La Cultura Huachaca

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Pablo Huneeus LA CULTURA HUACHACA o EL APORTE DE LA TELEVISIÓN

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Autor: Pablo Hunneus.

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Pablo Huneeus LA CULTURA HUACHACA

o EL APORTE DE LA TELEVISIÓN

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Junto con desenmascarar el impacto negativo de la tele, aquí denuncia las fuerzas culturales que condicionan la vida diaria.

La moral, la política, la delincuencia, los gustos y el uso de la razón obedecen hoy a la pantalla.

La obra va al fondo del tema; relaciona este invento con el ambiente social donde se aplica.

Su autor, sociólogo y escritor chileno, conoce por dentro el medio, pues además de analizarlo, ha animado en pantalla programas de TV.

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Pablo Huneeus es uno de los escritores más leídos de Chile. Sus cerca de treinta libros destacan por su animoso estilo, su buen humor y sus nítidos cuadros de la vida real.

Estudió sociología en la Universidad de Chile y obtuvo su doctorado de la Universidad de París (Sorbonne). Ha sido consultor de Naciones Unidas en Suiza, de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), y profesor de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile. Fue el director fundador del Servicio Nacional del Empleo (SENCE) y luego, como profesor titular de la Universidad Católica, dirigió el Instituto de Sociología.

A menudo escribe en diarios y revistas de Chile, y artículos suyos suelen aparecer en The Economist de Londres, The Wall Street Journal de Estados Unidos y Literaturnaya Gazeta de Rusia.

Figura seguido en la tele, y una vez tuvo su propio programa de conversación.

Por su contribución a la literatura social, la Grand Valley State University de Michigan, Estados Unidos, le confirió en octubre de 1992 la Orden al Mérito.

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Pablo Huneeus

LA CULTURA HUACHACA

O

EL APORTE DE LA TELEVISIÓN

Editora Nueva Generación República de Chile

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Copyright © de Pablo Huneeus Cox Propiedad Intelectual N° 54.004

ISBN 956-226-014-3

Editora Nueva Generación. Fono (56 2) 218 39 74.

www.pabIo.cl

Portada: Niños leyendo, de Nicanor González Méndez, pintor chileno nacido en Talca, 1864. Casi toda su obra se perdió al incendiarse su

taller. Murió en 1934.

Primera edición: diciembre de 1981. Edición N" 39: agosto de 2008.

Impreso en los talleres de Andros Ltda.

Santa Elena 1955 Santiago de Chile.

Hecho en Chile

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Viviré est cogitare (Vivir es pensar) Marco Tulio Cicerón

Roma, siglo T antes de Cristo

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CONTENIDO

I.- La dinámica cultural al llegar la tele 9

II.- El impacto mental de la imagen 29

III.- Los imperativos económicos 41

IV.- Los condicionantes de la programación 51

V.- El contexto social de lo huachaca 59

VI.- Los siete componentes 71

VIL- El dios huachaca 99

VIII.- Lo huachaca en el país interior 117

IX.- La alta cultura en la tele 125

X.- Plan para desinfectar la televisión 143

XL- Los videojuegos ¿qué son? 147

XII.- Epílogo para emprendedores 155

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Capítulo I

LA DINÁMICA CULTURAL AL LLEGAR LA TELE

\\\ televisor ha engendrado en Latinoamérica una nueva manera colectiva de ser: la cultura huachaca.

Hs la criatura bastarda -huacha- del mercadeo y de la urbe, que se abre paso entre la racionalidad occidental y la tradición popular. Al comienzo p.irecía ser apenas un aire algo ramplón, un estilo i.irgado a lo superficial y una moda pasajera de .uluar al lote. Pero pronto levanta sus ídolos y adquiere su propio espacio en la sociedad hasta implantar una verdadera cultura.

l'ara apreciar las consecuencias de este fenómeno U'iigase presente que cultura vendría a ser todo lo .iprendido por medio de la comunicación. Es el conjunto de comportamientos que uno asimila de la sociedad. Por lo tanto, incluye el lenguaje, las cos­tumbres, las normas morales, la ciencia, el arte, la religión e instituciones sociales como la familia, las leyes y el gobierno.

O sea, cultura es toda acción que va más allá del instinto. Comer, por ejemplo, en sí mismo no es un lici'ho cultural, porque responde al instinto de alimentarse, pero la manera de hacerlo sí lo es, por-i|ue los utensilios, recetas y modales empleados corresponden a hábitos socialmente adquiridos.

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Un ser humano criado sin comunicación alguna con sus semejantes, como los niños-lobos del bosque, carece enteramente de cultura. Sólo lo mueve el instinto y al darle una gallina, reaccionará como cualquier animal carnívoro en estado salvaje. Le clavará sus dientes caninos en el cogote y a la usanza del lobo o del puma, le chupará la sangre tibia. Si queda con hambre, arrancará a dentelladas la pechuga de ave, sin desplumarla ni cocerla.

Ante una mujer arremeterá para saciar su impulso sexual sin poesía ni proposición matrimonial, porque el galanteo y las instituciones, como el noviazgo y la familia, c]ue regulan la convivencia humana, son elementos culturales que asimilamos de otros Homo sapiens.

La cazuela de ave, entonces, es obra de nuestra cultura, porque implica un complicado aprendizaje de técnicas de cocción, de recetas para combinar la papa y el cilantro, de saber usar la cuchara metálica y de modales para sentarse a una mesa a degustarla. Lo mismo el matrimonio, tanto el ceremonial para celebrarlo como las normas para regularlo depen­den de la cultura que se tenga.

Al ser la cultura base espiritual de la conducta humana, lo que está en juego no es sólo la manera de cocinar una gallina o de redactar un contrato matrimonial; está en juego la manera de organizar la vida. La capacidad de conocerse a sí mismo, de entender la realidad, de cuidar el medio ambiente o de superar la adversidad, va todo en función del

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I'squoma mental con que funcionemos. Y ése proviene directamente de lo aprendido, tanto en la i'iiiicación formal (escuela, universidad, etc.) como en los demás mecanismos de socialización (familia, Itarrio, Iglesia, radio, TV, diarios, libros, etc.).

En palabras del sociólogo Sorokin: Ningún grupo l'iii'íie sobrevivir si dispone sólo de conjuntos de ideas ilógicas, inconsistentes o falaces. Si, por ejemplo, tal ;^nipo le atribuye a la vaca las características del león y Inita de lechar al león y de matar la vaca, si trata de miner lo incomible, si carece de nociones adecuadas para medir el tiempo y el espacio, si sus normas de conducta son contradictorias, si sus creencias mágicas y religiosas son falsas y equívocas, tal grupo no durará muchoJ

Dos culturas en pugna

Ahora bien, la confusión, inseguridad y pobreza en Latinoamérica arrancan de tener como base de la identidad dos culturas contrapuestas que llevan ilemasiado tiempo en pugna una contra otra: la occidental y la popular.

Por encima tenemos la cultura del conquistador. }ls la civilización de la racionalidad técnica, militar y monetaria iniciada por la burguesía europea a partir del siglo X, cuando en los "burgos" (ciudades) libres de la potestad feudal se consolida una clase

' Pitirim Sorokin: Society, Culture and Personality. Cooper Square Publishers, Nueva York, 1962.

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social que no es la nobleza de los hijos de papá ni el proletariado de "los que viven por sus manos".2

Valiéndose de su superioridad técnica -ciencia, profesiones, arte- desplaza al linaje como fuente de ascenso social y haciendo primar el dinero -banca, capital, industria- se impone sobre los asomados por privilegios de cuna. Rescata la idea del individuo como ser libre y, en consecuencia, dotado de derechos universales por el sólo hecho de existir. Plantea, entonces, como iciea central el ascenso ciel hombre por medio del conocimiento.

El propio Carlos V, de Francia, apoyado por la burguesía que ya estaba hastiada de esa nobleza de caballeros armados e improductivos dedicados a costosos juegos de guerra, hacia el año 1368 organiza una biblioteca nacional en el palacio de El Louvre, hace traducir a Aristóteles y funda un sistema gratuito de educación pública. Cuando un señor feudal de armadura y coraza critica tales iniciativas, el rey Carlos responde con una frase que sigue resonando como principio orientador cié Occidente; Sólo prosperará este país en ¡a medida en que se respete el conocimiento.

Pero en Latinoamérica tal civilización penetra no tanto por virtud de ideales humanistas superiores como por obra de técnicas militares de gran poder

2 J. Manrique (1440-1479) Copias por la Muerte de su Padre: "allí van los señoríos derechos a se acabar... y llegados son iguales los que viven por sus manos y los ricos."

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i lrstructivo con las cuales los españoles efectúan la conquista. Establecido el dominio sobre casi todo el continente, salvo el sur de Chile^, comienza u n .irduo proceso civilizador para implantar los demás V.llores e instituciones inherentes a dicha racionali-if.id, como el cristianismo, la propiedad inscrita, la motivación profana del trabajo (en las cul turas .indinas se trabaja nías por espíritu comunitar io que (ior dinero), la hacienda feudal, la tecnología mecá­nica, el consumo suntuario y, en fin, todo eso l lamado Civilización Occidental.

Sin embargo, tal como se ha señalado en nues t ro estudio sobre la mental idad económica, la raciona­lidad occidental se asienta mejor en Norteamérica gracias a que los peregrinos ingleses encuent ran u n territorio prácticamente deshabi tado donde hacer sus vidas, sin las taras del viejo continente ni los condicionantes de alguna otra civilización a la cual adaptarse.* Nadie les trabaja, a nadie cristianizan. Las escasas tribus que encuentran no son guerreras y los colonos anglosajones se limitan a exterminar­las o ahuyentar las hacia el lejano oeste.

^ La Guerra de Arauco, del pueblo mapuche, es una de las guerras de resistencia más largas de la historia. Se inicia en 1536 contra la avanzada española de Diego de Almagro y concluye en 1882 con los regimientos de corte prusiano que les manda encima la elite de Santiago. •* Pablo Huneeus: Nuestra Mcntaüdad Económica. Editora Nueva Generación, Santiago, 2002.

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En cambio, al sur del Río Grande de México es otra la situación: el conquistador europeo penetra territorios densamente poblados donde hay tribus perdidas, pero donde lo que más encuentran son culturas evolucionadas, como la Azteca y la Maya. Al llegar los hermanos Pizarro al Perú, por ejemplo, se calcula que el Imperio encabezado por el Inca Atahualpa comprendía unos 12 millones de almas. Más aún, durante la Colonia y la República, el cre­cimiento demográfico de la población indígena ciel continente es superior a la de origen europeo.

De ahí que la penetración occidental en las distintas regiones de Latinoamérica no ocurra en un vacío cultural. Tampoco es cuestión de educar a seres con la mente en blanco, como los niños, sino de imponer una racionalidad aristotélica sobre otra desarrollada aquí durante siglos y que tiene su propia lógica para organizar la vida.

Occidente se enfrenta aquí a civilizaciones que medidas con la vara europea carecen de elementos importantes como la imprenta, las armas de fuego o la investigación científica. Sin embargo, no se trata de pueblos primitivos, ya que son culturas de pro­fundo sentido religioso, de idiomas evolucionados, de gran sentido estético, de avanzada organización social, de gran nivel técnico en ingeniería hidráulica y construcción civil, y de acabado conocimiento experimental de medicina humana y astronomía.

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Según el monumenta l estudio del h is tor iador l ' iitánico Arnold J. Toynbee, entre la veintena de )',rondes civilizaciones que han jalonado el p lane ta Tierra, cuatro florecieron en el continente amer icano .intes que el navegante genovés Cristóbal Colón y su banda de aventureros tuvieran noticia de ellas (la Incásica basada en la cordillera de los Andes , la civilizacitín Maya en Centroamérica, el imper io Azteca del ant iguo México y la esplendorosa cul tura de Yucatán)."'

Fácil es entonces comprender que aquí se en­contraran culturas firmemente enraizadas y nada de interesadas en dejarse llevar por la menta l idad de los recién llegados ni de someterse a sus locas instituciones.

Por eso, el proceso civilizador, lejos de ser u n a persuasión convincente, al comienzo adquiere u n a ferocidad bestial, s iendo frecuente para los reacios a

5 Arnold 1. Toynbee: A Study of History, obra de 12 tomos publicados el primero en 1934 y último 1961 por Oxford University Press. Las otras grandes civilizaciones son: la del Egipto milenario que hizo las pirámides e inventó el pan, la de China de donde viene el arroz y el comer en platos de loza, la Minoica basada en Creta, la Sumeria, la Hindú, la Hitita, la Helénica que sentó las bases de la democracia y de la ciencia moderna, la Occidental que forjó la industria, la Cristiana Ortodoxa de Rusia, la del Lejano Oriente (Japón), la Cristiana medieval de Europa, la Oriental de Asia Central, la Iraní, la Árabe que nos brindó el café y los números y la Babilónica.

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recibir los dones del espíritu ofrecidos por Occi­dente terminar sentados en picanas, quemados por la Santa Inquisición de Lima, o bien s implemente dest r ipados a sablazos. Hernán de Santillán, un consejero del Gobernador García Hur t ado de Men­doza, luego de volver en 1560 a España, presentó un informe al Consejo de Indias de Sevilla d o n d e des­cribe así la llegada de los pr imeros occidentales al valle central chileno: Mataban, mutilaban y echaban los perros a los indios, les cortaban los pies, manos, narices y tetas, robaban sus tierras, violaban sus mujeres c hijas, los encadenaban y utilizaban como bestias de car^a, que­maban sus casas y asentamientos y destruían sus sembrados/''

Pero aún donde se establece un dominio formal, se p roduce entre las dos culturas una singular relación en nada comparable al colonialismo euro­peo en África y Asia, porque el español viene a quedarse . Al avecindarse en una realidati tan sobre-cogedora se empapa en ella y desarrolla institucio­nes, como la hacienda, que si bien se copia de Casti­lla, guarda poca relación con la posterior evolución europea hacia una clase media agrícola.

Tanto es así, que epopeyas como la conquista de México hecha por Hernán Cortés en base a 13.000 indios Totonacas y N a h u a s que él alista contra el emperador azteca Moctezuma; el viaje que en 1542

^ Citado en el libro de Brian Loveman: Chile, the legacy of Hispanic Capitalism. Oxford University Press, 1979.

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hace desde Quito el capitán Francisco de Orellana a través del "río de las Amazonas" o la misma expedición que emprende Pedro de Valdivia desde Cuzco a Chile, se gestan en nuestro continente a pesar de la burocracia peninsular. Lejos de recibir apoyo gubernamental, las realizan con su propio empuje y capital hidalgos de origen español, sí, pero que se han avecindado de por vida en la región.

El elemento de origen occidental domina la si­tuación y la población indígena acata sus edictos, llegando a adoptar símbolos de modernidad como los jeans y la Pepsi. Pero a través de los siglos de­muestra una capacidad asombrosa de aparentar modernidad y a la vez mantener los esquemas mentales y ritos autóctonos que le dan identidad.

Las fuerzas culturales hasta mediados del siglo XX (años 1950-60)

Lo anterior configura tres características esenciales de la cultura en los países latinoamericanos.

1.- En primer lugar, destaca la presencia de la cultura occidental. Cuando nos visita un profesor de la Universidad de Cambridge. Arriba en British Air­ways a un aeropuerto moderno, lo reciben colegas sin plumas ni flechas que andan vestidos como cualquier gringo, ve autos Jaguar por la calle, escu­cha a los Beatles en la radio, admira rascacielos tan insípidos como los de Manchester, asiste a reunio­nes que ¡oh sorpresa! se inician a la hora señalada.

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encuentra un buen nivel de investigación en la uni­versidad y hasta se entera de avances originales hechos aquí que pronto serán dados a conocer en algún "Journal" científico norteamericano. Se siente, pues, en medio de la racionalidad técnica occidental.

ídem el representante de la Deutsche Grammophon Gesselschaft que se desplaza en breve visita a nivel de gerencias. Volverá convencido de haber tratado con ejecutivos tanto o más serios que los alemanes.

Pero es presencia de una cultura, no existencia. Para entender cómo pueden las apariencias llegar a engañar tanto, es necesario recordar la forma en que hacia el año 1800 el sistema colonial español, junto con haberse adaptado bastante a la realidad latinoamericana, había levantado un muro de edictos imperiales y controles burocráticos que aislaban del devenir. En lo social había quedado afuera nada menos que la Revolución Francesa y en lo económico, la revolución industrial. Pero la Colonia había afatado una casta de patrones de fundo dedicados a vivir sin trabajar y a perpetuar hasta la eternidad sus retrógrados esquemas.

De no mediar la invasión francesa a España y el consecuente derrocamiento del "bienamado" Fer­nando VII, la incipiente burguesía liberal de profe­sionales y empresarios un tanto más cultos, no habría tenido oportunidad de impulsar la moderni­zación a que aspiraba el país, empezando por la independencia política.

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Las burguesías ilustradas que logran controlar el caudillismo militar dejado por la guerra de la In­dependencia de inmediato empiezan a edificar el estado nacional -la República señorial- imponiendo 111 versión más moderna de la cultura occidental. En l'uropa el rol preponderante asignado al conoci­miento estaba dando resultacios espectaculares y viene todo ese optimismo científico típico del siglo XIX. El inseguro velero se cambia por el barco a vapor, el coche a caballos por el ferrocarril, el taller-cito artesanal por la fábrica y la farándula perpetua de la familia real por la república.

El origen sobrenatural del hombre se sustituye por la teoría de la evolución, el sentido espiritual de la vida por el materialismo dialéctico o liberal y la revelación como fuente de autoridad que legitima la monarquía por la idea del ciudadano libre, con derecho a sacar la voz.

La fe irrestricta en la educación, como factor central del progreso y en el Estado como instru­mento civilizador, llega a engendrar un nuevo des­potismo ilustrado para impulsar esta alta cultura que avanza triunfal hacia la luz. Se promueve la ciencia y el arte trayendo a sabios y pintores, se acogen a inmigrantes europeos, se becan a jóvenes talentosos para que estudien en Londres y Berlín, se crean universidades nacionales, se construyen escuelas y bibliotecas, se levantan escuelas de ofi­cios técnicos y museos de bellas artes, se moderni­zan los ejércitos y armadas para hacerlos eficientes

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institutos técnicos, se edifican grandes teatros municipales para las artes de la representación, se fomenta la literatura, se discuten abiertamente los asuntos públicos, se organiza la prensa libre y en general se practica el respeto a la inteligencia.

Es la universidad para y por la inteligencia, la educación pública gratuita y la democracia organi­zada en torno a los preceptos del barón de Montesquieu sobre tres poderes del Estado: ejecu­tivo (gobierno), legislativo (parlamento) y judicial (tribunales) que habían de garantizar progreso y justicia.

Se trata, pues, del tardío arribo del espíritu li­beral que desde el siglo décimo venía emergiendo en Europa. Al asumir la burguesía ilustrada el control del proceso político emprende una cam­paña civilizadora para recuperar en la base el tiempo perdido. Sus armas para atacar la ignoran­cia fueron la palabra impresa (libros, prensa intie-pendiente) y la educación pública (escuelas, liceos, universidades).

Sin embargo, quizás por falta de perspectiva histórica o porque intuyeron que el campo y la hacienda ya estaban perdidos, esta campaña se concentra en la capital. Así como la hacienda fue el terreno propio del barroco español, la capital pasa a ser el territorio propio de la República señorial. Las instituciones claves de la campaña civilizadora se agrupan en un perímetro específico, cual fuertes temiendo un ataque bárbaro de la selva. Juntitos

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están el Ministerio de Educación Pública, el Parla­mento, la Universidad, la Biblioteca Nacional, el Teatro Municipal, el Museo de Bellas Artes, la Catedral, las librerías, la prensa independiente y los Tribunales de Justicia.

Desde el centro este enclave civilizador irradia, o pretende irradiar, alta cultura hacia el país interior. Es una fuerza centrífuga que salpica racionalidad técnica hacia afuera y que con el tiempo se convierte en una fuerza centrípeta que absorbe energía y poder hacia el centro.

2.- La segunda característica de nuestro entorno cultural es la porfiada sobrevivencia de una cultura popular firmemente arraigada en el campo y en los pueblos chicos del interior. Por siglos se ha ido transmitiendo de machi en machi, de toqui en toqui y de madre a hijo. Sólo últimamente, al aparecer la radio, contó con un medio masivo de comunicación.

A pesar de la tenaz campaña civilizadora de la elite ilustrada, sobrevive con gran vitalidad. Más de veinte millones de latinoamericanos hablan sólo idiomas autóctonos, otros tantos no leen ni escriben y en vastas regiones permanecen intactas formas indígenas de vida.

Oculta en ritos formalmente católicos subsiste la magia nativa de la religiosidad popular, fenómeno fácil de apreciar en festividades como la Tirana en el desierto de Atacama, donde los bailarines danzando frenéticos al ritmo del tambor y los promesantes arrastrándose sobre la grava del suelo

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hasta sangrar, en nada parecen tener noticias del canto gregoriano o del sacramento de la confesión.

Más aún, durante las últimas décadas hasta en los antros de modernidad, como Caracas y Sao Paulo, afloran con mayor ímpetu expresiones de cultura popular -cultos religiosos y ritmos musicales- que se apartan radicalmente de la racionalidad occidental (la macumba va por dentro, dear Cambridge professor).

En vista de c]ue a menudo conceptos emanados de sistemas culturales foráneos se emplean para estudiar nuestra realidad, con el consecuente des­calabro, es necesario aclarar que la noción de cultura popular no equivale a la de países europeos. En las distintas regiones de Europa y Norteamérica se da una cierta cultura popular de tipo "folk", con sus musiquitas y trajecitos típicos, pero sin alcanzar a constituir un sistema cultural aparte. Allá la cultura popular es un mero folklore, o sea una va­riación estilística dentro del mismo marco societal. No implica esquemas mentales contrapuestos a los del resto de la sociedad.

Aquí, en cambio, la cultura popular viene de otras civilizaciones y es el alma de otras razas. Tiene sus propios marcos de referencias, sus pro­pios Adanes y sus propios pecados originales, dife­rentes de los occidentales y aun cuando haya estado desintegrándose, hasta el día de hoy cons­tituye sistemas culturales evolucionados cuya sabiduría recién se empieza a apreciar.

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Investigaciones antropológicas, especialmente a partir de los trabajos de Levi-Strauss, revelan cuan elaborados son los esquemas filosóficos de algunas tribus consideradas primitivas.

En algunos casos, como los indios Bororo, del Paraná o los Watunna del Orinoco, su "salvajismo" es una relación armónica con la naturaleza y su "atraso", un profundo sentido espiritual de la vida que los aleja de la marcha galopante de Occidente hacia el materialismo maquinal.^

Sin embargo, a las elites ilustradas de Latinoamé­rica no les interesa la idiosincrasia originaria. A lo sumo, han considerado la cultura autóctona como un simple folklore, que debe ser filtrado para mostrar únicamente su aspecto turístico. El ballet mexicano se "sanitiza" para presentarlo en el Teatro Municipal y la urna zapoteca se exhibe en el museo nacional con lo cual tanto la danza como la escul­tura originaria quedan reducidas a ser meras curio­sidades arqueológicas, desprovistas de vida y sin referencia a la actualidad.

Por su parte, el intelectual medio -de novelista a economista- ha tendido a pensar la realidad lati­noamericana en términos europeos y hasta nuestra historia se presenta como animada por una

^ Ver del antropólogo Claude Levi-Strauss: Tristes Trapiques. Plon, París 1955. Para apreciar la elaborada teología de una tribu indígena, ver de Marx de Civreux: An Orinoco Creation Cycle. North Point Press, Boston 1981.

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racionalidad occidental. En la mayoría de las representaciones simbólicas de la realidad se advierte esta tendencia a exaltar el carácter occidental de Ja sociedad. Por ejemplo, la característica de una popular serial de televisión. La Madrastra, es precisamente el rascacielos más modernista de Santiago y toda su ambientación, con actrices rubias y de ojos azules, presenta una imagen angloamericana de la realidad. ídem, los avisos comerciales y la arquitectura: son elaboradas fabricaciones tendientes a vestir la mona de seda.

Se ha creado así, un raro espejo cultural para reflejarnos distintos de como somos. Al vernos tan limpiamente estirados, nos sentimos halagados, pero nos distanciamos de nuestra realidad al punto de dejar de entenderla. Latinoamérica ha llegado a ser una realidad que no se entiende a sí misma. Y sólo llegará a comprenderse la dinámica sociológica y política de los países latinoamericanos cuando se conozca bien su base cultural.

Más adelante (Cap. XII) se vuelve sobre esto al analizar la misión que esta peculiar configuración cultural ofrece al emprendedor, si la asume.

3.- El tercer componente esencial de la cultura en Latinoamérica es el proceso de transe ulturación por el cual las dos fuerzas culturales en pugna van de mala gana contaminándose una de otra. Es un flujo en dos sentidos, siendo lo más visible el salpique de ítems occidentales sobre la idiosincrasia nativa. Del conquistador se aprende desde montar a caballo

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hasta atender al gringo de Cambridge. La campaña civilizadora logra darle a las fachadas una mano de modernidad, sobre todo en la capital.

Pero también está el flujo contrario. El sociólogo Hernán Godoy en su acabado estudio de la cultura chilena observa que en cuanto llegaron los ibéricos empezaron ellos a aprender usos indígenas, como estilos musicales, guisos de maíz y el cultivo de la papa, el tomate, el tabaco, el caucho y el cacao para el bate, bate chocolate, productos todos de consumo mundial, objeto de millonarias inciustrias, pero que fueron desarrollados por los pueblos originarios.^ Hoy hasta en los más elevados círculos de la mo­dernidad vemos algunos elementos de origen indígena, como la ruana de las azafatas de Avianca que bien puede andar a esas alturas sólo para fines turísticos. Más hondo y mimetizado bajo pautas occidentales de consumo hay esquemas mentales que la costra "civilizada" del continente ha ido asimilando de la base autóctona. El patrón desde guagua ha ido aprendiendo del inquilino, primero a través de la nodriza de campo que lo cría aún en la ciudad, infundiéndole su fatalismo y esperanza en el golpe de suerte. Más tarde por otros mecanismos de socialización van asentando en la propia elite ciertas categorías mentales de origen indígena. Por ejemplo esa lentitud de los empresarios, que tanto

^ Hernán Godoy Urzúa: La Cultura Chilena. Ensayo de síntesis c interpretación sociológica. Ed. Universitaria, 1982.

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exaspera a los norteamericanos, emana de un ritmo cultural autóctono en el cual mañana no se traduce por tomorrow, sino que por eventualmente o para la próxima semana quizás. El rol emancipado de la mujer en la sociedad latinoamericana no proviene tanto de los movimientos liberacionistas anglos como de su papel en las culturas andinas donde es guerrera, labradora, empresaria o cualquier cosa menos objeto decorativo. Y la evolución política, que por más de un siglo siguió un curso paralelo al de Francia, calcando los mismos partidos radicales y frentes populares, en la última década parece haberse alejado de toda referencia con Europa occidental.

Esta es, pues, la dinámica cultural hasta media­dos del siglo XX: un proceso civilizador que va integrando el pueblo a la cultura occidental por medio de la educación pública y cuyo medio de comunicación de masas es el libro; una cultura popular que se trasmite en forma oral y que al aparecer la radio cuenta con un medio masivo de comunicación; y por último la transculturación o mestizaje cultural que va mezclando algunos elementos occidentales con otros populares.

En la correlación de fuerzas culturales actuando sobre el escenario continental, la ardua campaña civilizadora va dominando la situación. A pesar de algunas contracorrientes -bandolerismo por aquí, holgazanería por allá-, se va imponiendo la racionalidad occidental.

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No más ignorancia, es la consigna, industria y educación, nada de dictadores ladrones, como en las repúblicas bananeras. Nuestro país es serio, el orden y la justicia son sus principios orientadores. La inteligencia sola le va cerrando el paso a los chantas, muerte a los cuenta cuentos y milagreros de la política. Adelante ingeniería, se inicia la era de la razón y el entendimiento.

Pero entonces llegó la televisión.

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¿SABÍAS QUE...?

• 95% de los hogares tiene tele y sólo 6%, biblioteca. • 2,5 horas diarias se pasa la gente mirando TV en invierno y 1,5 horas en verano. • Los más adictos a la tele son los niños chicos y los abuelos mayores. • En Chile hay 687.573 hogares abonados al cable y otros cien mil conectados ilegalmente. • 25 empresas que operan estaciones de TV cable a lo largo del país. • 100.388 hogares cuentan con TV satelital. • Menos de la mitad (43%) de lo que emite la televisión abierta de Chile es nacional. • El 0,9% de la programación es cultural. TVN es el canal que más cultura emite (apenas 1,4%)). • La tele recibe 43% de los 307 mil millones que se gastan al año en publicidad; diarios y revistas 39,5%i radioemisoras 11%, afiches 6,5% y los hbros ni ente. • El 9% de la programación es infantil. En 66% de los programas para niños hay violencia, en 52% deshonestidad y en el 6%, sexualidad inapropiada.

Fuente: Consejo Nacional de Televisión (www.cntv.cl).

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Capítulo II

EL IMPACTO MENTAL DE LA IMAGEN EN PANTALLA

Es habitual considerar la televisión como otro me­dio más de comunicación masiva, algo así como un feliz combinado de radio con cine servido en casa. Pero lo que llega en un determinado momento de nuestra evolución cultural es más que un medio para mostrarnos la realidad: es una tecnología que impone su propia realidad y con ello implanta en la sociedacl una manera, telegénica digamos, de verse a si misma.

Esto puede parecer extraño a quien siga cre­yendo que la técnica está al servicio del hombre. Según tan candida creencia, el bien o el mal provo­cado por un invento no yace en el invento mismo, sino en la forma de emplearlo. O sea, la energía nu­clear no sería ni buena ni mala, porque todo de­pende de si los buenos la usan para curar el cáncer o de si los malos, para destruir la humanidad.

Si bien al comienzo varios estudios no prueban que moldee la mente, la industria no tarda en des­cubrir que sirve para fomentar el consumo de leseras y los políticos, que manipula la opinión.

Seguidamente, al estudiar el comportamiento de de personas expuestas a la tele por varios años, se descubre que a largo plazo y en forma inconsciente

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cultiva en el niño conductas violentas que sólo emergen cuando llega a ser adulto."*

El filósofo estadounidense Jerry Mander, fue de los primeros en plantear que la TV es una poderosa máquina de lavar cerebros que empareja y alisa la conciencia en todos los rincones del mundo. Pro­pone que debe eliminarse de cuajo debido a que sus males son inherentes a su tecnología.

Es típico querer ciertos inventos sin sus conse­cuencias lógicas. Queremos autos, pero no gases de escape; industria, pero no contaminación; autopis­tas, pero no accidentes de tránsito; obras públicas, pero no impuestos y Estado, pero no burocracia.

Lo mismo con la publicidad. Si uno acepta ¡a exis­tencia de publicidad, uno acepta un sistema destinado a persuadir y a dominar mentes... Uno también acepta que el sistema será utilizado por el tipo de persona que desea influenciar gente y que sabe hacerlo. Nadie que no desea dominar a otros emplearía publicidad, o tendría éxito en ella. Por eso, la naturaleza básica de la publicidad, y de las tecnologías creadas para servirla, apuntan hacia ese objetivo, estimulan tal comportamiento en sociedad y tienden a dirigir la evolución social en esa dirección.^^^

'' Ver de George Gerbncr: Violence and Terror in tfie Media: An Annotated Bibliography. Greenwood Press, Westport, 1988. '" Jerry Mander: Four Arguments for the Elimination of Television. Marrow & Co., 1977.

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Razones para no verla más

Los cuatro argumentos de Mander para suprimir la televisión siguen el mismo raciocinio de considerar inherente al medio, las fuerzas que lo animan.

El primero es ecológico y no se refiere a la tele­visión misma, salvo en la medida en que forma parte de un sistema de vida moderno. Sostiene que el ambiente artificial de la vida moderna (edificios, ciudades, automóvil) ha llegado a convertirse en una barrera oculta entre los seres humanos y los procesos naturales.

En ese medio ambiente estrecho un instrumento como la televisión puede parecer potencialmente interesante, sano 1/ valioso, pero al mismo tiempo acelera el proceso de confinamiento. El conocimiento queda supeditado a la recopilación y diseminación tecnológica. Eo que celebramos como la expansión del conocimiento humano es en realidad su confinamiento en un singular módulo cerebral, mientras que otras experiencias humanas comienzan a atrofiarse.

Por ejemplo, el aura de un bosque de araucarias, el silencio espectral bajo el mar, o la reverencia que inspira la cordillera cuando se está en ella, son todas experiencias imposibles de envasar. Sin embargo, se puede llevar una cámara al bosque, bajo el agua o hasta la cumbre. Lo que se logra, entonces, es confinar esa vivencia creando una sensación equívoca de haberla vivido. Lo mismo con ciertas emociones como la ira o la soledad; la vida urbana

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va limitando el contacto con la naturaleza y con la humanidad libre. La televisión se convierte así en ventana al mundo perdido, pero es también el filtro que deja fuera la realidad sensorial de estar ahí.

El segundo argumento es político. Afirma que la televisión deja la mente expuesta a la intervención autocrática. Inevitablemente, entonces, llega a ser un instrumento de colonización psíquica y dominación humana por una cierta mentalidad y estilo de vida que sólo sirve a una forma de organización política.

Lo anterior también podría decirse de la prensa o la radio si fueran únicas. Pero en la medida en que un medio deja de ser el único, pierde su poder manipulador omnímodo. Así como lo que contiene la expansión de un país es otro país, lo que contiene el poder totalitario de un canal es otro distinto.

El tercer argumento trata de la reacción neuro-fisiológica del organismo humano a la señal televi­siva. La radiación electromagnética que emite un televisor, a igual que la del celular, puede causar malformaciones físicas en bebés en gestación, leu­cemia precoz y tumores cerebrales, pero en el plano psicológico provoca una forma de hipnosis adictiva que inhibe el pensamiento consciente y atrofia la imaginación." Sobre esto volveremos.

' ' Para apreciar la fíierza de la radiación electromagnética, que es invisible, acerca a la pantalla una radio AM sintonizada entre dos emisoras. Todo ese chicharreo traspasa la sangre, los ganglios y las células nerviosas.

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El cuarto argumento se refiere a las limitaciones tecnológicas para mejorar la programación. Aunque el medio impone ciertos requisitos como es el limi­tado ángulo visual, cuesta aceptar que eso no tenga remeciio.

El proceso fisiológico de la señal

Lo que no tiene arreglo es el efecto fisiológico de la televisión, porque eso es inherente a su tecnología.

La típica pantalla consta de trescientos mil pun­tos fosforescentes distribuidos en 525 líneas. Estos pequeños puntos parecen estar siempre encendidos, pero no lo están. Se prenden y apagan a razón de 30 veces por segundo, frecuencia imposible de percibir al ojo humano porque sólo capta 10 titilaciones por seguncio. Una luz, por ejemplo, que se prende y apaga nueve veces por segundo, se ve titilar, pero a un secuencial superior a diez veces por segundo, ya se ve continuamente encendida.

En cuatro millones de años sobre la tierra, el hombre jamás encontró algún fenómeno natural que requiriera una mayor velocidad de percepción, por­que únicamente la electrónica ha sido capaz de crear vibraciones de tal rapidez. Ahora bien, el diferencial entre la velocidad de percepción humana (10 por segundo) y las posibilidades de la electrónica (30 por segundo en el caso de la TV) ha sido explotada para intercalar mensajes que, sin ser percibidos conscientemente, pasan al cerebro. En los cines, por

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ejemplo, se inserta en medio de la película una orden de consumir tal bebicia que permanece tan corto tiempo en pantalla que nadie alcanza a darse cuenta de su aparición, pero en el entreacto el público se abalanza a consumirla.

También se ha empleado en películas de terror, intercalando imágenes de Satanás, para aumentar el miedo. Años atrás hubo gran revuelo en torno a esta práctica llamada propaganda subliminal a raíz de las revelaciones del socicilogo Vanee l'ackard, y se eliminó del cine. 12

Sin embargo, en cierto modo la TV es entera­mente subliminal porque si bien no se intercalan órdenes ocultas, la mecánica electrónica de la ima­gen en pantalla se basa en la posibilidad de penetrar la mente por conductos distintos de la visión cons­ciente. Es así como la imagen se define por el color que va tomando los puntos al prenderse, fenómeno tan rápido que crea la sensación de movimiento fluido.

Al prenderse unos puntos y apagarse otros, la totalidad de la imagen no está ahí. Eso que creemos ver, es un agregado parcial de puntos que se completa en la mente con los que encienden a conti­nuación, al instante siguiente.

Para verificar lo anterior, basta sacar una foto a la

12 Vanee Packard: Tlw Hidden Persuaders. Pocket Books

Inc. Nueva York. 1958.

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velocidad de 1/100 segundo por ejemplo; aparece sólo un fragmento de la imagen porque el barrido no alcanza a completarse en ese lapso.

O sea, en ningún momento está ante nuestros ojos la totalidad de la imagen, como en una foto o en el cine, donde se proyecta cada cuadro completo.

¿Cómo la vemos? No la vemos, la soñamos.

La imagen que atrofia la imaginación

La imagen del televisor es una fabricación electro­magnética producida al interior del cerebro. En lugar de verla con los ojos, resulta de una estimula­ción tecnokígica. Ante los puntos fosforescentes de la pantalla se desencadena un proceso de integrar­los, juntar los segmentos de imágenes que van llegando uno tras otro y componer un cuadro. Entonces, la imagen televisiva cobra existencia úni­camente cuando ya ha pasado de la retina y se encuentra al interior de la cabeza.

Por lo tanto, no vemos la imagen con la vista, sino que la componemos con los mismos mecanis­mos cerebrales de los sueños, que tampoco los vemos con los ojos. Esto implica varias cosas.

Primero, en este proceso queda en desuso el mecanismo cerebral de construir su propia imagen (imaginar), que se utiliza para leer, acto donde un código inmóvil -la letra- debe ser decodificado para convertirlo en sensaciones e imágenes que uno fabrica al interior de la mente.

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La palabra casa, por ejemplo, en nada se asemeja a una, pero al ver esos signos nos hacemos una en la mente. Pero en televisión, sin necesidad cié ejercitar la facultad mental de crearla, nos entregan digerida una imagen de casa. Al permitir que otros imaginen por uno dejamos atrofiarse el mecanismo para ver más allá de lo inmediato: la imaginación. Es gracias a la imaginación que sabemos mejorar las cosas.

Sin dicha facultad el hombre c^ueda como el caballo, en un eterno presente, quizás con memoria, pero sin anticipar ni prever nada.

Más aún, la lectura -el proceso de imaginar a partir de cierto código impreso- se efectúa al ritmo de la comprensión individual. Se avanza, se cietiene o vuelve atrás en busca de nuevos significados. Se lee entre líneas y se va más allá del propio escritor, o sea se tiene ante los ojos una mera pauta para ir descubriendo, todo lo cual ejercita la imaginación.

La televisión, en cambio, entrega imágenes a su propio ritmo. Se está ante un proceso repetitivo de integrar puntos luminosos y componer con ellos imágenes. Al rato es fácil percibir el "efecto túnel" por el cual la vista se fija, el pensamiento lógico se apaga y la realidad exterior, sobre todo el sentido del tiempo, se desvanece. La conversación decae y se entra a un sopor parecido al de la hipnosis.

El segundo efecto mental de la tecnología deriva del hecho de permanecer mucho rato con la vista fija. Mover los ojos activa el estado de alerta, es lo que hacemos ante una señal de peligro: mirar a

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todos lados. Así el organismo se prepara para actuar, procesando toda la información disponible. Igual, al leer vamos recorriendo líneas que dirigen el pensamiento lógico lineal propio de la alta cultura. En cambio al detener la vista en un punto se entra en ese trance típico de quien se quedó mirando lejos, trance que sólo se interrumpe con un movimiento de ojos.

Ahora bien, ante la pantalla la vista permanece fija, con /o cual se desactiva el estado de alerta y la mente cae al nivel de sonambulismo. Este fenómeno ha sido ratificado por mediciones de la actividad eléctrica cerebral y por experimentos donde ponen nifios a ver cine, a leer, a escuchar música y a mirar tele. Suena la alarma de incenciio y los últimos en reaccionar son siempre los que están mirando tele.i-^

Según los sicólogos australianos Merrelyn y Fred Emery, mirar tele está al nivel consciente del so­nambulismo. La fijación continua es una especie de trance, no es atención, sino distracción -una forma de soñar despierto o de evadirse. La naturaleza del proceso desarrollado en el lóbulo izquierdo y particularmente en el área treinta y nueve (el área integrativa) es lo distintivo de la vida humana, comparada con la de otros mamíferos. Es el centro de la lógica, de la comunicación.

1"' Para apreciar Jos efectos de \a tele en la conducta infantil, ver del médico pediatra Hernán Montenegro: TV ¿Comunicación o Contaminación?, Galdoc, Santiago, 1980.

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de la memoria y de la integración de componentes sensoriales, la base de los propósitos conscientes del hombre..."^*

Sostienen que la gente se habitúa al estímulo lu­minoso repetitivo. Si se habitúa, el cerebro decide que nada interesante ocurre y deja de procesar la in­formación que entra. El área integrativa izquierda queda en una especie de punto muerto, desconecta­da del resto, mientras el área derecha que elabora los procesos subjetivos (sueños, fantasías, o reaccio­nes instintivas) continúa recibiendo imágenes de la pantalla, pero sin los filtros conscientes que las integran racionalmente.

O sea, la TV pasa al inconsciente sin un procesa­miento lógico, lo que explicaría por qué los niños tienen dificultad en recordar lo que acaban de ver. Gran parte de lo "aprendido" frente a la pantalla pasó al interior sin haber sido digerido por la razón ni estar disponible para ser utilizado, fenómeno que se acentúa por el carácter emotivo de los programas.

Su efecto embotador ha sido comparado al de una droga. 15 Sirve de barbitúrico para blanquear la mente y olvidar los problemas. Si observamos las caras de la gente mirando tele, apreciamos o una

i'i Ver: Emery, F. & Emery: M. Hope within walls. Centre for Continuing Education, Canberra, 1973.

'-̂ M. Winn: The Plug-In Drug. Viking Press, NY, 1977.

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expresión perdida en la distancia y que no varía con las alternativas del programa. Si en pantalla aman, matan o empatan, muchos siguen inalterables, ab­sortos. Más aún, cuando concluye el programa muchos siguen igual y demoran en reaccionar. Mientras en el cine la gente se ríe por sí sola en las secuencias cómicas, en televisión es necesario in­sertarle risas grabadas, "reír al televidente", para que tenga la sensación cié haber reído.

Todo esto indica que no es una tecnología neutra. Mientras la lectura tiende a despertar, la televisión por sí sola adormece el espíritu.

A la generación que desarrolló sus facultades mentales antes de la televisión, es posible que esto no les afecte mayormente, pero hay" indicios de efectos bastante profundos en quienes empiezan a estructurar su mente a la luz de la pímtalla.

Igualmente, su efecto es menor en países avanzados, donde hay sólida educación píiblica basada en la lectura. Una educación formal enrique-cedora ha de aminorar los efectos mentales de esta tecnología. Primero, por el simple expediente de que se le destina menos tiempo y luego debido a los elementos de crítica de que dispone el niño.

Pero en Latinoamérica, en vez de dar programas que aminoren sus efectos nocivos, se le entrega a quienes idiotizan a las masas.

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¿SABÍAS QUE...?

• De 103 millones de niños que hacia 1999 no iban a escuela alguna, se llegó a 75 millones en 2006. • El país que más invierte en educación es Estados Unidos ($37.500 dólares por estudiante) seguido por Gran Bretaña ($29.600), Erancia y Japón. • En cosas militares (ejércitos, bombas, buques de guerra, aviones, uniformes, balas, etc.) los gobiernos del mundo gastan $1.158 trillones de dólares al año. • El país que más gasta en su máquina de guerra es Estados Unidos ($ 540,7 trillones) seguido por Gran Bretaña $ 58,400 millones, Francia $ 53.100 y China. • Brasil en el lugar 12 ($ 25.397 millones de dólares) gasta cinco veces más que Chile ($ 5.193) en el lugar 29, entre Corea del Norte e Indonesia. • Aunque el tráfico de armas bajó 15% entre 2003 y 2007, Estados Unidos es el principal exportador de pertrechos militares y policiales, seguido por Rusia, Alemania, Francia y Gran Bretaña. • Entre los importadores de armas, Venezuela saltó del lugar 56 en 1998-2002 al 24 en 2003-2007. El 92% de su flamante arsenal se lo compra a Rusia.

Fuentes: UNESCO, Stockholm International Peace Re­search Institute. Cifras anuales, sin contar lo policial.

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Capítulo 111

LOS IMPERATIVOS ECONÓMICOS

Aparte de los condicionantes tecnológicos de la te­levisión, para entender la peculiar cultura que en­gendra, es necesario apreciar las fuerzas económicas que determinan sus contenidos. Para eso, lo primero es aclarar sus tres mayores falacias:

Falacia primera: La televisión es barata. Prueba de ello es que por comprar el diario, ver una pelí­cula o adquirir un libro, debo pagar; en cambio mirar tele me sale gratis. Esto, porque no requiere imprentas, papel, salas de cine ni librerías.

Falacia segunda: Uno paga por la televisión sólo el aparato receptor y un leve gasto de electricidad.

Falacia tercera: Los canales de televisión, su personal y sus programas los costean los avisadores, las universidades o el Fisco. Uno como simple ciudadano nada paga de eso. Por lo tanto, uno a lo sumo tiene derecho a voto negativo, vale decir a apagar el televisor si se siente defraudado. A caballo regalado no se le miran los dientes, es la idea.

Ahora bien, si comparamos los costos de impresión gráfica con los de transmisión televisiva, observamos que cualc]uier institución y persona de ingresos medios tiene a su alcance imprimir un libro, folleto o volante. En cambio muy pocos tienen

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posibilidades de valerse de la televisitín para comunicar porque apenas 30 segundos en horario punta pueden costar lo que vale un auto chico nuevo. Eso equivale al valor de imprimir una edición de 5.000 ejemplares de un libro de 200 páginas, costura a hilo y en buen papel.

Esto ocurre porque la televisión, si bien no requiere imprentas ni celulosa, requiere toda la parafernalia del séptimo arte, léase actores, cámaras de alta tecnología, focos especiales, unidades de edición, equipos de sonido y estudios de filmación.

Una excepción son las transmisiones en directo de eventos deportivos, paradas militares u actos de propaganda gubernamental, donde la actuación y escenografía está dada por el evento mismo. Ahí es cuestión de llevar las cámaras y transmitir sin necesidad de grabar en el film ni de editar. Sin embargo, esto no siempre es tan barato porque el derecho a televisar goles también debe pagarse.

El grueso de la programación son producciones donde es necesario fabricar desde el libreto hasta la escenografía. Aunque hay ciertas diferencias técnicas, desde el punto de vista económico la producción para televisión es similar a la del cine, pudiendo ir desde la cebollenta telenovela con un par de actores siempre en el mismo escenario y que puede costar unos dos mil dólares el capítulo, hasta la superproducción con legiones romanas a caballo, batallas navales y estrellas de a millones la hora.

¿Cómo, entonces, se explica que no cobren por

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ver tele? Muy simple: antes de la TV satelital (Direct TV, Sky, etc.) que conlleva un decodificador que otorga acceso a la señal a cambio de dinero o de la transmisión por cable, cuya señal también se restringe al abonado, no había cómo hacer con la tele lo de las autopistas concesionadas, esto es darle servicio únicamente a quien pague.

Era una señal abierta, comc^ el camino público y la raditi, de libre acceso para ricos y pobres. Así como no hay manera de cobrarle a quien ande por la calle o escuche tal o cual programa de radio, en la televisión abierta se emite una señal que la agarra quien quiera por el rato que se le antoje.

En cambio la industria del cine se basa en una limitación técnica frente a Ja televisión: para ver una película es necesario concurrir a una sala especial. Ahí cobran lo que quieran por exhibir producciones del séptimo arte.

Por este motivo la televisión primero recurre al expediente de considerarse servicio de utilidad pública digno de ser financiado por el Estado. Pero al seguir aumentando sus costos y cobertura, se descubre la fórmula mágica de intercalar avisos de objetos de consumo suntuario (perfumes, mails) y cobrar por ello. Si los diarios lo hacen, ¿por qué no iba a hacerlo la televisión?

A primera vista es la misma idea, pero al distinguir lo propio de cada medio se capta el diferente significado de una similar idea aplicada a diferentes técnicas de difusión. En un caso el aviso

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va claramente diferenciado -en ciiagramación y redacción- del contenido editorial; el lector puede leer una crónica entera sin interrupciones, y los avisos se le presentan como una sugerencia lateral, pero no se le impone dentro y encima de la lectura.

En la prensa escrita, está diferenciado el aviso comercial del contenido editorial, y no se tolera intercalar propaganda en un artículo. Sin embargo, es habitual que animadores de televisión lo hagan. Es como si destinasen parrafadas a Falabclla. Au­mentarían los ingresos de los plumarios, pero...

En la televisión, en cambio, el chicle Dos cu Uno aparece de golpe en medio de la obra. Esto ocurre cuando la mente -debido al efecto cuasi hipnótico cié la pantalla- está abierta a estimulación no cons­ciente. Para seguir uno la comedia, debe interiorizar el mensaje pubHcitario completo y a mayor volu­men. No es, pues, una sugerencia, sino una violenta irrupción en medio del contenido.

El mínimo de respeto para el televidente exi^e no inte­rrumpir el lulo del desarrollo de un acontecimiento. Por eso, algunos países han establecido momentos definidos para transmitir avisos; por ejemplo, los cinco primeros minutos de la hora. De esta manera, cada persona sabe cuando viene la propaganda y si tiene interés, la ve.^^'

1" Mardones, Negme, Riesco, y Valencia: bifonnc del Instituto de Chile para estudiar el papel de ¡a televisión en ¡a promoción de ¡a cultura nacional. Santiago, 1980.

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El resultado de este cautiverio es una fuerte penetración del aviso comercial de televisión en el comportamiento humano.

Su capacidad de implantar gustos y de alterar mentalidades la hace un importante instrumento de negocios, pues muchas industrias ni existirían de no contar con la tele. Asimismo, de no cacarearlos a colores, ni sabríamos de mucho político.

La meta del programa es el comercial que lo corta

Para apreciar las consecuencias de este sistema de financiamiento, conviene detenerse en su lógica. Es la siguiente: el canal transmite programas -^ gente se siente atraída por dichos programas y los mira —> al mirarlos, el canal controla una audiencia cautiva —> el canal vende la posibiliciad de irrumpir ante esa audiencia —»• empresas compran dicha posibilidad para sus propios intereses -^ establecen "contactos" con la audiencia diseñados especialmente para inducirla a consumir determinado producto -^ el costo de cucho "contacto" se carga al precio del producto -^ la audiencia reacciona ante el estímulo consumiendo el producto anunciado pero en cantidades tales que las utilidades de la empresa superan la inversión -^ así el canal recibe dinero para transmitir programas que cautiven audiencias.

Por lo tanto la programación es sólo la carnada para atraer el anzuelo del aviso comercial.

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Así ha llegado a estructurarse un mecanismo circular que gira en torno a un eje crítico: la sintonía o magnitud de esa audiencia ante la pantalla.

Es crucial porque determina cuánto se le puede cobrar al avisador; a más sintonía, más billullo.

En Latinoamérica la televisión se encuentra arrinconada entre gobiernos que la emplean para hacerse propaganda y empresas que la emplean para promover sus productos. En esa coyuntura queda poco espacio para finalidades enaltecedoras, y en lugar de servir para comunicar c integrar al país..., afirmar valores nacionales, culturales y morales, como dice la ley, se convierte en brazo propagandístico del poder político y en garra del económico. La instauración del autofinanciamiento, que impone el modelo neo liberal de economía, es la manera de supeditar este instrumento cultural a los intereses de las grandes empresas a nivel global.

En tales circunstancias, los canales deben pri­mero circunscribirse al marco del show evasivo, donde no hay más problemas que los íntimos pro­pios de las canciones de amor (nada de cuestiones sociales u económicas) ni más interpretación de la realidad que la ideología oficial. Simultáneamente, se ven obligados a maximizar sus ventas buscando la mayor sintonía al menor costo lo que necesaria­mente lleva a llenar la pantalla con sobras de la industria estadounidense.

Es así como en Chile, por ejemplo, el año 1979 los canales vendieron avisos por valor de 68 millones

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400 mil dólares y el año siguiente, dicha venta alcanzó a 127 millones 400 mil dólares.^^ O sea, vía publicidad los chilenos anualmente pagamos a la televisión el equivalente a una siderúrgica como Huachipato, a unas mil escuelas instaladas o a diez mil viviendas medianas. Es lo suficiente para tener televisión digna de la inteligencia, sin embargo por ese precio recibimos la mediocridad programada.

Ahora bien, la concentración del poder econó­mico en mega consorcios y cadenas, hace que la publicidad se apiñe en un par de grandes canales capaces de armar mucho barullo que concita mayor sintonía y por ende, publicidad.

Se impone así la dictaciura de las mayorías, ré­gimen de inspiración nazi en que se viola el precepto btísico de una democracia que es respetar las minorías. Dicho en términos de la industria tele­visiva una sintonía, o rating como le dicen los ama­nerados, de cios o tres por ciento no les interesa para nada. ¡Fuera con ese programa! De 15% para arriba o muerte, es la consigna.

No cuenta en ese esquema que ese dos o tres por ciento sea medio millón o más de televidentes.

Encima, la sintonía es tal en la medida en que se refleja en encuestas de dudosa conflabilidad.

Se trata entonces, de un medio de comunicación

'̂ Valerio Fuenzalida: Estudios sobre la teleinsión clnlcna, Corporación de Promoción Universitaria, Santiago 1981.

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caro y concentrado, cuyo sistema de financiamiento lo pone al servicio de quien lucra de él, no de quien lo sigue y necesita. Es el caso del Transantiago, la educación pública, la construcción de viviendas sociales, la municipalidad y demás organizaciones, incluyendo el gobierno dictatorial, supuestamente destinadas a brindar bienestar. Prestan todas pési­mos servicios a causa de la misma falla, que es no darle la razón cjue siempre tiene el cliente.

Así coino la democracia es la forma menos mala de gobierno, la votación popular de preferencias culturales, sea en libros, música o teatro, sigue siendo mejor que la mano negra del censor o la chequera dorada del auspiciador.

Dado que la codiciada torta publicitaria proviene de recargos a bienes cié consumo, en definitiva la paga cada miembro de la comunidad nacional. Pero ésta, en la práctica, no tiene cómo hacer valer su sentir. Su opinión negativa no interesa, y si alguien se da el trabajo de recogerla, suelen olímpicamente los canales sobrepasarla. Por ejemplo, la encuesta mensual de sintonía realizada por la Escuela de Administración cié la Universidad Católica revela que el porcentaje de informantes que consideró que los avisos comerciales eran demasiados fluctúa entre 65.2% en febrero a 100% en abril.

Igual, siguieron las tandas. Asimismo, las sugerencias para cada uno de los

canales es mayor número de programas culturales y educacionales. Para TVN, el canal de todos los chi-

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leños, el 46.3% pidió más cultura, seguido del 17.1% que sugirió más programas musicales. Pero nada cambia ante la tiranía del dinero.

La misma encuesta que usan los canales para medir sintonía y negociar con los avisadores, no se emplea para atender la demanda de la ciudadanía.

Esto ocurre porque el cliente de la televisión no es el público que la ve, sino la empresa que paga avisos. Aunque esos millones de dólares para la te­levisión vengan en última instancia del público, su control está en manos de quienes se valen de ese invento para promocionar mercancías.

En consecuencia, mientras perdure tal sistema, el afán de lucro gravitará en forma decisiva sobre los contenidos de televisión. A pesar de las estructuras formales, de los consejos nacionales y de las buenas intenciones, su mecanismo de financiamiento hace primar la ley de oro: el que pone el oro hace la ley.

Madre, yo al oro me humillo; él es mi amante y mi amado, pues de puro enamorado, de continuo anda amarillo;^^ Por este camino llegamos a que cuando se da una

obra de magnífico nivel cultural, como Yo, Claudio, sobre el imperio romano, su presentación sea una verdadera tanda comercial interrumpida por gajos de arte dramático. Cada diez minutos reventaba la

'" Francisco de Quevedo: Letrilla Satírica, N° 142.

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publicidad, sin consideración alguna a las palabras de Caligula, a las intrigas de Mesalina, ni al buen gusto. Por eso, en torno a la sintonía queda una duda de fondo. ¿Cuándo la gente mira un programa banal es porque lo considera bueno o es porque se conforma con lo que hay?

El hecho de que tantos, al volver agotacfos de su trabajo, prendan el televisor es más un indicador de las esperanzas cifradas en dicho medio, que uno de satisfacción con la oferta ciel día.

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Capítulo IV

LOS CONDICIONANTES DE LA PROGRAMACIÓN

Tanto la tecnología de la televisión como los impe­rativos económicos a que está sometida encajonan su programación en una empalizada. Cual bestia en el corral, corcovea para quedar siempre donde mismo. Los límites del ruedo en que se mueve son:

Tendencia oligárquica. Los programas los híJcen casi exclusivamente funcionarios de los organismos que han monopolizado este novel medio, situación comparable a que los libros fueran escritos sólo por quienes trabajan en una alguna imprenta, sin dejar a nadie más aportar a la creación literaria. ¡Qué fome es el cumpleaños cionde unos cuántos matones se reparten entre ellos la torta!

Al dejar fuera de la gestión programática al ingenio juvenil, a la chispa campesina o al hombre aparentemente común, es el país entero que pierde. Quedan soterradas las vetas de creatividad que laten bajo la superficie. Los cara pálida de siempre, se acaparan el espacio televisivo -la gran fiesta-donde podríamos conocernos todos.

Tendencia consumista. Sus contenidos han de exaltar las actitudes y formas de vida propias de la sociedad de consumo: nuevos productos, ricos felices, lindos destinos turísticos. Si estuviera

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centrada en alfabetizar o exaltar la espiritualidad, el medio tendría el escaso interés publicitario del pupitre o del pulpito. ¿Qué sentido tendría un comercial de whisky seguido de un programa sobre los estragos del alcoholismo? ¿Podría un programa sobre el cáncer pulmonar en los fumaciores ser auspiciado por la Cotiipañín Chüena de Tabacos?

Por eso, a medida c]ue los valores sociales difundidos por la programación coinciden con los de mensajes publicitarios, su efecto manipulador aumenta. Avisos y programas tienden, pues, a aunarse en una misma filosofía de vida. Los imperativos económicos presionan hacia una programación extranjerizante, tanto en sus formas lingüísticas como en su contenido ideológico. Para que los símbolos claves ofertados por la publicidad pasen a desempeñar roles centrales en la existencia, se comienza a distorsionar la noción de familia, de valores existenciales y de identidad nacional.

Si de vender se trata, no han de aparecer referencias negativas a la ingesta de alcohol, la droga más consumida y dañina del mundo. Al contrario, en boca de un eminente cardiólogo del hospital clínico de la Universidad Católica, nos da la noticia, que resultó infundatfa, de que el vino tinto, el vulgar tintolio del cureque, disminuye el riesgo efe infarto al miocardio. Regocijo para los viñateros, quienes se abalanzaron a pagar lo tjue fuera por lavar su perfil de traficantes de droga embotellada.

En lugar de valorar cosas simples como el mote

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con huesillos o la yerba mate, el medio afirma que el amor es jabón Le Sancy; la amistad, cerveza morena y lo máximo, un Renault Fuego.

Tendencia a la violencia. Debe haber constante movimiento y por tener la tele un extraño sentido del tiempo (medio minuto se hace una hora y una hora, eterna) la velocidad de animación es muy alta. Lo inmóvil -la blanca montaña, el aromático bosque o la solemne escultura de piedra- sencillamente no resulta y para televisarlo debe imprimírsele artifi­cialmente movimiento. Por eso, obvia todo cuanto sea por encima inmóvil, como el raciocinio, la me­ditación o el amor de alma, para suplantarlo por lo que conlleve acción visible, como deporte, crimen y sexo. Esta tendencia lleva a la máxima forma de acción que es la violencia, ingrediente capital hasta de los dibujos animados para niños.

Tendencia a la fragmentación. Los encuadres amplios, posibles en el cine, pierden definición en televisión. El ángulo visual del hombre, de 180°, le permite formarse una idea global de la realidad frente suyo. También la continuiciad del cine le permite seguir el desarrollo dramático de una situación a un ritmo afín con el de su mente.

En televisión, en cambio, el ángulo visual es muy estrecho, ocupando sólo una porción del campo fo­cal. Como al abarcar un panorama amplio pierde definición (se empasta) debe recurrirse al encuadre reducido: el primer plano del rostro u otro detalle. Son siempre enfoques sin perspectiva de conjunto.

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Las imágenes fragmentadas, para peor cortadas por las consabidas interrupciones comerciales, no dejan ir al fondo de las cosas, situación comparable a la literatura si sólo existiese el cuento corto, no la novela. Hay temas, desarrollos dramáticos e inda­gaciones profundas del alma, que sencillamente no caben en formatos breves, motivo por el cual existe el libro, la enciclopedia y el diccionario. En el meciio audio visual, en cambio, no hciy su equivalente para ahondar un tema. Así la mente se fragmenta en gran cantidad de elementos desconectados que buscan una integración, dejando esa sensacicín de vacío t|ue caracteriza al hombre moderno.

Tendencia a la superficialidad. La presión de la sintonía obliga a orientarse hacia la masa en su punto más fácil cié equilibrio: lo liviano. Todo lo c|ue implique ejercitar la inteligencia tiende a descartarse por elitista. Sobre esto volveremos.

Tendencia a suplantar la realidad. Hasta aquí nos hemos refericfo a la televisión como un medio de comunicación, llegando a compararla con otros. Ahora bien, un medio -sea de comunicación o de transporte- traslada algo sin alterar su naturaleza. La imprenta, entonces, comunica vivencias Uterarias que van más allá de los signéis o del papel empleado y la radio transmite canciones sin alterarlas. Salvo escasos intentos de hacer arte con tipografía y mú­sica con computador, no se pretende c|ue cuchos medios artificiales sustituyan la realidad.

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Sin embargo, en el caso de la televisión, estamos ante otra cosa. Si sopesamos lo recién señalado so­bre la mecánica mental de su tecnología se aprecia que esa representación electrónica de la realidad tiende a constituirse en la realidad propiamente tal, y en mucos casos de mayor impacto persuasivo que las percepciones directas cié nuestros sentidos.

La primera vez que observamos este fenómeno fue durante Semana Santa en Sevilla. Por una estrecha calle avanza la Cofradía de los Gitanos, sus miembros encapuchados van cubiertos con el vistoso hábito moracio. Unos cuarenta costaíeros cargan el pesado paso, una especie de altar con estatuas de la Virgen y de Cristo en tamaño natural. Al fondo de la calle hay un camión estorbando el paso. Se produce tal apretazón de gentes que es necesario refugiarse en el zaguán cié una casa y ahí, entre los visillos, se alcanza a divisar a una dama de negro en el salón. Está mirando tele y en la pantalla aparece nacia menos que la Cofraciía de los Gitanos, la misma que en esos instantes desfila frente a su casa. El camión que estorbaba a media cuadra era nada menos que el de la tele española (TVE).

¿Por qué esa dama de negro en Sevilla, en lugar de asomarse al balcón a ver la procesión, prefiere verla en televisión? Descartada la flojera como motivo de su actuar (tiene la procesión tan a mano como el televisor) queda una causa más profunda, observable también en teleadictos criollos: es más convincente la representación de la realidad en

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pantalla, que la percepción directa de esa realidad. La procesión se ve más "clarita" en pantalla que desfilando de verdad, la telenovela parece más real que el drama vivido en nuestra familia y conocemos mejor la cara del animador que la propia.

Figuras de la tele suelen quedar encasilladas por la imagen que proyectan en pantalla. Si alguien actúa de bobo en un teatro, en cuanto se baja del escenario sus amigos olvidan el papel que representaba y vuelven a tratarlo como persona real. Pero si dicho actor actúa de bobo en la televisión, será tal la penetración mental efe su imagen en pantalla que tencferán a verlo como bobo para siempre. Nissim Sharim, por ejemplo, un actor que ha representado magistralmente los más variados papeles, ha quedado marcado por su actuación en un comercial de banco y cuando está actuando en teatro, igual la gente lo ve como el protagonista del cómprate un auto Perico.

Del mismo modo, un producto que se muestra atractivo en televisión, lo consicferamos atractivo aun cuando nuestra idea anterior de él, derivada de cómo lo percibimos directamente, nos incficara no ser de nuestro gusto.

Si probamos un determinado brebaje negro, seguramente lo encontramos malo, o por lo menos inferior a una limonada natural. Pero si nos muestran jóvenes alegres deleitándose con la Coca-Cola y volvemos a probar el mentado brebaje, lo encontramos rico.

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Nuestros sentidos están, pues, reaccionando más a la información electrónica que a la percibida de manera directa en terreno.

Las consecuencias de esto son aún insondables. Basta considerar que durante miles de años, la especie humana ha sido condicionada a considerar la percepción visual de un hecho como la prueba definitiva de su existencia. Podrá haber olor a león y escucharse rugidos, pero lo que nos convence de su proximidad es verlo con nuestros propios ojos.

En cambio en televisión vemos cosas que no están ahí, que nunca estuvieron ahí, que no st^n verdaderas y que son procesadas a gusto por otros. Ante los ojos aparecen hechos de lugares remotos y tiempos ciistantes. El ritmo natural de un evento se interrumpe, abrevia o acelera hasta que aparezcan como reales hechos que jamás ocurrieron. Pero estamos tan acostumbracios al "ver para creer" que esa percepción ocular termina siendo el epíteto de realidad, sobre todo a niveles bajos de conciencia.

Aliom con los medios electrónicos nuestros sentidos han sido alejados otro paso de su fuente. Pueden alterar las imágenes que vemos. Las enmarcan, desprenden de su contexto, editan, recrean e interrumpen con otras imágenes. Llegan de distintos lugares del mundo donde no estamos. Más aún, muchas imágenes son dusorias. Lo que estamos viendo no ocurrió jamás. O sea ocurrieron, pero sólo la actuación ocurrió, el hecho no.^^

'"̂ Manden op. cit.

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Por eso cuando pasan teleseries como El Dr. Marcus Welhy, que es una parodia sobre un doctor imaginario, le llegan al actor que lo encarna, Robert Young, 15.000 correos consultando asuntos médicos personales. La gente lo ve como médico de verdad, a igual que el niño cree que Ultranián es cié verdad.

ídenrv con las telenovelas. Esas representaciones ficticias son vistas en un estado de pasiviciad mental y de cercanía al protagonista en que jamás se han presenciado acontecimientos de tal intimidad. Se llega a creer, entonces, que así es la vida. Por eso, las fabricaciones pasan a ser el modelo que se tiene cié relaciones interpersonales por lo que constituyen las pautas de conducta a seguir.

Se torna difusa la distinción entre lo real y lo ficticio. Tampoco se distingue entre el medio y el contenido. Los sentidos se han alejacio de su fuente, pero debido a la penetración sicológica de la imagen visual, el mensaje en pantalla comienza a absorberse como realidad. Un medio para comunicar cultura comienza, entonces, a convertirse en una cultura. En lugar de ser la televisión el reflejo de la sociedad, será la sociedaci el reflejo de la televisión.

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Capítulo V

EL CONTEXTO SOCIAL DONDE SE ORIGINA LO HUACHACA

La migración del campo a la ciudad

Cuando aparece esta maravilla electrónica, junto a la dinámica cultural esbozada en el primer capítulo, está en pleno proceso la urbanización del país.

En realidad, la emigración masiva a la ciudad empieza mucho antes con la insensata desarticula­ción de la vida rural, en particular del villorrio o poblado a escala humana, que se le deja morir sin dotarlo de servicios mínimos como agua potable, escuela buena y policlínica. En vez de ser reservorio de buenas costumbres y célula viviente de la nación, se le abandona por las luces de la ciudad.

Debido a que lo más visible de Francia es París y no la comunidad local en la cual se sustenta dicha nacitin, la elite criolla concentra su acción civiliza­dora en la ciudad. Copia las brillantes instituciones que afloran en capitales europeas -Rc:)ma, Londres, etc.- pero sin calcar la evolución del país interior sobre las cuales se basan. Pretenden industrializar el país antes de tener asentada la base real del pro­greso cjue es la agricultura, o sea la alimentación. Fundan por doquier vistosas universidades sin antes haber completado la tarea fundamental de

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br indar a todos buena educación primaria. Soslayan así el laburo de hacer los cimientos culturales del desarrollo.

De este modo, el principal resul tado del proceso civilizador no es tanto la educación del pueblo al cual supues tamente va ciirigido, sino la propagación de la clase media culta encargada de llevarla a cabo. La mayor par te de la creacitín intelectual lat inoame­ricana proviene, precisamente, de esta clase media vinculada al sistema educacional.

Debido a la función decisiva de la palabra escrita en la cultura occidental, podemos considerar el hábito de lectura como un inciicador del nivel de in­tegración a dicha cultura. Una reciente investigación al respecto indica, justamente, que leen libros sólo los profesc:)res secundarios, los estuciiantes universi­tarios y los profesionales, s iendo casi nula la capaci­dad cié la educación básica y media por sí solas de formar tal hábito.2" O sea, e¡ sistema educacional sólo logra educar a los educadores .

Entretanto el país interior -el campo, los pobres -le interesa a la aristocracia sólo en cuánto fuente de dinero y de servidumbre . La hacienda no irradia prácticas democráticas. Arrebata a las comuniclades sus mejores tierras y a bajo precio extrae sus más dulces frutos.

2" Universidad Católica de Chile: La Situación del Libro en Chile. DIBAM, Santiago, 1980.

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Los productos de la ciudad, como arados y abogados, suben incesantemente de precio en rela­ción a los del campo, desde el trigo a la papa. Por su parte. Ja inversión pública -hospitales, colegios- se concentra en la capital, creando así una atracción fatal hacia los tacos.

Es tan aplastante la explotación que hace la urbe del campo que la vida rural empieza a perecer y a sus sobrevivientes sólo les queda rendirse ante el poderío de la metrópoli. Primero es la aristocracia terrateniente que se va a vivir a la ciudad, luego sus hijos se tornan políticos o banqueros y más tarde los de abajo también parten.

Diariamente miles de personas abandonan su imposible condición de castigo en el campo para emigrar a la ciudad. (A Lima solamente llegan 200 personas diarias a instalarse de por vida). Este pro­ceso galopante de urbanización implica que miles y miles van arrancando sus raíces culturales de donde las tenían asentadas por siglos.

Ahora bien, la migración rural-urbana es más que un cambio de domicilio, es ser desterrado de su propia cultura para ser lanzado a los márgenes del frío mundo de la moderniciad. Y sin que dicho tras­plante se efectúe con mecanismos de socialización que faciliten una integración armónica. En Australia por ejemplo, a los inniigrantes españoles o rusos que llegan, a pesar de pertenecer a la misma cultura occidental de Australia, los someten a un elaborado proceso de adaptación, debiendo el adulto asistir a

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cursos de inglés hechos con el método situacional que, en el fondo, es un método de incorporar a alguien a la mentalidad australiana. El niño, por su parte, en cuanto llega empieza a asistir a escuelas públicas de alto nivel y al poco tiempo es probable c[ue ni siquiera hable el idioma de su casa, tan fuerte es la educación que recibe. Es lo mismo con el famoso crisol o melting pot de culturas que es Estacios Unidos: en el public scliool funden todo, desde prejuicios raciales hasta taras ancestrales.

La insuficiencia de la campaña civilizadora

Acá, en cambio, ante el desajuste que es pasar desde una cultura a otra, virtual salto con garrocha sobre el muro del hambre, nadie pone colchonetas para amortiguar la caícla. La campaña civilizadora, de cara a la avalancha migratoria y demográfica, no es capaz de ofrecer suficiente educación al pueblo. Los programas asistenciales -paliativos de emergencia-se diluyen cual sal en el mar a medida que se alejan del centro. Al llegar a la población marginal los elevados principios pedagógicos que han de animar la educación pública son apenas un galponcito sobre el tierral, donde una heroica maestra espanta las moscas mientras trata que la cincuentena de niños de su curso aprendan un día a escribir ma­má.

"...la prevalecía de la desnutrición de grados 11 y 111 en muestras de menores de 5 años en el decenio 1965-75 ha

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tenido un aumento importante, tantP en ¡as tasas que suben de 24.9% a 32.9%, como en (¡ número total de desnutridos estimados, que suben de 668.000 en J965 a 1.114.000 en 1975; vale decir, un auniento de 66.87o con 446.000 niños desnutridos más que atc'nder.-^

Por lo tanto, en América Latina la desnutrición por sí sola, debido a su efecto en e'l aprendizaje y a sus consecuencias en el posterior cuociente de inteligencia, inhibe la racionalidad. A lo anterior súmese un sistema educacional incapaz de asimilar debidamente a las cant idades cada vez mayores de niños en ciemanda de aprender . Pdi" cada cien niños en edad escolar, hay st^lo uno en la educación superior o universitaria.

Suponiendo, con bastante generosidad, que el sólo hecho de llegar a la educación universitaria signifique acceder a un nivel edu¿acional d igno de la cultura occidental, tendr íamos que los jóvenes

1% de la población, desequilibrio que debido al crecimiento demográfico no estaría var iando para mejor.

El reducido n ú m e r o de personas educadas a un nivel de país asiático o europeo, junto a lo señalado respecto al hábi to de leer libros, da una idea de cuan delgada es la capa de barniz civilizado.

'̂ UNICEF: Situación de la infancia en América Latina y El Caribe. Oficina Regional para las Americas, 1979.

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La elevación cultural, la universidad, los asuntos religiosos y sobre todo la educación, fueron temas básicos de la república, l legando un profesor de castellano que planteaba que gobernar es educar, ser elegido presidente22. Luego el tema económico, como si la plata fuera lo único que cuenta, desplaza esa visión humanis ta de país. Que la economía, la delincuencia o la seguridad, como si pudiera haber prosper idad en una sociedad de ignorantes.

El estrato de mayores holgura económica se salva de la gradual decadencia de la educación pública colocando a sus retoños en colegios particulares, pero la mayoría queda sometida a escuelas públicas de bajísimo nivel que consti tuyen para el niño expe­riencias repetit ivas m u y poco est imulantes o a liceos que se van empobreciendo junto con un inexorable aumen to de la matrícula hasta llegar a la doble jor­nada , que en real idad es media educación porque reduce a la mitad la formación del niño.

El proceso civilizador queda, entonces, sin sufi­ciente energía para asimilar a los nuevos contin­gentes arr ibados a la c iudad en cant idades cada vez mayores . Deja la gran masa a medio camino, des­arraigada de su cultura originaria y sin integrar adecuadamente a la alta cultura.

22 Don Pedro Aguirre Cerda (1879-1941) quien a pesar de las intrigas políticas, del terremoto de Chillan (1939) y de la Segunda Guerra Mundial, aumentó las escuelas prima­rias de 110.000 en 1938 a 616.000 en 1941, cuando murió.

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Del siútico al huachaca

En un comienzo esto no es muy notorio, porque el adul to emigrado a la capital, como Jesús Sánchez en Ciudad de México, llega con su estructura mental establecida.23 Es básicamente u n campesino que en lugar de trabajar en la hacienda, lava platos en un restaurante. Del mismo modo^ los mapuches venidos a Santiago se reunían el domingo bajo las araucarias de la Quinta Normal , como si es tuvieran en Carahue, de poncho y pandero .

En esa etapa, el personaje que caricaturiza la situación intermedia entre los dos niveles socio-culturales es el siútico. Es quien es tando a medio camino en su ascenso social, como Martín Rivas en la obra de Blest Gana, asimila los manier ismos del g rupo al cual desea acceder, creyendo que con una entonacicín asá o un peinado acá sube.

El siútico dio sus pr imeros pasos a pie pe lado so­bre la tierra del rancho y se encuentra súbi tamente p isando alfombra. Pero carece de la educación nece­saria para entender ciertas realidades de la estratifi-cacitín social: quiere ser igual al gerente, y en lugar de estudiar ingeniería, le copia la corbata de seda

23 Ver del antropólogo Osear Lewis: Los Hijos de Sánchez. Mortiz, México, 1965.

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italiana, aunque en versión demasiado chillona. Ella quiere ser señora distinguida, pero en vez de estu­diar, de aprender idiomas o filosofía, se preocupa sólo de su externalidad; peinados estrambóticos, taco alto y uñas pintadas hasta para ir a la playa.

No encuentra un marco de referencia que lo ubi­que en su condición intermedia ni es auténtico en su medianía. El aristócrata se aferra a las historias, a veces imaginarias, de riqueza familiar. En cambio, el siútico, como viene del tierral, no quiere nada con lo que dejó. El aristócrata, de tanto admirar su glorioso pasado, olvida su oscuro futuro; mientras e! siútico, de tanto mirar adelante, olvida de dónde viene.

El siútico, entonces, no tiene historia. Está en plena transición entre dos perímetros culturales y es tal su ansiedad por llegar a la otra ribera, que se tira al río antes de aprender a nadar. Su motivación (superarse) es loable, lo patético es la manera de que se vale para conseguir tal fin, porque en definitiva se queda en el chapoteo superficial. Es un intento errado, pero igual es un intento de ser más.

La televisión, entra a crear una situación nueva: reafirma al que no es ni lo uno ni lo otro, y lo re­afirma en lo que es. Aparece en un momento de la evolución social en que una gran masa de población urbana se encuentra a media agua, sin ser entera­mente popular, como sus padres, ni suficientemente educada, como los de arriba.

Es la demanda social sobre la cual se instala la televisión: son millones de posibles consumidores

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en busca de modernidad, vasto mercado presto a tragarse cuánto anzuelo se vea bonito en pantalla.

Tampoco quieren líos. A los recién arribados aún les pena el sometimiento ancestral al patrón de fundo. El concepto del ciudadano libre y soberano en el cual se basa la república, no ha sido una realiciad tangible en el campo. El campesino -en cuanto peón, int]uilino o simple Juan sin tierras-estuvo por muchas generaciones enmarcado en esa peculiar institución de sometimiento corporal que es la hacienda. Ahí el patrón, más que jefe de una faena comercial, es una especie de Dios padre por encima de la ley civil, señor absoluto de la comarca y amo de su gente. Las pautas de interacción social en que se ciesenvuelve el campesino en Latinoamérica se asemejan más a las del vasallo en el feudc:) medieval que a las del ciudadano en la república moderna. De la revolución francesa de 1789 no se supo mucho en el campo, y como el proceso civilizador se concentra en la capital, al interior de Latinoamérica hasta el día de hoy poco se ha aprendido de libertad.

Sometido a la voluntad del patrón, sin mecanis­mos democráticos para aliviar gradualmente ten­siones, el campesino ha debido optar entre la sumisión completa o la sublevación total. Por algo las revoluciones en este continente son fenómenos eminentemente rurales, como la de México iniciada por Emilianc^ Zapata al interior del remoto estado de Morelios; la "violencia" de Colombia, (FARC,

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ELN, etc.) que a partir del asesinato del dirigente populista Eliecer Gaitán en 1948 se expande por las serranías hasta causar la muerte de 260.000 personas y la huida de más de un millón de refugiados; la de Fidel Castro, que se basa en la Sierra Maestra la de Bolivia, que arranca desde El Beni, el conflicto mapuche en Chile, que amenaza siempre con entrar en erupción, y las de Nicaragua y El Salvador, que también vienen del campo.

En todos estos casos la revolución es expresión de la cultura popular; es sólo al final, cuando ya cuenta ccMi el país subterráneo efe pueblos chicos y de regiones apartadas, que un buen día amanece la capital en poder de los sediciosos. Esta constante de los movimientos revolucionarios de Latinoamérica no se da tanto en Argentina y Chile, donde la rei-vintficación popular últimamente la canalizan los sindicatos inciustriales y mineros, ni es característica de otras partes del mundo. La Revolución Francesa, por ejemplo, desde la toma de La Bastilla en ade­lante, ocurre en pleno París; en la actualidad en Irlanda del Norte es esencialmente una guerrilla ur­bana centrada en Belfast, y la revolución iraní para deshacerse del Sha de Persia e instaurar una república, estalla en las urbes de Qum y Teherán.

Las causas de esta explosividad latente del cam­pesinado deben buscarse en su nivel infrahumano de vida, pero aquí lo importante de considerar es que escapa del campo para saHr del opresivo aban­dono y encontrar una disyuntiva mejor.

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Se va a la ciudad a ser persona y ahí la cosa no era tan fácil como parecía. Debe iniciar una com­pleja metamorfosis cultural, que puede tardar varias generaciones. Está en terreno ajeno, debe adaptarse a mentalidades distintas, todo funciona de otra ma­nera, su marco cultural originario resulta irrelevante ¿De qué le sirve saber herrar?, le cuesta reconocer las señales de la vida urbana, y no sabe quién es ni dónde está.

Pcira esa enorme masa de arribados amontonán­dose a diario en la ciudad, la televisión es la leva-clura que los hace subir. Les otorga identiciad en su medianía. En vez de acomplejarlos con una alta cultura a la cual no tienen acceso -en vez de educa­ción, de conciertos o de ciencia-, les presenta el mundo a su nivel. Fabrica con ellos y para ellos una realidad simbólica de comportamientos sociales que no son populares ni occidentales y que se llama cultura huachaca.

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¿SABÍAS QUE...?

• Tras medio millón de años de existencia terrenal, la humanidad llegó, en 1800, a 1.000 millones. • En 1930 alcanzó 2.000 millones; en 1960, 3.000; en 1975, 4.000; en 1988, 5.000; y en 2000, 6.000 millones. • En 2008 ya eran 6.670 millones de almas vivas. • Cada minuto nacen 253 personas y mueren 105, o sea la población crece en 213 mil al día. • Uno cada seis homo sapiens es chino. • Luego de China (1.330 millones), el país más po­blado de gente es la India (1.147 millones). • El tercero es Estados Unidos con 303 millones, se­guido por Indonesia (237) y Brasil (192 millones). • Chile (16,4 millones), ocupa el lugar N° 60, entre Holanda (16,6) y Kazajstán (15,3). • Uno de cada cuatro chilenos vive en Santiago y apenas doce de cada cien, en el campo. • Cerca de 2.000 millones rezan a Cristo (católicos, protestantes, ortodoxos); 1.300 siguen al Islam; 900, son hinduistas y unos 400 millones veneran a Buda. • El alcohol es la droga que más se consume en el mundo. Afecta funciones cerebrales como el pen­samiento lógico, la percepción de riesgo, el auto control y la noción del bien y el mal.

Fuentes: U.S. Census Bureau e Instituto Nacional de Es­tadísticas, INE, de Chile.

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Capítulo VI

LOS SIETE COMPONENTES DE LA CULTURA HUACHACA

Habiendo visto la dinámica cultural y el contexto social donde aparece la televisión -s i tuaciones am­bas radicalmente distintas a las de la sociedad en que se invented- y teniendo presente sus condicio­nantes tecnokigicos y económicos, se ent iende por qué en países latinoamericanos fomenta una nueva cultura que se impone con fuerza.

Señalábamos que hasta la llegada de la televisión existían atjuí básicamente dos culturas, además de un proceso de transculturación por el cual una se iba contaminando de otra. En sociedades plena­mente occidentales no se puede establecer tal para­lelismo, debido, como se etijo, a que las cul turas po­pulares de allá son meras variaciones folklóricas dentro del mismo marco societal. Por eso el soció­logo Hans Gans, en su estudio de la cultura popula r de los Estados Unidos, ctmcluye que la enorme pro­ducción de películas triviales, de best sellers superfi­ciales y de televisión alienante no afecta a la cultura seria. 24

2* Hans Gans: Popular Culture and High Culture. Free Press, Glencoe, 1980.

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Por supuesto, allá la educación pública es de tan alto nivel, la universidad funciona con tradiciones tan stílidas y hay tal respeto por el conocimiento, que la basura mediática no daña tanto.

Ahora bien, siendo la cultura huachaca un fenó­meno nuevo que emerge día a día entre nosotros, no podemos reducir su etilos o carácter distintivo a un rasgo. Son varios, y relacionados unos con otros:

1.- No es occidental ni popular. Aunque sea comenzando por lo que no es, se trata de formas de comportamiento, actitudes y de esquemas mentales implantados por los medios de comunicación. No corresponden a los derivados de la alta cultura ni a los originados en la cultura popular.

Mencionamos el proceso de transculturación, pero estamos ante una suma de las partes que no es igual al total. De la alta cultura toma elementos como la tecnología y de la cultura popular, la mekv día, pero es más que un sincretismo o fusión de culturas operando en una misma sociedad. Es un conjunto de visiones de la realidad, de valores so­ciales, de normas morales y de mentalidades que definen una personalidad modal propia.

Señalábamos esto en primer lugar, porque es su característica de mayor repercusión sociológica. La alta cultura apunta, en su desarrollo lógico, a ser igual a Francia, a Suiza o a Italia, con todo lo bueno y malo que ello pueda representar.

La meta del proceso civilizador fue instaurar en este continente, como al norte del Río Grande, la

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racionalidad técnica de la burguesía europea. Aún siendo varios los inconvenientes de tal proyecto, la cultura occidental -a falta de alternativas mejores-es consistente en brindar buena calidad de vida.

Por su parte, la cultura popular también es con­sistente. Es el resultado de siglos de adaptación del hombre americano a su medio y tiene su propia pro-fundidaci espiritual y creatividad estética. Sin em­bargo, llevada a su consecuencia lógica, implicaría ciesterrar desde el caballo hasta el automóvil para volver a organizar el Imperio incásico y tocar la tru truca en vez ciel piano. Así todo, aún cuando muchos elementos de las culturas autóctonas no sean relevantes en la actualidad, se trata de esque­mas capaces de organizar la existencia humana.

En cambio, la cultura huachaca, tiene tales contradicciones que carece de la consistencia nece­saria para darle sentido a la vida privada o de estructurar la nación. Su incoherencia lleva al em­pobrecimiento espiritual y, tal como el buey a la carreta, al abatimiento de la sociedad. En los térmi­nos ya citados de Sorokin, lleva a lechar al león y matar la vaca, con las predecibles consecuencias de semejante confusión.

2.- Inmoviliza donde se está. Si bien Yahvé al entregarle a Moisés los diez mandamientos se pre­sentó diciendo yo soy el que soy, tal definición de sí mismo sirve únicamente a Dios, porque él no necesita -ni puede- ser más de lo que es.

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El hombre^ en cambio^ es una criatura por hacer. Su naturaleza es ir evolucionando hacia etapas su­periores. Por eso, el hombre se humaniza a medida que es más de lo que es. Desde el pigmeo en la selva que lanza un dardo con cerbatana hasta el pianista que interpreta el concierto N" 5 Emperador, de Beethoven, hay una misma compulsión por superarse. El pigmeo desea extender su poder más allá del alcance de su mano y el pianista quiere sonar mejor que el canturreo bajo la ducha.

Si leemos un libro, asistimos a una obra de Esquilo o presenciamos un ballet, es por encontrar pensamientos, emociones ciramáticas o formas de expresión corporal superiores a las que podemos discurrir espontáneamente por nuestra cuenta.

El deleite experimentado al presenciar una obra del pensamiento -sea un cuadro hermoso o un avión nuevo- no está en lo simpático o familiar que nos resulte, sino en contemplar cómo la inteligencia va llevando la realidad a niveles superiores. Es el deleite de sentir fe en el hombre.

Es así porque el "ethos" de la cultura occidental es el ascenso del hombre. Es una cultura entera orientada hacia tener más, sentir más y ser más. Tanto la superación espiritual como la innovación técnica son manifestaciones de una misma compulsión por elevar el límite de lo humano.

Zeus -la divinidad suprema de los helenos-asume contextura humana al pasearse en el Olimpo con un águila en una mano y un trueno en la otra.

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Pablo de Tarso propone como rumbo de la vida llegar a constituir ese Hombre Perfecto, en la fuerza del tiempo, que se realiza en la plenitud de Cristo (Efesos 4:12, 13) y Teilhard de Chardin observa que la evolución, a pesar de algunos fallidos intentos, tiene un sentido orientador: la creciente cerebrización por la cual el organismo más complejo del universo, el cerebro humano, que consta de 14 mil millones de células interconectadas, avanza hacia la cúspide del pensamiento reflexivo: ¡a concienda de la conciencia. Es el verdadero sentido de la evolución, afirma, el punto ome^a, donde el hombre se une a Dios.^s

O sea, desde los más remotos mitos de la Grecia clásica, hace unos 2.600 años, hasta la más reciente filosofía, en la cultura occidental subyace la noción de la elevación del hombre.

De ahí que la campaña civilizadora, antes men­cionada, fuera una estrategia de movilizar la masa ignorante hacia un nivel cultural superior. Ahora bien, el objetivo del tanque de dicha campaña -la educación- no es infundir ciertos datos cual dogmas inapelables, sino que es desarrollar la facultad de aprender, y por lo tanto de cuestionar y dudar a lo largo de la vida entera. Aprendemos una fórmula, no por la fórmula misma, que pronto cambian por otra mejor, sino para aprender a aprender, proceso

-' Para una mejor explicación de este lúcido pensador, paleontólogo de profesión, ver lección XIV "El fenómeno humano" del libro Filosofía Clásica de Pablo Huneeus.

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que requiere saber asimilar nuevas verdades, tanto en uno mismo como en el ambiente, y tener la habilidad de adaptarse a ellas en un mundo donde todo cambia.

Ergo, el verdadero sentido de la educación es preparar al individuo a romper esquemas para que su vicia sea un continuo esfuerzo de superación. Al no hacerlo y aferrarse a las rutinas conocidas, la sociedad queda discapacitacia para innovar y decae.

La televisión, según lo señalado, pasa a ser el verdadero sistema educacional del país. Transforma cada casa en sala de clases, y debicio a la pene­tración neurofisiológica de la señal, ese "profesor" en la repisa es un poderoso modelo de comporta­miento, más influyente que el maestro real en la es­cuela y que el padre de familia en casa.

A ¡a edad de 4 años, los niños ven un promedio de 2.5 a 4 horas diarias de TV. Esta gran cantidad de tiempo sólo disminuye en la adolescencia para aumentar de nuevo en la edad adulta. Ver TV es la actividad más im­portante de la gente joven. Al terminar su enseñanza, el niño habrá invertido un promedio de 15.000 horas viendo TV, lo que sobrepasa al tiempo dedicado a asistir a la escuela, que es de 10.800 horas.-^^

Sin embargo, este novedoso instrumento educa­dor distorsiona drásticamente el sentido liberador de la educación, porque en lugar de buscar la superación, busca la medianía.

' Hernán Montenegro; ¿TV Comunicación o contaminación'/

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Hasta la más modesta maestra de escuela rural se agota por dar lo mejor de sí a sus alumnos, pero la televisión se esmera por dar lo menos de sí a los suyos. Trata la industria televisiva de mantenerte encadenado a la ignorancia.

¿Cómo ocultar la indignación cuando uno ha visto en Nilahue, Caleta Cocholgue y Puerto Aysén esfuerzos conmovedores por levantar la condición humana a partir de la educación básica? Ha visto al profesor normalista de ía escuelita de Riberas del Nuble juntiir vestidos usados y guitarras trizadas para organizar un coro que eleva en cien voces la cristalina tonada. Ha visto a Gloria Inostroza cié Celis, profesora del Liceo A-28, de Temuco, orga­nizar una revista literaria -Pewan- donde escriben sus versos Patricia Chavez, del 4°B; Mauricio Huir-cán, del T'A, y Fresia Vargas, del 2°E. Ha visto in­cluso a la profesora de Castellano Teresa Lizardi, como parte cíe un programa de educación extra-escolar, organizar un taller literario con los reos de la cárcel de Iquique. Eso es hacer Patria: levantar al pueblo.

Todo para que venga la televisión con sus exube­rantes recursos, con suficiente dinero para mandar a sus rostros sin seso a recorrer el mundo y para comprar a quien quiera. Entonces, métale rock y métale Koyak para que la chabacanería triunfe.

La sociedad entera es un sistema educacional y dentro de ella hay instituciones en nada loables, léase cárceles, prostíbulos y fiestocas.

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Pero lo sano es mantener tales instituciones circunscritas a un perímetro del espacio urbano (barrio rojo) y de) tiempo (noche o sábado), sin dejar que la ciudad entera se convierta en presidio, o comercio de mujeres ni que las horas de trabajo sean para la farándula.

Con la televisión, por primera vez un negocio de alto poder educador se hace presente en todo el es­pacio de la chitas, al interior mismo de cada hogar, y de mafiana a noche durante la semana entera a lo largo del año completo. También por primera vez en la historia, en Latinoamérica se hace algo que ni en la cuna del liberalismo -Inglaterra- se piensa. Una institución educadora de primera importancia se deja a merced del inejor postor y se le permite saciar su afán de lucro promoviendo distracciones carentes de intención elevadora.

Como es fuerte y convincente, reafirma al simple mortal de la urbe presentándole una fantasía donde todas sus inquietudes están atendidas. Crea un espacio cultural donde su soledaci se satisface con la seudo intimidad establecida con las celebridades de la pantalla.

Su pobreza material se satisface con los festines de consumo donde él, creyendo ser objeto de los premios, gana refrigerador, juguera y sedán Subaru. Él siente ser el ganador, establece empatia con el concursante porque adivina leseras a su nivel, sin hacer alarde de conocimientos superiores. Su ansia de ascenso social se sacia con ciertos símbolos de

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modernidad como la Pepsi-Cola o los jeans Lee. Su deseo de roinance, en la teleserie. Su sadismo, en la violencia de la serie policial. Y su inseguridad estructural se compensa sobradamente en la marcha triunfal de la banalidad, marcha que, lejos de ser verdadero movimiento, es inmovilidad donde está: mirando tele, comadre.

3.- Es fácil. El tercer rasgo que proponemos para definir la cultura huachaca tal vez sea apenas un corolario del anterior. Las Refutaciones Sofistas de Aristtiteles serán razonamientos dialécticos muy ló­gicos, pero nada de fáciles; los evangelios serán en lenguaje muy directo, pero no plantean un camino fácil; las catedrales gt^ticas serán hermosas, pero no son fáciles de edificar ni de apreciar; y tampoco es fácil El Quijote, la física cuántica ni Einstein.

No. La cultura occidental ha llegado a su nivel por­

que ha buscado la excelencia, aun a costa de lo sim­ple. En su línea de ascenso, el hombre ha ido conti­nuamente superando lo imposible.

Ha sido poco benigna con la ignorancia, tolerán­dole un mínimo espacio cultural en la prensa folle­tinesca y en la juerga del arrabal, pero imponiendo en definitiva la inteligencia.

De los miles de millones de seres humanos que han habitado esta tierra, la historia registra sólo unos 180.000 nombres. De éstos, muchos son bestias eminentemente destructivas, como Afila, Nerón o Jack el Destripador, siendo muy inferior al número

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de espíritus creativos, del tipo Cristóbal Colón, Luis Pasteur o Fyodor Dostoiewski. Sin embargo, siendo tan tenue el ingenio ante la fuerza de la destrucción, hay países que han sabido respetar el talento. Han llegado a ser grandes por valorar a quienes superan en su búsqueda lo evidente, sin mirar al mercado.

Pero si parodiamos la manera economicista de pensar, tan de moda hoy, cabría afirmar que la civi­lización ha sido ineficiente en la asignación de re­cursos, porque ha financiado obras de bajísimo consumo y de menor sintonía. ¿Puede haber algo más ineficiente que construir lindas catedrales que en definitiva las usan el 10% de los fieles? ¿Para qué parques cuando rinde inás hacer mails en su lugar?

La televisión, en cambio, busca lo simple y barato en vez de la excelencia. Al estar a merced de la sin-ttmía, tiencie al mínimo común denominador, y por tratarse de una morfina nueva y de insospechados efectos secundarios, nadie contiene ni regula su venta sin receta.

La cultura huachaca se caríicteriza, entonces, por exaltar lo fácil. Continuamente celebra, no sólo en televisión, lo fácil que fue ganar la Polla-Gol. Si fue al puro lote, dejando a la guagua llenar la cartilla, tanto mejor. Si se ganó un auto con puro adivinar cuál de las cajitas contenía la llave, ¡fenomenal! Si la animadora que brilla en las tardes llegó ahí sin sa­ber multiplicar ni dividir, ¡fantástico!, y si el dueño de un espacio lo adquirió a empujones, sin haber jamás pasado por la educación superior ¡chorísimo!

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Por eso es huachaca viajar a Toledo, España, con un extenso séquito y entrevistar largamente a un burrero que vende souvenirs en su burrito. Explicar la casa del principal pintor del arte hispánico -el Greco- o bien adentrarse por la nave central de una de las obras culminantes del período alto de la ar­quitectura gótica -la cateciral-, sería entrar en cuestiones difíciles. Mejor irse por lo trivial y dejar la joya de Castilla a la ¿iltura del burrero.

Lo mismo en Roma. Lo que representa el Vaticano para el catolicismo, o el Foro Romano para el mundo latino, la Basílica de San Pedro, en fin, tanta cuestión complicada, ¿no? Mejor conversemos con este pintoresco soldado de la Guardia Suiza, aquí en la plaza. Se ve hermoso en cámara con ese uniforme. Cuéntenos, ¿de qué tela es su uniforme?

Toledo trivial y Roma fácil.

La cultura huachaca propone como modelo de vicia un muneio donde todo se logra sin esfuerzo, basta un Yastá para sentirse bien, una Coca-Cola para ser siempre joven y una tarjeta Visa para adquirir cuanto podamos necesitar. Cualquiera gana, todos lucen apuestos y bien trajeados, las seriales terminan siempre bien, los cantantes sonríen y todo en general fluye en forma expedita y simpática. Nada de ética de trabajo, de sudor nuestro cié cada día, ni de constancia. Sí la gente lincia y la espontaneidad lograda tras tanto ensayar, porque lo paradojal es que el ambiente de la pantalla ni siquiera refleja la realidad del tedioso

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quehacer en un estudio de grabación. Aunque es mucho trabajo producir el no trabajo, hacia la cámara ha de proyectarse esa imagen espumante de relajo total.

Tan flagrante contradicción con la realidad de la vida suele reventar en la propia televisión, en pro­gramas donde el público hace gracias, como ¿Cuánto vale el show? El día de la grabación acuden literalmente miles para ser seleccionados, pero la mayoría no tiene la menor idea de cantar. Creen que basta con pararse frente a la cámara -como lo han visto hacer- y la canción saldrá sola, afinada y con el acompañamiento orquestal perfecto. En la etapa de producción, la gran masa de éstos es eliminada y se dejan sólo algunos para efectos de contraste. Esos pocos incautos que llegan a la cámara para hacer el ridículo permiten a veces apreciar la inconsistencia de \o fácil, aun en el medio que lo predica.

El filósofo español Ortega y Gasset adivina mu­cho antes, el tipo humano que fomentaría:

y es indudable que la división más radical que cabe hacer en ¡a humanidad es en dos clases de criaturas: los que se exigen mucho y acumulan sobre sí dificultades y deberes, y los que no se exigen nada especial, sino que para ellos invir es ser cada instante lo que ya son, sin es­fuerzo de perfección sobre sí mismos, boyas a la deriva.^'^

-'' José Ortega y Gasset: La Rebelión de las Masas. Primera vez publicado por Revista de Occidente, Madrid, 1929.

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La duda es acaso siguen tan a la deriva, porque la televisión los ancla en su condición, pues eleva la liviandad de lo fácil al rango cié mérito.

4.- Es emocional. La cuarta pata del huachaca es la emotividad. A la razón opone la emoción, si lo civilizado es analizar un hecho de manera lógica, lo huachaca es exaltar únicamente su emotividad.

Ante el naufragio de un pesquero en San Vicente, por ejemplo, el periodismo objetivo investiga qué ocurrici realmente, dónde, cuándo y por qué. Razo­nes para haber zarpado justo antes del temporal, confiabilidad de las predicciones meteorológicas. ¿Se les avisó a los patrones de pesca la proximidad del frente? ¿Cómo pudo la red atascar la hélice? Motivos por los cuales no acudieron de la base naval cercana a rescatarlos, en fin, es todo un cuadro lógico que se investiga para presentar los elementos de juicio que permitan elucidar el suceso.

Sin embargo, la cámara, tras un muy simplista esbozo de lo ocurrido, enfoca a la viuda llorando, sigue con el único sobreviviente en el hospital y remata con el cortejo fúnebre hacia el cementerio.

Muy emotivo, pero el periodismo huachaca poco aporta a la cabal comprensión de lo ocurrido. Sin saber qué pasa, imposible prevenir desastres.

A la semana siguiente vemos al mentado sobreviviente relatar en pantalla la noche cuando se perdieron sus compañeros. Recibe televisores y tocacintas en premio, con lo cual supuestamente se compensa la tragedia. Al mes visitamos ese dolido

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puerto San Vicente, donde todo sigue igual, a la espera del próximo naufragio de pescador pobre.

En la alta cultura, la reacción emotiva provocada por una persona no es decisiva. Si Johannes Brahms era antipático al extremo de decirle públicamente a Bruckner boa pegajosa, o de disculparse, tras dirigir la orquesta, por no haber retadc~) a nadie esta vez, o Albert Einstein era amable al punto de pasarse tardes enteras haciéndoles tareas a niños del barrio, resulta meramente anecdótico. En nada afecta la trascendencia del concierto N" 1 para piano, ni la validez de la teoría cié la relatividad.

Por su parte, el sentimiento que proyecta una persona en televisión es la variable definitoria. Si una comentarista de espectáculos hace buenas críticas, pero es pesada en cámara, la echan de un canal y tiene buen cuidado de ser dije en otro. A la inversa, si un animador es amoroso, pero incapaz de hilvanar dos frases seguidas, entonces le pasarán tarjetitas con preguntas al invitado.

A falta de una mínima idea de lo que pasa, leerá noticias del telepromter (una suerte de espejo frente a la cámara donde salen textos que nadie más ve) o por medio de cartones, tampoco visibles al especta­dor, le soplan lo que debe decir, si es que no le po­nen, como a los actores de telenovela, un parlante tras la oreja por donde hacerlo hablar.

Estc ,̂ porque la televisión invierte el orcien clásico de las prioridades y sitúa el sentimiento antes del pensamiento. A nivel huachaca, lo anecdótico es la

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capacidad intelectual y lo sustantivo es lo emocio­nal. Se trata de convertir la realidad en espectáculo, que todo sea espectacular, y para ello hacen reír o llorar, no pensar o razonar. Ni el pensamiento ni el razonamiento sirven al show.

Entonces es un dato secundario que Hernaldo, ganador en el Festival de la Canción de Viña, sea li­cenciado en Derecho y que además siga un post­grado en España, o que Antonio Vodanovic sea in­geniero comercial. En ese ambiente, que alguien sea culto, es un mal antecedente, porque se trata de dar emoción, o sea de tener ángel, no educación.

Por lo tanto, los descubrimientos del científico que entrevistan son el pretexto o enganche de\ pro-grama. Como veremos más adelante, lo que cuenta es su encanto personal (o ausencia de), razón por la cual la entrevista, tras apenas mencionar sus logros, se centra en lo íntimo: ¿Veranea en la playa?

El rasgo huachaca de hacer primar la emoción sobre la razón se manifiesta también en los mensa­jes que se están comunicando a la sociedad. La propaganda, ese intento sistemático de orientar el comportamiento hacia la adopción de crecíos o eí consumo de productos, ha ido adquiriendo conte­nidos cáela vez más emotivos. El debate público en muchos países se ha convertido más en confronta­ción de campañas sensibleras que en foro de discu­siones racionales.

Para sustentar una doctrina se recurre al corazón; para desacreditar otra, al miedo; y para vender un

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yogur, al snobismo, como que la voz del comercial de Danrion tiene un estudiado acento inglés. Un champú lo vende el impulso erótico de la rucia bajo la ducha; un perfume, la promesa de romance; y un chocolate, la ternura que ha de provocarle al sexo opuesto.

Ha desaparecido casi completamente la publici­dad objetiva que intenta persuadir por medio ciel razonamiento, explicando las características verda­deras de lo ofrecido. Basta seguir una tanda de co­merciales para apreciar cuan poco informan de! producto mismo. A lo surno vemos su nombre y forma, pero nada de su peso o precio.

Hoy día el principal argumento destinado a las masas es el antes empleado para adiestrar caballos: la reiteración. A falta de razonamientos lógicos, se repite el mensaje hasta lograr el comportamiento planeado. Se obtiene así un efecto rentable sí, pero que degrada la condición humana.

La televisión acorta la distancia entre el producto y el consumidor. Ayudada por el efecto mental de su tecnología, tiende a desactivar el estado de alerta propio del discernimiento racional. Se trata de apagar los mecanismos lógicos cié pensamiento, que de por sí no son muy fuertes ciebido al bajo nivel educacional, para que no haya deducción ni inducción de premisas y nada se lleve a su consecuencia lc)gica.

O sea, se trata de eliminar las bases de la actitud crítica. Para ello crea un ambiente íntimo, donde

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todo es personal y emotivo, sin que medien fuerzas sociales, intereses económicos ni causas generales.

Quizás el mayor éxito de la publicidad comercial sea la bebida Coca-Cola, gaseosa infusión que diariamente millones de fieles en 135 países llevan a sus labios, superando con creces los que comulgan. Lo notable de este producto es la distancia que hay entre su realidad objetiva y su simbolismo emotivo.

Indagaciones sobre su composición química nos indican que en términos de su realidad objetiva se trata de agua estéril tratada ciuímicamente con procesos estandarizados para los países donde se fabrica. Se le agrega gas carbónico comprimido y se revuelve con un compuesto soluble llamado 7X, que viene en tambores sellados desde Atlanta, USA. El resultado tiene ácido fosfórico, glucosa, colorante caramelo, glicerina, cafeína, esencias y residuos de coca.

De seguro, si se publicitara su realidad objetiva sentiríamos cierta distancia con el mentado brebaje. Su éxito reside precisamente en transformar ese líquido en un mero símbolo y siendo sus funciones objetivas perfectamente sustituibles por el agua, la gente paga anualmente 420 millones de dólares por beberlo, lo necesario para construir unas 40 mil viviendas medianas.

Para llegar a tener tanta fe en sus virtudes como para ingerirlo y encima pagar por hacerlo, es necesario integrarlo al marco de referencia. Se deja de lacio su realidad objetiva y se le presenta como el

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alma de bailotees y reuniones familiares. Penetra así nuestra intimidad síquica antes de escurrirse por nuestra intimidad intestinal.

Lo mismo el científico de la entrevista. En una era sin líderes, el animador es la autoridad. Es el experto en intimidad, el que sabe trivializar al científico y reducir la distancia que éste tenga con el ignorante frente a la pantalla, hasta dejarlos a ambos a un mismo nivel.

Y ese mismo nivel es la emotividaci, lo fácil. Por eso no es de extrañar que en un programa de

entrevistas veamos a un novelista de renombre, a un general de ejército y a un diplomático de carrera, tocios juntos hablando de su calvicie. Ahí la manera de reducirlos a un mismo nivel cié fácil emotividad es la pelacia.

La entrevista como género surge en la época moderna como un anhelo de la sociedad de masas, de trivializar al eximio. Es un intento de traspasar el muro de autoridad levantado por los logros de alguien y es "buena entrevista" en la medida en que presenta al grande como un enano servil. Si Newton viviera, seguramente trataría de explicar su teorema binario o su ley de gravitación universal, pero la entrevista al científico clave de la física clásica se iría por lo emotivo. Dime, Isaac, ja, ja, ¿la manzana esa, te caytí en la pelada?

Sin embargo, la televisión es fría. Exalta el sentimentalismo, pero es un artificio explotado comercialmente en el cual todo está calculado, la

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emoción también. ¿Y adonde lleva la sensiblería sin corazón? A lo morboso.

La razón fría da lugar a una lógica implacable, quizás cruel; en cambio, la emoción fría desata otra forma de crueldad, acaso peor, que es el sadismo, esa curiosidad morbosa -casi goce- ante el sufrimiento ajeno. En la cultura huachaca cobran importancia cardinal la viuda abrazada al ataúd, el niño deforme y el cuerpo aplastado por la locomotora. Ya no es sólo por informar, así como la pornografía no es sólo por realzar la belleza femenina. Lo truculento se emplea para vencierle emoción al hombre gris, ese ser condenado por el progreso a pulular en la ciudad cié cemento y sin otra manera de sentir.

5.- Es fragmentaria. Entender toma tiempo. Pero vemos propagarse a cada célula del cuerpo social fragmentos cada vez mtís breves de información.

Los ítems de comunicación huachaca -canciones, publiciciaci, festivales y noticiarios- han aumentado hasta constituirse en presión sicológica de masas.

Mientras en el campo la naturaleza habla al compás cansino cié las estaciones, dando tiempo de madurar las cosas, la ciudad acosa con infinidad de mensajes atomizados c¡ue fragmentan la mente.

Al prender la radio lo asaltan pedazos sueltos de información sobre matanzas en Palestina y cogoteos en Renca, los que son interrumpidos por jingles sobre el jabón Dovc y el Banco Santander. En el paradero encontrará afiches cié helados Soprole y

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cerveza Escudo. En el bus, puchos Kent y chicle Adams. Al mirar por la ventana. Vamos bien, mañana mejor y Sony, Nokia, Movistar. En la estación del metro, Isapre Vida Tres y multitienda Falabella. En el carro, Vd. no estaría leyendo esto si tuviera La Secunda en sus manos y ¿Hasta cuándo va a pagar arriendo?

El diario que ojea a la carrera es un surtido de in­formación suelta y sus compañeros de oficina tam­bién aportan una buena dosis de partículas anecció-ticas. Su trabajo rara vez requiere más de once minutos seguidos de concentración, ya que la ma­yoría de las labores son sumatorias de pequeñas operaciones, sea hacer una factura, atender un cliente o contestar el teléfono. Los cientos de personas que ciivisa en el día, desde la lola sexy hasta el mendigo de la esquina, irradian un chispazo que no hay tiempo de procesar.

En la tarcie, la televisión también es a pedacitos. Los programas, de por sí breves y compuestos de secuencias, sin mucho hilo conductor, son a su vez cortados por comerciales de hasta cinco tomas dis­tintas en 20 segundos, siendo frecuente que cada enfoque dure apenas cuatro segundos.

Y como si esto fuera poco, la misma canción se acorta al aparecer la modalidad de comprimir una selección de melodías en el lapso antes propio de una pura canción. Son sólo algunos fraseos del tema central, seguidos de otro tema central. Así es­cuchamos en un insulso pegoteo de La Cumparsita, Guttutalamera y El cóndor pasa, todo apretujado en el

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t iempo de una balada. O bien, lo que es peor , en tres minutos y 22 seg., una melcocha de la sinfonía Linz, de Mozart , con la Pastoral de Beethoven y la Primera de Brahms, tres obras maestras de la música clásica servidas en rebanadas que no dejan nada.

¿Qué laya de hombre quieren hacer, c iudadanos libres que piensen o robots que consumen?

El filósofo B. Russell dice: La verdadera cultura consiste en ser ciudadano del universo, no sólo de uno o dos fragmentos arbitrarios del espiado - tiempo; ayuda al hombre a entender la sociedad humana como un todo, a apreciar sabiamente las finaHdadcs que anhela el país y a ver el presente en relación al pasado y al futuro."'^'^

En vez, tenemos al hombre desconcentrado, que no es igual al distraído, porque este úl t imo está en otra. El desconcentrado es incapaz de enfocar su atención mucho rato en un mismo asunto, s íntoma inequívoco de estrechez mental .

Esa distorsión del t iempo, ya señalada como uno de los imperat ivos de la tecnología televisiva, obliga a recortar artificialmente el mensaje, con lo cual todo va q u e d a n d o desprovisto de su ciclo natural de preludio y desarrollo.

No hay mucho t iempo de apreciar la secuencia causa-efecto de las cosas ni de percibir la evolución que van teniendo. ¿Cómo entender u n árbol sin

2** Bertrand Russell: Education and the Social Order, Londres, 1932, Capítulo VI: "Aristócratas, demócratas y burócratas".

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verlo crecer? ¿Cuántos años tarda conocer a alguien? ¿Puede el hombre llegar a grande sin haber sido muchos años un chico?

La madre naturaleza nos enseña que lo único seguro es el cambio. El océano está siempre moviéndose, del tronco podrido brota el roble joven y el correr del sol hace cada día diferente al anterior. Eso demora apreciarlo, así como demora darse cuenta que en una sociedad humana pasa lo mismo, porque el tiempo es uno para tocio lo viviente.

Pero la aceleración no deja tiempo para entender las cosas, hasta convertir la mente en un mosaico de fragmentos estáticos. De tanto andar apurado por la superficie, sin detenerse a calar en profundidad, se dejan de percibir los matices. Es malo no discernir las señales sutiles, en voz baja, de la naturaleza ya que lentamente se anuncia el temporal.

De ahí que el estudio sistemático de una sola ciiscipJina abra más ía mente que los chapúrreos en varias. Al hacer clases de sociología en la Escuela de Ingeniería, o sea a alumnos "cuadrados", resultó que tienen mayor capaciciad de captar las sutilezas de las ciencias humanas que aquellos de carreras más afines, pero que se estudian superficialmente. Ir al fondo en una ciencia, es la lección, permite mejor ahondar en otra.

Mientras más breves y numerosos sean los ítems superficiales, -objetivos transversales- menor será su penetración. Para lograr profundidad, la alta cultura organiza la dimensión tiempo de manera de darle

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cabida al mensaje complejo: novela, tratado cientí­fico o enciclopedia. Pero la cultura huachaca reduce Don Quijote a fascículo y la Historia Patria a folletín de suplemento.

6.- Es metalizada. Quizás no sea ésta la primera cultura creada con fines de lucro. Pero si las hubo así, perecieron sin dejar rastro alguno, porque hasta los ávidos fenicios hicieron arte por amor al arte.

Ciertamente la creación cultural requiere dinero, más que sea para que el artista coma. Virgilio, por ejemplo, pudo destinar cuatro años a escribir La Eneida, porque Mecenas lo mantuvo, y Mozart pudo componer el Réquiem, porque el conde Von Walsegg le pagó por esa obra. Pero la motivación primordial para crear y financiar dichas obras no fue ganar plata. Antes de enfermarse fatalmente, había contado de un réquiem que tenía en mente y el encargo del conde fue apenas el acicate, no la inspiración del proyecto. Para el genio, entonces, el dinero es sólo el medio y no la finalidad.

El problema no es el afán de lucro en sí mismo, es ubicarlo donde corresponde, porque siendo fundamental para mover las industrias, es decisivo para envilecer la cultura.

Las principales religiones y descubrimientos son obra de individuos geniales, o sobrenaturales como el Nazareno, que buscaron más que vender.

Guiados por su clarividencia fijaron verdades que sus contemporáneos no veían o bien se negaban por la fuerza a aceptar. A Sócrates le dan a beber

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cicuta, a Cristo lo crucifican, a Colón lo devuelven encadenado a España, a Galileo lo pasan por la Inquisición y a Solzhenitsyn lo fletan al exilio.

De haberse guiado dichos hombres por los mismos principios con que la industria textil ciice qué camiseta fabricar, aún no sabríamos que el mundo es redondo y da vueltas. Y si en las fábricas se lo pasaran filosofando, no habría productos.

Por eso, decadencia es confundir lo propio de un ámbito con lo específico de otro, como ocurriera con los Papas Juan XXll y Clemente VI, cuyo afán de tener dinero para una finalidad espiritual los lleva a confundir fines con medios hasta ponerle precio al perdón de k« pecados. Recaudan, sí, millones para su fastuosa corte de prelados venales en Avignon, La Bahilonia de Occidente, como la llama Petrarca, pero así también sientan las bases del peor cisma de la Iglesia y de la posterior Reforma Protestante.

Son así muchos los tropiezos, los ensayo y error, que aconsejan organizar la formación del espíritu (ciencia, educación, arte) sobre otras bases que la producción material. Así todo, ahora se asienta una cultura que organiza el espíritu con los mismos principios del libre mercado de camisetas.

Va el programa que más venda, cualquiera sea su calidad. Se tapa de anuncios y se produce lo que el mercado demanda, no lo que la gente necesita.

Para apreciar el alcance de este invento imagi­nemos otra institución educacional, la universidad, funcionando con el mismo criterio de la industria

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audiovisual. En vista de que genei-ar nuevo cono­cimiento tiene baja sintonía, se descarta la investi­gación científica. ¿Para qué invej-tir en biología molecular si a Chicles Adams no le sirve?

Como una universidad sin investigación cientí­fica es una mera escuela profesional, ya la tenemos reducida a algo incapaz de haber desempeñacio su rol histórico. Tampoco impartiría buena formación, pues profesor que no investiga queda atrás.

Pero veamos en qué se convierte esta escuela terciaria llamada universidad. Bellas promotoras recorren los flippers y discotheques vendiendo carreras a sus clientes.

Como las universidades-empresa compiten por captar clientes pagadores, vale decir alumnos ricos, se ofrecen carreras cada vez más fáciles, donde regalan las notas (y las promotoras también).

Otro incentivo sería la rentabilidad financiera de ía carrera ofrecida. Como ésta es función de la demanda económica y no de la necesidad social, esto último se descarta como criterio orientador de la educación superior. Con dicho criterio, las únicas necesidades que cuentan son las de las grandes empresas, por lo que se ofrecen sólo las carreras (programas) que el poder económico auspicie

La gerencia -rectoría- abarataría los costos de producción, con la importación de cursos doblados al castellano en Puerto Rico (¡hola, cariño!).

Se contratarían profesores de continuidad para amenizar las pasadas de los videos.

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Los catedráticos serían del circo, actores, en fin no importa que sean ignorantes mientras sepan contar chistes y ciivertir a la audiencia. Si no se les ocurren ideas, tanto mejor, porque hay menos lío y en todo caso un libretista les puede ir pasando tarjetitas con lo que deben decir. En lugar de ayudantes tendrían esculturales modelos para acercarles las probetas, dándole así el necesario sioiiig al espectáculo. Para recaudar fondos, esta universidad vendería la posibilidad de pasar comerciales en clase, por lo cual las disertaciones se interrumpen para dejarle la palabra a Ultra Barba de Schick, la mejor afeitada.

La universiciad telegénica también vendería, y más caro, la posibilidad de que el profe-animador publicite en clase los pañales Pampers Active Baby que auspician su cátedra-farándula. Nada de crítica social, cuestiones sesudas ni de dudas existenciales, porque estamos aquí para pasar un buen rato juntos (y ganar plata) en compañía de Nescafe...

Total, educación, pañales y champú Pan teñe, son todas mercancías ¿no?

7.- Es evasiva. Lo decisivo para la sobrevivencia de cualquier organismo es su capacidad de resolver los conflictos que lo acechan. Hasta una brizna de pasto tiene problemas con las briznas vecinas y con el fuego que amenaza el pastizal. Como quede después de un incendio, por ejemplo, dependerá de su grado de preparación (humedad) individual y colectiva. Por muy verde que haya estado, le irá mal

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con las llamas si todo estaba seco. Otros arrancan del conflicto. La avestruz, esconde la cabeza, con lo cual, claro está, deja su trasero expuesto.

A medida que vamos subiendo en la escala de la evolución, encontrarnos mayores conflictos y mayor capacidad de resolverlos, siendo éste el sino distintivo del desarrollo de una sociedad humana.

En la alta cultura no se evade el conflicto. Al contrario, gran parte de la creación artística son representaciones simbólicas de tensiones humanas y de formas de resolverlas, a veces dramáticas como en limnlct o cómicas como Don Juan.

Sin embargo, la cultura huachaca niega y evade el conflicto. Por un lado, la televisión presenta la so­ciedad como cargada de una violencia mayor que la real. Y por otro, cada cual está en una intimidad de­liciosa donde todo es grato. O sea, cada televidente es una isla en un mar revuelto, y en esa isla no hay confficfo aíguno. Es aííá el probíema.

El resultado no es la solución del conflicto o de la tensión en que cada cual se encuentra, sino que es la pérdida de la habilidad de resolverlo. Al no haber representaciones verdaderas de situaciones conflic-tivas, no se aprenden maneras racionales ni pacífi­cas de resolverlas, quedando entonces la sociedad expuesta a reacciones basadas en la más intensa emotividad social: el fanatismo.

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¿SABÍAS QUE...?

• El idioma que más se habla es el chino mandarín (1.200 millones). Le sigue el inglés, con al menos 400 millones que lo tiene de lengua materna y otros tantos que lo hablan como segundo idioma. • El castellano es el idioma materno de 340 millones de personas, la lengua oficial de 21 países y el segundo idioma de 110 millones. • El castellano es hoy el segundo idioma de contactos mundiales, cultura e Internet. Junto al árabe es el de mayor expansión territorial. • En Latinoamérica, las personas de habla indígena ascienden a 49 millones. • De los 62 idiomas indígenas de México, los más difundidos son el Nahuatle (un millón 200 mil lo habla) y el Maya (800 mil). • En el Censo de 1992 cerca de un millón de personas (9.6%) se declaró mapuche, 0,5% dijo ser aymara y un 0.2%, rapanui. • En Londres, aparte del inglés, se hablan 274 idiomas distintos.

Fuentes: The British Council, INEGI, México, INE, Chile.

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Capítulo VII

EL DIOS HUACHACA

La religión es a una cultura lo que los cimientos a un edificio. El conjunto de creencias y de prácticas institucionalizadas sobre lo oculto y lo sobrenatural -el sentido de la vida y de la muerte- es la base ética sobre la cual un pueblo edifica su cohesión social.

La Francia católica, la ética protestante en el de­sarrollo empresarial germano, la mentalidad árabe de cara al Islam, el confucionismo en Vietnam o el shintoismo para Japón, son todos casos ilustrativos del rol articulador que desempeña la religión.

Al haber acuerdo en las cuestiones metafísicas de fondo, en los valores éticos que rigen la conducta humana, desde liturgia hasta la manera de cocinar la mentada gallina adquieren la unidad distintiva de una cultura. La manera de hacer negocios (robar o no robar), la educación, los estilos arquitectónicos, la relación con la naturaleza y en general todo eso que llamamos cultura o civilización, se cimienta en una argamasa de creencias y tradiciones religiosas.

Sin tal principio organizador pueden ocasional­mente surgir modas, como la mini, y corrientes de pensamiento, como el renacimiento o el positivismo, pero que no cambian el "ethos" de una sociedad. Lo que parece ser un edificio, al carecer de basamento religioso resulta ser un mero tinglado.

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A la inversa, lo que en un momento parece ser un mero tinglado, al descubrir que tiene cimientos nos deja perplejos, porque estamos ante un edificio.

En los primeros merodeos de este fenómeno, hablamos de la onda, una cosa en boga, pasajera:

IN o es u n a clase social corno son los empresar ios [)or

ejeinplo, ni es ima m o d a es|)e(íli('a ('orno fii(> la mini-

falda. La onda es trias bien una men ta l idad , nna ma­

nera de pensar (o d(; no hacerlo) vn t[uc se in lernal izan

los valores sociales y hábi tos dv consumo propios de la

American Way of I Aje a (pie asj)iia lodo el mundo .

Es el a lma de la scx'iedad de ( 'onsumo. lis es tar en

onda corr lo i m p o r t a d o , lo jovcín y lo fácil, lis considerar

la vida b n r b n j e a n t e corno el S|)ritc. fis (-reer (pie la di­

cha es urr Toyota v la felicidad, un Mcrrales Bciiz. lis

ser borrito y cuidar la líncui. lis t r o t a r con los nirlos, —la

íanrrlia (íslá rrruy en onda— totlos con hnzos ijjjuales y

zapat i l las Adidas, lis ¡ngar t(>rris en el c lub y pale tas en

la p laya . Es ofrecer no un mero whisky, sino dc(ár:

¿Quieres irn Black hahcl o un Chivas'^ lis usar relojes

electrónicos con rriimerrtos (pie se prenderr al a p r e t a r un

bo tón .

Es hab la r err dólares , pensar en dolareis, soñar cu

dólares, lis pasear en m o t o ( l amb ién está eir onda

qiredar cual tort i l la de sesos sobre el pavitruvnto).

Es toca r casset tes err lugar de discos. Es l lamarle

pub a urr ba r y bouticpie a utra tieirda. Es oír música

soul err las radios FM. Es adora r lo i m p o r t a d o sobr(;

todas las cosas. Es sentirse irrrportado.

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Ks comprar, coniprar y comprar. Ks teñirse el pelo rubio. Es [)oner posters en la pieza. Es creerse libre.

Ks vivir el mundo de í'antasia de Rilz y Pap. i\adie la controla ni dirige y sin embargo cunde.

Apoyada por la {)ro[)aganda comercial, va manipu­lando ardidos y moldeando gustos hasta inculcarnos un nuevo estilo de vida. Nos lleva a preferir el acrílico a la piedra v el plástitu) a la madera.

Así, la fisonomía de la (-iudad va cand>iando a me­dida (pie entra eji onda. Más edificios, menos jardines. Nos lleva tand)ién a identificarnos con los jóvcn(!s mi­llonarios y rubias espléndidas de los anuncios de Coca— Cola o Marlini, de manera (pie al comprar esos brebajes cn>auH)s eslar adquiriendo el siviri^ de su publicidad.

[Nos lleva a eslimar (puí (•onsumir (ÍS existir. (>on-sutiLo, luego existo, diría el Descartes de la onda. Si fuera uiui rcdigión, el 1 lipermercado Juinbo sería su (Catedral y el inall su Tierra Santa.

Kslc espíritu (pie se va apoderando del alma chilena valora algunas cosas y des[)recia otras. Entre lo ac-tiialtnenle (uera tic onda figuran los pobres, tocar j)iano, criar gallinas, pensar (pie en los demás, el Mes de Maria, des[)rec¡ar la [)lata y ser original.^9

Pero hasta ahí no más llegamos. Dicho trabajo pro­sigue con una descripción fenomenológica de otros procesos observados, sin ahondar en esa onda

2'' Pablo Huneeus: Cambios estructurales de la mentalidad chilena, "Revista Universitaria", N" 1, PUC, junio de 1978.

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apenas esbozada. Fue el profesor Pedro Morandé, al volver al Instituto luego de estudiar sociología religiosa en la Universidad de Erlangen, quien nos hizo ver que esas observaciones anecdóticas en el fondo eran rituales, liturgias de consumo, pues el mercado es la secularización de transacciones que antes se hacían en el templo.

Efectivamente, las primeras monedas acuñadas a finales del siglo Vil a.C. en Asia Menor son trozos de una aleación de oro, cobre y plata sobre los cuales estampaban figuras de animales. La función original de este invento parece haber sido servir de elemento para intercambiar animales que arriaban a sacrificar al templo por otros bienes llevados con similar propósito aparente. Servían para cambiar carne de res por harina y gallinas por sandalias.

El sacrificio es en aras de la recompensa. En el caso del primer sacrificio -el de tipo religioso- la recompensa sólo podía venir de la única fuente de poder para la mente primitiva: los dioses. Ellos controlan las fuerzas de la naturaleza por medio de una clase sacerdotal que los representa en la Tierra. El sumo sacerdote en la antigüedad era el rey.

Para obtener la recompensa, esa gracia asignada por los dioses, debe destruirse el producto, vale decir consumirlo en el templo ante los sacerdotes.

Como la recompensa que se busca (amor, salud o paz en la guerra tribal) no es material, está fuera del alcance de la clase sacerdotal. Igual, las ansiadas lluvias y la multiplicación del ganado. Ante eso, la

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recompensa que le ofrecen al campesino a cambio de su apetitoso novillo es igualmente de índole espiritual: la bendición de Dios, suerte.

En una primera etapa, entonces, recompensan el sacrificio sólo con favores de los espíritus. Pero a medida que se acrecientan las apetencias de los hechiceros y cuenteros va subiendo el precio de los productos deseados.

Como no hay límite a la credulidad (basta ver la oferta del día), se entra en la segunda etapa de asignarles valor simbólico a ciertos objetos. Un talismán ya no es un hueso labrado, es la llave del éxito que bien merece ser recibida a cambio del cordero. Un fetiche saltón ya no es un montoncito de lana, es el poder de alejar el mal. Un aceite con extracto de hierbas ya no es un bálsamo aromático, es la poción del amor.

Una tercera etapa se inicia al sentar el tremendo precedente de ofrecerle al pastor por su cordero un bolso de cuero que trae el talabartero al sacrificio. Al estímulo espiritual se le agrega el incentivo ma­terial; a la recompensa divina se le acaba de añadir la retribución práctica, dando así por inaugurado el pragmatismo del mercado: todo tiene su precio.

Pero siempre es la deidad, por medio de la clase sacerdotal, quien valora o deprecia las cosas. De ahí que el valor de intercambio del cordero lechón y la tajada que se come el ungido dependa en última instancia del sistema religioso.

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Como al cabo de un tiempo el pobre pastor ya tiene bolso, perdió la fe en el talismán y en realidad aspira a un cuchillo que le mostraron, no piensa en acercar su rebaño al templo. Al momento de llevarlo podría no haber bienes -aparte de recompensas espirituales- que le interesaran. Antes cjue se vuelva al cerro con sus apetecidos lechones, los guardianes del templo tienen la idea ¡divina inspiración! De darle un comprobante por los borrego que entregue. Así puede dejar cuantos quiera, sin necesidad de esperar que llegue el beduino que sacrifica cuchillos por carne. Arranca así la mediación financiera.

Para que dicho comprobante sirva había de ser indeformable, transportable, guardable e imposible de reproducir por alguien ajeno al templo-mercado. No podía ser una promesa verbal porque comida hecha y amistad deshecha dicen, ni un frasco de agua bendita porque cuesta distinguirla del agua no bendita, ni una torta porque se echa a perder, ni un hueso porque hay tantos, ni una columna del altar porque ¿cómo se la lleva? Lo único que reúne todas las cualidades requeridas es un pedazo de metal raro, fundido con el sello de quien responde (o promete responder) por su valor.

Así, podrá adquirir su cuchillo, un talismán de mayor cilindrada o juntarlas en la alcancía para comprarse una esclava. La imaginación humana, infinita como es, impulsa a acumular de un cuanto hay, aunque no haga falta para subsistir.

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A poco andar es tal la fluidez de comercio per­mitida por la moneda que el templo llega a ser el centro de transacciones. Pero a medida que empieza a hacerse la distinción entre transacciones de bienes materiales y las de gracia divina, los mercaderes van siendo expulsados del templo.

Se llega, entonces, a realizar compra venta de valores en forma indepenciiente de contenidos reli­giosos. En el New York Stock Exchange de Wall Street, cada mañana le ponen precio al mundo sin siquiera persignarse. En lo que antes hacía el templo y ahora efectúa el mercado, las cosas valen lo que pagan por ellas y punto. Es la ley profana de la oferta y la demanda, sin más.

¿Será así? Cuando se transan valores bursátiles esotéricos,

como son los bancos, entidades basadas en la con­fianza, ya entra la duda. Eso en la bolsa de los magos financieros, donde todos tienen calculadora y ojo clínico para ver la ganancia. Pero a nivel de la vida cotidiana ¿acaso son racionales las decisiones de compra? Pagamos por una gaseosa debido a una imperiosa sed o para obtener, a cambio del sacrificio monetario, la recompensa de alegría que promete su publicidad? ¿Y cuando una mujer compra y luego sacrifica sobre su cuerpo un perfume que los dioses le presentan como talismán de amor? ¿Después de la razón no vendrá nuevamente la emoción? ¿No dicen que empezó la era de Acuario?

¿Ha nacido el Dios Huachaca?

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Si bien expulsaron a los mercaderes del templo, estos se instalaron muy cerca, en la plaza del frente. Es ahí donde la televisión comienza a levantar un misticismo huachaca. Lo hace desde dos flancos: los programas religiosos, pero movidos por el lucro, y los comerciales cargados de mensajes evangélicos.

La religión negocio

Luego de haber explotado las posibilidades del impulso erótico, del anhelo de status y demás variables sicológicas de uso comercial, se descubrió en California una veta espiritual no explotada por la televisión. La soledad del hombre moderno, el stress de la ciudad, la devoción a Dios, y la angustia existencial estaban a la espera de algún ocurrente empresario para sacarles partido.

Estudios de mercado indicaron que la relación económica costo-beneficio podía ser tan favorable en una campaña publicitaria para promover un dentífrico como para promover a Dios. En un caso se promete higiene bucal y en otro, paz espiritual. En ambos brilla el metal como motivación.

Era cuestión de reunir el capital para producir programas angelicales, pagarle a las estaciones por transmitir la palabra, y vamos recaudando ofrendas.

Lo esencial, sí, para que la inversión fuera rentable, era crear un espectáculo que provocara un estado de ánimo proclive a las donaciones. Y para ello, nada mejor que aprovechar la tradición de

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destinar un día de la semana al culto y llenar el programa con referencias a la palabra y al Señor. Con ése aval, cualquiera va seguro.

Así apareció un tipo de programa especialmente destinado para el sábado y el domingo por la mañana que, valiéndose de un mensaje espirituoso y de vagas referencias a la Sagrada Biblia sustituye el servicio religioso propiamente tal. La vaguedad eclesial es para cubrir la mayor cantidad de credos.

Con ello también se re-creó el "espectáculo" del altar, porque un elemento central de las prácticas institucionalizadas cjue constituyen una religión es la noción de espectáculo ritual: la ceremonia, la re­presentación del sacrificio (misa), o la procesión, formas todas de adoración.

Pero en esta re-creación adaptan el servicio reli­gioso a los requerimientos propios de la televisión, vale decir le infunden ese peculiar ritmo de acción y lo sitúan en estudios especialmente diseñados para impresionar por pantalla chica.

Pasa así a ser mucho más sobrecogedores que una misa de verdad en el propio Vaticano si se quiere. Esto, por la sencilla razón de que la Basílica de San Pedro será muy imponente, pero no está concebida para la tele. En cambio esos vitrales si­mulados del estudio y ese haz de luz tras la cabeza de su pastor de la televisión crean el sobrecogedor efecto de aureola sobre un santo.

Pero mientras el comercial del dentífrico motiva a comprarlo en el supermercado, ¿cómo convertir

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en plata el impacto espiritual logrado por estos pro­gramas? Y aquí entra la estructura de apoyo.

Se crean egtas empresas conocidas en los Estados Unidos como TV-religions que, valiéndose de mo­dernas técnicas publicitarias, fabrican a determina­dos predicadores con sus clubes, fraternidades o bien familias. La idea es trabajar la soledad existencial ofreciendo sentirse partícipe de algo.

Luego vienen las tretas para convertir en dinero el beatífico impulso provocado por el predicador.

En el caso del tan alabado Rex Humbard^^", entre lindas canciones, prédicas livianas y escenografía imponente hay mucho testimonio de lo fantástico que es su pastor de la televisión, como se refiere él a sí mismo. Lindos viejos, jóvenes, enfermos de cáncer y llorones de todas partes atestiguan emocionados cómo él les dio luz. Nada dicen de cuánto pagan a dichos actores por representar esos papeles.

Él, por su parte, nos habla de cuánto nos ama y cuánto nos quiere Maude Aimée, su esposa. Y junto a un coro supuestamente integrado por su familia, da la primera estocada. Entre palabras muy intensas sobre nuestra salvación, a medida que la cámara se va acercando a un dramático close up (cámara dos, entra suave sobre Rex, debe ser el comando del di­rector del programa) y en el instante en que se insi­núa la blanca aureola sobre su cabeza, entonces nos pide con voz acongojada que le escribamos.

3" Dicho tele evangelista vivió de 1919 a 2007.

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Nos enviará gratui tamente su libro para curar la depresión, la soledad, la falta de fe y la pobreza.

Emocionados le escribimos y lo que nos llega en un sobre impreso con máquina addressograph, de esas que usa el banco para enviar la cartola, es u n panfleto, una tarjeta de pascua Yours in Christ, Rex Humhard Family y una carta de dos carillas asegurando que está orando por mí (!) esta Nav idad y que de acuerdo al Evangelio y a la vo luntad de Dios, bien podría mandar le plata. El sablazo ahora se argumenta asegurando que Dios nos dio su mejor regalo cuando nos dio a Jesiis, razón por la cual debemos ciarle a él, -Rex Emmanuel H u m b a r d , de Arkansas- una ofrenda especial para mantener nuestro programa en el aire.

Previendo la eventual idad de atraer peces gordos que prefieran algo concreto, nos habla también de la construcción de La Catedral del Mañana. Adjunta, además , una boleta bancaria para que este pobre creyente del sur, contribuya a su fortuna.^i

La adoración al producto

Si consideramos la programación como un todo continuo, incluyendo los avisos comerciales, es una

'̂ Dicha Catedral, hecha en Cuyahoga Falls, es un mega auditorio para 5.400 espectadores. Es la primera en ser especialmente diseñada para acomodar a la televisión.

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representación de la vida, en particular del templo. Al analizar sus mensajes vemos, especialmente los publicitarios, que no apelan a la razón, sino que a etapas inconscientes de la motivación.

Un producto anunciado, señalamos, no se plantea como algo racionalmente conveniente de adquirir y ni siquiera se explican sus propiedades físicas. Se le reviste de cualidades emotivas que en el fondo son de contenido espiritual. Veíamos que uno de los rasgos distintivos de la religiosidad es atribuirle a determinados objetos un valor emble­mático que sobrepasa lejos su realidad objetiva. Una medalla en sí misma es un trozo de metal labrado, el cual es investido de poderes muy superiores a las propiedades físicas del metal que la compone. Una vaca, igualmente, siendo un simple rumiante que da leche, es mascota sagrada en la India.

Ya la publicidad impresa tiende a atribuirle al objeto anunciado poderes muy superiores a los que realmente tiene. El perfume se presenta como la poción mágica que ha de atraer a los varones y el automóvil, como el talismán que ha de atraer a las damas. Pero en el aviso impreso estamos ante una imagen inmóvil, por lo demás está diagramado en forma que sea fácil distinguirlo del contenido editorial. Es una imaginería, sí, pero presentada en forma tangencial. Igualmente, el aviso de radio puede ser una experiencia auditiva, pero que no es plenamente envolvente, por lo tanto las tomamos como simples cogniciones "de oídas".

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En cambio, en televisión vemos una imagen en movimiento, dotada de vida, y que supuestamente es una filmación de la realidad. Está ocurriendo ante nuestros ojos, pero con la ventaja, para el avisador, de sorprendernos en medio del peculiar trance cuasi hipnótico de mirar tele.

El proceso de distorsionar la realidad con fines comerciales tiene así un efecto muy distinto en papel que en televisión. En uno hay que convencer, en el otro basta ver.

La publicidad en televisión manipula la realidad, de modo de asignarle recompensas espirituales al objeto que ha de ser consumido. Al observar los comerciales se aprecia que el Milo, por ejemplo, ya no es un chocolate soluble con calcio y fósforo: es el mejunje que te hace campeón, y prueba de ello es el niñito ganando competencias atléticas luego de ingerir un vaso. Las chinelas Roebuck no sólo son zapatos elásticos; son amistad y éxito en el colegio. Los chocolates Anton Berg no interesan por su gusto: son la clave del romance. Los tampones Tampax traen libertad. Sprite es el elixir de eterna juventud y Cinzano, el de status social. Para la virilidad están los cigarrillos Marlboro; para una buena relación entre padres e hijos, los Marshmellows Cadbury; para ser de buena familia, la gran familia Provida, que avanza unida", y para evitar la desgracia de la muerte, los seguros 7NG.

En este procedimiento de atribuirle poderes sobrenaturales al objeto promocionado, se llega a

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constituir un verdadero catecismo del congumismo, donde está previsto cómo ha de actuarse ante cada situación de la vida. La madre no ha de darnos su pecho para alimentarnos al nacer porque según fal­samente insinúan los comerciales de leche artificial, podría ser nocivo. Nada dicen que un destacado es­pecialista en salud pública, el Dr. Derrick Jellifer, hace años ya estableció una correlación entre el uso de leche artificial y la desnutrición infantil precoz. Tampoco mencionan que por este motivo el año 1977 se organizó un boicot mundial contra la firma suiza Nestle, que se trata de un negocio mundial de dos mil millones de dólares anuales, ni que la Orga­nización Mundial de la Salud acordó restringir el comercio de sustitutos de la leche materna.

De ahí en adelante la ingenuidad del niño, la in­seguridad del adolescente, el olor de las axilas, la obesidad, la emanación de la menstruación, el afán cíe romance, el impuíso erótico, el sentido de fami­lia, el miedo a la muerte, en fin, todas las situaciones existenciales son orientadas en dirección a alguna mercancía. Luego viene el fetiche de la cifra sola: ¡sea feliz, mil millones! Nada más, ni Dios, haría falta para alcanzar la plenitud.

Para aumentar la recaudación de sacrificios, la nueva clase sacerdotal aumenta las retribuciones espirituales del artículo de consumo. Preparad los caminos del Señor, aplanad los senderos, dice la Biblia. Por cierto, aplanad el país con autopistas, porque el Renault ya no es un mero auto que gasta bencina

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es, dice su propaganda, una nueva manera de vivir, vale decir, la salvación misma. ¿ Qué puedo hacer por ti? ¡Señor respondió él, que yo pueda ver! Jesús le dijo: Ahora mira, la fe lo ha salvado. Y al instante él recobró la vista, y él lo siguió glorificando a Dios?'^

Se ha llegado así a establecer una verdadera ido­latría al producto. Si estudiamos, por ejemplo, el comercial de Sprite Light, se aprecia que enfatiza sus poderes sobrenaturales. Empieza con una botella del refresco emergiendo majestuosamente del hielo ¡milagro!, sube sola, sin que nadie la empuje. Re­cuerda al falso dios Thulu de H.P. Lovecraft, el espí­ritu de la malignidad atrapado bajo el mar, que re­nace entre los témpanos al satánico llamado de sus adoradores. Otros no van tan lejos para hacerle el juego al maligno: lo avivan en la superficie, con sonrisas y lindas promesas.

La simple gaseosa, ese espíritu liviano e intras­cendente que parece haber en la superficie de las co­sas, conlleva el mágico poder de levitación hacia un edén pleno de amor, de alegría juvenil y de dicha, muy por encima de la copia feliz en que vivimos. Concluye el aviso con una especie de acto ritual de adoración al refresco, donde jóvenes levantando sus brazos reciben el agua que da vida: Sprite Light, idea que piratearon derecho del Evangelio. El que cree en mí... de su interior correrán ríos de agua viva. (Jn. 7. 37)

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Nuevo Testamento: Evangelio de San Lucas 18, 41-43.

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También la TV fomenta en labios de sus anima­dores el fervor al producto. En pleno programa lanzan reverentes loas al dios LG. ¡Santo, santo! es el objeto que auspicia nuestro programa, rezan.

Estas figuras de la tele son modelos de compor­tamiento comparables a los sacerdotes de la anti­güedad. Son el ideal, los seres investidos del poder divino, los dispensadores de la grada, vale decir, los que tienen y regalan plata. A ellos hay que seguir, como ellos hay que ser, es la consigna.

Al doblegarse personalidades públicas, políticos o artistas, a los imperativos mercantiles de la tele, sea probar la cosa o recibirla de regalo, están seña­lando que por encima de la dignidad está el dios plata. Business is business, dicen los hombres de ne­gocio para justificar las impudicias a que lleva el afán de lucro. Todo vale si da dinero, el perdón de los pecados, el crimen que el rico (en caso de ser pillado) transa por una retribución monetaria, la vo­cación profesional y el amor a tal o cual persona.

En esta línea de imponer a rajatabla una forma de determinismo económico, resucitan del fondo del olvido el vihpendiado materialismo histórico que propugna el dinero como el móvil central de las relaciones humanas, de la lucha de clases, del arte y de la historia, con desprecio absoluto al idealismo.

Llevado a la tele, vemos que el programa estelar suele culminar en el acto de ganar una mercancía. El concursante de las diferentes pruebas que le pone el Señor, recibe del altísimo su mayor don: un auto.

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¿Es idolatría? Rotundamente sí, pues idolatría es adorar una cosa como si fuese Dios. En palabras del teólogo alemán Paul Tillich, es ¡a elevación de una inquietud preliminar al nivel de finalidcid.^^

Se distingue en primer lugar, la idolatría explí­cita, cuando se venera un astro, un rey o una estatua. Es el caso de la devoción cJel pueblo judío al becerro de oro mientras acampaba al pie del Sinaí a la espera de los mandamientos, el primero de los cuales prohibe adorar algo aparte de Dios.

Pero además, la moral cristiana condena una forma más sutil de idolatría: cuando alguien, sin caer en la idolatría explícita, le atribuye a una cosa virtudes propias del poder divino. Es idolatría darle a un objeto el carácter de fuente fiíial de bienestar interior, pues eso sólo Dios lo da. Al sindicar a una estatua como embebida de dones espirituales, o sea capaz de provocar amor, paz existendal o felicidad sin referir esos dones a ía benevolencia del supremo hacedor, se está haciendo del yeso pintado un ídolo.

También es idolatría venerar un objeto más allá de sus propiedades objetivas, vale decir mirar un auto como más que artefacto mecái-tico y asignarle cualidades de ascenso humano o logro vital.

El agua que os daré será una fuente de vida eterna (Jn. 4,14). A fin de inducir la ingesta de una gaseosa ne­gra, predican desde el pulpito mediático que tiene poderes: es la alegría de vivir, cantan Í;US jingles.

P. Tillich: Theology of Culture, Oxford Uiiiversity Press, 1959.

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Mientras Cristo suavemente dice a sus apóstoles Vosotros sois la sal de la tierra" (Mateo 5, 13), la torre de Babel, la de las antenas, anuncia al mundo, y con volumen amplificado, que la Coca-Cola es superior a la propia salvación: es la chispa de la vida.

En conclusión, la TV, a igual que los videojuegos, impacta de lleno la estructura ética de nuestra era. Manosea el sentimiento religioso y con ello, el fun­damento valórico de la sociedad. La familia, la ju­ventud, la política-farándula, los estilos de ropa y de vivienda, todo lleva la impronta de la teología del consumismo que propala. Es consubstancial al nuevo totalitarismo que nos rige: el dinero.

La Bestia, ¿será el Dios Huachaca?

Me paré sobre la arena y vi surgir del mar una Bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos y en sus cuernos diez

diademas y sobre sus cabezas, anuncios blasfemos.^*

•"' Sagrada Biblia: Apocalipsis 13,1.

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Capítulo VIII

LA IRRUPCIÓN DE LO HUACHACA EN EL PAÍS PROFUNDO

La televisión es tan para la ciudad como el pavi­mento para el auto. La urbe es su causa y su cauce, es en su ambiente artificial donde mejor corre y es en su vida acelerada donde mayor sentido tiene.

En Latinoamérica, veíamos, se desarrolla al son del proceso de urbanización. Tanto debido a la mi­gración rural-urbana como al mismo crecimiento demográfico de la población ya radicada, entra en escena una vasta masa de bajo nivel educacional y de altas expectativas.

La campaña civilizadora iniciada por los padres de la patria ya no es capaz de expandir el sistema educacional a la velocidad requerida para asimilar plenamente esa masa a la racionalidad occidental. Entonces, señalábamos, este invento viene a reafir­mar en su medianía al extraviado entre dos cultu­ras. En lugar de acrecentarle su conciencia original de transición, lo inmoviliza donde está, creando esta peculiar cultura de las características descritas.

Pero esto ocurre principalmente en la ciudad, en especial en la capital del estado-nación. ¿Qué pasa entretanto en la base, allá lejos del centro? Desde la inauguración de la escuela pública que no ocurría algo de tal trascendencia en la comunidad local.

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La campaña civilizadora se había hecho presente -donde alcanzó a hacerse presente- con la escuela. La educación fue el instrumento para implantar la civilización. Se inculcó, aún con fuerza policvial, el hábito de mandar los niños a la escuela y con tal ahínco que la frase estudiar es progresar pasó a ser un dicho popular. El destino de esos niños fue según lo que aprendieron, o no, en primaria.

Unos partieron, otros se quedaron y alguien vol­vió. Volvió con un televisor Sony al hombro.

Medios para comunicar cultura habían llegado antes a Petorca. La palabra impresa se hizo presente décadas atrás en la forma de diarios populares que trae el bus, de revistas usadas que venden los co­merciantes ambulantes y de algunos ejemplares del Nuevo Testamento obsequiados a los campesinos durante las misiones.

Libros, pocos. El lugar más cercano para comprar uno, nos dicen, es La Ligua, un próspero pueblo a la entrada del valle, a unos 48 kilómetros. Allá pre­guntando siempre por libros llegamos a una tienda múltiple donde hay desde baldes hasta revistas por­nográficas. ¿Libros? Hay de caja mayor, de cheques, y de nueve columnas. Son los de contabilidad exigi­dos por Impuestos Internos.

También llegaban diarios de La Ligua. Eran tres. La Libertad, La Opinión y La Razón. Pero de libertad ni de opinión se supo más y la razón, sólo los jueves.

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A la escuela mandan textos, uno al año para cada niño inscrito. A veces son todos del mismo nivel, (Lectura para 3.° Básico), porque los funcionarios ol­vidan que habiendo 120 alumnos en una misma es­cuela, los hay de distintas edades y cursos. Más fácil uniformar el paquete. Los niños, por su parte, sólo los pueden utilizar en la sala de clase, porque, como cuenta un profesor, a menudo en sus casas los pa­dres los usan para atizar el fuego, y si los dejan afuera, se los comen los chivos. A la escuela han lle­gado, además, libros como El Mío Qid y Desolación, de Gabriela Mistral, pero como son bienes fiscales inventariables, se guardan bajo llave en un armario. Así no hay problema al rendir cuentas.

Por cierto había llegado asimismo la radio tran­sistor y vemos una colgando del cacho de un buey enyugado que va arando un potrero en el bajo, otra en el báculo de un comunero pastoreando sus ca­bras hacía ía cordillera y otra en una cueva de las altas serranías, donde viven tres viejos pirquineros que florean una "minita" de cobre. Pero la radio, a pesar de trasmitir una buena cantidad de música extranjerizante, también comunica la propia.

Además, por ser la transmisión i-adial posible a pequeña escala, se asienta en comunidades locales. No así el invento que Armando desempaqueta ufano en su casa.

Es una choza de quincha embarrada hacia el in­terior de una quebrada entre Cabildo y Petorca, y forma parte de un pequeño caserío clonde al centro.

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en un intento de plaza, están frente a frente la capi­lla y la escuelita pública, es decir, las versiones locales del cimiento moral y de civilización.

Como el bus corre por el valle Longotoraa sobre "la huella", como le dicen al camino, a la hora de pasar baja del caserío un niño arriando una muía, por si vienen pasajeros con quintales de harina o fardos pesados. La muía se llama radiotaxi y arriba de ella, junto a un pack de latas cié cerveza y a una maleta de cartón, llegó el televisor.

Son familias campesinas que desde antes de la memoria trabajan en comunidad esas serranías ári­das pastoreando rebaños por las quebradas, sem­brando huequitos donde brota agua e hilando lana para chalecos y chamantos de La Ligua.

Entre la implacable expansión de las haciendas circundantes, el bajo precio que obtienen por su producción de queso de cabra, la sequía y el aban­dono, esas gentes quedaron arrinconadas por una miseria de niños descalzos y de noches heladas.

La escuela se fue quedando atrás, pero las esta­ciones repetidoras avanzaron ptw las cumbres hasta ofrecer una señal radiante. Entonces al prender el televisor había de producirse el milagro tantas veces repetido en faldeos de la cordillera de los Andes, desde la Patagonia hasta la Sierra Madre en México. Personas que nunca han asistido a un concierto u ópera, ni han ido jamás al cine o al teatro, veían extasiados aparecer Hollywood entre el humo del fogón.

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Ahí estaba el excitante Schweppes, el demoledor Buck Rogers en su nave espacial, las sagaces Angeles de Charlie, el feroz Hombre de la Atlántida, y las noticias del mundo en un mundo de noticias. (TVN)

Todo a la vista, ahí mismo y en colores. El agua se trae en balde del pozo y la leña, al

hombro del cerro. No hay electricidad, por lo cual fue necesario conseguir una batería de camión, que ahora cada dos semanas se lleva al pueblo a cargar.

Tampoco hay baño ni letrina cerca. Para esos menesteres están los corrales adyacentes a la casa, donde pasan la noche los chivos.

Hay dos colchones de lana bruta para los cinco niños y tres perros que duermen a los pies. No hay refrigerador para guardar alimentos frescos, ni cocina, ni sábanas, ni camas individuales, ni idea de cómo curarle la diarrea al recién nacido.

Para comprar el Sony, Armando Escárate estuvo una temporada trabajando de cocinero en una goleta pesquera de Iquique, de donde lo trajo. Antes de partir había vendido La Perla, su vaca lechera con cría, y seis de sus mejores cabras. Costó trabajo criar esa vaca (eran dos terneras, le robaron la otra) y linda venía la cría, pero es que así aprendimos, dice.

-Lo más principal, explica, -es que estos chicos míos no sean tan embrutecidos como lo criaron a uno, la pobrería deja corto al niño, sin estudio.

Resultados: 1.- A la sufrida radiotaxi le hicieron un arnés para

cargarle baterías de auto sobre el lomo.

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2.- En la mesa de entrada donde dejan los baldes con agua hay una caluga de champú Sedal. Es para cabello graso y está a medio vaciar, apoyada para evitar que se derrame el champú restante. La pre­sencia de este producto, junto a cabelleras notable­mente limpias, indica cómo un breve aviso comer­cial puede crear un hábito, en este caso, sano. En el mismo sentido, se observa la presencia de jabón de tocador Lux -producto antes rara vez visto en el campo- y de Baygón, gracias al cual recibimos de los perros meneos de cola sin sus típicas pulgas.

3.- Ha mejorado el nivel del fútbol local. Las pichangas de antes eran la pelota convertida en un cometa seguido por una estela de 22 jugaciores. Ahora cuando juegan en Petorca, se observan partidos con planteo táctico. Esto se debe en gran medida al efecto demostrativo de los partidos internacionales trasmitidos por televisión y a las enseñanzas de los comentaristas, por lo que el área deportiva sería la de mayores logros educativos.

4.- La familia Escárate comienza a sentirse parte del mundo. Antes se le oía la voz a la señora para puro retar a los niños o corretear los pollos. La con­versación en las tardes alrededor del brasero, por llamarle así a los esporádicos intercambios de monosílabos, era sobre las ocurrencias de los ani­males domésticos (el perro que se comió la lavaza, la oveja que se le desbarrancó a los Mayorga, etc.) o sobre hechos estrictamente locales, como el tiempo o los vecinos.

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Cuando llegaba alguien de afuera al caserío, los niños se escondían de vergüenza. Ahora se entiende lo que hablan -la pronunciación se ha hecho más universal- y se hacen comentarios sobre el show.

5.- Los jóvenes campesinos empiezan a sentirse desubicados en su ambiente. Ahora no es sólo la po-brería estructural que los empuja hacia la ciudad; ese horizonte de 12" que se abre con el botón Power atrae hacia la urbe.

No muestra la tele formas de crecer en las áreas rurales; menosprecia la vida de campo. Lo natural, lo convivencial, la paz interior, la relación armónica con los elementos, el trabajo en familia, abastecerse a sí mismo, nada de eso es comercial. Tampoco es negocio satisfacer las necesidades educacionales del país interior ni reforzar las culturas locales.

Programas que tomen en cuenta la agricultura familiar, enseñando desde cuidado materno-infantil hasta técnicas para trabajar bien la tierra, no. Cursos de alfabetización, de historia o de aritmética, tam­poco. Otros más específicos de regadío en secano, de ganadería, de meteorología o de horticultura, que servirían para aumentar la productividad, me­nos, siendo que es precisamente en las lejanías donde más hace falta la comunicación inalámbrica.

Farándula sí, bailes gringos también, todo bajo luz artificial y maquillaje. Viendo el Disco Break, un show musical en inglés, Nora, la hija mayor, de dieciocho, aprendió Reggae, el baile jamaicano de los Rastafari, mientras el propio de AndacoUo, nada.

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Ella no piensa en casarse con alguien de aquí, porque "no se halla en el campo". Ha visto algo tanto más glamoroso y fácil que lechar cabras y cardar lana. Todo progreso parece estar radicado en la capital. Dale en tu corazón un lugar a Santiago, canta la tele, junto con mostrar lindas vistas.

Nora se lo dio. En vez del chaleco de lana natural, de los que tejen en la misma casa con lana de sus ovejas, prefiere su resplandeciente suéter de banlón fucsia.

Muy linda la capital, Nora. Cuando hayas termi­nado de fregar los platos del almuerzo ajeno y la patrona se acueste a dormir siesta, podrás, además, mirar las seriales del trece. Domingo por medio te dejarán salir en la tarde.

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Capítulo IX

LA ALTA CULTURA EN LA TELE

A pesar de ser el instrumento difusor de la cultura huachaca, algunas expresiones de la alta cultura suelen asomarse a la pantalla. Están los llamados programas "culturales", las entrevistas a destaca­dos científicos, los espacios de televisión educativa y demás excepciones que confirman la regla.

Lo paradojal es que dicho invento sea obra de la alta cultura. Es la culminación de investigaciones científicas en física, química y electrónica que vistas globalmente están enmarcadas en la racionalidad técnica que arranca con el matemático e inventor griego Arquímedes de Siracusa (287 - 2 1 2 a.C).

¿Cómo un invento tan fantástico, obra acumula­tiva de tanto sabio de distintas épocas y naciones, pasa a ser instrumento de la huachafería?

Primero, ten presente que no es verdad la repe­tida cantinela de que la tele es tan mala aquí como en la quebrada del ají. En Estados Unidos, Rusia o Australia hay su dosis de leseo, el típico show que imitan acá. Pero en la televisión abierta, incluso en el ancho país inventor de la farándula, está siempre presente la alternativa del PBS {Public Brodcasting System) que, a través de sus 354 estaciones, irradia por todo Estados Unidos programas educativos.

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ídem el cine arte que uno ve en Moscú, películas de dos horas, en idioma ruso sí, que transmiten por la tele sin interrupción alguna.

En el corte que hay en Latinoamérica entre la alta cultura y el medio televisivo de alcance popular, los sabihondos tienen algo de culpa. La intelectualidad (artistas, científicos, profesionales, ideólogos de la política o la economía y académicos de alta prosapia) busca más servir al dinero que al pueblo. En el ambiente sesudo lo que cuenta es el reconocimiento extranjero en la forma de recursos financieros para proyectos de investigación, de ser incluido en revistas científicas y eventualmente de agarrar una pega en dólares en país rico.

Entonces llegar a la gente, sea yendo a provincia o comunicando lo suyo en un medio de masas, como es la tele, no es considerado de buen tono. Su reacción al nuevo invento recuerda la de similares estratos ante el cine. Inicialmente se le considera un medio de diversión populachera, indigno de consideración seria. El mérito del cómico Charles Chaplin fue, curiosamente, haber sido tomado en serio. Con él se empieza a pensar el cine.

A primera vista la situación de la televisión es similar a la del cine pre-chaplinesco: desprecio mutuo entre intelectuales y el medio; unos dicen que la TV es chata, los otros que lo cultural es aburrido. Los intelectuales no miran televisión y los que manejan el medio no se interesan en los creadores ajenos al circuito íntimo.

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Así todo, no basta un Chaplin para elevar el nivel del medio: en otras partes del mundo la televisión ya "despegó" hace mucho tiempo y hay constantemente programas -reportajes, dramas o comedias- de muy alto nivel.

El argumento de que en países ricos hay mayor capacidad de hacer cosas buenas debe descartarse a la luz la prodigiosa capacidad del mundo latino para producir artistas, científicos y escritores de re­lieve mundial. Habiendo tanta inteligencia, ¿por qué no la iba a haber en televisión?

Encima, mientras el cine nace para lucrar, la tele se instala para educar. Por ejemplo, la ley N" 17.377 que regula la TV chilena establece que: La televisión como medio de difusión ha de servir para comunicar e in­tegrar al país, difundir el conocimiento de los problemas nacionales básicos y procurar la participación de todos los chilenos en las grandes iniciativas encaminadas a re­solverlos; afirmar los valores nacionales, los valores cul­turales y morales, la dignidad y el respeto a los derechos de la persona y de la familia; fomentar la educación y el desarrollo de la cultura, en todas sus formas; informar objetivamente sobre el acontecer nacional, y entretener sanamente, velando por la formación espiritual c intelec­tual de la niñez y la juventud.

Más aún, a fin de asegurar que tan nobles ideales se cumpliesen de hecho, se le entrega la facultad exclusiva de operar estaciones de televisión a una corporación estatal de servicio público, como es Televisión Nacional y a instituciones solventes de

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educación superior, como son las universidades de Chile y la Católica. Estas habían archi demostrado, por medio de sus orquestas sinfónicas, bibliotecas y compañías de teatro, su vocación por extender la cultura más allá de sus aulas.

Una buena cantidad del presupuesto de las uni­versidades debe destinarse a equipar y financiar su respectiva corporación de televisión, o sea, en aras de este medio se sacrifican recursos para investiga­ción científica y formación profesional.

Otra diferencia con el cine es que en sus comienzos éste se debatía abrumado por problemas técnicos que no lo hacían muy atractivo ni para cineastas ni espectadores. La televisión, en cambio, rápidamente alcanza un alto nivel técnico junto a una vasta clientela.

Igual, la alta cultura pierde el control del invento. Como aquí nos ocupa la responsabilidad que en ello pudiera caberle al estamento intelectual, veamos tres situaciones en las cuales suele dar la cara: la entrevista al científico, el programa "cultural" y el académico visto por la farándula.

La entrevista al sabio.

La invitación a participar la hace en forma impera­tiva la productora del programa el día antes a lo sumo, seguramente para no dar tiempo a pensar lo que va a decir. Por sorpresa entonces, el imputado a comparecer ante las cámaras a causa de recibir un

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premio, de haber inventado la rueda o de haber sido hallado culpable de publicar un libro, se en­cuentra una noche de cara a un lente con luz roja.

No es la televisión que ha venido al habitat del científico, es éste quien ha ido a un extraño recinto llamado estudio de televisión. Esto del habitat no es sólo cuestión del terreno donde se desenvuelve el quehacer intelectual, cuestión que podría resolverse con un equipo móvil; es también la velocidad, las preguntas, los focos, los raros invitados que ponen a su lado y el ambiente lúdico que no siempre son los que quisiera el académico. Está en cancha ajena y con la piel cubierta de un colorete pegajoso que le embadurnaron encima en la sala de maquillaje.

Es todo un ritual antropológico al cual se está sometiendo, una práctica tribal de iniciación como es aparecer tras una cortina al son de una bu­llanguera fanfarria de orfeón sin guaripola.

Ahí capta cuanto más importante es la forma que el contenido. Cuatro minutos para hablar de un libro que tardó dos años en escribirse, preguntas insólitas cuyas respuestas a nadie interesan. Lo decisivo no son las ideas, sino las apariencias: el timbre de voz, la pinta y la habilidad de la maqui-lladora para disimular las ojeras y tener una nariz que no traspire. Una gota de sudor en la nariz puede arruinar de por vida su imagen. No cuenta, entonces, el contenido de su obra; es el "ángel" lo importante, el aura que da un cierto físico unido a la habilidad de hablar sin decir nada.

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Un estudio de televisión tiene que ser lo que hace más de dos milenios vaticinara Platón en su relato del mito de la caverna, una bóveda oscura donde unos pillos mueven antorchas para hacerle creer a los esclavos ahí encadenados que están en la gloria.^5 Es fj-fo y lóbrego, el cielo es un andamiaje de hierros donde cuelgan focos que parecen ojos de cíclope, mirando fijo hasta el momento de pren­derse con luz cegadora. Tres cámaras fumadoras montadas sobre ruedas van y vienen probando en­foques; tras cada una de ellas corre un camarógrafo enlazado a su máquina por enormes audífonos que parecen jalarlo de la cabeza.

Una vez, mientras disertaba yo sobre el libro Chile 2010, una utopía posible, uno tiró lejos los audí­fonos y empezó a vomitar vino tinto al suelo. Una voz de ultratumba estalla por altoparlantes ocultos: ¡Lalo conecta al entrevistado dos! Llega Lalo y sin mediar explicación alguna me amarra un cable negro alrededor del cuello y cuelga un micrófono bajo mi corbata. No lo toque, mire que está muy eléctrico el audio, advierte.

¿Muy eléctrico el audio? Disimuladamente uno sigue con la vista la soga

al cuello: conecta con un coso automático lleno de enchufes. Capaz que lo electrocuten a uno si expele al aire una opinión.

35 Está en La República de Platón (427-347 a.C). Ver cap. XV del libro de Pablo Huneeus: Filosofía Clásica.

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De nuevo la voz de ultratumba: ¡Entrevistado dos, hable! ¡Sí, hable para probar el audio! El animador está ocupado con el libreto, los utileros trayendo ceniceros y moviendo focos, la productora clama para que vengan a trapear el tinto, así que uno habla solo, cual idiota, hasta que la voz ¡y qué voz! grita ¡basta!

Anuncian que ya vamos. Se encienden los focos y estiran las corbatas. Un, dos, tres, ¡ahora! Es como si hubiesen conectado la palanca de la silla eléctrica, a diferencia de que al ser ejecutado uno podrá tiritar a gusto, en cambio aquí la tensión, a pesar del frío reinante, ha de provocar amables sonrisas.

Buenas noches amables televidentes, aunque son recién las 10:20 AM. Grabando algo entre las Dolly Sisters de Buenos Aires, un notario solemne y un humorista brasilero, se tiene la inquietante sensa­ción de que bien puede ocurrir que las Dolly Sisters analicen la situación social, que el sociólogo cante o el notario baile. Hay que estar siempre listo para ser interrumpido por un burdo comentario. Además, cuando menos se espera, uno queda hablando en banda porque llegó el momento de Cecinas Winter, una deliciosa costumbre alemana.

Así, para alivio del torpe, uno descubre que en la pantalla no caben sutilezas ni explicaciones lógicas. Un argumento puede refutarse con un chascarro y un pensamiento, con una mofa.

Ya en tiempos de los programas de conversación se vio que en el ruedo del estudio triunfan no las

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razones, sino que las actuaciones. Una afirmación se valida con un tono pomposo de voz y una chiva pasa con cara seria.

Entonces, si uno se mantiene a nivel del sentido común -ejercicio siempre útil para el intelectual- y habla como quien conversa con el vecino, y de los nrismos tópicos cotidianos, lo ha hecho super.

Basta elevarse un poco más arriba de las superfi­cialidades corrientes para arriesgar una sanción por sesudo, apelativo fatal en tal ambiente.

En cuanto se eleva el diálogo el animador -sumo sacerdote del cavernoso ritual- o la siempre risueña entrevistadora interrumpe con una pregunta bruta que trae a tierra la paloma de la inspiración.

Preguntarle al profesor Joaquín Luco, Premio Nacional de Ciencias, en medio de su clarísima ex­plicación de cómo el cuerpo se regenera a sí mismo, por qué sólo usa corbatas humitas, se llama "aterrizar" al entrevistado, bajarlo.

De este modo, el portento de la inteligencia se encuentra hablando de corbatas. Ha sido puesto a tono con la radiante mediocridad que lo circunda, es otro más del show que debe continuar. Como Luco, por añadidura, es un actor natural de gran expresividad, hace muy bien su número.

Número del show por supuesto, pero aquella oportunidad de comunicar masivamente algo de las verdaderas inquietudes de un científico, se ahogan en la trivialidad. Y el televidente que se interesó por conocer esa inteligencia se quedó con la imagen de

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su "ángel", que poco o nada tiene que ver con el sabio entusiasta explorando la vida que podemos conocer en el Laboratorio de Neurofisiología.

Si el televidente siente esa frustración, fácil es imaginar la del académico. Quiso comunicar una idea y gracias a su conocimiento verdadero y a su experiencia con alumnos novatos, sabe hacerlo claramente. Pero en un medio ajeno, quedó expuesto a las veleidades de su ángel de la guarda. No alcanzó a explicar bien de qué se trata ni a comunicar la vibración de su investigación. El detalle fascinante, el descubrimiento insólito que lo enorgullece, nada de eso pudo dar.

Lo peor es la impresión íntima de no haber estado a la altura. En relación a su nivel, sabe muy bien que anduvo volando bajo. Ante cientos de miles de espectadores explicó su obra en términos de evento, así medio casualmente, entre una y otra trivialidad. Se siente frustrado pues, al desconocer las leyes secretas del medio, ignora que se trataba, justamente, de volar bajo.

Su señora, la mamá y los niños lo felicitarán, aún cuando -claro está- no se veía como César Antonio. Sus colegas tampoco le confieren mayor valor a tan arriesgadas actuaciones en la cuerda floja. Aunque son extensión universitaria (peor es nada), más bien causan sorna y envidia entre sus pares.

En síntesis, en corral ajeno se ha desenvuelto po­bremente. Seguramente un animador experimenta­ría similar frustración al actuar en la cancha del

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académico, debiendo enfrentar aulas de estudiantes críticos o ante un procedimiento de investigación científica. El científico en un estudio de televisión se encuentra tan perdido como el animador en un laboratorio de neurofisiología.

Lo mismo otras expresiones de inteligencia no escénica, como pueden ser los profesionales, escritores o pintores. Se hallan fuera de contexto en la televisión. Han sido invitados a darle un barniz de cultura a un medio en poder de una tribu salvaje de rostros pintarrajeados por la maquilladora de turno y acuchillados por el bisturí del cirujano plástico. Sin otro pago que verse en pantalla, el en­trevistado contribuye a encubrir esa banalidad. Su nombre y algunas frases dan una apariencia de buen nivel. Lo vieron, ahí estaba, pero nadie vio cuan amordazado estuvo por los carapintada.

El académico reacciona, entonces, considerán­dola un medio populachero, en el cual es imposible expresar algo de buen nivel. En lugar de aprender el lenguaje de la televisión, se cierra ante ella, tal como el zorro en la fábula de Esopo rechaza las uvas demasiado altas por considerarlas verdes.^^

Los programas "culturales"

Además de llevar ocasionalmente a alguien que la piensa, están los programas "culturales".

3̂ Esopo, autor de fábulas sobre animales, siglo VII a C.

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No pretendemos aquí juzgarlos, porque respecto al de mayor éxito televisivo, esa función le compete al Cuarto Juzgado del Crimen de Santiago y su principal figura -el supuesto profesor- fue declarado reo por el delito de estafa. ̂ 7

El desenlace de Un millón para el mejor no fue un accidente fortuito debido a la venalidad de un ani­mador que vendía de antemano las preguntas del millón; fue el resultado de la contaminación provo­cada por el manejo comercial de un medio educa­cional. La mala conciencia ante tan visible distor­sión llevó, en el país de los arreglos con alambritos, a establecer los jueves en la noche una Franja Cultu­ral en la cual todos los canales habían de ofrecer programas de buen nivel. Es como si los colegios, en aras del financiamiento, estuvieran convertidos en cabarets y ante tal deformación se discurriera una franja educacional en la cual los días jueves se corta el leseo para hacer clases.

Pero debían hacerlo al unísono porque si uno enseñaba el otro aumentaba la fiesta, con lo cual por cierto atraía a la clientela. Se instauró, pues, como mandato superior del Consejo Nacional de Televisión para evitar que mientras uno trasmitiera algo digno de la alta cultura, otro le quitara sintonía con peleas de box y otro más, con nalgas de corista.

3̂ Al final se probó que concursantes supieron antes las preguntas, pero no por culpa del mentado profesor.

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igual, la huachafería no iba a ceder tan fácilmente y así pudimos ver creaciones como la serie Los amores de Napoleón, amores que, según revelan, culminan con la gonorrea del emperador. O sea, el lado más truculento del amor al nivel más bajo del héroe.

Pero en el ámbito de los programas "vivos" pro­ducidos aquí, que nos interesan, la más exitosa fórmula para el medio en su actual coyuntura fue la competencia por el millón antes mencionada.

Ingredientes: medio pelo de barniz cultural, po­sibilidad de integrar al programa mismo a varios auspiciadores, público expectante para la necesaria bullanga y variedad de contraplanos, concursantes azotados por un jurado cruel, premios en metal y adoración ritual al Dios Huachaca. Revuélvase con animadores sonrientes, agregúele un jurado solemne, aunque no serio, corte dos rebanadas de concursantes de sorprendente memoria, sazónelo con la gradual acumulación monetaria -plata, harta plata- hiérvalo de una a otra semana en un mejunje teatral que se vacía en un gran final. Luego, sírvalo al público en un canal universitario sazonado con abundante publicidad.

El conocimiento, no como un valor en sí mismo, sino como un medio de ganar dinero, la memoria como instrumento atlético de la carrera al millón (por lo demás, el millón, contrario a lo que se le dio a entender, se pagaba en productos de la industria auspiciadora, como jabón) y la sabiduría convertida en fechas y detalles insignificantes.

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Así, vimos a autoridades en antropología caer mudas en el concurso sobre historia del cine, ante una pregunta sobre el revelado a color y a los primeros pasos del cristianismo reducidos a una melaza de nombres de viejas herejías.

Interesante oír mencionar a Teodosio, a Ariano, a Atanasio, obispo de Alejandría y a Sabelino. Pero esos nombres así enumerados por un señor que los masculla contra el reloj y fuera del contexto de las pugnas teológicas en torno al Credo Nicense, tienen tanto sentido como contar hasta cien en sánscrito.

¿Es sabiduría eso? El germen de la malformación estuvo en dar

prioridad a los imperativos televisivos sobre los culturales. En esa línea, interesa más un profesor con sentido escénico que uno con proyección aca­démica, más una ambientación de show que una de sabiduría, más la realización de un programa entretenido que la de uno profundo. Entonces, basta que tenga cara de profesor, aunque sea un chanta y que tocio se vea limpio, aunque la mugre hieda.

El académico visto por la gente de televisión

En las estaciones de televisión, que son las aulas de la sociedad moderna, es dogma que la alta cultura no interesa al público.

Sus directivos -docentes de la nueva cátedra-creen que si el nivel educativo sube, la sintonía baja. Dada la populosa matrícula que tiene y lo que se

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quiere del aletargado televidente, quizás así sea. Y si no lo es, harán todo cuanto puedan por avalar el dogma. Si el objetivo del show es el del cabaret ~ estimular el consumo- ciertamente una perorata sobre física quántica será mal recibida. ¡Qué siga la fiesta, aullará la plebe ¡queremos filete y copete!

Por su parte, la televisión tiene su propio len­guaje y su especial técnica. Así como la palabra im­presa requiere de un aprendizaje que va desde el estilo de redacción a las técnicas de impresión, el medio audiovisual requiere su noviciado para subir al altar. Lo que ha ocurrido con este medio es que su condicionante tecnológico es tan dominante, que los técnicos se han hecho cargo del contenido. ¿De que serviría el progreso si únicamente los ingenieros electrónicos pudiesen usar computador?

Entretanto, los contingentes de la campaña civi­lizadora tardaron demasiado en aprender a emplear este instrumento educador.

Absurdo, si se piensa que la ciencia es de los fenómenos que más atrae la curiosidad humana y el programa Cosmos del astrofísico Cari Sagan, transmitido por el PBS de Estados Unidos, desplaza de las primeras sintonías a las balaceras. No hay nada en ciencia que no pueda explicarse al hombre medio, dice Sagan, y su programa en que explica desde la gnosis de Anaximandro a la relatividad de Einstein, así lo demuestra.

Varios factores estarían obrando para llegar a conformar esta actitud hacia la alta cultura:

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Actitud de "comunicar es rebajarse". Subsiste en la torre de marfil la tara clasista de mantener una lingua sacra, un idioma sagrado, con el cual ellos, los dueños de la primera palabra, ejercen poder. Tan arraigada en la elite eclesiástica y científica de la Edad Media estuvo la compulsión de mantener el conocimiento bajo su férula, que difamaron al monje reformista Martín Lutero (1483-1546) por traducir la Biblia, que estaba únicamente en latín, a un idioma inteligible al pueblo, como el alemán.3*^

Dicha actitud medieval de restringir la informa­ción persiste en la pauta de los guardianes del templo de mantener ellos, bajo llave, el tabernáculo del saber. Que nadie más sepa ni entienda, es la ac­titud; para cortar el queque estamos nosotros, los iluminados. Nada de automedicarse sin pagar una consulta ni de hacerse su propia casa sin empresa constructora. Menos, aprender por su cuenta, como lo hiciera el ensayista autodidacta Albert Camus (1913-1960), premio Nobel 1957.

En ese contexto, lo correcto es decir lo que todos saben en palabras que nadie entiende, para mantener así el ascendiente. Del mismo modo, dar claves del saber por un medio masivo de comunica­ción, es una traición que rebaja al académico y lo hace merecedor de la pena de envidia perpetua.

38 Salió en 1534; la primera traducción al inglés, por Miles Coverdale, en 1535; y la primera al castellano, hecha a escondidas por Casiodoro de la Reyna, en 1569.

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Falta de sentido de imagen. También, mucho procer del intelecto carece de sentido de imagen, o sea imaginación, y sus proyectos son para hacer en televisión lo de siempre: hablar de cuerpo presente.

Valerse de medios audiovisuales está fuera del campo de la experiencia docente. El método de enseñanza a que está acostumbrado el profesor y en el cual se basa todo el sistema -hablarle desde una tarima a una treintena de alumnos sentados- es el mismo del Doctor Angclicus Universalis Tomás de Aquino (1225 -1274) en la Universidad de París.

Está por inventarse la manera de preservar una clase realmente magistral del maestro con más que la grabadora clandestina y de poder usarla, aunque sea como registro, para enriquecer la educación.

Sentido del tiempo. Para quienes están habitua­dos a latear a los alumnos en tandas de hora y media, cuesta entender que un minuto sea eterno de largo en televisión. Síntesis ¿dónde estás?

Falta de humor. Otra queja frecuente es la falta de humor del mundo intelectual. Esto parece una banalidad, pero en realidad apunta al problema de fondo que es hablarle a quien (la dueña de casa) y dónde (en la cocina) cuando no es la estilista en la peluquería o el rondín en la caseta. La tele es pues, un medio íntimo, que al hablar de cerca requiere un tono familiar, donde el humor es clave.

La impersonalidad. Comunicar es esencialmente un proceso de contacto personal que los medios pueden multiplicar para llegar a más personas.

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pero donde es imposible sustituir el toque humano, único e individual del comunicador.

Ahora bien, existe una tendencia en las grandes organizaciones a impersonalizar. Es el gobierno que dice, el instituto que estudia o el proyecto que descubre en circunstancias que hablar, estudiar o descubrir son actos propios del individuo. Esta búsqueda del robot sin rostro, si bien es funcional tratándose de trabajos científicos, en televisión es mortal.

Se hace imperiosa, entonces, la necesidad de que la inteligencia civilizadora aprenda a usar el medio audiovisual, sobre todo de cara al rol que está 11a-macla a ciesempeñar la televisión luego de efectuar su desinfección.

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¿SABÍAS QUE...?

• En los Estados Unidos un niño en promedio mira tres horas diarias de TV y al llegar a séptimo básico ha presenciado 8.000 asesinatos más otros 100.000 episodios de violencia militarista. • En respuesta al imperialismo cultural los 50 top shows de Inglaterra son ahora nacionales y de 1996 al 2002 los programas americanos han disminuido 26% en España, 17% en Alemania y 9% en Italia. • De los 263 papas que registra la historia, 205 son italianos. Entre los stranieros, hay 19 franceses, 14 griegos, 8 sirios, siete alemanes, tres africanos, dos españoles y un polaco, Karol Wojtyla (1920-2005). • Los 60 millones más ricos del mundo (1%) ganan tanto como los 3.000 millones (48%) más pobres. • En Colombia 20.000 personas mueren al año a causa de la violencia desatada en 1948 por el asesi­nato del líder populista Eliécer Gaitán. • De la TV lo que más le molesta a la gente es la violencia (41%), la censura (8%), las tandas de comerciales (8%) y el sexo (7%). • Para quienes hacen televisión, la censura es lo que más impide inventar buenos programas. • El canal juvenil Rock and Pop cerró en 1999 por censura económica y judicial.

Fuentes: American Psychological Association, Tlte Eco­nomist, BBC Mundo, CNTV Chile.

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Capítulo X

PLAN PARA DESINFECTAR LA TELE

La dinámica sociológica en que actúa el invento éste nos lleva a concluir que educa, aunque a su manera.

Dado que el gobierno ha abdicado al deber de educar (del Estado docente hemos pasado al municipio docente) y la escuela en general ha quedado estrecha, se hace imperiosa la necesidad de que la tele civilice. Donde sea que llegue, urge que entregue contenidos educacionales.

Tal como la comida chatarra que venden en el kiosko de la escuela no impide al profe enseñar, la tele chatarra no debe impedir que su infraestructura de transmisión se use para educar.

Un modelo de cómo hacerlo es la Repiiblica Francesa: durante el horario escolar la televisión transmite programas destinados a apoyar la labor del docente en clase con elementos fuera del alcance de una escuela por separado, como es un reportaje técnico sobre el Amazonas para complementar la asignatura de geografía u otro para la de física sobre el acelerador de partículas de 27 km de circunferencia, la más grande máquina del mundo, en Ginebra, Suiza.

Los produce un organismo de gobierno especiali­zado en educación audiovisual. Centre National de la

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Documentation Pédagoguique, y se transmiten por la red estatal en las fechas y horas de la programación que se le avisan meses antes a cada escuela. Así, por ejemplo, en la programación del Canal 1 de Televi­sión Francesa para un viernes 13 de noviembre:

14h 04 -14h 25 Ciencias Sociales (cm.). El hospital de hoy (2a. parte): El enfermo en el hospital.

14h 25 -14h 30 Seguridad en el tránsito: El camino a la escuela, etc.

Si países con educación pública tan avanzada como la de Francia, además se valen de su tele para aleccionar a su juventud, con mayor razón aquí debiera hacerse lo mismo.

Pero en nuestra sociedad, vimos, la televisión inmoviliza al ignorante donde está, en circuns­tancias de que aún a pleno día hay más alumnos frente a la pantalla que en clase.

Por eso, y mucho más, hay que: 1.- Integrar la tele a la campaña civilizadora. La

gran síntesis la inventiva humana - la electrónica-debe ser empleada como instrumento educacional.

2.- Operar este instrumento educativo con los ideales propios de las instituciones educacionales. Por sobre todo interés debe respetarse el conoci­miento -la calidad del contenido- como un valor en sí mismo. En consecuencia debe eliminarse de la pantalla todo interés subalterno de índole comercial o político.

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3.- Financiar la televisión por vías que eviten su contaminación comercial. Siendo la comunidad nacional quien la financia siempre (del consumidor viene la plata) se trata de que el dinero que aporta vía publicidad lo aporte por vías más eficientes en relación a su beneficio. Una posibilidad es un impuesto fijo mensual de tres dólares por televisor, con lo cual se llega a una suma parecida a la que pagan las empresas.

4.- Convertirla en medio para acrecentar la identidad nacional. En lugar de ser instrumento de penetración cultural, la tele, tal como lo dice la ley, debe ser el medio para proyectar la manera de ser propia. Cerca del 30% de lo transmitido por la tele­visión chilena es producción nacional, en circuns­tancias de que en Gran Bretaña se exige que el 86% sea nacional; en Francia, el 50% y en España, el 70%. Lo mínimo aquí sería que el 50% fuera propio.

5.- Instaurar una franja huachaca. El sábado después de las seis y el domingo, para bailongos, seriales, canturreos y farándula de diversión.

¿Privada o estatal? no es la pregunta acertada, sino, ¿comercial o educacional? Pueden darse cana­les estatales con fines de lucro y pueden darse canales de fundaciones privadas, como el PBS nor­teamericano, con fines culturales. Lo estatal en su estructura no siempre coincide con lo social en su objetivo.

Mientras más alternativas haya, mejor porque hay más posibilidades de innovación.

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Lo importante, en consecuencia, es tener claro su función eminentemente educativa. Siempre dentro de esa función pueden pensarse distintas alternati­vas institucionales, tal como se da en el resto del sistema educacional. Que compita un liceo con otro, sí, pero que se rebaje a competir con un cabaret, ¡jamás!

Al leer esto un ratón diría: estupendo ¿y quién le pone el cascabel al gato? Pero aunque cueste creerlo, no somos ratones, sino humanos y para el hombre querer es poder.

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Capítulo XI

LOS VIDEOJUEGOS ¿QUÉ SON? ¿QUÉ HACEN?

La mayor matanza de estudiantes a manos de un sólo individuo que registra la historia ocurrió el 16 de abril 2007 en el Instituto Politécnico de la Universidad Estadual de Virginia, Estados Unidos. A las 07:15 AM el alumno coreano de 23 años Cho Seung-Hui da muerte a balazos a dos compañeros en el internado del instituto.

Luego va tranquilamente al correo a despacharle al canal NBC News de Nueva York un DVD con manifiestos, video clips y fotos que él mismo había grabado sobre sus motivos para cegarse la vida y la de cuántos más que, a su juicio, merecían la muerte.

A las 08:30 AM se inician las clases como si nada. Rumores de unos disparos en los dormitorios, pero de sirenas de alarma, evacuación general o cerco policial, ni ente.

Pasado las nueve de la mañana, o sea dos horas después de la primera balacera y cuando todos los educandos se encuentran asistiendo a su primera lección del día, vuelve el mismo sujeto con dos flamantes pistolas —una calibre 9 mm., la otra más liviana y versátil del 22— además de los bolsillos llenos de magazines para recargarlas.

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Sala por sala va ultimando profesores y alumnos de distintas razas y credos, propinándoles a todos cuántos estuviesen a su alcance tres tiros al cuerpo.

Las balas, compradas por Internet junto a las pistolas, eran de tipo "dumdum", o sea de las que se expanden al impactar.

Tras efectuar 170 disparos, y siempre sin decir palabra, súbitamente apunta una pistola contra su propia cabeza y se destapa los sesos.

Asesinó a 32 personas, dejó otras veinte heridas a bala y torció el dedo acusador de la opinión hacia las armas de fuego -gran negocio fabricarlas- y los videogames (VG), otro gran negocio cuyas venias en el mundo bordean los 28 mil millones de dólares al ario, cerca ya de los 45 mil de la industria del cine.

Cho Seung-Hui era retraído. Cual Hamlet veía en el conviviente de su madre al homicida de su padre, que vive en Seúl. Mudo, sin conversar con nadie, se lo pasaba encastrado a su computador, conectado a cuánto sitio, película y VG imaginable.

En su manifiesto habla con admiración de otros asesinos en serie y se han comparado tomas que él hace de sí mismo, con escenas de la sanguinaria película Oíd Boy, del director coreano Park Chan-wook. Trata de la venganza, matando a trocha y mocha, que emprende un joven maltratado por la vida, contra quien sea encuentre a su paso. Similar o peor violencia es tenia de mucho videojuego.

¿Son un nuevo medio a la par con la música y el cine?, presagiaba dos años antes "The Economist",

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¿una valiosa herramienta educacional, una inofensiva entretención o una amenaza digital que transforma a los niños en zombies violentos? Los videojuegos son todas esas cosas, dependiendo a quien le preguntes?"^

He ahí, en esa última frase, la clave del asunto: De ser un trajín algo estrambótico de unos cuantos "computines", en pocos años han pasado a ser pro­ductos de consumo masivo, sí, pero focalizados en la juventud, que los ha hecho suyos, mientras nadie de la generación mayor los entiende. Sólo sabemos los adultos que cuestan caro, parecen ser películas sanas, mantienen a los chicos seguros en casa y a las horas más raras emiten batahola por los parlantes.

Por su parte, los menores de veinte los defienden asegurando que, lejos de ser contemplación pasiva, como el cine, son sistemas interactivos en que uno, a igual que en la vida misma, protagoniza su ascenso y caída, según cuáles sean sus destrezas. De hecho los hay que requieren talentos especiales, puntería por ejemplo, además de sagacidad para adivinar de qué rincón de la pantalla viene el depravado.

Efectivamente, lo distinto de estos pasatiempos electrónicos es que se asume un rol, un personaje de carácter, que uno encarna a lo largo del juego. Ese rol, comparado con el de mover las piezas blancas o las negras del ajedrez, puede ser más complejo que

"̂̂ The Economist, revista inglesa de actualidad empresarial y sociológica, edición del 4 de abril 2005.

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ser bueno o malo y la duración puede ir de un rato a varios meses cuando son en línea, por banda ancha.

Entonces, al nuevo y poderoso yo que asumo en pantalla, a falta de genio para llevarme de pelusa callejero a millonario en Miami, le puedo añadir, a su precio, capacidad de intriga, armas, o policías corruptos que me faciliten llegar a la meta.

En el juego superventas Grand Theft Auto (GTA) creado por la empresa escocesa Rockstar North uno es delincuente al servicio de una mafia criminal dentro de la cual cada jugador compite, valiéndose de la traición y el asesinato si hace falta, con otros miembros de la banda para llegar a ser el gangster "top" de la ciudad. Salvo cuando toca efectuar una misión encomendada por el capo mafioso, se puede uno entretener siendo taxista, cafiche, prestamista, corredor de auto o piloto de aviación.

Una de las digresiones de este videojuego califi­cado apto para menores (M), es la variante secreta, no anunciada Hot Coffee que permite al protagonista tener sexo con las seis muchachas con las cuales sale a robar. Los avances en resolución de pantalla y calidad de sonido facilitan que esas escenas y las de violencia bruta, que son las más codiciadas, se vean mejor que en la vida real, aumentando así su poder para robarle a la niñez su inocencia.

Porque es poder lo que dan, fuerza. Son tan vividas esas diversiones de computador, tan bien hechas y entretenidas, que pronto el yo robotizado se siente superior al mezquino mundo cotidiano

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que me rodea. ¿Para qué responder, como la vulgar gente, al llamado de la mamá a lavar platos cuando en mi cosmos digital soy superman?

De un clic, boto una aeronave; de otro, vuelo el castillo maldito y con un rápido giro del joystick re­viento a balazos la banda de alienígenos que trató de atacar por la espalda a mi camarada. Al lado de eso, el papá es un pobre tipo que llega cansado, mis hermanos no sirven para nada y el profe es un triste terrícola sin espada láser ni voz estéreo.

Comparemos al quinceañero de antaño que al volver del colegio salía en bicicleta a recorrer el ba­rrio, con el autómata de hoy que al llegar a casa se encierra en la habitación, sus ojos atados a la panta­lla, su mente encadenada al videojuego. Igual edad, distinta manera de conocer el mundo; uno dema­siado flaco de tanto pedalear por calles que eran suyas, el otro obeso de tanto estar inmóvil, confi­nado en solitario a una fantasía que le es ajena.

Sí, en solitario, aislado, porque ni el mensaje de texto o el chateo por Messenger sustituyen la comu­nicación que se da entre humanos al verse lo blanco del ojo. Es instantáneo, ahora o nunca, como todo se supone que debe ser en el mundo de hoy. Lástima que la inmediatez absoluta lleve, como el buey la carreta, a la liviandad total.

El fracaso de confiar el alma a la correspondencia lo trata de manera romántica el poeta galo Edmond Rostand (1868-1918) en su drama Cyrano de Bergerac, donde la bella Roxana llega a creer que bajo los

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inspirados versos que le manda con flores Christian de Neuvillette, hay más que un imbécil.

La idea de que tienes poderes, de que puodui revolucionar el universo desde la consola, resulti siempre ser una fantasía. Es un juguete hermético, una fabricación comercial que en nada cambias tú, Es a ti que te cambia.

Menos capacidad de persuasión personal, d i hablar las cosas y sobre todo, de entender el mundo real en que vives, porque lo distintivo del adicto a los videojuegos, a igual que el pegado al copete, es que físicamente está ahí, pero mentalmente no.

El alcohol afecta funciones cerebrales como el pensamiento lógico, la percepción de riesgo, el auto control y la noción del bien y el mal. Por edad, los viejos tienden a volverse risueños, a decir leseras en lengua traposa y a caer dormidos. En cambio a los jóvenes los daña de distinta manera, exacerbando su agresividad latente, por lo que bajo sus efectos se vuelven más propensos a meterse en peleas de sangre, a manejar rajado y a violar en vez de amar.

De similar manera, los videojuegos afectan de distinta forma a diferentes personas. No pasa una semana en que un crimen, choque o violación no sea atribuido a los modelos de comportamiento que ofrece la industria audiovisual. Sin embargo, no ha habido tiempo de contar con estudios científicos de sus efectos a largo plazo. ¿En una misma generación quienes se exponen a diversiones electrónicas, a loa cuarenta son más violentos que los impolutos?

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Volviendo a la analogía con el copete, surge otra dificultad para condenar los VG a la hoguera: vino, pisco, cerveza, o vodka son todos contenedores de la droga más consumida en el mundo: CH3CH2OH, líquido inflamable, volátil y de resonancia cerebral, también conocido como alcohol etílico o de beber.

En contraste, los videojuegos no tienen en común alguna sustancia química que incida en la mente, y que podamos medir en grados y evaluar su efecto.

Esto, porque los hay de distinta calaña, desde el fnorboso juego en que aprendemos a ser gangsters hasta los simuladores de vuelo donde el piloto practica despegues y aterrizajes en distintas canchas ^ en duras condiciones. Cuando se fabricaron los primeros, no suscitaron mayor interés -nada como aprender a volar en un avión de verdad- hasta que hacia los años 1930 una serie de accidentes fatales ocurridos en sesiones de entrenamiento, llevaron a que los cadetes de la US Air Force practicasen sus tácticas de altura en estos sistemas que, sin peligro de estrellarse, simulan el vuelo real.

Han salvado vidas, mejorado la seguridad aérea <j adiestrado pilotos. Igual, el consorcio farma­céutico Pfizer los usa para entrenar aprendices en el delicado proceso de fabricar remedios y los aboga­dos, para practicar alegatos orales. Sirven.

El problema es que la tecnología no tiene freno tnoral alguno; todo lo que puede hacerse termina haciéndose, sobre todo cuando viene animado por el afán de lucro.

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Otra vez, pues, estamos ante un fruto del ingenio humano, un logro del estudio, de la ciencia y de la civilización, que en vez de servir más para mejorar la condición humana, unos lo usan para degradarla.

¿Qué hacer?

* Padre y madre: conozcan estos artilugios. Com­partan con sus hijos después de clases, se aprende. * Evitar esos tugurios de videojuegos, los taca-taca o flippers. Son casinos ilegales donde los niños juegan plata, fuman, intercambian disquetes pirateados y hacen malas juntas. * Limitar horario de adosamiento a la pantalla, para que así la juventud no desperdicie su vida mirando tele o pegada al computador. * Participar en la elección de videojuegos, siendo el mejor consejo, no el vendedor, sino algún pariente probo, si lo tiene. * No tolerar que cosas robadas (juegos o programas copiados sin licencia) entren a su hogar. * Deporte. * Música, clases de canto, guitarra o trompeta. * Libros.

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Capítulo XII

EPÍLOGO PARA EMPRENDEDORES

El final de un libro puede ser el comienzo de otro, y quizás esta reflexión corresponda a otra faena. Pero al releer estas páginas iniciadas sobre algo tan cotidiano como es un aparato de 12" que hay en la cocina, veo que toca el destino de muchos.

¿Qué futuro tiene el innovador, sea intelectual, profesional o artista, en América Latina? Si vivimos entre la civilización europea y la cultura derrotada, ¿hay otro camino aparte de la medianía rasca?

¿No será mejor irse, como lo hicieron tantos, a los países opulentos e integrarse de frentón al orbe global? Total, allá pagan mejor, valoran el arte y respetan el conocimiento.

Uno ha visto en los Estados Unidos y en Europa a mucho chileno posando de gran catedrático de Oxford, renombrado artista parisino o de millonario viñatero en California. Mientras mayores sean sus logros, más clara emerge una inquietud existencial, a veces malamente disimulada: ¿qué hago aquí?

Es que ineluctablemente los trasplantados son siempre vistos como aves de paso y nunca llegan a

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sentirse plenamente enraizados.*" Los grandes, ricos y exitosos, llevan al fondo del alma la mala concien­cia de haberse llevado algo de su país -su propio talento, una idea o una beca-, sin haber retribuido ni devuelto nada.

Irse o no irse, esa es la cuestión, me la resolvió de joven el director de orquesta, Fernando Rosas (1931-2007) en el aeropuerto Pudahuel. Me acerco a esta figura que tantas veces había visto en el podio del teatro Oriente recibiendo aplausos luego de sus magníficas interpretaciones de música clásica y le pregunto acaso no se está yendo para siempre de Chile, pues algo había oído de trabas a su iniciativa de formar orquestas juveniles.

- Eso, jamás - dijo. - Pero don Fernando, seguramente un director de

su nivel (Beca Fullbright, academia Julliard de NY) se lo pelean para la sinfónica de Toulouse o Boston.

- Puede ser, -respondió -pero es que allá, -agregó señalando con una batuta imaginaria el avión -no hago falta. En cambio aquí lo que uno no hace, no lo hace nadie.

Ese hombre, tan dotado, le encontró sentido a su vida dando a quienes más necesitaban su talento: la gente de su propia casa. ¡Música maestro!

40 Ver de Alberto Blest Gana: Los Trasplantados (1906) y de Enrique Bunster Tagle: Chilenos en California (1954).

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Hablando de maestros, los del impresionismo (Van Gogh, Cézanne etc.) enseñan que el arte se practica in situ, en el lugar mismo, siendo muy dis­tinto un cuadro hecho en estudio, como pintan los académicos, que uno pintado al aire libre, de cara al paisaje que se quiere retratar. Del mismo modo, es muy distinta la ciencia hecha allá en el frío mundo que la investigada donde las papas queman.

Llevado a lo personal, otro sociólogo sería éste de haberse quedado en París, donde hizo su doctorado. Nunca una matrona de Quillota le habría dicho lo que hasta el final de sus días le tintinea como razón de ser: don Pablo, siga escribiendo para nosotros.

¿Pero cómo si en Europa está la civilización? Una opción es la de la arquitectura: creer que se está en el barro y ni siquiera considerar el potencial de tan práctico material para construir en adobes. El arquitecto, y su padrino del negocio inmobiliario, ven de su tierra nada más que el suelo para levantar torres calcadas de Internet.

Se llega así a constituir la expresión intelectual más fracasada del continente. ¿Se sabe de alguien que diga mira qué bonito ese nuevo edificio? La gente detesta la producción en masa de viviendas, no se siente a gusto en los habitáculos que le impone la arquitectura moderna. ¿De qué sirve entonces?

Frente a la mole de cemento y vidrio tenemos la topeadura de animales, la artesanía en cuero y la payadura con guitarra, vestigios de la cultura origi­naria que está siendo exiliada de la modernidad.

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Ya no hay cómo vivir esas cosas que para peor, parecen anquilosadas en la repetición, sin que enganchen con la imparable búsqueda de una mejor calidad de vida.

De ahí que la misión del emprendedor en las artes y profesiones sea aunar esa dualidad, y para ello lo esencial es usar los avances de la humanidad para darle nueva vida a nuestra cultura. Electrónica ¿por qué no? pero a fin de componer música propia. Prensas Heidelberg para leer a Neruda y trenes de alta velocidad TGV Alsthom para ir al sur.

En vez de arrancar cual maleza nuestra historia, debemos revitalizar las raíces con nutrientes de última tecnología. Nueva letra a la vieja cueca, otras aplicaciones al antiguo adobe y mejores guisos con la olvidada quínoa.

Eso es hacer patria.

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Otros libros de Pablo Huneeus: El problema de empleo y recursos humanos. Los Burócratas, un nuevo análisis del Estado.

Chile 2010, una utopía posible. Nuestra Mentalidad Económica.

Lo Comido y lo Bailado... ¿Qué te pasó Pablo?

Mi peineta amarilla... Lo Impensable, la amenaza nuclear.

Aristotelia Chilensis. En Aquel Tiempo, Chile durante Allende.

A Piel Viva. Amor en Alta Mar.

El Intimo Femenino, estudios sobre la mujer. Manual Práctico de Cocina

Chiloé por hoy no más. Andanzas por Rusia.

Juan Pedrals, breve historia del petróleo. Hernando de Magallanes, (traducción).

Edición de La Araucana, c. biografía de Ercilla. A Todo Trapo, homenaje a navegación a vela.

Jaque al Rey, ensayos de transición. Dichos de Campo (refranes y proverbios).

El Desierto en Flor. Las Cartas de don Pedro de Valdivia.

Patagonia Mágica, el viaje del tata Guillermo. Filosofía Clásica. (Quince Lecciones).

La Vida en Amarillo. El Dedo en la Llaga.

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Otros buenos libros de Pablo Huneeus

Filosofía Clásica. El arte de amar, cómo ser feliz, la amistad, el dolor y la muerte, en los grandes pensadores de la humanidad.

Dichos de campo. Los dos mil mejores proverbios y refranes del habla castellana.

Chiloé por hoy no más. Viaje en lancha por la isla de gente sencilla, bosques limpios y mares abiertos antes de ser invadida por la industria.

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"En este libro Pablo Huneeus ha puesto el dedo en la llaga abierta. Su obra tiene, además, el valor de no quedarse en la mera denuncia...".

José Luis Rosasco, La Segunda.

"Mientras la cultura europea revolotea sobre la masa, y las culturas americanas se ocultan en el Museo, la gran cultura huachaca reina y también gobierna en la televisión..." Albina Sabater, El Mercurio.

"Como padre de familia y educador, como hombre que cree que en la conversación las personas se acercan y abren sus espíritus, como lector deseoso de que otros también gocen de la lectura, como amante de la naturaleza y de la superación, yo suscribo lo medular de este libro". Hugo Montes, La Tercera.

"Es un estudio hecho con profundidad y, sobre todo, realizado con seriedad".

Wellington Rojas, El Diario Austral.

"Al utilizar el término para definir nuestra cultura ambiental, televisiva, teletónica, Pablo Huneeus ha tenido una idea brillante. Vivimos sumergidos en la cultura huachaca, invadidos por ella...".

Jorge Edwards, revista Paula.

T ISBN 956-226-014-3

EDITORA NUEVA GENERACIÓN

República de Chile