mismo centro de todos los pueblos y aldeas, el viejo y silencioso texu fue emblema de sabidu-ría y buena vecindad. Símbolo de país, paisaje y paisana-je, de la gente y del territorio.

He aquí una historia, aún no contada, escrita con testi-monios tan diversos como los protagonistas de esta antigua tradición cuyos valores han sido en parte olvidados o han pasado prácticamente desapercibidos, pese a la trascenden-cia y al enorme significado que tuvo en nuestro entorno.

Aún se “recuerda” en algunos pueblos de la comarca de Picos o en el mismo Bermiego, que su árbol sagrado estaba ahí aún antes de que el pueblo se fundara. “É más vieyísimu que’l memu pueblu” se dice. Y en este caso, poco importa que el recuerdo pertenezca a una memoria histórica o mítica, poco importa que fueran estos los árboles o sus antecesores a lo largo de una línea de sucesión de origen desconocido, ni siquiera importa que el árbol centenario sea anterior o posterior a la fundación de un poblado concreto o la edi-ficación de su iglesia. Lo importante es el sentimiento de arraigo e identificación que mueve a “recordar” este tipo de cosas.

En este sentido la identificación con el tejo ha sido muy profunda, tal como veremos a lo largo de estas páginas, hasta convertirse en árbol familiar, junto a casas humildes o en los jardines de los palacios y en sus escudos. Árbol del pueblo o la comarca, creciendo en el lugar central y a veces formando parte del nombre o de la heráldica, de la leyenda o la tradición. Árbol tribal, presente también en el nombre de antiguas tribus europeas como los eburovicos y los eburones e incluso árbol “nacional” que como el roble de Guernica aglutinaba la sociedad y representaba el terri-torio de una gran región o todo un país como Inglaterra. Recordaremos aquí la famosa jura del rey bajo el tejo de Ankerwyke, cuando a exigencia de los nobles ingleses se firmó la Carta Magna.

Los tejos “cultos”, si se nos permite la expresión, los que todavía permanecen en pie en aquellos lugares cen-trales, en un estado más o menos vigoroso o lamentable; representan la memoria de la gente arraigada, secular-mente asentada en aquel preciso lugar, y de su territorio. Y aún es posible recobrar una parte de esta memoria, o al menos eso hemos intentado a través de los testimonios, palabras y gestos de aquellos hombres que han convivi-do de forma estrecha con estos árboles por generaciones incontables.

INTRODUCCIÓN

“Cuanto más atrás puedas mirar, más adelante verás”

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A diferencia de otras concepciones religiosas o filosó-ficas, encontramos en el árbol sagrado no solo una repre-sentación cósmica que heredamos de los antiguos mitos del árbol del paraíso o del árbol universal que sostiene y contiene el mundo entero; sino una encarnación de la propia divinidad o espíritu de la tierra y al mismo tiempo del templo que en las viejas tradiciones era el árbol o el bosque. Y esta idea del Dios-Templo resulta arcaica y a la par novedosa en nuestro contexto cultural en el que las re-ligiones han evolucionado desde hace muchos siglos hacia los cultos y rituales que se practican en templos artificia-les, erigidos muchas veces en los mismos enclaves donde tenían lugar los ritos paganos.

La imagen del mítico tejo Yggdrassil, de los nórdicos representa el universo que habitan en sus distintos niveles, los dioses, los hombres y el resto de los seres que compar-ten este mundo. Y la identificación del tejo con divinida-des o espíritus es común a otras tradiciones.

Pero si nos resulta difícil comprender esta cultura com-parándola con los fenómenos religiosos de nuestro entor-no, hacer un análisis y una clasificación sistemática sería en este caso traicionar el mismo espíritu de una tradición que difícilmente puede ser entendida desde el estudio in-telectual y analítico. De ahí que pocas veces hablemos en términos de dendrolatría y nos hayamos ocupado más de utilizar los propios lenguajes de esta cultura tal y como han sido transmitidos a través de las diversas fuentes.

Son la costumbre y la tradición oral, sobre todo, las que han sostenido a lo largo de milenios todo este legado y patrimonio, tanto material, de árboles enclavados en los lugares más significativos de nuestro territorio, como todo el bagaje de creencias, prácticas rituales y leyendas, dichos, etc. que conforman el patrimonio inmaterial aso-ciado y complementario.

La vida de los hombres transcurría alrededor de estos “inmortales” que daban cohesión y sentido a la propia existencia individual y colectiva. Parece que estos árboles hubieran reunido todas las funciones sociales constituyen-do el lugar de encuentro para la tribu, la parroquia o el municipio. Y aún es posible visualizar en muchos pueblos,

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I.

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cómo al tejo junto al cementerio se le fueron desgajando algunas de aquellas funciones y a su alrededor nacería primero el templo de piedra que marcaba el punto de in-flexión en el que el cristianismo se asentaba sobre las raíces de los viejos cultos al árbol. Más tarde la casa consisto-rial que acogería a los representantes del pueblo cuando el propio tejo dejó de desempeñar su tarea tradicional como “casa de juntas”. Y por fin surgiría la magistratura, que originalmente era jurisdicción más o menos exclusiva de aquel núcleo en el que se hacían las leyes y ordenanzas y se administraba la justicia, a la sombra del venerable tes-tigo. De todo ello existe memoria que atestigua además otras funciones de aquellos árboles matrices, alrededor de los cuales también se celebraron las fiestas, bodas, bautizos y enterramientos y todos los actos trascendentes para las comunidades que se acogieron a su campo sagrado.

Pero la amplitud y el significado de esta cultura son tan hondos, que en ocasiones nos hemos sentido tentados de hablar de una verdadera religión del tejo, que habría co-nocido infinidad de formas diferentes bajo ciertos aspectos comunes. Incluso de todo un sistema político al que po-dríamos denominar “dendrocracia” que ha imperado has-ta hace muy poco tiempo en todo el continente y en el que los árboles seculares presidían la sociedad y el territorio desde el centro geográfico y espiritual en el que invaria-blemente se encontraba también el cementerio.

En la concepción tradicional más o menos consciente, los “camposantos”, eran centros sagrados habitados por el ár-bol vivo y frondoso. El simbolismo de que ese árbol arrai-gara en el territorio común de los ancestros, absorbiendo durante generaciones a todos y cada uno de los vecinos que iban a parar al final de su vida a sus pies, es trascenden-tal y elocuente. Al pie de los tejos vivían los muertos. El árbol ancestral reunía, resumía y daba vida, era el alma del pueblo y, por tanto, todo lo que acontecía en ese espacio tenía un significado profundo, que explica también que el tejo fuera un verdadero “árbol de la palabra”, garante de la palabra dada, de juramentos y pactos que, sellados bajo aquel testigo, debían ser inviolables y perpetuos.

Si existe una inteligencia afectiva, podemos hablar tam-

bién de una cultura o memoria afectiva, y antes que nada la tradición de la que hablamos pertenece a este terreno como señalan inequívocamente los testimonios aquí re-unidos.

Se diría que en compañía de los tejos centenarios entra-mos en una dimensión diferente, tal como explican con mayor o menor éxito los poetas, e incluso pintores como Fernando Fueyo, que en su obra han tratado de retratar el alma de estos venerables. La fuerza e inspiración del árbol tenía un gran influjo en la vida tradicional y su cultura se expresó, a lo largo del tiempo, de modos muy diversos.

Así, en todos los pueblos en los que existe el viejo tejo o su memoria, hay también un recuerdo del tiempo pasado al pie de aquel árbol que atraía como un imán a todos los vecinos, pero de forma especial a los viejos y a los niños. Casi invariablemente nos han confesado la añoranza por aquel tiempo “perdido” junto a estos gigantes. Y cuando se trataba de tejos hembra, los niños trepaban durante el otoño a comer los frutos, dulces como golosinas, y podían pasar el día entero al amparo del tejo.

Una vecina del concejo asturiano de Llanera resumía en un escrito esta idea:

En mi pueblo, San Cucao de Llanera, al lado de la igle-sia también hay tejo. Donde celebraban los abuelos las reuniones. De niñas recuerdo jugábamos alrededor, nos sentábamos a tomar la merienda antes del catecismo, etc. ¡Qué recuerdo de días felices! ¡Cuántas historias podrían contar estos árboles!

Junto al tejo de Brañes, caído en enero de 2009, pregun-tamos a una vecina si se recordaban conceyus al pie de este árbol; nos repondió que ella no era natural de éste pue-blo sino de Pajares, pero que había visto en Brañes que los abuelos acostumbraban sentarse a su sombra y que en su pueblo sucedía igual y todo transcurría alrededor del gran tejo bajo el que también se jugaba a los bolos y se hacían conceyus. “Eran la vida de los pueblos de antes” confesaba refiriéndose a aquellos tejos ancestrales.

Una pequeña antología de ideas o frases hechas que irán apareciendo en estas páginas expresa de forma contunden-te algunos rasgos del sentimiento popular:

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“Antes de morrer tengo que plantar un teixo” (una abuela de Samos). “Si fue testigo un texu, esto puede dir a misa” (dicho popular de Sotres). “¿Cómo está el texu?” (pregunta habitual de los emigrantes en Buenos Aires, cuando escribían cartas a la familia de Bermiego)… En el mismo sentido veremos otras afirmaciones no menos contundentes y hasta brutales, como aquella asturiana de que “Val más matar un paisanu que cortar una rama de texu”. Todas con el denominador común de la identificación afectiva y profunda que ha llevado a la defensa visceral de este legado por parte de los ancianos de todos aquellos pueblos que cultivaron un respeto ancestral a su árbol y lo protegieron durante generaciones; como si en aquel empeño cuidaran de la propia raíz.

Podemos sospechar asimismo otras connotaciones que alimentan este prestigio del árbol sagrado, que tienen poco que ver con los aspectos culturales. En Frías de Albarracín (Teruel) un paisano nos hablaba de un pequeño rodal de tejos en el monte con verdadera admiración: “Son gran-diosos”, repetía. No se refería evidentemente al tamaño de estos árboles que crecen en la pedriza y parecen diminutos junto a los pinos silvestres que los acompañan. Sin embar-go, una especial vitalidad y lozanía les confiere esa presen-cia intensa y llamativa característica de nuestro árbol.

Veremos que más allá de nuestra área geográfica cerca-na, el tejo ha arraigado profundamente también en otras tradiciones y así mentaremos en el capítulo correspon-diente la concordancia de la palabra vasca que designa al tejo: agin con el sustantivo agintari, ‘líder’ y el verbo agindu, ‘ordenar, prometer’. Y aunque queda fuera de nuestra área de estudio es preciso añadir que el tejo japonés recibe una especial veneración como Ichi I, “Árbol principal” o “Ár-bol de Dios”, relacionado con las divinidades creadoras y sus mansiones en lo alto de las montañas y existen viejos ejemplares que, igual que los europeos, son templos vivos en los que (o a los que) se rinde culto en el marco de la tra-dición sintoísta. Por su parte, los indios norteamericanos que convivieron con el tejo del Pacífico lo denominaron “ jefe de todos los árboles y las matas”. En los países nórdi-cos y germánicos, se ha relacionado asimismo el nombre del tejo en las lenguas antiguas con el concepto de eterni-

dad y la runa 13 del alfabeto rúnico antiguo, es eiwaz, “el tejo”, y representaba la muerte y el renacimiento.

Hay que resaltar otra cualidad que suele pasar desaper-cibida y es la propia vejez de estos imponentes ancianos, personajes principales de cada pueblo y lugar, que regían el consejo de ancianos y “velaban” por el cumplimiento de las antiguas costumbres. Se entenderá al final del libro que el concepto de ancianidad ha estado estrechamente relacionado con el de sabiduría desde las sociedades más arcaicas hasta nuestros días y que el tejo era en definitiva el símbolo vivo de la cordura, el silencio y la parsimonia, el sentido común, la honestidad, la tradición… Además, al pie de estos colosos, cualquiera puede percibir sin ne-cesidad de una particular sensibilidad, una fuerza y una belleza difíciles de contar y se aprende que cada uno es un mundo al que es preciso volver una y otra vez para ir desgranando algunos de sus secretos.

Al principio de nuestra era, Plinio escribía que los más antiguos templos de la humanidad fueron los árboles. Sin ninguna duda los árboles y los bosques fueron el hogar de muchos de nuestros mitos, culturas y creencias. La his-toria, la antropología y la etnografía han estudiado una infinidad de rituales y santuarios del árbol por todos los continentes y en todas las etnias y culturas. Podemos ha-blar de una arcaica religión del árbol y el bosque con una raíz tan profunda e indeleble que ha sido capaz de resistir la implacable persecución de la iglesia en toda Europa y el acoso y la destrucción sistemática en el ámbito de otras religiones como la musulmana. Es asombroso que pese a la despiadada tala de los árboles sagrados que cuentan con pelos y señales las “piadosas” vidas de santos, pese a la demonización de los antiguos espíritus y diosecillos que habitaban nuestro árboles, bosques y campos, hayan so-brevivido hasta nuestros días toda una casta de venerables árboles, en muchos casos centenarios, algunos milenarios, representantes de linajes tan antiguos como las poblacio-nes en cuyo corazón habitan. Y aunque las especies sean diferentes, podemos hablar de una misma cultura compar-tida prácticamente por toda la humanidad y que se arti-culaba en torno a los viejos árboles en el centro de todas

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las tribus. No parece muy distinto el árbol Cru en mitad del poblado guineano y cerca de la casa del cacique, que la Ceiba centroamericana que da sombra y amparo a los ri-tuales y a los mercados, o el Tejo europeo a cuyo alrededor se celebraban las juntas de vecinos o conceyus.

No vamos a elucubrar si estos paralelismos se deben a un sentimiento común que inspira este árbol o a las reminis-cencias de cultos que vienen de tiempos remotos, pero sí podemos asegurar que los rescoldos de este arcaico legado se han mantenido a lo largo de siglos con una increíble pu-janza. Hemos censado hasta la fecha, tan solo en Asturias, alrededor de 250 tejos de iglesia o ermita. De los cuales una gran parte son centenarios y han tenido funciones ju-rídicas, sociales, religiosas... Sospechamos que el número debió ser mucho mayor aunque en muchos lugares, del árbol central no queda ni la memoria o aún no la hemos rescatado.

Pero la misma tradición está bien arraigada también en Normandía y Bretaña, Gran Bretaña e Irlanda, Cantabria, Castilla y León, etc. En todos estos lugares encontramos infinidad de testimonios de la cultura que germinó bajo la inspiración de estos árboles venerables: canciones, cuentos y leyendas, dichos y costumbres… Es este legado, común a todo el Arco Atlántico europeo, el que hemos recogido en estas páginas como un homenaje y recuerdo que de nin-gún modo puede ser completo, pero que sí ha tratado de incluir lo más representativo, al menos en lo que respecta a los tejos de Francia y España. Un estudio más ambicio-so debería incluir también una investigación mucho más profunda en Irlanda e Inglaterra y la magnitud del trabajo sería tal que podría dar lugar a toda una enciclopedia, tan solo para reflejar el devenir de todos estos árboles “mile-narios” de iglesia y cementerio, que tienen en ocasiones apasionantes historias que contar.

Pero quien espere encontrar en este libro un estudio antropológico o etnográfico de un fenómeno tradicional, basado en estadísticas, tablas y análisis concienzudos, su-frirá una decepción. Igualmente sucederá a quienes pre-tendan establecer comparaciones sobre edades y medidas de estos árboles, ya que hemos obviado en gran parte esta

información, salvo en excepciones justificadas, para en-trar a valorar a estos seres vivos por su significado cul-tural, afectivo e identitario. Los tejos “cultos” rompen todos nuestros esquemas cuando nos preguntamos si “son de ciencias o de letras”, si hemos de abordar su estudio desde el punto de vista biológico o ecológico; histórico, antropológico, sociológico… Es difícil encontrar alguna disciplina científica o artística a la que no interesen estos venerables que a la par resultan de algún modo indescifra-bles para todas ellas.

La primera dificultad de comprensión reside, por un lado, en el carácter popular y rural de todo este legado. Pero también en su propia esencia que pertenece a un modo de pensar muy distinto del que rige nuestro actual sistema. En efecto, la dificultad de explicar porqué perma-necen ahí estos árboles y han resistido el paso de los siglos, el asedio de la Iglesia que tantas veces los condenó de for-ma explícita y los enredos humanos, radica en ese abismo que nos separa de las sociedades tribales que originaron este fenómeno y en las que apenas existía la escritura ni una estructura tan reglada y jerarquizada. Y sin embargo tenían unos vehículos de transmisión extraordinariamen-te eficaces. Sin ir más lejos, el propio tejo. En un tiem-po en el que la palabra dada era sagrada y los pactos entre personas o tribus tenían la legitimidad del contrato o del actual juramento sobre la Biblia, eran de vital importan-cia los gestos y ritos para mantener el equilibrio social. Y bajo este “árbol de la palabra” que reinaba en los pueblos, se escenificaban los tratos y contratos de todo tipo, que una vez sellados al pie del árbol central se convertían en inviolables.

Todo este patrimonio cultural diverso y riquísimo en sus manifestaciones, se ha transferido incesantemente al margen de la cultura oficial y académica, de los precep-tos eclesiásticos o los círculos del poder imperantes en cada momento, y no podemos dejar de recordar a Julio César cuando explica la desconfianza de los druidas ha-cia el uso de la escritura como sistema de transmisión de conocimientos, o las opiniones al respecto de Numa, Li-curgo, Plutarco o Pitágoras que expresan esta misma idea

Tejo de Santibáñez (Asturias).

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argumentando entre otras cosas que la escritura “mata”, mientras la palabra permanece viva y que la tradición debe transmitirse viva. No vamos a entrar en este debate, pero sí es preciso resaltar la asombrosa demostración de la ca-pacidad de transmisión de conocimiento, vida y cultura alrededor de los santuarios del tejo y, sobre todo, la ca-pacidad de comunicación de conceptos que en sí mismos son difíciles de expresar con palabras y cuando se expe-rimentan al pie de los árboles pueden “leerse” con clari-dad meridiana. El trato al pie del árbol, la ley inspirada en

este mismo lugar sagrado, el apretón de manos que sella un pacto, son gestos que pertenecen a esa antigua cultura anterior a la escritura y por tanto a la historia como tal. Los fundamentos podían ser más endebles que los que fija la palabra escrita, pero por contra, tampoco existía una pesada ortodoxia ni una inamovible ley.

Es ésta pues una crónica desnuda de una realidad cada vez más incomprensible y alejada de nuestro actual siste-ma de pensamiento y valores y sin embargo se podrá apre-ciar que resulta de una belleza, vitalidad y trascendencia que en todo caso resulta admirable. Es también una cróni-ca del tejo y por ende, lo es también de la vieja Europa y sus costumbres.

A lo largo de esta obra exploraremos por otra parte una cultura popular extraordinariamente desarrollada y ade-lantada a su tiempo, en la que el árbol presidía el paisaje y era el centro de toda una forma de conciencia ecológica tan honda, aún cuando el ecologismo ni siquiera se hubiera inventado, que todos y cada uno de los vecinos de todos los pueblos se veían involucrados, por la costumbre y la estricta regulación de las ordenanzas, en la conservación y repoblación de los montes y en la plantación de los árboles que habría de disfrutar la familia o el pueblo en el futuro. Se trataba de una cuestión de supervivencia.

Encontraremos aquí testimonios de maderistas, gana-deros y paisanos que demuestran, contra lo que muchas veces se piensa, un espíritu conservacionista muy superior en ocasiones al de los intelectuales y administradores o los responsables de la cultura oficial. Y es que el tejo enseña que la cultura popular, pese a no tener una raíz académica, transpira sabiduría. Encontraremos también la versión de los curas y sus tejos “benditos”, de los señores y sus tejos palaciegos, de novelistas y poetas… pues rara vez este ár-bol deja indiferente a quien lo conoce.

Sin embargo desde que comenzamos esta recopilación, hace más de 20 años, hemos sido testigos de una decaden-cia lamentable de los viejos árboles, maltratados por obras y remodelaciones de todo tipo. Es sin duda el reflejo del olvido de todo lo que estos ancianos representaban. Resul-ta desolador que los que fueron respetados durante siglos,

Tejo de Chanos (Sanabria): malas podas, asfalto alrededor, corras y obras que constriñen su crecimiento, son algunas de las causas que explican el estado agónico de la mayor parte de estos tejos antaño sa�grados.

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constituyendo todo un símbolo de libertad e identidad y de la democracia directa que a sus pies se ejercía des-de tiempos inmemoriales. Los que fueron de algún modo guardianes y protectores de la tradición, testigos y santua-rios de entendimiento y acuerdo entre los hombres; nece-siten hoy nuestro amparo. Más que nunca parece necesario defender a quienes no pueden defenderse por sí mismos, frente a las reiteradas agresiones que sufren en los últimos tiempos.

Y es preciso invocar en su defensa argumentos que has-ta ayer eran obvios. Su presencia gigantesca y el respeto que merecieron como verdaderos intocables, tenían entre otros valores (simbólicos, paisajísticos, biológicos, histó-

ricos…) la incontestable fuerza del ejemplo vivo y resulta hoy más que nunca, toda una lección de amor al árbol que puede extrapolarse al resto de la naturaleza y utilizarse por su enorme fuerza didáctica.

Al pie de estos árboles el paisaje y la sociedad humana; la naturaleza y la cultura, tienen un secular diálogo que demuestra que la convivencia es posible y que el hombre puede vivir de un modo sostenible en armonía con su en-torno. Bajo el árbol central la sociedad y el paisaje del que forma parte, se encuentran, reflexionan y debaten sobre sí mismos y todo lo que aquí ocurre adquiere una espe-cial trascendencia. Podríamos comparar las funciones que tuvo este órgano decisorio para la tribu y su territorio, con

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el cerebro, rector de múltiples funciones del cuerpo. Y por ello el estado de estos tejos centrales, refleja quizá

mejor que cualquier declaración de intenciones o actitu-des, nuestra sensibilidad y cultura.

En este sentido el tejo nunca deja de sorprendernos: lle-vado al borde del exterminio en gran parte del continente, por la presión que ha ejercido el hombre sobre ésta especie desde el neolítico, descubrimos, paradójicamente, que de sus hojas puede extraerse el mejor remedio para algunos tipos de cáncer.

Incluso en nuestros días encontramos manifestaciones más o menos cultas o populares en las que el tejo de nuevo recobra el protagonismo. Encuentros y exposiciones de-dicadas a este árbol y promovidas por grupos de artistas; poesía y literatura, publicaciones diversas, homenajes po-pulares y actos cívicos de defensa de tejos concretos…

En una sociedad en la que la razón y el valor material de las cosas excluyen a menudo todas las otras apreciacio-nes, el tejo representa una referencia esencial; unos valo-res que solo en una ínfima parte podemos comprender de un modo racional y expresar con palabras. Significa todo lo que no se puede medir, calcular, comprar, comparar, poseer, expresar. La transmisión de la vida y el conoci-miento que nuestro árbol encarna, son verdaderas claves para la supervivencia y el crecimiento. Para la conserva-ción de todo el patrimonio biológico y cultural que esta-mos perdiendo de forma irremisible por no haber llegado a entender o haber olvidado lo que representa. Vivimos el momento crucial en el que todo este patrimonio vital se encuentra en verdadero peligro y aún es posible revertir la tendencia y “restaurar” en lo posible esta alma de cada pueblo, para que la tradición continúe. Porque los siglos de vida que tienen muchos de estos árboles, no pueden improvisarse…, se alcanzan lentamente, día a día y año a año, pero como hemos visto, por desgracia, demasiado a menudo, se pierden en un instante.

Entre las generaciones de vecinos, y “administradores” que pasan por la vida de uno de estos tejos, es suficiente un error o la inconsciencia momentánea de uno de ellos, para malograr un proceso vital que debería transmitirse

por siglos a las generaciones futuras. Por ello es preciso articular los protocolos de conocimiento, memoria y conservación más allá de nuestro efímero paso. Pero has-ta ahora ni siquiera se ha empezado a recorrer este camino y la improvisación y el abandono son la regla común.

Es por ello que personas y colectivos sensibilizados con el valor de este patrimonio y su decadencia, han comenzado la tarea de solicitar la declaración de toda la impresionante herencia cultural, como Patrimonio de la Humanidad.

No olvidamos sin embargo, que más allá de nuestro mun-do existe una población de tejos y tejedas silvestres acosa-dos y casi extinguidos que han sobrevivido a duras penas a la implacable persecución que el ser humano ha empren-dido contra esta especie desde muy antiguo. Hoy ocupan los lugares más lejanos e inaccesibles y si bien podríamos decir que han perdurado a pesar de nosotros, continúan ejerciendo un irresistible atractivo como seres silvestres más longevos, representantes de los últimos reductos de la naturaleza “virgen”. “Patriarca y monarca del bosque” apodó Humbolt al tejo. Y en la primera parte de este libro veremos la importancia que tienen estas poblaciones por su influencia en la cultura del tejo y, como contraparte, el interés del conocimiento de esta cultura para determinar la influencia del hombre sobre ese mundo silvestre.

Hoy más que nunca es preciso transmitir íntegramente el legado, con todo su contenido simbólico y didáctico, a las generaciones que vendrán; con la esperanza de que los tejos continúen siendo un punto de encuentro y reflexión, entre pasado, presente y futuro. Entre los hombres, la na-turaleza y la Tierra que nos sustenta, entre la tradición y la modernidad.

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El ciclo vital del tejo y la dinámica y ecología de sus poblaciones silvestres resultan al menos tan fasci-nantes como los aspectos legendarios e históricos

relacionados con este árbol. Como se verá a lo largo de estas páginas la cultura, los usos y costumbres han tenido una influencia decisiva para la supervivencia de este árbol y sus bosques, diezmados por las talas y la presión sobre sus hábitats, pero en ocasiones favorecidos de distintas formas por los propios manejos o por la consideración de árbol sagrado que ha tenido en muchos lugares. En todo caso, el conocimiento de las culturas del tejo y los modos de gestión tradicionales resulta imprescindible para hacer un diagnóstico preciso de la dinámica de estos ecosistemas desde los últimos milenios hasta nuestros días.

Las Taxáceas tienen su origen en el Triásico (hace unos 200 millones de años), mientras el género Taxus, aparece en el Jurásico (hace unos 170 milones de años) con espe-cies muy próximas a la actual Taxus baccata L. que aquí estudiaremos. El género alcanzó su máxima expansión durante el Terciario (hace unos 50 millones de años) y en periodos interglaciares, favorecido por los climas húme-dos y templados que le son más propicios.

Se reconocen, según fuentes, entre 6 y 12 especies de este género. La distribución geográfica de Taxus baccata abarca

en la actualidad casi toda Europa, Norte de África y Oeste de Asia. Los fenómenos culturales ligados a este árbol no solo tienen relevancia en esta área sino que se extienden a otras especies de tejo que son especialmente venerados en Japón, China o Norteamérica.

En cuanto a los hábitats que ocupa, se reducen a los pi-sos colino y montano aunque muy posiblemente tiene un área potencial mucho más amplia pues ha sido relegado a

PARTE I

TEJOS SILVESTRES, CICLO VITAL Y DINÁMICA

DE POBLACIONES

Niebla sobre las tejedas

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A. Las torcas pueden servir de refugio al tejo por su inacce�sibilidad frente a los herbívoros y las umbrías que forman las paredes que miran al norte. B. Tejo creciendo sobre un canchal inestable.C. Un tejo caído muestra el sistema radicular superficial, en un lugar en el que aflora la roca, y su capacidad para sobrevivir a este percance.D. Aunque las viejas tejedas soportan muy mal la colonización del haya, jóvenes ejemplares forman con cierta frecuencia parte del sotobosque de los hayedos.

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CB

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los lugares más inaccesibles por la presión antrópica. Del mismo modo debe revisarse la idea de sus preferencias por los terrenos calizos habida cuenta de la independencia del sustrato que muestra este árbol, capaz de vivir en todo tipo de suelos, aunque la fisonomía abrupta de los paisajes kársticos (simas, lapiaces y grietas) facilita la supervivencia del tejo frente a los herbívoros como luego veremos.

Desde un punto de vista estrictamente biológico, en-contramos en éste árbol una extraordinaria capacidad para captar la luz y sobrevivir en los ambientes y exposiciones más umbríos, al amparo del hayedo y en las comarcas don-de la niebla reina ocultando el sol durante largos periodos.

Muestra una necesidad de humedad ambiental elevada que en el mediterráneo y enclaves más secos, compensa creciendo en las riberas de ríos y lugares con mayor hume-dad edáfica. Su capacidad de sobrevivir creciendo sobre la pura roca, rehaciéndose después de caído, arraigando sobre canchales y pedrizas inestables y en las condiciones más in-verosímiles, se acentúa a mayor humedad atmosférica.

La competencia con el haya resulta determinante para esta especie en los lugares donde coexisten, la rápida pro-gresión de los hayedos, en gran parte favorecida por el hombre, tiene como más adelante veremos un efecto muy negativo para las poblaciones de viejos tejos que no re-sisten la competencia. Ejemplares jóvenes serán capaces sin embargo de entrar a formar parte del sotobosque del hayedo.

La interelación con otras especies, al margen de la com-petencia que pueda establecerse, puede ser muy positiva en el caso de árboles y arbustos cuyos frutos alimentan y aseguran la supervivencia de los diseminadores. En este sentido el cortejo del tejo puede ser muy variado en los hábitats diversos que ocupa. Incluso la hiedra que se ha considerado tan perjudicial para los árboles, parece tener

Al pie de estos tejos de Picos de Europa, tuvo el lobo su cubil hasta tiempos recientes en los que se instaló una perra mastín para criar sus camadas.

La hiedra es muy frecuente en las tejedas y no tiene el efecto perjudicial que comúnmente se le supone.

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un papel muy beneficioso en el ámbito de las tejedas en las que se encuentra a menudo. La competencia por la luz es muy limitada por el efecto autolimitador del crecimiento de la hiedra que comparte el dosel con el árbol anfitrión. Por otra parte, la floración otoñal y fructificación prima-veral de la hiedra de estacionalidad claramente inversa, alimenta respectivamente a fecundadores y diseminadores

Nube de polen.

Semillas de tejo en heces de zorro.

Flores masculinas.

Arilos de tejo.

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en épocas difíciles para estos animales cuya aportación es clave en este medio. Otras especies como el acebo, el espi-no albar, etc. son también importantes por la producción diversa y escalonada de frutos que que a su vez garantiza la diversidad de diseminadores.

Los enclaves más umbríos que pueden servir de refugio al tejo en clima mediterráneo, son bien tolerados por esta especie, que sin embargo fructifica y se regenera mucho mejor en zonas más luminosas.

Por otro lado, su poder de atracción sobre hombres y animales, a causa de su especial habilidad para albergar, esconder, abrigar y alimentar, redunda en el interés del propio árbol que gracias a sus huéspedes ve facilitada su diseminación y además se beneficia de excrementos y de-tritus ricos en nitrógeno. Elemento éste del que tan ávido se muestra y cuyas aportaciones añadidas pudieran resul-tar en ocasiones vitales para la supervivencia del árbol, especialmente en las situaciones que mentábamos de cre-cimiento sobre sustrato escaso o nulo. Sobre este punto recordamos la preferencia que muestran numerosas aves para nidificar en sus ramas y muchos mamíferos (humanos incluidos) para ampararse bajo su copa, especialmente en invierno, cuando les sirve de protección contra el frío, la lluvia y el viento.

La fecundación de este árbol singular tiene lugar entre febrero y abril, cuando las flores masculinas liberan en el aire una gran cantidad de polen. Como especie dioica, los tejos pueden ser macho o hembra y tan solo estas últimas producen flores femeninas y por tanto fruto. En rarísimas ocasiones, un mismo tejo puede tener ramas femeninas y ramas masculinas. Esta necesidad de disponer pies distin-tos para la fecundación, puede mermar las capacidades re-productivas en poblaciones muy exiguas.

El polen queda atrapado en una gotita que emite la flor masculina con este fin. Entre agosto y diciembre tendrá lugar la fructificación escalonada de sus arilos, una especie de frutos o bayas (aunque en rigor no sean desde el pun-to de vista botánico ni una ni otra cosa), que atraen gran número de aves y mamíferos. La mayor parte de las es-pecies consumen el arilo digiriendo la pulpa y más tarde

depositan en los excrementos la semilla dispuesta para su germinación.

La maduración escalonada es sin duda interesante para los comensales que encuentran alimento en el tejo durante una larguísima estación. Podríamos aventurar la hipóte-sis de que la historia que relatamos en la última parte, ‘La Fundación del Reino de Tara’, se refiere a esta cualidad del tejo cuando habla de la misteriosa rama del Líbano que trajo el gigante y que producía tres clases de frutos: man-zanas, bellotas y avellanas. Y es que la semejanza del arilo con una diminuta manzana, de la semilla con la avellana y del frutillo, justo antes de desarrollar su parte carnosa, con una bellota, es extraordinaria.

Los potenciales sembradores del tejo son una infinidad de animales: zorros y tejones, osos, y pájaros de todo plu-maje entre los que destacan el mirlo, los zorzales y el pe-tirrojo.

Ardillas, ratones, picogordos y piquituertos, son algu-nos de los comensales que consumen la propia semilla, desdeñando la pulpa y limitando, a veces de forma no-table, su potencial reproductivo. Para ilustrar este hecho citaremos una observación: las ardillas llegan a comer has-ta 12 semillas por minuto, en una actividad vertiginosa e incesante.

La germinación tras haber pasado por el tracto digestivo puede ocurrir en la primavera siguiente. De otro modo es muy difícil que una semilla de tejo germine el primer año y lo más común es que lo haga al segundo, tercero, incluso hasta el octavo año.

LOS HERBÍVOROS, CLAVE DE LA REGENERACIÓN

La regeneración de una especie tan longeva como el tejo, no precisa un reclutamiento tan continuo y regular como el necesario para otras especies. Las estrategias de resistencia pueden por otra parte en las condiciones idó-neas dar paso a una activa colonización en determinados enclaves. Es común encontrar tejedas formadas por ro-dales de parecidas edades. La explicación se encuentra en

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Tocón de tejo crecido a caballo de la roca que no ha sobrevivido.

Plántulas anuales en el interior de un viejo tronco. A salvo del pisoteo tendrán más posibilidades de desarrollo que las que crecen desprote�gidas, en plena tierra.

Si la presión de los herbívoros salvajes y (o) domésticos no lo impide, el tejo terminará creciendo lo suficiente como para desarrollar una copa inalcanzable al diente de los ramoneadotes.

Jóvenes tejos naciendo en las fisuras de la roca, a salvo del ramoneo y pisoteo de los herbívoros.

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Tejo a caballo de la roca que ha desarrollado su sistema radicular hasta el suelo.

Tejos ramoneados.Sierra Tegea, tejo colgado en pared rocosa.

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gran medida por un lado en la dispersión que llevan a cabo principalmente los zorzales y por otro en la mayor o me-nor incidencia de herbívoros.

Cuando al fin una semilla germina, la joven y tierna plantita deberá enfrentarse al pisoteo y ramoneo del ga-nado y herbívoros salvajes. Los primeros estadios tras la germinación solo tendrán éxito en los lugares más favo-

rables y protegidos. Una enorme proporción de plántulas anuales se pierde en estos primeros años.

Es muy común ver tejos encaramados en las rocas, cre-ciendo en las simas, en pequeñas fisuras de las peñas o en las grietas del lapiaz donde consiguieron burlar el diente y la pezuña.

En todas estas situaciones la vitalidad del tejo es asom-brosa, siendo capaz de sobrevivir si tiene humedad atmos-férica suficiente, en condiciones aparentemente imposibles de ausencia total de sustrato. Si el suelo está cerca logrará comúnmente echar raíces. Pero los ejemplares encarama-dos a mayor altura, logran asimismo continuar viviendo y creciendo a un ritmo mas lento.

También ocurre con frecuencia en las tejedas el fenóme-no denominado ‘facilitación’ por el que el joven tejo crece al resguardo de acebos, enebros, zarzas o espinos que lo protegen del ramoneo.

Por otra parte los mecanismos alelopáticos del propio tejo y la intensa sombra que produce hacen casi imposi-ble el desarrollo de las jóvenes plántulas en el interior de la tejeda, siendo mucho más factible la regeneración en la periferia, precisamente al amparo de los matorrales y ro-quedos que se encuentran en la orla.

La influencia de los distintos herbívoros sobre esta espe-cie resulta decisiva en aspectos contrapuestos. La gestión cinegética o ganadera de gran parte de las poblaciones

Tejo creciendo al abrigo de un acebo.

Tejo creciendo al abrigo de un espino albar.

Regeneración del tejo bajo presión de herbívoros: a) sobre paredes y farallones verticales. b) en fisuras y grietas del lapiaz. c) a caballo de las rocas donde está al resguardo del pisoteo. d) en el borde de simas. e) al abrigo de la defensa espinosa de otras especies nodriza como el acebo o espino albar que lo defienden del ramoneo.

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Tejo alcanzado por un incendio en febrero de 1997.

Tejo silvestre en la montaña, con la copa conformada por el continuo ramoneo.

Tejo en el jardín de “La Rasilla” (Corrales de Buelna – Cantabria). Libre de la presión de los herbívoros, su copa se desarrolla hasta tocar el suelo.

El mismo árbol que rebrotó al año siguiente, fotografiado en junio de 2009. Fuegos repetidos o muy virulentos acaban con los tejos y en cual�quier caso siempre dejarán secuelas en forma de heridas por las que penetran fácilmente los hongos.

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donde pervive el tejo determina los problemas de rege-neración que tienen gran parte de las tejedas a causa de un número excesivo de animales. La gestión del matorral y el pasto mediante el fuego que se ha venido practicando en muchas montañas, agrava el problema al alcanzar a los tejos y eliminar toda la regeneración precisamente en los linderos del bosque ocupados por el matorral donde vimos que lograba reproducirse.

La capacidad de rebrote de nuestro árbol, le permite so-brevivir a fuegos rápidos, rehaciendo incluso todo su fo-llaje en el siguiente año; los fuegos reiterados, terminarán sin embargo por matar a los árboles, sobre todo en la pe-riferia del bosque donde el grado de humedad es siempre menor. Producirán en cualquier caso heridas que facilitan la entrada de hongos y, en todo caso también, se ven be-neficiadas frente al tejo otras especies mejor adaptadas al fuego, como el tojo o el acebo.

Cuando la presión es muy intensa, el ramoneo impide que prosperen las plántulas y logren desarrollarse incluso en sus refugios, sean fisuras o defensas espinosas. Los bro-tes son recomidos en ocasiones hasta la muerte del arboli-llo. En estas condiciones tan difíciles, se comprende que no existan ejemplares jóvenes con posibilidades de desarrollo en muchas tejedas de nuestro entorno geográfico.

Tan solo cuando la presión disminuye, el tejo logra ele-varse a una altura suficiente que le permite abrir el para-guas de su copa, inaccesible ya para el diente de los ramo-neadotes. Este paso es el cuello de botella principal para la regeneración de gran parte de las tejedas, incluso en luga-res donde otras especies de comportamiento similar como el acebo y espino albar, logran su desarrollo completo.

Se dan excepciones a esta situación en lugares donde se abandonan las prácticas ganaderas y no existe una gran presión de herbívoros silvestres. Aunque la regla general como consecuencia, de todo lo anterior, es que el logro de una planta que sobrepase la altura de ramoneo y comience a tener por tanto verdaderas oportunidades de supervi-vencia, es prácticamente un milagro.

La generación de nuevas tejedas a partir de viejos ejem-plares puede ocurrir como en el caso paradigmático de

Misserclós, en la Garrotxa, donde desde hace unas décadas ha surgido un bosque de tejos pujante en un área donde predominaba el pino silvestre.

Pero el efecto de los herbívoros sobre la regeneración de este árbol, puede ser muy diferente. Si el pisoteo afec-ta de forma similar a las plántulas jóvenes desprotegidas, el ramoneo de los équidos es nulo sobre esta especie pues para ellos la ingesta de una pequeña cantidad de tejo re-sulta letal.

El ganado vacuno llega a tolerar pequeñas cantidades y los cérvidos, el cabrío y ovino, parecen tener una tole-rancia mucho mayor y en algunos casos una especial que-rencia hacia este ramon que debe resultarles especialmente atractivo. Aunque creemos que incluso los animales más adaptados como la cabra, no pueden consumir todo el ra-món de tejo que desean y las informaciones recogidas de los pastores indican que el efecto del tóxico limitaría la cantidad.

Paradójicamente la toxicidad del tejo, al igual que las defensas espinosas de otras especies adaptadas a la herbivo-ría, suponen una gran ventaja frente a otros árboles como el haya y el fresno que compiten por los mismos espacios y no disponen de estas defensas. De esta forma los herbívo-ros pueden ser excelentes aliados, siempre que su número sea sostenible para estos ecosistemas en los que frecuente-mente vemos al tejo junto a los acebos, espinos albares y los matorrales que mejor soportan el ramoneo.

Los cercados de exclusión pueden ser por tanto contra-producentes si lo que se quiere es favorecer la regeneración del tejo, especialmente en los enclaves donde debe compe-tir con el haya.

Podemos deducir que la génesis de los alcaloides en las especies del género Taxus, se produce como respuesta de defensa contra los fitófagos y genera a su vez, otras res-puestas ecológicas de adaptaciones y selección ciertamente complejas que han de marcar estos ecosistemas caracteri-zados por la convivencia permanente con los herbívoros. La simple comparación de ejemplares que han sido ramo-neados con aquellos que han vivido en jardines protegidos y se les ha permitido el libre desarrollo de sus ramas bajas,

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es muy elocuente sobre la capacidad de los animales de conformar el árbol y el bosque.

DECADENCIA Y REGRESIÓNUna de estas plantas que se extinguen es uno de los más hermo-

sos y valiosos y al mismo tiempo uno de los árboles más raros de hoy en día, a saber: los tejos. El tejo debió ser en otro tiempo un árbol muy frecuente en los países de habla alemana. Así parecen indicar-lo los muchos nombres de lugares compuestos con el nombre de este árbol como prefijo: Ybenhorst, etc. (Eibe o Ybe, en alemán = tejo); también lo indican muchas costumbres supersticiosas relacionadas con el conocido tejo venenoso. Y no menos deja de indicarlo el hecho de que antaño era este árbol el que daba una útil y valiosa madera de la cual nuestros antepasados cortaban los mejores arcos para sus ballestas de tiro. Hoy día tan solo se halla alguno que otro de ellos, salpicado en los bosques, y raramente se encuentra un pequeño grupo de los mismos. (…) La planta se consume sin que sepamos por qué causa. ¿No hay un simbolismo extraño en el hecho de que nuestros antepasados eligieran el tejo como árbol funerario, como previendo que había llegado su hora? Hosco y triste, de colgante follaje verdinegro, lo único que alegra un poco su aspecto son las bayas de color cereza que le caracterizan como especie singular en el grupo de las coníferas. Podría ocurrir, tal vez, que en la próxima nueva era del Mundo ya no se conozca más el tejo por mucho que nosotros los hombres lo estimemos y cuidemos esmeradamente. En especial durante los helados inviernos de 1928-1929 y de 1939-1940 sucumbieron muchos tejos, lo cual es un indicio de que nues-tro clima haya devenido quizá demasiado crudo para estos árboles. (R. H. Francé 1)

El texto anterior, escrito a principios del siglo XX, es un fiel reflejo del despiste generalizado en el mundo botá-nico, respecto a las causas de regresión del tejo, en nuestra opinión achacables tal como parecen demostrar la palino-logía, la historia o la etnografía, al ser humano y los usos que desde el neolítico ha hecho de su madera, así como a la profunda y sistemática transformación de sus entornos.

A través de algunos testimonios puntuales pero muy re-veladores, veremos que la desaparición o declive del árbol, han tenido causas tan diversas como decisivas.

Sin embargo, una vez que se ha llevado al borde del exter-minio y tan solo se conservan en muchas regiones ínfimas poblaciones en los lugares más inaccesibles y escarpados, cuando no se ha exterminado por completo; tenemos para-dójicamente la imagen que tan bien expresa Francé: “Este ár-bol ha llegado a ser un verdadero “ermitaño” del bosque”. Y hasta nuestros días se ha mantenido esta idea y aparece en las descripciones más o menos poéticas de su comportamiento ecológico como “hosco y triste”, “habitante de las breñas de la montaña”, “que nunca suele formar bosques”…

Cuando más bien habría que hablar de una especie per-seguida y aún en franca huída o aniquilada por completo.

Veremos algunos claros ejemplos de su retroceso y de cómo, paradójicamente también, incluso la veneración del árbol ha propiciado en algunos lugares el declive de sus poblaciones silvestres. El proceso de regresión del tejo en el paisaje y de decadencia de los ejemplares centenarios con importancia cultural, es como se verá muy complejo y a veces ambas situaciones se encuentran relacionadas de distintas formas. Si examinamos este problema desde una perspectiva multidisciplinar podemos hacer un análisis

Los Agines, Araya (Álava). El topónimo que en euskera significa literal�mente `Los tejos’ y la memoria de los paisanos, recuerdan la existencia de una tejeda de la que hoy prácticamente solo quedan vestigios.

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Viejos tocones de tejo casi incorruptibles son testigos de aprovecha�mientos tradicionales de esta preciada madera.

Un tejo crecido en el interior de un hayedo (pulido pero sin tratamiento) y otro junto a una cuadra con abundancia de estiércol disponible, mues�tran la enorme diferencia de tasas de crecimiento que pueden darse en la infinidad de situaciones en las que vive este árbol.

Mueble inglés de tejo.

Corte transversal de tejo con el típico crecimiento columnar de esta especie.

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más certero de la evolución de los tejos “cultos” y silves-tres y comprenderemos que no siempre es posible separar ambas realidades.

Para empezar es importante tener en cuenta que la ma-dera de este árbol se ha revelado desde tiempos remotos como material de enorme interés por sus cualidades de re-sistencia, flexibilidad, durabilidad, belleza…

Se dice que el útil más antiguo fabricado por la mano del

hombre que se conoce es una lanza de madera de tejo de hace unos 150.000 años.

La lista de usos sería interminable y hemos visto por ejemplo en algunas tejedas la señal inequívoca de la bús-queda de piezas para ejes de carro, quedando entonces los tocones o muñones de rama de unos 30 centímetros de diámetro, que delatan esta costumbre que estuvo extendi-da por todo el norte de la Península Ibérica. Se trata de una madera idónea para este uso ya que, si bien patina un poco con los viejos sistemas de frenado de zapatas, estos ejes te-nían una gran resistencia al desgaste por fricción. Por otra parte, todo tipo de vasijas y recipientes, herradas, cubas, etc. se hicieron con este material muy duradero también en contacto con líquidos.

Instrumentos como castañuelas, gaitas o rabeles, se han confeccionado tradicionalmente de tejo, así como husos, ruecas, piezas de molinos y maquinarias, poleas, bastones, piezas talladas y torneadas, cepillos y garlopas de carpin-tero, aperos de labranza…

En Asturias se usaba una traba de tejo que consistía en un palito sujeto con una cuerda y metido bajo la lengua de los animales. El artilugio no les permitía mamar, pero sí podían comer hierba. Se utilizaba para destetar cabritos y cerdos por tratarse de la única madera que no roen por su dureza. En Rozadas de Boal (Asturias), nos contaron que se usaba otra varilla de tejo llamada espeto, para abrir las panoyas de maíz. Los había de diferentes formas y algu-nos con pequeñas tallas y se usaban también para coser los colchones. También se hacían en Liébana unos aros para atar las vacas y todo tipo de gabitos y ganchos que usaban pastores y ganaderos para diversas funciones, así como los badajos de los cencerros. Los abuyeros, recipientes para lle-var las agujas que usaban las pastoras eran también de este material en Sotres. En este mismo pueblo y en todo el nor-te en general, los bolos y las bolas para el juego de bolos se hacían preferentemente de tejo, que soporta bien los golpes y “brinca” mucho, lo cual interesa a algunas modalidades de este juego. También tuvo otros usos en la antigüedad para hacer sarcófagos y estatuas de dioses. Pausanias (VIII, 17, 2) menta, explícitamente ésta utilidad.

Gaita tradicional asturiana de madera de tejo.

Cepillo de moldurar de madera de tejo.

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EL ÁRBOL DE LA GUERRAAdemás de material inmejorable para la carpintería de

construcción, con el cual se hacían vigas, muebles, puertas o estructuras casi eternas, podríamos definirlo por la gran cantidad de aplicaciones bélicas que ha tenido, como “el ár-bol de la guerra” y es aquí donde empezamos a comprender algunas de las principales causas de su desaparición.

Su uso para la fabricación de armas ha sido en toda Europa generalizado y muy diverso, pues iba desde la preparación de venenos para puntas de flecha, hasta el uso de su polvo para la confección de los llamados fuegos griegos. También se ha usado para hacer lanzas y escudos, arcos, ballestas y flechas, culatas de todo tipo de armas, cureñas de cañón…

No es casual por otra parte que el famoso ‘Hauslabjoch’, el “Hombre de Ötzi” u “Hombre de los hielos”, que apare-ció a consecuencia del deshielo de un glaciar en Suiza y se ha datado en el periodo Calcolítico, hace unos 5000 años, tuviera entre sus enseres un arco de tejo y el mango de su hacha del mismo material2:

“Para su arco el hombre de Hauslabjoch eligió la madera de tejo (Taxus baccata). Este árbol bajo y de hoja perenne ofrece la madera más adecuada para estos fines. Casi to-dos los arcos prehistóricos e históricos están hechos de ese material. Todavía en los siglos XVI y XVII se exportaban grandes cantidades de arcos de tejo del Tirol a Inglaterra, para equipar al ejército británico. Por eso en nuestro país

Las pocas tejedas que han sobrevivido hasta nuetros días representan los últimos baluartes de este tipo de bosque antiguo y longevo.

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el tejo ha ido desapareciendo y hoy por hoy es especie pro-tegida.”

Por todo el continente, el arco sería una de las armas de guerra y de caza más eficaces hasta la invención de las armas de fuego. Podemos entender lo que ello supuso para las poblaciones de tejos silvestres con algunos ejemplos.

La innovación que supuso un arco de esta madera más largo y potente, que impedía acercarse a la caballería e infantería enemigas, determinaron batallas como la de Crécy (1346) y Azincourt (1415) a favor de los ingleses, pese a la inferioridad numérica de sus ejércitos, convir-tiéndose en un arma que cambió el curso de la historia y la estrategia bélica, representando el principio del fin de la caballería.

En la Córdoba musulmana “los archeros debían en-tregar a la armería del Estado omeya 12.000 unidades año”3, El tejo y el pinsapo eran en este caso las maderas más apreciadas.

En Navarra, tenemos constancia documental4 de que en 1396, Carlos III ordena a los oidores de comptos y a Miguel de Mares, comisionado para hacer las receptas en ausencia del tesorero, que reciban en cuenta y deduzcan de la recepta de Pero Sanchiz de Navascues, recibidor de Estella, las siguientes partidas:

“A Martín, ballestero, por sus expensas en ir a los montes de Amézcoa y de Burunda a tallar taxos para hacer arcos de ballesta, y por el alquiler de una bestia para llevar una carga de dichos “taxos” a Pamplona, 4 libras y 17 sueldos ...”

En la actualidad, el ballestero real apenas encontraría en todas las Améscoas media docena de arcos, dada la exigüi-dad de las poblaciones de tejos en toda la comarca.

Valgan estos simples ejemplos para ilustrar un hecho probado. El tejo se convierte en material estratégico de primer orden y su persecución se acentúa en tiempos de guerra en los que se llevan a cabo verdaderos exterminios. Al respecto hay muchos datos que hablan de enormes par-tidas que se exportan hasta el punto de agotar las tejedas. Se sabe por ejemplo que en un solo año (1559-1560), Aus-tria vende a Inglaterra y Países Bajos más de 36.000 arcos de tejo.

Hageneder5 dibuja el impresionante mapa del flujo de madera de tejo hacia Inglaterra, desde todas las regiones del entorno, incluida la cornisa cantábrica. Y respecto a este inusitado consumo de tejo dice el mismo autor6:

…Los bosques de tejos presentes en las islas británicas no tardaron en desaparecer, por lo que los monarcas in-gleses se vieron en la necesidad de importar madera de tejo, primero de España, y más tarde de las poblaciones de la Liga Hanseática, en los mares del Norte y Báltico. Las poblaciones de tejo en el continente europeo nunca volverían a recuperar.

ACOSO Y EXTERMINIOInfinidad son por tanto las utilidades de esta madera in-

comparable y perseguida de forma incesante. Pero aún más decisivo para el declive de la especie, ha sido posiblemen-te el brusco cambio del paisaje, que han sufrido nuestros montes con la expansión del haya relegando al tejo y otras especies, no solo por la dinámica natural de expansión del hayedo, sino por el comienzo de un uso “industrial” del bosque que favorecería al haya en los inicios de la indus-tria metalúrgica, especialmente en la edad del hierro. Se explica así la rapidísima colonización de los hayedos que han sido capaces de conquistar en tiempos muy recientes, grandes regiones de la Europa occidental.

“La presencia de polen de Taxus baccata en los espectros polínicos estudiados recientemente (PEÑALBA, 1994) en turberas de Belate (XN16, a 850 m) sugiere que su expan-sión óptima puede situarse entre los 6.000 y 3.000 años AP (antes del presente), jugando un importante papel en el paisaje vegetal de la zona. Los primeros registros de Belate se datan hace 5.900 años, cuando el tejo ocupaba una gran proporción de los bosques mixtos de roble (Quercus). En este periodo también aparecen Pinus y Betula y en menor medida Ulmus, Alnus, Tilia y Fraxinus. Hay gran presencia de polen de Calluna y Corylus. No existe evidencia de Fa-gus en este periodo (6.000 a 3.000 AP).

Hace aproximadamente 3.000 años comienza una ex-pansión sin precedentes del haya (COSTA et al. 1990), co-

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incidiendo en los diagramas polínicos de Belate con una gran regresión de la presencia de Taxus que casi llega a desaparecer. Este retroceso fue probablemente debido a la explotación humana (ya que su madera ha sido muy em-pleada desde el Neolítico para la construcción de arcos y otros útiles), que lo relegó a mayores altitudes y enclaves inaccesibles. A partir de esta situación, la presión coloni-zadora del haya ocupo las áreas previamente ocupadas por esta especie y otras.7”

Es muy posible que el tejo haya sido especie dominan-te en muchos lugares de Europa durante los periodos más favorables, pero el escaso interés que despertaba esta es-pecie y la dificultad de la determinación de su polen, han propiciado que pasara desapercibido en las investigaciones palinológicas.

Encontramos otro testimonio que apunta en la dirección del tejo como especie dominante o climácica en tiempos antiguos, aunque esta vez en el Mediterráneo:

Los estudios más detallados en diversas zonas de Córcega (REILLE, 1975), y en particular los sedimentos del Lago Cre-no (REILLE & AL., 1999), demuestran que en el primer tercio del último periodo post-glacial, Taxus baccata llegó a ser una es-pecie dominante en el paisaje corso, dejando paso posteriormente

a la dominancia de otras especies forestales, el periodo óptimo se habría alcanzado en el subboreal, en torno a 5000 BP y hasta los 2700 BP8.

Veamos otro interesante testimonio arqueológico que parece situar antes incluso el declive del tejo, al menos en el lugar concreto de estudio del dolmen de Collado en La Rioja9:

Como puede apreciarse, existe una clara asociación entre la cronología y los resultados antracológicos. En las mues-tras más antiguas, anteriores al 4000 BP, que corres-ponderían al Neolítico y al Calcolítico precampaniforme, predomina el tejo con valores muy altos. En una muestra más reciente predomina el roble y en la ocupación más re-ciente de la cámara, con material campaniforme, el taxón más frecuente es el de las leguminosas.La presencia del tejo es interesante, se trata de una conífe-

Dolmen de Jentillarri (Aralar) y menhir de Zastegui (Gorbeia). En los antiguos pastos de altura, coinciden con frecuencia los monumentos megalíticos con las bordas o cabañas de brañas y majadas y los viejos tejos que forman parte de este paisaje.

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ra que suele estar poco representada en los diagramas pa-linológicos holocenos. En la vertiente norte de los Pirineos occidentales se observa sobre todo a partir del Holoceno medio y su máximo desarrollo tiene lugar entre 6000-4000 BP (Reille y Andrieu 1995). En la turbera de Belate (Navarte , Navarra) el tejo está presente aproxi-madamente entre 5200-2500 BP (Peñalba 1989). En Aizpea (Pirineo navarro) esta documentada desde c. 7150 BP pero su expansión comienza hacia el 6500 BP (Zapata 2001). Luego desaparece, probablemente porque es un árbol de crecimiento muy lento, que debió responder mal a la acción humana. Se trata de una planta extre-madamente tóxica y, aunque ningún dato cierto avale la hipótesis, es posible que su competencia directa con el desarrollo ganadero haya sido un factor a tener en cuenta en su pobre representación actual. Además, su madera es dura y compacta, muy apreciada como materia prima, y un buen combustible. En Collado del Mallo no está re-presentada en el diagrama palinológico, pero recordemos que su representación polínica es baja y que el diagrama no abarca la parte más antigua del sepulcro.

Los autores de este estudio señalan la posibilidad de que el porcentaje tan alto de fragmentos de carbón proceden-tes de tejo, pueda deberse a la selección de esta madera idó-nea como combustible. Pero incluso es muy posible que tuviera un significado preciso en rituales funerarios.

Se trata en cualquier caso de una especie relicta que se ha mantenido en reductos especialmente favorables y que resulta un fiel bioindicador de enclaves bien conservados.

Los manejos silvícolas, especialmente los relacionados con el haya, han menoscabado sistemáticamente las teje-das que potencialmente ocupan los mismos enclaves. La coexistencia de ambas especies es posible pero difícil. La rapidez de crecimiento del haya y su capacidad coloni-zadora tienden de forma natural a relegar al tejo. De un lado las tejedas maduras sufren la dominancia del hayedo y una vez establecido éste, los tejos continúan regeneran-dose igual que los acebos, pero pasan a formar parte del sotobosque. Si a esta dura competencia de dos especies que ocupan naturalmente los mismos hábitat, sumamos el

efecto antrópico, tanto en los usos directos del tejo como en la gestión de los territorios, se comprenderá que las ha-yas hayan ampliado sus dominios en los últimos siglos, a costa entre otras, de las poblaciones de tejo.

Un factor decisivo para la transformación de los paisajes silvestres, aparte de la incidencia del fuego y el ganado o la agricultura, ha sido desde tiempos muy antiguos, el uso de combustibles para las industrias diversas (cal, cerámica y teja, metalurgia)

El comienzo del carboneo en nuestros montes, para alimentar la industria del hierro, ha podido ser un fac-tor muy negativo para el tejo con un efecto prolongado durante muchos siglos. La tala de tejos para el uso de su preciada madera, o de las hayas para la explotación de esta especie (para madera, leña o carbón), ha favorecido siem-pre a esta última.

Mucho mejor adaptada para la explotación de los bos-ques que el tejo, el haya rebrota con gran rapidez de cepa, y se ve muy beneficiada por las talas. Tanto el carboneo como las explotaciones madereras, tienden a relegar siem-pre al tejo que no es capaz de rebrotar o lo hace con gran dificultad. Incluso en los lugares donde escasean o no hay castaños y robles, la única madera duradera para cons-trucción, cierres, etc. era la de tejo, que se convertía en un material muy buscado, siendo por el contrario el haya poco útil para estos menesteres hasta el punto de que solo se recurre a ella cuando no hay otro remedio tal como reza el dicho asturiano: “El haya para cuando no haya”.

La sensación de naturalidad que proporcionan en nume-rosos enclaves los hayedos, debe relativizarse y revisarse con los datos históricos y etnográficos que muestran que el hombre ha sido un excelente aliado del haya. Las ordenan-zas concejiles de una gran parte del norte peninsular, regu-laban la creación de viveros, plantación de hayas, el cierre y limpieza de chirpiales, la corta para madera y carbón… Hasta finales del siglo XVIII, las ferrerías consumían can-tidades ingentes de carbón, ya fuera de hayas trasmochas o taladas a matarrasa y de otros árboles entre los que el tejo apenas figuraba por su lentitud de crecimiento. Muchos montes estaban literalmente habitados por los carboneros

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que construían sus plataformas para establecer las carbo-neras y sus pequeñas cabañas en las cercanías.

La era del hierro no solo afectaría al tejo por esta razón sino que facilitaría también que con este nuevo material, se pudieran cortar tejos, cuando presumiblemente por la dificultad que ofrecía esta dura madera, tan solo se usaran en tiempos anteriores las piezas pequeñas para fabricar ar-mas o utensilios.

De la desaparición de esta especie encontramos por otra parte multitud de testimonios incluso en tiempos recientes.

El amigo Gausón recogía la crónica del fin del tejo en el asturiano puertu d’Onís, por boca de Pedro Gutiérrez Suero, pastor de Camonéu de 86 años:

“En puertu los texos, los había por donde quiera, é una madera que no-y entra el coroyu y no se pudre tan fá-cil, nadie conoció l’árbol y sacas la raíz y está sana. Los pastores buscábamos las raíces del texu y h.acíamos ta-yos con ellas que vendíamos muy bien a los turistas en la Tiese (Vega’l llau del Llagu Nol).” 10

Por otro lado, nos relataba Fonso Hartasánchez, que en la braña ‘Los Texos’ de Aguino (Somiedo), preguntó el porqué de ése nombre si no había tejos cercanos. La res-puesta del paisano fue que había muchísimos pero hacía unas décadas ellos mismos los habían cortado todos para hacer estacas de cierre del monte. Y es que, para su desgra-cia, se dice en ésta misma comarca de Somiedo, que una estaca de tejo dura más en la tierra que una barra de hierro. Encontramos el mismo dicho y uso por toda Europa, des-de Cantabria hasta Normandía. En Pays d’Auge, el dicho es literalmente el mismo: Un pieu d’if dure plus qu’un pieu de fer. Este uso ha supuesto un enorme menoscabo de las

Las vigas de las casas, cuadras y cabañas se hacían tradicionalmente de tejo en las zonas de montaña.

Carbonera en hayedo.

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tejedas también en otros pueblos aledaños. En Perlunes, a pocos kilómetros de Aguino, Juan del Gametoso nos con-tó cómo puso un cartucho de dinamita a un gran tejo que no lograba cortar y pretendía usar también para estacas de cierre. Voló el tejo y quedó tan destrozado que apenas le quedó madera utilizable.

Más terrorífico aún el testimonio de un guarda que nos contaba la costumbre de los pastores de Amieva de quemar grandes tejos, que mantenían durante días el fuego, con objeto de ahuyentar a los lobos. Así llevaban a pernoctar al rebaño a las cercanías del árbol ardiente, con la seguridad de que no sería atacado. Este uso está asimismo recogido en otras montañas de la geografía española tal como cuen-ta Juan Ruiz de la Torre11:

En muchas de nuestras montañas se ha practicado, por los pastores y gentes que necesitaban pasar la noche al raso, prender en la base de los troncos de tejo un fuego que va ardiendo lentamente, como yesca sin llama, con apreciable desprendimiento de calor; la lenta combustión puede durar hasta dos meses, acostándose los montañeses al lado del árbol hasta que se consuma la carbonización del tronco. Parece que por esta práctica, reiterada duran-te siglos, se ha reducido notablemente la representación de ‘Taxus’.

Pero su madera tuvo además una infinidad de otros usos. De tal modo era apreciada que no se reparaba en los esfuerzos que ocasionaba ir a buscarla a lugares alejados. Incluso sirvió como excelente leña, de gran poder calorí-fico y larga duración.

Y por supuesto este material tan valioso se ha vendido en todos los tiempos, siendo ésta otra de las causas de la desaparición incluso de grandes ejemplares.

El Libro del Tejo, aporta referencias de un estudio de la asociación AMETZ que a finales de la década de los 80 reportaba el derribo de un tejo verdaderamente colosal ta-lado en las cercanías de Pagomakurre:

“El tocón medía más de 3 m. de diámetro, era macizo y su madera estaba en buen estado. Los pastores que lo vieron dijeron que se sacaron más de cuatro camiones de madera. Éste seguramente sería el tejo más grande de

toda la Península. Estas acciones se repitieron prácti-camente en todos los lugares que hemos comentado a lo largo de esta provincia: Pagomakurre y Aginalde (Ari-mekorta), Atxarte, Eskubaratz, Mugarra, Urkiola, Karranza; entre otros lugares de Euzkadi y suponemos que toda la cornisa cantábrica.Muchos de los tejos que aún podemos contemplar se salvaron de la motosierra por no ser aptos para su ex-plotación, por estar huecos o encontrarse en lugares in-accesibles.”12

En el mismo sentido el amigo Maxi del Dago nos conta-ba que de joven, hacia 1966, vio en un aserradero de Benia (Asturias) un tronco de tejo enorme que tuvieron que bajar con cuatro parejas de bueyes.

En lo que respecta a su uso como material de construc-ción, tuvo una especial importancia para las vigas cumbre-ras de cabañas y casas en lugares altos. Por un lado como decíamos porque frente al haya y otras especies de altura, tiene una durabilidad mucho mayor, por otra, como ex-plican en Sotres, porque soporta mejor que otras el peso de la nieve.

Una gran cantidad de brañas y majadas recurrieron a este material incomparable durante siglos y tenemos al-gunos testimonios también de la búsqueda de estas vigas cumbrales en lugares difíciles: “…la viga cimbreña que es de tixu en la cabana de Juan; pero no era lo habitual, pues no se encontraban cerca; Juan lo halló “en un mal si-tiu, en Fondos, bien chueñe y bien malo de sacar. Sin embargo lo normal era que la cumbre y los sobremurios fueran de faya, sobre ellas se apoyan los verdiales de acebo, perfectamente cilíndricos de las aguadas.”13 Se refiere a una cabaña situada en uno de los márgenes de la vega de Valseco, debajo de La Cueva, en una depresión de origen cárstico y con la pared sureste apoyada sobre una gran roca caliza, en la zona de Xome-zana, Lena.

Pero su uso no se limitó a la arquitectura popular y se-gún Fermín Canella, el templo de la cueva de Covadonga que ardió en 1777, estaba construido en voladizo sobre sa-lientes vigas de tejo y roble y debía ser tan “sobresaliente” éste voladizo, que se le llamó el “Milagro de Covadonga”

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y se decía que lo habían construido los ángeles. Descono-cemos si además del uso idóneo del tejo por sus propieda-des, se escogió también por su halo de árbol sagrado en este caso.

No debe extrañarnos por tanto el testimonio de tantos lugares en los que los topónimos hacen referencia inequí-voca al árbol que desapareció hace décadas o siglos. Aquí también los ejemplos serían innumerables, por toda nues-tra geografía, especialmente en los territorios del sur de la Península Ibérica donde las condiciones climáticas pueden ser más difíciles para nuestro árbol, pero también en los lugares más idóneos como en la propia Asturias, donde en-contramos este triste a la par que hermoso testimonio:

El monte’l Cuera tién un jiyu y estó por dicivos q’un nietu. El jiyu e Texéu y el nietu Soberrón. Texéu eno llargu estirase tou lo que puee quisiéndo allegar a onde so padre Cuera; va siguíu, siguíu delli (dexando atrás, en-tre los dos, na más q’un vallin verde y estrechu), pero ni a lo llargu, ni a lo altu e como so pa, ni tan siquiera tien la misma collor. El Cuera e oscuru, arbolau, juerte, dá respetu; pel iviernu encanez co la nieve. Texeu, esnugu ya de los texos que i dieren nombre, no tien más que ar-gaya y piedras, verde y gris; pel otoñu a lo más salen-y las manchas apartadas de los jelechos secos; e tan pindiu pa riba que tien que estribar en Soberrón y enas cuestas pa no dir de jocicos.Soberron como una campanona posada en suelu, man-que i llamemos nietu, e vieyu y tien jartos cuentos que cuntar...14

TOXICIDADOtra causa de regresión de la especie, que en algunas re-

giones ha podido ser de importancia, es la persecución que ha sufrido a causa de las intoxicaciones que puede causar al ganado. A este respecto hay que decir que los efectos son muy diferentes en distintos animales. Los équidos mueren de manera repentina por comer una cantidad relativamen-te pequeña de su follaje. Los rumiantes son mucho más resistentes, aunque se conocen intoxicaciones mortales

o efectos abortivos en el ganado vacuno. Se comprende que los ganaderos hayan erradicado los tejos de sus fincas o incluso de las inmediaciones en el monte, cuando han sufrido alguna pérdida por esta causa y el problema se acentúa cuanto más raro es este árbol en un lugar y peor se conocen sus efectos y el manejo. Tenemos la sospecha por algunos casos que hemos ido conociendo, de que la toxicidad aumenta exponencialmente cuando el árbol ha sufrido daños por motivos de obras o agresiones diversas, lo cual constituiría una reacción que puede observarse en otras especies vegetales que utilizan diferentes defensas químicas.

Al mismo tiempo, la convivencia natural de caballos que pastan de manera habitual en los alrededores de las tejedas sin ningún problema, nos permite pensar en un aprendi-zaje. Los casos que conocemos de intoxicación son por el contrario los de animales que no tenían un previo contac-to con este árbol. Especialmente interesante el relato que nos hacían en el Palacio de Sofelguera, en Piloña, donde hace unos quince años murieron de forma fulminante dos magníficos sementales recién llegados de Alemania, a los que ataron al viejo tejo, junto a la capilla.

El simple hecho de atar un caballo al tejo puede ser su

El tejo del Palacio de Sofelguera (Nava) que estaba junto a la capilla de Santiago.

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sentencia como ocurrió en Tielve y en Sotres se advertía sobre este punto a los rapaces.

Todo lo anterior debe matizarse con distintas informa-ciones sobre el uso tradicional de ramón de tejo para en-gordar al ganado vacuno o incluso equino, en cuyo caso se daban las hojas picadas y en cantidades medidas, con la pre-caución de que no bebieran agua en las horas siguientes.

Manuel Bahíllo recogía en Vilareyo de Donís (Ancares) el testimonio de la plantación de tejo junto a las casas y cuadras con objeto de dar de comer al ganado, tanto a ca-ballería como al vacuno, a condición de que no bebieran en las 12 horas siguientes:

“… cuando había mucha nieve les daban de comer una pequeña porción de tejo, pero la única condición era que no bebieran agua en 12 horas, pues sino reventaban. De-cía que “les daba fuerza de sangre” y que si estaban en el exterior y les nevaba encima a los animales que no lo ha-bian comido les quedaba la nieve encima, mientras a los que habian tomado tejo, sudaban y les salia humo, y no quedaba la nieve”. También decia que solo se lo podían dar a animales fuertes, de más de tres años.”

Como puede verse el tema es bastante complejo y en todo caso, en términos ecológicos, pensamos que la “in-vención” de los alcaloides tóxicos del tejo, sirvió a esta especie para limitar la capacidad de ramoneo por parte de los herbívoros, confiriéndole una formidable ventaja fren-te a otros árboles que no han desarrollado los venenos o defensas espinosas y que por tanto compiten en desventaja en presencia de estos animales. Paradójicamente los herbí-voros pueden convertirse en los mejores aliados al elimi-nar aquella competencia.

Podemos establecer una comparación que nos servirá para comprender mejor la complejidad de este tipo de re-laciones. Es bien sabido que la gacela kudu africana, ramo-nea las acacias y éstas reaccionan de dos modos. Primero se cargan de taninos que convierten sus hojas en amargas e indigestas y segundo exhalan etileno, sustancia volátil que tiene el efecto de “avisar” al resto de las acacias que a su vez reaccionan preventivamente generando taninos. La gacela come por lo tanto un poco en una acacia y continúa

Tejos plantados juto a cabañas para dar forraje a los animales. Arriba, tejo en el Rebollo (Asturias) en 1990. Abajo en 2007 el árbol ya estaba muerto y la cabaña en ruinas.

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un poco más allá siempre en dirección contraria al viento para pillar a las acacias desprevenidas. Ahora bien, si el nú-mero de gacelas sobrepasa los tres ejemplares por hectárea, se ha demostrado que las acacias no tienen tiempo de reba-jar el nivel de taninos en sus hojas y entonces se encuentran gacelas muertas de inanición y con los estómagos llenos de

estas hojas indigeribles. Podemos deducir que las acacias ejercen un férreo control sobre la población de gacelas, pero al mismo tiempo estos herbívoros desempeñan un papel fundamental eliminando toda posible competencia vegetal que podría relegar a las acacias.

Otro aspecto sobre la toxicidad del tejo es su posible

Piornedo, una aldea de Ancares entre tejos.

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efecto alucinógeno en casos que no están del todo claros. Hay informaciones de diversa índole que apuntan en esta dirección15, en particular traemos a colación el caso de dos niños que acudieron al Hospital de Cangas de Nancea con diversos síntomas que incluían alucinaciones visuales y un cuadro que, tras descartar por análisis un gran número de

sustancias, los médicos tan solo acertaron a atribuir a los principios activos del tejo, pese al contacto nimio que los niños tuvieron aparentemente con este árbol. Un cartel en el servicio de pediatría de ese hospital, aún recuerda el hecho.

PROBLEMAS DE REGENERACIÓN DE LA ESPECIE RELACIONADOS

CON LA CULTURAInsistiremos a lo largo de esta obra en que el declive

de las tejedas silvestres en todo el entorno geográfico eu-ropeo es un hecho generalizado. Ya hemos visto que las dificultades de regeneración tienen múltiples causas y son muchas las tejedas donde se produce muy escasa o nula re-generación de jóvenes ejemplares.

Para colmo, cuando el milagro se logra, los tejos termi-nan, como veremos, en las regiones donde la cultura del tejo está más viva, arrancados por los paisanos para llevar-los a sus casas, ermitas o prados. Y casi siempre nos cuen-tan que no arraigaron a la primera y tuvieron que bajar varios plantones del monte hasta que les prendió uno. Esta práctica en los últimos tiempos incluso está de moda.16

Encontraremos diversos testimonios en este sentido a lo largo de este libro, pero copiamos a continuación dos par-ticularmente expresivos:

“En la zona esta especie es más bien escasa, encontrán-dose tan solo en los cresteríos cuarcíticos del Teleno y Montes Aquilanos. Los ejemplares en general son viejos, no existiendo más de 500. La regeneración es casi nula y los pocos ejemplares jóvenes que salen son arrancados por los paisanos para colocarlos delante de sus casas, “porque siempre están verdes y son bonitos”. Esta costumbre viene de lejos, ya que he visto ejemplares de porte sobresalien-te en ferrerías y otras habitaciones humanas.” (Simón Cortés, comunicación personal de abril del 99, en referencia a la comarca del Bierzo).“La tradición de cogerlos pequeños para plantarlos de adorno, ahora se está convirtiendo en una moda, “muita xente e fóra ven e cólleos (muchas gente de fuera viene y

Piornedo, una aldea de Ancares entre tejos.

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los coge)” (Villasivil); lo que puede constituir un peligro para su conservación”. 17

El etnobotánico, Emilio Blanco, que aporta esta infor-mación referida a El Caurel, señala también otra causa de declive, la de la recolección de ramos, si bien no tan dañi-na como el trasplante de ejemplares jóvenes, en ocasiones ha supuesto la corta de ejemplares enteros. Este autor en referencia a la comarca de Sanabria hace otra observación muy reveladora:

De tejo o texo era la rama que se usaba antes en el Do-

mingo de Ramos en algunos pueblos serranos. Todavía se usa, como hemos podido comprobar, en San Martín, en San Justo, en Requejo o en San Ciprián. En otros ha sido sustituida por otra especie de hoja perenne, porque como nos dijeron, “de tejo hay poco y lejos”.18

También en este caso los ejemplos son muy numerosos, sobre todo en el norte y en el oeste de España.

Otra paradoja resulta finalmente de esta curiosa relación cultural y es que en comarcas donde el tejo ya ha desapa-recido en estado silvestre, tanto en nuestro país como en Francia, los viejos ejemplares de iglesia, pueden constituir los postreros resalvos de toda una población desaparecida, con el valor genético que ello supone. Una razón añadida para preservar y multiplicar estos árboles centenarios de incalculable valor en muchos otros sentidos.

NUEVAS AMENAZAS PARA LAS POBLACIONES SILVESTRES

Actualmente contemplamos un nuevo peligro al que se enfrentan los tejos y tejedas silvestres, se trata de las ac-tividades turísticas que han descubierto en estos árboles “milenarios” y sus recónditos hábitats, el indudable interés

Tejeda de Tosande, antes y después de su “acondicionamiento”.

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y atractivo de “los más viejos”, o la simple necesidad de refugiarse de cuando en cuando en estos enclaves de es-tremecedora belleza y atmósfera evocadora. Este legítimo interés puede acarrear sin embargo problemas de conser-vación para ejemplares o formaciones que se hacen famo-sos y a los que de pronto se acerca un elevado número de visitas que pisan, trepan y compactan el terreno o dañan la corteza de estos, en ocasiones, frágiles ancianos. Como simple ejemplo podemos mentar la publicidad y organiza-ción de excursiones guiadas, de varias empresas distintas al mismo tejo cercano a Madrid. Peor aún, la gestión por parte de algunas administraciones que bajo el paraguas de la protección, adecuación, acondicionamiento o accesi-bilidad, están publicitando y “vendiendo” algunos de los últimos reductos de naturaleza salvaje (si aún podemos ha-blar realmente en estos términos) que quedan en nuestro maltrecho paisaje.

La urbanización de estos parajes de incalculable valor, parece el último asalto emprendido contra enclaves tan emblemáticos como la Tejeda de Tosande y otros que se han conservado gracias a su inaccesibilidad y a los que se está desvirtuando y desnaturalizando con argumentos pretendidamente conservacionistas y con actuaciones des-cabelladas bajo pretexto de dinamización, desarrollo tu-rístico, adecuación, acondicionamiento…

En realidad estos proyectos son un atentado contra los propios árboles y el bosque, y además desfiguran nuestra percepción del mundo silvestre. No podemos convertir un bosque monumental de árboles centenarios en centro de in-terpretación o en una especie de zoológico o museo natural.

Si se trata de proteger el bosque y permitir su regene-ración quizá sea necesario restringir el número de visitas y controlar el número de herbívoros que puedan generar este problema. Un sendero casi imperceptible, bien dise-ñado y encauzado a distancias prudenciales, puede encau-zar un número de visitas guiadas sostenible para el me-dio. Pero convertir los bosques primigenios en centros de atracciones resulta tan aberrante como clavar letreros en el lienzo original de Las Meninas, para que el público pueda identificar a los personajes.

¿Qué será lo siguiente? Porque los mismos argumentos pueden llevarnos mucho más lejos. ¿Pondremos escaleras mecánicas protegidas de la lluvia con una campana de cris-tal para visitar el bosque sin mojarnos?

El camino debe ser exactamente el opuesto: pasar des-apercibidos, no dejar huella, integrarnos si acaso en la vida que transcurre al margen de los negocios humanos, en estos enclaves privilegiados. Desgraciadamente esta opinión se opone radicalmente a la tendencia de algunas instituciones y administraciones. Hacer lo mínimo o no hacer nada, parece la antítesis de la rentabilidad política y económica que se busca desesperadamente. Y cada día más las acciones y declaraciones de protección de la naturaleza, encubren la auténtica explotación; una venta al por mayor de los últimos paraísos.

Todo ello ha generado un movimiento conservacionista en pro de la defensa de este patrimonio y la regulación ética y legal del uso de estos espacios de enorme interés medio-ambiental. Algunas de estas ideas y consejos las incluimos en el apéndice: Decálogo ético para la visita y conservación de los árboles y bosques monumentales silvestres.

Pero para ilustrar de forma gráfica el problema, incluimos este escrito que nos parece muy revelador de un sentimiento

Tejos creciendo sobre la peña.

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que todos hemos experimentado en uno u otro momento:No voy a decir por qué camino o senda se llega a esta cerrada que busco. La Cerrada de los Tejos, árbol que según se dice, en aquellos tiempos era muy abundante en la Península y pasado del tiempo casi ha desaparecido por completo. Por las sierras de este parque yo sé dónde crece cada uno de ellos porque los he visitado casi uno a uno. Entre todos existe uno muy especial. El milenario, Al que llaman el abuelo pero al que un buen día, les dio por ponerlo en las guías de los turistas y así está hoy. Señalado, ra-yado, escrito en el tronco, en las ramas, en las raíces. Agujereado, rodeado de toda clase de basura, latas, bo-tellas, plásticos, papeles. Sus ramas cortadas y la tierra y rocas donde durante tanto tiempo ha crecido en paz y en armonía con el entorno, pisoteada, trillada, llena de sendas por aquí y por allí y por todos sitios las señales humanas en forma de manchas y destrucción. Todo esto y mucho más es la desgracia que le ha caído a este tesoro de tejo.Caigo ahora en la cuenta cuando en aquellos años ve-nía a visitar este singular tejo. Toda la cañada era un paraíso de paz, de naturaleza limpia, de silencios y de hermosura. Por el lugar era muy difícil encontrarte con alguien como contraste a la feria, que en estos días, por el camino que lleva al tejo, puede verse. Recuerdo aquellos días y según veo lo que ahora está ocurriendo, no tengo más remedio que sentirme enfadado.( José Gómez Muñoz, Cazorla, nacimiento del Guadalquivir, Cerrada de los Tejos)

YAMADORI, BONSÁI “RECUPERADO”No terminan aquí las desventuras del tejo. En los úl-

timos tiempos, la moda del bonsái yamadori puede estar ocasionando una importante merma de la capacidad rege-nerativa de las tejedas. Esta práctica, que consiste en “recu-perar” árboles silvestres para convertirlos en bonsáis viene siendo muy contestada entre los propios aficionados. La rapiña de tejos y otras especies de los montes, ha prolife-

rado, alentada por el prestigio de poseerlos y las pequeñas fortunas que llegan a pagarse por los buenos ejemplares. Burlando en ocasiones la ley existen verdaderos especialis-tas que recorren caminando o en motos de trial las monta-ñas y localizan con GPS los ejemplares o los recogen ellos mismos. Catálogos con ejemplares de tejo Yamadori, se muestran por los clubs y en los congresos generando todo un comercio de estos arbolillos que han sido tallados pa-cientemente por el rigor de la montaña y el diente de los herbívoros y como antes vimos representan la esperanza de regeneración de nuevas generaciones de tejos en mu-chos lugares.

Su indudable belleza y su edad a veces asombrosa, pro-pician el verdadero saqueo que están sufriendo en muchas montañas. Un gran tanto por ciento de estos Yamadori se secan en poco tiempo después del trasplante. Pese a todo el formidable negocio de obtener bonsáis de gran calidad y elevado precio, empieza a ser preocupante para especies como el tejo, acebuche y otras de similar comportamiento.

NOTAS1 R.H. Francé –La Maravillosa vida de las plantas– ed. Labor, 1949:2 Honrad Spindler. El hombre de los hielos. Barcelona 1995.3 Levi Provençal. Historia de la España musulmana. 4 Nota que nos ha sido amablemente facilitada por Balbino García de Albizu, extraída del Catálogo del Archivo General de Navarra. Sección de Comptos. Documentos Tomo XXI Amezcoa (852) 1396, junio, 15. Caja 71, nº 43, VII.5 Hageneder, Fred. Yew, a History. Sutton Publishing Limited. England 20076 Hageneder, Fred. La Sabiduría de os Árboles. Blume. Bar�La Sabiduría de os Árboles. Blume. Bar�celona 2005.7 O. Schwendtner, S. Cárcamo, A. Larrañaga, L. Miñambres & J.L. Remón. Las Tejedas de Navarra. Ecología, Dinámica y Conservación.8 E. Laguna. & J. Gamisans. Situación del tejo (Taxus baccata L.) en Córcega y acciones para su conservación. I Jornadas sobre el tejo en el Mediterráneo Occidental. Ed. Luis Serra. Generalitat Valenciana. Alcoy 2007.9 Lydia Zapata Peña, María José Iriarte Chiapusso, Carlos

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López de Calle Cámara. Análisis paleoambientales en el dolmen de Collado, La Rioja (Trevijano, La Rioja): viabilidad y trabas de la paleoecología vegetal en estructuras dolmé�nicas. Zubía, ISSN 0213�4306, Nº Extra 13, 2001 (Ejemplar dedicado a: Paisajes de La Rioja) , pags. 65�9610 Como se habrá adivinado el coroyu es la carcama de la madera y los tayos son los taburetes de tres patas típicos de los pastores.11 Ruiz de la Torre, Juan. Botánica Popular. Introducción a la Demobotánica. Fundación Conde del Valle de Salazar. Ma�drid 2000.12 Simón Cortés, Fernando Vasco y Emilio Blanco. El libro del Tejo. ARBA. Madrid 2000.13 Gonzalo Barrena y otros autores. Paisajes y paisanajes de Asturias. Organización del espacio y la vida cotidiana tradicio-nal. Ed. TREA. 2001. Pag. 20 –artículo de Fermín Rodríguez Gutierrez– El género de vida y el espacio de los ganaderos de Asturias.14 Pilar Junco. Cosinas de Llanes. Fundación Cayetano Rubín de Celis Valeiro. 2006.15 Abella. I. La Memoria del Bosque. RBA Integral. Barcelona 2007.16 Estos problemas, además de los que aquejan a los cente�narios tejos de iglesia, son en definitiva los que han generado un movimiento por parte de organizaciones e instituciones de todo tipo, con el fin de dar a conocer éste árbol y todo lo que representa y andar los primeros pasos para la conservación de su patrimonio. 17 Emilio Blanco, El Caurel las plantas y sus habitantes, Funda�ción Caixa Galicia, 1996.18 Blanco Castro, Emilio y Justino Diez. Guía de Flora de Sa�nabria, Carballeda y Los Valles. Adisac–La Voz – Zamora 2005.

Escudo de Rexil, Guipúzcoa.

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En la aldea de Resconorio (Luena - Cantabria), encontramos unos 60 tejos junto a cuadras y caserías, y otros tantos en los setos y cierres de fincas. Todos presentan el peculiar aspecto que les confiere la poda hasta los cuatro metros de altura. La explicación que dan los vecinos a este hecho es que han muerto algunos animales al comer el follaje. Vemos aquí otra de las continuas contradicciones a las que nos tiene acostumbrados esta especie

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en su medio natural y en su paisaje cultural. Si se pregunta a los mismos vecinos porqué entonces se mantienen estos árboles por todo el pueblo, nos dirán que atraen la buena suerte a la casa y todos pretenden que su tejo es el mayor. Cesareo Revuelta Martinez añade que “tener un tejo junto a la casa era señal de que esa casa estaba habitada, pues el teju es un árbol dificil de sacar adelante y se pierden luego, queriendo decir si tienes un tejo que le cuidas y estas alli todos los días para estar pendiente.”

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