La Delincuencia Economica

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  LA DELINCUENCIA ECONÓMICA

Por Carlos Gómez-Jara DíezAlumno de la Universidad Alfonso X (4º de Derecho)

Junio 1999, Villanueva de La Cañada - España

Resumen: Análisis de las características de la delincuencia económica, la problemática que rodea la determinación del sujeto activo, la evolución de la conciencia social al respecto y la inadecuación de los principios clásicos del Derecho penal en la configuración de estos supuestos delictivos.    

A lo largo de esta última década han tenido lugar una serie de acontecimientos en la esfera de la economía española, donde personajes de arraigado prestigio social y profesional se han visto involucrados en procedimientos penales que han atraído sobremanera la atención del público hacia el tipo de delincuencia que da nombre a este artículo.

El origen del estudio de la criminalidad económica puede situarse en la acuñación del termino “delincuencia de cuello blanco” por el profesor SUTHERLAND, que se refería a los delitos cometidos por personas pertenecientes a clases socioeconómicamente altas en un momento determinado. Con el transcurso del tiempo, esta delincuencia específica de un sector determinado de la sociedad, se ha ido difundiendo por estratos más “bajos” haciéndose accesible a un mayor número de individuos por lo que en la actualidad no pueden identificarse ambos términos, si bien dada su naturaleza especialmente lucrativa es ese sector más cualificado la principal fuente originadora de estos delitos.

También existe un sector de la criminalidad denominado “criminalidad de los poderosos” que comprende la suma de hechos punibles que son cometidos por personas con posiciones especiales y en una situación de poder fundada en esas posiciones para el fortalecimiento o la defensa de este poder, y por tanto, desde abusos de poder estatal mediante el genocidio, la tortura o los excesos policiales hasta los abusos vinculados a la corrupción política o económica (1), por lo que no se puede circunscribir con exactitud y rigor a la delincuencia económica.

Adentrándonos en el concepto, desde un punto de vista criminológico se alude, por un lado, al aumento de ocasiones para delinquir en una sociedad moderna, de tal modo que ciertas transformaciones sociales de una economía en expansión afectarían a un mayor número de oportunidades. Por otra parte es indiscutible que el cambio de estructuras socioeconómicas implica que la delincuencia económica ha

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de desenvolverse a través de esas estructuras y que, en ocasiones, esa estructura motiva nuevas formas de delincuencia (2).

Precisamente en este sentido, en la actualidad se considera criminalidad económica principalmente la criminalidad empresarial, entendida la empresa como la célula o núcleo esencial en la estructura o desarrollo económicos, pese a la dificultad que entraña delimitar claramente qué delitos deben recibir concretamente el calificativo de “económicos”. Así la denominación de criminalidad empresarial es fruto de una división que realiza SCHÜNEMANN del Derecho penal de la empresa en criminalidad en la empresa (Betriebskriminalität) y criminalidad de la empresa (Unternehmenskriminalität). La primera hace referencia al daño causado a una empresa por quienes participan en la misma, y la segunda a las conductas fraudulentas realizadas para o por medio de una empresa. Puede afirmarse que la mayoría de los delitos societarios regulados en el Código Penal español actual se enmarcarían dentro del primer grupo de criminalidad en la empresa.

Ahora bien, la inclusión de estos delitos no ha sido pacífica puesto que pese a que ya existían propuestas en los Proyectos anteriores de Código Penal, no ha sido hasta el nuevo Código Penal que estos delitos han visto la luz definitivamente. De hecho existía un interés de ciertos grupos de la “élite social” en que no se produjera ese alumbramiento, ya que en palabras del propio BAJO FERNÁNDEZ “Cuando el PCP 80 incluyó un título dedicado a los delitos económicos se produjo una conmoción social y política en el país. Podemos asegurar que no se convirtió en ley por las presiones de distintos grupos económicos alarmados por la creación específica de este título dedicado a los delitos económicos”.

Esta cuestión no carece de importancia ya el curso de los acontecimientos sociales y económicos a los que hemos hecho referencia han producido que una delincuencia poco conocida y cuyos efectos nocivos no eran percibidos como realmente dañinos, se haya visto inmersa en el fenómeno inverso ya que existen indicadores que vienen a poner de manifiesto cómo cada vez está más presente en la conciencia social un sentimiento de rechazo frente a este tipo de delincuencia. De hecho se puede observar como en amplios sectores sociales ha calado con fuerza la necesidad de dar un escarmiento a los altos directivos de grandes compañías que obtienen ingentes beneficios económicos a costa de pequeños ahorradores, inversores o del conjunto de la sociedad, poniendo en peligro en ocasiones la propia estabilidad económica. Incluso desde los medios de comunicación se reclaman sanciones ejemplares y se observa como recientes resoluciones judiciales – frente a lo que sucedía en un pasado menos próximo – aplican con el máximo rigor las sanciones penales previstas. Podemos afirmar que la conciencia social en lo referente a estos temas ha

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avanzado mucho en los últimos años en nuestro país, hasta el punto de que hoy se habla de la existencia de una elevada presión de la opinión pública contra la corrupción (3).

Pero la pregunta que se puede plantear entonces es ¿Ha regulado correctamente el Legislador penal este tipo de conductas?. A estas alturas parece todavía precipitado pronunciarse al respecto de una manera definida, pero lo que si ha de ponerse de manifiesto es la valoración negativa casi generalizada de la doctrina acerca de la forma en que esta regulación se ha llevado a cabo. Se les achaca por un lado que resultan excesivamente represivos, que de una situación de práctica impunidad se ha pasado a una hipercriminalización de este tipo de delincuencia o que se criminalizan conductas que ya recibían suficiente tutela por parte de las leyes societarias, entre otras, y por otro se afirma que actuaciones que reciben una clara respuesta punitiva en el Derecho comparado continúan siendo impunes en nuestro ordenamiento. En contraposición, y no deja de ser un hecho extremadamente curioso, sólo el 26% de los empresarios considera excesiva la penalidad de los delitos societarios. Un 59,9% la considera adecuada e incluso hay un 22,3% que la considera insuficiente según una encuesta realizada por Demoscopia para el Diario Expansión el 1 de noviembre de 1997. En nuestra opinión esta impresión es fruto de la falta de aplicación real, por el momento, de estas figuras delictivas, que por diversas cuestiones que comentaremos a lo largo de esta tertulia todavía no son eficazmente aplicadas por los órganos jurisdiccionales penales inferiores.

Pasando a concretar las características de la delincuencia empresarial, que son fundamentalmente las propias del delito económico, son de especial relevancia las siguientes: En la mayoría de los casos se produce una pluralidad de intereses afectados con una eventual incidencia en el orden económico, así como una pluralidad de perjudicados. La diferencia fundamental con los clásicos delitos patrimoniales de apropiación indebida y estafa es la falta de la tradicional bilateralidad entre el autor y la víctima. De una manera especial existe una aprovechamiento al patrimonio social sin que sea posible acudir al patrimonio personal de los sujetos que en la misma intervienen. Debe tenerse en cuenta que las posibilidades de llevar a cabo este tipo de conductas irregulares aumentan notablemente por el frecuente recurso a sociedades ficticias y en general por la creación y uso de complejas estructuras empresariales, que a su vez dificultan la persecución de las mismas. El abuso de confianza que se  encuentra presente en los delitos societarios, puede además precisarse en la ruptura de la lealtad a la que está obligado el administrador para con la sociedad.

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Por lo tanto se nos advierte como un sector de la criminalidad que cada vez está cobrando una mayor importancia, y donde tradicionales principios dogmáticos propios del Derecho Penal ven disminuida su vigencia de una manera acusada, sobre todo cuanto más se asciende en la escala de la jerarquía social y económica, dando lugar a una multiplicación de las formas de delincuencia posibles, cada vez más difíciles de identificar y concretar su responsabilidad en una persona determinada. En este sentido debe entenderse que un elemento que dificulta enormemente la tarea de atribución de responsabilidades penales es el reparto de trabajo, que en la organización empresarial moderna es una condición esencial para una efectiva productividad. Así han de ponerse de manifiesto las siguientes cuestiones que enlazan directamente con los casos judiciales que vamos a comentar: Si bien es cierto que las empresas tienen establecida una formalización de la organización, que se manifiesta en una inicial atribución de facultades y poderes entre sus distintos órganos de acuerdo con la clásica estructura piramidal, no es menos cierto que en la práctica esta jerarquía produce una inadmisible lentitud en la toma de decisiones, por lo que frecuentemente se produce una posterior atribución de facultades de facto dando lugar a una falta de correspondencia entre ciertos órganos y su capacidad de toma de decisiones. Por otro lado en las grandes sociedades se produce una separación entre la propiedad y el control de las mismas. Los accionistas se desentienden de la gestión y asumen la posición pasiva de meros acreedores sociales, actuando los administradores como los verdaderos dueños de la sociedad. Por último dentro del propio órgano de administración, en numerosas ocasiones los consejos de administración no se ocupan de administrar y representar a las sociedades, sino más bien de controlar o vigilar a quienes realmente administran, que son las Comisiones delegadas o ejecutivas, o los Consejeros delegados.    

NOTAS

(1) KAISER, Kriminologie, Heidelberg, 10.ª ed., pag 197. (2) BACIGALUPO, Curso de Derecho penal económico, Barcelona, 1998, pag. 19. (3) FERNÁNDEZ TERUELO, Los delitos societarios en el Código penal español, Dykinson, 1998, pag. 26.

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